02 - Ortiz - De La Transculturacion Del Tabaco

October 19, 2017 | Author: Raúl Rodríguez Freire | Category: Tobacco, Spain, Coffee, Tobacco Smoking, Catholic Church
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Descripción: ya veremos...

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De la transculturación del tabaco1 Fernando Ortiz La historia del tabaco ofrece uno de los más extraordinarios procesos de transculturación. Por la rapidez y extensión con que se propagaron los usos de aquella planta, apenas fue conocida por los descubridores de América, por las grandes oposiciones que se presentaron y vencieron, y por el radicalísimo cambio que el tabaco experimentó en toda su significación social al pasar de las culturas del Nuevo Mundo a las del Mundo Viejo. […] El tabaco llega al mundo cristiano con las revoluciones del Renacimiento y de la Reforma, cuando caída la Edad Media empieza la modernidad con su racionalismo. Diríase que la razón, flaca y entorpecida por la teología, para fortalecerse y libertarse necesitaba del auxilio de estimulantes benevolentes, que no la embriagaran con entusiasmos y luego la embrutecieran con ilusiones y bestialidades, como ocurría con las milenarias bebidas alcohólicas que llevan a la beodez. Para eso, para ayudar a la razón de que adolecía, salió de América el tabaco. Y con éste fue el chocolate. Y de Abisinia y de Arabia por los mismos tiempos surgió el café. Y el té también acudió entonces desde el Asia Extrema. No deja de ser interesante esta coincidencia en la Vieja Europa de esas cuatro sustancias exóticas, todas ellas estimuladoras de la sensualidad a la vez que de los espíritus, salidas entonces de los extremos mundos como enviadas por los demonios para reanimar a Europa cuando “llegó la hora”, cuando ésta quería rescatar de consuno la prioridad de la razón y la licitud del sensualismo. A Europa ya no le bastaban para sus sentidos las especias ni los azúcares; los cuales, aparte de ser escasos y sólo privilegio de poderosos, excitaban sin dar inspiraciones o fortalecían sin dar exaltación. Ni le eran suficientes a su espíritu los vinos y licores, que, si procuraban audacia y fantasía, a menudo ocasionaban abyección y desvarío y nunca meditación ni juicio. Hacían falta otras especias y néctares que fuesen animadores tenaces y profundos de los sentidos y de las ideas. Y los demonios proveyeron a ello, enviando para las contiendas mentales que en Europa abrieron la vida a la Edad Moderna el tabaco de las Antillas, el chocolate de México, el café del África y el té de la China, la nicotina, la teobromina, la cafeína y la teína; los cuatro alcaloides que se unieron al servicio de la humanidad para que la razón fuese más despierta. […]

1 Tomado de Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (La Habana: Editorial de Ciencias 

Sociales, 1991 [1940]), pp. 211-294.

Esos cuatro alcaloides, atracciones sensuales y sutiles estímulos nerviosos, llegaron todos a tiempo para prolongar el Renacimiento. Fueron refuerzos sobrehumanos para los revolucionarios de las ideas. […] Pero también el tabaco es gran amigo del pensamiento. “Desde el instante de tomar una pipa de tabaco el hombre deviene un filósofo”, dijo el inglés Sam Slick. Según Thackeray, el tabaco “hace manar sabiduría de los labios del filósofo y cierra la boca del necio”. Al considerar los influjos que en la vida intelectual de la edad moderna han tenido los citados alcaloides, todos ellos deben ser considerados como cooperantes, aun cuando en grado diverso, según las épocas y los países. Acaso las sustancias tentadoras que hay en todos ellos sean efluvios de una misma retorta infernal. Ya era sabido que en el café y el té bulle un mismo alcaloide, el “trimethyloxipurin”. Pero ha poco el profesor Nottbohm descubrió que aquellas plantas contienen además otro alcaloide, el “trigonellin”; y acaba de probarse por Hantzsch (ver Jacob, 1934: cap. III) que ese alcaloide precisamente es uno de los principales constituyentes de la nicotina, característica del tabaco. Es también notable que los citados cuatro alcaloides, o demonios, aun cuando diversos de apariencias, se asemejaron bastante en sus trayectorias sociales. Por sus oriundeces todos eran ultramarinos y exóticos, llevados a los blancos por las “gentes de color”: los cobrizos, los negros, y los amarillos. Por su naturaleza, todos avivaron apetitos sensuales. Por sus comienzos, todos tuvieron cuna religiosa y anatema de sacerdotes. Por sus propagandas, todos fueron medicinales. Por su difusión, todos estuvieron perseguidos, por gobiernos, moralistas y clerecías y defendidos por médicos, poetas y mercaderes. Y todos al fin ganaron su mundial y rápida victoria, no sólo por sus favores a la sensualidad y sus promesas medicinales, sino por su temprana simbiosis con el capitalismo, que los hizo signos de elegancia, de rango y de dinero y fuentes de caudalosos medros y tributos. Acaso no sea ocioso decir que dichas sustancias vegetales fueron como “monedas” y sirvieron como sustitutivas de tales: el tabaco como moneda de uso al menos en Virginia y en África donde, según el abate de Choisy (1687: 77) los holandeses iban penetrando el continente africano a medida que compraban las tierras a precio de tabaco. El chocolate fue moneda precolombina en México y en África, el té en pueblos del Asia. Del café no sabemos. Es sorprendente cómo hoy día la vida económica de sendas comarcas, de grandes provincias y de naciones enteras depende básicamente del tabaco, del café, del té o del cacao. En los siglos modernos esos cuatro demonios lucrarán juntos y juntos aparecerán en los altares de la sensualidad con los antiguos y medievales alcoholes, especias y almíbares. […] Pero, sobre todo, en esa época intervienen ya en la suerte del tabaco español dos nuevos factores sociales, ambos de carácter fundamentalmente económico; uno que se traduce en la comedia y otro que no se confiesa pero que es el más importante y decisivo.

Es que entonces el tabaco adquiere un sentido de alto rango social y se convierte en un gran valor económico. Fumar un tabaco o absorber sus polvos fue símbolo de señorío y de opulencia. Acaso el uso del tabaco ya tuvo algo de jerárquico entre los mismos indios, al menos en ciertas maneras ceremoniales. En algunos cronistas se apunta la categoría social de ciertos ritos del tabaco, atribuyéndolos a los caciques y a los sacerdotes. Entre los europeos, tomar tabaco era el goce de una riqueza exótica que se consumía totalmente en una vez, quemándola y reduciéndola a cenizas. Lo elevado de su costo no permitía tal dispendioso y fugitivo placer sino a los potentados. Su exotismo, añadido al subidísimo precio, le daba a tal lujo un carácter de distinción rara. Se fumaba con vanagloria como se alardeaba de poseer un esclavito negro, una jaula de loros parleros, una carroza de caoba o un bastón de carey. Estos no eran solamente signos de riqueza; pretendían ser símbolos de pompa cortesana, ganados en empresas lejanas y semifabulosas de guerra, autoridad y poderío. Y el anhelo del rango social estimulaba la apetencia del tabaco para la ostentación en su disfrute, tal como el parvernú quiere beber en público el champagne más rico de sabor y de precio para satisfacción de su petulancia. Así, lo antes “mal visto en sociedad” vino a ser signo de “alta elegancia entre la gente distinguida”. Aún hoy día, un sujeto que “fuma en pipa” es todo un personaje en el folklore. Por extensión metafórica, también de un problema muy importante, también se dice que “fuma en pipa”. La simple categoría social que tenía el tabaco por aquellos tiempos se descubre en esas alusiones que se le hacen en el teatro español de costumbres. Se le saca a la mesa a sus postres, con la exóticas y ricas frutas de Indias y de Castilla, “para echar la bendición”. Pero, además, el tabaco en esa misma época alcanza una gran consideración económica por los mercaderes, por los estadistas y también por los eclesiásticos. Ya no es sólo una fuente de placeres; ya lo es también de riquezas. Al caer el siglo XVI el uso del tabaco es ya tan aceptado que pasa a ser una mercancía siempre negociable y su cultivo es granjería muy provechosa. El producido en Indias es tan apetecido que se hace objeto de un codicioso comercio trasatlántico, ya tan pingüe como lo fue el de las especias; y, en definitiva, su crecido valor, su inagotable demanda y el carácter suntuario que tiene su consumo lo convierten en una base económica excepcionalmente amplia y adecuada para sufrir tributos muy productivos, zarpazos fiscales de los más crueles y a la vez de los más consentidos. […] Por interés económico, triple, derivado del medro mercantil, del beneficio tributario y de la renta territorial, la clerecía española no se sintió propicia a hostilizar el tabaco. Los clérigos en sus conventos y solares debieron de sentir como otros pobladores la tentación de sembrar y cosechar en sus plantíos hortelanos esa yerba tan apetecida que ya iba siendo el tabaco. Es lícito pensar que los clérigos también se procurarían buenos medros mercantiles con el tráfico del tabaco, cuando este producto fue ya muy codiciado; pues, pese a su misión profesionalmente apostólica, no fue raro que la olvidaran persiguiendo negocios monetarios como mercaderes y contrabandistas. Con frecuencia había frailes que solapadamente traficaban en continuos viajes trasatlánticos entre Sevilla y las Indias, tanto

que se expidieron bulas pontificias con censuras eclesiásticas para evitar tales abusos, prohibiendo que los frailes en sus viajes marítimos llevasen consigo oro, plata y otras cosas fuera de las indispensables para su matalotaje, y ordenando que ellos fuesen rigurosamente vigilados en los puertos por razón de sus contrabandos. […] En España llegó a ser institucional el contrabando. Por las serranías y costas marinas de la Península los contrabandos eran un modo habitual de vivir; una forma específica del bandolerismo. El tabaco y sus contrabandistas forman un sector histórico en Andalucía, sobre todo en Sevilla, como personajes de las sierras y de las fábricas cigarreras de Sevilla. ¡Carmen! […] La importancia tributaria del tabaco debió de percibirla, antes que otra entidad social, la Iglesia Ccatólica en las Indias españolas, apenas los pobladores iniciaron privadamente el cultivo de tabacales para su aprovechamiento en los tratos mercantiles. La base económica de la Iglesia española, como en general de la Católica, aparte de sus grandes feudos, fundos y otros pingües beneficios, estuvo en los diezmos, o sea en el impuesto que aquélla percibía del diez por ciento de toda la producción minera y agraria del país. El sistema legislativo de tal tributación eclesiástica ya estaba en vigor en la España peninsular antes que naciera la España colonial, y cuando surgió ésta no hubo más que hacer extensivo a los nuevos países ese viejo régimen fiscal de Castilla, lo cual hicieron los Reyes Católicos por R. C. de 5 de octubre de 1501. Apenas el tabaco comenzó a ser objeto de la especulación agraria de los españoles en las tierras por ellos pobladas, por sólo ser un producto cultivado, quedó ipso facto sometido al impuesto del diezmo, o sea de la décima parte, de su producción, a favor de las arcas eclesiásticas. Así los clérigos españoles de las Indias, donde comenzó a cultivarse el tabaco para su consumo por los pobladores y luego para la exportación, pronto sacaron directos provechos, económicos y utilitarios de la propagación de la planta diabólica, como los reyes pudieron beneficiarse con ella mediante los almojarifazgos, alcabalas, monopolios y toda suerte de gabelas que fueron impuestos sobre el tabaco bajo amenaza de los más draconianos castigos. […] La transición cultural del tabaco fue muy polémica. Se expresaron con sumo ardimiento las tendencias innovadoras y las estacionarias, se imaginaron ridículas generalizaciones, se hicieron persecuciones hasta la muerte y se mantuvieron con tesón las rebeldías; combatieron la teología y la ciencia, la ignorancia y la técnica; y, al fin, se impusieron los criterios económicos y hedonísticos, hasta el día de hoy en que sigue la brega, con otras ideas y propósitos y casi siempre por dineros.

Los demonios, muy sabichosos de las debilidades humanas, para lograr vencer más pronto entre los pueblos ultraamericanos unieron la original y fisiológica tentación sensualista del tabaco a la social tentación de la vanidad. Pero aún estas dos tentaciones no fueron bastantes. Entonces movilizaron también la de la codicia. Buscaron el modo de traducir tabaco en dinero. El original sentido del tabaco fue trocado en un interés económico de posibilidades capitalistas y tributarias. Y ya con la estimulación conjunta de tres pecados, capitales los tres (la gula, el orgullo y la avaricia) los demonios vencieron entonces rápidamente; diríase sin irreverencia que “en un santiamén”, pues, al fin, hasta la alta clerecía los ayudó a que triunfara por todo el mundo el tabaco, ese archidiabólico y sutilísimo instrumento de sensualismo y celebración. En la historia europea del tabaco se dieron con más pronunciados relieves estas fases de su transculturación. Es al mediar el siglo XVI cuando el tabaco deviene en una “mercancía internacional” y comienza a cultivarse en Europa. […] En algunos países de Europa se produjeron curiosos fenómenos de transculturación del tabaco por la línea de la medicina. Algunos médicos llegaban a ordenar la introducción del humo del tabaco en el cuerpo, no por la boca sino por la entrada opuesta. En Suiza, Alemania y otros pueblos de Europa se conocieron jeringas de humo . (Brooks 1937: 55), sugeridas probablemente por el vago recuerdo de ciertas prácticas indias. Todavía por 1844, en Escandinavia se usó para ciertas enfermedades llenar las narices del paciente, taponándolas con tabaco. (Brooks 1937: 19, nota), tal como solían hacer los aztecas con polvos de la yerba chilpanton, al querer estancar las hemorragias nasales (Sahagún, 1900, tomo III: 253). Hay que convenir en que el tabaco fue descubierto por los europeos en una época propicia para su recepción como panacea. De la Edad Media no se habían perdido aún las supersticiones en los prodigios y las magias, y del Renacimiento ya se tenían las curiosidades experimentales, aun cuando sin haberse condensado en formulaciones científicas. Y el tabaco fue a la vez cosa de portento y cosa de ciencia; sustancia que atraía tanto por su exótico misterio y lo semifabuloso de su procedencia, como por lo extraño de sus métodos y lo inexplorado de sus eficaces aplicaciones, todo lo cual hacía incontables las posibilidades para la experimentación de los médicos noveleros y para las engañifas del charlatanismo y la curandería. […] En los médicos fue corriente declamar contra los abusos del tabaco y recomendar que no se aplicara la yerba “sana sancta” sin una previa prescripción facultativa; a lo cual replicaban los fanáticos de la yerba que eso era por egoísmo profesional. Y también, desde mediados del siglo XVII hubo sátiras contra los médicos que en la novelería del tabaco encontraban medro económico. Dogmatistas y científicos cedieron ante el diabólico espíritu del tabaco cuando éste, pese a los martirios impuestos a sus devotos, logró extenderse por las altas y las bajas clases sociales y vino a ser fuente fiscal de pingües almojarifazgos, alcabalas, estancos y

diezmos, así para los usufructuarios de la Corona como para los del Altar. Y, en esto también, todo fue consecuencia de la virtud del dinero, que en la corte del rey y en la de Roma ya había notado con su perspicacia y referido con sorna el P. Juan Ruiz, el arcipreste desenfadado. Cuando los regios arbitristas comprendieron lo fácil que era poner tributos al tabaco, como a un artículo de placer, se suprimieron las persecuciones, los moralistas fueron callados y las conciencias fueron dormidas, dejando que los endiablados tabacos de los idólatras de América fueran inficionando al mundo a cambio de pagar fuertes tributos a sus empinados gobernantes. Entonces el crudelísimo sultán de Turquía, convencido de las ventajas económicas del tabaco, derogó el iradé que mandaba empalar a los fumadores y la furia de los ulemas fue relajándose. Si antes un gran muftí a nombre de Dios inspiró las persecuciones, luego otro gran muftí cambió la doctrina, no se sabe si también por soplo de Alá. Tal como ocurrió con el café, condenado primeramente como contrario a la divina ley coránica y luego encomiado como “vino del Islam” para sustituir el “vino de los cristianos”. Si antes el café fue tenido por leyenda como una bebida sacada de la cagarrutas de los cabrunos demonios, luego una nueva leyenda, de origen persa, explicó piadosamente cómo habiendo caído Mahoma en abrumador cansancio y somnolencia, Dios reanimó a su profeta enviándole con el arcángel Gabriel una bebida entonces desconocida, negra como la venerada piedra meteórica de la Kaaba en la Meca. Así el café bajó de los cielos como un don de Alá y Turquía pasó a figurar entre los pueblos más fumadores de tabaco y más bebedores de café. […] Los atropellos contra la democracia del tabaco se resienten más profundamente que otros, hasta la trascendencia histórica. A las iras despertadas en los pueblos contra los monopolios del tabaco, generalmente en manos de magnates aristócratas o de judíos, y contra los abusos de sus detentadores despóticos, hasta el punto que provocaron motines en varias capitales de Europa, se atribuyen las primeras conmociones antiaristocráticas del siglo XVIII (Brooks, 1937: 146, y 158). Steinmetz (1878: 13) dice que Jean Bart, el héroe naval francés, “al fumar ante Luis XIV realizó un acto de tan prodigiosa audacia y nivelador sentido que puede considerarse como el verdadero inicio de la Revolución Francesa”. Desde ese punto de mira puede pensarse que, también por el siglo XVIII, los motines de los vegueros y frailes contra los monopolistas del tabaco fueron los precursores de la conciencia nacional y prepararon en el pueblo de Cuba la rebelión libertadora contra los monopolios mercantiles, políticos, eclesiásticos y sociales. […] En la misma evolución de los tipos morfológicos del fumar parece que hay algo que es impuesto por el ambiente humano, aparte de los apremios económicos y de las creencias religiosas, como si el ritmo de la vida social influyese también en las costumbres de los fumadores. La pipa se da más por tierras frías y recintos cerrados, en ceremonias tradicionales de paz y de religión. El cigarro o puro es más bien compañía actual de caminantes por países cálidos y en magias operativas, esparcimientos y jolgorios. El cigarrillo, ya de papel, breve y liviano, es hijo del amestizamiento, tercería de culturas,

engendro transcultural en tiempos y costumbres de más apremios y tensiones. “El automóvil es enemigo del fumar”, ha dicho con razón José Aixalá ( Diario de la Marina, Habana, 9 de diciembre de 1939); pero el tabaco que ahora estorba en las tensas duraciones del presente ritmo social, llena todas sus pausas. Con la vida moderna, veloz y a ritmo de máquina, el tabaco se habría ahuyentado si el cigarrillo no lo hubiera sostenido, lubricando sus fricciones y válvulas y refrescando las energías. […] En estos años convulsivos se ha pensado que el tabaco es un “arma de guerra”, como el petróleo y el lubricante que mueven las máquinas bélicas. El tabaco, se ha dicho, tonifica e impulsa el ánimo de los soldados y no hay ejército que ahora quiera pelear sin él. Pero no, el tabaco sigue siendo instrumento de paz, indispensable para conservar en cada soldado sometido a las enormes y terribles presiones nerviosas de la guerra aquel mínimum de independencia, personalidad, solaz, ensueño y esperanza sin el cual la sociedad se desintegra y el ser humano enloquece. El tabaco, que es rito social de paz y amistad, es el más constante amigo del soldado y en la guerra es siempre y en todo momento “su paz”. Es un transitorio reducto donde su individualidad se defiende y conforta, cuando, prisionera de Marte, al fumar respira un hálito libre y cree recuperar por un instante, aunque sea “en humo”, el goce de su soberanía personal. Todo esto refleja la constante e íntima vigencia del tabaco, sus contemporáneas funciones sociales, su victoria, su transculturación universal. Referencias José Aixalá (1939, 9 de diciembre). Diario de la Marina, Habana. Brooks, Jerome E. (1937). Tobacco, Its History Ilustrated by the Books, Manuscripts, and Engravings in the Library of Georges Arents Jr. Nueva York: Rosenbach. Chossy, Abbé de (1687). Journal du Voyage de Siam fait en MCLXXXV et MDCLXXXVI, Paris: S. Mabré-Cramoisy. Jacob, Heinrich (1934). Sage und Siegeszug de Keffes, die Biographie eines Weltwirtsdrafttlichen Stoffes. Berlin: Mahrish Ostrau, J. Kittis. Sagahún, Fr. Bernardino de (1900). Historia general de las cosas de Nueva España, México. 5 tomos. Paris: G. Masson. Steinmetz, Andrew (1878). The Smoker’s Guide, Philosopher and Friend. Londres: Hardwicke & Bogue.

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