SCHEJTMAN Histeria y Otro Goce 3

December 15, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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HISTERIA Y OTRO GOCE 1 

Fabián Schejtman

Tercera Parte: La histérica, del lado lado hombre   “ 

” 

De Tiresias a las histerias

Hemos propuesto que la respuesta de Tiresias a la convocatoria de los dioses del Olimpo -nueve décimos para la mujer, un décimo para el hombre- es un intento por dar una razón -fálica- a la distancia que separa al goce fálico del Otro goce, que Lacan adjetiva como femenino. Pero no puede escribirse la distancia que los aleja -puesto que son inconmensurables- más que al precio de mal-decir el goce Otro. Costo que Tiresias no duda en abonar ubicándose, por lo tanto, del lado hombre de las fórmulas de la sexuación lacanianas. Ahora bien, de Tiresias a las histerias -¡nótese el anagrama que encontramos allí!-, ¿qué diremos de estas últimas? La tercera parte de nuestro trabajo se ocupará pues de este asunto. Por el momento anticipemos que si hay una pregunta histérica que apunta al corazón mismo de lo femenino, veremos que ésta no podrá formularse más que desde el lado hombre de las fórmulas de la sexuación. La pregunta neurótica, la respuesta del fantasma

Partamos de esta contundente afirmación de Lacan en el Seminario 3: “Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes. Diría aún más, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo” (LACAN 1955-56, 254). Como se ve, ya se oponen en ese temprano seminario sobre “Las psicosis” la  pregunta  preg unta por lo femen femenino ino y el ser mujer. mujer. Vere Veremos mos en lo que sigue que es la histérica, histérica,  precisame  prec isamente, nte, la que preg preguntá untándos ndosee qué es una mujer …  se alejaría de serlo. Aunque, indudablemente, indudablemen te, resta la pregunta por lo que sería ese “serlo”. Detengámonos, en principio, en torno de la pregunta misma. Porque es necesario señalar que si una histérica se pregunta qué es ser una mujer, esta pregunta no es sino un modo neurótico de preguntarse. Y la forma neurótica de la pregunta es, como tal, la  pregunta  preg unta no de desple splegada gada.. Así lo afirma L Laca acann en aquel aquel seminario: seminario: “La tópica freudiana del yo muestra cómo una o un histérico, como un obsesivo, usa de su yo para hacer la  pregunta,  preg unta, es decir decir,, pre precisa cisamente mente para no ha hacerla cerla” (ibíd., 249). En efecto, la forma neurótica de la pregunta, por la muerte o el ser -del lado del obsesivo-, por la feminidad -para la histérica-, es la pregunta detenida, la pregunta no desplegada. Y ya que usualmente se insiste en destacar que la estructura de una neurosis es esencialmente una pregunta -como enseña Lacan, por cierto, en el Seminario 3-, 1

 Una primera versión este La trabajo fue publicada Mazzuca, R. (comp.), Schejtman, y Godoy, C., Cizalla del cuerpo y deldealma. neurosis de Freud aenLacan , Berggasse 19, Buenos Aires,F.2002.  

 

subrayemos aquí -también siguiendo a Lacan (cf. p. ej. LACAN 1957, 432)- que la neurosis supone, además, una respuesta anticipada. Agreguemos: anticipada…  para no llegar al lugar en el que aquella pregunta no tiene respuesta. Es que, con Freud podemos recordar que no hay inscripción del órgano genital femenino ni de la propia muerte en el inconsciente. O, para decirlo en términos del propio Lacan: falta “material simbólico” (LACAN 1955-56, 252) para decir de la mujer y de la muerte: S(A) -significante de la falta del Otro-. Tal la escritura lacaniana del lugar, en el Otro del significante, donde la pregunta no tiene respuesta. Pero queda aún, para un ser hablante, una posibilidad para no enfrentarse con ese agujero: “Esa defensa consiste en no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la  pregunta  preg unta” (ibíd., 287). Esto es, no aproximarse al lugar en donde el Otro ya no responde. Localidad exterior y, a la vez, absolutamente íntima del Otro del significante, paraje éxtimo  -si se quiere usar el neologismo de Lacan (cf.   LACAN 1959-60, 171) del que se pone a resguardo el neurótico. Señalamos ahora que, si una neurosis es ya respuesta anticipada, para no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la pregunta, esa respuesta se localiza muy precisamente en el nivel del fantasma. Lo que nos parece claramente legible en el grafo del deseo (cf. p. ej. LACAN 1960). No propondremos una lectura completa y detallad detalladaa del grafo de Lacan, sino que tomaremos algunas cuestiones que nos servirán en nuestro desarrollo. Situemos, en primer lugar, como lo indicamos, en S(A), el punto donde el Otro no responde. Puede observarse adicionalmente que, efectivamente, el vector que llega hasta ese punto va tomando la forma de un signo de pregunta:

Y bien, a ello nos referíamos cuando hablábamos de la pregunta en tanto que “desplegada”. Lacan la formula en ocasiones como un “Che vuoi?” (cf. LACAN 1960, 795) - “¿Qué me quieres?”, o bien, “¿Qué soy para el deseo del Otro?”-. Porque S(A)  puedee leers  pued leersee tamb también ién de ese modo: “deseo del Otro”; además de como lo hicimos: “significante de la falta en el Otro”.  

 

Ahora bien, sin llegar al lugar donde la pregunta no se responde -lo que no le generaría otra cosa que angustia-, el neurótico desvía el recorrido, tomando por el cortocircuito del fantasma -por el “circuito corto”  del fantasma- y respondiendo así la  pregunta  preg unta antic anticipad ipadamen amente, te, es deci decir, r, preg preguntán untándose dose pero sin hace hacerlo, rlo, no desplegan desplegando do el interrogante. La neurosis, en efecto, elige desviarse por la ruta del fantasma ( $◊a) -lo que indicamos en el grafo enseguida con una flecha de trazo grueso-, para no llegar al punto donde el interrogante podría formularse con propiedad: S(A). Hasta allí conduciría, verdaderamente, un preguntar no detenido, una pregunta desplegada: hasta el lugar mismo donde la pregunta no tiene respuesta. Pero la neurosis se decide, antes, por el atajo del fantasma.

Continuando su desarrollo en el Seminario 3, Lacan agrega: “De este modo nos quedamos más tranquilos y, en suma, esa es la característica de la gente normal. No hacemos preguntas, nos lo enseñaron, y por eso estamos aquí ” (LACAN 1955-56, 287). Tal la tranquilidad, en efecto, de la respuesta anticipada en $◊a. Es la manera neurótica de regular el deseo -lo que en el grafo se escribe con una d  minúscula   minúscula -, de sostener el deseo en una “ père  père-ver -version sion” (versión-hacia-el-padre): la del fantasma. Y bien, esa es la perspectiva neurótica, la de esta respuesta anticipada, pero -tal como lo señalamos- también el modo hombre de abordar al Otro, digamos ahora, de  posiciona  posic ionarse rse fren frente te a la falta en el Otro, ta taponá ponándol ndola. a. Por ello esa es es la caracterís característica tica de la “gente normal”... que podemos escribir con Lacan: “gente norme mâle”, gente “normamacho”. La característica de la gente “normachizada ” es, entonces, no hacerse preguntas,  para no alcan alcanzar zar así el lu lugar gar dond dondee es esas as ppregu reguntas ntas no ttiene ienenn respue respuesta: sta: S(A). Más bien las dos grandes neurosis del lado de la “normachidad”  (cf. LACAN 1972)-, como “modos hombre” de sortear la falta en el Otro, responden anticipadamente con “versiones-hacia-el-padre”  -en el fantasma- sin llegar al punto de sin-respuesta que supone el significante de la falta del Otro.  

 

Pero ocurre que las vicisitudes de la vida no consienten muchas veces la tranquilidad dormitiva de tales respuestas anticipadas en las que la neurosis descansa. Contingencias diversas diversas empujan al neurótico al borde del agujero que por todos los medios  pretende  prete nde evitar. Podemos localiza localizarr allí el orden de encu encuentro entro que el psicoanáli psicoanálisis, sis, desde Freud, nombra como traumático. En cualquier caso, caso, se trata del encuentro con lo que logra conmover, hacer tambalear, la respuesta anticipada que el neurótico sostiene a nivel del fantasma. Situamos allí una “vacilación del fantasma” que se sigue del golpe que sufre, por algún encuentro con lo real, “la versión del padre” que aseguraba la homeostasis del sueño neurótico. Agreguemos que este encuentro, siempre contingente, que hace tropezar la  père  père-si n angustia. Más o menos explícita la angustia se cuela por las version” del fantasma no es sin rasgaduras que ha sufrido el velo fantasmático y eventualmente es lo que puede conducir al neurótico a un análisis… para desplegar, ya en ese marco, su pregunta, puesto que “en tanto psicoanalistas, estamos hechos sin embargo para intentar esclarecer a los desdichados que sí se han hecho preguntas” (LACAN 1955-56, 287-288). Así, puede sostenerse que no hay psicoanálisis que no comience por el golpe que sufre la respuesta anticipada que el neurótico da en su fantasma... a una pregunta que aún no ha desplegado. “ 

La respuesta de Dora

Retornemos ahora, de este general, la especificidad de se la histeria  para decir dec ir que si hay allíluego una preg pregunta untarecorrido por la mujer mujer, , laa neurosis neur osis histé histérica rica define, define, exactamente, por el no despliegue de la misma. La histeria no consiste sino en la respuesta anticipada que, desde el lado del hombre se da, en el fantasma, al ¿qué es ser una mujer? De esta manera tapona la histérica la falta en el Otro con una singular versión del  padre.  padr e. Lo que la prove proveee de un marco estable, estable, regula regulado, do, para encarar encarar al Otro -al Otro sexo sexo que es, para hombres y mujeres, el sexo femenino-. Su fantasma le da una razón -fálica-, una “medida” de lo que sería ser mujer. Pero este modo hombre de abordar al Otro sexo, se presenta para cada histérica de una manera absolutamente singular: a partir de su versión del padre, su propia versión de lo que es ser una mujer. Situémoslo para Dora. Es, freudianamente, su tos la que nos abre la vía que nos conduce hacia el fantasma. Como se sabe, Freud puedo leer en dicho síntoma la representación de una “situación de satisfacción sexual  per os  entre las dos personas cuyo vínculo amoroso la  fellatio tio, ocupaba tan de continuo” (FREUD 1905a, 43), su padre y la l a señora K. Fantasía de fella afirma (ibíd., 46); cunnilinguus, corrige Lacan (LACAN 1951, 210). De todos modos, lo que se sostiene es una singular “versión-del-padre” -a partir de su impotencia, por supuesto- lo que nos conduce hacia la respuesta anticipada que propone el fantasma de Dora al interrogante por la mujer. Una mujer se reduce en ese marco -al menos si damos por válida la corrección de Lacan de la interpretación freudiana- a ser “algo a ser chupado”2 -. En “Intervención sobre la transferencia”  Lacan avanza un paso más: “Es aquella imagen, la más lejana que alcanza Dora en su primera infancia [...]: es Dora,  probablem  proba blemente ente toda todavvía ‘infans’, chupándose el pulgar izquierdo, al tiem po que con la mano derecha tironea la oreja de su hermano, un año y medio mayor que ella. Parece que 2 Tomamos

aquí solamente la vertiente oral del fantasma en Dora. Do ra. Para avanzar sobre aquella que pone en

 juego la pulsión invocante, cf. nuestro trabajo “Las fantasías perversas d e los neuróticos: síntoma, fantasía y pulsión ”, en este mismo volumen.  

 

tuviésemos aquí la matriz imaginaria en la que han venido a vaciarse todas las situaciones que Dora ha desarrollado en su vida [...]. Podemos tomar con ella la medida de lo que significan ahora para ella la mujer y el hombre” (LACAN 1951, 209-210). En efecto, a partir de esta escena temprana con el hermano, y en el nivel mismo de esa matriz imaginaria -modo en que Lacan aborda en esta época al fantasma-, podemos “tomar la medida” de lo que son para Dora la mujer y el hombre: “La mujer -continúa Lacan- es el objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral...” (ibíd., 210). De esta manera, Dora también -como Tiresias- intenta responder a una pregunta sin respuesta: la pregunta por lo femenino. El adivino daba, por su parte, su opinión, su medida: nueve décimos, decía, para el lado femenino. Veredicto que no se vierte, lo señalamos, sino desde la perspectiva del hombre. Y bien, Dora, del mismo lado, en su fantasma, anticipa una respuesta, la suya, que ya mide lo que para ella es ser una mujer: “un objeto a ser chupado”. Por cierto, no es otra que la señora K. la que es “degradada ”  hasta esa posición. Porque es preciso subrayar que, en este movimiento, desde su fantasma, Dora aborda al Otro sexo -que la l a señora K. encarna para ella- al “modo hombre”: por la vía de la degradación. Ya hemos destacado que del lado del hombre tal es la manera de suplir la relación sexual que no hay: el fantasma, de ese lado, reduce al Otro femenino a funcionar como objeto a. Lo hicimos, se recordará, a partir de las referencias al marido de la bella carnicera (el carnicero) y al hombre de los lobos. En ambos casos señalamos que se suple la ausencia de  La mujer -y por consiguiente, de la relación sexual- por la relación del sujeto con el a del fantasma. Lo que podemos escribir esta manera, fórmulaal de la “objeto más generalizada degradación ” (FREUD, 1912),ahora parade el modo hombrecomo de abordar Otro

sexo: ($◊a) La Allí queda suficientemente indicado que es la relación del sujeto ( $) con el objeto (a), en el fantasma, lo que suple la inexistencia de  La mujer: La. O también, que el fantasma ($◊a) va al lugar exacto de la ausencia de la relación sexual. O, por último, como lo venimos proponiendo, que el fantasma es ya una respuesta anticipada, desde el lado hombre, para una pregunta que no tiene respuesta. En la histeria, la pregunta por lo femenino. Hacer de hombre

Ahora bien, si la tos de Dora, diciendo de su fantasma, la deja del lado hombre de las fórmulas de la sexuación de Lacan, con Freud llevaremos las cosas aún más lejos, ya que la histérica en este mismo modo hombre de abordar al Otro sexo... hace de hombre. Esto es, se identifica con el hombre. Y es que sólo desde ese lugar -identificada con el hombre-, podrá responderse -anticipadamente-anticipadamente- la pregunta por la mujer.3  3

 En este punto valdría la pena desplegar la oposición que se entrevé entre la identificación en la histeria y lo inidentificable de lo femenino … y su articulación: la solución que la p rimera entrega a lo segundo luego de volverlo mhisterio. De un extremo al otro de la enseñanza de Lacan feminidad e identificación se presentan invariablemente en disyunción: mientras que la identificación es definida siempre como un empuje al Uno, el sexo femenino encarna el lugar de lo Otro. El defecto simbólico para decir de lo femenino deviene imposibilidad de clasificarlo, no es posible “identifijar ”  a una mujer en una clase  La  mujer. Pero la his teria… intenta. Para un abordaje más amplio de este asunto, cf. cerrada: no hay2002. SCHEJTMAN  

 

Así es que Dora, nos dice Freud, tose como su padre: identificación del segundo tipo - descripta en “Psicología de las masas y análisis del yo ”-: con un rasgo del objeto amado (cf. FREUD 1921, 100)4. Y es desde esa identificación con el padre que ella aborda a la señora K. como “objeto a ser chupado”. Lo hace entonces desde la posición que en su fantasma le endilga al padre, ya que -si seguimos la rectificación lacanianalacaniana- él es allí quien chupa. Dora, en verdad, se identifica -así lo señala Lacan (cf. LACAN 1951)- con todos los hombres del historial: con su padre, con el señor K., con su hermano, con aquel joven ingeniero del segundo sueño, en fin, con Freud mismo. Los hombres no son, para ella, más que meros intermediarios, “testaferros”  para que, desde su lugar, la histérica Dora se formule su pregunta por la mujer, esto es, para que desde allí la responda anticipadamente con su fantasma. Sólo aborda a la otra -en la que adora el mhisterio  de lo femenino-, haciendo de hombre. Es por eso que muchas veces -especialmente en el posfreudismo- se le pudo interpretar a la histérica una supuesta “homosexualidad latente”. Recordemos que no haberla señalado en Dora es uno de los errores que Freud mismo se endilga (cf. FREUD 1905, 104-105, n. 7). Pero Lacan no plantea interpretar esta adoración de la otra en la histérica en el sentido de una tal homosexualidad -lo que, por otra parte, de ninguna manera es un obstáculo para ello-, pero destaca ahí su intento de hallar a una mujer que encarne aquel mhisterio femenino, o que se avenga sin más a jugar el juego volviéndose objeto del deseo de un hombre, según su fantasma: el de la histérica. Porque, como indicamos, al lugar objeto a en20su  (cf. fantasma que ella conduce a laLacan otra. señala que la Por es ello, en sudeSeminario LACAN 1972-73, 103), histérica es “homo-sexuada” derivando a ese “homo” del latín “homo-hominis” (hombre) antes que del griego “homo”  (que denota igualdad): la posiciona del lado hombre de las fórmulas de la sexuación. Puesto que nada impide que un ser hablante que se nombre mujer elija situarse de ese lado, lo que sucede asimismo con uno que se nombre hombre respecto del otro. Sin ser simétricos, ello es electivo en el planteo del Seminario 20.  En “El psicoanálisis y su enseñanza” Lacan aporta algunos otros desarrollos sobre la cuestión. Afirma allí que la histérica captura a la otra mujer “...por los oficios de un hombre de paja, sustituto del otro imaginario en el que se ha enajenado menos que ha quedado ante él detenida [en souffrance]” (LACAN 1957, 434). En este texto, como se ve, ya no se subraya tanto la identificación con el hombre, sino la detención, la “demora sufriente” de la histérica frente al mismo. Pero ¿qué detiene la histérica, demorándose ella misma en el lugar de ese testaferro, sino su pregunta como tal? Es el despliegue de su interrogante por lo femenino lo que se ve detenido, demorado. Estanca su pregunta, podemos decir, en la respuesta anticipada que da en su fantasma... desde el lugar del hombre. De todo ello, señalémoslo ahora, el psicoanálisis supone algún orden de rectificación. En efecto, ¿qué posibilitaría el análisis de una histérica sino la puesta en cuestión -cuando no la caída- de tales identificaciones viriles que hacen a su demora sufriente? El análisis se orienta, digamos, a contramano de la neurosis histérica -lo que no quiere decir, sin embargo, hacerle la contra-, acompañando a la demorada en la tarea de aflojar esas respuestas identificatorias que la amarran al lado hombre. ¿Eso la conduciría necesariamente al Otro lado, le permitiría acceder al Otro goce, femenino? Nada lo asegura. Precisamente, Precisamente, el Otro goce no es necesario: sólo se soporta de la contingencia. contingencia. Volviendo a “El psicoanálisis y su enseñanza”, es la cuestión del goce, justamente, la que comienza a plantearse: “Así la histérica se pone a prueba en los homenajes dirigidos 4 Cf.  

también nuestro trabajo “Identificación de la epidemia”, en este mismo volumen. 

 

a otra, y ofrece la mujer en la que adora su propio misterio al hombre del que toma el papel sin poder gozarlo...” (LACAN 1957, 434). Aquí tenemos, de nuevo, la idea de la histeria haciendo de hombre, tomando el  papell del hombre  pape hombre pero pero,, ¿y este “sin poder gozarlo”? ¿Es que no habrá para la histérica,  precisame  prec isamente, nte, un “goce del sin poder gozarlo”? En esa perspectiva desarrollaremos, enseguida, la posibilidad de plantear el deseo histérico, el deseo insatisfecho en llaa histeria, como… un modo de gozar. El deseo en la histeria y la obsesión

Pero antes de dar ese paso, abordemos más clásicamente el deseo insatisfecho de la histérica, oponiéndolo al deseo como imposible en la neurosis obsesiva. Señalemos entonces que, por distintas que nos parezcan, tales dos formas neuróticas del deseo no son sino estrategias diferentes, pero con un mismo fin: no saber de la falta del Otro, de su castración. Del lado del obsesivo. Sinteticemos que el mundo entero se le vuelve imposible, al hacerse esclavo de un otro al que eleva al lugar del amo para no saber de sus deseos. Aclaremos: ni de los propios, ni de los del otro -que encarna para el obsesivo del caso el lugar del Otro, así con mayúsculas, como la otra mujer para la histérica-. Sólo se asegura de ponerse en relación con lo que éste le demanda. De esta manera, nos dice Lacan, degradaPuede el deseo del Otromaravillosamente a su demanda (cf.esta p. ej.posición, LACANsi1962-63, 315-316). ilustrarse se recuerda la famosa historia de “Aladino y la lámpara… maravillosa”. Resumamos: un buen día se encuentra Aladino con la célebre lámpara, la frota y, como se sabe, aparece el genio. ¡Cuidado!, en este caso ¡el genio es el obsesivo! Préstese atención a sus palabras, las primeras que suelta: “amo, tus deseos son órdenes”. Fórmula que nos parece absolutamente adecuada para la posición del obsesivo: en lugar del deseo del Otro, sus órdenes, sus demandas. La lista interminable que, imaginamos, puede comenzar a diagramar Aladino:  billetes,  billet es, mujer mujeres, es, festines festines,, viajes viajes -en fin, todo lo que pueda pueda ocurrírse ocurrírselele- puede puede volver volver trabajosa, seguramente, la tarea de ser genio, pero, en cualquier caso, éste -el genio, el obsesivo- habrá conseguido reducir al campo de la demanda -es decir, de lo significantizable- el deseo del Otro. Ya no se enfrenta con lo insondable del deseo del Otro -S(A)- sino con su demanda. Habrá construido, a su medida, un Otro completo: A. De esta manera, puede desentenderse de la castració n del Otro… y de la suya. En fin, como se sabe, no son pocos los obsesivos que se creen genios. Pero se trata aquí, para nosotros, sobre todo de la histérica. Y bien, para ella la estrategia es distinta, pero como dijimos, persigue el mismo fin: no saber de la castración del Otro. Ella se sostiene como una deseante insatisfecha, nada de lo que a ella le toca en suerte puede colmarla, pero ¿por qué? Porque seguramente el Otro tiene lo que a ella le falta y se trata, ¿por qué no?, de que no se lo quiere dar. Esto, se sabe, puede ir desde el desgano, hasta la forma conocida de la queja histérica. Pero es preciso notar que, en el fondo, este insistente resaltar la falta de su lado no tiene otro fin que sostener un Otro completo, garantizar la consistencia del Otro: “es que él lo tiene, pero no me lo quiere dar ”. Finalmente, intentemos sortear, una objeción que podría proponerse en ese punto.  No pocas pocas ve veces ces ssee describ describee la po posició siciónn his histérica térica como el int intento ento de de castrar castrar o “agujerear ” al Otro. Pero un planteo así ¿no se pondría en cruz frente a nuestro intento de emparejar la histeria con la obsesión como dos estrategias distintas con el mismo fin de desentenderse de la castración del Otro? No lo creemos: es que para castrar o “agujerear ” al Otro, se lo  

 

debe suponer completo. Es decir, haciéndose ella -la histérica- el supuesto agente de la castración del Otro, se desconoce que el Otro no la precisa, en absoluto, para estar castrado. Volverse la causa de la castración del Otro, deviene así, como se ve, una refinada manera de sostenerlo completo. El deseo insatisfecho como un modo m odo de goce

Abordemos, ahora sí, la cuestión del deseo insatisfecho como modo de goce. Pero ¿de qué goce se trata? ¿Acaso el goce no se enlaza siempre con el exceso? ¿Cómo es que la insatisfacción podría inscribirse entonces como un goce? Respuesta: si el goce se ubica siempre del lado de un “demasiado”, eso deja espacio aún para gozar del “demasiado…  poco”. Efectivamente, encontraremos aquí, para la histérica, el goce del “ poco de gozar  gozar ”. Lacan señala, en efecto, que la insatisfacción -el deseo insatisfecho- supone ya, para la histeria, una recuperación de goce. Paradójicamente el “menos” de goce, se vuelve aquí, “ plus de g gozar  ozar ”. Si no hay un “goce-todo”  o un “todo-de-goce”  -lo que por cierto puede leerse también en esta escritura de Lacan: S(A) -, en fin, si no hay, si falta el goce del Otro, el deseo insatisfecho -como modo de goce- suple este defecto estructural que presenta el campo del goce para el ser que habla, constituyendo ya una respuesta a este impasse del gozar. Pero como se verá inmediatamente, lo suple dándole consistencia. “menos”  de gozar, cualquier “ poc debe destacarse que cualquier  pocoo de de gozar ”, Es sóloque se sostiene robustamente mientras se tenga en el horizonte, un absoluto goce -un “goce-todo”  al que se da consistencia- respecto del cual pueda siempre  proponerse  propo nerse el ppropio ropio como como re rezaga zagado. do. La La po posició siciónn his histéric téricaa como como “goce del poco de gozar ”, como “goce de la insatisfacción”, en efecto, no se sustenta más que ubicando en su mira, en algún lugar en el horizonte, la suposición de un “todo de goce”, de un “goce absoluto”  respecto del cual, aquel que a ella le toca en suerte, pueda ser planteado como exiguo. Así lo propone Lacan en el Seminario 16   -“De un Otro al otro”-: “Se dice que lo que la histérica rechaza es el goce sexual. En realidad ella promueve el punto al infinito del goce como absoluto [...]. Y es porque este goce no puede ser alcanzado por lo que ella rechaza cualquier otro, que, respecto de esa relación absoluta que procura plantear, tendría un carácter de disminución disminución... ...” (LACAN 1968-69, 304-305). Ahora bien, es posible señalar las más usuales encarnaciones de este “goce absoluto” al que la histérica da consistencia con su insatisfacción. A esta cita no faltan, según Lacan, la otra mujer y el padre ideal.  Nos detendr detendremo emoss específ específicam icamente ente en en el pprimer rimer caso, caso, bien bien ilustrativ ilustrativoo de la cuesti cuestión. ón.  Nuncaa se tarda dema  Nunc demasiad siadoo en enc encontra ontrar, r, esc escucha uchando ndo a una histérica histérica,, a la otra que supuestamente goza todo… lo que ella no. Su goce -el de la histérica- no puede plantearse como exiguo más que en relación con el que, efectivamente, le supone a otra mujer. De este modo, la queja usual que presenta a su pareja, encuentra apoyo en este presunto gocetodo de la otra: por supuesto, aquella tendrá seguramente a su lado algún tipo varias veces menos inepto que el que nuestra insatisfecha ha conseguido. Las críticas al  parte  partenaire naire  de turno están así aseguradas. Pero debiéramos aclarar que este goce absoluto supuesto a la otra, en realidad, no existe. No hay el goce del Otro. Pero que no exista, no le impide a la l a histérica darle alguna consistencia en el horizonte de su insatisfacción., y que ello tenga eficacia. Diremos, entonces, que con su fantasma, ella sostiene el pretendido goce de la otra. En su fantasma es la otra la que goza… en su  

lugar. Así lo plantea Jacques-Alain Miller en “Dos

 

dimensiones clínicas: síntoma y fantasma”: “Una mujer histérica alquila su cuerpo a otra mujer, lo que puede no sólo observarse en los casos clásicos, sino en cada ocasión en que el fantasma histérico se construye. Al respecto he encontrado un fantasma femenino mucho más complejo que el masculino aparentemente correlativo. Un fantasma masculino considerado clásico es el de fantasear con otra mujer cuando se está cogiendo. Pues bien, este fantasma femenino que he encontrado, más complejo, más difícil de entender, no es el de fantasear que es otro hombre el que se la está cogiendo, sino fantasear que ese hombre se está cogiendo a otra mujer que no es ella. Es decir, que ofrece al hombre su propio cuerpo como el cuerpo de otra. [...] Vemos en este ejemplo, esa posición de la otra mujer que es lo más escondido del fantasma histérico... ” (MILLER 1983, 48). De este modo, hay siempre la otra para una histérica, se lo puede constatar cada vez que se la escucha con un poco de atención en ese dispositivo que se llama un análisis.  Nuncaa deja de halla  Nunc hallarse rse a esa otra que goz gozaa en su lugar. Ahora Ahora bien, bien, indudable indudablemente mente  bastaría  basta ría tomar a esa otra en anál análisis isis para enterarn enterarnos, os, tal vez, de que está tan insatisfe insatisfecha cha como nuestra histérica y, de seguro, suponiéndole el goce absoluto... ¡a una tercera!: no es menos histérica que la primera. Antes de volver a citar a Lacan, destaquemos que el goce de la otra al que la histérica da consistencia por su deseo insatisfecho, no es el goce femenino, al que nos hemos referido en la segunda parte del texto. Claro que la histérica no supone otra cosa. Pero desde lo que proponemos, ello no es sino su modo de mal-decir  lo   lo femenino. Si el goce femenino escapa a la palabra y supone el goce de una ausencia -la del goce del Otro-, la histérica dicecon de él el lado delde hombre, Tiresiasy confunde el goce femenino el desde pretendido goce la otra,loalmal-dice que le da -como consistencia. Situada del lado hombre, para retomar la metáfora, desde la polis -la ciudad del goce fálico- atisba, a la distancia, el Otro goce, pero como ese goce no habla griego ni latín lo tilda de bárbaro y, así, lo pierde.  Nos dirigim dirigimos os ah ahora ora al al Seminario 17  de  de Lacan -“El reverso del psicoanálisis psicoanálisis”, para acercar lo planteado al caso de Dora. Lacan desarrolla allí un contrapunto entre Dora y la  bella carnicera carnicera:: “Lo que ella no ve [se refiere a la bella carnicera] porque su pequeño horizonte también tiene sus límites, es que sería dejándole ese marido suyo tan esencial a otra como encontraría el plus de goce [...] Otras sí lo ven. Por ejemplo, Dora, lo que hace es eso [...] la bella carnicera no ve que a fin de cuentas sería feliz, como Dora, si le dejara ese objeto a otra” (LACAN 1969-70, 78). Lacan señala entonces, que Dora encuentra el plus de goce, justamente, al dejarle a la otra -la señora K.- aquello que el hombre -el señor K.- está dispuesto a ofrecerle. Esto es lo que la bella carnicera no alcanzaría a ver: la posibilidad histérica de encontrar un goce específico, una recuperación de goce, en verse privada de cierto goce, el que es cedido a la otra mujer. Tal el goce de la insatisfacción, sostenido entonces en el pretendido goce de la otra. Lacan continúa, en el capítulo siguiente de ese seminario, en la misma dirección: “Entonces, el tercer hombre [se trata del Sr. K], ¿para qué? Ciertamente, su valor reside en el órgano, pero no para que Dora sea feliz con él, si puede decirse así, sino para que otra la  prive de ééll” (LACAN, 1969-70, 100). Goce de ser privada del goce, en ese menos de gozar halla la histérica el “goce de la insatisfacción”. Goce que nos queda, por cierto, del lado del goce fálico -del lado hombre- resultando siempre en un “¡y… más!”, ya que no alcanza nunca aquel punto al infinito del goce absoluto, que lo sostiene y motoriza.

 

 

La masa o el goce femenino

Para concluir sólo dos cuestiones más. Por una parte, propondríamos lo que sigue: “La masa o el goce femenino”. Porque, en efecto, nos parece que hay que dar cuenta de las razones por las que, en las dos masas que Freud describe en su “Psicología de las masas y análisis del yo” (FREUD 1921) -ejército e iglesia-, en ambas, encontramos un rechazo de lo femenino. Vamos a ubicar, entonces, al fenómeno de masa que Freud describe plenamente del lado hombre de las fórmulas de la sexuación lacanianas. Efectivamente, Freud no ha dejado de señalar que la masa se soporta de la conformación de un “todo” en el que los miembros se igualan: el amor que el líder les dispensaría a “todos” por igual. Y ya hemos destacado que “el todo”  se logra del lado hombre de las fórmulas lacanianas: allí se conforma la clase, el universal, el “ para  para-todo -todo”. Ahora bien, es del lado del “totalitarismo del universal”, que se intenta reducir todo lo que de real no se ajusta a su ley. De allí que no pocas veces, el goce propiamente femenino pueda presentarse en su faz de resistencia: goce que resiste al empuje totalitario  por inclu incluirlo irlo en las “redes de lo decible”, en el intento de domesticarlo. Por esta vía  podemos  pode mos pensar, pensar, en última instanc instancia, ia, el rech rechazo azo de lo femenino femenino en las masas freudianas freudianas,, como rechazo de lo extranjero, de lo que es profundamente heteros, lo radicalmente Otro del goce femenino. Por otra parte, lo descripto se verifica muy precisamente en el modo en que Freud teoriza disolución de del la masa. que resalta pánicolosque se produce “cae” ellalíder del lugar Ideal Recuérdese del Yo y, entonces, se el aflojan lazos que unencuando a los miembros de la masa entre sí. Pero no puede dejarse pasar la referencia a la que Freud echa mano entonces, el relato de Judith y Holofernes: “La ocasión típica de un estallido de  pánicoo se aseme  pánic asemeja ja mucho a la mane manera ra como la figur figuraa Nestroy en su pa parodia rodia del del drama de Hebbel sobre Judith y Holofernes. Grita un soldado: ‘¡El general ha perdido la cabeza!’, y de inmediato todos los asirios se dan a la fuga. La pérdida, en cualquier sentido, del conductor, al no saber a qué atenerse sobre él, basta para que se produzca el estallido de  pánico,  pánic o, aunque el peligro siga siend siendoo el mismo mismo;; com comoo regla, al desapare desaparecer cer la ligazón de los miembros de una masa con su conductor, desaparecen las ligazones entre ellos y la masa se pulveriza como una lágrima de Batavia a la que se le rompe la punta ” (FREUD 1921, 93). Subrayemos entonces: “la pérdida, en cualquier sentido, del conductor ”. Porque vamos a leer ahí, conducidos por el relato mismo de Judith y Holofernes, no otra cosa que la castración, la castración del líder, lo que el fenómeno mismo de masa se encarga de velar. En la obra de Hebbel -o bien en la historia bíblica-, para salvar a su pueblo de los conquistadores, Judith, la heroína hebrea, accede a pasar una noche con el gran general del ejército enemigo, con Holofernes -hombre temido y al que nadie osaba enfrentar-, con el fin de asesinarlo. Y bien, luego de perder su virginidad en la “velada”, sale de la carpa del general sin su virtud... pero con su cabeza -la Holofernes- a cuestas, puesto que se la ha cortado. Ese es el momento en que el ejército enemigo se desmorona, entra en pánico, y emprende la fuga: “¡el general ha perdido la cabeza!”. Destaquemos que esta última frase puede leerse, claro está, de varias maneras. ¿O acaso los hombres no llegan a perder la cabeza por amor? En fin, propongamos que es por el encuentro con este goce Otro, con el goce femenino, que Holofernes “ pier  pierde de la cabeza cabeza”  y la masa se disuelve. En este punto, el goce femenino quiebra el lazo social, introduciendo  

 

en el centro de la homogeneidad de la masa, el “no-todo”, lo radicalmente Otro, la diferencia. Hera y Tiresias

La segunda cuestión que queríamos señalar, para finalizar, supone retornar, una vez más, sobre Tiresias ya que resta un interrogante. ¿Por qué Hera se enfurece al punto de dejar ciego al pobre Tiresias luego de que este comparece y da su respuesta? Es que después de escuchar su testimonio -“nueve décimos para la mujer, un décimo para el hombre”-, parece que la diosa se encoleriza y le infunde tal castigo -aunque Zeus lo compensa con el poder de la adivinación-. Y bien, hay varias interpretaciones para entender la ira de Hera y el castigo que recibe Tiresias. Lo habitual es decir que la diosa se irrita y deja ciego a Tiresias porque éste reveló el secreto del goce femenino. Es una posibilidad. Pero en función de lo que trabajamos nos parece, más bien, que lo que enfurece a Hera es el intento de Tiresias de comparar lo incomparable: el goce fálico con el Otro goce. Como señalábamos, son, por estructura, inconmensurables. La furia de Hera debería entenderse así, como una respuesta a la “mal-dicción” de Tiresias. Él, en efecto, vuelto ya un hombre -luego de sus siete años “del Otro lado”- no puede más que testimoniar como tal y “mal-dice” el goce femenino. AhoraLacan, bien, ¿y el tiempo en palabra! que Tiresias era mujer? Parece que entonces … ni mu. Como señala “mutis, ¡ni una ” (LACAN 1972-73, 91). Bibliografía General 

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