02. Romero - Breve historia contemporánea

April 11, 2017 | Author: Euge Palazesi | Category: N/A
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S E C C I Ó N O B R A S DE H I S T O R I A

BREVE H I S T O R I A DE L A

C O N T E M P O R Á N E A

A R G E N T I N A

LUIS ALBERTO ROMERO

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

m F O N D O DE C U L T U R A

Mí'XK :o -

ECONÓMICA

A R G E N T I N A - BRASIL - C O L O M B I A - C H I L E - ESPAÑA

E S T A D O S U N I D O S DE A M É R I C A - PERÚ -

VENEZUELA

Primera edición, 1994 Segunda edición ampliada, 2001 Decimotercera reimpresión, 2007

© 2 0 0 1 , F O N D O D E CULTURA ECONÓMICA D E A R G E N T I N A

S.A.

El Salvador 5 6 6 5 ; 1 4 1 4 Buenos Aires [email protected] / www.fce.com.ar Av. Picacho Ajusco 2 2 7 ; 1 4 2 0 0 México D. F.

ISBN 9 7 8 - 9 5 0 - 5 5 7 - 3 9 3 - 6

Fotocopiar libros está penado por la ley. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin la autorización expresa de la editorial. IMPRESO E N ARGENTINA - PRINTIÍD IN

ARGENTINA

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Prefacio a la segunda edición Iluta legunda edición incluye un nuevo capítulo, referido a los diez años del l'i. lidenrc Menem, y una versión en parte diferente del epílogo. ¿Por qué lint r i lo. Creo que u n libro, una vez publicado, es para el autor un caso cerrailn vive su vida, es leído, envejece; lo más que se puede esperar es que lo haga ;

• " i i dignidad. Pero hay ocasiones - p o r cierto felices- en que el autor debe ÜMiiir ligado a su libro, y asumir el riesgo de que se le transforme en una n< ivela por entregas. I n este caso se conjugan dos circunstancias. Por una parte, su amplia utiliM li ni en cursos básicos de historia, donde estoy convencido de que el presente Iflinrdiato debe ser tratado; por otra, la próxima publicación de su traducción i o l< ligua inglesa, y u n pedido explícito del editor para que se incluyeran estos uli liiu ts diez años. Ambas razones, contingentes pero de peso, me llevan a es. i il 'ii un capítulo nuevo sobre el período que acaba de cerrarse. « ico que los argentinos estamos en condiciones de examinar en continuo estos diez años de la presidencia de M e n e m , y discutir cómo los i n . Imams en el relato más general de la historia argentina contemporánea; al • • t• nos, estamos en mejores condiciones que cuando yo terminé la versión i mi: escribí las últimas líneas unas semanas antes del Pacto de Olivos, i ii < i instancia que confirma la inutilidad de los historiadores para los diagh o i i u os de corto plazo. < ni i respecto a los diagnósticos de plazo más largo, estoy menos discontinué. ( TCO que escribiría de manera u n poco diferente -pero sólo u n p o c o . I • iipímlo sobre la reconstrucción democrática presidida por Raúl Alfonsín. I o i uanto al prefacio y al epílogo -salvo matices- descubro que no tengo n i . l . i sustancialmente nuevo que decir. Hoy me parece que en 1993 quizás l«. aba de excesivo pesimismo, pero ese tono me resulta adecuado para el uní ¿000. Por lo demás, las preguntas, las dudas, las incertidumbres y las i i i'-is esperanzas son las mismas. I I nuevo capítulo tiene los problemas que acarrea el referirse a algo muy hfi i lino. A l mirar esta época, me falta la ternura y condescendencia que me ilttplian los períodos pasados, aun los que viví intensamente: sé que detestar 9

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algo n o es el mejor camino para entenderlo. Afortunadamente, conté con la segura guía de algunos textos agudos y equilibrados -particularmente los de Juan Carlos Torre y Vicente Palermo- y me beneficié con las sensatas observaciones de A n í b a l Viguera. C o n su ayuda resolví buena parte de los problemas. S i n embargo, me quedó una dificultad, fácil de advertir si se compara este capítulo con los anteriores: cómo integrar la dimensión razonablemente explicable de la Argentina de esos diez años con aquella otra cuya crónica aparece en muchos libros periodísticos, pero que es difícil de traducir en alguno de los modelos historiográficos académicos, cómo explicar el "menemato". Finalmente, encontré m i clave en una obra clásica: la Vida de los doce Césares de Suetonio. 30 de diciembre de 2000

Prefacio I ii «'.la exposición sintética de la historia de la Argentina en el siglo XX n o Hir I ic propuesto - c o m o suele ser común en este tipo de libros- n i probar una i- IN ni tampoco encontrar aquella causa única y eficiente de u n destino t i i . tonal singular y poco afortunado; sólo se trata de reconstruir la historia, ipleja, contradictoria e irreductible, de una sociedad que sin duda cono• i |meas más brillantes, que se encuentra hoy en uno de los puntos más I m|i is t le su decurso, pero cuyo futuro n o está -confío— definitivamente cerrado I as cuestiones en torno de las que este texto se organiza -preguntas nacida* ile nuestra experiencia, angustiada y desconcertada- son sólo algunas de Itt» muchas posibles, y su explicitación da cuenta del voluntario acotamiento • |H> un intento de este tipo requiere. Id primer interrogante se refiere al lugar que hoy existe en el mundo para I I \1 ;ent i na -que tan seguramente se ubicó en él hace sólo cien años-, y a la .mi/ación económica factible para asegurar a nuestra sociedad algunas MU las mínimas como u n cierto bienestar general, u n progreso razonable, una i ii n.i racionalidad- U n a pregunta similar se hicieron A l b e r d i , Sarmiento y glllnies hace casi u n siglo y medio trazaron el diseño de la Argentina moderi i i . i i . . nacional el monopolio de la fuerza. Algunas cuestiones se dirimieron .luí m i l l.i guerra del Paraguay (1865-1870), y otras inmediatamente después, . i n i i . l . . .mvsivamente fueron doblegadas Entre Ríos - g r a n rival de Buenos Alh'» «o la conformación del nuevo Estado- y luego la propia provincia portei M . 11 ya rebelión fue derrotada en 1880-, que debió aceptar la transformación A i In »iiulad de Buenos Aires en Capital Federal. El Estado afirmó su poder b i l ' t i I. »s vastos territorios controlados por los indígenas: en 1879 se aseguró la h i i i i h I.I sur, arrinconando a las tribus en el contrafuerte andino, y hacia 1911 1 .. imple tú la ocupación de los tenitorios de la frontera nordeste. Los límites ii» n a . males del Estado se definieron con claridad, y las cuestiones internas se L p ii nuil tajantemente de las exteriores, con las que tradicionalmente se haV l i i . I I I I V I lado: la guerra del Paraguay contribuyó a definir las fluctuantes fronL l . i ' . d r la C a íenca del Plata, y la Conquista del Desierto, en 1879, aseguró la • M e i l i r n de la Patagonia, aunque los conflictos con Chile se mantuvieron v i \i< basta por lo menos 1902, y reaparecieron más tarde. I >. .ile 1880 se configuró un nuevo escenario institucional, cuyos rasgos •triluiaron largamente. Apoyado en los triunfos militares, se consolidó u n in de poder fuerte, cuyas bases jurídicas se hallaban en la Constitución imada en 1853 y que, según las palabras de A l b e r d i , debían cimentar " u n i monarquía vestida de república". C o m o ha mostrado Natalio Botana, - i i • iMiraba allí un fuerte poder presidencial, ejercido sin limitaciones en los \ territorios nacionales y fortalecido por las facultades de intervenir las •fiivin» ias y decretar el estado de sitio. Por otra parte, los controles instituff límales del Congreso, y sobre todo la exclusión de la posibilidad de la reelt • i mi i, aseguraban que ese poder no derivara en tiranía. Quienes así lo concibii i< m tenían presente la larga experiencia de las guerras civiles y la facilidad K m que las élites se dividían en luchas facciosas encarnizadas y estériles. En t . m i l l o , los resultados colmaron las expectativas. Las facultades legales • i r o n reforzadas por una práctica política en la que, desde el vértice del |M KI. I , se controlaban simultáneamente los resortes institucionales y los polif t l n v Se trataba de u n mecanismo que, en sus versiones extremas y menos Miilipis, fue calificado de unicato, pero que en rigor se empleó normalmente m u . •. y después de 1916. El Ejecutivo lo usó para disciplinar a los grupos •Ovliu-mlcs, pero a la vez reconoció a éstos u n amplio margen de decisión en •Mi asuntos locales. El poder, que se había consolidado en torno de los grupos •liiiiinanies del próspero Litoral -incluyendo la muy dinámica Córdoba-, tm< i .io rú distintas formas de hacer participar de la prosperidad a las élites del I h l r i i n r , particularmente a las más pobres, y asegurar así su respaldo a un luden político al que, además, ya no podían enfrentar.

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Aunque en 1880 estaban delineadas, en sus rasgos básicos, las instituciones del Estado - e l sistema fiscal, el judicial, el administrativo-, en muchos casos eran apenas esbozos que debían ser desarrollados. Escaso de instrumentos y medios para la realización de muchas de las tareas más urgentes, como educar o fomentar la inmigración, el Estado se asoció inicialmente con sectores particulares, pero a medida que sus recursos aumentaron, fue expandiendo sus propias instituciones, y llegó a adquirir consistencia y solidez mucho antes que la sociedad. Esta, en pleno proceso de renovación y reconstitución, careció inicialmente de la organización y de los núcleos capaces de limitar su avance. Deliberada y sistemáticamente actuó el Estado para facilitar la inserción de la Argentina en la economía mundial y adaptarse a u n papel y una f u n ción que -se pensaba- le cuadraba perfectamente. Ese lugar implicaba una asociación estrecha con Gran Bretaña, potencia que venía oficiando de metrópoli desde 1810. Limitados al principio a lo comercial, esos vínculos se estrecharon luego de 1850, por la gran expansión de la producción lanar - l a primera organizada sobre bases definidamente capitalistas- y la contemporánea profundización de la industrialización de Gran Bretaña, convertida ya en el taller del mundo. Por entonces se profundizaron las relaciones comerciales y se anudaron las financieras, especialmente por el sólido aporte británico al costo de la construcción del Estado. Pero la verdadera maduración se proi dujo luego de 1880, en la era del imperialismo. Por entonces, G r a n Bretaña l-dueña indiscutida del mundo c o l o n i a l - empezaba a afrontar la competencia de nuevos rivales - A l e m a n i a primero, y luego Estados U n i d o s - y el múñelo entero fue dividiéndose en áreas imperiales, formales o informales. En el momento en que se consolidó la asociación con Gran Bretaña, la metrópoli entraba en su madurez, ciertamente sólida pero también poco dinámica. I n capaz de afrontar la competencia industrial, se refugió en su Imperio y sus ¡monopolios, y optó por las ganancias aseguradas por inversiones privilegiadas, de bajo riesgo y alta rentabilidad. En la Argentina, entre 1880 y 1913 el capital británico creció casi veinte veces. A los rubros tradicionales -comercio, bancos, préstamos al Estado- se agregaron los préstamos hipotecarios sobre las tierras, las inversiones en empresas públicas de servicios, como tranvías o aguas corrientes, y sobre todo los ferrocarriles. Estos resultaron extraordinariamente rendidores: en condiciones ciertamente privilegiadas, las empresas británicas se aseguraron una ganancia que garantizaba el Estado, quien también otorgaba exenciones i m positivas y tierras a los costados de las vías por tenderse. En etapas posteriores se subrayaron persistentemente estos problemas, pero los contemporáneos v i e r o n más bien en la conexión angloargentina sus as-

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|'»> luí positivos: si los británicos obtenían buenas ganancias por sus inverIHUii « • la comercialización de la producción local, dejaban u n amplio campo di ii< i ion para los empresarios locales, los grandes propietarios rurales, a •|tii> MI quedaba reservada la participación mayor en una producción que fue jHHllulliada por la infraestructura instalada por los británicos. Los 2.500 k m di «ir. es ¡sientes en 1880 se transformaron en 34 m i l en 1916, sólo un poco mi ln de los 40 m i l que, en su momento máximo, llegó a tener la red argent i n a Algunas grandes líneas troncales sirvieron para integrar el territorio y MM MUÍ " la presencia del Estado en sus confines, mientras que otras cubrieron di n iiiienie la pampa húmeda, posibilitando - j u n t o con el sistema portuailo I I • spansión de la agricultura primero y de la ganadería después, cuando lo* intMiios británicos instalaron el sistema de frigoríficos. K a expansión requirió abundante mano de obra. El país había venido recil'ii i i . l . . > .un idades ele inmigrantes en forma creciente a lo largo del siglo, pero •t pi i en las grandes ciudades, en la construcción de sus obras públicas y la ti in. . . I . I.u ion urbana, pero desde mediados de la década siguiente, al abrirse !••• p.'.ibilidadcs en la agricultura, se volcaron masivamente al campo tanto i|iil» in • venían para instalarse en forma definitiva como quienes viajaban anualliii lili paia trabajar en las cosechas. Este fenómeno -posibilitado por la baratía.t d. los pasajes y por los salarios locales relativamente altos- explica en |niih I i Inerte diferencia entre los inmigrantes llegados y los efectivamente H . l i . idos: eni re 1880 y 1890 los arribados superaron el millón, y los efectivaMii lili i.ii lirados dieron unos 650 m i l , cantidad notable para un país cuya po|.| i. |i ni mudaba los dos millones. En la década siguiente, luego de la crisis de \Wh\• atenuó la llegada y los que retornaron fueron, año a año, más de los i|u> II. isiban, pero el ritmo se restableció en la primera década del siglo XX, i I I II . I. • Ii is saldos positivos superaron el millón. I i piolín iciún activa de la inmigración fue sólo un aspecto del conjunto de |kih idades que el Estailo, lejos de la prescindencia del supuesto "modelo libelid . 11- .a i olio para est ¡mular el crecimiento económico, solucionando los cue-

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líos de botella y creando las condiciones para el desenvolvimiento de los empresarios privados. Particularmente, entre 1880 y 1890 esta acción fue intensa y definida. Las inversiones extranjeras fueron gestionadas y promovidas con amplias garantías, y el Estado asumió el riesgo en las menos atractivas, para luego transferirlas a los privados cuando el éxito estaba asegurado. En materia monetaria se aceptó y estimuló la depreciación, en beneficio de los exportadores, y hasta 1890 al menos, a través de los bancos estatales, se manejó el crédito con gran liberalidad. Sobre todo, el Estado se hizo cargo de lo que se llamó la "Conquista del Desierto", de la que resultó la incorporación de vastas extensiones de tierra apta para la explotación que fueron transferidas en grandes extensiones y con un costo mínimo a particulares poderosos y bien relacionados. Muchos de ellos ya eran propietarios y otros lo fueron desde entonces, pero esta acción estatal resultó decisiva para la consolidación de la clase terrateniente. La tierra luego se compró y vendió ampliamente, aunque su espectacular valorización hasta 1890 -debida al cálculo de futuros beneficios asegurados por la expansión que se iniciaba- redujo el círculo de posibles adquirentes. I Aunque beneficiarios de la generosidad del Estado -que por otra parte ellos mismos controlaban-, los terratenientes de la pampa húmeda manifestaron una gran capacidad para adecuarse a las condiciones económicas y buscar el máximo posible de ganancias. En el L i t o r a l , donde escaseaba el ganado y la producción podía trasladarse fácilmente por los ríos, se inclinaron por la agricultura; allí donde la tierra era barata, optaron por la colonización, que la valorizaba, pero cuando el valor aumentó prefirieron el sistema de arrendamiento. En la provincia de Buenos Aires perduró la gran propiedad indivisa y la explotación del lanar, hasta que la instalación de los frigoríficos hizo rentable la explotación del vacuno refinado con las razas inglesas y ; destinado a la exportación. Entonces, las necesidades de praderas artificiales \estimularon la colonización agrícola: las tierras se destinaron alternativamente a cereales, forrajes y pastoreo, con lo que la agricultura se asoció definitivamente con la ganadería. j

Esta combinación resultaba la más adecuada para las condiciones específicas de entonces. La calidad de las praderas aseguraba altos rendimientos con escasas inversiones; por otra parte, las condiciones del mercado mun dial, extremadamente cambiantes e incontrolables desde este lejano sur, hacían conveniente mantener la flexibilidad para elegir, cada año, la opción más rentable. Parecía más razonable mantener la tierra unida para conserva i todas las opciones y encarar explotaciones más bien extensivas. Como ha propuesto Jorge F. S á b a l o , los empresarios se habituaron a rotar por diversas

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11 id.i< les, buscando en cada caso la crema de la ganancia, sin fijarse definiii

a. tai ninguna y procurando no inmovilizar el capital: a las agtope-

agregaron luego las inversiones urbanas - t i e r r a , construcciones- e i . , lu .. las industriales. Así, a partir de la tierra se constituyó una clase emI IIu entrada y no especializada, una oligarquía, que desde la cúspide • II

Liba un conjunto amplio de actividades. |U,is tundiciones estimularon también la conducta especulativa de los • I . , i i . IUS. I os inmigrantes que durante la expansión agrícola se convirtiei n ,II tendal arios y disponían de un capital limitado, prefirieron alquilar I

.anos ext cnsiones importantes de tierra antes que adquirir definitivai • i n I.I | mi-cela más pequeña: especuladores trashumantes jugaron sus cartas .aios de trabajo intenso, con mínimas inversiones fijas, quizá premia-

i ni unas buenas cosechas, para volver a repetir la apuesta en otro campo n i . 11. Ii. 1.1. I 11. a | >i itnera etapa, este comportamiento altamente flexible permitió aproVt'< l i a 'I máximo los estímulos externos y posibilitó un crecimiento verdadei mu me espectacular. Desde 1890 la expansión de la agricultura fue contiII. 11 \1 i ampo se llenó de chacareros y jornaleros. Entre 1892 y 1913 se •I l u p i n o la producción de trigo, de la cual la mitad se exportaba. En ese I .| i . , las exportaciones totales se multiplicaron cinco veces, mientras que I i inipi -i tac iones lo hicieron en proporción algo menor. A l trigo se agrega* i .. . I ni.II.: y el lino, y entre los tres cubrieron la mitad de las exportaciones; II . I i- .lo, junto a la lana, comenzó a ocupar una parte cada vez más impori . . . i . I.i i ,IIne, sobre todo a partir de 1900, cuando los frigoríficos empezaron i. i. .i,. I Ii |n n..II I

p. ui.ii Ilacia Gran Bretaña carne vacuna congelada o enlatada. Por en. ,, el lanar había sido desplazado de Buenos Aires hacia el sur, y lo reemiba el vacuno mestizado con las razas británicas Shorthorn y Heresford. i p.ias di-la guerra, la Argentina era uno de los principales exportadores i. líales de cereales y carne.

Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas - a través de los aulles y frigoríficos, del transporte marítimo, de la comercialización o

.!• I linaiK ¡amiento , también lo fueron las del Estado, provenientes fundaiii. ni.límente de impuestos a la importación, y las de los terratenientes, quiem»-», dadas las ventajas comparativas con respecto a otros productores del mundo, npiaioii por destinar una porción importante de éstas al consumo. Ello i - pin a en paiie la magnitud de los gastos realizados en las ciudades, que unos \. se oí uparon en embellecer imitando a las metrópolis europeas, pero |tu\oe|ei t o multiplicador fue muy importante. El Estado las dotó de los moderi . . . . ivK ios de higiene o de transporte, así como de avenidas, plazas y un

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conjunto de edificios públicos ostentosos y n o siempre de buen gusto. Los par-í ticulares construyeron residencias igualmente espectaculares, palacios o petitsA hótels. El ingreso rural se difundió en la ciudad multiplicando el empleo y genef rando a su vez nuevas necesidades de comercios, servicios y finalmente de inW dustrias, pues en conjunto las ciudades, sumadas a los centros urbanos de las i zonas agrícolas, constituyeron u n mercado atractivo. El sector industrial alean-I zó una dimensión significativa y ocupó a mucha gente. Algunos grandes esta-/ blecimientos, como los frigoríficos, molinos y algunas fábricas grandes, elaboA raban sus productos para la exportación o el mercado interno. O t r o grupo del establecimientos importantes, textiles o alimentarios, suministraba productos! elaborados con materia prima local, y u n extenso universo de talleres, generalmente de propiedad de inmigrantes afortunados, completaba el abastecimiento del mercado interno. Este sector industrial creció asociado con la economía agropecuaria, expandiéndose y contrayéndose a su ritmo y nutriéndose de capitales extranjeros, aunque a través de los bancos los terratenientes locales o quienes controlaban el comercio exterior pudieron agregar la inversión industrial al conjunto de sus opciones.

M - . .11, i.i les. La fisonomía de Tucumán, y sobre todo la de Mendoza, donde la i •!> m.i..ti .supuso la incorporación de importantes contingentes inmigratoM|M ••• un idil'icaron sustancialmente, quizá contra lo que hubieran indicado |.i. o. .i mas de la división internacional del t r a b a j o - e l azúcar tucumana siemp u lin n i m b o más cara que la que podía importarse desde C u b a - pero de m in 1.1.. i« II i la pauta de ganancia monopólica y de asociación entre el Estado t |n« i iiipu-sarios que caracterizó toda la expansión finisecular.

El grueso de estos cambios se produjo en el Litoral, ampliado con la incorporación de Córdoba, y se acentuó la brecha secular con el Interior, incapaz de incorporarse al mercado mundial. N o llegaron allí n i inversiones n i i n m i grantes, aunque sí el ferrocarril, que en algunos casos, al romper el aislamiento A de los mercados, afectó algunas actividades locales. En cambio, hubo mayores' gastos realizados por el Estado nacional, que sostuvo en parte la administración! y la educación. Pero sobre todo pesó el atraso relativo, y las diferencias cada vez más manifiestas entre la vida agitada de las grandes ciudades del Litoral M la de las somnolientas capitales provinciales.

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H u b o algunas excepciones. En el norte santafesino una empresa inglesa, expansiva y depredadora a la vez, constituyó u n verdadero enclave para la explotación del quebracho. Pero las excepciones más importantes se produjeron en Tucumán primero y en Mendoza después, en torno a la producción ele azúcar y de vino. A m b a s prosperaron notablemente para abastecer a los expansivos mercados d e l Litoral, merced a la reserva de estos productos hecha por el Estado, que los rodeó con una fuerte protección aduanera. Fue el mismo Estado quien permitió el despegue inicial de esa industria regional, construyendo los ferrocarriles y financiando las inversiones de los primeros empresarios de ingenios y bodegas. En ambos casos hubo razones de equilibrio político general, pero más inmediatamente pesaron las relaciones que importantes empresarios de las nacientes industrias -Ernesto Tornquist en la azucarera y Tiburcio Benegas en la vitivinícola- tenían en las más altas esfe-

I n i . uno del Estado se conformó un importante sector de especuladores, i n • u n . di.II i. is y financistas cercanos al poder, que medró en concesiones, préstaii. H,. .1 . i , i , | uihlieas, compras o ventas, especialmente en la década de 1880, cuando • I I i i . I.i inyectó masivamente crédito a través de los bancos garantidos. Los uní. uip. «i,mei>s atribuyeron a esta fiebre especulativa la crisis de 1890, que freiH p. .i un.i década el avance espectacular de la economía. Pero las causas eran ii i pi. .huidas y resultaron recurrentes. La estrecha vinculación de la economía Hiii i a ii i.i . . n i la internacional la sensibilizó a sus fluctuaciones cíclicas, como Mtlil.t ... unido en 1873. El fuerte endeudamiento convertía el servicio de la !• n.l i . lema en una carga onerosa, solventada con nuevos préstamos o con Id..-, del comercio exterior, y ambas cosas se reducían drásticamente en los a..-, de crisis cíclica, generando u n período más o menos prolongado de

H*i i ni. ni l a crisis internacional de 1890 tuvo la particularidad de desencadenarH 11 i I.i A i geni ina y de anastrar con ella a uno de los más importantes inversores HIMiiii ii'.: la banca Baring. En lo inmediato tuvo efectos catastróficos, sobre H*|. I pata los pequeños ahorristas, pero al concluir con el ciclo especulativo urbaiii •. I. I.i decada de 1880 alentó otras actividades, y particularmente la agricultui i ijiii empezó por entonces su expansión importante. I ,i inmigración masiva y el progreso económico remodelaron profundaMu m i la sociedad argentina, y podría decirse que la hicieron de nuevo. Los | ,M naílones de habitantes de 1869 se convirtieron en 7,8 millones en 1914, M i n • * iiiismo período, la población de la ciudad de Buenos Aires pasó de |nit mil habitantes a 1,5 millones. Dos de cada tres habitantes de la ciudad i o n . si ianjrios en 1895, y en 1914, cuando ya habían nacido de ellos m u i (..i» hljus argentinos, todavía la mitad de la población de la ciudad era i . i i in|eia, I a mayoría fueron los italianos, primero del norte y luego del sur, s I . . iiMiiemn los españoles, y en menor medida los franceses. Pero llegaron inanlcs de todas partes, aunque en contingentes pequeños, al punto que • p. o .. en Buenos Aires como en una nueva Babel. C o m o señaló José | Ul« Hoineio, la nuestra fue una sociedad aluvial, constituida por sedimenI,I. i, m, en la que los extranjeros aparecían en todas partes, aunque naturaliii. n i . no en la misma proporción.

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A l Interior fueron pocos, c o n excepción de lugares como Mendoza. En el Litoral, muchos fueron al campo, y la mayoría se instaló precariamente, como arrendatarios. Los chacareros y sus familias fueron protagonistas de una sacrificada y azarosa empresa. Quizá porque estaban dispuestos a prosperar en poco tiempo, a sacrificarse y arriesgar su escaso capital en una apuesta muy fuerte, prefirieron v i v i r en rudimentarios e inhóspitos ranchos, sin las comodidades mínimas, prestos a abandonar el lugar cuando el contrato vencía. Como todos los inmigrantes, se jugaron al ascenso económico rápido, que algunos lograron y muchos no. A la larga, los primeros, o sus hijos, se integraron a las clases medias en constitución; los segundos probablemente marcharon a las ciudades o se volvieron. Lo que es seguro es que unos y otros contribuyeron a las gruesas ganancias de terratenientes y casas comerciales exportadoras, que se asociaban a los beneficios de los chacareros, pero sin participar de sus riesgos.

H i i u ' I I " . donde más ampliamente se desarrollaron las formas de solidando! i i i Mutiladas por los militantes contestatarios. Pero la mayoría obtuvo al Mi» Mi > 111 • 1111 éxito dentro de la "aventura del ascenso". Éste consistía geneM I H H m i n i llegar a tener la casa propia, y quizá un pequeño negocio o taller MMil'ii ti piopio. Sobre todo, el camino pasaba por la educación de los hijos: |.« i ilin ,n i o n primaria permitía superar la barrera idiomática que segregaba a |u" p i d n I . i secundaria abría las puertas al empleo público o al puesto de Mi-ii o í , dignos y bien remunerados. La universitaria, y el título de doctor, Pftt la II iv • mágica que permitía ingresar a los círculos cerrados de la sociedad i u n i Muida. ,' !c trata sin duda de una imagen con mucho de convencional,

A l principio la mayoría iba a las ciudades, pues allí estaba la más amplia demanda de trabajo. Las grandes ciudades, y en primer lugar Buenos Aires, se llenaron de trabajadores, en su mayoría extranjeros pero también criollos. Sus ocupaciones eran muy diversas y su condición laboral heterogénea: había jornaleros sin calificación, a la busca cada día de su conchabo, artesanos calificados, vendedores ambulantes, sirvientes y también obreros de las primeras fábricas. E n cambio, muchas de sus experiencias eran similares: vivían hacinados en los conventillos del centro de la ciudad, próximos al puerto donde muchos trabajaban, o del barrio de la Boca. Padecían difíciles condiciones cotidianas: la mala vivienda, el costo del alquiler, los problemas sanitarios, la inestabilidad en los empleos y los bajos salarios, las epidemias y los problemas de mortalidad i n f a n t i l , todo lo cual conformaba un cuadro muy duro, del que al p r i n c i p i o muy pocos escapaban. Era todavía una sociedad magmática y en formación. Los extranjeros eran además extraños entre sí, pues n i siquiera los italianos - u n a denominación en cierto modo abstracta, que englobaba orígenes diversos-, separados por los diferentes dialectos, podían comunicarse entre ellos. La integración de sus elementos divetsos, la constitución de redes y núcleos asociativos, y la definición de identidades en ese mundo del trabajo fue un proceso lento.

M i l M I I i \, que caracterizaron de forma definitiva nuestra sociedad.

Muchos de los inmigrantes, impulsados por el afán de "hacer la América" y quizá volver ricos y respetables a la aldea de donde habían salido miserables, concentraron sus esfuerzos en la aventura del ascenso individual, o más exactamente familiar. Quienes no lo lograron o fracasaron después de algún éxito inicial - y no volvieron a la p a t r i a - permanecieron dentro del conjunto de los trabajadores, permanentemente renovado con los nuevos llegados, Fue

*|iil la a pan ir ele las experiencias de los triunfadores, e ignorando la de In» Ii " > a. Ii i\ I 'ero de cualquier modo, estas aventuras del ascenso fueron lo Mllli ii u n m e n t e importantes como para plasmar una imagen mítica de h o n do I I y larga perduración, y para constituir las amplias clases medias, I I I tuina, lo que se constituyó fue una sociedad nueva, que permaneció |"'t l>i i.uito i iciupo en formación, en la que los extranjeros o sus hijos estu»h i o n plísenles en todos los lugares, los altos, los medios y los bajos. Fue i i l t i n i \ Ir xi ble, con oportunidades para todos. Fue también una sociedad i - i ludida doblemente: por una parte, el país modernizado se diferenció del l i i i i i i " i iiadicional; por otra, la nueva sociedad se mantuvo bastante tiempo •i p II ida de las clases criollas tradicionales, y las clases altas, un poco tradit t n i i a l i . peinen buena medida también nuevas, procuraron afirmar sus dife•• specto de la nueva sociedad. ^ llt m í a s en la nueva sociedad los inmigrantes se mezclaban sin reticen• 11 i Ii • •i

i los criollos y generaban formas de vida y de cultura híbridas, las illas capaces de acoger sin reticencias a los extranjeros ricos o exitoMU ian tradicionales, afirmaban su argentinidad y se creían las due-

Mi di I país al que los inmigrantes habían venido a trabajar. N o todos sus Mía iiibii's lemán riqueza antigua, pues entre ellos había muchos advenedizos • • i.i >i i- tu ios, i . .MÍO se decía entonces, y n i siquiera todos tenían verdaderaMII u n iique.-a. Algunos lo lograron con medios dudosos, gracias a los favores .Ii I i " Ii i, y m í o s apenas podían conservar lo que llamaban la "decencia". I'i i " i " d i i s r l l n s , frente a la masa de extranjeros, manifestaron una cierta «..l.iiii id de i ruarse, de recordar sus antecedentes patricios, de ocuparse de | I M ap. Ili.li i . y la prosapia, y quienes podían, de hacer gala de un lujo y osteni H i-«i que qui.a sus modelos europeos consideraran vulgar y chabacanoMlil i H i malear las diferencias. Esa función cumplían los lugares públicos I nd

• .i i .II se, ci uno la C )pera, l'alcrino o la calle Florida, y sobre todo el

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club, exclusivo y a la vez educador: el Jockey, fundado por Carlos Pellegrini y Miguel C a ñ é para constituir una aristocracia vasta y abierta, "que comprenda a todos los hombres cultos y honorables". Esos mismos hombres se reservaron el manejo de la alta política. Esta fue una actividad de "notables", provenientes de familias tradicionales, decentes y educados, aunque n o necesariamente ricos, pues en la política abundaron los parvenus, que harían allí su fortuna. El sistema institucional era perfectamente republicano -aunque diseñado para mediatizar las decisiones más importantes y alejarlas algo de la " v o l u n t a d p o p u l a r " - , pero las prácticas electorales de la época, y sobre todo la fuette injerencia del gobierno en cada uno de sus pasos, tendían a desalentar a quienes quisieran participar en esa competencia. En la cúspide del sistema político, la selección del personal pasaba por los acuerdos entre el presidente, los gobernadores y otros notables de prestigio reconocido. En los niveles más bajos, la competencia se daba entre caudillos electorales, que movilizaban maquinarias aguerridas, capaces - c o n la complicidad de la a u t o r i d a d - de asaltar atrios y volcar padrones. El sistema -estigmatizado luego por la oposición política— descansaba sobre una escasa voluntad general de participación en las elecciones. Alejada de los grandes procesos democratizadores de las sociedades occidentales, la constitución de la ciudadanía fue aquí lenta y trabajosa. Particularmente, pesó el escaso interés de los extranjeros por nacionalizarse y participar de las elecciones, perdiendo algunos privilegios y garantías inherentes a su condición de tales,-y esta situación inquietó incluso a los espíritus más lúcidos de la élite dirigente, preocupados por asentar las bases consensúales del régimen político. Quizá la característica más notable y perdurable de ese régimen haya sido la falta de competencia entre partidos políticos alternativos y su estructuración en t o m o de un pattido único, cuyo jefe era el presidente de la República. El Partido Autonomista Nacional era en realidad una federación de gobernadores, cabezas de "situaciones" provinciales, y el presidente usaba sus atribuciones institucionales para disciplinarlos, mezclando confusamente lo que era propio del Estado con lo más específicamente político. Ausentes los mecanismos de alternancia, raquíticos los espacios de discusión pública amplia, los conflictos se negociaban en círculos reducidos, entre la Casa Rosada y el Círculo diArmas, la redacción de u n diario y los pasillos del Congreso. El sistema era eficaz cuando se trataba de diferencias en t o m o de convicciones comunes -como ocurrió a l o largo de la década de 1880- pero reveló sus débilidaileí cuando las discrepancias se hicieron más serias, a partir de 1890. Quedó claro entonces que en e l régimen político no había lugar para partes con intereses

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tllM-UM m i " , y legítimos, capaces de discrepar y de acordar, y el unicato, que Imilla inntiibuido a la consolidación del régimen y a la eliminación de las flttilU'i •• • mí mutaciones, reveló sus limitaciones para canalizar las propuestas i|>-1 iiiiibn 11 Ir una sociedad que se estaba constituyendo y diversificando, y en m ijn»' *• desarrollaban intereses variados y contradictorios. 11

M " l d r a i y organizar esa sociedad en formación, según sus definidas conII» i ii'in •. acerca del progreso, y generar en ella el consenso necesario para las H ' t ' O nair.lormaciones que se estaban desanollando fue quizá la preocupa»|iui i'itiu ipal de la élite dirigente. El panorama que se presentaba ante sus I I | I I « i i i i na tatúente inquietante: una masa de extranjeros, desarraigados, M< Hiiimi iiic solidarios, sólo interesados en lucrar y en volver a su terruño, lltqn naba la indignación de quienes, como Sarmiento, habían visto otrora Mi I i iniuigiación el gran instrumento del progreso. Por otra parte, en el Mit|" i u ' i lo dar lorma a esa masa, apareció u n conjunto de competidores i m J H U M I I I I s: la Iglesia en primer lugar, aunque en el Río de la Plata su influenll>i • i i nuil lio menor que en el resto de Hispanoamérica; las asociaciones de !•!* • olí i i ividades extranjeras, y particularmente la italiana, y luego los grullo* |'iiluii os contestatarios, y sobre todo los anarquistas, que ya esbozaban jiHi i I n t i lores populares un proyecto de sociedad definidamente alternativo I n nic a ellos, ese Estado todavía débil presentó combate y triunfó. Pro00 i> mu nte fue extendiendo su larga mano -ciertamente visible- sobre la • n i a d id, lanío para controlar su organización cuanto para"acelerar los cam|i| |ui aseguraran el progreso buscado. I i» leyes de Registro C i v i l y de M a t r i m o n i o C i v i l , inspiradas en la legis!•(• ion • ni opea más progresista, impusieron la presencia del Estado en los rtiin mas importantes de la vida de los hombres - e l nacimiento, el casaMi!• n i " , la muerte-, hasta entonces regulados por la Iglesia. Posteriormente, Mitpu II in ia del Estado se reforzaría en la regulación de la higiene, del traba)•• \e iodo con la ley de Servicio M i l i t a r Obligatorio que, al llegar a la |lt!\ni (núnica, Carlt >s Octavio Bunge en Nuestra América, José María UMIIIII'I Me I ia en luis multitudes argentinas o Ricardo Rojas en La restauración HflHi'ii'i'i I.I l'arte ele los males se atribuían a la misma élite, su conformismo Mili s »u abandono de la tradición patricia y la conciencia pública. Pero el

11 al del cuestionamiento era el cosmopolitismo de la sociedad argen-

Mil a

Hli-i a i« II id, ida por la masiva presencia de los inmigrantes y dirigida por quieH ) habían buscado su inspiración en Europa. Todos los conflictos sociales y fmliii. i . , l u d o cuestionamiento a la dirección de la élite tradicional, podían • H iiinl .iiii Ii >s a los malos inmigrantes, a los cuerpos extraños, a los extranjeros i||»nh . me,, incapaces ele valorar lo que el país les había ofrecido. I'. i n mas allá de estas manifestaciones extremas, preocupaba la disolución

Tensiones y transformaciones El Centenario de la Revolución de Mayo fue la ocasión que el país, alegre y confiado, tuvo para celebrar sus logros recientes. La asistencia de la Infanta Isabel de Borbón, tía del rey de España, y del presidente M o n t t de Chile, indicaban que las hostilidades externas, viejas o nuevas, pertenecían al pasado. Intelectuales, políticos y periodistas, como Georges Clemenceau, Enrice > Ferri, A d o l f o Posada o Jules Huret, dejaron, cada uno a su manera, testimo nio del espectacular desempeño de la República, al igual que el poeta Rubén Darío, que escribió u n Canto a la Argentina algo pomposo. Atestiguando el carácter aluvial de nuestra sociedad, cada una de las colectividades extranjeras honró al país y a sus espectaculares logros con u n monumento alusivo, cuya piedra fundamental se colocó apresuradamente ese año. Pero el discur so oficial, vacío, hueco y conformista, apenas alcanzaba a disimular la otra cara de esta realidad: una huelga general, más virulenta aún que la del ano anterior-cuando coincidió con el asesinato del jefe de Policía a manos de un anarquista-, amenazó frustrar los festejos, y una bomba en el Teatro Colón

il» i llliuii

lacional que algunos ubicaban en la sociedad criolla previa al alud i ii i y otros, más extremos, filiaban polémicamente en la ruptura con

In iM.ln ii ni hispana. Si bien esta última posición era cuestionada por quienes * U u i ni asociando esta tradición con la intolerancia y el atraso, en cualquier »H*o • dibujó en la conciencia de la élite la imagen de unas masas torvas y IMI ni * . - lesligadas ele tode) vincule), peligrosas, que acechaban en las sombras t l|m i i.ihan empezanelo a invadir los ámbitos hasta entonces reservados a los |il|n di la patria. En respuesta, algunos adhirieron al elitismo aristocratizante i|iu I . du.i pucsio ele moela el uruguayo José Enrique Rodó con su Ariel. Otros luí», " " i i la sol IR-ion ele cáela uno ele los problemas en alguna de las fórmulas de |H luí' una ia social, incluyendo las que había ensayado en Alemania el cancilli i hi . I I I . I I C L IVro la mayoría encontró la respuesta en una afirmación poléltii> ' . m o l ii a de la nacionalidad: la solución era subrayar la propia raigambre l i l i . I I i , aigent ini::ar a esa masa extraña, y a la vez disciplinarla. Desde princi|i|

I-

i i ' l . ' , y sin duela inspirado en el clima europeo de preguerra, empezó a

pii d. .mu iai un nacionalismo chauvinista, que José María Ramos Mejía, desde |i|« . . i i ,e|o Nacional ele Educación, intentó inculcara los niños de la escuela j i i i i n ni.i en sus prácticas cotidianas, y que tuvo su apogeo en los festejos de

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1910, cuando las patotas de "niños b i e n " se complacían en hostilizar a cual-/ quier extranjero que demorara en descubrirse al sonar las notas del H i m n o . , A partir de esta percepción de una enfermedad en la sociedad, ratificada por la cotidiana emergencia de conflictos y tensiones de la más variada índo^ le, se dibujaron dos actitudes en la élite dirigente. Algunos optaron por una conducta conciliadora, haciéndose cargo de los reclamos de la sociedad y proponiendo reformas. Otros, en cambio, mantuvieron una actitud intransigente, que apeló al Estado para reprimir cualquier manifestación de descontento y, no satisfechos por u n apoyo que por otra parte no se retaceaba, se organizaron para actuar por su propia cuenta. Algunos motivos de preocupación se adivinaban en la marcha de la economía, pese a que en los primeros años del siglo la Argentina realizó lo más espectacular de su crecimiento. U n renovado empuje migratorio hizo que en 1914 casi se alcanzaran los 8 millones de habitantes, duplicando la cifra de 1895. El área cultivada alcanzó el récord de 24 millones de hectáreas y el país llegó a ser el primer productot mundial de maíz y lino, y uno de los primeros de lana, carne vacuna y trigo. Buenos Aires -que exhibía orgullosa su subterráneo- se convirtió en la primera metrópoli latinoamericana. Sin embargo, las crisis de 1907 y 1913, y después de dos años de depresión motivados por la guerra de los Balcanes, recordaban la vulnerabilidad de ese crecimiento. La relación externa se estaba haciendo más compleja, tanto por la acrecida participación diFrancia y Alemania en el comercio y las inversiones como por la presencia cada vez más agresiva de Estados Unidos en el área de los servicios públicos y la electricidad, y sobre todo en los frigoríficos. Su dominio de la técnica del c/u' lled, o enfriado, le permitió ganar posiciones en el mercado externo y, tras sucesivos acuerdos por las cuotas de exportación, llegó a controlar las tres cuartas partes del comercio de carnes con Gran Bretaña, aunque los ingleses siguieron administrando el flete y los seguros. Eran los primeros anuncios de una reía ción triangular, mucho más compleja que la anterior, que se profundizó cuand» > la industria local empezó a demandar máquinas, repuestos o petróleo, suminis trados por Estados Unidos, o cuando se popularizó el uso del automóvil, y que requirió un manejo de la política económica bastante más delicado y preciso, Pero esos problemas quedaron postergados por el mucho más acucioso plantea do por la Primera Guerra Mundial, que desorganizó los circuitos comerciales y financieros, retrajo las nuevas inversiones, provocó un fuerte encarecimiento de la subsistencia y dificultades en muchas industrias, aunque benefició a aquílias actividades, como la exportación de carne enlatada, destinadas al abastecí miento de los beligerantes. A u n cuando se viera en esto el efecto de una co yuntura breve y acotada a la duración del conflicto bélico, lo cierto es que

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M*ll»- MUÍ» ii ii l.n ia en 1916, al asumir el nuevo presidente, el diagnóstico optiH«N< \. ij 'i t i II upado de 1910. |

ni lyuie-, preocupaciones provenían de la emergencia de tensiones

* * | « ! i - d. demandas y requerimientos diversos, generalmente expresados 4» iiiaiM i i \, provenientes de los diversos actores que se iban defiM l H t d " i un dida que la sociedad se estabilizaba y diversificaba. Las tensioMH |(n mira uní del Interior tradicional, de existencia aletargada, sino de U i »ini i dinámicas del L i t o r a l . E n el ámbito rural, una primera manifestación i n ' i ibli lúe la de los chacareros de Santa Fe, protagonistas de la p r i H l f l ' i • »p " i n 'ii agrícola, entre quienes abundaban los propietarios. Se com-

1

Plttii iiqui una t oyuntura económica crítica -derivada de la crisis de 1890Hliii d i . i h ni p. ilít ica del Estado, que por entonces eliminó el derecho de

M • »ii m i ' ins a votar en las elecciones municipales. E n el mismo año se

|MM>IU|" I i i i Miliu ion de la U n i ó n Cívica, y en los siguientes los colonos • H - n i p u i a . m sus reclamos -eliminación de u n impuesto gravoso y deret t i n . p..bu. i r . en los m u n i c i p i o s - a los de los radicales. Colaboraron c o n p||ii. • n I i levoliu ion de Santa Fe de 1893, donde los "colonos en armas" M | • * • "11111 me los suizos - desempeñaron u n papel importante, para sufrir

}||»Mu I " pu'Mon gubernamental y los efectos de u n clima general adverso 1

| | i i * i'iu.e.is". I I i p i . ulii i siguiente, bastante posterior, estalló en 1912 y tuvo por actoft« ni • "iiI"mío de los arrendatarios que habían protagonizado la notable exMHli-i.x. • ie.llera de la región del Litoral, los esforzados chacareros que al h t l i i i di pequeñas empresas familiares, y c o n enorme sacrificio, pudieron a ttn i •• pu. pia,a y consolidar su posición, aunque siempre atenazados por pre• { I I I I I .. pi imánenles: la de los terratenientes, que ajustaban periódicamente Mil i i i i i i n.los, estimulados por la creciente demanda de tierras originada en Mil f ! u | " uugiaiorio permanente, y la de los comercializadores, una cadena t j i o i mp. aba en el bolichero del lugar y terminaba en las grandes empresas M p u i i id. na-., como Dreyfus o Bunge y Born. En épocas de buenos precios, ||ll»li.n .in ios pi ulian mantener un aceptable equilibrio, pero la caída de los p t t i lo» internacionales en 1910 y 1911, en épocas en que los arriendos se lliiim I I alios, lu.'o crítica la situación. Por otra parte los chacareros ya linl'i in 11 hado i a ices en el país, se habían nucleado y delineaban los que eran Mi* i • ev Así, en 1912 realizaron una huelga, negándose a levantar la ln«i i b i i menos que los propietarios de tierras satisficieran ciertas condicioftp* lítalos más largos, rebajas en los arriendos, y otras cosas, como el 0911 i I n . ,i . oniiatar libremente la maquinaria para la cosecha o a criar anilii i l . d. miesi u 11,. Tanto en el caso de los colonos santafesinos como de los 1

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arrendatarios pampeanos llama la atención el contraste entre la moderación de los reclamos - q u e ni cuestionaban los aspectos básicos del sistema n i proponían alianzas c o n los jornaleros rurales- y la violencia de la acción en el caso de los colonos de Santa Fe, o la madurez organizativa de los arrendatarios, que i n i c i a r o n u n importante movimiento cooperativo y constituyeron una entidad gremial: la Federación Agraria Argentina. Desde entonces, quedaron constituidos como u n actor, que permanentemente reclamó y presionó a los terratenientes y a las autoridades. En las grandes ciudades -sobre todo Buenos Aires y Rosario- la definición de las idenridades fue más compleja, y el resultado menos unívoco, pero de consecuencias más espectaculares. Entre los sectores populares, la heterogeneidad cultural y lingüística fue superándose en la experiencia cotidiana da afrontar las duras condiciones de vida, que estimularon la cooperación y la constitución de todo tipo de asociaciones: mutuales, de resistencia, gremiales, en torno de las cuales la sociedad popular comenzó a tomar forma. Por otra parte, la convivencia permitía la espontánea integración de las tradiciones culturales y el surgimiento de formas híbridas pero de una vigorosa creatividad, como el tango, el sainete o el lunfardo, donde confluían los elementos criollos y los muy diversos aportados por la inmigración. Sobre esta elaboración espontánea se propusieron influir tanto la Iglesia como las grandes asociaciones de colectividades y sobre todo el Estado, qu€ combinó coacción c o n educación. Pero su gran instrumento, la escuela pii blica, chocó en esta primera etapa con una masa de trabajadores adultos, analfabetos, casi impermeables a su mensaje. Esto dejó un ancho campo d i acción para otro campo alternativo, proveniente de intelectuales contesta tarios, y particularmente de los anarquistas. Ellos encontraron el lenguaje adecuado para dirigirse a una masa trabajadora dispersa, extranjera, segrega da, que para actuar en conjunto necesitaba grandes consignas movilizadorai, como la de deshacer la sociedad y volver a rehacerla, justa y pura, sin pal r< i nes y sin Estado. La huelga general y el levantamiento espontáneo eran luí instrumentos imaginados para integrar a esta masa laboral fragmentada, y para hacer más eficaz la lucha por las reivindicaciones específicas de cada uno de los gremios, que los anarquistas encauzaron eficazmente. Frente al anarquismo el Estado galvanizó su actitud represora, y la ley de Residencia de 1902 autorizaba incluso la expulsión de los más díscolos. En un juego di desafíos recíprocos, la agitación social, que comenzó hacia 1890, se agudiza hacia el 1900 y culminó con las grandes huelgas de 1910, momento de ap» geo de la agitación de masas y del motín urbano -aunque la organización n< i alcanzó u n desarrollo s i m i l a r - , y también de la represión.

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segregada y contestataria, motivo de la más seria preocuIttli di 11 - lases dirigentes, no fue la única que se constituyó entre los ||ri.l.>i< ni I sin. is. Progresivamente se fue dibujando u n sector de obreros lülllli idos, generalmente con una educación básica, decididos a afin-

|it|it id. ia i t I . i . i ,

t H I • I país y en muchos casos ya argentinos. Entre ellos, y también entre ai . populares ya integrados a la sociedad urbana, encontraron su upi||io I

ali.-.ias, que a diferencia de los anarquistas ofrecían, con u n

H t f t M l i in i i ai ional que emotivo, una mejora gradual de la sociedad en la fip |, ., | , i , „ u ,i irs lili imas resultarían el producto de una serie de pequeñas f||mi I i i debían lograrse en buena medida por la vía parlamentaria, " | | t i . | i > < in- liaban a los trabajadores a que se nacionalizaran. Los socialistas gllUi i . mpie buenos resultados electorales en las ciudades a partir de t t t l i - ir< i * i. ni en 1904 de Alfredo L. Palacios como diputado por Buenos N|n i mbaigo, no tuvieron éxito en encauzar las reivindicaciones es|H

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||l. I. los trabajadores que, cuando n o siguieron a los anarquistas, lili , i l..s sindicalistas. Éstos tuvieron particular predicamento entre yi ind. r i r m i o s , como los ferroviarios o los navales, y también entre los l l i . n i . , i . uno los socialistas, eran partidarios de las reformas graduales, Ii ,1, mi eie.salian de la lucha política y los partidos y centraban su estraIrt i n I i i . i ion específicamente gremial. Unos y otros contribuyeron | l ) i i , i . . . | . i después ile 1910- a encauzar la conflictividad hacia vías reforHlll.i. \1 '" 'ii 11 a i i críenos de contacto y negociación con el Estado, donde )|II di • m i ilvei.se una actitud más conciliadora, expresada en el proyecto | iWlii'u. de inspiración bismarckiana, propuesto en 1904 por el ministro i i l i i \ i. ni ale.' y elaborado con la colaboración de los dirigentes polítilu i , ...riensias, y en la creación del Departamento Nacional delTraba-

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| H . i i i n idail sindical constituyó en definitiva u n actor de presencia y reMIM p. unan. ules. No alcanzaba sin embargo a expresar otras inquietudes |,i i. dad, y pai i icu la miente de quienes preferían intentar el camino del

| t H i " " mies que unir su suerte a la del conjunto de los trabajadores. Se |fd|nl..i d. una opi ion atractiva y relativamente realizable, en una sociedad 1011, 11* H base eia abierta y fluida. El logro de una posición económica era HHit . I H io i o o eseiu ialincnrc individual, pero el reconocimiento social y la flwil ib I ni di- ai i edei a los reductos que las clases tradicionales mantenían H l l . 1 , 1 , . , .a un pioblema colectivo, que se expresó en términos políticos, UlU . ,, a id.. . . i o s n i . agotaran las cuestiones en juego. || »i i . m.i pi ilu ico diseñado por la élite, eficaz mientras la nueva sociedad * H m.i pasiva, empezó a revelar sus debilidades apenas nuevos actores

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hicieron oír sus voces. En 1890 se produjo una primera fractura, pues una disidencia surgida dentro mismo de los sectores tradicionales -encabezada por la juventud universitaria- encontró insospechado eco en la sociedad, golpeada por la crisis económica. Es significativo que los principales dirigentes de loj nuevos partidos -Leandro N . Alera, Hipólito Yrigoyen, Juan B. Justo, Lisandro de la T o r r e - hayan luchado juntos en el Parque. El golpe afectó al régimen político, profundamente dividido, que durante tres o cuatro años zozobró, incapaz de enconttar una respuesta adecuada a u n desafío que progresivamente se fue haciendo más definido. Hacia 1895, luego de un par de revoluciones sofocadas, y por obra de Carlos Pellegrini, la "gran muñeca" política del régimen, se recuperó el equilibrio, que consolidó el general Roca cuando alcana en 1898 la presidencia por segunda vez. Quedó sin embargo u n residuo nu reabsorbido: el Partido Socialista, volcado hacia los trabajadores, y la Unión Cívica Radical, un movimiento cívico a la búsqueda de su público. Pasada la agitación política, el radicalismo subsistió durante unos años en estado de latencia. En 1905 intentó u n levantamiento revolucionario, cívico pero también militar, que fracasó como tal aun cuando tuvo u n enorme efei to propagandístico, sobre todo porque estalló en momentos en que el régi men político otra vez se veía aquejado por una profunda división, originad.i en la ruptura ocasional entre sus dos cabezas, Roca y Pellegrini, pero que revelaba discrepancias más hondas. Así, pese al fracaso revolucionario y a la dura represión afrontada, la U C R comenzó a crecer, a conformar su red de comités y a incorporar a sectores sociales nuevos, que hacían sus primero experiencias políticas: jóvenes profesionales, médicos, abogados, comercian tes, empresarios, y en las zonas rurales muchos chacareros, todos los cuale» integraban el mundo de quienes habían recorrido exitosamente los prime i.. tramos del ascenso, pero encontraban cerradas las puertas para el ejercí» In pleno de una ciudadanía que tenía, junto con su dimensión específicaincnn política, otra que implicaba el reconocimiento social. El programa del radicalismo - c e n t r a d o en la plena vigencia de la (Ion* titución, la pureza del sufragio y u n a cierta moralización de la función pil b l i c a - expresaba esos intereses comunes, limitados pero precisos. Aplican do los principios preconizados, l a U C R , al igual que el Partido Socialista, tuvo u n a Carta Orgánica y una C o n v e n c i ó n , aunque siempre se respeto I i preeminencia de los dirigentes históricos, la mayoría nacidos a la vida pu lítica en 1890 en el Parque. Sobre todo, tuvo un arma poderosa para en frentar a loque con éxito d e n o m i n a r o n "el régimen", que era "falaz y di creído": "lacausa" se definía por su intransigencia, es decir, la negativa a cualquier tipo de transacción o acuerdo, traducida en la abstención ele. lo

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| «4 i i * i. .i negaba así al eventual establecimiento de un sistema de partía q m - alternaran y compartieran las responsabilidades, e identificáni Mu I i Na. ion, exigía la remoción total de u n régimen que, a su vez, se |I|.I i . . I I i a indo sobre la base del unicato. Ciertamente la abstención elecl l l f u l qui a la mas d a t a expresión de la incapacidad del régimen político M l N d ' i i lug.u a los reclamos de la sociedad- facilitó al principio su gestión | tí"!-! maníes, pero a la larga la condena moral resultó cada vez más ^

no.

| - i - 1 . i . i. .nes que recorrían la sociedad, que expresaban su creciente com|ld i I s la . ani i dad de voces legítimas que buscaban manifestarse, resultaI i n i i i. .lentas y amenazantes de lo que intrínsecamente eran, por la esi a p n nl.nl de los gobiernos para darles cabida y encontrar los espacios de ni 11. Ion adecuados. Desafiados por la forma extrema de sus manifesta| ^ | M I I n MUÍ. lo is dirigentes optaron por una respuesta dura: acusar a minorías

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l l u n i . 11 - * i mocer, reprimir, y también mantener y salvaguardar los p r i v i I Ii i . esto el presidente Manuel J. Quintana, que sucedió a Roca y Huillín-• i I levantamiento radical de 1905. Esa postura se hizo cada vez me-

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i . . i . ni ble no sólo por la magnitud de la impugnación global sino por las n«. I. I. •. .111 ¡gentes y la creciente conciencia de su ilegitimidad, que deri«i Ii visiones y debilitaron su posición, permitiendo el avance de quie-

i I I i n . Iinaban por la reforma. El pasaje de Pellegrini a ese bando, al f i n de N ' t i u u 11 piesidiaicia de Roca, fue decisivo, lo mismo que la determinación | | I I I id. ule b'igueroa Alcorta, que asumió en 1906, de usar todos los ins-

B P

• | del poder para desmontar la maquinaria armada por Roca y posiII.i. . i i I') 10 la elección de Roque Sáenz Peña. Las peores armas del viejo I f g l l i i i i i lin ion puestas al servicio de una transformación que, al hacerse lliii n i i

iyo . I . I. is ai i Mímenlos del radicalismo, pretendía volver más transparente Hi! i pula i . a i n o írporando el conjunto de la población nativa a la práctica |)ta luí il I a piopuesta del sufragio secreto, según el padrón militar, tendía a t V I I ' i ' " ilquiei injerencia del gobierno en los comicios, mientras que el caU l t t i i i.blhsiioi io del sufragio -que Sáenz Peña tradujo en el enfático impef U t l t n d . " | l hiiera el pueblo votar!"-apuntaba a incorporar a la ciudadanía a Httit i n i i .le gente que, pese a la prédica de radicales y socialistas, no maniH* * * l " m a n c a m e n t e mayor interés en hacerlo. 1

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1

1 1

I'ni «.i I.I paite, la redama electoral establecía la representación de mayorías | l n i i i - o i i s e g ú n la proporción de dos a uno. Quienes diseñaron el proyecto »tCil II . ib i .lulamente convencidos de que los partidos que representaran los l l i l i i . . I I din ionales ganarían sin problema las mayorías, y que la representat i l í n mil i. ii nana i |uedai ía para los nuevos partidos -sobre todo la U C R y quizás

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el Partido Socialista-, que de ese modo quedarían incorporados y compartirían las responsabilidades. Tal convicción se fundaba en la simultánea decisión del grupo reformista de modificar sus propias prácticas políticas, desplazar las maquinarias electorales que hasta entonces habían operado -representadas ai quetípicamente en el mítico Cayetano Ganghi, un caudillo de la Capital por tador de una valija repleta de libretas cívicas- e incorporar a la contiendii política en cada lugar a figuras de la suficiente envergadura social e intelectual como para atraer a sus electores espontáneamente y sin necesidad de trampal Se trataba, e n suma, de erradicar la política criolla y constituir un partido d i "notables", favorecido sin duda por la obligatoriedad del sufragio, que ayudara a romper el aparato de caudillos hasta entonces dominante. Aprobada la ley en 1912, las primeras elecciones depararon una fuerte sorpresa para quienes habían diseñado la reforma: si bien los partidos tradicionales ganaron en muchas provincias -donde los gobiernos encontraron la forma de seguir ejerciendo su presión-, los radicales se impusieron en Sanlu Fe y en la Capital, donde los socialistas obtuvieron el segundo lugar. La perspectiva del triunfo arrastró a mucha gente al radicalismo, que en esos años s* convirtió en u n partido masivo, constituyó su red de comités y de caudillo-. \ se empapó de muchos de los mecanismos de la política criolla. Hipólito Yrl« goyen, u n misterioso dirigente que nunca hablaba en público, pero incarufl ble en la tarea de recibir a los hombres de su partido, se convirtió en un líder de dimensión nacional. Para enfrentarlo, los grupos tradicionales, que ya c n i pezaban a ser denominados conservadores, intentaron organizar un parí ido orgánico, de dimensión nacional como el radical, sobre la base de los dist in tos grupos o "situaciones" provinciales. Lisandro de la Torre -fundador de un partido "nuevo", la Liga del Sur de Santa Fe- fue el candidato de lo q f l emblemáticamente se llamó el Partido Demócrata Progresista. Pero el éxlhi del proyecto era cada vez más dudoso, y muchos dirigentes, encabezados pul el gobernador de Buenos Aires M a r c e l i n o Ugarte, reticentes al proyecto I la reforma política, y mucho más ante u n dirigente profundamente I i h e r í como De la Torre, prefirieron plantear su propia alternativa. Divididos I..* conservadores, los radicales -que también afrontaban sus propias divisit 11 n se impusieron ajustadamente, en u n a elección que, en 1916, inauguraba HII.I etapa institucional y social sustancialmente novedosa.

II I n s gobiernos radicales,

1916-1930 >

tío ^ ilM">t n lúe presidente entre 1916 y 1922, año en que lo sucedió |n I I Ir A l v r a r . Hn 1928 fue reelegido Yrigoyen, para ser depuesto por llNHtii m u nublar el 6 de septiembre de 1930. Pasarían 59 años antes de l i l i p i . i I. un- electo transmitiera el mando a su sucesor, de modo que ilm • un • , en que las instituciones democráticas comenzaron a funcio|»ltnl i i u i i ule, resultaron a la larga un período excepcional. A u n a " . I " . di is eran radicales, y habían compartido las largas luchas del linbi is | iiesidentes eran muy diferentes entre sí, y más diferentes aún Ni |.i.. im.ie. nes que de ellos se construyó. La de Yrigoyen fue contradicti» «di • I pune i pió: para unos era q u i e n - t o d a probidad y rectitud-venía f i n i I naiiHuinioso régimen y a iniciar la regeneración; hubo incluso jpl |o \< n ni como una suerte de santón laico. Para otros era el caudillo Mía• \i inagogo, expresión de los peores vicios de la democracia. A l »ii • nubil i lúe identificado, para bien o para mal, con los grandes presiI ili I \• |i i icgiinen, y su política se asimiló con los vicios o virtudes de , l i i n d i .nuiles como fueran sus estilos personales, uno y otro debieron Un p

los problemas, y sobre todo el doble desafío de poner en pie

ftiu n u . IIr.iauciones democráticas y conducir, por los nuevos canales H>|•• ., peni que empezó a manifestarse plenamente desde 1 9 1 7 , apenas ftHiu u II • ni a i iota rse en la economía signos de reactivación. Se inició entontt« lili - i- I " bieve pero violento de confrontación social que alcanzó su mojH»in " HIIIIin.niie en 1 9 1 9 y se prolongó hasta 1 9 2 2 o 1 9 2 3 . Esa ola de conHilo.'in i desai rollaba de manera parecida en todo el mundo occidental, filio

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1.1 \ GOBIERNOS RADICALES, 1916-19.30

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

recogiendo los ecos primero déla revolución soviética de 1917 y, luego, de U m o v i m i e n t o s revolucionarios que estallaron, apenas terminó la guerra, en Ale* mania, I t a l i a y Hungría. La impresión de que la revolución mundial era inmM nente operó en cierta medida como ejemplo para los trabajadores, pero mucho más l o hizo como revulsivo para las clases propietarias. La revolución se mezclo" c o n la contrarrevolución, y entre ambas hirieron de muerte a las democracia! liberales: e n medio de la crisis de valores desatada en la posguerra, éstas fiar o n ampliamente cuestionadas por distintos tipos de ideologías y de moví mientos políticos, que iban desde las dictaduras lisas y llanas - c o m o la esla blecida e n España en 1923 por el general Primo de R i v e r a - hasta los nuevi 4 experimentos autoritarios de base plebiscitaria, como el iniciado en Italia cu 1922 por B e n i t o Mussolini, cuyas formas novedosas ejercieron una verdadc ra fascinación. Las huelgas comenzaron a multiplicarse en las ciudades a lo largo de 1917 I 1918, impulsadas sobre todo por los grandes gremios del transporte, la Federa c i ó n Obrera Marítima y la Federación Obrera Ferrocarrilera, cuya fuerza >o incrementaba por su capacidad de obstaculizar o paralizar el embarque de liti cosechas, u n recurso que usaron y dosificaron con prudencia. Conducidos p< i| el grupo de los sindicalistas, que dirigían la PORA del IX Congreso (para disi in guirla de la P O R A del v, anarquista), tuvieron éxito en buena medida por I.i n u e v a actitud del gobierno, que abandonó la política de represión lisa y llai la \ obligó a las compañías marítimas y ferroviarias a aceptar su arbitraje. Coin. I d i e r o n así una actitud sindical que combinaba la confrontación y la negocia c i ó n y otra del gobierno que, mediante el simple recurso de no apelar ¡i lil represión armada, creaba un nuevo equilibrio y se colocaba en posición di a r b i t r o entre las partes. Los éxitos iniciales fortalecieron la posición de la i U M sindicalista, cuyos afiliados aumentaron notablemente en los años siguienies, \ que impuso su estrategia de confrontación limitada. N o obstante, la predis| K I sición negociadora del gobierno n o se manifestó en todos los casos y -según 111 señalado David R o c k - parecía dirigirse especialmente a los trabajadores de 11 C a p i t a l -potenciales votantes d e la UCR, en u n distrito en el que ésta dii inilit una dura confrontación con los socialistas-, pero no se extendía n i hacia I n . sindicatos con mayoría de extranjeros n i a los trabajadores de las provincia 1I. Buenos Aires. Así, la huelga de ios frigoríficos de 1918 fue enfrentada c< m I . . tradicionales métodos de represión, despidos y rompehuelgas, que también . aplicaron en 1918 a los ferroviarios, cuando su acción traspasó los límites de I.i prudencia y amenazó el vital embarque de la cosecha. T a n t o los sindicalistas como e l gobierno transitaban por una zona de equl l i b r i o muy estrecha, que la propia dinámica del conflicto terminó por claiiMl

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1 | |u latí» ' I . 1 >\>, luando la«5la huelguística llegó a su culminación. En U p l t , M>U i II 1111 \1 de una huelga en u n establecimiento metalúrgico del ba1

¡HMlm n i d. I liu-va Pompeya, se produjo una serie de incidentes violentos I ( t i - huí I.•m ,ias y la Policía, que abandonó la pasividad y reprimió c o n |i|.id I luí H . mina ios de ambas partes y pronto la violencia se generalizó. r

Jim

i di- bu-ves revueltas no articuladas, espontáneas y sin objetivos

Hita, b i i H uní

que durante una semana la ciudad fuera tierra de nadie, | uní 11 I |i icito encaró una represión en regla, Contó con la colaboraj di in.i|.. i de civiles armados, organizados desde el Círculo Naval, que se l l t i t t n i i i|« i . y u i i a judíos y catalanes, que identificaban con "maximalisk Hilan|ui .ia\ Todavía por entonces el gobierno pudo apelar a sus con1* i . n i I . . . . i . ¡alistas y los dirigentes de la PORA para acordar el f i n de la | lltli lal de Vasena, así como para negociar el cese del largo y pacífico , | l , |n ,|H, .miulnineamente mantenía el gremio marítimo. H ¡ b i n a n . i hagiea -así se la llamó- galvanizó a los trabajadores de la ^ |„d | d< ind.. d país. Lejos de disminuir, el númeroy la intensidad de las .

6

|p„

uiaion a lo largo de 1919: infinidad de movimientos fueron >c,

„„,,,,, i d . p o r trabajadores no agremiados, pertenecientes a las más va- ^ , i , i i . i.l.i.le:, industriales y de servicios, entre quienes la consigna de Ix i|||.i I, idi

.1 ayudaba a la identificación y unificación. Estos m o v i m i e n t o s ^ u n í un nuevo pico de las movilizaciones rurales. Los chacare- I , h. o-i, I. r, por la Federación Agraria Argentina mantenían desde 1912

IH

d. ,II iones por las condiciones de los contratos, encararon nuevas

llHM» i ...pillados por las difíciles condiciones creadas por la guerra. Su v lli ,, i,.n i ..incidió con la de los jornaleros de los campos y de los pueblos,'.'" |».. |i. ... i.ilmente movilizados por los anarquistas, aunque los chacareros y f H i o n dileieiuaarse de ellos con claridad. Pese a que los radicales ha, l l i . . , ,o ,ido ron ellos en 1912, el gobierno fue poco sensible a sus recia|m y , i . I ' I a c u s a n d o a los "maximalistas", encaró una fuerte represión. P H H - . I'»I'» man a una inflexiónenla.políticagubemamentaLhaciaestos 1

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fc, ,i

i

de piotesta. Hasta entonces, una actitud algo benévola y tole.panada de la no utilización de los recursos clásicos de la repre-

I * f| • i o n . de i ropas, los despidos, la contratación de rompehuelgas- ha^ |.,i i , 1 . . p.na ampliar el espacio de manifestación de la conflictividad I P I H I H I I i' I i v | '.aa equilibrar la balanza, hasta entonces sistemáticamente fa| l t f . t H i . h i pailones. Probablemente en la acción de Yrigoyen se combinaHlH, |

, n i . mucho ile cálculo político, una actitud más sensible a los

|tyi|,| • M iale:, y una idea del papel arbitral que debía asumir el Estado, y |¡||„i . I mi-.mo. I'ero esa nueva actitud estuvo lejos de materializarse en

j

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11 )S GOBIERNOS RADICALES, 19164930

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

instrumentos institucionales, pese a l a manifiesta voluntad negociadora di las direcciones sindicales. Los avances realizados a principios de siglo, cuan d o se creó e l Departamento de Trabajo o se propuso el Código del Trabajo n o se c o n t i n u a r o n , y el Poder Ejecutivo n o supo idear mecanismos más origi nales que l a recurrencia -igual que e n 1850- a la acción arbitral del jefe di Policía, responsable desde tiempo i n m e m o r i a l de los problemas labórala Tampoco el Congreso asumió que debía intervenir en los conflictos urbano! considerándolos una mera cuestión p o l i c i a l , aunque sí lo hizo con los chaca reros: en 1921 sancionó una ley de A r r e n d a m i e n t o s que tenía en cuenta I mayoría de sus reclamos acerca de los contratos, y que sin duda contribus —junto c o n u n retorno de la prosperidad agrícola— a acallar los reclamos du quienes, cada vez más, se definían c o m o pequeños empresarios rurales. Luego de la experiencia de 1919, y fuertemente presionado por unos sel tores propietarios reconstituidos y galvanizados, el gobierno abandonó s i n veleidades reformistas y retomó los mecanismos clásicos de la represión, ahoni con la colaboración de la Liga Patriótica, que en 1921 alcanzaron incluso a Ifl Federación Marítima, el sindicato c o n e l que Yrigoyen estableció vínculm más fuertes y durables. Por entonces, y p o r diferentes razones, la ola huelguis tica se había atenuado en las grandes ciudades, aunque perduraba en zonal más alejadas y menos visibles: en el enclave quebrachero que La Forestal había establecido en el norte de Santa Fe, en el similar de Las Palmas en • I Chaco Austral, o en las zonas rurales de la Patagonia. En esos lugares, los aun nimos e impredecibles efectos de la coyuntura económica internacional, tía ducidos por empresas voraces e incontroladas en acciones concretas en peí juicio de los trabajadores, hicieron estallar entre 1919 y 1921 fuertes moví mientos huelguísticos. El gobierno autorizó a que fueran sometidos medianil sangrientos ejercicios de represión m i l i t a r que alcanzaron justa celebridad como en el caso de la Patagonia. La experiencia de 1919 tuvo profundos efectos entre los sectores propll tarios. Derrotados en 1916, conservaron inicialmente mucho poder insilnn cional -que Yrigoyen fue m i n a n d o en f o r m a p a u l a t i n a - y todo su podet su cial, pero estaban a la defensiva, sin ideas n i estrategia para hacer frente ¡i un proceso político y social que les desagradaba pero que sabían legitimado pul la democracia. En 1919, los fantasmas de l a revolución social los despena mil bruscamente: la Liga Patriótica A r g e n t i n a , fundada en las calientes jornada» de enero, fue la primera expresión de s u reacción. Confluyeron en ella l m grupos más diversos: la Asociación del Trabajo - u n a institución pal r< mal i |ill suministraba obreros rompehuelgas-, los clubes de élite, como el Jockey, ItMI círculos militares - l a Liga se organizó en el Círculo N a v a l - , o los rcpieseii

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j ili i • ' mpiesas extranjeras. Conservadores y radicales coincidieron y HHn I . I I los tramos iniciales -su presidente, Manuel Caries, fluctuó

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„ „ - •" 'da eni re ambos partidos- y el Estado le prestó un equívoco apol l f t h i ' • di I.i Policía. Lo más notable fue la capacidad que la Ligademosr ü * HUMUS mirabilis para movilizar vastos contingentes de la sociedad, ^|n» • n ir, sectores medios, para la defensa del orden y la propiedad y Mndi. i. i n i i chauvinista del patriotismo y la nacionalidad, amenazada ., ...Iliiu l< m extranjera. También fue notable su capacidad para organi|Nli uuiiii ni de "brigadas", que asumían la tarea de imponer el orden a luí | i n lina.ni muy activas en el medio r u r a l - , y para presionar al goM, quii u pn .bablemente tuvo muy en cuenta la magnitud de las fuerzas lililí i i . i . nno de la Liga cuando a lo largo de 1919 imprimió un giro, |l»|n d i . i .iv. i, , i su política social. 4

U| i l i i i i I . , tenia un nuevo impulso y un argumento decisivo, aunque to„|lit| >, . mura la democracia: voluntaria o involuntariamente, Y r i JlfM 'peí lioso de subvertir el orden. Desde entonces, cobraron forma M l h .!• tendencias ideológicas y políticas que por entonces circulaban llrtltii un . n el mundo de la contrarrevolución. La Liga aportó los m o t i ... Miden y la patria. Los católicos combinaron el pensamiento social j « id . ompet ir con la izquierda- c o n el integrismo antiliberal, que emH . l i l i i i i i l l i s e a través de los Cursos de Cultura Católica y ctistalizó más »n I.i i . vasta ( Witerio, fundada en 1928. Jóvenes intelectuales, como los J p l llii/usta, difundieron las ideas de Maurras y Leopoldo Lug< mes pr< >ft In II. (sida de "la hora de la espada". Sin duda había discordancias en Voi i '. y no menores Lugones era declaradamente anticristiano-, pero 1

„Jllo |

upaba a su auditorio, que probablemente no tomaba demasiado

l U f l u " " " h " de lo que oía pero recogía en todas ellas un mensaje común: M | I H •' i la movilización social y la crítica a la democracia liberal. I M II* r >. la al gobierno de Alvear, en 1922, tranquilizó en parte a las clases JlH'Mi i I a mayoría volvió a confiar en las bondades de la democracia MHI \ .nu ia, pero el nuevo discurso siguió operando en ámbitos margb M M i ' ni i a. lanío, dieron otras poderosas instituciones las encargadas de ^ |«|i.|ii. i« ámenle luerza al nuevo movimiento, unificar sus acciones, do|||H« d. K r n mudad, \ ambién reclutar sostenedores más allá de los propios pn.pieiarios. La Liga Palriórica se dedicó al "humanitarismo práct i -

Í

. l i l i ' i n i ando escuelas para obreras y movilizando a las "señoritas" de la H un i . da. I Mucho más importante lúe la acción de la Iglesia que en 1919, | H • ! | i• • • di la u ISIS, organizó la Gran Colecta Nacional, destinada a movi||Nl i I•. 11. . i . e impresionar a los pobres. Ese ano fueron unificadas todas las

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11XS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

tl.i l'oi . .na parte, entre quienes podían presentarse como conducto-

instituciones católicas q u e actuaban en la sociedad - c o n tendencias y pM puestas diversas- dentro de la Unión Popular Católica Argentina, un ejétj I to laico comandado unificadamente por los obispos y los curas párrocos, q u i I nes organizaron una guerra enregla contra el socialismo, compitiendo pal mu a p a l m o en la creación d e bibliotecas, dispensarios, conferencias y obras di» fomento y caridad, tareas éstas en las que los activistas reclutados en los altm círculos sociales adquirían la conciencia de su alta misión redentora. S i n ! mancamente, la Iglesia -cada vez más reacia a las instituciones demoeratl cas- clausuraba la posibilidad de crear u n partido político. El Ejército, final] mente, que había sido organizado desde principios de siglo sobre bases esl i M tamente profesionales, empezó a interesarse en la marcha de los asina..» políticos, quizá molesto p o r la forma en que Yrigoyen lo empleaba para alnif o cerrar la válvula del c o n t r o l social, y quizá también preocupado por el u , i que el presidente hacía de criterios políticos en el manejo de la instituí mu Lo cierto es que la desconfianza a Yrigoyen fue creando las condiciones pañi hacerlo receptivo a las críticas más generales al sistema democrático, q j con fuerza creciente se escuchaban en la sociedad.

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El antiliberalismo que nutre todas estas manifestaciones resultó efica; i J mo arma de choque, como discurso unificador y como bandera de comba» Pero la reconstitución de la derecha política no se agotó en esto. N o es< a| .,• ba a nadie que no podía volverse a 1912, que el mundo había cambiad,, mucho desde la G r a n Guerra, y que era necesario volver a discutir cuál c u . I lugar de la Argentina, qué papel debía cumplir el Estado en los c o n f l u i d sociales, cómo podían articularse los distintos intereses propietarios, y nm chas cuestiones más, acerca de las cuales el gobierno de Yrigoyen no pain i.t demasiado urgido en aportar soluciones novedosas. La Liga Patriótica > m- • nizó congresos donde representantes de los más diversos sectores discui i. H M sobre todo esto, y también lo h i c i e r o n a través de las publicaciones del M i J seo Social A r g e n t i n o o en la Revista de Economía Argentina, que A l r j u i i i l f J Bunge fundó en 1918. Una A r g e n t i n a distinta requería ideas nuevas, y M

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ese sentido la discusión fue intensa. Es posible, incluso, que en ese . I

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algunos jóvenes militantes del Partido Socialista - c o n una sólida I. >i in.i. i. m de raigambre marxista en cuestiones económicas y sociales- pensara . Ii •< marcos del partido eran demasiado estrechos. ¿Hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha.' Ln ola I. huelgas, que culminó entre 191 7 y 1921, había sido formidable, peí. > n . . . I.I ba guiada por un propósito expLícito de subversión del orden, sino que espi J saba.de manera ciertamente v i o l e n t a , la magnitud de los reclamos a. umul.i dos durante un largo período d e dificultades de la Argentina hasta e i< g l

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-V amento, los que propiciaban dicha subversión -los anarquis-

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(,,.,.< |,,. , omiinisras- sólo tenían una influencia marginal e ínfima. I)»

. y orientaciones más fuertes correspondían a la corriente de h. di i as" y a los socialistas, y ambos bregaban tanto por reformas

|,« i n un orden social que aceptaban en sus rasgos básicos, como, solí. | (o.

n.»»ntrar los mecanismos y los ámbitos de negociación de los I .. sindicalistas, reacios a la acción política partidaria, apostaron i .aun- los sindicatos y el Estado, un camino que ya había sido

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el listado antes de 1916 y que, retomado por Yrigoyen, debió

lid..n.i.l.i en la convulsión de 1919, aunque ciertamente se mantuvo 1*11,1, n. I,I, para reaparecer en forma espectacular al f i n de la Segunda |i« Mundial. I ' . u i i d . . ' ...«¡alista -fundado en 1896 y de una fuerza electoral consideI I I |,i i ..| .ii al estaba también lejos de posturas de ruptura. De acuerdo |n ,| , i n las líneas dominantes en Europa, el socialismo era visto coM un,.u,u i o n y perfeccionamiento de la democracia liberal, como la • in i i n . ia de una modernización que debía remover obstáculos tradi|i i l i a n - ellos, los socialistas subrayaban lo que llamaban la "política |n - o la que englobaban, junto al conservadurismo tradicional, al radi•|»,, .1 que se opusieron con fuerza. El Partido Socialista tuvo escasa id.id p u a arraigar en los movimientos sociales de protesta: algunos exil i o i . I . . .1 iicareros de la Federación Agraria no compensaron su escasíe los gremialistas, que aunque votaran a los socialistas prefe-

•i nuil a I. >s sindicalistas. El socialismo apostó todas sus cartas a las elecI , y i . unió en la Capital u n importante caudal de votos, con el que H. • Kliosamente con los radicales, pero a costa de diluir lo que quizás l f t ild< i reclamos específicos de los trabajadores dentro de un conjunto l l l i i p b . . de demandas, que incluía a los sectores medios. Esto dejaba libre |l)i.i, i , . i su izquierda, por el que compitieron diversos grupos, sobre todo l ,1, I i . me.on de la guerra y la revolución soviética. Pacifistas, partida|| |,i l m .ra Internacional y de la Unión Soviética confluyeron final||l< i i . . I I 'ai i ido C :omunista, que durante los años veinte tuvo escasísimo ,, ,

p i. eosechó muchas simpatías entre los intelectuales. Pero otras

¿Hi. •» piogresistas, de alguna manera emparentadas con el leninismo, lia en el ant ¡imperialismo de esa época y en el pensamiento de la illiu i I liu\. |,, ..lisias apostaron a la acción legislativa y a la posibilidad de crear , | . ,,i„.|,s.. un ámbito tic representación. Pero había en el partido una

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DELA ARGENTINA

LOS< ¡OBIERNOS RADICALES, 1916-1930

incapacidad casi constitutiva para establecer alianzas o acuerdos, y aimqiw impulsaron algunas reformas legislativas n o lograron dar forma a una fuerza política vigorosa, capaz d e equilibrara l a derecha reconstituida o, siquieia, de precisar los puntos centrales del c o n f l i c t o que se avecinaba. Su otra apueifl fue - a largo plazo- la ilustración de la clase obrera que, según suponían, I esclarecería en el contacto c o n la c i e n c i a . De ahí su intensa acción educ:ad| ra, a través de centros, bibliotecas, conferencias, grupos teatrales y córale.-. I la Sociedad Luz. La difusión de ciertas prácticas en los grandes centros u r b f l nos atestigua adecuadamente los cambios que -superada la crisis sociab estaban experimentando los trabajadores y la sociedad toda. \yE\n de la lucha gremial intensa, la reducción de la sindicalización y t i debilitamiento de la Unión Sindical A r g e n t i n a dan testimonio de la atenúa ción de los conflictos sociales. La U n i ó n Ferroviaria, fundada en 1922 y con vertida en cabeza indiscutida del sindicalismo, expresó el nuevo tono da I acción gremial: u n sindicato fuertemente integrado, férreamente dirigido i u forma centralizada, negoció sistemática y orgánicamente con las autoridad des, descartó la huelga como instrumento y obtuvo éxitos sustanciales, I'm su parte, el Estado manifestó la voluntad de avanzar en una legislación sm i.il -sancionada en su mayoría durante la presidencia de A l v e a r - que suponía . la vez el pleno reconocimiento del actor gremial: propuesta de regímetu« jubilatorios para empleados de comercio y ferroviarios, regulación del traba j o de mujeres y niños y establecimiento del l de M a y o - c o n v e r t i d o en un conciliador Día del Trabajo- como feriado nacional. e

Más allá de las coyunturas y de las revulsiones, la sociedad argentina V Í < nía experimentando cambios profundos, que maduraron luego de la guerfl \ que explican este apaciguamiento. Aunque luego d e l conflicto se reanudi I I.i inmigración, la población ya se había nacionalizado sustancialmcnte. 1 . hijos argentinos ocuparon el lugar de los padres extranjeros, las asociacli >i U de base étnica empezaron a retroceder frente a otras en las que la gente, ••iti distinción de origen, se agrupaba para actividades específicas y la "cucsl mu nacional", que tanto preocupó e n el Centenario, empezó a desdibujarse, I • acción sistemática de la escuela pública había generado una sociedad lueili mente alfabetizada, y c o n ella un público lector n u e v o , quizá no demasiado entrenado pero ávido de materiales. Crecieron los grandes diarios, con lino tipos y rotativas; en 1913 Crítica, que respondía a ese nuevo público, y a Id vez lo moldeaba, revolucionó las formas periodísticas, y otra vez lo hi/.i > i)*'•*«||i 1928 ElMundo. Las variadas necesidades de información y entretenimlenltl fueron satisfechas por los magazines, que siguieron la biuella de (lams v ( 'un tas y culminaron en Leoplán, o un amplio espectro de revistas especial i/adi«, 1

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p|l Mil/ti .• ¡Ullikcn, ¡ii Bis o El Hogar. En los años siguientes a la guerra I l m . . t I i . in.crias semanales - u n género entre sentimental y tenueH n n . " , m H U Í ras que las necesidades culturales o políticas más ela* M-in a i .Ir. bas primero por las ediciones españolas de Sempere y | * t i 11 biblmiiM as de Claridad o Tor. En una sociedad ávida de leer, flilli i i . • rían vehículo eficaz de diversos mensajes culturales y , q u . . in alaban también por las bibliotecas populares o las confeM u . b. - Irían para entretenerse. Otros buscaban capacitarse para l i a i l o múltiples oportunidades laborales nuevas, pero otros muchos (lili |

piopiarse de un caudal cultural - t a n variado que incluía desI '. • si o i r v s k y - que hasta entonces había sido patrimonio de la 4tt» I * • I . . más establecidas. U p a n I..II dr la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad ftttipi" -Ii una sociedad que era esencialmente expansiva y de oportu: h u í . , di r||a i r á n esos vastos sectores medios, en cuyos miembros I i i i l n o II i I. >s resultados de una exitosa aventura del ascenso: los chai i i b l . . idus, que se identificaban como pequeños empresarios rura| I I . piqui nos comerciantes o industriales urbanos, de entre quienes ' I . i l | . . i u . . u andes nombres o fortunas importantes. Junto a ellos, una ll»-1 mpli i d . i . , profesionales, maestras o doctores, pues ese título siguió i I i i ulutiiiai ion, en la segunda o quizá la tercera generación, de esta '¡tlilii i i

I H i l i qu' la Ion una no podía separarse del prestigio. II*>i | la l nivci-adad constituyó un problema importante para «i l i .1 i d . I I rspansión, y la Reforma Universitaria - u n movimiento que • n i .-iduba en 1918 y se expandió por el país y por toda América lm una expresión de esta transformación. Las universidades, cuyo ||n . I. .minante era formar profesionales, eran por entonces socialmen| | | . I \. aduna ámente escolásticas. Muchos jóvenes estudiantes quin i n a u punías, participar en su dirección, remover las viejas camariM t ' l ' " " ' I . , i n i,miar criterios de excelencia académica y de actualizaMi m i l i , i , y van ular la Universidad con los problemas de la sociedad. H l l i i I . - I I • ludiantil fue muy intensa y coincidió con lo más duro de la Mu i i l , . 111 ii- I 18 y 1922, al punto que muchos pensaron que era una J M i i u m i . dr aquélla. Otros advirtieron que se trataba de u n reclamo ubi. I . , I I lm ii usías recibieron el importante apoyo de Yrigoyen, lograt>li iiiin In i . . ¡i.sos que se incorporaran representantes estudiantiles al go||u .!• l o universidades, que se desplazaran a algunos de los profesores l i a di. i . .nales y que se introdujeran nuevos contenidos y prácticas. Tam(

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I I «I a in ni u n programa de largo plazo, que desde entonces sirvió de

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DELA ARGENTINA

bandera a la actividad política e s t u d i a n t i l , un espacio que desde e n t o n a sirvió de antesala para la política m a y o r . E l reformismo universitario fue, m i que u n a teoría, u n sentimiento, expresión de un movimiento de apetl»^ social e intelectual que servía de a g l u t i n a n t e a las ideologías más diversas, d. de el marxismo al idealismo, pero q u e se nutrió sobre todo del antiimperialisifl latinoamericano, todavía difuso, y de la misma revolución rusa, con su a p t f l ción a las masas. Se vinculó con otras vertientes latinoamericanas, creanJ una suerte de hermandad estudiantil, e inyectó un torrente nuevo y vil al o los movimientos políticos progresistas. Pero además, expresaba algunas tendencias hacia las que la nueva so< i * concretarse en una representación política eficaz, pero que circulaba l u n i h i M en el mundo de los trabajadores. Ellos mismos, influidos por la movilidad *m cial y por las imágenes que ella creaba, se identificaban cada vez en ni medida con aquel sector segregado de la sociedad que, a principios de * l m l inquietaba a los intelectuales. N o era fácil distinguir, fuera del trabajo, a nt| obrero ferroviario de un empleado, o a su hija de u n a maestra. En las - i . i i ciudades, y en las áreas rurales prósperas, se estaba constituyendo una si» i. d . I más caracterizada por la continuidad que por los cortes profundos. s

La aspiración al ascenso individual y a la reformaisocial son sólo un a i p f l f l t o d e esa nueva cultura que caracteriza a estos sectores populares, eni u t« • bajadores y medios. Los cambios en las formas de -vida estaban i o. b l o .• I nuevas ideas y actitudes, que resultaron perdurables. El acceso a la vivlciutt propia cambió la idea del hogar y ubicó a la mujer —liberada de la obliga» ion de trabajar- en el centro.de la Familia, que pronto se reuniría en i n m n i l aparato de radio. Por un movim iento completnent; i r i o , las hijas aspiiaioi» • trabajar, en una tienda o en una c oficina, a estudiar, y también a una» u . i. un

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¡'"''ta holgura económica, y la progresiva reducción de que j u n t o al domingo empezó a incluir el "sábado

I -mu., m o el i iempo libre disponible. Ello explica el éxito de biblioPlKlli n

i i v lecturas, pero también el desarrollo de una gama muy

l l * ob I I . paia llenarlo. Jk había llegado a su apogeo ya hacia 1910. En las ciudades las salas •ll I I , lanío en el centro como en los barrios, y los grandes actoi 11 i- i " Parravicini, fueron quizá las primeras figuras que gozallli • p. -pul ii idad indiscutida. Después de la guerra, los gustos se desliP»l liad i.il ámete a la nueva revista, con "bataclanas" y con can|i| ñutí " lúe definitivamente aceptado por la sociedad, y despojado tH*U.< I. u uiigen prostibulario. El tango-canción y el fonógrafo h i ln | " ' l " I 'odad de los cantantes, mientras las partituras, junto con los •!»•• p , I . ' alinearon en las casas de clase media. Por entonces se )|n p. .pul a idad de Enrique Delfino, Enrique Santos Discépolo y Carid» I .|ui< n in embargo sólo alcanzó su consagración popular en la • ti'

• , a naves de las películas que filmó en el extranjero. El cine

i lia i ' I ' " ' ejerció una fuerte atracción; las salas proliferaron en las • \ • • uliuia popular que se estaba acuñando, quizá marcadamente , •» mu n u . le algunos nuevos elementos universales, l lo m u v n . medios de comunicación multiplicaban su influencia sof i . o . i i .le vida y sobre las actitudes y valores de esta sociedad expanMiiil ' i "p«a.non sobre la sensibilidad deportiva, asociada desde p r i n ili i l i ' l . . . i ni una actitud vitalista y con las concepciones higiénicas y el l'.n • I • |i i i n io y el aire libre, que desde la élite se habían ido difun1

i i i . I i ni ledad. La creación de clubes deportivos fue una de las formas Mt o > del impulso asociacionista general. Progresivamente, algunas Ni m idad.", se transformaron en espectáculos masivos, que los medios j M l t i . n ii ni pioyectaban desde su ámbito local originario hacia todo el Ptt I ' ' * I « ' i >nsi i tuyo la Liga Profesional de Fútbol, y de la mano de la If |n pn ir.a escrita, los clubes de fútbol porteños agregaron u n nuevo l l l o .Ii ídem ilicación nacional, quizá tan fuerte como los símbolos pa|| Indi-ni ule I lipólito Yrigoyen. La tendencia a la homogeneización de fe* i* d . I M I u i de una cultura compartida por sectores sociales divertí' i- .'iiip n i . . de un proceso igualmente significativo de diferenciación llu i •n i I. . I I . manifestaciones fue la constitución de un mundo intelectual y td .. |in , aunque estuvo impulsado por la creciente demanda cultural de la |i I . I d. fiuii i una forma de funcionamiento que le era propia. Como ha

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b a s GOBIERNOS RADICALES, 1916-193®

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

puntualizado David Viñas, a diferencia de los "gentkmen-escritores" de fines de siglo, los artistas y escritores se sintieron profesionales, y algunos lo fueron plenamente. Tuvieron sus propios ámbitos de reunión -cafés, redacciones, galerías y revistas- y sus propios criterios para consagrar el mérito o abominar de la mediocridad. Desde 1924 Buenos Aires tuvo una "vanguardia", iconoclasta y combativa: ese año Pettoruti trajo el cubismo, Ernest Ánsermet introdujo la música impresionista y se fundó la revista Martín Fierro, que en torno de la estética ultraísta núcleo a muchos de los nuevos escritores, ansiosos de criticar a los viejos. Otros muchos abrazaron la consigna del compromiso social y la utopía del comunismo, y entre ambos grupos -identificados con Florida y Boed o - se entabló una aguda polémica. Los puntos de coincidencia y los intercambios eran probablemente más que los de oposición, pero lo cierto es que los intelectuales empezaron a practicar por entonces u n nuevo estilo de discusión, en el que la realidad local resultaba inseparable de la de Europa, Estados U n i dos y la propia Unión Soviética, quizá más idealizada que conocida.

La economía

en un mundo

triangular

Con la Primera Guerra Mundial - m u c h o más que con la crisis de 1930- terminó una etapa de la economía argentina: la del crecimiento relativamente fácib sobre rumbos claros. Desde 1914 se entra en u n mundo más complejo, de mal nejo más delicado y en el que el futuro era relativamente incierto, al punto dd predominar las dudas y el pesimismo, que sólo en algunos círculos se transfor-" maba en desafío para la búsqueda de nuevas soluciones. La guerra puso de manifiesto en forma aguda un viejo mal: la vulnerabilidad de la economía argentina, cuyos nervios motores eran las exportaciones, el ingreso de capitales, de mano de obra, y la expansión de la frontera agraria. La guena afectó tanto las cantidades como los precios de las exportaciones, e inició una tendencia a la declinación de los términos del intercambio. Las exportaciones agrícolas sufrieron primero el problema de la falta de transportes, pero acabado el conflicto se planteó otro más grave y definitivo: el exceso de oferta en todo el mundo, y la existencia de excedentes agrícolas permanentes, que impulsó a cada gobierno a proteger a sus agricultores. Más profunda fue la caída de las exportaciones ganaderas luego de 1921. Durante la guerra hubo repatriación de capitales, pero al finalizar ésta fue evidente que los tiempos del flujo fácil y automático habían terminado, pues los inversores de Gran Bretaña y los demás países europeos n o estaban ya en condiciones de alimentarlo. Su lugar fue ocupado por los banqueros norteamericanos, como Morgan, que tam-

i •i.tb.in . omprometidos con los préstamos a Europa, de modo que el flujo ndi. ii II iado a la situación económica general. El país experimentó MHi » IMII in la los efectos de la coyuntura europea: vivió una fuerte crisis entre | # M v I I /. '•«' recuperó entre ese año y 1921, especialmente porque regularilH n i i . o in I I io de guerra, sufrió entre 1921 y 1924 el sacudón de la reconverK r i f l d i |" • .guerra, y conoció u n período de tranquilidad durante los "años doHUlt» , li.r.ta 1929, que sin embargo bastó para dar el tono general al período.

tflIH

| i i |i|liu ípal novedad fue la fuerte presencia de Estados Unidos que, aquí 11 mu u n í ii i.i'. | u n e s del mundo, ocupó los espacios dejados libres por los países M|!n| la aceptación de que la vuelta al bilateralismo

nllnM .i n '.iungir en general la presencia norteamericana en la economía, y |rtin>. la i onsigna ele "comprar a quien nos compra", lo que implicaba 4»(HI.I< I las impon aciones y las inversiones británicas y hacer pagar sus H M l o ' il ' onjunto de la sociedad. I i . in - . i iones relacionadas con la agricultura despertaban menos preoHtfuti iones, pese a que, como consecuencia de la crisis ganadera, hubo un Htttubl' vuelco hacia esa actividad. La frontera agropecuaria pampeana se Utrtlali . i en SC millones de hectáreas; la agricultura creció en ella enormeMHMiii . ' 'i como su papel en las exportaciones. Se inició entonces u n largo lUMIiid.. de estabilidad, una suerte de meseta sin el crecimiento espectacular l l Vio peio también sin los problemas y el estancamiento posteriores a 1940. H i np.ur.ión se proyectó en esos años hacia las zonas no pampeanas, en las tylH 11 i'iibierno, impulsado por el ministro Le Bretón, encaró una vigorosa t t l i p " a de colonización que absorbió los excedentes de población rural pam|*.ni i , así como nuevos contingentes migratorios. Así entraron en producí a n 11 mía frutíoda del valle del R í o Negro, la yerbatera de Misiones y, ««bu n . d o , la región algodonera del corazón del Chaco, que habría de tener Ptt|ioitancia decisiva en el futuro crecimiento de la industria t e x t i l . I n . observadores no se engañaban acerca de esta calma, pues para todos IMitbau visibles los límites que suponía tanto un mercado mundial cada vez B p i dll te i I como el f i n de las ventajas comparativas naturales, por el cierre de (•i Iludiera agropecuaria y el encarecimiento de la tietra. A eso se sumaba la i " i 'i * de inversiones, salvo en la mecanización de la cosecha, que solucionó • I pn iblcina de la reducción en la mano de obra disponible, sobre todo por la di •• ip.u ición progresiva de los migrantes "golondrinas". La pauta de conduci d que bacía preferible mantener la liquidez del capital y oscilar entre distint a | •• oibilidades de inversión, acuñada en la etapa anterior y amplificada por |M dl\n de la economía -que hasta entonces había impulsado efii i Míenle el crecimiento-, dejó de cumplir esa función en las nuevas condi. |t ii n . del mercado mundial. Tulio Halperin señaló esa conciencia incipienii di los males y, a la vez, la escasa propensión a hacer algo para enfrentarlos id p.uie de una sociedad que, en cambio, empezaba a interesarse en la cuestión industrial. I n guerra había tenido efectos fuertemente negativos sobre la industria qiii

.e había constituido e n la época de la gran expansión agropecuaria: de-

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

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p e n d i e n t e e n buena medida de materias primas o combustibles importados, n o p u d o aprovechar las condiciones naturales de protección creadas por el c o a f l i c t o . Pero apenas éste concluyó, comenzó una sostenida expansión, quel se prolongó hasta 1930, caracterizada por la diversificación de la producción,' que alcanzó así a nuevas zonas del consumo. Los contemporáneos atribuyeron e n buena medida estos cambios a la elevación de los_aforos aduaneros, establecida por Alvear en 1923, pero probablemente fueron las ya citadas inversiones norteamericanas el principal factor de esa expansión, que alentó también a inversores locales. Entre otros casos similares, Bunge y Born, \a\ principal casa exportadora de granos, instaló por eso¿MQsJaJabrica d e j á n turas ATba.^y en la decacTaqsigi^ Grafa. En buena medida, las nuevas industrias se equiparon con maquinaria norteamericana. Mientras éstos trataban de conquistar simultáneamente un mercado apetecible y parte , de las divisas generadas por las exportaciones a Gran Bretaña, los sectores propietarios locales comenzaron a deslizarse hacia una actividad que parecía más dinámica que las tradicionales. Por entonces, el tema de la industria empezó a instalarse en el debate, y constituyó el eje del discurso del máí lúcido buceador de la economía argentina de entonces, Alejandro Bungej inspirador de la reforma arancelaria_de_Alve.ar. Es posible, como ha plantea do Javier Villanueva, que en escala limitada tal reforma apuntara a alenta -mediante alguna traba al comercio- las inversiones norteamericanas, sir aumentar los conflictos con Gran Bretaña, preocupada tanto por el destine de las divisas como por la creciente competencia en algunos rubros de su antiguo negocio, y particularmente los textiles. De este modo, la incipiente corriente industrialista agregó u n nuevo elemento al debate central sobre las relaciones entre nuestro país y sus dos metrópolis, y de momento al menos, quienes vislumbraban en el crecimiento industrial el camino del futuro carecieron de peso para imponer sus convicciones. La propia U n i ó n Industrial se . sumó al grupo de los partidarios de "comprar a quien nos compra", una fór-/ muía que, por otra parte, había sido acuñada por el embajador británico. 1

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N i la cuestión agraria n i la industrial estaban en el centro de la preocupación de los gobernantes, mucho más angustiados por los problemas presupuestarios. La guerra había puesto en evidencia la precariedad del financiamiento del Estado, apoyado básicamente en los ingresos de Aduana y en los impuestos indirectos y respaldado por los sucesivos préstamos externos. Todo ello^~sen^ujomjérté m e n t e en los dÓS]períodos de crisis, y coincidió con el advenimiento de la administración radical, que por diferentes motivos debía encarar gastos crecientes. El gobierno de Yrigoyen necesitó primero recursos' para su política social y luego para la amplia distribución de empleos públi-\

LOS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930

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ÉM, qu* constituyó su principal arma política en los últimos años. Desde ! ' ' ' ', A l v e a r empezó con una política fiscal^rtodox^^i^ulcrfaertém IM* II I . i " ' , hasta que, por necesidades de la lucha interna con el yrigoyenismo, I I i " i pelar -aunque más moderadamente- a la misma distribución de puesIM que MI antecesor, quderi_ajando volvió al poder, pn 1928. hizo uso genero-_ ... di . . Mpmsalias: la Argentina fue excluida del programa de rearme de sus •!(*!•

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«ii la guerra -mientras Brasil era particularmente beneficiado- y los

llj«i. drmoeráticos, opositores al gobierno, empezaron a recibir fuerte apoyo

_j(n imibajada.

I I I m i t e que se agrupaba en torno de las consignas democráticas y ruptul l i l . i - empezó a crecer, engrosado ahora por los comunistas -nuevamente |iHM idai ii >s de combatir al nazifascismo- y por conspicuos conservadores, colín i Tu ir. lo y el general Justo, a quienes la opción entre el fascismo y la demo* t i . n ta Ins llevaba a alinearse con sus antiguos adversarios. La Comisión de l l i u Miración de Actividades Antiargentinas, creada por la Cámara de D i putado , se dedicó a denunciar la infiltración nazi, y en una serie de actos tmbli. ns se proclamó simultáneamente la solidaridad con Estados Unidos y In npi.Mi ion al fraude. En esa caracterización de amigos y enemigos, ciertaMii me «amplificadora, predominaban las necesidades retóricas y políticas. El Miliiei i io ile Castillo no necesitaba simpatizar con los nazis - u n adjetivo apli• . i . i • i . ni a m p l i t u d - para aferrarse a la neutralidad. Bastaba con mantener la M II n 111 II idad de una tradición política del Estado - o t r o r a sostenida por YrigoI o y sumarle alguna lealtad a los tradicionales socios británicos, que veían i launa cómo, con motivo de la guerra, Estados Unidos avanzaba sobre t u . últimos baluartes. Pero había además una razón política clara: los ruptu|Mías, que asumían la bandera democrática, condenaban simultáneamente I K l c r n o fraudulento; quienes se mantenían fieles a él - y resistían la trani Ion que proponían otros, como Pinedo o Justo- encontraban en el neullsmo una buena bandera para cerrar filas y enfrentar a sus enemigos. Estos i in cada vez más entre los políticos, por lo que Castillo optó por buscar p. iyi i entre los militares. ( astillo seguía aquí la tradición de sus antecesores. Justo cultivó a los m i l i ies, aumentó los efectivos bajo bandera, construyó notables edificios, como Ministerio de Guerra, que eclipsaba a la mismísima Casa Rosada, pero a la • :.c propuso despolitizar la institución, acallar la discusión interna y manteei el equilibrio entre las distintas facciones. Sobre todo, logró mantener el i .i n re >l de los mandos superiores, lo que obligó a sus sucesores a apoyarse en los I »iubres de Justo. Ortiz encontró u n ministro fiel en el general Márquez, quien luí • i lerribado por u n escándalo -sobre la compra de tierras en El Palomar- que enía como destinatario final a su presidente. Castillo a su vez debió designar

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LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943

BREVE H I S T O R I A CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

ministro d e Guerra a o t r o justista, el general Tonazzi, pero se dedicó a culi ivj a los jefes y a colocar progresivamente en los mandos a enemigos del ex pro i dente. B a j o su gobierno se crearon la Dirección General de Fabricaciones M litares —cuyo primer d i r e c t o r fue el coronel Savio- y el Instituto Geográlio Militar, impulsando así e l «avance de las Fuerzas Armadas sobre terrenos in4 amplios que los específicos. Durante su gobierno, la presencia de los militara fue cada vez más visible, así como la sensibilidad del presidente a las opinión! y presiones de los jefes militares. Rápidamente, las Fuerzas Armadas se constj tuyeron en u n actor político.

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|ftti illlina pero pujante sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército.

U n e l e m e n t o central d e l nuevo perfil militar fue el desarrollo de una con ciencia nacionalista. E l terreno había sido preparado por el nacionalismi uriburista, difundido por u n grupo minoritario pero activo, de dentro y fuer de la institución. Era éste u n nacionalismo tradicional, antiliberal, xenófoh y jerárquico. La guerra cambiólas preocupaciones. Predominaba en el Ejercí to, tradicíonalmente i n f l u i d o por el germanismo, u n neutralismo viscera Pero además veían que el equilibrio regional tradicional se alteraba por 1 apoyo de Estados Unidos a Brasil y la exclusión de la Argentina de los pro gramas de rearme. La solución debía buscarse en el propio país, y así la guen estimuló preocupaciones de tipo económico, pues la defensa requería de equi pamiento industrial, y éste de insumos básicos. Desde mediados de la décad el Ejército había ido montando distintas fábricas de armamentos. Desde 1941 y a través de la Dirección de Fabricaciones Militares, se dedicó a promovíindustrias, como la del acero, que juzgaban tan "natural" como la alimenta ria, e indispensable para garantizar la autarquía.

>|u* d* una idea definida y precisa, se trataba de u n conjunto de senti|o« , i . til udes e ideas esbozados, presentes en vastos sectores de la socieÜl ib ellos n o podía deducirse una ideología en sentido estricto -pues I i in iiti iones divergentes y hasta antagónicas-, revelaron una gran caItlrtd, iitnbuible e n parte al empeño de los militantes de algunas de sus in 1,1-. parciales más definidas, para disolver antiguas polarizaciones y I p i n o Así, cuando todo parecía conducir al triunfo del Frente Popular, " f l w i i r nacional" se comenzó a dibujar como alternativa. | H« M U es de ese sentimiento nacional eran antiguas, pero en tiempos más t»ltii Lis habían abonado las corrientes europeas antiliberales, de Maurras I I M I »l tu i, y c o n ellas había empalmado una Iglesia católica fortalecida en el MMIH »• Sobre esta base había operado el nuevo nacionalismo, antibritániB libro inicial de los Irazusta siguieron el de Scalabrini Ortiz sobre los UN mi lies, y en general toda la prédica del grupo Forja. En esta nueva infleH M , ION enemigos de la nacionalidad no eran n i los inmigrantes, n i la "chus||H ili-uii'ciática", n i los "rojos", sino Gran Bretaña y la oligarquía "entreguisH I Me antiimperialismo resultó u n arma retórica y política formidable, cato di 11 i n v o c a r apoyos a derecha e izquierda, como lo demostró en 1935 {•Hiidn i de la Torre: la consigna antiimperialista empezó a ser frecuente en IM ili'.i ursos de políticos radicales o socialistas, como Alfredo Palacios, de lliliii utrs sindicales y de intelectuales, que empezaron a encarar desde esa iM«p< • tiva el análisis de los problemas nacionales y muy particularmente los ifoiii uniros.

Los militares fueron encadenando las preocupaciones estratégicas con la institucionales y políticas. La guerra demandaba movilización industrial y éstsi a su vez, un Estado activo y eficiente, capaz de unificar la voluntad nacional Los ejemplos de I t a l i a y A l e m a n i a lo demostraban fehacientemente, y así 1< repetían los periódicos apoyados por la embajada alemana, como El Pampero < Crisol También era importante e l papel del Estado en una sociedad que segura mente sería acosada en la posguerra por agudos conflictos: la reconstituciói del Frente Popular, las banderas rojas en los mítines obreros y la presencia et las calles del Partido Comunista parecían signos ominosos de ese futuro, y par; enfrentarlo se requería orden y p a z social. Ese ideal de Estado legítimo y fuerti capaz de capear las tormentas d e la guerra y la posguerra, poco se parecía a gobierno tambaleante y radicalmente ilegítimo del doctor Castillo. Ya desd 1941 hubo militares que empezaron a conspirar, mientras otros empujaban Castillo por la senda, del autoritarismo. Desde diciembre de 1942, cuando re n u n c i o el ministro Tonazzi, la desliberación se extendió en el Ejército.

I i i este campo, el nuevo nacionalismo compartía el terreno ya trabajado n v\o progresista de izquierda, y ambos podían coincidir en distin|n« |i ui >s. C o n el nacionalismo tradicional de derecha se encontraba en otro | f I i . tu >: el del revisionismo histórico, donde la condena a Gran Bretaña y sus Li'itii-s locales derivaba en una reivindicación de la figura de Rosas hecha en In mil ue de valores diversos y antitéticos, desde la emancipación nacional hastil id integrismo católico. En esa plasticidad radicó precisamente la capaci, I de esta corriente para arraigar en una sociedad cuya preocupación por ||M lemas nacionales se manifestaba de muchas otras maneras. En la literal i u a sobre todo la difundida a través de publicaciones periódicas de amplia I i||i II Lición- los temas rurales o camperos solían traer la contraposición entre p\r nacional y el litoral gringo, o entre el mundo rural y criollo y el inundo urbano y extranjero. Los temas históricos, donde la presencia del ResImnador era frecuente, abundaban en los folletines, y también en exitosos raInteatros, como Chispazos de tradición, ávidamente consumidos.

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LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

La preocupación p o r lo nacional se manifestó, finalmente, en i n t e l e c B les y e s c r i t o r e s . Tresnotablesensayos expresaron intuiciones profundas snlJ el "ser n a c i o n a l " y d i e r o n el marco a una amplia reflexión colectiva. En 19 l l Raúl S c a l a b r i n i Ortiz publicó El hombre que está solo y espera; el hombre J " C o r r i e n t e s y Esmeralda" amalgamaba las diferentes tradiciones de un p J de i n m i g r a c i ó n , se definía por sus impulsos, intuiciones y sentimientos, q J a n t e p o n í a a cualquier elaboración o cálculo racional, y -recordando a O l í ga y G a s s e t - construía c o n ellos una imagen de sí mismo y de lo que p o J llegar a ser, que juzgaba más valiosa que su propia realidad. Para Eduanll M a l l e a , t a l amalgama e r a dudosa; observaba la crisis del sentido de argentinj dad, particularmente e n t r e las élites, ganadas por la vida cómoda, el facillr mo y l a apariencia, y renunciantes a la espiritualidad y las preocupacionn más profundas sobre e l destino de la comunidad. En Historia de una pasiM argentina, aparecida en 1935, contraponía esa "Argentina visible", a otra " i J visible", donde las nuevas élites, de momento ocultas, se estaban formamlJ en una "exaltación severa de la vida". Ezequiel Martínez Estrada era m i radicalmente pesimista, y veía a la colectividad argentina presa de u n destH no fatal, originado en la misma conquista. En Radiografía de la pampa, que .J publicó en 1933, señaló la escisión entre unas multitudes anárquicas, qul acumulaban el resentimiento originario del mestizo, y ciertas élites europei zantes e incapaces de comprender esta sociedad y encarnar en ella u n sistenJ de normas y principios sustentado en creencias colectivas. Estos esfuerzo/ por develar la naturaleza del "ser argentino", inquiriendo en clave ontológil ca por los elementos singulares y esenciales de la sociedad y la cultura, aun que entroncaban e n preocupaciones comunes de todo Occidente, eran sin duda la expresión intelectual de esta nueva inquietud común por entender, defender o constituir lo "nacional". La fuerza de esta corriente n a c i o n a l , que en el caso de la guerra se inclina-, ba por el neutralismo, tardó e n manifestarse. De momento, el grupo de los partidarios de la ruptura con e l Eje iba ganando nuevos adeptos, especialmente entre los grupos conservadores. S i n embargo, en pocos meses los principales dirigentes d e l bloque democrático murieron: en marzo de 1942, A l vear; en los meses siguientes, e l ex presidente Ortiz - c o n cuyo hipotético retorno aún se especulaba- y e l ex vicepresidente Roca, y en enero de 1943, Agustín P. Justo, q u i e n se perfilaba como el más firme candidato a encabezar una fórmula de acuerdo con l o s radicales. Encontrar candidatos n o era fácil, y a la vez la posible victoria e l e c t o r a l parecía más que dudosa, a medida que el gobierno retorna "ba sin emp acho a las prácticas fraudulentas: a fines de 1941 el conservador- Rodolfo M o r e n o ganó en la provincia de Buenos Aires

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j|NfV< á r m e n t e la Concordancia triunfó en las elecciones legislativas. PoIUIII..., • astillo había clausurado el Concejo Deliberante y establecido el

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d> sitio, e ignoraba ostensiblemente a la Cámara de Diputados. N o M,«nn . la ( loncordancia enfrentaba el grave problema de la elección de su ug|Kll,|,o. • l 'astillo se inclinó finalmente por el senador Robustiano Patrón M U I ' K |" «leroso empresario azucarero salteño y figura destacada del Partido ( t l l i o . nua Nacional, en una opción de sentido discutido, que muchos interpttliin'n i o m o un seguro cambio de rumbo en la futura política exterior y l||M> ilh idio aún más a sus partidarios. | , i . , . Ii is alianzas políticas, que se sentían débiles, empezaron a cultivar a los jtb-. militares, esperando que las Fuerzas Armadas ayudaran a desequilibrar Milu «Hilarión trabada y a fortalecer u n régimen institucional cada vez más Jllill ( uli ivando a los militares, Castillo contribuyó a debilitarlo aún más. Los Imlli a l i p o r su parte, se sumaron al nuevo juego y especularon con la candiIIHIIM i del nuevo ministro de Guerra, el general Pedro Pablo Ramírez. Por su | M I I . los jefes militares discutieron casi abiertamente todas las opciones, y HÉMH i i e i o n grupos golpistas de diversa índole y tendencias, entre los cuales se .|t n . i i . . una logia, el Grupo de Oficiales Unidos, que reunía a algunos coroneP y olios oficiales de menor graduación. Muchos apostaban a la ruptura del IHJI n institucional, sin que se perfilara el sujeto de la acción. Esta finalmente H lie-.encadenó, cuando Castillo pidió la renuncia al ministro Ramírez. El 4 de (lililí o le 1943 el Ejército depuso al presidente e interrumpió por segunda vez el IHilrn , (institucional, antes aun de haber definido el programa del golpe, y n i •Iquieia la figura misma que lo encabezaría. ^ HIIH

I V El gobierno de Perón, 19434955 K y i i l i h n i . i militar que asumió el 4 de junio de 1943 fue encabezado sucesiMMlt-nn |M ii los generales Pedro Pablo Ramírez y EdelmiroJ. Farrell. El coroMtl !••*••» 1 'omingo Perón, uno de sus miembros más destacados, logró conci141 MO v i . l o movimiento político en torno de su persona, que le permitió fttltui II»H elecciones de febrero de 1946, poco después de que su apoyo popuM I «i in.iniíestara en una jornada por demás significativa, el 17 de octubre de HM*t I V i o n completó su período de seis años y fue reelecto en 1951, para ser •IHIIII .ido por un golpe militar e n septiembre de 1955. En estos doce años en JII» lm I.i figura central de la política, al punto de dar su nombre al moviM l l M i i " que lo apoyaba, Perón y el peronismo imprimieron a la vida del país un iflin sustancial y perdurable.

La emergencia I >i ii \ tinción del 4 de j u n i o fue inicialmente encabezada por el general Raw.nii, quien renunció antes de prestar juramento, y fue reemplazado por el Iplii i.tl Pedro Pablo Ramírez, ministro del último gobierno constitucional. M episodio es expresivo de la pluralidad de tendencias existentes en el grupo f f V i ' l u i i o n a r i o y de su indefinición acerca del rumbo a seguir, más allá de Milla id ir en la convicción de que el orden constitucional estaba agotado y que la proclamada candidatura de Patrón Costas no llenaría el vacío de podrí existente. El nuevo gobierno suscitó variadas expectativas fuera de las IHirrzus Armadas, pues muchos concordaban con el diagnóstico, y además U p e n iban algo del golpe, incluso los radicales; sin embargo, se constituyó . i •! exclusivamente con militares, y el centro de las discusiones y las decisioii. i estuvo en el Ministerio de Guerra, controlado por u n grupo de oficiales tiranizado en una logia, el Grupo de Oficiales Unidos ( G O U ) , en torno del ministro de Guerra Farrell. 07

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

EL GOBIERNO DE PERÓN, 1943-1955

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mo para rechazarlas o enfrentar al gobierno, so pena de perder el apoyo de • \

I^HHldo en las Naciones Unidas, que empezaban a constituirse. A l mismo

trabajadores. Los sindicalistas adoptaron l o que Juan Carlos Torre llamó estrategia oportunista: aceptaron el envite del gobierno sin cerrar las puerlií a la "oposición democrática".

|Pffl| N \r iguales razones, liberalizó su política interna. Los partidos oposi|tft>i n ' Lañaron la retirada lisa y llana de los gobernantes y la entrega del

Tampoco las cerraba el propio Perón, dispuesto a hablar c o n todos luí sectores de la sociedad y la política, desde los radicales hasta los dirigentoá de las sociedades de fomento, y capaz de sintonizar c o n cada uno e l d i s c u f l adecuado, aunque dentro de una constante apelación a "todos los argén IM nos". A sus colegas militares les señalaba los peligros que entrañaba \á posguerra, la amenaza de desórdenes sociales y la necesidad de u n E s t a d í a fuerte que interviniera e n la sociedad y en la economía, y que a la vez aseguJ rara la autarquía económica. En el Consejo Nacional de Posguerra que c o i » tituyó, insistió en la importancia de profundizar las políticas de seguridad! social, así como de asegurar la plena ocupación y la protección del trabaJB ante la eventual crisis que pudieran sufrir las industrias crecidas con la gueri • A los empresarios les señaló la amenaza que entrañaban las masas obrera desorganizadas y el peligro del comunismo, que se veía avanzar e n Europa, A n t e unos y otros se presentaba como quien podía canalizar esa efervescetn cia, si lograba para ello el poder necesario. Pero los empresarios fueron desconfiando cada vez más del "bombero piromaníaco" -según la feliz imagen de A . Rouquié- que agregaba combustible a la caldera, hasta el límite de su estallido, y al mismo tiempo controlaba la válvula de escape. Progres i vameie te, las agrupaciones patronales fueron tomando distancia de Perón y de In política de la secretaría, mientras éste paralelamente acentuaba su identili cación c o n los obreros, subrayaba su prédica anticapitalista y desarrollaba ampliamente e n su discurso los motivos de la justicia social. A la vez, so fueron reduciendo las reticencias de los dirigentes sindicales, quienes encon traban en los partidos democráticos u n eco y u n interés mucho menor que el demostrado por e l coronel Perón. La oposición democrática, que para definir su propia identidad había encontrado en el gobierno militar u n enemigo mucho más adecuado que el viejo régimen oligárquico, empezó a reconstituirse a medida que el avizorado f i n de la guerra hacía más difícil la intransigencia del gobierno. La liberación de Pa rís, en agosto de 1944, dio pie a una notable manifestación claramente antigu bernamental y desde entonces u n vigoroso movimiento social ganó la calle y revitalizó los partidos políticos. El gobierno mismo estaba en retirada: en mar zo de 1945, y ante la inminencia del f i n del conflicto, aceptó el reclamo de Estados Unidos - d o n d e una nueva conducción en el Departamento de Estad< i prometía una relación más fácil— y declaró la guerra al Eje, condición para sel

l l t l n a la i 'orle Suprema, último vestigio de la legalidad republicana, y sella)§t t u ai ueido para las elecciones que veían próximas: la Unión Democrática HptMaiia el repudio de la civilidad a los militares y la total adhesión a los

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lti Ipd •' • de los vencedores en la guerra. El frente político, que incluía a coHt!«i i•., socialistas y demoprogresistas, y contaba con el apoyo implícito de Mi t i p o s conservadores, estaba animado por los radicales, aunque un imporIHIIIi M I loi del partido, encabezado por el cordobés Amadeo Sabattini, recha0 t IH I «naiegia "unionista" y reclamó una postura intransigente y "nacional", tfH» a p o s t a b a a algunos interlocutores en el Ejército, adversos a Perón. Esa | M l i I o n no prosperó, y la Unión Democrática fue definiendo su frente y sus l I l H í n a . : en junio de 1945 u n Manifiesto de la Industriay el Comercio repudia| M II» legislación social del gobierno. En septiembre de 1945, una multitudina||H Man ba de la Constitución y de la Libertad terminó de sellar la alianza | el. i la compra de los ferrocarriles por u n valor similar a las libras bloqueadla, \n acuerdo sobre venta de carne, que sería en lo sucesivo pagada en libia- < onvertibles. Tras la retórica nacionalista que envolvió esta operación |iles»utada como parte del programa de independencia económica y celelnuil.i i o n una gran manifestación en la Plaza de M a y o - se trataba sin duda tÍ9 un éxito británico, frente a u n país que no tenía mejor opción. La crisis lio M i. ¡era británica de 1947 y el abandono de la convertibilidad de la libra •ii libaron con la única ventaja importante obtenida. Vender cereales fue cada vez más difícil, y vender carne, cada vez menos Mil» usante. La consecuencia fue una reducción de la producción agropecuaf|ft motivada también por otros aspectos de la política económica- que se Mi tímpano de u n crecimiento sustantivo de la parte destinada al consumo l l l l e i n o . El lugar en el mundo que tradicionalmente tenía la Argentina, coHlo productor privilegiado de bienes agropecuarios, fue haciéndose menos •iMiiíl¡cativo y esto contribuyó a definir las opciones -económicas y políti•« que la guerra había planteado. I a Segunda Guerra Mundial, la crisis de los mercados y el aislamiento, a.. ni nado por el boicot norteamericano, habían contribuido a profundizar el (•lm eso de sustitución de importaciones iniciado en la década anterior, que, MKtelidiéndose más allá de los límites considerados "naturales" - l a elaboración l i r materias primas locales-, avanzó en el sector metalúrgico y otros. U n a em(Mesa típica, Siam D i Telia, que había comenzado elaborando máquinas de linasar y surtidores para YPF, creció notablemente con las heladeras, a las que a p i l e s sumó ventiladores, planchas y lavarropas. En algunos casos se exportó n países vecinos, que también padecían la falta de los suministros habituales; i n otros, se fabricaron locaimente los productos importados ausentes: se adapI i l i o n los modelos y los procedimientos, con ingenio y quizá de manera improvisada y poco eficiente, y se usó intensivamente la mano de obra, lo que sumado a las dificultades para incorporar maquinarias hizo que los aumentos de producción implicaran caídas en la productividad laboral. Creció así, junto a l o empresas industriales tradicionales, una amplia capa de establecimientos medianos y pequeños, y aumentó en forma notable la mano de obra industrial, que se nutría de la corriente de migrantes internos, cada vez más intensa.

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El f i n d e la guerra y la conclusión de esa suerte de "vacío de poder" en o|| mundo, q u e h a b í a permitido el crecimiento de sectores industriales marginales como el a r g e n t i n o , planteaba distintas opciones. Abandonada definitivamente la idea d e una vuelta a la "normalidad" previa a 1930 o a 1914, quiene» estaban v i n c u l a d o s con los grupos empresarios más tradicionales, ubicados tanin en el sector exportador como en el industrial, adoptaban las ideas planteadas por Pinedo e n 1940: estimular las industrias "naturales", capaces de producir eficientemente y de competir en los mercados extemos, asociarse con Estados Unidos para sustentar su crecimiento, y a la vez mantener un equilibrio entro el sector industrial y el agropecuario, del cual debían seguir saliendo las divisas necesarias para la industria. La opción era difícil, no sólo por la necesidad de recomponer una relación con Estados Unidos que estaba muy deteriorada, así como de procurar firmemente recuperar los mercados de los productos agrope cuarios, sino porque suponía una fuerte depuración del sector industrial, elimi nar el segmento menos eficiente crecido durante la guerra al amparo de la protección natural que ésta generaba, y afrontar a la vez los costos de una difícil absorción de la mano de obra que quedaría desocupada. U n a segunda alternativa había sido planteada por grupos de militares durante la guerra, y recogía tanto motivos estratégicos de las Fuerzas Armadas como ideas que amagaban en el nacionalismo: profundizar la sustitución, extenderla a la producción de insumos básicos, como el acero o el petróleo, mediante una decidida intervención del Estado, y asegurar así la autarquía. La imagen de la Unión Soviética -que, más allá del comunismo, se había convertido en u n Estado poderoso- está presente en esta propuesta, y en la subsecuente retórica de los planes quinquenales. Pero, igual que en la Unión Soviética, esto implicaba un enorme esfuerzo para l capitalización, restricciones al consumo y probablemente una "generación sacrificada". a

Perón venía participando de estas discusiones, que él mismo promovió en el Consejo de Posguerra constituido en 1944. Su solución fue ecléctica y también novedosa, y tuvo en cuenta principalmente los intereses inmediatos de los trabajadores, que constituían su apoyo más sólido. La inspiración autárquica de los militares se d i b u j a en el Primer Plan Quinquenal, que debía servir para planificar la economía pero se limitó a una serie de vagos enunciados, y también en la constitución de la empresa siderúrgica estatal S O M I S A , que sin embargo todavía seguiría casi en proyecto diez años después. La presencia del sector industtial c r e c i d o en la guerra se advierte en su primer equipo económico, a cuya cabeza estaba Miguel Miranda, un fabricante de envases de hojalata, secundado por Raúl LaLgoinarsino, u n industrial del vestido, y asesorado por José Figuerola, un destacado técnico español. Miranda, nombrado presidente

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•M hunco Central, del poderoso Instituto Argentino de Promoción del Interttfhibm (IAPI) y del Consejo Económico Social, fue durante tres años el conf|lM loi de la economía. La política del Estado -dotado como se verá de insItllim ni os mucho más poderosos- apuntó a la defensa del sector industrial lltmalado, y a su expansión dentro de las pautas vigentes de protección y lm ilidad. Éste recibió amplios créditos del Banco Industrial, protección aduafUMii para elimrnar competidores extemos y divisas adquiridas a tipos preferen||MIM para equiparse. Además, las políticas de redistribución de ingresos'hacia |iM m lores trabajadores contribuían a la expansión sostenida del consumo. En M I ningular período, la alta ocupación y los salarios en alza trajeron aparejada n i M rxpansión de la demanda y una inflación cuyos niveles empezaron a eles nise, pero a la vez ganancias importantes para los empresarios. lai suma, Perón había optado por el mercado interno y por la defensa del pleno empleo. Se trataba de una verdadera "cadena de la felicidad", que nudo financiarse principalmente por la existencia de una abundante reserva ile divisas, acumulada durante los prósperos años de la guerra, y que peí ñutió en la posguerra u n acelerado, desenfrenado y con frecuencia poco f f U iente equipamiento industrial. Desafiando las leyes de la contabilidad, y con la esperanza puesta en una nueva guerra mundial, en esos años se mislii en el exterior mucho más de lo que entraba. Por otra parte, el I A P I monopolizó el comercio exterior y transfirió al sector industrial y urbano ingresos provenientes del campo, mediante la diferencia entre los precios pagados a los productores y los obtenidos por la venta de las cosechas en el rxlerior. Era u n golpe fuerte al sector agropecuario, al que sin duda ya no se lonsideraba la "rueda maestra" de la economía, o al que quizá se suponía i apaz de soportarlo todo. Los productores rurales padecían también por la laba de insumos y maquinarias - p a r a las que no había cambio prefereni lal , el congelamiento de los arrendamientos, que afectó el ciclo natural de recuperación de la fertilidad de la tierra, y el costo más alto de la mano de obra, debido a la vigencia del Estatuto del Peón. Todas estas razones agudizaron la caída de la superficie cultivada, al tiempo que el aumento del consumo interno -reflejado en el trigo, y sobre todo en la carne- reducía aún más las disponibilidades para la.exportación. La política peronista se caracterizó por u n fuerte impulso a la participación del Estado en la dirección y regulación de la economía; desarrolló tendencias iniciadas en la década anterior, bajo las administraciones conservadoras, pero las extendió y profundizó, según una corriente de inspiración keynesiana difundida en muchas partes durante la posguerra. A la vez, hubo una generalizada nacionalización de las inversiones extranjeras, particular-

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mente de empresas controladas por capital británico, que se hallaba en pleno | proceso de repatriación; se adjudicó a esto una gran importancia simbólica, expresada e n la fórmula de la Independencia Económica, solemnemente pin clamada e n Tucumán el 9 de julio de 1947. A los ferrocarriles se sumaron luí' teléfonos, la empresa de gas y algunas compañías de electricidad del interior, sin afectar s i n embargo a la legendaria C A D E que servía a la Capital. Se dio fuerte impulso a Gas del Estado, construyendo el gasoducto desde Comodoro Rivadavia, a l a F lo t a Mercante - a la que se incorporaron las naves del extenso grupo Dodero— y a la incipiente Aerolíneas Argentinas. El Estado avanzó incluso en actividades industriales, n o sólo por la vía de las fábricas militares sino con u n g r u p o de empresas alemanas nacionalizadas, que integraron el grupo D I N I E . Pero la reforma más importante fue la nacionalización del Banco Central. Desde él se manejaba la política monetaria y la crediticia, y también el comercio exterior, pues los depósitos de todos los bancos fueron nacionalizados, y al Banco Central se le asignó el control del I A P I .

El Estado peronista

Así, la nacionalización de la economía y su control por el Estado fueron una de las claves de la nueva política económica. La otra - y quizá la primeratuvo que ver c o n los trabajadores, con el mantenimiento del empleo y con la elevación de su n i v e l de vida. Esto tenía probablemente raíces políticas más importantes que las económicas: el terror a las posibles consecuencias sociales del desempleo, el recuerdo de la crisis de la primera posguerra - d e la que Perón mismo tuvo una experiencia directa, cuando participó en la represión de los amotinados de Vasena- así como la misma experiencia europea de entreguerra, y también de posguerra, debe haber influido no sólo en el diseño político más general sino en el privilegio, en materia de política económica, de la salvaguardia del empleo industrial primero y de la redistribución de los ingresos después. Pero a la vez, la justicia social sirvió para el sostenimiento del mercado interno. E n t r e 1946 y 1949 se extendieron y generalizaron las medidas sociales lanzadas antes de 1945. Por la vía de las negociaciones colectivas, garantizadas p o r la ley, los salarios empezaron a subir notablemente. A ello se agregaron las vacaciones pagas, las licencias por enfermedad o los sistemas sociales de m e d i c i n a y de turismo, actividades en las que los sindicatos tuvieron un i m p o r t a n t e papel. Por otros caminos, el Estado benefactor contribuyó decisivamente a la elevación del nivel de vida: congelamiento de los alquileres, establecimiento de salarios mínimos y de precios máximos, mejora de la salud p úb lica - l a acción del ministro Ramón Carrillo fue fundamental—, planes de v i v i e n d a , construcción de escuelas y colegios, organización del sistema j u b i l a t o r i o , y en genetal todo lo relativo al campo de la seguridad social.

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fUlit i«•nilánación de lo conseguido y lo concedido es reveladora de la comple|M i i lai n m establecida entre los trabajadores y el Estado. Los términos en que fftttt « había desarrollado hasta las elecciones enseguida se modificaron radiM I H H un- después del triunfo. Justificándose en la innumerable cantidad de Mtullí* ios entre laboristas y radicales renovadores, Perón ordenó la disolución di Ii ••• distintos nucleamientos que lo habían apoyado, y entte ellos el Partido IrtUuista, a través del cual los viejos sindicalistas aspiraban a conducir una Millón política autónoma, solidaria con Perón pero independiente. La decisión que culminaría en la creación del Partido Peronista- fue al principio RNMMida, pero en definitiva sólo Cipriano Reyes, el dirigente de los frigoríficos ti* Ka isso, se enfrentó con Perón, ganándose una enconada persecución. Poco tl»'»pucs, en enero de 1947, Perón eliminó de la dirección de la C G T a Luis Gay, u n I.I no gremial ista e inspirador del Partido Laborista, y uno de los propulsodel proyecto autónomo, y lo reemplazó por un dirigente de menor cuantía, Mullí ando así la voluntad de subordinar al Estado la cúpula del movimiento o h m i o , Nuevamente, no hubo resistencias: probablemente para el grueso de luí i i abajadores la solidaridad con quien había hecho realidad tantos benefi• i. ••• importaba más que una autonomía política cuyos propósitos, en ese conlenio, no resultaban claros. Pero a la vez, la organización obrera se consolidó firmemente. Como ha mostrado Louise Doyon, la sindicalización, escasa hasta 1943, se extendió tapidamente a los gremios industriales primero y a los empleados del Estado di pipiles, alcanzando su máximo hacia 1950. La ley de Asociaciones Profesionales aseguraba la existencia de grandes y poderosas organizaciones - u n sin• lii ato por rama de industria y una confederación única—, con fuerza para ¡negociar de igual a igual con los representantes patronales, pero a la vez • Irpendientes de la "personería gremial", otorgada por el Estado. Las orienta• u mes y demandas circulaban preferentemente desde arriba hacia abajo, y la i t i l , conducida por personajes mediocres, fue la responsable de transmitir las directivas del Estado a los sindicatos y de controlar a los díscolos. Similar fue la función de los sindicatos respecto de las organizaciones de base: controlar, achicar el espacio de acción autónoma, intervenir a las secciones demasiado Inquietas; a la vez, se hicieron cargo de funciones cada vez más complejas, lauto en la negociación de los convenios como en las actividades sociales, y debieron desarrollar una administración especializada, de modo que la fisonomía de los dirigentes sindicales, convertidos en una burocracia estable, se diferenció notablemente de la de los viejos luchadores. En la base, la acción

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sindical conservó una gran vitalidad, por obra de las comisiones internas d i fábrica, que se ocuparon de infinidad de problemas inmediatos referidos a luí condiciones de trabajo, negociaron directamente c o n patronos y gerentes, y! establecieron en la fábrica u n principio bastante real de igualdad. En lm primeros años, hasta 1949, las huelgas fueron numerosas, y se generaron al impulso de las reformas lanzadas desde el gobierno, para hacerlas cumplir o extenderlas, con la convicción por parte de los trabajadores de que se ajustaban a la voluntad profunda de Perón. Este, sin embargo, se preocupaba por esa agitación sin f i n y procuraba profundizar el control del movimiento sindical. Los gremialistas que lo acompañaron inicialmcnte fueron alejándose, reemplazados por otros elegidos pot el gobierno y más proclives a acatar sus indicaciones. Las huelgas fueron consideradas inconvenientes al principio, y francamente negativas luego: se procuró solucionar los conflictos mediante los mecanismos del arbitraje, y en su defecto se optó por reprimirlos, ya sea por mano del propio sindicato o de la fuerza pública. Desde 1947 Eva Perón, esposa del presidente, se dedicó desde la Secretaría de Trabajo - e l lugar dejado vacante por P e r ó n - a cumplir las funciones de mediación entre los dirigentes sindicales y el gobierno, facilitando la negociación de los conflictos con un estilo muy personal que combinaba la persuasión y la imposición. La relación entre Perón y el sindicalismo - c r u c i a l en el Estado peronistafue sin duda compleja, negociada y difícilmente reducible a una fórmula simple. Pese a la fuerte presión del gobierno sobre los sindicatos y a la decisión de controlar su acción, éstos nunca dejaron de ser la expresión social y política de los trabajadores. Desde la perspectiva de éstos, el Estado n o sólo facilitaba y estimulaba su organización y los colmaba de beneficios, sino que creaba una situación de comunicación y participación fluida y hasta familiar, de modo que estaban lejos de considerarlo como algo ajeno. El Estado peronista, a su vez, tenía en los trabajadores su gran fuerza legitimadora, y los reconocía como tal; y no de u n modo retórico o abstracto, sino referido a sus organizaciones y a sus dirigentes, a quienes concedió u n lugar destacado. Pero a la vez, el Estado peronista procuró extender sus apoyos a la amplia franja de sectores populares no sindicalizados, con quienes estableció una comunicación profunda, aunque de índole diferente, a través de Eva Perón y de la fundación que llevó su nombre. Financiada con fondos públicos y aportes privados más o menos voluntarios, la Fundación realizó una obra de notable magnitud: creó escuelas, hogares para ancianos o huérfanos y policlínicos; repartió alimentos y regalos navideños; estimuló el turismo y los deportes, a través de campeonatos infantiles o juveniles de dimensión nacional, bautizados



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|ttfi In» nombres ele la pareja gobernante. Sobre todo, practicó la acción directfl • unidades básicas -organizaciones celulares del partido- detectaban los t i * * " p ii i nadares de desprotección y transmitían los pedidos a la Fundación llundi , por otra parte, la propia Eva Perón recibía cotidianamente, sin fatiga, |Hi>< p< i m á n e n t e caravana de solicirantes que obtenían una máquina de coIH una cama en el hospital, una bicicleta, un empleo o una pensión quizá, u n H U I - I M lo siempre. Eva Perón resultaba así la encarnación del Estado benefacItn v («invidente, que a través de la "Dama de la Esperanza" adquiría una d i liii n aon personal y sensible. Sus beneficiarios no eran exactamente lo mismo ijiii I..-. i rabajadores: muchos carecían de la protección de sus sindicatos, y todo In di hian al Estado y a su intercesora. Los medios de difusión machacaron Bpfmint e m e n t e sobre esta imagen, entre benefactora y reparadora, replicada B ) n por la escuela, donde los niños se introducían a la lectura con "Evita me mita" I ¡i experiencia de la acción social directa, sumada al reiterado discurso H»>l l'Mado, terminaron constituyendo una nueva identidad social, los " h u m i l >|i i " , que completó el arco popular de apoyo al gobierno. Según una concepción que se desarrolló más ampliamente a medida que transH i u i a n los años, el Estado debía vincularse con cada uno de los sectores de la fcM leí latí, que era considerada como una comunidad y no como la suma de indivldui is, y aspiraba a que cada uno de ellos se organizara y constituyera su repre|f litación corporativa. C o n mayor o menor fortuna, aspiró a organizar a los i n i p r e s a r i o s , reuniendo en la Confederación General Económica a todas 11 te presentaciones sectoriales, así como a los estudiantes universitarios o a los |Hi «lesiónales. Intentó también, con cautela, redefinir las relaciones con las Mi andes corporaciones tradicionales. C o n la Iglesia existió un acuerdo básico, que se tradujo en el poco velado apoyo electoral de 1946. El gobierno peronista iti.ti iiuvo la enseñanza religiosa en las escuelas, y concedió la conducción de las Universidades a personajes vinculados con el clericalismo hispanófilo. Reservó un lugar importante en el ceremonial público a los altos prelados, como mon.«in ir Copello, e incorporó a su elenco político a algunos sacerdotes, como el pudre Benítez, confesor de Eva Perón, o el padre Virgilio Filippo, fogoso cura párroco del barrio de Belgrano, que cambió el pulpito por una banca en el ( \. Fue sin embargo una relación algo distante: u n grupo importante de eclesiásticos -entre ellos, monseñor Miguel D'Andrea-, preocupados por el iutoritarismo creciente, se alineó firmemente en el lado de los opositores; otros lamentaron la renuncia de Perón a las consignas nacionalistas, y otros muchos miraron con reservas algunos aspectos de la política democratizadora de las relaciones sociales, como por ejemplo la igualación de derechos entte hijos "naturales" y "legítimos".

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C o n respecto a las Fuerzas Armadas, aunque Perón recurrió habitualmend te a oficiales para desempeñar funciones de importancia, se cuidó inicial-' mente t a n t o de inmiscuirse en su vida interna como de darles cabida institucional en el gobierno. Sobre todo, procuró conservar la identificación establecida en 1943 entre las Fuerzas Armadas y un gobierno del que se quería continuador: el 4 de junio, "olímpico episodio de la historia", siguió siendo un fausto fundador; temas centrales del gobierno, como la independencia económica, la unidad nacional y el orden, y sobre todo la imagen de un mundo en guerra donde la neutralidad se traducía en la "tercera posición", sirvieron para consolidar u n campo de solidaridades común, alterado sin embargo por el estilo excesivamente plebeyo que los militares veían en el gobierno, y sobre todo por la presencia, acción y palabra, difíciles de aceptar, de la esposa d e l presidente. Según la concepción de Perón, el Estado, además de dirigir la economía y velar por la seguridad del pueblo, debía ser el ámbito donde los distintos intereses sociales, previamente organizados, negociaran y dirimieran sus conflictos. Esta línea - y a esbozada en la década de 1930- se inspiraba en modelos muy difundidos por entonces, que pueden filiarse tanto en Mussolini como en el mexicano Lázaro Cárdenas, y rompía con la concepción liberal del Estado. Implicaba una reestructuración de las instituciones republicanas, una desvalorización de los espacios democráticos y representativos y una subordinación de los poderes constitucionales al Ejecutivo, lugar donde se asentaba el conductor, cuya legitimidad derivaba menos de esas instituciones que del plebiscito popular. Paradójicamente, u n gobierno surgido de una de las escasas elecciones inobjetables que hubo en el país recorrió con decisión el camino hacia el autoritarismo. Así, e n 1947 reemplazó a la Corte Suprema mediante un j u i c i o político escasamente convincente. Utilizó ampliamente el recurso de intervenir las provincias; en muchos casos - e n Santa Fe, Catamarca, Córdoba, entre o t r o s - , y en la mejor tradición argentina, lo hizo para resolver cuestiones entre sectores de su heterogénea cohorte de apoyos. Pero en u n caso, en Corrientes, y sin que mediara conflicto alguno, lo usó para deponer al único gobernador no peronista elegido en 1946. U n a ley acabó en 1947 con la autonomía universitaria, estableciendo que toda designación docente requería de u n decreto del Ejecutivo. El Poder Legislativo fue formalmente respetado - e l corpus legislativo elaborado en esos años fue abundante- pero se lo vació de todo contenido real: los proyectos se preparaban en oficinas de la presidencia, y se aprobaban sin modificaciones; los opositores fueron acusados de desacato, excluidos de la Cámara o desafora-

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tliia, < o i n o ocurrió en 1949 con Ricardo Balbín, y la discusión parlamenta||M lm «ludida recurriendo al "cierre del debate", especialidad del diputado A«loi|'.au>. En 1951, una modificación del sistema de circunscripciones »|i< luíales -diagramado por Román Subiza, secretario de Asuntos Polítilo* i«-1lujo al mínimo la representación opositora en la Cámara de D i p u tólo. I I avance del Ejecutivo llegó también al "cuarto poder": con recurría diversos, el gobierno formó una importante cadena de diarios y otra de Millo-., que condujo desde la Secretaría de Prensa y Difusión, administrada |ioi Kaul Alejandro A p o l d , a quien la oposición solía comparar con el doc|oi ( loebbels. Los diarios independientes fueron presionados de m i l mane!•!« i notas de papel, restricciones a la circulación, clausuras temporarias, |f!>tiiados, y en dos casos extremos - L a Prensa y La Nueva Provincia, en |MM la expropiación. La reforma de la Constitución, realizada en 1949, MI ahí con la última y gran salvaguardia institucional al autoritarismo y Mtahleeió la posibilidad de la reelección presidencial. Dos años después, i n noviembre de 1951, Juan Domingo Perón y J. Hortensio Quijano fueron i n Ii i tos, obteniendo en la ocasión - c u a n d o votaron por primera vez las liai|ríes- alrededor de las dos terceras partes de los sufragios. 1

Para Perón, tan importante como afirmar la preeminencia del Ejecutivo B i t el resto de las instituciones republicanas fue dar forma al heterogéneo t o n p i n t o de fuerzas que lo apoyaba, proveniente de diferentes sectores, con Irada iones diversas, y muchas veces nutrido de cuadros y militantes sin expe|li tu ia n i formación política. A todo ello había que darle un disciplinamiento y oiganización acordes con los principios políticos más generales del peronisni'i, y además evitar tanto los conflictos internos como la posibilidad de que n u amaran y transmitieran tensiones y demandas desde la base de la sociedad. I'III.I e l l o recurrió a un método muy tradicional, ya practicado por Roca, Yrigoyei i y Justo: el uso de la autoridad del Estado para disciplinar las fuerzas propias, V uno novedoso, la utilización de su liderazgo personal e intransferible - c o m p mido con su esposa-, que se constituyó naturalmente pero que luego fue • un hulosamente alimentado por la maquinaria propagandística. En el Congrei»o, Perón exigió de cada diputado o senador una renuncia en blanco, como yiirantía de su disciplina. El Partido Peronista, creado en 1947, adoptó una • a ionización totalmente vertical, donde cada escalón se subordinaba a la decilón del nivel superior, hasta culminar en el líder, presidente del país y del pan ido, con derecho a modificar cualquier decisión partidaria. Se trataba de una versión local del célebre Führerprinzip alemán, pero su aplicación fue menos dramática: el Partido -manejado por el almirante Teisaire— se limitó a • nganiznr las candidaturas y Perón, a arbitrar en los casos difíciles o a mencio-

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nar s i m p l e m e n t e quiénes debían ser electos. La organización se modificó v J rias veces y, c o m o mostró Alberto Ciria, los organigramas, cada vez más c o i i j piejos, a c e n t u a r o n la verticalidad. Finalmente, el Partido fue incluido denirJ del m o v i m i e n t o , junto con el Partido Peronista Femenino -que organizó l i v l P e r ó n - y la CGT, alas órdenes del jefe supremo, a quien se subordinaban J C o m a n d o Estratégico y los Comandos Tácticos. A d e m á s de esta terminología militar, la organización incluía u n e l e m e n » revelador: e n cada nivel se integraba la autoridad pública ejecutiva résped I va - i n t e n d e n t e , gobernador o presidente-, con lo cual quedaba claro, y pucJ to por escrito, que movimiento y nación eran considerados una misma cosa, Lo que inicialmente fue la doctrina peronista se convirtió en la Doctriim N a c i o n a l , consagrada en esos términos por la Constitución de 1949, quJ articulaba t a n t o al Estado como a la comunidad organizada. Estado y movlJ miento, m o v i m i e n t o y comunidad confluían en el líder, quien formulaba (I doctrina y la ejecutaba, de manera elástica y pragmática, con su arte de con ductor que aunque personal e intransferible podía ser enseñado a q u i e n J asumieran los comandos subordinados. Se combinaban aquí las tradiciones del Ejército, donde la conducción es u n capítulo fundamental del mando, y la de los modernos totalitarismos que, en su versión fascista, sin duda impre sionaron a Perón. Esta retórica era sin duda ajena a la tradición política principal del país) liberal y democrática, aunque su emergencia no puede resultar absolutamente extraña si se recuerda lo que fueron anteriormente las prácticas concretas n i la identificación del partido con la nación, n i la marginación del Congre] so, n i la identificación entre el jefe del Estado y el jefe del partido oficial eraij novedades absolutas. Por otra parte, si el peronismo segó sistemáticamente los ámbitos de participación autónoma, ya fueran estos partidarios, sindical les o civiles, y tuvo u n a tendencia a penetrar y "peronizar" cualquier espacie de la sociedad civil, n o es menos cierto que encarnó y concretó u n vigorosí-l simo movimiento democratizado^ que aseguró los derechos políticos y socia-' les de vastos sectores hasta entonces al margen, culminando con el establecí-/ miento del voto f e m e n i n o y la instrumentación de medidas concretas pan] asegurar a la mujer u n . lugar en las instituciones. Los conceptos más tradición nales de democracia n o alcanzan a dar cuenta de esta forma, muy moderna,' de democracia de masas. Esta singular f o r m a i de democracia se constituía desde el Estado. Los d i versos actores que c o n f o r m a b a n su base de sustentación eran considerados como "masas", es d e c i r , u n todo indiferenciado, cuya expresión autónoma o específica no era v a l i o s a , y que debía ser moldeado, inculcándole la "doctri-

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HH" A • lio se dirigía la propaganda masiva, que saturaba los medios de coMlllua a< ii ni -utilizados por primera vez en forma sistemática- y también la M» in la I I régimen tuvo una tendencia definida a "peronizar" todas las instiHttluiti •., y a convertirlas en instrumentos de adoctrinamiento. Sería difícil lltldia di la eficacia de estos mecanismos, que se traducían en u n sufragio Mlrtiloi u i favor de Perón o de los candidatos por él indicados. |Vn » la forma más característica y singular de la política de masas eran las de Mayo, 17 di in (ubre- y en ocasiones especiales -cuando había que celebrar algo o nuil i * ai alguna decisión política-, conservaban mucho del pathos desafiante, ||Mi MU aneo y contestatario de la movilización fundadora del peronismo, pelo Miualk-udo y atemperado, más en memoria y potencia que en acto. Ya no Man espontáneas sino convocadas, c o n suministro de medios de transporte; iihli nadas y encuadradas, hasta incluyeron controles de asistencia. Sobre t o i|n, i tan jornadas festivas, despojadas de elementos de enfrentamiento real, MUmuida metafórica "oligarquía" o "antipatria", que expresaban antes la Ittudadde la nación que de sus conflictos: en la "fiesta del trabajo" -según el tll«puadn verbo de Oscar Ivanissevich, ministro de Educación y vate o f i c i a l | I M 11 abajadores, "unidos por el amor de Dios", se reunían "al pie de la bande|M nu uisanta". En rigor, este proceso n o era nuevo y la lenta transición de la binada combativa a la festiva se inicia en la década de 1920. E n rigor tamH I I M I , la tradición contestataria era recordada y mantenida tanto por Perón lltitio, sobre todo, en las palabras ásperas, llenas de furor plebeyo y desafío l lunilla de Eva Perón. lililí I I I . M I iones y concentraciones. Realizadas en días fijos - l

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AI renovar el pacto fundador entre el líder y el pueblo, las grandes coni m u aciones cumplían u n papel fundamental en la legitimación plebiscitada del régimen, que era considerada mucho más importante que la d e c imal, Además, eran el momento privilegiado en la constitución de una lili ni idad, que resultaba tanto trabajadora y popular como peronista. Todo •feparaba el momento privilegiado de la recepción del discurso del líder que, al apelar desde el "balcón" a los "compañeros", incluía tanto una defilih ion de su lugar, más allá de las pasiones y de los conflictos, como del de quienes lo apoyaban y aceptaban su dirección - l a patria, el pueblo, los traha|adores-, y de los enemigos, calificados como la antipatria y, como tales, r m luidos del sistema de convivencia, pues "a los enemigos, n i justicia", ptlvia Sigal y Eliseo Verón h a n señalado la incorporación definitiva a la i ullura política popular de dos elementos difícilmente asimilables a la tradición democrática más clásica: la verticalidad y el faccionalismo, converlldos desde entonces en valores políticos.

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¿Hasta q u é punto esto fue responsabilidad exclusiva del peronismo? I u oposición t e r m i n ó ocupando el lugar asignado en este sistema. La derrota d i 1946 desarticuló totalmente el proyecto de la U n i ó n Democrática -últinui figuración d e l Frente Popular- y enfrentó a los partidos opositores con uní cuestión d i f í c i l : desde dónde enfrentar a Perón. Los socialistas, apartados do toda representación política, mantuvieron su caracterización de "nazifasciv mo", d e n u n c i a r o n los avances hacia el autoritarismo y consideraron que In prioridad era acabar con el régimen; los grupos de socialistas que intentaban una postura más comprensiva hacia los trabajadores que habían adherido al peronismo n o lograron quebrar la sólida y ya anquilosada estructura partidaria. A l g o s i m i l a r ocurrió en el Partido Comunista: hubo u n período de acer camiento y simpática comprensión, por la vía de las organizaciones de traba jadores, que culminó con la expulsión de los dirigentes que la propiciaron, Los conservadores sufrieron el cimbronazo de una cantidad de dirigentes que se "pasaron", pero finalmente se reconstituyó, en una línea de oposición from tal, fundada en la defensa de la legalidad republicana. En el radicalismo el proceso fue más amplio. La derrota de 1946 abrió el camino a la renovación partidaria y una coalición de intransigentes renova^ dores y sabattinistas, críticos de la estrategia de la Unión Democrática, desplazó a los "unionistas" que venían del tronco alvearista. E n 1947, en la Convención de Avellaneda, el M o v i m i e n t o de Intransigencia y Renovación había formulado sus principios, que transformaban sustancialmente el programa radical, hasta entonces ambiguo e impreciso. El M I R , sin renunciar a la defensa de la Constitución y de la República, combatió al peronismo desde una posición que se presentaba como más progresista, tanto en lo social como en lo nacional, y lo hizo c o n más soltura a medida que el régimen, por las exigencias del gobierno, fue abandonando sus posiciones iniciales más avanzadas. Mientras el grupo unionista optaba por el desafío frontal y especulaba c o n u n golpe militar, l o s intransigentes discutieron en el Congreso cada uno de los proyectos gubernamentales, coincidieron a veces, y señalaron objeciones fundadas y atendibles en muchos casos. En el grupo de los cuarenta y cuatro diputados, presidido por Ricardo Balbín y A r t u r o Frondizi, se formó toda la dirigencia r a d i c a l posperonista. Pero no llegaron a constituirse en una verdadera oposición democrática, en parte porque entre muchos de ellos el faccionalismo era t a m b i é n muy fuerte, pero sobre todo porque la mayoría peronista no estaba dispuesta a convertir al Congreso en u n lugar de debate, e incluso a tolerar que fuera una tribuna de los disidentes con la Doctrina Nacional. Todos los recursos se usaron para acallar sus voces y, finalmente, para ubicarlos en la p o s i c i ó n que previamente se les había asignado.

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Un conflicto cultural | H v liulencia del discurso político y, sobre todo, los encendidos ataques a la "iillK.uquía" no se correspondían c o n una conflictividad social real n i m u dio menos con una guerra social, como parecía desprenderse de aquéllos. |¡| ne.üncn peronista no atacó ningún interés fundamental de las clases lllii» iiadicionales, aunque algunos segmentos de ellas pudieran verse afectólos por la política agropecuaria. Las instituciones que expresaban los-intet>M ganar apoyos entre los oficiales -creció el escalafón, los ascensos ( M U n i y hubo variadas prebendas para jefes y oficiales- y también en•ub. IIK iales, beneficiados con el derecho al voto -hasta entonces, una piiiuiiuíu los colocaba en el nivel de los irresponsables-, el uso de uni•liml.ii a los oficiales y un sistema de becas para educar a sus hijos, a lo W -mugó la posibilidad de "abrir los cuadros" y permitir su ascenso al p de oliciales. Todos estos beneficios, que suponían también el increNi de las rivalidades y suspicacias internas, apuntaban a lograr u n com||«. > mas pleno por parte de quienes debían ser u n componente central | ) |M i ni MI andad organizada. |l| i i.mpromiso solicitado puso en evidencia todas las reticencias y dudas ||H> 11 uiamen - n o ya el presidente constitucional- suscitaba entre los m i l i ||t*« 'M preguntaban acerca de la solide: de u n orden proclamado, pero baMili. n i la agitación popular permanente; se indignaban ante avances flaJMlin . del autoritarismo, como la expropiación del diario La Prensa, y se Iffll'ib ni sobre todo con Eva Perón, su injerencia en los asuntos del Estado y MI pi i uliar estilo. La proclamación de su candidatura a la vicepresidencia, en f ) I 'ubildo A b i e r t o del Justicialismo del 22 de agosto de 1951, a la que ella ttviMiii' ió días después, fue sin duda difícil de tolerar. Estos y quizás otros Mi*Mlvi »s dieron el espacio mínimo para la acción de grupos de oficiales decil l l d n . a derribar a Perón, vinculados con aquellos políticos opositores embarIHiIns ya en la misma ruta. El 28 de septiembre de 1951 el general Benjamín M i nendez encabezó u n intento, notoriamente improvisado y fácilmente sofU adi». Si bien se puso de manifiesto la firme posición legalista del grueso del |)fa« n o , también constituyó u n llamado de atención para u n régimen que b i i .i entonces no había tropezado con oposición consistente alguna. Perón Ipinvcchó la intentona -que calificó de " c h i r i n a d a " - para establecer el esta.1" de guerra interno y mantenerlo hasta 1955. C o n ese instrumento se deditó a depurar los mandos militares de adversarios, sospechosos, tibios o vaciantes. A la vez, en plena campaña electoral, restringió aún más la acción de los políticos opositores y obtuvo un aplastante triunfo en noviembre de ese no, en las primeras elecciones c o n sufragio femenino: logró el 64% de los Votos, la totalidad de los senadores y el 9 0 % de los diputados, gracias a las ventajas del sistema de circunscripciones.

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Consolidación del autoritarismo Perón i n i c i ó su segundo período visiblemente consolidado por el nuevo plan e c o n ó m i c o , que parecía tener éxito, la victoria sobre rebeldes militare» m sindicalistas y el espectacular triunfo electoral. Hasta la muerte de Evita, »lfl duda u n golpe muy duro para el régimen, fue ocasión para unos fuñera loa convertidos e n singular manifestación plebiscitaria. El f i n de la etapa revolwJ cionaria —visible en la nueva política económica y en la normalización de l.i relaciones c o n Estados Unidos, y también simbolizado por el trágico acall.i-1 miento d e la voz más dura del régimen- podía hacer presuponer una marcha hacia la pacificación política y una relación más normal con los que disen tían, en e l marco de un cierto pluralismo. Pero había otras fuerzas que empu jaban al mantenimiento y acentuación del rumbo autoritario: el propio de senvolvimiento de la maquinaria puesta en marcha, que avanzaba inexora blemente sobre las zonas no controladas, y la poca predisposición pnrfl reconstruir los espacios democráticos por parte de muchos de los opositores, jugados a la eliminación del líder. En los tres años finales de su gobierno Perón tuvo una conducta errática, Fue evidente la dificultad para llenar el vacío dejado por la muerte de Eva Perón: tanto en la Fundación, como en el nuevo Partido Peronista Femenino o en la misma CGT se advirtió u n manejo burocrático y una pérdida de iniciativa, Perón mismo pareció perderla, manifestó cierto cansancio y menor concentra i ción en el trabajo y la conducción política; pasó mucho más tiempo en la residencia de Olivos y se dedicó a exhibirse rodeado por las adolescentes de la Unión de Estudiantes Secundarios, instaladas en la misma residencia, o ¡i encabezar desfiles juveniles en motoneta - l a última novedad en sustitución ele importaciones-, luciendo u n llamativo gorrito de béisbol. La Unión de Estudiantes Secundarios (UES) era precisamente una de las nuevas manifestaciones de esa vía autoritaria, que procuraba encuadrar todos los sectores de la sociedad en organizaciones controladas y "peronizadas". La máquina plebiscitaria, perfectamente organizada, producía regulares y previsibles convocatorias a la plaza. Se avanzó en la "peronización" de la administración pública y la educación, con la exigencia de la afiliación al partido, la exhibición del "escudito" o el luto por la muerte de Eva Perón, la donación de sueldos para la fundación y todo tipo de manifestaciones celebratorias del líder y su esposa, cuyos nombres fueron impuestos a estaciones ferroviarias, hospitales, calles, plazas, ciudades y provincias. La "peronización" llegó a las Fuerzas Armadas: hubo cursos i o n el sólido anticomunismo peronista. Finalmente, a fines de 1952, fue un veterano dirigente socialista, Enrique D i c k m a n n , quien negoció con Pei o n la liberación de presos políticos socialistas y la reapertura del periódico I a Vanguardia, para ser de inmediato expulsado del partido. C o n apoyo o f i • luí, Dickmann fundó el Partido Socialista de la Revolución Nacional, que ii» olectó disidentes varios de la izquierda, c o n el que Perón proyectó infrucluosamente dividir al socialismo. Este tenue comienzo de una apertura - n o declarada por ninguna de las ilus partes- terminó bruscamente en abril de 1953: durante una concentra• i< m, y mientras hablaba Perón, estallaron en la Plaza de Mayo bombas colol i i d a s por grupos opositores lanzados al terrorismo y murieron varias personas, La respuesta fue en la misma clave violenta: grupos peronistas incendiaI o n la Casa Radical, la Casa del Pueblo socialista y el Jockey Club, centro rmblemático de la ambigua y ubicua "oligarquía"; la Policía, llamativamente p a s i v a , tornóse activa para impedir el incendio del diario La Nación. A esa I « p l o s i ó n de terror administrativo siguió una amplia e indiscriminada deloneión de dirigentes y personalidades opositores, que incluía desde Ricardo Malbín hasta Victoria Ocampo. Pero en la segunda mitad del año el régimen m ablandó y aceptó liberar a los presos siempre que los partidos lo pidieran y I dieran así prueba de reconocimiento al régimen, conducta que, discretamente, siguieron los partidos menores. En diciembre, finalmente, una ley de amnistía permitió liberar a la mayoría. A l año siguiente, 1954, la convocatotía a elecciones para designar vicepresidente - Q u i j a n o había muerto apenas reelecto- llevó a montar nuevamente el escenario y la maquinaria electoral: I el almirante Teisaire -que administraba el p a r t i d o - derrotó con la tradicio-

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nal a m p l i t u d a Crisólogo Larralde, uno de los más destacados dirigentes d e l intransigencia radical.

¡Ift duda un grave error, y la señal de que ese hábil político - t a n capaz de |#tl« ai el campo propio como de explotar las debilidades del advérsanosla perdido muchas de sus capacidades. | a ( i animidad Organizada - o , más modestamente, la peronización de las Iftiilin. iones de la sociedad- era un proyecto con una dinámica propia, ejeIHttiidn por un conjunto de funcionarios, que ya marchaba independienteRMiliie de la voluntad o el arte conductivo del líder. El Ejército, al principio |W|li 1.11 dado en su independencia y profesionalidad, había sucumbido en su M M i l i i " y las voces disconformes eran cada vez más fuertes. Pero la Iglesia, MHi lii que inicialmente se había establecido un acuerdo mutuamente conveMlMHc, era irreductible a él, y por eso potencialmente enemiga, máxime cuanto IHt la t ompleja institución tenían u n lugar n o despreciable viejos enemigos dfl nv.imen -identificados con la oposición- y nuevos disidentes, quejosos i(p I I M mfos aspectos de la nueva política, como el abandono de las consignas Mili lonalistas. El Estado peronista y la Iglesia empezaron a chocar en una MU le le campos específicos. La Iglesia era sensible a los avances de aquél en p| trueno de la beneficencia, a través de la Fundación, y en el de la educación; •ii|iu. al desagrado por el creciente culto laico del presidente de la Nación y su Hp' M se agregaba la preocupación por los avances del Estado en la organización . le los estudiantes secundarios, en u n contexto de sombrías sospechas de 11111 upe i o n . A l gobierno lo turbaba la conspicua intromisión de la Iglesia t i l la política, con la Democracia Cristiana, y la más solapada en el campo yrt'imal que, desde el punto de vista del régimen, resultaba francamente -nb\.

Por e n t o n c e s el radicalismo había definido su perfil, encontrando un ii J guio de o p o s i c i ó n posible a u n régimen que giraba simultáneamente al c o I servadurismo y a l autoritarismo. A l igual que los otros partidos, los radicaltJ debían soportar, desde 1946, una dura división interna. Los unionistas, henderos del alvearismo y la Unión Democrática, estaban totalmente jugados 4 la abstención, la ruptura total y el golpe militar, y los sabattinistas de C ó r d B ba se h a b í a n plegado a esa línea. El grupo de Intransigencia y Renovación! en cambio, insistió desde el comienzo en la lucha institucional e ideológica,! y siguió h a c i é n d o l o pese a la reducción casi total de los espacios. E n 1954 ganó definitivamente el control del partido, cuando A r t u r o Frondizi alcanza la presidencia del Comité Nacional. Acusado de " r o j o " por sus enemigo» internos, Frondizi había definido una imagen original de político intelectual, reforzada p o r la publicación de su libro Petróleo y política. C o n él, había lanzado la propuesta de combatir al peronismo desde lo que éste tenía de máJ progresista, y sin renunciar a la crítica institucional, reivindicar la reforma agraria y el antiimperialismo, tema que los contratos petroleros habían tor nado urticante. 1

Puede especularse sobre la sinceridad de esta propuesta y la posible emergencia de una clase política renovada. Pero ciertamente, en 1954 se ubicaba - c o m o lo ha señalado Félix L u n a - en el cuadro general de una cierta reapertura del debate público, que coincidía con u n envejecimiento del régimen y de su líder. Por entonces, la revista Esto Es practicaba u n periodismo abierto que se distinguió de la monótona apología de la prensa oficial; el periódico De Frente, de John W i l l i a m Cooke, pareció introducir en el peronismo un inesperado debate interno, que en ese movimiento verticalista n o reconocía antecedente alguno; las revistas Imago Mundi y Contorno abrían una alterna tiva cultural y mostraban u n renovado interés por la actualización del mundo intelectual. Ese año, la fundación del Partido Demócrata Cristiano parecía indicar-como ha d i c h o Tulio H a l p e r i n - que la Iglesia se sumaba a esta visión en cierto modo postuma del régimen envejecido.

La caída La fundación del P a r t i d o Demócrata Cristiano marcó el comienzo del conflicto entre Perón y la I g l e s i a , que rápidamente llevó a su caída. Pese a que había múltiples razones, xio era un conflicto inevitable; dejarse llevar a él fue

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I I conflicto estalló en septiembre de 1954, cuando en Córdoba compitien -i 1 dos manifestaciones celebratorias del Día del Estudiante, una organizada «ot lus católicos y otra por la UES. E n noviembre Perón lanzó su ataque conIM la Iglesia; el enfrentamiento pareció enfriarse en seguida, pero se agudizó l l i diciembre, luego de la multitudinaria procesión en Buenos Aires en el día |(jr la Inmaculada Concepción! El ataque mostró la verticalidad alcanzada en If I aparato político oficial: todos a una, con escasas disidencias, descubrieron fcm tremendos vicios de la Iglesia. Aunque se intentó limitarlo a "unos pocos Murns", fue u n ataque feroz, asombroso para una sociedad que desde 1930 'Había retrocedido tanto en su aprecio por los valores del laicismo. Se prohih l n o n las procesiones, se suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas, se lili indujo - e n una ley en vías de aprobación referida a otra cuestión- una loipresiva cláusula que permitía el divorcio vincular, se autorizó la reapertuia de los prostíbulos y se envió u n proyecto de reforma constitucional para k ] «arar la Iglesia del Estado. Muchos sacerdotes fueron detenidos y los periór

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n. < se lo autorizó. Por entonces, Perón había concluido que la posibi|t» abrir un espacio para la discusión democrática que lo incluyera era a Id H de agosto, luego de presentar retóricamente su renuncia, conM pi M última vez- a los peronistas a la Plaza de Mayo, denunció el fracatjp f i 11 mediación y lanzó el más duro de sus ataques contra la oposición: _phla uno de los nuestros, afirmó, caerán cinco de ellos. hi« el canto del cisne. Poco después, el 16 de septiembre, estalló en Cór|n« una sublevación militar que encabezó el general Eduardo Lonardi, u n MfHIli'i oficial, conspirador de 1951. Aunque los apoyos civiles fueron JHlldi"., especialmente entre los grupos católicos, las unidades del Ejército

dicos se llenaron dé denuncias públicas y comentarios groseros sobre la n" planteaba un problema para el futuro, mediato o inmediato: qué haH'u • I peionismo. Algunos aceptaron la exclusión sirte die, confiando vaga•P VII que la "etducacj^.democrática" - t a l el nombre de una nueva mateP la escuela media- terminaría surtiendo su efecto. Otros aspiraban a M« líder y redimir a los peronistas, y los más prácticos, sencillamente a reciiii apoyo electoral, y a través de él a "integrarlos". Las distintas opciones fclli i n i i i i todas las fuerzas políticas. En la derecha, optaron por acercarse al hMom», d i ' la izquierda o del nacionalismo popular, se identificaron con el peronisl l i n , mientras que para muchos otros, el radical A r t u r o Frondizi empezó a repn .rutar una alternativa atractiva. El ascenso de Frondizi en la Unión Cívica Radical provocó su ruptura. antes de 1955 los intransigentes convivían con dificultad con los unioUlMas y sabattinistas, más cercanos a los grupos golpistas y conspirativos. iVspués de la caída de Perón el radicalismo se dividió: quienes seguían a Ka ardo Balbín se identificaron con el gobierno libertador, mientras que A r I I I I O Frondizi eligió la línea de acercamiento con el peronismo, basándose en id tradicional programa nacional y popular del radicalismo, así como en su i onst.itutiva oposición a las "uniones democráticas". Para atraer a los peronistas, reclamó del gobierno el levantamiento de las proscripciones y el mantenimiento del régimen legal del sindicalismo. En noviembre de 1956-cuando las elecciones presidenciales eran cosa remota- la UCR proclamó la candidatura presidencial de Frondizi, lo que aceleró la ruptura, y el viejo partido se dividió en dos: la UCR Intransigente y la UCR del Pueblo. | VMIC

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En 1 9 5 7 , acosadopor dificultades económicas y una creciente oposicioJ sindical y política, el gobierno provisional empezó a organizar su retiro y l cumplir c o n e l compromiso de restablecer la democracia. Se convocó un. C o n v e n c i ó n Constituyente, enparte para legalizar la derogación de la C o n J titución d e 1949 y actualizar el texto de 1853, y en parte para auscultar i J resultados de la futura e l e c c i ó n presidencial. Perón ordenó votar en blanco I esos v o t o s -alrededot d e l 24%- fueron los más numerosos, aunque ciertaJ mente m u c h o s menos de los que el peronismo cosechaba cuando estaba en J gobierno, y casi iguales a los de la UCR del Pueblo, que era el partido o f i c i a l j ta. E n tercer lugar, a no m u c h a distancia, se colocó la UCR Intransigente. L i C o n v e n c i ó n resultó un fracaso y se disolvió luego de introducir enmienda! menores - u n a ampliación del artículo 14, que incluía el derecho de huelga , pero las enseñanzas de los resultados electorales fueron claras: quien atrajera a los votantes peronistas tenía asegurado el t r i u n f o , siempre que el pero» nismo siguiera proscripto. Esta condición era garantizada por el gobierno libertador. A r t u r o Frondizi se lanzó al juego, ciertamente riesgoso. C o n u n discurd moderno, referencias claras a los problemas estructurales del país y una propuesta novedosa, que llenaba de contenidos concretos los viejos principios radicales, nacionales y populares, se había convertido sin dificultades en la alternativa paraTasluerzas progresistas y para u n sector amplio de la izquier da. Su vinculación c o n Rogelio Frigerio introdujo u n sesgo importante en su discurso, al subrayar la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas y el papel que en ello debían cumplir los empresarios. La maniobra más audal consistió en negociar con el propio Perón su apoyo electoral, a cambio del ¿futuro levantamiento de las proscriJciaSries. La orden de Perón fue acatada -salvo por unos 800 m i l reluctantes- y Frondizi se impuso en las elecciones del 23 de febrero de 1958, con algo más de 4 millones de votos, contra 2,'i millones que obtuvo Ricardo Balbín. Frondizi presidió e l gobierno entre mayo de 1958 y marzo de 1962. En la nueva versión de su programa —que decepcionaba a su^segujdores de izquierda^Frond iziasp 1 raba a r e n o v a r los acuerdos, de raigambre peronista, entre los empresarios y los trabaj adores; éstos eran convocados a abandonar su actitud hostil e integrarse y c o m p a r t i r , en u n futuro indeterminado, los beneficios de u n desarrollo e c o n ó m i c o impulsado por el capital extranjero. Esta retórica incorporaba el novedoso tema d e l desarrollo, asociado con las inversiones extranjeras, y lo unCa a la condena del viejo imperialismo británico. Todas las fuerzas del p a í s moderno eran convocadas a unirse en la común oposición a l o s intereses, locales y foráneos, forjados en la etapa

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? ( p o r t a d o r a . Además de trazar el prospecto de u n país en crecimiento toiillictos, la retórica, deliberadamente imprecisa, servía para justifica ai i ii-sgadas maniobras tácticas del presidente. Se legitimaba así a los |po» técnicos que encabezaba Rogelio Frigerio -supuestamente repreMlile de la "burguesía n a c i o n a l " - así como el pacto con Perón y el acuerdo i.» «Indicaros. La confianza en la eficiencia de este programa justifícala concesiones a otros '-lfacjiirjñs_adejDoder", en cuestiones juzgadas sellHtdiH la como a k j g l e s i a r en el campo de la enseñanza, y a los militares, M|n quienes, sin embargo, se aspiraba a desarrollar una tendencia adjicta^ lona I " y desarrollista. fl| lealismo político del presidente incluía una tendencia a inclinarse por |Mt'M"' ¡ación táctica con las grandes corporaciones, y consecuentemente |ym i i i asa valoración de la escena política, que acababa de ser formalmente IHtiiuiada. Es cierto que los partidos - y en particular la UCR del PuebloHMIUII a ron un rechazo a priori de cualquier cosa que hiciera u n presidente tuya \ 11 >ria consideraban "fegífirná, así como escaso aprecio por las instituttVni democráticas y poca fe en el valor de la continuidad institucional, al Mitin i de especular con la posibilidad de u n golpe militar. Pero el estilo políj|tu dr Frondizi y su grupo -convencidos de la verdad intrínseca de sus projUM'iia'. era de por sí poco inclinado a la discusión programática, la persualliln o l a búsqueda de acuerdos políticos, n i siquiera en el ámbito de sus pro|t|iHt parí idarios. Id nuevo gobierno tenía amplia mayoría en el Congreso y controlaba la llilaliilad de las gobernaciones, no obstante lo cual su poder era claramente. |*l«. ai ¡o. Los votos eran prestados, y la rjapturaxo^ yna posibilidad muy real. Las Fuerzas A r m a d a s n o simpatizaban con quien Vibia roto ePcompfómiso de la proscripción, ganando con los votos peronist a y desconfiaban tanto de los antecedentes izquierdistas de Frondizi como m mi reciente conversión hacia el capitalismo progresista. Los partidos polí||i i is, escasamente interesados en la legalidad constitucional, no llegaban a i|tmlonnar una red de seguridad para las instituciones, y el propio partido I l l U i a l , dirigido desde la presidenciajj^ajnejap^ tólioma. Quizá por eso Frondizi apostó a obrar con prontitud, mientras pud i r i a hacerlo libremente, e introducir en forma inmediata cambios tales que louliguraran una escena más favorable. U n aumej4ter-dejálanos del 60%¿ una amnistía y el levantamiento de las proscripciones -que sin embargo no lin luían n i a Perón n i al Partido Peronista-, así como la sanción de la n u e v a |ry de Asociaciones Profesionales, casi igual a la de 1945, que la Revolución Libertadora había derogado, fueron parte de la deuda electoral. Frondizi asu-

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mió personalmente lo q u e llamó la "batallajjpl pprróW»", esto es, la negó J ción c o n compañías extranjeras de la exploración y puesta en explotaciónl las reservas, y simultáneamente anunció la ajujrojizaciójoqpara el f u n c i o j m i e n t o de universidades n o estatales, lo que generó u n profundo debate J tre los defensores déla enseñanza "laica" y los de la "libre", en su mayM católicos. E n los cálculos del presidente ambos debates - e l del petróleo y | de la e n s e ñ a n z a - acabarían neutralizándose. El m e o l l o de la política económica fueron las leyes de radicación de cu J tales extranjeros y de promoción industrial, sancionadas antes de que ternJ nara 1958. Por ellas se aseguraba a los inversores extranjeros libertad p;»í remitir ganancias y aun para repatriar el capital. R e s t a b l e c í a , u n régimd especial a las inversiones en sectores juzgados clave para la nueva etapa 1 desarrollo: la siderurgia, la petroquímica, celulosa, automotriz, energía, y r n turalmente el petróleo, a l que todos los diagnósticos señalaban como el n\i yor cuello de botella del crecimiento industrial. Habría trato preferencial J materia de derechos aduaneros, créditos, impuestos, suministro de energía j compras del Estado, así como en la protección arancelaria del mercado loe J todo ello manejado con u n alto grado de discrecionalidad, manifiesto notoria, mente en los contratos petroleros, que el presidente negoció en forma personal y secreta. Los resultados de esta política fueron notable^ las inversiones e\ tranjeras, de alrededoi de 20 millones de dólares en 1957, s u E í e r o r T ^ f 8 eil 1959, y 100 más en los dos años siguientes. La producción de acero y aun J motores creció de modo espectacular y casi se llegó al autoabastecimiento d i petróleo. I La fuerte expansión hizo probablemente más intensa la crisis cíclica trie! _nal -las anteriores fueron las de 1952 y 1956-, anunciada a fines de 1958 por. una fuerte inflación y dificultades serias en la balanza de_pagps.En d i c i e m b l de 1958 se pidió ayuda al FMI y se lanzó u n Plan de Estabilización, cuya receliil recesiva se profundizó en junio de 1959, cuando Frondizi convocó al Minis terio de Economía a l ingeniero A l v a r o Alsogaray. Se trataba de uno de los voceros principales d e las corrientes liberales y aplicó u n ortodoxo programa! de devaluación, congelamiento de salarios y supresión de controles y regulad ciones estatales cuyas consecuencias fueron una fuerte pérdida en los ingresos de los trabajadores y una desocupación generalizada. Esta segunda política, liberal y o r t o d o x a , era c o n t r a d i c t o r i a con la desarrollista inicial, que se filiaba en las propuestas estructuralistas, pero en cierto modo complementa ba y reforzaba sus efectos. Sin embargo, su adopción marcó el final de la ilusión integracionistai y puso e m evidencia la necesidad de enfrentar el obstáculo sindical.

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i |:| Plan de Estabilización puso f i n a una precaria convivencia entre el M t l H i m y los sindicatos peronistas, que hasta entonces habían apreciado Lpdlunismo era simplista y exagerada y que, dada

la opinión pública, a la

m/0 »i da igieron sus asesores civiles: explicaron a través de sucesivos comuniá p l o * l,i preocupación de la facción p o r t a legalidad, el respeto institucional y plmiqii.'da de una salida deiraiocrarjc,£^ • | I M pn «movieron Ta aparición de una revisto-singtdai^Pnw para • I i ndi i su posición, i I I uiunfo azul en septiembre llevó al Comando en Jefe al general Juan l l u i l " ' . I higanía, y al gobierno a quienes, al igual que Frondizi, habían trataI I i di estructurar un frente"político que de aigrrrra ináríéra intégrara~irlos • M o n i s t a s . Se trataba de un grupo de políticos provenientes de la democratlit < i ist iana y el nacionalismo, y algunos del propio desarrollismo, a la | I I I M ,i de una fórmula que reuniera militares, empresarios y sindicalistas. DisQuitan de varias estructuras electorales vacantes -entre ellas la Unión Popufc» UU partido neoperonista- pero no del candidato, que eventualmente pop i n haber sido el propio general Onganía. Pero las condiciones para esta rtln i nativa todavía no habían madurado: la mayoría de los empresarios desl o n b a b a n de los peronistas y en general de cualquier política que no fuera ranciamente liberal; los.peronistasdesconfiaban.de los frondicistas, mienli,i que lasjuerzas tradicionalmente^ntiperonistas, como la UCR del Pueblo, .Ii i a mciaban iádignadas la nueva alternativa espuria e ilegítima. También se Uponía la Marina, ausente de los enfrentamientos de septiembre, que el 2 de ubi il de 1963 realizó su propia subleyación^Esta vez el enfrentamiento con el I i n c i t o fue violento, hubo bombardeos y cuarteles destruidos; la Marina fue derrotada, pero su impugnación tuvo «éxito. A l término del episodio, el comunicado final de los azules retomaba las posturas antiperonistas y se decíala ba en favor de la proscripción del peronismo. _

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Los frentistas insistieron en encontrar la fórmula alquímica, esta vez-süx los íniUtares, reuniendo a frondicistas, democristianos y nacionalistas. En estas negociaciones, y en las anteriores, los sindicalistas hicieron valer su poder, practicando hasta sus últimas consecuencias el "doble juego", que no los comprometía definitivamente con ninguna alternativa y les permitía sacar provecho de todas. En enero de 1963 lograron que la CGT fuera normalizada, con lo que terminaron de redondear su estructura sindical, e inmediatamente comenzaron a presionar al gobierno con una Semana de Protesta^

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Pero a la vez jugaron l a j ^ a - p r j j f t l c a , negociando su participación M Frente, e n competencia caóTvez más evidente con Perón. Las negociad J no t e r m i n a r o n bien: cuando Perón proclamó c a n d i d a t o s Vicente S o n Lima, u n veterano político conservador quVa^stfél95Tse había acerca. 1.1 t| peronismo, se apartó el f^uesodeja^ y también otros gi u| J menores, a l tiérrrpevque el gobierno vetaba la fórmula, apelando a la l c g i l ción p r o s c r i p t i v a del peronismo de 1955. A s í s e l l e g ó a julio d e 1963 en una situación muy parecida a las e l e c c i ó n de 1957. Los peronistas «a^cidiejpr^v^tar^n-MancQ, pero una proporción J sus votos e m i g 7 o ^ r r f 3 v o r d e l candidatoL.de la- UCR^eO^ueblo, A r t u r o l i l i | quien c o n el 2 ¿ % 4 e k > s sufragios obtuvo la primera minoría, yt. luego la n J minación en el Colegio Electoral. Probablemente haya influido en ese a p o J sorpresivo la-presentación como candidato del general Aramburu, que csid ba siendo postulado desde 1958 para distinto tipo de alternativas, y que dcfll nió su posición en términos decididamente antiperonistas. ¡ A r t u r o Illia gobernó entre octubre de 1963 y junio de 1966. Esta s e g ú n experiencia constitucional posperonista se inició con peores perspectivas qu| la primera. Las principales fuerzas corporativas, incapaces por el momento de elaborar una alternativa a la democracia constitucional, habían hecho un alto pero estaban lejos de comprometerse con el nuevo gobierno. El partido ganador, la UCR del Pueblo, había obtenido una magra parte de los sufragio?», y si bien tenía la mayoría en el Senado, sólo controlaba algo más de la mitad de las gobernaciones, y no tenía mayoría en la Cámara de Diputados donde, debido al sistema de voto proporcional, estaba representado u n amplio espectro de fuerzas políticas. A diferencia de Frondizi, el nuevo gobierno radical le dio mucha más importancia al Congreso y a la escena política democrática, tanto por auténtica convicción como por su escasa propensión o capacidad para negociar c o n las principales corporaciones. La vida parlamentaria tuvo más actividad y brillo, pero el radicalismo no logró estructurar allí una alianza consistente, n i tampoco comprometer auténticamente a las fuerzas políticas en l a defensa de la institucionalidad. Arturo Illia, un político cordobés de la línea sabattinista, n o era la figura más destacada de su partido, y es probable que su candidatura derivara de la escasa fe en el t r i u n f o de los principales dirigentes. Dentro del abanico de tendencias del radicalismo, t e n í a simpatías por las posiciones más progresistas, pero debió negociar con l o s otros sectores, que ocuparon posiciones i m portantes en su gobiet-no. Su presidencia se definió por el respeto de las normas, la decisión de n o abusar de los poderes presidenciales y la voluntad de no exacerbar los c o n f l ictos y buscar que éstos decantaran naturalmente. Las

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EL EMPATE, 1955-1966

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|0I •» i entraron en esta modalidad, tachada de irrealista e ineficiente, b u l o el escaso aprecio que en la sociedad argentina existía por las for¡piiimrnticas e institucionales, j m l u n a económica tuvo un perfil muy definido, dado por u n grupoderj^Rt l l t o n fuerte influencia de la CEPAL. Los criterios básicos del populismo lula que laUCRadel Pueblo heredaba del viejo programa de los intransimdtcales -énfasis en el mercado interno,..políticas, de distribución, l l Ii .o del capital n a c i o n a l - se combinaban con elementos keynesianos: •lado muy activo en el control y en la planificación económica. El go|li i i ' benefició además de la coyuntura favorable que siguió a la crisis de • lOít 1, la recuperación industrial y particularmente de dos años de bueIJXII taciones. Los ingresoscíedos trabajadores se elevaron y el Congreso Ulta ley de.SalariiiiMíniTrio. El gobierno controló los precios.y avanzó id i raón e n algunas áreas conflictivas, como la comercialización de los t« amentos. Frente al capital extranjero, sin hostilizarlo, procuró reducir o -i ionalidad de las medidas de promoción. U n caso especial fueron los f u i . is petroleros, que habían sido u n caballito de batalla en la lucha conBnndizi, y que fueron anulados y renegociados.

f i l a política económica y social intentaba desandar parte del camino sedlo después de 1955 y despertó enconadas resistencias entre los sectores i|i••..iriales, expresadas tanto por los voceros desarrollistas, que se quejai de la falta de alicientes a la inversión extranjera, como sobre todo por los ^ p i l c * , que reaccionaban contra lo que juzgaban estatismo y demagogia, y I pirocupaban por los avances de los sindicatos y la pasividad del gobierno MU' «dios. f u t e había intentado aplicar los recursos de la Ley de Asociaciones para i n u n d a r a los dirigentes sindicales, especialmente en el manejo de los nudos y de das elecciones internas, con la esperanza de que surgiera una lllttlente de dirigentes que rompiera el m o n o l i t i s m o peronista. Los sindil i l b i a s respondieron con un PJgu^de_]Luchaque consistió en la ocupación |Malonada, entre mayo y j u n i o de 1964, d e T l j n i l fábricas, en una operab n que involucró a casi 4 millones de trabajadores, realizada con una Hliinificación exacta, sin desbordes n i amenazas a.la propiedad, y desmonln.l.i c o n igual celeridad y pulcritud. A u n q u e desde la derecha y desde la Uquieida.se quiso ver en esto el comienzo de u n asalto al sistema, fue sólo lia expresión, de rara perfección, de la estrategia impulsada por Vandor, a;: de obtener los máximos frutos c o n una movilización controlada y ningida. Tal despliegue estaba dirigido en parte a obtener concesiones I gobierno -particularmente el f i n de la presión sobre los sindicatos-

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pero sobre t o d o ahacer ver que éstos constituían u n actor insoslayal>lt>H real p e s o e n cualquier negociación seria, esto es, la que mantuviei.in H los m i l i t a r e s , los empresarios y el mismo Perón. E l vandonsmqaprovechaBa~asrwr:ar3al dominio de los sindicatos y • bien d e las organizaciones políticas del peronismo, para actuar simultantB alternativamente en l o s dos frentes y practicar su arte de la negociación. flfl p t i m e r semestre de 1964, y alentados por u n eventual levantamienio M proscripción, los sindicatos encabezaron una reorganización del Partido \u4 cialista - n u e v o nombre del Peronista-, que realizaron a su estilo, piuv. ai afiliación relativamente baja les permitió un perfecto control. Esto los fue? I vando a u n enfrentamiento creciente con Perón, amenazado en su lidctam La disputa entre arabos no podía superar ciertos límites, pues n i Perón \*M prescindir de los sindicalistas más representativos n i éstos podían renegat M liderazgo simbólico de Perón. La competencia consistió en un tironeo peina nente, en el que Vandor fue ganando posiciones. A fines de 1964 la dirigen < I local organizó el retorno de Perón al país, una provocación al gobierno y quia al propio Perón, de envergadura similar a la de una presentación electoral, aJ ponía sobre el tapete los pactos tácitos de proscripción. El Qperatjyo-RetouJ suscitó una gran expectativa entre los peronistas y avivó nnstalgiasyrantaiM Perón tomó u n avión, pero antes de que el gobierno se viera obligado a decidí qué hacer, las autoridades de Brasil lo detuvieron y enviaron de nuevo a EtM ña. N o está claro quién perdió más con este resultado, si el gobierno, Vandoi «I el propio Perón -los acontecimientos posteriores hicieron irrelevante el balan ce-, pero lo cierto es que Perón estaba dispuesto a jugar sus cartas para evituj cualquier acuerdo que lo excluyera. Por entonces empezó a cobijar y alentai i los incipientes sectores críticos de la dirección sindical e inclinados a una pn« lítica más dura, o incluso a seguir la senda de la Revolución Cubana. La principal preocupación de Perón se hallaba en el campo electoral, don de podía competir mejor c o n V a n d o r . En marzo de 1965 se realizaron las eleC ciones derenovación parlamentaria. El gobierno proscribió al Partido Justicia lista pero autorizó i d o s peronistas a presentarse tras rótulos menos conflictivos, como la Unión Popular, controlados por elsindicalismo vandorista o por can dillos provinciales "fieóperonistas", que interpretaban de manera muy amplií y flexible el liderazgo de EerórjL J_,os resultados fueron buenos para el peronisnn pero no aplastantes, pues sumando todos los segmentos obtuvieron alrededoi del 36% de los v o t o s . Lograron constituir un fuerte grupo parlamentario, qui encabezó un a ¡átere cXé Vando x, y empezaron a prepararse para las elecciones de 1967, en las que - c o m o en 19C52- se competiría por los gobiernos de provincia Si Vandor imponía s u s candidatos en las principales provincias y lograba reu-

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niu|ms neoperonistas provinciales, habría logrado institucionalizar al

laiu.. MI i Perón_y armar una poderosa huerza disgente. De alguna manera

l||a, Perón y el gobierno c o n c u r r i e r o n |l ¡o* tili irnos meses de 1965 Perón envió a la Argentina a su esposa

Ép\^iP la, j^oi^cjddacomo Isabel, como "su representante~personal. Isabel mk\i indos los grupos~sindicales adversos o refractarios al liderazgo de ¡ u ti, I.nilode4z4iuáe4da-comojdeiderecha, y motorizó una división~en las T»lM'Mii aciones; aunque la encabezó el propio secretario general de laCGT, M0 Alonso, fracasaron en su intento de ganar la conducción sindical. Pero a m u Ipios de 1966, cuando se celebraba la elección de gobernador de M e n M i i , h.ibel apoyó una candidatura peronista alternativa a la que propiciaba • M ' " ' y l supero^iTTjriamente en votos: Así, a -mediados-de 1966 la com; >

t l i n> ta entre Pgrcnvy_ Váridór^^^^SíÍ3^¡DMrL£Xopa.te: aquél se imponía en f{ f u euaiio electoral y éste en el sindical. Quizá por eso Vandor haya desearIndi < tli momento el escenario electoral, dirigiendo sus pasos hacia los grana*» t> lores corporativos. H i l'uerzas Armadas no miraban con demasiada simpatía el gobierno de di >nde tenían predicamento los derrotados militares colorados- pero se II vieron de hacer planteos o de jpxesionar. En el Ejército, la prioridad del iuuuinlanteT3hganía y del grupo de oficiales de Caballería que lo rodeaba 111 la reconstrucción de la institución, el establecimiento del orden y la dis-^ i Iplina, largamente quebrados en los años siguientes a 1955, y la consolida-I H f o de la autoridad del comandante. Más que de respeto a las instituciones ^institucionales, se trataba de la convicción de que, dadas las características a* In escena"política, cualquier intervención parcial provocaría divisiones füt i iosas. Progresivamente, las Fuerzas Armadas no hablaron más que a trau . i le sus comandantes en jefe, y de entre ellos Onganía fue adquiriendo una |Miinacjanjacional. En 1965, en una reunión de jefes de Ejército americanos en West Point, manifestó su adhesión a l a llamada "docudna.de la seguridad nacional": las Fuerzas Armadas, apartadas á^Jaj^ornrjetencia estrictamente oh tica, eran sin embargo la garantía de los valores supremos de la nacionalidad, y debían .obrar cuando éstos-se- vieran•-amenazados, particularmente »r. la subversión comunista. Poco después completó esto enunciando -esta Vez e n el Brasil donde los militares acababan de deponer al presidente G o u l n r t - la doctrina de las "jrorrteras ideológicas", que en cada país dividía a los partidáriostde los valores occidentales y cristianos de quienes querían subverl irlos. Entre esbs~valores centrales no figuraba ePsistema democrático -que labia sido la bandera de los militares luego de 195b-, lo que revela unjsam-

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hio n o sólo interno sino internacional: l a era inaugurada por el presidente — oj .

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BREVE HISTORIACONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

K e n n e d y terminaba,EstadosIJnjdos retomaba en Santo Domingo su c l f l p o j f t i c a de intervencjoJL-y los militaresjgmeTizaban a derrocar a los g o ] H nos d e m o c r á t i c o s sospechosos de escasa müitanciaanticomuñísta. E n M r e n o v a d o discurso de l a s Fuerzas Armadas, que n o se mostraban ansiosas M sacar d e él los corolarios obvios, la democracia empezaba a aparecer c o i m t l d a s t r e p a r a j a j e j j u r i d a d - Desde esa perspectiva también lo seríáTTHíálmeM para la modernización económica, que necesitaba de eficiencia y autorid*!

La economía entre la modernización y la crisis El programa que en 1958 sintetizó de manera convincente A r t u r o FromllÉ expresaba una sensibilidad colectiva y u n conjunto de convicciones e \\m siones compartidas acerca de la modernización económica. En parte v*M debía surgir de la promoción planificada por el Estado, y de una r e n o v a c f l técnica y científica hacia la cual de 1955 en adelante se volcaron m u c l u J esfuerzos. Así surgieron el Instituto N a c i o n a l de Tecnología Agropecuai I (INTA), de incidencia importantísima en su campo, y el menos influyenlá Instituto N a c i o n a l de Tecnología Industrial (INTI). La investigación básii 4 y la tecnológica fueron promovidas desde el Consejo N a c i o n a l de InvestíI gaciones Científicas y Técnicas, creado en 1957, o desde la Comisión N f l cional de Energía Atómica,_que frecuentemente actuaron asociados c o l las universidades. El Consejo Federal de Inversiones debía regular las desl gualdades regionales mientras que el Consejo Nacional de Desarrollo, creado en 1963j asumiría la planificación global y la elaboración de planes nacionales de desarrollo. E n suma, u n conjunto de instituciones debían poner en movimiento, planificadamente, la palanca de la inversión pública, la ciencia y la técnica. Pero la mayor fe estaba puesta en los capitales extranjeros. Estos llegaron^ en cantidades relativamente considerables entte 1959 y 1961; luego se retía jeron, hasta que en 1967 se produjo u n segundo impulso, aunque en él pesaron mucho las inversiones de c o r t o plazo. Pero su influencia excedió largamente la de las inversiones directas. Los inversores tuvieron una gran capacidad para aprovechar l o s mecariismos internos de capitalización, ya sea de créditos del Estado o s i m p l e m e n t e del ahorro particular, que juzgaba conveniente canalizarse a través de l a s empresas extranjeras. También se instalar o n por la vía de la c o m p r a o la asociación con empresas nacionales existen tes o su compra, o simrolemente por la concesión de patentes o mateas. . influencia se notó en transformación de los servicios o en las formas de

EL EMPATE, 195b 1966

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„ lab ación -los supermercados^fueron al principio lo más caractenstiHt iriicral en una modificación d e los hábitos de consumo, estimulada qin pi nlía llegar a verse y apetecerse a través de la televisión. La presenH'lente del idioma inglés atestigua el grado de adaptación a l o ^ j j j l o s _ nli • que alcanzó la vida económica. f i i n s primeros años su efecto fue traumático. En la industria, las nue„,lias petróleo, acero, celulosa, petroquímica, automotores- crecieron f i l a m e n t e , por efectos de la promoción y aprovechando la existencia mercado insatisfecho, mientras queTás que habían liderado el creci0 CU la >etapcuanterior - t e x t i l , calzado, y aun eleettodomésticos- "se p l i i l i o n o retroceda ron, en parte porque su mercado se había saturado o |ll*o tetrocedía, y en parte también porque debían competir con nuevos • t o s , c o m o fue el caso del hilado sintético, que lo hizo c o n el algodón ,1 M'I t o r de los textiles. Por otro lado, aumentó la concentración, sobre j o n i la industria, modificando la estructura relativamente dispersa hereda dr la etapa peronista. En las ramas nuevas, donde pesaron los capitales i M i q c r o s , esto se debió a la magnitud de las inversiones iniciales requeri• iisi c o m o a las condiciones mismas de la promoción estatal, que c o n ||'rp* ion de los automotores garantizaban esa concentración. En las activi„jiles antiguas, tradicionalmente dispersas, y en u n contexto de contracción, llyuius empresas con mayor capacidad de adaptación lograron, gracias a un li\lin> o a una asociación ventajosa, crecer a expensas de otras. En suma, se creó una brecha entre u n sector moderno y eficiente de la 11» unía, en progresiva^pansjón, ligado a lajny^r^ión o al consumo de los ^ ti nes de mayor capacidad, y otro tradicional, más bien vinculado al consumo H i a i v o , quejeestancaba. La brecha tenía que ver con la presencia de «npresas • H a n jeras, o su asociación con ellas, de modo que para muchos ejnpresarios 1 * ales la experiencia fue fuertemente negativa. Lo fue, sobre todo, para muR u s de los trabajadores. El empleo industrial tendió a estancarse, sin que el • m e n t ó en las nuevas empresascompensara la pérdida en las tradicionales, y || deterioraron los ingresos de los asalariados por razones tanto económicas •|omn políticas: un mayor desahogo empresarial en el mercado de trabajo, debido a los frutos de la racionalización y la contracción, se sumaba a un recorte en In capacidad de negociación délas organizaciones sindicales, sobre todo en el Ambito específico de la empresa y la planta. Así, la participación relativa de t apital y trabajo en el producto bruto interno varió sensiblemente, revelando la consistencia de la fase acumulativa que se había puesto en marcha: la porción tle los asalariados cayó aproximadamente del 49% del PBI en 1954 —pico máximo de la etapa peronista- al 40% hacia 1962.

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El e f e c t o traumático debía compensarse con otro renovador más lm m f l persistiente, que sin embargo se relativizó bastante. A u n en el caso di I f l actividades modernas, l o s inversores nuevos debíat) nroverse en un c o n ! « f l de características singulares y arraigadas: ettípo 'a e fábricas heredado d ^ | etapa p e r o n i s t a se caracterizaba por su escala pequeña, alta integración v t f ^ H cal, elevados costos y escasa preocupación por la competitividad. Eran n i f l bien grandes talleres q u e verdaderas fábricas modernas. Las empresas n u < M ^ | - p a r t i c u l a r m e n t e las de^jrtoiQ^ti5ia2s- tuvieron que adecuar su t e c n o l ó ^ ^ B sus formas de organización a estas realidades, de las que no podían" dése n t í f l derse, de m o d o que - c o m o estudió Jorge Katz- su eficiencia fue mucho iuffl ñor a^i£_erjJi3S43aís£ide-er-igen-. Muchas empresas vinieron a aprovechar fl crema de u n mercado protegido y largamente insatisfecho, antes que a r c i i f l zar una instalación de riesgo con perspectivas de largo plazo. Tal lo que m t| I rrió c o n las 21 terminales a ^ u t o m o t o r e s ^ ^ j g n t ^ e n 1965. Pero a u n j f l que tenían planes de largo alcance n o estuvieron dispuestas a sacrificar \m protección concedida, que les garantizaba el dominio del mercado local perff las condenaba a limitarse a él. X

J p i 1962 una devaluación del 8 0 % - y en parte por razones políticas j l i ' i como cuanckTeT^obiemryde Ufe anuló los contratos petredejos-, fylot I I en las empresas la actitud contraria de consolidar los privilegios Wov

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En esos añosda~"s^tedajTar^entina, dominada por la problemática d> desarrollo, la dependencia y el imperialismo, d i s e c ó mucho más la magia tud y destino de las ganancias de estas empresas que su aporte -ciertamente r e l a t i v o - a la modernización y competitividad de la economía y particulai mente del sector industrial. L o cierto .es que los capitales extranjeros contri buyeron a mantener algunos de los mecanismos básicos, tal comq^e_habían conformado en los arios, treinta y reforzado en la guerra y la posguerra. Si horizonte siguió siendo el mercado interno, y al igual que sus antecesoras nacionales, no fue prioritario alcanzar acá una eficiencia que les permitió, competir en mercados externos, a los que abastecían desde otras filiales, sal vo c o n estfmulosjgspeciricos. Atraídos con regímenes de promoción, pugna ron por mantener las sjmaciqnes de prwilegio y hasta extenderlas, y as - j u n t o con las empresas nacionales que pudieron seguirlos en esa l í n e a - con tribuyeron a fortalecer la injerencia.de u n Estado que debía garantizar las ventajas especiales. Pese a que el gobierno h a b í a desarrollado una serie de organismos de pía nificación, sus políticas de promoción no tuvieron en cuenta cuestiones clave, como cuándo d e j a r de promover, para estimular la competitividad, o la forma de compatibilizaj las necesidades fiscales con la promoción, que generalmente consistía en l a exención de impuestos. Sobre todo, fue una política errática: hubo bruscas^ctócilacicones, determinadas en parte por la capacidad de presión de cada u n o de los interesados - c o m o cuando el ministro Pinedo

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Pt los diez años que siguieron al f i n del peronismo, la economía n o sólo ÉMi»li>rmó sustancialmente sino que, en conjunto, creció, aunque profilíente menos de lo que se esperaba. En el sector industrial, esto fue e l lllliidn de u n promedio entre el c r e c i m i e n t o de los sectores nuevos Éptii lius de los cuales tenían un ciclo d e maduración l a r g o - y ja refracción |||iw li adicionales. En el sector agrícola empezaron a sentirse algunos efecto d» li's incentivos cambiados ocasionales, de las mejorastecnológicas ' H|nil -idas._pur~cl iV\ por grupos de empresarios innovadores, o de la flMV " dilusión de los tractores, producidos por plantas industriales recien-

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1

m ule instaladas. S i n ser espectaculares, los resultados permitieron que [•inducción alcanzar^e_n_pjqmedio los niveles de 1940, antes del coIDIi II . i de la gran contracción. H u b o también algunas mejoras relativas en || icrcio exterior/Todo ello fue la base de una etapa de crecimiento

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Tfcntl sostenido

pero moderado, sustentado principalmente en el mercal Interno, iniciada en los años del gobierno de Illia, que se prolongaría ittt»i,i mediados de la década siguiente. Perceptible a j a distancia, esta boliiin i relativa permaneció oculta a los contemporáneos, cuya perspectiva n i II vu dominada por los ciclos de e x p ' y rrmrracción, y las violentas fllln que los separaban. a n s

n n

n regularidadJgdajxes año_s_-195.2,. 1956,_ 1959, .as crtsi lyí».', .1966- y fueron puntualmente seguidas por políticas llamadas de_esphilización. Desde u n p u n t o de vista estrictamente económico, expresaiiiu las limitaciones que desde 1950 experimentaba el país para u n crecimiento sostenido. La exrjánsjÓD-del sector i n d u s t r i a l ^ del coinercial y de ryiejos ligados al mercado internodep^ndía^Vi^iiltimo terminó de las ivisas con las que'pagacj^lnsijmos necesarios para mantenerlo en m o v i Jento. Estas eran provistas por u n sector agropecuario con escasas posibi"ades de expandirse, que afrontaba difíciles condiciones en los mercados JUndiales y que era habitualmente usado, a través de las políticas cambiains y de precios relativos, para solventar al sector interno. De ese modo, i d o crecimiento de éste significaba un aumento de las importaciones y oncluía en u n déficit serio de la balanza de pagos. El endeudamiento exlerno, creciente en la época, y la necesidad de cumplir con los servicios, agregaba un elemento adicional a la crisis y u n motivo de interés para los acreedores y sus agentes. Los planes de estabilización, que recogían la nor-

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m a t i v a estándar d e l Fondo M o n e t a r i o Internacional - a quien se > " » • en la emergencia-, consistían en primer lugar en una fuerte d e v n l i m ^ ^ H l u e g o e n políticas recesivas -suspensión de créditos, paralización .1. < f l p ú b l i c a s - , que reducíanel empleo industriaLyJos^^aiario%-y-ci)ii • l l - q f l i m p o r t a c i o n e s , haTta^ecoipéraTel equilibrio perdido, creando las o m < l f l L-nes para u n nuevo crecimiento. • C a d a u n o de estos ciclos de avance, detención yjvuey^i^vance < ' t ^ f l í de j u s t i f i c a r el difundidopesmilsTño acércamele! futuro de la e c o n n m j H inscribía en el contexto de la puja por el ingreso corre los distintos -r. i>>ifl 1 que a su vez formaba parte de la puja política más general, pues al < n f f l político correspondía u n empate económico. En una negociación entn «fl rias partes, los beneficiados y perjudicados cambiaban en forma p e r m n i t i ^ H así c o m o las alianzas y los enfrentamientos. En las fases ascendentes, Ion l l f l reses de empresarios y trabajadores industriales podían coincidir, a cosí i f l l los sectores exportadores: esta coincidencia, que fue una de las bases di I \a peronista, explica el margen de negociación logrado por los sindufl tos luego de 1955. Otras veces - y en estos años fue más frecuente- los empm sarios aprovecharon la coyuntura para capitalizarse intensamente. C n | H i crisis y la devaluación había en primer lugar una traslación de ingreso-. h*l importantes cambios internos, que matizan fuertemente su sentido. Según I f l análisis de Susana Torrado, los pequeños empresarios manufactureros se redil 1 jeron drásticamente por obra de la concentración industrial, y aunque a u m t f l tó él número de comerciantes, en conjunto los sectores medios autónoimB fueron píenos numerosos. Creció en cambio el número de los asalariados i f l clase media, presentes en todos los sectores de la economía y especialmente i ' f f l la industria, donde las nuevas empresas demandaron técnicos y profesionale J Su presencia puso de relieve el papel decisivo que en esta etapa sigulifl teniendo la educación, la vía de ascenso por excelencia de los sectores nu dios. Consolidada la primaria, se prolongó la expansión de la enseñanza medi.t,! cuya matrícula creció en forma espectacular en la década peronista, y lucen la universitaria, donde se empezaron a plantear los problemas de la masivld dad. Viejas y nuevas expectativas confluían en este crecimiento: la tradicio. na^búsqueda del prestigio anejo al título, el deseo dejsartiapar - ü través de las nuevas carreras- e n el proceso de modernización de la economía y de I.i ciencia, y luego, también, el deseo de incorporarse a uno de los foros intelci tuales y políticos más activos. P e r o la mecánica tradicional empezaba a revé lar fallas: los egresados universitarios aumentaron mucho más rápidamente que los empleos - u n o d e los signos de la debilidad de la modernización anun ciada— mientras que, progresivamente, se producía una pérdida de valor de los títulos, y, por ejemplo, para determinadas posiciones n o bastaba ya el de bachiller. Aquí también, empezaba a anunciarse uno de los focos de tensión de la nueva sociedad. E n t r e las clases altas, los cam l í o s completaron los anunciados en la década peronista. Pese a la . ^ • n este*polo de modernidad concentrado en la Universidad empezaron pHlniule.star.se misiones crecientes. El valor absoluto de la ciencia univerftfll V»i presente en las discusiones sobre ciencia básica o tecnología- fue ^ B n i n n a d o a la luz de las necesidades nacionales. Se debatió primero el Jlliiiu i a m i e n t o de muchos grupos de científicos por fundaciones internaJjnnales -que solían estar vinculadas c o n grandes empresas, como la FunK t l o n Ford, o con los mismos gobiernos- suponiendo que tal financiaHllinto o r i e n t a b a las investigaciones en una dirección irrelevante o direcImiiente contraria a los intereses del pueblo y la nación. De allí se pasó al H ^ t i o n a r h i e n t o de los paradigmas científicos mismos, postulando una mal i n a "nacional" de hacer ciencia, diferente de la que se identificaba con los • l i n i o s internacionales de dominación, y a la larga se cuestionaría la nece•id.i.l misma de la ciencia. El llamado a mirar a l país, o a Latinoamérica, fltttoncaba con la cuestión del compromiso de los intelectuales con su realitlitd, un viejo debate - l o habían animado e n los años de 1920 los partidarios •I* Moedo y F l o r i d a - que encontraba nuevos motivos. Si bien el compromiso era un valor compartido entre el conjunto de los intelectuales progresist a que no vacilaban en manifestarse nnasivamente en favor de la C u b a Hyiedida-, había quienes cuestionaban lcLsupuesta neutralidad de la ciérnela defendida por los "cientificistas"- e insistían en su carácter siempre Viilorativo. U n a discusión similar planteaban en el campo artístico quienes i uest ionaban l a frivolidad y falta de compromiso del D i Telia y contraponían por ejemplo el teatro realista de R o b e r t o Cossa o Germán Rozenma-

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c h e r - q u e tematizaban las perplejidades de las clases medias ante el p c f f l m s m o = - c o n el teatro del absurdo de la "manzana loca".

l'ii.u as: se era marxista o no se lo era.Dentro de él, las variedades eran ln\a ortodoxia stalinj¿ta-retrocediófrente a nuevas fuentes docttina-

Por e n t o n c e s , y pese al voluntarismo de los núcleos modernizadore», I realidad n a c i o n a l no hacía sinoinostrar la superficialidad de los cambios, m como el vigor de las resistencias que esos cambios despertaban en la sociedB tradicional. Pero, sobre todo, fue el giro a la izquierda de buena parte M núcleo progresista el que reveló la imposibilidad de mantener los a c u c n en los q u e esa experiencia se había fundado.

4'iun, cuyo lugar central se m a n t u v o por sus tesis sobreeTimperialismo, h ) , (iramsci, Trotsky, Mao, de las q u e sederivaban todas las interpretado|pl Imaginables -desde condenar al peronismo hasta abrazarse con é l - , legiti( t y f c f i . n un M a r x que daba para todos. Paralelamente, se expandió el

La política y los límites de la modernización La radicalización de los sectores progresistas y la formación de una nueva iquierjl -cuya trayectoria han reconstruido Oscar Terán y Silvia Sigal- tuvo en la l InJ versidad su ámbito privilegiado antes de partir, luego de 1966, hacia destituí más amplios. Pero hasta esa fecha su penetración en otros círculos fue escl I -los gremiales estaban celosamente custodiados por u n sindicalismo siemjB h o s t i l - y fue en la Universidad y sus debates donde los intelectuales construyj ron y reconstruyeron sus interpretaciones y sus discursos, que posteriormcnI encauzarían en una amplia gama de opciones políticas. La ruptura entre el sector más progresista de los intelectuales y sus aliad, n más conservadores del frente antiperonista, anunciada desde antes de 1951 cristalizó casi de inmediato, por obra dé la política antipopular y represiva del gobierno libertador, y sobre todo poruña suerte de culpa ante la incoad prensión de unas mayorías populares cuya persistencia en el peronismo, m i l allá de la acción del aparato estatal, quedó demostrada en las elecciones dd 1957. Desde Sur hasta eljPartido Socialista, las agrupaciones y partidos qm habían cobijado a la oposicióh"á>itir^fonista sufrieron tódo"trpótferfracturaiiJ / La atracción que ejerció Frondizi entre los progresistas independientes y aun entre militantes de los partidos de izquierda tradicionales obedecía a q j proponía la apertura al p e r o n i s m o sin renunciar a la propia identidad; fl debía al enérgico tono a n t i i m p e r i a l i s t a - u n valor por entonces en alza-, / sobre todo a la modernidad y eficacia que informaba su estilo político, qul combinaba las ilusiones de la é p o c a c o n las tentaciones, más propias de ION intelectuales, de acercarse al p o d e r sin pasar por los filtros de los partidos, l a desilusión, que sobrevino p r o n t o , inició una etapa de reflexión, crítica y d i l ^cusión que culminó en la formaciión de la "nueva izquierda". S e formó mirando al perónisrr>o primero, y luego a la Revolución Cubana, Se caiacterizó por la espectaculat -expansión del marxismo, menté de las creía i

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Tbllpei'ialismo, recogiendo una ola mundial que partía de los movimientos |pWK*kaiizaeión de la posguerra, seguía con los países del Tercer Mundo, MMtilimaba con la guerra de Argelia y culminaba con la incipiente lucha de VlHiiaiu, todo lo cual parecía anunciar la inminente crisis de los imperios. La Ptolluilón con Frondizj, y con su equivalente brasileño Juscelino Kubitschek, f l i i i i i na lodélsamnedy y la intervención norteamericana en Santo Domingo, f t t l'Jo'i, diluyeron las ilusiones en la Alianza para el Progreso, y las teorías del ^ M * I I m l l o dejaron paso a las de la dependencia^ que reelaboraba los motivos Mili i h 'íes pero subordinando las raíces del atraso a situaciones políticas, frente f luí i nales la opción era una alianza nacional para la liberación. Este populis(Ho ii ndió mrpúente: hacia sectores cristianos que, releyendo los evangelios en t l t i n | u ipuTar, selnteresaron en dialogar con el marxismo, mientras que el jMllliinpiMáalismo vinculó éstas corrientes con sectores del nacionalismo, tam|i|i'n n i intenso proceso de revisión. De Hernández Arregui -cuyo libro La •rtiiiii /'(in de la conciencia nacional fue clave en esta amalgama- a José María lltMa, intelectuales nacionalistas incorporaron el marxismo - e n su vertiente tita i indamente economicista- rehaciendo u n camino que, en sentido opues1.1,1 inbían recorrido Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos, autores de otros • M libros de enorme influencia: Historia crítica de los partidos políticos y RevoluI|i x• v contrarrevolución en Argentina. A su vez, las izquierdas revisaron su interAfi'iai ion liberal de la historia - e n la que Rosas encamaba el feudalismo y Mis adavia el capitalismo- y empezaron a releerla a la luz del revisionismo, u n HHimno que les permitía, al final, asignar al peronismo un lugar legítimo en el |i|i'i:ii'so de la humanidad.

I a amalgama fue difícil y la polémica intensa. La Revolución Cubana - e n liiyi • apoyo todos c o i n c i d i e r o n - tuvo la v i r t u d de resumir la mayoría de esos • l u i d o s . Mostraba a América Latina alzada contra el imperialismo, sobre l o d o luego de Ta expansión de la guerrilla e n Venezuela, Colombia y Perú, y •levaba a una revalorización cultural que i b a desde las fuerzas telúricas hasta lu "nueva novela". La conexión estrecha e n t r e marxismo y revolución, que I r desdibujaba al contemplar los grandes partidos europeos o la propia Unión iviél ica, se manifestaba con toda su fuerza en Cuba. Antes de que se extra• r a n de ella recetas políticas específicas, Cuba consagró la idea misma de

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revolución, la convicción deque, pese a sus pesadas determinaciones, I.i lidad e r a p l á s t i c a y que la accióa humana organizada podía modificai I transjpjmaación, cuya posibilidad era reforzada por su necesidad h i s t o r i a l unacij^estqonr^ sejugaba^nd^^ otras cuestionesj:cTOo ^ |

|||v,i, donde sus intereses eran formulados con precisión y claridad por l|m d. bien entrenados economistas ytécnicos. A l l í dialogaban c o n los t dr p o d c m ^ é s ^ l o s s i ñ d l c a l i ^ y e n menor JfiKlesTa^Tnre-Txnn^^ motivos tampoco tenían mayor interés IMII > l«> I encontrar la respuesta adecuada. Según una visión común, que progresiva I mente iba definiendo sus perfiles y simplificando los matices, todos los m a m de la sociedad se concentraban en u n punto: el poder autoritario y los grupo»! minoritarios que lo apoyaban, responsables directos y voluntarios de todas y I cada una de las formas de opresión, explotación y violencia de la sociedad.! Frente a ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sin fisuras, que I | ponía en movimiento para derrotarlos y resolver todos los males, aun los mal] profundos, pues la realidad toda parecía ser transparente y lista para ser trans formada por hombres y mujeres impulsados a transitar el camino entre las reivindicaciones inmediatas y la imaginación de mundos distintos. Cuáles eran estos mundos y cómo se llegaba a ellos eran cuestiones que empezaban a discutirse en otros ámbitos. N o era difícil encontrar por entonces en todo el mundo señales confirma torias de esa primavera. Los vastos acuerdos sociales que habían presidido el largo ciclo de prosperidad posterior a la Segunda Guerra M u n d i a l estaban ago tándose, como se advertía en la o l a de descontento que recorría a la sociedad, y sobre todo en la rebelión de su g r u p o más sensible, los estudiantes. Se expresó en Praga, México o Berkeley, y c u l m i n ó en París en mayo de 1968, clamando contra el autoritarismo y por el p o d e r de la imaginación. La expresión más notoria del poder autoritario - e l i m p e r i a l i s m o - trastabillaba visiblemente frente a la ola de movimientos emancipa torios: la sorprendente capacidad de resistencia d e l pueblo de Vietnam m o s t r ó la imagen derrotada de u n gigante que, además, debía lidiat en su propio f r e n t e interno con estudiantes, negros y una sociedad entera que reclamaba sus derechos. Si la Unión Soviética -develado-

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• puma vera de Praga- había dejado hacía ya mucho tiempo de encarnar llh'pia, China y su Revolución Cultutal proclamaban la posibilidad de ÉMnunismo, a la vez nacional y antiautoritario. La imagen del presidente I it»i como la de Fidel Castro, oscilaban entre el mundo socialista y un i Mundo -cuyos representantes se congregaron en 1965 en la Conferencie ontinental de La Habana- cada vez más volcado a la izquierda, en el ill«imías expresiones nacionales del socialismo podían encontrar u n camduuun de reconocimiento y acción. JTAméricaXatina, donde los"prospectos de la Alianza para el Progreso y el tyo a las democracias habían quedado definitivamente archivados, los cami -a,iban bien delimitados: si para el poder autoritario el desarrollo era u n n de la seguridad nacional, para quienes lo enfrentaban la única alternativa Wpcndencia era la revolución, que conduciría a la liberación. Cuba consHla un ejemplo fundamental, no tanto por la propia experiencia -de la que luiii icía poco- como por su papel activo en lo que sus enemigos llamaban la • litación de la revolución. La acción del Che Guevara en Bolivia mostró p» isibilidades y límites del "foco" revolucionario, pero sobremodo su muerte Mina imagen que recorrió el m u n d o - dio origen al símbolo más fuerte dequietyt'ü luchaban, de una u otra manera, por la liberación. En el mismo frente, MInd i.s por el enemigo, se alineaban las guerrillas urbanas del Brasil o del U r u guay los románticos Tupamaros-, los partidos marxistas chilenos que llevaron flulvador Allende a la presidencia por la vía electoral, o militares nacionalislii». y populistas como el boliviano Torres, el panameño Torrijos o el peruano wrlasco Alyarado. Hasta la Iglesia, tradicional baluarte de los sectores oligárf|liu (is, se sumaba, al menos en parte, a esta primavera. A l calor de los cambios Iflutilucionales introducidos primero por Juan xxm, y por el Concilio Vaticano II después, parte de la Iglesia latinoamericana hizo una lectura singular de. sus Propuestas. E n 1967 los obispos del Tercer M u n d o , encabezados por el brasiler o I lelder Cámara, proclamaron su preocupación prioritaria por los pobres Ifeales, y no sólo de espíritu-, así como la necesidad de comprometerse activamente en la reforma social y asumir las consecuencias de ese compromiso. Esta línea quedó parcialmente legitimada cuando en 1968 se reunió en Medellín, Con la presencia del Papa, la Conferencia Episcopal Latinoamericana.JJna "teología de la liberación" adecuó el tradicional mensaje de la Iglesia a los conflictos de Ta hora, y la afirmación de que la violencia "de abajo" era consecuencia de la violencia "de arriba" autorizó a franquear el límite, cada vez más estrecho, entre la denuncia y la acción. Ése e r a el camino que ya había seguido el sacerdote y guerrillero colombiano Camilo Torres, muerto en 1966, figura tan emblemática como la del Che Guevara-

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Esta t e n d e n c i a tuvo rápidamente expresión en la Argentina. Desdi* l l f l los religiosos que se reunieron en el M o v i m i e n t o de Sacerdotes del h ' l f l M u n d o , y los laicos que lo acompañaban, militaron en las zonas más pul \tM particularmente las villas deemergencia, promovieron la formación de mo Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrós- y otros del nacionalismo B r o m o Juan José Hernández Arregui, A r t u r o Jauretche o José María RosaI i m i naron por crear - a l menos a los ojos de quienes los leían- una vía intermedia, donde las exigencias del socialismo se complementaban con las de la l i b o ación nacional, u n tema al que tanto aportaban el viejo nacionalismo i oí no el leninismo. A l igual que la política, la historia se leyó en clave mani•quea, y se buscó descifrar, tras el ocultamiento de la "historia oficial", el recuerdo soterrado de las luchas populares por la nación y la liberación, en las que el peronismo prolongaba la acción d e las montoneras federales, Rosas e Yiigoyen. En otras versiones, la "línea" incorporaba actores diversos: unos ponían al general Roca y otros a los anarquistas o socialistas. Pero todos I I impartían la convicción -expresada c o n fuerza y fortuna por el revisionimo histórico- de que había una línea, que separaba la historia en dos bandos Inconciliables y eternamente enfrentados, que culminaba con el enfrentamu uto entre el poder autoritario yol p t ichlo peronista.

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El p e r o n i s m o había sido en la posguerra el ámbito para una p r i m a .1 • i t « gencia d e l pueblo - e n el contexto de la industrialización, la burguesía n u t f l nal, e l Estado nacionalista-y l o sería para una segunda emergencia, ' l ' l f l preparaba, donde el contexto llevaría a redefinir las banderas histórii a* • ciala e m a n c i p a c i ó n del imperialismo y al socialismo. Podía discutirse y B ocurría- sobre quiénes eran los aliados del pueblo, integrantes del fren I * H cioaal, y a u n sobre qué cosa era ese pueblo, en el que algunos encontraK^H la clase obrera segura y orgullosa y otros a los miserables oprimidos, n c c o f l H dos de u n a guía paternal y autoritaria. En el ámbito de la izquierda y activismo, urgido por explicar el fenómeno presente de la movilización \%m pular masiva, estas discusiones fueron intensas. Pero por sobre ellas p r i v ó • exigencia de la acción, que en el nuevo contexto - t a n distinto en ese seni d.. al clásico de la izquierda- tenía total prioridad sobre la reflexión. La revolución era posible. Así lo mostraban Cuba, el Cordobazo y la 1 un vilización social, tan intensa como carente de dirección y programa. EncuM trarlos en la acción misma fue la pretensión del nuevo activismo.-La altenm tivademocrática -desprestigiada para los viejos militantes y carente de seni i.i • para los más jóvenes- estuvo totalmente ausente de las discusiones. La izquii'M da ofreció una lectura clásica de la movilización y sus posibilidades, a través deU "clasismo" sindical, fuerte sobre todo en Córdoba. En 1971 SITRAC-SITRAM pío pusieron u n programa que debía reunir a toda la izquierda, convertida enl vanguardia del proletariado más consciente, pero descubrieron que los traba jadores no estaban dispuestos a acompañarlos en una propuesta que, cuest junando las relaciones sociales y la propiedad, desbordaba ampliamente lo» límites reivindicativos de sus reclamos. A l igual que con anarquistas y radicales a principios de siglo, los trabajadores de Córdoba seguían a los clasistas en l o gremial, pero en política continuaban siendo peronistas. E n cambio los discursos políticos predominantes, que mezclaban elemcn tos d e l marxismo revolucionario con otros del nacionalismo o el catolicismo tercermundista, se nutrieron e n la experiencia de la primavera, potenciaron el imaginario popular y lo reforzaron y legitimaron con referencias teóricas. A u n q u e cortaran la realidad y l a sociedad de distintas maneras, todos ellos la dividían tajantemente en dos campos enfrentados: amigos y enemigos. La clave de la opresión, la i n j u s t i c i a y la entrega se encontraba en el poder, monopolizado por unos pocos —nacionalistas y trotzkistas legitimaban esta visión conspirativa-, y así c o m o todo era posible desde el poder, el f i n único de la acción política era su cap t u r a . La falta de condiciones y posibilidades reales podía ser suplida con la v o l u n t a d , y en primer lugar con la violencia, lo que e r a abonado desde el l e n i n L smo, el guevarismo o el fascismo. Por uno u

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•Minino, todo llevaba a interpretar la política con la lógica de la guerra, R í m e n t e quienes mejor se adecuaron a esta lógica privaron en el debap i activistas e imprimieron su s e l l o a la movilización popular.

•finieras organizaciones guerrilleras habían surgido - s i n mayor trasIV ia - al principio de los años de 1960, al calor de la experiencia cuba•« reactivaron con la acción de Guevara en Bolivia, pero su verdadero f t l e cultivo fue la experiencia autoritaria y la convicción de que no ii alternativas más allá ele la acción armada. Desde 1967 - y en el ámbito |it izquierda o del peronismo- f u e r o n surgiendo distintos grupos: las Fuer•rtnadas Peronistas, Descamisados, las Fuerzas Armadas Revolucionarias I ) , las Fuerzas Armadas de Liberación, y hacia 1970 las dos que tuvieron 1 trascendencia: la organización Montoneros, surgida del integrismo cató£ y nacionalista y devenida peronista, y el Ejército Revolucionario del T í o (ERP), vinculado al grupo trotskista del Partido Revolucionario de los alijadores. Su acta oficial de nacimiento a la vida pública fue el secuestro Hfc'sinato del general Aramburu, en mayo de 1970 por obra de Montoneros. | i m después las ¡ \ "coparon" la pequeña ciudad de Garín, a pocos kilóme||ON ile la Capital, y los Montoneros hicieron lo mismo con La Calera, en B p t d o b a . Desde entonces, y hasta 191 \s actos de violencia fueron en f i n inúenro, tanto en número como en espectacularidad. Aunque su sentido H ü i e m p r e era claro, muchos tenían que ver con el equipamiento de las [t*Kanizaciones: armas, dinero, material médico. Otros, como los copamien fns, eran demostraciones de poder, que desnudaban la impotencia del Estaft, y no faltaron acciones de "expropiación" y reparto entre los pobre • t i l o Robin H o o d . En muchos casos las acciones procuraban insertarse en los conflictos sociales y profundizarlos, por ejemplo secuestrando empre M o s o gerentes en medio de una huelga. L o más espectacular fueron los ases natos: antes que Aramburu, había muerto Augusto Vandor -aunque sus autores no se revelaron- y luego José Alonso, otro dirigente sindical desta l m 1972, casi simultáneamente, fueron asesinados un importante empresario Italiano y un general de alta graduación.

El caso de Aramburu reúne todas las explicaciones y significaciones esta práctica: venganza - o justicia- por los fusilamientos de 1956, caí un dirigente particularmente odiado p o r los peronistas, pero también Liq dación -stricto sensu- de una alternativa política que los grupos liberales venían preparando ante el desgaste de O n g a n í a . Ciertos contactos entre los dirigentes Montoneros y miembros del e q u i p o de Onganía hicieron pensar en una conspiración desde el poder y l l e v a r o n a algunos a reflexionar tempranamente sobre el carácter manipular i v o de la vía armada.

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Entre todas las organizaciones había grandes diferencias teóricas y polín, fl pero privaba u n espíritu común.Todas aspiraban a transformar la m o v i l i z a ^ H espontánea de la sociedad en un alzamiento generalizado, y todas com. i d i f l en un. c u l t u r a p< »lfi ica que ret imaba y potenciaba la de los grupos de i . - q i m f l da, pero q u e de alguna manerjtomaba la de sus adversarios. La lógica .!»• H exclusión -esa constante de la política en el siglo X X - era llevada hasta ¡ f l últimas consecuencias: el enemigo -lacayos del imperialismo, Ejército ^ f l ocupación— debía ser aniquilado. Las organizaciones eran la vanguardia d ( H movilización popular, cuya representación consistía en la acción v i n l c n f l La unidad, e l o r d e n , la jerarquía y la disciplina eran - i g u a l que en el Ején i f l igual que en el cuerpo social imaginado por la Iglesia y los c o r p o r a t i v i s t i f l los atributos de la organización armada. La violencia no sólo se j u s t i f i o i f l por la del adversario: era glorificada como la partera del orden nuevo, i f l atributos del verdadero militante eran el heroísmo y la disposición a m o muerte gloriosa y redentora, camino de la verdadera trascendencia, " e n f l los héroes de la patria amada". C o m o ha señalado Juan José Sebreli, no c*| Guevara v i v o sino su cadáver el faro de quienes, desde orígenes diversos por distintos caminos, coincidían en vivar a la muerte. Tan revelador de la cultura política de la sociedad era que un amplio un po de jóvenes hiciera del asesinato un arma política, como la forma en que 0 resto de la sociedad lo recibía, con una mezcla de simpatía por la justa consumada, de satisfacción por haber golpeado duramente al enemigo o 1 intriga, en muchos casos, por las verdaderas razones de crímenes que no s terminaban de entender, pero de cuya razonabilidad, ya fuera ética o táctil 1 nadie dudaba. Esa simpatía general, irreflexiva y boba, como pronto se vería hizo de momento que cualquier propuesta de represión sistemática estuvici destinada al fracaso. Del cúmulo de organizaciones guerrilleras, fue Montoneros la que m e j t se adecuó al clima del país, y la q u e fue absorbiendo a casi todas las otras, co la excepción del ERP. Fueron ellos los que privilegiaron en términos absolun la acción y los que menos se s e n t í a n atados por tradiciones o lealtades polít 1 cas previas, lo que les permitió f u n c i o n a r c o n plena eficiencia como aparat militar. También triunfaron, d e n t r o del peronismo, en la difícil competem la de la "lectura estratégica" de P e r ó n , ganando espacios para su acción autónu ma, y a l a vez el reconocimiento d e l líder, que también había adquirido mae» tría en e l arte de "utilizar sus dos manos". Eran también, por su formación y tradición, los menos orientados a 1 movimiento obrero y los más propensos a buscar sns apoyos y su legitimacic> n en los amplios sectores marginales culi i vados p o r los sacerdotes tercermuxulistas. Desde 1971 aprovecharon el clima

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l|»ot la salida política y el r e t o r n o dePerón, se volcaron a la organiiay movilización de esos y otros sectores, en barrios, villas, universidades Mu ñor medida, en sindicatos, a través de la Juventud Peronista, que |ó notablemente.

Militares en reúrada Hii>\n popular fue identificándose cada vez más con el peronismo y ) r l propio Perón, cine hacia 1971 había llegado a ocupar en la política m i n a una posición casi tan central como la que tenía cuando era presidie Impotentes y desconcertadas, las Fuerzas Armadas fueron advirtiendo | debían buscar una salida al callejón en que estaban metidas. En retirada, ilnii negociar sus rérminos con diversas fuerzas sociales y políticas, y en lint iva con Perón mismo. Pese a que el calvario era inevitable, los cami•JIM p..sibles eran varios. I r \i manera, Onganía inició la búsqueda. E n mayo de 1969 su autoridad P irMiitió tanto por la impotencia frente al desafío social cuanto por las 9 * lia. iones del Ejército para reprimirlo. Sintió también el impacto en el 1« onómica, donde se produjo una apresurada salida de capitales extranJ0|o-> y una reaparición de las expectativas de inflación. Onganía intentó m i l i ai las dificultades con modificaciones menores -sacrificó a Krieger VaIPlia y lo reemplazó por un técnico de menor perfil pero parecida orienraf Ion y una apertura más decidida a "lo social", particularmente con la CGT y Mi* dirigentes "participacionistas". Pero el clima había cambiado: los sindi»11I1 las eran menos dóciles y los empresarios manifestaban abiertamente su p u i 1 mfianza por los escarceos populistas. U n sector hasta entonces sacrifica1I1 • le is productores rurales- elevó su protesta y mantuvo un duro entredicho l o o los frigoríficos extranjeros, aparentemente protegidos por el gobierno. i 'urania estaba cada vez más aislado de las Fuerzas Armadas, pero se benefii In de su indecisión y perplejidades. Había grupos que querían probar la vía ilrl nacionalismo, y quizás el populismo, mientras que los liberales dudaban H i t i r una dictadura más extrema o la negociación de la salida política, empn a que se asociaba con el nombre del general Aramburu. El 29 de mayo de | 7 0 , a un año exacto del Cordobazo, A r a m b u r u fue secuestrado y pocos días .1. pues se encontró su cadáver. Muchos sospecharon, con algún fundamento, que ciertos círculos que rodeaban al presidente estaban de alguna manera Implicados. Lo cierto es que el episodio despejó las dudas de los militares: a principios de junio de 1970 depusieron a O n g a n í a y designaron un presiden-

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t e - m a n d a t a r i o de la Junta de Comandantes, que se reservaba la a u t n i j H para i n t e r v e n i r en las principales cuestiones de Estado-. El designado l i a f l general R o b e r t o Marcelo Levingston, figura poco conocida y a la sazón H senté d e l p a í s .

Man • a'i unido y ofrecían a la sociedad la posibilidad de una convivencia poli-

L e v i n g s t o n , que gobernó hasta marzo de 1971, reveló tener ideas p r o p l f l muy d i f e r e n t e s de las del general Lanusse, figura dominante en la J u n l a J acotdes c o n las del grupo, minoritario pero influyente, de oficiales nncitafl listas. D e s i g n ó ministro de Obras Públicas y luego de Economía a A l d o rrer, destacado economista de tendencia cepalina, que había ocupado c a t i j f l durante l a administración de Frondizi. Ferrer se propuso reeditar la fóriuulfl nacionalista y populista, en los modestos términos posibles luego de las m u formaciones de los anteriores diez años. U n ministro de Trabajo de cxti.afl ción peronista negoció con lacGT y hubo un impulso salarial distribución^ ta. Se protegió a los sectores nacionales del empresariado, por la vía del 1 i f l dito y de los contratos de las empresas del EstadoN^l "compre argentino" y i J "argentinización del crédito" sintetizaban esa política, quizá modesta per original en su contexto. Sus estrategas confiaban en que, en u n plazo qu estimaban éTTcúlftfmi"cinco años, se crearían las condiciones para una salid* política adecuada y una democracia "auténtica". Levingston confirmó la ».1 ducidad de los "viejos" partidos y alentó la formación de otros "nuevos", y quizá de u n movimiento nacional que asumiera la continuidad de la transid mación, para lo que agitó vagas consignas antiimperialistas e intentó atraía 1 políticos de segunda línea de los partidos tradicionales, junto con dirigente! de fuerzas políticas menores. La aspiración a movilizar al "pueblo" desde e| gobierno militar resultaba ingenua, pero de cualquier modo fue el prima reconocimiento formal de la necesidad de una salida política.

|NM - sindical y empresaria, que por su parte acordaron también un pacto de

Convocándola a negociar, el gobierno reflotó la alicaída CGT. Los dirigen tes sindicales, presionados por demandas sociales crecientes y la inflación que había reaparecido, y estimulados por la reapertura del espacio de presión creado por la debilidad del gobierno, lanzaron en octubre de 1970 un plan áá lucha que incluyó tres paros generales, no contestados por el gobierno. L a partidos tradicionales, por su p a r t e , con el aliento del general Lanusse, tani b i e n reaparecieron en el escenario. A fines de 1970 la mayoría de ellos firmi > un documento, La Hora del P u e b l o , cuyos artífices fueron Jorge Daniel Pala diño, delegado personal de P e r ó n , y A r t u r o M o r Roig, veterano político radi cal, y que fue la base de su a c c i ó n conjunta hasta 1973. Allí se acordaba p o n e r f i n a las proscripciones eLectorales y asegurar, en u n futuro gobierno electo democráticamente, el resjpeto a las minorías y a las normas constitu d ó n a l e s . Radicales y peronistas deponían las armas que tradicionalmenic

P * 1 pmble. El documento incluía también algunas definiciones sobre polítiM|oii>>iiuca, moderadamente nacionaln;is y distribucionistas, que permip N i el posterior acercamiento tanto d e la CGT como de la CGE, las organizaUtftm.i mínimas. M irsurgimiento del sindicalismo organizado y de los partidos políticos se jkln • n pam 1 la aperiura del juego p o r un gobierno que buscaba su salida, pfti fundamentalmente a la emergencia social, que en forma indirecta los Élliili.-aki y a la ve:: los convertía en posibles mediadores. Levingston resulj l t t i apa.: de manejar el espacio de negociación que se estaba abriendo. Era pilll 1 ado por el csiablishincnt e c o n ó m i c o - a quien el gobierno, cultivando a n lorica nacionalista, calificaba de "capitalismo apatrida"-, y estaba enI t i h > con los partidos políticos, c o n quienes no quería negociar, con la 9 1 1 \a con los "empresarios nacionales". Los jefes militares apreciaron ^IH I < vingston era tan poco capa: como Onganía de encontrar la salida, y f i l a n d o en marzo de 1971 se produjo una nueva movilización de masas en HjWdnba el "viborazo", donde las organizaciones armadas se hicieron clara• I f i i i c presentes- decidieron su remoción y su reemplazo por el general La9Mi*-> , quien por entonces aparecía como el único jefe militar con envergaP i l a pnlítica para conducir el difícil proceso de la retirada. t l ' i i marzo de 1971 Lanusse anunció el restablecimiento de la actividad pola a a partidaria y la próxima convocatoria a elecciones generales, subordinada', sin embargo a un G r a n Acuerdo Nacional, sobre cuyas bases había V f i u d i 1 negociando con los dirigentes de La Hora del Pueblo. Finalmente, las Rau/.is Armadas optaban por dar prioridad a la salida política y con ella •pilaban a reconstruir el poder y la legitimidad de un Estado cada vez más •aiurado. Mientras la cuestión del desarrollo quedaba postergada, seguía sientlo ai in ¡ante la de la seguridad, que los militares ya no podían garantizar. Las ttlk< irpancias sobre cómo enfrentar a las organizaciones armadas y a la prol i ' i i a social eran crecientes y anunciaban futuros dilemas: mientras se creó l i l i lucro antisubversivo y tribunales especiales para juzgar a los guerrilleros, alpinos sectores del Estado y las Fuetzas Armadas iniciaron una represión '(Irp.al: secuestro, tortura y desaparición d e militantes, o asesinatos a mansalva, 11 tino ocurrió con un grupo de guerrilleros detenidos en la base aeronaval • Trelcw en agosto de 1972. Similares vacilaciones había con la política n 1 un única, hasta que se optó por renunciar a cualquier rumbo y se disolvió r l Ministerio de Economía, repartido en secretarías sectoriales que se confiaI 0 1 1 a representantes de cada una de las organizaciones corporativas. Así, en

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un c o n t e x t o d e inflación desatada, fuga de divisas, caída del salario n a l desempleo, agravado por la olageneralizada de reclamos, el tironeo se» t i M se instaló e n e l gobierno mismo, presto a conceder lo que cada uno pe.llafl Para el g o b i e r n o , el centro de la cuestión estaba en el Gran A m « Nacional ( G A N ) , que empezó siendo una negociación amplia y se c o n v t f l en u n t i r o n e o entre Lanusse y Perón, bajo la mirada pasiva del resto I propuesta i n i c i a l del gobierno contemplaba una condena general de la " n f l ,1. versión", garantías sobre la política económica y el respeto a las norinm I mocráticas, y que se asegurara a las Fuerzas Armadas u n lugar instituí en el f u t u r o régimen, desde donde tutelar la seguridad. Pero lo principa I., acordar u n a candidatura presidencial de transición, para la que el pnj general Lanusse se ofrecía. Algunos de los puntos, sobre el programa ei n | i mico y las normas democráticas, ya habían sido establecidos en La Hora fl Pueblo. Asegurar el lugar institucional de las Fuerzas Armadas era imposihfl dado el c l i m a del momento. Los otros dos puntos - l a condena de la suhvjfl sión y el acuerdo de la candidatura- tenían que ver principalmente con I i táctica de Perón. En noviembre de 1971 Perón relevó a Paladino -que había negoi l a f l hasta entonces los acuerdos con los radicales y militares- y lo reemplazo (*• Héctor J. Cámpora, cuya principal v i r t u d era la total subordinación a la H luntad del líder exiliado. Perón se propuso conducir la negociación sin m nunciar a ninguna de sus cartas. Como además se hacía cargo del clima si» I.I| y político del país, n o resignó su papel de referente de la ola de descorítenla social n i renunció al apoyo proclamado por buena parte de las organ '.ai h nes armadas. Más aún, las alentó y legitimó permanentemente y, cuai íul.i. 1972 se organizó la Juventud Peronista, incluyó a su dirigente más n o t o l f l Rodolfo Galimberti, en su p r o p i o Comando estratégico. A l mismo t i e m f l alentó a La Hora del Pueblo y organizó su propio G A N , el Frente Cívico da Liberación Nacional, con partidos aliados y luego la CGT-CGE. E n vcnlaiU nadie sabía a dónde quería llegar Perón. Lanusse planteó al principio q u e el Acuerdo era condición para las ele» ciones, pero progresivamente t u v o que reducir sus exigencias, vista la i m p l sibilidad de obligar a Perón a negociar. En el mes de julio de 1972, y con vencido de que nada podía esperarse de Perón, Lanusse optó por asegurat I.i condición mínima: que Perón no s e r í a candidato, a cambio de su propia autoi proscripción. Tácitamente, Perórx aceptó las condiciones. En noviembre i Ii 1972 regresó al país, por unos p o c o s días. N o trató c o n el gobierno peí 11 dialogó con los políticos y p a r t i c u l a r m e n t e con el jefe del radicalismo, Rica do Balbín, sellando el acuerdo derxtocrático. Cultivó su imagen pacificad» il . i ,

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ii»-1< »s grandes problemas del m u n d o , como los ecológicos, y evitó cualMeicneia urticante. Finalmente, organizó su combinación electoral: lile lusticialista de Liberación, cora una serie de partidos menores, al l l i i p i r . " la fórmula presidencial: H é c t o r J . Cámpora, su delegado persoI Vi. •rite Solano Lima, un político conservador que desde 1955 acoinp fielmente a los peronistas. f a i i M i mantuvo su juego pendular, e n t r e la provocación y la pacificación. fhimuLi constituía un desalío a los políticos de La Hora del Pueblo y sobre | a los sindicalistas, a quienes excluyó de la negociación, y u n aval a l ala J M n t a r i a del movimiento, que ya rodeaba a Cámpora y le dio a la campat l n lutal un aire desafiante. "Cámpora al gobierno, Perón al poder", su 3| M'Halaba el carácter ficticio de la representación política, por lo que • i b a ser una suerte de transacción entre los partidarios de la salida elec1 y quienes la desdeñaban, en pro de las propuestas de liberación nacioI.OH radicales, con la candidatura de Balbín, aceptaban el triunfo pero|| y MI futuro papel de minoría legitimadora, mientras que a derecha e lili ida surgieron otras fórmulas de escasa significación. La Juventud PeroH f c l di»»el tono a la campaña electoral, que permanentemente rozó los lími| | l di Ii acuerdos ele garantías entre los partidos y constituyó una verdadera Inhumación de la polarización de la sociedad contra el poder militar, i | ' l «lima se prolongó luego del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 • U a i u l i ) el peronismo triunfó con casi el 50% de los v o t o s - hasta el 25 de Uta o uguiente, fecha de la asunción de Cámpora. Ese día memorable asistiefnn i I presidente chileno Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós. 'pi|o la advocación de las dos experiencias socialistas del continente, la socie1

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vilizada y sus dirigentes escarnecieron a los militares, transformando la

[ f l I l M i la en huida, y liberaron de la cárcel a los presos políticos condenados por b | n » ile subversión. Las formas institucionales fueron salvadas por una inmeillai i ley de amnistía dictada por el Congreso. Para muchos, parecía llegada la ¡pina «leí "argentinazo". Otros, más cautamente, tomaban nota del relevo de i liilmibert i ordenado por Perón, luego de que este dirigente amenazara con la fuuiiai ion de "milicias populares". Esos y otros diagnósticos -pues todo era Vliiualincnte posible aquel 25 de mayo- pasaban por los designios, secretos f fH*t« i sin duda geniales, de Perón, identificado como el salvador de la nación. I'.te fenómeno, sin duda singular, de ser a la vez tantas cosas para tantos, lt nía que ver con la heterogeneidad del m o v i m i e n t o peronista y con la decilli -i i y habilidad de Perón para no desprenderse de ninguna de sus partes. Pero 11 i más- que eso: como ha escrito José Luis Romero, la figura simbólica de HUÍ, una y muchas a la vez, había llegado a reemplazar a su figura real. Para

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todos, P e r ó n expresaba un sentimiento general de tipo nacionalista y ; de r e a c c i ó n c o n t r a la reciente experiencia de desnacionalización y p r i v i l l H Para algunos -peronistas de siempre, sindicalistas y políticos- esto se eiu «\M ba en e l líder histórico, que, como en 1945, traería la antigua bonanza, d i a f l buida p o r e l Estado protector y munificente. Para otros -los más jóvciu-\ activistas de todos los pelajes- Perón era el líder revolucionario del T f H Mundo, q u e eliminaría a los traidores de su propio movimiento y condiu i r f f l la liberación, nacional o social, potenciando las posibilidades de su p u r h f l Inversamente otros, encamando el ancestral anticomunismo del m o v i m i i - n B veían en Perón a quien descabezaría con toda la energía necesaria la hidra . I f l subversión social, más peligrosa y digna de exterminio en tanto usurpaki • tradicionales banderas peronistas. Para otros muchos -sectores de las » I.i«al medias o altas, quizá los más recientes descubridores de sus virtudes- Perón ( I el pacificador, el líder descarnado de ambiciones, el "león herbívoro" que un. ponía el "argentino" al "peronista", capaz de encauzar los conflictos de la MH K j l dad, realizar la reconstrucción y encaminar al país por la vía del c r e c i n u c i J hacia la " A r g e n t i n a potencia". El fenómeno sorprendente de 1973, la maiavfl lia del carisma de Perón, fue su capacidad para sacar a la luz tantos a n b e l i j insatisfechos, mutuamente excluyentes pero todos encamados con alguna I. gitimidad en el anciano líder que volvía al país. El 11 de marzo de 1973 el p . i l i votó masivamente contra los militares y el poder autoritario y creyó que M iban para no volver. Pero no votó por alguna de estas opciones, todas d i a l contenidas en la fórmula ganadora, sino por un espacio social, político y i n i n f bien militar, en el que los conflictos todavía debían dirimirse.

1973: un balance Para sus protagonistas, las raíces de esos conflictos, sin duda violentos, xa hallaban en una economía exasperante por su sucesión de arranques y deten ciones, de promesas n o cumplidas y frustraciones acumuladas. Sin embargo, v i s t o desde una perspectiva más a m p l i a - y sin duda mejorada por posteriora calamidades, todavía n o imaginadas e n 1973- la economía del país tuvo un desempeño medianamente satisfactorio, que se habría de prolongar hasta 1975, y que no justificaba los p r o n ó s t i c o s apocalípticos, aunque tampoco las fantasías de la Argentina potencia.. L o más notable fue el c r e c i m i e n t o d e l sector agropecuario pampeano, quf revirtiendo el largo estancamiento y retroceso anterior se inició a principa« de l o s años sesenta y se prolongó K . asta el comienzo de los ochenta. En estol

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ifósperos. el mundo se e n c o n t r a b a en condiciones de transformar al Jiparte de su necesidad de a l i m e n t o s endemanda efectiva, y se abrieron o» mercados para los granos y aceites argentinos, particularmente e n los ) noeialistas -que purgaban el fracaso de su agricultura- y en los que •un disfrutando de ios buenos precios del petróleo o comenzaban su creWltto industrial. • ardor agrario pampeano se transformósustancialmente, así como divergióles modernos en el interior tradicional, como el Valle del Río Negro. El lo promovió el cambio de diversas maneras - h u b o créditos y subsidios h f t inversiones, y una acción sistemática del I N T A - aunque no cambió su |l> tonal política de transferir recursos a la economía urbana, que se mantup r t apenas algunas modificaciones e n los métodos. Pero K i decish < > ti len >i rli»tos de la modernización general d e la economía. La fabricación local de lotes y cosechadoras, y también silos y otras instalaciones, permitió una Ionización total de la tarea y cambios sustanciales en las formas del almace| B | y el transporte. Las empresas agroquúnicas - e n general filiales de grandes •Htpn " • I Perón había demostrado saber manejarse con soltura. Sobre la escena d u t f l j crática, en cambio, había muchas más dudas, pese a la espectacular e x p e r l B j cia electoral de marzo. Los partidos políticos que debían ocuparla no n i M I siasmaban mayormente. El Partido Justicialista apenas existía e n el c o n j u i i t n f l I lo que se llamaba, u n poco eufemísticamente, el Movimiento, y Perón num i 14 I consideró como otra cosa que una fachada. Los restantes, luego de tanto l iría po de inactividad o de actividad sólo parcial, eran un conjunto de direccii >\\0 anquilosadas, verdaderas claques vacías, c o n pocas ideas y c o n muy escasa m pacidad para representar los intereses de la sociedad. La Hora del Pueblo, • incumplió u n importante papel e n la salida electoral, n o llegó a constituii n l l espacio de discusión y negociación reconocido; más allá de los acuerdos inii M< les, Perón sólo la usó c o m o escenario para mostrar a la sociedad su fisonomía J pacificadora, y a lo sumo para garantizar el respeto de las formas constituí- ¡i >i i.u d T i e s . E l resto de los partidos, empezando por la Unión Cívica Radical, participan ^ T o n del embeleso general con P e r ó n o se sintieron abmmados por la culpa de 11 ^\n y se limitaron a aceptar sus términos, renunciando de entrada :i fl A /función de control y alternativa. La idea misma de democracia, de represen!! ' ción política de los intereses sociales, de negociación primero e n el ámbito.Ii V cada partido y luego e n los espacios políticos comunes, de constitución c o t a t i v a del poder, tenía escaso prestigio en una sociedad largamente acostuml >ri da a que cada una de sus partes megociara por separado con el poder constituí do. La política parecía una ficcicon que servía para velar la verdadera negocia

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to los lactores reales de poder. Los sectores propietarios se sentían muCómodamente expresados por sus organizaciones corporativas. Los populares, por su parte, que podrían haber estado interesados en la in li m de un ámbito específicamente político, no encontraron para ello l i m a c i ó n n i voceros entre los actotes políticos, n i mucho menos entre üniaiivos. Ii lúe crucial para el destino de la experiencia que se iniciaba en 1973 Illia elección donde la voluntad popular se expresó tan libre y acabadaj l i o i u o en 1946. La ola de movilización, que estaba llevando el enfrenl i l o social a u n punto extremo, contenía en sus orígenes un importante Hilo de participación, visible en cada uno de los lugares de la sociedad ) w gestaba, desde una sociedad vecinal a u n aula universitaria o una II, l'ero sus elementos potencialmente democráticos se cruzaban con lina i ultura política espontánea -acuñada en largos años de autoritaris| ilr i in icracia f i n g i d a - que llevaba a identificar el poder con el enemigo y fppn M o n , a menos que se lo "tomara", para reprimir a su vez al enemigo. Illlas l o s partidos políticos carecían de fuerza o de convicción para ha^)nli entre ellos, los activistas formados en las matrices del peronismo, el ||li ismo o la izquierda tendieron a acentuar y dar forma a esta cultura • m a n c a y a incluirla - c o m o se v i o - en la lógica de la guerra. Así, no fue fl) que las organizaciones armadas se insertaran en el movimiento popul a n los barrios, en las fábricas, en el movimiento estudiantil, llenando u n • l Ii • que debía ser ocupado. Los Montoneros, particularmente, tuvieron una |||onin capacidad para combinar la acción clandestina con el trabajo de Ulpi tía ie, que realizaron a través de la Juventud Peronista. Pero al hacerlo p i n idujeron un sesgo en el desarrollo del movimiento popular: lo encuadraflili, In sometieron a una organización rígida, cuya estrategia y tácticas se ||iil« .i.iban en otras partes, y eliminaron todo lo que la movilización tenía de pipi mi aneo, de participativo, de plural. Convertida en parte de una máquina m yiierra, la movilización popular fue apartada de la alternativa democrática If llevada a dar en otro terreno el combate final.

La vuelta de Perón |(| ."> de mayo de 1973 asumió el gobierno el presidente Héctor J. Cámpora y I ¿ 0 de j u n i o retornó al país Juan Domingo Perón. Ese día, cuando se había l-ougregado en Ezeiza una inmensa multitud, u n enfrentamiento entre gruarmados de distintas tendencias del peronismo provocó una masacre. El

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13 de j u l i o C á m p o r a y el vicepresidente Solano Lima renunciaron; a t j el t i t u l a r d e l Senado, asumióla presidencia el de la Cámara de D i p u l j Raúl L a s t i r i , que era yerno dejóse López Rega, el secretario privado de H y a la vez m i n i s t r o de Bienestar Social. En septiembre se realizaron las i\\á elecciones y l a fórmula Perón-Perón, que el líder compartió con su cm Isabel (née M a r í a Estela Martínez) alcanzó el 6 2 % de los votos. El I d e l del año siguiente murió Perón e Isabel lo reemplazó, hasta que fue depu| por los jefes militares el 24 de mano de 1976. Los tres años de la se«u( experiencia peronista, verdaderamente prodigiosos por la concentración acontecimientos y senridos, clausuraron - d e manera desdichada y t e n sa- toda una época de la historia argentina. a

Es difícil saber en qué momento de su exilio Perón dejó de verse B mismo c o m o e l insobornable jefe de la resistencia, dispuesto a desbaraiai Ifl tentaciones provenientes del poder, y se consideró el destinado a pilotear• vasto proyecto de reconstrucción que asumió como última misión de su vi.tf Puede dudarse, incluso, de si se trató de una decisión deliberada o si rcsiilJ arrastrado por circunstancias incontrolables aun para su inmenso talento t . t j tico. Lo cierto es que, puesto en el juego, armó su proyecto -parecido p r f l distinto al de 1945- sobre tres bases: un acuerdo democrático con las f u e r a políticas, un pacto social con los grandes representantes corporativos y conducción más centralizada de su movimiento, hasta entonces desplegad»» en varios frentes y dividido en estrategias heterogéneas. Para que funcionan!, Perón necesitaba que la economía tuviera u n desempeño medianamente MU tisfactorio -las expectativas eran buenas- y que pudiera reforzarse el podfl del Estado, tal como lo reclamaba la mayoría de la sociedad. Éste era un punto débil: los mecanismos e instrumentos estaban desgastados y resultaría» ineficaces, y el control que Perón podía tener no era pleno, pues las Fuer/ai Armadas se mostraban reticentes, pese a la rehabilitación mutua que se con* cedieron con Perón; el gobierno, finalmente, resultó corroído por la formida ble lucha desencadenada d e n t r o del movimiento. Así, una de las premisas d i su acción falló de entrada. El p a c t o social funcionó mal casi desde el princl pió y terminó hecho añicos, m i e n t r a s que el pacto democrático, aunque fun c i o n ó formalmente bien y se respetaron los acuerdos, finalmente resultó irre levante pues no sirvió n i para c o n s t i t u i r una oposición eficiente n i para su ministrar de por sí, cuando los o t r o s mecanismos fallaron, el respaldo necesari» i para el mantenimiento del gob ierno constitucional. El Programa de Reconstrucción y Liberación Nacional, presentado en mayo de 1973, pese a la conces i o n a l clima de época que había en su título, consistía en un intento de sup>erar las limitaciones al crecimiento de una

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Milla » uyos rasgos básicos no se pensaba modificar. N o había en él nada Iftdii ata una orientación hacia el "socialismo nacional", y tampoco un |u »l» buscar nuevos rumbos al desanollo del capitalismo. Como en 1946, I m unió para pilotearlo a u n empresario exitoso, en este caso ajeno al (•in. >: José Ber Gelbard, jefe de la Confederación General Económica, i r nucleaba la mayoría de las empresas de capital básicamente naciólo» objetivos, acordes con los cambios ya consolidados en la estructura Vnii a del país, eran fuertemente intervencionistas y en menor medida bfiiilístas y distribucionistas, y no implicaban u n ataque directo a ningu4* l«»s intereses establecidos. H t l l e n d o las tendencias de la década anterior, se esperaba apoyar el creI r n i n de la economía tanto en una expansión del mercado interno -seln 11 adición de los empresarios que apoyaban a ambos partidos mayorita* cuanto en el crecimiento de las exportaciones. Las perspectivas de las •na» iones tradicionales eran excelentes: muy buenos precios y posibili|»!« acceder a nuevos mercados, como la Unión Soviética; la nacionalizaI del comercio exterior apuntaba a asegurar la transferencia de parte de hrneíicios al sector industrial, aunque a la vez se cuidó mucho de preserf los ingresos de los sectores rurales, cuya productividad se quiso incremenIntnbinando alicientes y castigos. U n o de ellos - l a posibilidad de expropiar llenas sin cultivar, incluido en el proyecto de ley agraria- desencadenó a ) l laiga un fuerte conflicto. Pero sobre todo se trató de continuar expandienH IIIH exportaciones industriales a través de convenios especiales, como el Ifiali.ailo con Cuba para vender automóviles y camiones. I I as empresas nacionales, que también deberían participar de los benefi|l» M i le las exportaciones, fueron respaldadas con líneas especiales de crédito l i i i n el mecanismo del compre argentino en las empresas públicas; para loe.iai mayor eficiencia y control, éstas se integraron en una Corporación de Impresas Nacionales. Por otra parte, se apoyó especialmente a algunos granili proyectos industriales, de "interés nacional", mediante importantes subvi in iones. Muchos resortes pasaban por las manos del Estado: el manejo Centralizado del crédito y también el control de precios, fundamental para la |v »lít ica de estabilización. Pero además, el Estado aumentó considerablemente i | l gastos a través de obras sociales e incrementó el número de empleados públicos y de empresas del Estado; contribuyó así a activar la economía interna, aunque a costa de un déficit creciente. La clave del programa residía en el pacto social, con el que se procuraba solucionar el problema clásico de la economía, ante el cual habían fracasado los sucesivos gobiernos desde 1955: la capacidad de los distintos sectores, em-

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peñados en l a puja distributiva,para frenarse mutuamente. Mientras ( había fracasado en su intento de cortar el nudo con la pura autoridad, I • i recurría a la concertación, un mecanismo muy común en la tradición c u f f pero además fácilmente filiableen su propia concepción de la comuiud.nl( ganizada. El Estado debía disciplinar a los actores combinando persua«|fl autoridad. H u b o concertaciones sectoriales y una mayor, que las s u h s i j f l todas, suscripta por la CGE y lacGT, que estableció el congelamiento d l f precios y la supresión por dos años de las convenciones colectivas o pai iiart Esto era duro de aceptar para el sindicalismo y fue compensado con un IUMI| diato aumento d e l 20% genetal en los salarios, muy distante sin embargi i i l f f l expectativas generadas por el advenimiento del gobierno popular. Los primeros resultados de este programa de estabilización fueron >''pH taculares. La inflación, desatada con intensidad en 1972, se frenó bniij mente, mientras que la excelente coyuntura del comercio exterior penn' superar la angustiante situación de la balanza de pagos y acumular un bv superávit, y las mejoras salariales y el incremento de gastos del Estado vM mulaban el aumento de la actividad interna. Por esa vía, se llegó prouui estar cerca de la plena utilización de la capacidad instalada. Pero desde M ciembre de 1973 comenzaron a acumularse problemas. El incremento del» sumo hizo reaparecer la inflación, mientras que el aumento del precio del | J tróleo en el mundo -que ya anunciaba el f i n del ciclo de prosperidad di I posguerra- encareció las importaciones, empezó a complicar las cuentas i'l ternas e incrementó los costos de las empresas. Finalmente, el Mercado l'» mún Europeo se cerró para las carnes argentinas. Se trataba de una crll cíclica habitual, pero su resolución clásica estaba vedada a u n gobierno qi| había hecho de la "inflación 0" u n a bandera y que sabía que una devaluai It1 tropezaría con fuertes resistencias. El pacto social debía servir para encontr< la manera equitativa y razonable de repartir los mayores costos, pero las n glamentaciones cada vez más frondosas a las que se apeló, que se c u m p l i d o escasamente, no sólo revelaron l a s dificultades de la persuasión sino las 1 1 cientes falencias del Estado para hacer valer su autoridad. Así, antes de qu»' el gobierno popular hubiera c u m p l i d o u n año, estaba nuevamente planteada en f o r m a abierta la lucha sectorial, cuyas condiciones, sin embargo, exist lau desde el mismo comienzo de esta experiencia populista. Los actores del pacto social d e m o s t r a r o n escasa capacidad y poca vo'un tad para cumplirlo. La CGE, i n v e s t i d a de la delegación global de los empresa rios, los representaba mal, y aun a sus instituciones primarias, que en muela I casos habían sido forzadas a encu adrarse en ella, de acuerdo con las concep ciones organicistas de Perón. Es aprobable que en muchos casos, por las m i l

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fct». hayan firmado los acuerdos, sin mucha convicción, esperando |*o .i - del tiempo trajera condiciones mejores. Pero sobre todo, se desque n o podían asegurar que sus miembros cumplieran lo acordado. Ipn .arios - y muy en especial los chicos o medianos, difícilmente con9* o icontraron muchas maneras de violar el pacto: desabastecimienHrpiei ios, mercado negro, exportaciones clandestinas; también hallaIflM l i ' i m a de manifestar su escaso entusiasmo: la inversión privada fue (Valúente magra. 1i111 no se hallaba cómoda y a gusto con u n gobierno peronista con el M I un vía su táctica clásica de golpear y negociar sin comprometerse, la I que sabían manejar cabalmente. N o sólo Perón debía subordinar }|i m e i n p r e - a quienes lo apoyaban, sino que los sindicalistas carecían de l i l ñ n , instrumentos y objetivos para cogobernar. Por otra parte, la movilou de los trabajadores, que los ponía en jaque, les impedía negociar con I.i.I l ' l triunfo electoral avivó las expectativas de la sociedad y dio u n fcrMimulo a la "primavera de los pueblos"; en las fábricas, se tradujo en |i« m i al izado incremento de las reivindicaciones y en u n estilo de lucha jllli luía ocupaciones de plantas, que rebasó las direcciones sindicales y i cuestionó la autotidad de los gerentes y patrones. Antes de que las fll/iit ii mes guerrilleras llegaran a tener u n papel activo, según Juan Carl o i i r , las fábricas estuvieron, por obra de la movilización sindical, "en (*!•• de rebeldía". | las o encubiertas, lo que aumentaba la amenaza sobre los dirigentes pm límales obligados a atarse al pacto. Perón se dedicó a fortalecerlos; desde QlH n n a n o al país los halagó de m i l maneras distintas, reivindicando su JHiiir> u pública, amenazada por la izquierda peronista, y reinstalándolos simm\\\> a m a i i e en el centro mismo del movimiento. U n a modificación de la I f y . I i Asi iciaciones Profesionales reforzó la centralización de los sindicatos, • i m i i no el poder de sus autoridades y prolongó sus mandatos, de modo que jHldii mu enfrentar el desafío antiburocrático, pero n o impidió que reclamaM l i la 1 1 invocatoria a paritarias y exigieran periódicos ajustes salariales. V i o p l u de uno y otro lado, el pacto se fue desgastando ante la impotencia de las ||lli a id.ules. El propio gobierno, que había congelado las tarifas públicas, t u R I luieiés en una renegociación, que se produjo en marzo de 1974, con una fluida general de aumentos que no satisfizo a nadie. La puja continuó. El 12 b puno IVrón convocó a una concentración masiva en la histórica Plaza de fVlaoi, dramáticamente pidió a las partes disciplina y amenazó con renunl l a i fue la última aparición en público antes de su muerte.

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En la segunda fase del gobierno peronista, los actores cambiaron de e o J tegiay l a puja recuperó sus formas clásicas. En la CGT se impusieron los p.ml danos d e la negociación dura, en la mejor tradición vandorista, e n c n r f l H precisamente p o r su sucesor entre los metalúrgicos, Lorenzo Miguel. E.tl. I Perón - a l r e d e d o r de cuya figura simbólica todas las fuerzas concertaron mi| tregua t á c i t a - se lanzó a construir una base propia de poder, rodeada di nt| grupo de fieles, de escasa tradición en el peronismo, que encabezaba la c s i i f l ña y siniestra figura de José López Rega, a quien apodaban "el Brujo" poi J gusto p o r las prácticas esotéricas. Pese a que Isabel se dedicó a parodiai I f l fórmulas y gestos del líder muerto para capitalizar su herencia simbólica, J_ política se apartó totalmente de la que aquél había trazado en sus u l i n a i J años. Isabel se propuso homogeneizar el gobierno, colocando a amigos c a í condicionales e n los puestos clave y rompiendo una a una las alianzas nutf] había t e j i d o Perón, que en el futuro esperaba reemplazar por otras nuev J con los militares y empresarios. En algunos de esos propósitos, Isabel y \M sindicalistas coincidieron. Así, provocaron la renuncia del ministro Gelbanll y, aprovechando los mecanismos de la nueva Ley de Asociaciones y de la I • y I de Seguridad, desalojaron sistemáticamente a las cabezas del sindicalismo opositor: Raimundo Ongaro, Agustín Tosco y Renée Salamanca perdiciofd sus sindicatos y la agitación gremial disminuyó considerablemente en 197W Pero básicamente se enfrentaron alrededor de los restos del pacto SOCÍNI En 1975 la crisis económica urgía a tomar medidas drásticas, que terminad rían de liquidarlo: los problemas de la balanza de pagos eran muy graves, la inflación estaba desatada, la puja distributiva era encarnizada y el Estado estaba totalmente desbordado. En ese contexto, el gobierno debió accedo .1 la tradicional demanda de la CGT y convocó a paritarias, de modo que 11 ajuste inminente debía realizarse en el momento mismo en que éstas se en contraban discutiendo los ajustes salariales, lo que generó una situación in manejable. A fines de marzo, la mayoría de los gremios había acordado an mentos del 40%; el 2 de j u n i o , el nuevo ministro de Economía, Celestino Rodrigo, del equipo d e López Rega, provocó u n shock económico al decidir una devaluación del 1 0 0 % y u n aumento de tarifas y combustibles similar o superior. El "rodrigazo" echó por tierra los aumentos acordados; los sindica listas volvieron a e x i g i r en las paritarias y los empresarios concedieron —con llamativa facilidad- a u m e n t o s que llegaban al 200%. La presidenta decidid no homologarlos y g e n e r ó una masiva resistencia de los trabajadores, que culminó en movilizaciones en la Plaza de Mayo y u n paro general de 4H' horas. El hecho era n o t a b l e porque, contra toda una tradición, la CGT enea bezaba la acción c o n t r a u n gobierno peronista. Isabel cedió, López Rega y

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|i ip 1 renunciaron, los aumentos fueron homologados y devorados por la be Ion en sólo u n mes. En medio de una crisis económica galopante, el Mino entró en su etapa final. L l lucha en torno del pacto social fue paralela a la que se libró en el seno | |veionismo, involucrando al gobierno y hasta al mismo Estado, y sobre ^ • i f í n i e n d o la suerte del movimiento popular. Esa lucha estaba implícita l.o equívocas relaciones entre Perón y quienes, alrededor de Montoneros

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'a luvcntud Peronista, constituían la llamada "tendencia revolucionaria" B t r o n i s m o . Hasta 1973, unidos en la lucha común contra los militares, n i B ni los otros tenían interés en hacerlas explícitas. Perón cimentaba su Ülli 1.1 i-o en su capacidad de incluir a todos los que invocaran su nombre, P * | i Ii is jóvenes revolucionarios hasta los sindicalistas, los políticos provinflali más conservadores o los grupos de choque de extrema derecha. Su 5 n i r i ! i a de enfrentamiento con quienes lo expulsaron del poder consistía Mi 111 ih.'.ar a los jóvenes, y a los sectores populares que ellos movilizaban, para tunearlos, y a la vez para presentarse como el único capaz de contenerlos, ku 1 sentido, repetía su estrategia de 1945 del "bombero piromaníaco". t Montoneros y la Juventud Peronista aprovecharon su proclamada adheItnn .1 Perón para insertarse más profundamente en el movimiento popular y na \ se de su espectacular crecimiento luego de 1973, cuando la sociedad Mili ia pareció entrar en una etapa de rebelión y creatividad. En la cultura Milu a a de estos sectores, masivamente incorporados al peronismo, podían fconocerse dos grandes concepciones. U n a de ellas se apoyaba en la vieja Ha.li. ion peronista, nacionalista y distribucionista, alimentada durante la K H exclusión por la ilusión del retorno del líder, y con él, mágicamente, de m buenos tiempos en los que la justicia social coronaba el ascenso i n d i v i ¡Mal Quienes permanecieron fieles a lo que sin duda era la capa más profunda y sólida de la cultura política popular adherían al viejo estilo político, •lili II it ario, faccioso, verticalista y visceralmente anticomunista. La otra, meB | precisa, arraigó en una parte importante de los sectores populares, pero b b i c iodo en quienes se agregaron tardíamente al peronismo, e incorporó la i l n u a radical de la sociedad, condensada en la consigna "liberación o de• n d e n c i a " . Ambas concepciones, en u n contexto de guerra, se definieron lli« 01 isignas de batalla: la "patria peronista" o la "patria socialista". Los M o n |i a naos, que aspiraban al principio a encamar a ambas, terminaron identifiI adi »s con la segunda, mientras el sindicalismo y los grupos de extrema dere1 b.i se convirtieron en abanderados de la primera.



El l riunfo de 1973 acabó con los equívocos dentro del peronismo y abrió lucha por la conducción real y simbólica del movimiento y del pueblo.

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Otros g r u p o s revolucionarios no tuvieron los dilemas de los M o n t o n e m f ^ B trotskista E j é r c i t o Revolucionario del Pueblo, la otra gran organización H mada, n o creía n i en la vocación revolucionaria del peronismo n i en la i f l mocracia m i s m a , de modo que, pasada la breve tregua de 1973, f á c i l u i l f l retomó la lucha e n los mismos términos que contra los militares. Otras \\\\$m revolucionarias dentro del peronismo nunca habían contado con el p t m i H apoyo de P e r ó n , y estaban dispuestas a una guerra larga y de posiciones, • n U| que la v i c t o r i a electoral de 1973 era apenas una etapa y una circunstan^M Para M o n t o n e r o s , que había crecido identificándose plenamente con I V f f l y el peronismo, e l triunfo de marzo abría una lucha decisiva por el coni n >l - Id poder y d e l discurso peronista, ambos indivisibles, y concentraron toda» energías e n dominar a ambos, expulsando a los enemigos "infiltrados y t r j f l dores" - u n a a m p l i a categoría en la que cabían los políticos, las organiza» l i f l nes sindicales, los empresarios y los colaboradores directos de Perón- y c a l nando para su causa al propio Perón, presionado a ratificar la imagen que di él habían construido y que el propio Perón había alentado. A principios de 1973, empujados por la euforia electoral y estimuladla por el espacio que les había abierto el propio Perón - q u i e n marginó de \m listas electorales a los sindicalistas- los militantes de la Tendencia se laiu ron a ocupar espacios de poder en el Estado, quizá suponiendo que el p o i real estaba al alcance de la mano. Aliados o simpatizantes suyos ocupaban! varias gobernaciones-incluyendo las claves de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza—, dos o tres ministerios, las universidades, que fueron la gran base • movilización de la Juventud Peronista, y muchas otras instituciones y depai tamentos gubernamentales. Pero pronto se restablecieron las relaciones • fuerza reales. A partir de la renuncia de Cámpora, el 13 de j u l i o de ese aun, una a una perdieron las posiciones ocupadas. Primero fueron los ministerio», En enero de 1974, luego de que el ERP realizara u n ataque importante contia una guarnición militar en la provincia de Buenos Aires, Perón aprovocbó para exigir la renuncia d e su gobernador, y poco después promovió u n golpe palaciego contra el de C ó r d o b a ; la operación siguió después de su muerte, en julio d e 1974, cuando c a y e r o n los gobernadores restantes, así como m u c h a sindicalistas disidentes, y las universidades fueron entregadas para su depura ción a sectores de ultraderecha. Desplazada de las posiciones de poder en el gobierno, la Tendencia revoln d o n a r l a se lanzó a la l u c h a de aparatos, en competencia con el sindicalismo y con los grupos de derecha que rodeaban a Perón. Se trataba de demostrar, de diversas maneras, quién t ^ n í a más poder, quién movía más gente y quién pega ba m á s duro. Dentro de l a tradición del peronismo, la movilización callejera y

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M U e n l r a c i ó n en la Plaza de Mayo, lugar de la representación mítica del | t t , i (instituían la expresión del poder popular y el ámbito donde el líder • l

los impulsos del pueblo. En el clima de movilización y enfrentamiento

lian leticias, la vieja fiesta popular dominguera se transformó en una demosde fuerza, donde las vanguardias debían exhibir su capacidad para orgaii al pueblo y convertirlo en una máquina de guerra lanzada a la lucha wJR otras falanges igualmente organizadas. Los manifestantes se encolumIMI I disciplinadamente y competían p o r los lugares más visibles o más cercaiM al líder, los carteles o las consignas. E n cada una de esas jomadas se libraba |Nia batalla real, como el 20 de junio de 1973, en Ezeiza, donde ante dos millo|H" de personas reunidas para recibir a Perón se peleó a tiros por los espacios, o I " de mayo de 1974, cuando los militantes de la Tendencia se enfrentaron ¡Ni MIS competidores y con el mismo Perón y luego abandonaron la Plaza de M''V • dejándola semivacía. Slinultánemente, la guerra de aparatos se desanolló bajo la terrible forma di I terrorismo, y en particular de los asesinatos, que podían ser, en proporción Vaoable, estratégicos, justicieros o ejemplarizadores. Montoneros se dedicó a • ( m i n a r personajes conspicuos, como José Rucci, secretario general de la CGT • pie/a importante en la estrategia de Perón con los sindicalistas, asesinado l m i is días después de la elección plebiscitaria de Perón. Contra ellos se constif l l i y o otro terrorismo, con aparatos parapoliciales -nutridos de matones sindilales, cuadros de los grupos fascistas del peronismo y empleados a sueldo del Ministerio de Bienestar Social- que operaban con el rótulo de Acción A n t i c o lliimista Argentina, o más sencillamente Triple A . Los asesinatos se multipli( i l i o n y cobraron víctimas en personas relativamente ajenas al combate, pero que servían para demostrar el poder de cada organización. ;

Finalmente, la competencia se desenvolvió en el ámbito del discurso. Los Montoneros habían hablado en nombre de Perón pero, como han mostrado Sigal y Verón, en el peronismo no cabía más que un solo enunciador, aunque tuviera infinitos traductores, más o menos traidores. Maestros en esa traduci ion cuando Perón estaba en Madrid, los Montoneros debieron enfrentarse ' t o n el problema de un líder vuelto al país que, abandonando su cultivada ambigüedad, empezaba a hablar inequívocamente, recordando la ortodoxia peroni.sta, que poco tenía que ver con la "socialista" y denunciando a los "apresuradt is" e infiltrados. Desde el 20 de junio el conflicto era público, pero durante un ano los Montoneros lograron soslayarla definición: mientras concentraban toda su artillería en los "traidores", ajenos al peronismo, reinterpretaron hasta i Ii «ule era posible la palabra de Perón, sostenían que se trataba de desvíos puramente tácticos, muestras de la genialidad ele un líder que no los desautorizaba

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explícitamente, elaboraron la teoría del "cerco" o el "entorno" que i m p e d u l Perón c o n o c e r la verdadera voluntad de su pueblo, y se aferraron a la imauM de una " E v i t a montonera" que debía legitimar su ortodoxia en los orígnuá mismos del peronismo. E l l de Mayo de 1974 se llegó a la ruptura: al ahniuM naruna Plaza de donde el propio Perón los expulsaba, renunciaban a hablar m nombre del Movimiento. Reaparecieron una vez más, apenas dos meses d m pues, e n los fantásticos funerales de Perón, y luego pretendieron asumii m| herencia, fundando el Partido Peronista Auténtico, sin mayor éxito: la mauM se había roto y sólo los seguían los militantes. 2

Pronto optaron por volverá la vieja táctica y pasaron a la clandestinidad, Hubo más asesinatos, secuestros espectaculares para mejorar sus finanzas -el d« Jorge B o r n les reportó 60 millones de dólares-, intervención en conflictos sindicales, donde la fuerza armada era usada para volcar en favor de los trabajadores las negociaciones con los patrones, y acciones militares de envergadura, pero fracasadas. En ese camino los siguió el ERP, que desde 1974 había instalado un foco en el monte de Tucumán. Contra ambos creció la represión clandesi i na, que se cebó sobre todo en quienes -intelectuales, estudiantes, obreros, militantes de villas o barrios- habían acompañado la movilización pero no pud jirón pasar a la clandestinidad. Desde febrero de 1975, el Ejército, convocado por la presidenta, asumió la tarea de reprimir la guerrilla en Tucumán. El geno cidio estaba en marcha. Por entonces, el gobierno peronista se acercaba a su final. El "rodrigazo" había desatado una crisis económica que hasta el final resultó imposible d i dominar: inflación galopante, "corridas" hacia el dólar, aparición de los me canismos de indexación y, en general, escasas posibilidades para controlar la coyuntura desde el poder. La crisis económica preparó la crisis política. En julio de 1975, n i las Fuerzas Armadas n i los grandes empresarios - a cuyo apoyo había apostado Isabel- h i c i e r o n nada para respaldar a la presidenta, a quien ya miraban postumamente. Los empresarios cedieron con facilidad a los reclamos de los sind icalistas, como si se complacieran en fomentar el caos de la economía. Rotos los acuerdos que había construido Perón, los grandes empresarios se separaron de la CGE y atacaron decididamente al gobierno. Hasta entonces, los militares se habían acomodado a los distintos climas del gobierno, sin enfrentarlo: con C á m p o r a practicaron el populismo y confraternizaron con la Juventud Peronista; con Perón tuvieron a su frente a un profes ional apolítico, y c o n Isabel a otro que simpatizaba con los grupos derechistas del régimen. P e r o luego d e julio, cuando López Rega cayó en desgracia, comenzaron a prepararse paxa el golpe. El general Videla, nuevo comandante e n jefe, al tiempo que se rxegaba a respaldar políticamente al gobierno

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|rt»is, le puso plazos -como tantas veces habían hecho antes los militares-, ;ró que la crisis económica y la política sumadas consumaran su deterioro prparó su reemplazo. Luego de la renuncia de López Rega y Rodrigo, una alianza de políticos y Jfcalistas ensayó una salida: Italo Luder, presidente del Senado, reempla• e v e m e n t e a Isabel y se especuló con que el cambio fuera definitivo, por j m c i a o juicio político. A n t o n i o Cafiero, un economista respetado y bien plítcionado con los sindicalistas, intentó capear la crisis pero la inflación •matada, a la que se sumaba una fuerte recesión y desocupación, hicieron •Uposible restablecer el acuerdo entre gremialistas y empresarios. El Congrem, de quien se esperaba que encontrara el mecanismo para remover a la fcraidenta. tampoco pudo reunir el respaldo necesario. El retorno de Isabel a • presidencia clausuró la posibilidad y a la vez agravó la crisis política que, fcimada a la económica, creó una situación de tensión insoportable y una fcrptación anticipada de cualquier salida. Muchos peronistas se convenciek n de que la caída de Isabel era inevitable, y pensando en el futuro prefirieron ftvirar divisiones, acompañándola hasta el f i n , el 24 de marzo de 1976, cuando los comandantes militares la depusieron y arrestaron. Como en ocasiones •interiores, el grueso de la población recibió el golpe con inmenso alivio y ' truchas expectativas.

I.

V I I . El Proceso, 19764983 El genocidio il del llamado Proceso de Reorganización Nacional y designó presidena Nación al general Videla, quien además continuó al frente del Ejérzanla 1978. | caos económico de 1975, la crisis de autoridad, las luchas facciosas y la Jfte presente cotidianamente, la acción espectacular de las organizacio(ticrrilleras -que habían fracasado en dos grandes operativos contra uni• militares en el Gran Buenos Aires y Formosa-, el terror sembrado por J b l e A , todo ello creó las condiciono para la aceptación di' un golpe de |doi un conjunto de prácticas que -desde la familia a la vestimenta o las creenl l . i s revelaban lo profundamente arraigado que en ella estaba el autoritaris.Itio que el discurso estatal potenciaba. El gobierno militar nunca logró despertar n i entusiasmo n i adhesión explíi ita en el conjunto de la sociedad, pese a que lo intentó, a mediados de 1978, i liando se celebró el Campeonato Mundial de Fútbol y las máximas jerarquías .isist ieron a los estadios donde la Argentina obtuvo el título, y a fines de ese tifio cuando, agitando el más turbio sentimiento chauvinista, poco faltó para iniciar una guerra con Chile. Sólo obtuvo pasividad, pero le alcanzó para encarar las transformaciones profundas que - e n su prospecto- habrían de eliminar

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definitivamente los conflictos de la sociedad, y cuyas primeras c o J cias - l a fiebre especulativa-contribuyeron por otra vía a la atomizad., sociedad y a l a eliminación de cualquier posible respuesta.

ha economía imaginaria: la gran transformación Esa transformación fue conducida por José Alfredo Martínez de fio;-, inmiM tro de E c o n o m í a durante los cinco años de la presidencia de Videla. C ' i m l H asumió, debía enfrentar una crisis cíclica aguda -inflación desatada, m i sión, problemas en la balanza de pagos-, complicada por la crisis p o l t t u f l social y el fuerte desafío de las organizaciones armadas al poder del Esiadu I J represión i n i c i a l , que descabezó la movilización popular, sumada a una p f l tica anticrisis clásica-más o menos similar a todas las ejecutadas desde I ^ H permitió superar la coyuntura. Pero esta vez las Fuerzas Armadas y los setffl res del establishment que las acompañaban habían decidido ir más lejos. I n -a diagnóstico, la inestabilidad política y social crónica nacía de la i m p o t e i f l del poder político ante los grandes grupos corporativos -los t r a b a j a d o t l ^ M ganizados pero también los empresarios- que alternativamente se enfn nl(É ban, generando desorden y caos, o se combinaban, unidos por una lótftfl peculiar, para utilizar en beneficio mutuo las herramientas poderosas del M tado intervencionista y benefactor. U n a solución de largo plazo debía i ,im biar los datos básicos de la economía y así modificar esa configuración si » y política crónicamente inestable. N o se trataba de encontrar la fórmul.i i crecimiento -pues se juzgaba que a menudo allí anidaba el desorden- sino • del orden y de la seguridad. I n v i n i e n d o lo que hasta entonces - d e Perón i Perón- habían sido los objetivos de las distintas fórmulas políticas, se bihcJ solucionar los problemas que la economía ponía a la estabilidad política, m era necesario a costa d e l p r o p i o crecimiento económico. Según un balance que progresivamente se imponía, cuyas implicación ha puesto en evidencia A d o l f o Canitrot, el Estado intervencionista y beiiefactor, tal como se h a b í a c o n s t i t u i d o desde 1930, era el gran responsable del desorden social; en cambio, el mercado parecía el instrumento capaz de di ciplinar por igual a todos los actores, premiando la eficiencia e impidiendo los malsanos comportamientos corporativos. Este argumento, que como »• verá llegó a dominar e n los discursos y en el imaginario, oscureció lo que luí», en definitiva, la solución de f o n d o : al final de la transformación que coinlu jo Martínez de Hoz, e l poder e c o n ó m i c o se concentró de tal modo en un conjunto de grupos empresarios, trasnacionales y nacionales, que la puja COI

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n negociación ya no fueron siquiera posibles. Esta transformación B producto de fuerzas impersonales y automáticas: requirió de una 'Itltt-i vención del Estado, para reprimir y desarmar a los actores del ||H|Hnativo, para imponer las reglas que facilitaran el crecimiento de Retimos y aun para trasladar hacia ellos, por la clásica vía del Estado, • del conjunto de la sociedad que posibilitaron su consolidación. p|n u. ion de esa transformación planteaba un problema político, que ha l l Jorge Schvarzer: la conducción económica debía en primer lugar dup\< >der un tiempo suficientemente prolongado, y luego crear una situaI(III , más allá de su permanencia, fuera irreversible. El ministro de Econojf n i guipo permanecieron durante cinco años: la irreversibilidad de la |ón que crearon se manifestó inmediatamente después de su salida, cuan•u. esores intentaron cambiar algo el rumbo y fracasaron rotundamente, i l l l n e z de Hoz contó inicialmente con u n fuerte apoyo, casi personal, urbanismos internacionales y los bancos extranjeros -que le permitió i varias situaciones difíciles- y del sector más concentrado del estalew económico local. La relación con los militares fue más compleja, |*Min por sus profundas divisiones -entre las armas y aun entre facciones•> expresaban en apoyos, críticas o bloqueos a su gestión, y en parte por JO que entre ellos tenían muchas ideas y concepciones que en el plan del Iftlti»debían ser cambiadas, y con las que tuvo que encontrar algún punto h u n d o . Fue una relación conflictiva, de potencia a potencia. Los milita|ii/i;aban que el descabezamiento del movimiento popular, la eliminación Mi» ctandes instrumentos corporativos y la fuerte reducción de los ingresos lo-» Menúes trabajadores debía equilibrarse, por razones de seguridad, con hi.intenimiento del pleno empleo, de modo que la receta recesiva más Ii ,i estaba descartada. También tenían los militares una visión más tradi•ii.il de la cuestión del Estado, o al menos de la parte de él que aspiraban a la |ai en beneficio personal o corporativo. Pero muchos de los que aceptaMi I.i piopuesta básica de eliminar la participación del Estado en la transfela .le ingresos exigieron en cambio la supervivencia de las empresas estaI» generalmente conducidas por oficiales superiores- y la expansión del •Mil. • público, lo que también bloqueó la clásica receta recesiva y supuso a la •fUa un fracaso en el plan del ministro. Las relaciones con los empresarios Imnp. i. o fueron fáciles, debido a la cantidad de intereses sectoriales que del»l.in ser afectados; para imponerse, fue decisiva la inflexibilidad del minis•lo, unida a su capacidad de predicador, mostrando la tierra prometida al (In .1 de la travesía del desierto, con una seguridad mayor cuanto más la realidad parecía desmentir sus pronósticos. Pero su arma de triunfo principal fue

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haber c o l o c a d o durante variosaños a la economía en una situación de t i l ^ H Ébllidad t a l q u e sólo e r a posible seguir avanzando, guiados por el mi 4 piloto, s o riesgo de una catástrofe; cuando esto dejó de funcionar, la u m i . n t l oración y e l endeudamiento ya habían creado los mecanismos definí! i \ . . . . f l disciplinamiento y control. i Las primeras medidas ele! equipo ministerial, que cubrieron l a r g a m e n t ^ H primer a ñ o , n o dieron idea del rumbo futuro. Luego de intervenir la ex ¡ i y \^L\ principales sindicatos, reprimir a los militantes, intervenir militarmente chas fábricas, suprimirlas negociaciones colectivas y prohibir las huelga», congelaron los salarios por tres meses con lo que -dada la fortísima infla» l i H f l cayeron e n términos reales alrededor del 40%. El Estado pudo superar su cit y las empresas acumular, l< q le sumado a los créditos externos rápidatui n l f l otorgados permitió superar la crisis cíclica sin desocupación. 1

Desde mediados de 1977 -y a medida que la conducción se a f i r m a h f l comenzaron a plantearse las grandes reformas, que supusieron trastornai l i f l normas básicas c o n que había funcionado la Argentina desde 1930. La relofil ma financiera acabó con una de las herramientas del Estado para la t r a n s M rencia de ingresos entre sectores: la regulación de la tasa de interés, la es la I tencia de crédito a tasas negativas y la distribución de este subsidio scgnttl normas y prioridades fijadas por las autoridades. Profundizando u n mecaiilail mo que ya operaba desde 1975, se liberó la tasa de interés, se autorizo I f l proliferación de bancos e instituciones financieras y se diversificaron las olei i .• -títulos y valores indexados de todo tipo, emitidos por el Estado, se s u m a r f l a los depósitos a plazo f i j o , preferidos por los ahorristas- de modo que, en un clima altamente especulativo, la competencia mantuvo alta las tasas de i n f l res, y con ella la inflación, que e l equipo económico prácticamente num a pudo o quiso reducir. E n la nueva operatoria se mantuvo una norma de la vieja concepción: el Estado garantizaba no sólo los títulos que emitía sino loa depósitos a plazo fijo, tomados a tasa libre por entidades privadas, de modo que ante una eventual quiebra devolvía el depósito a los ahorristas. Esta combinación de liberalización, eliminación de controles y garantía generó un mecanismo que llevó p r o n t o a t o d o el sistema a la ruina. La segunda gran m o d ificaciór» fue la apertura económica y la progresiva 'eliminación de los mecanismos clásicos de protección a la producción lo cal, vigentes desde 1930. Se d i s m i n u y e r o n los aranceles, aunque en forma .despareja y selectiva, y c o m o posteriormente se agregó la sobrevaluación ¡del peso, la industria l o c a l debió» enfrentar la competencia avasallante de Una masa de productos i m p o r t a d o s de precio ínfimo. La fiebre especulativa ganó a toda la población!, que p ara defender el valor de su salario debía

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«rio a plazo fijo por unos pocos días o ensayar alguna otra martingala Élnesgada; junto con el alud de productos importados de precio míni|urton los fenómenos salientes de esta transformación profunda y propínente destructiva. M Iransformación se completó c o n la llamada "pauta cambiaría", una lld.i < le importancia adoptada en diciembre de 1978, poco después de que l U M u l Videla fuera confirmado por la Junta Militar por tres años en la |duuia, aventando amenazas sobre la estabilidad del ministro. El gobier||ó una tabla de devaluación mensual del peso, gradualmente decrecienpata llegar en algún momento a cero. Se adujo que se buscaba reducir la ll'lón y establecer alguna previsibilidad, pero como la inflación subsistió, « i se revaluó considerablemente respecto del dólar. La adopción de la ítti cambiaría coincidió con una gran afluencia de dinero del exterior, o r i llado en el reciclamiento que los bancos internacionales debían hacer de i* d< dares generados por el aumento de los precios del petróleo, que en 1979 ^•Vieron a subir notablemente. El flujo de dólares - o r i g e n del fuerte endeup t t u c n t o externo- rué-común en roda América Latina y en muchos países m\r M u n d o , pero en la Argentina lo estimuló la posibilidad de tomarn y colocarlos sin riesgo aprovechando las elevadas tasas de interés ÍnterHa., pues el Estado aseguraba la estabilidad del valor con que serían recomb l i n l o s . Pero la "tablita" - t a l el nombre popular de la pauta cambiaría- no pt»tó para reducir n i las tasas de interés n i la inflación, en buena medida por p liuortidumbre creciente a medida que la sobrevaluación del peso anticipaI b una futura y necesaria gran devaluación. Mientras se constituía la base de I n deuda externa, esta "bicicleta" se agregaba a la "plata dulce" y los "impor(|ndos coreanos" para configurar la apariencia folclorica de una modificación austancial de las reglas de juego de la economía. Su verdadero corazón se hallaba ahora en el sector financiero, donde se •encentraron los beneficios. Se trataba de un mercado altamente inestable, pues la masa de dinero se encontraba colocada a corto plazo y los capitales podían salir del país sin trabas, si cambiaba la coyuntura, de modo que, antes que la eficiencia o el riesgo empresario, allí se premiaba la agilidad y la espelación. Muchas empresas compensaron sus fuertes quebrantos operativos ( lliaciou. i v m u i Q j j - m ^ . ^ u uní ganancias en la actividad financiera; muchos bancos se convirtieran en el centro de una importante red de empresas, generalmente endeudadas con ellos y compradas a bajo precio. Muchas empresas tomaron créditos en dólares, los emplearon en reequiparse o los colocaron en el circuito financiero, y para devolverlos recurrieron a nuevos créditos, una cadena de la felicidad que, como era previsible, en un momento se cortó.

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El m o m e n t o llegóa principios de 1980. Mientras la economía i m . i ' i n f l del mercado financiero rodaba hacia la vorágine, la economía real a ^ i i ^ f l

Ututo financiero, la deuda externa ocupó su lugar como mecanismo hilador.

ba. Las altas tasas de interés eran inconciliables con las tasas de benelu I ^ H modo q u e n i n g u n a actividad era rentable n i podía competir con la cspi. i | H ción, Todas las empresas tuvieron problemas, aumentaron las quiebras, j ^ H acreedores financieros, q u e comenzaron a ver acumularse los crédito'. n . . f l brables, buscaron solucionar sus problemas captando más depósitos, d . > * f l do así a ú n más la tasade interés, l o que ponía en evidencia las consccueii^H de garantizar los depósitos y ala vez eliminar los controles a las instituí li ' i f l financieras. E n marzo de 1980, finalmente, el Banco Central decidió la < i ' * f l bra del banco privado m á s grande y de otros tres importantes, que a su y f l eran cabezas de sendos grupos empresarios. Hubo una espectacular c o r ^ H bancaria, que e l gobierno logró frenar a costa de asumir todos los pasivo» fl los bancos quebrados, que en u n año llegaron a representar la quinta p i t f f l del sistema financiero. El problema financiero se agravó a lo largo de 1980, y desde e n t o n t i f l hasta el f i n del gobierno militar la crisis fue una constante. En marzo de I 9 f l debía asumir el nuevo presidente, general Roberto Marcelo Viola. Se v f l lumbraba que Martínez de Hoz dejaría el ministerio, y con él cesaría la v f l gencia de la "tablita", prenunciada por una masiva emigración de divisas, H gobierno debió endeudarse para cubrir sus obligaciones - l a deuda púhlufl empezó a sumarse a la privada- y finalmente tuvo que abandonat la p a r i d f l cambiaría sostenida. A lo largo de 1981, y ya con la nueva conducción ei >m nómica, el peso fue de valuado en u n 400%, mientras la inflación recrudecida llegaba al 100% anual. La devaluación fue catastrófica para las empresas eii«l deudadas en dólares y e l Estado, que ya había absorbido las pérdidas del sisum campos se producía en e l mundo un avance tecnológico notable, la b i * f l que separaba a la Argentina, que se había reducido en los veinte años i i l f l riores, volvió a ensancharse de manera irreversible. Las ramas indi M U ilfl que crecieron y se beneficiaron con la reestructuración fueron sobre todo |J que elaboraban bienes intermedios: celulosa, siderurgia, aluminio, p c l m ^ | mica, petróleo, cemento, que emplean intensamente recursos n a i u i i l d - m i n e r a l de hierro, carbón, madera- y tienen u n efecto dinamizador i n t t f l mucho m e n o r que las anteriores. Las escasas empresas dedicadas a estas * u f l vidades, sumadas a las automotrices, se beneficiaron de los regímenes de p f l moción establecidos antes de 1975 y que el nuevo gobierno mantuvo, y i . i l B bien de una protección arancelaria ad hoc, en el caso del papel de diario n f l los automotores. Proyectadas en u n tiempo en que se suponía que el c t e f l miento industrial se iba a profundizar, estas empresas se encontraron limit J das por la dimensión del mercado interno, y en muchos casos se convirt letón en exportadoras. Si bien el sector industrial perdió mucha mano de obra, en el conjunto di la economía la desocupación fue escasa, tal como la conducción militar fl había requerido al ministro. H u b o transferencias de trabajadores, en alguno! casos de las grandes empresas —con más posibilidades de reducir sus a w t f l laborales- hacia las medianas y pequeñas, y de la industria hacia los si i\ cios: hubo muchos trabajadores que cambiaron su empleo asalariado p 'i ii I . actividad por cuenta propia. L a mayor expansión se produjo en la cons tttii ción y sobre todo en las obras públicas: el gobierno se embarcó en una . ieili de grandes proyectos, algunos relacionados con el Campeonato Mundii ald. Fútbol y otros con el mejoramiento de la infraestructura urbana, coni l o 1,11 autopistas de la Capital, aprovechando los créditos extemos baratos. E., '.n Ii i primeros años el gobierno hizo u n esfuerzo sistemático para mantener los sal; i rios bajos, pese a la escasa desocupación: hubo una fuerte caída del sal; ai ii • real y d e la participación del ingreso personal en el producto, que pasó de 45% e n 1974 al 25% e n 1976, rpara subir al 3 9 % en 1980. Por entonces,. g o b i e r n o permitió una mayor lib>ertad a los trabajadores para pactar sus con diciones, pero sin la presencia s i n d i c a l , lo que estimuló el aumento de Ifl diferencias entre actividades y exnpresas. A partir de 1981, la crisis, la infla

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• In recesión hicieron descender dramáticamente tanto la ocupación leí salatio real. En vísperas de dejar el poder, los gobernantes militares niI.in exhibir en este campo ningún logro importante, .iiiii u K > la burbuja financiera se derrumbó, quedó en evidencia que la prinJíonsccuencia de la brutal transformación había s i d o - j u n t o con la deuda fn.i una fuerte concentración económica. A diferencia del anterior proi«I* 11 mcentración, entre 1958 y 1963, elprincipal papel no correspondió a •lptesas extranjeras. N o hubo en estos años nuevas instalaciones de imam ia, y en cambio algunas grandes empresas se retiraron, y otras vendiemi'. activos, aunque se reservaron el papel de proveedoras de partes y de loli 'cía, como en el caso de algunas d e las fábricas de automotores. A difeJ|M ile veinte años atrás, el mercado interno, en franca contracción, resulta•pisamente atractivo; por otra parte, pata estas empresas cuya ventaja resifen la posibilidad de planificar su actividad a un plazo mediano o largo no Mi il manejarse en forma eficiente en u n medio altamente especulativo, en i|in las decisiones diarias significaban grandes ganancias o grandes pérdidas don. Ir los empresarios locales tenían ventaja. Lo cierto es que, junto con linas trasnacionales, crecieron de modo espectacular unos cuantos grandes l|ms locales, directamente ligados a u n empresario o una familia empresarial liosos, como Macri, Pérez Companc, Bulgheroni, Fortabat, o trasnacionales • M i I I ou fuerte base local como Bunge y Bom o Techint. Así, el establishment f l o m iliaco adquirió una fisonomía original, • d i n algunos casos esto fue el resultado de la concentración en una rama de • l i v i d a d , que coincidió con la reestructuración y racionalización de la proMki ton y el cierre de plantas ineficientes. Así ocurrió con el acero, y tamti con los cigarrillos, una actividad donde tres empresas extranjeras reullli i o n toda la actividad. Pero los casos más espectaculares fueron los de los •mglomerados empresariales, que combinaron actividades industriales, de • r v i c i o , comerciales y financieras, tanto por una estrategia de largo plazo Mr diversificación y reducción del riesgo como - e n el contexto fuertemente • R e c u l a t i v o - por la búsqueda de distintos negocios de rápido rendimiento. 111. grupos que crecieron contaron habitualmente con u n banco o una instituí ion financiera que les permitió manejarse en forma rápida e independíenle en el sector donde, por unos años, se o b t u v i e r o n las mayores ganancias; pi i o muchos de los grupos que hicieron d e l banco el centro de su actividad Wesaparecieron luego de 1980. Sobrevivieron los que capitalizaron sus beneficios comprando empresas en dificultades, con las que constituyeron los conglomerados. Lo decisivo fue, sin embargo, establecer en torno de alguna de las empresas una relación ventajosa con e l Estado.

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En los a ñ o s caí que Martínez de Hoz condujo la economía, el l-Nt.itfcfl lizóimportantes obras públicas -desde autopistas a una nueva cerní >l d i trica a t ó m i c a — paralas que contrató a empresas de construcción \á ñas de las más poderosas empresas nuevas. Las empresas contratista-. > (• 1 1 tado se beneficiaron primero con las condiciones pactadas y luego u i f l mecanismo de ajustai los costos al ritmo de la inflación que, dada la i i i t f f l tudde ésta y las dificultades del gobierno para cumplir puntualmente i o M compromisos, terminaba significando u n beneficio mayor aún que el i f l obra misma. Otras empresas aprovecharon los regímenes de promoción, fl aunque en general se redujeron, continuaron existiendo para proyecn>s t>fl cíficos. Esos regímenes posibilitaban importantes reducciones impo»||fl avales para créditos baratos, seguros de cambio para los créditos en d o l f l monopolización del mercado interno, decisivo en el caso del papel de dltffl o suministro de energía a bajo costo, muy importante para las acería» fl fábrica de aluminio. De ese modo muchos grupos empresarios, a menudo 4 experiencia importante en el campo, podían constituir su capital con i f f l mos aportes propios. Esta política implicaba notables excepciones respecto de las política» m generales, en beneficio de empresarios específicos, y era el resultado de i 4 | cidades también específicas para negociar con el Estado, obtener ventnj.u i los contratos, mecanismos adicionales de promoción, concesiones en los ai i d dos por "mayores costos", todo lo cual era el resultado de nuevas forma» d colusión de intereses. Gracias a ellos, estos grupos pudieron crecer sin t i l gos, a l amparo del Estado, y e n u n contexto general de estancamiento. A i mularon una fuerza t a l , que e n el futuro resultaría muy difícil reven n Ii condiciones en que actuaban, y j u n t o con los acreedores extranjeros se ofl virtieron en los nuevos tutores del Estado.

Achicar el Estado -y silenciar a la sociedad La reducción de funciones d e ] Estado, su conversión en "subsidiario", |J uno d e los propósitos m á s f i r m e m e n t e proclamados por el ministro Martfefl de H o z , recogiendo un argumemto que circulaba con fuerza creciente en t ó f l el mundo capitalista, donde estaban en plena revisión los principios del E.t .

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lyM.i y benefactor, constituido e n l a Argentina, sucesivamente, en \f m 1945. Tradicionalmente defendido por los sectores rurales, el libeI económico nunca había encontrado eco n i entre los empresatios fulmente beneficiarios del apoyo estatal- n i entre los militares, en quie"ttiba mucho la impronta del estatismo y la autarquía. El ministro obtuhuportante victoria argumentativa cuando logró ensamblar la predi|N lucha antisubversiva c o n el discurso contra el Estado, e incluso conllulustrialismo. U n Estado fuerte y regido democráticamente resultaba IpIlKioso instrumento si estaba, aunque fuera parcialmente, en manos de • f l o t e s populares, como lo mostraba la experiencia peronista; pero aun • f democrático, generaba inevitablemente relaciones espurias entre grulle empresarios y sindicatos, lo que por otra vía llevaba al mismo resultat»» bistoria de las últimas cuatro décadas ofrecía abundantes ejemplos fftte argumento, que implícitamente terminaba encontrando la raíz del f de los trabajadores - e l gran obstáculo para lo que se estimaba u n fun^Bliucnto normal de la sociedad- en el desarrollo industrial, artificial y libado por la sociedad a través del Estado. La panacea consistía en reemV la dirección del Estado por la del mercado -automático, l i m p i o , i m H»,il , que mediante la racional asignación de recursos, de acuerdo con pin leticia de cada uno, destruiría toda posibilidad de colusión entre cormIones. Paradójicamente, el ministro se propuso utilizar todo el poder I l'Mado para imponer por la fuerza la receta liberal y redimensionar al p í o mismo. Asi, buena parte de la política de Martínez de Hoz entre 1976 y 1981, pililo el gobierno militar pudo operar c o n escasas resistencias, tuvo como Ipósito desmontar los instrumentos de dirección, regulación y control de fionomía que se habían construido desde 1930: el control de cambios, la |iilación del crédito y la tasa de interés, y la política arancelaria. Cuando ^ lltlluencia del ministro declinó, y el gobierno todo se v i o sumido en una Hftl», correspondió a los acreedores extemos la vigilancia y presión sobre los ^flternos para que mantuvieran la política de apertura y liberalización. Co• o buena parte de los militares eran reacios a que el Estado se desprendiera ||i las empresas de servicios públicos o de aquellas otras ligadas con sus criteM I H de autarquía, la política fue en ese terreno menos directa, combinando p í a descalificación genérica -se afirmaba que el Estado las administra inefil l i lilemente- con su deliberada corrupción y destrucción: los mejores cuaH * de su administración fueron alejados p o r los bajos sueldos, se toleró t o d o |lp de colusiones con los dirigentes sindicales, y las bajas tarifas que se estaM» > leron crearon u n desastre financiero, agravado posteriormente por la re-

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currencia sistemática a créditos extemos. La llamada privanza, mu |. q f l ca, realizada s i n control n i regulación alguna, permitió crecer a su .. • n \ competidores privados—confrecuencia sus directivos eran puestir. d u*M de las empresas públicas- y capacitarlos en un negocio en el cual I.i • estatal les transfería su l a r g a experiencia. Así las empresas de ser\. i. ltu i - t f l el Estado se h a c í a cargo de infinidad de empresas y bancos cpieln.nl | M obra de su política económica. 1 Se trataba de una manera paradójica de achicar el Estado. El i m u i i f l liberalizador ejerció una verdadera dictadura sobre la economía, i nnd... i.jfl con una unidad de criterio que contrastaba con la an;írquica fraginentit^H del poder militar. La libertad de mercado se construía por la fuerza, \ • | \M leticia era la ultima ratio. Pero si ése era el verdadero objetivo, los i c s u l n i f l fueron n o sólo magros sino hasta exactamente contrarios. Antes que OMII^H lar la eficiencia, el Estado premió a los que sabían obtener de él d i . t i i t M tipos de prebendas, por mecanismos n o demasiado diferentes de los q u f H había criticado, aunque naturalmente el actor sindical había sido c l i i m u i i i H N i siquiera mejoró la eficiencia del Estado en el campo que le era int i i i o f f l e intransferible: la recaudación y asignación de recursos fiscales, i in V.S( proclamada aspiración a lograr el equilibrio presupuestario, central d r q f l la perspectiva adoptada para contener la inflación, el gasto público crin I f t H forma sostenida, alimentado primero con la emisión y luego con el cn.l. miento externo. U n a parte importante tuvo como beneficiario directo ,i l u j Fuerzas Armadas, que se reequiparon con vistas al conflicto con Chile p f f l mero y con Gran Bretaña por las Malvinas después, y otra también con .ld#J rabie se destinó a programas de obras públicas de dimensión faraónica. I . . . espacios para las negociaciones espurias se multiplicaron debido a que \m tres Fuerzas Armadas se repartieron prolijamente la administración del l".t i do y la ejecución de las obras públicas, multiplicando las demandas de reí \M sos. Se gastaba por varias ventanillas a la vez, sin coordinación entre < II i - u n aspecto más de la falta de u n i d a d de conducción política-, lo que suin.e do a la inflación, que tornaba imprevisible lo que efectivamente cada nuil recibiría, hizo borrosa la misma existencia de u n presupuesto del Estado. El Estado se vio afectado de f o r m a más profunda aún. El llamado Pro< < • de Reorganización Nacional supuso la coexistencia de u n Estado terrorisi.i clandestino, encargado d e la represión, y otro visible, sujeto a normas, est.i blecidas por las propias autoridades revolucionarias pero que sometían si 11 acciones a una cierta j u r i d icidad. En la práctica, esta distinción no se mantu

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lutado ilegal fue corroyendo y corrompiendo al conjunto de las insti• del Estado y a su misma organización jurídica. pinuera cuestión oscura era d ó n d e residía realmente el poder, pues H i|H< la tradición política del país e r a fuertemente presidencialista, y a fclldnd de mando fue siempre u n o de los principios de las Fuerzas |n\a autoridad del presidente - a l principio el primero entre sus pares, ) h l sicpiiera eso- resultó diluida y sometida a permanente escrutinio y í l n n por los jefes de las tres armas. El Estatuto del Proceso y las actas iHlonales complementarias -que suprimieron el Congreso, depuraron 1i< I . i y prohibieron la actividad política- crearon la Junta Militar, con ii imics para designar al presidente y controlar una parte importante de pero las atribuciones respectivas de una y otro no quedaron total\f deslindadas, y fueron más bien e l resultado del cambiante equilibrio f Mi .ais. También se creó la Comisión de Asesoramiento Legislativo, para tu n las leyes, integrada por tres representantes de cada arma, que obedeI n i d e t i c s de sus mandos, de modo que dicha comisión se convirtió en una din la más de los acuerdos y confrontaciones. Cada uno de los cargos l i l i vos, desde gobernadores a intendentes, así como el manejo de las emi l d e l Estado y demás dependencias, fue objeto del reparto entre las fuer\ quienes los ocupaban dependían de una doble cadena de mandos: del rtd< • y de su Arma, de modo que el conjunto pudo asimilarse a la anarquía ld.il antes que a un Estado cohesionado en torno del poder. ||.u m i s m a anarquía existió respecto de las normas legales que el propio p i b i i i i i n se daba. Como demostró Enrique Groisman, existió confusión so^ H H i naturaleza-se mezclaron sin criterio leyes, decretos y reglamentos , p t h n quién las dictaba y sobre su alcance. H u b o una notoria reticencia a p i p i l ' Mar sus fundamentos, y en ocasiones hasta se mantuvo en secreto su l l i o m existencia. Se prefirieron las normas legales omnicomprensivas, y hal l l l u . i l mente se otorgaron facultades amplias a los órganos de aplicación, pe• i mleiuás se toleró su permanente violación o incumplimiento. Contaminap i (un el Estado terrorista clandestino, todo el edificio jurídico de la Repul i d a resultó así afectado, al p u n t o que prácticamente n o hubo límites p u unitivos para el ejercicio del poder, que funcionó como potestad omrníi• ii la del gobernante. La corrupción se extendió a la administración pública, lie la que fueron apartados los mejores elementos: los criterios de arbitraried id dieron asumidos por los funcionarios inferiores, convertidos en pequemos autócratas sin control, y a la vez sin capacidad para controlar. En suma, la Reorganización no se limitó a suprimir los mecanismos dei i H i. ni ticos constitucionales o a alterar profundamente las instituciones re-

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publicarías, c o m o había ocurrido con los regímenes militares antenote», I de dentro m i s m o se realizó una verdadera revolución contra el Estado, J tandola p o s i b i l i d a d de ejercer incluso aquellas funciones de regula» \m control q u e , según las concepciones liberales, le eran propias. La f r a g m e n t a c i ó n del poder, las tendencias centrífugas y la a f l f l derivaban de la escrupulosa división del poder entre las tres fuerzas, al f t o de no e x i s t i r una instancia superior a ellas que dirimiera los conflli/MB pero también de la existencia de definidas facciones en el propio l|»a. I f l donde c o n la represión surgieron verdaderos señores de la guerra, que « n o reconocían autoridad sobre sí. En torno de los generales Videla y V f l - s u segundo en e l E j é r c i t o - , se constituyó la facción más fuerte, pía o t f f l distaba de ser d o m i n a n t e . Estos jefes respaldaban a Martínez de H o : muf criticado por los militares más nacionalistas, que abundaban entre lo-. • u d dros j ó v e n e s - pero reconocían la necesidad de encontrar en el futuro n l f l na salida política; mantenían comunicación c o n los dirigentes de los p a|| dos políticos, que se ilusionaban creyendo ver en ellos al sector más t lv|fl zadoy hasta progresista de los militares, quizá porque reconocían la n e c e u l f l de regular de alguna manera la represión. ;

O t r o grupo, cuyas figuras más preeminentes eran los generales Liu Ii Benjamín Menéndez y Carlos Suárez Masón, comandantes de los cuerpi n M Ejército I I I y I , c o n sede en Córdoba y Buenos Aires, a los que se asociabiifl general Ramón J. Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos A i u » l figura clave en la represión, afirmaban que la dictadura debía continuai \M die, y que la represión -que ejecutaban de manera especialmente sangulniJ r i a - debía llevarse hasta sus últimas consecuencias. En conflicto permai irnm con el comando del arma - c o n V i d e l a y sobre todo con V i o l a - Menéndej • insubordinó de hecho varias veces - e n ocasión del conflicto con Chile $ñ 1978 estuvo a punto de iniciar l a guerra por su c u e n t a - y en forma explii i t f una vez, en 1979, que forzó su r e t i r o . ,

El tercer grupo lo constituyó la M a r i n a de Guerra, firmemente d i n n d • por su comandante Emilio Massera, quien confiando en sus talentos polltll eos se propuso encontrar una s a l i d a que legitimara popularmente al P r o c e r y a la vez lo llevara a él mismo a l poder. Massera - q u e desde la Escuela dn M e c á n i c a de la Armada ejecutó u n a parte importante de la represión y ganrt sus méritos en esa tenebrosa c o m p e t e n c i a - desarrolló siempre u n juego pin pió; jaqueó a Videla, para acotar su poder, y tomó distancia de Martínez d»< Hoz. Se preocupó por encontrar b>anderas para lograr alguna adhesión popa lar al gobierno: el Campeonato r v l u n d i a l de Fútbol -disputado en el país cu 1978, y cuya organización fue pre s i d i d a por el almirante Lacoste- y lueg< 111

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J f c ) con C h i l e , que preludió la g u e r r a de Malvinas, también promovida 1 A i macla. Cuando pasó a retiro, Massera montó una fundación de estuI políticos, un diario propio, u n c e n t r o de promoción internacional en L un partido - d e la democracia social— yhasta u n fantástico staff integraIpr miembros de las organizaciones armadas secuestrados en la Escuela de )$\\u a y que, en lugar de ser ejecutados, accedían a colaborar en los proJn«> políticos del almirante. L t puja era sin duda mucho más compleja, pero poco manifiesta. El grupo Vldida y Viola fue avanzando gradualmente en el control del poder, pero Hiayi i de 1978 Massera se anotó u n triunfo cuando logró que se separaran fin» iones de presidente de la Nación y de comandante en jefe del Ejércij»cse a que Vicíela fue confirmado c o m o presidente hasta 1981 y V i o l a lo l i o como jefe del Ejército. El desplazamiento de Menéndez fue un triunlliipi atante de Videla, aunque poco después Viola pasó a retiro y lo reemW en el mando del Ejército el general Leopoldo Fortunato Galtieri. En Mlembre de 1980 Videla pudo imponer en la Junta de Comandantes la Ilinación de Viola como su sucesor, pero a costa de una compleja negocia|t, que auguró el prolongado jaqueo a que sería sometido el segundo presid i r del Proceso. I*n suma, podría decirse que la política de orden empezó fracasando c o n _^kfopias Fuerzas Armadas, pues la corporación militar se comportó de B t V ' t a indisciplinada y facciosa, y poco hizo para mantener el orden que la misma pretendía imponer a la sociedad. A pesar de eso, durante cinco OH lograron asegurar una paz relativa, como la de los sepulcros, debido a Mensa capacidad de respuesta del conjunto de la sociedad, en parte golIttda o amenazada por la represión y en parte dispuesta a tolerar mucho de ) p.i ibierno que, luego del caos, aseguraba u n orden mínimo. Sólo hacia el I del período de Videla, estimulados p o r el descontento que generó la H»ls económica, así como por las crecientes dificultades que encontraba llobierno militar y sus fuertes disensiones intestinas, las voces de protes, todavía tímidas y confusas, comenzaron a elevarse. lista transición del silencio a la palabra varió según los casos. Los empreflos apoyaron al Proceso desde el comienzo, pero a la distancia. Pese a las liliu'idencias generales -sobre todo en lo r e l a t i v o a la política laboral- bai desconfianzas recíprocas: los militares atribuían a los empresarios parte la responsabilidad del caos social que se habían propuesto modificar, y los, por su parte, divididos en sus intereses, no eran capaces de formular Urinaciones o reclamos claros y homogéneos. Aquellos empresarios especíRiumenie beneficiados todavía no constituían un grupo orgánico, institu-

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cionalizado y c o n voz propia. Las voces corporativas - l a Sociedad Km .1, Ú Unión I n d u s t r i a l - criticaban aspectos específicos de las políticas c c o i i r l f l cas que l o s afectaban, y algunos generales como la elevada inflación, \4M más allá d e eso c a r e c í a n de unidad y fuerza para presionar corporativanujH y sólo empezaron a hacerlo cuando el régimen militar dio, a la vez, sigituH debilidad y de disposición a la apertura. El general Viola, buscando u*\M distancia d e la política de Martínez de Hoz, convocó específicamente ^ | voceros d e los grandes sectores empresarios y los integró en su gabinete, pj la participación concluyó con su caída, y desde entonces los empres.ul muy golpeados p o r la crisis, fueron integrando con creciente entusiastd frente opositor.

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El movimiento sindical recibió duros golpes. La represión afectó a l n * l vistas de base y a muchos dirigentes de primer nivel, que fueron encarceluj Las principales fábricas fueron ocupadas militarmente, hubo "listas neyft para mantener alejados a los activistas, y control ideológico para los aspinill a empleo. L a CGT y la mayoría de los grandes sindicatos fueron interven ¡di«, uprimieron el derecho de huelga y las negociaciones colectivas y los sitnlli) tos fueron separados del manejo de las obras sociales. Privados casi de ftitii ii nes, reducidos como consecuencia de los cambios en el empleo, que al., sobre todo a los industriales, los sindicatos hicieron oír poco su voz. \l gobierno mantuvo una mínima comunicación con los sindicalhtl casi limitada a la conformación de la delegación que anualmente d. b -J concurrir a la asamblea de la Organización Internacional del Trabajo e Ginebra. Esto les permitió una cierta actividad y algún espacio para I nunciar en el exterior las duras condiciones de los trabajadores y, poi I vía, para plantear al gobierno cuestiones acerca de salarios, convenioi huelgas. Los sindicalistas se agruparon, de manera cambiante, en dos le|i dencias: los dialoguistas y los combativos. E n abril de 1979, cuando la t i l presión había menguado algo, los c o m b a t i v o s realizaron u n paro general dd /protesta, que los dialoguistas no a c a t a r o n , y que concluyó con una f u e r i represión y prisión para la mayoría de los dirigentes que lo encabezaron, m Yines de 1980, los dirigentes más c o m b a t i v o s reconstituyeron la CGT y ell /gieron como secretario general a u n miembro poco conocido de u n pcqni \ño sindicato: Saúl Ubaldini. En 1 9 8 1 , aprovechando la mayor toleram i . ydel gobierno, la CGT realizó una n u e v a huelga general, con consecucnclm similares a la de 1979, y en el mes d e noviembre una marcha obrera ba. i,. JÁ iglesia de San Cayetano - p a t r o n o de los desocupados-, reclamando "pan, paz y trabajo". Por entonces, sus cqmejas se unían a las de otros sectoie., ^/como los estudiantes o algunos g r u m o s de empresarios regionales. Las l u i . l

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jMtn iales se hicieron más frecuentes e intensas; el 30 de marzo de 198 B l eonvocó, por primera vez desde 1975,a una movilización en la Plaza Mayo, que el gobierno reprimió con violencia: hubo 2 m i l detenidos en jfcw» Aires y u n muerto en Mendoza. inmhién la Iglesia modificó su comportamiento a medida que el régimen lint empezaba a dar muestras de debilidad, Inicialmente tuvo una actitud' (placiente, y a la vez el gobierno estableció una asociación muy estrecha } los obispos, asegurándoles importantes ventajas personales. La jerarquía llMiiasi ica - c o n algunas conspicuas excepciones, como el obispo de La RioAngelelli, probablemente asesinado- aprobó la asociación que en sus expiónos públicas los militares hacían entre terrorismo de Estado y virtudes •llanas, calló cualquier crítica, justificó de manera poco velada la llamada Indi, ación de la subversión atea, y hasta toleró que algunos de sus miemfe» participaran directamente en ella, según denunció y probó la CONADEP. |o progresivamente esta respuesta i n i c i a l , que revelaba el triunfo del secA N I. II al más i radici. mal, fue dejando paso a otra más elaborada, influida por fcnilentación conservadora impuesta a la Iglesia romana por el nuevo papa l U n u Pablo I I . Revisando sus anteriores posiciones, que habían alentado el ItyNtrrnllo de los sectores progresistas y particularmente de los tercermundis•jM, la Iglesia se propuso renunciar a la injerencia directa en las cuestiones tu. lales o políticas y consagrarse a evangelizar y volver a sacralizar una socieiln.l que se había tornado excesivamente laica. En 1979 el Arzobispado consMtuyó el equipo de pastoral social, para reconstruir el vínculo entre Iglesia y •abajadores, siguiendo el ejemplo del sindicato polaco Solidaridad, y estreH|o relaciones con sindicalistas como U b a l d i n i . También se ocupó de los Iflvrncs, para captar y organizar los brotes de nueva religiosidad, manifiestos MU las concurridas peregrinaciones a pie a Lujan, y llenar el lugar vacante por M desaparición de los activistas que tan intensamente lo habían ocupado en •tu anos anteriores. Las preocupaciones por las cuestiones morales o por la Mili i lia se extendían hacia los derechos de las personas,-desde la vida hasta el •fiibajo, y también por las políticas: el documento "Iglesia y comunidad naM l o n a l " , de 1981, afirmó los principios republicanos, indicó la opción de la | lylesia por la democracia, su apartamiento d e l régimen militar y su vinculación con los crecientes reclamos de la sociedad. El más notable de ellos fue el de los derechos humanos. En medio de lo •has terrible de la represión, un grupo de madres de desaparecidos -forma con : la que comenzó a denominarse a las víctimas del terrorismo de Estado- em[pe.'ó a reunirse todas las semanas en la Plaza de Mayo, marchando con la inbeza cubierta por un pañuelo blanco, redamando por la aparición de sus

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hijos. A l p e d i r cuentas, combinando lo dolorosamente testimonia ético, e n n o m b r e de principios como la maternidad, que los m i l i t a n • podían c u e s t i o n a r n i englobar en la "subversión", atacaron el centro i n f l del discurso represivo y empezaron a conmover la indiferencia de la dad. Pronto, las Madres de Plaza de Mayo -víctimas ellas mismas de la rT s i ó n - s e c o n v i r t i e r o n en la referencia de u n movimiento cada vez ñuta p l i o y f u e r o n instalando una discusión pública, fortalecida desde el cxn-f por la prensa, los gobiernos y las organizaciones defensoras de los d c i a ' H humanos. Desde fines de 1981 los militares se vieron obligados a dar . d j f l respuesta a u n t e m a que pretendían archivar sin discusión, y aunque en J ral coincidieron en que la cuestión debía darse por concluida, m o s t r i J diferencias y contradicciones que agudizaron sus anteriores disensiones y M pliaron u n poco más la brecha por la que la opinión pública, l a r g a i n f l acallada, comenzaba a reaparecer. Este clima empezó a insuflar algo de vida a los partidos políticos, a los, pml régimen militar había prohibido el funcionamiento público. La veda p o l í t l impuesta en 1976, congeló la actividad partidaria y a la vez pronogó la.s M gencias que, carentes de impulsos vitales, tuvieron una actitud escasan u nt| crítica. La prohibición política terminó de hecho en 1981. Los dispersos J pos de derecha fueron convocados para constituir una fuerza política o f i c i a M por el propio gobierno, que ensayó su apertura política, mientras perón\s\ radicales entablaban conversaciones con otros partidos menores que culmli J ron, a mediados de 1981, con la constitución de la Multipartidaria, intepniJ por el radicalismo, el peronismo, y otros partidos: el desarrollismo, la dem.»i.u cia cristiana y los intransigentes. Esta organización no tenía mayor vitall.l j que la escasa de los partidos que l integraban. Se trataba de organización anquilosadas y escasamente representativas, cuyos dirigentes eran los m i s i i J de 1975. Ricardo Balbín, el veterano político radical que animó este inician, murió en 1981 -su entierro c o n v o c ó la primera gran manifestación callejo ,i M esos años-, poniendo más en evidencia la vacancia de dirección del incipienl movimiento. Los partidos se comprometían a no colaborar con el gobierne i sería un desbande. Se intentó logra r el acuerdo de los partidos para una M-iie de cuestiones, futuras y pasadas: la política económica, la presencia

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B R E V E HISTORIA C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

institucional de las Fuerzas Armadas en el nuevo gobierno, y sobre tml.. m garantía d é que n o se investigarían n i actos de corrupción o e n r i q u c c i i n H tos ilícitos n i responsabilidades en lo que los militares empezaban a UiuiiM "guerra sucia", c o n un eufemismo comparable al de "desaparecidos". P o f tonces.todo e l l o empezaba a sethecho público de manera casi sensación* ta por una prensa que había decidido olvidar la censura. Las aspirador militares se incluyeron en u n a propuesta, presentada en noviembre de 1 y rechazada p o r la opinión pública en general y por los partidos, que con carón poco después a una marcha c i v i l en defensa de la democracia. La a tencia fue masiva y, casi de inmediato, el gobierno fijó la fecha de eleccior para fines de 1983, aunque siguió buscando lo que constituía su objeil fundamental: clausurar cualquier cuestionamiento futuro al desempeño f sado de los militares. Un documento final debía clausurar el debate sobre l i d desaparecidos, c o n la afirmación de que no había sobrevivientes y de qiM todos los muertos habían caído combatiendo; una ley estableció una autoaini nistía, eximiendo a los responsables de cualquier eventual acusación. Quizá la dirigencia política se hubiera avenido a u n acuerdo que implle J ra correr u n telón sobre el pasado y asegurar una transformación no trauuut* ¡ tica del régimen militar en otro c i v i l , pero lo impidió tanto la moviliza. ]M cada vez más intensa de la sociedad como la propia debilidad de las Fuei •»< Armadas, corroídas por la creciente conciencia de su ilegitimidad y por MI» propios conflictos internos. Quienes estaban al frente del gobierno y neyuJ ciaban la reinstitucionalización eran incapaces de controlar el aparato repu sivo que habían montado - e l que cobró algunas nuevas víctimas, que la MI< ciedad, sensibilizada, registró c o n h o r r o r - y aun de asegurar que n o serian derrocados por algún grupo de oficiales, porque de hecho las Fuerzas Anua das habían entrado en estado deliberativo, tanto acerca del pasado como di I futuro. Los militares debían enfrentarse c o n la evidencia de su fracaso como administradores de un país desquiciado y como conductores de una guen.i absurda, que los había llevado a luchar contra los que querían sus aliados y .i unirse c o n un Tercer M u n d o del que siempre habían desconfiado. Debían contemplar cómo sus antiguos aliados - l o s grandes empresarios, la Iglesia, Estados U n i d o s - , ganados por u n a nueva fe democrática, renegaban de Ion antiguos acuerdos, o c ó m o los otrora disciplinados jueces llevaban a los n i bunales a oficiales acusados de distintos actos de corrupción. Sobre toólo, debían enfrentarse con u n a sociedad que, después de años de ceguera, si enteraba d e la existencia de vastos enterramientos de personas desconocí das, con seguridad víctimas de la represión, de centros clandestinos de di' tención, d e denuncias readizadas p o r ex agentes, todo lo cual revelaba una

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_ H i siniestra, de la que hasta entonces pocos habían querido enterarse. o i ondiciones, el intento de recomponer las antiguas alianzas, que haytilado al último gobierno de las Fuerzas Armadas, difícilmente hubiera Ido In letificar. IVipués de un largo letargo, la sociedad despertaba, y encontraban nueva J t t i c i a voces que nunca se habían acallado, como la de los militantes de urbanizaciones defensoras de los derechos humanos, y muy especialmente Madres de Plaza de M a y o . Su incontrastable manera de desafiar el poder lltat se combinaba con una forma original de activismo, más laxa y menos jflosa que las tradicionales, que no inhibía otras pertenencias. Las marde los jueves, con escasa concurrencia en los años duros de la represión, f o n virtieron luego de la guerra de Malvinas en nutridas "marchas por la i t " , que identificaban c o n eficacia al enemigo con la muerte. Las organizames de derechos humanos no sólo colocaron la cuestión de los desaparéate tai el centro mismo del debate, poniendo a los militares a la defensiva, Jftn que impusieron a toda la práctica política una dimensión ética, u n senPilo del compromiso y una valoración de los acuerdos básicos de la sociedad luí encima de las afiliaciones partidarias que, en el contexto de las experien||M» anteriores, era verdaderamente original. I A medida que la represión retrocedía y perdía legitimidad el discurso repreUvi> tan eficaz para la autocensura-, empezaron a constituirse protagonistas m tales de distinto tipo, algunos nuevos y otros que habían podido sobrevivir •tillándose. La crisis económica generó motivos legítimos y movilizadores: |o» impuestos elevados, los efectos de la indexación, la elevación de los alquip r v \ las deudas impagas dejadas por una quiebra bancada; y al reclamar y •ovilizarse cuestionaban tanto la política económica como la clausura de lo publico. En otros casos era todo u n pequeño fragmento de sociedad —un banio, un pueblo- el que se organizaba sobre la base de solidaridades amplias tanto [•tía reclamar -quizá con violencia, como e n los "vecinazos" del Gran Buenos í^lres a fines de 1982- como para buscar u n a solución a sus problemas al marye n de las autoridades, bajo la forma de cooperativas, asociaciones de fomento 0 ligas de amas de casa. La nueva actividad d e la sociedad se manifestaba tamIpUm en los campos más diversos: los grupos culturales, como los que en Teatro 1 Abierto organizaron desde 1980 la demostración de una vital cultura no ofit lal, convertida en verdadero acto político, los jóvenes que animaban grupos jil»' trabajo en las parroquias, los que nutrían las multitudinarias peregrinaciones a Lujan o los gigantescos recitales de r o c k nacional, que a su manera también resultaban actos políticos. El activismo renació en las universidades, al i alor de los reclamos contra los cupos de ingreso o el arancelamiento, y en las

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fábricasy lugares d e trabajo, donde empezaron a reconstituirse las c o m U t ^ H internas y a reaparecería práctica de la participación sindical. De alguna manera, la sociedad experimentaba una nueva p r i m a v e r l M enemigo c o m ú n , algo menos peligroso pero aún temible, estimulaba I.i « • daridady alentaba una organización y una acción de la que se cspci.iHfl resultados concretos. Nuevamente, los conflictos de la realidad a p a r f ^ | transparentes, y posible la solución de los problemas, si los hombres y mn|fll res de buena v o l u n t a d se organizaban en una fuerza consistente. Pero ¡i d l f l rencia de l a anterior primavera, no sólo había u n repudio total de la v i u l f l cia o de cualquier forma velada de guerra, sino también menos c o n f i a n a i M la posibilidad de encontrar una gran solución, única, radical y definí t l v f l B menos seguridad de que el amplio conjunto de demandas planteadas del ran u n gran protagonista, u n actor único de la gesta, como lo había sido, ( H mucho tiempo, el "pueblo peronista". Precisamente los límites de este pertar de la sociedad se encontraron e n la dificultad para agregar las dciuitM das, integrarlas, darles continuidad y traducirlas e n términos específieamofÉ te políticos. E n alguna medida, su integración debía darse también en la moviliza» um sindical, que fue intensa: los sindicalistas sacaron la gente a la calle paM reclamar contra la crisis económica y en favor de la democracia. A lo l.n, de 1982 y 1983 hubo una serie de paros generales y abundantes huelgas piiM cíales, en las que se destacaron, por su nueva y aguerrida militancia, los u r a mios estatales. Pero en verdad, los sindicalistas pusieron sus esfuerzos en U recuperación del control de los sindicatos intervenidos, la "normalizarmu que negociaron con el gobierno combinando la presión y el acuerdo. En i>m estrategia concurrieron los dos grandes nucleamientos en que se e n c o m i a ban divididos, más bien p o r razones tácticas, la combativa CGT de la < allí» Brasil, que encabezaba S a ú l U b a l d i n i , y la negociadora CGT Azopardo. S J acción movilizadora fue perdiendo especificidad y confluyó en la lucha m . general p o r aquello que concentraba las mayores ilusiones: la recuperación de la democracia. La democracia fue en p r i m e r lugar una ilusión: la tierra prometida, alean zada sin esfuerzo por una sociedad que, muy poco antes, adhería a los ténul nos y opciones planteados por los militares. Luego del doble sacudón de lit crisis económica y la d e r r o t a militar, la democracia aparecía como la llave para superar desencuentros y frustraciones, no sólo creando una fórmula di convivencia política sino t a m b i é n solucionando cada uno de los problemtU concretos. "Varias décadas s i n u n a práctica real hacían necesario un nuevo aprendizaje de las reglas de 1 juego, y también de sus valores y principios mas

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hiles, incluyendo los que tenían que ver, más allá de la democracia, con Jllina república. Fue precisamente ese conocimiento vago y aproximati• que permitió que se encabalgaran e n la nueva ilusión quienes nunca J|n creído en ella, sobre todo los que estaban abandonando rápidamente I m i i D del Proceso. Pero se la aprendió con intensidad, y se la puso en T k a pronto. La afiliación a los partidos políticos -luego de que el gobierpvantó definitivamente la veda- f u e tan masiva que uno de cada tres Jfttvs pertenecía a un partido. Las movilizaciones en defensa de la demol|n recordaron por su número a las de diez años atrás, pero a diferencia de Ifllas no eran n i fiestas n i ejercicios para la toma del poder sino la exprel i l e una voluntad colectiva, el mostrarse y el reconocerse como integrani t la civilidad. Esa diferencia se expresó también en los lugares de confinación elegidos: j u n t o con la tradicional Plaza de Mayo, la de la RepúbliI r l ('abildo o los Tribunales, indicador éste del papel central que, según se •raba, debía cumplir la Justicia. }Ln afiliación masiva transformó a los partidos políticos. Hubo u n amplio > > de participación y se animaron los comités o unidades básicas, donde •Hipearon a volcarse las demandas de la sociedad. También se renovaron los liiiidn is dirigentes, y se incorporaron los que en los últimos años habían militar e n organizaciones juveniles o estudiantiles, como en el caso de la CoordinaB | radical, así como muchos intelectuales, que trajeron a la política nuevos pinas -muchos surgidos de las inquietudes que estaba planteando la sociedad, • ni ios de la experiencia de las sociedades democráticas más avanzadas- y tamIfMrn formas más modernas de plantearlos. Los viejos cuadros dirigentes se vieron desafiados por otros que desde los márgenes habían planteado posiciones IIIM lepantes, de modo que la renovación fue amplia e integral. I as transformaciones del peronismo fueron notables, pues el viejo m o v i k i c n t o , siempre en tensión con la democracia, se convirtió en u n aceptable pai i ido. La cuestión del verticalismo, que había signado su existencia, quedó imperada por la notoria falencia del vértice —Isabel Perón sólo ocupó simbóli< .miente la presidencia-, y la estructura partidaria pudo también absorber a los sectores con fuerte organización corporativa, como los sindicalistas. Las foinias participativas fueron adoptadas para regular la competencia interna, y Ii is modernos temas y preocupaciones democráticas, que nunca habían sido f l Inerte del m o v i m i e n t o , aparecieron en f o r m a razonable. La renovación, un embargo, no fue completa: los viejos caudillos provincianos siguieron manteniendo un lugar importante, al igual que los dirigentes sindicales. El metalúrgico Lorenzo Miguel - e l sucesor de 'Vandor, a quien los militates rehabilitaron a principios de 1983- volvió a conducir las 62 Organizaciones,

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rama gremial d e l peronismo, y gracias a su c o n t r o l de las afiliaciones II* M ocuparla presidencia real d e l partido. Detrás de él ganaron espacios l u i j M tantes caudillos sindicales de trayectoria poco clara, como Herminio ItflÉ sias, que alcanzó l a candidatura a gobernador de la provincia de Bueno* JM res. La c a n d i d a t u r a a presidente recayó en Italo Luder, u n jurista de p o l f l gio pero c o n escaso poder r e a l en el partido, que debía expresar el c q u l I l M entre las nuevas y viejas tendencias internas, pero que no pudo dr.ip a I desconfianza que e l peronismo despertaba en sectores importantes dr 11 m ciedad.

M i d a discurrieron por los cauces corporativos y prescindieron de los parti•

M I 1 I 0 . no supuso una eficaz intermediación y negociación de las demandas • j l i d -ainación, sin embargo, no preocupaba demasiado, pues la sociedad b u l " adhiriendo con entusiasmo a u n a democracia que entendía como la Muta* 1,1 de la civilidad. Las formas de Hacer política del pasado r e c i e n t e - l a M i i m agencia de las (acciones, la subordinación de los medios a los fines, lusión del adversario, el c o n f l i c t o entendido como guerra- dejaban •lo

Ricardo Balbín. Durante el Proceso se distinguió del resto de los política \\l criticó a los militares con m u c h a energía, asumió la defensa de detenidi >s\*M ticos y el reclamo por los desaparecidos y evitó envolverse en la euforia di l< i él ico, centrado en los valores de la democracia, la paz, los dere(lliiiiin is, la solidaridad internacional y la independencia de los estados, |(o al servicio de una reinserción d e l país en la comunidad internal qu* lecientemente había censurado y hasta aislado al régimen m i l i i n i i " , la oveja negra se convirtió e n el hijo pródigo; los éxitos e n este o, • \s en la gran popularidad alcanzada por e l presidente en In* lugares del mundo, fueron utilizados para afianzar y fortalecer las in lunes democráticas locales, todavía precarias. C o n esos criterios se NnMI las principales cuestiones pendientes, c o n Chile por el Beagle y ( l l i i n Bretaña por las Malvinas. En e l primer caso, el laudo papal, que los »•'» habían considerado inaceptable pero sin atreverse a rechazarlo, fue ld, en los años del Proceso, entre Los flrncigicos detensores de los derechos humanos, y había hecho de el.os mu bandera durante la campaña, en la que también fustigó duramente a la flmi.ic ion militar. Sin duda c o m p a r t í a los reclamos generalizados de justi-

La corporación militar y la sindical E n el terreno cultural y en el de las relaciones exteriores el gobierno cidltM pudo avanzar con relativa facilidad, pero el camino se hizo más empinad»»11 M i f l afrontó los problemas de las dos grandes corporaciones cuyo pacto habín fl nunciado en la campaña electoral: la militar y la sindical. En ambos l e t u ' f l pronto quedó claro que el poder del gobierno era insuficiente para loi if I ambas a aceptar sus reglas. El grueso de la sociedad, que había empezado condenando a los milii por su fracaso en la guerra, se enteró de manera abrumadora de aquello hasta entonces había pteferido ignorar: las atrocidades de la represión, puf en evidencia por u n alud de denuncias judiciales, por los medios de coinunii •» .ción y, sobre todo, por el cuidadoso informe realizado por la Comisión N.i. \d nal sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), constituida por el gobio i f l presidida por el escritor Ernesto Sabato, cuyo texto, difundido masivanu \\m con el título de Nuncamás, resultó absolutamente incontrovertible, aun p.iifl / quienes querían justificar a los militares. En la sociedad se manifestaron aUii. / ñas confusiones y ambigüedades: ¿eran culpables de haber hecho la guerru M Malvinas, o simplemente de haberla perdido?; ¿eran culpables de haber i

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rado, o simplemente de haber torturado a inocentes? Pero la inmensa inaynrlj los repudió masivamente, se movilizó y exigió justicia, amplia y exhaustiva quizás u n Nuremberg. La derrota en la guerra de Malvinas, el rotundo fracaso político, las dlv, siones entre las fuerzas, l o s propios cuestionamientos internos, que afeciahiiÉ la organización jerárquica, todo ello debilitaba la institución militar, que s||l embargo n o había sido expulsada del poder. Como se repetía por entone J en la Argentina no h a b í a habido una toma de la Bastilla. Pronto, la solidaiU dad corporativa de los m i l i t a r e s se reconstituyó en torno de lo que reivindl< caban como su éxito: la v i c t o r i a en la "guerra contra la subversión". Reí m zaron la condena de la sociedad, recordaron que su acción contó con la o un placencia generalizada, i n c l u s o de los políticos luego sumados al coro de I " . detractores, y a lo sumo estaban dispuestos a admitir "excesos" propios de una "guerra sucia".

p , peto se preocupaba también de encontrar la manera de subordinarlas ppl/.r. Armadas al poder c i v i l , de una vez para siempre. Para ello proponía • l i n is distinciones, lógicas pero difíciles de ser admitidas por la sociedad plviii.'ada: separar el juicio a los culpables del juzgamiento a la institución, mt n a y seguiría siendo parte del Estado, y poner límite a aquel juicio, des• k l i i n d o responsabilidades y distinguiendo entre quienes dieron las órdenes p»< • «indujeron al genocidio, quienes se limitaron' a cumplirlas y quienes se m edición, cometiendo delitos aberrantes. Se trataba de concentrar el casti• i n las cúpulas y en las más notorias betes noires y aplicar al resto el criterio P la < ibediencia debida. Sobre todo, el gobierno confiaba en que las propias l i l i as Armadas se comprometieran c o n esta propuesta, intermedia entre m demandas de la civilidad y la postura dominante entre los militares, que punieran la crítica de su propia acción y procedieran a su depuración, castipii i iones legislativas, se conoció el fallo, que condenó a los ex cómanl a i les, negó que hubiera habido guerra a l g u n a que justificara su acción, |l»t inguió entre las responsabilidades de c a d a uno de ellos, y dispuso comti-

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B R E V E HISTORIA C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

h i i a r l a a c c i ó n penal contra los demás responsables de la> openu i> ••UM|H la situación de los citados por los jueces, oficiales de menor graduad» u i, • I>M- fl se consideraban los responsables sino los ejecutores de lo imputado. I l Mmi co, convalidado en la excelente elección de noviembre, la presión de la ( X I fue intensa. Se apoyó en las indudables tensiones sociales generadas poi la iinflación —que llevaba a una permanente lucha por mantener el salario real I los comienzos del ajusre del sector estatal, que movilizó particularmente a Efll [empleados públicos, pero su carácter fue dominantemente político. Los sindl calistas lograron expresar de manera unificada el descontento social, e integral

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989

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k totes no sindicalizados,como los jubilados, pero también hicieron alian|on los empresarios, la Iglesia y los grupos de izquierda. Los reclamos fueron • coherentes -incluían desde las aspiraciones más liberales del establishm económico hasta pedidos de ruptura con el Fondo Monetario- pero se B i a b a n en un común ataque contra el gobierno, que incluyó en algún mot i l o de exaltación el reclamo de que "se vayan". L a (xrr no rehusó participar en las instancias de concertación que abrió el Memo, pero lo hizo con el estilo que había desplegado exitosamente entre • 5 y 1973: negociar y golpear, conversar y abandonar la negociación con 1 "porrazo", lo cual permitió unir y galvanizar las fuerzas propias, que en ti» aspectos presentaban profundas diferencias. Saúl Ubaldini, dirigente J n pequeño sindicato y secretario general de la CGT, fue la figura caracte|M!ia de esta etapa, no sólo por su peculiar estilo, adecuado para sellar el b d e alianzas del mundo del trabajo y la pobreza, sino sobre todo porque su mmni\a propia lo convertía en p u n t o de equilibrio entre las distintas •M entes en que se dividía el sindicalismo. [ H gobierno, que abrió permanentemente los espacios para el diálogo y la Jpiu erración, pero sin discutir los lincamientos de la política económica, Mido resisrir bien el fuerte embate sindical, pese a los inconvenientes que •lenificaba para la estabilización económica, en tanto contó con el apoyo •insistente de la civilidad y la escasa presión de otras fuerzas corporativas. La • v i t u r a de distintos frentes de oposición, y muy particularmente el militar, pipilIsaron al gobierno a una maniobra audaz: concerrar con un grupo i m p u t a n t e de sindicatos -los "15", que incluían a los más importantes de la • l i v i d a d privada y de las empresas del Estado- y nombrar a uno de sus diña n t e s en el cargo de ministro de Trabajo. El acuerdo era transparente y casi •rosero, e incluía la sanción del conjunto de leyes que organizaba la activilind sindical - d e asociaciones profesionales, de convenciones colectivas, de bnras sociales, controladas p o r los sindicatos- en términos similares a los de 1975. A cambio de esas importantes concesiones, el gobierno -que sacrificaba principios enunciados largamente- obtenía poco: una relativa tregua sofla!, pues la oposición s i n d i c a l quedó profundamente dividida, y un eventual upoyo político, que en rigor nunca se concretó. Quizá también, un respaldo líente al embate de la corporación militar, que no debía darse por descontado. Luego de la victoria del peronismo en la elección de septiembre de 1987, r l gobierno prescindió de su ministro-sindicalista, pero mantuvo los compromisos. C o n la nueva legislac i o n , el poder de la corporación sindical quedaba plenamente reconstituido y la ilusión de la civilidad democrática de someterlos a sus reglas se desvalió* cía.

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BREVE H I S T O R I A CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

E L I M P U L S O Y S U F R E N O , 1983-1989

El P b A s t r a l

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Hítente la propia capacidad del Estado paragobemar efectivamente l a

En l a estrategia seguida ante el poder sindical se había optado inii i a l t n « f l por e l enfrentamiento, desdeñándola posibilidad de concertar con . 1 « f l ciones a la crisis e c o n ó m i c a . E n verdad, aunque al principio pareció i i i i n f l menos urgente que los problemas políticos, esta cuestión era e x t r e m n d . i t i t f l te grave. La inflación, desatada desde mediados de 1982, estaba inst itm UíjM 1 izada, y todos los actores habían incorporado a sus prácticas el supuesto incertidumbre y la especulación, incluso para defender modestos ingn Junto con el déficit fiscal y la deuda externa, que seguía creciendo, t o f l f l tufan la parte más visible del problema, que se prolongaba en una c c o i i , . | < estancada desde principios de la década, cerrada e ineficiente y f u e r t e i n ^ B vulnerable en lo externo, en la que escaseaban los empresarios d i s p u e t u f l arriesgar y apostar al crecimiento y donde los grupos económicos mas. o j centrados, que a través del Estado absorbían recursos de toda la s o c i t ^ f l habían alcanzado la posibilidad de bloquear los intentos que desde el P ' t f l público se hicieran para modificar su situación. (M

Pese a que el flujo de capitales se había cortado desde 1981, la d c t l f l externa seguía creciendo por la acumulación de intereses, al punto dr q m al f i n de la década duplicaría c o n exceso los valores de 1981, y el Estadal que en 1982 había asumido la deuda de los particulares, cargaba con pago de unos servicios que insumían buena parte de sus ingresos corrieiugJ Ciertamente, esas obligaciones se refinanciaban con frecuencia, pero ..>lii cuando se contaba c o n la buena v o l u n t a d del Fondo M o n e t a r i o I n t r t i t u i cional, que a cambio exigía la adopción de políticas orientadas p r i n c i p a l ! mente a aumentar la capacidad i n m e d i a t a de pago de los servicios. El I a do, a su vez, afrontaba un déficit creciente, cuyo origen lejano quizá poM ubicarse - c o m o afirmaban sus c r í t i c o s liberales- en la magnitud del apata to de servicios sociales crecido en é p o c a s de mayor bonanza, pero snbfl todo en la más reciente caída espectacular de sus recaudaciones, en el prnj de los pagos a l exterior y en la m a g n i t u d de las subvenciones de todo npU que recibían los sectores empresarios ligados a él en forma parasitaria. • masa de gastos debía afrontarse con recaudaciones en baja, comidas poi la inflación y la indisciplina de los c o n t r i b u y e n t e s , sin crédito externo n i in t e m o - t o d o e l mundo transformaba sus ahorros en dólares- y sin grande* bolsas de recursos acumulados de dor^de tomarlos, como en otros tiempo» lo habían sido los excedentes del c o m e r c i o exterior o los de las cajas di jubilaciones. E l problema, que en lo i n m e d i a t o repercutía en una inflación permanente que distorsionaba las ¿condiciones de la economía, afectaba

Brnfa y la sociedad misma. Si \a distancia la necesidad de encarar soluciones de fondo puede resultar J f l t r , en el momento pareció necesario subordinarlas a las necesidades de m < instrucción de un sistema democrático todavía débil y de u n Estado más •ll .nin. El nuevo gobierno y muchos de quienes lo acompañaron considera| pi ii a irario no crear divisiones en el c a m p o déla civilidad, que constituía su i apoyo, y evitar al conjunto de la población los costos de una reforma dunda, cuya necesidad, por otra parte, n o parecía evidente, sobre todo si pío de los rumbos elegidos chocaba con tradiciones sólidamente arraigadas ••ii .i de los deberes y funciones del Estado. Por otra parte, si esas reformas bi lan de tener un sentido democrático, equitativo y justo, sólo serían viables m un poder estatal fuerte y sólidamente respaldado. I Jurante el primer año del gobierno radical, la política económica, orien|»iilii por el ministro Grinspun, se ajustó a las fórmulas dirigistas y redistribuB f e i i clásicas, similares a las aplicadas entre 1963 y 1966, que en sus rasgos • I t u a l e s el radicalismo compartía con el peronismo histórico. La mejora de Id* remuneraciones de los trabajadores, j u n t o con créditos ágiles a los empre• I I li is medios, sirvió para la reactivación d e l mercado interno y la movilizan ile la capacidad ociosa del aparato productivo. La política incluía el p i l i t t o l estatal del crédito, el mercado de cambios y los precios, y se complelub i c o n importantes medidas de acción social, como el Programa A l i m e n IIIII-I Nacional, que proveyó a las necesidades mínimas de los sectores más M i l nes. C o n todo ello, no sólo se apuntaba a mejorar la situación de los sec•irrs medios y populares, sino a satisfacer las demandas de justicia y equidad •o. la!, que habían sido banderas en la campaña electoral. Tal política concim la activa oposición de distintos sectores empresarios, que esgrimieron las •nnsignas del liberalismo contra lo que denominaban populismo e interveni !• mismo estatal, pero también la resistencia d e la CGT, en este caso de raíz tlrl i indamente política, lo que hizo fracasar los intentos de concertación que r í a n parte de la estrategia del gobierno. Éste debió afrontar a la vez u n juego de pinzas de los dos grandes actores l'iupunitivos -unidos para el ataque- y una p u j a desatada por la distribución del ingreso, agudizada por la fuerte inflación. Todo ponía de manifiesto la Insuficiencia de una política que no tomaba en cuenta la radical transformai i o n de las condiciones de la economía luego d e 1975, el deterioro del aparato productivo y su incapacidad para reaccionar eficientemente ante los estímulos de la demanda, la magnitud del déficit fiscal y de la deuda extema, ü m ésta se osciló entre dos caminos, que reflejaban ambos el espíritu del \

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impulso democrático de la hora pero resultaron igualmente incondui tffl Se trató de l o g r a r la buena voluntad de los acreedores, con el argum» u t f l que las jóvenes democracias debían ser protegidas, y se los amenaxo^B constitución de u n "club de deudores" latinoameticano, que repudiad 11 >M en conjunto. A principios de 1985, cuando la inflación amenazaba desbordai . u 1 hiperinflación, la conflictividad social se agudizaba y los acreedores m l M hacían sentir enérgicamente su disconformidad, el presidente Alfonsín n i plazo a su m i n i s t r o de Economía por Juan Sourrouille, un técnico ua \$m mente acercado al radicalismo, que lo acompañó casi hasta el linal >m gobierno. Para formular su plan de acción, el ministro necesitó casi • >i.|| meses, que fueron terriblemente duros para el gobierno, pues al desci u i i f i f l la economía se sumaba la movilización de la CGT con su plan de huí u , 1i1 los distinto- sectores empresarios y sus voceros políticos, p a r t i c u l a r m c n l B sogaray y el ex presidente Frondizi, y sobre todo la agitación militar, 11 I peras del inicio del j u i c i o a las Juntas. A fines de abril, la civilidad, eouviB da a la Plaza de M a y o para defender al gobierno y desbaratar u n posible \¡M de Estado, recibió el anuncio del inicio de una "economía de g u e n a " , I anuló los últimos intentos de concertación. El 14 de mayo de 19o'», Inm mente, se anunció el nuevo plan económico, bautizado como Plan A u f l f l Su objetivo era superar la coyuntura adversa y estabilizar la e c o n u t i n el corto plazo, de modo de crear las condiciones para poder proyectai n ai formaciones más profundas, de reforma o de crecimiento. Aunque ésiai f estaban enunciadas, sin duda incluían desalentar las conductas espci uU{ vas, estimuladas por la inflación, e impulsar a los actores económicos Ii acciones orientadas a la inversión productiva y el crecimiento. Pero lu a gente era detener la inflación. Se congelaron simultáneamente precios, nM rios y tarifas de servicios públicos, se regularon los cambios y tasas de inicri se suprimió la emisión monetaria para equilibrar el déficit fiscal - l o qu* I ponía asumir una rígida d i s c i p l i n a en gastos e ingresos-, y se eliminaron i. mecanismos de indexación desarrollados durante la anterior etapa de ali inflación y responsables de su m a n t e n i m i e n t o inercial. Símbolo del inicli 11 una nueva etapa, se cambiaba l a moneda y el peso era reemplazado po| » austral. Elaborado por un equipo técrxico de excelente n i v e l pero ajeno tanto partido gobernante como a c u a l q u i e r a de los grandes grupos de inicies, < plan se sustentaba exclusivamen t:e en el respaldo del gobierno, de i n c i t a valor, y e n su capacidad para s u s c i t a r apoyo en la sociedad. Rápidanani logró frenar la inflación, y así s & ganó ese apoyo general, para lo cual Ii

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que el plan no afectara específicamente a ningún sector de la sociefclo hubo caída de la actividad n i desocupación, que tradicionalmente IM I lave de los planes de estabilización, pero tampoco se afectó a los Hi"< empresariales, incluyendo a los que medraban con el Estado, cuyos JMos fueron en general respetados. El ajuste fiscal fue sensible pero no Ileo: los salarios de los empleados estatales fueron congelados más estílente que los del sector privado, pero no hubo despidos; la recaudaUle ji >ró sobre todo como consecuencia de la reducción fuerte de la inflaI «limado a algunos impuestos excepcionales, pero no hubo drásticas rel i ó n o s en los gastos del Estado. L o s acreedores externos se sentían |u 11< >s tanto por la manifiesta intención del gobierno de cumplir los com•Iftos como por la augurada mejora d e las finanzas estatales, y sobre todo • I firme apoyo que el plan recibió tanto del gobierno norteamericano ',) ile las principales instituciones económicas internacionales. |r trataba del "plan de todos", quizá la más pura de las realizaciones de la •tn democrática: entre todos, con solidaridad y sin dolor podían solucio^ los problemas más complejos, aun aquellos que implicaban choques de • e s más profundos. El gobierno obtuvo su premio en las elecciones parli-> i Ii* noviembre de 1985: apenas seis meses después de estar el país al borde ICMos, logró u n claro éxito electoral que significaba el apoyo general de la j l l d a i l a la política económica. La novedad estaba, sin embargo, en que en Jileocupación general, las cuestiones económicas habían pasado al primer Tío, de modo que en lo sucesivo, éxitos y fracasos se medirían por ellas. L n placidez duró poco. Ya desde fines de 1985 se advirtió la vuelta inci•htc ile la inflación, que el gobierno debió reconocer en abril de 1986 con | pinceramiento" y ajuste parcial. Influyeron en parte las dificultades cre||liles en el sector externo, debido al derrumbe de los precios mundiales de • i créales como consecuencia de decisiones políticas de Estados Unidos, IM alecto tanto los ingresos del Estado como de los productores rurales. Se tli el aflojamiento de la disciplina social que requería el plan, sensible a lliilquier intento de modificar los precios relativos. Renacieron las pujas litporativas, que realimentaron la inflación: la CGT, embanderada contra el impelamiento salarial, que afectaba sobre t o d o a los empleados estatales, y |* empresarios, liderados por los productores rurales, que se movilizaron contra 1t ongelamiento de precios. Curiosamente, ambos coincidían en u n reclaB p común contra el Estado. La reaparición t a n rápida de los viejos problelii r. indicaba que, en el fondo, nada había cambiado demasiado. El plan, l i d ¡iz para la estabilización rápida, no preveía cambiar las condiciones de p u d o , o intentaba hacerlo con ajustes que n o supusieran n i dolores ni con-

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flictos. Se intentó reactivar la inversión extranjera, especialmente m »*|l petrolera - e l presidente Alfonsín anunció este plan en Houston, i ipl|4 las grandes empresas petroleras-, y también se esbozaron planes de n f l fiscal más profunda, privatización de empresas estatales y desregulai i< >u I. economía. Todo e l l o chocaba con ideas y convicciones muy firmes en la mm dad, arraigadas t a n t o e n el peronismo como en el propio partido gnU-iiml de donde surgieron bloqueos a estas iniciativas. Sobre todo, cualquHHf estos rumbos hubiera significado, a diferencia del Plan Austral, cnlirttf c o n alguno de los fuertes intereses constituidos, o gravar al grueso do I.i «t dad c o n los costos de la reforma. A medida que se hacía más clara la n e t « 0 de encarar soluciones de fondo, el gobierno radical descubría que sus haajT apoyo eran más tenues. Quizá por eso a principios de 1987, cuando se volvía a agudizar la u >nl|M tividad social, el gobierno decidió recostarse en los grandes grupos c n t p t i H vos a los que en u n p r i n c i p i o había acusado y combatido. En momento* f que u n sindicalista, propuesto por u n conjunto de los más importantes « I M catos, se hacía cargo del Ministerio de Trabajo, un grupo de f u n c i o n a r l u H las grandes empresas ligadas a los contratos estatales fue convocado pañi m rigir las empresas públicas y un político radical de militancia en las asi^fl ciones rurales era nombrado secretario de Agricultura. Se renunciaba al %m ño de controlar las corporaciones, se cerraba la etapa de la ilusión del pn diM minio del interés público, y volvían a dominar los intereses particulaie* M los distintos sectores de la sociedad, y entre ellos, naturalmente, los di I i | más poderosos. Ventajas e inconvenientes de la nueva política se balan ron: la tregua social lograda tuvo como contrapartida el bloqueo que las di» tintas corporaciones imponían a políticas que las pudieran afectar. Empmtfl rios y sindicalistas dejaron de estar de acuerdo, sobre todo cuando éstos li| graron la sanción de la legislación gremial que acababa con las expectativa de flexibilizar las relaciones salariales. Pero, por otra parte, cuando en abril de 1987 los militares desafiaron el poder c i v i l , por primera vez desde 1910 \m encontraron ningún apoyo en la sociedad. En cierto sentido, la institucional lidad democrática estaba salvada, a costa de la posibilidad de una reforma d i la economía encarada democráticamente. En j u l i o de 1987 el gobierno encaró un nuevo plan de reformas, qufl contó con el aval de los principales organismos externos -particularmcnn el Banco M u n d i a l , cuya política empezó a distanciarse de la del FMI— y qm procuró conciliar la necesidad del ajuste del Estado c o n los intereses de lo» grandes empresarios. Una reforma impositiva más dura y profunda debía acompañarse de una política de privatización de empresas estatales y di

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iliil-.tica reducción de sus gastos. Pero este i n t e n t o nació sin la fuerza I a rapaz de sustentarlo, sobre todo luego de la derrota electoral d e Ifiubrc de 1987. En noviembre, los gremialistas se alejaron del gabinem los conflictos entre sindicalistas y empresarios se sumó la dificultad latos, ilivididos en sectores de intereses contrapuestos, para proponer llura común de acción. El peronismo, sobre todo, apuntando con nuePptlinismo a las elecciones presidenciales de 1989, se negó a respaldar Ulnas cuyo costo social era evidente. De ese modo, la proyectada reconk i ó u con las corporaciones, que supuso u n fuerte deterioro de la i m a del gobierno radical ante la civilidad, no rindió tampoco los frutos indos en el terreno económico, donde la inestabilidad y la sensación h i t a ile gobernabilidad fueron crecientes.

La apelación a la civilidad j||i i,límente el gobierno radical sólo había sido tolerado por las grandes corHiu iones - e n rigor, el candidato peronista hubiera satisfecho mucho más bal mente a las Fuerzas Armadas y a la Iglesia-, de modo que debía respalIK* en su poder institucional. Pero allí también su apoyo era limitado, parli alármente en el Congreso: la mayoría que tuvieron los radicales en la Calina ile Diputados hasta 1987 se contrapesaba con la mayoría relativa de los Wimistas en el Senado, donde u n grupo de representantes de partidos proMlti iales desempeñaban el beneficioso papel de arbitros inconstantes. Así, ) » dos grandes partidos tenían en el Congreso -que era el corazón del sisteftft democrático- la posibilidad de vetarse recíprocamente, y como no había fitaI'ido acuerdos previos sobre c ó m o se conduciría el proceso político, que fililí f 11 - dudaba en calificar como transicional, fue más difícil aún llegar a ellos iu.indo cada partido procuraba desempeñar con eficacia sus respectivos palirlrs de oficialismo y oposición. Esta situación planteaba u n problema para el gobierno, necesitado de un din a i r apoyo institucional en la resolución de los problemas de la crisis, y • m b i é n para el proceso, todavía frágil, de institucionalización de la demoI n t i ' i n . A menudo, al gobierno se le planteó la opción de gobernar efecriva'llienie, desplegando su voluntad p o l í t i c a pero tensando las cuerdas del sistema institucional, o tratar de c o n c e r t a r las distintas opiniones y llegar a acuerdos que, al costo de soslayar problemas y opciones, fortalecieran el sistema Institucional. Tironeado por d i s t i n t a s tradiciones políticas, el gobierno radi1 ni adoptó, mientras pudo, una su ^ r t e de vía media entre ambas alternativas.

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Los grandes apoyos del gobierno se encontraban en el radica lisnn >, y. M »| amplio conjunto d e la civilidad que directa o indirectamente lo había i f i f l f l dado. Se trataba d e u n actor político mucho más inestable que aquél j v i n a l por las peculiares circunstancias de la crisis del régimen militar, tenía lni< o! mente un g r a n poder. La U n i ó n Cívica Radical había sido tradicionalnirm*M gran partido de la civilidad, y el que contaba con mayores antecedentes y é\W cidades para organizaría y galvanizarla. En realidad, se trataba de un p.uild complejo y fragmentario, en el que coexistían variadas tendencias y dond* representaban múltiples intereses, a menudo de peso local o regional, i n d n l cual daba u n gran mosaico, difícil de unificar. Desde 1983 R a ú l Alfonsín estableció un fuerte liderazgo, sobre todo 4 talizando en el i n t e r i o r del partido el gran apoyo que había ganado i«n civilidad. Su agrupación interna, el M o v i m i e n t o de Renovación y (]¡\ - q u e fundó en 1972, cuando disputaba la conducción con Ricardo Balhii era poco más que una red de alianzas personales, a la vez eficaz y poco c< mili tente cuando se trataba no ya de ganar elecciones internas sino de propo||f a la sociedad grandes líneas programáticas. Más notable fue la acción .1. grupo de dirigentes jóvenes, provenientes en su mayoría de la militancia MU! versitaria, que integró la Junta Coordinadora Nacional, o simplemenii I * "Coordinadora". Surgido hacia 1968, el grupo arrastraba en sus ideas y

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dos de acción mucho de la experiencia que culminó en 1975: confluencia t i l tradiciones socialistas y antiimperialistas, sentido de la militancia orgánlt ii m la disciplina partidaria, fe en la movilización de las masas. Volcados en l'JNJ a la vida partidaria detrás de Alfonsín, aportaron algunos elementos i d e o H gicos a su discurso, pero sobre todo una gran capacidad para la organizan, MI y la movilización de esa civilidad que estaba constituyéndose en actor polít i c l y a la que Alfonsín convocaba con el programa de la Constitución. Tambléfl aportaron cuadros eficaces, tanto para la lucha partidaria como para la adniP I nistración del país, y en ambos campos sobresalieron por su disciplina, ^M eficacia y también su pragmatismo, en el difícil arte de tejer alianzas y en U I ejecución de políticas que sólo genéricamente podían filiarse en los c o n i r i i j J dos programáticos originales. La Coordinadora ganó mucho poder, y SUM ll(|fl resistencias internas, en u n contexto de disputa partidaria en el que la mil ' dad, difícil y precaria, sólo podía mantenerse gracias a la conducción, ÍIIOIH I y en cierto modo caudillesca, de quien era a la vez presidente de la Naca >n y I del partido. El p a c t o entre Alfonsín y la civilidad se selló en la notable campaña ele» •! toral de 1983, en sus grandes actos masivos y en la fe común en la den a >< 11 cia como panacea. Consciente de que allí residía su gran capital polílii o, I

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•itisín siguió utilizando esa movilización, convocándola en ocasiones a la |n de Mayo o al referéndum para resolver situaciones difíciles, como la reI ia del Senado a aprobar el tratado por el Beagle, o el cúmulo de ame|MN que se cernía en las vísperas del Plan Austral. Pero, sobre todo, trabajó lugamente en su educación, en la constitución de la civilidad como actor « I l e o maduro y consciente. Para la movilización callejera - u n estilo polí^ f c n p a r e n t a d o con el de las grandes jornadas de diez años atrás- la CoorIttudora era insustituible, pero para esta otra labor necesitó del apoyo de u n hp> al ante conjunto de intelectuales, convocados para asesorarlo en diver||M lugares e instancias. Estos le suministraron los insumos de ideas, reelabo^tlas y volcadas con singular pericia por u n dirigente que - c o m o ha puntua|im l< i Carlos A l t a m i r a n o - estaba convencido de que el único gobierno legí|ln«» era el que se basaba en el convencimiento de la sociedad por medio de jumentos racionales. Alfonsín le propuso los grandes temas y las grandes metas. La lucha con|la tunidades y valores en la opinión pública. Podía anticiparse que a la larga, In i uestión militar abierta se solucionaría con la reivindicación de los militafes, el olvido dé los crímenes de la "guerra sucia" y el entierro de las ilusiones lie la civilidad, aunque tocaría dar el gran paso de amnistiar a los jefes condeHados al gobierno que siguió al doctor Alfonsín. La cuestión política tampoco se cerró satisfactoriamente para la civilidad Hemocrática. Luego de la elección de septiembre de 1987 creció la figura de A n t o n i o Cañero, gobernador de Buenos Aires, presidente del Partido Justicial ista y jefe del grupo "renovador", que se perfilaba como candidato de su pattido y, probablemente, sucesor de Alfonsín. En muchos aspectos, Cafiero

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y los renovadores h a b í a n remodelado el peronismo á imagen y s e m c j a n i | f l alfonsinisrno: e s t r i c t o respeto a la institucionalidad republicana, p o p a d tas modernas y d e m o c r á t i c a s , elaboradas por sectores de intelectualc , di tanciamiento de las grandes corporaciones y establecimiento de ai u exigencias, cada vez que venían en ayuda de * I• • ' gobiernos para solucionar 1 «JS problemas coyuntutales del endeudamien2.69

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to. Economistas, asesores financieros y periodistas se dedicaron con uij dad a difundir el n u e v o credo, y gradualmente lograron instalar estos prli pios simples e n el sentido común. Su éxito coincidió con la convin mu neralizada de que la democracia por sí sola no bastaba para solución,H problemas e c o n ó m i c o s . Según el diagnóstico dominante, la economía argentina era poco ef|< i te debido a la a l t a protección que recibía el mercado local, y al subsidio «J bajo formas variadas, e l Estado otorgaba a distintos sectores económico»! dos los que en la larga puja distributiva habían logrado asegurar su cuo|| asistencia. A la ineficiencia productiva, que dificultaba la inserción 01 economía m u n d i a l globalizada, se sumaba el déficit crónico de un E l f excesivamente pródigo, que para saldar sus cuentas recurría de manera lv tual a la emisión monetaria, con su consiguiente secuela de inflación, cuestionaba todo u n modo de funcionamiento, iniciado en 1930 y conl dado con el peronismo. Algunos discutían si la crisis era intrínseca a modelo, o si se debía al prodigioso endeudamiento externo generado dina el Proceso, que colocó al Estado a merced de los humores de acreedor! banqueros. Pero la conclusión era la misma: la inflación y el endeudamieii que sirvieron durante mucho tiempo para postergar los problemas y rambla para agravarlos, finalmente habían desembocado en el colapso de 1989, La receta que difundían el FMI, el Banco M u n d i a l y los economista» i prestigio era simple. Consistía en reducir el gasto del Estado al nivel de j ingresos genuinos, retirar su participación y su tutela de la economía y abrifl a la competencia internacional: ajuste y reforma. En lo sustancial, ya li.il-i sido propuesta por Martínez de Hoz en 1976, aunque su ejecución esliij lejos de estos supuestos. Pero era difícil de aceptar. La resistían todos los qd aún vivían al calor de la protección estatal, incluyendo a los grandes guipa económicos, partidarios genéricos de estas medidas, pero reacios a aceptar» en aquello que los afectara específicamente. También las enfrentaron qu¡á nes - n o sin razones- asociaban las reformas propuestas con la pasada di< 11 dura militar. Bajo el gobierno de Alfonsín, en su último tramo, se admitli. M necesidad de encarar ese programa: hubo una cierta apertura comercial, y M proyecto de privatizar algunas empresas estatales, que chocó en el C o n t r i con la oposición del revitalizado peronismo y la reluctancia de muchos nuil cales. La crisis de 1989 allanó el camino a los partidarios de la receta rol. i mista: según un consenso generalizado, había que optar entre algún tipi i d. transformación profunda o la simple disolución del Estado y la sociedad. El nuevo presidente fue uno de los conversos. Formado en el populismo, también para él la hiperinflación había tenido una singular v i r t u d educativa

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m dos dimensiones: de riesgo y oportunidad. Para Menem el riesgo era jllnar como Alfonsín, devorado en la vorágine de u n Estado en des inte llón. La oportunidad: la conmoción social era tan fuerte, había t a n t a neId.id de orden público y estabilidad, que la medicina hasta entonces re|mla resultaría tolerable y hasta apetecible. Así lo han señalado, e n analuminosos, Juan Carlos Torre y Vicente Palermo. Por otra parte, esa •Icina era del agrado de las instituciones internacionales de crédito y del • t o grupo de gurúes que las asesoraba, es decir, de las fuerzas capaces de lint o calmar las aguas de la crisis. Para emprender el camino hacia el ejercicio efectivo del poder, M e n e m |»l.i ganarse su apoyo. U n punto tenía a su favor: su incuestionable volunI política. Sin embargo, sus antecedentes resultaban más que dudosos: haItjercido largamente la gobernación de La Rioja, pero de u n modo tan >rtdico que casi era u n gobernador absentista. En cambio, lo rodeaba u n b i t o más que dudoso de aventureros y arribistas. En la campaña electoral Miietió el "salariazo" y la "revolución productiva", según el más tradicional lio peronista, ese que por entonces procuraban modificar los "renovadoP. En suma, con él parecía retomar el viejo peronismo, a u n q u e pronto sacrificó buena parte del bagaje ideológico y discursivo I peronismo, Menem fue fiel a lo más esencial de éste: el pragmatismo. En i yito copernicano, anunció en forma apocalíptica que era necesaria una Irugía mayor sin anestesia", se declaró partidario de la "economía popular mercado", abjuró del "estatismo", alabó la "apertura", proclamó la necesi¡|ftd y bondad de las privatizaciones y se burló de quienes "se habían quedado m v\. Empresarios, banqueros y gurúes dudaban: ¿su conversión era sinL t n , o sólo un expediente para zafar de la crisis? A d m i t i e n d o su sinceridad, pudría mantener a raya a quienes, desde cada uno de los bastiones privileÉMIII IS, quisiera volver a las antiguas prácticas? Urgido por ganar esa confianm y extender su escaso m a r g e n de maniobra, M e n e m apeló a gestos casi •Mmieilidos: se abrazó con el almirante Rojas, se rodeó de los Alsogaray tp.idie e h i j a - , y confió el M i n i s t e r i o de Economía sucesivamente a dos gep n i c s del más tradicional de los grupos económicos -Bunge y B o r n - , que L u n se decía traía u n plan e c o n ó m i c o mágico y salvador. Para demostrar |iin «i idad, Menem lanzó frases napoleónicas, pero sobre todo buscó convenM H i ou acciones, categóricas e± irrevocables, que debían testimoniar no sólo |ih . i mvicciones sino su capacidad de gobernar, más allá de presiones y vetos L i i(niales. Quizá por eso, de entre las muchas formas de aplicar la receta H'l'.imisia, enfrentar los obstáculos, graduar los tiempos, tomar los resguarp » , calibrar las transiciones, e l i g i ó la más simple, tosca, brutal y destructiva.

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Durante los dos a ñ o s iniciales, mientras trataban de superar la crisis, I * inflación y la i n e s t a b i l i d a d , Menem y sus colaboradores directos estuvieinfl dando examen a n t e los "mercados". Lo primero era ganar libertad de ac< Mil y sortear las trabas que l i m i t a r o n a Alfonsín. Aprovechando el descalabra del radicalismo, apenas in icia do el gobierno, M e n e m hizo aprobar poi d Congreso dos grandes leyes: la de Emergencia Económica suspendía i . d u t i p o de subsidios, p r i v i l e g i o s y regímenes de promoción, y autorizaba »| despido de empleados estatales. La Ley de Reforma del Estado declaro U i necesidad deprivatizar u n a extensa lista de empresas estatales y delegó o í d presidente elegir la manera específica de realizarlas. Poco después, el ( olí» greso autorizó la ampliación de los miembros de la Corte Suprema; con c u J tro nuevos jueces e l gobierno se aseguró la mayoría y aventó la posibilidad .1* un fallo adverso en cualquier caso litigioso que generaran las reformas. Buscando resultados rápidos y espectaculares, el gobierno se concení en la rápida privatización de ENTEL, la empresa de teléfonos, y de Aon I neas Argentinas. Había que demostrar voluntad y capacidad reformista,! obtener rápidamente fondos frescos y empezar a solucionar el problema ili I endeudamiento externo. Todo se hizo rápido, de manera desprolija e i n c f l so a contrapelo de otras intenciones declaradas, como fomentar la coma tencia. La ingeniera María Julia Alsogaray fue instruida para concluii U privatización telefónica antes del 8 de octubre de 1990, fecha del cumplo.i ños de Perón y del suyo. Se convocó a grupos mixtos, integrados por can presarios locales, operadores internacionales expertos, y banqueros ipii aportaban títulos de la deuda externa; éstos eran aceptados como parlo di pago a su valor n o m i n a l , mucho más alto que el de mercado, lo que empe/u I a tranquilizar a los acreedores externos, que cambiaban papeles de d u d o .. cobro por activos empresariales. Se aseguró a las nuevas empresas un MI tancial aumento de tarifas, escasas regulaciones y una situación monopóli» n por varios años. En términos parecidos, en poco más de u n año se habón privatizado la red vial, los canales de televisión, buena parte de los ferro. ,i rriles y de las áreas petroleras. También se proclamó la apertura económica, otro punto fundamental 11.1 dogma. Pero l a reducción de prohibiciones, cupos y aranceles se hizo sin un criterio general, pues los gobernantes estaban tironeados por dos objetivo» I urgentes y contradictorios: reducir la inflación, siempre rebelde, importan.!. productos baratos, o mejorar la recaudación fiscal, cobrando derechos eleva dos. En cambio, ante el déficit fiscal, el problema más urgente, no hubo am bigüedades: se trataba de recaudar más, y rápidamente, aumentando los im puestos más sencillos - a l Valor Agregado y a las Ganancias- sin considera

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¡dos cuestiones que las propuestas reformistas solían atender: la mejora del abono y la inversión, y algúncriterio de equidad social. Pese a los fondos que el Estado obtuvo con las privatizaciones y la mejora en 1H recaudación fiscal, en los dos primeros años el gobierno no logró alcanzar la estabilidad. La inflación se mantuvo alta, y los grandes grupos empresarios, pese a que nominalmente apoyaban al gobierno y aún participaban de sus decisiones, siguieron manejando su dinero de acuerdo con sus conveniencias particulares. Quizá por eso no se lamentó la salida del gobierno del grupo Bunge y Born cuando, a fines de 1989, se produjo una segunda hiperinflación, y nuevamente hubo saqueos y pánico, aunque se habló mucho menos de ello. Erman (lonzález, nuevo ministro de Economía, la conjuró con una medida drástica: se apropió de los depósitos a plazo fijo y los cambió por bonos de largo plazo en dólares: el Plan Bonex. González, un oscuro contador riojano, del círculo más íntimo del presidente, recibió los consejos de los bancos acreedores y de A l v a ro Alsogaray y aplicó una receta conocida: "se sentó sobre la caja", restringió al máximo los pagos del Estado y la circulación monetaria. Redujo así la inflación, pero a costa de una fortísima recesión que, al cabo de u n año, había Vuelto a deprimir fuertemente los ingresos fiscales. A fines de 1990, con la economía otra vez en estado crítico, estalló el escándalo conocido como ¡swiftgate. N o era n i el primero, n i sería ciertamente el último de los asuntos escandalosos del gobierno de Menem. A l calor de las reformas, las privatizaciones y el establecimiento de nuevas reglas de juego, quienes rodeaban al presidente poseían información privilegiada y la posibilidad de impulsar algunas decisiones del gobierno, y las aprovecharon plenamente. Los ministros Eduardo Bauza y Roberto Dromi y la ingeniera Alsogaray fueron acusados de beneficiarse - y no poco- con las privatizaciones. El diputado José Luis Manzano y Emir Yoma, cuñado del presidente, regenteaban, según se decía insistentemente, un centro de tráfico de influencias denominado la "carpa chica". U n a frase de Manzano "yo robo para la C o r o n a " - se hizo célebre: mostraba a la vez la vastedad del mecanismo y la impunidad de sus agentes. El "caso Swift", que estalló en d i ciembre de 1990, se diferenció porque la perjudicada en una operación de chantaje era una empresa norteamericana, que acudió al embajador Todman - u n a suerte de procónsul- y movilÍ2Ó al propio gobierno estadounidense. Menem estaba cultivando con éxito s u s relaciones con el presidente George Bush, y la Argentina se había alineacdo firmemente con Estados Unidos, de modo que la acción fue efectiva. H u b o una renuncia de todo el gabinete, y una serie le rotaciones que a principios de 1991 llevaron al Ministerio de Economía al insta entonces canciller D o m i n g o Cavallo.

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Cavallo encaró el programa de reformas de manera más ambiciosa y I M despegada de empresarios y acreedores. Poco después de asumir, hizo apioKil 11 trascendente Ley de C o n v e r t i b i l i d a d . Se establecía una paridad cambial 1.11|| • simbólicamente, u n dólar equivaldría a un nuevo "peso", y se prohibía al l'mlfl Ejecutivo no sólo m o d i f i c a r l a sino emitir moneda por encima de las iv.. o de modo de garantizar esa paridad. El Estado, que tantas veces había cmiii.ltt moneda sin respaldo para superar su déficit - l o que finalmente llevaba a i | f l devaluación-, se ataba las manos para convencer de sus intenciones a los " o | « radores", y a la vez renunciaba a su principal herramienta de intervención • u M economía. Una historia de achicamiento voluntario de esa capacidad de i m n venir, iniciada bajo Martínez de Hoz y profundizada por el endeudanuciiiif extemo, culminó c o n esa drástica medida. A ella siguió otra decisión igiiii|< mente categórica: la reducción general de aranceles -cayeron a una t c i v t f l parte de su anterior v a l o r - , que concretaba la tantas veces anunciada apciiiild económica y daba fe de la seriedad con que sería encarado el programa reloj j mista. Los resultados inmediatos fueron muy exitosos: terminó la huida bal i i el dólar, volvieron capitales emigrados, bajaron las tasas de interés, cayo iJ inflación, hubo una rápida reactivación económica y mejoró la recauda» ]M fiscal. En ese contexto, y merced al rescate de títulos de la deuda hechos »uA las privatizaciones, al año siguiente se logró el acuerdo con los acreedores cjt temos, en el marco del Plan Brady: la Argentina volvió a ser confiable para I. A inversores. Este arreglo fue providencial. Pese a la voluntad reformista, no era seguí. • 1 que el Estado lograra equilibrar sus cuentas; u n poco lo logró por una mejoia | en la recaudación: los "sabuesos" de la DGI persiguieron hasta a los "ritos \ famosos", y todo el mundo debió exhibir su CUIT, el número tributario, con vertido en nuevo documento de identidad. Pero eso n o hubiera bastado sin la masa de préstamos e inversiones del exterior, que estaban a la búsqueda di "mercados emergentes", más rendidores que los metropolitanos, por enton ees retraídos. Entre 1991 y 1994 entró al país una masa considerable de dóla res, c o n los que el Estado saldó su déficit, las empresas se reequiparon y, poi vías indirectas, la gente común incrementó su consumo. Este flujo genero optimismo y confianza, y disimuló los costos de la reforma: el "ajuste estructural" dejó de parecer penoso, la convertibilidad logró amplio consenso, y el gobierno se impuso holgadamente en su primer compromiso electoral, a Ii nes de 1991. Entonces el equipo gobernante pudo despreocuparse de la inestabilidad y de la falta de credibilidad, y encarar con más tranquilidad un nuevo tramo de reformas, bajo l a conducción del ministro Cavallo, u n economista de forma

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ortodoxa, con fuerte vocación política, que había hecho sus primeras ñas como funcionario en 1982, cuando estatizó y licuó la deuda extemade empresas. Cavallo incorporó al gobierno u n número importante de ecomistas y técnicos de alta capacidad profesional y escasa experiencia políti\o dirigió de manera coherente y disciplinada, y lo proyectó a diversas Jas del gobierno, que fue colonizando sistemáticamente. Contó con el apo) del presidente Menem, quizá reticente pero de momento contundente, )bre todo a la hora de lidiar con los viejos peronistas. Durante cuatro años, Itnbos se potenciaron recíprocamente, combinando claridad en el rumbo

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>n intuición política. Así fortalecido, el equipo gobernante dejó de estar a erced de los humores cotidianos de los operadores financieros, los repre-

guntantes de los acreedores o los capitanes de industria: no rompieron con

tilos, los escucharon atentamente, pero fijaron u n rumbo independientemente de sus requerimientos cotidianos. Cavallo avanzó con firmeza en las reformas, pero las llevó adelante con nás prolijidad. Se continuó con la venta de las empresas del Estado, pero la irivatización de las de electricidad, gas y agua incluyó garantías de compecncia, mecanismos de control y hasta venta de acciones a particulares; i n pluso se previo la participación de los sindicatos en algunas de las nuevas impresas, con lo que se ganó la buena voluntad de los gremialistas. YPF, la más emblemática de las empresas estatales, fue privatizada, pero el Estado conservó una cantidad importante de acciones, y los ingresos obtenidos se destinaron a saldar las deudas con los jubilados, lo que atenuó posibles resistentias. Se encaró la reforma del régimen previsional, cambiando sustancialmente I su sentido: en lugar de fundarse en la solidaridad de los activos con los pasivos, cada ttabajador pasaría a tener su cuenta de ahorro propia, administrada por una empresa privada; se esperaba que sirviera para movilizar, a través de esas empresas, una importante masa de ahorro interno.'Hubo muchas resistencias, que se expresaron en el Congreso, y luego de una larga negociación se decidió mantener en parte el régimen estatal. Similar criterio contemporizador - q u e se alejaba de la inicial "cirugía sin anestesia"- se tuvo con la reforma de los regímenes laborales, u n campo en que el gobierno, enfrentado c o n los sindicatos", apenas avanzó, y c o n la desregulación de las obras sociales, otro tema crucial para los sindicalistas. C o n los gobiernos de las provincias se firmó u n Pacto Fiscal, p a r a que acompañaran la política de reducción de gastos* pero se t u v o una a i m p l i a tolerancia c o n una serie de recursos que esos gobiernos utilizaban pa_Ta paliar los efectos del ajuste y practicar el clientelismo político. El más notable fue u n sustancioso Fondo de Reparación Histórica del C o n u r b a r L o Bonaerense: en términos llanos, el goberna-

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dor de la provincia de Buenos Aires dispuso de un millón de dólares po| | Ii I para su manejo d i s c r e c i o n a l .

fluía ieros de varios gobiernos provinciales, pese al rápido auxilio d e l gofliano nacional: en Santiagodel Estero, Jujuy o San Juan se produjeron las ••limeras manifestaciones públicas y violentas de descontento pot el nuevo •filen. ! flor esos años, el gobierno ensayó algunas medidas paliativas, de cotto Vli anee, aprovechando que los recursos fiscales podían estirarse aumentando f l endeudamiento. Los criterios para distribuir esos excedentes de caja fueflin poco equitativos: n i siquieta en esta etapa de relativa holgura hubo en el pibierno verdadera preocupación por atenuar sostenidamente los costos soI tales de la gran transformación. U n poco, los sectores populares se benefi•Inion con el aumento de distintos programas sociales, cuyos efectos sin em'Kiipo se diluyeron por la mala administración y la orientación clientelística. |He atenuó la apertura económica, para atender las protestas más fuertes; así, |n Industria automotriz recuperó casi todos sus beneficios tradicionales. Los Pretores exportadores, perjudicados por u n peso sobrevaluado -nadie consiWrtaba que la convertibilidad pudiera ser siquiera corregida-, recibieron subsidios, reintegros y compensaciones fiscales. Los afectados de mayor enverga[lint a, las empresas que habían sido contratistas del Estado, recibieron el prettilo mayor: participar en condiciones ventajosas de las privatizaciones. Por entonces los sectores empresariales ya podían advertir los límites de la BfHnsformación, mucho más eficaz en la destrucción de lo viejo que en la construcción de lo nuevo. Una parte de las empresas -las más grandes, las que B f n í a n acceso más fácil a los créditos- se había reestructurado eficientemente; B f í embargo, sus posibilidades de exportar e integrarse eficientemente en el | Ulereado global estaban restringidas por la sobrevaluación del peso -encade| nado a un dólar que por entonces se revaluaba-, que encarecía sus costos. Ya [ M«»podían influir sobre el precio de los servicios o los combustibles, que antes [ »e lijaban con criterios políticos, pero sí podían tratar de reducir los costos Í mlariales, que en términos comparativos eran elevados, aunque los benefi•Clarios no lo apreciaran. Por l o s mismos motivos, los estímulos a la importa• Clón eran muy fuertes: el alud d e productos extranjeros arrasó con una buena parte de las empresas locales, -y generó u n déficit comercial abultado. También crecía el déficit fiscal, e n t r e otras causas por la reaparición de mecanismos de asistencia a los exportadores.

De ese modo, m e r c e d a la feliz coyuntura financiera internacional, iiilüM tras se avanzaba en las reformas hasta u n punto e n que resultaban i r r e v e f f l bles, se atenuaron sus efectos más Juros. Vistos e n perspectiva, a la luz di* I f l anteriores y los posteriores, fueron ríes años dorados: el Producto Bruto t r f l ció sostenidamente, a tasas más que respetables, se expandió el c n n s i i n t f l gracias a sistemas crediticios con cuotas pactadas e n dólares, la inflación • \\A \ drásticamente - aún podían recordarse las tasas insólitas de 1989 y 1990 , i r f l ció la actividad e c o n ó m i c a y el Estado mejoró su recaudación y hasta g< >. i •. I»u n par de años de superávit fiscal, e n buena medida debido a los ingreso', |.>t la privatización de las empresas. Esta bonanza ocultó p o r u n tiempo los aspectos más duros, y a la larga I M más perdurables, de la gran transformación. El más notable fue el desemplinfl Cada privatización estuvo acompañada de una elevada cantidad de d c s p i d i f l C o m o fruto de una larga colusión de intereses entre administradores y sindl calistas, las empresas estatales habían acumulado una buena cantidad • I mundo en la calle; si mejoraban su rendimiento, incorporaban maquinaria nuil I compleja -aprovechando los créditos fáciles- o racionalizaban el trabajo, i situación local - c o m o la oscilación de la tasa de interés en Estados Unidor los hacía traer o llevar su dinero, y eso les daba una gran capacidad de pu sión. Cualquier oscilación produciría una cascada de efectos desastroso.-.. 111 realidad, gracias a la convertibilidad había reaparecido la vulnerabilidad no terior, característica de la economía de cien años atrás.

Una jefatura exitosa Luego de electo, mientras se ganaba la confianza de los poderosos, Menem afl dedicó a adueñarse del poder del Estado, trastocando o subvirtiendo algunas d i sus instituciones. Las dos leyes ómnibus iniciales, destinadas a afrontar la crisll económica, le dieron importantes atribuciones, que manejó discrecionalmei m , y la ampliación de la Corte Suprema le aseguró una mayoría segura; la Coif< falló en favor del Ejecutivo en cada situación discutida, y hasta avanzó pn| sobre jueces y Cámaras, mediante el novedoso recurso del per saltum. En l,i misma línea de eliminar posibles controles y restricciones, el presidente re movió a casi todos los miembros del Tribunal de Cuentas y al Fiscal Geneial - e l prestigioso Ricardo M o l i n a s - , nombró por decreto al Procurador Gene ral de la Nación, redujo el rango institucional de la Sindicatura General di Empresas Públicas y desplazó o reubicó a jueces o fiscales cuyas iniciativa* resultaban incómodas. Más tarde, cuando el Congreso empezó a cuestiona algunas de sus iniciativas, Menem combinó una cierta disposición a negocia 1 -como ocurrió con la reforma previsional o las leyes laborales- con una míe va afirmación de la autoridad presidencial. Usó ampliamente vetos totales y parciales, y Decretos de Necesidad y Urgencia. Llegó, inclusive, a considciai la posibilidad de clausurar el Congreso y gobernar por decreto. Este aumenh > de la autoridad presidencial, más allá de lo establecido en la preceptiva repu blicana de la división de poderes, tenía antecedentes en el gobierno de Alfonsín - a s í se aprobó, en su momento, el Plan A u s t r a l - , pero en este ca.-.< 1 fue ejercida por Menem con asiduidad y discrecionalidad, quizá para most mi dónde, en su opinión, residía realmente el poder.

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Menem combinó la discrecionalidad con u n estilo de gobierno más propio de un príncipe que del jefe de u n Estado republicano. A juzgar por quie• Mes lo conocieron en su intimidad, M e n e m se concentraba en la política pero no se interesaba específicamente en ninguna cuestión de la administraH ó n . Trazaba o aprobaba las líneas generales y delegaba en sus colaboradores los aspectos específicos, que lo aburrían: así, se lo recuerda escuchando la explicación de algunas cuestiones importantes mientras miraba fútbol o hamU\ con el televisor. Por lo demás, continuó haciendo vida de soltero. Para su sociabilidad • nocturna solía usar una suite del Alvear Palace Hotel, cuyo dueño era une ule I los miembros de su círculo íntimo. Disfrutó al transgredir las convenciones y I aun las normas policiales: conduciendo una Ferrari Testarrossa que le regalaI ron - n o está claro cuál fue la razón-, viajó en dos horas de Buenos Aires a I Pi ñamar, y recorrió a igual velocidad otros balnearios, en u n alocado f i n de I M-mana. Después de la espectacular separación de su esposa, Zulema Yoma, a • la que desalojó por la fuerza de la quinta de Olivos, se hizo algo más sedentar i o , y transformó la residencia presidencial en una verdadera corte, con can• c h a de golf, zoológico, valet, médico, peluquero, profesor ele golf, "bufón es• cariara", y u n selecto grupo de cortesanos, compañeros de sus noches insomn e s y testigos de sus recurrentes depresiones. A menudo, como los príncipes • d e la Edad Media, recorría el mundo con su corte, a bordo de u n avión presi• dencial digno de su majestad. El comportamiento de este singular vértice de una república semejaba al de aquellas bandas de guerreros germánicos del siglo V, instaladas en alguna de las provincias del Imperio romano en extinción. El "palacio" era tanto su casa I privada como la sede del poder público, y similar confusión se daba respecto I del erario público, a veces confundido con el botín de guerra. El séquito de I guerreros Q custodiaban al jefe y estaban prestos para desempeñar cual1 quier comisión, tenía orígenes variados: entre los fideles iniciales se confundían políticos de provincia, sindicalistas, montoneros reciclados, grupos de la ultraderecha, conmilitones de Massera y otros de variadas especies, que había reunido a lo largo de s u agitada vida nocturna; pronto se sumaron [ otros, reclutados entre sus vencidos, los "renovadores". u e

La fidelidad se retribuía c o n protección e impunidad, hasta donde era posible. Pero además el jefe, edueño del botín, lo distribuía generosamente: tal fue siempre el verdadero a t r i b u t o del mando. La corrupción, ampliamente usada para limar resistencia^ y cooptat adversarios, cimentó u n pacto ende los miembros del grupo gobernante, tan sólido como el pacto de sangre que unió a los militares duraante la dictadura. La corrupción se practicaba

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ostentosamente: " n a d i e h i z o la plata trabajando", declaró el sindicalista 1 1 Barrionuevo, antes d e proponer, como solución a los males del país, "dcjai I robar durante dos a ñ o s " . Era el signo de pertenencia a la cúspide del p o f l Luego, la corrupción se normalizó; así como se encontró la manera de esiab lizar la economía, t a m b i é n se aprendió a transferir discretamente los recuiv públicos a los p a t r i m o n i o s privados. Distintos personajes notables, represen tantes de los grandes lobbies o iniciadores de una fortuna nueva, tenían acj I so privilegiado a las decisiones del gobierno y destinaban parte de los benel! cios obtenidos a vastas "cajas negras", cuyo contenido se redistribuía amplia mente, según normas - n o públicas- de rango y jerarquía. En suma, técnicamente hablando, el país estuvo gobernado por una band.i Desde principios de 1991 compartió responsabilidades con el profesional giu po de técnicos dirigido por el ministro Cavallo. Eran dos equipos diferentf pero complementarios. M e n e m y Cavallo - t a n distintos entre s í - armonizan I y se potenciaron: fue la suma de la arbitrariedad y el eficientismo, que creció I se desarrolló a costa de las instituciones republicanas. N o faltaron conflictos. Quienes provenían del peronismo histórico, y avizoraban el mundo después de Menem, empezaron a reclamar mayor preocupación por los aspectos sociales de la transformación, o por aquella cuota de los recursos que manejaban discrecionalmente y que el Ministerio de Economía, siempre preocupado poj "cerrar las cuentas", quería recortar. Tuvieron más espacio para protestar y has ta resistir, debido en parte a la preocupación de Cavallo por reducir la discrecionalidad, salvaguardar las formas y la seguridad jurídica. Esa misma preocupación volvió al ministro sensible a los escándalos mal gruesos protagonizados por los hombres y mujeres del presidente. En una ocasión, poco después del Swiftgate, A m i r a Yoma, su cuñada y Directora de audiencias, fue sorprendida transportando valijas repletas de dólares en bi lletes; fue la p u n t a del llamado Narcogate, que siguió con el descubrimiento de la estrecha amistad de Amira y Monzer al Kassar, célebre traficante di' armas que d i s p o n í a de un pasaporte a r g e n t i n o . El tema e n t r ó sólo í tangencialmente en la órbita de Cavallo, que en cambio en 1994 embistió/ frontalmente c o n t r a el poderoso empresario Alfredo Yabrán, especializado,/' en servicios postales y allegado al círculo presidencial. Por entonces, a los ) embates de los "peronistas" se sumaba una competencia cada vez más notoria entre los dos padres putativos del "modelo". Sin embargo, hacia fines de T 1994, en plena campaña electoral, M e n e m aún declaró enfáticamente: "el 1 Mingo no se v a " ; se trataba, claro, de Domingo Cavallo. 1

El talento político de Menem se manifestó, sobre todo, en su capacidad para hacer que e l peronismo aceptara las reformas y el giro copernicano i m -

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[puesto respecto de sus tradiciones. Ciertamente, el peronismo de 1989 ya no íf ra el de antes. Luego de la derrota de 1983, y aceptadas las nuevas condiciojfles que la democracia planteaba a la política, había abandonado progresivaW n t e sus características de "movimiento", sólidamente anclado en las organizaciones gremiales, para convertirse en u n partido de forma más convencional, con comités, organizaciones distritales y una conducción nacional elegida por voto directo. Los triunfos electorales, y el control de gobernaciones f intendencias, permitieron a los cuadros políticos independizarse de las cajas gremiales, de modo que disminuyó el peso de los sindicalistas. Por otra parte, se atenuó la identificación-raigal en su cultura política- del peronismo • í o n el "pueblo", enfrentado con los "enemigos del pueblo", rubro en el que se pnglobaba a todo no peronista: los enemigos de ayer eran hoy simplemente udversarios, cuando no aliados. Esos cambios no alteraron la solidez de la identidad peronista, n i tampoco MI tradicional criterio de jefatura o liderazgo, aunque es significativo que Menem - e l primero que alcanzó tal condición, luego de Perón- llegara allí ,por una elección interna. Menem utilizó los recursos sumados de jefe partiMario y presidente - e n la tradición de Roca, Yrigoyen o Perón-, para mandar nobre un conjunto de dirigentes y cuadros acostumbrados a obedecer; aunque expresaran sus disidencias, y hasta llegaran al enfrentamiento, rara vez estaban dispuestos a romper o -según la colorida frase de Perón- a "sacar los pies del plato". A este tradicional principio peronista - e l jefe es el que mandaMenem sumó algunos recursos adicionales: reunió apoyos fuera del movimiento, en la Ucedé del ingeniero Alsogaray, o entre connotados comunicadores nocíales, muy vinculados al establishment, como Bernardo Neustadt, que le organizaron una de sus pocas manifestaciones plebiscitarias, la "Plaza del sí", en abril de 1990. Por otra parte, M e n e m sabía comunicarse fácilmente con la gente en general - m á s allá de sus identidades políticas-, sin necesidad de montar la compleja maquinaria de la movilización callejera: en lugar de hablar en la plaza, le bastaba con responder a entrevistas radiales o visitar los programas de televisión más populares, opinar sobre los temas más diversos y agregar aquí y allá su coletilla política. En ese sentido, señala Luis A l b e r t o Quevedo, con Menem se ingresó plenamente era los tiempos de la videopolítica. Esto incluye) también una forma de r e c i b i r y procesar las demandas específicas de la sociedad, a través de los periodistas y de las encuestas de opinión; ante esos mensajes, el gobierno solía dar u n a respuesta rápida e inconsulta. En suma, Menem demostró que, en ú l t i m a instancia, podría prescindir del peronismo y de sus cuadros.

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Por otraparte, M e n e m fue recomponiéndolos. El movimiento " r e n o v é se disolvió, y muchos d e sus dirigentes se incorporaron a la caravana m n H itttf A n t o n i o Cafiero, en cambio, fue ominosamente derrotado cuando p m i ^ F reformar la C o n s t i t u c i ó n de la provincia de Buenos Aires para so i> > I M M debió cederla presidencia del partido a Menem y la gobernación al v i i i ^ H dente Eduardo D u h a l d e , quien construyó en la provincia un poderoso l l l ^ H desde donde avizorar l a sucesión de Menem. Entre los sindicalistas, U b a l d i n i reivindicó la tradición histórica, dividió la CGT e intentó tan l l ^ f l los más directamente golpeados por las reformas, como los trabajadores • a « les o los telefónicos. Pero Menem logró la adhesión de otros sindicalista., «tffl advirtieron los beneficios de plegarse a la política reformista, y sobre u d . . I M costos de no hacerlo; muchos dirigentes obtuvieron beneficios personale^M algunos gremios como Luz y Fuerza, transformados en organizaciones c m p r ^ H rias, participaron en las privatizaciones. El grueso de los dirigentes sindi. ilnM encabezados por Lorenzo Miguel, mantuvo una prudente distancia, hasta . • •util probar la solidez de la jefatura de Menem; entonces la acataron. (

En los comicios de 1991, Menem lanzó al ruedo a nuevos dirigente*! | f l gobernadores de Tucumán, Ramón "Palito" Ortega -conocido cantante | H •pt|il lar- y Carlos " L o l e " Reutemann, famoso automovilista. La elección lm >ti| I éxito para el presidente, y convenció a los dudosos de que el peronismo i c i t ( H un nuevo jefe. Las reticencias iniciales se apagaron, con excepción de un |*ifl queño grupo de diputados, "los Ocho", encabezados por Garlos " C b a d i t l H Alvarez, que abandonaron el partido. Fue entonces cuando Menem comen . •.» j hablar de la "actualización doctrinaria" del peronismo: declaró que se ¡tpuii.ilifl I de la línea histórica trazada por Perón -aunque aseveró que el líder hubli i t f l hecho lo m i s m o - y empezó a pensar en la posibilidad de su reelección. Fuera del peronismo, la oposición política fue mínima. La Unión ( n M I Radical no pudo remontar el descrédito de 1989, y en las elecciones de I Mn I sólo ganó en la Capital Federal, Córdoba, Río Negro, C h u b u t y C a r a m a t c M En 1993 perdió inclusive en la Capital Federal. En rigor, los radicales ni sabían cómo enfrentar a Menem, que llevaba adelante de manera brutal peÉ exitosa la política reformista encarada por Alfonsín en 1987; las diferem lai en su ejecucicSn, aunque eran importantes, no alcanzaban para sustentai un argumento opositor. l

En 1990 Menem clausuró el flanco militar. De sus tiempos de campanil electoral, cuando recolectaba todos los grupos que podían debilitar al gobio no, le quedaron sólidos contactos con los "carapintadas", y en especial con el coronel Mohamed AlíSeineldín. Es probable que conociera y hasta alentara el levantamiento de fines de 1988. Cumplió con ellos, indultándolos a unes

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I H P , dentro de su política más general de reconciliación, y a fines d e l a ñ o líenle indultó a los ex comandantes, condenados en 1985, pese a la fuerte ^ilinación en contra de la medida. Pero M e n e m no introdujo ninguna jdlf icación sustancial en la conducción d e l Ejército, c o m o reclamaban los PMpintadas". En diciembre de 1990, y luego de varias provocaciones, k e l d í n , c o n buena parte délos indultados, encabezó u n levantamiento, H 11 unenzó de manera desafortunada: los sublevados mataron a dos oficiaJ ü episodio terminó de definir los campos: Menem ordenó una represión i regla y -a diferencia de lo que venía sucediendo desde 1987- los mandos la res respondieron. Hubo en total 13 muertos y más de 200 heridos; los Iponsables fueron juzgados y Seineldín, que asumió toda la responsabiliid, resultó condenado a prisión perpetua. \o después asumió el mando d e l Ejército el general Martín Balza, de fctuación descollante ese d í a , que acompañó a M e n e m hasta el final de su Hámulo gobierno. Menem encontró un jefe notable, que mantuvo la disci|*l 111.1 y la subordinación d e l Ejército en medio de circunstancias difíciles. El ifesupuesto militar fue drásticamente podado, en el contexto d e l ajuste de I M gastos estatales, y se privatizaron numerosas empresas militares. En 1994 m\l cuartel de Zapala murió un conscripto -Ornar Carrasco-, víctima de in.II i.s tratos; el escándalo, cuando M e n e m preparaba su reelección, culminó o í la supresión d e l servicio militar obligatorio y su remplazo p o r un sistema • voluntariado profesional. En 1995, sorpresivamente, Balza realizó una críB | de la acción d e l Ejército en la represión, y afirmó que la "obediencia Mrbida" no justificaba los actos aberrantes cometidos; se trataba de la primeia autocrítica, y aunque la declaración de Balza no tuvo u n eco clamoroso Mitre sus camaradas, contribuyó al comienzo de la revisión de lo actuado limante el Proceso. U n apoyo similar encontró M e n e m en la Iglesia, en la figura d e l cardenal A n t o n i o Quarracino, arzobispo de Buenos Aires. U n grupo de los obispos, que creció a medida que se agudizaban los efectos d e l ajuste y la reforma, se hl.'i i vocero d e l amplio sector d e las víctimas y reclamó d e l gobierno políticas ile sentido social. Quarracino moderó este c o r o de disconformes, y evitó p r o nunciamientos masivos de la C o n f e r e n c i a Episcopal; en cambio, Menem lo ai ompañó en la defensa de las posiciones más tradicionales, sostenidas p o r el Papa, c o m o el rechazo d e l abor/to y el "derecho a la vida". Así, Menem se l i t o aceptar p o r el grueso de la jerarquía, ciertamente pragmática, si se tiene • 11 c u e n t a su condición de d i v o r c i a d o y su conducta escasamente recatada en Cuestiones q u e usualmente los sectores tradicionales de la Iglesia vigilaron Celosamente.

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4 O t r o apoyo tan i m p o r t a n t e como los anteriores lo obtuvo de los president e s norteamericanos. M e n e m estableció excelentes vínculos personales con / p e o r g e Bush, los recreó rápidamente con Bill C l i n t o n , y pudo acudir a ellos / yen busca de respaldo. E l c a n c i l l e r Guido Di Tella-estableció relaciones que /éste denominó "carnales", complementarias del acuerdo alcanzado con los ('bancos acreedores. E n consecuencia, los embajadores norteamericanos opi^ n a r o n cotidianamente s o b r e todo tipo de cuestiones internas, la Argentina ^ abandonó el Movimiento d e Países N o Alineados, se clausuró el Proyecto Cóndor de construcción de misiles, se respaldaron todas las posiciones internacionales norteamericanas y se acompañó simbólicamente a Estados U n i dos en sus empresas m i l i t a r e s , enviando tropas al Golfo Pérsico y a Yugoslavia. Involucrarse en las cuestiones de Medio Oriente tuvo u n precio alto: dos terribles atentados con explosivos, en la Embajada de Israel y en la AMIA, Csede de las instituciones asistenciales judías, probablemente hayan sido consecuencias derivadas de aquellas acciones. v

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En el mismo plano, D i Telia inició negociaciones con Inglaterra, dejand J entre paréntesis la cuestión de la soberanía sobre las Islas Malvinas, para \r las nuevas y urgentes cuestiones sobre derechos pesqueros. C o n el mismo espíritu, en 1991 se apresuró a zanjar todas las cuestiones limítrofes pendientes con Chile, con excepción de dos: sobre Laguna del Desierto hubo un arbitraje internacional, favorable a la Argentina, que C h i l e aceptó. En Vcambio, la solución propuesta para los Hielos Continentales suscitó una fuerte ^oposición, y el acuerdo final con C h i l e sólo se firmó en 1999. Durante todo este período, M e n e m viajó mucho al exterior y lució su imagen de vencedor cle la inflación y reformador exitoso. Fue u n personaje popular en el mundo. N4

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Pese a la dureza del ajuste, el gobierno enfrentó pocas resistencias organizadas. Los canales de mediación más tradicionales -sindicales, políticos, asociativos- estaban fuertemente afectados por la transformación de la economía y la desmovilización de la sociedad. Los dirigentes sindicales, de intensa actividad durante el gobierno de A l f o n s í n , sólo se movilizaron para defender sus propios privilegios: en 1992 se p r o d u j o una tímida huelga general, e n el contexto de la negociación por la desregulación de las obras sociales y las leyes laborales. Hubo algunos i n c i p i e n t e s movimientos de resisten cia que no llegaron a articulatse. A l p r i n c i p i o , fueron los trabajadores de empresas privatizadas, que intentaron i n ú t i l m e n t e resistir; luego, los trabaja dores estatales, s o b r e todo de las administrad iones provinciales, con frecucu tes problemas para cobrar sus sueldos, j u b i l a d o s y docentes. El Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), una a g r u p a c i ó n sindical que n o se ideni i ficaba con el peronismo, y luego el M o v i r r r i e n t o de los Trabajadores de la

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Argentina ( M T A ) , peronista disidente de la conducción oficial de la CGT, lograron coordinar sus protestas con la Marcha Federal, de julio de 1993, y un posterior paro general, al que no adhirió la CGT. En diciembre de 1993 se produjo en Santiago del Estero un estallido: la protesta de los trabajadores estatales derivó en una pueblada, y fueron asaltados e incendiados edificios públicos y viviendas de los más prominentes políticos. El hecho fue iniciador de una nueva forma de protesta, a la que el gobierno fue sensible, máxime porque entonces el presidente M e n e m estaba embarcado en su campaña para la reelección. Luego del éxito electoral de 1991, M e n e m comenzó a hablar de la reforma constitucional, que lo habilitara para ser reelecto: " M e n e m 95" rezaba una propaganda ampliamente difundida. La idea de la reforma, destinada sobre todo a modernizar el texto constitucional -pero sin descartar la cuestión de la reelección-, había sido lanzada en 1986 por Alfonsín, sin lograr el apoyo del peronismo. M e n e m trabajó con notable empeño en el proyecto, superó todo tipo de dificultades, soportó en su transcurso u n grave problema de salud primero, y la muerte de su h i j o en u n accidente aéreo después, y concluyó finalmente logrando su objetivo: ser reelecto. N o le fue fácil. En su partido encontró reticencias de quienes aspiraban a sucederlo o de los que buscaban negociar provechosamente su apoyo. Tampoco fueron fáciles las cosas con el establishment económico, preocupado por los conflictos que podía generar tal proyecto. Pero el problema principal estaba en el Congreso: la reforma constitucional debía ser habilitada en ambas Cámaras, por dos tercios de los votos. Inmediatamente después de las elecciones de 1993, M e n e m logró la aprobación del Senado, y convocó a una consulta popular, no vinculante, con la intención de presionar a los diputados de la UCR, pues el Pj y sus aliados estaban muy lejos de alcanzar allí los dos tercios. Simultáneamente, amenazó con hacer aprobar por ley una interpretación del texto constitucional que le permitiera esquivar la restricción, que luego la Corte convalidaría. La UCR estaba a la defensiva, sin planes y dividida: los gobernadores provinciales, como el cordobés Angeloz o el rionegrino Massaccesi, que dependían de aportes del fisco nacional, eran proclives al entendimiento, mientras que Alfonsín se oponía categóricamente. En esa situación, sorpresivamente, en noviembre de 1993 M e n e m y Alfonsín se reunieron en secreto y acordaron las condiciones para facilitar la reforma constitucional: esta habría de contener la cláusula de reelección y una serie de modificaciones impulsadas por la UCR con ánimo de modernizar el texto y reducir el margen legal para La hegemonía presidencial. Estas eran la elección directa, con ballotage, la re-

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ducción del m a n d a t o a cuatro años, c o n la posibilidad de una reclei «i - p e r o sin vedar la electividad futura-, la creación del cargo de Jefe di < i bierno, la d e s i g n a c i ó n de los senadores por voto directo, incluyendo un I cero por la m i n o r í a , l a elección directa del Jefe de Gobierno de la Ciudad Buenos Aires, l a c r e a c i ó n del Consejo de la Magistratura, para la d< i n . ción de los jueces, y l a reglamentación de los decretos de necesidad y titutj cia. C o n dificultades, Alfonsín logró que la UCR aceptara e l acuerdo: n | i mentó sobre el riesgo de una derrota en el plebiscito, sobre la posibilidad i| la división y las defecciones, y sobre los riesgos de una reforma llevada ail lante por el presidente sin el consentimiento de las fuerzas políticas. En M I I I I se resignó a lo i n e v i t a b l e , valoró los riesgos de una resistencia a ultranza y || beneficios que p o d í a obtenerse d e l acuerdo para la modernizada institucional. En las elecciones de abril de 1994, el justicialismo perdió votos, de maiM ra moderada, y l a UCR sufrió un fuerte drenaje en beneficio del Frente (¡nin de, que reunió e l 1 2 % de los sufragios y se impuso en la Capital Federal Neuquén. Integraban la nueva fuerza política, que atrajo el voto de quii n. criticaban el Pacto de Olivos, los peronistas disidentes de Chacho Alvaivi grupos socialistas y demócrata cristianos, y militantes de organizaciones d( derechos humanos como Graciela Fernández Meijide. En la Convein \>;. • I. acreedores volátiles y desconfiados, y que, en suma, la Argentina es un pal vulnerable. C u m p l i r con los servicios de la deuda requerirá de una eficiem 11 exportadora que parece remota, y de un ajuste permanente en los gastos di I Estado, una libra de carne reiteradamente exigida por los acreedores, con Ii I que el país no se puede malquistar, so pena de ser declarado insolvente | ingresar en alguno d e los círculos del Infierno. Mientras tanto, l a política que inició Martínez de Hoz y remató Cavall.i ha sacudido fuertemente el aparato productivo. La desocupación resalta n >n nitidez y parece ser ya un dato estructural, pero en otros aspectos el dibiffl general de la nueva economía no es claro. C o n la convertibilidad - u n c< i f l que sostiene y asfixia la vez- la sobrevaluación del peso condiciona la inii gración a la economía mundial. Inicialmente ésta se manifestó en el boom d i las importaciones, q u e golpeó a infinidad de empresarios incapaces de coffl petir. Más lentamente, se notó el estímulo a las exportaciones, principal mente en productos agropecuarios, petróleo, gas, rubros en que el país tenia ventajas relativas. EL principal aporte viene del agro, en plena transforma ción: agroquímicos, semillas hibridadas, mecanización. A l notable crecimiento de su capacidad proeductiva se suma el Mercosur, que abrió un importante

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mercado. Los sectores industriales de perfil exportador también se han reestructurado eficientemente, por la vía de la alta concentración y del aprovetbamiento de la asistencia del Estado, que n o termina de cesar pese a la declamada liberalización. Ambos sectores suman tres cuartas partes de las exportaciones, tienen un notable dinamismo pero su incidencia es baja, por Ii is limitados encadenamientos internos y porque su mayor eficiencia se basa I • menudo en una drástica reducción de la mano de obra empleada, como I ocurre con la mecanización de las cosechas. El golpe fue mucho más fuerte para los empresarios orientados al mercado feterno, que experimentaron una situación darwiniana: algunos se adaptaron y prosperaron, otros sobrevivieron con dificultad y un tendal quedó en la lona. I os cambios afectaron tanto a la primitiva industria nacional, surgida en la posguerra, como al segmento desarrollado luego de 1958, con fuerte participai ion de las empresas multinacionales. Unos y otros crecieron gracias a u n mer» ado interno cautivo y una sistemática asistencia del Estado; sin embargo, en Ii >s años anteriores a 1976 ya se habían reducido los efectos perniciosos de este modelo para la eficiencia y la competitividad: como señaló Bernardo Kosacoff, en muchos sectores se había producido el pasaje del "mundo de lo electromecánico" al "mundo de lo electrónico". Ese desanollo se frustró con la gran apertura económica iniciada en 1976 y completada en 1991; sometidas de golpe a una fuerte competencia -mayor eficiencia, menores costos laborales- sólo sobrevivieron algunas empresas, que modernizaron sus procesos productivos. Simultáneamente, hubo una presencia creciente del capital extranjero, que se extendió al campo de los bancos y las cadenas de comercialización, donde la concentración fue muy fuerte. Entre los empresarios locales, pasaron la prueba darwiniana los grandes grupos económicos, crecidos sobre todo después de 1976, que participaron activamente en la privatización de las empresas del Estado, diversificaron su actividad y hasta se hicieron internacionales. N o es fácil vislumbrar el resultado final de estas transformaciones, que en el discurso de sus promotores h a b r í a de servir para restaurar el dinamismo Capitalista, atrofiado por décadas d e intervención estatal, y para producir e l reencuentro entre el interés p r i v a d o y el interés general. N o hay dudas de que las transformaciones han beneficiado a u n segmento -pequeño pero sign i f i c a t i v o - de los actores e c o n ó m i c o s : los "ganadores" triunfaron en toda la línea; pero eso parece haber generaedo poco beneficio general, como l o muest ra la elevada desocupación. Q u i e n e s sustentan u n diagnóstico optimista -que al final de la década son m e n o s , y menos entusiastas que al p r i n c i p i o deben confrontar con dos grandes i interrogantes, uno estructural y otro referklo a los actores.

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Por una parte,es e v i d e n t e que la Argentina no puede retomar la rui a di I crecimiento, n i siquiera sobrevivir al ahogo del endeudamiento, sin mcjoutl sus exportaciones; p e r o n o está claro qué lugar hay para ella en el mundo! qué es lo que el país puede hacer mejor que otros, para quién puede hacedo, y de qué manera esas actividades pueden tener efectos virtuosos para el i m i j u n t o de la economía. N o es una duda nueva: se planteó por primera ve-I entre las dos guerras m u n d i a l e s , y entonces se resolvió por el atajo del meu .1 do interno protegido; clausurada esa vía, reaparece hoy con toda su agude/n, Por otra parte, los empresarios han sido liberados de la tutela del Estado, . 11 >• siempre denostaron, a u n cuando se aprovecharon muy bien de ella. Luego dr! banquete final, con l a privatización de las empresas públicas, todavía alguno* aprovechan los restos d e l festín y gozan de distintos tipos de asistencia. ¿Se indi narán en el futuro por aquellas conductas reclamadas, por la asunción de riesgi« y la búsqueda de beneficios por la vía de la innovación y la eficiencia, o enc< >i 1 trarán alguna nueva variante de aquellas conductas calificadas como "pervei sas"? Es poco probable que esta reconversión, de la economía y de las conducías, sea exitosa si no es orientada por vigorosas políticas públicas. Esta posibilidad ha sido descartada con la versión local de la reforma del Estado, un programa común a todos los países del mundo occidental, aplica do aquí con una característica combinación de urgencia, desprolijidad c In sensibilidad. En poco tiempo, el Estado ha abandonado casi todos los recui sos de intervención o regulación económica construidos desde 1930. Renun ció a controlar las grandes variables y los instrumentos financieros que posibilitan las transferencias intersectoriales; descartó las políticas de pro moción, los subsidios y también las prebendas sectoriales; se deshizo de las empresas públicas, que después de u n proceso de desmantelamiento fueron transferidas a propietarios privados, con el argumento de la mayor eficiencia y los menores costos fiscales. Pero a la vez, renunció en buena medida a con trolar el funcionamiento de los servicios públicos. En general, renunció a la posibilidad misma d e regular a los actores económicos, aun desde una concep ción mínima del interés público. En suma, tiró por el desagüe el agua sucia y también el niño. Esta tenuncia n o se explica por las razones ideológicas generales: el consen so neoliberal y el éxito de sus predicadores locales; fue sobre todo la constata ción de que ya no había más para repartir. Hasta 1930, el Estado redistribuye» parte de los beneficios extraordinarios generados por el sector agropecuario; luego de esa fecha, pese a haber concluido el período de prosperidad excep cional, repartió más que antes, distribuyendo asistencia y prebendas a quie nes pujaban con é x i t o por ellas. El Estado apeló a distintas fuentes de recur

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sos: las retenciones cambiarías, Iaemisión monetaria, las cajas de jubilación, la deuda externa. Solo la situación de vulnerabilidad extrema provocada por el endeudamiento extemo, y la decisión de "autoatarse" con la convertibilidad para calmar las exigencias de los acreedores, pusieron freno a esta tendencia, que sin embargo reapareció cada vez que los gobernantes encontraron algún margen para la prebenda, distribuida ahora entre beneficiarios cada vez más singularizados. La crítica neoliberal, que circuló por todo el mundo occidental, n o solo afectó al Estado dirigista sino al providente, empeñado en el bienestar de la sociedad. En este segundo aspecto, la reducción de gastos acompañó la tendencia a interesarse menos por sus funciones sociales: no sólo las específicas del Estado benefactor sino aquellas otras que, según cualquier concepción del Estado, son irrenunciables. El Estado redujo su participación en e l desarrollo y hasta en el mantenimiento de las obras públicas, la salud, la educación, el sistema jubilatorio, la defensa y la seguridad. Trató de transferir la responsabilidad a los usuarios, según sus respectivas posibilidades, y de asumir solamente la parte destinada a los pobres o indigentes. El principio de que el Estado tiene una función en relación con la equidad y la justicia social, una de las más importantes conquistas de la sociedad argentina en el siglo xx, fue abandonado. Pero además, hubo una corrosión del instrumento mismo del gobierno: durante décadas se produjo una lenta destrucción de la maquinaria del Estado, realizada desde dentro de él. S i n declaraciones, hubo u n empeño sistemático por alejar a los funcionarios eficientes, desarmar oficinas, pervertir las normas e instalar la corrupción. En los últimos años quedaron expuestas, de manera cruda, prácticas largamente instaladas en la administración, que la reducción burocrática, al concentrar las facultades decisorias en menos manos, hizo todavía más visibles. La gravedad y profundidad de ese proceso es testimoniada por el e m p e ñ o que pusieron en contrarrestarlo los presidentes Perón en 1973 y A l f o n s í n diez años después, y por su instalación en la agenda de las reformas encaradas en los últimos diez años. El proyecto de la reforma estatal en curso no avanza en la dirección de mejorar la eficiencia en aquellas cuestiones que competen irrenunciablemente al Estado. La capacidad para c o b r a r sus impuestos sigue siendo mediocre; se ha avanzado muy poco en el c a m p o de la reforma judicial, las administraciones provinciales y el sistema p o l ítico en general, donde los costos de su faz lícita son altos, y los de la faz e s p u r i a son incalculables. Donde se avanzó, como en la educación, se eligió e d poco recomendable camino de destruir lo que había - u n ejemplo es la e s c u e l a m e d i a - con la ilusión, malograda a mi-

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tad de camino, de edificar otra cosa sobre sus ruinas. En suma, antes de qu* cualquier afirmación programática lo postulara, el Estado ya resultó incapiti por sí solo de imponer en. la sociedad normas racionales y previsibles, orieiw tar a los actores, mediar e n sus conflictos o velar mínimamente por los inte* reses públicos. Carente d e poder, el Estado dejó proceder a los actores so» 1,1 les según sus fuerzas respectivas, y hasta utilizó sus últimas energías para apoyar a los más fuertes. Esta vasta transformación se apoyó en el llamado neoliberalismo, nueva creencia colectiva que aquí también logró instalarse en el sentido común de la soclc dad. La versión local es pobre, se n u t r e sobre todo de las fuentes manchesterianan y debe poco al liberalismo originario: mucho mercado y poca libertad política. Su avance ha sido anollador desde 1976: en esos años aprovechó la eliminad» »n de otros discursos alternativos, realizada por la última dictadura militar, que c» H i frecuencia eliminó también a sus emisores. Durante los años de la recuperación democrática compitió con el discurso de la ética, la equidad y la solidaridad social, pero la desilusión subsiguiente, y sobre todo las dos hiperinflaciones, fue ron decisivas para convencer de que no había alternativa a la propuesta de I» il neoliberales. A l tiempo que se rompían los grandes acuerdos sociales, explica» u o tácitos, del último medio siglo, ante el avance liberal cayeron el discurso del Estado de bienestar y sus valores de equidad y justicia social, y también los del populismo, conexo con él, y de la izquierda, que había propuesto una utopía alternativa. Durante los decisivos años de la primera mitad de la década de 1990, el neoliberalismo impuso en la opinión sus propuestas y su agenda de problemas. Todo el debate público se redujo a la economía, y toda la economía a la "estabilidad". La nueva creencia fue eficaz para la confrontación y para el control ideológico: así se abandonaron ilusiones car.as a la sociedad, como la del buen salario o el pleno empleo, el derecho a la salud, la educación, la jubilación y en general a la igualdad de oportunidades, garantizada por el Estado. Luego de 1995, ante las consecuencias reales de la reforma y el ajuste, se recuperaron aquellas aspiraciones, pero de manera casi nostálgica, Ii mitada por los parámetros del pensamiento neoliberal. La sociedad difiere sustancialmente de aquella constituida a finales del siglo XIX; desde entonces, e l latgo ciclo expansivo fue conjugando crecimien to económico, pleno empleo, una fuerte movilidad y una sostenida capacidad para integrar nuevos contingentes al disfrute de los derechos, civiles, políticos y sociales. F u e r o n oleadas sucesivas de movilización e integración, que alcanzaron en las últimas décadas del siglo XX incluso a los migrantes de los países limítrofes. La tendencia se mantuvo en las dos décadas posteriores

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a 1955, pese a su fuerte conflictividad, pero cambió de sentido, de manera clara y brusca, luego de 1976. El mundo del trabajo, donde el pleno empleo había sido siempre u n d a t o central, se encuentra erosionado por una alta desocupación, que afecta su corazón: el empleo industrial. El sector de los trabajadores del Estado, cuya expansión compensó durante bastante tiempo la contracción de aquel, t a m bién se redujo drásticamente con la privatización de las empresas públicas. Sólo creció el sector de los trabajadores por cuenta propia, lo que en otros tiempos indicaba un paso en la movilidad ascendente y hoy encubre la desocupación. Esta ya ha superado ampliamente el 10%, se instala firmemente en torno del 15% y sube en los picos recesivos por encima del 18%; a ella debe agregarse una proporción quizá similar de subocupación. N o es u n problema de crisis o coyuntura, sino un dato estructural de la economía. Los que tienen empleo sufren distintas formas de deterioro, precarización o " t r a bajo en negro". El f i n del pleno empleo sacude la identidad trabajadora: la idea del derecho al trabajo y de las garantías anexas a él deja lugar a la "flexibilización" y al empleo estatal concedido como asistencia social. La representación de los trabajadores sufre una transformación similar: los sindicatos tienen menos cotizantes y las obras sociales menos recursos; las posibilidades de presión o puja corporativa, características de la etapa posterior a 1945, se h a n reducido considerablemente. Muchos sindicalistas optaron por plegarse a los cambios y buscan el beneficio personal o el de su organización, que en algunos casos se ha transformado en empresaria; mientras, u n segmento menor de los d i r i gentes, de índole combativa, protesta con energía en la calle pero carece de capacidad para incidir en el lugar de la negociación laboral. Paralelamente, se ha consolidado el mundo de la pobreza, nutrido de trabajadores precarios, pequeños cuentapropistas, jubilados, desocupados, jóvenes que nunca tuvieron u n empleo, marginales de distinto tipo y un sector "peligroso" cada vez más amplio, q u e vive con u n pie dentro de la legalidad y el otro fuera. Se trata de una identidad social parcialmente superpuesta con la de los trabajadores, que es más atribuida que asumida: se reconoce la existencia de u n sector muy amplio - e n t r e una tercera y una cuarta parte de l a población t o t a l - que se encuentra por debajo de lo que la misma sociedad acepta como nivel mínimo de consumo. Producto legítimo e indudable de la reestructuración de la economía y e d Estado, es hoy u n tema de estudio académico, un campo de trabajo parac numerosas organizaciones no gubernamentales, y una inquietante r e a l i d a d , cuando se toma noticia de saqueos a supermercados, cortes de rutas, ocupaciones de inmuebles, una mendicidad

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que crece incesantemente o la proliferación de los niños sin hogar. Frenfl a ellos, e l Estado ensaya t í m i d a m e n t e algunos planes de promoción social que son apenas asistencialismo o clientelismo electoral. La percepción dr problema es aguda, pero en el f o n d o se lo encara con u n poco de resigna c i ó n cristiana, como la d e l presidente Menem, cuando decía: "pobres ba« brá siempre". Las clases medias, l o más característico de la vieja sociedad móvil r integrativa, h a n experimentado u n a fuerte diferenciación interna, particularmente en sus ingresos. Los límites de la clase media están desdibujados; hoy es difícil saber qué actividades indican pertenencia: a diferencia de lo que ocurría a principios d e siglo o e n 1950, una profesión o título universitario n o dice mucho sobre los ingresos, aunque es claro que hay grupos profesionales enteros, como los docentes o los militares, cuya situación se ha déte riorado en bloque. Se trata más b i e n de historias personales: algunos lograron incorporarse al mundo de los ganadores, otros a duras penas mantienen la respetabilidad y otros se han sumergido en el mundo de la pobreza; pero en conjunto las clases medias han perdido su prestigio. También cambiaron loi valores que las estructuraban. En u n mundo darvviniano y cambiante, las clases medias perdieron la capacidad de proyectar su futuro o el de sus hijos. La previsión - u n a de sus virtudes clásicas- deja lugar a una suerte de vivir al día, aprovechando las ocasiones cuando se dan: un viaje al exterior o la ad quisición de u n aparato electrónico. En cambio, desaparece del horizonte de expectativas la casa propia, base del hogar burgués. Vista en su conjunto, la sociedad se ha polarizado. Desaparecidos los instrumentos y los canales de negociación y de redistribución, queda claro que hay ganadores y perdedores. U n vasto sector se sumerge en la pobreza o ve deteriorado su nivel de vida, mientras que "los ricos", un grupo que incluye una porción n o desdeñable de los sectores medios, prospera ostentosamente y exhibe sin complejos su riqueza, en muchos casos reciente, de modo que las desigualdades no se disimulan sino que se escenifican y se espectacularizan. La antigua sociedad, continua y relativamente homogénea, igualitaria en muchos aspectos, deja paso a otra fuertemente segmentada, de partes incomunicadas, separadas p o r su diferente capacidad de consumo y de acceso a los servicios básicos, y hasta por desigualdades civiles o jurídicas. Graciela Silvestri y Adrián G o r e l ik han mostrado en las ciudades -las llaman "máqui ñas de dualizar"- un reflejo de estos cambios, que expresan a la vez el contraste y la exclusión: deterioro de la infraestructura urbana y de los servicios, crisis del control y el orcden público, ruptura del espacio urbano homogéneo y desarrollo de algunos espacios aislados - e l shopping, el country, ciertos ba

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rrios- donde grupos reducidos viven en u n mundo ordenado, seguro, próspero y eficiente. Igual que en las ciudades, en la sociedad lo público está desapareciendo como espacio de responsabilidad común, construido y mantenido por la acción solidaria. La educación común en la escuela pública, la salud pública e n el hospital, la seguridad pública protegida por la policía, y aun los espacios públicos, las plazas y las calles, que habían estado en el centro de una sociedad fuertemente integrada, se van erosionando; avanza sobre ellos lo privado - l a escuela, la clínica, la seguridad, el b a n i o cerrado-, a lo que tienen derecho quienes pueden pagarlo. Arrasada la ciudadanía social y afectada la igualdad c i v i l , la nueva sociedad alienta pocas prácticas que, más allá del acto electoral, puedan sustentar la democracia. En el terreno de la democracia el balance es complejo, pues los logros recientes no son pocos. El Proceso ayudó a remover algunos elementos negativos de nuestra tradición democrática, como la recurrente tendencia de los actores a considerarse la encarnación de la Nación, y a tratar a sus adversarios como enemigos de la patria; en su caída, el régimen militar abrió las puertas a la construcción de u n orden democrático fundado en el respeto absoluto de los derechos humanos y la valoración de la pluralidad, la discusión y las formas institucionales. Desde diciembre de 1983 el país viene acumulando récords: cuatro elecciones presidenciales y varias legislativas, y tres traspasos presidenciales, todos ellos en favor de candidatos opositores; otro dato significativo: el peronismo ha perdido dos elecciones presidenciales, y una de ellas mientras ocupaba el gobierno. También se ha entrado en una suerte de normalidad electoral. En 1983 el destino del país parecía jugarse en una elección. Existía entonces una gran confianza en la capacidad regenerativa del sufragio; a la distancia quizá resulte algo ingenua, pero fue fundamental para la reconstrucción de las instituciones democráticas, cuya legitimidad descansa solamente en esas convicciones. Ya en las elecciones siguientes la tensión disminuyó, y desde entonces gradualmente el acto electoral genera menos expectativas. Los votantes aprendieron a meditar su decisión, a alternar premios y castigos, y habitualmente el resultado es definido por u n sector fluctuante de votos independientes. El acto electoral es hoy u n a rutina, poco apasionante pero segura: nadie duda de la continuidad democrática, y cualquier propuesta alternativa - e l golpe de Estado o la movilización revolucionaria- ha desaparecido del escenario. Indudablemente el fuego sagrado s e ha reducido considerablemente: los datos básicos de la realidad parecen inarr^ovibles, y el margen para el voluntarismo

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es reducido. E l ajuste y la r e f o r m a sólo despertaron resistencias aisladas, qui n o lograron alcanzat u n a expresión política. En parte se debe a las transí»>r< maciones de la sociedad, que afectaron las formas clásicas de formación J agregación de las voluntades políticas: hoy son difíciles de imaginar las rede» de participación que se i n i c i a b a n en una sociedad de fomento o en una a >< >| n rativa rural y culminaban en el partido político, o los encadenamientos »le protestas, sociales y políticas, c o m o los que se sucedieron a partir del Cordobazi i Pero en parte también se relaciona con la manera en que se institucional¡¿A la práctica política desde 1983. A diferencia de los sindicatos, los partidos políticos gozan de una salud excelente. N o son los espacios de discusión, participación y elaboración di propuestas que se imaginaron en 1983; más simplemente, son organizad»>i i r . dedicadas a reclutar el personal político y ganar las elecciones: presentar can didatos, construir su imagen y su discurso, hacerlos populares y colocar a l,i gente en disposición de votarlos. E n el caso de radicales y peronistas, la fuertfl identidad política Ies da una base electoral, importante pero insuficiente: para ganar, la máquina partidaria debe atraer el voto independiente. Lo hace e< >i i los recursos de la política actual: la movilización en la calle, que todavía pesi I durante la transición democrática, importa mucho menos que la televisión. I a red clientelar sigue cumpliendo una función importante, sobre todo para con servar el voto propio, pero la imagen del candidato es decisiva, así como su capacidad para interpretar en, palabras o gestos la sensibilidad ocasional del electorado; para eso están las encuestas de opinión. Los partidos se han profesionalizado, recurren a asesores de imagen y de discurso, y ya no es nece sario el militante que pegue carteles. Luego de las elecciones, los ganadores ni i se sienten particularmente obligados por las cosas dichas en la campaña. La clase política h a ganado en eficiencia, al precio de distanciarse de sui mandantes, y potencia las tendencias a la desmovilización de la sociedad, mi como se manifestó en la larga primera parte del período de Menem. Como en todo proceso de construcción democrática, existen aspectos positivos y negal i vos: el vaso medio lleno o medio vacío, que suele diferenciar a optimistas de pesimistas. La eficiencia de los políticos, casi despojada de pasiones, facilita el ejercicio del gobierno. Los políticos pertenecen a una misma profesión, tienen problemas similares, como la retribución por su tarea, y llegan con facilidad a entendimientos, que a veces resultan escandalosos. Pero esto facilita los acuer dos políticos, indispensables para la gestión gubernamental. En la tradición democrática previa, los acuerdos tuvieron siempre mala fama -eran "espurios", se hacían "a espaldas d e l pueblo"-, pero hoy se considera que son más útiles y constructivos que la irreductibilidad facciosa y la negación del otro.

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En el mismo sentido, las relaciones entre los poderes se han hecho más fluidas. Desde 1853, la práctica fue adecuando los preceptos constitucionales a las necesidades del gobierno, y en generalse acentuaron los rasgos presidencialistas. C o n la reconstrucción democrática, el cuidado por preservar los derechos de cada poder del Estado chocó a menudo con las exigencias de u n m u n d o en cambio acelerado, y en particular pot la aguda crisis desencadenada al f i n del gobierno de Alfonsín. Las urgencias de la crisis, sumadas a la concepción peculiar del mando que tenía Menem, tensaron al límite la relación entre los poderes: al f i n de su primer mandato, lograda la reelección, la República parecía amenazada de extinción, avasallada por la voluntad del "jefe". Sin embargo, la sangre no llegó al río: en momentos significativos, el Congreso y la Justicia marcaron límites al Ejecutivo, la opinión pública se manifestó, y el "jefe" tascó el freno. La reforma constitucional, por otra parte, da pie para un ajuste de las relaciones, que equilibre las necesidades del gobierno en tiempos de emergencia con las exigencias republicanas de controles, balances y contrapesos. Como ocurre entre los partidos, entre los poderes parece predominar u n acuerdo pragmático. E n los años recientes se asistió a u n despertar de la sociedad y a una recuperación de conductas que eran comunes durante la reconstrucción democrática y se adormecieron en los años de apogeo de M e n e m . Fue una nueva "primavera", más modesta que las anteriores, pero indicativa de que la sociedad seguía viva. U n dato característico fue el afianzamiento de la memoria del Proceso: veinte años después, la conmemoración del golpe de 1976 se ha instalado en las escuelas del Estado, las organizaciones de derechos humanos siguen vigorosas y h a aparecido una brecha legal - l a sustracción de n i ñ o s - que, más allá del P u n t o Final y el i n d u l t o a los ex comandantes, permitió retomar la acción p e n a l contra los genocidas. O t r o dato es la sistemática acción de los medios de prensa para avivar la discusión sobre la injusticia social, la corrupción, e l abuso de poder y la impunidad; por sus razones, en parte profesionales, los periodistas se h a n hecho cargo de una tarea que los partidos cumplen m a l . Por otra parte, comenzaron a producirse episodios de reacción social; el contraste entre la condena global d e l modelo y lo rudimentario de las demandas concretas muestra la abismal desorganización de la protesta s o c i a l , pero también la existencia de fuerzas que quieren manifestarse y a c t u a r . Finalmente, fue significativo e l desarrollo del Frepaso, una fuerza política nueva que dio forma a l clima de- disconformidad; su propuesta, cdébil en lo político y en lo discursivo, alcanzó sin embargo para c o n f o r m a r brevemente u n entusiasmo y u n a v o l u n t a d colectivos.

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Q u i e n pueda comparar este entusiasmo colectivo, que culminó con I.i e l e c c i ó n presidencial d e D e l a Rúa, con los de los años setenta u óchenla, advertirá sin duda su m e n o r envergadura, y la enorme brecha existente enlic la aspiración a un cambio y las posibilidades de concretarlo, así sea en alguna medida. Esto le plantea algunos dilemas al sistema democrático. Instalado» en la realidad, conscientes d e l escaso margen de acción que cualquier gobio n o tiene hoy, los partidos políticos tienen poca capacidad para dar forma al descontento, todavía vago, q u e genera el modelo, y mucha más dificultad para canalizar y procesar los estallidos de protesta social que, sin la conten* ción y el encauzamiento político, es posible que se hagan más violentos e inconducentes a la vez. H o y los partidos privilegian sus responsabilidades de* gobierno, más que la conquista fácil de votos, quizá porque son consciente» de que con los votos solamente no podrían sostenerse en el gobierno. Peí o con el realismo sacrifican su reponsabilidad de pensar u n país diferente. Esta situación facilita la normalidad democrática: no hay una oposición extraparlamentaria, n i quien quiera "patear el tablero". Pero a la vez va con formando un problema de ilegitimidad, por el debilitamiento de las convicciones fundadoras. Es probable que algunos datos gruesos de la realidad social perduren, y hasta que se profundicen: desocupación, polarización, marginalidad, en suma: desigualdad. Si bien la democracia se funda sólo en la igualdad política, requiere un cierto soporte mínimo de igualdad social, más allá del cual deja de ser creíble: como se decía en 1793, la República no puede limi tarse a proclamar la igualdad, debe hacer algo por la igualación real. Hoy no sólo n o lo hace, sino que, por alguna razón, profundiza las desigualdades. Ese es el riesgoso punto en que está nuestra experiencia democrática, q u i paradójicamente es exitosa desde el aspecto institucional cuando la socie dad, que tradicionalmente fue democrática, ha dejado de serlo.

Bibliografía La bibliografía que aquí se indica, aunque no exhaustiva, constituye u n punto de partida para el estudio sistemático de los temas tratados en el texto. Como cualquier selección, supone una opinión acerca del interés o la pertinencia de los textos. Se presenta agrupada en cuatro grandes secciones cronológicas, que corresponden cada una aproximadamente a dos capítulos del texto. Cuando la obra abarca más de una sección, sólo se la cita en la primera. Las obras se presentan agrupadas en cuatro grandes áreas temáticas: obras generales y problemas políticos; problemas económicos; problemas sociales, y problemas culturales e ideológicos. Tal clasificación es sólo aproximativa y las superposiciones temáticas son muchas, de modo que se ha preferido no mencionar esos títulos. Dentro de cada sección, las obras aparecen presentadas por afinidad temática sin que, como en el caso anterior, esto implique una clasificación rígida.

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Indice analítico 17 de octubre, 97, 101, 118. 62 Organizaciones, 138, 145, 151, 239. Agosti, Odando Ramón, 207. Alberdi, Juan Baustista, 17, 29. Alem, Leandro N., 34. Alemania, 38, 40. Alemann, Roberto, 230. Alessandri, Arturo, 37. alfabetización, 27-28, 245. Alfonsín, Raúl, 207, 234, 240, 241, 243271, 272, 278, 282, 284, 285, 286, 295, 301,307. Alianza, 295, 296. Alianza para el Progreso, 165, 179. Allende, Salvador, 179, 189, 230. Alonso, José, 151, 183. Alsogaray, Alvaro, 142, 144, 145, 146, 240, 256, 262, 271,273, 281. Alsogaray, Julio, 172, 175. Alsogaray, María Julia, 271, 272. Altamirano, Carlos, 261. A l varado, José, 71. Álvarez, Agustín, 29. Álvarez, Carlos, 282, 286, 294, 296. Alvear, Marcelo T., gobierno de, 37, 3 8 , 43, 46-62, 70, 71, 80, 85, 86, 89, 9 0 , 94. AMIA, 284.

anarquismo, 32-33. Andreiev, 82. Angelelli, obispo, 227. Angeloz, Eduardo, 264, 266, 285. *2I

Ansermet, Ernest, 50. anticomunismo, 69, 137, 144, 146-147, 152, 169, 190. antiperonismo, 136, 138, 164-165. Apold, Raúl Alejandro, 113. Aramburu, Pedro Eugenio, 133-140,145, 148, 175,183,185. Aráoz Alfaro, Rodolfo, 82. Árbenz, 123. Arlt, Roberto, 82. Astorgano, 113. Astrada, Carlos, 120. Ávalos, 101. Balbín, Ricardo, 113,116,127,139,140, 188, 189, 228, 240, 260. Balza, Martín, 283. Banco Central, 73, 108, 216, 289. Banco Mundial, 137,258, 267,269,270, 287. Banco Nación, 293. Banegas, Tiburcio, 22. Barceló, Alberto, 86. Barletta, Leónidas, 82. Barrionuevo, Luis, 280. Barrios, Américo, 119. Batlle y Ordoñez, José, 37. Bauza, Eduardo, 273. Beagle, 247, 261,263. Belgrano, Manuel, 27. Benítez, padre, 111. Bignone, Reinaldo, 235-242. Bismark, Otto, 29.

322

BREVE H I S T O R I A C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

Bordabehere, Enzo, 79. Bordón, José O., 287,294. Botana, Natalio, 17. Braden, Spruille, 103. Bramuglia, Juan Afilio, 104. Brasil, 91, 92, 150, 151, 1 79, 247, 290. Bunge y Born, 31, 54,74, 219, 266, 2 7 1 , 273. Bunge, Alejandro, 44,54, 55. Bunge, Carlos Octavio, 29. Bush, George, 273, 284. Bussi, Antonio, 294.

chacareros, 21, 24,31,34, 39,41,42, 45, 47, 48. Chile, 17, 37, 211, 222, 224, 225, 230, 231,234, 247, 263, 284. cine,49, 117, 118, 119. Ciria, Alberto, 114ciudades, 21, 22, 24, 32, 39, 48, 49, 103, 117, 157, 160, 177,304, 305. Clemenceau, Georges, 28. Clinton, Bill, 284comunismo; comunistas; Partido Comunista, 45, 50, 80, 81, 83, 85, 86, 90,91,92, 98,99,103,116,127,137, 144, 146, 151, 169, 170, 171, 179.

Cabezas, José Luis, 293. Cafiero, Antonio, 205, 246, 263 , 2 65, CONADEP, 207, 227, 248. 266, 282. Congreso Pedagógico, 245, 246. Cámara, Helder, 179. CONINTES, 143, 144. Campeonato Mundial de Fútbol, 211, Conquista del Desierto, 17, 20. 218, 224, 232. conservadores,36, 38, 43, 57, 60, 69, 71, Cámpora, Héctor J., 127, 188, 189, 19( 87, 91, 94,101, 102, 103, 116, 127, 202, 195, 196, 202, 204139, 144. Camps, Ramón J., 224. Constitución de 1949, 113, 114, 124, Cañé, Miguel, 26. 136, 140. Canitrot, Adolfo, 174, 212. convertibilidad, 295, 298. Cantilo, José María, 90. Cooke, John Wiüiam, 124, 128, 166, carapintadas, 251-252, 265, 266, 282 181. 283. Copello, monseñor, 111. Cárcano, Miguel Ángel, 144. Corach, Carlos, 289. Cárdenas, Lázaro, 112. Cordobazo, 175-177, 181, 182, 306. Caries, Manuel, 43. Corradi, Juan, 211. Carrasco, Ornar, 283. Cossa, Roberto, 163. Carrillo, Ramón, 108. crisis económica, 51,39, 23, 63, 72, 124, Cárter, James, 229. 146, 200, 201, 204, 205, 225, 229, Castillo, Alberto, 119. 237, 238, 254, 263, 296. Castillo, Ramón S., 86, 87-95, 98. Cuba, 23, 39, 144, 163, 165, 166, 179,, Castro, Fidel, 144, 179. 197, 233. Cavallo, Domingo, 267 , 273-274, 280, 296. 275, 288, 286, 289, 290, 292, D'Abernon, 63. 298. DAndrea, Miguel, 111. Centenario de la Revolución de Mayo, 28. Darío, Rubén, 28. CEPAL, 134,137,149. De Iriondo, Simón, 71. CGE (Confederación General Económi- De la Plaza, Victorino, 38. ca), 111,174,187,188,194,198,204. De la Sota, José Manuel, 263.

ÍN DICE A N A L Í T I C O

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De la Torre, Lisandro, 34,36, 70, 78,79, 93, 82. De Tomaso, 60, 71. Delfino, Enrique, 49. Departamento Nacional del Trabajo, 33. Depresión, 30, 67, 72. derechos humanos, 227, 230, 233, 23], 249, 305, 307. desaparecidos, 210, 227, 237. deuda externa, 23, 72, 73,155,215, 216, 217, 222, 243, 248, 254, 255, 272, 288, 291, 298, 301. Di Giovanni, Severino, 67. Di Tella, Guido, 284. diarios, 38, 46, 60, 113, 119, 125, 127, 128, 160. Dickmann, Enrique, 127. Discépolo, 49, 119. Doctrina de la Seguridad Nacional, 151. Doctrina Nacional, 114, 116. Dorticós, Osvaldo, 189. Dostoievsky, Fredo, 47. Doyon, Louise, 109. Dreyfus, 31. Dromi, Roberto, 273. Duhalde, Eduardo, 282, 286, 292, 293, 296. Duhalde, Chiche, 295. Duhau, Luis, 78, 79.

153, 156, 158, 174, 193, 197, 199, 204, 210, 213, 219, 220, 221, 225, 226, 228, 229, 255, 256, 257, 266, 273, 299, 300. Entre Ríos, 17. ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), 183,184, 202, 204, 210, 249. Escudé, Carlos, 98. España, 40, 81. estabilidad, 302. establishment, 169, 172, 175, 187, 212, 213,219, 230, 253, 281,285, 295. Estado, 15,16,18,19-20, 21, 22, 23,27, 30,32,41,44, 45,46, 54,55,56,72, 73,74, 75,77,84,87,88,89,99,107, 108, 110, 111, 112, 113, 114, 118, 119, 120, 121, 124, 129, 134, 138, 149, 152, 154, 156, 162, 167, 170, 172, 173, 174, 182, 190, 191, 192, 193, 194, 197, 198, 200, 208, 210, 212, 213, 214, 215, 216, 220, 221, 222, 229, 240, 243, 244, 252, 253, 255, 257, 258, 261, 264, 265, 269, 270, 273, 274, 276, 297, 299, 300, 301, 302,303, 304. Estados Unidos; relaciones con, 30, 38, 50,51,52, 62, 63, 76, 87, 88, 89, 90, 91, 98,100,104,106,123,126, 144, 216, 229, 230, 233, 234, 236, 247, 257, 273, 278, 284-

educación, 25, 27, 32, 46, 98, 117, 119, 129, 142, 158, 245, 246, 301, 302, 305. Ejército, 38, 41, 44, 61, 68, 69, 92, 93, 95,101,102,114,129,130,133,136, 143, 146, 147, 151, 176, 184, 2Q4, 207, 224, 235, 250, 251, 265, 283. Eisenhower, 123. élite dirigente, 26, 27-28, 29, 30, 33, 8 5 , 94, 117. Embajada de Israel, 284empresarios, 19, 20, 22, 23, 42, 88, 1O0, 107, 117, 123, 135, 140, 143, 1*47,

FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), 183. Farrell, EdelmiroJ., 97, 98. Federación Agraria Argentina, 32, 41, 45. Federación Nacional Democrática, 69. Fernández Meijide, Graciela, 286, 294, 295, 296. Fernández, Roque, 289. Ferrer, Aldo, 186. Ferri, Enrico, 28. ferrocarriles, 18, 51, 77, 84, 105, 120, 124, 171.

324

ÍNDICE ANALÍTICO

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE L A A R G E N T I N A

Figueroa Alcorta, José, 35, 58. Figuerola, José, 106. Filippo, Virgilio, padre, 111. flexibilización, 303. FMI (Fondo Monetario Internacional), 134, 137, 142, 156, 172, 254, 258, 267, 269, 270, 278, 287, 288. FORA (Federación Obrera Regional A r gentina), 40, 41. Frente Popular, 81, 85, 92, 93, 99, 103, 116. fraude, 71, 80,81,87, 94. Frente Grande, 286, 287. FREPASO, 287, 295,307.

Fresco, Manuel A . , 71, 80, 81, 84, 86, 99. Frigerio, Rogelio, 140, 141, 144. frigoríficos, 19, 20, 21, 52, 76, 78. Frondizi, Arturo; gobierno de, 116, 124, 128,130,139-146,147,148,149,152, 162-164,165,173,186,256,261,263. Fuerzas Armadas, 60-61, 92, 95, 106, 112, 126, 136, 141, 144, 146, 151, 185, 187, 188, 196, 204, 212, 222, 223, 225, 229, 231, 235, 236, 237, 250. Galimberti, Rodolfo, 188, 189. Gallo, Vicente, 59, 60. Galtieri, Fortunato, 225, 229-235. Ganghi, Cayetano, 36. Gardel, Carlos, 49. Gay, Luis, 109. Gelbard, José Ber, 197, 200. Gerchunoff, 192. Germani, Gino, 162. globalización, 297. Goebbels, 113. Golfo Pérsico, 284. golpe de Estado, 64, 95, 116, 128, 131, 168, 169, 205, 207, 256, 305. Gómez Morales, Alfredo, 122. González, Elpidio, 63.

González, Erman, 273, 290. González, Joaquín V , 29, 33. González, Julio V , 82. Gorelik, Adrián, 304Gorostiza, Carlos, 120. Goulart, 151. Gou (Grupo de Oficiales Unidos) 95,97, «JN Gramsci, 165. Gran Acuerdo Nacional (CAN), 187-1HH. Gran Bretaña; relaciones con, 15, 16, IN, 21, 30, 38, 50, 51-52, 53, 63, 72, 7fV 79, 77, 87, 88, 93, 98, 104, 222, 2)1, 232, 233, 247. Granata, María, 120. Grinspun, Bernardo, 255. Groisman, Enrique, 223. Grondona, Mariano, 168. Grosso, Carlos, 263. Grupo de Tareas, 208. Guerra Civil española, 81, 82. Guerra Fría, 247, 297. Guevara, Ernesto, 144, 179, 183, 184. Guido, José María, 146. Haigh, Alexander, 231, 233. Halperin, Tulio, 53, 128. Hernández Arregui, 165, 181. hiperinflación, 256,267,268,269,270,271 Hittler, Adolfo, 85, 90. huelga, 28,31,32,40,41,42,44,46, 80j 110, 123, 124, 138, 140, 143, 171, 175,183, 226, 238, 276, 284, 291. Hueyo, Horacio, 71. Hungría, 40. Huret, Jules, 28. Ibarra, Aníbal, 295. Ibarguren, Carlos, 68. Ibsen, 82. Iglesia, 27, 32, 43, 44, 79, 93, 102, 103, 111, 130, 128, 129, 137, 141, I I I , 162, 167, 169, 171, 172, 179, 227, 243, 246-247, 266, 283, 291.

Iglesias, Herminio, 240, 263. Illia, Arturo, 148, 155-168, 171, 191, 234. inflación, 39, 156, 172, 186, 198, 201, 205, 214, 215, 216, 218, 220, 222, 226, 229, 243, 252, 254, 256, 257, 264, 267, 269, 270, 272, 273, 274, 276. Ingenieros, José, 39. inmigración, 15, 19, 21, 23-25, 27, 29, 32, 55. Instituto Di Tella, 161, 163. intelectuales, 28, 43, 45, 48, 49, 50, 82, 87, 90, 120, 128, 158, 161, 162,163, 164, 165, 170, 211, 228, 239, 244, 245, 261. I N I I , 152.

Intervención a las provincias, 112. Irazusta, Rodolfo y Julio, 43, 60, 79, 93. ludia, 40, 92. Ivanissevich, Oscar, 115. jumes, Daniel, 138. Jussan, Elias, 289. lauretche, Arturo, 181. jockey Club, 26, 62,127. |uan Pablo n, 227, 235, 246. junn XXIII, 179.

Juárez Celman, Miguel, 58. lusiicialismo, justicialista, Partido Justidalista, 118,150,194, 285, 293, 295,

296. Inula Nacional de Granos, 74ñuto, Agustín R; presidencia de, 67, 69, 70,71,72, 73, 77, 78,81,91,94; m i nistro de Guerra, 61, 64lie.it>, Juan B., 34. Kurlic, Esranislao, 291. I ¡i.ssar, Monzer al, 280. Kiitz, Jorge, 154, 192, 218. Kelne.s, John Maynard, 74. Kennedy, 165.

325

Kom, Alejandro, 82. Kosacoff, Bernardo, 299. Krieger Vasena, Adalbert, 172,175,185. Kubitschek, 165. La Hora del Pueblo, 186-187, 188, 189, 194. La Tablada, 265, 267. Lacoste, 224. Lagomarsino, Raúl, 106. Lanusse, Alejandro, 175, 186, 187-190, 230. Larralde, Crisólogo, 128. Lastiri, Raúl, 196. Le Bretón, 53. Lencinas, W., 63. Lenin, 165. Levingston, Roberto Marcelo, 186-188. Ley de Asociaciones Profesionales, 109, 141,143, 149,171,199, 200. Ley de Convertibilidad, 274Ley de Reforma del Estado, 272. Ley de Saenz Peña, 36. Ley de Salarios Mínimos, 149. Ley de Seguridad, 200. liberalismo, 79, 82, 135, 169, 170, 193, 221, 302. Liga Patriótica, 42, 43, 44, 61. Lonardi, Eduardo, 131, 133. López Rega, José, 196, 200, 204, 205. Lucero, Franklin, 125. Luder, ítalo, 205, 240. Lugones, Leopoldo, 43, 60. Luna, Félix, 128. Llach, Juan José, 89, 192. Machinea, José Luis, 295. Madres de Plaza de Mayo, 228, 237. Mallea, Eduardo, 94. Malvinas; guerra de las, 222, 225, 229, 237,240,247,248,265,284,230-235. Manzano, José Luis, 273.

326

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA D E LA ARGENTINA

Mao, 165, 179. Molinas, Ricardo, 278. Marechal, Leopoldo, 120. Monroe, 89. Marina, 38,130,131,133,136,143, 147, Montoneros, 183, 184, 195, 201, ¿01 224, 229, 231, 235. 203, 210, 249. Márquez, Juan, 91. Montt, 28. Martínez de Hoz, José Alfredo, 212-229, MorRoig, Arturo, 186. 230, 270, 274, 298. Moreno, Rodolfo, 94Martínez de Perón, María Estela (Isabel), Moreno, Zully, 119. 151, 196, 200, 204, 205. Mosca, Enrique, 103. Martínez Estrada, Ezequiel, 94, 102. Mosconi, Enrique, 61. Martínez, Enrique, 63. movilizaciones rurales, 41. Marx, Carlos, 165. Movimiento Renovación y Canibii>,.' h\ Massaccesi, Horacio, 285, 287. 260. Massera, Emilio Eduardo, 207, 224, 225, Mucci, 252. 279. Mugica, Adolfo, 144. Maurras, Charles, 43, 93. Multipartidaria, 228. Meló, Leopoldo, 38, 59, 69, 71. Mussolini, Benito, 40, 68, 93, 112. Mendoza, 22, 24, 80. Menem, Carlos S., 263, 266-294, 304, nacionalismo, nacionalistas, 16, 2°, f»|, 306, 307. 64, 68, 69, 79,81,86, 92,94, H •»?,. Menem, Eduardo, 289. 103, 105, 111, 119, 133, 135, I IN, Menéndez, Benjamín, 125, 224, 225, 139, 147, 161, 165, 166, 169, I , " , 231. 181, 182, 185, 186, 190, 197, /OI Mercado Común Europeo, 198. 231, 232, 247, 251, 262, 265. Mercante, Domingo, 102. Naciones Unidas, 101, 230, 247. Mercosur, 290, 298. nazismo, 86, 98, 103. Merello, Tita, 118. neoliberalismo, 302. México, 37, 210, 216. Neustadt, Bernardo, 281. migración, interna, 117, 157. Nicaragua, 247. Miguel, Lorenzo, 200, 239, 282. noche de los bastones largos, 170, militares, 17,62, 64, 91, 92,95,97-103, 106, 112, 125, 126, 130, 131, 133O'Connell, Arturo, 52, 75. 140, 141, 143, 144, 146, 150-155, O'DonnelI, Guillermo, 193, 211 167, 170, 171, 175, 185, 187, 190, obediencia debida, 249, 250, 25 194, 196, 201, 204, 205, 207-242, Ocampo, Victoria, 82, 127. 243, 247, 248-251, 249, 258, 264, OEA (Organización de Estados Ameili 4 265, 304. nos), 233. MIR (Movimiento de Intransigencia y Li Onganía, Juan Carlos, 147, 151 . . . . beración), 116, 128. 168, 187, 193, 198, 169-186, Miranda, Miguel, 106, 122. Ongaro, Raimundo, 174, 200. Mitre, Bartolomé, 28, 119. OrfilaReynal.Arnaldo, 163. Molina, Juan Bautista, 81. organización institucional, 16 17, Molinas, Luciano, 80. Onega y Gassct, 94.

ÍMDICE ANALÍTICO

Ortega, Ramón, 94, 282, 292,296. Ortiz, Roberto M . , 84, 86, 90,91, 94. Pacto de Olivos, 286. Pacto Fiscal, 275. Palacio, Ernesto, 60. Palacios, Alfredo L., 33 , 79, 80,93,118, 130, 144. Paladino, Jorge Daniel, 175, 186, 188. Palermo, Vicente, 271. Pampillón, Santiago, 175. Paraguay, 17. Parravicini, Florencio, 49. Partido Autonomista Nacional, 26. Partido Conservador, 57, 69. Partido Demócrata Cristiano, 128, 129. Partido Demócrata Nacional, 69, 95. I";ni ido Demócrata Progresista, 36, 57, 70. Partido Intransigente, 240, 262. Partido Laborista, 102, 109. Partido Peronista Femenino, 114, 126. Pal ron Costas, Robustiano, 95. Pastor, Reynaldo, 127. Peco, José, 82. Pellegrini, Carlos, 26, 34, 35. Perón, Eva; fundación, 110, 111, 114, 115, 119, 121, 122, 124, 125,126. Perón, Isabel, 151,200,196,204, 205,239. P c i i i n , Juan Domingo, gobierno de, 97, 98-131,133,134,135,136, 137,138, 140,141,143,145,148,150-151,167, 169, 171, 175, 181, 184, 185, 186, 188,189,190,193,194,195-204,244, 281,282,301. peronismo, Partido Peronista, movimienio, 97, 103, 107-108, 109, 113-114, 115, 120, 121, 133, 135, 1 36, 138, I J9, 141, 143, 144, 145, l 46, 148, 150,151,164,166,180,181- 182,183, 184,185,186,189-190,194, 195,200, 201, 202, 203, 204, 228, Z 39, 240, 241, 242, 244, 252, 253, 2 58, 259,

327

261,262,263,265-266,267, 270,271, 280, 281, 282, 284, 288, 292, 305, 306. Perú, 165, 247. Petorutti, 50. petróleo, 61,62,124,141-142, 149,198, 215, 258. Pinedo, Federico, 60, 71, 72, 79,80, 86, 88, 89,91, 106, 146, 154. Plan de Acción, 171. Plan de Estabilización, 142-143. Plan de Lucha, 149, 171. Plan Austral, 254-259, 261,278. Plan Bonex, 273. Plan Brady, 277. Plan CONINTES, 143,144. Plan Marshall, 104Plan Quinquenal, 106, 122. Platón, 47. Poder Ejecutivo, 15-17,42,58,112-113, 278, 288, 307. Poder Legislativo, 42, 52, 55, 58, 59, 78, 81,87,89,95,104,112,114,116,124, 127, 141, 148, 149, 170, 189, 205, 223, 247, 259, 261, 264, 278, 285, 289. Policía bonaerense, 293. Portantiero, 136. Posada, Adolfo, 28. positivismo, 28. Prebisch, Raúl, 72,137. Primera Guerra Mundial, 16, 30, 38, 39, 50, 64. Primo de Rivera, Miguel, 40. privatización, 222, 258, 264, 272, 275, 276, 277, 283, 289, 291, 299, 300, 305, 307. Proceso de Reconstrucción Nacional, 207-243. Programa Alimentario Nacional, 255. Pueyrredón, Honorio, 67. Puiggrós, Rodolfo, 165, 181. Punto Final, ley, 250.

328

B R E V E H I S T O R I A C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

Quadros, Janio, 144. Quarracino, Antonio, 283, 291. Quevedo, Luis Alberto, 281. Quijano, Jazmín Hortensio, 102, 113, 127. Quino; Mafalda, 160. Quintana, Manuel, J., 35.

Roca, Deodoro 8 2 . Roca, Julio A . , 16,34,35,67, 76,90,91 94, 113,119, 181, 281. Rock, David, 40. Rodó, José Enrique, 29, 39. rodrigazo, 200, 204. Rodrigo, Celestino, 200, 205. Rodríguez, Manuel, 70. Rojas, Isaac, 133, 137, 271. Rojas, Ricardo, 29. Romero Brest, José Luis, 161. Romero, José Luis, 23, 118, 161, 189. Roosvelt, Franklin, 89, 90. Rosa, José María, 165, 181. Rosario, 32, 177.

radicalismo, Unión Cívica Radical, 15, 34-35, 36, 37, 38, 42, 45, 56, 57, 59, 64, 70, 71, 80, 82, 85, 95, 102, 103, 116, 128, 139, 140, 141, 147, 148, 166,186-187,188,194,228,234,240, 242, 244, 255, 256, 260, 264, 282, 285, 286, 287, 295, 306. radios, 113, 117, 119. Rosas, Juan Manuel de, 68, 79,119, I 11 Ramírez, Pedro Pablo, 95, 97, 98. 165, 181. Ramos Mejía, José María, 29. Rouquié, A . , 100. Ramos, Jorge Abelardo, 165, 181. Rozenmacher, Germán, 163. Rawson, 97. Rúa, Fernando de la, 295, 296, 308. Reagan, Ronald, 229. Rucci, José, 203. Real, Juan José, 127. Ruckauf, Carlos, 287, 296. reformismo, 37, 48, 93. Ruiz Guiñazú, Enrique, 91. Rega Molina, Horacio, 120. Runciman, 76. Repetto, Nicolás, 70, 82. represión, 32,34,35,41,42, 81,83,108, Saadi, Vicente, 244110, 125, 137, 138, 143, 170, 175, Saavedra Lamas, Carlos, 71, 90. 180,184,187,204,207-212,222,223, Sabato, Ernesto, 248. 224, 225, 226, 227, 228, 236, 237, Sábato, Jorge F. 20, 75. 240, 248, 249, 269, 291. Sabattini, Amadeo, 80, 85, 101. Reutemann, Carlos, 282. Sáenz Peña, Roque, 15, 35, 59. revistas, 46, 50, 82, 83, 120, 128, 147, Salamanca, Renée, 200. 160. salariazo, 271. Revolución Cubana, 144,145,150,162, Samoré, 231. 164,165, 167. San Martín, José de, 119. Revolución Libertadora, 133, 134, 135, Sánchez Orondo, Matías, 68. 136, 141. Santa Fe, 31, 32. Revolución Mexicana, 39. Santos Discépolo, Enrique, 49. Revolución Soviética, 40. Santucho, Roberto, 210. Reyes, Cipriano, 109. Sarmiento, Domingo Faustino, 27, Rico, Aldo, 250, 264, 265. 119. Riz, Liliana de, 286. Sartre, Jean Paul, 165. Rivadavia, Bernardino, 27, 165. Savio, 92.

ÍNDICE ANALÍTICO

Scalabrini Ortiz, Raúl, 93, 94. Schvarzer, Jorge, 75, 213. Sebreli, Juan José, 184. sector agropecuario, 19, 20, 39, 52-53, 74, 75, 99, 105, 106, 107, 122,137, 146, 155, 172, 173, 175, 177,190, 197,217, 221,300. sector financiero, 215, 217. sector industrial, 22, 53, 74, 75, 83,87, 88, 89, 101, 105-107, 122-124,142, 146, 153, 154, 155, 157, 192,197, 214, 217,218,277, 298, 303. Segunda Guerra Mundial, 45, 75, 105, 178. Seineldín, Mohamed Alí, 265, 282,283. Semana Trágica, 40-41, 176. Servicio Militar Obligatorio, 27. Sidicaro, Ricardo, 266. Sigal, Silvia, 115, 164, 181. Silvestri, Graciela, 304. sindicatos, sindicales, sindicalismo, CGT, 33, 40, 45, 46, 67, 80, 82, 83, 84,98, 99,102,109-111,114,117,119,124125,126,135,136,138-139,142,143, 145,147,149-150,151,156,157,158, 167, 169, 171, 172, 174, 175, 176, 177, 182, 185, 186, 187, 188, 194, 198, 199, 200, 201, 214, 222, 226, 227, 230, 231, 234, 238, 239, 241, 243,244,251-253,255,256,257,258, 259, 281, 282, 284, 291, 303, 306. .socialistas; Partido Socialista, 33,34, 36, 38, 44, 45-46, 52, 56, 57, 60, 63, 70, 71, 78, 80,82,83,84,85,90,99,1 16, 127, 139, 164, 181, 189, 197. Sociedad Rural, 53, 58, 78, 117, 226. Soj ir, Luis Elias, 119. Solano Lima, Vicente, 148, 189, 1 9 6 . Soiirrouille, Juan, 256, 295. Spivacow, Boris, 163. j t a l l n , Josef, 85,90. Btoranl, 287. Suiiivz Masón, Carlos, 224-

3 29

Subiza, Román, 113. Swiftgate, 273, 280. Taboada, Saúl, 82. Tamborini, José, 103. tango, 49. Taylor, Julie, 121. teatro, 49, 119, 120, 163, 164. Teisaire, 113, 127. Terán, Oscar, 164, 166. terratenientes, 20, 21, 31. Thatcher, Margaret, 232. Todman, Terence, 273. Tomaso, Antonio de, 60, 71. Tonazzi, 92. Toranzo Montero, Carlos Severo, 144, 145. • Tormo, Antonio, 119. Tornquist, Ernesto, 22. Torrado, Susana, 158. Torre, JuanCarlos, 100,135, 199, 271. Torres, 179. Torres, Camilo, 179. Torrijos, Alfredo, 179. Tosco, Agustín, 176, 200. Triple A , 203, 207. Trotsky, León, 165. Tucumán, 22, 23, 124, 171, 204, 291. Ubaldini, Saúl, 226, 227, 238, 253, 282. UCEDE, 281.

UES (Unión de Estudiantes Secundarios), 126, 129. Ugarte, Marcelino, 36. Ugarte, Manuel, 39, 79. unicato, 17, 27, 35, 64Unión del Centro Democrático, 240, 262. Unión Democrática, 101,103,116,128. Unión Ferroviaria, 46, 83. Unión Industrial, 54, 117, 226. Unión Latinoamericana, 39. Unión Popular, 147, 150.

330

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Unión Popular Católica, 44Unión Sindical Argentina, 46. Universidad, Reforma Universitaria, Federación Universitaria, 39,45, 47-48, 80, 82, 98, 112, 137, 117, 142, 158, 161-164,167,169,170,171,180,237, 245. Uriburu, José Félix, 61, 62, 64, 67, 68, 69, 70, 72, 73, 81, 98. Urquiza, Justo José de, 119.

Prefacio a la segunda edición

URSS, 38, 45, 86, 90, 104, 106, 197, 232,

Prefacio

13

I . 1916

15

233. Uruguay, 37, 179, 247. Valle, Juan José, 137. Vandor, Augusto, 143, 145, 149-151, 167, 183, 239. Vasconcelos, José, 39. Vaticano, 231. Velasco, Alvarado, 179. Verón, Elíseo, 115, 181,203. Videla, Jorge Rafael, 204,207-225, 231. Vietman, 165, 178. Villanueva, Javier, 54Viñas, David, 50. Viola, Roberto Marcelo, 216, 224-229, 230, 231. voto femenino, 114, 125. Wilson, 38. Woods, Bretton, 134YPF,61, 105, 220. Yabrán, Alfredo, 280, 289, 290, 293. Yoma, Amira; Narcogate, 280. Yoma, Emir, 273. Yoma, Zulema, 279. Yrigoyen, Hipólito; gobierno de, 15-36, 37,38, 39, 41,42, 43, 44, 45, 47, 49, 52,54, 55, 56,57,58, 59, 60,61,62, 63,64, 67, 68, 69, 70, 71, 73, 78,91, 99,113,181,244, 281. Yugoslavia, 284-

Indice general 9

La construcción

16

Tensiones y transformaciones

28

I I . Los gobiernos radicales, 1916-1930

37

Crisis social y nueva estabilidad

39

La economía en un mundo triangular Difícil construcción de la democracia La vuelta de Yrigoyen

50 55 62

I I I . La restauración conservadora, 1930-1943

67

Regeneración nacional o restauración constitucional Intervención y cierre económico La presencia británica

67 72 76

U n Frente Popular frustrado

80

La guerra y el "frente n a c i o n a l "

87

IV. El gobierno de Perón, 1943-1955 La emergencia

97 97

Mercado interno y pleno e m p l e o El Estado peronista

104 109

U n conflicto cultural

117

Crisis y nueva política e c o n ó m i c a

1 21

Consolidación del a u t o r i t a r i s m o La caída

1 26 128

V El empate, 1955-1966 Libertadores y desarrollisras ..

133 1 36

ni

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

332

Crisis y n u e v o intento c o n s t i t u c i o n a l La e c o n o m í a entre la modernización y la crisis Las masas de clase media La U n i v e r s i d a d y la renovación c u l t u r a l La política y los límites de la modernización

146 152 157 161 164

V I . Dependencia o liberación, 1966-1976 El ensayo autoritario La primavera de los pueblos Militares e n retirada 1973: u n balance La vuelta de Perón

169 169 175 185 190 195

V I L El Proceso, 1976-1983 El genocidio La economía imaginaria: la gran transformación La economía real: destrucción y concentración Achicar el Estado y silenciar a la sociedad La guerra de Malvinas y la crisis del régimen militar La vuelta de la democracia V I I I . El impulso y su freno, 1983-1989 La ilusión democrática La corporación militar y la sindical El Plan Austral La apelación a la civilidad

207 207 212 217 220 229 235 24 * 241 24M 254 25°

El f i n de la ilusión IX. La gran transformación, 1989-1999 Ajuste y reforma U n a jefatura exitosa Una jefatura decadente

264 269 26° 278 287

Epílogo La nueva Argentina

2 >7

Bibliografía

Í09

(

YMA «lición de lireve historia conr^mforánex

He la Argentina,

dr Luis \IbeiTO Romero, se terminó ile i n p r i m i r en el mes de abril de 2007, en los Talleres Gráficos N u e - v o Offset, Vicl

Indice analítico

\2 I

Giud.nl Autónoma de liuei *,,s Aires,

1444,

Argentina.

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