029 - James D. Crane - Manual para Predicadores Laicos.pdf

February 21, 2018 | Author: arturofrier77 | Category: First Epistle To The Corinthians, Christ (Title), Gospels, Sin, Jesus
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ACERCA DE LA OBRA Manual para Predicadoras IMicos proporciona avncla práctica a los cristianos que, sin ser llamados para servir como pastores de iglesias, han sido dota­ dos por el Espíritu Santo con dones

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C O L O M B IA : Ap.v'ado Aereo 5'>.ui4 Bogotá t C O S T A R IC A : Apge.vio ZH*. S v’ Medro C H IL E : 1 ECUADOR:

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EL S A L V A D O R : Mi c.nio Pfp E S P A Ñ A : Arm'on , v

i / 14 San Salvador

Barcelona

E STA D O S U N ID O S : Broadman 1,?/ Nmfh Ave NashvtUe Tenn 3 7234 G U A T E M A L A : 12 Calle 9 54 Zona 1 Guatemala H O N D U R A S : 4 Calle 9 Avenida. Tequciqalpa M E X IC O : Calle Oriente 65 A No 2834. México 8. D f

Matamoros 344 Pte , Torreón, Coahuila N IC A R A G U A : Apartado 5776 . Manaqua P A N A M A : Apartado 5363. Panama 5 P A R A G U A Y : Pettirossi 595. Asunción PER U : Apartado 3177, Lima R E P U B L IC A D O M IN IC A N A : Apartado 880. Santo Domingo U R U G U A Y : Casilla 14052. Montevideo V E N E Z U E L A : Apartado 152. Valencia

Primera edición: 1966 Segunda edición: 1968 Tercera edición: 1972 Cuarta edición: 1976 Quinta edición: 1978 Sexta edición: 1980 Séptima edición: 1981

Clasifiquese: Para Piedicadores ISBN 0 31 1-12089 7 C B P. Art. No.: '12039 7 M 11 81 Printed in U S A.

A Edith mi amada esposa y ayuda idónea en el ministerio

I N D I C E P r e f a c io

.......................................................................................................

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C apiti’lo 1 EL LUGAR DEL PREDICADOR LAICO EN EL REINO DE DIOS ........................................................... 7 1. Cada Creyente es un Ministro ....................... 7 2. Los Dones del Esfiíritu ..................................... 9 3. Los Dones de la Palabra ................................... 11 4. Predicadores Laicos en el Nuevo Testamento .. 12 5. Una Explicación de Términos ............................... 13 6. Nuestro Plan de Estudio ........................................ 14 C a p it u l o 2

EL PREDICADOR LAICO NECESITA PREPARAR SU CORAZON................................................................. 1. La Seguridad de una Experiencia Personal del Nuevo Nacimiento ............................................. 2. Un Profundo Deseo de Ver Salvos a O tr o s ....... 3. Una Creciente Santidadde V id a ......................... 4. Amor al Estudio de la Biblia ........................... 5. La Práctica de la Oración ...............................

16 16 24 26 31 35

C a p it u l o 3

EL PREDICADOR LAICO NECESITA PENSAR EN SU PROPOSITO .............................................................. 1. La Glorificación de D io s .................................... 2. La Conversión de los Perdidos .......................... 3. La Edificación de los Creyentes ........................

39 39 41 43

C a pitu lo 4

EL PREDICADOR LAICO NECESITA TENER UN MENSAJE ........................................................................ 1. El Mensaje del Predicador Laico Puede ser su Propio Testimonio Personal ................................ 2.

El Mensaje del Predicador Laico puede ser uruz Enseñanza Bíblica ..........................................

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C A r m u .o 5

EL PREDICADOR LAICO NECESITA ORGANIZAR SlLS PENSAMIENTOS ...................................................... 1. Algunos Trinos Bíblicos Pueden Ser Discutidos l^í sdc el Punto de Vista de su Significado ........ 2. Algunos Temas Bíblicos ru ed en Ser Discutidos

3.

4.

5.

6.

D ism tidos D esde el Punto de Vista d e las R azo­ nes que los Apoyan ............................................. Algunos Temas Bíblicos Pueden Ser D iscutidos D esde el Punto de Vista de los M edios E m plea­ dos o qu e se Pueden Emplear para E jecutar o Evitar una Acción Determinada .......................... Algunos Temas Bíblicos Pueden Ser D iscutidos D esde el Punto de Vista de las Causas q u e O bra­ ron para Producir una Situación D eterm inada Algunos Temas Bíblicos Pueden ser D iscutidos D esde el Punto de Vista de los E fectos Produci­ dos por una Acción D eterm inad a .......................... Algunos Temas Bíblicos Pueden Ser D iscutidos D esde el Punto de Vista del Contenido del T exto

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C a p it u l o 6

EL PREDICADOR LAICO NECESITA REFORZAR SUS IDEAS ........................................................................... 1 . Las Puertas que Conducen a la Voluntad ........ 2. Los Materiales de Discusión más Utiles para

76 77

Abrir las Puertas q u e Conducen a la V oluntad

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C a p it u l o 7

EL PREDICADOR LAICO NECESITA SABER COMENZAR Y CONCLUIR ........................................... 104 1. La Introducción ...................................................... 104 2. La Conclusión .......................................................... 109 C a p it u l o 8

EL PREDICADOR LAICO NECESITA COM UNICAR SU MENSAJE ........................................................................ J. Jm Preparación de un A m biente Favorable ........ 2. La Posesión d e Actitudes Favorables ................. 3. La Práctica de Buenos Hábitos en el Habla ......

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P R E F A C IO

Este libro es ofrecido al mundo evangélico hispano en la esperanza de proporcionar ayuda práctica a aquellos hermanos que, sin ser lla­ mados para servir como pastores de iglesias, si han sido dotados por el Espíritu Santo con “dones de la pa­ labra” que pueden y deben utilizar para la gloria de Dios en la conver­ sión de los perdidos y en la edifica­ ción de los creyentes. Si cumple aun parcialmente este noble propó­ sito, “daré gracias a Dios y cobraré aliento”. James D. Crane

Guadalajara, Jalisco, México, a 4 de diciembre de 1965.

15J

Capítulo

1

EL LUGAR DEL PREDICADOR LAICO EN EL REINO DE DIOS

Una de las necesidades más apremiantes que se perfila en las iglesias evangélicas de nuestro día es la de hacer un nuevo estudio del concepto neotestamentario del ministerio cristiano. ¿Quiénes son los minis­ tros del Señor? Sin duda, la idea general que se tiene sobre este punto es demasiado limitada. Acostumbra­ mos contestar la pregunta más o menos de la siguien­ te manera. Entendemos que un ministro cristiano es uno que ha sido llamado por el Espíritu Divino para dedicar todo su tiempo, todas sus energías y todos sus talentos a la enseñanza y predicación de la Palabra de Dios, al cuidado pastoral de las almas y a la adminis­ tración de los intereses de las congregaciones cristia­ nas. En otras palabras, un ministro cristiano es un pastor, un evangelista, un misionero o un profesor de Biblia. 1. CADA CREYENTE ES UN MINISTRO ¿Qué hay de malo en la opinión expresada en el párrafo anterior? Solamente una cosa: es una verdad a medias. Es la verdad, pero no es toda la verdad. Los que fueron mencionados sí son ministros del Señor, pero no son los únicos. Una de las enseñanzas más cla­ ras de todo el Nuevo Testamento es precisamente es­ ta: que todo creyente en Cristo Jesús es un ministro en la iglesia. [V]

M a n u a i , P ama Pm'.fm.ADow.s L aicos

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En su caria a los Efesios el apóstol Pablo presenta la obra del Cristo resucitado a favor de su iglesia de : esta manera: Y él m ism o constituyó a unos apóstoles; a otros, pro­ fetas; a otros, evangelistas; y a otros pastores, y m aes­ tros. a fin de perfeccionar a los santos para la obra del m inisterio, p a ja la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguem os a la unidad de la fe y del conocim iento del H ijo de Dios, a un varón perfecto, a la m edida de la estatura de la plenitud de C risto (Ef.

4:11-13).

Es muy grande el favor que nos hizo la Revisión de 1960 en cuanto a la traducción de este pasaje. En la Versión de Valera anterior aparece una coma en el ver­ sículo 12 después de la palabra “santos” . Esa redacción dio un sentido equivocado, puesto que hacia entender que el Señor había dado a la iglesia los apóstoles, pro­ fetas, evangelistas y pastores-maestros “para la obra del ministerio” . Así sucedía que muchos concluyeron que “ el ministerio cristiano” debía limitarse a aquellos creyentes que tuviesen vocación divina especial para desempeñar los oficios designados en el versículo 11. Concuerdan con la Revisión de 1960 en la supresión de la coma aludida varias otras versiones castellanas. Al momento el que esto escribe tiene sobre su escrito­ rio cuatro, a saber: la de Pablo Besson, la de Bonnet y Schroeder, la de Favier-de la Cruz (traducción espa­ ñola de una versión francesa) y la Hispano-americana. Veamos la diferencia de interpretación que resulta de acuerdo con esta atinada redacción. Al volver al cielo, nuestro Señor “ dio dones a los hombres” (Ef. 4:8b). Esos “ dones” fueron los “ apósto­ les, profetas, evangelistas y pastores-maestros” que se mencionan en el versículo 11. Se les considera como “ dones” por dos razones: (1) porque sólo Dios puede llamar a un hombre para ejercer tal ministerio espe­ cial; y (2) porque su función es tan preciosa para la iglesia, que debe considerarse como un verdadero rega­ lo del cielo. ¿Cuál, pues, es la función de los “ apóstoles, profetas, evangelistas y pastores-maestros” ? Es la de

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“ perfeccionar (o sea, adiestrar) a los saritas para la obra del ministerio” .

Entonces, tocios los santos (los creyentes) tienen un ministerio que desempeñar en la iglesia, Y el resto del pasaje que estamos comentando hace ver con toda claridad que “ la edificación del cuerpo de Cristo” , es decir, el crecimiento espiritual de la iglesia, depende principalmente de que todos los creyentes sean fieles en el ejercicio de sus respectivos ministerios. Si cabe aquí una distinción, quizá la mejor manera de hacerla sería decir que existen en la iglesia dos mi­ nisterios: un ministerio “ oficial” y un ministerio “ co­ mún” . Mientras que el segundo comprende la totalidad de los creyentes, el primero corresponde solamente a los que por vocación divina especial puedan decir con Pedro y Juan: . . . No es justo que nosotros dejem os la palabra de D ios, para servir a las m esas. . . Nosotros persistiremos en la oración y en el m inisterio de la palabra (Hch. 6:2, 4).

Pero al hacer tal distinción, no hemos de olvidar que las iglesias pueden subsistir (¡y de hecho subsisten muchas!) sin un ministerio “oficial”, pero se morirían en seguida sin un ministerio “común” . El ministerio, o sea servicio, de todos los creyentes es lo que mantiene en pie de lucha a una congregación cristiana. Además, la razón de ser del ministerio “oficial” es el servicio que rinde al adiestrar a los demás creyentes para sus ministerios respectivos dentro de la iglesia. 2.

LOS DONES DEL ESPIRITU

La interpretación que acabamos de dar está refor­ zada ampliamente por lo que Pablo dice en 1 Corintios capítulo 12. En ese capítulo nos habla de los dones del Espíritu, haciéndonos ver cómo éstos tienen íntima relación con el ministerio que el Señor espera de todos y de cada uno de sus hijos. Em pero hay diversidad de dones, m as el Espíritu es el m ism o; y hay diversidad de m inisterios, m as el Se­ ñor es eJ m ism o; y hay diversidad de operaciones, nuis

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M a n u a t , T aha

íbu.mcAnonr.s

l, AIfX>S

ól mismo Dios os el que obra todas las cosas en torios. Pero A cada uno le es dada la manifestación del Espí­ ritu ixvra el bien general (1 Cor. 12:4-7, V.II.A).

Notemos que en la Iglesia hay diversidad tanto en las dones como en los ministerios y en las operaciones. Cada creyente ha sido dotado por el Espíritu Santo con algún don que puede y debe utilizar para la edificación de los demás. El aprovechamiento de ese don para la edificación de la iglesia constituye precisamente el mi­ nisterio del creyente en cuestión. Exactamente como cada creyente ha sido bendecido con un don, se le hace responsable de un ministerio. “ Dios no es Dios de con­ fusión” (1 Cor. 14:33). Por tanto, no podemos menos que concluir en que el ministerio particular que un cre­ yente dado debe desempeñar va de acuerdo con el don, o sea la manifestación del Espíritu, que le haya sido conferido. En 1 Corintios 12:12-27 Pablo habla de la iglesia bajo la figura de un cuerpo. Entre otras cosas, el pasa­ je deja bien clara esta idea: que la iglesia recibe bene­ ficio del desarrollo de todos sus miembros y que, a la inversa, sufre lamentables pérdidas cuando cuales­ quiera de sus miembros deja de desempeñar el minis­ terio en el cual sus dones pueden y deben hallar la de­ bida expresión. Por tanto, la constante preocupación de una iglesia cristiana debe ser la de ayudar a cada uno de sus miembros a hacer lo siguiente: (1) descu­ brir cuál es su don; (2) dedicar su don al servicio de Dios y de la humanidad; y (3) desarrollar su don por medio del estudio y del trabajo práctico en la obra mi­ sionera de su iglesia. El don de Dorcas la capacitó para glorificar a Dios haciendo costuras para los necesitados (Hch. 8:36, 39). El don de Lidia era el de comerciar, e hizo de su nego­ ciación un centro de propaganda para el evangelio (Hch. 16:14-15). El don de Cornelio era el de mandar gente, y aprovechó la influencia de su posición para reu­ nir a un gran número de personas a fin de que o y e r a n el mensaje de Dios (Hch. 10:24, 27). El don de Lucas le

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inspiró interés en la ciencia, conduciéndole a servir como médico misionero e investigador de la historia cristiana (Col. 4:14; Luc. 1:1-4; Hch. 1:1). Sí, ¡hay di­ versidad de dones! 3. LOS DONES DE LA PALABRA Entre los diferentes dones mencionados específi­ camente en el Nuevo Testamento, es interesante obser­ var cuántos tienen que ver con el uso de la palabra. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sab i­ duría; a otro, palabra de ciencia según el m ism o E s­ píritu . . . (1 Cor. 12:8). De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese con for­ m e a la medida de la fe ; . . . o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exh ortación . . . {Rom.

12 : 6 - 8) .

Probablemente sería incorrecto decir que aquí se trata de cinco dones completamente distintos, porque “ palabra de sabiduría” y “palabra de ciencia” parece­ rían tener íntima relación con el don de la enseñan­ za” . De igual manera, resultaría difícil desligar la “ pro­ fecía” y la “ exhortación”, especialmente a la luz de lo que encontramos en 1 Corintios 14:3 donde se nos dice que el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación.

Lo que sí podemos decir con toda confianza es que entre los diversos dones del Espíritu abundan los que pueden ser designados como “dones de la palabra” . Otra cosa que queda claramente establecida en las Escrituras en que estos “ dones de la palabra” no eran concedidos exclusivamente a los “ apóstoles, pro­ fetas, evangelistas, pastores y maestros” . Fueron re­ partidos por el Espíritu con mucha mayor amplitud entre los miembros de las congregaciones cristianas. En 1 Corintios 14 Pablo exhorta a todos los hermanos de esa iglesia a que procuren los dones espirituales, pero “ sobre todo que profeticéis” (versículo 1), e indica en

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M anual

P ana

P h k d ic a d o h k s

L a ic o s

el versículo 5 que bien quisiera quo todos profetizaran. Esta posibilidad es recalcada tanto en el versículo 24 com o en el 31. 4.

PR ED ICAD O R ES LAICO S EN EL N U E V O T E ST A M E N T O

El estudio cuidadoso del Nuevo T e sta m e n to nos convence de que el asombroso exten dim ien to del e v a n ­ gelio en el prim er siglo se debió, cuando m en o s en p a r ­ te, al hecho de que gran núm ero de creyentes p r im i­ tivos desplegaban estos “ dones de la p a la b r a ". E n o tra s palabras, eran predicadores laicos. P a sajes que v ien en al caso son:

Y se fue, y comenzó a publicar (predicar) en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él (Mar. 5:20). Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenza­ ron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen... Y estaban atónitos y maravi­ llados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos naci­ do? ... Les oímos hablar en nuestras lenguas las ma­ ravillas de Dios (Hch. 2:4, 7-8, 11). Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron... Y ahora, Señor, mira sus ame­ nazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra (Hch. 4:24, 29). Y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles... Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evan­ gelio (Hch. 8:1, 4). Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pa­ saron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablan­ do a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero ha­ bía entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Se­ ñor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor... Y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía (Hch. 11:19-21, 26).

Y cuando exam in am os la escena con tem p o rá n ea ,

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no tardamos on descubrir que los grupos evangélicos que están creciendo más rápidamente son precisamen­ te aquellos que están haciendo hincapié en la respon­ sabilidad de los laicos hacia la predicación. 5.

UNA E X PLICA CIO N DE TE R M IN O S

No es remoto que algunos de mis lectores se opon­ gan al uso hecho en la sección anterior de la palabra “ laico” . ¡Estoy de acuerdo! No es muy feliz la expre­ sión. Aparte del hecho de que en nuestro medio latino­ americano suele dársele a la palabra cierto sentido an­ tirreligioso, tenemos que confesar que el uso corriente del término no tiene apoyo en las Escrituras. Dos pasa­ jes vienen a la mente en esta conexión. Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Ju an , y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se m aravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús (Hch. 4:13).

Aquí la expresión “ del vulgo” vierte al castellano una palabra griega que literalmente significa “ laicos” . Pero ¿a quiénes se aplica? ¡A los apóstoles Pedro y Juan! A los ancianos de entre vosotros exh o rto. . . que ap a­ centéis el rebaño de Dios que está con vosotros, obran­ do com o sobreveedores, no por fuerza de obligación sólo, sino voluntariam ente; n i com o codiciosos de des­ honrosa ganancia, sino prontam ente; n i com o enseño­ reándoos sobre las herencias de D ios, sino siendo ejem plos del r e b a ñ o ... (1 Ped. 5:1-3).

En la parte final de este pasaje encontramos la expresión “las herencias de Dios” , refiriéndose a todos los componentes de las congregaciones cristianas. Muy significativo es observar que esta expresión traduce la misma palabra griega que constituye la raíz etimológi­ ca de la voz “ clero”. Tenemos que concluir, pues, en que la usanza con­ temporánea de las palabras “ laico” y “ clero” es com­ pletamente opuesta a la manera en que se emplean en el Nuevo Testamento. Según éste, los apóstoles fueron

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rm -nicA D om -s T r í e o s

laicos, y el cloro lo formó la totalidad de loa miembros do las iglesias. Entonces, ¿cuál os la razón de emplear la palabra ‘ laico” en esta obra en el sentido en que hemos venido usándola? Sencillamente ésta: que el uso equivocado de los siglos es tan uniforme y tan fuerte, que si queremos hacernos entender, más vale que hablemos de Igual manera. Todos los creyentes neotestamentarios se ocupa­ ban en la tarea del evangelismo. Y aparte de lo que se contribuía al sostenimiento de sus maestros y evange­ listas oficiales (véase 1 Cor. 9:13-14; 2 Cor. 11:8; Gál. 6:6; 2 Tes. 3:9; 1 Tim. 5:17-18 y también Núm. 18:2021), no hay ninguna evidencia de que hubiesen consi­ deraciones de índole monetaria en el asunto. Así es que de este punto en adelante, entiéndase que cuando ha­ blamos de un predicador laico queremos decir lo si­ guiente: Un predicador laico es un creyente que, sin tener vocación divina especial para ser pastor de iglesias, sí tiene dones de la palabra, y los ejercita en un ministe­ rio de testimonio verbal, sin remuneración financiera. 6.

NUESTRO PLAN DE ESTUDIO

Convencidos, pues, de la necesidad de “ adiestrar a los santos para la obra del ministerio” , y seguros de que en cada iglesia neotestamentaria debe haber herma­ nos que tienen “ dones de la palabra”, nos proponemos por medio de estos sencillos estudios proporcionar a los tales la orientación necesaria para que puedan de­ sarrollar su don en un servicio práctico de testimonio verbal en el programa misionero de su iglesia. El plan que seguiremos será el de presentar consecutivamente los pasos que debe dar el creyente que tenga estos “ do­ nes de la palabra” para ejercer el ministerio de un pre­ dicador laico. Dichos pasos son los siguientes: (1) El predicador laico necesita preparar su corazón. ic.a i x >hf.s

I m ic o s

más claras do una verdadera experiencia del nuevo na­ cimiento. El que esto escribe ha pensado muchas veces que deberíamos dar mayor énfasis a esto en nuestro examen de candidatos para el bautismo. La especie de catequismo a que frecuentemente sometemos a los nuevos creyentes tiene valor en lo que respecta a una preparación doctrinal. Pero el hecho de poder contes­ tar satisfactoriamente una lista de preguntas teológi­ cas no demuestra necesariamente que la persona haya tenido un cambio de corazón. En cambio, cuando le vemos preocupada por la conversión de sus parientes y conocidos, entonces sí tenemos una base sólida para dar crédito a su profesión de fe. Este deseo, sin embargo, puede ser apagado, como aconteció en el caso de la iglesia de Efeso, la cual dejó “ su primer amor” (Apoc. 2:4). Cuando así sucede, hay alegría en el infierno, luto en el cielo, estancamiento en el reino de Dios y alarma en el corazón de toda persona que ame en verdad a su Señor. La manera en que este deseo puede ser renovado queda indicada por las siguientes palabras en que el apóstol Pablo nos revela los móviles de su propia carre­ ra misionera: Conociendo, pues, el tem or del Señor, persuadim os a los hom bres; . . . Porque el amor de Cristo nos cons­ triñe, pensando esto; que si uno murió por todos, luego todos m urieron; y por todos m urió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que m urió y resucitó por ellos (2 Cor. 5:11, 14-15).

De acuerdo con este testimonio, la pasión por las almas es el producto de una visión tanto del amor como del temor del Señor. El predicador laico necesita captar esta doble visión. ¿Cómo podrá hacerlo? ¡Volviendo a pensar en la cruz! Allá en el Monte Calvario está la manifestación suprema, tanto del amor de Dios para el pecador como de la severidad de Dios hacia el pecado. “ De tal manera” amó Dios al pecador que entregó a su Hijo por él. ¡Sí! Pero no hemos de olvidar el otro lado del asunto. “De tal manera” odió Dios al pecado que

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M an u al P ara

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aun cuando su propio lvljo iba do por medio, dejó caer en él la descarga completa de su ira justiciera. iEs al pie de la cruz donde se enciende la pasión por las almas! Allí el creyente se humilla al pensar en su propia indignidad, y allí se llena de compasión al meditar en el destino eterno de todos aquellos que aún no conocen el amor del Salvador. Poseído asi de esta doble visión, comprende que su única razón de ser es la de servir como mensajero de la buena nueva de sal­ vación. 3.

UNA CRECIENTE SANTIDAD DE VIDA

De Bernabé leemos que “ era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hch. 11:24). Cuando la mano dis­ ciplinaria de Dios hubo castigado las mentiras de Ananías y Safira con la pena capital, leemos que “ vino gran temor sobre toda la iglesia y sobre todos los que oyeron estas cosas. . . y los que creían en el Señor aumenta­ ban más, gran número así de hombres como de m uje­ res” (Hch. 5:11, 14). No es mera coincidencia el he­ cho de encontrar así vinculados un énfasis sobre la santidad de vida con un testimonio de bendición evangelizadora. ¡Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre! Siendo cierto que “sin la santidad nadie verá al Se­ ñor” (Heb. 12:14), huelga agregarse que el que no lo haya visto no podrá nunca hacer que lo vean otros. “ Si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mat. 15:14). Así es que parte esencial de la preparación es­ piritual del predicador laico consiste en su atención a la exhortación que dice: Lim piém onos de toda contam inación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el tem or de D ios (2 Cor. 7:1).

Muchos son los motivos que impulsan al creyente hacia una vida santa. La seguridad de una santidad perfecta en el cielo es uno (1 Juan 3:2-3). Además, por 1 Pedro 1:14-20 sabemos que tanto la naturaleza de

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Dios como Padre Santo, a-sí como su intervención como Juez Imparcial se unen al valor incalculable del sa­ crificio de Cristo como móviles adicionales para obli­ garnos a buscar la santidad en nuestra vida diaria. Lo anterior no deja lugar a discusión. Todo creyen­ te sincero comprende que debe llevar una vida santa. Es más; su condición de hombre regenerado le infun­ de el deseo de hacerlo. Pero el problema está en su in­ capacidad para obsequiar sus propios deseos al respec­ to. Se encuentra en la misma situación que le afligía al apóstol Pablo cuando escribió estas líneas: Y o sé que en m í, esto es, en m i carne, no m ora el bien ; porque el querer el bien está en m í, pero n o el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el m al que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya n o lo hago yo, sino el pecado que m ora en m í. A sí que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta le y : que el m al está en m í. Porque según el hom bre interior, m e deleito en la ley de D ios; pero veo otra ley en m is m iem bros, que se rebela contra la ley de m i m ente, y que m e lleva cautivo a la ley del pecado que está en m is m iem bros. ¡M iserable de m í! ¿Quién m e librará de este cuerpo de m uerte? (Rom. 7:18-24).

Es este un problema que no puede ser resuelto por la simple fuerza de nuestra voluntad. La carne no puede echar fuera a la carne. De esto hablaba Pablo cuando advertía a los colosenses en contra de la inuti­ lidad de “preceptos, tales como: no manejes, ni gus­ tes, ni aun toques” . “ Tales cosas”, decía el apóstol, “ tie­ nen a la verdad cierta reputación de sabiduría en cul­ to voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:20-23). La solución se halla en otra parte. Se encuentra en una comprensión mayor de lo que Cristo ya hizo por nosotros en la cruz, y en una sumisión más completa al dominio del Espíritu Santo en nuestra vida. Esto no es sino otra manera de decir que el problema planteado en Romanos siete se resuelve a la luz de las verdades presentadas en Romanos seis y ocho.

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M a n u a l Taha

P r e d ic a d o r e s L a ic o s

En el capítulo seis do Romanos Pablo nos presen­ ta la obra de Cristo en la cruz de esta manera: Sabiondo esto, que nuestro viejo hom bre fu e cru cifi­ cado ju n tam en te con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvam os m ás al pe­ cado . . . A sí tam bién vosotros consideraos m uertos al ■pecado, pero vivos para D ios en C risto Jesú s, S eñ or n uestro. N o reine, pues, el pecado en vu estro cuerpo m ortal, de m odo que lo obedezcáis en sus con cu p iscen ­ cia s; n i tam poco presentéis vuestros m iem bros a l p e­ cado com o instrum entos de iniquidad, sin o p resen ­ ta os vosotros m ism os a D ios com o vivos de en tre los m u ertos, y vuestros m iem bros a D ios com o in stru m en ­ to s de ju sticia. Porque el pecado n o se en señ oreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley , sin o b a jo la gracia (Rom. 6:6, 11-14).

Aquí tenemos la declaración de un hecho: “ nues­ tro viejo hombre fue crucificado juntamente con él (con Cristo)” . Entonces no tenemos que volvernos a crucificar. ¡La cosa está hecha ya! En consecuencia, no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Las deman­ das de la ley fueron satisfechas todas por la muerte de Cristo. Nosotros estamos “ en Cristo” . De modo que cuando él murió, nosotros también morimos. Y la ley no le puede exigir nada a un muerto. Además, el propósito de la muerte de Cristo era “ para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” . Debemos entender lo que significa esta palabra “ destruido” . Es la misma que encontramos en Hebreos 2:14 donde se nos dice que Cristo murió “para destruir... al diablo” . En ambos pasajes la idea es la misma. La palabra significa lite­ ralmente “ hacer nulo o de ningún efecto” . El diablo no fue aniquilado por la muerte de Cristo; aún existe. Pero su poder sobre los creyentes fue nulificado. “El cuerpo del pecado” tampoco fue aniquilado por la muerte de Cristo. El creyente aun encuentra que “ en su carne no mora el bien” . Pero la autoridad de la naturaleza car­ nal sí ha sido nulificada en cuanto a la vida del cre­ yente. Antes de nuestra conversión, la Biblia dice que

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éramos “ hijos del diablo” (Juan 8:44; 1 Juan 3 :JO). Por tanto, Satanás ejercía sobre nosotros autoridad (2 Tim. 2:26). Pero en la cruz se obró una victoria so­ bre Satanás (Col. 2:14-15) y fuimos librados de la po­ testad de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo de Dios (Col. 1:13-14). Así es que Satanás ya no tiene nin­ guna autoridad sobre nosotros. Cuando le vemos acer­ carse, podemos decir confiadamente: “El nada tiene en mí” (Juan 14:30). Y cuando nos tiende su lazo de ten­ tación podemos, en el nombre de Cristo, ordenarle que se retire, sabiendo que cuando le resistimos así tiene que huir (Stg. 4:7; 1 Ped. 5:9). Ahora bien, de la misma manera, la muerte de Cristo ha “ destruido el cuerpo del pecado” . Es decir, ha nulificado la obligación que teníamos de servir a la maldad. Por tanto, lo que debemos hacer ahora es “ considerarnos muertos al pecado” y “presentarnos a Dios como vivos de entre los muertos y nuestros miem­ bros a Dios como instrumentos de justicia” . Es decir, debemos dar por sentado el hecho de nuestra liberación de la autoridad de Satanás, y haciendo caso omiso de sus rugidos de león encadenado (1 Ped. 5:8), ofrecer nuestra vida entera sobre el altar del Señor. ¡Ya somos libres para servir a Dios! Pero al llegar a este punto, suele suceder una cosa curiosa. A semejanza de los creyentes de Galacia, nos lanzamos al servicio de Dios en la energía de la carne. No lo admitiríamos, pero en el fondo del corazón esta­ mos pensando más o menos así: “ Señor, qué bueno es que me hayas escogido por siervo tuyo. Te felicito. Te has ganado un gran colaborador. Conmigo triunfarás.” Confiando, pues, en nuestras propias fuerzas, salimos a dar batalla “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12)—y quedamos aplastados. Después, humillados por el fracaso, le oímos a Dios decir: ¿T an necios s o ls ? ¿H abiendo com enzado por el E s­ píritu, ahora vals a acabar por la carne? (Gal. 3:3).

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Entonces, además de comprender la grandeza de la obra de Cristo, hecha a nuestro favor en la cruz, te­ nemos que someter nuestra vida a la dirección y al po­ der del Espíritu Santo para que él haga morir en nos­ otros las obras de la carne. Así alcanzó Pablo la victo­ ria. Después de su “ ¡miserable de mi! que encontramos casi al final de Romanos siete, leemos lo siguiente: G racias doy a D ios, por Jesucristo Señor n u e s t r o . . . Ahora, pues, ninguna condenación hay p ara los que están en Cristo Jesús, los que no andan con form e a la carne, sino conform e al Espíritu. Porque la ley del E s­ píritu de vida en Cristo Jesús m e h a librado de la ley del pecado y de la m u e rt e . . . Porque si vivís co n ­ form e a la carne, m oriréis; m as si por el E spíritu h a ­ céis morir las obras de la carne, viviréis (Rom. 7:25;

8:1-2, 13).

Fijémonos bien en que es por el Espíritu que pode­ mos “ hacer morir las obras de la carne” . Nuestro deber es claro. “ Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Col. 3:5-7) es la orden dada por el Señor. Y nosotros estamos de acuerdo. En nuestro carácter de hijos de Dios secundamos el sentimiento de nuestro Padre ce­ lestial. Pero aunque estamos de acuerdo en la senten­ cia, carecemos de poder para ejecutar el fallo. Este es el papel del Espíritu Santo. Todo lo que nosotros pode­ mos hacer es dar nuestro consentimiento para que las obras de la carne sean muertas y encomendar la eje­ cución de la obra al Espíritu de Dios. Confesando tanto el hecho de nuestra imperfección como el de nuestra incapacidad, tenemos que pedirle al Espíritu Santo que se apodere de nosotros y haga morir las obras de la carne. En otras palabras, para que haya una creciente santidad en nuestra vida, necesitamos ser “ llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). Necesitamos que él produzca en nosotros su fruto (Gál. 5:22-23). A la medida que de­ jarnos de contristarlo (Ef. 4:30) y de apagarlo (1 Tes. 5:19) y en proporción directa a nuestra sumisión a la

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soberanía de Cristo (Hch. 5:32), experimentaremos esta plenitud de poder de lo alto.' 4. AMOR AL ESTUDIO DE LA BIBLIA ¡O h, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi m editación... ¡Cuán dulces son a mi paladar tus pa­ labras! M ás que la miel a mi boca (Salmo 119:97,

103).

Estas palabras deben hallar eco en el corazón del predicador laico. Este sabrá que los beneficios que aporta un conocimiento amplio de las Escrituras son indispensables, tanto para el vigor de su propia vida espiritual como para la efectividad de su testimonio a otros. En su lucha con la tentación sabrá que no hay como “la espada del Espíritu” (Ef. 6:17); que es con un “ escrito está” (Mat. 4:4, 7, 10) que se le puede ven­ cer al tentador. En medio de sus pruebas encontrará que “ las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperan­ za” (Rom. 15:4). Al enfrentarse con sus responsabili­ dades como testigo del Señor, encontrará ánimo en la seguridad de que “ toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). Y puesto que el Sal­ mista le ha asegurado de que si tiene su delicia en la ley de Jehová, y si en ella medita de día y de noche, “será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará” (Sal. 1:2-3), le interesará todo aquello que le pueda dar alguna orientación práctica respecto a la mejor manera de aprovechar sus oportu­ nidades para leer la Biblia. En seguida, pues, se ofrecen unas sugerencias sencillas. 1 Para un desarrollo iniln completo de este pensamiento, véase James D. Crane, L a R e p r o d u c c i ó n E s p ir itu a l, ('El Paso: Casa Hauttsta de Publicaciones. 1900), Capítulo l í l.

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(1) Lea algo todos los días. En la experiencia de Israel con el maná encontramos un ejemplo muy Ins­ tructivo sobre este punto. Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diaria­ mente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley. o no (Ex. 16:4).

No se podía almacenar en un día lo suficiente para toda la semana. Tampoco es posible que el creyente sa­ tisfaga hoy las necesidades espirituales que pueda te­ ner mañana. “Basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:34b). De igual manera la gracia divina para soportar ese afán tiene que ser recibida en lotes cotidianos. Como jefe de familia, el predicador laico querrá leer algo de la Biblia cada día a su esposa e hijos, pero apar­ te de la celebración del culto familiar, tendrá cuidado en apartar algún tiempo diariamente para su estudio bíblico personal. (2) Tenga algún plan definido. Las cosas hechas al trochemoche no suelen salir muy bien. Aunque de vez en cuando escuchamos el testimonio de algún herma­ no que asegura haber encontrado el preciso mensaje que necesitaba por el sencillo procedimiento de abrir la Biblia al azar y leer lo primero que captó su atención, tenemos que insistir en que tales experiencias son poco comunes. Ocasionalmente encontramos una moneda tirada en la calle. Pero ninguno de nosotros se atreve­ ría a sufragar los gastos de su casa sobre la base de lo que pudiera así hallar. Preferimos buscar un empleo que tenga un plan definido de pagos. El plan que uno siga tendrá que ajustarse a sus condiciones particulares. “ Cada cabeza es un mundo.” Para algunos el mejor plan es el de leer cierto número de capítulos cada día. Leyendo tres capítulos cada día entre semana y cinco los domingos, alcanzan a leer la Biblia entera en un año. Conozco a un predicador laico que de esta manera logró leer toda la Biblia no menos de cuarenta y dos veces antes de morir. Otros encuen­ tran mayor provecho en leer trozos más cortos y medi­

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tarlos con detenimiento. Pero lea usted mucho o poco a la voz, si es aconsejable que procure leer todo un li­ bro de la Biblia antes de pasar a otro. Así fue escrita la Biblia: libro por libro. Leyéndola en esta misma for­ ma es más fácil que uno llegue a captar el mensaje verdadero de cada porción. (3) Lea en busca de alimento para su propia alma Para algunos hermanos parece que el Libro de Dios es una simple sarta de curiosidades. Se deleitan en hacer alarde de sus “ conocimientos bíblicos” , pero éstos re­ sultan ser de escaso provecho espiritual. Consisten en el aprendizaje de los “detalles mecánicos” de la Escri­ tura y en una familiaridad amplia con sus “ datos cu­ riosos” . Por supuesto, debemos conocer los nombres de los sesenta y seis libros de la Biblia y saber el orden en que aparecen. Vale la pena saber que Marcos no era uno de los doce apóstoles y que Dan y Beerseba no fue­ ron marido y mujer. Además, es interesante saber que el capítulo más largo de la Biblia es el Salmo 119; que el más corto es el Salmo 117; y que uno de los versículos más breves es Juan 11:35. Pero puede uno saber todo esto y mucho más de semejante índole sin llegar jamás a ser “poderoso en las Escrituras” . Para otros, parece que la Biblia es más bien un al­ macén de parque. La leen al través de gruesos lentes de polemista, buscando siempre algo con qué combatir a los católicos u otro grupo herético. No cabe duda de que la polémica tiene su lugar y que cada creyente debe sa­ ber defenderse de los estragos del error. No obstante esto, el propósito principal con que damos lectura a la Palabra de Dios debe ser el de buscar pan y no piedras. La Biblia es, sobre todo, un libro de ayuda espiri­ tual práctica. Fue escrita con el doble fin de enseñar­ nos cómo ir al cielo y de ayudarnos a mejorar nuestra conducta mientras estemos de camino. Por tanto, de­ bemos acercarnos a ella con corazón sincero y humilde, buscando luz para nuestro sendero particular. Si así lo hacemos, no sólo hallaremos que es “lámpara a nues­ tros pies y lumbrera a nuestro camino” (Sal. 119:105),

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sino que aprenderemos a reflejar sus rayos para ilumi­ nar también a otros. (4) M a r q u e su B ib lia . No tenga miedo de usar el lápiz mientras está leyendo. Una marca, conveniente colocada en el margen de un pasaje importante le ayu­ dará a recordar su significado y facilitará el encuentro del mismo cuando lo vuelva a necesitar. Algunas per­ sonas gustan de usar lápices de color para marcar sus Biblias. Se le puede asignar a cada color un asunto, y cuando se encuentra un pasaje que habla de este asun­ to, subrayarlo con el color correspondiente. Durante varios años el que esto escribe ha seguido tal costum­ bre con provecho positivo. El interés y la necesidad per­ sonales dictarán el significado que uno asigne a los co­ lores. Simplemente por vía de ilustración les indica­ ré mi propio plan. Uso lápices de siete colores, relacionando cada co­ lor con un asunto, como sigue: (1) rojo - la sangre de Cristo; (2) azul - la oración; (3) amarillo - el Espíritu Santo; (4) anaranjado - la iglesia; (5) café - el pecado y sus consecuencias; (6) verde - el Reino de Dios; y (7) violeta - los advenimientos de Cristo: las profecías de su primera venida en el Antiguo Testamento y las promesas de su segunda venida en el Nuevo. (5) Aprenda textos de memoria. Esto no es tan difícil como algunas personas se lo imaginan. La men­ te humana tiene una maravillosa capacidad para rete­ ner tanto ideas como palabras si uno sigue un procedi­ miento fijo para aprender. Póngase la tarea de apren­ der cuando menos un nuevo texto cada semana. Para principiar, escoja un texto relativamente breve. Ha­ biendo escogido el texto, divídalo en sus partes natu­ rales (éstas son indicadas por los signos de puntua­ ción) y vaya por partes. Lea la primera parte del tex­ to varias veces, procurando repetirla de memoria des­ pués de cada lectura. Siga haciendo esto hasta que lo­ gre repetir esta parte del texto completamente en for­ ma correcta. Pase luego a la parte siguiente, leyéndola y repitiéndola hasta aprenderla bien. Luego, repita las

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dos partos juntas autos do proceder al aprendizaje de lo que rosto. Sipa esto procedimiento hasta poder repe­ tir al pió do la letra el texto entero, juntamente con su respectiva referencia. Cuando lo pueda repetir todo, entonces escríbalo para fijarlo todavía mejor en la men­ te. A la siguiente semana, antes de iniciar el aprendi­ zaje de un texto nuevo, repase bien el texto que ya tie­ ne aprendido y luego proceda con el nuevo como lo hizo con el primero. A la tercera semana, repase los dos textos ya aprendidos antes de empezar con el si­ guiente. De esta manera, en un año se habrá aprendido un mínimo de cincuenta y dos pasajes selectos de la Biblia. Si se ha tenido cuidado en escoger textos que tengan una relación clara con las condiciones de la salvación y los requisitos del crecimiento espiritual, el predica­ dor laico descubrirá que a la hora de estar presentan­ do su testimonio, el Espíritu Santo se encargará de sa­ car de su memoria estos tesoros celestiales para posi­ tiva bendición de sus oyentes. Así nos lo ha prometido el Señor (Juan 14:26). 5.

LA PRACTICA DE LA ORACION

El predicador laico se parece al hombre de la pa­ rábola que recibió la visita inesperada de un amigo a media noche. Era su obligación dar de comer al cami­ nante, pero no tenía con qué. Solucionó su problema mediante una súplica persistente. Al hacer la aplica­ ción de la parábola, el Señor dio un mandamiento que lleva adjunta una gran promesa. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Luc. 11:5-10). Los tres imperati­ vos de esta orden (pedid, buscad y llamad) dan la idea de una acción continua o repetida. Este es un pensa­ miento muy importante. A tal práctica persistente de la oración señala el Señor como la condición para poder cumplir la maravillosa promesa que le sigue. El que así practica la oración tendrá siempre pan de vida que

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M

anuat,

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dar a los viajeros lia minien tos que lleguen a su puerta. Pero la tarea del predicador laico no se limita a la alimentación de los que dócilmente le lleguen en bus­ ca de pan. Tiene que luchar también para librar del do­ minio de Satanás a los que se hallan cautivos a su vo­ luntad (2 Tim. 2:26). Para tal lucha le falta más que palabras; le falta poder. Su mensaje necesita parecer­ se al de Pablo, el cual afirmaba que ni nii palabra ni m i predicación fue con palabras p er­ suasivas de hum ana sabiduría, sino con dem ostración del Espíritu y de poder (1 Cor. 2:4).

Estando Jesús y tres de sus apóstoles sobre el M on­ te de la Transfiguración, un pobre hombre presentó su hijo endemoniado a los nueve apóstoles restantes, pidiéndoles que lanzaran fuera el demonio que afligía a su muchacho. Los discípulos hicieron el intento, y fracasaron. Afortunadamente, el Señor regresó a tiem ­ po para arreglar el problema, pero los nueve se queda­ ron con el bochorno. Apenados por su manifiesta derrota, se acercaron a Jesús y preguntaron el por qué. La respuesta fue: “Este género con nada puede salir, sino con oración” (Mar. 9:19, V.H.A.). Pero aparte de su valor para el desempeño del m i­ nisterio de la predicación, la práctica de la oración es indispensable para el cultivo de la propia vida espiri­ tual. Por ella se logra vencer en la hora de la tentación (Mat. 26:41); se obtiene la sabiduría para hacer deci­ siones importantes (Stg. 1:5-6); se consigue valor para testificar en tiempos difíciles Hch. 4:24-31); y se forta­ lece el espíritu en horas de aflicción (2 Cor. 12:7-9). Cuando el apóstol Pablo quiso enseñarnos cómo vencer en la lucha que sostenemos con las fuerzas es­ pirituales del mal, tuvo cuidado en dejar bien clara la importancia de la oración (Ef. 6:10-20). Esta, junta­ mente con “ la espada del Espíritu” , o sea la Palabra de Dios, constituyen las únicas armas de ataque de que dispon cirios. A esto obedece la tenaz oposición que ex­ perimentamos cuando queremos orar. El diablo prefie­ re vernos hacer cualquier otra cosa que no sea orar. Y

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para impedirnos, se aprovecha de todas sus mañas, que son muchas. Pero no ignoramos sus maquinaciones (2 Corintios 2:11). Asi, pues, resueltamente nos propon­ dremos “orar sin cesar” (1 Tes. 5:17), sabiendo que no tenemos porque no pedimos (Stg. 4:2b) y que “ la ora­ ción eficaz del justo puede mucho” (Stg. 4:16b). Se aprende a orar orando. Pero mucha ayuda se re­ cibe al estudiar las oraciones que se encuentran en la Biblia. El predicador laico hará bien en detenerse para meditar cada vez que encuentre una plegaria en las Es­ crituras. Fíjese en la forma en que se le invoca a Dios; en las bases que se alegan para pedir; y en las peticio­ nes que se hacen. Nótese también cuántas veces la ora­ ción incluye una acción de gracias y una confesión de pecado. Y aparte de las oraciones bíblicas mismas, tome nota también de los pasajes que dan instruccio­ nes sobre la manera de orar y que hacen promesas a los que oran. Por último, hay provecho en el estudio de buenos libros sobre el tema de la oración. Entre las muchas obras recomendables que se han publicado en castella­ no, el autor de estas lineas se permite sugerir tres que han sido de especial ayuda en su propia peregrinación espiritual. Son: Con Cristo en la Escuela de la Oración, por Andrew Murray; Secretos de la Oración, por Fede­ rico J. Huegel; y Cómo Orar, por R. A. Torrey. Preguntas de Repaso 1. 2. 3. 4. 5.

La preparación espiritual del predicador laico abarca cinco cosas. ¿Cuáles son? ¿Cuáles tres testimonios debe un verdadero cre­ yente tener que le dan la seguridad de la sal­ vación? Cite de memoria cuando menos un texto bíblico que hable de la certeza de la salvación. Explique el significado de 1 Juan 3:4-10. ¿Qué significan: (1) el sello del Espíritu; (2) las primicias del Espíritu; y (3) las arras del Es­ píritu?

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6. Si un creyente llega a perder la compasión por las almas perdidas, ¿cómo podrá recuperarla? 7. ¿Qué relación existe entre la santidad de vida de los creyentes y su efectividad evangelística? 8. ¿Cómo se logra la victoria sobre las concupiscen­ cias de la carne? 9. ¿Cuáles son las cinco sugerencias prácticas que el libro da respecto a la lectura de la Biblia? 10. Mencione cinco razones por qué el predicador lai­ co debe orar mucho.

Capítulo

3

E L PREDICADOR LAICO NECESITA PENSAR EN SU PROPOSITO

Antes de que el predicador laico se ponga al habla con la gente, es prudente que se detenga a analizar sus propósitos. Debe hacerse a sí mismo —y de la manera más solemne— la siguiente pregunta: “ ¿Por qué quiero hacer uso de la palabra?” Si su corazón ha sido debida­ mente preparado de acuerdo con las sugerencias dadas en el capítulo anterior, la respuesta tendrá que ser dada en tres partes. Querrá, ante todo, glorificar a Dios. Luego, buscará la salvación de los perdidos y la edifi­ cación de los creyentes. Conviene, pues, que pensemos ahora en este triple propósito que debe inspirar al pre­ dicador laico en el desempeño de su ministerio. 1. LA GLORIFICACION DE DIOS Respecto a esto la pauta nos fue marcada por el apóstol Pablo en su carta a los corintios: “Sí, pues, co­ méis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). Pero, ¿qué significa esto de “ glorificar a Dios” ? Bien sabemos que el nombre de Dios es “glorioso y alto sobre toda bendición y alaban­ za” (Neh. 9:5c). Siendo ya glorioso en medida infinita, siendo ya perfecto en todo sentido, claro está que nos­ otros no somos capaces de agregarle nada. Ninguna cosa que hagamos nosotros podrá aumentar en lo más mínimo la gloria esencial de Dios. Quizá nos ayude a entender el asunto la siguiente [39]

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declaración: “ Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia las obras de sus manos'* (Sal. 19: 1). Sin duda lo que quiso decir el rey David era que cuando uno contempla las maravillas celestiales se da cuenta, cuando menos en parte, de la grandeza del Creador. El brillo de los astros y el movimiento mate­ mático de los planetas no hacen que Dios sea glorioso, pero revelan al hombre algo de su majestad y poder. Entonces “ glorificar a Dios” significa actuar o hablar de tal manera que otros puedan comprender mejor cuán grande y cuán bueno es Dios, y que se sientan impulsados a amarle y a entregarle su corazón. Dicho de otro modo, “ glorificar a Dios” significa descorrer un poco el velo para que los hombres vean más allá de las cosas materiales y perciban la mano in­ visible del amor divino. Esto es realmente nuestro de­ ber en todo cuanto hagamos. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cie­ los” (Mat. 5:16). Dice el apóstol Pablo que cuando los creyentes de Judea oyeron decir que “aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba . . . glorificaban a Dios en mí” (Gál. 1 : 23-24). El cambio radical operado en el perseguidor de la iglesia descorrió un poco el velo y dejó vislumbrarse algo de la gloria y la majestad de Dios. iPero Dios es celoso de su gloria! “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria” (Isaías 42: 8a). Parece que precisamente en la cuestión de hablar en público existe una tentación especial de olvidarse uno de esto y de buscar su propia alabanza. Nos gusta mucho que la gente diga: “ ¡Qué bonito habló el her­ mano!** Necesitamos recordar a menudo el caso del rey Herodes (Hch. 12:20-21). Después de haber pronuncia­ do “ un gran discurso” la gente le alabó, pero su ala­ banza resultó ser una maldición porque “ al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos*’. Es de importancia, pues, que el predicador laico se

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acerque a cada oportunidad que tenga de hablar en pú­ blico haciendo .suya la oración del Salmista: “ No a nos­ otros, olí JchovA; no a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Sal. Í15:1). 2.

LA CONVERSION DE LOS PERDIDOS

En la ocasión de la persecución que sobrevino a la iglesia en tiempo de Esteban, leemos que “ todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y Samaria, salvo los apóstoles” y que de los que fueron esparcidos “ había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cua­ les, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hch. 8:1; 11:20-21). Aquellos predicadores laicos apuntaban hacia la con­ versión de los perdidos. De igual manera el predicador laico de nuestro tiempo debe tener como propósito suyo traer las almas a Cristo para que lo reciban como su Se­ ñor y Salvador. Para cumplir con este propósito de evangelismo, el mensaje presentado debe hacer hincapié siempre so­ bre cinco conceptos fundamentales, a saber: (1) el amor divino que anhela bendecir al hombre con la vida eterna; (2) el pecado que ha hecho separación entre el hombre y su Dios; (3) la obra perfecta de Cristo a fa ­ vor del pecador; (4) las condiciones de la salvación; y (5) la urgencia de la hora presente. La salvación del hombre tuvo su origen en el eter­ no amor de Dios. “Con amor eterno te he amado” ha dicho a su pueblo (Jer. 31:3). Según el apóstol Pa­ blo, Dios nos escogió en Cristo “ antes de la fundación del m undo. . . en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef. 1:4-5). Y al apóstol Juan le fue revelado que Cris­ to es el “ Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apoc. 13:8). Amándonos eternamente, el deseo de Dios es que tengamos “ vida eterna” (Juan 3:16). Pero, ¿qué cosa

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es “ vida eterna” ? No es simplemente una existencia in­ terminable, pues aun los demonios y todos los habi­ tantes del infierno no dejarán nunca de existir (Mat. 25:41, 46; Mar. 9:47-48; Apoc. 20:10, 15; 21:8). “Vida eterna” es nada menos que una nueva clase de vida —impartida y sostenida por Dios— que se empieza a disfrutar aquí mismo en la tierra y que será perfeccio­ nada en el cielo. (Fil. 1:6). En una palabra, “ vida eter­ na” es la “ vida abundante” de que habló Cristo en Juan 10:10; es una vida abundante en gozo, paz, pureza, po­ der y seguridad. Pero según las Escrituras, el hombre ha quedado alejado de Dios por causa de su pecado. (Is. 59:1-2; Rom. 3:23). Habiendo nacido en pecado (Sal. 51:5), tiene una naturaleza perversa (Gén. 6:5) y, en conse­ cuencia, se ha descarriado del buen camino (Is. 53:6) y vive bajo la ira y condenación divinas (Juan 3:18, 36). Y para colmo de su desgracia, es totalmente incapaz de salvarse a sí mismo (Tito 3:5, 7). Para remediar esta situación Dios, en la persona de su Hijo, entró de manera sobrenatural en el curso de la historia humana para identificarse plenamente con el hombre (Mat. 1:23; Juan 1:14; Heb. 4:15). Después de haber cumplido todas las demandas de la ley divina (Mat. 5:17; 1 Ped. 2:22), tomó nuestra culpa y pagó en la cruz el precio completo de nuestra reden­ ción (Juan 14:6; Rom. 5:8; Gal. 3:13; 1 Ped. 2:24; 3: 18; Heb. 9:11-14). Luego triunfó sobre la muerte (1 Cor. 15:20) y ascendió a la diestra del Padre para interce­ der por los suyos (1 Tim. 2:5; Heb. 7:25). Algún día vendrá en gloria para resucitar a los muertos, juzgar al mundo e inaugurar el reino eterno. (Mat. 25:31-32; 1 Tes. 4:16-17; Apoc. 19:6). Por tanto, los hombres deben arrepentirse de sus pecados (Ilch. 3:19) y recibir por fe a Cristo como Señor y Salvador de sus vidas (Rom. 6:23; Apoc. 3:20) y lo deben hacer ahora mismo (2 Cor. 6:2).

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3.

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LA EDIFICACION DE LOS CREYENTES

Después de que el evangelio se hubo abierto tan grande paso en Antioquía, leemos que Bernabé llegó desde Jerusalén y viendo “ la gracia de Dios, se regocijó y exhortó a todos a que permaneciesen en la fe” . Luego “ fue a Tarso para buscar a Saulo; y hallándolo le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” Hch. 11:22-26). En páginas sucesivas encontramos con alguna frecuencia pasajes como éste: “Después de anunciar el evangelio . . . y de hacer muchos discípulos, volvieron . . . con­ firmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:21-22; 15:32, 41; 16:5). Todo esto quiere decir que los cristianos primitivos no sólo se preocupaban por la conversión de los perdi­ dos, sino que sentían también una gran responsabili­ dad por la edificación de los creyentes. Comprendían que su tarea no terminaba con “hacer discípulos a to­ das las naciones” , sino que les obligaba también a “ en­ señarles todas las cosas” que Jesús les había manda­ do (Mat. 28:19-20). Después de lograr que las almas recibiesen a Cristo como su Señor y Salvador, se esfor­ zaban en persuadirles a “andar en él” (Col. 2:6; 1 Juan 2:6). La edificación de los creyentes es una tarea que requiere cuando menos tres cosas: (1) la enseñanza (Rom. 12:7b; 1 Cor. 14:19); (2) la exhortación (Rom. 12:8a; 1 Cor. 14:3); y (3) la consolación (1 Cor. 14:3.) A los creyentes se les necesita enseñar cuáles son sus privilegios y responsabilidades. Además, necesitan ser exhortados a aprovechar los primeros y a cumplir con las segundas. Y finalmente, necesitan ser consola­ dos en sus penas, estimulados en sus pruebas y forta­ lecidos en sus luchas contra el mal. Los propósitos del predicador laico, entonces, son tres: la glorificación de Dios, la conversión de los per­ didos y la edificación de los creyentes. El primero de

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los tres es constante. Cada, vez que se levanta para ha­ blar. su meta será la de descorrer un poco el velo para que sean vistas la gloria y la majestad de su Señor. Pero los otros dos propósitos son variables; dependen de la condición de los oyentes. Si cada persona presente ya ha recibido a Cristo como su Señor y Salvador, no cabe un mensaje de evangelismo, sino de edificación. Si cada persona presente fuese inconversa, seria inútil hacer otra cosa que evan­ gelizar. Pero pocas veces habremos de encontrarnos con casos tan extremos como los que acabamos de mencio­ nar. Generalmente nuestras congregaciones serán compuestas en parte por personas inconversas y en parte por creyentes. ¿Cómo, pues, podrá el predicador laico saber a cuál de los dos grupos debe dirigir su men­ saje? Dos cosas le tienen que guiar; (1) su conocimiento de las personas que tiene delante de sí y (2) las impre­ siones que el Espíritu Santo ponga en su corazón en res­ puesta a sus oraciones. Si se trata de un grupo al cual predica con regularidad, es aconsejable que la propor­ ción entre los dos tipos de mensaje sea por partes igua­ les. Si es infrecuente su visita, por regla general será sabio dar la preferencia a los mensajes de evangelismo. En esto, así como en todo otro aspecto de la vida cris­ tiana, “ si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios” (Stg. 1:5). Preguntas de Repaso 1. ¿Cuáles son los tres propósitos que debe tener el predicador laico? 2. ¿Qué significa “ glorificar a Dios” ? 3. ¿Cuál debe ser la oración con que el predicador lai­ co se acerque a cada oportunidad que tenga de ha­ blar en público? 4. Nómbrense los cinco conceptos fundamentales en que debe hacer hincapié un mensaje de evange­ lismo.

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¿Qué tres cosas se requieren para edificar a los cre­ yentes? 6. ¿Cómo ha de decidir el predicador laico, en un caso determinado, si debe presentar un mensaje de evangelismo o de edificación?

Capítulo 4 EL PREDICADOR LAICO N EC ESITA TENER UN MENSAJE

El equipo básico del predicador laico lo constitu­ yen los “ dones de la palabra” , o sea su capacidad para enseñar, exhortar y consolar (Rom. 12:6-8; 1 Cor. 14: 3). Teniendo tales dones espirituales, le es obligatorio utilizarlos para la gloria de Dios en la conversión de los perdidos y la edificación de los creyentes. Pero al enterarse de su obligación, el predicador laico no tar­ da en descubrir que con la pura intención no basta. No es suficiente que esté dispuesto a hablar; necesita te­ ner algo qué decir. Le hace falta un mensaje que entre­ gar. Al llegar a este punto hay dos cosas que puede ha­ cer: puede dar su testimonio personal, o puede enseñar y hacer una aplicación práctica de alguna verdad bíbli­ ca. Algunas veces, por supuesto, querrá combinar las dos cosas. 1. EL MENSAJE DEL PREDICADOR LAICO PUEDE SER SU PROPIO TESTIMONIO PERSONAL El testimonio personal del ex endemoniado de Gadara hizo que diez ciudades se maravillasen (Mar. 5: 19-20). Tanto Pedro (Hch. 10:40-42; 11:4-17; 15:7) como Pablo (Hch. 22:3-21; 26:1-32; 1 Cor. 15:8-10) empleaban el testimonio personal como elemento bási­ co de su predicación. El teólogo Juan tuvo una visión de los hermanos que triunfaron sobre Satanás y supo que [461

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le vencieron “ por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12:11). Con razón, pues, insistió el apóstol Pedro en que todos los creyentes de­ bieran estar “ siempre preparados para presentar de­ fensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15). Todos los pasajes citados arriba tratan del testi­ monio hablado. A éste hay que agregar, por supuesto, el testimonio vivido. A ello se refiere el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 1:7-10 donde indica que fue el ejemplo de los tesalonicenses de haberse “ convertido de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdade­ ro y esperar de los cielos a su Hijo”—que fue este testi­ monio vivido lo que hizo que el evangelio se extendie­ se por toda Grecia. Los dos testimonios —el hablado y el vivido— se complementan. Pero nuestro interés aquí reclama atención para el primero. El mandato es: “Díganlo los redimidos de Jehová” (Sal. 107:2). Y nuestra respuesta debe ser: “ Creemos, por lo cual también hablamos” (2 Cor. 4:13). (1) Ventajas del testimonio personal. Este tipo de mensaje ofrece ciertas ventajas que deben ser tenidas en cuenta. Son cuatro. a. El testimonio personal no requiere una larga preparación. La única preparación que exige es una verdadera experiencia de salvación en Cristo. El ende­ moniado de Gadara no fue a tomar clases en ningún seminario. Cristo le salvó y le envió a su casa para que contara cuán grandes cosas el Señor había hecho con él. Eso fue todo. Recordemos también el caso del hom­ bre que nació ciego. Los teólogos de Jerusalén hicieron todo lo posible para callar su testimonio. Insinuaban que era demasiado ignorante para saber de cosas reli­ giosas. La respuesta del ex ciego fue: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25, 34). b. El testimonio personal provoca interés. A todo

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el mundo lo Rusta sabor algo do vidas ajenas. Cuando un bracero regresa a su ejido y comienza a contar las cosas que le sucedieron “ al otro lado” , todos le escu­ chan. La mujer samaritana captó el Interés de una ciu­ dad entera con su testimonio personal. “ Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” El resultado fue que “ muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer” (Juan 4:28-29, 39-42). c. El testimonio personal es posible en cualquier parte. Millones de personas nunca asisten a un culto evangélico. Esperar que “vayan a la iglesia” es esperar en vano. Pero el testimonio personal “ les lleva la igle­ sia a ellos” , por decirlo así. En cualquier lugar en que un creyente se encuentra con otra persona, existe la posibilidad de dar una palabra de testimonio personal. A esto se debió precisamente el hecho de la maravillo­ sa expansión del evangelio en el primer siglo. “ Y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Sama­ ría, salvo los apóstoles. . . y los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hch. 8:1, 4). d. El testimonio personal es convincente. Nadie puede negar un hecho. El testimonio del hombre que nació ciego puso en un terrible aprieto a los enemigos de Jesús. Sus únicas defensas eran el vituperio y la per­ secución (Juan 9:31-34). El hombre que se enoja en una discusión, confiesa que las razones de su contrin­ cante son irrefutables. En los Hechos leemos de un hombre que nació cojo y que por la intervención de Pe­ dro y Juan fue sanado “ en el nombre de Jesucristo de Nazaret” . Luego, después de ser sanado, el hombre en­ tró al templo “ andando y saltando y alabando a Dios” . Su alabanza constituyó un testimonio irrefutable de la grandeza y del poder del Señor Jesús. Cuando las auto­ ridades quisieron callar el asunto se encontraron con un gran problema. “ ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecho por ellos... y no lo podemos negar” (Hch. 4:8-16).

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(2) Nonjuix para. el testimonio personal. Toda bue­ na cosa es capaz de ser abusada. Prcci.sámente porque ofrece tantas ventajas para el extendimlento del Rei­ no de Dios, el diablo procura desvirtuar el testimonio personal de los creyentes. Puesto que no ignoramos sus maquinaciones (2 Cor. 2:11), seremos más eficaces en nuestro testimonio si tenemos siempre presentes las siguientes normas. a. Sea valiente. Nuestra tentación más fuerte será la de no testificar. El diablo procurará infundirnos te­ mor. Pablo conocía esta dificultad y pidió que los her­ manos le ayudaran en oración a vencer su tentación, “ a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evan­ gelio . . . que con denuedo hable de él, como debo ha­ blar” (Ef. 6:18-20). A semejanza de la iglesia en Jerusalén tendremos muchas veces que orar así: “ Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hch. 4:29). No tardará Dios en contestar con el poder del Espíritu Santo (Hch. 4:31; 2 Tim. 1:7-8). b. Sea veraz. Si no es verdad, no es testimonio. Qui­ zá parezca raro tener que decir esto, pero la experien­ cia enseña que otra de las tentaciones del que testifi­ ca es la de exagerar. Una verdad exagerada no es ver­ dad; es mentira. Y la mentira es del diablo. (Juan 8:44). c. Sea humilde. Al dar nuestro testimonio personal tenemos que tener mucho cuidado de no hacernos aparecer como el héroe de la historia. ¡El héroe es Cris­ to Jesús! A semejanza del apóstol Pablo tenemos que gloriarnos solamente en la cruz (Gal. 6:14). Nuestra meta ha de ser la de hablar de tal manera que cuando la gente nos oye, quieran seguir a Jesús (Juan 1:37). d. Sea prudente. “ Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” ( P r o v . 25:11). A veces se escucha a algún hermano hablar de sus experiencias pasadas en el pecado, dando tal derroche de detalles morbosos que en vez de edificar a

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sus oyentes les despierta una curiosidad pecaminosa. Hay algunas cosas de que es vergonzoso hablar. (Ef. 5: 12). Por tanto, necesitamos tener muy en cuenta la re­ comendación apostólica: “ Ninguna palabra corrompi­ da salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). e. Sea práctico. Nuestro testimonio debe ser enfo­ cado siempre hacia la satisfacción de alguna necesidad espiritual en nuestros oyentes. Lo que digamos debe ser útil; debe cuadrar con la situación; debe venir al caso. El testimonio personal es un instrumento poderoso en las manos del Espíritu Santo cuando la experiencia del que habla ayuda al que escucha a resolver algún pro­ blema en su propia vida. Faltando este elemento co­ mún entre el testigo y su oyente, el testimonio es de es­ caso valor. f. Sea breve. Bien se ha dicho que “la brevedad es el alma del ingenio” . Un testimonio breve hace impac­ to; un testimonio largo cansa y aburre. Considere los testimonios personales consignados en el Nuevo Testa­ mento. El más largo de ellos, el de Pablo ante el rey Agripa (Hch. 26:1-32), puede ser leído en voz alta en menos de cinco minutos. Para asegurar esta admira­ ble brevedad es necesario que uno piense antes de ha­ blar y que le dé a sus pensamientos un arreglo conve­ niente. El contenido debería girar en torno a tres ideas que a su vez pueden ser expresadas por las palabras ANTES, COMO y DESPUES. Es decir, se debe em­ pezar hablando de lo que uno era antes de conocer a Cristo. Luego se explica cómo llegó a convertirse para concluir con una declaración de las bendiciones que han seguido a su encuentro con el Señor. 2. EL MENSAJE DEL PREDICADOR LAICO PUEDE SER UNA ENSEÑANZA BIBLICA La Palabra de Dios es la espada del Espíritu (Ef. 6: 17). Tan cortante es que “ penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne

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los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). Es como “ una antorcha que alumbra en lugar oscuro bastir que el día esclarezca y el lucero de la ma­ ñana salga en vuestros corazones” (2 Ped. 1:19). Es “ como fuego” y “ como martillo que quebranta la pie­ dra” (Jer. 23:29). Es el instrumento divino para traer las almas perdidas a Cristo (1 Ped. 1:23) y para edifi­ car a los creyentes en la fe (2 Tim. 3:16-17). El predi­ cador laico, entonces, necesita saber enseñar las Escri­ turas. ¿Cómo podrá hacerlo? (1) Piense en las necesidades espirituales de sus oyentes. Aquí está el punto de partida. En la predica­ ción la enseñanza bíblica siempre apunta hacia un fin práctico. Se enseña la verdad bíblica para ayudar a los oyentes a resolver sus problemas espirituales. Entonces la primera cosa que uno tiene que hacer es determinar cuál es la necesidad espiritual que reclama su atención. La vasta mayoría de los habitantes de este mundo son inconversos. Así es que la principal necesidad que reclama la atención del predicador laico es la de guiar a esas personas a un entendimiento claro del plan di­ vino de la salvación, persuadiéndoles a recibir a Cristo como su Señor y Salvador. Pero también los creyentes tienen necesidades espirituales, y habrá ocasiones en que el propósito principal del predicador laico será el de ayudar a sus hermanos a crecer “ en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18). A veces los hijos de Dios necesitan com­ prender mejor cuáles son sus privilegios y responsabi­ lidades. A veces necesitan ser exhortados a aprovechar los primeros y a cumplir con los segundos. Y a veces ne­ cesitan ser consolados en sus penas, fortalecidos en sus luchas contra el mal o reanimados después de algún fracaso. . ¿Cómo sabrá el predicador laico cuál de estas ne­ cesidades espirituales es la que más urge ser atendida? Tendrá que dejarse guiar por su conocimiento de las personas que componen su congregación y por la direc­ ción del Espíritu Santo. A semejanza del rey Salomón

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tendrá siempre que orar así: “Dame ahora sabiduría y ciencia, para presentarme delante de este pueblo” (2 Orón. 1:10). (2) Busque un pasaje bíblico que tenga aplicaci clara a la necesidad espiritual en cuestión. Este es el segundo paso. No debe uno desanimarse si al principio esto le resulte algo difícil. Esta dificultad podrá ser vencida si se tienen en cuenta las siguientes sugeren­ cias. a. Permita que el Espíritu le ayude. El Espír Santo es nuestro guía. “ Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre* enviará en mi nombre, él os en­ señará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho . . . Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad” (Juan 14:26; 16:13). La Biblia fue escrita bajo el impulso directo del Espíritu de Dios (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:21), y este mismo Espíritu nos guia­ rá a nosotros a encontrar el pasaje más apropiado para satisfacer la necesidad espiritual de las personas a quienes tenemos que hablar. b. Lea mucho la Biblia. Pero no hemos de pensar que el Espíritu Santo nos guiará sin que pongamos nuestra parte en el asunto. La parte nuestra es la de leer mu­ cho la Biblia. Tenemos que disciplinarnos en la lectu­ ra diaria de la Palabra de Dios, buscando alimento para nuestro propio corazón. Debemos tener un tiempo re­ gular para esta lectura y un plan definido que seguir. Para el mejor provecho, la Biblia debe ser leída en la forma en que fue escrita, es decir: libro por libro. Es bueno comenzar por uno de los cuatro Evangelios, pa­ sando luego al libro de Los Hechos. Después puede uno comenzar a leer el Antiguo Testamento. Pero por regla general no es una buena idea leer todo el Antiguo Tes­ tamento sin intercalar lecturas en el Nuevo. Quizá el plan más práctico es leer un libro del Antiguo Tes­ tamento y después leer uno del Nuevo, alternando asi sucesivamente. Cada uno tendrá que seguir el plan que más le guste y del cual saque el mejor provecho. Pero sea cual fuere su plan, debe leer mucho la Biblia.

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c. Tome nota de los pasajes que hablen a su prop corazón. No podemos enseñar la verdad divina a otros si primero no la liemos aplicado a nosotros mismos. Los pasajes que lian hecho arder nuestro propio espíritu son precisamente los mismos que podremos emplear con buen éxito para prender fuego en corazones ajenos. La experiencia enseña que hay dos tipos de pasajes bí­ blicos que son de especial valor en este sentido. (a) Declaraciones claras de verdades generales. Hay gran número de pasajes que, en forma sencilla y directa, declaran alguna gran verdad que es aplicable a todo el mundo. Ejemplos bien conocidos son: los diez mandamientos de Exodo 20:3-17; los diferentes conse­ jos prácticos encontrados en el libro de Los Proverbios (v. gr.: 3:5—6; 6:6; 11:30; 16:32); las bienaventu­ ranzas del Señor Jesús (Mat. 5:3-12); y otros muchos textos que contienen invitaciones para los perdidos u órdenes de marcha para el pueblo del Señor, como los siguientes: Mateo 11:28-30; 28:18-20; Lucas 10:2; Juan 3:7; 14:15; Hechos 1:8; Romanos 12:1; Gálatas 6:1-2; Efesios 5:18; 1 Tesalonicenses 5:17; 1 Juan 4:7; y Apocalipsis 3:20. (b) Ejemplos particulares. También abundan en la Biblia casos particulares que ilustran verdades espi­ rituales que tienen una aplicación general. Las parábo­ las de Cristo pertenecen a esta categoría, así como las muchas narraciones históricas e incidentes persona­ les que se encuentran tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Veamos un caso por vía de ilustra­ ción. En los capítulos 8 al 12 de 1 Samuel se nos habla de cómo el pueblo de Israel pidió a Samuel que les die­ se un rey “ como tienen todas las naciones” . Su peti­ ción fue concedida mediante la selección de Saúl. Cuan­ do Samuel entregaba las riendas del gobierno al rey y se despedía de la vida pública, el pueblo, recordando sus largos años de servicio desinteresado, le suplicó que orase por ellos. He aquí la respuesta del siervo de Dios: “ Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando

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de rogar por vosotros” (1 Sam. 12:23a). De este inci­ dente personal se desprende la siguiente verdad gene­ ral, a saber: que dejar de orar por otros es pecar contra Dios. (3) Escriba la verdad central de su mensaje. Es es el paso final en la búsqueda de un mensaje bíblico que satisfará la necesidad espiritual de sus oyentes. Nuestro mensaje debe girar en torno de una sola verdad central. Esta verdad debe tener una relación clara con el pasaje bíblico escogido. Puede ser la verdad principal del pasaje o una de varias verdades secundarias encon­ tradas en el pasaje o derivadas de él. Pero para estar seguros de entender lo que vamos a hacer, necesitamos declarar esta verdad por escrito. Esta declaración cons­ tituye la verdad central, o sea el tema, de nuestro ser­ món. Pongamos unos ejemplos. Supongamos que ha muerto el padre de una fa ­ milia cristiana numerosa y que usted ha sido invitado para hablar a los vecinos y amigos que se han reunido para dar el pésame a los dolientes. Sabiendo que m u­ chas de esas personas son inconversas, su deseo es te­ ner un mensaje que les evangelice a ellas, a la vez que consuele a los familiares del desaparecido. Después de orar, usted recuerda aquel pasaje en el Evangelio de Lucas (4:16-30) en que el Señor Jesús habló a sus con­ ciudadanos de Nazaret. Como base para su mensaje, el Maestro leyó ciertas palabras de la profecía de Isaías. Entre ellas se hallan las siguientes: “ Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón” (Lucas 4:18). Esta no es sino una de varias verdades que el pasaje entero presenta, pero es la única que usted necesita para satisfacer las necesidades espirituales de sus oyentes en esta ocasión. A h o r a Di e n , ¿ c ó m o p o d r í a u s t e d e x p r e s a r la v e r d a d e n s e ñ a d a p o r e s t e t e x t o ? H a b r í a , p o r s u p u e s t o , v a r ia s p o s ib ilid a d e s . U n a s e r ia d e c i r : “ N u e s t r o S e ñ o r J e s u ­ c r is t o fu e e n v ia d o d e D io s a l in u n d o p a r a c o n s o l a r a lo s q u e b r a n t a d o s d e c o r a z ó n ." M á s b r e v e m e n t e la m i s m a id e a p o d r ía s e r e x p r e s a d a d e e s t a m a n e r a : “ C r is t o J e ­

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para corregir, para in s t r u ir un j u s t i c i a , a, fin de q u e el hombro do Dios soa. perfecto, e n t e r a m e n t e preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). Esto quiere decir, entonces, que para poder in­ terpretar la Biblia rectamente necesitamos saber dis­ cernir los puntos de correspondencia entre la situación histórica a la cual el escritor bíblico se dirigía, y la si­ tuación contemporánea a la cual nosotros tenemos que dirigirnos. Hay dos hechos que garantizan que siempre habrá puntos de correspondencia entre estas dos si­ tuaciones. Uno es el hecho de la inmutabilidad del ca­ rácter de Dios. El otro es el hecho de la unidad de la raza humana. Dios no cambia. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de varia­ ción” (Stg. 1:17). Tampoco ha cambiado la naturale­ za esencial del hombre. Al través de todas las edades y en todos los lugares, sea cual haya sido su idioma, el color de su piel, el grado de su cultura o la cuantía de sus posesiones materiales, la naturaleza del hombre ha sido siempre la misma. Tenemos derecho, pues, de es­ perar que en los tratos de Dios para con los hombres que vivieron en los tiempos bíblicos podamos hallar algo que nos ayudará a entender cuál es la voluntad divina para con nosotros, los que vivimos en la actua­ lidad. Este discernimiento de los puntos de correspon­ dencia entre la situación histórica a la cual los escrito­ res bíblicos se dirigían y la situación contemporánea a la cual nosotros tenemos que dirigirnos exige que si­ gamos un método práctico de estudio. Este método abarca cuatro pasos esenciales. El primer paso es el de leer el pasaje varias veces (de ser posible en distintas traducciones), tomando en cuenta el contexto, o sea la conexión que tiene el pasaje con lo que le precede y con lo que le sigue. El segundo paso es el de observar cuidadosamente todos los hechos que el pasaje consigna. Una buena [práctica a este respecto es la de narrar en sus propias

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p a la b r a s lo q u e el p a s a je d ic e , p r o c u r a n d o h a c e r l o d e la m a n e r a m i s c o n c is a y e x a c t a p o s ib le . S i s e h a c e p o r e s c r ito , t a n t o m e jo r . P o r e je m p l o , d e s p u é s d e l e e r L u ­ ca s 2 :3 9 -5 2 u n o p o d r ía r e c o n s t r u ir la h i s t o r i a c o m o s ig u e :

José y María, después de la presentación del niño Je­ sús, en conformidad con los requisitos de la Ley, re­ gresaron a Nazaret. Allí el niño creció normalmente, y cuando cumplió los doce años lo llevaron de nuevo a JerusaJén para que participara con ello6 en la ce­ lebración de la fiesta pascual. Al emprender el viaje de regreso dejaron al niño, aunque no se dieron cuenta de ello hasta el anochecer. Retomaron angus­ tiosos a la ciudad para buscarlo, y al tercer día lo en­ contraron en medio de los doctores de la Ley, escu­ chándolos y haciéndoles preguntas que por su preco­ cidad dejaron asombrados a cuantos le escuchaban. Cuando su madre le reprendió por haberlos abando­ nado, el niño Jesús contestó con sorpresa que le era necesario estar en los negocios de su Padre. Regresó, no obstante, con ellos a Nazaret, sometiéndose a su dirección, y siguió desarrollándose en una forma com­ pletamente normal. El tercer paso en este m étodo práctico de e stu d io es el de descubrir las verdades eternas que se d e s p r e n ­ den del p asaje. Estas verdades deben ser e x p re sa d a s siem pre en tiem po presente. Por e je m p lo , to m a n d o com o base la m ism a narración que se aca ba de r e c o n s ­ truir, podría form ularse la siguiente lista de v erd a d e s eternas que en ella se e n cu en tran :

Los padres de familia deben guardar la Ley de Dios. La asistencia fiel al culto público de adoración es un deber que los padres de familia no deben descuidar. La mayor angustia de los padres de familia es la de perder a sus hijos. La mayor bendición de los padres de familia debe ser La de darse cuenta de que sus hijos sienten la nece­ sidad de "estar en los negocios de su Padre". I / jíí h ijo s m e n o r e s d e b e n s o m e te r s e a l a d ir e c c ió n d e •sus ]>adres. E n el c r e c im ie n to del N iñ o J e s ú s e n c o n t r a m o s el m o ­ d elo p a r a u n d e sa rr o llo h u m a n o n o r m a l: fís ic o , in t e ­ le c tu a l, so c ia l y e s p ir itu a l.

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El paso final consiste en decidir cuál o cuáles de estas verdades eternas tienen una estrecha relación tanto con la idea central de sil sermón como con las necesidades espirituales de sus oyentes. Claro está que por este método de estudio puede uno descubrir la ver­ dad central, o sea el tema, para todo un mensaje. Por ejemplo, la última de las seis verdades eternas consig­ nadas en el párrafo anterior bien podría constituir la base de un sermón cuyo tema sería “ Una Vida Comple­ ta” . Pero lo que más nos interesa ahora es la manera de encontrar interpretaciones bíblicas con qué refor­ zar la discusión de temas basados en otros textos. A este respecto es fácil ver cómo las primeras cuatro de las verdades eternas que se desprenden de Lucas 2:3952 vendrían “ como anillo al dedo” a una discusión del tema “ Crianza Cristiana” cuyo bosquejo general fue sugerido en el Capítulo V de esta obra. Y para un ser­ món sobre Exodo 20:12 sería de mucho provecho in­ dicar cómo el mismo Señor Jesús guardaba esa ley, so­ metiéndose a José y María durante aquellos largos “ años de silencio” en Nazaret. (2) La ilustración. El segundo tipo de material propio para abrir las puertas que conducen a la volun­ tad humana es la ilustración. a. Su función. La ilustración ha sido llamada “ la ventana del sermón” . Su función básica es la de ilumi­ nar, de arrojar luz sobre el asunto que se esté discu­ tiendo, de manera que se entienda mejor. Pero además de su valor como un medio de explicación, la ilustra­ ción desempeña otras funciones importantes. Aumen­ ta el interés de los oyentes y ayuda a conservar su atención, además de fijar en su memoria los puntos principales de la discusión. Sirve para fortalecer el ar­ gumento, contribuyendo de esta manera al convenci­ miento de la razón. También es útil para conmover los sentimientos. Otra cosa que hace es proporcionar “des­ cansos mentales” que evitan que la congregación se canse en medio de las porciones argumentativas del mensaje. Por último, la ilustración hace posible una re­

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petición placentera de verdades importantes que me­ recen ser acentuadas una y otra vez a l,través del ser­ món. b. Su característica esencial. Toda buena ilustra­ ción encierra una comparación. A veces hace resaltar la semejanza que existe entre las dos cosas que se com­ paran; a veces toma la forma de un contraste, seña­ lando la diferencia entre ellas. Esto se aprecia por el hecho de que al hacer la aplicación se pueden emplear expresiones tales como “ de esta misma manera” , “ no asi” o sus equivalentes. Algunas veces la aplicación se da por sentada, dejando que los oyentes la perciban por su propia cuenta; a veces el predicador señala cuál es la aplicación. Pero en cualquier caso, el valor de una ilustración consiste en su poder para llamar la aten­ ción a la semejanza o al contraste que existe entre su propia idea central y la verdad particular que el predi­ cador está discutiendo. c. Cualidades de una "buena ilustración. En primer lugar, una buena ilustración es comprensible; tiene que ver con cosas que conocen las personas a quienes estamos hablando, o cuando menos con cosas que nuestros oyentes son capaces de entender fácilmente. En segundo lugar, una buena ilustración es apropiada; tiene una clara relación con el asunto bajo discusión. Además, debe ser interesante. En relación con esto, vale la pena recordar cuáles son las cosas que nos in­ teresan a los humanos. Nos interesa lo que atañe a nuestras propias necesidades. También nos interesan los asuntos y las relaciones personales. Además, nos llama la atención cualquier cuadro de acción o de con­ flicto. Y por último, nos gusta saber “ algo extraño acerca de cosas que se ven todos los dias o algo fami­ liar respecto a cosas que no tienen la más remota co­ nexión con nuestra vida diaria” . Por otra parte, una buena ilustración es gráfica. Es decir, apela a la imaginación; evoca imágenes men­ tales. Y hay que agregar que debe ser breve. También debe ser digna de crédito. No queremos decir con esto

M a m h i , P ama P i u d k a d o u i ,s I,Airos

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que tocia ilustración ha, menester forzosamente de una base de hechos históricos. Hay lugar para Jo que se pue­ de llamar “ la ilustración hipotética” o sea imaginaria. Pero cuando una ilustración es representada como algo que realmente sucedió, el predicador laico tiene la obli­ gación de comprobar cada dato esencial y de presentar su material en una forma desprovista de toda exage­ ración. Por fin, una buena ilustración tendrá cierta fres­ cura propia. Es decir, no será trillada. Las mejores ilustraciones son las que brotan de la experiencia y la observación del propio predicador o de sus lecturas en la historia y literatura de su patria. Hacemos un gran mal a la causa de nuestro Salvador cuando la mayoría de nuestras ilustraciones son claramente “ importa­ das” . El evangelio no es patrimonio de ningún pueblo particular; es universal. Y dentro de las costumbres, de la historia y de la literatura de cualquier país hay abundancia de material con que aclarar las verdades bíblicas. d. Dos tipos especiales de ilustración. Estos son “ ilustración relámpago” y la anécdota. Muchas de las mejores ilustraciones se parecen al brillo momentáneo de los relámpagos que repentinamente iluminan el sen­ dero para el hombre que atraviesa un campo en medio de la obscuridad de una noche tempestuosa. Son las fi­ guras de lenguaje, especialmente el símil y la m etáfo­ ra, que iluminan nuestros mensajes con su súbito re­ lampagueo. El símil “consiste en una comparación claramente expresada entre las personas, objetos o procesos de que hablamos y otros que ilustran su na­ turaleza. La palabra de enlace entre la realidad y la ilustración suele ser ‘como’, o ‘semejante a’ ” .1 Ejemplo.s bíblicos del símil son los siguientes: Mi amado es semejante al corzo, o al cervatillo (Cnt.

2:9). ¿No es mi palabra como fuego, dice JeJiová, y como

martillo que quebranta la piedra? (Jer. ¿3:29). 1 Krneulo T r e n c lm r d , N tn m a s p u ra ¡a K ccta l n tc r p r e ta c ió n (itt l a s S a g r a ­ d a s E sc r itu r a s, (C h U ago: Krhlm ial Muutiy, Mu fe c h a ), p. 89.

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M a n u a i . Pa r a

P r e d ic a d o r e s L aico s

Se rá como Arbol plantado Junto a corrientes do aguas (Sol í: 3a ). Cualquiera, pues, que m e oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hom bre prudente, que e difi­ có su casa sobre la r o c a . . . Pero cualquiera que m e oye estas palabras y n o las hace, le compararé a un hombre insensato, que e d ifi­ có su casa sobre la arena (Mal, 7:24, 26). Su aspecto era como un relámpago, y su vestido b la n ­ co como la nieve (Aíaf. 28:3).

Entre los príncipes del pulpito cristiano que han tenido una predilección marcada por “ las ilustracio­ nes relámpago” hay que poner en lugar prominente a Alejandro Maclaren (1826-1910), gran predicador bau­ tista escocés. En su sermón sobre 1 Corintios 13, al ha­ cer comentario respecto a la declaración paulina de que “ la ciencia acabará” (versículo 8), pone el siguien­ te símil: L a ciencia acabará porque lo perfecto absorberá lo imperfecto, así como la marea, al subir, inunda todos los pequeños charcos que habían quedado entre las peñas de la ribera, absorbiéndolos en el inm enso seno del mar.*

En su sermón sobre Filipenses 4:4 Maclaren dis­ cute los beneficios que son nuestros por el hecho de “ estar en Cristo” . He aquí su impresionante símil: Los que así moran en C risto. . . son como hom bres que habitan una fortaleza inexpugnable desde la cual con ­ templan los campos llenos de enemigos, y al con tem ­ plarlos se sienten seguros.3

La m e t á fo r a es “ un símil implícito, ya que no se expresa claramente la comparación, sino que deja que ésta se sobreentienda” .4 Algunos ejemplos bíblicos son los siguientes:

Cachorro do león Judá; de la presa subiste, hijo mío (Gén. 49:9).

_____ Harria fructífera es José, mina fructífera junto a una 2 Alexander Maclaren, Expoailions o/ lloly Svripture. (Oraiu! Raplds: Wm. B. Eerdmaiiü PubllahinK Conmuny, 11)52), vol. ü, p. 188. 3 Ibid., p. 25.

4 Trenchard, op. cit., p. 00.

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(G tn . 49:22). B e n ja m ín es lolx> arrebatad or; a la m a ñ a n a co m erá la presa, y a la tarde repartirá los d esp ojos (Gén.

49:27). Porque dos m ales h a hecho m i p u eblo: m e d e ja ro n a m í. fu en te de agua viva, y cavaron para sí cistern as rotas que n o retienen agua (Jcr. 2:13). V osotros sois la sal de la tierra; . . . V osotros sois la luz del m u n d o (Mat. 5:13, 14). Y o soy la vid, vosotros los pám p an os (Juan 15:5). L im p iao s, pues, de la vieja levadura, p ara que se á is nueva m asa, sin levadura com o sois; porque n u e stra P ascu a, que es Cristo, ya fu e sacrificada por n oso tros

(í Cor. 5:7).

Hablando de las palabras del apóstol Pedro— “ echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tie­ ne cuidado de vosotros” (1 Ped. 5:7) —Maclaren ilustró la verdad con esta metáfora.1 Ese am paro amoroso, ese tierno cuidado d el S eñ o r es, el único escudo tras del cual podemos re ím o s de los dardos envenenados de la ansiedad— dardos que de otro m odo, si no nos m ataran, cuando m en os lle n a ­ rían el corazón de u n a fétida corrupción.

El Diccionario de la Real Academia Española de­ fine la anécdota como una “ relación, ordinariamente breve, de algún rasgo o suceso particular más o menos notable” . Aunque algunos predicadores parecen de­ pender casi exclusivamente de la anécdota para sus ilustraciones, tal abuso no es razón para exigir que sea abandonado por completo un instrumento tan útil para la iluminación de la verdad divina. La anécdota es in ­ tensamente humana, y cuando está bien narrada, es casi seguro que será interesante. Si es bien escogida, pocas veces deja de ser efectiva. Los siguientes ejem ­ plos demuestran algo de su valor. Se cuenta de u n filósofo, que al atravesar u n río en u n a barca preguntó al barquero si entendía de astro­ nom ía. “ No, Señor” , rcsi>ondió el barquero, “en la vida _______no he oído ese nom bre” . A lo que el sabio replicó, Alex&ndcr Maduren,

op. cit.,

p.

31).

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M

a n u a i,

P ama

P h k d i c a i x m i f .s L

a ic o s

“Siento mucho que haya usted desperdiciado la cuarta porte de su vida. ¿Sabe usted algo de matemáticas?” El hombre se sonrió y le dijo que no. Entonces volvió eJ sabio a decir, “Habéis malgastado otra cuarta parte de vuestra vida”. Después le preguntó por tercera vez: “ ¿Sabe usted algo de geología?” “No, nunca fui a la escuela”, contestó el barquero. “Bien, amigo, la ter­ cera parte de su vida ha sido malgastada”, volvió a decir el filósofo. Pero en ese momento la barca chocó con una roca, y cuando se quitaba el barquero la cha­ queta para nadar hacia la orilla del río, preguntó al filósofo: “Señor, ¿sabe usted nadar?” “No”, dijo el sabio. “Entonces habéis malgastado toda vuestra vi­ da, porque la barca pronto se hundirá.”1 Cierto soldado a menudo se pasaba de la cuenta con sus copas. Un superior que le estimaba le dijo una vez: “Si no bebieras tanto podrías ascender a cabo.” “ Sí, mi Capitán”, replicó el joven, “pero es que cuando bebo me siento general.” Así obra el pecado en la vida humana. Nos embota el sentido moral y llegamos a creer que somos algo muy distinto de la realidad. Pero cuando leemos las Sagra­ das Escrituras, verdadero espejo de Dios, nos vemos tal cual somos, y comprendemos cuán trágico y engañador resulta el pecado, enemigo del alma.1 2 Caminaba cierto día Don Roberto Hosford, pastor bautista, por una calle céntrica de Rosario, Argentina, cuando se cruzó con un conocido que, al reparar en su buen aspecto físico, le preguntó: “Dígame, señor Hosford, ¿cuál es el secreto de su buena salud?” A lo que el recordado pastor contestó con énfasis: “ Una conciencia limpia y una sola mujer.”3 e. Las mejores fuentes de material ilustrativo. S o n cinco, a sa ber: las E scritu ras, la e x p e rie n cia y la o b ­ servación personales, los e ve n to s c o n te m p o r á n e o s , la historia y la literatu ra. A c o n tin u a ció n c o n s ig n a re m o s algunos ejem plos tom ados de c a d a u n a de e sta s cin co fuentes. ( a ) Las Escrituras. L as ilu stra cio n es

to m a d a s

de

1 G. Páram o, " l,o E sencial", fo lle to evangell'¿t\dnr p u b lica d o p or la Casa B autista de Publicaciones, El Puso, T exas, E. U. A. 2 R oberto H. Jtoinanenghl, "A n é cd o ta s de A ctu alidad*’ , R e s p u e sta , A ñ o I, Número 2, p. 11. 3 R oberto H. R om anenghl, A n écd otas de A ctualidad, (El P a so: C asa B a u ­ tista de Publicaciones, 1904), p. 72.

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M a n u a l P a r a P r e d ic a d o r e s L aico s

la s E scritu ra s son de in terés especial p a ra los c re y e n ­ te s, pu es les a y u d an a con ocer m e jo r sus B ib lia s. S i e s­ tá n bien ela b o rad a s pu eden ser de in terés ta m b ié n p a ra la gen te in con versa. El sig u ie n te e je m p lo e stá ba sa d o en u n a exp erien cia del rey D a v id , d u ra n te u n a de su s guerras con los filisteos.

Estando el rey David en la cueva de Adulam, du­ rante una de sus guerras con los filisteos, sucedió un día que le vinieron en memoria las escenas de su juventud. Recordó su vida en Belén y sintió un deseo vehemente de beber agua tomada del pozo comunal de su pueblo natal. Suspirando profundamente, dejó escapar de sus labios este patético clamor: “ ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta” (2 Sam. 23:15). Tres valientes soldados escucharon el suspiro de su rey, y sin decirle nada, partieron hacia Belén. Tuvie­ ron que pasar por las líneas enemigas para llegar, pe­ ro burlaron la vigilancia filistea, tomaron un cántaro Heno del líquido añorado y volvieron con el precioso cargamento para presentarse ante su señor. Cuando David vio el cántaro y comprendió el peligro que habían arrostrado sus soldados para complacer su gusto, no quiso beber el agua, sino que la derramó en ofrenda a Dios, diciendo: “Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto. ¿He de beber yo la sangre de los varones que fueron con peligro de su vida?” (2 Sam. 23:16-17). Oh hermano mío, que ahora me escuchas, hay en esta historia una advertencia para tí. Así como aquel cán­ taro de aguas cristalinas, tomadas del pozo de Belén, representaba la misma vida de los soldados de David, de la misma manera la vida tuya representa la san­ gre del Señor Jesús, el cual se dio por ti en la cruz. ¿Tienes tú más derecho de disponer de tu vida a tu antojo del que tenía David de beber del agua que sus hombres le habían traído a tan grande riesgo? ¿No deberías decir, como David: “Lejos sea de mí que ha­ ga esto. ¿He de tomar para mí esta vida que costó la sangre de mi Salvador? No lo haré. He aquí, Señor, pongo mi vida como sacrificio vivo sobre tu altar. Haz tú lo que quieras de mí” ? (b ) La exp erien cia

y

la ob servación

p erson a les.

R especto a los dos ejem plos consignados a c on tin u a ­ ción, el prim ero salió espon tán eam en te de labios de un

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M a n u a i . P aha .Pnr.nicADo/íKs L aicos

herm ano laico — dueño de un a pequ eñ a tien d a de abarrotes— durante la discusión de un a lección sobre la arm onía cristiana en una clase de la E scu ela D o m i­ nical. El segundo fue un a experien cia p erson al del que esto escribe durante sus años de m aestro en el S e m in a ­ rio Teológico B a u tista M exicano.

Una guitarra tiene seis cuerdas. Si una sola cuerda está desaliñada, no es posible usar el instrumento pa­ ra nada. Así también en una iglesia, cuando uno solo de sus miembros está en desacuerdo con otro se echa a perder la electividad del testimonio de toda la con­ gregación. Ayer, al regresar de mi clase en el Seminario, observé sobre la acera una moneda. Era un centavito. “ ¿Qué vale un centavito?”, me dije. “No vale la pena dete­ nerme para levantarlo. Hasta me saldría contraprodu­ cente, porque a la mejor está sucio y contaminado con alguna enfermedad”. Y seguí de frente. Luego me puse a reflexionar. ¿No tendría Dios todo derecho de decir lo mismo respecto a mí? ¿Qué valgo yo? ¿Qué provecho hubo para él en levantarme de mi postrada condición en el pecado? En la esfera moral el valor del hombre apenas se equipara al del humilde centavito mexicano. Pero Dios no nos menosprecia. Con infinita ternura se inclina para levantamos y para pu­ rificamos de nuestra contaminación. Luego nos coloca en “los lugares celestiales con Cristo” para que sea­ mos motivo de honra y gloria para él.

(c ) Los eventos contemporáneos. E sta es u n a f u e n ­ te inagotable de buenas ilustraciones si un o se e s fu e r ­ za en buscarlas. L as siguientes dos e stá n b a sa d a s r e s ­ pectivam ente en artículos que salieron en los n ú m e ­ ros correspondientes a m arzo de 1953 y a a b ril de 195< de la conocidísim a revista Readers* Digest.

En la guerra Coreana, durante cierto ataque aéreo, uno de los pilotos norteamericanos fue cegado en ple­ no vuelo. Un disparo antiaéreo lo alcanzó, estrellán­ dose en la cabina de su avión. l a herida no fue mor­ tal, pero convirtió su cara en una masa sangrienta y lo dejó sin vista. Perdió momentáneamente el sentido, pero en breves instantes volvió en si, y al darse cuenta de su situación lanzó en su micrófono un grito deses­

M a n u a l P a r a Pm.m< adoriis L aico s

perado: "¡Estoy ciego! ¡Por rl amor de Dior., ayúden­ me ! ¡ Estoy ciego !’' Su grito .sonó estrepitosamente en el audífono de un piloto compañero, el cual, al mirar para arriba pudo ver un avión del mismo escuadrón que subía vertigi­ nosamente hacia un cielo del todo encapotado. Ba­ bia que si el avión averiado llegase a penetrar en aquel nubarrón, ya no habría manera de ayudarlo. Con presteza el segundo piloto dio órdenes a su ami­ go herido. "¡Anivélese!”, le gritó. "Allá voy en seguida.” ¡Dicho y hecho! En breves segundos los dos aviones estaban volando lado a lado, y el segundo piloto pudo observar la terrible condición en que su compañero se hallaba. Por la mucha sangre que había perdido, urgía ayudarlo a aterrizar lo más pronto posible. Pero primero había que sobrevolar la frontera. Una vez fuera de territorio enemigo, el segundo piloto buscó una pista de aterrizaje. Divisando un pequeño campo de emergencia, dirigió a su compañero en la penosa ejecución de las maniobras indispensables pa­ ra aterrizar. Aunque casi sin fuerzas y a punto de desmayar, el piloto herido siguió fielmente las ins­ trucciones que le llegaban a través de su radio. Y sin poder ver lo que hacía, logró asentar su semidestruido avión en tierra. ¡Se salvó porque confió en las instrucciones de su amigo! El 29 de diciembre de 1953, en vísperas de Año Nuevo, el Secretario de la Fuerza Aérea de los EE. UTJ. AA. resolvió dar una grata sorpresa a los cuatro mil sol­ dados norteamericanos acuartelados en Thule, el des­ tacamento militar más norteño del mundo. Thule está más allá del círculo ártico, y a escasos mil cuatrocien­ tos kilómetros del mismo polo norte. Está completa­ mente incomunicado del resto del mundo, excepto por la vía aérea. La temperatura suele bajar hasta 40 grados bajo cero, y el viento, que sopla casi continua­ mente, alcanza a veces una velocidad de 240 kilóme­ tros por hora. Naturalmente la vida en semejante lu­ gar es monótona y aburrida. Pensando en el aburrimiento de sus soldados, el Se­ cretario resolvió llevar una selecta compañía de artis­ tas de teatro a Thule para proporcionar un rato de di­ versión y amenizar la celebración de Año Nuevo. Huelga decir que la comitiva encontró una entu­ siasta recepción. A l s a lu d a r a los s o ld a d o s y p la tic a r c o n e llo s, el S e ­ cr e ta r io ib a a p u n t a n d o en s u c a r t e r a u n a la r g a se rie

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M a n u a l Para P r e d ic a d o r e s L aicos

do mensajes i>orsoim1es que Ion hombre» le Focaban luciese llegar n sur imuIito o a r>u« capabas. El funcio­ nario prometió comunicar iXTwnmlrnml-o por teléfono cada mensaje Ion luego como recesara a WAshlngton. Me agrada decir que cumplió honnidamcnte bu pala­ bra. Pueden ustedes imaginarse el gozo y la satisfacción que llenaron tantos corazones cuando al contestar su te­ léfono escucharon de labios del mismo Secretario de la Fuerza Aérea un mensaje personal que enviaba el hijo o el esposo. Pero cuando menos una señora se privó de la dicha de oir las palabras que su hijo le dirigía. Evidente­ mente pensaba que estaba siendo hecha objeto de al­ guna broma, porque ai levantar el audífono de su telé­ fono y escuchar las palabras: “Habla el Secretario de la Fuerza Aérea de los EE. TJU. AA. Tengo para usted un mensaje personal. . interrumpió despectivamen­ te y replicó: “ ¡No me digas! Pues yo soy la Reina Isabel, y tengo un mensaje personal para usted.. Y tras algunas claridades indignas de nuestra repeti­ ción, colgó la bocina. ¡Pobre mujer! ¡De cuánta dicha se privó por no creer a la voz que le hablaba! Su incredulidad le cerraba los oídos. Oh, querido amigo que en esta ocasión me escuchas, no seas incrédulo a la voz que te está llamando. El Maestro está aquí y te llama, ofreciéndote paz, perdón, pureza y poder. Escucha su voz; obedece su llamado, y en este momento recibirás su bendición.

(d) La historia. El siguiente ejem plo está tom ad del libro El Arte de Escribir en Veinte Lecciones por Miguel de Toro y Gómez. Otro ejemplo no menos notable nos presenta nuestra propia historia en la persona del ilustre San Isidoro, arzobispo de Sevilla, que llegó a ser el hombre más sa­ bio de su siglo y ha inmortalizado su nombre con su libro de las Etimologías, que es la primera enciclope­ dia del saber occidental. Siendo niño, costábale gran trabajo aprender y, te­ miendo los castigos del maestro, huyó de su ciudad natal. Habiéndose sentado junto a un pozo, notó que una piedra enorme se hallaba llena de tortuosos agu­ jeros y que el brocal del pozo, formado de fuertes ma­ deros, estaba acanalado por el constante frotar de la cuerda. Reflexionó entonces que, si el continuo gotear

M a n u a l I ' aiia PiuinicAnonF.s L aicos

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d el a g u a h a b ía jvxh rio h o r a d a r la p ie d r a , y al roca d e u n a s o p a fle x ib le a b rir c a n a le s e n l a m a d e r a , s u i n ­ t e lig e n c ia n o p o d ía s e r m á s r e b e ld e q u e la p ie d r a y la m a d e r a , y , v o lv ie n d o a l e s tu d io c o n a h in c o y jx 'r s e v e r a n c ia . lo g ró d is tin g u ir s e e n tr e la s m á s a v e n t a ja d o s .

Do un asp ecto m uy Interesante de la h isto ria del pueblo azteca se h a form ulado la sigu ien te Ilu stración.

Una de las contribuciones más notables del pueblo az­ teca a la civilización mundial fue su calendario. En verdad, las aztecas tenían dos calendarios, un calen­ dario religioso de 260 días y un calendario civil de 365. Claro está que después del primer año los dos ca­ lendarios no estaban sincronizados. Tardaban cin­ cuenta y dos años en volver a coincidir en sus respec­ tivas fechas para Año Nuevo. Creían los aztecas que al final de cualquier ciclo de cincuenta y dos años era posible que el mundo termi­ nara o que los dioses les concedieran un nuevo ciclo. Para determinar cuál sería su destino celebraban la famosa ceremonia del fuego. En la última noche del año cincuenta y dos, los sacer­ dotes aztecas subieron al cerro de la estrella, en el valle de México. Allí vigilaban la marcha de los as­ tros para ver si la constelación llamada “las cabri­ llas” llegaría al cénit. Creían que si así sucedía el mundo no terminaría por cuando menos otros cincuen­ ta y dos años más. Cinco días antes se había apagado todo fuego en el vasto imperio azteca. Ni casas ni templos tenían lum­ bre. Eran días de mal agüero, y por cinco noches rei­ naba la obscuridad. Pero ahora estaban listos para prender el fuego otra vez. Al ver que “las cabrillas” habían alcanzado el cénit del cielo, los sacerdotes su­ jetaron a una víctima humana sobre el altar. Con un cuchillo de obsidiana le sacaron el corazón. Luego, un guerrero empezó a frotar dos palos secos hasta produ­ cir lumbre con la fricción y encendió una hoguera en el pecho de la víctima sacrificada. Al encenderse la hoguera, empezaron a acercarse co­ rredores, cada uno con un ocote en la mano. Prendie­ ron sus ocotes en el fuego sagrado que ardía en el pecho de la víctima humana para luego partir, cua­ les luciérnagas, hacia sus respectivos pueblos a pren­ der de nuevo el fuego en los templos y en los hogares. E l m u n d o d e h o y s e p a r e c e a l im p e r io a z te c a d u ­ r a n te lo s c in c o d ia s d e m a l a g ü e r o c o n q u e c a d a cic lo

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M a n u a l P ar a P redicadores L aico s

do sus calendarios terminaba. También nuestro mun­ do está envuolt-o en tinieblas—en las tinieblas del materialismo, de la inmoralidad, de la indisciplina, de la ignorancia y del prejuicio. Pero hay para nos­ otros también un corro--el cerro de la cruz—donde una Victima Divina ha sido sacrificada. En su pecho arde una hoguera de pureza, de poder, de compasión. Acerquémonos, pues, al Hijo de Dios, y prendiendo la antorcha de nuestras vidas en el fuego de su santo amor, corramos luego a los fines más recónditos de la tierra y demos luz a la humanidad entera.1 (e) La literatura. En 2 Corintios 5 :1 4 -1 5 el ap ó s­ tol Pablo revela uno de los principales m óviles de su asombrosa carrera m isionera: “ Porque el a m o r de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno m urió por todos, luego todos m urieron; y por todos m urió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino p a ra aquel que murió y resucitó por ellos.” ¿D ónde p o d ría ­ m os encontrar un comentario m ás conm ovedor sobre “ el am or que constriñe” que en el fam oso “ Son eto a l Cristo Crucificado” ? Esta herm osa poesía m ística h a sido atribuida a varios autores. La verdad es que n o se sabe a ciencia cierta quién fue el autor.2 Pero re a l­ m ente no importa. El poema m ismo es lo que n o s in te ­ resa. SONETO AL CRISTO CR UCIFICADO No m e mueve, m i Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni m e mueve el infierno tan tem ido para dejar por eso de ofenderte. T ú m e mueves, Señor; m uévem e el verte clavado en una cruz y escarnecido, m uévem e ver tu cuerpo tan herido, m uévenm e tus afrentas y tu m uerte. _______

Muéveme, al fin, tu am or, y en ta l m anera

i La base histórica para esta ilustración se encuentra en O. C. Valllant. The Azteca of M éxico, (Harraondsworth-M iddlesex: Penguln Books, 1951), pp. 186, 191, 195-96. * M. Romera-Navarro. Historia de la Literatura Española, (New Y ork: D. C. Heath y Cía., 1928J, p. 186.

M a n u a l . T ah a Pm .nicATxm iis L aico s

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que au n qu e no h u b iera cielo, yo te a m a r a , y a u n qu e no h u b iera in fie rn o , te tem iera . N o m e tie n e s que dar porque te q u iera : pues au n qu e lo que espero n o esp era ra , lo m ism o que te quiero te quisiera. P a ra te rm in a r, to m e m o s un e je m p lo b a sa d o en a q u e lla ob ra clá sica de la lite ra tu ra u n iv ersal, la n o v e ­ la Los Miserables de V ícto r H ugo. En el c a p ítu lo in t it u ­ la d o “ El T ío F a u c h e le v e n t” se en cu e n tra un re la to que p u e d e ser elaborad o en u n a bu en a ilu stra ció n de la m a ­ n e r a en que C risto nos quita la carga de n u e stro s p e c a ­ d o s .1

En una de las escenas más interesantes de su famosa novela, Los Miserables, Víctor Hugo nos habla de un accidente ocurrido a un viejo carretero a quien la gente le llamaba “el tío Fauchelevent”. Al estar ca­ minando una mañana por una calle no empedrada del pueblo de M., llevando una carga pesada, de re­ pente su caballo tropezó de tal modo que se le rom­ pieron las dos piernas. Al tropezarse el animal, su dueño también fue tirado y por desgracia cayó preci­ samente entre las ruedas del vehículo, quedando apri­ sionado debajo del eje. Como había llovido la noche anterior, la calle se ha­ bía convertido en un lodazal, y el peso de la carreta iba hundiendo poco a poco al pobre anciano, lleván­ dolo a una muerte segura. Los vecinos habían man­ dado por un cabrestante con que levantar la carreta, pero como tardaban los mensajeros, se temía que el desafortunado hombre perecería antes de que hubiese manera de salvarlo. En ese momento el alcalde del pueblo se presentó. Hombre alto y fornido, se metió al lodo de la calle, puso su hombro bajo el eje caído, y con un esfuerzo tremendo logró elevar la carreta lo suficiente para que el pobre carretero pudiese escapar. Así ha hecho Cristo con nosotros. Viéndonos aplasta­ dos bajo el fardo pesado de nuestras iniquidades, y a punto de perecer, dejó su gloria celestial para me­ terse al fango de este mundo y levantar con su po_________d e r divino la carga que nos oprimía. “lie aquí, el Corl V íctor H uko, Loa Miaerublea, T o m o I, pp. 163-C6.

(B arcelon a :

E ditora

Délos-Ayruá,

1963),

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M a n u a l P a r a P r e d ic a d o r e s L a i c o s doro do Dios, que quita el pooado del m u n d o" (Juan 1 :29>.

Preguntas de Repaso 1.

¿Cuál es el secreto de la construcción de un buen bosquejo? 2. Defina usted la predicación cristiana. 3. ¿Cuál es la meta de la predicación? 4. ¿Cómo es el muro que rodea la voluntad humana? 5. Nómbrense las cinco puertas que conducen a la vo­ luntad humana. 6. ¿Cómo abrimos la puerta del entendimiento? 7. Dénse las siete sugerencias prácticas respecto a la argumentación en la predicación. 8. ¿Cuáles son las grandes necesidades del corazón humano y cómo puede el evangelio de Cristo sa­ tisfacerlas? 9. ¿Qué hace la conciencia? ¿Cuál es el material más apropiado para hacer impacto sobre ella? 10. ¿Por qué no debemos ser negligentes en apelar a las emociones en nuestra predicación? 11. ¿Qué dos cosas tenemos que hacer para poder in­ terpretar correctamente la Biblia? 12. Nómbrense las cuatro disposiciones espirituales que necesitamos tener para poder “ entender la mente del Señor” . 13. ¿Cómo se toma en cuenta el fondo histórico de un pasaje bíblico? 14. ¿Cómo se toman en cuenta las características li­ terarias de un pasaje bíblico? 15. ¿Qué se quiere decir al llamar la Biblia un libro HISTORICO-ETERNO? 16. Describa usted el método práctico de estudio bí­ blico que el texto recomienda. 17. ¿Cuáles son algunas de las funciones que desem­ peña la ilustración en la predicación? 18. ¿Cuál es la característica esencial de una buena ilustración?

M a n u a l P a r a P r e d ic a d o r e s L aic os

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19. Nómbrense las cualidades de una buena Ilustra­ ción. 20. ¿Qué cosa es “ una ilustración relámpago” ? 21. ¿Qué cosa es una anécdota? 22. ¿Cuáles son las mejores fuentes de material ilus­ trativo? 23. Haga usted una ilustración, tomando como base algo que ha leído en el periódico o en una revista popular. 24. Haga usted una ilustración, tomando como base alguna experiencia u observación personal. 25. Haga usted una ilustración, tomando como base algún incidente narrado en la historia patria.

Capítulo 7 EL PREDICADOR LAICO N E C ESITA SABER COMENZAR Y CO N C LU IR

En los capítulos anteriores hemos visto cuál es el lugar del predicador laico en el reino de Dios; hemos considerado la manera en que debe preparar su cora­ zón; hemos pensado en los tres propósitos que han de guiarle en su ministerio; hemos tomado en cuenta los dos tipos de mensaje que puede entregar; hemos aprendido el secreto de la organización de sus pensa­ mientos y hemos examinado a fondo los distintos mo­ dos en que le es posible reforzar sus ideas con materia­ les de discusión propios para hacer impacto sobre la voluntad de sus oyentes. Ahora estamos listos para dar atención a la forma en que el sermón debe empezar y terminar. 1. LA INTRODUCCION (1) Su importancia y función. Vivimos en la época de los vuelos espaciales. Los viajes cósmicos ya no se consideran sueños de locos; constituyen más bien la preocupación de los más destacados hombres de cien­ cia y de los políticos más sagaces. A la sazón los dos países más poderosos de la tierra están empeñados en una carrera febril para ver cuál será el primero en po­ ner un hombre en la luna. En un reciente artículo so­ bre esta cuestión de los proyectados viajes hacia la luna encontré una declaración que nos ayudará a en­ tender algo de la importancia de la introducción de un

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sermón. Hablando de los poderosos cohetes que se em­ plean para lanzar las naves espaciales, el autor dijo lo siguiente: “ El éxito o el fracaso del lanzamiento se de­ termina en los cuatro y medio minutos críticos después del despegue.” De igual manera hemos de insistir en que los pri­ meros minutos de un sermón son de vital importancia para su buen éxito, pues en estos momentos críticos el predicador tiene que granjearse la buena voluntad de sus oyentes, captar su atención y prepararles para re­ cibir la enseñanza que les quiera impartir. En otras pa­ labras, la función de la introducción es la de hacer que los oyentes sean “benévolos, atentos y dóciles” . Esta idea data desde los tiempos de Cicerón, gran orador ro­ mano del primer siglo AC, y no, ha sido mejorada por ningún maestro del arte de hablar en público que ha venido después. Por esto es que un renombrado maes­ tro de homilética del siglo pasado definió la introduc­ ción como “ aquella parte de un sermón cuya finalidad es la de preparar a los oyentes para estar de acuerdo con la opinión del predicador y para compartir sus sen­ timientos respecto al tema del discurso.” 1 (2) Cualidades de una buena introducción. Estas son seis. La primera es que debe ser apropiada, tanto para el discurso mismo como para la ocasión en que éste ha de ser presentado. Además, debe ser interesante. Aquí cabe recordar dos cosas. Por una parte, los hu­ manos tienen interés básicamente en lo que atañe a sus propias necesidades, en cuadros de acción y de conflic­ to, en los asuntos y las relaciones personales y en “ algo extraño acerca de cosas que se ven todos los días o en algo familiar respecto a cosas que no tienen la más re­ mota conexión con su vida diaria” .1 Por otra parte, una sarta de vagas generalidades siempre aburre, mientras que la presentación de datos específicos y concretos siempre llama la atención. > Aubtln Phcl]>8, T h e T h e o r y o f P r e a c h l n g , (Re vi sed by F. D. NVhitesell; Grund Jtapld.v Win. li. Kerdinan Publlstilng Co., 1947», p. 45. * Andrew W utter«oa Ulackwood, T h e P r e p a r a tí o n AblijfcClon Ooketbuiy Pret>», 1948), i>. 37.

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La tercera cualidad de una buena introducción es que debe ser breve. A veces las circunstancias de tiem­ po y lugar desempeñan casi todas las funciones de la introducción. Asi sucedió con el célebre sermón del gran predicador francés, Massillón, en la ocasión del servicio fúnebre del Rey Luis XIV. Entrando al pulpito, el predicador contempló durante unos momentos el fé­ retro real, y luego, dirigiéndose solemnemente a la no­ bleza allí reunida, pronunció estas breves palabras: Sólo Dios es grande, hermanos míos, y sobre todo en aquellos momentos finales cuando preside sobre la muerte de los reyes de la tierra. Por más que la glo­ ria y el poder de éstos haya vislumbrado, al desapa­ recer rinden homenaje a la grandeza suprema de Aquél. Entonces es que se echa de ver tanto la reali­ dad de lo que Dios es como la falsedad de lo que el hombre se ha imaginado ser.1

No hubo necesidad de decir más. Con setenta y tres palabras que pueden ser pronunciadas solemnemente en menos de cuarenta segundos se habían echado las bases más sólidas para un mensaje conmovedor. Claro está que por regla general las circunstancias no serán tan dramáticas. Pero de todas maneras la introducción debe ser breve. Por lo regular no debe ocupar más del 15 por ciento del cuerpo del sermón, y la mayor parte de las buenas ilustraciones son bastante más breves que esto. En el cuarto lugar, una buena introducción ten­ drá una clara relación con el tema del sermón, pero a la vez será distinta de él. Para aclarar este concepto se consiguen a continuación dos posibles introducciones para un mensaje basado en Isaías 55:6a, “ Buscad a Jehová” . Nótese cómo, en ambos casos, la introducción tiene una relación clara con la idea de buscar a Dios pero a la vez gira en torno a un concepto distinto— de una idea paralela o de un contraste. Hay muchas personas en nuestro mundo que dedican fius vidas a la tarea de buscar algo. L»os buzos se su 1 E. C. Dargan, A ll i a t o r y o/ Book House, 1954), II, j». 1 1 5 .

V r e a c h in o ,

(2 vols.; Orand Rapids: Baker

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morgen en los profundidades do! mar en busca de lirias. líos mineros se bajan a las entrabas de la, tie­ rra en busca de diamantes. I.r semanas en sus laboratorios e n busca de la causa, o del remedio para alguna peligrosa enfer­ medad. Y a últimas fechas estamos viendo cómo las cosmonautas se atreven a volar en derredor de la tierra a una altura mayor de trescientos kilómetros y a velocidades que exceden los veintisiete mil kilómetros por hora en busca de los secretos del espacio exte­ rior. Todos estos buscadores son personas especializadas, y su trabajo exige el empleo de equipo costoso y de ma­ nejo complicado. La mayor parte de nosotros no ten­ drá la oportunidad de seguir su ejemplo. Pero hay al­ go que todos podemos y debemos buscar. Lo encontra­ mos en nuestro texto para esta ocasión: “Buscad a Jehová” . Lo que todos debemos buscar es Dios. Hay una gran verdad que se halla escrita con letras de molde al través de la Biblia entera. Es ésta: que Dios está buscando al hombre pecador. Encon­ tramos esta verdad en el huerto de Edén. Apenas hu­ bo pecado el hombre, rebelándose en contra de su Creador, cuando leemos que “oyeron la voz de Je­ hová que se paseaba en el huerto. .. y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:8-9). Aquí tenemos el primer acto divino después de la creación del universo; aquí tenemos a Dios empeñado en la búsqueda de un par de pecadores. Y si seguimos leyendo las Escrituras, seguimos encon­ trando evidencia tras evidencia de este amor divino que con corazón quebrantado va en pos de una huma­ nidad perdida, buscándola para poderla redimir. Bus­ caba por los apasionados mensajes de sus profetas; buscaba por las duras lecciones de la historia; buscaba por los beneficios de su providencia. Y por fin, mandó a su Hijo el cual decía, “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Y para ilustrar la pasión con que el Pa­ dre insiste en buscamos, nos contó las hermosas his­ torias de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo perdido que hallamos en Lucas, capítulo 15. Luego, para terminar el volumen sagrado, el Cristo resucitado le hizo a Juan escribir esta hermosa invi­ tación final: “ Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y

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y el que quiera, tome del n*rna fie ]a vlda gratuita­ mente" (Apnc. 22:17). ¡SU Dios esliY buceando al hombre j>ecador. Pero encoulrannxs en la Biblia otra gran verdad también. Y es ésta: que el hombre debe bu.se.ar a Dios. Este es el mensaje de nuestro texto para esta ocasión.

Para terminar hagamos constar dos característi­ cas más. Una buena introducción ha de ser modesta. Es decir, no debe prometer demasiado, ni en sus pensa­ mientos, ni en su estilo o declamación. También, debe ser cuidadosamente preparada. Se le atribuye a Napo­ león una declaración en el sentido de que “ en una ba­ talla son los primeros cinco minutos los que determi­ nan el resultado” . La misma idea tiene una estrecha relación con el sermón. Por esto se ha dicho con razón que el predicador “debe considerar que los primeros dos párrafos son decisivos, y debe formular las prime­ ras dos oraciones del sermón con extremado cui­ dado” .1 (3) Fuentes variadas de material introductorio Quizá el problema principal que se relaciona con este asunto consiste en el peligro de caer en una rutina. Hay necesidad de una vigorosa variedad en los méto­ dos introductorios empleados de semana en semana. Realmente la variedad posible es tan grande que la monótona repetición de un mismo método acusaria ne­ gligencia o pereza. Algunas veces la introducción tendrá relación con el texto del sermón, explicando su sentido, discutiendo su contexto o mencionando algo acerca del escritor o de la condición de las personas a quienes éste dirigía sus palabras. En ocasiones da buenos resultados una descripción gráfica de algún lugar o la narración de algún evento relacionado con el pasaje. También es posible que la introducción explique la naturaleza del tema, que subraye su importancia, que muestre su re­ lación con otros temas o que haga alusión a algún in­ cidente histórico o evento contemporáneo que se relaclone con el tema. El empleo acertado de una ilustra1 Black wood,

op. v.U., \t, loo.

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anual

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ción sirvo a moñudo para introducir la idea central de un sermón. Con frecuencia se puede utilizar con pro­ vecho una cita notable dicha por algún personaje es­ pecialmente estimado por la congregación. Las oca­ siones especiales siempre proporcionan pensamientos introductorios adecuados que no deben ser desaprove­ chados. Además, algunas veces es posible dar principio por medio de la presentación de algún problema que el sermón propone discutir y resolver. Y no es imposible iniciar el sermón con una franca declaración del pro­ pósito que el predicador espera lograr mediante su mensaje. 2.

LA CONCLUSION

(1) Su importancia y función. Si la introducción del sermón se parece al lanzamiento de un vehículo espacial, entonces la conclusión nos hace pensar en el retorno de éste a la tierra. Y si el vehículo lleva a bordo una tripulación humana, la terminación del vuelo re­ viste una importancia imposible de exagerar; es lite­ ralmente una cuestión de vida o muerte. Este es precisamente el concepto que debemos te­ ner de la conclusión de un sermón cristiano— ¡una cuestión de vida o muerte! Porque la función de la con ­ clusión es la de encarar a los oyentes con aquel aspec­ to de la voluntad divina que ha sido discutido en el mensaje, haciéndoles comprender que se encuentran ante la disyuntiva más solemne e instándoles a esco­ ger por Dios y la vida. (2) Su contenido. La conclusión de un mensaje cristiano debe comprender cuando menos dos elemen­ tos importantes, a saber: un resumen de los puntos principales del discurso y una invitación para actuar de acuerdo con la voluntad de Dios, así como ésta ha sido presentada en el sermón. Respecto al primer ele­ mento no es necesario decir mucho. Se trata simple­ mente de volver a señalar las divisiones principales de la plática para refrescar la memoria de los oyentes en cuanto a los pasos que se han seguido en el desarrollo

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del tema. Esto es de especial importancia en un men­ saje argumentativo o de enseñanza difícil, y es de pro­ vecho en cualquier tipo de sermón. En lo que respecta a la invitación, sí cabe hacer algunas observaciones practicas. En primer lugar, la invitación es absolutamente indispensable. Hacemos explicaciones, hilvanamos ar­ gumentos, señalamos la manera en que sólo Dios puede satisfacer las necesidades básicas del corazón humano, redargüimos el sentido de deber y tocamos los resortes de las emociones con el único propósito de someter la voluntad de nuestros oyentes a la voluntad de Dios. Y si hacemos todo esto y luego no les invitamos a hacer lo que el Señor quiere que hagan, habremos confesado que estábamos jugando, que el sermón era en realidad una farsa y que no hay distinción entre la verdad y la mentira. \Lejos sea que tal hagamos! Sigamos más bien el ejemplo del siervo de Abraham, el cual, habiendo en­ salzado la grandeza de su amo y presentado la eviden­ cia de que era la voluntad de Dios que Rebeca fuese la esposa de Isaac, concluyó con esta apasionada invita­ ción: ‘'Ahora, pues, si vosotros hacéis misericordia y verdad con mi señor, declarádmelo; y si no, declarád­ melo; y me iré a la diestra o a la siniestra (Gén. 24:49). En segundo lugar, la invitación debe ser comple­ tamente clara. La congregación debe poder entender, sin ningún peligro de equivocarse, exactamente qué es lo que el predicador les está invitando a hacer. El que esto escribe ha escuchado invitaciones en que se pedía a las personas que querían que se orase por ellas que levantasen la mano. Luego, cuando algunos individuos habían respondido, el predicador anunciaba que tantas almas nuevas habían recibido a Cristo como su Salva­ dor personal. En otras ocasiones he escuchado invita­ ciones que insistían tanto en que las personas "levan­ tasen la mano” que me he quedado con la impresión de que lo importante era ese acto físico y no una íntima

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decisión espiritual de abrir la puerta del corazón para recibir a Cristo como Señor y Dueño de la vida. Quiero que me entiendan bien. No me opongo a que se les invite a las personas que deseen que se ore por ellas a que pasen adelante. Pero si así se hace, se debe orar por ellas y no insinuar que ya son salvas por el simple hecho de haber sentido la necesidad de que sus vidas fuesen elevadas a Dios en oración. Tampoco ten­ go nada en contra de que el predicador pida que las personas que se decidan a recibir a Cristo lo manifies­ ten por la señal de levantar la mano. Creo que se les debe pedir alguna clase de manifestación pública. Pero sí insisto en que se haga entender claramente que se trata de dos cosas distintas: (1) de una decisión ínti­ ma de recibir a Cristo como Señor y Salvador; y (2) de una manifestación pública de esta misma decisión. Por otra parte, la invitación debe ser fiel al evan­ gelio. En no pocas ocasiones he escuchado a ministros que aseguraban a sus congregaciones que al responder a la invitación de aceptar al Señor “no contraían nin­ gún compromiso” . Esto es hacer una falsa representa­ ción del evangelio. Según el apóstol Pedro “ el evange­ lio de la paz” incluye, como elemento básico, la verdad del señorío universal de Cristo (Hch. 10:36). Y el apóstol Pablo decía que “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9). Ade­ más, a los corintios dijo: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nos­ otros como vuestros siervos por amor de Jesús. . . Por­ que el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 4:5; 5:14, 15). En el Nuevo Testamento queda bien claro que cuando un individuo acepta al Señor, contrae el más 'solemne compromiso posible: se somete a la sobe­ ranía absoluta de Cristo, poniendo su vida entera a la

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disposición de Aquél que murió y resucitó por él. Nues­ tras invitaciones deben hacer recalcar esta gran ver­ dad. Si así lo hacemos, es posible que habrá menos “profesiones de fe” pero habrá mayor número de bau­ tismos y de vidas activas en el programa misionero de las iglesias. En el cuarto lugar, la invitación debe estar de acuerdo con el tema y con él propósito del sermón. Si éste ha tratado del deber de orar sin cesar, entonces la invitación debería tratar de lo mismo. Si el tema del mensaje ha sido el deber de amar a los enemigos, lue­ go la invitación debería instar a la congregación a dar el cumplimiento a esta obligación. Si se ha predicado un sermón alusivo al matrimonio en la ocasión de una boda en la iglesia, entonces la invitación debería con­ vidar a los nuevos cónyuges, así como a todos los espo­ sos presentes, a dedicar sus hogares al servicio de Dios. Si el mensaje ha sido de evangelismo, se entiende cla­ ramente que la invitación debería urgir a los inconver­ sos a recibir a Cristo como Señor y Salvador de sus vi­ das. Pero ¿qué debe uno hacer cuando ha predicado un mensaje para los creyentes y se da cuenta de que están presentes también algunas personas inconver­ sas? La respuesta es realmente sencilla. Habiendo tra­ tado el sermón un tema de edificación, la primera in­ vitación debería estar de acuerdo con ese tema, exhor­ tando a los hijos de Dios a cumplir con el deber parti­ cular que se acaba de presentar. Pero habiendo hecho esto, queda el predicador en completa libertad de diri­ g irse después a los inconversos, explicándoles breve y claramente el evangelio y, en una segunda invitación, suplicándoles a entregar sus corazones al Señor. Por último, la invitación debe ser hecha con una dependencia absoluta en la obra del Espíritu Santo. Nosotros no podemos convertir a nadie. Sólo el Espíri­ tu de Dios puede “convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Así es que en nuestras invitaciones debemos depender del Espíritu y no de la

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lógica de nuestros argumentos o del fervor de nues­ tras exhortaciones. Habiendo aclarado cuál es la dis­ yuntiva ante la cuaJ nuestros oyentes se encuentran; habiéndoles señalado los resultados funestos de la in­ credulidad y las bienaventuranzas de la fe que obede­ ce, luego debemos hacernos a un lado y dejar que el Espíritu obre. Entonces nuestra palabra y nuestra pre­ dicación no habrá sido “ con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor. 2:4). Preguntas de Repaso 1. 2. 3. 4. 5.

¿Cuál es la función de la introducción de un ser­ món? Nómbrense las cualidades de una buena introduc­ ción. ¿Cuáles son las posibilidades de la variedad en cuanto a los materiales introductorios? Discuta la importancia y la función de la conclu­ sión y nómbrense los elementos que deben encon­ trarse en ella. Discuta ampliamente la invitación.

Capítulo 8 EL PREDICADOR LAICO N ECESITA COMUNICAR SU MENSAJE

El predicador laico ha preparado su sermón. Su conocimiento de la congregación y su fidelidad en orar por ella le han hecho entender cuál es la necesidad es­ piritual que más urge ser atendida en el culto del pró­ ximo domingo. En su estudio y meditación ha encon­ trado una verdad bíblica que habla directamente a esa necesidad particular. Tomando esta verdad como el tema de su mensaje, “le ha hecho preguntas al tema” hasta poder decidir desde qué punto de vista conviene mejor discutirlo y ha organizado sus pensamientos de acuerdo con una sola “pregunta clave” para asegurar la unidad del discurso. Luego, con interpretaciones bí­ blicas e ilustraciones bien escogidas ha reforzado sus ideas con materiales de discusión propios para tocar las puertas que conducen a la voluntad de sus oyentes— las puertas del entendimiento, de la razón, del sentido de necesidad, de la conciencia moral y de las emocio­ nes. Y por último, ha elaborado una introducción apro­ piada e interesante y formulado una conmovedora conclusión. ¿Qué más le falta hacer? Ahora tiene que comunicar su mensaje. La voz “comunicar” significa “hacer a otro partí­ cipe de lo que uno tiene” .1 La tarea cumbre del predi­ cador es precisamente ésta: la de lograr que sus oyentes participen de los mismos conocimientos, de los mis1 D icc io n a rio de iu Heal Academia Kupaftola.

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mos sentimientos y de las mismas convicciones espiri­ tuales que palpitan en su propia mente y en su propio corazón. He aquí la provincia peculiar del pulpito cris­ tiano: la comunicación del mensaje de Dios. Pero esta comunicación es afectada sensiblemente por tres fac­ tores importantes, a saber: el ambiente en que se pre­ dica, las actitudes del predicador y la manera en que éste hace uso de la palabra. A estas tres consideracio­ nes dedicaremos nuestro estudio final. 1. LA PREPARACION DE UN AMBIENTE FAVORABLE El predicador laico tiene que actuar en muy diver­ sas circunstancias— no todas ellas ideales. Su “ templo” bien puede ser la sombra de un árbol, la esquina de una calle bulliciosa, algún rincón de un parque público, un apretado cuartito en la casa de un simpatizante o al­ gún local alquilado que en otros días había sido dedi­ cado a usos bastante profanos. Quizá algunas veces tendrá el privilegio de predicar en un lugar construido especialmente para la adoración cristiana. Pero sea como fuere, la comunicación del mensaje de Dios será más fácil si se tiene cuidado en procurar, hasta donde sea posible, un ambiente favorable. A este respecto me permito hacer dos sugerencias prácticas. ( i ; Reduzca las distracciones a un mínimo. Si se trata de un culto al aire libre, esto presenta un proble­ ma muy especial. A veces lo único que se puede hacer es ganarle a las distracciones con una distracción ma­ yor. Precisamente por esto es que el Ejército de Salva­ ción acostumbra llamar la atención a sus reuniones populares con una banda de música. Es también por esto que algunos hermanos que predican mucho en los parques públicos se han dado a la tarea de aprender a ser ventrílocuos, utilizando el atractivo de su “ muñequito par]ante” para juntarse sus congregaciones. Otras veces basta una animada sesión de canto de par­ te de un buen grupo de hermanos que acompañan al predicador.

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IJA P p F.DICADORES L A IC O S

Si para Juntar gente para hablarles de Cristo te­ nemos que utilizar acordiones, guitarras, trompetas, trombones y tambores, ¡no tengamos ningún empacho en hacerlo! El diablo utiliza todos los medios a su al­ cance para hundir las almas en el infierno, y los “ hijos de luz” no debemos ser menos sagaces que “ los hijos de este siglo” (Luc. 16:8). Cuando la reunión se lleva a cabo dentro de cua­ tro paredes el problema de las distracciones es menos grave, pero no desaparece por completo. Por tanto, hay varias cosas que convienen hacerse. En primer lugar, procure un arreglo atractivo y una escrupulosa limpie­ za en el salón. Además, téngase cuidado tanto con la ventilación como con la iluminación. Eli aire viciado de un salón mal ventilado acabará por adormecer a bue­ na parte de la congregación, y a otros les provocará una fuerte jaqueca. Respecto a la iluminación, procu­ re que la haya en suficiencia para que todos puedan leer sin dificultad en sus Biblias e himnarios. Procure también que sea de confianza; es decir, que no haya necesidad de parar el culto a medio camino para volver a encender las lámparas que se vayan apagando por falta de combustible. Además, no cuelgue una lámpara a poca distancia de la cabeza del predicador. La des­ obediencia a esta recomendación suele producir dos resultados harto inconvenientes. Uno es que causa mo­ lestias a la congregación, la cual no podrá mirar hacia el predicador sin lastimarse los ojos. El otro es que le expone al orador al peligro de tragarse varios insectos voladores en el transcurso de su predicación. Por últi­ mo, haga lo posible por proveer asientos suficientes para que todos puedan sentarse cómodamente, e ins­ truya a los creyentes en la cortesía de dar la preferen­ cia a los visitantes inconversos cuando los asientos em­ piecen a escasear. (2) Promueva una amplia participación congregacUmal en el culto de adoración. Esta es realmente la mejor manera de reducir las distracciones a un míni­ mo. La mente humana tiene que ocuparse con algo. Y si

M a n u a l P ana rm.nicAi>oni,s I,a reos

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el predicador tiene cuidado de que la congregación participe activamente en el canto, en la lectura bíbli­ ca y en las oraciones, habrá nulificado en gran parte el atractivo de las distracciones que se presenten. Pero la participación de la congregación es de­ mandada todavía por otra razón. El propósito funda­ mental del culto público es el de facilitar la adoración, y nadie puede tener una verdadera experiencia de co­ munión con Dios sin responder con su entendimiento y con sus emociones a la revelación divina. Pues la adoración cristiana es precisamente la respuesta sen­ tida e inteligente de un alma redimida a la revelación que el Padre hace en el Hijo por medio del Espíritu Santo. En el culto público los medios empleados para dar expresión, tanto a la revelación divina como a la res­ puesta humana, son cinco: el canto, la oración, la lec­ tura de las Escrituras, la ofrenda y el sermón. Dios se revela a la congregación por medio de la lectura de su Palabra y por medio de la entrega de su mensaje. La congregación responde a esta revelación por medio de su participación en el canto, las oraciones y la ofren­ da— no sólo la ofrenda de sus dineros, sino la ofrenda de sus vidas en respuesta al mensaje predicado. Enton­ ces debe haber mayores probabilidades de que el ser­ món haga impacto sobre las mentes y los corazones de la congregación cuando ésta haya tenido la más am­ plia oportunidad posible de participar en los demás ac­ tos del culto. Tal participación prepara a los oyentes para recibir la enseñanza del sermón y para estar de acuerdo con las demandas que presente. 2. LA POSESION DE ACTITUDES CORRECTAS Bien se ha dicho que “la predicación es la presen­ tación de la verdad a través de la personalidad”.1 Cuando uno predica, está comunicando no sólo un mensaje, sino también su propio ser. El hombre es gran 1 P h ilíip B íir o o k u , Le.r.turea o n P r e a c h i n y , lt s h in g H o u e e , n . d ) , p. 6.

« J r t u u t U n p ld s :

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M a n u a l , T aha P r e d ic a d o r e s L a ic o s

parte de su sermón. Muchas veces lo que uno es, habla tan fuertemente que nadie para mientes en lo que dice. Pero, por el lado contrario, cuando el carácter del hombre que habla es de una sola pieza con sus pala­ bras, éstas llegan a revestir un poder y un atractivo in­ calculables. En este asunto no es posible engañar; la gente no tarda en darse cuenta de cualquier discre­ pancia entre dicho y hecho. Asi es que las actitudes con que el predicador laico se acerca a su tarea son de importancia capital. El mejor resumen de estas acti­ tudes es aquel que nos han dado los apóstoles Pablo y Juan. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el (G ál. 5 :6 ). Y este es su mandamiento: Que creamos en el bre de su Hijo Jesucristo, y nos am emos unos a como nos lo ha mandado (1 Juan 3 :2 3 ).

algo, am or nom ­ otros

(1) La primera actitud que debe caracterizar al hombre en el púlpito, pues, es la fe . Esto suena como algo bastante familiar, pero quizá hace falta examinar el concepto un poco a fondo. ¿Qué es lo que realmente entraña este asunto de la fe? En primer lugar, la fe es una actitud de repudio respecto a uno mismo y de de­ pendencia absoluta de la sabiduría y del poder de Dios. La siguiente anécdota, tomada de la vida de Roberto Morrison, el primer misionero evangélico que fue a la China, ilustra bien el pensamiento. La Sociedad Misionera de Londres se decidió a en­ viarlo (a Morrison) a la China por vía de Am érica. Al embarcarse en Nueva York alguien que parecía te ­ ner lástima del pobre joven que dejaba su país, su familia y su porvenir por una idea que consideraba una ilusión, le dijo: “ ¿Piensa usted verdaderamente que le será pasible producir la menor impresión entre los lláganos de ese vasto imperio?” Morrison respondió serenamente, “No, señor; pero yo creo que Dios hará Impresión” .1i i Juan O. Varetto, H é r o e » y M á r ti r e s d e la O b r a M i s io n e r a , (Buenos Aires; Junta de Publicaciones de la Oonvención Evangélica Bautista, 1946), p. 86.

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Esto es fe: un repudio absoluto de uno mismo au­ nado a una dependencia completa de Dios. Como lo ha expresado un renombrado predicador laico contempo­ ráneo. Dosde el punto de vista de Dio?, es Cristo quien pre­ dica, es Cristo quien va de misionero, es Cristo quien hace buenas obras, es Cristo quien testifica. Sólo lo que él es y lo que él hace constituyen la justicia, y esta justicia puede ser manifestada al través de us­ ted solamente cuando haya una actitud de inexorable dependencia. A tal actitud se le llam a fe— y “ todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Rom. 14:2 3 b ). l e desconcierta a uno el descubrir que es posible su ­ birse al púlpito, Biblia en mano, y predicar un sermón cuyo contenido es del todo escriturario, y sin em bargo de ser así, si lo ha hecho animado por cualesquiera actitud que no sea la de una dependencia total de Cristo, el mismo acto de predicar constituye u n pe­ cado.1

Por otra parte, la fe es una actitud de confianza ilimitada en el poder de Dios para cambiar las vidas humanas por medio del evangelio. Como se ve, esta confianza tiene dos partes. Ante todo, es una confian­ za en el poder divino, una confianza que afirma que para el Señor no hay casos perdidos “porque nada hay imposible para Dios” (Luc. 1:37). Además, es una con­ fianza en la instrumentalidad del evangelio, una con­ fianza que afirma que “no me avergüenzo del evange­ lio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Rom. 1:16). Así es que no se piden disculpas por el evangelio ni se pierde el tiempo discutiendo si es ver­ dad o no. El evangelio SE PROCLAMA sabiendo que la Palabra de Dios “ no volverá vacía” (Is. 55:11). (2) La segunda actitud que debe caracterizar al hombre en el púlpito es el amor. Siendo éste “ el fruto del Espíritu” (Rom. 5:5; Gál. 5:22), la evidencia su­ prema de nuestra calidad de hijos de Dios (Juan 13: 35; 1 Juan 3:14; 4:20), y el requisito indispensable para i W. Ian Thfmma, T h e ti a v in o U f e Publi&hlng ío uüc

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un servicio cristiano eficaz (1 Cor. 13:1-3), no es de ex­ trañarse que cuando el predicador laico ama en verdad a su congregación dos resultados se seguirán. El primero es la fidelidad en el anuncio de “ todo el consejo de Dios” (Hch. 20:20, 27). El amor anhela el bienestar de los amados. Sabe que un desarrollo cris­ tiano cabal exige atención a todos los mandamientos del Señor y que éstos no son gravosos (1 Juan 5:3). No debe escaparnos el hecho de que el anuncio por Pablo de todo lo que fuese útil a los Efesios fue acompañado de “ muchas lágrimas” (Hch. 20:19, 31). Señal inequí­ voca de los falsos profetas es, no sólo que abandonan al rebaño en tiempos de peligro (Juan 10:12), sino que enseñan conforme a la concupiscencia de sus oyentes (2 Tim. 4:3). Bien dijo el proverbista que “ fieles son las heridas del que ama” (Prov. 27:6a). Porque les ama, el predicador laico tendrá cuidado de alimentar al re­ baño del Señor con pastos tomados de todas partes de las Escrituras, les instruirá en todas las doctrinas, les animará con todas las promesas, les advertirá de todos sus deberes y les amonestará respecto a todos los peli­ gros que les asechan por el camino. El segundo resultado de un corazón compasivo de parte del predicador es que la congregación estará dis­ puesta a recibir, no sólo sus mensajes de aliento, sino también sus palabras de reprensión. La siguiente expe­ riencia, tomada de la vida de un buen pastor moderno, ilustra bien el caso.1 Ernesto F. Tittle es considerado por algunos como uno de los grandes predicadores norteamericanos. Era bien conocido por causa de su abierta oposición a ciertas ideas y prácticas que gozaban de popularidad en la región próspera y conservadora en que vivía. Su fran ­ queza y valor para expresar sus opiniones no fueron siempre bien recibidos. Pero no fue así con los que conocían la realidad de su simpatía pastoral. Cuan­ do sus feligreses se encontraban en horas de prueba, el ministro acudía siempre a su lado.

Cierto hermano relata que cuando su esposa falleció, » Ronald E. Hlcoili, lte.rnuaHvt! p r e a v h ln y , (New York: Harper and Brothers PuUiBhers, ly&ej. in>.

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él no p iu lo dormir do (.Hatoza; paró 1a noche entera andando por las calles de la ciudad. Y su pastor la jvasrt también en vela, caminando a su lado. No le de­ cía una sola palabra, pero su presencia silenciosa pa­ tentizaba la honda simpatía de su corazón. Después de aquella experiencia el hombre dijo: "Cuando E r­ nesto Tittie predica ahora, me puede decir lo que quiera, y yo lo aceptaré."

3. LA PRACTICA DE BUENOS HABITOS EN EL HABLA El último factor que afecta la comunicación eficaz del mensaje de Dios es la manera en que el predicador hace uso de la palabra. Este es un asunto bastante ex­ tenso y complicado. Lo único que podemos hacer aquí es consignar algunos breves consejos prácticos. (1) Hable naturalmente. No procure imitar a na­ die. Dios tuvo un propósito en dotarle a usted con la personalidad particular que posee. La misión suya en la vida es la de permitir que Dios actúe al través de su persona, y cuando usted procura ser lo que no es, estro­ pea los propósitos de Dios. Esto tiene una importancia especial respecto al tono de la voz en que uno habla. Cada individuo tiene su propio “tono habituar' en que debe hablar para no hacerle daño a las cuerdas vocales. La manera de localizar este “ tono habitual” es realmente sencilla. Con la ayuda de un piano, solfee hacia abajo hasta encontrar la nota más baja que pue­ de sostener sin dificultad. Luego empiece a solfear ha­ cia arriba. La quinta nota arriba de la nota más baja que ha podido sostener sin dificultad será generalmen­ te su “ tono habitual” .1 (2) Háble claramente. Esto implica tres cosas. La primera es que el volumen (la fuerza) de su voz debe ser suficiente para que las personas que se encuentren más distantes del púlpito puedan oírlo sin dificultad. A la vez, la fuerza con que habla no debe ser tan explosiva que lastime el tímpano de las personas que estén 1 Dwight E. Stevenson and Charlea F. Dlehl, Henchínp People F ro m (New York; Jlurper uncí lírothera l’ ubltsheis, lk>í>8), l>. 130.

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más cercanas al púlpito. La segunda cosa es que no debe hablar demasiado a prisa, y la tercera es que debe pronunciar claramente cada palabra que dice. (3) Hable inteligiblemente. No use las palabras que sus oyentes no sean capaces de entender. Tal cosa no es indicio de una inteligencia superior, sino de una la­ mentable falta de sentido común. (4) Hable agradablemente. Esto se logra median­ te una placentera variación respecto a cuatro factores: la fuerza pulmonar, la velocidad de la pronunciación, el tono de la voz y el empleo de la pausa. Preguntas de Repaso 1. ¿Qué significa la palabra “comunicar” ? 2. Nómbrense los tres factores que afectan la comu­ nicación del mensaje de Dios. 3. Discútase el problema de las distracciones en rela­ ción con: (1) un culto al aire libre y (2) un culto dentro de cuatro paredes. 4. ¿Por qué es importante que el sermón sea parte in­ tegra de un culto de adoración en que haya una ac­ tiva participación congregacional? 5. Discuta usted la fe como una actitud necesaria de parte del predicador. 6. ¿Cuáles serán los dos resultados del amor en el co­ razón del predicador laico? 7. Enumérense los consejos prácticos dados por el texto respecto a la manera correcta de hablar en público.

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