03 Estudios Biblicos Ela Levitico Libro Jhlp

July 19, 2017 | Author: Humberto Lazaro | Category: Book Of Leviticus, Priest, Christ (Title), Saint, Eucharist
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1

2 [p 1]

ESTUDIOS BÍBLICOS ELA: CÓMO VIVIR EN SANTIDAD (LEVÍTICO)

3 [p 2] A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas están tomadas de la versión Reina-Valera, Revisión 1960 © 1997 por Ediciones Las Américas, A.C. Prohibida la reproducción parcial o total. ISBN 968-6002-67-7 EX LIBRIS ELTROPICAL

4 [p 3]

CONTENIDO 1.

Llamados a ser santos

Levítico 1:1–7:38 2.

Siervos del Dios Santo

Levítico 8:1–9:24 3.

Dios es fuego consumidor

Levítico 10:1–20 4.

La importancia de la pureza

Levítico 11:1–47 5.

Una vida limpia

Levítico 12:1–15:33 6.

Un espíritu limpio

Levítico 16:1–34 7.

Llamados a ser diferentes

Levítico 17:1–22:33; 24:1–9 8.

¡Bendecid el nombre de Dios!

Levítico 24:10–23 9.

Una vida ordenada

Levítico 25:1–55; 27:1–34 10.

Las fiestas solemnes

Levítico 23:1–44 11.

El camino correcto

Levítico 26:1–13 12.

El camino peligroso

Levítico 26:14–46 Esquema del tabernáculo Glosario

LEVÍTICO

5

Ofrenda por la culpa 5:14–6:7 (7:1–30)

Ofrenda por el pecado 4:1–5:13 (6:24–30)

Leyes acerca de la lepra 13:1–14:57

Leyes acerca del pario 12:1–8

47

Castigos para el infractor 24:10– 23

Leyes para los sacerdotes 21:1– 22:33; 24:1–9

Leyes acerca de la Leyes acerca de años Un caso de perversión pureza sexual cap. sabáticos 25:1–55 15 del Leyes de lo dedicado sacerdocio 10:1–20 El ritual del día de a Dios 27:1–34 expiación cap. 16

4:1– La gloria de Jehová 9:23–24

De expiación 5:13

8:14–

Sacrificios por el sacerdocio y el pueblo 9:1–22

3:1–17

Sacrificios de consagración 36

Ofrenda de paz 3:1–17 (7:11–38)

De comunión

Oblación 2:1–16 (6:14–23)

8:10–

8:5–9,

Investidura 13

Ungimiento 12

8:1–4

1:2– Preparación

De consagración 2:6

Holocausto 1:2– 17 (6:8–13)

Leyes acerca del 11:1–47 tabernáculo 17:1– 9 Animales puros e impuros 11:1–23 Prohibición de comer Instrucciones para sangre 17:10–16 purificarse 11:24– 40 Leyes de santidad y justicia 18:1– Base de las leyes dietéticas 11:41– 20:27 Leyes dietéticas

Ordenación del sacerdocio 8:1–36

1:1

Introducción

La ley de santidad 17:1– 22:33; 24:1–25:55; 27:1–34

Leyes de lo puro y lo impuro 11:1– 16:34

Consagración del sacerdocio 8:1– 10:20

23:5–22

23:23–25

23:33–

23:26–32 Tabernáculos 44

Día de expiación

Trompetas

Fiestas de otoño 23:23–44

23:15–

23:9–14

23:6–8

Epílogo

26:46

El arrepentimiento futuro 26:40–45

Maldiciones por la desobediencia 26:14– 39

Bendiciones por la obediencia 26:3–13

26:1–2

Amonestaciones finales 26:1–45

23:1–4 Introducción

23:3

23:5

Pentecostés 22

Primicias

Panes sin levadura

Pascua

Fiestas de primavera

El sábado

Introducción

Las fiestas solemnes 23:1–44

11:1–27:34

Ofrendas y sacrificios 1:1– 7:38

EN LA RELACIÓN CON DIOS “UN REINO DE EN EL DIARIO ANDAR “GENTE SANTA” SACERDOTES” 1:1–10:20

CÓMO VIVIR EN SANTIDAD

[p 4]

6 [p 5]

1 Llamados a ser santos Levítico 1:1–7:38 Intentar leer una partitura de música clásica puede ser frustrante para muchas personas, especialmente para quienes desconocen el lenguaje de la música. Sin embargo, cuando la interpreta un conocedor y la toca con un instrumento apropiado, las hermosas notas que contiene se convierten en un deleite para el oído. Algo semejante sucede con el libro de Levítico. Una lectura superficial puede no comunicarnos mucho. Pero cuando interpretamos y entendemos correctamente su significado, llega a ser una fuente de lecciones espirituales para la vida cristiana. Así que debemos leer Levítico con sumo cuidado y con los anteojos apropiados, para captar su riqueza y pertinencia, que son esenciales para los miembros de la iglesia de Cristo. Todo el libro contiene un llamado a la santidad, finalidad principal del pueblo elegido —Israel— y del pueblo cristiano también y es el Dios santo quien nos llama desde su santuario o tabernáculo (1:1). Levítico contiene las instrucciones divinas para alcanzar ese objetivo. Es un compendio de leyes específicas para que el pueblo (su siervo) las cumpliera y normara su vida por ellas. La meta del creyente debe ser llevar una vida consagrada al Señor (Colosenses 1:28–29). Ahora bien, ¿por [p 6] qué deben los cristianos vivir consagrados al Padre celestial? Porque esta es la única manera en que podemos lograr la plena realización de nuestro ser, tanto en esta vida como en la venidera (1 Timoteo 4:7–8). Por ser un detallado instructivo acerca de cómo vivir una vida dedicada al Señor, este libro bien puede considerarse como un código de santidad y como un manual de discipulado. También contiene valiosas lecciones acerca de la mayordomía, o sea, la administración eficaz de la vida y las cosas que el Padre celestial nos ha encomendado.

LEVÍTICO ES UN MANUAL DE DISCIPULADO PORQUE ENSEÑA CÓMO VIVIR UNA VIDA CONSAGRADA A DIOS Levítico forma parte de la ley o Pentateuco, que es el primer “tomo” de la Escritura. Por cientos de generaciones, ha sido base de la enseñanza y formación del pueblo de Dios. Asimismo, este tercer libro de Moisés es una colección de lecciones sumamente prácticas y objetivas que promueven el crecimiento espiritual de los creyentes, así como el avance en el proceso de santificación en que todos los cristianos estamos comprometidos. A pesar de lo anterior, algunos creyentes se han formado una pobre impresión de este libro, como si se tratase de algo caduco, abstruso y rutinario, o peor aún, como una lista interminable de leyes cuyo único fin es reglamentar en forma esclavizante la vida (aunque ésta vida debe regirse por las normas divinas, porque son para nuestro bien) o volver moralista a una persona. Pero nada está más lejos de la verdad. Es cierto que algunos aspectos ceremoniales del libro que nos ocupa se cumplieron en la persona y obra de [p 7] Cristo (interpretación conocida como tipológica [que sin embargo no agota el significado del libro] Hebreos 8:5; 10:1). Pero no por eso quedaron obsoletas las grandes verdades que contiene. Por el contrario, siguen brillando con luz propia y haríamos bien en estudiarlas con cuidado y firme resolución de aplicarlas a nuestra vida. Levítico debe leerse con el Nuevo Testamento abierto. Especialmente la carta a los Hebreos, porque con ésta es con la que guarda más correspondencia. El fin es comprobar la asombrosa y fiel concordancia y continuidad de los temas que se refieren a la fe y a la piedad en toda la Escritura.

7 El tercer libro de la Biblia, se cree, fue destinado a los levitas. Estos eran los encargados de ejercer el ministerio sacerdotal, atender el tabernáculo y los múltiples detalles del culto israelita, así como enseñar la ley a toda la nación (Levítico 10:11; Deuteronomio 17:9, 10; 24:8; 33:8–11). La gran cantidad de detalles que contiene acerca del culto y las ordenanzas del Señor a su pueblo escogido respaldan este hecho. No obstante, su mensaje estaba dirigido a todo el pueblo. Debido a lo anterior, la Septuaginta, primera traducción del Antiguo Testamento al idioma griego (s. III–II a.C.), le puso el nombre por su asociación con dicha casta sacerdotal. Como de ella se inspiraron la mayoría de las versiones y traducciones posteriores de la Biblia, éstas dan el mismo nombre al tercer libro de Moisés y a los que forman el canon veterotestamentario que hoy usamos. Sin embargo, estrictamente hablando, ese no era el título original del libro. Los autores israelitas acostumbraban llamar a sus escritos según las palabras con las que iniciaban. Así, el poco conocido nombre hebreo del libro wayyiqrā˒, que significa “y llamó”, marca el propósito que le quisieron dar tanto Dios, el autor divino, y Moisés, el autor humano. [p 8] LEVÍTICO ES UN LLAMADO

A LA SANTIDAD PARA TODOS LOS CREYENTES EN CRISTO Según la enseñanza de la ley mosaica (y de toda la Escritura), la santidad que Dios exige debe extenderse a todas las áreas de la vida. En otras palabras, el Señor procuraba instaurar un orden sagrado, que es la finalidad de la mayordomía, para su gente, mismo que le permitiera avanzar hacia el cumplimiento del mandato y promesa de Éxodo 19:6: vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa y a ser fieles al pacto que Dios había establecido con ellos en Sinaí (Éxodo 19:1–24:18). Por consiguiente, tanto Israel como la iglesia, son intermediarios entre el mundo y Dios. El propósito de esto es reflejar la santidad del Señor e impactar a la humanidad con el mensaje de salvación en Cristo. Jehová es el rey soberano e Israel su siervo. Este es el plan y orden perfectos para la vida cristiana también. Por ser hijos de Dios, los creyentes nos debemos en cuerpo y alma al Señor. Por ello, la santidad del pueblo (y de la iglesia) debe expresarse en forma práctica, a través de los varios aspectos que encierra el tema: 1) Separación. El pueblo de Dios debe ser distinto a las demás naciones porque vive los valores bíblicos. Debe apartarse de la forma de ser y la corriente del mundo. Por lo tanto, tiene que alejarse del pecado y todo tipo de inmundicia. Sin embargo, el cristiano no debe ser diferente nada más porque sí. La base de esa distinción y separación del mundo debe ser la obediencia a la palabra santa. Ser diferente no quiere decir tampoco que el pueblo de Dios debe ser exclusivista y abstraerse del mundo como las órdenes monásticas. Su testimonio y proclamación de [p 9] la palabra divina deben atraer a los inconversos al Dios vivo para que crean y se conviertan de todo corazón, realizando así su labor misionera. 2) Consagración. Los redimidos deben dedicar sus vidas y talentos enteramente al servicio del Señor. Dios no acepta ofrendas parciales o defectuosas, hay que darle a él lo mejor. También debemos darle todo, aun nuestra propia vida. 3) Comunión. Los creyentes deben mantenerse unidos a Dios a través de una relación espiritual que se extienda y exprese en todas las áreas de la vida. Lo anterior se logra mediante dos vías: apartando la vida para el servicio exclusivo de Dios que es santo y manteniendo una entrega constante y cotidiana al cometido de cumplir su voluntad. 4) Purificación. Esta verdad también encierra dos aspectos: los creyentes han sido limpiados por la sangre del Cordero (que se prefigura en Levítico y se cumple en el Nuevo Testamento). Pero debemos mantenernos limpios en nuestro andar diario, porque siempre existe el riesgo de que el pecado ensucie la obra del Padre celestial. Si esto ocurre, el creyente tiene la oportunidad de acercarse en arrepentimiento a Dios que es misericordioso y perdonador para que limpie su vida y testimonio.

SIETE TEMAS FUNDAMENTALES DE LEVÍTICO

8 1. Enseña a cumplir el mandato/promesa de Éxodo 19:6: “me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”. 2. Instaura un orden sagrado en el pueblo de Dios que debe extenderse y regular todas las áreas de su vida. [p 10] 3. Exhibe la importancia de la separación del pecado y del mundo para servir a Dios sin obstáculo. 4. Enseña la consagración de la vida a Dios. El discípulo fiel y verdadero es aquel que vive dedicado a su Señor. 5. Afirma que el creyente debe mantener la comunión con Dios, que es santo. 6. Señala el tema de la purificación de los pecados como requisito esencial para acercarse a Dios. 7. Su enseñanza es el evangelio ilustrado, porque contiene los principales aspectos del plan de salvación. Los creyentes debemos leer el libro de Levítico para aprender el tema de la santidad como proyecto de vida y como una meta hacia la que debemos avanzar lo más posible mientras estemos en este mundo. Nuestra vida debe conformarse a la imagen del Hijo de Dios (Romanos 8:29). Conforme vayamos consolidando la santidad en nosotros (algo que será cien por ciento posible cuando estemos en la presencia de Dios), notaremos que nuestras vidas crecen, se fortalecen y experimentan la abundancia espiritual de que habla Jesús (Juan 10:10; Apocalipsis 2:7). Levítico es una muy adecuada ilustración del evangelio de Cristo porque contiene sus elementos principales: a) el pecado; b) derramamiento de sangre; c) limpieza y perdón de pecados; d) fe en la palabra de Dios y e) redención (Levítico 16:1–34 y 17:11). Esto nos demuestra que la enseñanza de la ley no es en ningún modo contraria al evangelio. [p 11] Es cierto que la observancia de las obras y ritos de la ley no salva al pecador (Gálatas 2:16–21 compárese con Romanos 7:12 donde Pablo afirma que la ley es santa, justa y buena). Pero también es verdad que el principal propósito de la ley es proporcionar un conocimiento completo de Dios. Ese conocimiento es salvífico (véase el comentario de Levítico 16:1–34 y 17:11), porque nos enseña cómo acercarnos a Dios (quien da la vida, la salvación y la santificación) y separarnos del pecado (que produce la muerte y condenación). Además, es en la ley donde Pablo basa principalmente su discurso para explicar la forma en que Abraham recibió la salvación. Éste es el padre de todos los creyentes de todas las épocas (Génesis 15:6; Romanos 4:1–12, 16; compárese con Santiago 2:20–26 donde se enseña que la fe de Abraham fue demostrada o confirmada por sus obras). La ley bien entendida nos lleva a Cristo como dice Romanos 10:4 “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. La ley mal entendida nos lleva al legalismo y al falso moralismo. De manera que Levítico y toda la literatura legal (el Pentateuco) deben ser interpretados tomando en cuenta los principios establecidos anteriormente.

CINCO PRINCIPIOS O PAUTAS PARA INTERPRETAR LEVÍTICO Y EL PENTATEUCO: 1. SU PROPÓSITO CENTRAL ES PROVEERNOS UN COMPLETO CONOCIMIENTO DE DIOS. 2. LOS MANDATOS LEVÍTICOS, ANTES QUE LEYES RITUALES, SON LECCIONES OBJETIVAS PARA CONOCER EL CÁRACTER DE DIOS Y LA MANERA DE ESTAR EN CORRECTA RELACIÓN CON ÉL. 3. [p 12] DICHO CONOCIMIENTO DE DIOS ES SALVÍFICO (LEVÍTICO 16:1–34 Y 17:11). 4. EN LA LEY SE PRESENTA EL EJEMPLO DE LA SALVACIÓN DE ABRAHAM, QUE ES LA NORMA PARA TODOS LOS CREYENTES (GÉNESIS 15:6; ROMANOS 4:2). 5. SEGÚN EL NUEVO TESTAMENTO, EL FIN DE LA LEY ES CRISTO, GUIARNOS AL SALVADOR (ROMANOS 10:4).

¡PENSEMOS! Considere la importancia del llamado que el Señor nos hace a los cristianos para ser santos. ¿Por qué será importante para Dios que este aspecto de su carácter se refleje en nuestra vida? ¿Qué repercusiones tendrá la respuesta del creyente a ese

9 llamado para su vida presente y futura? Lea los siguientes pasajes para contestar estas preguntas. Anote sus respuestas: 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:12–14; 1 Pedro 1:13–22.

ASUNTOS INTRODUCTORIOS El autor El mismo libro sugiere que Moisés fue quien lo escribió (4:1; 6:1; 8:1; 11:1; 12:1). Asimismo, el Señor Jesucristo avaló la autoría mosaica del documento (Marcos 1:44 compárese con Levítico 13–14).

Los receptores Moisés escribió al pueblo de Israel para orientarlo tocante a las prescripciones e instrucciones para celebrar correctamente el culto que Dios exigía. Pero también para enseñar a los israelitas a vivir delante de él. Por ser [p 13] parte de la literatura legal de la Biblia, este libro contiene disposiciones para regular la vida de los individuos y de la nación hebrea de acuerdo con el pacto mosaico establecido entre Dios y su pueblo.

La época El libro del Éxodo culmina con la descripción del establecimiento del tabernáculo en el desierto mientras Israel avanzaba hacia la tierra prometida. Por su lado, Levítico contiene instrucciones acerca del uso del santuario, los deberes del pueblo hacia Dios y mandamientos relacionados con la vida y misión de la recién formada nación.

EL TABERNÁCULO DE REUNIÓN (Ver esquema del tabernáculo pág. 144) Sección En el atrio

En el lugar santo

En el lugar santísimo

Mobiliario

Referencias

Altar del holocausto

Éxodo 27:1–8; 38:1–7 Levítico 1:5; 4:18; 16:20

Lavacro (fuente de bronce)

Éxodo 30:17–21 Levítico 8:11

Mesa con el pon de la proposición

Éxodo 25:23–30 Lavítico 24:5–6

Candelero de oro

Éxodo 25:31–40 Levítico 24:3–4

Altar del incienso

Éxodo 30:1–10 Levítico 4:7

Arca del testimonio (propiciatorio)

Éxodo 25:10–22 Levítico 16:2

[p 14] Por lo tanto, Levítico tuvo que ser escrito aproximadamente por la misma época de Éxodo. La fecha más probable es 1440 a.C.; es muy posible que haya sido redactado durante los cincuenta días que transcurrieron entre el establecimiento del tabernáculo (Éxodo 40:17) y la salida del pueblo de Sinaí hacia Cades Barnea (Números 10:11–12).

Tema y propósito

10 La finalidad principal de Levítico es enseñarnos cómo es el carácter de Dios y para aprender a estar en correcta relación con él. Es decir, la buena relación con el Señor se deriva directamente del conocimiento de su persona. El lenguaje cúltico se usa profusamente en el libro, la palabra “sacrificio” aparece 52 veces, “sacerdote” 169, “sangre” aparece unas 67 veces, “santo, santidad o santificar” 80, y “expiación” 87. El Nuevo Testamento hace casi un centenar de referencias a esta obra. Como ya se dijo, el tema clave de Levítico es la santidad en que deben vivir los creyentes delante de Dios. Textualmente se pueden reconocer dos partes o secciones en las que el libro expone el tema principal. Dicha división encaja bien con el propósito de Dios para su pueblo expresado en Éxodo 19:6 “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”: 1.

La primera sección del libro se enfoca principalmente en dar instrucciones acerca de cómo presentar un culto santo a Dios, cumpliendo de esta manera con la función de ser un reino de sacerdotes (caps. 1–10).

2.

La segunda parte se concentra en explicar cómo andar en santidad delante de Dios; cómo vivir y aplicar las disposiciones divinas en lo que se refiere a lo que el Señor considera que es una vida consagrada, para que los israelitas (y los creyentes de [p 15] todos los tiempos) llegasen a ser gente santa (caps. 11–27). Pero no se puede hacer una distinción tajante entre estos dos aspectos del tema principal porque ambos pueden aparecer en cada una de las secciones principales arriba descritas. El versículo central del libro es 19:2 (11:44–45; 20:26) que pone énfasis en la exigencia fundamental de Dios para su pueblo. Dios quiere que su gente entienda el significado de la santidad y disponga de todos los instrumentos educativos, jurídicos, morales, dietéticos, médicos, religiosos y espirituales para alcanzarla. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pedro también estimó necesario exhortar a los cristianos del primer siglo y de todos los tiempos. En su epístola, nos hace un llamado a la santidad (1 Pedro 1:15). El tema del amor está también presente en Levítico. Cuando Cristo preguntó al intérprete de la ley cuál era el gran mandamiento de la Escritura, citó Deuteronomio 6:5 para referirse al amor a Dios y Levítico 19:18 para hacer lo propio con relación al prójimo. El amor y la ley no son antagónicos. El cumplimiento de la ley es el amor (Romanos 13:9–10; Gálatas 5:14; Santiago 2:8). Esto significa que quien ama de verdad cumple en su vida todas las exigencias del Señor. El amor genuino es una evidencia segura de que una persona ha consagrado su vida a Dios.

UNA EVIDENCIA SEGURA DE LA SANTIDAD DEL CRISTIANO ES QUE PRACTICA EL AMOR HACIA DIOS Y EL PRÓJIMO. Por otro lado, Levítico sirve para “encarnar” en tareas objetivas y prácticas el espíritu y normatividad de los [p 16] diez mandamientos. Las ordenanzas que contiene este libro “aterrizan” y dan sentido práctico al decálogo y lo expresan en minuciosas instrucciones y responsabilidades que, al ser cumplidas por los miembros del pueblo de Dios, exhiben la inherente bondad de la ley divina (Romanos 7:12–16) y el carácter santo de Dios. En la estructura del libro aparecen dos secciones narrativas (10:1–20 y 24:10–23); el lenguaje usado en ellas es diferente al resto del documento. Describen dos episodios históricos que son fundamentales para entender el mensaje de Levítico, ya que son dos reportes o estudios de casos que dan la pauta para interpretar el libro. El contenido de ellas expone y resume todo el mensaje de esta obra (y quizá de toda la literatura legal de la Biblia). También da a conocer cuál es la finalidad práctica de la enseñanza del libro. Es decir, lo que Dios quería lograr en los lectores al revelarse en Levítico. Para más detalles sobre la importancia de las secciones narrativas y su mensaje, véase los caps. 3 y 8 de esta guía de estudio.

LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y OFRENDAS 1:1–7:38

11 La Biblia establece que por fe llegamos a Dios y conocemos a Jesucristo como nuestro Salvador. Pero también dice que todo aquél que ya es salvo debe acercarse continuamente a él para poder avanzar en su crecimiento y promover la santidad en su vida. Dios nos instruye a través de su palabra en cuanto a cómo realizar este acercamiento. La enseñanza del libro de Levítico es fundamental para tener el cuadro completo de lo que el Señor quiere decirnos sobre el particular. El israelita que se acercaba a Dios tenía que presentar algo, pagar un costo: “…ninguno se presentará ante mí con las manos vacías” (Éxodo 23:15). Esta es la indicación [p 17] que el Altísimo dio a Moisés poco antes de iniciar la construcción y puesta en funcionamiento del tabernáculo. Lo mismo es cierto con respecto al cristiano. Tenemos que acercarnos a Dios con algo. Nuestras vidas deben estar dedicadas a ofrecer un fruto cada vez mejor al Señor. El Todopoderoso se agrada cuando le entregamos primero nuestras vidas en sacrificio y después, lo mejor que tenemos. Esta entrega debe partir del reconocimiento de que todo lo que somos y poseemos es de Dios; así, el sistema sacrificial fue el medio práctico por el cual enseñó a su pueblo cómo debía acercarse a él. Las disposiciones específicas para llevar a cabo los sacrificios que era menester presentar nos ayudan a entender el minucioso cuidado con que Jehová quería y siempre ha querido que los suyos hagan lo que él exige. También se ve en estas leyes que el Señor es comprensivo y condescendiente con el ser humano, porque permitía que se le ofrecieran diversos tipos de sacrificios de acuerdo a la capacidad económica de los ofrendantes (5:7, 11; 12:8; 25:28). A nadie se le vedaba presentar algo a Dios, no importaba cuán pobre fuera.

¡NADIE ES TAN POBRE QUE NO PUEDA DAS ALGO A DIOS! Además, el sistema sacrificial era una forma de aprender la mayordomía, porque se debía ofrecer al Señor lo mejor que se tenía. Dios pedía ni más ni menos que lo mejor. Cada animal o bien sacrificado debía ser perfecto y sin defecto (22:20–22). El mismo siervo de Dios debía ser sin defecto (21:17–21). El israelita debía esmerarse almáximo para ofrecerle a Dios sacrificios aceptables (1:4; 19:5; [p 18] 22:19). Igual responsabilidad tenemos los cristianos (Hebreos 13:15–16; 1 Pedro 2:4–5; Salmos 51:17–19). Otro aspecto de la buena mayordomía es que la vida misma debía organizarse alrededor de la ley de Dios. El tiempo, los dones, las posesiones, el trabajo, la vida familiar, social, sexual y, por supuesto, la relación con el Señor debían ser reguladas por los preceptos revelados en la legislación mosaica. Los sacrificios pueden clasificarse por su propósito en tres tipos que, a su vez, abarcan cinco diferentes clases de ofrendas: SACRIFICIOS EN LEVÍTICO Propósito Consagración

Comunión

Tipo

Ofrenda

Citas

Holocausto

Becerro, carnero o ave sin defecto (el animal se escogía de acuerdo con la situación económica del ofrendante).

1:1–17 6:8–13 8:18–21 16:24

Oblación (Ofrenda de cereales)

Granos, flor de harina, incienso, pan sin levadura, sal. Prohibidas la miel y la levadura.

2:1–16 6:14–23

Ofrenda de paz

Cualquier animal del ganado sin defecto, panes (tortas, hojuelas, etc.).

3:1–17 7:11–34

12 Expiación

Por el pecado

Becerro, macho cabrío, cabra, oveja, 2 tórtolas o 2 pichones de paloma, la décima parte de un efa de flor de harina. (La ofrenda dependía de la situación económica del ofrendante).

4:1–5:13 6:24–30 8:14–17 16:3–22

Por la culpa

Carnero sin defecto. (En lugar de la víctima se podía ofrendar dinero).

5:14–6:7 7:1–6 14:12,21

[p 19] Como ya se mencionó, el sistema sacrificial es un hermoso compendio de lecciones acerca de la mayordomía que enseñan en detalle qué, cuándo, cómo, dónde y para qué debían presentarse las ofrendas del culto que Dios exigía con el fin de acercarse él. A continuación, se analizan detalladamente la función y significado de cada una.

De consagración El holocausto 1:1–17; 6:8–13. Este sacrificio era ofrecido por el israelita a Jehová como un acto de adoración y consagración, principalmente de sí mismo o de algún hijo o propiedad (1 Crónicas 29:20– 21). El holocausto era una especie de presente dado a Dios en reconocimiento de su soberanía y de que él es el dueño de todo (Salmos 50:8–14). En segundo término, esa ofrenda podía servir también como expiación por el pecado (1:4). Según el ritual del holocausto, la víctima era ofrecida completa, totalmente quemada (1:13; 6:9). El ofrendante colocaba previamente la mano sobre la cabeza del animal, simbolizando con ello que la persona se identificaba con la ofrenda, y por medio de ella, se ofrecía a sí misma en forma sustitutoria (1:4; compárese con 8:22; 16:21). Los sacrificios en la antigüedad se consideraban en cierta forma como un banquete regio ofrecido a los dioses. Es por eso que muchas naciones los practicaban e inmolaban inclusive a niños y doncellas, pues creían que sus ídolos se saciaban con la sangre y carne humanas. Sin embargo, en ninguna parte de la Escritura pide Dios a su pueblo que ofrezca sacrificios humanos. Para él, la vida tiene un valor inmenso y por eso la preserva y bendice. Con la única excepción del caso de la hija de Jefté en Jueces 10 (que obviamente el Señor no aprobó) [p 20] en Israel no se efectuaban sacrificios humanos con la finalidad de propiciar u obtener el favor de Jehová.

La oblación 2:1–16; 6:14–23. Era una forma de sacrificio incruento, es decir sin derramamiento de sangre. Dicha ofrenda consistía principalmente de cereales y otros productos del campo. Este sacrificio debía ofrecerse sin levadura y miel porque ambas se fermentan y por esa razón eran consideradas inmundas. En cambio, los sacrificios debían ofrecerse con sal (2:13) porque esa sustancia preserva las cosas de la corrupción o descomposición. Además, se usaba para confirmar o cerrar pactos, de acuerdo con Números 18:19; Marcos 9:49–50 y 2 Crónicas 13:5. Junto con ella debía quemarse también incienso, el cual era agregado para producir un olor agradable (o sahumerio, véase Salmos 66:15; Oseas 11:2; Habacuc 1:16) como para que—permita el lector esta expresión— “abriera el apetito de Dios”, concepto que se manejaba en los tiempos antiguos. En Apocalipsis 5:8, el incienso representa las oraciones de los santos. Algunos elementos que aparecen en esta ceremonia deben definirse. La flor de harina se refiere al trigo recién molido. Es decir, a la harina nueva, fresca. El aceite se añadía como sazonador o quizá también para ungir la víctima dedicada al Señor. Dentro de este rito se podían ofrecer las primicias o primeros frutos del campo que, al igual que los hijos primogénitos y primeras crías del ganado, pertenecían únicamente a Dios (Éxodo 13:12; Deuteronomio 26:1–15).

De comunión

13

La ofrenda de paz 3:1–17; 7:11–34. Sacrificio de convivencia entre Dios y el hombre. Se califica como de olor grato a Jehová (3:16), es decir, que le complacía. Era la única ofrenda en la que el ofrendante participaba al comer una porción del sacrificio (7:15; 19:5–6). La grosura [p 21] conformada por los riñones, el hígado y las membranas de la cavidad abdominal eran quemadas y ofrecidas enteramente al Señor. La sangre de la víctima se salpicaba o rociaba “sobre el altar alrededor” (3:8). Ni la grosura ni la sangre se podían comer, porque eran exclusivamente para Jehová (3:17; 17:11, 12). Este rito ilustraba la comunión entre Dios y el hombre con base en el sacrificio y derramamiento de sangre. La única forma en que el individuo puede iniciar una relación y comunión con Dios es por medio de la sangre derramada por Cristo en la cruz. Mediante su sacrificio, podemos tener paz con el Señor, y participar de todos los beneficios que él tiene para los que son suyos.

De expiación Había dos tipos de ofrenda: por el pecado y por la culpa. La distinción entre ellas no es clara. Lo que sí se sabe es que ambas eran un canal para perdonar el pecado y que el ofrendante pudiera quedar limpio de sus transgresiones. Parece que la primera tenía que ver principalmente con los pecados cometidos sin intención. Por su parte, la ofrenda por la culpa trataba con los pecados consumados con o sin intención y además, exigía una restitución del transgresor.

Ofrenda por el pecado 4:1–5:13; 6:24–30. Esta ofrenda era la provisión, como se dijo, por pecados cometidos en forma involuntaria y que transgredían alguno de los mandamientos divinos (5:2). Con este sacrificio uno de los beneficiados (además del pueblo), podía ser el sacerdote que hubiera pecado en el ejercicio de su labor o en su vida personal. Al presentar la víctima, el ofrendante debía realizar el simbolismo de poner la mano sobre la cabeza del animal, cuyo significado se explicó ya en 1:4 (8:22; 16:21). [p 22] El procedimiento de este sacrificio es diferente al de los demás. El sacerdote debía mojar su dedo con la sangre del animal para rociar siete veces el velo del santuario y poner algo de ella sobre los cuernos del altar del holocausto. El resto, tenía que verterlo bajo el altar. Acto seguido, en el mismo lugar quemaba la grosura. Lo que restaba, la cabeza, carne, piernas, intestinos y estiércol, los sacaba del campamento (4:11–12; compárese con 4:21) para quemarlos en su totalidad en el lugar donde se echaban las cenizas. El sacrificio por un pecado cometido por todo el pueblo tenía que hacerse de manera similar al anterior, con la diferencia de que tenían que estar presentes los ancianos o jefes de la nación. Esto se pedía con el fin de realizar el acto simbólico de poner sus manos sobre la víctima en representación de todo el pueblo (4:15). Se estipularon instrucciones semejantes para el pecado cometido por un jefe o líder de la nación, de un determinado clan o tribu (4:22), o por algún miembro del pueblo (4:27). En tales casos, no aparece la indicación de llevar fuera del campamento los restos de la víctima, ni rociar parte de la sangre en el interior del tabernáculo. Ciertos actos malos no comprobables como ocultar evidencia ante las autoridades (5:1), contaminarse con algo inmundo inconscientemente (5:2-3), o hacer juramentos a la ligera (5:4), requerían la presentación de la ofrenda por el pecado. El sujeto que cayere en alguna de estas situaciones debía confesar su pecado (pues en este caso era imprescindible hacerlo) debido a que afectaba directamente a terceras personas o a la obra de Dios. El ofrendante tenía la opción, en tal caso, de presentar una cordera, una cabra (5:6) o, en su defecto, dos tórtolas o dos palominos (5:7, privilegio de los pobres). En este último caso, uno era ofrecido en holocausto y otro en expiación (5:7). Si no fuera posible por su pobreza ofrecer tales víctimas, la persona tenía la opción de presentar [p 23] una ofrenda vegetal (5:11, compárese con la oblación del cap. 2).

Ofrenda por la culpa 5:14–6:7; 7:1–6. En este caso se señalan los requerimientos para presentar sacrificios por pecados voluntarios o involuntarios en los que el transgresor debía restituir algo a quien resultase afectado. No se dan instrucciones muy detalladas sobre el procedimiento de la ofrenda. Pero sí se explican con bastante detalle los delitos que quedaban comprendidos en esta categoría.

14 1.

Fraude contra las cosas santas de Dios. En este caso, tenía que restituir lo defraudado más una quinta parte (el 20% o doble diezmo) de su valor (5:15–16). Este “impuesto” agregado al valor de las cosas es importante en la enseñanza de otras secciones del libro (véase por ejemplo Levítico 25 y 27).

2.

No devolver algo encomendado a su cuidado (6:2a).

3.

Robo o hurto simple (6:2b).

4.

La calumnia. Este pecado es diferente a los otros cuatro porque no se considera la pérdida o despojo de alguna posesión material. Su significado es especial: robar o minar la buena reputación del prójimo (6:2c).

5.

No devolver algo encontrado (6:3). Algo que obviamente podría reconocer al dueño original, pero en lugar de eso, el delincuente se lo quedaba jurando que era suyo.

¡PENSEMOS! Tome unos minutos para dar gracias a Dios por la bendición de ser uno de sus redimidos por la sangre de Cristo. La obra de Cristo también es la base de su comunión con el Señor y la inspiración necesaria para consagrar su vida en servicio y adoración a él. [p 24] Hasta ahora, hemos visto la importancia que tenían los sacrificios para el culto y la fe israelitas. Sin embargo, muchos otros aspectos de la vida cristiana están relacionados con este tema. He aquí algunos: 1.

El amor genuino es de tipo sacrificial, Juan 3:16; 15:13; Romanos 5:8; 1 Juan 3:16. Dios no escatimó ni a su propio Hijo para darnos la salvación. Jesús se dio a sí mismo por amor.

2.

La amistad genuina es de tipo sacrificial, Juan 15:13. La ofrenda en la iglesia debe ser sacrificial, 2 Corintios 8:1–5. Los creyentes de Macedonia hicieron dos

3.

ofrendas, se dieron primero a sí mismos y dieron de sus bienes más allá de sus fuerzas. 4.

El testimonio ante otros creyentes es de tipo sacrificial, 1 Corintios 8:13. Debemos abstenernos de hacer cualquier cosa que ofenda a nuestro hermano.

5.

El testimonio al mundo muchas veces nos demanda algún sacrificio, Hechos 5:40–42; Hebreos 11:32– 39. Es honroso sufrir afrentas y aun la muerte por causa del nombre de Jesús.

6.

La obediencia genuina llega al sacrificio. Debemos privarnos de cualquier cosa con tal de agradar a Dios, 1 Corintios 9:25. Si el Señor lo quisiera, debemos estar dispuestos a imitar la obediencia de Cristo (“obediente hasta la muerte”, Filipenses 2:8).

7.

El ministerio pastoral es de tipo sacrificial, Juan 10:11; Filipenses 2:17; 2 Timoteo 2:3; 4:5–6. El buen pastor da su vida por el rebaño.

8. 9.

El servicio es de tipo sacrificial Marcos 10:45; Hebreos 13:16. Estamos para servir y no para ser servidos. El discipulado es de tipo sacrificial Lucas 9:23; 57–62; 14:26. Hay que estar dispuesto a renunciar a todo lo que compone nuestra vida: posición, posesiones, [p 25] intereses, proyectos y aún relaciones familiares por seguir al Señor.

10.

La adoración a Dios es sacrificial, Apocalipsis 4:9–12. Los veinticuatro ancianos que adoran a Dios se despojan de sus coronas y las echan delante del trono así como haremos nosotros cuando estemos ante nuestro Padre celestial. Los cristianos debemos despojarnos de lo mejor que tenemos para adorar a Dios. Debemos adorar a nuestro Señor no sólo de labios, sino con la entrega sacrificial de nuestras vidas y posesiones. Algún día, en la corte celestial, tendremos el privilegio de adorar al Cordero.

LA VIDA CRISTIANA NORMAL ES DE TIPO SACRIFICIAL

15

Versículos clave que hablan del servicio sacrificial Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios…” Hebreos 13:15: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios…sacrificio de alabanza…” Hebreos 13:16: “Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”. 1 Pedro 2:5: “Vosotros también… Sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios…” El mensaje de la Biblia está expresado y resumido en la obra del Hijo de Dios, quien se ofreció a sí mismo para salvarnos. El sacrificio de Cristo cambió nuestras vidas; la verdad nos cambió; la verdad nos exige un sacrificio. [p 26] Cuando se comprende lo que hizo Cristo en su dimensión, importancia y efectos, la única respuesta posible del cristiano es la entrega total a Dios, expresada en la adoración y servicio humilde en su obra.

EL SACRIFICIO DE CRISTO CAMBIÓ MI VIDA. LA VERDAD ME CAMBIÓ. LA VERDAD ME EXIGE UN SACRIFICIO (ROMANOS 12:1–2); ¿ESTOY DISPUESTO A HACERLO? Vale la pena exponer todo lo que somos y tenemos y aun nuestras propias vidas en la obra de Dios y por la causa de Cristo. Si él se entregó por nosotros, es razonable que nosotros nos entreguemos a él sin reservas. El Señor no se merece que estemos regateando nuestra obediencia y entrega. Él se merece todo lo que somos y tenemos y que estemos dispuestos a servirle incansablemente y aun estar preparados para padecer por él (Filipenses 1:29–30).

¡PENSEMOS! ¿Qué actitud caracterizó la vida y ministerio de nuestro Señor Jesucristo? Lea Marcos 10:45; Filipenses 2:5–8. ¿La de Pablo? Lea Filipenses 2:17. ¿La suya…? Dios espera de nosotros una entrega incondicional a cumplir su voluntad y servirle. Medite en este pensamiento. ¿De verdad ha rendido su vida en sacrificio vivo a Dios para hacer su voluntad? (Romanos 12:1– 2) ¿Qué le impide hacerlo?

16 [p 27]

2 Siervos del Dios Santo Levítico 8:1–9:24 Una de las experiencias que más ha impactado mi vida y ministerio fue la que tuve en un lugar de la agreste geografía guatemalteca llamado San Pedro Yepocapa, Chimaltenango; el año, 1993. Tuve el privilegio de ser el conferencista invitado en la transmisión de mando de la sociedad infantil de la Iglesia Centroamericana de ese lugar. Confieso que al principio, en mí, y en otros de los que supieron de la invitación, hubo la actitud de subestimar el hecho. Me preparé bien para el compromiso y llegado el día, me dirigí al sitio referido. Al llegar al lugar, pronto me di cuenta de la insensata reacción que tuve cuando recibí la invitación. Jamás había visto tanta formalidad y seriedad como la que presencié en la investidura de los pequeños que recibieron el ministerio de parte de la directiva saliente para dirigir la sociedad infantil “Joyas de Cristo”. Para darle el adecuado realce al evento, hubo una cuidadosa preparación, así como una excelente asesoría por parte de la familia pastoral en todo lo que se hizo. Los chicos prepararon y dirigieron todo el programa. Ningún adulto participó, excepto como espectador. La música y el ambiente fueron inmejorables. Todo se hizo puntualmente y con precisión militar. [p 28] Presenciar el momento de la transmisión de mando revistió una emoción que movía a las lágrimas, y causó tal impacto en mí, que me hizo evaluar mi dedicación al Señor. Cuando se les tomó la protesta de prestar su mejor servicio, se veía en los rostros de los chiquillos, que iban vestidos con sus mejores galas, la convicción firme de que estaban recibiendo un encargo muy importante de parte del Señor. Hubo un breve discurso del presidente saliente y otro del entrante. Luego, un traspaso de banderas, Biblias y otras prendas llenas de significado; todo culminó con un solemne voto de consagración a Dios y una oración. Fue una gran lección de cómo transmitir la autoridad y el ministerio recibido del Señor. Fue una experiencia inolvidable. Algo parecido vemos en esta sección de Levítico, en que Aarón y sus hijos fueron investidos y recibieron autoridad para ejercer el ministerio sacerdotal. En la comunidad israelita, pertenecer al linaje sacerdotal representaba un enorme privilegio y responsabilidad. No cualquiera podía ser sacerdote; los candidatos debían cumplir muchos requisitos, como provenir de la tribu de Leví y ser de una cierta familia dentro de esa casta. Debían ser físicamente perfectos (Levítico 21:17–23) y moralmente intachables (Levítico 10; 21; 22); el privilegio era hereditario y vitalicio. Su preparación debía llevarse a cabo con esmero y dedicación. Después de todo, eran responsables de servir al único y soberano Dios, al Santo de Israel. Los sacerdotes debían ser un modelo en las áreas de santidad, mayordomía y consagración a Dios. Muchos de los principios que se consideraban para la ordenación de los oficiales del culto israelita se relacionan con el sacerdocio universal del creyente y el servicio que todos los hijos de Dios debemos cumplir como mayordomos: trabajar fielmente en el ministerio que hemos recibido (1 Corintios 4:1–2); usar bien la autoridad que [p 29] senos ha delegado (1 Pedro 5:2); cuidar y dar el mejor uso a todo lo que se encarga a nuestro cuidado (Mateo 25:14–29). Por lo anterior, haremos bien en observar con cuidado estas enseñanzas.

SE REQUIERE DE LOS ADMINISTRADORES, QUE CADA UNO SEA HALLADO FIEL (1 CORINTIOS 4:2). En la era de la iglesia nos ha tocado a todos los creyentes el privilegio de ser sacerdotes del Dios Santo (1 Pedro 2:4–5; Apocalipsis 5:9–10). Como tales, tenemos la doble función de servir de intermediarios

17 entre Dios y los hombres. De parte de Dios, para enseñar y encarnar su verdad al mundo incrédulo y al cuerpo de Cristo. De parte de los hombres, para interceder ante el Señor por sus necesidades y ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios como por ejemplo, entonar alabanzas, hacer el bien y ayudar a otros (Hebreos 13:15–16; Salmos 51:17–19). Jesús es el gran sumo sacerdote que intercede por nosotros y socorre cuando somos tentados (Hebreos 4:14–16). Además, nos anima a acercarnos confiadamente a la presencia de Dios una vez que él ha limpiado nuestra vida de todo mal para servirlo a él y su iglesia (Hebreos 10:19–25).

TODOS LOS CREYENTES EN CRISTO TENEMOS EL PRIVILEGIO DE SER SACERDOTES DEL DIOS ALTÍSIMO [p 30] ORDENACIÓN

DEL SACERDOCIO 8:1–9:24

Preparación 8:1–4 El mediador principal de esta preparación fue Moisés, que fielmente edificó la casa de Dios para que cumpliera su función (Hebreos 3:1–6). En este caso, tuvo el privilegio de preparar al personal de la casa. ¡Estaba preparando a la tripulación principal que dirigiría el viaje por el desierto hacia la tierra prometida! Previo a la investidura de los ministros, Moisés, como buen maestro, reunió a la congregación para enseñarle una importante lección visual de lo que Dios espera de sus siervos. Esto lo hizo con la autoridad conferida por la palabra de Dios: “esto es lo que Jehová ha mandado hacer” (8:5). Las anteriores palabras sirvieron para preparar a la audiencia para que presenciara y aprendiera las lecciones espirituales de este maravilloso evento. Una vez reunidos todos los elementos para efectuar los ritos del sacrificio, indispensables para acercarse a Dios (8:2), inició el acto solemne en el lugar indicado, el tabernáculo, sitio donde Dios se manifestaba a su pueblo. Era también residencia temporal de la santidad divina.

¡PENSEMOS! Dios ha hecho a los cristianos reyes y sacerdotes (2 Timoteo 2:11; 1 Pedro 2:4–5, 9; Apocalipsis 5:9–10). Tenemos el privilegio y responsabilidad de predicar su reino y servirlo. El servicio fiel y humilde es la parte que nos corresponde cumplir de esa responsabilidad. El reinado es la parte que corresponde a nuestro glorioso porvenir, que gozaremos cuando el Señor venga por sus redimidos (1 Tesalonicenses 4:13–18). ¡Que Cristo reine en [p 31] su vida, hogar e iglesia desde ahora y para siempre! ¡Que por medio suyo, el reino de Dios sea conocido en el mundo y muchos inconversos entren en él!

Investidura: 8:5–9, 13 Después de preparar el escenario perfecto y a la audiencia, Moisés procedió con el ritual para investir del oficio sagrado a Aarón y su hijos. Se destaca lo siguiente:

El lavamiento: El baño o lavado con agua representaba la pureza necesaria para servir a Dios. Nada impuro o vil debe presentarse en el servicio al Señor. Las vestiduras sacerdotales: Acto seguido, Moisés procedió a poner a Aarón los elementos de las vestiduras oficiales de sacerdote (8:7–9). La túnica y un primer cinto (probablemente una faja) se colocaron ceñidos a su cuerpo. Luego el manto y encima el efod (quizá una especie de chaleco o corsé decorativo, Éxodo 28:4) ceñido con otro cinto. Un pectoral cubría el plexo solar y dentro de éste estaban

18 los Urim y Tumim (que se cree eran amuletos en forma de piedrecillas o palitos que se utilizaban para consultar a Dios, Éxodo 28:30; Números 27:21; 1 Samuel 28:6). La cabeza se cubría con una mitra (turbante) que se ceñía con una diadema y lámina de oro que tenía la inscripción “Santidad a Jehová” (Éxodo 28:35–37). Todos estos detalles no se presentan por accidente. El cumplimiento detallado de su voluntad es lo que agrada a Dios. Además, cada elemento tenía una función específica. En el caso de las vestiduras sacerdotales y debido al constante trabajo físico que realizaba en el santuario, el levita requería de mucha energía. Cada elemento del vestido era necesario, los cintos para amortiguar el esfuerzo físico, el pectoral para proteger las partes vitales del sacerdote y los adornos, para honrar y distinguir su oficio y posición. [p 32] ¡PENSEMOS! Dios nos ha vestido espiritualmente con el nuevo hombre, que es la nueva persona que mora en nosotros desde que confiamos en Cristo. Lea Efesios 4:24–32; Colosenses 3:12–17. Enumere y anote en dos columnas los privilegios y responsabilidades que tenemos al portar este ropaje espiritual. Luego identifique y subraye aquellas cosas en las que su vida no anda muy bien; situaciones en las que su vestido se ha ensuciado. Propóngase seguir al pie de la letra los mandatos da Apocalipsis 7:14; 22:11b, 14 para lavar sus ropas y lucir como nuevo hombre, viviendo una vida agradable a Dios.

Ungimiento: 8:10–12 En Israel, el acto de ungir a personas, profetas, reyes (Éxodo 28:41; 1 Samuel 9:16; 16:12–13) u objetos (Éxodo 30:26–29) servía para consagrarlos y apartarlos para el servicio de Dios o para alguna tarea específica En este pasaje se dice que ungiendo los objetos de culto, Moisés los “santificó” (vv. 10–11) esto significa que fueron apartados para el servicio a Dios. Primero “ungió el tabernáculo y todas las cosas que estaban en él” (v. 10) y luego roció siete veces el altar del holocausto y sus periféricos (“todos sus utensilios, y la fuente y su base” v. 11). El número siete significa lo perfecto o completo en la Biblia. El acto de ungir el altar del holocausto significaba que la consagración era perfecta o completa. Después ungió también a Aarón para apartarlo al servicio del culto (v. 12) y sus hijos recibieron la investidura sacerdotal (v. 13). Dios también nos ha santificado o apartado a los cristianos para su servicio, habiéndonos ungido con su Espíritu (1 Juan 2:20–27). [p 33] PERO VOSOTROS TENÉIS LA UNCIÓN DEL

SANTO, Y CONOCÉIS TODAS LAS COSAS (1 JUAN 2:20). Sacrificios de consagración 8:14–36 Estos sacrificios tenían el propósito de expiar los pecados de Aarón y sus hijos. Esta es una parte esencial de la consagración. Nadie puede servir a Dios a menos que esté limpio de pecado. Cristo expió con su propia sangre nuestras culpas para salvarnos y hacernos aptos para servir a Dios (Hebreos 9:11– 14). A continuación, se repitió el acto simbólico por el que, colocando sus manos sobre la víctima inmolada, los ofrendantes (en este caso Aarón y sus hijos), expresaban su fe en la eficacia sustitutoria de ese sacrificio para purificarlos de sus pecados (v. 14; véase también 1:4 y 16:21). La sangre como elemento esencial para purificar prácticamente todo (Hebreos 9:22) es usada por Moisés para consagrar el altar del holocausto. Este era el altar que se encontraba en el atrio, entre el santuario y la cortina que lo delimitaba (véase pág. 144).

19 Dicho altar era el lugar donde se ofrecían la mayoría de los sacrificios (a excepción del sacrificio del día de la expiación, Levítico 16 que se culminaba en el propiciatorio dentro del tabernáculo). Hizo esto para que cumpliera su función primordial: “reconciliar sobre él” (v. 15). Por ello se dice que servía para reconciliar sobre él al ofrendante con Dios. El altar tenía unas salientes en forma de cuernos donde se asían los que querían ser tratados con misericordia por haber cometido algún homicidio involuntario o falta grave en contra de alguien (Éxodo 21:13–14; compárese con 1 Reyes 1:50–51). [p 34] Otros sacrificios como el holocausto (en el que la víctima era totalmente quemada) se ofrece aquí como un simbolismo de la entrega voluntaria y absoluta del ofrendante a Dios (vv. 18–21). El sacrificio llamado “el carnero de las consagraciones” (v. 22), corresponde bastante al sacrificio de paz (3:6–11; 7:28–34). Es interesante que se pone énfasis en el acto de untar un poco de sangre de la víctima sobre el lóbulo de la oreja derecha, así como sobre los dedos pulgares de la mano y pie derechos de Aarón y sus hijos (vv. 23–24). Esto quizá es un simbolismo que señala la función de esos órganos: los oídos para oir la voz de Dios, la mano para realizar las obras de Dios y los pies para dirigirse a cumplir los encargos del Señor. Se culmina este ritual preparando una serie de ofrendas vegetales, que junto con las partes utilizables del carnero de las consagraciones, fueron mecidas delante de Dios (v. 27). Habiendo culminado estos sacrificios, se procedió a celebrar una comida para cerrar el ritual de consagración (v. 31). También debían guardar provisiones para cumplir el encargo final de permanecer “día y noche por siete días” (vv. 33–36). Ese tiempo guarda relación con la idea de lo completo o perfecto que conlleva el número siete. También era un tiempo de retiro antes de iniciar las labores sacerdotales. La violación de este mandato implicaría la muerte para el infractor (v. 35).

Sacrificios por el pueblo 9:1–22 Otra vez se presenta una detallada descripción del ritual que tenía dos propósitos: 1. Ofrecer sacrificios por el pueblo en preparación para la manifestación de la gloria de Jehová. 2. Inaugurar el sistema sacrificial israelita. Habiendo puesto los fundamentos de las formas y elementos necesarios para acercarse a Dios por medio de [p 35] los sacrificios (caps. 1–7) y habiendo consagrado a los responsables de llevar a cabo esa tarea (cap. 8), se inicia oficialmente el culto en Israel. Aarón, investido como sumo sacerdote, ofreció tres sacrificios por él mismo y por el pueblo (v. 7): 1. Sacrificio de expiación, (vv. 8–11, 15) 2. Holocausto, (vv. 12–14, 16) 3. Sacrificio de paz, (vv. 17–21) Acto seguido, “alzó Aarón sus manos hacia el pueblo y lo bendijo” (v. 22). Esta bendición era más que un acto litúrgico; representaba fielmente la experiencia que Dios iba a producir en su pueblo por realizar bien su función sacerdotal y por cumplir los mandamientos divinos. El hacer la voluntad de Dios iba a traer una experiencia de bendición a toda la nación. También a los cristianos, el Señor aprueba y recompensa el trabajo y dedicación que manifestamos cuando llevamos a cabo nuestro servicio sacerdotal y cumplimos fielmente con cada detalle de su voluntad.

La gloria de Jehová, 9:23–24 La máxima prueba de la bendición divina para el pueblo era la manifestación de la gloria de Dios (v. 23), la cual fue confirmada por el fuego que provino de Jehová (v. 24 probablemente del cielo) para consumir el holocausto (compárese con 1 Reyes 18:38–39). Este acto era una aprobación divina del sacrificio presentado y la investidura de los sacerdotes. Si todos ellos (el pueblo y su sacerdocio) cumplían cabalmente su responsabilidad de acercarse a Dios a través de los sacrificios, si andaban en conformidad con el pacto con Jehová y si enseñaban la verdad y la aplicaban a sus vidas, entonces la gloriosa presencia de Dios para bendición iba a permanecer sobre ellos.

20 [p 36] Ante tan extraordinaria experiencia, los israelitas no pudieron más que reconocer su necesidad de postrarse ante Dios en señal de adoración y lo alabaron (v. 24).

¡PENSEMOS! Los creyentes disfrutamos de una especial manifestación de la presencia de Dios en nuestra vida: el Espíritu Santo. En ese sentido, somos más privilegiados que el mismo Israel (Hebreos 11:39–40) debido a que ellos no tuvieron permanentemente este beneficio. Con base en el grandioso hecho de que el Espíritu Santo mora para siempre en nosotros, debemos ser obedientes a la voluntad de Dios y cumplir nuestra responsabilidad sacerdotal. Si lo hacemos, la bendición del Señor permanecerá sobre nosotros y a la vez seremos bendición para otros.

LA MÁXIMA PRUEBA DE LA BENDICIÓN DIVINA SOBRE NUESTRAS VIDAS ES LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO

21 [p 37]

3 Dios es fuego consumidor Levítico 10:1–20 Hay ciertas cosas en la vida que si no manejamos con el debido cuidado pueden causarnos más mal que bien. El fuego es una de ellas. Bien empleado, tiene miles de usos útiles. Pero, cuando no se toman las precauciones del caso, sus efectos pueden ser dañosos y, a veces, irreversibles. Lo mismo es cierto con respecto a la vida espiritual. Para disfrutarla al máximo y recibir sus múltiples beneficios, tenemos que conducirnos en ella de la manera que el Señor lo indica. No hacerlo puede causarnos muchas frustraciones, pérdida y derrota espiritual. Jugar con Dios puede ser más peligroso que jugar con fuego. El vínculo de este pasaje (10:1-20) con el anterior (8:1–9:24) está dado por la palabra “fuego” (vv. 1– 2). Cuando Aarón como jefe de la casta sacerdotal presentó todos los sacrificios por él mismo, su familia y el pueblo, como Jehová lo había mandado, la presencia de Dios para bendición se manifestó a través del fuego que consumió enteramente la ofrenda del altar (9:24). Mediante el anterior hecho, quedó demostrada la aprobación que el Señor estaba dando a la ofrenda de Aarón. Este es un ejemplo también del tipo de ofrenda que Dios acepta. [p 38] No obstante, sus dos hijos mayores Nadab y Abiú, vinieron a la presencia de Dios ofreciendo un “fuego extraño, que él nunca les mandó” (v. 1). Una llama venida del cielo consumió la ofrenda, pero también la vida de los dos hijos mayores de Aarón cuyo proceder Dios reprobó clara y definitivamente.

LA OFRENDA DE AARÓN FUE APROBADA (9:24) LA OFRENDA DE NADAB Y ABIÚ FUE REPROBADA (10:2). ¡PENSEMOS! ¿Qué tipo de error cometieron Nadab y Abiú? ¿Podemos cometer errores semejantes los cristianos? ¿Cómo podemos evitarlo? ¿En qué consistió la diferencia entre la ofrenda de Aarón (9:24) y la de sus dos hijos? (10:2) ¿Entre la de Caín y Abel? (Hebreos 11:4) ¿Por qué será tan importante presentar una ofrenda a Dios como él lo requiere? ¿Necesita Dios de nuestras ofrendas? (vea Hechos 7:47–50; 17:24–25) ¿Qué es lo que él ve en el ofrendante? ¿Qué motivos acompañan frecuentemente a lo que presentamos como ofrenda al Señor? ¿Con qué actitud se va a presentar usted ante Dios la próxima vez que le dé algo? Lo que hicieron Nadab y Abiú fue algo que el Señor nunca pidió. Dejaron de hacer lo que Dios mandó por hacer lo que ellos querían. Este es un problema que los cristianos también afrontamos con frecuencia. A menudo, nuestro problema no es que ignoramos la voluntad de [p 39] Dios, sino que no queremos hacerla. Pretendemos que el Rey de gloria se humille y sujete a nuestros caprichos y deseos egoístas.

22 Hay quienes creen que lo que hicieron Nadab y Abiú fue por ignorancia. Pero eso es imposible por la detallada preparación a la que fueron expuestos durante su consagración como sacerdotes (caps. 8–9). Más parece que su actuación fue totalmente premeditada, voluntaria e intencional. Lo que es cierto es que lo que hicieron era algo que Dios, por su carácter santo, no podía aceptar. Este hecho nos enseña varias lecciones positivas y negativas fundamentales acerca de la santidad de Dios y la vida cristiana.

APRENDEMOS CUÁNTO VALE PARA DIOS LA SANTIDAD DE SU MORADA Como una manera de enseñar al pueblo la importancia de conocer su carácter santo, el Señor mantuvo intacta la santidad de su tabernáculo. El santuario era el lugar específico en donde se manifestaba la presencia de Dios (si bien lo trascendía por mucho, pues el Creador no limita su presencia a un solo lugar, Hechos 17:24) en forma de nube o resplandor. Por lo tanto, era una falta grave tratar de introducir y mucho menos presentar, cualquier cosa que no hubiere sido previamente purificada o presentada de acuerdo con sus instrucciones precisas. Nuestro Salvador también defendió la santidad del templo cuando echó del santuario a todos los que habían desvirtuado su función original (Juan 2:13–25; Mateo 21:12–13; Marcos 11:15–18; Lucas 19:45– 46) de servir como casa de oración y adoración a Dios. También condenó la falta de limpieza de los líderes (Juan 2:15–16) y del pueblo (Juan 2:23–25). Sin embargo, con su muerte [p 40] (Juan 2:19), llevó a cabo una limpieza total de pecados en todos aquellos que creen en él (Juan 1:12, 29). De igual manera, el creyente debe cuidar que no entre nada impuro en el santuario de Dios (su propio cuerpo, 1 Corintios 6:19 y la iglesia, entendida como el cuerpo de Cristo, Efesios 2:20–22). Ni presentar ningún tipo de ofrenda o sacrificio sabiendo que su corazón no está limpio delante de Dios (Mateo 5:23– 24).

¿O IGNORÁIS QUE VUESTRO CUERPO ES TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO… Y QUE NO SOIS VUESTROS?… GLORIFICAD, PUES, A DIOS EN VUESTRO CUERPO Y EN VUESTRO ESPÍRITU… (1 CORINTIOS 6:19–20). APRENDEMOS QUE LA FINALIDAD DE LAS LEYES SOBRE LOS SACRIFICIOS Y LA CONSAGRACIÓN DEL SACERDOCIO (CAPS. 1–10) ES CONOCER LA SANTIDAD DE DIOS. La primera sección principal del libro (caps. 1–10) tiene la finalidad de enseñar al pueblo la santidad de Dios. Todos debían vivir a la luz de este concepto, cumpliendo con las ordenanzas y sacrificios estipulados y cuidarse de hacer algo que estuviera en contra del carácter inherentemente santo del Señor. El Altísimo realmente no necesitaba los sacrificios (compárese con Amós 5:21–24; Hechos 17:24–25), ni le hacían falta. Dios no tiene en absoluto vacíos o carencias. Los paganos creían que “saciaban” el apetito de sus dioses con la sangre y la carne de las víctimas, especialmente si éstas eran humanas. En la actualidad existe una creencia similar en la iglesia católica romana. [p 41] También se manifiesta esta creencia en la fiesta que conmemora el día de muertos. Eran los israelitas (y nosotros) los que necesitaban conocer bien la santidad de Dios para que, a través de las lecciones objetivas (acerca de la santidad del Señor) que proveían los sacrificios, pudieran acercarse confiadamente y sin temor a Dios. Si osaren llegarse a Dios sin discernir su santidad, podían sufrir la experiencia de Nadab y Abiú. Cuando Dios afirmó en el v. 3 “me santificaré”, se presenta un significado especial de éste término. Generalmente, el concepto de la santidad de Dios se considera en su forma pasiva, pero no siempre es así.

23 También él se santifica cuando activamente paga a los hombres el salario de sus malas obras (Ezequiel 28:22). Se aprecia que Nadab y Abiú no captaron este tema, lo tomaron a la ligera, o no lo entendieron en su cabal significado. Por eso, Dios afirma que: “en los que se acercan a mí me santificaré” (v. 3). Era muy seria la enseñanza y los deberes encomendados a los israelitas (y también a los cristianos), porque mediante ellos, el Señor demostraba su carácter santo y la exigencia básica de que las personas fueran como él (11:44–45; 19:2; 20:26; 1 Pedro 1:16). Si los individuos no cumplían su mandato (como sucedió aquí), de cualquier modo Dios mantendría intacto su carácter santo. Esta es una lección muy pertinente para los cristianos también. Recordemos que somos responsables de dar cuenta de todos nuestros actos al Padre. Y que hoy, igual que siempre, él quiere que celosamente vivamos de acuerdo a su carácter. De no hacerlo, podemos llegar a lamentarlo. No podemos ir en contra de la santidad de Dios sin sufrir las consecuencias. [p 42] ¡PENSEMOS! Considere la exhortación de San Pedro: “sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 Pedro 3:15). Medite y conteste estas preguntas: ¿Es Cristo el Amo y Señor de su vida? ¿Sus pensamientos, palabras y hechos confirman el señorio de Cristo en usted? No permita que nada domine su ser que no sea el Señor Jesús. Santifíquelo en su corazón y no espere a que Dios se santifique en usted y tenga que separarlo de todo lo que no conviene a su crecimiento espiritual o aun lo prive de todo lo que ahora le importa, incluso su misma vida.

ENTENDEMOS QUE ES MUY IMPORTANTE LA OBEDIENCIA EN EL CUMPLIMIENTO DE NUESTRA FUNCIÓN SACERDOTAL Dios no puede premiar el pecado. Los seres humanos pecamos porque nos rebelamos contra la autoridad de la palabra de Dios sobre nuestra vida. A dicha conducta viciada se le llama desobediencia. Hay varias formas de desobediencia o incumplimiento de la voluntad de Dios:

La desobediencia activa: Es hacer cosas que van abierta y directamente contra la voluntad de Dios (véase el ejemplo de Acán en Josué 7). La desobediencia pasiva: Es cuando entendemos nuestros deberes ante Dios y conscientemente los dejamos de hacer (Santiago 4:17). La obediencia parcial: Sólo cumplimos parte de la voluntad de Dios o aquellas cosas que convienen a nuestra naturaleza pecaminosa, haciendo a un lado las esenciales (el caso de Saúl, 1 Samuel 15:10–22). La obediencia aparente: Cuando cumplimos externamente los deberes religiosos, pero no hay en el corazón convicción genuina de agradar a Dios (el fariseísmo condenado por Jesús, Mateo 23:27). [p 43] La obediencia tardía: Hacemos lo que Dios quiere, pero fuera del tiempo idóneo (Esaú fue tardo en entender la voluntad de Dios, Hebreos 12:16–17).

La desobediencia “inocente”: Decimos que actuamos mal por ignorancia (de la ley, personas, o circunstancias, o por yerro involuntario). Aunque es posible que uno ofenda a Dios o al prójimo inconscientemente, como lo hizo Pablo en algún momento de su vida (1 Timoteo 1:12–13), normalmente no es así. Además, la ignorancia de la ley no nos exime de la responsabilidad por nuestros actos. La desobediencia deliberada: Es cuando por falta de voluntad, fe, o por engañarse a uno mismo, se incumple la voluntad de Dios (el caso del profeta Jonás). A menudo se manifiesta cuando nos excusamos diciendo “es que no pude evitarlo” o “no me quedaba otra salida” o “era lo mejor para todos”. Una forma aún más ingrata de este tipo de desobediencia es cuando se responsabiliza a otros por algún pecado cometido (por ejemplo, cuando Adán cobardemente culpó a su mujer por su pecado, Génesis 3:12).

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¡PENSEMOS! Reflexione e identifique las áreas de su vida en las que le cuesta más someterse a la voluntad de Dios. Considere ahora 1 Corintios 10:13. Muchas de las áreas donde fallamos en obedecer a Dios son pruebas mal manejadas o luchas con el pecado en las que no hemos salido victoriosos. Comience orando. Levántese temprano cada día y antes que nada, ore y pídale a Dios la victoria y la salida para cada una de las pruebas y tentaciones que batallan contra su alma y que le acecharán ese día. Luego escriba en una tarjeta Gálatas 5:16– 25 y Efesios 4:17–22. Porte consigo esa tarjeta y [p 44] leála cada vez que la tentación lo aceche e incite a pecar. Luego decida bien y aléjese del pecado.

LA NECESIDAD DE MANTENERSE PUROS A PESAR DE QUE OTROS CAIGAN Después de su pecado, Moisés no le pidió ni a Aarón ni a los hijos de éste que retiraran los cadáveres de los infractores, sino a sus primos Misael y Elzafán (vv. 4–5). Una de las exigencias de la ley era no tocar ningún cuerpo muerto de persona o animal, so pena de quedar contaminados y excluidos temporalmente de la congregación israelita, para lo cual debían purificarse antes de volver a ingresar a ella. El sacar los dos cadáveres fuera del campamento era oprobioso y señal clara de que los dos individuos habían pecado (10:4–5; 24:23). Existe una semejanza de este hecho con Levítico 16:27 (Hebreos 13:11– 13), donde se enseña que lo que quedaba de una víctima ofrecida en expiación (que de manera simbólica “cargaba” el pecado del pueblo), debía ser sacado del campamento y quemado. Aarón y sus hijos no debían demostrar duelo por la muerte de sus familiares (v. 6). Esto era así para confirmar que Dios estaba en lo correcto al haberlos matado. Además, puesto que no debían tener contacto con nada relacionado con el tema de la muerte (21:1), debían dejar a otros hacerse cargo del funeral. Esta reacción no debe considerarse inhumana. Una forma de mantenerse puro es apoyar todo lo que Dios hace para confirmar o proteger su santidad. Aunque no nos guste, o no estemos de acuerdo con él en un principio, con el tiempo nos daremos cuenta de lo sabias que son las decisiones del Señor. Los sacerdotes tampoco tenían autorización divina para salir del tabernáculo a endechar o mitigar la pena (v. 7). El pueblo sí debía expresar duelo (v. 6b). [p 45] De no obedecer las dos anteriores indicaciones, Aarón y los hijos que le quedaban correrían la misma suerte de Nadab y Abiú. Una razón de esta orden es “por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros” (v. 7, compárese con 21:10–12). Aparentemente, si salían del tabernáculo en ese momento, estarían lesionando o invalidando en alguna manera su unción o consagración para el ministerio sacerdotal. Dios quería que permanecieran en su lugar y siguieran haciendo sus tareas habituales. Los eventos que rodearon a la muerte de Nadab y Abiú, además de ser un ejemplo de lo que los creyentes no debemos hacer, nos deja valiosas lecciones. Muchas personas (y los mismos creyentes) pretendemos justificar nuestro mal proceder ante Dios diciendo: “errar es humano”; “todos nos equivocamos alguna vez”; “nadie es perfecto”; “al mejor cocinero se le va un tomate entero”; etc. Todas estas son excusas que de poco sirven para justificar nuestra conducta errónea delante de Dios. El creyente sabio, que entiende el valor de mantenerse puro (2 Corintios 7:1; 1 Corintios 10:12; 1 Timoteo 5:22), no procede así. Aarón y los hijos que le sobrevivieron, entendieron bien la lección. Comprendieron lo que implicaba su servicio al Señor de los ejércitos. Esta historia nos enseña además que pertenecer a un hogar cristiano o a una familia pastoral no nos da ninguna ventaja ante Dios. Los hijos de Aarón tenían el privilegio de pertenecer a la familia encargada del ministerio y culto israelita. No obstante ellos, igual que nosotros los cristianos, somos igualmente responsables de hacer lo que agrada a Dios, ser buenos mayordomos de nuestros deberes y portarnos como discípulos obedientes. Si no lo hacemos, podemos echar a perder nuestras vidas.

25 [p 46] LA CARACTERÍSTICA COMÚN DE TODOS

LOS HOMBRES Y MUJERES DE FE ES LA OBEDIENCIA A DIOS. LA DE LOS IMPÍOS, LA DESOBEDIENCIA. ¿CUÁL LA CARACTERIZA A USTED? NUESTROS PECADOS OFENDEN A DIOS, LESIONAN NUESTRA COMUNIÓN CON ÉL Y EL TESTIMONIO Y VIDA DEL PUEBLO DE DIOS Es bastante claro en el relato, que el pecado es algo intolerable para el Señor. El siervo de Dios (y todo creyente) no debe dudar ni por un instante que el pecado es un atentado contra la santidad del Rey soberano y que no quedará sin consecuencias. La transgresión de Nadab y Abiú provocó que Jehová se santificara (v. 3). Esta expresión en ciertos casos se usa en la Biblia para dar a entender que el Altísimo exalta su carácter santo a través del juicio y destrucción del mal (en este caso evidenciado por la muerte de dos individuos, Ezequiel 28:22; 38:22–23). A veces, las consecuencias del pecado pueden provocar daños irreversibles en nuestras vidas. Dios también nos enseña que el pecado es un mal comunitario. Es decir, afecta a todos los que nos rodean y especialmente a la obra del Señor y la iglesia. Además, lesiona el testimonio y vida del pueblo de Dios porque la ira divina (expresada en su justicia, Romanos 1:18) puede caer sobre toda la comunidad si no se erradica el mal (Josué 7; Apocalipsis 2:5).

LA SANTIDAD NO PROVIENE DE CUMPLIR RITOS, SINO DE MANTENERSE PURO EN LA VIDA CRISTIANA Poco después del incidente, Moisés se acercó a los hijos de Aarón que le quedaron, Eleazar e Itamar para [p 47] preguntarles por qué no habían comido la porción del sacrificio de expiación (que era la ofrenda específica por la culpa y el pecado, v. 16) como correspondía (compárese con vv. 12–15). En otras palabras les dijo: ¿Por qué no siguieron cumpliendo con sus obligaciones? ¿Por qué no siguieron haciendo el ritual establecido de comer la porción que por derecho les pertenecía? Su padre Aarón contestó por sus hijos diciendo: “Hoy han ofrecido su expiación… delante de Jehová; pero a mí me han sucedido estas cosas, y si hubiera yo comido hoy del sacrificio de expiación, ¿sería esto grato a Jehová?” (v. 19) En otras palabras: Aarón y su hijos voluntariamente dejaron de comer la parte del sacrificio que les correspondía, lo cual no era penado. Además, entendieron que Dios no se agradaba tanto de cumplir el ritual (en este caso comer de la ofrenda de expiación) como de que mantuvieran intacta la santidad en sus vidas (1 Samuel 15:22). De la misma forma, el creyente debe mantenerse fiel a Dios, alejándose de todo tipo de contaminación física y espiritual; promoviendo así la santidad en su vida (2 Corintios 7:1).

EL PROPÓSITO PRINCIPAL DE ESTA HISTORIA ES ENSEÑAR AL PUEBLO DE DIOS LA DIFERENCIA ENTRE LO QUE AGRADA AL SEÑOR Y LO QUE NO (ENTRE LO SANTO Y LO PROFANO) Los vv. 10 y 11 contienen la enseñanza medular de este pasaje. Es evidente que al ofrecer fuego extraño, Nadab y Abiú no solamente cometieron un error técnico en la observancia del ritual que eran responsables de llevar a cabo. Habían cometido un fallo en distinguir entre “lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo”. En otras palabras, habían perdido de vista “los estatutos que Jehová les había dicho por medio de Moisés” (compárese con 11:46–47; 20:24–25). Esta fue pues, la causa básica, la raíz de su problema; no supieron o no quisieron distinguir entre lo santo y lo profano. [p 48] Había un conflicto espiritual no resuelto en ellos, conflicto que los llevó a la tumba. Y es que, al fin y al cabo, lo que a Dios más le interesa, es la condición espiritual de los suyos. La buena o mala, saludable o enferma vida espiritual del hijo de Dios, determina todo lo demás. Incluso su misma existencia.

NADAB Y ABIÚ OFRECIERON “FUEGO EXTRAÑO” PORQUE HABÍA ALGO “EXTRAÑO”

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EN SUS CORAZONES. No obstante, debe entenderse que para el israelita los sacrificios eran sólo un medio conducente hacia el fin principal, que es conocer la santidad de Dios. Muchas veces, los cristianos llegamos a creer que los ritos o costumbres son el fin de la vida espiritual, pero debemos darnos cuenta de que solamente son caminos alternos para llegar a la finalidad principal de nuestras vidas: ser agradables a Dios. El error de Nadab y Abiú resultó trágico en sus vidas. A pesar de que ellos eran responsables de enseñar la ley al pueblo (v. 11; Deuteronomio 33:8–11) y de dar ejemplo vivo de obediencia a la nación, habían fallado. Por eso, Dios los juzgó. ¿Qué podemos esperar los cristianos si no damos un ejemplo diáfano de obediencia a nuestro Padre celestial? El mensaje para el pueblo era delicado, pero muy claro, Dios había castigado a dos de sus siervos por no cumplir sus ordenanzas. El pueblo también era responsable de agradar a Dios observando sus mandamientos por su propio bien. De no hacerlo, sufriría las mismas consecuencias que Nadab y Abiú. Este tema de saber distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo que agrada y lo que no agrada a Dios, es la diferencia entre vivir [p 49] una vida de santidad y felicidad o quedar expuesto a las dañosas consecuencias del pecado.

¡PENSEMOS! Haga una breve autoevaluación de su vida; luego responda: ¿cómo está su conocimiento da aquello que agrada o desagrada a Dios? ¿Distingue siempre la diferencia entre esos dos temas? ¿Tiene falta de sabiduría para tomar decisiones o hacer cosas que afectan su vida espiritual? Pida a Dios sabiduría para que le enseñe a agradarlo cumpliendo su santa voluntad (Santiago 1:5; Salmos 1; Proverbios 4:5–6). [p 50] (pag. en blanco)

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4 La importancia de la pureza [p 51]

Levítico 11:1–47 El Señor bendijo nuestro matrimonio con cuatro hijos. Podemos decir sin vanagloria que en Cristo hemos formado un hogar feliz. Una de las cosas que más nos ha preocupado es no dejar al azar, o como algunos hacen, a la competencia exclusiva de la escuela, la formación de nuestros hijos. Desde pequeños Berna, Irene, Juan Luis e Ismael han aprendido la importancia de cuidar muchos aspectos de su pureza personal. Aunque hemos tenido diferente responsabilidad con cada uno de ellos, hemos seguido un mismo patrón, comenzando con la formación de las reglas elementales de higiene como: lavarse las manos, los dientes, mantener una apariencia pulcra, comer alimentos nutritivos, comportarse correctamente dentro y fuera de casa, respetar a sus mayores, observar horarios estrictos de descanso, juego y trabajo, etc.; hasta llegar a los temas más complejos de su vida moral y espiritual. La disciplina física (vara de corrección) también forma parte de esta preparación. Y cuando creíamos haber terminado la dura tarea, nos encontramos con que los tenemos que formar en el tema más complicado pero necesario: mantener la pureza moral y espiritual. Sobre esto no podemos tener todo el [p 52] control sobre sus vidas, pero con la enseñanza de la palabra de Dios les hemos orientado para que hagan su mejor decisión: amar a Dios por sobre todas las cosas y honrarlo con su conducta. Aunque muchas veces encontramos oposición en nuestros hijos para que cumplan con las reglas del hogar, no nos rendimos. Gradualmente encontramos la manera de fijar en ellos la convicción de que dichas normas no fueron establecidas a capricho de nadie, sino para bien de ellos. Dios nos instruye de similar forma en Levítico 11–16. Primero, nos enseña la importancia de la pureza en aspectos prácticos de la vida como la alimentación, la higiene del cuerpo, la obediencia a las normas establecidas, la conducta irreprochable, etc. Luego, y en forma progresiva, llega al punto más importante, a saber, cómo conseguir la pureza espiritual que se enseña en forma diáfana en la descripción del día de expiación (cap. 16). De hecho, la base de la enseñanza de toda la segunda sección principal del libro (caps. 11–27) se presenta en 10:10–11 (compárese con 11:46–47; 20:24–25): “para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos lo estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés”. Una aclaración es necesaria. Lo que se considera limpio o puro es todo aquello que se puede acercar y ofrecer a Dios; lo que cumple los requisitos para ser presentado a él. Lo inmundo es todo aquello que no reune los requisitos para traerlo ante el Señor, y lo que nos aleja de él.

ES PURO TODO AQUELLO QUE NOS ACERCA A DIOS E INMUNDO TODO LO QUE NOS ALEJA DE ÉL. [p 53] Discernir entre lo inmundo y lo limpio es una responsabilidad que también tiene el pueblo cristiano. Debemos conocer la ley de Dios para saber la diferencia que hay entre lo que le agrada y lo que no (Efesios 5:3–12; 1 Tesalonicenses 3:13; 4:3). En Romanos 7:12, 14, 16 el apóstol Pablo afirma: “De manera que la ley a la verdad es santa… es espiritual… es buena”, dando a entender que no lo es sólo en su naturaleza, sino que la ley sigue vigente en su aspecto ético para la iglesia de nuestros días (a excepción de los rituales que fueron cumplidos por Cristo). Las detalladas instrucciones que contienen los caps. 11–16 de Levítico abarcan temas importantes de la vida. Van desde las leyes dietéticas hasta las instrucciones precisas para la purificación espiritual que se

28 llevaba a cabo en el día de la expiación. Todo lo que Dios enseñó por medio de Moisés en la ley, era parte del entrenamiento (discipulado) que debía recibir el pueblo israelita. El fin era que conocieran el carácter santo del Señor y que aprendieran a llevar una vida de santidad consagrada en cuerpo y alma a su Rey soberano.

EL SEÑOR NOS ENSEÑA A VIVIR EN SANTIDAD PROGRESIVAMENTE; VA DESDE LOS TEMAS BÁSICOS DE LA VIDA HASTA LOS MÁS COMPLEJOS, AQUELLOS QUE INFLUYEN EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL.

LEYES DIETÉTICAS 11:1–47 Dios, en su infinita sabiduría, orientó a su pueblo para cuidar hasta de los más mínimos detalles de la [p 54] vida. En este pasaje, les instruye para que supieran qué tipo de alimentos debían consumir y cuáles no. También hay enseñanza en cuanto a cómo debían comerlos. El Señor quería enseñar al pueblo cuatro cosas: 1. Lo que convenía a la santidad de Dios y lo que no. 2. Lo que avanzaría la santificación de los miembros del pueblo de Dios y lo que no. 3. Lo que necesitaban saber para mantenerse separados de las prácticas idolátricas e insalubres de los paganos. 4. Cómo podían cuidar su salud física y espiritual. Aunque estas leyes son de carácter ceremonial, sirven al propósito de que el pueblo conozca el carácter santo de Dios y que viva conforme al mismo. No constituían un fin en sí mismas, sino que eran un medio para que conocieran la santidad de Dios. Un segundo mensaje puede estar presente, y es el de cuidar la salud de los israelitas, privándolos de comer animales que pudieran ser nocivos para la salud. Lo que para Israel era una ley, para la iglesia es un principio de mayordomía personal. Un aspecto de ésta es cuidar escrupulosamente de nuestra salud y hábitos alimenticios. No debemos comer en exceso ni en forma indiscriminada; tampoco por mero placer. Tenemos que vigilar lo que entra en nuestro cuerpo; los alimentos deben ser sanos y de comprobada nutrición. La lista de animales prohibidos se divide en cuadrúpedos, acuáticos, aves, insectos y “animales que se mueven sobre la tierra”. La descripción que se hace de ellos era para que los israelitas identificaran las especies que no se debían comer y cuidaran el habitat, evitando matarlas por placer. También incluye la instrucción divina para que no imitaran las costumbres de otras naciones paganas que comían toda clase de animales inmundos, especialmente el cerdo. [p 55] Animales puros e impuros 11:1–23

Animales inmundos. La clasificación incluye a los cuadrúpedos que rumian (mascan sus alimentos varias veces) pero no tienen pezuña hendida como el camello, el conejo y la liebre, además de los que tienen pezuña hendida pero que no rumian como el cerdo (11:4-7). También se incluye en esta lista a todos los que andan sobre sus garras (11:27). De los animales acuáticos se prohibe comer aquellos que no tienen ni aletas ni escamas, entre los que se cuentan la anguila, el cangrejo, la ostra, el pulpo, la langosta, el delfín etc. (11:10-11). De las aves se proscriben las especies rapaces (que comen carne o carroña) como el águila, el quebrantahuesos, el azor, el gallinazo, el milano, el cuervo, la lechuza, el gavilán, el búho y el buitre (quizá debido a que algunas de esas especies se alimentan de carne putrefacta, podían transmitir enfermedades a las personas que las comieran). Asimismo, las aves zancudas como el avestruz, el ibis, el calamón, la cigüeña y la garza; ciertas aves acuáticas como la gaviota, el somormujo y el pelícano. Otras

29 que se alimentan de insectos como la abubilla y el murciélago (que estrictamente no es un ave, pero que se comporta como tal, 11:13–19). Por lo que hace a los insectos, están prohibidos todos aquellos que son alados y que andan sobre cuatro o más patas (11:20-23). Una variedad de animales que se distinguen únicamente porque “se mueven sobre la tierra” incluye a la comadreja, el ratón, la rana, el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón (11:29-30). La lista termina con los reptiles, que andan sobre su pecho, que se arrastran sobre la tierra y los que tienen cuatro o más patas (11:41-42).

Animales limpios. De acuerdo con la información de Levítico 11 y Deuteronomio 14:13–21, se podía comer el [p 56] buey, la oveja, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el carnero montés (Deuteronomio 14:4–5). Los animales de pezuña hendida y que rumian se incluyen en esta lista (Levítico 11:3; Deuteronomio 14:6). De la fauna marina, eran permitidos todos aquellos que tienen aleta y escama (Levítico 11:9; 14:9). Así como toda ave limpia, excepto la lista de 20 (11:13–19) que aparece en la categoría de aves inmundas (Deuteronomio 14:11). Y: “todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas… para saltar” como la langosta (véase la dieta de Juan el Bautista [Mateo 3:4]), el langostín, el argol y el hagab (Levítico 11:21–22). La ciencia ha descubierto que la proteína de estos animales es más adecuada para el metabolismo humano y la conservación de la salud. También se sabe que poseen menor porcentaje de grasas saturadas y toxinas causantes de muchos trastornos, especialmente las enfermedades del corazón.

¡PENSEMOS! ¿Podemos honrar a Dios en cosas tan “poco espirituales” como comer? ¿Será importante cuidar nuestra salud comiendo sólo alimentos saludables para avanzar los propósitos de Dios en nuestra vida? Si bien es cierto que no es “lo que entra en la boca” lo que contamina al hombre (Mateo 15:11), ni Dios nos juzga por lo que comemos (Romanos 14:1–3; 1 Corintios 8:8), también es cierto que “no todo conviene” (1 Corintios 10:23) ni debemos dejarnos dominar por ningún apetito carnal (1 Corintios 6:12). Considere aspectos de su vida como la alimentación, higiene y cuidado personal y pregúntese si glorifican a Dios y son dignos de un cristiano verdadero. [p 57] Instrucciones para purificarse 11:24–40 La enseñanza de este pasaje tiene el propósito de indicar la forma en que una persona que violare alguna de las instrucciones de 11:1–23 podía purificarse y quedar libre de la inmundicia Primero se establece que “cualquiera que tocare cuerpo muerto” de los animales mencionados, quedaría inmundo “hasta la noche” (11:8, 11, 12, 23, 27, 28, 31) y para purificarse debía permanecer todo el día al margen del santuario, de las personas no contaminadas y de las actividades religiosas. Debía lavarse a sí mismo y sus vestidos y limpiar todo aquello que hubiere quedado expuesto a la contaminación. De la misma manera, todos los objetos, utensilios o alimentos que tuvieran contacto con animales inmundos, quedaban contaminados (11:32-38) y debían lavarse. Si una vasija de barro fuera contaminada, debía destruirse y no bastaba con lavarla (11:33). Siendo un pueblo beneficiario de la salvación y la vida espiritual, Israel (y también la iglesia) no deben tener contacto con nada que le contamine y estorbe su comunión con Dios. Ya que tenemos vida nueva, debemos evitar identificarnos con la muerte, sea física o espiritual.

30 La lista de instrucciones incluye qué hacer con los depósitos de agua, semillas, hornillos y otros enseres. La fuente y la cisterna donde se depositara agua no se contaminarían, porque se entiende que el suministro constante de agua dulce las mantendría limpias. Era posible que una persona se contaminara por tocar el cadáver de un animal de los considerados limpios; que había muerto por enfermedad o accidente o por sacrificarlos en manera inadecuada (11:39). Aún así, debía purificarse. [p 58] MANTENGA SU CUERPO LIMPIO

DE TODA CONTAMINACIÓN, PERO SOBRE TODO, SU ESPÍRITU. ¡PENSEMOS! Vivimos en una época en que uno de los valores negativos que más influyen en la gente es el consumismo. Tenemos cosas que llenan ciertas necesidades, pero consumimos muchas otras sólo porque las deseamos. Cuidado de no dejarnos llevar por ninguna pasión desmedida o dejarnos controlar por nuestro vientre (Filipenses 3:18–19). El cristiano que es autocomplaciente cambia sus convicciones fácilmente (Deuteronomio 6:10–12). El diablo es experto en manipular a la gente mediante el tema de la comida y cualquier cosa codiciable para el hombre (Génesis 3:4–6; Mateo 4:1–4).

Base de las leyes dietéticas 11:41–47 La razón principal de la observancia de todos estos ritos era Dios mismo: “yo soy Jehová vuestro Dios” (v. 44). La vida debe conformarse al carácter de Dios hasta en sus más mínimos detalles. No hacerlo significa negar su soberanía sobre nuestras vidas y su carácter santo. La obediencia a la palabra de Dios es la única evidencia segura del carácter santo de un cristiano. Por eso, Dios afirma: “seréis, pues santos, porque yo soy santo, así que no contaminéis vuestras personas…” (11:45). El cristiano se santifica siendo obediente y cumpliendo todos los detalles de la voluntad del Señor en su vida. En su gran sabiduría, Dios nos instruye con toda claridad acerca de lo que le agrada y lo que no. Lo que [p 59] avanza su voluntad en nuestras vidas y lo que la atrasa. Lo que da testimonio fehaciente de su carácter santo y lo que lo ensucia. El creyente entendido de estas cosas será capaz de discernir la diferencia entre lo que conviene y lo que no contribuye a los propósitos santos que el Señor tiene para su vida (11:47). Nótese que una evidencia clara de la madurez cristiana es la capacidad de distinguir y separar lo bueno de lo malo. Este es un aprendizaje y una labor que ocupa toda la vida del creyente. Como hijos de Dios, somos responsables de vivir bajo un nuevo sistema de valores en el que destaque nuestra devoción a él y la conformación a su santidad. Así como los israelitas ya no estaban en Egipto (11:45) y no debían practicar los valores de un sistema decadente y pecaminoso, los cristianos ya no pertenecemos al viejo sistema mundano de valores contrarios a la santidad de Dios. Nuestra misión aquí y ahora es exaltar las excelencias del Dios que nos sacó de las tinieblas y la inmundicia del pecado para vivir en santidad y para dar testimonio de la verdad (1 Pedro 2:9). La fidelidad en cumplir las disposiciones más básicas de la vida que Dios exige, nos capacitará para realizar las más complicadas, las que se refieren a nuestro carácter moral y vida espiritual.

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LA VERDADERA PUREZA CONSISTE EN MANTENERNOS ALEJADOS DE LAS CONTAMINACIONES Y VICIOS DEL MUNDO Y SOCORRER A LOS NECESITADOS (SANTIAGO 1:27). [p 60] ¡PENSEMOS! Considere el ejemplo del profeta Daniel (Daniel 1:1–21). Él fue un hombre sabio que supo discernir muy bien entre lo que agradaba y lo que no agradaba a Dios. Le dio a las cosas materiales y a las espirituales su justa importancia. Aunque no tenemos las mismas exigencias en cuanto a la restricción de ciertos alimentos como los israelitas, debemos tratar ese tema y cualquier otro de nuestra vida con la sabiduría que caracterizó a Daniel. Es necesario considerar siempre, no importa lo que hagamos, que debemos honrar a Dios, edificar a su iglesia y conformarnos a su carácter santo (1 Corintios 10:31–33).

32 [p 61]

5 Una vida limpia Levítico 12:1–15:33 Según la enseñanza de Levítico, algunas formas en que se incurría en impureza no eran necesariamente pecaminosas. En los caps. 12–15, tenemos varios ejemplos de esto. El parto no es en ninguna forma algo pecaminoso. No obstante, Dios exigía que la mujer se purificara, pues mientras no lo hiciera, no podría participar en el culto israelita, ni acercarse al tabernáculo (cap. 12). La misma restricción se aplicaba a todo tipo de impurezas (15:31), así como a ciertas enfermedades contraídas involuntariamente, como la lepra (caps. 13–14) u otros trastornos físicos (cap. 15). Todos estos ejemplos nos dan una idea más clara y justa de lo que Dios considera puro o impuro.

PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJO 12:1–4 Según esta ley, después de dar a luz, la mujer quedaba impura por siete días (12:2). No se explica en qué consistía la impureza. Hay quienes creen que era un recordatorio de la transmisión del pecado al recién nacido. Otros, que el organismo de la mujer necesita cierto tiempo para desechar los restos de flujo, sangre o placenta que, alojados en el cuerpo, son impuros. Ambas cosas pueden ser ciertas, ya que la ley mosaica da mucha [p 62] importancia a la pureza e integridad del cuerpo humano. Por eso, el creyente debe mantenerse puro. Al octavo día después del período de impureza, el niño debía ser circuncidado. La circuncisión era la señal del pacto abrahámico (Génesis 17:1–2, 10–15) y la identificación de que un individuo pertenecía a la descendencia de Abraham y al pueblo escogido de Dios. Otros treinta y tres días debían transcurrir para completar la purificación. Durante ese tiempo, la mujer debía abstenerse de tocar toda cosa santa y de ir al santuario (12:4). Hay que entender que todo el período de purificación de la mujer servía también como una especie de dieta o cuarentena para que convaleciera y se recuperara del parto. Es conveniente que la mujer guarde un período de reposo para ayudarla a restablecer su cuerpo y sus funciones normales antes de reintegrarse al trabajo. Se advierte en toda esta enseñanza acerca del cuidado y purificación de la madre y su prole, el interés que Dios, en su infinita sabiduría, tiene de la salud reproductiva de la mujer. En estos días en que la maternidad se subestima tanto, ¡es maravilloso saber que el Señor diseñó todo esto para proteger a la madre! Dios es el experto más grande en el tema de la descendencia. En tiempos antiguos, tener hijos era la realización máxima de la mujer y de toda la familia. El parto era visto como un acontecimiento feliz. Lo contrario, el no tener descendencia (Oseas 9:14) o ser estéril (Génesis 30:2), se consideraba señal segura de maldición divina. Obviamente esto no siempre fue así, porque algunas mujeres piadosas como Sara (Romanos 4:18–19), Ana (1 Samuel 1:2; 2:5), y Elisabet (Lucas 1:7) fueron estériles por largo tiempo. Con frecuencia, las promesas de bendición divina estaban relacionadas con la descendencia (Génesis 17:6–8; Oseas 1:10; Deuteronomio 30:9). [p 63] EL SEÑOR SE GOZA DE LA DESCENDENCIA

DE TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA, ESPECIALMENTE LA DE HOMBRES Y MUJERES PIADOSOS, LIMPIOS DE CORAZÓN. PURIFICACIÓN POSNATAL DE HIJA 12:5

33 Cuando la mujer paría una niña, el tiempo de impureza y de purificación era exactamente el doble, catorce y sesentaiseis días respectivamente. No se explica en el pasaje por qué era así. Pero todas las provisiones de Dios son perfectas y para el bien de la persona.

INSTRUCCIONES PARA PURIFICARSE 12:6–8 Los sacrificios requeridos para la purificación de la mujer eran el holocausto y la expiación (que era una ofrenda por el pecado). Este último no se exigía porque se considerase el parto pecado, sino porque era un sacrificio convencional de los pecados para todo el que se acercara al tabernáculo, incluso para los sacerdotes. Era menester ofrecer sacrificios expiatorios a menudo y el sacrificio expiatorio por excelencia que se hacía cada año se describe en Levítico 16. Cuando la familia era pobre, podía presentar su ofrenda acogiéndose al privilegio de los que tenían recursos limitados (12:8). En tal situación se podían presentar dos tórtolas. Este fue el caso de María, la madre del Señor Jesús (Lucas 2:24).

¡PENSEMOS! Es muy interesante notar el cuidado del Señor por la mujer y su maternidad. Los seres humanos debemos agradecerle la bendición [p 64] y protección con que nos ha sustentado desde que nacimos. En estos tiempos en que se promueve el aborto, la violencia contra la mujer, el hogar y la sana doctrina, debemos recuperar los valores bíblicos que exaltan la maternidad, la pureza del matrimonio y la fe en Dios. El cristiano debe apoyar todo esfuerzo encaminado a conservar la vida y desalentar la práctica del aborto. Para los esposos cristianos, el cuidado adecuado de su mujer y su maternidad es prueba de su fiel mayordomía. Además, y por encima de todo, deben compartir la vida espiritual que poseen, evangelizando a los suyos y a los perdidos y discipulando a los hermanos.

LEYES ACERCA DE LA LEPRA CAPS. 13–14 Otra forma de impureza era la lepra. No debe pensarse que las reglas para el tratamiento de este problema se referían únicamente a lo que hoy se conoce como lepra (mal de Hansen). Más bien, abarcaban una gran variedad de enfermedades o erupciones de la piel (tales como el divieso [13:18]; la tiña [13:30]; hinchazón… erupción…mancha blanca [14:56]; las asociadas con quemaduras [13:24]; o ciertas formas de calvicie [13:42–44]). La piel es uno de los órganos más resistentes del cuerpo, pero también el más expuesto a enfermedades, de allí la importancia de estas leyes. Recuérdese que para Dios es vital la salud e integridad tanto física como espiritual, de sus hijos. La lepra era más que un padecimiento, era un estigma social que excluía a los que la padecían de la convivencia normal con el resto de la población (13:46; Números 5:2). Se consideraba también una maldición divina o símbolo de pecado o rebeldía contra Dios (Números 12; 2 Crónicas 26:16–21; Isaías 1:6; Salmos 51:7). [p 65] DIAGNÓSTICO DE LA LEPRA 13:1–59 Las erupciones cutáneas descritas no siempre eran consideradas trastornos que hacían impura a la persona, ya que algunas eran inmundas (vv. 3, 11, 15, 20, 25, 27, 30, 36, 44) y otras no (vv. 6, 13, 17, 23, 28, 34, 37, 40, 42). El sacerdote determinaba la diferencia inspeccionando la piel del afectado y, a veces, recluyéndolo temporalmente para luego volver a observarlo. A los que padecían de calvicie natural se les consideraba limpios (v. 40), así como a quienes sufrían de quemaduras que hubieren sanado bien aunque dejaran cicatriz (v. 28).

CONDICIÓN DEL LEPROSO 13:45–46

34 Una situación muy penosa para el enfermo de lepra era que tenía que pregonar su padecimiento para que nadie lo tocara e impedir que se contaminara. También se advierte que no podía mantenerse dentro del campamento, tenía que salir todo el tiempo que durara su enfermedad. Esta situación, desagradable pero necesaria, hacía del leproso el tipo de persona de menor estima en Israel. En la Biblia se relata que ciertas personas fueron curadas de lepra (2 Reyes 5:10–14; Lucas 17:11–19) y que también experimentaron una transformación espiritual. Como la lepra, el pecado en cierta manera vuelve inmundo al cristiano. La Escritura nos exhorta a no mancharnos con el pecado (2 Corintios 6:17) y limpiarnos de la malicia y todo aquello que afecte nuestra vida espiritual (1 Corintios 5:7–8).

¿QUIÉN SUBIRÁ AL MONTE DE JEHOVÁ? ¿Y QUIÉN ESTARÁ EN SU LUGAR SANTO? EL LIMPIO DE MANOS Y PURO DE CORAZÓN… (SALMOS 24:3–4) [p 66] LIMPIEZA DE LA LEPRA 14:1–57 En esta sección vemos tres propósitos: 1.

Aprender a identificar a una persona inmunda debido a la lepra.

2.

Explicar cómo se purifica alguien que ha sanado de lepra.

3.

Enseñar al pueblo la diferencia entre lo inmundo y lo limpio. Este es el propósito de esta sección de Levítico (caps. 11–16; compárese con 10:10 y 11:47). El ritual para purificarse era muy minucioso. Requería dos aves, una de las cuales se inmolaba como símbolo de la purificación y la otra se soltaba como símbolo de la nueva libertad que experimentaba la persona que había quedado limpia de la lepra (vv. 4–7); después, debía afeitarse y lavarse (vv. 8–9). Finalmente, era responsable de presentar una ofrenda expiatoria por la culpa, un holocausto y una oblación (vv. 12–13, 21, 31). Un aspecto interesante de la enseñanza de este pasaje es que se podía diagnosticar lepra en una casa (algo parecido a una plaga v. 35; también en 13:47–59 se hace referencia a lepra en la ropa). En tal caso, el sacerdote podía mandar retirar las piedras o raspar las paredes interiores de la casa infectada (vv. 40– 41) o hasta derribarla (vv. 43–45) si era necesario. Lo anterior nos enseña cuán importante es para Dios la pureza e higiene de su pueblo, ya que tomaba en cuenta incluso el mantenimiento de las propiedades. ¡Cuánto más importante será para los cristianos mantener la pureza en nuestra vida física y espiritual! Cualquier persona que entrare en alguna casa con lepra o que tuviere contacto con ella, quedaría inmundo y debía purificarse (vv. 46–49). La mayordomía del cristiano debe guiarle a mantener limpio su espíritu, su cuerpo, su casa y todo lo que Dios ha encomendado a su cuidado. [p 67] TEN PIEDAD DE MÍ, OH DIOS

CONFORME A TU MISERICORDIA; CONFORME A LA MULTITUD DE TUS PIEDADES BORRA MIS REBELIONES. LÁVAME MÁS Y MÁS DE MI MALDAD, Y LÍMPIAME DE MI PECADO (SALMOS 51:1–2).

35 Sin embargo, no todo terminaba allí, también era necesario ofrecer sacrificios por la purificación de la casa, pues no podía ser habitada a menos que estuviera limpia (vv. 49–53). Al leer estas líneas, no nos debe quedar la menor duda del interés que Dios tiene en su pueblo y de su exigencia de que éste ande en pureza.

¡PENSEMOS! En el mundo antiguo, la lepra era quizá la manifestación más evidente de inmundicia de una persona. La gente simplemente evitaba el más mínimo contacto con cualquiera que la padeciera. El pecado es también la evidencia de un espíritu que no está limpio delante del Señor. Los creyentes debemos repudiarlo con la misma intensidad que la lepra. Y gozarnos de que el Señor nos limpia perfectamente cuando confesamos nuestro pecado (1 Juan 1:9).

PUREZA SEXUAL 15:1–33 Las indicaciones para la atención de trastornos e higiene de los órganos sexuales son muy importantes. En el caso de las secreciones del hombre, se divide en dos. El [p 68] primer caso (vv. 2–15) se refiere a una enfermedad de los órganos sexuales. Después de restablecerse, la persona debía presentar un sacrificio por el pecado y un holocausto (v. 15). El segundo se refiere a una emisión natural de semen que se diera en forma espontánea o por relación sexual con mujer (vv. 16–18). En tal caso, el hombre debía bañarse y lavar sus ropas o cualquier cosa sobre la que el semen hubiere caído. La esposa debía purificarse también. No se exige en ninguno de los dos casos la presentación de ofrendas, debido a que son actos naturales. En la Biblia, el sexo dentro del matrimonio se considera como algo natural y como un deber de los cónyuges (1 Corintios 7:3); jamás se refiere a él como pecado. Más bien, puede ser factor de prevención de éste, cuando se practica dentro del matrimonio y como Dios manda (1 Corintios 7:2; 5). Cuando la mujer tuviere flujo de sangre normal (“menstruo” vv. 19–24) debía purificarse junto con todas las cosas sobre las que se hubiere acostado o sentado (v. 20, 22). Quienes tocaran esas cosas también debían purificarse (vv. 21–23) así como el esposo si tuviere coito con ella (v. 24). Si se trataba de un flujo distinto, más prolongado de lo normal, o causado por enfermedad (vv. 25–33), entonces la mujer debía purificarse y además esperar siete días adicionales después de cesar el flujo (v. 28), para ofrecer los sacrificios requeridos (vv. 29–30). El propósito de estos mandamientos tocante a los fluidos sexuales era estar limpios y aptos para acercarse a Dios a través del tabernáculo y procurar la pureza e higiene del cuerpo (vv. 31–33). Todas las indicaciones del Señor señalan progresivamente a la necesidad de alcanzar la pureza física y espiritual que permita a las personas que las cumplan, participar sin restricción alguna en el culto a Dios. [p 69] Un aspecto importante de la mayordomía cristiana es saber reconocer entre lo inmundo y lo limpio, lo bueno y lo malo, lo que promueve el crecimiento espiritual y lo que lo impide (pecado).

¡PENSEMOS! Vivimos en una época en que la promiscuidad, el amor libre, la pornografía y el sexo fuera del matrimonio se practican indiscriminadamente. Dios creó el sexo para usarse limpiamente y de acuerdo a su plan. La falta de cuidado en la práctica e higiene sexuales ha provocado que proliferen muchos males como el SIDA. El creyente debe ser muy cuidadoso de practicar el sexo seguro, de acuerdo al plan de Dios y con limpieza. Asimismo, debemos enseñar a nuestros

36 hijos y vivir de acuerdo con una educación sexual que exalte la higiene personal, limpieza espiritual y pureza del matrimonio.

EL CREYENTE DEBE ENCARNAR LA PUREZA EN TODOS LOS ASPECTOS DE SU VIDA, INCLUIDO EL SEXO [p 70] pag. en blanco

37 [p 71]

6 Un espíritu limpio Levítico 16:1–34 No hay experiencia más impactante en la vida que tener un acercamiento con el Señor. Cuando Isaías tuvo la visión en que estuvo frente al Dios tres veces santo (Isaías 6:1–4), sabiendo que era un pecador vil e indigno (“hombre inmundo de labios” Isaías 6:5b), el profeta sintió en principio que no saldría vivo de esa experiencia (“¡Ay de mí!” es el grito de alguien que agoniza, Isaías 6:5a). Después de ese momento, su vida ya no fue la misma. Y es que entre más se acerca a Dios, el ser humano aprecia mejor su condición pecaminosa y su necesidad de ser purificado de todo mal (Isaías 6:6–7). Lo que le pasó a Isaías nos enseña dos cosas: que para acercarse a Dios hay que tener una clara convicción de pecado y que tenemos que acogernos a la solución divina para resolver el problema del pecado. Sólo así podemos tener una relación correcta con el Padre celestial. La cumbre de la enseñanza levítica acerca de la necesidad de purificarse para entablar una buena relación con Dios es el ritual del día de la expiación. Ese día era tan importante en la vida judía, que los rabinos lo llamaban “el gran día” o simplemente “el día” porque conmemoraba el momento en que se hacía la expiación [p 72] (limpieza) de los pecados (vv. 16, 21, 30, 33; Números 29:7–11) del pueblo. Los israelitas tenían que guardar el descanso sabático y ayunar desde la tarde del día nueve, hasta la puesta del sol del décimo día del mes séptimo del calendario judío. La limpieza de pecados no se podía hacer sin el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). De allí que cada detalle del ritual tuviera un significado especial. El día de la expiación ilustra en forma objetiva los elementos más importantes del evangelio, así como la manera en que el Señor Jesús consiguió la salvación para todos los que confían en él. Se puede decir libremente que esa fecha presenta el evangelio ilustrado, ya que toca los temas del pecado, el derramamiento de sangre, la redención, la limpieza, el perdón de pecados y la fe en Dios. Cristo, como Cordero de Dios, se ofreció en sacrificio para limpiarnos de todo pecado (Juan 1:29). Con su propia sangre efectuó nuestra purificación y redención eternas (Hebreos 9:11–14). Dos preguntas que frecuentemente se hacen muchos cristianos sinceros al leer la ley de Dios es: ¿era diferente la manera de salvarse en el Antiguo Testamento con respecto a la era de la iglesia? En el tiempo de la ley, ¿la salvación era por obras, y en la actual era de la gracia, es por fe? La respuesta para ambas preguntas es un rotundo no. Tanto en el tiempo que fue dada la ley como en todas las épocas, incluyendo la nuestra, las personas se salvan de la misma manera, por fe, como expresan las sabias palabras del Dr. Pablo Lowery, profesor del Seminario Teológico Centroamericano: “la salvación se recibe por la fe en lo que Dios dijo acerca de la sangre derramada”; la fe que salva no se deposita en la sangre en sí, sino en lo que Dios dijo que la sangre puede hacer. La ley enseña que la limpieza de pecados se lograba por la fe en el derramamiento de la sangre de un cordero [p 73] (compárese Levítico 17:11 con Hebreos 9:22) y el Nuevo Testamento dice lo mismo, que la fe en la sangre derramada por Cristo, el Cordero de Dios, es eficaz para salvarnos y limpiarnos de todo pecado (Apocalipsis 1:5b–6; Hebreos 9:26). Cuando creemos de todo corazón en el mensaje del evangelio (cuyo centro es la obra sacrificial de Cristo), entonces recibimos la salvación. Dios no cambia; es consistente en todo lo que hace y ha provisto la salvación del género humano siempre de la misma forma; él siempre ha dicho que el perdón y limpieza de pecados se reciben por la fe. En la época del Antiguo Testamento, la gente se salvaba por la fe (no por obras) igual que hoy y siempre y ésta se basaba en la palabra de Dios, como en nuestro tiempo. No hay diferencia alguna. Lo único que es distinto es que hoy contamos con el canon completo de las Escrituras, que contiene la explicación detallada de nuestra salvación por medio de Jesucristo.

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“PORQUE LA VIDA DE LA CARNE EN LA SANGRE ESTÁ, Y YO OS LA HE DADO

PARA HACER EXPIACIÓN SOBRE EL ALTAR POR VUESTRAS ALMAS; Y LA MISMA SANGRE HARÁ EXPIACIÓN DE LA PERSONA (LEVÍTICO 17:11). ¡PENSEMOS! La salvación que recibimos de Dios está plenamente ilustrada en el ritual del día de la expiación. Tomemos ejemplo de la forma tan sencilla y directa en que él nos enseña la verdad acerca de nuestra redención y hagamos a un lado la indiferencia hacia el mundo [p 74] pecador. Salgamos a evangelizar y a ganar personas para Cristo. Nuestro testimonio debe ser sencillo y claro; vigoroso y firme. Debemos incluir en nuestra proclamación los elementos del pecado, el sacrificio de Cristo, el perdón y la limpieza que tenemos por su sangre, así como la fe que salva. Tenemos que hablar de la obra perfecta del Señor y anunciar al mundo que en él encontramos el perdón y vida eterna cuando confiamos de todo corazón en lo que hizo por nosotros.

EL RITUAL DEL DÍA DE LA EXPIACIÓN 16:1–34 Introducción 16:1 La fecha en que se dio la ordenanza de la expiación fue “después de la muerte de los dos hijos de Aarón” (v. 1), por lo que la mención de ese hecho (Levítico 10:1–20) lo vincula de alguna manera con el importante concepto del rito. El incidente de la muerte de Nadab y Abiú también tiene un significado especial, porque principalmente se relaciona con el tema del pecado y su limpieza, problema que ellos no pudieron discernir. Al fin y al cabo, lo que más debía importar al pueblo era que se efectuara la limpieza del pecado, porque así se aseguraba la continuidad de la vida de la nación y la salvación de todos aquellos que creyeran. De otra manera, los israelitas podían correr la misma suerte que los hijos de Aarón que pecaron contra Dios y por lo tanto, no tuvieron descendencia o continuidad de vida (Números 3:3–4). En el mundo antiguo, no tener posteridad era visto como una tragedia mayor. Así que el día de la expiación tenía la doble función de resolver el problema del pecado y mantener la continuidad de la vida. [p 75] El evangelio también resuelve el problema del pecado cuando la persona cree de todo corazón en la obra de Cristo y da continuidad a su vida, porque recibe la vida eterna.

Los preparativos 16:2–4 Previo al momento de presentar las ofrendas expiatorias, el sacerdote debía hacer lo siguiente: 1.

Aarón como sumo sacerdote debía entrar sólo cuando fuere requerido por Dios en el lugar “detrás del velo” o lugar santísimo y oficiar “delante del propiciatorio que está sobre el arca” (v. 2). De hecho, debía entrar una sola vez al año (16:29, 34; 23:27; Éxodo 30:10; Hebreos 9:7).

2.

El sacerdote debía preparar un sacrificio para expiación y un holocausto por sí mismo y los que lo auxiliaban. Para llevar a cabo la expiación por el pueblo, él mismo debía estar limpio de pecados.

39 3.

El sacerdote debía lavarse y vestirse apropiadamente.

Las ofrendas 16:5–28 Para realizar la expiación, el sacerdote tomaba dos machos cabríos y echaba suertes sobre ellos (v. 8). Uno era sacrificado (v. 9) y con su sangre se hacía la expiación por los pecados sobre el propiciatorio (plancha superior del arca del pacto. v. 15; véase pág. 144) en el que simbólicamente se “cubrían” los pecados. En Cristo, nuestros pecados fueron literalmente borrados, no tan sólo cubiertos (Hechos 3:19; Efesios 1:6–7; Colosenses 1:13–14, 21–22; 2:13; Hebreos 8:12; 1 Juan 2:12; Apocalipsis l:5b–6).

EN CRISTO, NUESTROS PECADOS HAN SIDO PERDONADOS, COMO DICE LA ESCRITURA:[p 76] “PORQUE SERÉ PROPICIO A SUS INJUSTICIAS, Y NUNCA MÁS ME ACORDARÉ DE SUS PECADOS Y DE SUS INIQUIDADES” (HEBREOS 8:12). El otro macho cabrío no se sacrificaba. A él se le designa con el enigmático nombre de “Azazel” (quizá significa “chivo de escape” o “eliminado” con referencia al pecado, pero más parece que se refiere al nombre de la suerte que se echaba por él). El sacerdote ponía ambas manos sobre la cabeza del animal, confesaba los pecados del pueblo (de este modo colocándolos o transfiriéndolos al macho cabrío) y luego lo soltaba para que saliera del campamento (vv. 10, 21). De esta forma, los pecados del pueblo eran removidos simbólicamente. Además, la persona que llevaba al animal fuera del campamento debía lavarse después de hacerlo (v. 26).

AL QUE NO CONOCIÓ PECADO, POR NOSOTROS LO HIZO PECADO, PARA QUE NOSOTROS FUÉSEMOS HECHOS JUSTICIA DE DIOS EN ÉL (2 CORINTIOS 5:21). La parte del pueblo en todo esto era demostrar aflicción por el pecado mediante el ayuno y confesión (Salmos 35:13; Esdras 8:21; Isaías 58:3, 5). El santuario también debía ser purificado (vv. 16–20). Se cree que esto era así porque el tabernáculo estaba en medio de un pueblo pecador (v. 16b). La última ofrenda presentada por el sacerdote era un holocausto por él mismo y otro por el pueblo (esto lo hacía en el altar localizado en el [p 77] atrio exterior del tabernáculo, v. 23–28) como una manera de consagrar sus vidas a Jehová. Los restos de los animales sacrificados eran llevados fuera del campamento (v. 27). Quien realizaba esta labor debía lavarse después de hacerlo (v. 28). El ritual del día de expiación, por ser provisional y repetitivo, era limitado en su eficacia real (Hebreos 8:5; 9:9–10, 25; 10:1–4, 11). El día de expiación es una figura de lo que se realizaría plenamente en Cristo. Sólo el sacrificio del Señor Jesús “hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).

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¡PENSEMOS! Lo que Cristo hizo por nosotros al limpiarnos de todos nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre jamás hubiéramos podido lograrlo por nosotros mismos. Es tiempo de salir del letargo espiritual y vivir una vida consagrada al Señor. Tenemos una gran deuda de gratitud y de servicio hacia nuestro Salvador. Lea Gálatas 2:20 y Lucas 9:23 ¿Cómo debemos reaccionar ante el hecho de que Cristo ya vive en nosotros? ¿Qué pide él de los creyentes? ¿Si él se entregó por nosotros, por qué no nos entregamos a él?

Significancia del día de expiación 16:29–34 En este pasaje se expone diáfanamente el significado que tenía ese día especial: “porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová” (v. 30; compárese con 17:11). El día de expiación era la corona de las leyes mosaicas tocante a la purificación y la provisión adecuada para preservar la pureza espiritual del pueblo. Todos podían beneficiarse de los efectos espirituales de ese acto (vv. 17b, 30a) porque en ese día se definían los temas más [p 78] importantes para la nación: perdón y limpieza de pecados, reconciliación con Dios y vida. Toda la atención se concentraba en la purificación, tan necesaria para tener una relación normal con el Señor.

CADA ASPECTO DEL DÍA DE EXPIACIÓN SE CUMPLIÓ DE UNA VEZ Y PARA SIEMPRE EN CRISTO. ¡ALABADO SEA EL SEÑOR! Cada detalle del ritual del día de expiación se cumplió plenamente en Jesucristo. Él fue inmolado como el Cordero de Dios en expiación vicaria por todos nosotros. Expiación vicaria significa que él murió no sólo por nosotros, sino también en lugar de nosotros. En él, los creyentes hemos recibido el perdón de todos nuestros pecados (Efesios 1:6–7; Colosenses 2:13), porque él fue inmolado por todos nosotros (Apocalipsis 5:9). Con su propia sangre vertida en la cruz del Calvario, nos redimió (compró) para Dios (Tito 2:13–14; Hebreos 9:11–28). Dios “echó” sobre su Hijo todos nuestros pecados para reconciliarnos con él (2 Corintios 5:19–21). También Cristo padeció “fuera de la puerta”, salió del campamento (a la manera que era sacado el macho cabrío “Azazel”) sufriendo el oprobio y llevando nuestros pecados (Hebreos 13:11–13).

AL QUE NOS AMÓ, Y NOS LAVÓ DE NUESTROS PECADOS CON SU SANGRE, Y NOS HIZO REYES Y SACERDOTES PARA DIOS, SU PADRE; A ÉL SEA GLORIA E IMPERIO [p 79] POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. AMÉN. (APOCALIPSIS 1:5B–6)

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¡PENSEMOS! ¡Qué maravilloso es saber cada detalle de la manera en que Dios nos salvó! El sacrificio de Cristo fue la ofrenda perfecta por la que somos salvos y gozamos del perdón de pecados y vida eterna. Las palabras no bastarían para exaltar la obra que Dios hizo en nuestra vida. Con razón dijo el salmista: “mejor es tu misericordia que la vida” (Salmos 63:3). [p 80] pag. en blanco

42 [p 81]

7 Llamados a ser diferentes Levítico 17:1–22:33; 24:1–9 De joven —ella misma contaba— aprendió la disciplina de la vida sirviendo en la marina estadounidense. Después, el Señor la llevó a prepararse en la escuela bíblica de Biola, en California y con el grupo de los Navegantes. Agradecida, consagró toda su juventud al servicio del Señor, primero en Centroamérica y luego en México. Minnie era inconfundible, única y diferente por varias razones. Había en ella un constante afán de servir, combinado con una generosidad deslumbrante de sus dones, posesiones, tiempo y dedicación a la obra como pocas personas lo han hecho. Físicamente era grande, mas no infundía miedo. Interiormente era tierna y siempre estaba dispuesta a prodigar amor al necesitado y orientar al extraviado por los caminos del pecado. Recuerdo muy bien sus sabios consejos para que cuidara siempre de mi pureza física y espiritual. Su testimonio era inspirador. Nada en la vida le importaba más que honrar a Dios: testificando, aconsejando, enseñando y dando siempre un ejemplo diáfano e irreprochable de santidad. Su estilo de vida era muy sencillo. Sus manos producían constantemente bienes para la iglesia. Sus pies la llevaban incansable por largas [p 82] distancias y apartados poblados, sin expresar nunca una palabra de cansancio. No daba oportunidad a las tentaciones de dominarla. Todo lo que hacía, hablaba de consagración y obediencia a Dios, cualidades que siempre distinguieron su vida. La inolvidable Minnie, y sólo ella, siempre ha sido mi modelo y constante desafío para vivir una vida enteramente dedicada al Señor. La sección de Levítico que nos toca estudiar habla de la santidad que Dios espera que practiquen sus hijos. No son instrucciones y mandatos inconexos, sino que más bien establecen un modelo de vida a seguir y los valores que los israelitas debían obedecer fielmente para agradar al Señor y llevar una vida diferente a la corriente del mundo, apartada del pecado y sus tentaciones y consagrada al Señor. De la misma manera, el cristiano debe distinguirse del mundo no simplemente por apartarse de él, como hacen los monjes y ermitaños, sino por su obediencia a Aquél por quien todas las cosas existen.

¡PENSEMOS! ¿Es su vida una copia al carbón de la forma de ser del mundo? ¿Refleja las mismas pautas de pensar, sentir y actuar de los incrédulos con un barniz de religiosidad? ¿Cree que Dios está satisfecho con su nivel de espiritualidad? A menudo la vida y la corriente de este siglo nos condicionan tanto, que terminamos cediendo en los valores que una vez fueron el apoyo de nuestra santidad. La Escritura dice que los cristianos tenemos que ser diferentes. Tenemos a Cristo, el modelo perfecto que debemos imitar y obedecer (1 Corintios 11:1; Efesios 4:32; 5:25–29; Filipenses 2:5–11; 2 Timoteo 2:8–9; Hebreos 12:1–3; Santiago 5:11). Debemos reprender y alejarnos de las obras infructuosas de las tinieblas (Efesios 5:3–7, 11–12) [p 83] y andar como lo que somos: hijos de luz (Efesios 5:1–2, 8–10).

LA SANTIDAD CONSISTE EN UNA CONSTANTE,

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CRUCIAL, COTIDIANA Y CONCIENZUDA DECISIÓN DE RECHAZAR LO MALO Y ESCOGER LO BUENO

LEYES ACERCA DEL TABERNÁCULO 17:1–9 El propósito de las leyes de los caps. 17–27 es promover en el pueblo de Dios una vida santa, distinta, apartada de las prácticas abominables y muchas veces inhumanas, que practicaban otras religiones o naciones (17:7; 18:26–27; 19:19; 20:23, 26). Los israelitas (y los cristianos también) debían vivir una vida que no se confundiera y mucho menos que se asimilara con la corriente del mundo. El tabernáculo debía ser el lugar único donde se presentaran todas las ofrendas (vv. 1–5; Deuteronomio 12:1–14). Cualquiera que sacrificare un animal, debía presentarlo en el santuario y dar su parte correspondiente al sacerdocio. Esta ley que exigía presentar todo sacrificio en el santuario central era con el fin de evitar la proliferación de lugares altos y santuarios domésticos (26:30), ya que en dichos santuarios se ofrecían sacrificios a demonios (v. 7). Es interesante notar que detrás de todas las prácticas religiosas corruptas y la adoración de ídolos e imágenes, [p 84] está la multiplicación de santuarios locales (Jueces 17:1–5; 18:13– 20, 24; 1 Reyes 12:26–33). En todas las épocas, en las costumbres idolátricas de muchos pueblos y religiones, se ve la proliferación de santuarios, vírgenes y santos milagrosos. Esto era lo que esta ley quería evitar (Éxodo 20:4–5; 34:17; Deuteronomio 4:15–18; 5:7–9).

PROHIBICIÓN DE COMER SANGRE 17:10–16 Aunque en Levítico 11 se incluían algunas leyes dietéticas, el tema de no comer sangre revestía especial importancia (19:26; Hechos 15:20) porque se consideraba abominable por varias razones 1.

Por su valor inherente en la conservación de la vida: “Porque la vida de toda carne es su sangre” (vv. 11, 14).

2.

Para evitar la crueldad innecesaria hacia los seres vivos. Mucha gente cazaba ciertos animales con el único fin de comer su sangre o usarla en ritos religiosos paganos. En lugar de eso, quien cazare un animal debía derramar su sangre en la tierra (v. 13; Deuteronomio 12:16).

3.

Por la importancia de la sangre en el culto y su papel fundamental en la salvación de todos los que se acercan al Señor. Dios quería que su pueblo comprendiera la singular función de la sangre en la remisión de los pecados (v. 11; Hebreos 9:22).

LEYES DE SANTIDAD Y JUSTICIA 18:1–20:27 Este pasaje contiene varias leyes tocante a la conducta de las personas que se relacionan con una variedad de temas y amplían los diez mandamientos. Los creyentes [p 85] deben cuidarse mucho de vivir en santidad en las áreas que aquí se destacan. También se marca el propósito de que el pueblo de Dios fuera diferente en su conducta de las demás naciones (como los cananeos) que practicaban como algo natural todo lo que se prohibe aquí.

NO OS CONFORMÉIS A ESTE SIGLO, SINO TRANSFORMAOS… (ROMANOS 12:2). Leyes referentes a la relación con Dios

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El día de reposo. El Señor exige que se le dedique enteramente ese día (19:3b, 30). Los israelitas debían cesar de trabajar cada sábado para concentrarse totalmente en su comunión espiritual con Dios. Adoración exclusiva. Dios no toleró ni tolerará jamás que se le robe la honra que le pertenece. Por eso está prohibido hacerse otros dioses (19:4) o adorarlos (20:2–5).

Sacrificios aceptables. Además de que debían ofrecer todo sacrificio de acuerdo al estricto ritual de los caps. 1–7, los israelitas no debían comer o presentar ningún animal al tercer día de muerto (19:5–8). No jurar en vano. Dios aborrece que su nombre sea utilizado para jurar falsamente (19:12). La palabra de la persona debe bastar para cumplir o hacer cumplir lo que se promete o mejor debe abstenerse de jurar (Mateo 5:33–37). No consultar a agoreros y adivinos. Una de las prácticas que Dios más abomina es que se abandone su palabra para consultar la “sabiduría” de agoreros, adivinos, mentalistas, astrólogos, síquicos y todos aquellos que pretendan tener poderes especiales o conocimiento del futuro, cosas sobre las que sólo Dios tiene potestad (19:26b, 31; 20:1–6). [p 86] Leyes referentes al trato con los demás

Familiares. El trato a los padres debe ser honroso (19:3a; Efesios 6:1–3), especialmente si están necesitados de ayuda (1 Timoteo 5:8). Maldecir al padre o a la madre era causa suficiente para aplicar la pena capital (20:9).

Empleados. No se debe explotar a las personas que empleamos, o retenerles su salario ni siquiera por una noche (19:13). Esto es aplicable a las deudas o todo tipo de compromiso que tengamos que cumplir con otros.

Personas discapacitadas. Es muy cobarde aprovecharse de quienes han perdido el uso de alguna facultad (sordo, ciego); más bien hay que ayudarlos (19:14).

Personas mayores. El anciano es digno de respeto y honor (19:32). Una de las personas que más violencia sufre hoy en día es el que ha llegado a la tercera edad. El trato que le demos demuestra la calidad de nuestra espiritualidad. Extranjeros. El trato a los extranjeros debe ser justo. Aunque Dios advierte que no se imiten las costumbres abominables de otras naciones, eso no quita que se trate bien a un extranjero (19:33-34). Al prójimo. El creyente sabio debe abstenerse de murmurar y perjudicar a terceros (19:16). Tampoco se debe guardar rencor hacia nadie o atentar contra su vida (19:17–18a). En lugar de eso, las relaciones que todo hijo de Dios tiene deben estar revestidas de amor (19:18b; Mateo 5:43; Romanos 13:9; Gálatas 5:14; Santiago 2:8). ¡El amor es la esencia y resumen de la ley!

Leyes de equidad En los tribunales. El trato a las personas debe depender de si su causa es justa y procede según las leyes. Sean pobres o ricos, todos tienen derecho a un juicio justo (19:15). Medidas justas. Todo lo que ofrecemos o adquirimos debe estar bien pesado, medido y pagado (19:3536). [p 87] Leyes referentes al cuidado del cuerpo Otra vez se prohiben ciertas cosas que entre los paganos eran comunes, como hacerse tonsura (cortarse el pelo de la coronilla), afeitarse la punta de la barba (v. 27) y marcarse o tatuarse el cuerpo (19:28).

Leyes domésticas Tan importante y delicado era el mandato divino de no mezclarse con los paganos ni imitar su conducta, que se prohibe ayuntar ganado de distinta especie, mezclar semillas diferentes en la siembra e hilos en la fabricación de vestidos (19:19)

Leyes referentes a actos inmorales

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Ofrecer sacrificios humanos. Esto se refiere al culto al abominable dios Moloc, que según la superstición popular, se saciaba de la sangre de niños que eran quemados vivos (18:21; 20:1–5; Deuteronomio 12:31; 2 Reyes 17:17). Relaciones sexuales ilícitas. Entre los actos que los paganos practicaban como cosa normal y que Dios prohibe a su pueblo están: la fornicación (19:29); el adulterio (20:10 ambos hombre y mujer debían morir); diversas formas de relaciones con parientes cercanos (20:12; 14; 17; 19–21); homosexualismo (20:13); bestialismo (20:15–16); y tener sexo con “mujer menstruosa” (15:24; 18:19; 20:18; a este respecto, recuérdese la singular importancia de la sangre en la doctrina de Levítico). En ese tipo de pecados la sanción que Dios exigía era la pena de muerte.

¡PENSEMOS! Para Dios, es importante cuidar la integridad tanto de la vida física como de la espiritual. En la actualidad, la gente se jacta de portar adornos extravagantes, tatuajes, aretes etc. que mutilan el cuerpo y cambian su uso [p 88] normal. Se practican también actos sexuales aberrantes que trastornan el propósito y función del cuerpo humano. Otros consultan a adivinos, magos, brujos, se inscriben en cursos de control mental, usan el horóscopo y se deleitan en conocer todas las artes ocultas. Incluso le dan el carácter de “científicas” a todas esas doctrinas de demonios (1 Timoteo 4:1). Algo semejante sucede con la vida espiritual, cuando descuidamos, multilamos, cambiamos y hasta llegamos a negar los principios y creencias fundamentales que nos dieron la salvación. Tenemos que mantener intacta nuestra fe y comunión con Dios. Es lo más valioso que tenemos y hemos de rendir cuentas al Dios santo por el uso que te demos.

LEYES PARA LOS SACERDOTES 21:1–22:33; 24:1–9 El sacerdocio israelita tenía que observar ciertas leyes especiales que cuando menos, tenían dos propósitos: 1.

Mantener la pureza personal de cada sacerdote

2.

Mantener la pureza del linaje sacerdotal.

Prohibición de tocar cadáveres 21:1–4 Dios en su sabiduría, exigía a sus ministros que se mantuvieran puros, puesto que también ellos podían contaminarse, por tener contacto diario con el tabernáculo y las cosas santas (véase Levítico 10) Como a todo israelita, a los sacerdotes se les prohibía tocar cadáveres, sepulcros, o entrar en una tienda o casa donde yaciera un muerto (21:1–4, 11; Números 19:11–14). Ni siquiera podían expresar tristeza o endechar a un muerto (21:10–12; compárese con 10:6). Esto es así [p 89] porque el ministro de Dios, a través de su servicio, comparte la vida, no la muerte.

Vida matrimonial 21:7–15 El siervo de Dios sólo podía casarse con una mujer virgen (21:13), jamás con una ramera, repudiada o viuda (21:14). De la misma forma, tanto los hijos como hijas del sacerdote debían llevar una vida matrimonial pura. Parece extraño que en el texto se especifique que el castigo que debía sufrir la hija del sacerdote que fornicara era ser quemada viva (21:9; compárese con 20:14). Esta es la segunda vez que se hace referencia a un castigo con fuego a un transgresor de la familia del scaerdote (véase Levítico 10). Fuera de Josué 7:15–25 (donde narra que lapidaron a los culpables y luego quemaron los cuerpos), no hay en la Biblia otro ejemplo de un castigo semejante.

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Integridad física 21:16–24 Un aspecto interesante de la legislación acerca de los sacerdotes es que no se admitía que oficiara alguna persona con defecto físico. En este pasaje se menciona una lista de los defectos que impedirían ejercer a un levita su función en el santuario (21:17–21). Sin embargo, tal individuo tenía asegurada su manutención (21:22), porque Dios no es injusto y su ley es perfecta.

Funciones y atribuciones 22:1–16 El disfrute de los privilegios que tenían los sacerdotes se restringía si no estaban ceremonialmente limpios. Así, no podían ministrar ni comer de las cosas santas estando contaminados por cualquiera de las formas que se describen en Levítico (22:1–9). Ninguna persona que no perteneciera a la línea o a la parentela del sacerdote podía disfrutar de sus derechos. Entonces, ningún entraño podía comer de la porción del [p 90] sacerdote ni de otra cosa santa (22:10), excepto los esclavos comprados por levitas (22:11). Si la hija del sacerdote se hubiere casado con un varón no levita perdía sus privilegios. Esto era así para proteger los derechos de la familia sacerdotal, que no podían poseer territorio como las otras tribus. En compensación, éstas eran responsables de sostener a la casta sacerdotal. No obstante la anterior ley no era inflexible. La hija del sacerdote que hubiere sido repudiada, que quedara viuda o desamparada, podía recuperar la pensión alimenticia (22:13). Si algún extraño por error comía de las cosas santas, debía restituir lo que se había comido más una quinta parte (doble diezmo; 22:14). ¡Así que el menú resultaba muy costoso! Vemos un caso singular en la historia bíblica en el que David y su acompañantes, no siendo de la familia de Leví, entraron al santuario y comieron los panes de la proposición (1 Samuel 21:6; Mateo 12:3– 4). Cuando Dios lo considera conveniente, es capaz de poner la misericordia por encima del deber religioso, para ayudar al creyente fiel y necesitado.

Supervisión de las ofrendas 22:17–33 La última ley relacionada con el sacerdocio en este pasaje tiene que ver con la responsabilidad de verificar que las ofrendas a Dios fuesen aceptables. Ningún animal defectuoso podía ser ofrecido a Jehová. Otra lista de los posibles defectos similar a la de 21:17–20 (que se refiere a las personas) se aplica a los animales (22:20–25).

El pan de la proposición y el mantenimiento de las lámparas 24:1–9 Las dos últimas indicaciones para los levitas tenían relación con el alumbrado y el alimento en la casa de Dios. Aquí sobresalen dos hermosas lecciones del cuidado [p 91] que Dios tiene por sus hijos. El alumbrado era un deber o estatuto perpetuo (v. 3) que los levitas tenían que llevar a cabo con las donaciones de aceite de olivo puro para las lámparas. Así también los cristianos, por haber sido alcanzados por la luz del evangelio, debemos mantener esa luz encendida para que la gente que no conoce a Cristo pueda ver su condición y recibir la salvación. El pan de la proposición debía ser preparado y dispuesto cada día de reposo para que se alimentaran Aarón y sus hijos como derecho perpetuo (v. 9). De la misma manera, el Señor nos alimenta a los cristianos perpetuamente can su palabra y con ella nutre nuestra vida espiritual.

NO NECESITAMOS ENTREGAR NUESTRA VIDA AL MUNDO. EL MUNDO NECESITA CONOCER Y RECIBIR LA VIDA QUE TENEMOS EN CRISTO

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¡PENSEMOS! De Dios hemos recibido la luz (por nuestra comunión con Cristo, quien es la luz Juan 1:9) y el alimento espiritual que es su palabra (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4). Estos dos son los recursos que necesitamos para llevar una vida santa, diferente al mundo. Si perseveramos en nuestra comunión con Jesucristo y nos nutrimos de la palabra de Dios, no tenemos que pensar ni ser como el resto del mundo. Por otra parte, estos dos temas son símbolo de nuestro servicio a Dios. Los cristianos somos responsables de evangelizar al mundo perdido llevándole a la luz y proporcionándole [p 92] la palabra para saciar su hambre y sed espirituales.

48 [p 93]

8 ¡Bendecid el nombre de Dios! Levítico 24:10–23 El nombre de Dios representa la suma de sus atributos y excelencias, que se manifiestan en portentosas obras. Por toda la Escritura se invita a los creyentes a exaltar y publicar el nombre de Dios, bendecirlo y darle la gloria que merece (Éxodo 9:16; 33:19; 2 Crónicas 6:33; 16:29; Salmos 8:1, 9; 23:3; 34:3; 103:1; Isaías 43:7; Hechos 4:12; Apocalipsis 2:3, 13). El cristiano que vive en comunión con él, comprende lo que significa su nombre y las implicaciones que tiene para su vida. En el caso de Israel, Dios les dio a conocer su nombre a través de la ley. Las normas levíticas fueron dadas al pueblo escogido para hacer posible el acercamiento del hombre con Dios y enseñarle cómo podía vivir en santidad. En el caso del pueblo hebreo, cada uno de sus integrantes era responsable de alcanzar estos objetivos. Los seres humanos frecuentemente nos rebelamos contra la clara enseñanza de la palabra de Dios a pesar de saber que es para nuestro bien. En ella se advierte que el conocimiento de Dios no es un ejercicio religioso o contemplativo y nada más. Es más bien el resultado de la obediencia. Conocer a Dios, por lo tanto es una experiencia y un saber vivencial y práctico. [p 94] Un claro ejemplo de lo anterior es el relato que aparece en este pasaje de Levítico. Desde el cap. 10 no se había presentado otro relato histórico. En aquel caso se usó para dar un ejemplo de cómo, a pesar de contar con una muy detallada enseñanza sobre el sistema sacrificial y la preparación de los siervos de Dios (caps. 1–9), dos hijos de Aarón (ministros oficiales) quebrantaron la ley ofreciendo fuego extraño (10:1). De igual forma, a pesar de contar con las leyes de santidad (caps. 11–27) tenemos un ejemplo de un joven (civil) que quebrantó la ley blasfemando (el significado de “blasfemó” está definido por la palabra que sigue: “maldijo”, v. 11) el Nombre (de Dios). Esta era una falta grave. Por lo tanto, el joven también murió (como los hijos de Aarón), pero esta vez por lapidación a manos del pueblo (v. 23). Al igual que en Levítico 10, esta historia es una advertencia para enseñarnos la importancia de cumplir la palabra de Dios o atenernos a las consecuencias por no hacerlo. Asimismo, nos presenta un ejemplo de obediencia. Al castigar al culpable en esa ocasión, Israel sí supo discernir bien la preeminencia que tiene ésta sobre la religiosidad (1 Samuel 15:22; Oseas 6:6; Mateo 12:7). La vida y testimonio del cristiano también deben caracterizarse por acatar incondicionalmente los mandamientos de Dios. Por otro lado, este pasaje define la base legal que determinaba el castigo a los infractores de la ley de santidad (24:17–22): se les aplicaba la ley del talión.

CASTIGOS PARA EL INFRACTOR 24:1–23 El joven blasfemo 24:10–16, 23 De este relato aprendemos las siguientes lecciones, tanto positivas como negativas: [p 95] Inconveniencia de los matrimonios mixtos. Este tipo de matrimonios por lo regular tienen graves problemas y terminan desintegrándose. No en vano se dan detalles sobre el hogar del joven blasfemo (v. 10a), quien provenía de la unión (quizá sus padres no estaban realmente casados, sino que vivían en amasiato por la descripción del v. 10) de un egipcio y Selomit, una israelita. Es explicable que habiendo estado en Egipto, los israelitas emparentaran con paganos, pero esto no era aprobado delante de Dios. La frase “era hijo de un egipcio” parece dar a entender que su padre ya no vivía en el conflictivo hogar. Aunque no se dice la edad del blasfemo, es posible que fuera muy joven, pues se le asocia directamente con el hogar materno.

49 La palabra de Dios es muy clara en cuanto al peligro de unirse con inconversos (Deuteronomio 7:1–4; 2 Corintios 6:14–18) porque ese tipo de relación frecuentemente provoca que el creyente se aleje de Dios y abandone su fe. A pesar de ello, es alarmante la cantidad de creyentes que caen en la trampa y terminan destruyendo su futuro y vida espiritual por no reflexionar en las implicaciones de esto antes de tomar las decisiones trascendentales de su vida. El joven de esta historia refleja el carácter conflictivo de su hogar cuando riñó con un israelita (v. 10b). No se sabe por qué lo hizo ni el objeto o razón de la disputa. Sólo sabemos que en algún momento del conflicto reveló el torcido concepto de Dios que dominaba su vida porque al blasfemar contra el Señor, puso de manifiesto la formación que había recibido en su hogar y los efectos de una muy distante, si no es que inexistente (v. 11), relación con el Altísimo. Su vida y conducta (en especial su forma de hablar) eran asimismo la negación de toda la enseñanza de la ley y, por ende, del conocimiento de Dios y su verdad. [p 96] Es interesante que siempre se cumple el principio de que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Aunque corría sangre israelita por sus venas y seguramente había recibido alguna enseñanza de las Escrituras, el corazón del blasfemo estaba todavía espiritualmente en Egipto, dominado por las fuerzas de las tinieblas y cautivo del pecado.

¡PENSEMOS! Evalúe su vida familiar. Si tiene hijos: ¿están ellos entendidos de la importancia de conocer el nombre de Dios? ¿Son ellos discípulos del Señor? ?Cómo es su conducta? ¿Cómo se expresan de usted, de Dios, de los demás? ¿Les ha dado una buena formación mediante reglas de aseo, trabajo, horario de entrada y salida de casa, estudio y devoción a Dios? ¿Cumplen ellos gustosamente las reglas del hogar o se rebelan contra ellas? Considere la importancia de dedicar tiempo diariamente para atender a sus hijos y enseñarles las verdades bíblicas fundamentales para su formación. Así como las reglas del hogar que modelen en ellos la disciplina y el orden necesarios para ser hombres y mujeres de bien dondequiera que estén. Ahora bien, aunque el blasfemo era responsable de sus actos (porque la ley de Dios remarca fuertemente la responsabilidad individual, véase 24:15), su conducta era una consecuencia muy común en los hogares mixtos. Todos los ejemplos de los problemas que hay en los matrimonios mixtos deben ser suficientes para convencernos de lo inconvenientes que son. [p 97] ¡PENSEMOS! A la luz de la enseñanza de este pasaje, ¿qué consejo le daría a un(a) cristiano(a) que esté considerando casarse con un inconverso(a)? ¿Qué opción le daría a cambio? ¿De qué manera afecta individual y colectivamente a la obra de Dios la formación de matrimonios mixtos? ¿Tiene en su iglesia o en su propia familia un plan de discipulado para guiar a sus hijos a conseguir una buena pareja, es decir, a una persona que comparta la misma fe? Generalmente estos temas toman desprevenidos a muchos creyentes. Tome sus precauciones. Pida a Dios y a su pastor le ayuden a formar en sus hijos una convicción de fidelidad al Señor y con la dirección de la palabra de Dios, comience a organizar su vida personal, su casa y su iglesia, de tal modo que resulte una experiencia dichosa para sus hijos. Quizá de esta manera, ellos tomen buenas decisiones en el futuro. Los hijos formados en el temor

50 de Dios son la mayor honra que un padre puede recibir (Proverbios 10:1; 13:1; 15:20; 17:6; 27:11; 28:7; 29:17).

¿QUÉ COMUNIÓN (TIENE) LA LUZ CON LAS TINIEBLAS? ¿O QUÉ PARTE EL CREYENTE CON EL INCRÉDULO? (2 CORINTIOS 6:14–15) Aprendemos que la finalidad de la ley de santidad (caps. 11–27) es conocer el nombre de Dios. El pecado del [p 98] blasfemo fue una negación y desobediencia flagrante de la ley de santidad. Dicha ley no tenía el propósito de cumplir con ritos y nada más; tampoco era una maraña de normas sin sentido para reglamentar la vida. Por encima de esto, estaba conocer el Nombre (o sea, la persona y obra de Dios); el cual es el verdadero fin de la ley para todos los creyentes de todas las épocas. Por esta razón, en la segunda sección principal de Levítico (caps. 11–27) se pone énfasis en el tema de cómo vivir en santidad de acuerdo al carácter revelado de Dios (su nombre) y de lo que a él le agrada (18:21; 19:12 [dos veces]; 20:3; 21:6; 22:2, 32; 24:11, 16 [dos veces]).

Y ELLOS SALIERON DE LA PRESENCIA DEL CONCILIO, GOZOSOS DE HABER SIDO TENIDOS POR DIGNOS DE PADECER AFRENTA POR CAUSA DEL NOMBRE. HECHOS 5:41 El Nombre representa todo lo que Dios es y hace, así como su carácter y sus acciones. Si no existía este conocimiento en el israelita, no tenía caso que intentara obedecer la ley. Eso sería un mero externalismo religioso (como el que Jesús condenó muchas veces) y no una genuina obediencia de corazón, basada en el conocimiento del Señor.

PARA UN CRISTIANO VERDADERO, NO HAY NADA MÁS IMPORTANTE QUE CONOCER EL NOMBRE DE DIOS Y VIVIR POR ÉL. [p 99] ¡PENSEMOS! ¿Cómo está su comunión con Dios? ¿Pasa usted un buen tiempo devocional diario con el Señor, orando y leyendo su palabra? ¿Se goza usted en conocer más y más acerca del Nombre? Explique su respuesta. ¿Qué medida práctica va a tomar para mejorar su comunión con Dios y su conocimiento del Nombre? ¿Cuándo va a comenzar a hacerlo? Así como la finalidad de los mandatos del sistema de sacrificios (Levítico 1–10) era conocer la santidad de Dios (véase el cap. 3 de esta obra), el objetivo de la ley de santidad (caps. 11–27) era conocer el Nombre. Es por eso que los únicos dos pasajes narrativos del libro son importantes, porque representan una transición entre las dos secciones principales de Levítico y dan un ejemplo de cuál era la finalidad de la enseñanza de cada una de ellas.

51 En cada uno de los dos ejemplos (10:1–20 y 24:10–23) hay algo negativo y algo positivo. Lo negativo es lo que hicieron tanto Nadab y Abiú (que ofrecieron fuego extraño) y el joven (que blasfemó el Nombre). En el registro de ambos casos el problema básico que se da es de tipo espiritual. Lo positivo está representado por lo que hizo Dios (al vindicar su santidad) y lo que hizo el pueblo con el joven blasfemo (cumplir la ley de santidad y vindicar el Nombre). También se ve algo del trasfondo familiar en ambos casos. Uno de ellos era un hogar dedicado al ministerio y el otro, un matrimonio o unión entre creyente e inconverso. Para entender esto gráficamente, vea el siguiente cuadro: [p 100] Comparación entre las dos narraciones de Levítico 10:1–20

24:10–23

Finalidad de la enseñanza

Conocer la santidad de Dios (caps. 1– 10)

Conocer el Nombre (caps. 11–27)

Problema (lo negativo)

Nadad y Abiú ofrecieron fuego extraño contraviniendo la santidad de Dios expresada en el sistema sacrificial.

El joven blasfemó (maldijo) el Nombre contraviniendo la ley de santidad.

Infractor

Nadad y Abiú (ministros oficiales)

El joven blasfemo (civil)

Hogar

Familia de Leví (hogar piadoso)

Mixto (creyente e inconverso)

La solución (Lo positivo)

Dios castigó (“se santificó”) en Nadad y Abiú “en preséncia (para la enseñanza) de todo el pueblo” (10:3). De esta manera él mismo vindicó su santidad.

El pueblo castigó al blasfemo en cumplimiento de la ley de santidad (“hicieron según Jehová había mandado a Moisés”, 24:23). De esta forma, vindicó el Nombre.

La iglesia debe conocer la santidad y el nombre de Dios y vivir a la luz de ellos.

Las consecuencias que pueden acarrear nuestros actos y palabras. Resulta obvio que al blasfemar el Nombre (v. 11a), el muchacho no sólo expresó algo mal dicho, sino que reveló lo que había en su corazón (Mateo 15:19; Lucas 6:45). Por eso fue llamado a rendir cuentas (v. 11b). La palabra de Dios afirma que de toda palabra y [p 101] obra hemos de dar cuenta (Mateo 12:36; 2 Corintios 5:10). Por eso, es muy importante tener un control estricto sobre nuestras acciones y palabras. El joven fue puesto en la cárcel (v. 12) hasta que Dios revelara qué hacer con él. No hay enseñanza en la ley mosaica sobre la necesidad de las cárceles, porque los castigos al infractor debían ser inmediatos. Sin embargo, aquí y en Números 15:34 se menciona que sí existía algún tipo de privación de libertad. En este caso, quizá se esperaba que el joven recapacitara y se arrepintiera, pero no fue así La sentencia para el blasfemo era la muerte (vv. 15–16). Según las costumbres del mundo antiguo, incluso los mismos familiares debían participar en la lapidación. No sabemos si este fue el caso. Una cosa de verdad difícil para los padres es sufrir la muerte de un hijo porque duele más que si les sucediera a ellos mismos.

La necesidad de la disciplina en el pueblo de Dios. Muchos cristianos se engañan creyendo que a Dios no le importa que pequen o que no los va a disciplinar aunque lo hagan. Otros ven la disciplina como algo desagradable; hasta llegan a considerar que es una injusticia o que Dios la aplica para mal. Sin embargo, él usa la disciplina con varios propósitos y todos ellos para nuestro bien: 1. Mediante ella, el Padre celestial confirma nuestra filiación de hijos suyos (Hebreos 12:6–7).

52 2. Demuestra también que nos ama (Hebreos 12:6). 3. El fin de la disciplina no es castigar, sino restaurar al pecador a la comunión con Dios (Hebreos 12:12–13). 4. Produce en nosotros la madurez y el carácter santo para vivir una vida justa (Hebreos 12:11), alejada del pecado. El pecado es algo serio y el creyente no debe tener ninguna comunión con él. Si permitimos que nos controle el pecado, ponemos en grave riesgo nuestro crecimiento espiritual y aún la continuidad de nuestra vida terrenal [p 102] (1 Corintios 11:29–32). La advertencia de Dios en este sentido es muy seria y debemos tomarla muy en cuenta.

LA DISCIPLINA DEBE COMENZAR POR LA CASA DE DIOS (1 PEDRO 4:16–17). ¡PENSEMOS! Tenemos un Padre amoroso que nos guía positivamente hacia la santidad y nos previene de caer en el pecado con toda su secuela de sufrimientos y amarguras. Cúrese en salud. Mantenga una disciplina personal de oración, estudio de la palabra, comunión con la iglesia y testimonio a los inconversos para que el pecado no tenga oportunidad de destruirlo. Si ha pecado, haga uso del jabón espiritual que se encuentra en 1 Juan 1:9 para lavar sus pecados.

La ley del talión 24:17–22 La experiencia con el blasfemo fue la ocasión para que Dios revelara la base de los castigos que debían aplicarse a todos aquellos que quebrantaran la ley. Esta base es la ley del talión o de la compensación. Dicha ley se deriva del principio de que los castigos deben ser simétricos o equiparables a los delitos cometidos. La mejor manera de honrar o reparar (cuando es posible) el daño a las víctimas es por medio de la ley de compensación. La ley del talión es de aplicación nacional. Sólo el estado debe tener la autoridad para aplicarla y ningún individuo o grupo puede tomar la justicia en sus manos. [p 103] Este pasaje también enseña la responsabilidad individual del infractor. Cada quien debe llevar “su iniquidad” (v. 15; compárese con Ezequiel 33:10–20). No deben pagar justos por pecadores, ni delegar en otros la responsabilidad de nuestros malos actos. Muchas naciones han eliminado de sus códigos legales la ley del talión, especialmente en los casos de homicidio, en los que se aplicaría la ejecución del delincuente o pena capital. Sin embargo, en los países donde las leyes aplican castigos blandos, es donde hay mayor incidencia de actos criminales y una inequitativa impartición de justicia. Los que se oponen a la aplicación de la pena capital argumentan que: 1. La ley de la compensación en los casos de homicidio es inhumana, porque se castiga a un crimen con otro crimen. 2. Que no permite la regeneración del delincuente (porque muere). 3. Que no previene ni extingue la conducta homicida en la sociedad A pesar de estos argumentos, hay mucha información que señala que sí se puede disminuir considerablemente la incidencia de muchos delitos cuando se aplican castigos ejemplares, como los que se describen en la ley del talión. Hay otro aspecto de la ley del talión que se relaciona con el creyente. En Gálatas 6:8 aparece esta ley en relación con la vida del creyente. La ley de compensación funciona en nosotros los cristianos en el sentido

53 de que, de acuerdo a nuestra dedicación y esfuerzo de cultivar el crecimiento en todas las áreas de la vida y sobre todo en la espiritual (siembra), así obtendremos resultados (siega). Aunque no exista la ley del talión en las leyes del mundo (debido a que el conocimiento del Nombre se ha atrofiado), ésta sí funciona actualmente. Dios lleva el [p 104] control de nuestros actos y muchas veces permite que cosechemos las consecuencias de éstos. Cuando no es así, es porque el Señor prolonga su misericordia sobre nuestra vida. Pero la paciencia del Señor debe servirnos para modificar nuestra conducta (pensamientos, palabras y acciones) y fortalecer nuestro compromiso con él. Los cristianos debemos reforzar el aprendizaje de las reglas (de Dios, civiles, de urbanidad, escolares) en nuestros hijos y no solapar sus actos, o detener el castigo por sus malos actos. No debemos pensar que le hacemos un bien a nuestros hijos cuando les privamos del dolor o de padecer las consecuencias de sus errores (Proverbios 13:24; 19:18). La conducta ejemplar del individuo se debe basar en la observancia de leyes y, cuando transgreda éstas, también de la aplicación de castigos ejemplares.

¡PENSEMOS! Los cristianos podemos provocar que el Nombre sea blasfemado cuando descuidamos nuestro testimonio (1 Timoteo 6:1). Además, cuando nos apartamos de la sana doctrina (el conocimiento del Nombre), podemos caer en blasfemia (la negación del Nombre; 1 Timoteo 6:3–5). Cuidemos nuestro testimonio y sigamos la sana doctrina para que el Nombre divino sea alabado.

54 [p 105]

9 Una vida ordenada Levítico 25:1–55; 27:1–34 Es inconcebible que haya orden y progreso sin la existencia de las leyes. Mediante éstas se explica y define la libertad, así como los derechos y obligaciones de todos. Si esto es cierto en los asuntos humanos, cuánto más en los espirituales. Dios no nos ha revelado sus leyes con el fin de esclavizarnos, privarnos de nuestra libertad o reglamentar excesivamente nuestra vida, sino para que podamos disfrutar plenamente de nuestra libertad en Cristo y para que nuestra vida se organice y progrese en todo sentido. Así pues, los cristianos necesitamos conocer y practicar todos los mandamientos de Dios para que haya orden y crecimiento en nuestra vida. Para que seamos buenos mayordomos de todo lo que somos y tenemos, debemos andar en obediencia. La Biblia afirma que la ley de Dios es perfecta (Salmos 19:7) santa, buena y espiritual (Romanos 7:12– 16). No es exactamente cierto que los cristianos ya no vivimos bajo la ley sino bajo la gracia. El Señor nos ha dado su ley a los cristianos también (1 Corintios 9:21) para conocer y cumplir nuestros privilegios y deberes. La gracia también se expresa en exigencias para que andemos como es digno del Señor (Tito 2:11–12). [p 106]

PORQUE LA GRACIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO… ENSEÑÁNDONOS QUE, RENUNCIANDO A LA IMPIEDAD Y A LOS DESEOS MUNDANOS, VIVAMOS EN ESTE SIGLO SOBRIA, JUSTA Y PIADOSAMENTE (TITO 2:11–12). La ley de Dios tenía la finalidad de reglamentar todos los aspectos de la vida del pueblo escogido. Por medio de ella, el Señor quería establecer un orden sagrado en el que él tuviera control sobre todo y para que su gente recibiera los máximos beneficios de la obediencia a sus mandatos. Cuando los creyentes nos dejamos guiar por y cumplimos en verdad los mandamientos del Señor, entonces él tiene el control completo de nuestra vida. Por consecuencia, ese hecho redunda en numerosas y hermosas bendiciones de lo alto. Israel debía comprobar su obediencia y buena mayordomía en cada una de las leyes que Dios le había revelado. En el pasaje que a continuación estudiaremos, están las que tienen que ver con el año sabático o jubileo. Parte de la legislación mosaica se refería a la tenencia y uso de la tierra, el diezmo y las propiedades, así como el procedimiento para dar libertad a los cautivos. El Señor, como dueño de la tierra y de las personas, dio instrucciones a su pueblo para hacer el mejor uso de sus propiedades y vivir dedicados a él. Haciendo esto, la bendición de Dios estaba asegurada. [p 107] LEYES

ACERCA DE LOS AÑOS SABÁTICOS 25:1–55

El reposo de la tierra 25:1–7, 19–22 Cada siete años, la tierra debía tener un descanso sabático. Durante él, no debía labrarse ni recogerse nada. Dios ordenó esto para cumplir varios propósitos:

55 1.

Prolongar la fertilidad de la tierra. Está demostrado que la sobreexplotación del suelo lo hace estéril. De la tierra viene todo lo necesario para la vida humana, por eso hay que cuidarla. En la Escritura siempre ha habido una preocupación por el medio ambiente. En la Biblia encontramos a un Dios ecológico.

2.

Que el ser humano aprendiera a confiar en el Señor para suplir todas sus necesidades (v. 6). Además, era una prueba de la mayordomía de los bienes. Si éstos eran bien administrados durante seis años, no había razón para padecer necesidad en el séptimo. En ese año (y aún más, v. 21), a las familias debía bastarles lo que hubieran cosechado en el sexto año (vv. 19–21).

3.

Dar a los más necesitados la oportunidad de beneficiarse de lo que “de suyo naciere en tu tierra” (v. 5, compárese con 19:10; 23:22; Deuteronomio 24:19–22 y Rut 2:2). Era también un mandato permanente dejar algo de la producción agrícola de todos los años para el sustento de los menesterosos. En el plan de Dios, no debía haber pobres en Israel, porque la bondad de algunos debía compensar las necesidades de otros (Deuteronomio 15:4). Este es un principio vigente para la iglesia (2 Corintios 8:13–15; Gálatas 6:10; 2 Tesalonicenses 3:13), aunque no todos los necesitados merecen siempre que se les ayude (2 Tesalonicenses 3:10–12).

4.

Que fuera un tiempo dedicado a la instrucción especial en la ley de Dios (Deuteronomio 31:10–13). Siempre que se ordenaba un descanso sabático se suspendía [p 108] todo trabajo para concentrarse exclusivamente en las actividades espirituales.

5.

Perdonar las deudas y liberar a los cautivos (Deuteronomio 15). Las leyes del año sabático servían para probar la mayordomía y la fe de los israelitas, como ya se mencionó líneas arriba. La pregunta de algunos (que todo israelita haría, pero quizá más los niños, esposas y personas dependientes) “¿Qué comeremos el séptimo año?” era más que una interrogante (compárese con Deuteronomio 6:20). Era una magnífica oportunidad para enseñar mayordomía a las personas (el buen uso de los bienes, el ahorro, la previsión, etc.) y la fe en Dios y su provisión (que satisfaría fielmente las necesidades de su pueblo obediente).

BIENAVENTURADO EL QUE PIENSA EN EL POBRE; EN EL DÍA MALO LO LIBRARÁ JEHOVÁ (SALMOS 41:1). El año de jubileo: el rescate de la tierra 25:8–18, 23–34 Cada cincuenta años (siete semanas de años) era tiempo de jubileo en Israel. Durante ese año, no debía haber siega ni siembra (v. 11). Además debía darse oportunidad de que la tierra fuera restituida a los propietarios originales (v. 13). Por supuesto que quien quisiere redimir la tierra debía pagar un precio a cambio de ella. Dicho precio se calculaba de acuerdo al período que el vendedor la hubiere usado tomando como punto de referencia el tiempo que faltaba por transcurrir hasta el año de jubileo (vv. 14– 16). [p 109] Las transacciones de tierras debían hacerse honestamente (v. 17). Esto significa que no debían engañarse ni el comprador ni el vendedor, imponiendo condiciones excesivamente ventajosas (por ejemplo, la usura). Un aspecto interesante de esta legislación es que la tierra no se podía vender a perpetuidad (v. 23a). Se tenía que dar la oportunidad a otros de poseerla mediante la rotación de dueños que ordenaba esta legislación. La razón de esta instrucción es lo que Dios mismo afirma: “porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (v. 23b). Siendo Dios el dueño de todo, tiene derechos absolutos sobre la tierra y a él le corresponde indicar cómo se debe usar. Tenemos un ejemplo conmovedor de esta verdad en Bernabé, que por cierto demuestra que el jubileo es un principio vigente para la iglesia, (Hechos 4:36–37) al poner todos sub bienes al servicio de la obra. La tierra era dada en cierta forma en arrendamiento a las familias israelitas. El propietario ejercía una mayordomía de ella y sus frutos. El diezmo de la producción agrícola y de todas las propiedades debía ser

56 entregado a Jehová. La fidelidad en la entrega del diezmo atraería abundantes bendiciones de parte de Dios (Malaquías 3:10). Por lo tanto, cada familia tenía que darle el mejor uso (el indicado por Dios) a todo cuanto poseía. De eso dependía su bienestar y su futuro.

¡PENSEMOS! Todo cuanto tenemos proviene de Dios y le pertenece a él. Debemos usar las cosas tomando en cuenta este principio. Cuando creemos que lo que tenemos es sólo nuestro o los hemos obtenido por nuestras propias fuerzas, entonces comienzan muchos de los problemas graves en la vida (Deuteronomio 6:10–12). El afán de las riquezas es muy [p 110] destructivo (1 Timoteo 6:9–10). Esta es un área en la que también los cristianos somos tentados muy frecuentemente. Los afanes de la vida pueden robarnos el gozo y el contentamiento que tenemos por saber que somos hijos de Dios. Debemos darle a las cosas materiales su justo valor u dar prioridad a las espirituales (Mateo 6:33; Lucas 10:20; 1 Timoteo 6:6–8).

LA SUMA DE LA INMADUREZ EN EL SER HUMANO ES LA INSACIABLE SED DE POSEER. UN SIGNO DE MADUREZ ES EL CONTENTAMIENTO. Una persona que habiéndose visto obligada a vender su tierra por necesidad (por haber empobrecido) y quisiera rescatarla, podía hacerlo comprándola en un precio estimado según el tiempo que faltaba hasta el año de jubileo. También podía pedir a un pariente cercano que lo hiciera (en el hebreo goel o redentor, Rut 3:2, 9). Obviamente tenía que ser alguien con recursos económicos. En la anterior legislación había sólo dos excepciones: 1.

Las propiedades dentro de ciudades amuralladas debían rescatarse dentro del término de un año. De lo contrario, no podían ser redimidas ni siquiera en año de jubileo (vv. 29–30).

2.

Aunque los levitas no poseían territorio como las once tribus restantes, sí podían tener ciudades y casas. Estas últimas podían redimirlas en cualquier tiempo (v. 32). Sin embargo, la “tierra del ejido de sus ciudades” (v. 34) no podía venderse jamás. [p 111] El año de jubileo: Libertad a los cautivos 25:35–55 Aunque a un hebreo le estaba prohibido esclavizar a un hermano de raza (vv. 39b; 46b); si un israelita empobrecía podía pagar sus deudas vendiéndose a su acreedor y sirviéndole a manera de esclavo (v. 39a). Debe aclararse que en Israel no había esclavos en el sentido normal que tenía el concepto entre las naciones paganas del mundo antiguo. En cambio, los israelitas sí podían comprar esclavos extranjeros (vv. 44–46a). Sin embargo, el trato al extranjero debía ser humanitario (19:33–34). En esto, los israelitas debían ser diferentes a los paganos. En el año de jubileo (y en el séptimo año también según Deuternomio 15:12) quien estuviera al servicio de otro israelita podía obtener completa libertad (vv. 40–41). El amo debía despedirlo con provisiones (Deuteronomio 15:14). Esto era una especie de indemnización o compensación por su tiempo de servicio. La base de este trato es el hecho de que los israelitas fueron esclavos en Egipto y Dios los rescató (Deuteronomio 15:15). Por ello no debían imitar el trato opresivo que sufrieron en Egipto maltratando a otros.

57 Era posible que un israelita decidiera voluntariamente servir a su amo para siempre. En tal caso, se horadaba la oreja del siervo con una lezna, como señal permanente de su elección (Denteronomio 15:16– 17). Cristo voluntariamente se hizo esclavo (el sentido exacto de la palabra “siervo” en Filipenses 2:7) para servirnos. Pablo también dijo: “me he hecho siervo (esclavo) de todos para ganar a mayor número” (1 Corintios 9:19). Los cristianos debemos imitar el ejemplo de ambos (1 Corintios 11:1).

¡PENSEMOS! En su venida, Cristo trajo un jubileo espiritual (Lucas 4:18– 21). Ha dado libertad a todos los cautivos por el diablo y el temor a la [p 112] muerte (Hebreos 2:14–15). En él tenemos vida eterna todos los que hemos confiado en su obra redentora. Ya no hay razón para tener miedo a la muerte. Por él tenemos también las arras del Espíritu (Efesios 1:13–14) que es la prenda de garantía de todas las posesiones que ya tenemos y que recibiremos cuando vivamos en su presencia. Si un hebreo se hubiere vendido a un forastero, podía ser redimido por un pariento cercano que tuviera esa capacidad. También podía esperar al año jubileo cuando obtendría su libertad de manera automática. A ese pariente cercano se le llamaba goel. Esta enseñanza es una de las más hermosas de toda la Biblia por su noble propósito. Todo el libro de Rut se basa en las acciones del goel Booz que redimió la propiedad de Elimelec, suegro de Rut. De esta manera Booz restauró no sólo el patrimonio, sino también la posteridad de la familia de donde vino nuestro gran Redentor.

JESÚS ES NUESTRO GOEL Leyes de lo dedicado a Dios 27:1–34 Hacer votes era un aspecto importante de la vida israelita. Un voto era un compromiso mediante el cual se dedicaban a Dios personas (vv. 2–8), animales (vv. 9–13) o propiedades (vv. 16–25). Ahora bien, para recuperar a la persona o propiedad dada, se debían seguir ciertos pasos. En el caso de personas, el precio del rescate se basaba en lo que cada una de ellas valía de acuerdo con su fuerza de trabajo y la posibilidad económica de quien [p 113] hubiere hecho el voto (vv. 3–8). De esta forma, el precio más alto era el que se pagaba por el varón y la mujer de 5 a 20 años (vv. 3–4). Por lo que hace a los animales, si fueren de la lista de aquellos considerados limpios (Levítico 11; Deuteronomio 14:1–21) no podían ser redimidos, eran sólo de Jehová (v. 9). En cambio, si fuere un animal inmundo (que obviamente no se podía comer ni ofrecer en sacrificio) se podía redimir añadiendo un veinte por ciento (doble diezmo) a su valor (vv. 11–13). Las propiedades como las casas podían redimirse añadiendo el consabido veinte por ciento. Redimir la tierra era más complicado. La persona que hubiere hecho el voto podía recuperarla pagando el valor más otro veinte por ciento de acuerdo con el tiempo que faltaba para el año de jubileo (vv. 18–19, 22–24). Si una persona dejaba de redimir la tierra o la vendía después de haberla dedicado a Jehová (cosa no permitida), entonces perdía toda posibilidad de recuperarla, al año de jubileo pasaba a ser propiedad del sacerdote (vv. 20–21).

PORQUE ¿QUIÉN SOY YO, Y QUIÉN ES MI PUEBLO, PARA QUE PUDIÉRAMOS OFRECER VOLUNTARIAMENTE COSAS SEMEJANTES? PUES TODO ES TUYO Y DE LO RECIBIDO

58

DE TU MANO TE DAMOS (1 CRÓNICAS 29:14). Las excepciones a las anteriores reglas eran las siguientes: No se podían rescatar los animales limpios como ya se dijo (v. 9), ni los primogénitos (v. 26), ni nada consagrado a Dios para su uso (v. 28) o para anatema (personas, animales o cosas que debían destruirse por [p 114] mandato divino, v. 29 compárese con Josué 7:15). El diezmo de la tierra y de los animales no podía ser recuperado (vv. 30, 33). Sólo era posible recuperar parte del diezmo de otras propiedades añadiendo el veinte por ciento (v. 31).

¡PENSEMOS! En todas las lecciones acerca de la tenencia de la tierra, la legislación del año de jubileo y lo dedicado a Dios, se aprecia el propósito divino de establecer relaciones justas entre las personas. Dichas relaciones se basan en el cumplimiento de sus mandatos. La ley de Dios es perfecta. Ningún otro código legal que existe en el mundo dignifica y rievindica mejor las esperanzas del hombre. Entre más se aparta una ley humana de la legislación mosaica, más problemas tendrá en impartir la justicia que garantice la paz, seguridad y bienestar real y sostenido de las personas.

NADIE QUE HAYA DEDICADO TODO A DIOS, INCLUIDA SU VIDA, HA SIDO DEFRAUDADO.

59 [p 115]

10 Las fiestas solemnes Levítico 23:1–44 Ocho fiestas solemnes se celebraban al principio de la historia de Israel. Luego más tarde, en algún timpo, fueron añadidas las fiestas de purim (“suertes”) para conmemorar la emancipación judía de tiempos de Ester (Ester 9:26–27; 2 Macabeos 15:36 [Biblia de Jerusalén]); hanuca (o “de las luces”), que celebraba la liberación macabea durante el período intertestamentario, y rosh hashaná, o el año nuevo judío. Las fiestas eran parte de la ley de santidad, conmemoraban fechas especiales y marcaban el ritmo de avance del calendario judío. Se presentan en esta obra en un capítulo aparte para destacar su importancia. Por lo que hace a su significado, las fiestas señalaban el pasado, hacia los actos salvíficos de Dios a favor de su pueblo en cierto momento de su historia. Algunas apuntaban al futuro: a la entrada de la nación a la tierra prometida y, por extensión, al reino mesiánico. En la historia de Israel, las tres principales fiestas de la lista que aparece en Levítico 23 son: la de la pascua, la de los tabernáculos y el día de expiación. Las restantes, aunque también son muy celebradas, se consideran un poco menos importantes. [p 116] ¡PENSEMOS! El simbolismo de cada una de las fiestas israelitas habla de un aspecto de nuestra salvación y comunión con Dios. Celebremos nuestra relación con Dios siendo obedientes a su palabra, practicando una buena mayordomía del tiempo, de los dones espirituales y de los bienes y talentos que hemos recibido de Dios.

INTRODUCCIÓN 23:1–2 Estas fiestas eran “santas convocaciones” (v. 2) es decir, reuniones con el fin de concentrarse en la comunión del pueblo con Dios. En todas debía observarse un descanso sabático. Las fiestas eran una forma de mayordomía del tiempo (“cada cosa en su tiempo”, 23:37) y de todo cuanto un israelita había recibido de Dios. Nadie se podía ausentar de ellas ni tenerlas en poco, porque en algunos casos, esto se castigaba con la muerte (23:29). Además las fiestas eran una oportunidad para adorar a Dios, darle gracias por los favores recibidos de su mano y gozar de un tiempo de alegre convivencia espiritual y familiar. Las fiestas judías eran solemnes, pero también muy gozosas. Cada una de esas fiestas tenía significado especial para el pueblo de Dios. También prefiguraban hechos futuros relacionados con la salvación y el ministerio de Cristo y de la iglesia.

SÁBADO 23:3 Es el único día que tiene nombre en la semana judía. Era la fiesta más conocida y la que se celebraba con mayor frecuencia por ser semanal. Era superada en importancia sólo por la pascua, los tabernáculos y el día de expiación, que eran fiestas anuales. El sábado era una [p 117] conmemoración de la creación que Dios hizo en seis días (Génesis 2:2). Celebraba también el orden perfecto con el que Dios había terminado su creación. En ese día no se debía realizar ningún trabajo (Éxodo 20:8–11). La prohibición de trabajar tenía el fin de que el israelita descansara del trajín de los seis días anteriores, pero también para que retomara otros menesteres: los relacionados con Dios y su vida espiritual.

60 Para la iglesia, el sábado quedó cancelado en su aspecto ceremonial. Es decir, no estamos obligados a guardar el séptimo día a la manera en que lo hacían los israelitas. Sin embargo, sigue vigente el principio de dedicar al menos un día de la semana al Señor. El sábado que también se le llamaba “día de reposo” es un concepto importante en Hebreos 3:7–4:12. En ese pasaje, el tema del reposo es expuesto como la meta o finalidad del creyente que anda en obediencia.

¡PENSEMOS! El reposo es la vida bendecida por Dios así como la paz, gozo y crecimiento que la acompañan cuando el creyente: (1) Oye la voz de Dios (Hebreos 3:7, 15; 4:6–7). Aquí es sinónimo de creer y, por tanto, obedecer la palabra de Dios (Hebreos 4:2–3, 12–13). (2) Hace las obras de Dios y las hace bien (Hebreos 4:10). En suma, el reposo es el disfrute de la vida de obediencia a Dios, las obras bien hechas; en una frase: la armonía en la vida del cristiano.

EL REPOSO SE CONSIGUE TRABAJANDO; HACIENDO LAS OBRAS DE DIOS (Hebreos 4:10). [p 118] FIESTAS DE PRIMAVERA 23:5–22

Pascua 23:5. La pascua se celebraba el 14 de nisán (marzo-abril), al comienzo del calendario religiose judío (Éxodo 12:1–28; en Deuteronomio 16:1–8 se le llama abib, pues era el nombre original del primer mes, pero en tiempos posexílicos se le llamó nisán, compárese con Nehemías 2:1; Ester 3:7). La fiesta era un memorial de la liberación del pueblo de Israel que Dios efectuó la noche que hirió a la tierra de Egipto con la plaga de la muerte de los primogénitos (Éxodo 11:1–10; 12:13).

CUANDO SOMOS CRISTIANOS RESPONSABLES Y OBEDIENTES A DIOS, ENTONCES SOMOS MÁS LIBRES. En esa noche, un cordero era inmolado (Éxodo 12:6; compárese con Juan 12:24, 27). La sangre de la víctima era derramada y aplicada a los postes y dinteles de las casas para que la plaga no afectara a sus moradores (Éxodo 12:7). Luego debían comer el cordero en familia (Éxodo 12:3, 4, 8), sin quebrarle un solo hueso y acompañándolo con yerbas amargas (que por cierto le dan un sabor exquisito). En los hogares israelitas se debía compartir la cena pascual con las familias pobres. Mientras comían, los participantes ya estaban vestidos, dispuestos y preparados para salir a la libertad de la esclavitud en Egipto (Éxodo 12:11), ¡Qué hermosa figura de la redención espiritual que Dios efectuó en nuestra vida! Como se dijo arriba, esta fiesta era una figura de la redención efectuada por Cristo como Cordero de Dios (Juan 1:29; 1 Corintios 5:7). [p 119]

COMO CORDERO FUE LLEVADO AL MATADERO… (MAS) SU GENERACIÓN ¿QUIÉN LA CONTARÁ?… (ISAÍAS 53:7–8) PORQUE NUESTRA PASCUA,

61

QUE ES CRISTO, YA FUE SACRIFICADA POR NOSOTROS. ASÍ QUE CELEBREMOS LA FIESTA, NO… CON LA LEVADURA DE MALICIA Y DE MALDAD, SINO CON PANES SIN LEVADURA, DE SINCERIDAD Y DE VERDAD (1 CORINTIOS 5:7–8) Panes sin levadura 23:6–8. Esta fiesta comenzaba la noche de la pascua (llegó a asimilarse a ésta a tal grado, que se consideraban ambas una sola, [compárese con Lucas 22:1]) y duraba siete días (Levítico 23:5–6; Éxodo 12:15a). Durante todo ese tiempo debían comer pan sin levadura (Éxodo 12:15b; 13:6; Números 28:16–17). El primer día, las casas debían ser limpiadas de todo rastro de levadura. Ésta se considera en ocasiones en la Biblia us símbolo de pecado y corrupción (Levítico 2:11; 1 Corintios 5:7–8). Se llamaba a una santa convocación el primer y el último día de la fiesta (vv. 6–8) y a un descanso sabático. El simbolismo de esta fiesta está asociado con la liberación de la nación de la esclavitud en Egipto (Éxodo 23:15). Para los cristianos significa la limpieza de pecado conseguida por Cristo y aplicada a favor de todos los hijos de Dios.

Primicias 23:9–14. En el segundo día de la fiesta de los panes sin levadura (16 de nisán) se presentaba una gavilla al Señor conteniendo los primeros frutos de la [p 120] cosecha de cebada (v. 10b). Esta fiesta señalaba al tiempo cuando entrarían a la tierra prometida (v. 10a) y recogerían sus cosechas. La gavilla era mecida delante del Señor (v. 11). Este acto simbolizaba la entrega a Dios de los primeros frutos de la tierra y el retorno de los mismos a los hombres. Juntamente con la gavilla, se presentaba un holocausto (sacrificio de consagración), una oblación u ofrenda vegetal y una libación que era una copa de vino derramado sobre la oblación (vv. 12–14). Para los israelitas esta fiesta significaba consagrar los primeros frutos de la tierra como garantía de la vendimia o abundante cosecha que seguía. Para los cristianos, es un simbolismo de la resurrección de Jesús, que es primicia de todos los creyentes que seguramente resucitarán (1 Corintios 15:20).

¡PENSEMOS! La resurrección de Jesús es “primicias de los que durmieron”. Este hecho es lo que garantiza nuestra resurrección y encuentro con el Señor (1 Tesalonicenses 4:13–18). Es también la piedra angular de toda la doctrina cristiana (1 Corintios 15:14–19) y de ella dependen nuestra fe y nuestro futuro. En ella tenemos plena certidumbre de lo que somos y seremos. ¡Démosle gracias a Dios por darnos plena certidumbre de nuestra salvación y vocación cristianas!

Pentecostés 23:15–22. El vocablo significa “cincuentena”. Cincuenta días después de la pascua se celebraba Pentecostés, de allí su nombre (Éxodo 23:14–16; Números 28:26–31; Deuteronomio 16:9–12). También se le atribuyen otros tres nombres: “fiesta solemne de las semanas” (Deuteronomio 16:10, 16), porque se celebraba siete semanas después de la pascua, “fiesta de la siega” (Éxodo 23:16), [p 121] porque tenía lugar al final de la cosecha; “día de las primicias” (Números 28:26), porque en esa fecha se ofrecían los primeros panes elaborados con el trigo nuevo de la cosecha. En Pentecostés se presentaban los israelitas con ofrendas de gratitud por la cosecha y para conmemorar la liberación de Egipto (Deuteronomio 16:16–17). Se ofrecían dos panes cocidos —esta vez

62 con levadura—, junto con un holocausto, una libación y un sacrificio de expiación. La presencia de la levadura simboliza la formación y notorio crecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés (Hechos 2). La levadura hace crecer todo aquello que leuda (Mateo 13:33). Los cristianos convertidos en Hechos 2 representan la cosecha que la semilla del evangelio produjo y sigue produciendo en el mundo.

PENTECOSTÉS ES TIEMPO DE COSECHA, SEMBREMOS LA SEMILLA DEL EVANGELIO Y COSECHEMOS EL FRUTO EN ALMAS CONVERTIDAS PARA GLORIA DEL SEÑOR. FIESTAS DE OTOÑO 23:23–44 El segundo gran período festivo del pueblo de Israel incluía tres fiestas: la de las trompetas, la del día de expiación y la de los tabernáculos. Las tres se celebraban en el mes de tisrí (septiembre-octubre) que era el primero del calendario civil israelita. El otro calendario, el religioso, comenzaba con el mes de nisán (marzo-abril).

Las trompetas 23:23–25. Al inicio de cada mes se tocaban trompetas en Israel (Números 10:1, 10). En el día primero de tisrí se tocaba la trompeta que señalaba el comienzo del año nuevo judío rosh hashaná (Números 29:1–6). Quizá la finalidad de esta fiesta era anunciar la [p 122] proximidad del día de expiación, el evento más importante de todo el calendario festivo israelita. Como en todas las fiestas, en ésta se ordenaba un descanso sabático. También se llamaba a una santa convocación y presentaban ofrendas a Dios.

Día de expiación 23:26–32. Los detalles de la celebración del día de expiación aparecen en Levítico 16 (véase el cap. 6 de esta obra; compárese con Números 29:7–11). Era la más importante de la fiestas, porque en ella se hacía provisión para la purificación espiritual del pueblo (16:21). La finalidad del día de expiación era recibir el perdón y limpieza de pecados. Dicha expiación se lograba gracias a la acción purificante de la sangre (17:11). El mensaje de Levítico remarca la importancia de que el creyente se acerque a Dios en santidad (libre de toda inmundicia física o espiritual). Esta condición (santidad) debe ser la norma en las relaciones y trato con sus semejantes. En este pasaje se añade la advertencia de que cualquiera que dejase de observar el día de expiación sería “cortado (muerto) de su pueblo” (23:29).

Los tabernáculos 23:34–43. Esta era la última de las fiestas solemnes. Duraba siete días y concluía con una santa convocación (v. 36). Josefo la llamaba “la gran fiesta” (Antigüedades de los Judíos 8. 4. 1). Durante ese tiempo, todos los israelitas habitaban en cabañas o chozas hechas de ramas (compárese con Nehemías 8:14–18). De esta manera, conmemoraban la liberación de Egipto y la peregrinación en la cual Dios los guió por el desierto y los hizo habitar en cabañas (v. 43). A lo largo de esta fiesta se inmolaban 189 animales (Números 29:12–38). También se celebraba la cosecha otoñal de frutos y olivas (compárese con Éxodo 23:16). Según Zacarías 14:16, esta fiesta se celebrará en el reino milenial. Los judíos consideraban que esa fiesta sería la primera que se celebraría en el milenio. Por esta razón, en la [p 123] transfiguración de Jesús (Mateo 17:1–13), los discípulos que lo acompañaban (Pedro, Jacobo y Juan) hicieron enramadas o tabernáculos (Mateo 17:4), porque cuando vieron el aspecto glorioso del Señor, Moisés y Elías, creyeron que el reino milenial había llegado. Jesús participó en la fiesta de tabernáculos (Juan 7:2, 8, 10, 37–39). Juan reporta que en el último día de la celebración se vertía agua (a manera de libación) sobre el altar del templo. Esta agua era traída del estanque de Siloé mientras se cantaban estrofas del Gran Hallel (Salmos 118:24–29). Fue allí cuando Cristo invitó a los oyentes a que creyeran en él para saciar su sed espiritual y prometió que “de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37–38).

63 La Biblia nos enseña que mientras no creemos en Cristo somos peregrinos errantes en los caminos del pecado (Hebreos 3:10). Pero si nuestra fe está en Cristo, él nos guía por caminos de vida y de victoria, porque vive en nosotros (Colosenses 1:27; 3:3, 11; Romanos 8:37).

CRISTO HA HECHO SU MORADA EN NUESTROS CORAZONES. ¡PENSEMOS! Las fiestas judías nos enseñan que el carácter y las obras de Dios deben ser celebrados, no tan sólo estudiados y definidos como frías doctrinas. Nuestro Señor merece ser agasajado constantemente con nuestra obediencia y adoración (Salmos 100; 103; 150). [p 124] pag. en blanco

64 [p 125]

11 El camino correcto Levítico 26:1–13 Se cuenta que una vez, siendo Jorge Washington presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, se organizó una cena para dar la bienvenida a los embajadores de diversas naciones. Uno de los invitados, el embajador de Francia, quedó muy impresionado por la sencillez, buen trato y don de servicio del presidente. El diplomático galo, estando sentado al lado de la madre de Washington, le preguntó: “¿Cómo le hizo para tener un hijo tan espléndido?” La señora Washington, sin titubear un instante, le contestó: “simplemente le enseñé a obedecer”. De la misma forma, las leyes levíticas eran exigencias que tenían una doble función: exponían el carácter de un Dios santo y definían la manera en que el creyente debía responder a él: viviendo en obediencia a su palabra. En una frase: eran para enseñar al pueblo a obedecer. El factor clave del discipulado y la buena mayordomía en el cristiano es la obediencia a la palabra de Dios. Por tanto, el creyente debe también aprender a obedecer.

¡PENSEMOS! La obediencia es también factor clave para determinar la vida y futuro de los creyentes mientras están en el mundo. Más aún, de ello depende cómo pasaremos la eternidad y qué [p 126] recompensas recibiremos por nuestro proceder durante esta vida (2 Corintios 5:10; véase también 1 Corintios 3:14; 9:25; 1 Tesalonicenses 2:19; 2 Timoteo 4:8; Santiago 1:12; 1 Pedro 5:4; Apocalipsis 2:10; 3:11; 4:4, 10). Por eso, es importance poner atención a los posibles efectos de nuestros actos. Este reconocimiento nos permitirá hacer los ajustes necesarios en nuestra vida y llevar a cabo todo aquello que agrada al Señor.

LA OBEDIENCIA ES LA ASIGNATURA MÁS IMPORTANTE EN LA ESCUELA DE DIOS. En esta sección (26:1–46) se presentan las consecuencias que se manifiestan en la vida cuando andamos con Dios, obedeciéndole en todo (26:1–13), así como las maldiciones (26:14–46) que caen sobre los que son rebeldes a la voluntad del Señor. Pasajes similares son Éxodo 23:22–23; Deuteronomio 28 y Josué 1:8; 24:20. En este capítulo nos referiremos al primer aspecto: la bendición que acompaña a la vida de obediencia del creyente.

LA OBEDIENCIA ES EL SECRETO DE LA FUERZA QUE TIENEN LOS SIERVOS DE DIOS: “VOSOTROS SUS ÁNGELES,

PODEROSOS EN FORTALEZA QUE EJECUTÁIS SU PALABRA OBEDECIENDO A LA VOZ DE SU PRECEPTO”

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(SALMOS 103:20). [p 127] ES TAMBIÉN LA PRUEBA CONTUNDENTE DE LA FE DEL CREYENTE: “POR LA FE ABRAHAM, SIENDO LLAMADO, OBEDECIÓ…” (HEBREOS 11:8)

CONSECUENCIAS DE LA OBEDIENCIA 26:1–13 Introducción 26:1–2 Esta sección expone tres requisitos básicos que todo israelita debía cumplir. Tales exigencias se basan en la obligación del pueblo de cumplir su parte en la relación pactada con el Todopoderoso. Se advierte fuertemente que no caigan en el error de la idolatría, la cual es la máxima expresión de infidelidad al pacto establecido. Las bendiciones y maldiciones (que se comentan en el último capítulo de esta guía) se basan en la fidelidad de la nación al pacto. El lenguaje utilizado en esta sección es el que se usaba en los pactos que se concertaban en el antiguo cercano oriente. Las palabras claves: “Si anduviereis…”, “si guardareis…” son de tipo condicional y expresan la idea de que Israel debía cumplir su parte en el pacto si quería ser bendecido por Dios (compárese con Deuteronomio 28:1 “si oyeres…”). Si no lo hacía, el pacto estipulaba diversas maldiciones que en su caso recibiría el pueblo por su deslealtad (26:14–46). 1.

No practicar la idolatría (v. 1). Según Éxodo 20:4, uno de los mandamientos del decálogo prohibía absolutamente hacer imágenes de la deidad e inclinarse ante ellas. La idolatría es un intento de manipular al Señor. Esto es así, porque el que fabrica una imagen supone que por haberla hecho e inclinarse ante ella, [p 128] Dios está obligado a responder sus peticiones y deseos. Podemos notar también que en la historia de muchos pueblos, la idolatría ha sido usada para manipular a la gente y hacerle creer en doctrinas antibíblicas.

2.

Guardar los días de reposo. Como se dijo en el capítulo anterior de esta obra, el día de reposo era una celebración periódica que conmemoraba la creación que Dios hizo en seis días. Guardar el sábado implicaba reconocer que Jehová y no otro Dios, era el hacedor y dueño de todo lo creado y el único digno de adoración (compárese con 19:30; 23:3; Génesis 2:2; Éxodo 20:8–11; Deuteronomio 5:12–15).

3.

Tener en reverencia su santuario. En un mundo lleno de creencias y mitos religiosos, abundaban los santuarios y lugares altos (v. 30). La exclusividad del tabernáculo entre los israelitas aseguraría que la nación estuviera siempre expuesta a oir la verdad y no la mentira de la idolatría (compárese con 17:1–9; Deuteronomio 12).

¡PENSEMOS! Muchas personas, a veces creyentes, caemos en la idolatría. Tenemos nuestro(s) propio(s) dios(es) (dinero, posición, posesiones, orgullo, etc.) que adoramos en el altar de nuestro credo particular. La Biblia nos motiva a acercarnos al único Dios verdadero para adorarlo y obedecerlo.

Bendiciones 26:3–13 La relación de la nación con Dios y los frutos derivados de ella dependían del apego que los israelitas tuvieran en cumplir la voluntad divina. Como ya se mencionó, la bendición de lo alto estaba condicionada a la obediencia [p 129] de Israel. El pueblo no recibiría estas promesas de balde (v. 3). Era indispensable que cumpliera su parte.

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Prosperidad. Cuando los israelitas estuvieron en Egipto, el sustento de agua que racibían provenía de la inundación del río Nilo. Por las condiciones del suelo árido de todo el territorio egipcio tenía que ser así, ya que las lluvias eran poco frecuentes. Además, siendo esclavos, tenían que cultivar y cosechar los productos del campo que en su mayor parte iban a parar a las mesas de sus opresores. Sin embargo, estando ya libres por la mano de Dios y con la oportunidad de decidir su destino, los hebreos podían cambiar por completo esa situación de su pasado. La obediencia a la ley divina traería resultados extraordinarios para todo Israel y además, ellos mismos podrían constatarlo. La lluvia oportuna sería una prueba fehaciente de bendición divina. La tierra y los árboles darían su fruto a su tiempo (v. 4; Ezequiel 34:26–27).

NO HAY DICHA MÁS GRANDE PARA EL CRISTIANO QUE COSECHAR LOS FRUTOS DE SU OBEDIENCIA AL SEÑOR. Los tiempos de siembra y de cosecha en la tierra de Canaán se traslaparían. De manera que no faltaría el sustento diario en toda la nación. La abundancia y el abasto constante de bienes de todo tipo llegaría a ser un anhelo cumplido para el pueblo (v. 5a; compárese con las promesas mesiánicas de Amós 9:13–15). Habría tal abundancia, que comerían de lo añejo y lo nuevo (v. 10). Las alacenas siempre estarían llenas de provisiones (Deuteronomio 11:15; Joel 2:19, 26).

Seguridad. La prosperidad enviada por Dios produciría seguridad en la población. Al tener garantizadas sus [p 130] necesidades básicas, no debían tener temor del futuro ni de muchos de los problemas comunes de la vida (v 5b). Tampoco debían buscar en otras fuentes su seguridad. En tiempos antiguos, la idolatría tenía el atractivo de dar prosperidad a quien la practicara. La mayoría de los ritos paganos se asociaban con la prosperidad agrícola, obtención de riquezas, etc. Al contar con la bendición divina, los israelitas debían volver su rostro a Dios en agradecimiento y dedicar sus vidas a aprender de él, servirlo, adorarlo y nada más (Salmos 34:8; 119). Los cristianos debemos tener fincada la seguridad de nuestra vida en la relación y comunión diaria con el Salvador (Romanos 8:38–39; Filipenses 1:21; 4:13; Colosenses 3:3).

¡PENSEMOS! Nada de lo que existe en el mundo puede darnos la seguridad y protección que brinda la obediencia a Dios. No importa dónde andemos (en peligros, sombra de muerte, etc.) ni de qué carezcamos. Si caminamos en obediencia, el Señor nos acompañará, cuidará y dará todo lo que nos haga falta, sin importar qué tan difícil sea. Para él no hay nada imposible (Lucas 1:37). Como dice David “no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmos 23:4), y “porque tú has sido mi refugio y torre fuerte” (Salmos 61:3).

Paz. Otro resultado sería la paz (v. 6; Isaías 45:7; Salmos 29:11). En tiempos antiguos eran muy comunes en Israel las guerras con otras naciones o los asaltos de bandas armadas. Por eso, muchas ciudades edificaban murallas para resguardarse y defenderse de esas invasiones. Dios promete a su pueblo eliminar los peligros naturales “malas bestias”, así como los provocados por el [p 131] hombre “la espada” (v. 6). La paz sería una condición esencial para el progreso y desarrollo de la nación. La guerra, en cambio, lo destruiría todo.

EN CRISTO DISFRUTAMOS LA PRESENCIA DEL DIOS DE PAZ Y TENEMOS TAMBIÉN LA PAZ DE DIOS.

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(FILIPENSES 4:6–9) Victoria sobre los enemigos. Israel iba a vivir rodeado de enemigos cuando entrara en la tierra prometida. Los pueblos cananeos entre los que habitaría eran muy fuertes y muchos de ellos tenían superioridad numérica y militar. Sin embargo, esto no debía preocupar a los hebreos ni tenían que organizar una gran maquinaria militar, acumular armamento, o formar alianzas con otras naciones para hacer frente al enemigo. Su principal enemigo era la incredulidad en el Señor de los ejércitos.

CRISTO DERROTÓ A SATANÁS A TRAVÉS DE SU OBEDIENCIA A LA PALABRA (VÉASE MATEO 4:1–11). NOSOTROS TAMBIÉN PODEMOS VENCER EL ENEMIGO ESPIRITUAL SI HACEMOS LO MISMO. La fuerza del pueblo residía en su obediencia. Si fueren fieles a Dios, él los libraría de todo mal (Isaías 37; Zacarías 4:6). De esta manera, ninguna nación podría dominar al pueblo de Dios si éste se mantenía fiel y obediente a su Señor (vv. 7–8). Esta promesa llenaría una [p 132] necesidad fundamental en una época en la que Israel iba a tener muchos conflictos armados por la posesión de la tierra, como se ve claramente en los libros de Josué y Jueces.

Crecimiento de la nación. El crecimiento de la población a menudo es figura de la bendición y favor divinos hacia el pueblo de Dios (v. 9; véase también Génesis 17:5–6; Oseas 1:10). El crecimiento quizá puede referirse también al poder y predominio que podría adquirir Israel entre las naciones (Deuteronomio 28:9–10, 12b–13). Lo contrario, la disminución y cautiverio de la población por conflictos con otras naciones sería señal segura de la remoción de la bendición divina. La presencia de Dios. Aunque el Todopoderoso estaba siempre entre su pueblo, en alguna manera su presencia sería muy especial cuando el pueblo anduviere con él. Si la nación fuere obediente, el Señor promete: “y andaré entre vosotros” (v. 12). La figura de Dios caminando entre su pueblo tiene el significado de aprobación de la relación que hay entre ambos. La implicación es clara: el Padre Celestial reacciona de similar forma a la respuesta que su pueblo da a su santa palabra (vv. 11–13). La obediencia de la nación al pacto era la base de la respuesta divina y de todas las bendiciones que recibirían del Altísimo. Los creyentes debemos vivir de tal modo que la presencia de Cristo (que es una realidad permanente) se manifieste de manera especial en nosotros (Efesios 3:17). Cuando logremos esto, seremos capaces de comprender y dar a manos llenas el amor de Dios; podremos experimentar a plenitud el poder del Espíritu Santo en nuestra vida y todo esto redundará en bendiciones para la iglesia y nosotros mismos (Efesios 3:18–21; 5:18–6:9; 1 Timoteo 4:12–16). [p 133] ¡PENSEMOS! Los cristianos estamos en proceso de formación. Debemos mantenernos atentos y dispuestos a captar todas las enseñanzas de la palabra santa. En nuestro aprendizaje de Dios y de la vida, el tema más importante es la obediencia. Aun el mismo Señor Jesucristo, siendo perfecto, aprendió a obedecer. Esto significa que experimentó en carne propia y llevó a cabo en su vida aquí en la tierra, la sumisión al Padre y el cumplimiento detallado de su voluntad (Hebreos 5:8; Filipenses 2:5–8). ¡Cuánto más nosotros, siendo débiles y dependientes, debemos aprender a obedecer al Padre!

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EL SABER OBEDECER ES LA MÁS PERFECTA CIENCIA Tirso de Molina

12 El camino peligroso [p 134] [p 135]

Levítico 26:14–46 Por contradictorio que parezca, el hombre gusta de experimentar el peligro en muchas de sus formas. Es más, a veces deja lo que es bueno y seguro para su vida, a cambio de cosas que le darán placeres nuevos y fascinantes. Por ejemplo, la velocidad. A pesar de las numerosas advertencias y estadísticas de accidentes y tragedias automovilísticas, muchos conductores disfrutan de correr a velocidades inmoderadas en carretera y peor aún, en áreas urbanas. Muchos ni siquiera reparan en el hecho de que un choque frontal a tan sólo 50 kilómetros por hora puede ser mortal. Algo parecido sucede con el pecado. Los seres humanos a menudo actuamos para ver hasta dónde podemos llegar haciendo lo que queremos sin lastimarnos. Pensamos que podemos ofender a Dios y que nada nos va a ocurrir. Craso error. Imprudente forma de conducir la vida. Como se ha mencionado antes, la obediencia es la base de la madurez cristiana; el impulso necesario para crecer en el discipulado y evidencia de la buena mayordomía en el creyente. La vida de obediencia al Señor no se deja dominar de ningún afán, deseo o pasión desenfrenada. El cristiano responsable sabe cuándo y cómo [p 136] controlar sus impulsos y toma decisiones calculando bien los posibles efectos de sus actos. La vida que tenemos en Cristo es una gran bendición y a la vez una enorme responsabilidad. Por una parte, Dios nos da de su gracia a manos llenas. Sin embargo, él también nos prueba en las áreas de nuestra conducta y servicio. Él quiere que desarrollemos los valores y el estilo de vida que hacen a un discípulo fiel y verdadero y a un mayordomo sabio. El pacto de Dios con su pueblo tenía también este doble aspecto. Por un lado, si la gente obedecía, habría bendición, crecimiento, paz y seguridad de parte de Dios. No obstante, la nación israelita también estaba expuesta a experimentar el otro aspecto: el castigo y la disciplina por el incumplimiento de su parte en el pacto. Siendo justo, el Señor no puede premiar la desobediencia. Su plan perfecto tiene el propósito de formar nuestras vidas para que sean obedientes a su voluntad y reflejen su carácter santo.

CONSECUENCIAS DE LA DESOBEDIENCIA 26:14–39 Las promesas de retribución que se basan en la ley del talión (véase 24:17–22) serían seguramente llevadas a cabo si el pueblo no cumplía su responsabilidad de obedecer los mandamientos de la ley de Dios. De nueva cuenta se advierte que el pacto es la base y garantía de todo lo que pasaría a la nación de acuerdo con su respuesta de obediencia o desobediencia a la voluntad divina. A pesar de todo, ni la desobediencia ni el juicio de Dios invalidarían las provisiones y promesas contenidas en el pacto. Todas ellas se van a cumplir en el futuro. La expresión “si no oyéreis…” (y otras similares) caracteriza al pasaje que nos ocupa (vv. 14, 18, 21, 23, 27), y va seguida de promesas de retribución divina en [p 137] caso de incumplir los mandamientos de Dios (vv. 16, 18, 21, 24, 28). Los efectos negativos de la desobediencia para el pueblo de Israel serían:

Terror y enfermedades: Los trastornos físicos en la población provocados por la mano de Dios, iban a producir miedo y desconcierto en todos (v. 16a). La prolongada y evidente falta de salud (“calentura”), agotaría la fuerza física de las personas (“extenuación”). Sin el goce de perfecta salud, no podrían hacer nada bien, quedarían expuestos a cualquier clase de peligro. Campo improductivo: En una sociedad eminentemente agrícola, la falta de lluvias y cosechas o la aparición de plagas son un desastre mayúsculo. Israel, al tomar posesión de la tierra prometida, iba a dejar

69 de ser un pueblo nómada para ser agrícola y sedentario. La maldición de Dios se mostraría en la sequía e infructuosa siembra. Esto es lo que significa la expresión “haré vuestro cielo como hierro, y vuestra tierra como bronce” (v. 19b; Deuteronomio 28:23). Un motivo de este castigo se expresa en el v. 19 “quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo”. Esto quiere decir que Dios retira su bendición de aquellos que dependen únicamente de sí mismos (de su capacidad, inteligencia y poder o sentido de autosuficiencia) y no se acercan a Dios en humildad y dependencia para recibir lo que necesitan de él (Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5; Miqueas 6:8). Las cuantiosas inversiones de los agricultores en sus terrenos les redituarían cero ganancia (v. 20; Deuteronomio 28:18). Lo poco que pudiera brotar de la tierra sería aprovechado por los enemigos del pueblo “sembraréis en vano vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán” (v. 16b; Deuteronomio 28:33). [p 138] ¡PENSEMOS! En Juan 15:5 Jesús afirma: “porque separados de mí nada podéis hacer”. Cuando no obedecemos al Señor, nuestra vida se seca, se vuelve infructuosa e improductiva. Por lo menos no produce nada que valga la pena, que tenga calidad espiritual. Por otro lado, nuestro Salvador también afirma que la marca que distingue al discípulo del resto de los mortales es la obediencia (Juan 15:8). Y la obediencia debe manifestarse en guardar cada uno de los mandamientos del Señor (Juan 15:10). Esta decisión va a determinar tres cosas que todos necesitamos experimentar: (1) tener una vida fructífera en todos sentidos (15:5); (2) poder para experimentar (dar y recibir) un amor genuino al Señor y al prójimo (Juan 15:10a, 12–13); (3) recibir respuesta a nuestras oraciones (15:7). ¿Disfruta usted de estas tres cosas? ¿Qué le hace falta para que sean una realidad en su vida? ¿Qué va a hacer para comenzar a producir en su vida estos maravillosos resultados?

Peligros naturales: Dios promete enviar toda clase de calamidades naturales sobre la población (vv. 21–22). El lenguaje de estos versículos recuerda los desastres producidos por las plagas que Dios dejó caer sobre Egipto cuando faraón se resistía a obedecer la palabra de Moisés. Las palabras “plagas” y “bestias fieras” (Deuteronomio 32:24) incluyen todas las calamidades que vendrían por agentes naturales y que experimentaría Israel por ser rebelde a la voluntad de Dios. La razón por la presencia de las plagas naturales se expone en el v. 21: “si anduviereis conmigo en oposición”. [p 139] Oponerse a Dios es algo muy grave. Cuando esto sucede, aun la misma naturaleza se vuelve en contra nuestra.

Derrota por los enemigos: La descripción más larga de este pasaje (vv. 17, 23–36) se refiere a las maldiciones que alcanzarían a la nación por medio de agentes humanos. El castigo divino sería justo y legitimado por su pacto “espada vengadora” (v. 25a). Esto es lo que quiere decir la frase “en vindicación del pacto” (v. 25). La derrota militar sería para los hebreos una de las consecuencias de no ser fieles a Dios. El Señor fortalecería a las naciones enemigas contra el pueblo escogido. La desobediencia al pacto debilitaría a la nación hebrea al punto de ser vulnerable a cualquier ataque de sus rivales. Los habitantes de Israel no encontrarían un refugio seguro, ni podrían evitar el ser entregados a sus enemigos (v. 25b; Deuteronomio 28:25; Jueces 2:14; Jeremías 19:7).

LA DESOBEDIENCIA A DIOS ES LO QUE DEBILITA Y VULNERA

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MÁS LA VIDA DEL CREYENTE. LA OBEDIENCIA LA FORTALECE. La derrota en la guerra cambiaría por completo la forma de vida. Una de las consecuencias es que habría tal escasez, que el abasto de alimentos no alcanzaría para la hambrienta población (v. 26). Pero el colmo llegaría cuando, por el hecho de encontrarse sitiados por el enemigo e incapaces de salir de las ciudades, tendrían que comerse a sus propios hijos (v. 29 compárese con 2 Reyes 6:24–30).

Destrucción del falso sistema religioso: Dios derribaría todos los lugares y santuarios del sistema religioso que promueve la desobediencia y la maldad. Es interesante [p 140] notar en el pasaje que los cadáveres de los infieles (idólatras) yacerían en el suelo sobre los cuerpos inertes de los ídolos. La idolatría recalcitrante sólo conduce a la muerte (vv. 30–31; compárese con Isaías 27:9). Devastación y deportación: La más grande evidencia de que la maldición de Jehová había caído sobre Israel era la deportación. Antiguamente, las naciones vencedoras, aparte de cometer toda clase de atrocidades contra la población civil del país derrotado, acostumbraban llevar en cautiverio a su población. Para el pueblo de Israel no estar en la tierra prometida era una señal segura de que la bendición divina se les había retirado o suspendido (vv. 31–39; Deuteronomio 28:64–65; Salmos 44:11). Una de las razones de la deportación, aparte de los pecados ya mencionados, fue el incumplimiento de la ley de santidad, particularmente los mandamientos referentes al año de jubileo y la redención de la tierra. Ésta tendría su descanso sabático (25:4) pero no por la obediencia del pueblo, sino porque ya no la habitarían por mucho tiempo (vv. 34–35, 43). Los cautivos guardarían tal impresión de los horrores de la guerra y las maldiciones divinas, que sus corazones se acobardarían y morirían no tanto por pelear (contra un enemigo a veces inexistente), sino por el pánico sembrado en ellos (vv. 36–37). Por causa de sus pecados, muchos de los que hubieren logrado sobrevivir morirían en el extranjero en forma por demás oprobiosa (v. 39).

¿POR QUÉ ARRIESGAR UNA VIDA FELIZ Y BENDECIDA POR DIOS, A CAMBIO DEL EFÍMERO Y ENGAÑOSO PLACER DE PECAR? [p 141] EL

ARREPENTIMIENTO FUTURO 26:40–45

A pesar de todos los efectos adversos de la desobediencia, queda un futuro para el pueblo rebelde y contradictor (Isaías 65:2; Romanos 10:21). Esto sucederá cuando la disciplina divina haya hecho su efecto y se produzca el arrepentimiento (vv. 40–41). Dios va a restaurar a su nación a su condición privilegiada. Los cristianos podemos escapar de las graves consecuencias de nuestros errores y transgresiones así como del peligro de sufrir daños mayores en nuestra vida espiritual. Para que esto sea posible, tomemos la decisión firme y resuelta de dar la espalda al pecado.

¿NO ES EL ARREPENTIMIENTO EL ACTO MÁS DIVINO EN EL HOMBRE? Tomás Carlyle

¡PENSEMOS! El arrepentimiento es la decisión más oportuna y sabia que cualquier persona puede tomar cuando se ha apartado del Señor. Dar media vuelta al pecado y orientar la vida hacia Dios es el resultado práctico e inconfundible de un discernimiento

71 correcto de las verdades espirituales. Además, esta transformación en el hombre produce cambios en el mismo cielo. La tristeza del pecar se convierte en el gozo del arrepentimiento en la persona y aun en la presencia de Dios se celebra este hecho (Lucas 15:7, 10). [p 142]

CUANDO UN PECADOR SE VUELVE A DIOS CON HUMILDE CELO, SE HACEN FIESTAS EN EL CIELO Miguel de Cervantes Saavedra (en “El Rufián Dichoso”) La base del perdón divino será el pacto de Dios con su pueblo (vv. 43–45). “El pacto antiguo” es la forma que se le llama aquí al pacto mosaico. Los compromisos de Dios con su pueblo nada los puede invalidar (Oseas 11:8; Jeremías 31:10; Romanos 8:35–39; 11:29) porque se basan en su carácter (Números 23:19; Hebreos 13:8). Aunque el Señor suspendió a Israel temporalmente los beneficios de un pueblo pactado, algún día todos ellos le serán devueltos (Romanos 11:25–27). Será entonces cuando regresen a su tierra y se reencuentren con su antigua y bendecida relación con su Creador.

EPÍLOGO 26:46 Levítico empezó con un llamado de Dios a su pueblo para que consagrara su vida a él y aprendiera a vivir en santidad. La obediencia a ese llamado atraería la bendición de lo alto y una vida tanto individual como colectivamente de completa armonía en todos los integrantes de la nación escogida. Se demostró también que el llamado era no sólo para Israel, sino también para la iglesia, que debe vivir a la luz de su vigencia y pertinencia. El pueblo cristiano debe alcanzar los mismos objetivos y cumplir la misión de ser “un reino de sacerdotes y gente santa”. A lo largo de sus páginas, Levítico nos mostró las condiciones y requisitos para lograr estas metas. Finalmente nos pone ante el Dios del universo, quien nos creó [p 143] y definió un plan para nuestra vida expresado en su palabra. Sus mandamientos son la tarea específica para que ese plan se cumpla. Y el Señor quiere contar con nuestra fidelidad y respuesta positiva a cada uno de sus estatutos. Como desde el primer día que se reveló a Moisés en el monte Sinaí, así espera Dios de nosotros una respuesta de obediencia y que tengamos un crecimiento visible y evidente como corresponde a un discípulo fiel del Señor. Él anhela bendecirnos y mantener una relación vital con cada uno de los que somos sus hijos. ¡Caminemos, pues, por la senda correcta y no nos extraviemos por caminos peligrosos!

¡PENSEMOS! Después de haber estudiado por 12 semanas el libro de Levitico, ¿cómo ha cambiado su opinión y aprecio por el contenido y enseñanza de ese libro? ¿Cuáles fueron los temas que más le llamaron la atención? ¿Qué nuevas lecciones y conceptos captó acerca de Dios (su carácter y sus obras), el hombre, el pecado, el discipulado cristiano, la ley, el servicio, la mayordomía, el sacerdocio del creyente, la salvación, la santificación, la ética cristiana, etc.? ¿Recomendaría a otros hermanos estudiar por tres meses Levítico? ¿Identifica mejor ahora la relación del libro con las enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al cristiano y la iglesia? ¿Reconoce la pertinencia y actualidad que tiene la literatura legal (el Pentateuco) para la vida y ética cristianas? ¿Cómo se benefició

72 (enumere las maneras específicas) de la enseñanza de Levítico?

[p 145] GLOSARIO Azazel. Nombre de la suerte por la que uno de los dos machos cabríos era escogido para “llevar” los pecados del pueblo fuera del campamento en el día de expiación (Levítico 16:7–8, 20–22). Efod. Corsé o chaleco que formaba parte de la indumentaria del sumo sacerdote (Levítico 8:7). Holocausto. Ofrenda totalmente quemada que simbolizaba la entrega completa o consagración del ofrendante a Dios (Levítico 1:3; 6:10). Jubileo. Cada cincuenta años se dejaba descansar la tierra (Levítico 25:8–55); sus anteriores propietarios podían recuperarla y los esclavos eran liberados. También era un tiempo de instrucción especial en la ley de Dios. Libación. Vino u ofrenda de vino que se vertía sobre ciertos sacrificios (Levítico 23:13, 18). Mitra. Una especie de turbante, parte de la indumentaria del sumo sacerdote (Levítico 8:9). Oblación. Ofrenda vegetal (Levítico 2:1). Ofrenda mecida. Parte de una ofrenda que era levantada y mecida ante Dios como símbolo de entrega, para luego regresarla al ofrendante, que de esta forma recibía los beneficios divinos (Levítico 7:30; 23:17). Rebusco. Parte inferior de la cosecha que queda después de la vendimia (Levítico 19:10). Sacrificio de paz. Sacrificio de comunión. El ofrendante podía comer de la ofrenda (Levítico 3:1; 7:15). Vendimia. Parte abundante de la cosecha agrícola (25:5; 26:5). Urim y Tumim. Probablemente eran objetos empleados como medios para consultar a Dios sobre cuestiones específicas (Éxodo 28:30; Levítico 8:8; Números 27:21; 1 Samuel 28:6).

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Vazquez, B. (1997). Estudios Bı́blicos ELA: Cómo vivir en santidad (Levı́tico) (145). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.

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