Sutherland, S. - Irracionalidad

March 16, 2018 | Author: Cristian Santos Barturén Castilla | Category: Rationality, Decision Making, Reason, Happiness & Self-Help, Cognitive Science
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Descripción: Investigación científica sonre la conducta irracional y los sesgos cognitivos envueltos en ella....

Description

Irracionalidad

El enemigo interior

Stuart Sutherland

Irracionalidad El enemigo interior

Alianza editorial El libro de bolsillo

Título original: Irrationality, the Enemy Within Traducción de Celina González

Primera edición: 1996 Segunda edición: 2015

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto Turégano y Lynda Bozarth Diseño de cubierta: Manuel Estrada Ilustración de cubierta: William Blake: «Air, On Cloudy Doubts and Reasoning Cares», lámina 4 de Las Puertas del Paraíso (detalle) © Fitzwilliam Museum / University oí Cambridge, UK / Bridgeman / ACI Selección de imagen: Carlos Caranci Sáez Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios. pata quienes reprodujeren, plagiaren. distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en pane, una obra literaria, artística o cjentífica, o su transfonnacÍón, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

Copyright © 1992 by Stuart Sutherland © de la traducción: Celina González Serrano © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1996,2015 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-9104-036-1 Depósito legal: M. 8.413-2015 Printed in Spain Si quiere recibir información periódica sobre las novedades de Alianza Editorial, envíe un correo electrónico a la dirección: [email protected]

Índice

9 Prefacio 13 Agradecimientos 15 32 57 70 91 111 129 145

161 177 193 208 227 241 26 3 285 308 320 335 35 0 373 397

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22.

Introducción La impresión equivocada Obediencia Conformismo Endogrupo y exogrupo Locura organizativa Coherencia fuera de lugar Uso incorrecto de recompensas y castigos Impulso y emoción Hacer caso omiso de las pruebas Distorsionar las pruebas Establecer relaciones erróneas Relaciones erróneas en medicina Confundir la causa Malinterpretar las pruebas Decisiones incoherentes y malas apuestas Exceso de confianza Riesgos Inferencias falsas El fracaso de la intuición Utilidad Lo paranormal 7

407

23. Causas, curas y costes

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Notas

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Agradecimientos y bibliografía adicionales

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Índice analítico

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Prefacio

Con todos mis respetos hacia Aristótdes, cabe afinnar que la conducta irracional no es la excepción sino la norma. Para demostrarlo, he proporcionado muchos sorprendentes ejemplos de irracionalidad en la vida diaria y en la actividad profesional. Resulta que las decisiones de médicos, generales, ingenieros, jueces, hombres de negocios, etc., no son más racionales que las que usted o yo tomamos, aunque sus efectos suden ser más desastrosos. Las pruebas decisivas dd predominio de la irracionalidad proceden dd ingente número de investigaciones que los psicólogos han realizado sobre este tema en los últimos treinta años. Sus hallazgos -a diferencia de los de los cosmólogos- apenas son conocidos por d gran público. A pesar de no haber trabajado directamente en este campo, me fascinaron lo ingenioso de sus experimentos y la luz que arrojan sobre d funcionamiento de 9

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la mente. En este libro se reúnen los diversos factores causantes de la conducta irracional, entre ellos los sesgos sociales y emocionales, y los muchos caprichos del pensamiento provocados por fallos tales como no tener en cuenta los casos negativos o verse excesivamente influido por lo primero que a uno se le ocurre. Muchos de los hallazgos experimentales son tan sorprendentes que pueden poner a prueba la credulidad del lector; no obstante, casi todos se han repetido muchas veces. Para convencer al lector escéptico, hay una enorme lista de referencias que sólo deberán consultar quienes desconfíen de mi veracidad o deseen conocer aspectos específicos con mayor detalle. He tratado de que resulte claro para el lector lego en la materia un trabajo que suele ser difícil de seguir en las publicaciones técnicas. En general, he evitado los conceptos matemáticos y estadísticos, pero me he visto obligado a incluir y explicar algunos casi al final del libro. No se trata de un libro de bricolaje sobre cómo pensar, pero me he arriesgado a ofrecer sugerencias al final de cada capítulo para que los lectores aprendan a evitar algunas de las muchas trampas que amenazan sus procesos de pensamiento, siempre que ya sean lo suficientemente racionales como para querer serlo aún más, loable objetivo si algo hay de verdad en la observación de Osear Wilde: «No hay más pecado que la estupidez». Si Wilde está en lo cierto, la irracionalidad es un tema demasiado importante como para tomárselo en serio, máxima que a veces he seguido. Aunque no me considero más racional que cualquier otra persona, ruego al lector que no me infonne de los errores que detecte en este libro; ya ha sido 10

Prefacio

de por sí bastante arduo sintetizar la voluminosa literatura sobre la irracionalidad como para que me digan que el resultado es irracional. A la hora de decidir qué pronombre genérico emplear, se me planteó un dilema. El uso de pronombres masculinos podía ofender a las feministas. Pero, puesto que, en la mayor parte de los casos, el pronombre se refiere a alguien que actúa de forma irracional, decidí que lo más seguro era emplear el pronombre genérico masculino. (El lector haría bien en deducir que considero a las mujeres más racionales que a los hombres.) Por último, mi agradecimiento a todos aquellos de cuyo trabajo me he aprovechado. Stuart Sutherland Universidad de Sussex Agosto, 1992

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Agradecimientos

Quiero expresar mi agradecimiento a Nicholas Bagnall, Colín Fisher y PhilJonhson-Laird por sus útiles comentarios a los borradores del manuscrito. Estoy profundamente agradecido a Julia Purcell por sus comentarios y su aliento. Agradezco a mis hijos Gay y Julia Sutherland que me ayudaron a preparar el índice analítico y las notas. Estoy particularmente agradecido a mi secretaria, Ann Doidge, por su rapidez, exactitud y paciencia para transcribir los diversos borradores con el procesador de textos y por su capacidad para entender mi letra, que es más de lo que yo mismo soy capaz de hacer. Quiero asimismo dar las gracias a Cambridge University Press y a David Eddy por la autorización para reproducir las tablas 3 y 4.

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1. Introducción

En general, la racionalidad ha tenido buena prensa. Harnlet afirmaba: «j Y esta obra maestra que es el hombre! ; la noble grandeza de su razón». Thomas Huxley, por su parte, ferviente defensor de la racionalidad, fue mucho más lejos: Si un poder superior consintiera en hacenne pensar siempre lo que es verdad y actuar de fonna correcta, a condición de convertirme en una especie de reloj y de tener que darme cuerda todas las mañanas antes de levantanne, aceptaría inmediatamente la oferta.

Sea o no la racionalidad un don tan deseable como creía Huxley, es cierto que las personas lo muestran, en el mejor de los casos, de forma esporádica. Considere el lector, por ejemplo, cómo contestaría las siguientes preguntas: ¿Qué es más probable: que una madre de ojos azules tenga una hija de ojos azules o que una hija de ojos azules tenga 15

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una madre de ojos azules? ¿Hay más palabras que empiezan por «lo> que con una «lo> como tercera letra? ¿Es la entrevista un buen procedimiento de selección? Fumar multiplica por diez el riesgo de padecer cáncer de puhnón y por dos el de padecer una enfermedad cardíaca mortal: ¿mueren más fumadores de cáncer de pulmón que de enfermedad cardíaca? ¿Conduce usted mejor que el conductor medio? ¿Se dejaría convencer para aplicar a alguien descargas potencialmente mortales como parte de un experimento psicológico? ¿Muere más gente a causa de un derrame cerebral que de un accidente? ¿Qué es más peligroso, montar en bicicleta o en la noria? Tenemos dos maternidades; en una nacen 45 bebés al día y en la otra 15: ¿en cuál de ellas hay más probabilidades de que, un día cualqtÚera, nazca un 60% de niños? ¿Es siempre beneficioso recompensar a qtÚen ha realizado correctamente una tarea? A no ser que el lector esté sobre aviso por el título del libro, es probable que responda algunas de estas sencillas preguntas de forma irracional, como yo mismo hice cuando me las plantearon por vez primera. Además, si las ha contestado todas, ha sido ciertamente irracional, ya que algunas no contienen información suficiente para obtener una respuesta: la incapacidad de posponer el juicio es una de las características de la irracionalidad. Al igual que Aristóteles, que definió al hombre como «animal racional», la mayor parte de las personas cree que casi todo el mundo, salvo los casos de demencia, es bastante racional; nuestros amigos y conocidos son, desde luego, menos racionales que nosotros, pero, de todos modos, se caracterizan por su racionalidad. Tales creencias no siempre se han sostenido en Occidente, y mucho 16

1. Introducción

menos en Oriente, donde sigue prevaleciendo el pensamiento místico. Es cierto que la visión en Aristóteles era típica de la época clásica, pero la creencia en la razón humana en buena medida fue sustituida en la Edad Media por la idea de que había que actuar guiados por la fe y, en menor medida, por la emoción. Fue Descartes quien revivió la noción de que el hombre es y debe ser un ser racional, que tiene que actuar según las pruebas de sus sentidos y su poder de razonamiento, tesis que inició la tradición humanista que aún hoy pervive. El hombre no necesita la inspiración divina; su razón es suficiente en sí misma. Hasta hace poco, los filósofos, los psicólogos y los economistas daban por descontado que, en general, los hombres actúan de forma racional. El eminente filósofo Gilbert Ryle observaba: «Aunque el psicólogo nos diga por qué nos engañamos, podemos decirle a él y a nosotros mismos por qué no nos engañamos». Es decir, tomaba la racionalidad como norma o, si se prefiere, la daba por supuesta; creía que sólo hay que explicar los actos que se alejan de la racionalidad. Ryle llevó una vida de reclusión en el Magdalen College de Oxford, un entorno en el que posiblemente no sea demasiado difícil actuar de fonna racional. Pero Sigmund Freud, que en Viena no se relacionaba precisamente con académicos estirados sino con pacientes neuróticos, opinaba lo mismo que Ryle. Asumía que la conducta racional es la nonna, por lo que trataba de explicar únicamente los actos irracionales, en especial los sueños, los síntomas neuróticos y los lapsus. Sus explicaciones intentan demostrar que cuando se comprenden los procesos inconscientes que subyacen a la conducta -en concreto, el conflicto entre la 17

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libido y el superego--, todos estos actos aparentemente irracionales son, en realidad, racionales: penniten la satisfacción de la libido de forma disfrazada. Los mecanismos de defensa que ocultan el cumplimiento de los deseos de la libido al superego son inconscientes, pero totalmente racionales. El avaro que atesora dinero que nunca utilizará no actúa de forma irracional, sino que se gratifica satisfaciendo un deseo infantil de retener las heces. Hasta hace unos veinte años, también la economía se basaba casi en su totalidad en el concepto de «hombre racional». El homo economicus se representaba con una serie de preferencias por diversos bienes: equilibraba el precio con sus preferencias y compraba lo que le resultaba más rentable. Asimismo se suponía que el hombre de negocios operaba de forma completamente racional: producía los bienes que mayor beneficio le proporcionaban y el precio que fijaba era el que aumentaba al máximo sus beneficios. Casi Qunca se tenía en cuenta la posibilidad de que fuera perezoso, estúpido, ineficaz o de que andara detrás de un título nobiliario. Veremos que los economistas clásicos se equivocaban tanto con respecto al comprador como con respecto al productor. Me propongo demostrar que las personas son mucho menos racionales de lo que se suele creer y exponer de forma sistemática las razones. Nadie -ni que decir tiene que yo incluido-- está exento. Voy a demostrar el predominio de la irracionalidad, por una parte, describiendo algunos de los muchos experimentos psicológicos que se han realizado recientemente sobre el tema y, por otra, ofreciendo ejemplos, a menudo sorprendentes, de la vida cotidiana y de la actividad profesional. Todos somos 18

1. Introducción

irracionales parte del tiempo, y cuanto más complejas son las decisiones que hay que tomar, más irracionales son. Se podría pensar que la causa principal de la irracionalidad es que la emoción nubla la capacidad de juzgar. Aunque se trata de un factor que hay que tener en cuenta, no es el más importante. Hay muchos defectos inherentes al modo de pensar de las personas, que son los que principalmente vamos a examinar. La irracionalidad sólo se puede definir en términos de racionalidad, por lo que debemos preguntarnos qué es ser racional. La racionalidad adopta dos formas: el pensamiento racional lleva a la conclusión más probablemente correcta, teniendo en cuenta el conocimiento de que se dispone; las decisiones racionales son más complicadas, puesto que una decisión sólo puede evaluarse si conocemos su objetivo: una acción racional es aquella que, teniendo en cuenta el conocimiento de la persona, tiene mayores probabilidades de alcanzar su objetivo. La racionalidad sólo se puede medir a la luz de lo que la persona sabe: sería estúpido que alguien mínimamente familiarizado con la astronomía tratara de alcanzar la luna subiéndose a un árbol, pero la misma conducta en un niño sería totalmente racional, aunque algo insensata. Es importante distinguir la irracionalidad de la ignorancia, que también existe a gran escala. En 1976, el40% de los ciudadanos americanos creía que Israel era un país árabe, en tanto que, en la actualidad, uno de cada tres adolescentes británicos de trece años cree que el Sol gira alrededor de la Tierra. No vamos a tratar de caracterizar en detalle la naturaleza del pensamiento racional. En general, consiste en 19

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detectar regularidades en el mundo y aplicarlas para predecir el futuro o para inferir aspectos hasta el momento desconocidos del presente o del pasado. Una de las paradojas filosóficas más sorprendentes subyace a todo esto. El pensamiento racional, incluyendo todo el pensamiento científico, se basa en el supuesto de la existencia de leyes que gobiernan el mundo y de que tales leyes permanecen constantes en el tiempo: son las mismas en el futuro que en el pasado. Este supuesto no se puede justificar; no vale afirmar que, hasta donde sabernos, las leyes han permanecido invariables en el pasado y, por tanto, así seguirán en el futuro, ya que esto implica el supuesto que tratamos de demostrar. No voy a prestar atención a esta necesidad de un acto de fe, ya que me interesan los ejemplos concretos de racionalidad e irracionalidad, y la mayor parte de las personas saben la diferencia, al menos cuando se les señala. Hay que establecer una distinción entre irracionalidad y error. Para ser irracional, la acción tiene que realizarse deliberadamente. Pero un error cometido de forma involuntaria no es irracional, aunque sea un error. Al sumar dos columnas de cifras, podemos olvidar que nos llevamos una, lo que origina un error accidental. Ni el pensamiento racional ni la torna de decisiones racional conducen necesariamente a un resultado óptimo. Si hubiéramos vivido antes de que se descubriera Australia, habríamos concluido, con razón, que todos los cisnes eran blancos, pero nos habríamos equivocado, pues carecíamos de conocimientos suficientes sobre la fauna de los antípodas. Asimismo, si alguien nos ofrece mil libras esterlinas si al lanzar una moneda sale cara, a 20

1. Introducción

cambio de que, si sale cruz, le paguemos cien, lo racional sería aceptar la apuesta, siempre que nuestro objetivo sea conseguir dinero y no nos preocupe perder a un amigo. Pero puede que salga cruz: a pesar de que nuestra decisión era racional, no tiene consecuencias positivas. En uno de sus relatos cortos, Saki ofrece un buen ejemplo de una conclusión racional equivocada. Mientras se tomaba el desayuno, un niño informó a sus mayores de que había una rana en sus sopas de leche. A pesar de que describió con detalle las manchas de la piel del animal, le dijeron que eso era imposible. Aunque la conclusión de los adultos -dado el estado de sus conocimientos- era totalmente racional, estaban equivocados, para satisfacción del niño, que les explicó que él mismo había puesto allí la rana. Tomar la decisión más racional no implica obtener los mejores resultados, porque en los asuntos humanos casi siempre interviene el azar. Pero a lo largo de la vida, la casualidad tiende a equilibrarse, y si se quieren alcanzar los propios fines en la medida de lo posible, lo mejor es tomar una decisión racional siempre que se pueda, aunque haya ocasiones en que otra habría tenido mejores resultados. Es posible que, al apuntar las formas de equivocarse de las personas, este libro ayude a los lectores a tomar mejores decisiones con más frecuencia, pero, como veremos en el último capítulo, tal vez sea esperar demasiado. He subrayado que lo que constituye una decisión racional depende del conocimiento personal. Con una condición. Si se tienen razones para creer que el conocimiento de que se dispone no es suficiente, lo racional, sobre todo en el caso de las decisiones importantes, es 21

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buscar más información. Por desgracia, como vamos a ver, cuando las personas lo hacen, suelen actuar de forma totalmente irracional, ya que sólo buscan pruebas que apoyen sus creencias. Hay medios racionales de conseguir un fin, pero cabe preguntarse si existe algo parecido a un fin racional. Los hay, desde luego, irracionales. Por ejemplo, la mayoría de las personas afirmaría que es irracional perseguir un fin inalcanzable. El ejemplo típico, llegar a la Luna, ya está superado. Además, es irracional pretender fines que se contradicen entre sí: no podemos intentar hacer feliz a nuestro cónyuge al tiempo que lo explotamos al máximo. Tal vez otra forma de irracionalidad sea que muy pocos se preocupan de determinar cuáles son sus metas en la vida y su orden de prioridades. Actúan de forma espontánea, y aunque esto resulta atrayente o irritante, según el punto de vista personal, puede conducir a actos irracionales; es decir, si estas personas hubieran reflexionado antes de actuar, quizá lo habrían hecho en un sentido más encaminado hacia la consecución de sus fines. Los filósofos han hablado largo y tendido del fin último, si es que lo tiene, de la humanidad, pero no han alcanzado un consenso, pues esa es la naturaleza de la filosofía. Para ser racional, el fin de la humanidad debe ser tal que todos lo puedan perseguir sin problemas. Tres candidatos plausibles son: la supervivencia de la especie humana, la máxima felicidad del mayor número de personas y la obtención del conocimiento. Ninguno de ellos resiste el análisis. Si unos seres extraterrestres, más amables, inteligentes y superiores en todo a nosotros, aterri22

1. Introducción

zan en nuestro planeta siendo portadores de un virus que supiéramos que nos eliminaría a todos, y si la única alternativa a la extinción fuera matarlos, lo haríamos sin dudar. Pero esta acción podría considerarse estrecha de miras y egoísta. En tales circunstancias, es posible que algunos decidieran tener en cuenta metas distintas a la supervivencia de la especie humana. En lo que se refiere a la felicidad, ¿cómo se mide? ¿Cómo se compara la desgracia de uno y la alegría de otro? La obtención del conocimiento parece una meta gloriosa, pero ¿por qué es mejor esforzarse por ser un buen atleta que un excelente jugador de ajedrez? Además, el conocimiento podría ser contraproducente, pues el uso imprudente de sus derivados tecnológicos podría traducirse en que no quedara nadie en la Tierra para saber algo. Al pensar en fines últimos, nos situamos más allá del reino de la racionalidad. Una meta concreta sólo se puede defender en términos de otra superior. En palabras de Pascal: «El corazón tiene razones que la razón ignora». En consecuencia, los fines últimos no se pueden defender: por naturaleza, carecen de fines superiores que los justifiquen. En la práctica, es dudoso que nadie persiga de forma sistemática W1 fin de este tipo. Nacemos con un conjunto de «impulsos biológicos», como el hambre, la sed, el instinto sexual y la evitación del dolor, así como con otras motivaciones más escurridizas pero igualmente poderosas, como la curiosidad o la necesidad de dominar o de pertenecer a un grupo. La presencia de tales impulsos nos hace tender a ponernos en primer lugar. Se podría afirmar -y así se ha hecho-que esto es irracional. Las personas no difieren básica23

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mente entre sí; mi vecino puede ser más o menos inteligente, ingenioso o guapo que yo, pero tenemos en común la misma estructura biológica, sentimos el mismo dolor y compartimos penas y alegrías similares. Lo racional sería que yo pusiera su felicidad al mismo nivel que la mía. Poco por desgracia, esto no es así. Alguien podría sostener que su experiencia -su placer y su dolor- son ÚIÚCOS; sólo él puede experimentarlos. Incluso puede haber alguien que sea solipsista, es decir, que crea que sólo existe él y que el mundo exterior es un capricho de su imaginación, por lo que tendría derecho a ponerse en primer lugar. Hay que distinguir entre racionalidad y moralidad. Los intentos de justificar la moralidad desde un punto de vista racional siempre han fracasado. La mayor parte de las personas adopta una postura de compromiso: aunque ponen su felicidad por encima de la de los demás, se esfuerzan en mayor o menor grado por tener en cuenta ésta. No vamos a volver a considerar la racionalidad de los fines; sólo nos va a preocupar la irracionalidad de los medios. Tal vez haya lectores que sostengan que algunos de los ejemplos de irracionalidad que vienen a continuación no lo son en absoluto. Es cierto que hay ejemplos límite. En primer lugar, buena parte de la irracionalidad deriva de no dedicar tiempo suficiente a la reflexión. Pero alguien puede sentirse muy satisfecho con una decisión y creer que cualquier ganancia conseguida mediante un mayor periodo de reflexión no compensa el tiempo y el esfuerzo adicionales que implica. Un ejemplo límite sería el del director de una empresa que tiene que tomar una deci24

l. Introducción

sión delicada y que dedica tanto úempo a pensar en todas sus consecuencias que la empresa quiebra antes de que se haya decidido. El director que toma con rapidez una decisión que no es la mejor no puede ser acusado de irracionalidad, siempre que haya hecho un uso óptimo del tiempo de que dispone. Por otra parte, hay muchas personas que, sin estar presionadas por el tiempo, toman decisiones desacertadas porque no tienen en cuenta los factores relevantes. Ahorrarse el esfuerzo de reflexionar en profundidad puede ser razonable en el caso de decisiones triviales, pero, como vamos a ver, siempre es irracional, y a veces desastroso, cuando se toman decisiones complejas e importantes, como sucede en los negocios, la medicina o la política. En segundo lugar, como sólo podemos tener un número limitado de ideas en la mente cada vez, al tomar decisiones complejas no se combinan todos los factores relevantes. Una forma de resolver este problema es emplear lápiz y papel para determinar los pros y los contras de las diversas acciones, y es irracional no hacerlo. En su autobiografía, Charles Darwin afirma haber usado dicho método -en este caso, con éxito-- para decidir si se casaba. Es poco probable que muchos le imiten a la hora de tomar esta decisión, aunque siempre se puede sostener que hay demasiados aspectos que desconocemos. En tercer lugar, como demostraré hacia el final dellibro, tomar la mejor decisión, ya sea en un tribunal o en la vida diaria, suele implicar el uso de conceptos derivados de la estadística elemental. Pocas personas tienen a su disposición tales instrumentos de pensamiento racio25

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nal. Sin embargo, en mi opinión, los numerosos errores que provoca el desconocimiento de la matemática elemental son tan evidentes que deben considerarse irracionales. En cuarto lugar, muchas organizaciones no consiguen sus objetivos porque se hallan estructuradas de forma que fomentan la conducta egoísta de sus miembros. El egoísmo, aunque sea inmoral, no es irracional, pero la organización global funciona de forma irracional en el sentido de que no es capaz de emplear los medios más adecuados para conseguir sus fines. En quinto lugar, las personas suelen distorsionar sus pensanúentos sobre la realidad para sentirse más cómodas o felices. Un ejemplo es hacerse ilusiones: se tiene la creencia irracional de que lo que uno quiere va a suceder o de que cierta característica personal es mejor de lo que en realidad es. Este tipo de pensamiento es universal. Engañarse a uno mismo puede contribuir a que sea feliz. Se engaña el sádico director de escuela que cree que pega a los niños por su propio bien y no para dar rienda suelta a sus deseos eróticos. Hacerse ilusiones yengañarse a uno mismo pueden contribuir a ser feliz, y en este sentido, son medios racionales para obtener un fin. Pero he definido la irracionalidad como el hecho de llegar a conclusiones que no se pueden justificar por el conocimiento que se tiene, y, en la medida en que uno distorsiona su visión del mundo o de sí mismo, piensa de forma irracional. Estamos hechos de tal modo que, para complacernos, a veces sostenemos creencias irracionales; el hecho de que nos satisfagan tanto no las hace menos irracionales. 26

1. Introducción

Resumiendo, vamos a considerar irracional todo proceso de pensamiento que lleve a una conclusión o decisión que no sea la mejor a la luz de las pruebas de que se disponen y teniendo en cuenta las limitaciones de tiempo. Es evidente que esto supone establecer criterios muy elevados para la racionalidad, pero me voy a referir sobre todo a decisiones y juicios inequívocamente irracionales por derivar de sesgos de pensamiento sistemáticos y evitables. Nuestro principal interés será demostrar y exponer tales sesgos, que son sorprendentemente habituales y que pueden tener consecuencias muy perjudiciales. La discusión de si la conducta completamente racional es siempre deseable tendrá lugar en el último capítulo. No sólo somos víctimas de los instintos y de los deseos interesados, sino que nos hallamos gobernados también por nuestro estado corporal, especialmente el del cerebro. No voy a hablar de los efectos de las lesiones cerebrales o de las enfermedades mentales graves en la racionalidad, pero quizá merezca la pena poner dos extraños ejemplos. Hay una pequeña zona en la mitad del lado derecho del cerebro que provoca un curioso efecto si se desarrolla en ella un foco epiléptico l . En dicho foco, hay veces en que las células nerviosas se excitan al mismo tiempo, provocando un ataque epiléptico. Un foco en esta zona puede hacer que una persona se vuelva muy religiosa, evite las relaciones sexuales y abandone cualquier tipo de adicción, como el tabaco o el alcohol. Sorprendentemente, cuando se extirpa el foco, la persona retoma su existencia anterior: se vuelve atea y retoma los cigarrillos, la bebida y el sexo. Tal vez la forma adoptada 27

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por el cristianismo se deba en parte a que San Pablo sufriera un ataque epiléptico camino a Damasco. La esquizofrenia también tiene efectos devastadores sobre la racionalidad. El paciente puede creer que un organismo externo controla o dirige sus pensamientos, o que es Napoleón o Jesucristo. Hay esquizofrénicos que toman todo al pie de la letra, así que cuando van por un pasillo y ven una puerta con un letrero que dice: «Por favor, llame antes de entrar», siempre llaman al pasar. En realidad, los psicólogos saben mucho menos sobre la conducta irracional provocada por enfermedad mental o daño cerebral que sobre la irracionalidad común a la que todos tendemos, y que es la que aquí nos interesa. Los errores que se van a describir los cometen la mayor parte de las personas, aunque no todas. El lector que dé una respuesta equivocada a algunos de los problemas que se van a plantear puede consolarse pensando que no es el único. Debe recordar que sabe que este libro es sobre la irracionalidad, por lo que es probable que esté alerta y no caiga en las trampas irracionales que se le van a tender. Pero cuando las preguntas se hacen a personas que no han sido prevenidas ni están sobre aviso, casi todas caen, generalmente, hasta el fondo. Muchos de los ejemplos proceden de la medicina. El lector no debe quedarse con la idea de que los médicos son más irracionales que los demás. Sencillamente, sus fallos se hallan mejor docwnentados que los de los periodistas, funcionarios, historiadores, ingenieros, generales, jueces y -por desgracia- psicólogos. En el libro aparecen locuras cometidas por todos estos expertos. Aunque las cifras tomadas de la medicina sobre tasas de 28

l. Introducción

mortalidad, poder diagnóstico de diversas pruebas, etc., eran correctas cuando se realizaron los estudios descritos, no tienen por qué serlo ahora, ya que las técnicas médicas progresan de forma constante. Para nuestro propósito, 10 importante es el estado de los conocimientos en el momento en que se tomó una decisión, ya que sólo se puede demostrar que un médico ha actuado de forma irracional a la luz de los conocimientos de que dispone. Al describir los experimentos psicológicos no he empleado apenas términos técnicos, pero hay tres que aparecen de forma recurrente. Un sujeto es la persona sobre la que se realiza el experimento. Los sujetos suelen ser voluntarios, pero pueden ser estudiantes universitarios que se sientan presionados a presentarse «voluntarios» por sus profesores o a quienes se les diga que actuar de sujetos es parte esencial del curso. Además, hay personas que son sujetos de un experimento sin saberlo. Puede que el experimentador escenifique hábilmente un accidente de coche y observe, desde el otro lado de la calle, a los que pasan de largo y a los que se detienen a ayudar; o puede que se acuda sin pensarlo mucho a un grupo cuyo objetivo declarado es perder peso, aunque el real sea mucho más siniestro. En la actualidad, se requiere ser extremadamente prudente para no ser presa del ansia de los psicólogos sociales en busca de sujetos. El segundo término es cómplice o aliado. El cómplice actúa como si fuera un sujeto del experimento, engañando a los sujetos que realmente toman parte en él, o asume otro falso papel predeterminado. El experimentador 29

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instruye al cómplice para que hable y actúe de un modo concreto y poder registrar los efectos sobre la conducta de los sujetos reales. Los cómplices pueden aparecer en cualquier parte: la camarera que nos tira encima un plato de sopa, el dependiente que nos da el cambio equivocado o el tipo sentado a nuestro lado en el teatro que grita: «¡Fuego!)). Todos pueden ser cómplices. No hay modo conocido de defenderse de ellos, pero, en tales circunstancias, conviene mantenerse ojo avizor por si alguien de aspecto de profesor y con una libreta en la mano está al acecho en las proximidades. Casi todos los psicólogos tienen como norma rendir informes a sus sujetos. La expresión, tal como se usa en psicología, tiene casi el sentido contrario al que le confieren los militares: al final del experimento, se le explica al sujeto en qué ha consistido, sobre todo cuando se ha empleado el engaño. Si, como suele suceder, se le ha inducido a realizar algo vergonzoso o su actuación en una prueba ha sido muy mala, se le dice que no es peor que la de los demás y se le despide tranquilamente con una palmadita en la espalda. La información que nos interesa es la que se le da al sujeto a mitad de un experimento para descubrir el efecto en su actuación posterior. En muchos de los estudios que se citan en el libro interviene el engaño, ya que los psicólogos, especialmente los psicólogos sociales, actúan con malicia. Tales engaños pueden inquietar a los lectores. Personalmente, no tengo opinión al respecto: lo mejor que se me ocurre es que si a un sujeto se le engaña para que actúe de forma vergonzosa en un experimento, es posible que aprenda algo de la experiencia. Muchos experimentadores refieren que sus su3°

1. Introducción

jetos les dieron las gracias por la interesante y saludable experiencia, pero ¿qué otra cosa iban a decir? Suele ser habitual terminar la introducción haciendo un resumen detallado de los capítulos que siguen. Puesto que no es mi intención facilitarle la vida al lector evitándole la necesidad de seguir leyendo, no vaya hacerlo. No obstante, he aquí un bosquejo de la organización del libro. El capítulo 2 trata de la razón predominante de los errores de pensamiento, que desempeña una función en muchos de los demás errores que se describen posteriormente en el libro. Los siete capítulos siguientes tratan de las causas sociales y emocionales de la irracionalidad, en tanto que los capítulos del 10 al 19 se refieren a los errores que se producen simplemente por nuestra incapacidad para pensar de forma correcta. Los dos capítulos siguientes describen métodos ideales para manipular las pruebas, que, si se usan, producirían, al menos en teoría, las mejores conclusiones posibles a la luz de los datos disponibles; los resultados obtenidos con tales métodos se comparan con los que se obtienen por intuición, que son gravemente deficientes. El capítulo 22 es un resumen de los errores descritos en los capítulos anteriores; en él se demuestra cómo se explica la extendida e irracional creencia en lo paranormal. En el último capítulo se examinan las causas profundas de la irracionalidad en términos de la historia evolutiva y la naturaleza del cerebro, y se considera lo que se puede hacer para fomentar la racionalidad, lo cual no resulta una tarea sencilla. Termino planteando la pregunta: «¿Es la racionalidad realmente necesaria o deseable?».

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2. La impresión equivocada

El personaje principal de la película Tiburón era un escualo devorador de hombres. La proyección de la película provocó una brusca disminución del número de bañistas en la costa de California, donde, de vez en cuando, aparece un úburón cerca de la playa. Se calcula que el riesgo de que un tiburón ataque a un nadador es mucho menor que el que éste corre de morir en un accidente de coche de camino a la playa. No tenemos en cuenta los hechos reales, sino los que nos producen mayor impresión o los primeros que se nos ocurren. Como ejemplo adicional, vamos a examinar estas dos preguntas: ¿hay más palabras que empiezan por «D) o más en las que esta letra aparece en la tercera posición?; ¿hay más palabras que empiezan por «k» o más en las que esta letra aparece en la tercera posición?l. A no ser que nos demos cuenta de que hay gato encerrado, es probable que nos inclinemos por la primera alternativa en am32

2. La impresión equivocada

bas preguntas. Pero nos equivocaríamos; hay más palabras en las que la «r» o la «k» aparece en tercera posición que palabras que comiencen por dichas letras. El error se debe a que las palabras, tanto en los diccionarios como en la mente, se hallan ordenadas por su letra inicial. Es fácil recordar palabras que empiecen por «r», como «roar», «rusty» y «ribald» [rugir, herrumbriento y procaz], pero mucho más difícil recuperar palabras como «street», «care» y «borrow» [calle, cuidado, tomar prestado], a pesar de su mayor frecuencia. Por si acaso el lector considera que este experimento es injusto, porque no se puede saber la respuesta sin contar las palabras en el diccionario, he aquí una variante que no implica dicho conocimiento. La pregunta es: ¿hay más palabras terminadas en «-ing» que palabras cuya penúltima letra sea la «n»?; la mayor parte de las personas cree que la terminación en «ing» es más común, pero, en realidad, la «n» es más frecuente, puesto que todas las terminaciones en «ing» tienen la «n» como penúltima letra, a las que hay que añadir muchas otras palabras (como «fine» [bien]). Recordamos con más rapidez palabras terminadas en «ing» y no nos detenemos a considerar el sencillo argumento que acabamos de exponer. Juzgar basándose en lo primero que a uno se le ocurre se denomina «error de disponibilidad»2. Es el primero que he descrito porque invade todo tipo de razonamiento y, como veremos en el resto del libro, muchos otros errores específicos son, en realidad, ejemplos adicionales de este error. Supongamos que estamos pensando en compramos un coche y se lo decimos a un amigo. Éste nos hace una elogiosa descripción del suyo. Muy impre33

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sionados, nos apresuramos a comprar el mismo modelo, que resulta ser totalmente impredecible además de consumir cantidades increíbles de gasolina. La inmediatez y disponibilidad de la descripción de nuestro amigo nos ha hecho olvidar todas las estadísticas de las revistas de consumidores. Por otra parte, hemos cometido un segundo error común, del que hablaremos más adelante: por muy bueno que sea el coche de nuestro amigo, puede no ser representativo de ese modelo en general. No hay dos coches del mismo tipo con el mismo rendimiento y es posible que nuestro amigo simplemente haya tenido suerte. Hay decenas de experimentos que demuestran la existencia de un razonamiento defectuoso provocado por el error de disponibilidad. Un caso extremo es el de un grupo de sujetos que tuvieron que aprender una lista de palabras (tarea que los psicólogos adoran). Las palabras eran las mismas para todos los sujetos, exceptuando cuatro de ellas que, en el caso del primer grupo, eran términos elogiosos (audaz, seguro de sí mismo, independiente y tenaz) y, en el del segundo grupo, eran términos despreciativos (descuidado, altivo, distante y obstinado). Tras aprender las palabras, todos los sujetos leyeron un relato corto sobre un joven que tenía aficiones peligrosas, poseía un elevado concepto de sus capacidades, tenía pocos amigos y rara vez cambiaba de opinión después de haber tomado una decisión. Por último, los sujetos tuvieron que evaluarlo. Aunque se había dejado muy claro que la lista anterior de palabras no tenía nada que ver con el joven de la historia, los que habían aprendido los adjetivos favorables expresaron una opinión 34

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mucho más posiúva sobre él que los que habían aprendido los adjeúvos desfavorables. Las palabras se hallaban en sus mentes (estaban disponibles) cuando leyeron la historia y habían influido en sus interpretaciones. Si hay elementos, como las palabras que se aprendieron en este experimento, que influyen en la interpretación de algo que no Úene nada que ver con ellas, ¿cómo será de importante la influencia de aspectos sobresalientes de una situación que están ínúmamente relacionados con lo que se juzgue? Para describir el siguiente experimento hay que explicar un juego diabólico denominado el «dilema del prisionero», que se plantea de este modo: hay dos personas en prisión por un delito que se cree que han cometido juntas. El director de la prisión les comunica que la longitud de su condena dependerá, de una forma muy complicada, de que confiesen su delito. Les dice lo siguiente: 1. Si uno confiesa y el otro no, el que confiesa queda libre y el otro recibe una condena de veinte años. 2. Si ninguno de los dos confiesa, se les condena a ambos a dos años de prisión. 3. Si confiesan ambos, cada uno pasa cinco años en la cárcel. El dilema al que se enfrentan los presos es si deben confesar o no (están en celdas distintas y ninguno de los dos sabe lo que hará el otro). Lo mejor es que ninguno confiese, porque el tiempo conjunto que pasarán en prisión es de cuatro años. Pero no confesar es peligroso, ya que si uno de los dos confiesa, el que no lo haga pasará veinte años en prisión. 35

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Este juego no se halla tan alejado de la vida real como a primera vista podría parecer. Es evidente que, a largo plazo, todos los países se verían beneficiados por la disminución de las emisiones de dióxido de carbono, que constituye la causa principal del efecto invernadero, cuyos resultados pueden ser desastrosos. Por otra parte, dicha disminución es cara: supone emplear menos combustibles fósiles o menos energía. Si todos los países se ponen de acuerdo, todos se benefician. Pero si algunos se niegan a reducir las emisiones de dióxido de carbono (como es el caso de Estados Unidos en la actualidad), y la mayoría está de acuerdo en reducirlas, los que se nieguen se beneficiarán por partida doble: por ahorrarse los costos de reducir las emisiones y por la disminución de la magnitud del efecto invernadero provocada por la reducción de las emisiones de los demás países. Por poner un ejemplo más prosaico, la gente tiene que decidir si riega a escondidas el jardín en tiempos de sequía. Si todos lo hicieran, las reservas de agua podrían agotarse, con resultados desastrosos para todos. Si sólo algunos actuaran de forma antisocial, se beneficiarían a expensas de una pequeña pérdida para la comunidad. Estas situaciones son totalmente equiparables al dilema del prisionero, juego que los psicólogos suelen usar para medir la disposición a colaborar. Realizar la elección que, tomada por ambos, conduce a la mínima pérdida para los dos, se denomina «elección de colaboración»; la otra es «de abandono»: que la realice uno de los dos supone una gran pérdida para el otro, en el caso de que éste colabore. El juego ha creado infinitas especulaciones entre los filósofos porque no está claro cuál sería la actitud racio36

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nal. Hasta hace poco, el enigma seguía sin resolverse. Incluso si nuestro oponente ha colaborado durante cierto tiempo, no sabemos cuándo dejará de hacerlo, lo que se traduce en una importante pena para nosotros, en el caso de que estemos colaborando. Ahora disponemos de indicaciones del mejor modo de jugar. Una estrategia es cualquier regla adoptada por un jugador durante varias jugadas contra el mismo oponente; por ejemplo, «abandonarlo siempre» o «abandonarlo al azar la mitad de las veces y colaborar la otra mitad»}. En un reciente estudio, matemáticos y otros expertos propusieron un elevado número de estrategias diversas, que se compararon entre sí en un ordenador. La mejor estrategia, es decir, la que potencia al máximo las ganancias de un jugador frente a todas las demás analizadas, fue la de «colaborar en la primera jugada y después copiar lo que el contrario haga en su último movimiento». Esta estrategia castiga al contrario cuando abandona y le recompensa cuando colabora. Su éxito es especialmente interesante, ya que indica que comportarse de forma altruista (a veces) supone la máxima ganancia para quien lo hace. La conducta altruista, cuya existencia ha supuesto un enigma para los teóricos de la evolución, puede contribuir a conseguir los propios fines y, por tanto, a sobrevivir. Aunque en la vida real rara vez se produce el dilema del prisionero más de una vez de la misma forma, sí tiene lugar una y otra vez de formas distintas. De ahí que la estrategia apuntada probablemente siga siendo la mejor. En los experimentos, la condena a prisión es sustituida por recompensa o castigos monetarios, aunque sólo sea para que resulte más fácil encontrar voluntarios que ha37

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gan de sujetos. Los «prisioneros» suelen encontrarse con dos botones (les llamaremos C y A, por cooperar y abandonar) y reciben normas como: Si ambos oprimen C, cada uno recibe 5 libras. Si uno oprime C y el otro A, las dos tienen 10 libras de multa. Si ambos oprimen A, la multa es de 1 libra a cada uno. En el experimento que aquí nos interesa4, un grupo de sujetos escuchó un conmovedor programa de radio sobre una persona que había donado un riñón a un completo desconocido que necesitaba un trasplante, en tanto que el otro grupo de sujetos escuchó el relato de una conducta especialmente repugnante, a saber, una atrocidad urbana. Seguidamente, los sujetos tuvieron que jugar, por parejas, al dilema del prisionero. Los que habían escuchado la conmovedora historia del trasplante de riñón colaboraron mucho más que los que habían escuchado el relato de la atrocidad, a pesar de que las historias nada tenían que ver con el juego. De nuevo se comprueba que las experiencias recientes, aun cuando son irrelevantes, influyen en el mayor o menor grado de egoísmo de la conducta. He aquí otro ejemplo, muy distinto pero igualmente irracional, de un juicio defectuoso directamente provocado por el error de disponibilidad5 • Se leyeron a los sujetos listas de nombres de hombre y de mujer, algunos de ellos ficticios, otros de personas famosas. Todos constaban del nombre y el apellido, por lo que el sexo era evidente. Cada lista contenía aproximadamente un 50% de

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nombres femeninos y un 50% de nombres masculinos, y los sujetos tenían que juzgar si había más nombres de hombre o de mujer. Cuando los hombres eran todos famosos, como Winston Churchill o John F. Kennedy, y las mujeres no eran conocidas, los sujetos creyeron que había más hombres que mujeres, y viceversa cuando las mujeres eran famosas y los hombres desconocidos. Los nombres de personas importantes producían mayor impresión (estaban más disponibles) que los de personas desconocidas, y los juicios se basaban en este factor en vez de en la frecuencia real de los hombres y mujeres de las listas. Antes de comentar lo que hace que un material esté disponible, hay que examinar varios ejemplos del hábil uso del error de disponibilidad en la vida real. Los organizadores del juego de la lotería dan el máximo de publicidad a los ganadores anteriores y, por supuesto, nada dicen de la gran mayoría que no ha ganado premio alguno. Al hacer publicidad de los ganadores, consiguen que el hecho de ganar sea lo que está más presente en la mente de los posibles compradores de billetes y les hacen creer que tienen mayores probabilidades de ganar de las que en realidad tienen. De modo similar, el ruido de monedas que emiten las máquinas tragaperras está destinado a llamar la atención hacia la posibilidad de ganar dinero; otras veces, la máquina mantiene un silencio absoluto. De la tendencia de las personas a basar sus juicios en lo que está disponible se aprovechan todos los tenderos del mundo, así como, por lo demás, respetables editoriales. ¿Es más probable que compremos un libro que vale 5,95 39

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libras u otro que cuesta 6? La cifra importante es la cantidad de libras, por lo que se halla más disponible que la de los peniques, y la gente se aferra a ella sin tener en cuenta que, en este caso, sólo hay una diferencia de precio de cinco peniques. Cabe preguntarse qué convierte algo en «disponible». Los experimentos citados demuestran que está disponible el material recientemente presentado, pero también se ha hallado que resulta disponible todo lo que produce una emoción intensa, lo que es espectacular, lo que lleva a la formación de imágenes y lo concreto frente a lo abstracto. Un asesinato cometido por un musulmán o un japonés recibe mucha más atención en la prensa que el que comete el señor Pérez; es más exótico, menos habitual y, por tanto, está más disponible. Además, es más probable que los musulmanes o los japoneses provoquen sentimientos más intensos que el señor Pérez. Se ha realizado una ingente cantidad de trabajo sobre las imágenes, que afectan a todos los aspectos de la vida mental 6• Si alguien tiene que aprender a emparejar dos palabras -por ejemplo, a decir «coche» cuando se presenta «perro»-, lo aprende mucho más deprisa si se le dice que forme una imagen que conecte los dos elementos de la pareja, por ejemplo, imaginar un perro sentado en un coche. Las personas tienen una increíble capacidad de recordar imágenes7 • Tras haberles mostrado una sola vez 10.000 fotografías, son capaces de reconocer correctamente casi todas una semana después, lo cual contrasta con la mala memoria para las palabras aisladas. Más adelante, en este capítulo, 40

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ilustraré el poder de las imágenes para provocar respuestas irracionales en el uso que de ellas se hace en la publicidad. Hay varios experimentos que demuestran que el material concreto se halla más disponible que el abstracto. Uno de ellos también se basó en el dilema del prisioneros. El compañero del sujeto en el juego no era un compañero real, pues era el experimentador quien realizaba sus movimientos, consistentes en una cantidad predeterminada de movimientos de cooperación y de abandono. En una de las posibilidades, el sujeto sabía qué movimientos había hecho su compañero observando cuál de dos luces parpadeaba. En la otra, se le pasaba una nota escrita por una ranura. Se podría pensar que esto no influiría en el concepto que el sujeto tenía de su compañero, pero lo hacía de forma importante. Cuando se pasaban las notas, los sujetos consideraban que sus compañeros realizaban movimientos más deliberados, es decir, con el propósito de cooperar con ellos o abandonarlos. Además, cuando se pasaban notas en vez de comunicarse a través de las luces, los sujetos mostraban más confianza en un compañero que realizara movimientos de cooperación, porque ellos mismos realizaban más movimientos de este tipo en el primer caso que en el segundo. Del mismo modo, desconfiaban más de un compañero que les abandonara cuando había notas que cuando había luces. Es extraordinario que influya tanto en la conducta el hecho de pasar una nota o de que una luz parpadee, pero la nota es un recordatorio concreto de que se está tratando con una persona real, en quien se puede confiar más o menos. 41

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El error de disponibilidad es responsable de un elevado número de juicios irracionales en la vida real. ¿Es peligroso un parque de atracciones? La mayoría de la gente así lo cree. Está la noria, con sus asientos girando precariamente en el aire; la montaña rusa, con sus terroríficas curvas y cambios de velocidad; el pulpo, que nos somete a una enorme fuerza centrífuga, al tiempo que nos zarandea de forma violenta, y otras máquinas que se mueven de diversas formas peligrosas. No obstante, la mayor parte de las personas (entre las que me incluía hasta que recibí la información) están equivocadas. Según un informe del Comité Británico de Salud y Seguridad, montar en bicicleta por una carretera principal durante una hora implica un riesgo cuarenta veces mayor de morir que pasar el mismo tiempo montado en los aparatos de un parque de atracciones, y éstos son siete veces más seguros que conducir un coche. Los accidentes en un parque de atracciones son, desde luego, espectaculares y reciben mucha publicidad: están «disponibles». Se sabe asimismo que se sobrestiman las posibilidades de morir de muerte violenta, por ejemplo en un accidente aéreo o en disturbios callejeros. En un estudi0 9 se halló que la gente cree que tiene el doble de probabilidades de morir en un accidente que de un derrame cerebral, cuando, de hecho, mueren cuarenta personas de un derrame por cada una que muere en un accidente. La razón de esta falsa creencia es que, aunque la mayor parte de las personas muere en la cama, los accidentes aéreos y la violencia aparecen constantemente en los medios de comunicación y son dramáticos, por lo que se hallan «disponibles». 42

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No sólo se sostienen creencias irracionales sobre la frecuencia de la violencia, sino que éstas impulsan a realizar acciones totalmente irracionales. En 1986 descendió de forma acusada el número de turistas estadounidenses en Europa, asustados por una serie de secuestros aéreos a los que se había dado mucha publicidad y, probablemente, por el bombardeo americano de Libia. Pero no tuvieron en cuenta el predominio de los delitos violentos en Estados Unidos (que recibió mucha menos publicidad); de hecho, los estadounidenses que viven en ciudades corrían un riesgo mucho mayor de morir de muerte violenta quedándose en su país. Es la misma negativa irracional a viajar en avión que se produjo durante la Guerra del Golfo. A veces, parece que el error de disponibilidad impulsa a obrar de forma racional. En California, después de un terremoto se incrementa la contratación de pólizas de seguros, pero vuelve a disminuir de forma gradual hasta el siguiente. Sin embargo, esta conducta tampoco es racional, ya que contratar una póliza de seguros debería depender no de cuando haya sido el último terremoto, sino de la probabilidad de que se produzcan en el futuro. Asimismo, después de que se descubriera que la señora Ford y la señora Rockefeller tenían cáncer de mama, grandes cantidades de mujeres americanas corrieron a los hospitales para someterse a pruebas diagnósticas. Hasta entonces habían permanecido insensibles a las advertencias del gobierno de que se hicieran pruebas de forma regular. Hay un ejemplo más cotidiano de los efectos de la disponibilidad, que todo conductor conocerá. El conduc43

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tor que acaba de pasar por delante del lugar de un accidente casi siempre disminuye la velocidad. El accidente hace que esté disponible la posibilidad de sufrir también uno, aunque, por desgracia, el efecto desaparece a los pocos kilómetros. Ver un coche de policía produce el mismo resultado. El error de disponibilidad es tan común en la actividad profesional como en la vida diaria 10. Se sabe que un médico que recientemente ha tratado varios casos de una enfermedad concreta se halla más proclive a diagnosticar dicha enfermedad a pacientes que no la tienen. Esto tendría sentido en el caso de una enfermedad contagiosa, pero el diagnóstico equivocado se produce incluso en las no contagiosas, como la apendicitis ll . Del mismo tipo de error adolecen los agentes de Bolsa que, cuando el mercado sube, recomiendan comprar a sus clientes, y vender cuando baja. Desde el punto de vista estadístico, no hay relación, o muy poca, entre las subidas y bajadas de un día para otro o de una semana a otra, pero el mero hecho de que las acciones suban impulsa a comprarlas. La estrategia correcta es la opuesta; es decir, comprar en periodos de depresión y vender en periodos de alza, aunque no es fácil llevarla a cabo. Los directores de empresa tampoco se libran. En vez de usar todos los datos a su disposición o, aún mejor, buscar nueva información cuando la necesitan, se dejan influir por una conversación a la hora de la comida o una noticia que leen en el periódico. Las estadísticas son abstractas y carecen de color, razón por la que la mayor parte de las personas no les presta atención. Saber que fumar multiplica por diez el 44

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riesgo de padecer cáncer de pulmón tiene poca influencia. Quienes dejan de fumar suelen hacerlo cuando se produce un hecho aislado dramático; por ejemplo, si sufren de neumonía y el médico les dice que es probable que la esté produciendo un cáncer o si un amigo Íntimo muere de cáncer de pulmón. Cabría pensar que la razón de que el hábito de fumar haya disminuido en mayor medida entre los médicos que entre la población en general es que son más inteligentes y conocen las cifras de mortandad que causa el tabaco, además de querer predicar con el ejemplo ante sus pacientes 12 • Una encuesta a gran escala realizada a médicos demostró que se trata de una visión muy idealizada. Han dejado de fumar los médicos que han estado más expuestos a los efectos del tabaco, por ejemplo los especialistas del aparato respiratorio y los radiólogos. Pero el hecho de fumar se ha reducido mucho menos en otras especialidades y en los médicos de cabecera. Las estadísticas sobre el tabaco no tienen, ni siquiera para los médicos, la misma inmediatez que ver morir a alguien a causa del hábito de fumar. Se suele decir que la primera impresión es la que cuenta, lo cual estaría en conflicto con el «error de disponibilidad», según el cual, lo que ha sucedido en último lugar es lo que más presente se haIla en la mente y, por tanto, lo más importante. Antes de resolver esta paradoja, debemos examinar los datos sobre la importancia de las primeras impresiones 13 • Uno de los primeros experimentos sobre este tema fue el que realizó Saloman Asch en Estados Unidos. Pidió a los sujetos que evaluaran a una persona basándose en 45

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una lista de seis adjetivos que la describían. Podía decírseles, por ejemplo, que era «inteligente, trabajadora, impulsiva, crítica, obstinada y envidiosa». A otros sujetos se les daban las mismas palabras pero en sentido contrario: «envidiosa, obstinada, crítica, impulsiva, trabajadora e inteligente». Después, todos los sujetos tenían que rellenar una hoja de evaluación de la persona. Por ejemplo, debían indicar hasta qué punto creían que era feliz, sociable, etc. Los sujetos que habían oído la primera lista, que empezaba con adjetivos favorables, dieron una evaluación más elevada de la persona que los que habían recibido la lista que empezaba con ténninos despreciativos. Este efecto -hallarse más influido por los elementos iniciales que por los finales- se denomina «error de primacía» y tiene dos posibles explicaciones. En primer lugar, en el experimento de Asch, es posible que, cuando los sujetos oyeran las primeras palabras, comenzaran a construir una imagen mental de la persona, intentando seguidamente ajustar las palabras posteriores a dicha imagen. Un sujeto que hubiera oído que la persona era inteligente o trabajadora podía pensar que «impulsivo» significa espontáneo y considerarlo como algo bueno, en tanto que quien hubiera oído los adjetivos negativos «envidioso» y «obstinado» pensaría que «impulsivo» significaba actuar de fonna precipitada y sin reflexionar. La otra posibilidad es que, cuando las personas asimilan infonnación, su atención se dispersa y, por tanto, están más influidos por los primeros elementos que reciben que por los últimosl 4 • Un ingenioso experimento indica que tal explicación no es correcta. Los sujetos vie-

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ron a un cómplice del experimentador resolver treinta anagramas consecutivos. El cómplice, que sabía las respuestas, siempre resolvía exactamente la mitad de los anagramas, pero muchos al principio y unos cuantos al final o viceversa. A los sujetos se les preguntó seguidamente cuántos anagramas había resuelto la persona que habían observado. Cuando había resuelto más anagramas de los primeros, creyeron que había resuelto más en total que cuando había solucionado más de los finales. Éste es otro ejemplo de la importancia de las impresiones iniciales, pero la parte inteligente del experimento es que se pidió a los sujetos que adivinaran después de cada anagrama si la persona iba a resolver el siguiente. Tenían que prestar atención de forma continua, ya que lo que adivinaban cambiaba a medida que variaba el número de anagramas resueltos: a veces, cuando se resolvían muchos anagramas, tendían a pensar que también se resolvería el siguiente, pero cuando se solucionaban pocos, creían que el siguiente no se resolvería. Aunque es evidente que prestaron atención todo el tiempo, los sujetos seguían creyendo que se habían resuelto más anagramas en total si los que se habían solucionado aparecían fundamentalmente al principio que si lo hacían al final. Por tanto, la falta de atención a los elementos finales no es la causa del error de primacía. Estos y muchos otros experimentos indican que las creencias se forman a partir de primeras impresiones y que la información posterior se interpreta a la luz de tales creencias. No hay, sin embargo, conflicto entre el error de primacía y el efecto de lo reciente sobre la disponibilidad. El error de primacía se produce porque, 47

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cuando se presenta material relacionado (como el artículo de un periódico), la interpretación del material inicial influye en la del final. Por otra parte, el efecto de lo reciente tiene lugar cuando el material no está relacionado, circunstancia en que tendemos a dejarnos influir por lo que hemos visto u oído más recientemente. Cabe considerar el error de primacía como una forma del error de disponibilidad: los elementos iniciales están inmediatamente disponibles en la mente cuando nos llega el resto. Al emitir un juicio, lo que importa no son los elementos reales, sino el significado que les conferimos, significado que puede verse alterado por el primer material que nos llega, sobre todo si es relevante para el resto. Este error se relaciona con otro sesgo del pensamiento que se tratará en un capítulo posterior, en el que se demostrará que, por diversas razones, nos solemos aferrar tenazmente a nuestras creencias y tratamos por todos los medios de no descubrir que pueden ser erróneas. El error de primacía tiene importantes consecuencias para la vida cotidiana. Si conocemos a alguien cuando está enfadado, es probable que nos predispongamos en su contra, a pesar de que luego se comporte de fonna más agradable. Se ha demostrado1 5 que los entrevistadores se forman una opinión del candidato en el primer minuto y dedican el resto de la entrevista a confinnar dicha impresión. Al escribir un libro, hay que asegurarse de que el comienzo sea muy bueno. (Entre paréntesis: pocas personas terminan los libros que empiezan, así que, en general, no importa que el último capítulo sea una jerigonza incomprensible.) Al redactar un examen, hay

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que asegurarse de que el primer párrafo sea muy bueno; y si un médico diagnostica a un paciente, tiene que esforzarse por considerar tanto los últimos síntomas que éste ha descubierto como los primeros. El error de disponibilidad se halla también relacionado con el efecto de halo. Si alguien posee un rasgo positivo destacado (disponible), es probable que los demás consideren el resto de sus rasgos mejor de lo que en realidad son. Los hombres y las mujeres tienden a recibir una elevada evaluación en inteligencia, cualidades atléticas, sentido del humor, etc. En realidad, el aspecto físico tiene poco que ver con tales características y la baja correlación entre ser guapo y ser inteligente no basta para explicar los errores que se cometen al emitir un juicio. A propósito, existe el efecto contrario, que se conoce como el efecto diabólico. La presencia de un rasgo negativo destacado, como el egoísmo, puede disminuir la opinión de los demás sobre el resto de los rasgos de la persona: se tiende a considerarla menos honrada e inteligente de lo que realmente es. Un caso extremo se produjo cuando tuve que formar parte de un jurado que debía juzgar un caso de violación de una menor. Uno de mis compañeros comenzó la sesión haciendo el siguiente comentario sobre el acusado: «No me gusta su aspecto. Creo que debemos declararlo culpable». Quienes se hallan influidos por el efecto de halo no tienen conciencia del modo en que les afecta. Una de las consecuencias más extraordinarias del efecto de halo se produce en el blackjack l6 . Si, en el casino, la primera carta que muestra el que las reparte es un as, cualquier jugador puede «asegurarse», es decir, hacer 49

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una apuesta adicional de más de la mitad de la original. Si el que reparte saca un blackjack, el jugador recibe el doble del valor de su apuesta adicional; en caso contrario, pierde todo. Un sencillo cálculo demuestra que, a menos que haya contado las cartas, el jugador perderá una media del 7,7% del dinero apostado como «seguro». Sin embargo, Willem Wagenaar demostró que, en un casino holandés, la mayor parte de los jugadores se aseguraba a veces y el 12% lo hacía siempre. Concluye que la única explicación de esta conducta irracional es que la palabra «seguro» llevaba a los jugadores a creer que era lo más prudente que podían hacer l7 . El efecto de halo tiene otras consecuencias perjudiciales. En un estudio, los mismos exámenes se escribieron dos veces, una con buena letra y otra con mala letra. Seguidamente se entregaron a dos grupos de examinadores: todos vieron todos los exámenes, la mitad con buena letra y la otra mitad con mala letra. Por término medio, los exámenes escritos con buena letra obtuvieron calificaciones mucho más altas que los otros. Un experimento similar tuvo resultados aún más terribles l8 • Cuando el mismo examen se le presentó a los examinadores con un nombre masculino o femenino, obtuvo mejores notas cuando el examinador creía que era un hombre quien lo había escrito. Durante muchos años, en la industria de la publicidad se ha hecho buen uso (o malo, depende del punto de vista) del efecto de halo. Una lata de refresco de naranja con el nombre de «S un bies sed» [bendecida por el sol] evoca visiones de naranjas que maduran al sol del Mediterráneo, efecto que puede incrementarse si 5°

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en la lata aparece el dibujo de seductores árboles cargados de naranjas de brillantes colores. ¿Y por qué no completarlo con una playa? Al posible comprador se le borra el contenido de la lata, gracias a los atributos que sugieren el nombre y el dibujo, y espera que sea delicioso, tanto si lo es como si no. De hecho, es posible que le sepa mejor de lo que realmente sabe, porque le añade un conjunto de expectativas -naranjas jugosas y maduras y un ambiente de vacaciones- que influye en el sabor. No obstante, en la mayor parte de los productos son irrelevantes el nombre y el envase, salvo si indican que el fabricante ha tenido el buen sentido de elegir una buena agencia de publicidad o de envasado. Aunque hace sesenta años que se conoce el efecto de halo, es notable la poca atención que se le ha prestado. Es muy reciente que los exámenes lleven número en vez de nombre, método que, gracias a los administradores universitarios, deviene inútil, pues suelen numerar los exámenes por orden alfabético, posiblemente por temor a que los examinadores no sepan contar. Una de las formas más perjudiciales del efecto de halo a la que no se presta atención es el predominio prácticamente universal de la entrevista como medio de selección, ya sea de personal hospitalario, estudiantes universitarios, oficiales del ejército, policías, funcionarios, etc. Voy a demostrar más adelante que la inmensa mayoría de las entrevistas no sirve para nada y que dicho procedimiento puede disminuir las posibilidades de elegir al candidato correcto. Esto se debe, en parte, al efecto de halo: al entrevistador le influyen demasiado aspectos comparativamente 51

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triviales, aunque destacados, del entrevistado, que afectan su forma de juzgar el resto de sus características. Se podría pensar que en un tema científico no tiene lugar el efecto de halo 19 • Por desgracia, no es así. Cuando un científico o, generalmente, varios científicos envían un artículo a una publicación erudita, ésta debe decidir si lo acepta o no. Normalmente, envía el artículo a dos o tres asesores, elegidos por ser expertos en el campo, generalmente muy limitado, que cubre el artículo. El editor decide publicarlo basándose en los informes de estos expertos. En 1982, dos psicólogos publicaron la descripción de un truco revelador. Seleccionaron doce artículos publicados en doce famosas revistas de psicología, escritos por miembros de los diez departamentos de psicología más prestigiosos de Estados Unidos, corno Harvard o Princeton, por lo que sus autores era,n. eminentes psicólogos. A continuación cambiaron los nombres de los autores por otros inventados, a los que situaron en universidades imaginarias, corno el Centro Tri-Valley para el Potencial Humano. Luego repasaron atentamente los artículos y, cuando encontraban un párrafo que podía dar una pista sobre su verdadero autor, lo modificaban ligeramente, pero sin alterar el contenido básico. Pasaron a máquina los artículos y los enviaron con los nombres y las universidades falsos a las mismas revistas que originalmente los habían publicado. Sólo tres de ellas descubrieron que ya habían publicado el artículo, lo cual supone un grave lapsus de memoria por parte de los editores y de sus asesores, pero la memoria es falible. Sin embargo, lo peor estaba por venir: ocho de los nueve artículos restantes, todos ellos previa52

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mente publicados, fueron rechazados. Además, todos y cada uno de los dieciséis asesores y de los ocho editores que leyeron los artículos afirmaron que el artículo que habían exanúnado no reunía méritos para su publicación. He aquí un sorprendente ejemplo del error de disponibilidad, que indica que, a la hora de decidir sobre la publicación de un artículo, los asesores y los editores prestan más atención al nombre del autor y a la categoría de la institución a la que pertenece que a su contenido científico. Cabría pensar que semejante sesgo no podría producirse en un tema verdaderamente riguroso como la física. Pero una revisión de sesgos, basada en 619 artículos publicados en revistas de física, concluye que «conseguir publicar puede a veces ser más fácil» si se Harris, al negarse a cambiar de opinión ante las pruebas en contra, provocaron muchas muertes innecesarias. Hay médicos que, a causa de su desconocimiento del cálculo de probabilidades, someten de modo innecesario a muchas mujeres a una desagradable biopsia, en tanto que otros son responsables de las muertes de mujeres mayores a causa de una fractura ósea por su negativa a administrarles estrógenos. Muchos se niegan a emplear sistemas informáticos que poseen mejores facultades de diagnóstico que las suyas. Los funcionarios siguen derrochando el dinero pú418

23. Causas, curas y costes

blico debido a un sistema irracional que pennite la pereza, el apego a la tradición y el autoengrandecimiento. Los ingenieros no suelen reflexionar lo suficiente sobre los riesgos de los sistemas que diseñan, lo que se traduce en muchas muertes. Incluso la decisión de una universidad de admiúr o no a un candidato es importante, al menos para éste, pero no se toma del modo que ha demostrado ser el mejor. Una fonna de sortear la ineptitud es emplear métodos matemáticos de toma de decisiones cuando se demuestre que son más eficaces que las falibles intuiciones humanas. Se trata, sin lugar a dudas, de una clave mejor para triunfar en el terreno profesional que toda la formación estadística que se pueda recibir, aunque ésta debería impartirse en cualquier caso. Los efectos de la irracionalidad son menores en la toma de decisiones personales que en el terreno profesional, y en muchos casos sólo afectan de fonna marginal a la vida privada. A fin de cuentas, las decisiones personales, en su mayor parte, son bastante triviales. ¿Qué importa que se tomen judías blancas o espaguetis para cenar, pasar la tarde en casa o ir al teatro, marcharse de vacaciones a París, Munich o la Costa Brava? Tampoco importa demasiado comprar un mal coche, aunque sea claramente un fastidio. Se toman muy pocas decisiones privadas que sean importantes. Para la mayoría, se reducen a cuatro: en qué barrio vivir y qué casa comprar; qué carrera seguir y qué opción elegir dentro de ella; con quién vivir, si se pretende vivir con alguien, y cuándo dejar de hacerlo; tener o no tener hijos (algo que en muchas ocasiones resulta involuntario). En todas estas eleccio419

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nes suele haber muchos elementos desconocidos, lo que implica que el pensamiento racional sólo incrementa de forma marginal la probabilidad de una decisión acertada. Aún está por decidir que la aplicación de la teoría de la utilidad sirva para que las parejas sean más felices. Cabe incluso preguntarse si es deseable que todos sean completamente racionales. Valoramos la espontaneidad, pero, como hemos visto, la toma de decisiones racional lleva tiempo. Cuando dos amantes se encuentran, aprecian más un beso cuando es espontáneo que cuando es producto de una detenida reflexión. Hay dos razones para valorar la espontaneidad. La primera es que un gesto emocional no nos parece sincero si no es espontáneo. Sentir la emoción que se pretende sentir se demuestra por la rapidez con que se manifiesta. Detenerse a pensar en ella implica que verdaderamente no se siente: la respuesta es afectada en vez de genuina. La segunda razón es que quien reflexiona en exceso, preocupado únicamente por tomar la mejor decisión, puede ser muy aburrido. Cae en prolongados silencios mientras considera lo que es más correcto decir, y su búsqueda de la decisión racional puede traducir:se en una irritante vacilación. Un exceso de precaución a veces hace que una persona no sea simpática. La generosidad, para ser verdadera, debe provenir del corazón, no del cerebro. La espontaneidad, sin embargo, plantea problemas. Admirar las buenas acciones espontáneas no nos impide criticar las malas. Salvo en circunstancias especiales, la manifestación espontánea de la cólera, la frustración, la depresión o la envidia suelen ser muy mal recibidas, y no deberíamos dar rienda suelta a impulsos que nos pro420

23. Causas, curas y costes

porcionen ganancias a corto plazo a expensas de costes a largo plazo. Pero ¿cómo ser espontáneo en lo bueno y no en lo malo? La dificultad radica en que parece que no es posible seleccionar, sin una detenida reflexión, qué acciones llevar a cabo de forma espontánea y cuáles reprimir, pues no se puede reflexionar y ser espontáneo a un tiempo. Para resolver el dilema volvernos al punto donde comenzarnos. Aristóteles creía que el hombre verdaderamente bueno hace el bien de forma natural, sin obligarse a hacerlo. Se puede adoptar la línea de razonamiento opuesta y afirmar que el hombre verdaderamente bueno es aquel que vence sus malas inclinaciones. Si uno es bueno por naturaleza, es fácil comportarse bien, 10 que -prosigue el razonamiento-- no supone un gran mérito. Pero con independencia de este argumento, 10 cierto es que el hombre que se porta bien de forma natural es una compañía más agradable que el que no deja de darle vueltas a la cabeza, aunque consiga resolver sus dudas. Sigue habiendo otro problema, y es que muy pocos de nosotros, suponiendo que haya alguno, somos buenos por naturaleza; Aristóteles responde a esto de una forma parcial. Creía que la persona forja su propio carácter. Cada vez que nos resistirnos a cometer una mala acción, la resistencia se vuelve más fácil, y cada vez que hacernos algo bueno es más fácil volverlo a hacer. Mediante una práctica sostenida, uno puede llegar a converúrse en un ser que hace 10 correcto de forma espontánea y que también de la misma forma evite 10 malo. Si se ensayan de forma suficiente las razones para ser agradable a nuestra pareja 421

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o para no poner mala cara, y se llevan a cabo a cualquier precio, las acciones se vuelven espontáneas en el futuro. Hay muchas pruebas de que la práctica de un hábito hace que se realice sin pensar; pensemos en la forma automática de conducir de un conductor experimentado. Pero el consejo de Aristóteles sólo lo podría seguir el hombre racional, alguien cuyo fin fuera forjar su carácter de un modo concreto y que aceptara que la cuidadosa selección de sus acciones es el mejor medio para conseguirlo. Para ponerse en la situación de obrar bien sin pensar, es decir, sin considerar qué es lo racional, hay que pasar por un periodo en que se actúe deliberadamente de un modo que moldee el carácter en la línea deseada: en eso consiste realmente la racionalidad.

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Notas

1. Introducción 1. Mande!, A. J., «The psychohiology of transcendence», en Davidson, J. M. Y Davidson, R J., The Psychobiology o/ Consciousness, Nueva York, Plenum, 1980.

2. La impresión equivocada 1. Tversky, A., y Kahneman, D.,
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