Rodulfo Ricardo - Dibujos Fuera Del Papel - de La Caricia A La Lectoescritura en El Niño

November 22, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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DIBUJOS FUERA DEL PAPEL De la caricia a la lectoescritura en el niño

Ricardo Rodulfo Paidós

Psicología Profunda

 

C u b i e r ta t a d e G u s t a v o M a c ri ri

 I aedici aedición ón 199 999 9

© 1999 de tod as las ediciones Editorial Paidós SAICF Defensa 599. B uenos Aires e-mail:  p  paa id o lit@ li t@ in te rn e t.s t. s is c o te l.c l. c o m   Ediciones Paidós Ibérica SA Mariano Cubí. 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana SA Rubén Darío 118. México DF Queda hecho el depósito que previene la Ley 11,723 Impresoo en l a A rgentina. P rinted in Arg entina Impres Impreso en Gráfica MPS. Santiago del Estero 338. Lanús. en abril de 1999 ISBN' 950-12-4220-x

 

ÍNDICE

Prólogo ........................................................................

9

1. Problemas de escritura ......................................... .....   11

2. De la caricia (I)............................................................. (I) ............................................................. 31 3. De la caricia ( II) II ) ........................................................... 51 4. Las escenas de escritura .............................................   69 5. Ligazones y mamarrachos .........................................   89 6. Apertura de la satisfacción (I) ...................... .............   113 7. Apertura de la satisfacción (II) ........... ;..................... 131 8. La sensación desbanalizada: retorno sobre lo musical........................................................ ............ 153 9. Juegos de espejos....................................................... .  169 10. Dibujos .....................................,...................................183 ..............................203 11. Historia interrumpido 12. Ju Jugu guem emos osdel enpaseo el trazo tra zo ................................................. 219 13. Del nombre al apellido............................................... 235 14. Lo oral de v u e l t a ............ .................. ............ ............ ............ ............ ............ ............ ......... ...2 253 15. El pobla po blam m iento ien to y el vac v acío ío...... ............ ............ ............ ............ ............ ............ ........ 263 16. Inconclusiones.............................................................275

 

PRÓLOGO

Este libro se propone una continuación (una prosecu ción, una persecución) de E  Ell n iñ iño o y el si sig g n ific if ica a n te te,,  así co mo de algunos de los capítulos de  E  Ess tu tud d ios io s clínic clí nicos. os.   (Por otra parte, de cabo a rabo, es un estudio clínico.) Las ins tancia tancias del l jug es están tán menos la vista que que podría en aqué aquél; l; pe ro sólos de eso. Elarsubtítulo más alegítimo llevar debería especificar su género: tema con variaciones, die ciséis variaciones de un tema que se expone en las pocas líneas iniciales describiendo los andares de “la niña de la tiza”. Sólo que la contextura de la variación se despliega so  bre  b re v a ri rioo s ejes eje s y no sólo en el de la e s tru tr u c t u r a del r e la lato to clínico que es su punto de partida: por dar algunos ejem  ploss - p u e s s e g u r a m e n te no p o d ría  plo rí a m e n c io ionn a r to todd o ss-,, el del va y viene entre metapsicología y psicopatología, el que contrasta y reúne materiales de pacientes de la más diversa edad, el -lo subrayaría- que hace variación de términos tan clásicos como “oralidad”, “ligazón”, etcéte ra. De allí su hechura de insistidos.   Esto lleva una hue lla muy concreta: la de la enseñanza universitaria del  psi  p sicc o a n á liliss is is,, de g ra radd o y de po posg sgra rado do,, y la fr free c u e n ta tacc ió iónn de colegas jóvenes, los más expuestos -y a la vez los más a tiem p o - a lo loss efec efecto toss de prejuici prejuicios os pe pertinac rtinaces, es, de esq esque ue matismos no cuestionados, de malentendidos sobre los que -una tradición- “da vergüenza” preguntar. No po dría ocultar que mi exposición está impregnada de esa

 

 preo cupación  preocupa ción “pe peda dagó gógic gica” a” (s (sie iem m p re y cu cuan ando do a d v i r ta ta  mos que ésta no es una palabra que fuera posible invocar técnica, inocentemente, siendo una de las palabras más  polít  po lític icas as  que existen), así como de las costumbres  del tra  bajo en el co cons nsul ulto torio rio,, b ien ie n a p to p a r a s e r p e n s a d o como un interminable trato con la variación, aun con la más mínima. En ot otrro sent sentid ido, o, la intertex intertextua tualidad lidad psi psicoanalí coanalíti tica ca -s -see verá el es esfuer fuerzo zo por nnoo in incu currir rrir en exclusi exclusiones ones y particio par ticio nes demasiado groseras, esfuerzo más que seguramente fallido por los límites del que firma una escritura- a su vez está pensada en el libro como un juego de variaciones cuyo tema, por otra parte, no se termina de ceñir: ya no estamos en los tiempos en que se creía conocer “el obje to” del psicoanálisis. Hasta ocurre que eso hace pensar a algunos en un psicoanálisis objeto. alguna Por mi de parte, es taría dispuesto a pensar quesin al menos las di recciones en que una proposición tal puede emprenderse, contiene una promesa de lo más vivificante

 

Empezaremos por algunos problemas de escritura: el material -escuchado por mí en posición de supervisor-' corresponde a una niña de 6 años, presuntamente psicótica (es el diagnóstico diagnós tico previo qque ue se me comunic comunicó). ó). Lo que extraje es una secuencia ,2una secuencia que ella repite, no sólo en el curso de una sesión, sino a lo largo de va rias. Tal tenacidad en la repetición la constituye en enig ma, pero, como veremos, nos trae algo de más, un azar afortunado, proporcionándonos un modelo que nos per mitirá abordar una serie de cosas. Escribiré una prime ra versión de este modelo bajo la forma, precisamente, de una secuencia:

Cuerpo -------------- ► espejo---------- pizarrón madre (hoja)

1. El material me fue narrado en Porto Alegre, en el curso de un seminario dictado en 1989, por una colega brasileña cuyo nombre no he logrado retener. Si esto llega a su lectura, vaya mi agradecimiento. 2. Destaco la palabra en bastardilla a los efectos de rescatar este término, que en los textos de Winnicott configura un verdadero con cepto, sólo que indicado a través de referencias tan mínimas, tan di-

 

El punto de partida todavía no permite sospechar lo que sucederá: la niña -que está junto a su madre, pre sente en la sesión- comienza por alejarse de ella, sale de  allí.   Lleg Llegaa a un espejo espejo,, disponible en entre tre los los elemento elementoss del del consultorio, donde tiene lugar una acción poco habitual: ha agarrado una tiza y dibuja sobre el espejo algunos de sus propios rasgos, reduplicando así -pero de una mane ra discontinua, fragmentaria- su imagen en él reflejada (reflejo de conjunto, imagen global que no parece bastar le, puesto que intenta ese sobreañadido). Siempre con la tizaa en la mano rean tiz reanud udaa su ca camin minoo ha hasta sta detenerse detenerse fren te a un pizarró p izarrónn (e (enn mi esque esquem m a agregué ““hojá” hojá” en entre tre p a réntesis, porque lo que allí sucede de hecho podría tam  bién  bi én o c u r rir ri r a n te u n a h oj ojaa de pa pape pel,l, y, com comoo ssup uper erfi fici ciee de inscripción, el término “hoja” posee un potencial de gene' ralización mayor). Ahora a este pizarrón,trazar la niña intenta, hace el gesto, perofrente fracasa: no consigue ni la más pequeña raya sobre él; la mano, súbitamente im  pote  po tenn te o in invv a lilidd a d a , se d e titiee n e y cae a n te tess . M u e s tra tr a sig si g nos inequívocos de malestar o de angustia, y acaba por comerse la tiza. Tras lo cual vuelve al espe espejo jo y rein reinicia icia su tarea de copiar rasgos de sí sobre su propia imagen, de la misma forma discontinua, en fragmentos, como ya seña lamos.33 He lamos. Hech choo que la volverá volverá a im impu pulsar lsar hacia h acia el piza rrón, a fracasar de nuevo; el ciclo de idas y venidas entre seminadas aquí y allá, que puede entenderse que haya sido inadver tido (un excelente lugar para encontrarlo un poco más explicitado  E x p lo lora racc io ion n e s p si sicc o a n a lí líti ti--    p  puu e d e lo c a liz li z a rse rs e en u n tra tr a b a jo ta tarr d ío : e n  Ex cas, 1.1, Buenos Aires, Paidós, 1991). Por lo menos, caben dos indica ciones: 1) que Winnicott establece la posibilidad de la construcción de  una secuencia como un   logro psíquico fundamental, pleno de impli cancias patológicas en sus fallos y fracasos, y 2) que el  p r im e r l u g a r , el lugar por p or excele excelencia ncia,, pa ra dicha constitución es el campo del jugar. Allí es donde el niño tiene la posibilidad de construirla. 3. És Éste te es un hecho muy mu y asociable a los dibujos donde el contorno (por ejemplo, del cuerpo humano) es discontinuo, “en flecos”, lo que ha

 

espejo y pizarrón tenderá a reproducirse indefinidamen te, en una un a ccircularidad ircularidad sin ab abertu erturas ras.. (En cada ocas ocasió iónn se se repite el, el,comer comer la tiza.) Empezaremos a comentar esta notable observación con algunas preguntas. La primera: situarnos un  p lano  pla no clínico a ú n¿qué e le lem mpasa e n ta tallaquí? pero pe ro (para inso in sosl slay ayab able le). ). A pena re ren n temente, el comienzo no estaba mal para un niño: ella había arrancado a partir del cuerpo materno para diri girse hacia otro sitio. ¿A partir de qué momento las cosas empiezan a andar mal, a complicarse como en una i m  pa  p a s s e ? Da Darr un princi principio pio de res respu pues esta ta a esto ya obli obliga ga a la complejidad. Por de pronto, porque hay más de un enig ma en la extraña secuencia: ¿por qué no consigue hacer en el el pizarr pizarrón ón siquiera un a rrayita, ayita, teniendo una u na edad en la que yaoencontramos al sujeto letras?, encaminado a escribir su nombre, al menos ensayando ¿por qué se come la tiza como inesperado desenlace de ese fracaso que pa rece sumirla en la angustia?, ¿por qué retorna al espejo? y, en especial, ¿por qué sobre él sí puede dibujar?, y ¿por qué este sobreañadido de rasgos superpuestos a los ya allí reflejados, reflejados, cl clara aram m ente en te ofrecidos ofrecidos a la percepció percepción, n, com com  poo rt  p rtaa m ie ienn to é s te n a d a h a b itu it u a l en u n niñ niño? o? Y Y,, s u p le lem m en to de interrogación: ¿a partir de qué factores los elemen tos de esta secuencia se desencajan? adelante con el peso de pregun tasAntes quizá de seaseguir más adecuado inventariar lo estas que ya tene mos, a fin de determinar con qué contamos para nuestra inquisición. En principio, tres lugares que la secuencia  pla  p lann t e a d a d e lilim m ititaa , t r e s lug lu g a r e s cuyo re reco corr rrid idoo no c ulm ul m i na en un acto de escritura. El primero es el cuerpo de la si sido do señ señalado alado com omoo caracter característico ístico en producciones esquizofrénicas. La afección de la superficie es clara. Véase mi libro  E l n iñ o y el s ig n i fi cante , Buenos Aires, Paidós, 1993; en particular el capítulo 4.

 

madre', 

escribirlo así ya trae una multiplicidad y una multiplicación de resonancias para el psicoanalista, par tiendo de un hecho literal: el cuerpo de la madre es el pri mer lugar donde vive el mamífero que aquí nos ocupa. Ya desde Freud este sencillo dato “biológico” provoca un irresistible entramado de metáforas. Bástanos de mo mento recordar que el vivir en el cuerpo de la madre es un acontecer psíquico y no solamente físico (mantenién donos por ahora en estas categorizaciones ya excesiva mente deficientes, pero siempre en vigencia en nuestra cultura, en tanto hacen a sus fundamentos míticos), acontecer del que un psicoanalista tiene numerosas opor tunidades para ocuparse. Más aún, no puede evitar ha cerlo, le guste o no. Esto es todavía más válido, y con más razón, para el psicoanalista que trabaja habitualmente con niños. reconocemos un segundo lugar, situa do Aencontinuación una de las paradas de la niña: el espejo.   Sabemos que desde la introducción en la teoría psicoanalítica del concepto de narcisismo, el espejo es un emplazamiento de extraordinaria importancia en nuestra reflexión. Por último nombramos como hoja  (el  p  piz iza a r r ó n   en la secuencia clínica) un tercer espacio menos considerado, o considerado menos abiertamente por nosotros los psi coanalistas. Se trata básicamente de la hoja en blanco ,  precis  pre cisem emos os.. La p ro robb le lem m á titicc a de cóm cómoo algo de e s ta índole índ ole llega a constituirse, pocoenexaminada.4 Tres lugares pues,hay sido cuatrobastante momentos este itinera rio, considerando que la niña, tras recorrerlos en orden, vuelve al espejo después de cada fracaso. Aquí la enume ración raci ón dé lo loss luga lugares res nos pr pres esta ta un prim er servi servici cio, o, al ppo o nerr de relieve que ne que,, a lo lo largo de toda la observación, la ni n i 4. Aun Aunque que ya podemos m enc iona ionarr un libro como como E l n iñ o d el d i b u  j o de Marisa Rodulfo (Buenos Aires, Paidós, 1992), que se ocupa de esta y otras cuestiones.

 

ñ a nunca vuel  vuelve ve a donde está la madre, ma dre, no de desan sanda da el ca mino en su totalidad, se queda en el espejo. Conviene destacarlo, pues podría ser de otra manera (incluso se  pod  p odrí ríaa c ita it a r a b u n d a n t e m a ter te r ial ia l clínico al re resp spec ecto to). ). No lo podemos fundamentar ahora pero adelantemos la im  pre  p resi sióó n de que qu e t a l r e v e rs rsib ibililid idaa d s e r ía algo b a s t a n te m ás  pobre,  pob re, ha h a s t a nos no s h a r í a c o rre rr e r el riesg rie sgoo de no descu  descubrir brir es ta secuencia y estos espacios como sí puede hacerlo una irregularidad.5 Por otra otra parte, llaa m anera m isma isma en que que la niña enca dena sus pasos lleva a pensar que ella trata de resolver algo en el espejo, algo que le pasa frente al pizarrón. Vuelve a aquél como si dijera: me olvidé algo allí, voy en su busca. Esta es una hipótesis de trabajo que no parece forzar demasiado los hechos. Pero enunciarla y tratar de sostenerla obliga a una nueva pregunta, de mayor complejidad que las anterio res: ¿qué es lo que va a buscar, de vuelta por el espejo? Guía nuestra relación con esta nueva pregunta una apelación al paradigma, de esos que cualquier psicoana lista invoca en su tarea. Imaginemos una niña de 6 años más típica en sus procederes: colocada en una secuencia así no se detendría tanto ante el espejo (en todo caso, no  paa r a d ibu  p ib u jars ja rsee en él); él); en camb ca mbio, io, u n a vez llllee g a d a al p iza iz a  rrón muy plausiblemente dibujaría una pequeña figura humana en él. Se   dibujaría, al decir de Dolto. Pero aun cuando nos rehusáramos a la “violencia” de interpretar algo en este sentido, quedaría en pie, inamovible, lo si guiente: dibujaría muy habitualmente una figura huma5. Sobre es este te va valor lor de irr irree g u la larid rid a d en lo que se elige co como mo “mito de referencia” (y ya no como “ejemplo”), consúltese Lévi-Strauss, C.:  M itol it oló ó gica gi ca s,   I.  Lo cr cru u d o y lo coc c ocido ido,, México, FCE, 1972, capítulo I. De hecho, con esta observación, Lévi-Strauss desbarata toda la “regula ridad” clásica que se le pedía a aquello que, en una exposición, fun cionara como ejemplo.

 

na (que también muy habitualmente podríamos recono cer como femenina por diversos índices plásticos). Volviendo a nuestra niña, está suficientemente claro que ella se ve en el espejo; es más, ve que ella está allí. Pero también que eso no le basta, lo cual la lleva al pro suplir  añadiend cedimiento de o fragmentos fragmnentos de sus rarep sgos sobre sob re sus rasgos, rasgos, sin sin añadiendo ava a vanz nzar ar nunca, o obstante obstan te larasgos repe e tición, al dibujo de la silueta entera. ¿Podríamos entonces conceptualizarlo como que se ve, sí, pero sin terminar de verse allí, sin la culminación en “júbilo” (Lacan)? Quizá nos ayude a clarificar el problema el recurso, que tan útil ha resultado en psicoanálisis, de distinguir entre el sentido literal y el figurado o metafórico (oposi ción ésta también muy fértil y de mucho empleo en el análisis Así sería la ni ña se ve estructural). en el plano literal, peroposible falla enpensar algo elque verse, el reconocerse, el encontrarse a sí misma en el plano meta fórico, no termina de implantarse del todo “toda” allí. No obstante lo cual hay que rescatar cierta posibilidad de hacer rayas, cierta posibilidad de trazo que respira en el espejo. Tendremos que interrogarla: el psicoanalista -y tanto más con pacientes severamente restringidos en su h acer ac er-- debe debe manten ma ntenerse erse muy atento aten to y cui cuida dado doso so ante an te lo los fenómenos de trazo, por mínimos que aparenten ser. Considerar desde otro ánguloella nosemprende abrirá a nuevos maticeslasencosas nuestra interrogación: un camino, digamos un viaje; en esos casos no sólo la cotidianeidad, el mito, el cuento, nos enseñan que siempre el héroe del relato acarrea algo consigo (algo a su vez ne cesario para realizar cumplidamente su camino). Pero aquí hay algo que la niña no puede transportar, y si bien llega al pizarrón tiza en mano, no ha conseguido llevar hasta él la posibilidad de dibujar, todo lo que en un pe queño de esa edad se manifiesta de una manera tan im  pote caiac ade tra trazo.  p  pr ioque com sucedido  paraersaion qun aenetes tecomo a c aor po r e aten r nfr fra s e de szo. e m  ¿Qué e jan ja n te ha modo?

 

¿Y tiene tien e que ver co conn esto eell que la tiza sufr s ufraa tan ta n ex tra tra  ño tratamiento al cabo del trayecto? Pongámoslo así: en el segmento que media del espejo al pizarrón, la tiza ex  pee r im e n ta u n a d ev  p eval alua uaci cióó n en s u e s ta tatt u t o de ente en te:: de medio de escritura a objeto consumido bajo todos los sig nos de la desolación, desolación todavía redoblada cuan do la niña la come; ¿no es la soledad más extrema el que darse privado de todo instrumento de escritura? Tamaña capitulación podemos desplegarla con más precisión de la siguiente manera: donde debía emerger el gesto de la mano que traza, determinando con su acto la constitu ción de un espacio nuevo , habitualmente oculto, recu  bie  b iert rtoo por po r la l a m i rí ríaa d a de g a r a b a tos to s qu quee en v er erdd ad teje te jenn su trama, tiene lugar -en cambio- un comportamiento oral harto más antiguo. El gasto de la tiza no  deja un exce dente de escritura. Pero esta inesperada reaparición del elemento oral, ¿no nos conduce por sí misma a la relación y al espacio del cuerpo de ja madre donde aquella pulsión se enclava tan firmemente? Entonces, si esto es así, desembocamos en una nueva  prr e g u n t a f u n d a m e n tal  p ta l p a r a n u e s tro tr o ex exaa m en de la s i t u a  ción (y para el desarrollo que a partir de ella queremos hacer): ¿qué es lo que no comió de la madre, en la madre, con la madre, que debe ahora restituir comiéndose la ti noe comió  pza?,  pa a r a ¿qué h a c e restr tralo a z oque so sobr bre el p iza iz ade rró rr óla n ? madre que hacía falta (Conviene tener presente, además, que la respuesta de la nniñ iñaa ante an te aquél es de le lejo joss el el momento de mayor in in  tensidad afectiva de toda la secuencia. La angustia y la desolación testimonian que la niña es consciente a su manera de su fracaso, lo cual es congruente con los es fuerzos vanos para regresar a él en otra posición, por arreglar su estatuto. Es tan cierto que no lo logra como que de eso se duele.)

 

 N ueva  Nue vass p r e g u n ta tass que nec ne c esit es itam amoo s a c a rr rree a r, ten te n ie ienn d o en cuenta que no soltarlas ni perderlas de vista nos va a llevar por un extenso y nada recto camino. Podemos proseguir estos juegos de acercamiento (que se van variando  entre sí)6 sí)6 planteándolo planteándolo ahora de de esta manera: pizarrón deviene para la silenciosamente, niña un muro   impe netrable, elcontra el cual se estrella en lugar de funcionar como una superficie abierta al trazo.  Un muro que se opaca. Comparemos esta escena con la de cualquier niño sorprendido por el acontecimiento, que accidentalmente ha causado, de una hoja de papel mamarracheada, atiborrada de rayas: vemos cómo el cuerpo flexible de esa hoja se ilumina para él con la alegría del descubrimiento (y retengamos aquí este afecto por exce lencia, de tanta trascendencia como el de la angustia en la subjetivación, sólo que muy descuidado por el psicoaná lisis).7 Digamos que, mucho más allá de la anécdota, nos  guiarnos  por esta capacidad de un niño para dejar mar cas, huellas   de su paso, en toda evaluación que de él ha gamos. La mejor “definición” que la experiencia y la pers pee c titivv a 'p  p 'pss ico ic o a n a líti lí ticc a pued pu edee e n u n c iar ia r de la s u b jeti je tivv ida id a d 6. Es preciso explicitar esta referencia a la variación como  pr  p r o ce dimiento   fundamental de la música (podría decirse que el hecho mu sical consiste, emerge, nace con la variación más o menos sistemática de una secuencia sonora); el movimiento de giro que en este capítulo va produciendo preguntas en torno de la secuencia clínica punto de  p  paa r titidd a tr traa n s f i e r e e s te r e s o r te de la v a ri riaa c ión ió n a o tro ca cam m po po,, y no p or mero azar metodológico: he insistido sobre la textualidad musical de lo que llamamos el inconsciente, y desde hace mucho; véase mi traba  jo “Cinco p ie iezz a s fá fácc ililee s ”, de 197 1979, 9, c o n v e rtid rt idoo con el tie ti e m p o en u n c a  p  pítítuu lo de mi lib li b ro  E  (Buenoss Aires Aires,, Paidós, 19 1992 92). ). P a r  Ess tu d io s clín cl ínic icos os  (Bueno ticularmente toda la problemática de la diferencia repetición se deja abordar más eficazmente en un sólo término, precisamente, el de v a riación.

7. Elementos para subsanar este descuido histórico, en mí peque ño estudio “El juego del humor”,  R  Ree v ista is ta de E P S I B A ,   n° 2, 1995.

 

emergente es describiendo a un ser que deja marcas marca s por   todos lados ; en los oídos que perfora el grito, a través de los objetos que arroja, que rompe, que hace sonar, en las composiciones heteróclitas de lo que junta (la baba o el moco en el chiche y ya parte del chiche), vale decir, m u cho m antes  del acto enism el opapel,  por uc ucho hos s ot otro ross m“inaugural” ed edios ios (de e sde c ritu rilas turr arayas ). El m ismo llamay do  del niño -que el psicoanálisis hizo célebre como d e manda,  aunque no es del todo igual- nos deja una hue lla del amor que nos pide, bajo la forma de la extracción más fer feroz oz.. (Feroci (Ferocidad dad de la extracción inm ortaliz or talizad adaa por Melanie Klein, neutralizada en los retratos contemporá neos del niño donde la psicología se desenfrena en lo que Winnicott condenaba con el nombre de “sentimentalis mo”.) Ahora bien, este curso de pensamiento ha de califi grave  el que un niño no car como algo verdaderamente encuentre el modo de marcar una superficie, valga el ca so de la del pizarrón, una vez cumplidas determinadas condiciones de edad y de funciones de contexto/ Evocamos por contraste asociativo esa figura popular (y psiquiátrica) del loco golpeando su cabeza contra el muro, mur o, justo en la m medida edida -esta -estam m o s aho ahora ra en co cond ndic icio ione ness de escribir- en que la mano no atina a esculpir la carne en la pared. Entonces se estrella. Lo que el vocabulario lacaniano coñceptualiza  p  pa a saje sa je al acto  se esclarece por

este sesgo: al no ser posible escribir algo en la forma de una huella, marca, trazo, sobre una superficie que se de  j jaa p e n e tr traa r, el iinn te tenn t o ex extr trem emoo , ciego y ddes eses espp e ra radd o es e s  cribirlo con el cuerpo sobre el cuerpo, así sea estrellándo lo desde un balcón (Lacan había señalado la función del 8. La secuencia de “la n iña iñ a de la tiz a” tam bié n puede cotejar cotejarse, se, conn ve co venta ntaja, ja, con el modelo de la ““situ situ ac ació iónn fija fija”” de Win Winnicott, nicott, a su vez vuelto a desplegar por mí en otro capítulo del libro citado en la nota 6: “De las fobias universales a la función universal de la fobia”. Par ticularmente, el ángulo del agarrar,  profundamente socavado en esta niña, si uno deja atr ás un enf enfoque oque conductis conductista. ta.

 

marco de la ventana en la defenestración suicida; agre garía que ese marco  de ventana le acude a él porque no es un muro y deja pasar aunque más no sea la muerte),9 lo qque ue deb debee ponerse en relació relaciónn con con u n elem elemento ento que, a n teriormente  a este pasaje al acto, funcionó como un muro opaco a toda escritura. La problemática de si algo funciona o no como super  ficiee de inscr  fici in scrip ipció ción n  es comentada por otro paciente niño de una manera que permite el registro de un aspecto di ferente. Se plantea como la apertura de un cuerpo que  perm  pe rman anec ecee ce cerr rrad ado. o. El p ac acie ienn te te,, ni niño ño ta tam m b ié iénn , ded dedic icaa gran número y gran parte de sus sesiones a practicar un ori rifi ficcio en un unaa m asa com compacta pacta y gra grande nde de plastilina. P a  ra su edad, esto es duro “en serio”. Mientras lo hace, no faltan comenta comentarios rios as asoci ociat ativ ivos: os: esta gra grann m asa está com com  puu e s t a de m a te  p terr ia iale less ra radd ia iacc titivv o s, sin si n té tétitico cos, s, e x t r a t e r r e s  tres, en todo caso invariablemente de una naturaleza muy particular, extraña u hostil al trazo.  Los agujeros que en ella se logren hacer, son siempre insatisfactorios desde el punto de vista del deseo de dejar marcas. Introduciremos a conti Introduciremos continuaci nuación ón un fragmento de m ate ate rial de otro paciente, en este caso tratado por mí. Para este niño, el espacio “hoja de papel” es accesible en pri mera instancia, pero su dificultad se ciñe a una acentua da demora en prenderse a la lectoescritura. La primera reacción llamativa al respecto, ya en el curso de su aná lisis, es romper en minuciosos pedacitos una hoja sobre la cual no había conseguido escribir letras identificables como tales. Esto es pensable para nosotros como una transformación del comerse la tiza: 9, La Lacan can,, J.: Seminario. diana de Buenos Aires, 1986.

La angustia , Buenos

Aires, Escue la Freu Freu--

 

comerse la tiz tizaa (medio  de escritura)

=>

ro rom m per pe r la hoja (espacio de escritura)

compor com portamien tamiento to oral

=> com compo portam rtamiento iento sád sádico ico-muscular (o anal!

¿Se trata de una puesta en acto de algo roto en él,  que así se espeja en la destrucción en pequeños trozos de la hoja? Leerlo así, en todo caso, da al hecho una trascen dencia muy otra que la de una “conducta” adaptativamente poco exitosa. (Como decir que, entre las terapias, sólo el psicoanálisis se abstiene de hanalizar   estas pro  ble  b lem m á titicc a s de e s c r itituu r a y o to torg rgaa rl rlee s tod todoo s u e s ta tatu tu t o en tanto tan to tal tales. es.)) Prosigamos con la asociación de diversos materiales a este naciente paradigma; no dejamos de hacer una mo desta “aplicación” del método inventado por Freud a par tir de  L  La a inte in terp rpre reta taci ción ón de los sueñ su eños os,,  consistente en la contraposición diferencial : el primer paso es acumular materiales fragmentarios descansando en la suposición de que se va vann a inte in terp rp re reta tarr los unos a llos os otros.10Es 0Esta ta vez se trata de un niño que deja escrito esto en el pizarrón:

10. 10. E n el capítulo IV de esa obra, poco poco an te tess del del sueño del “tío Jo  sé”, Freud caracteriza este procedimiento como el de agregar a una dificultad otra nueva, esperando cierto efecto de retroacción. Más adelante, en las páginas del capítulo VI consagradas al simbolismo onírico, Freud extrema esa acumulación exasperando las yuxtaposi ciones. La confianza en el efecto de iluminación así producido -sin

 

Es un niño de 5 años a lá sazón, en análisis por una neurosis fóbi fóbica de enve en verga rgadu dura. ra. Según Seg ún él él,, lo lo hecho se lla lla  ma “pasto montañoso”. Es de hacer notar la direccionalidad de un movimiento por el cual lo que empezó siendo un garabato -o un mamarracho, según se lo conoce entre nosotros- va virando hacia la forma de letras  definidas. En este sentido, el niño se va adentrando   en la hoja, se establece con creciente firmeza en ella, al pasar de las curvaturas indeterminadas del trazo de garabato a la  prec  pr ecisió isiónn que qu e re reqq u iere ie re la confe confección cción de u n a l e t r a po porr to to  dos reconocible. Consideremos ahora lo siguiente:

También producto de un niño aún en los 5 años. Aquí los arabescos del garabato desembocan en una culmina ción inesperada, el “yo” que -sin solución de continuidad alguña- emerge de ellos. Como en el caso del “pasto monque apenas tenga que intervenir el “autor”, “rebajado” al oficio de compilador de sueños-, es explicitada por Freud. Muchos años más tarde (196 (1964) 4) LéviLévi-Strauss Strauss su bra ya rá que lo loss mit mitos os se inte rp reta n e n tre sí.

 

tañoso” (pero de manera más intensa y acusada) el ma terial nos indica un camino, hecho de pasos de adquisi ciones, que nuestra niña de la tiza no ha podido recorrer. Conviene detenerse un poco en la factura del trazado: el niño empieza por abajo hasta llegar al “yo” en lo alto: de ser la h hoja oja u un n esp espej ejo, o, este “y o ” correspo correspondería ndería ap apro roxi xi madamente al emplazamiento del rostro en él,  es decir, a

la zona corporal más intensamente subjetivada. Vale la  pen  p enaa p ro ropp o rc rcio ionn ar a lg lguu n a co conn te texx tu tuac ació iónn a su dibujo dibujo:: es un niño de 5 años que no presenta ninguna neurosis de clarada, no como el anterior; la inquietud que lleva a los  padd re  pa ress a c o n s u ltltaa r es su pe perc rcep epci ción ón de un u n esfu es fuer erzo zo del h i   jo por po r a s u m i r a c tititu tudd e s de “g r a n d e ”, nó nóta tass e es esto to e n el soso bre  b redd im imee n si sioo n am ie ienn to de s u vo voca cabu bula lario rio a sí como en po pos s turas de relacionamiento; en una de las primeras entrevistas me preguntó sobre mi actividad analítica (los  paa d re  p ress e r a n colegas cole gas)) a fect fe ctan ando do los tic ticss de u n par par.. (Hab (H abía ía que sopesar todo esto cuidadosamente, para no maltra tar o desconsiderar los elementos de genuina precocidad de lo loss que un niño de es esta ta mo modalida dalidadd suele eest staa r dotado. dotado.)) Por otra parte, observé que, al lado de las letras que ya sabía hacer, inventaba otras que reemplazaban las que aún desconocía, cosa que no quería reconocer, racionali zándolo todo con un “me gusta más inventar”. Una acti tud de esta índole, no siendo superada, puede dar lugar a futuras impasses  en el aprendizaje, si el niño se obsti na en experimentar el no saber como una mortificación humillante. Estas son las condiciones iniciales. El garabato en cuestión llega unos meses después, cuando, con 5 años aún, ha comenzado la escuela primaria. Empiezo a notar que la sesión se llena de garabatos y de otros juegos de “rincón” tí típic picos os del del jard ja rdín ín (h (has asta ta entonces entonce s ha había bía rrec echa haza za do, con un “no es eso, te equivocaste”, todas las interpre tacione ta cioness y señalam señalamientos ientos que ap apuu n ta tara rann a un duel duelo, o, a un trabajo de despedida no exento de nostalgias y ambiva

 

lencia en cuanto al período de su vida que iba dejando atrás). En alguna ocasión, estas actividades las comentó conn un “es lind co lindoo ha hacer cer esto”; acom acompañé pañé este proceso proceso pla plan n teándolo ¿orno una búsqueda de lo lúdico en él, como un mantener los puentes intactos y despejados con la fuen te de donde salen los mamarrachos. Lo peor que le pue de ocurrir a un niño (más aún con las tendencias mencio nadas) es que lo que llamamos “crecimiento” (cuando no, “rendimiento”) quede separado, en el sentido de la repre informee  p sión, de lo inform  potencial otencial en la subjetividad hhuu m an ana. a.111 Peor Pe or aú aúnn cuando esa disyunc disyunción ión es la pplatafo lataform rmaa de erec ción de una “brillantez” fálica que colma los deseos de no  pocoss ad  poco adul ulto tos. s. Precisamente puede leerse esa trayectoria donde el garabato conduce ya a los trazos de la lectoescritura co mo una tentativa de integración  que junta lo nuevo en emergencia y adquisición con la rica práctica temprana del garabato, plasmación de lo informe si la hay. Acen tuada aquélla por su culminación no en cualquier térmi no: el “yo” corona la entera operación (si no nos limita mos a homologarlo con el yo de la segunda tópica freudiana; sería un error grande, no apreciaríamos la conquista que el niño lleva a cabo) significando su estoyahí, su ser-ahí-subjetivo implicado en juego en esos tra zos y sobre todo en la articulación “sintética” que reali zan. za n.11- La conj conjunción unción ddee traz trazoo m mam am arr arrac ache head adoo con le letr traa de código nos enseña de dónde salen las letras ae la lec-

11. Recojamos cuidadosamente este término de Winnicott -cuya función estratégica no  es equivalente al del ello freudiaño y sí puede acercarse m ás al últi último mo real en La can -; lloo primero es procu rar lee leerl rloo no ligeramente. Remito a las primeras páginas de  R e a lid li d a d y ju eg o   (Barcelona, Gedisa, Gedisa, 19 1982 82), ), haciendo la salved ad de un a tradu cción no siempré satisfactoria. 12. “Sintética” a condición de; a) alejarse de la noción banal de un “resumen”, de un comprimido; b) también de la noción no menos ba

 

toescritura, de

ese tejido de garabatos, de ese tejido infor me garabateante que ya es otra escritura y que a su vez nos enviará a escrituras más antiguas aún, según vere mos. Y el éxito de este niño es verse allí, en el “yo” de ga

rabatos que ha pero como esto quiere decirseque el pizarrón, sinlogrado dejar detrazar, funcionar pizarrón, ha transformado en un espejo. La niña que nos ha enseñado la secuencia inicial no conseguíaa reconoc conseguí reconocers ersee en alg algún ún tra trazo zo propi propioo sobre aquél, ni, por otra parte, había concluido su dibujarse en el es  pejo. El E l ni niññ o del “yo” g a r a b a t o , en cam cambi bio, o, no n e c e s ita it a del  paso  pa so p o r és éste te;; y a jjuu e g a con m i r a r s e en eso esoss ot otro ross tra tr a z o s. Su escritura del “yo” al cabo de los laberintos informes debemos asimilarla, en su estructura, a la de un niño más diciendo “nene”pun una super fici ficiee pequeño espe especula cular.1 r.1 3En el mismo pcon unto toalegría en queante la pprim rim er era a nni i ña practica el consumo oral de la tiza, él se enunda y se ve  “yo” (garabato). Sumados, ambos nos interrogan: ¿Guántas cosas hubo que escribir (y que no solemos pen sar como escrituras por un prejuicio logocéntrico que “angosta” este término -reducción de la escritura a la es critura fonética, que duplicaría la voz-) antes de poder escribir este singular “yo” jeroglificado en lo informe de los trazados más espontáneos?

nal de juntar sin conflicto, “superando” el conflicto; c) enlazarse al sentido kantiano, donde escribir “síntesis” o “sintético” es tanto como reconocer rec onocer la formación de u na diferencia,  entonces, la aparición de al go nuevo, no contenido en los elementos precedentes. Pero ésta es to da un a m eta en el trabajo trabajo psicoanalíti psicoanalítico, co, a ella ella va la interp interpretació retaciónn en lo que apunta a suscitar en el trabajo asociativo del paciente. 13.. 13 M arisa ari sa Rodulfo Rodulfo h a hecho n o tar ta r có cómo mo este dibujo del yo-gara b  baa to con co n ju jugg a b e llllaa m e n te l a s i n s t a n c i a s del “moi"  y   y del “j e ”,  según La can las ha al poner unay imago de reconoci miento en conceptualizado, simultaneidad con una enjuego instancia, una práctica, de enunciación.

 

(Simultáneamente, estas diferencias se ofrecen a los  jueg  ju egos os - y a las la s n e c e s ida id a d e s - del diagnóstico diferencial  en psicoanálisis.) Volviendo a los términos del pequeño dispositivo pro  pu  pues esto to,e, los escr es crib ibir irem emos os d e sig sipsicoanalistas g n a n d o lugares. Nos suintere sarán involucrarán como no   por cali dad de “objetos” materiales sino por la de lugares donde  el sujeto ha de aposentarse:  en su marcha, en sus proce sos de estructuración, el sujeto ha de poder viv vivir ir en ellos, ellos,  necesidad para esa “estructuración” sea lo que fuere. (Nos cuidaremos de “entender” muy rápidamente un vo cablo como éste). Más todavía: ha de conseguir articular los, lo s, ponerlos en injunc inju nció ión, n,114 pues pu es no es tan ta n simple sim ple com como que habitar uno sucede a dejar de habitar otro. Por lo  pr  pron onto to,, mun a n despliegue e jar ja r e m o s laenh ipó iplaódiacronía tesi te siss de que qu-es e los tr tree suna lug lu g“his are s conocen decir toria to ria””, incluso una un a ““cronología” cronología”-- a la vez vez que, tra tr a s u n ppe e ríod ríodoo breve en aparien apa riencia cia pero densísimo en sus trabajos, trab ajos, un régimen de por vida de coexistencia, de despliegue sincrónico. Aun nuestra niña de la tiza, en su desgracia, nos en seña álgo de más, considerablemente más difícil para quien no cuente con la perspectiva psicoanalítica (no só lo ni mucho m ucho menos meno s la “teór te óric ica”, a”, sino la . que res re s u lta lt a del del trabajo cotidiano psicoanalista): cuando ella esos trazos sobre del el espejo que ora reduplican unaamaga ceja, ora algo de su nariz, etcétera, nos revela que, en el fondo que nunca se va al fondo, un trazo es un trozo de carne. 14.

 In jun  Inju n ci ció ó n   ti tiene ene la ventaja de valorizar un a p  pll u r a l i d a d info in form rm e   sincrónica , no sometida al principio de no contradicción ni a los re

querimientos que se exigen p ar a ppen en sa sarr en un ““siste siste m a” a”,, es deci decir, r, una  pres escr crip ipci cio o ne ness de c o n ju n c ió n . Tampoco está regida por oposi serie de  pr ciones. Pero “viene todo junto”, y eso no es obviable, salvo al precio de Spectres de Marx,

simplificar. Derrida, en particularVéase el capítulo I. J.:

 París, Galilée, 1993;

 

Hay efectivamente un trozo de carne que la niña no con sigue, con toda su insistencia, llevar y colocar -trans  puu e s to  p to-- en la e s p e s u r a del p iz izar arró rónn . También prefiero formular esto por la vía de una nue va pregunta, la cuarta si numeramos: 1) ¿qué pasaba allí, ante el pizarrón-hoja de papel?; 2) ¿por qué iba a buscar al espejo y qué?) 3) ¿qué no comido del lugar  mad  m adre re se ha tenido que ccoo mer en la tiza?, y 4) ahora: ¿por qué los niños tienen   que hacer caricias, tienen  que tocar? Esta cuarta pregunta nos instala de lleno en el cuerpo  de  I q ,  madre, territorio por excelencia del acontecimiento del acariciar, y que el niño procura recibir   lo mismo que dar. Como psicoanalistas sabemos que debemos saber hacer estas preguntas, sin contentarnos con afirmacio nes triviales al estilo de que “expresa afecto” o “necesita recibir afecto”, etcétera. Aun sin desdeñar esa referencia habitual, habitu al, ap apenas enas si nnoos deja entrev entrever er la pun ta de un tém   pano  pa no de in inso sosp spee c h a d as di dim m en ensi sion ones es.. P u e s cos cosas as m á s esenciales se juegan en este juego. El niño “hace” decir nos, o “le hacen” (verbo aquí pleno de sugerencias), pe llizca, el dedo, toca y agarra, sobreescribirel cuerpo de la madre hunde -del Otro, podríamos también porque tiene que aposentarse allí, ése es su trabajo de aposenta miento. También, esos acariciares van a constituir la ma triz de sus futuros trazos. Lo hasta aquí expuesto testifica lo que entiendo por trabajar un material psicoanalíticamente, lo que he conceptualizado poco a poco bajo el nombre de estudio clíni co.15N 5Noo he esc escrito rito ppaa r a em pe peza zarr al comienz comienzo, o, exponiend exponiendoo  E s tu d io s cl clín ínic icos os

Vé Véase asedemidiversos capítulos, (ob. donde este enfoque, soste nido15a. lo largo titulacit.), finalmente el libro.

 

en torno a un “ejemplo”; he evitado incluso, deliberada mente, escribir “por ejemplo”, “un ejemplo de esta...”, no he convertido a la niña de la tiza, para añadir a sus des gracias, en un ejemplo de la entidad nosológica “psicosis infantil”. Si se quiere, he seguido cierto sendero que po dría -si el psicoanálisis no se entregado tan irre flexivamente a una política dehubiera la disociación teoría/prác tica que no sólo no inventó sino que ha desarrollado elementos para cuestionar- constituirse en tradición, si recordamos ciertas observaciones críticas de Freud sobre el caso “ejemplar”, a la entrada del análisis fragmentario de una histeria. (Y de hecho, pese a contumaces dogma tismos y cerrazones, los historiales freudianos, en su es critura,   tienen todo que ver con esta idea de estudio y   muy poco con la rutina del ejemplo). Una tradición más difundida pero a nuestro entender difícil difí cilmente mente recomen recomendable dable en psicoanálisis pparece arece confir mar este punto de vista: en ella, el hueco que se deja en tre teoría y práctica se sutura, falsamente, con un ejem  plo. Y h e a q u í la tr traa d ic ició iónn de sie si e m pr pre, e, los m ism is m os ejemplos que en otro lugar me llevaron a evocar la ima gen de un museo y que mereciera de Luis Hornstein la comparación con una clínica pervertida en anatomía pa tológica, perennemente disecando a “Juanito”, “Dora”, etcétera. Parecería más atinado que una disciplina empeñada en continuar viviendo se aboque a considerar más las  produ  pro ducci ccion ones es de ggee n te qu quee e s tá t r a ta tann d o de vivir. Y qu quee se vuelva más atenta a sus producciones genuinas: en este caso, el término “material” sí es bien específico del psi coanálisis, y tiende a conjurar la escisión teoría/práctica que el el eeje jempl mploo eje ejempli mplifi fica. ca. El m mate aterial rial no ilust ilustra: ra: pla plante nteaa  prob  pr oble lem m as as,, d a a p e n s a r, so sobr bree tod todoo es ca capa pazz de d a r a p e n  sar lo no pensado por la teoría y sobre todo si lo respeta mos verdaderamente como tal, resiste la “aplicación” de la teoría que de inmediato lo volvería cristalino y manso.

 

Estas mismas consideraciones explican que no haya mos atiborrado precipitadamente estos fragmentos clíni cos con la terminología propia de alguna burocracia psicoanalítica. En cambio, invitarán al recorrido que empezamos a emprender, vocablos no de tipo técnico que han sido sujetos a enumeración, cuyo peso iremos entre viendo de a poco, de a paso. Muy señaladamente, lá “me táfora” del camino, ej  ejee ddee la la secuencia secuencia extraíd ex traídaa pa para ra u sa sarr de modelo en nuestro estudio. También, por supuesto, los que designan diversos lugares cuyas condiciones de pro ducción, funcionamiento y estatuto están aún lejos de una suficiente elucidación. Y aun las cosas que en esos espacios acontecen: el niño que esboza la más simple de las rayas nos lleva a preguntar, cuando no nos ahogan las “líneas”, “por ejemplo”: ¿qué decisivas operaciones es tánn enju tá enjueg egoo cuando se tra ta, ta , nnad adaa menos, que que de est esto: de de hacer hac er una u na raya? Serán Será n elementos éstos que nos "reten drán por mucho tiempo.  No podr po dría íam m os conc co nclu luir ir a d e c u a d a m e n te e s te capí ca pítu tulo lo sin reco re corda rdarr la conex conexión ión de todo todo lo en él expuesto con con una un a “vieja” pregunta escrita en el libro que coescribimos con M arisa ar isa Rodulfo:16 ¿dónde viv viven en los niños?, ¿y merced me rced a qué trabajos? (Se evidencia ya cómo la niña de la tiza no logra vivir en un pizarrón o en una hoja de papel, en aquel espacio ligado al trabajo del trazo.) El “yo” con que su congénere sabe llevar a su apoteosis el garabato que ha emprendido vale como elemento de dilucidación de su  poo sib  p si b ilid il idad ad como como de su p o ten te n ci ciaa p a r a e x is istitirr allí al lí (much (m uchoo más que para “aprender” a escribir). De estas preguntas derivan consecuentemente otras: ¿qué conflictos afronta un niño en el lugar donde se alo  ja,, en c ada  ja ad a uno un o de los siti si tios os do dond ndee s u s u b jeti je tivv ida id a d se em em  pla  p laza za?? P ero er o no quer qu erem emoo s a p r e s u r a r n o s a o lvid lv idar ar a q u e llllaa s  pri  p rim m e ras ra s . Clínica psicoa nalítica co con n  16.. una Rodulfo, 16 M ar arisa isa y Rodulfo Rodulfo, , Ricardo:  Buenos Aires, Lugar Editorial, 1986. niños: introducción,

 

Cuerpo materno --------- ► espejo — ---- »*- pizarrón (hoja) a insertar el modelo que hemos de la Volvemos situación clínica descripta porque nos vaabstraído a interesar sostenerlo y tratar de desarrollarlo. Después de todo, en el psicoan psicoanálisis álisis se ha echado mano a mo model delos os del más di verso tipo y extracción, hidráulicos, mecánicos, biológi cos, lingüísticos, comunicacionales, etcétera. No nos vie ne ma mall pro proba barr ccon on uno ppuu ram en ente te cl clín ínic icoo y narrativo, por así decirlo (como en aquellos cuentos donde el héroe em  pre  p renn d e u n via viaje) je),, y na naci cido do en el sen senoo m ism ismoo de n u e s t r a  prác  pr áctitica ca.. C la laro ro qu quee a p e la larr a l a n a r r a c ió iónn co conll nllev evaa tod todos os los riesgos de no sobrepasar el plano de lo mítico, pero a esto podemos responder haciendo notar que, por lo me nos, en este caso el riesgo está a la vista, lo que no suele suceder qon los otros, especialmente con los que vienen recargados con emblemas de cientificidad. Junto Jun to a eest sto, o, un unaa segunda nota preli prelim m inar para ag agre re gar algo a lo escrito más arriba acerca del “género” que hemos hem os bautizado estud o clínico. No le le damos ese nombre  penn sa  pe sann d o en s u co cont nten enid ido, o, en s u te tem m á t i c a d o m in inaa n te te:: lo esencial reside en la manera de contar y de pensar que

hemos adoptado, la cual creemos más es congruente con el particular decurso del tratamiento psicoanalítico, y sus flujos y reflujos en contadísima excepción y por muy

 

corto trecho lineales, y con las particularidades del tra  bajo de p e n s am amie ienn to del a n a liliss ta, ta , que qu e en g e n e ral ra l no se  par  p arec ecee m ucho uc ho a lo que qu e su suel elee llllaa m a rs rsee “lóg lógic ica”. a”. Sinuosi d a d   es clínico

palabra que conviene pocas al fiel estudio yuna a toda escritura propensacomo a mantenerse y lo más próxima posible al psicoanálisis, no sólo como méto do, sino más abarcativamente, como actitud. Entonces, Entonce s, si esto es así, no no nos qued qu edaa otro remed remedio io que seguir desplegando preguntas, material tras material, sin respuesta inmediata; más aún, evitando  (como por  prec  pr ecau auci ción ón metod me todoló ológic gica) a) cae ca e r en c u a lqu lq u ier ie r ping pi ng-p -pon ongg de  preg  pr egun unta tadd-re resp spue uesta sta:: he aqu aq u í el abe de la forma psicoana lítica de procesamiento de materiales, tampoco  asimila  ble aplic licac ació iónn del de uamasado n molde mo lde irá sobre so bre u n a m a sa sa. E n todo caso,a ládelap amasar, deviniendo la. conceptualización. En el estudio se procura reproducir cierto modo de la marcha que afrontamos como podemos coti dianamente en el consultorio. Con estas reservas, no obstante, una conclusión se desprende de lo desarrollado en el primer capítulo: de no haber un niño que lo invista, lo invente como tal, un pi zarrón, una hoja de papel, no es más que una “cosa” iner te entre las demás cosas. Sólo por una suerte de ilusión ópt óptic icaar--da -dpreexist a d a por la niño perspectiva perspecti adultocéntrica adu ltocéntrica del dedam l obser vado va dorpreexiste e al ni ño.. Y aun auva n cuando pueda fundam fun en tarse una precedencia, no menoscaba en nada lo ineliminable: un niño la hace hoja al aposentarse allí.1 Esto mismo nos procura cierta idea general de hacia dónde apuntar el proceso de la cura en una niña como la de la tiza. Sería perder el tiempo interpretar “significa dos” del pizarrón que determinarían su extraño compor tamiento: hay que lograr que consiga ocuparlo,  que se

. Desarrollo de un las parad padesde radojas ojas dOtro. e W innicott innicott: : ele aniño li d a dcrea y   lo que 1encuentra o lo que se aledeofrece el de Véase  R  ju e g o ,  Barcelona, Gedisa, 1982.

 

vuelva habitable  para ella. Habitar un lugar, toscamen te expresado, es poner cosas propias ahí, pero el punto es que esto no se hace sin profundas modificaciones subjeti vas en quien los pone ahí. El trazado de una raya produ ce un impacto estructurante en el “sujeto” de la opera ción. (Las comillas van por cuenta de que ésta no se ajusta a los cánones occidentales en cuanto al par suje to/objeto.) Justificamos en todo esto nuestra hipótesis de que la cura no debe obstinarse en “descubrir” qué signi fica “inconscientemente” el pizarrón y sí dirigirse a que signifique algo para ella: no importa qué, mientras sirva como superficie de inscripción. Segunda propo proposi sici ción ón:: la man m anera era que un niño ttiene iene -la - la única consistente- de aposentarse en un lugar es a tra  Ell ni niño ño es un ser   vés de las marcas que hace y deja en él.  E marcante, ser de marca, demarcado por las marcas que   es capaz de escribir.  En la práctica, allí comienza ciérta evaluación diagnóstica.2Luego, toda una forma de mati ces en la relación con este marcar   nos irá permitiendo aproximaciones más finas y hasta el uso de categorías  psico  ps icopa patoló tológic gicas as,, de s e r ne nece cesa sario rio.. Supongamos, por eje ejempl mplo, o, que entra entram m os en un consul torio de donde acaba de irse un niño razonablemente pe queño (4 o 5 años), y supongamos que no encontramos nada desparramado por tampoco el suelo, encontramos los juguetes hojas “en sudibu lu gar” (donde no lo son);  jadd a s o ppla  ja lass til ti l in inaa m o ld ldea eadd a o fra fr a g m e n ta tadd a : e n s egu eg u id idaa el asunto nos obligaría a descartar que ocurra por lo menos algo de una inhibición considerable. Tendremos que ocu  par  p arno noss de u n a supo su posic sició iónn así. 2.

D esarrollam os así la interrogac interro gación ión de “¿e ¿enn qué trabajo an anda da?” ?”

 pro  p ro p u e s ta e n n u e s tro tr o p r im e r lib li b ro en co com m ún ún:: Ro Rodu dulfo lfo,, M a ris ri s a y Ro Ro  con niños y adolesc adolescentes entes:: una in dulfo, Ricardo, Clínica psicoanalítica con troducción,  Buenos Aires, Lugar Editorial, 1986.

 

Si Lacan señalaba señala ba hace muchos años3 el interés inte rés es  poo n tán  p tá n e a m e n te d is ispp a r a d o del de l n iño iñ o por po r el m ito it o y el cue cu e n  to, otro tanto -pero más temprano aún- se comprueba respecto a su inmediata disposición libidinal hacia todo lo queconfirmación tenga que ver con experimental la marca y la de acción Una cuasi esto de la marcar. tuve un día en que, ya no recuerdo por qué razones, olvidé en mi consultorio de niños un sello ya en desuso (pero con tin ta). Cada uno de los niños que vi esa tarde reparó en él y lo usó a su manera, según estilos, posibilidades y proble máticas a menudo limitativas: estuvo el que en torno a él montó una escena de juego de oficina y estuvo el que lo empleó toscamente sellando a diestra y siniestra: pero a ninguno le fue indiferente y me asombró en todos los ca sos la velocidad con que todos repararan en él. Tanto así que a partir de aquel día el sello quedó incorporado al “elenco” de objetos del consultorio; los niños le habían otorgado un estatuto que sobrepasaba lo accidental de su inclusión. (Si lo queremos, lo mío podría leerse como un acto fallido: la convergencia más importante con éste es quee ¿no qu ¿no se se tra tr a ta acaso acaso de pequeñas peque ñas marca m arcass en la psi psicop copaatolbgía de la vida cotidiana?, ¿no se trata de marcas mar ginales como las del objeto roto u olvidado?, ¿y no pensa mos que cuanto más marginal e imprevista la marca, más intenso el índice de subjetividad  que   que encarna?) El “yo” es saliendo del como garabato en otro de los materiales expuestos pensable una un a   de las culminaciones y decantaciones, complejas decantaciones, de esos laberin tos de marcas. Una incursión en otras edades -como pa ra no creernos que esto concierne solamente al niño- nos ofrece lo siguiente: un paciente adulto que acaba de es cribir un trabajo de su especialidad (de un nivel de abs 3.

Camino que va del pictog pic tograraa raraa al sign significan ificante te en mi libr libroo  E s t u

dios clínicos:  de

un tipo de escritura a otro, para soslayar el mitema de la “profundidad” en Freud y en Jung.

 

tracción muy alejado de los asuntos humanos) -hecho además importante porque implicaba vencer tenaces di ficultades y resistencias para participar de la vida cien tífica de su campo escribiendo y publicando-, se refiere a ello diciendo en sesión “me vi reflejado en lo que escri  bí...”.. A ho  bí...” hora ra es esta tam m o s en con condic dicion iones es de e v a lu luaa r la in inm m en sa utilidad que el trabajo con niños y con adolescentes tiene para el mismo trabajo con pacientes adultos, siem   elementos de un campo a otro.  pre que se sepp am amos os acarrear  elementos Después de ese “yo” dibujado en la punta de un mama rracho, ya 110 podríamos contentarnos con declarar el co mentario del paciente de más edad como una mera figu ra retórica, de hecho fuertemente convencionalizada, un cam  bsimple  bio io,, que,modo a b s tr trade a c todecir. com comooHay es, elque te texxaceptar to de supensar, tra tr a b a joend ib ibu u ja su “yo” implantado en esas páginas para él. Resortes apasionantes del trabajo analítico con el ni ño: su práctica nos enseña cómo aquella locución a la cual sólo le concedíamos valor en sentido figurado, en la figura retórica de la “metáfora”, valor de “comparación” (nociones, según se ve, propias del sistema  pr  preco econsc nscien ien--  te),  en lo inconsciente revela tener otro tipo de atadura (Bindung) umbilicada a una literalidad carnal irreducti  ble a u n que ep epife ifenó nóme meno no el de lenguaje le lenn g u a je al(enmodo la con concep tra  dicional imagina decepción unción revesti  Loss usos del n iño iñ o son so n la  miento superestructural).  Lo verdad verda d d dee llos os “usos de le len n g u a je ”, ¿Cómo se hace esto, por qué medios un niño, en prin cipio apenas si aposentado en el cuerpo de la madre, luego de aprender a reconocerse en el espejo, sólo y acompaña do, va a parar a un medio tan distinto, tan heterogéneo a lo loss an anter terior iores es como parece serlo uunn a hoja de papel o su su  perficie de in insc scri ripp ci ción ón s im imililaa r (com (comoo s e g ú n lo ve vere rem m os os,,

una mesa de trab trabajo ajo o au aunn un rincón en el suel sueloo donde se despliega una geografía con diversos juguetes)? Aquí es donde no basta con la afirmación de que “ingresa en lo

 

simbólico”, de una generalidad tan vaga que no puede orientarno orien tarnoss en ningú ningúnn pu punto nto con concr cret etoo ddee trabajo, equiva lente a la invocación, en otras épocas, al “instinto de con o ralel “instinto presente  bservación”  ben ende deci cida da po por “e s tru tr u c tu turrmaternal”, a lis li s m o ”. I naunque s is iste te el se ¿cómo re reco co rre este camino, merced a qué medios?  Nee ce  N cesi sita tam m o s a h o r a de u n nu nuev evoo sa saltltoo p a r a po pode derr v a  lernos de elementos propios de lo musical. No figura en la bastante matizada enumeración que Freud proponía en  E  Ell a n á lis li s is pr prof ofan ano, o,  ni en ninguna que se haya hecho después (dentro de las referencias de que disponemos),  pero lo ccier ierto to es qu quee u n ci cier erto to g ra radd o de fo form rmac ació iónn en m ú  sica, y particularmente en cuestiones de escritura y de es estru ctura ra musi cal, vend vendría ría muy bien a latiré labor teórica y a la ltructu a clí clíni nica ca m ddeeusical, l psicoanalista. Según insistiré insis en m mo o stra strar r lo, el inc incon onsc scien iente te “es es” ”  (puede ser muy estrechamente aproximado) un fenómeno m musical, usical, sobre todo todo en refe referen ren cia a la música occidental,^especificada por un tejido po lifónico que lleva la sincronía a insospechados espesores.4 Por eso mismo, el conocimiento de la trama de lo musical es una guía inapreciable cuando debemos enfrentar al gunos de los problemas teóricos (y de los enigmas clíni cos que los causan) más arduos en nuestro propio campo. todosmenos modos, aunque esa formación falte, quien másDequien tiene sus aficiones musicales y ya sea 4. Un a fundam entación teórica extrem adam ada m ente riguro sa de es estt en otro terreno y sobre otro objeto teórico -pero un objeto teórico muy en resonancia resonan cia co conn eell de dell psic psicoa oaná nálisislisis- la lleva lleva a cab caboo Lév i-Stra i-Strauss uss en la obertura y en el final de las  M  Mit ito o lógi ló gica ca s   (tomos I y IV respectiva mente, me nte, Méx Méxiico co,, FCE, 19 1972 72), ), cuando utiliza lo loss gran de dess géneros géne ros m usi cales de Occidente para estudiar la trama interna del mito, lo cual,  porr lo d e m á s, in s iste  po is te y r e to m a a lo la larr g o de to todd a e s a ob obra ra m o n u m e n 

tal, y nunca analógicamente ni por someterse a un “modelo” extrínse co al asunto. No. Lévi-Strauss puede llegar a demostrar que un mito o un conjunto mítico está escrito de los mismos procedimientos que un rondó o una fuga, según el caso. De punta a punta, los cuatro tomos son un gigantesco tema con variazioni.

 

escuchando una orquesta sinfónica, un conjunto de rock o sólo un piano ha percibido seguramente que siempre  hay un bajo en nuestra escritura musical. El lego -sobre todo si su para lela prestará escucha muy espontánea de mati ces no es intuición muy grandepoca atención, tenderá a considerarlo como algo superfluo o secundario. Si rebasamos esa actitud superficial estaremos en condi ciones de preguntar, menos rutinariamente: ¿por qué siempre tiene que haber un bajo? ¿Qué hace necesaria,  por ejemp eje mplo, lo, l a p rese re senn c ia de ese eno en o rme rm e con co n tr trab abaa jo e m i tiendo sonidos sordos sin ningún protagonismo? ¿Qué función viene a cumplir? ¿Es' una mera burocracia, iner cia de hábitos sin sentido? ¿Qué razones, si las hay, dan cuenta de esa invisibilidad constante, que nunca se gana los aplausos? Hemos de juntar todas estas preguntas con la qu% re sumiera nu estra es tra hipótesis actual ac tual sobr sobree la niña de la la tiz tiza: a: su rotundo fracaso delante del pizarrón lo preguntare mos cómo: ¿Qué cosas, en lo que a ella respecta, no se es cribieron antes? ¿Y en dónde no se escribieron? ¿Qué marcas ma rcas no se produjeron produjero n y en qué otros lugares? luga res? Y vamos a necesitar -cascando las nueces de a dos, según lo acon sejaba Freud- un puente que vincule este caso, tan “psi quiátrico” en su aroma a psicosis, con hechos harto me nos insólitos de la vida cotidiana. Se tr traa ta esta es ta vez vez de de un fenóme fenómeno no tan ta n común y corrien te o tan universal como el de la caricia.  Lo abordaremos  por la vía ví a de u n juego, jue go, jueg ju egoo que qu e se da e n t r e el niño ni ño y a l gún “grande” muy especial para él,5y que constituye una 5.

Se verá que rec recurro urro co conn frecuen cia a es esta ta deno denominación minación de

grande , tomada prestada del léxico infantil, en razón de una serie de ventajas: a) des-edipiza-des-familiariza un tanto el vocabulario  p  psi sico coan anal alíti íticc o , t a n so sobb re recc a rg rgaa d o e n es esee sen se n tid ti d o ; b) no o c u ltltaa las la s r e l a  ciones de poder que tensan el campo de relación, como sí lo hace es cribirr ““adu cribi adu lto”; tam bié biénn pone de relieve la dimensión mítica   que para el niño resuena en todo lo que es gr ande , en tanto “adulto” biologiza

 

verdadera escena de escritura:6con un solo dedo, éste de  be r e c o rre rr e r le lenn ta tam m e n te el ro rost stro ro del ni niño ño ( b a s ta tann te pe pe queño, señalemos que no ha llegado aún a la lectoescritura), contorneando el óvalo degeográfica, la cara, deteniéndose luego enprimero cada particularidad sea el espesor de las cejas o los orificios de la nariz. Una enumeración verbal de cada uno de estos elementos sue le acompañar este “dibujado”. Digamos que aquí el acari ciar -en otras ocasiones más errático o más casual- se organiza un poco más, planificando su recorrido por el sistemaa del rostro y por un sistem unaa exigencia de totalida totalidad: d: el ni ño no consiente que alguna parte quede excluida. Diga mos también que -con una universalidad sólo limitada  po  por cu cues estio tione nesautistas s de pa pato tolo g ía gr grav ave: e:elfob fobias ias pide al to toca cam ien ie n to en rpequeños u log obsesivosniño la mrepeti ción del juego tal cual lo ha hecho con el cuento y la can ción. Disfruta también con la introducción de pequeñas variaciones7en el curso de la escena.  No es r a r o qu quee é s ta se tra tr a n s p o n g a a la si situ tuaa c ió iónn a n a  lítica. En una paciente de Marisa Rodulfo, la niña, des  pués  pu és de h a b e rl rlee so solic licita itado do qu quee d ib ibuu ja jarr a su ro rost stro ro,, co cons nsi i guió llevárselo a la casa. Al tiempo, la analista se enteró de que el retrato estaba sobre la mesa de luz de la pa ciente, es decir, un lugar nada casual, inmediatamente

esa dimensión con su connotación evolutiva banal y profundamente impregnada de ideología. 6. Para este término, remitirse a Derrida, Por ejemplo, “El carte ro de la verdad”, en  La  L a ta tarj rjet eta a p o s ta l,   México, Siglo XXI, 1986;  L a es critura y la diferencia,  Barcelona, Anthropos, 1989 (particularmente el ensayo “Freud y la escena de la escritura”).

7. En el caso de una hija mía -que fue quien en verdad me ayudó a valorar este jueg o- la variación variación m ás apetecida, apetecida, porque introducía a la vez la irregularidad imprevista y oscilaciones de ritmo, era que yo “borrara” algún rasgo recién hecho, declarándome insatisfecho con el resultado, y lo volviera a hacer.

 

ligado a las problemáticas del narcisismo a las que sole mos dar el equívoco nombre de identidad.  En este caso, se trata de una hoja de papel, pero es evidente de dónde sale, derivación histórica. manera más acotada, lo mismosu encontramos cuando De un niño extiende su mano sobre una hoja en blanco y hace con un lápiz el contorno. Tampoco es rara la transición a relatos ya vecinos al cue uent ntoo. La mad madre re de un unaa de mis pa pacie cientita ntitass hhabía abía encon encon trado el modo de articular el juego a la cuestión del ori gen de los niños. Así, le iba diciendo cómo el padre y ella la habían gestado mezclando sus elementos y haciendo un día, por ejemplo, la nariz (y aquí la dibujaba), otro día la boca, etcétera. les:Varias observaciones se desprenden de estos materia 1) El acariciar se revela en su valor de juego, acto de  juego, m a n if ifee stac st ació iónn del ju jugg ar ar.. No es sim si m p le lem m e n te u n a ‘^expresión” de afecto de carácter más o menos “natural”. Su desplegarse constituye'un auténtico campo de juego intersubjetivo. (Apreciamos la exactitud de designar co mo juego amoroso lo que Freud llama “placer prelimi nar”. Este ju  jueg ego o amoroso amo roso   está compuesto fundamental mente por caricias.) Arrancarla de su habitual versión “expresiva” (que nunca puede considerarla otra cosa que un epifenómeno)  permit  per mitee p r e g u n ta tarr : ¿qu ¿quéé hace una caricia? ¿Es que el ni ño -si acudimos a las primerísmas emergencias del aca riciar- ya tiene un cuerpo y con  él acaricia y es acaricia do? Esto desemboca en la siguiente observación. 2) El acariciar es una de las prácticas, uno de los dis

 positivos, secuen secuencia cia de jugar jug ares, es,  en fin, que van formando lo que decimos “cuerpo”, que entonces deja de ser pensa bricias.  ble le ccom omooJunto uunn a uan iotras d a d pr pre e v ia al tr traa z a fu d onde n te tejid jidoo de ca d a  u cuerpo. operaciones, Lápiz avant la lettre  (apréciese la inexactitud de esta locución

 

en este contexto), el dedo del grande transforma en ros tro la cara del pequeño.  Nos s e rvir rv iráá r e c o rda rd a r a h o r a n u e s t r a c arac ar acte teri riza zaci cióó n anterior del niño lobo ser marcante para mantenernos a cierta distancia de una formulación estructuralista, que inmediatamente se reapropiaría de esa ¿potencialidad? de marca para difundir la imago de un niño como acari ciado, vale decir, pasivo en la operación. Es a la vez una ilusión de observador conductista, cuya superficialidad nunca se podrá exagerar: el niño es tan acariciante como acariciado, el esquema dar/recibir es singularmente ina decuado para representar la complejidad de una opera ción como ésta; no sólo por los acariciares que ya el lac tante emite de modos bien explícitos, sino también las manifestaciones intensamente libidinales con quepor el niño acompaña las caricias que le hacen, que lo hacen. Siguiendo el declive de la distinción y del pasaje de lo literal a lo figurado (que Remos subrayado como uno de los ejes del estudio clínico) tomaremos en cuenta otros modos de aparición del acariciar fuertemente típicos. Por ejemplo, cuando un niño acomete la búsqueda de sí mis mo -de un sí mismo futuro, en verdad- a través de esos  paa r tic  p ti c u lar la r e s dibujo dib ujoss que qu e son so n los dive di vers rsos os rela re lato toss fam fa m ilia il ia res acerea de su nacimiento y de otras circunstancias de su historia y de su prehistoria. Lo mismo puede decirse del apasionado interés por los álbumes familiares de fo tografías. Y la contrapartida de esto nos la ofrece el daño que sufre un niño cuando estos diversos registros de su cuerpo se encuentran ocluidos por formaciones patológi cas (y patógenas) en el archivo familiar.8Recuerdo el pri mer niño epiléptico que atendí, cerca de treinta años atrás, un niño de 8 años con convulsiones y pérdida de

8.

Evoco el concept con ceptoo de

 Ell rrollé en  E

archivo   que,

n iñ o y el si sig g n if ific ic a n te ,  Buenos

inspirado en Foucault, desa

Aires, Paidós, 1993.

4U

 

conciencia que -hasta la entrada del psicoanálisis- la medicaci medic ación ón no logra lograba ba con c ontro trolar lar del ttodo odo.. A él no se le ha ha  bía dicho u n a p a lab la b r a sobr so bree lo qu quee le p a s a b a , sobr so bree esos intervalos en que su subjetividad se hundía, sobre la ra zón de tantas visitas al médico. Lo primero que en el tra tamiento pudo hacer -tras meses áridos a causa de mi falta de recursos para pensarlo hasta el afortunado azar de unas páginas de Eduardo Pavlovsky sobre terapia de grupo con niños epilépticos- fue una escenificación bien de cuerpo,  una suerte de psicodrama espontáneo, (ade más era un niño de muy escasos recursos verbales y lúdictrs en general), donde por primera vez escribió,  le dio álguna  fi  fig g u r a   a sus ataques, en la forma de un violento asesino que venía de ésta noche estrangularlo.9Si lo pensa mos detenidamente, es aotra variación  del acariciar. h

Es de recordar que ya se lee en Freud un primer reco nocimi noc imient entoo de la funci función ón estr estruu ct ctuu ra rann te del del acar acariciar iciar,, ppaa r ticularmente de la caricia materna. Observaciones tem  prr a n a s d is  p ispp e r s a s , pero pe ro r e tom to m a d a s bi biee n ta tarr d ía íam m e n te te,, sobre todo en el sesgo de la seducción que el grande ejer ce sobre el niño, y, en no pocas obsei'vaciones, el herma no o la hermana Poremesta óptica de lo traum ático, ático , pormayor eexxcesoo la de de institutriz. sexuació sexuaciónn prem pr atu atura, ra, ing ingre re sa la caricia como objeto de estudio psicoanalítico. Y, en lo esencial, son observaciones que no han envejecido. En  paa r titicc u lar  p la r s u v a lor lo r como “p u n to de fija fi jaci ción ón”” en la c o n s titi tución de condiciones eróticas  se mantiene con plena vi gencia clínica, pese a todo el apalabramiento que ha su frido la teoría psicoanalítica por parte de las tendencias

9. Véa Véanse nse las observaciones que he consignado sobre la im po rtan  cia táctica de ingresar al niño a través de la dramatización corporal,  cuando no juega con juguetes, ni dibuja, ni narra fantasías, en Tras tornos narcisistas no psicóticos,  Buenos Aires, Paidós, 1995 (en parti cular en el capítulo “Jugar en el vacío”).

 

logocéntrica logocéntr icass direc directam tamente ente deriv derivadas adas de la me metafísica tafísica oocc c id e n ta l. 111 Pero además Freud alcanzó a esbozar, en su vuelta tardía sobre el tema,del unaniño función más aabareativa erotización del cuerpo atribuida la cariciade mater na, ya fuera del campo psicopatológico. El paso que a partir de aquí propongo es el siguiente: de mantenernos atentos a la idea de una caricia que pro duce placer en el niño, y en este estado (la invocación al  plaa ce  pl cerr y a la sa satis tisfa facc cció iónn ex exim imir iría ía de m ay ayor ores es in inqq u is isic icio io nes), nos quedaríamos encerrados en el circuito corto de una referencia hedonista “porque sí”. Esta concepción (base de muchas críticas conservadoras al “freudismo”) cierra el paso a pensar lo que, no obstante sus frecuentes ticS mecanicistas y biologistas, Freud llega a pensar: no en la forma de un “más allá” sino en la de un a través del  plac  pl acer er;; a su t r a v é s el ni niño ño se sub su b je jetitivv a, p a s a del o r g a n is is mo al cuerpo, se escribe en tanto corporeidad. En este lu gar, exactamente, revemos el extraordinario valor del concepto “la experiencia de la vivencia de satisfacción”,   pee r titinn e n te com  p comoo n in ingg u n o p a r a p e n s a r el e s ta tatt u t o de lo que estoy llaman llam ando do car caricia icia y aca acaric ricia iar.1 r.11 (Y no dejemos de tomar nota de los múltiples canales  porr los qque  po ue algo llllam amad adoo “c a r ic icia ia”” de hech h echoo ci circ rcul ula: a: el llee n  guaje de la calle nos dice de desnudar a alguien con la mirada, de una voz acariciante, de “empaquetar” a otro incluso, lo cual sería un uso psicopático de esa función 10. La reducción de la caricia a la palabra -sustituyendo un estu dio de sus complejas relaciones, y ¿el carácter primordialmente to

cante  de

la palabra- es uno de los rasgos más acusados y objetables de la obra de Lacan. Hasta el fin. En su introducción al primer en cuentro “lacanam “lacanam ericano” de Caracas (1 (198 980) 0) puede leers leersee u na últim a manifestación sobre este punto. 11. Un prim primer er estudio de este pun punto to -m u y cercano a di diversos versos acer camientos de Piera Aulagnie Aulagnier, r, Francés Tu Tustin stin y David M Malda alda vsk y- se encuentra en el capítulo 17 de mi  E s tu d i o s cl clín ínic icos os,,  Buenos Aires, Paidós, 1992,.

 

envolvente 

que se construye acariciando. La noción ya clásica de equivalencias posibilitadoras de pasajes y cir culaciones entre las zonas erógenas facilita esta línea de

consideraciones.) Ahora bien, el paso del tiempo y de nuestro trabajo autoriza autor iza un pequeño, pero útil, subrayado: la experiencia de la vivencia de satisfacción  funciona, y justifica su es tatuto, como experiencia de subjetivación,  acarrea ese efecto, es la consecuencia del experienciar la satisfacción Esta perspectiva destraba todo lo que haya que destra  barr en c u an  ba anto to a uunn a conce concepción pción e s tr tree c h a , de fin en sí m is is ma, del placer, a la cual la pluma de Freud no es siempre ajena. Aún podemos recurrir a una contraprueba: lo que es tamos desarrollando sobre el acariciar es innecesario y no tiene cabida en los tratados de fisiología; en el plano en que las creencias biológicas sitúan el organismo, la re ferencia a la satisfacción (sobre todo en su aspecto más conceptual) carece de sentido y de lugar: podríamos es cribirlo como que está  p  prr e c luid lu ida a   de ese sistema teórico. La bi biol ologí ogíaa nnoo tiene n in ingu guna na neces necesidad idad de catego categoriza rizarr ccoo sas como las del placer o la satisfacción para estudiar el funci fu nciona onamie mient ntoo general del cue cuerp rpoo hum humano. ano. En un tr a ta  do de fisiología en vano esperaríamos encontrar una mención sobre hechos sin embargo tan “físicos” como el de una mano materna acariciando zonas del cuerpo del  bebé al la lava varl rloo y ccam ambi biar arlo lo.. Y si sien endo do t a n difícil e n c o n tr traa r algo ta tann “concreto” como un hecho de es esta ta n at atuu ra rale leza za.. En cambio no podemos prescindir de estos actos, de estos gestos, cuando nos proponemos estudiar los procesos de

subjetivación tempranos. (Contraprueba de distinta clase nos la ofrece la pato logía grave: en su extremo más extremado, el de las per turbaciones autísticas primarias, nada tan dañado y desconstituido desconstitui do com como eese se interca intercam m bio de toc tocare aress que cons tituye el acariciar.)

 

A manera de recapitulación: partiendo del ju  jueg ego o  de la caricia, cari cia, nue nuestro stro cami camino no nos h a lle llevado vado a uunn pu punto nto en que el placer se desdobla a sí mismo, al encontrarse en él una función más “profunda” estamos que él mismo. Concomitantemente, en condiciones de otor gar toda su complejidad e importancia a la pregunta: ¿qué hace una caricia?, al decir que la caricia subjetiva,  es una operación crucial para esa transformación de un  pequ  pe queñ eñoo m am amífe ífero ro,, u n a n im imaa lilito to m á s, en su suje jeto to d e s e a n  t e . 12 Antes de seguir viaje vale la pena constatar que nos hemos alejado de la niña de la tiza muchísimo menos de lo que podríamos creer: lo expuesto ilumina ahora de otra manera ese segmento de la observación donde ella dibuja algunos algunos rasgos pparciales arciales de su rostro sobre la im ima a gen aparentemente tan plena en el espejo, dejándolo pen sarr ccoomo un inten sa intento to trun trunco co de reproduc reproducir ir al algo go ddee ese ju juee  go de la caricia en otro espacio y con otros elementos de escritura. Es ahora un adolescente en análisis, con 19 años y unaa neurosis m un muy uy co compli mplicada cada,, en la qque ue re resu sulta lta fá fáci cill des madejar numerosas formaciones de tipo obsesional. (Só lo que el material quealexpondremos nos mostrará cuán equivocados estamos reducir la neurosis a un simple rótulo, “claro y distinto”). Es músico, ha formado y parti cipado en diversos conjuntos de rock, con resultados más  bien  bi en m od odes estos tos;; no sólo to toca ca u n in inss tr truu m e n to to,, ta tam m b ié iénn compone (es lo que le interesa más) y la mención que hi

12. 12. H ay que cuidarse cuida rse aqu í de lo loss m ales de un a dicotomización dicotomización rí  gida (como la que Derrida objeta en Lacan en “El cartero de la ver dad”), pues la observación de los animales domésticos, los que convi ven cotidianamente con nosotros, testimonia de los efectos marcantes   y subjetívantes del acariciar de modo no menos rotundo.

 

cimos a la función del bajo en la escritura alcanzará ma yor desarrollo con este material. Por otra parte, su recurrir al análisis parece muy mo tivado en ylounque diríamos su desencuentro las mujeres, tiempo de sesiones llama la interior  atención con sobre el modo o los modos y la mucha habitualidad con que pa sa o salta o asocia un motivo al otro, frecuentemente co mo si hubiera una relación de interferencia: estar de al gún modo con una chica de algún modo le impide escribir, reunirse para ensayar, etcétera. Pero otras veces, ambos motivos desembocan en una misma escena, donde lo que prima él alguna vez lo nom de sola laci ción ón” ”  (subrayamos el recuerdo de haber ape  bra  b ra “deso lado a esta dar cuentaAsídesecierto estado de la niña de lapalabra tiza antepara el pizarrón). da frente a una chi hica ca que presuntam presu ntam en ente te podrí podríaa gustarle g ustarle (for (forma ma pa parte rte de sus más serias dificultades que esto sólo pueda aparecer como una p  pre resu sunc nció ión n  para el paciente, nunca esa certeza fácil, inmediata, que fluye cuando algo se desea). Por las huellas hue llas de tal desol desolaci ación ón (no (noss te tenn ta tarí ríaa escribir “experiencia de la vivencia de desolación”) desemboca mos en un manojo de actitudes contradictorias hacia la mujer: la facilidad con que surgen el asco, la repulsa, y el apuro compulsivo en acercarse sexualmente, compulsivo  porq  po rque ue no coin coincide cide con u n grad gr adoo de “c a l e n t u r a ”, to todo do lo contrario, en frío. A partir de estos fragmentos el análisis llega a deter minar la existencia de una escena que no puede tener lu g a r  entre   entre la mujer y él: es la escena de un abrazo. (Sobre todo, se establecerá, ese abrazo donde es imposible sepa

rar los elementos de la excitación erótica de los tiernos y cariñosos: precisamente el abrazo en su plenitud abraza estass ddist esta istin inta tass cosa cosass adem ad emás ás de distin distintos tos cuerpos5.) Es una imp imposibili osibilidad dad concreta, concreta, m anifes an ifestad tadaa én un unaa., cond condi i ción rígida: él no tolera o tolera poco y mal el cara a cara del abrazo, busca el boca abajo de la mujer, el amor de es

 

 p a lda  pa ld a s (au (a u n q u e la p e n e tra tr a c ión ió n se seaa v agin ag inal al), ), el beso bes o fu fu  gaz. Aquellos ascos y repulsas son la respuesta a un be so prolongado e intenso. Conjuntamente, su impresión dominante es la de no acceso a auténticos orgasmos, antes bien, se trataría de eyaculaciones, No es un muchacho que conozca episodios de impotencia explícitos, pero la experiencia del orgasmo como tal -y aquí estamos ante todo un paradigma en cuanto a la vivencia de satisfacción-   es apenas esporádi ca. No falta incluso la tendencia a la eyaculación dema siado rápida. Regularmente, si un coito se prolonga, experimenta un franco desdoblamiento: una parte de él se pregunta, mientras observa, qué está haciendo allí (latentemente, ¿quién es el que está haciendo allí?); la otra sufre lo que es menester conceptualizar como desubjetivación (o sub jeta  je tacc ión ió n n e g ativ at iva) a),, como como que qu e se pone po ne de relie re lieve ve,, m o n s  truosamente, todo lo que el coito tiene de movimiento mecánico (si se prescinde del elemento desiderativo, si fio  se lo ve en la escena), todo lo que a él enseguida le evoca el funcionamiento de máquinas, con émbolos, válvulas y  pis  p istp tpnn es. es . Se e n tie ti e n d e que qu e en e s a s cond co ndici icion ones es la expe ex pe riencia del orgasmo no sea accesible como tal y que el abrazo resulte imposible; lo envolvería peligrosamente en un estrechamiento de piezas y partes deshumaniza das, lo cual lo hace violento y frustrado las pocas veces que se da. (Sólo que enseguida nos cuestionamos el “la evoca”, si ha de ser concebido en el marco clásico de la “asociación de ideas”, pues lo que el paciente transmite

-dificultosamente- se arrima más bien al orden de la sensación,  como cuando alguien dice “tuve la sensación de que...”. Y esto es muy importante para la ubicación de un fenómeno de este tipo en el modelo clínico que esta mos introduciendo.) El espacio del abrazo, merced a vi vencias semejantes, no es un espacio en el que él pueda implantarse.

 

Este conjunto de síntomas, vivencias e impresiones en general penosas, desoladoras, se engrosa con nuevos ele mentos que el trabajo del análisis (durante mucho tiem  poo cepido a e x p lo  p lora rarr y es escc la lare rece cerr la fe feno nome meno nolo logía gía de lo que el paciente traía, en principio, vaga y parcamente) va extrayendo de a poco. Repetitivamente, cada vez que algo le gusta en el rostro de una chica, y especialmente teniéndolo cerca, sucede lo siguiente: de golpe lo percibe como “feo” (¿proyección?), pero cuando va precisando esa fealdad, cede el paso a una cosa distinta: una especie de “juego” de animalización de ese rostro, un “jugar” a ima ginarse a qué animal se lo podría referir (el “juego” encu  bre u n a d im imee ns nsió iónn m en enos os “e s p e c u la latitivv a ”, la de es esee os oscu cu ro instante en que el rostro es apresado por la impresión de una extraña e inhumana fealdad). En ocasiones, si el “juego” dura lo suficiente, la percepción de lo animalesco llega al impreciso borde de lo alucinatorio (a nuestro jui cio, un  fo  fond ndo o  alucinatorio es responsable de ese giro de “lindo” a “feo” que, en realidad, encubre una oposición humano/no humano). En este punto recordemos el hecho, nada sorprendente, de que un esquizofrénico dibuje un hombre con facies de lobo; como para urdir gradaciones en serie de un fenómeno que dejan atrás esquematismos como los que oponen linealmente “neurosis” a “psicosis”. El paciente no “es” un psicótico, pero vivencias de esta clase no se dejan enmarcar en el concepto clásico de sín toma o, pensado de otra manera, abren en éste un punto de umbilicación que aquí ensambla formaciones obsesi

vas con experiencias con toques, con matices, de esquizo frenia, y con reductos, o “núcleos” o barreras  autistasl:1 (en este paciente detectables en la atracción por lo ma quina qu inal,l, y en la te tende ndencia ncia a red reduc ucir ir a es esoo vi vivencias vencias afectivas y pulsionales). Cuando un caricaturista trabaja explo13. Segú Segúnn la expre expresión sión prop pr op ue sta por F. Tu Tustin. stin.

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tando el potencial zoomórfico de un rostro, verdadera  juee g a   con aquello que para mi paciente es una mente  ju fuerza torturante que lo arrastra cerca  de lo que en un esquizofrén esquiz ofrénico ico se sería ría alucinación efe efectiv ctiva. a. (También pode mos recordar la escena del primer beso a Albertine, en Proust, con la maravillosa descripción del rostro de la muchacha descomponiéndose  a medida que el amante se aproxima: al protagonista se le pierde, se le diluye  el ros tro de ella en lo que diríamos su “unidad narcisista”, pa ra quedarse sólo con una miríada de poros y otros frag mentos sueltos; al fracasar la caricia, estalla esa unidad que creemos un rostro “humano”.) Una segunda metamorfosis del rostro femenino, bas tante tan te meno menoss an angus gustiante tiante para el paci paciente ente,, aunqu aunquee igual mente involuntaria y repetitiva, consiste en masculini-    zarlo  zar lo..  Por lo general, él expone esto en forma de queja: todas las chicas que le gustan acaban por exhibir rasgos chocantemente varoniles. En este caso el proceso no per manece tan fijado al rostro, puede atribuirse también al vocabulario de ella o a determinadas actitudes. Pero el resultado resu ltado final es eell mis mismo: mo: imposibilidad de perm permanecer anecer a su lado.  No se t r a t a de “te tenn d en enci cias as ho hom m os osex exua uale les”. s”. Lo “m as ascc u  lino” en cada ca caso so postulado, suele res respo pond nder er a partic particiones iones de ggéne énero ro ex extrem tremada adam m ente míticas y prej prejuicios uiciosas as en el pa ciente. En cambio, hay sesiones en las que llega a decir, con cierto matiz de nostalgia,  de un anhelo de apoyar su cabeza en el regazo de una chica y de lo imposible de ese anhelo ante esa emergencia de un elemento viril o viriloi-

de. (Creemos reconocer un progreso en el vislumbre de nostalgia, nosta lgia, pensándolo co com mo índice de u n deseo de inclusión   y de apos ap osen enta tam m iento ie nto  en el regazo o en el seno femenino en intenso contraste con la postura tensa  -muscular, posturalmente, incluso-, crispada, preñada de distanciamientos defensivos que signa su relación con la mujer.)

 

 N otem  Not emos os qu quee la ap apar aric ició iónn bo borr rros osa, a, te tenn u e , de e s ta es esce ce na deseada es el reverso de la que él monta en la reali dad, con una mujer de espaldas a la que no se le puede ver la cara, donde el contacto, invirtiendo la globalidad del abrazo, se controla a fin de que sea lo más acotado po sible, de parte a parte: pene-vagina, y sobre todo, bóca pene  pe ne.. Al re resp spec ecto to,, es i n t e r e s a n t e qu quee el p a ci ciee n te h ab able le del aburrimiento que le depara la vida sexual bajo estas condiciones, y lo asocie al aburrimiento que se respira en las películas pornográficas. El hecho es que así pone el dedo en la llaga: la diferen ciaa cu ci cualit alitativ ativaa que se sepa para ra lo pornográ pornográfico fico ddee lloo eró erótico tico re re side esencialmente en que aquél precluye lo propiamen te subjetivo; el cuerpo está tratado como lo que el  psic  ps icoo an anál ális isis is clásico d e no nom m in inaa “objeto p a r c ia ial”, l”, y a ú n más allá de este concepto, como un fenómeno de máqui na, anónimo y carente de marcas. El paciente ha hecho algo más que “comparar”: esboza un insight   de lo que le falta por recorrer para arribar a una genuina experien cia de la vivencia de satisfacción, y no sólo en el plano de lo circunscribible como genitalidád.

 

Cuerpo --------------- ►

E sspp e j o --------------- Hoja

(madre) En su esquemática desnudez, la secuencia que volve mos a escribir, clínicamente interrogada no cesa de ha  blarn  bl arnos os,, de p l a n t e a r n o s c u e stio st ionn es es.. F u n d a m e n tal ta l m e n t e ,  por r e d u c ir irss e a u n trayecto.  Un trayecto siempre, como mínimo, implica: ¿cómo se va de una posición a otra? Más específicamente, ¿qué condiciones tienen que darse para que un niño vaya, migre, de una posición a otra?, ¿y qué tiene como  pr  prim imer erque r e lato laacarrear to lle ll e v a para la t i zeso, a en tal la m ano? an o?la niña de nuestro Una pequeña modificación en la escritura del modelo: “cuerpo” en el plano principal, “madre” entre paréntesis, todo eso en sustitución de “cuerpo materno”, ¿por qué?

Pensamos que, en última instancia, lo que llamamos “cuerpo” se mantiene siempre umbilicado a una ligazón arcaica, originaria, con la instancia que decimos “ma dre”.1Nuestro propio cuerpo, una vez que lo hemos ad1. Y si se quiere hablar, hab lar, u n tan to m íticam en ente, te, de “rep represió resiónn ori ginaria”, no se debería olvidar que ésta consiste en la constitución de una fijación -vale como decir: una marca de escritura indeleble, no  bor  b orra rabb le y no e n u n a s e p a ra racc ió n que, qu e, p o r ejem ej empl plo, o, opusiera   “cuerpo” a “madre”-.

 

quirido, significado como tal, es un heredero, una deriva ción o, quizá mejor aún, un injerto de ese lugar denomi nado con la abreviatura “madre”. O aun: lo de “madre” se injerta en eso, nuestro cuerpo, lugar básico de implanta ción de nuestra existencia. Lo cual nos obliga a considerar cierta redundancia en lo de “cuerpo materno”. Si ahora quisiéramos retomar el hilo de lo anterior con cierto toque de redondeamiento que tomara bien en seri se rioo y se ciñera muy estrecham estrech amente ente a la materialidad ma terialidad de lo expuesto, recapitularíamos: el acariciar parece cum  p l i r una  pl un a fu fun n c ión ió n de esc es c ritu ri tura ra del cuer cuerpo po en tan ta n to s u b jeti je ti vidad. No se lo  debe relegar a “expresión” de un afecto; es una escritura. Y esto sin “metáfora” alguna. Siguiendo

a Derrida, hablamos además, pensando en cierto juego de intercambios madre-niño, de escena de escritura,  puu n tua  p tu a n d o a s í el e n m a r c a m ien ie n to de u n a e s p a c ia ialilidd a d d i ferente que allí se se arma, arm a, en e n esos ap apretad retados os sobresaltos ddee los que se palpan. Llegados a este punto es urgente aclarar que nos es tamos manejando con una perspectiva psicoanalítica y no conductista condu ctista en lo lo referente referen te al acariciar; por lloo tan to no va a tratarse para nosotros de cualquier tocar ni de un tocar cualquiera. Ni de preguntar a los padres durante un a entrevista: ¿acarician ¿acarician ustede ustedess a su hij hijo? P a ra que al

go cumpla esa función estructurante escriturante que atribuimos a la caricia no bastará con lo que corriente mente llamamos recurriendo a esa palabra. (Tampoco  prop  pr opon onem emos os u n a inv in v e r sió si ó n “e s t r u c t u r a l i s t a ”: no dire di rem m os “lo que se conoce como caricia no tiene nada que ver con nuestro concepto de caricia”.) Por el momento saldremos del paso inconsci de una manera deque haber unacecierta cualidad incon scient ente e en laformal: caricia caricia ha para pa ra se reali realice a su través esa función de escritura que le estamos asignando. Paralelamente hemos dejado deslizarse un juego de términos: subjetivación, subjetividad, subjetivar, dema

 

siado cargados de tradición metafísica como para rehuir indefinidamente una mayor especificación de su uso: sin embargo, evitaremos una definición académica, a la es  pee r a de qque  p ue n u e s tro tr o re recc or orri ridd o los vvaa y a d ilu iluci cidd an andd o mejo mejor, r, lo que impone asimismo dar cuenta de cierto desplaza miento que en estos términos se efectúa con relación al “sujeto” del psicoanálisis en la dirección Lacan. Por eso mismo, evitamos también una sustitución sistemática  puu r a y sim  p simpl ple, e, “su “suje jeto to”” r e a p a r e c e en oc ocasi asion ones; es; no se t r a  ta de borrar prolijamente las huellas. Añadamos, eso sí, que esperamos del estudio clínico  luz sobre la subjetiva ción a la que insinuamos pensarla como  proceso.   Y que este juego de a la vez desplaza otro tan nodal en algunos de términos nuestros discursos como “estructura”, “es tructuración”, “estructurante”, etcétera. (Se leerá que es cribimos “subjetivación” o “proceso de subjetivación”, mucho más que “estructuración subjetiva”, expresión que abundaba en  E  Ell ni niño ño y el si sign gnifi ifica cant nte. e.)) Sea de todo esto lo que llegue a ser, nos hace posible seguir la hipótesis de que en la nniña iña de la tiza ppasa asa alg lgoo quee cer qu cercena cena brutalm en ente te la po potenci tenciali alidad dad inherente inher ente a tto o do sujeto de subjetivizarse en el pizarrón, subjetivar el  peliza  piz a rró rr ó n . de E s tun e p“yo” e r m a nfigurado e c e im pque e n e tr tra a b le eain ina a n im imaa d oen, sin júbilo venga alojarse su

seno. (Esta referencia a un espacio posible de animarse al ser habitado se desmarca de la noción excesivamente formalista de “soporte maternal”; aquélla se vincula me  jorr a la c a te  jo tegg o r ía de lo tra tr a n s ic icio ionn a l en W in inni nico cott, tt, cons co nsi i derablemente más compleja. Por eso mismo prestaremos cuidado a que algo se escriba en un pizarrón y no en un espejo, incluso a que algo pase de escribirse en el piza rrón a escribirse sobre una hoja de papel o en la pared del consultorio.2Este y errar de un con “seno” a otro, nos hizopensar al fin desembocar en espacio la interroga 2. En el caso caso ddee un a pequ p equeña, eña, h ija adoptiva adop tiva tra s casi un año de vi vi-

 

ción de qué pasaba entre esa niña y el cuerpo de la ma dre, qué había sucedido con el trabajo de la caricia en su caso.) Pero hay que ob observar servar qu quee ya pudimos tom tomar ar el aca acari ri ciar más allá de sus condiciones de emergencia ¡relativa mente simples, complicado con el trazo y con el rasgo en el espejo. Esto nos permite afirmar que -lejos del “afectivismo” vis mo” em pi piris rista ta-- particip participaa ddee la escritura  con iguales tí tí tulos que las operaciones con las que lo hemos agrupado (que incluyen la escritura fonética) y a su vez hemos ido abriendo la posibilidad de pensar todas estas escrituras como modos de aposentarse o de habitar  diferentes   diferentes espa espa  cios indispensables para que haya vida psíquica huma na. (Otra formulación válida, siguiendo anteriores vías, es considerar el acariciamiento como una p  prá rácc tica ti ca s ig n i  ficc a n te ).3  fi En esta dirección, introduciremos una nueva pregun ta derivada del trabajo clínico, tal como lo hemos venido haciendo: de pregunta en pregunta, y cada una aparen temente muy puntual: ¿por qué algunos pacientes 110  puu e d e n e s ta  p tarr e n el d iv iván án,, re ress u l tá tánn d o l e s im impo posi sibl blee o in inso so  poo rta  p rt a b le m a n t e n e r s e re recc o st stad adoo s en él? Si a lgu lg u ie ienn p e n s a  ra “he aquí una pregunta limitada al campo del adulto”, erra er raría ría po porr superfici superficialidad; existen inclu incluso so con peque ños, capaces de unaalidad; relación bienniños, mediatizada el analista: la presencia física de éste es olvidable para

ellos tan pronto se dedican a jugar o a dibujar.

vir en situación de abandono, durante bastante tiempo sólo toleraba escribir en la pared del consultorio: una hoja de papel, un pizarrón, eran espacio espacioss dem asiado borrables  para ella,'signados por lo efímero, lo inestable. 3. Recordando Recordando que así empezamos a pe ns ar el jug ar - y a inje rtar Lacanfocon Winnicotten nuestro en ucomún con Marisa Rodul Rodulfo an tes mencionado. A su mprimer an era , libro resultó na operación “sig nificante”, al derivar en una multitud de cosas.

 

En cambio, nos interesan ahora esos casos donde el  paci  pa cien ente te,, chico o g r a n d e , no p u e d e a g a r r a r s e de su h a   blar, de su jueg jude egola o asoc as ocia iativ tivo, o, de locon qu queedistintos e s tá d ib ibu u jan ja n d o o modelando, escena trazada juguetes, y, ante la labilidad de todo eso, sólo encuentra para apo sentarse el rostro del analista, que se vuelve espacio de referencia y superficie de inscripción privilegiada. He aquí ese paciente tan (de)pendiente del cara a cara y del  ping-po  ping -pong ng ve v e rb rbaa l ( in into tole lerr a n te tam ta m b ién ié n al sile silencio ncio,, sor sordo do a la dimensión tan finamente escuchante que éste tiene en el analista). (En algunos niños esto avanza hasta la ne cesidad de tocar   frecuentemente al terapeuta, o de sen tarse en su falda; en todo caso, se evidencia la búsqueda de una extrema cercanía corporal, rozándose  continua mente.) Pues bien, lo precedente nos devuelve a lo enigmático de la función de soporte, de bajo,  que localizamos como una invaria inv ariante nte en la música m úsica occide occidenta ntal. l. Podríamos ave aven n turar, con un poco de cuidado, que la función de ese bajo está en una relación de isomorfismo con la del diván en la situación psicoanalítica clásica: apenas se la percibe, ♦

 pnunca  pre ress tar ta rocupa le ate at e nel ció ci ócentro n , pero pe rodeq ulaien ie nescena, p e n e tr treparece e e n e sinnecesario a p a r titu ra descubr des cubrir iráá qque ue está estructura estru cturada da desde abajo, o de abajo hacia arriba: el bajo no se limita a “acompañar” (término

ambiguo en música) una encantadora y llamativa melo día, es la columna vertebral de la obra. (Es lo que permi tió a Süssm Süssmayr ayr term inar in ar decorosament decorosamentee en un cincuenta cincu enta  por ciento cie nto el R  Réé q u iem ie m  de Mozart, inconcluso al morir és te, gracias a la costumbre del compositor de escribir pri mero el bajo de cabo a rabo en todas sus obras; Süssmayr  pudo en ento tonc nces es e n c a r a m a r m elod el odía ía y c o n tr trap apu u n to). to ). Cuando el paciente es capaz de aposentarse sobre el diván div án o la hoja de papel pap el o la mesa m esa donde juega, jueg a, se da u n a suerte de efecto de sustitución: el analista como cuerpo tiende a eclipsarse, el paciente no precisa estar “a upa”

 

de él o de su mirada. Diván, hoja, etcétera, funcionan co mo equivalentes   que reemplazan el regazo, si lo quere mos, como su metáfora. Un paciente de 7 años nos proporciona una refinada muestra de esta capacidad adquirida. Tras enojarse por una interpretación, anuncia que nos va “a hacer pelota”; entonces dibuja una silueta reconociblemente humana en el pizkrrón, bien que evidentemente fea y desagrada  ble,, la b a u t i z a con mi no  ble nom m br bree y se de dedi dica ca m et etic icuu lo losa sa mente a tacharla primero (apreciemos la complejidad de un trazo semejante, destinado a negar  otrp),   otrp), la acribilla a tizazos después -ciertamente no se come la tiza-, di ciendo a cada golpe acertado: “mirá cómo te di”. Además, hay una indicación de libreto: debo gritar de dolor a cada  paso  pa so de e s te a p u ñ a la lam m i e n to m in inuc ucio ioso so,, ha haci cién éndd om omee c a r  go de la voz que le falta a la imagen. Pero él no me tiene que hacer nada a mí, ni tampoco a él en su propia mate rialidad; ni necesita de un.suplemento de imago para tratar de alojarse en un lugar (como la niña que esboza fragmentos de su cuerpo en trazos sobre úna imagen es  pee c u la  p larr qu quee d eb eber ería ía h a b e r le b a s ta tadd o en su p ro ropp ia v i r t u a  lidad), ni recurre a tratar de pegarme, como sí lo hacén  pac  p acie ienn titito toss m á s “de “desc scoo nt ntro rola lado dos” s” ( n u e stro st ro modelo nos  pee r m ite  p it e u n a l e c t u r a m á s fi fina na de ese “de desc scon ontr troo l”) l”).. E n

otras condiciones, de no conseguir operar esa sustitución que  p  pa a s a   un cuerpo al pizarrón o al diván, un paciente debe apelar a una relación metonímica : ya que no al di ván o al papel, se agarra al analista que está al lado, a lo que siente de más presente en su presencia corporal: su voz, sus ojos, su piel. El contiguo eclipsado, que era el analista, deviene contiguo convocado. Si esto es así, podemos despejar un sistema de ecua ciones, donde diván, pizarrón, hoja de papel, reconducen a la instancia designada cuerpo (madre). Cada vez que un paciente se ve imposibilitado de valerse de los medios que el dispositivo analítico le ofrece, desde el diván a la

 

tiza, ha de emprender una vía de regresión  al cuerpo en sentido literal. Y habrá quien sólo pueda mantenerse lúdicamente en ese plano, cómo los niños que no pueden arm ar un u n a pelea co con juguetes, pero sí en una u na escena más o menos teatral con el analista (más o menos porque en muchos de estos casos es el analista quien debe a cada instante recordar el “como si”; caso contrario la escena tiende a la intensificación de lo físico p  pee r se, la distancia entre acto acto -acting  ouí-pasaje al acto se reduce demasiado, los términos se superponen). Es este tipo de cosas las que hacen del psicoanálisis unaa suerte de embrollo dirigido  (mu un  (much choo más que una un a téc nica basada en un contrato sustentado, a su vez en un  teóri rico) co);; un u n embrol em brollo lo que renun ren uncia cia a cierta cie rta direcdirecsistema  teó cionalidad; un método consistente en embrollar los hilos de las textualid textu alidad ades es por las que cursa. La razón de ser de este embrollo pareciera residir en un p  prr inc in c ipio ip io de UiferiUiferi-  ción,  que que ante todo odo retarda reta rda las respuestas y -pun -p un to esen cial- debe temer como a su peor enemigo a las consignas sistematizadas que brotan y pululan en su propio campo de emergencia. Todo a cambio de algunos pedacitos de luz entrevistos en los rodeos que componen el embrollo. Es preciso situar en estos pocos recursos de método,

nuestro punto de partida: éste no remite a una exigencia “diagnóstica” -exigencia siempre igual a sí misma, poco importa si “estructural” o psiquiátrica- ni a ninguna in terrogación de orden global: un sólo enigma nos puso en movimiento, enigma de aristas en extremo concretas: ¿por qué una niña se ha comido la tiza en lugar de escri  bir  b ir con ella?; ell a?; ¿por qué qu é no a l p izar iz arró rónn ?; nos no s fu fuee d eriv er ivan andd o a m ateria ate riales les analógicam analó gicamente ente imposibles, imposibles, com como el el del del ado lescente (capítulo 2): ¿por qué no la mujer? Introduzcamos ahora, para poder seguir pensando en torno a estas preguntas, la hipótesis de un déficit en los  proce  pr ocesos sos de sub su b jeti je tivv a c ión ió n o la h ipó ip ó tesi te siss de u n a s u b jeti je tivv a  ción deficiente. En principio no es mucho, pero es un po

 

co más que un nombre en dirección a que una experien cia erótica se deshaga y se redoble en su caricatura me cánica, como le sucedía al adolescente en cuestión. Volvamos a acercarnos al relato analítico: cuando por alguna razón el vínculo con una mujer se prolonga -por ejemplo, algunas semanas-, y asume cierta apariencia de regularid reg ularidad, ad, emerge otro otro racimo de vivencias vivencias penosas: penosas: en términos del paciente, al estar ju  j u n t o con  “se deforma” o “se disgrega”, todo se va “descomponiendo”: no sabe qué está haciendo allí, le es imposible reconocer la existencia de algún deseo, sexual o el que fuere; menos todavía la de algún tipo de placer. Al mismo tiempo, tampoco puede efectuar los movimientos indispensables para retirarse. Por otra parte, y retroactivamente, retroactivamen te, aprendimos a valori valori zar y retener con cuidado estas “expresiones” de él, en tanto reaparecerán o se asociarán a problemáticas en el terreno de lo musical. Por ejemplo, cuando emprende la escritura de una canción (ya provisto de la letra), se re  pite  pi te la exp ex p erie er ienn cia ci a de u n a s e cuen cu enci ciaa m elód el ódic icaa que qu e se le va perdiendo, diluyendo; no encuentra el modo de escri  bir  b ir u n a m elod el odía ía con c ier ie r ta defin de finic ició iónn (y ello e n u n campo cam po fuertemente convencionalizado como el de la canción tipo de rock), capaz de conducir a su propia clausura. Pe ro tampoco encuentra un modo de prolongarla que esca

 pe a e s a f a ta tall convicción conv icción de e n c o n tr traa rse rs e f r e n te a algo que qu e ya no sabe lo que es ni hacia dónde va, sin un propósito que asigne sentido.4 En definiti definitiva, va, la imposibilidad imposibilidad de concluir no parece sino un avatar de la imposibilidad de continuar, de un daño en la secuencia y en sus condi ciones de posibilidad. 4. Por supuesto, supue sto, es un caso caso muy diferente diferen te de aquel donde donde el no sa   b  bee r h a c i a dónd dó ndee se va ( n a d a inf in f r e c u e n te e n d iv e rsa rs a s a v e n t u r a s del de l  p  pee n s a m ien ie n to ) e s t á a b s o lu ta m e n te im b ric ri c a d o e n u n “proy “pro y ecto ec to”” tr t ra n sgresivo, por ejemplo, en cuanto a los estereotipos sintagmáticos que con striñen striñe n la invención melódica en ta l o cual éépoc poca. a.

 

En una ocasión el paciente encontró en una novela una imagen plástica que coincidía profundamente con sus sensaciones: allí se hablaba de una casa vacía y de cómo, en la piscina de esa casa, la huella del vacío era una “pátina fungosa” sobre la superficie del agua aban donada. Trajo esa imagen a sesión como un hallazgo (for maba p arte de sus difi dificultades cultades una un a gran indisponibilidad de medios para habar de sí); la asociaba con un elemen to (¿elemento o dimensión?) “asqueante, resbaladizo, sin esqueleto, sin estructura, sin armazón”. Peró traduce exactamente exactam ente lo que le p as asaa cuando se pone a escrib escribir ir m mú ú sica. tiempoennos a reencontrar “pátina gosa”Eltambién losllevará genitales femeninos, la sobre todo fun por adentro (sin que nada pruebe la prioridad que Freud es tablecería allí de inmediato). La creencia, ingenua en su no cuestionamiento, de que la vagina no tiene nada que ver con un órgano, con una musculatura entubada, la creencia en que es realmente un “agujero” se incorpora rá con con el tiempo a este tejido asociat asociativo. ivo. E Esto sto vuelve a ser importante imp ortante por ddar ar razón, a su creencia creencia consecutiva en que no hay posibilidad alguna de que pene y vagina se abracen,  ciñendo

a aquél. Dúrante el coito, se encuentra comoésta perdido en una cavidad que o el no pene pro cura placer ninguno o se vuelca en la vivencia rechaza

 ble, re r e p u ls lsiv ivaa , de l a “p á t i n a fu funn g o sa sa”, ”, s u p er erfi fici ciee de lo qque ue él no alcanza a estructurar en tanto órgano. Cuando el análisis pudo llevar interrogación a estas  peq  p equu eñ eñas as (pero (pe ro te tenn a c e s) m ititol olog ogía ías, s, re reco cord rdóó o tra tr a le lecc tu turr a sinn us si usoo pos posiible h a s ta entonc entonces: es: en algún momento, en al gún lug lugar ar ha había bía le leíd ídoo cóm cómo las m mujeres ujeres hin hindú dúes es eran e ran in ins s truidas desde niñas en ejercitar su musculatura vaginal -yo diría, en escribirla como tal, hecho mucho más capi tal que el de un training  educativo-, con lo cual su com  poo rta  p rt a m ie ienn to g e n ititaa l u l t e r i o r s u p e ra rabb a g ra rann d e m e n te al de la media occidental, alejándose al extremo de la imago del receptáculo vacío y pasivo.

 

Llegados a este punto, nos enfrentamos al riesgo de lo   fa m il ilia ia r   (el peor de todos, parece, a quien se propone  pe  p e n s a r ): de tan tanto to setipo, h a exp explayado eell psicoanálisis sobre e m a teriales este tanlayado decididamente los hasobr interpre

tado en la dirección Freud que ¿qué otra cosa correspon de si no el reenvío a las citas de siempre, a las citas adecuad ade cuadas as (que (que,, si el an anal alist istaa tiene cierta ciertass ambiciones ddee “modernizarse”, tendrán una dirección Lacan comple mentaria)? Es aquí donde el apego a los hechos que Lévi-Strauss subraya como ética de la actitud genuinamente científi ca interviene... si lo llamamos (y entendiendo por “he chos” no una fetichización de lo empírico, sino más bien aquello que no se deja administrar por el estado actual de una teoría y le plantea problemas). He aquí que el pacientewenía de un tratamiento donde, por espacio de dos años (y dado que había consultado por angustias muy agudas y muy agudam agu damente ente li ligadas gadas a su vida se sexual xual), ), ha  bía  b ía rec recib ibid idoo g en ener eroo s as do dosis sis de in inte terr p r e ta tacc io ionn e s cuyo eje era la “angustia de castración”, y todo sin que se produ  j jee r a el m ás p eq eque ueño ño de los efec efectos tos (y (yoo m mis ism m o h a b ía v u e l to a comprobar por mi cuenta la inutilidad de ese cami no... y algunas/os jóvenes estudiantes de psicología que le habían Todo obsequiado sinnúmero de interpretaciones salvajes). seguía un absolutamente igual.

Así que emprendimos otra dirección, ayudado yo por ese interés en la historia, en las historias, en lo históri co, que forma parte tan espontáneamente de la actitud  psi  p sico coan anal alíti ítica ca.. L a m a d r e del p a c ie ienn te e r a u n a d ep epre resi sivv a crónica, siempre, desde sus recuerdos más tempranos, medicada, automedicada, en alguna ocasión internada, en toda ocasión bajo cuidados de tipo psiquiátrico y psi coterapias coterap ias m más ás o menos amb ambiguas iguas (d (dee las que, en Buenos Buenos Aires, no pocas veces pasan por “análisis”). Sea como fue re, la imago dominante que el joven traía de ella era la de alguien demasiado embebido en sus estados de ánimo

 

como para verdaderamente relacionarse y ocuparse de otro. Un recuerdo infantil, nos sacó de estas generalida des: un genuino recuerdo infantil si atendemos a que“re su estatuto en el psicoanálisis lo enlaza a la represión; cuerdos”” hay cuerdos ha y muchos mucho s y de todo todo tipo pero, en sus orígenes, el psicoanálisis destaca y a un tiempo conceptualiza un homónimo,  el recuerdo infantil como una formación en tre mítica e histórica que retorna tras el levantamiento de una represión. Determinados detalles permitían fechar el recuerdo como anterior a los 5 años. Se encuentran en la calle, su madre y él, esperando un colectivo. Mientras tanto, él le está haciendo una de esas confidencias -no recuerda q uéué - tan impo im portantes rtantes para pa ra los niños cuand cuandoo “tiene “tienenn ahí” a hí” a la mamá o al papá. Le está hablando sin verla, puesto que ella se mantiene detrás. Hasta que extiende su ma no buscándola y, casi al mismo tiempo, descubre que se ha agarrad ag arradoo de la de un hombre, el diariero de esa esqui na, que se ríe por el equívoco de la situación. También descubre descu bre que su madre se había ha bía alejado alejado unos unos cuantos pa p a soss, llos so os suficientes, eenn todo todo caso caso,, pa p a ra no poder hab ha b er es cuchado sus confidencias. El recuerdo mantiene un sentimiento de “desorientación” soldado a lo intacto que el  paa c ien  p ie n te n o m b ra como como l a y a conoci con ocida da desolación y un sa

 bor de fondo decep dec epcio ciona nado do por po r el d e s e n c u e n tr troo e n t r e lo invertido de confiarse y la escucha, la percepción toda, de la madre dirigida hacia otra parte, a la espera del colec tivo que tardaba en llegar. Por de pronto, este e ste mate m ateria riall nos nos abrió un chorro chorro de de luz luz inesperado en dirección a uno de sus síntomas más per tinace tina cess y oopac pacos, os, haciéndo hac iéndonos nos inteligib in teligible le el a qué venía ven ía lo lo de la mujer de espaldas   en el acto sexual, -descifrable ahora como un invertir  la   la situación situa ción original (dich (dichoo de pa pa  so, desde el vamos este muchacho había rechazado la instauración de la disposición tradicional analista-pa ciente).

 

Como suele ocurrir, la emergencia de un -conceptual m e n te te-- ge genui nuino no rrecuer ecuerdo do infantil se pon ponee a pru prueba eba de desen sen cadenando otro más, fechable seguramente un tiempo después. Una tarde de verano ha ido al club con su ma dre Se da un unaa zam zambullida, bullida, sale ddee la pile pileta ta y va a po poner ner se lo más cerca posible   de ella. Entre tanto, la madre se ha puesto a conversar con unas amigas que ha encontra do y se pasa la tarde con ellas. ¿Y qué hace él entonces? Pues quedarse allí, seguir allí. Es éste el punto donde se empieza a vislumbrar algo muy importante: ese estar de él ah ahíí muy ccer erca ca,, hhaa st staa excesivam excesivamente ente ccerc erca, a, este niño va va rón que permanece como adherido en lugar de irse a ju gar, a nadar, o a buscar a otros de su edad. En lugar de eso, se queda toda la tarde esperando que la madre le  prr e s t e at  p aten enci ción ón.. R e p á re rese se en el de dest stin inoo de su m o tri trici cida dadd . Pero reparemos antes en lo esencial como punto de in flexión y de estructura. Se trata de que, en la escena di  pee  buu ja  b jadd a , él e s tá m u y  (al borde de lo demasiado ) cerca, p ro no es está “co con n”.  Diríamos que la escena narra, al modo del mito, cómo fracasa la constitución de un estar con,  ex  pee rie  p ri e n ci ciaa í n t e r su subb je jetitivv a b ie ienn h e te terr o g é n e a a la de llaa a d h e 

rencia y la proximidad física por tiempo indeterminado (que 'el mi micr crosc oscopi opioo aanalítico nalítico descub descubre re como un p at atró rónn rree   pet  p etititiv ivoo en su suss ví vínc ncul ulos os con m uj ujer eres es). ). O tra tr a e sc scen enaa m uy  poo st  p ster erio iorr co com m en enta ta y co conn fi firm rmaa el c a r á c te terr p a ra radd ig igm m á tic ti c o de aquélla. Ya adolescente, cuando él va a una fiesta con una chica, la sensación  de haber ido con ella, del j juu n to s ,  se disuelve apenas llegan (aun cuando ella permanezca a su lado “bien cerca”); lo precario de la adquisición de esta categoría se revela en la torturante convicción de que la “ella” de la ocasión está atraída por algún otro de fisono mía muy imprecisa, pues sólo debe cumplir la condición de no ser él. A todo esto él lo llama en una sesión “la s e n sación de no estar con"', conceptualización de no poco inte rés.5Buscando paliarla, refuerza el quedarse cerca,  sin tiéndose progresivamente aburrido y angustiado. 5. Sobre todo porque la metáfora de la “sensáción” lleva las cosas

 

Planteado en otros términos, cuando alguien enuncia “estoy con...” le da consistencia a ese enunciado, cierta con, n, o del nosotros que resiste a tra inscripción del ju n to co vés de las inevitables ausencias y alejamientos. Nuestro  paci  pa cien ente te no noss a y u d a a e n t e n d e r qu que, e, en cas casos os com comoo el s u  yo, esta inscripción se diluye, no consiste.  Popularmente se hablará entonces de “dependencia”.6 En el curso del análisis que nos está acompañando y acompasa nuestra reflexión, la instalación de una dife rencia estar cerca /  / es esta tarr con (que en principio se instauró opositivamente, como entre términos contrarios) supuso una en cuantodela cómo joven percibía co estar el con sas. alteración La imposibilidad   devino una sus matriz reordenadora reorden adora de iinfinida nfinidadd de situaciones, así co com mo gene radora de nuevas asociaciones. De esta manera infirió cómo el beso en tanto primera aproximación erótica ple na, que se supone debería intensificar el deseo, lo lleva  ba a él a u n a o rill ri llaa o p u es esta ta,, do dond ndee lejos de e s a in inte tenn s if ifi i cación la excitación decaía vergonzosamente. Más se acerca, más se disgrega et rostro de la mujer y los afec

tos propios del deseo de reunirse con ella; sólo quedan (a una vveloci elocidad dad cinem cinematog atográfica ráfica en encub cubre re n po pocco eell to nun o aal alucinatorio ucinatorio y delira delirante nte de unque puñ puñado ado de uun impresiones) los planos agigantados del rostro de la chica, la viva, nauseosa sensación de lo fea que es, el rostro animalesco leído en algún gesto. He aquí lo que designamos como más lejos que la de la clásica “representación”, “idea”, etcétera. Véa se sobre este punto los dos primeros capítulos de Bleger en S im b io sis y ambigüeda d,   Buenos. Aires, Paid Paidós, ós, 19 1966 66.. 6. Sobr Sobree es esta ta infl inflexión exión bien precisa -m etapsicológ icam ente h a   bla  b lann d o - a n tic ti c ip ipoo u n p equ eq u eñ eñoo es escr crititoo mí míoo in incl clui uidd o e n u n lilibb ro en p r e   par  p arac ació iónn (q:uizá u n “E s tu d io s clí clínic nicos os I I ”): ”): “U n n u evo ev o ac acto to psíq ps íquu ic ico: o: la escritura del ‘nosotros’ en la adolescencia” (1995, inédito). Trabajo leí do en las jor jornn ad as de mayo de ese mismo año en Po rto1Alegre, orga nizadas niza das por llaa Fun dación E lsa C ori oriat, at, centrada s e n problemáticas de adolescencia. ,

 

ana de subjetivac subjetivación, ión,  producida sorpresivam so rpresivam ente en el se se no de una experiencia tan subjetivante como el beso y el abrazo. Un trabajo clínico hecho con instrumentos más finos nos da lugar, llegados a este punto, a distinguir cuidado sam sa m e n te todo todo lo que concierne a la insatisfacción de los fe nómenos que venimos discutiendo. En principio, podría mos escribir de una insatisfacción de estructura, como en el horizonte o en uno de los polos de una serie comple mentaria, teóricamente necesaria ante la imposibilidad (más lógica que práctica) de postular una satisfacción ab soluta, total, to tal, sin restos. A ésta és ta opondríamos otras o tras dos dos bien concretas y empíricamente localizables: la insatisfacción ligada a la relación del sujeto con el ideal del yo, que de  ja  j a siem si empp re s u b s isti is tirr el surco su rco de u n a d ista is tann c ia e n tr tree u n a realización reali zación efectiva efectiva y sus ideales ideales de referencia, la insa in satis tis facción neurótica, tan abundante, indisolublemente liga da a represiones e inhibiciones patógenas. En los tres ca sos, es de notar lo vivo que se mantiene el “con” y cómo cada una de estas insatisfacciones se da con algo o con al guien. Retomando el material precedente en su giro más

específico, hay quien (o que) ciñe, aunque la “satisfacción obtenida” por ese abrazo se mantenga neuróticamente disyunta de la “satisfacción esperada” (decimos “neuróti camente” en la medida en que el análisis no registra un esfuerzo por acordar una a la otra en el campo de la rea lidad sino que la disyunción confina a la última en un gueto, guet o, más m ás que en un u n a rrese eserva rva ecol ecológ ógic icaa im imag agina inaria.7 ria.7)) 7. A partándom partán dom e un tan to de lo consagrado sobre las formaciones neu róticas en el ppsicoanál sicoanálisi isis, s, he procurado procurado de sarro llar u n nuevo en fo foqu e quedeserecibo detieneenparticu larm en te en llo que que Freu d llamó lllaamó -pe ro si sin n unque acuse su metapsicología, ao menos que tengamos to doss (no do (no es imposib imposible) le) m uy mal llee íd a - ““da da r las es espa palda ldass a la realid re alid ad ”,  p  pee n s a d o como u n a g rav ra v e d is isyy u n c ió iónn de lo im a g in inaa r io io.. E s t a p e r s p e c titi va sólo sólo es posibl posiblee revisando el es tatu to p rogresivam rog resivam ente idealizado de la represión en los textos psicoanalíticos, lo que también comencé a hacer. El lector encontrará este estudio en mi “Ensayo en dos movi-

 

de--  En los los transtor tran storno noss que responden a lo que que designo designo de subjetivación   -ee n la medida en que o bien exceden exceden el el ve rosímil analítico de las neurosis y de “la estructura” neu rótica o bien llevarían a una revisión que lo alteraría  prr o f u n d a m e n te p te - es en p r im e r lug lu g a r ese “con” lo daña da ñado do:: no es lo mismo estar insatisfecho “con” que no experienciarlo verdaderamente en tanto tal, el acento no recae  prr inc  p in c ipa ip a lme lm e n te sobr so bree el “objet “ob jeto” o” como como sobr so bree ese “con” que deber deb ería ía anudarlo anud arlo de alguna algun a manera, ma nera, aunque aunqu e más m ás no fue ra bajo los significantes de la insatisfacción. Este déficit es el que el paciente logra comunicar por fin bajo el tér

mino de una “sensación” falta, término al que apela dos veces, además de la yaque mencionada, cuando se queja de no tener “la sensación” de la erección, por más que és ta se cumpla fisiológicamente y el paciente no se vea afectado manifiestamente de impotencia. Se trata de “datos” que no hacen mella en lo esencial: la sensación de erección brilla por su ausencia, en un agujero que no  puede  pue de a g a r r a r l a . Esta última formulación se escribe para detenernos,

ya que caricaturiza un enunciado que, en Freud, asume fórmula una ensayos ley: medeestoy refiriendo, claro,sealoca ese teoría sexual donde  plaasaj  pas ajee de losdeTres liza la experiencia de amamantamiento como “la matriz de toda experiencia erótica ulterior”, párrafo tan célebre como dudosam dudo samente ente trabajad trab ajadoo en la medida m edida de su apres ap resu u rada reducción a “la oralidad”, conjuradora del fantasma de un bebé “todo boca”. Sin necesidad de entrampamiento en ninguna minimización de ese oral y de su multipli cidad de pasadizos con lo genital, es preciso destacar con fuerza -en bien de la fineza y eficacia de nuestra práctimientos”, publicado en él libro colectivo de la Fundación Estudios Clí nicos en Psicoanálisis compilado por Marisa Rodulfo y Nora Gonzá lez: L  La a p r o b le m á tic ti c a del de l s ín to m a ,   Buenos Aires, Paidós, 1997.

 

ca clínica- la presencia de múltiples componentes de esa

escena de lalugar, oralidad, que acuden aprimordial ella por suindependientes cuenta. En primer la pintura de Freud no impide destacarlo, es una escena de abrazo  y de acariciamiento mutuo*  y es éste -y no el de la suc ción del pecho- el aspecto más global y envolvente en la escena. En una dirección esto pone de relieve el peso cru cial de la mano en ella -largamente olvidada por los psi coanalistas en su fascinación por la boca- (y nuevamen te, no sólo de la mano materna, véase el vigor con que el chiquito desprende las manos apenas puede en el casi sin  pode  po derr a ú n de llaa in incc ipie ip ienn te m a d u r a c ió iónn n eu euro ronn a l): l) : los dos verbos puestos en juego necesitan de manos. En otra di  po o li lim m o r fi fiss rección se debe enseguida saber reconocer el  p mo del acariciar, los trabajos allí de la mirada, de la voz, de la olfación, etcétera. Ahora bien, todo esto nos inclina a reconsiderar la “matriz” en el sentido de determinar qué es lo lo matricia ma triciall en ella, y aq aquí uí prop propong ongoo ccon onside siderar rar llaa  pri  p rioo ri ridd a d lógica lóg ica del abra ab razo zo so sobr bree lo oral or al,, o dich dichoo de ot otra ra manera que nos parece más justa con los hechos, del

abrazo de cuyos o enMás cuyoaún seno se eje cuta la uno operación del componentes amamantar (se). teniendo en cuenta que en la experiencia del abrazo la madre es tá funcionando como un lugar, el hijo la habita, se aloja, en el act actoo del del mu mutuo tuo estrecham estrech amiento iento.. Al respecto, respecto, cabe to  forr m a re red d ond on d e ad ada a  del abrazo, dia davía detenerse en la fo grama  (en el sentido deleuziano) de esas masas de gara  baa tos  b to s re redd o n d e a d a s q ue i r á n abri ab riéé n d o se paso pa so en los los , 8. Es indispensab indisp ensab le su ray ar este “m “m utu o” resignifi resignificador cador -y re resi siggniñcantedel acariciar y babrazar, pues la persistencia inconsciente del adultocentrism o en la reflexión reflexión teórica llleva leva uunn a y otra vez a pen sar al niño pequeño bajo la figura del objeto', objeto de la caricia ma terna, etcétera, operando una verdadera represión sobre la actividad acariciadora y abrazadora del pequeño. Aspecto vigorosamente real zado por Jessica Benjamín. Véase  L  Lo o s lazo la zo s de a m o r   (Buenos Aires, Paidós, 1996), y ya desde su primer capítulo.

 

 primer os dibujo  primeros dib ujos, s, m a s a s que qu e son so n self,  según lo desarro llan Dolto y Marisa Rodulfo. Desplegados todos estos matices, tomadas las precau ciones para que no se obliteren, la experiencia del psi coanal coa nalist istaa trabajan traba jando do con con niños a vece vecess muy perturbad pertu rbados os valoriza con una intensidad mucho más clínica la propo sición de Freud sobre esa escena matriz, y sobre su ca rácter constituyente, a futuro (pues lo más rico está jus tamente en que no se limita a la presencia de un goce actual). Con una ampliación posible, que bien puede sin tetizar, en el paso que media de Freud a Winnicott, déca das dehumana, trabajo con chicos:lo noes esdelsólo matriz de la de sexua lidad también “narcisismo”, los  procesos  proc esos de su subb jeti je tivv ació ac iónn en el se senn tid tidoo m ás lat lato. o. ¿Qué hace una matriz? Dispone, vertebra, ordena una serie de elementos de un modo determinado. Viene al ca so hacer notar cómo se suele banalizar la noción de “so  porte”, d eján ej ándd o la a d h e r ida id a a sus su s conn co nnot otac acio ione ness l a b e r í n titi cas más elementales. Pero si la tomo en. serio y escribo,

 por ejemplo, que  por qu e e s t a h o ja s o p o rt rtaa m i e s c r itituu r a , e s tá im   plicado  plica do u n lug lu g ar, ar , y u n lu lugg a r cuya cu yass c a rac ra c te terr ís ístiticc a s o r ien ie n  tan la disposición de cualquier serie de términos que se aloje en él. En lo concreto de los materiales examinados, se concluye que si falla esa matriz del abrazo con una mujer, mal puede haber coito: éste se diluye en una serie de conexiones parciales de “máquinas” (Deleuze-Guattari) u “órganos” “órganos” (Freud), perd p erdida ida la l a referencia referen cia a uunn a expe riencia subjetiva matricial. De donde será inútil o de muy escaso provecho analizar la perturbación erótica del  paciente  paci ente en el plan pl anoo conc co ncep eptu tual al de la a n g u s titiaa de c a s t r a  ción salteándose salteándo se la enorm en ormidad idad de la ausen a usencia cia de una un a ma m a triz de abrazo y acariciamiento consistente. Y si se quie re pensarlo en el vocabulario la ejemplo, “falta”, que entonces habría que formularlo así: no es,depor algo    faltar  fal taría ía en la m u jer je r sino sin o que qu e fa f a lta lt a la m ujer uj er,, como lo plas ma escuetam escu etamente ente la escena del del diarero. diarero. Revisando Revisando el ma ma

 

terial que hemos expuesto y discutido en el hilo de esta interpretación se ilumina todo de nuevo. Avanzando un  pocoo m  poc más ás,, se di dibu buja ja e s ta co cont ntra rapo posi sici ción ón,, es este te pa para rale lelilism smoo diferencial: la niña de la tiza no tiene hecho el pizarrón, “matriz” o “soporte” de la escritura, así como nuestro adolescente no tiene hecha la mujer, matriz endeble que  juss titiff i c a t a n t a s di  ju dilu luci cion ones es y de desf sfig igur urac acio ione nes. s. Es notable que el primero y gran efecto de esta labor analítica sobre el paciente fuera una franca mejoría en sus posibilidades de escribir música; particularmente ca yó en la cuenta de cuándo se resentía por la carencia de  fun n c ión ió n de bajo, tota una fu  totalm lmente ente descuidada o no incluida    porr él h a s t a en  po ento tonc nces es.. La a u s e n c ia de u n a v er erte tebb ra raci cióó n armónica armó nica que conduj condujese ese y reg regulase ulase el sin sintag tagm m a me meló lódi dico co derrumbaba paulatinamente la secuencia. Salido de esta “pátina fungosa”, empezó a concluir un montón de piezas  boo sq  b squu ej ejad adas as,, in intt e r r u m p i d a s , la lann g u id idee c ie ienn te tess a m ed edio io ca mino.

 

Cuerpo

4»- Espejo

(madre) Caricia

Pizarrón (hoja, etcétera)

Rasgo

Trazo

Esta referencia estratégicam estratégicamente ente dec decis isiiva de Jacques Derrida, esta escena abierta en la escritura que es la es cena de escritura, en el encabezamiento de este capítulo,

ha presidido más o menos silenciosamente lo anterior.1 Siguiendo estedefinida caminopor es que volvimos a poner de en esce na la escena Freud como “matriz” cual quier goce humano, el que sea, a fin de pensarla como una muy singular escena de escritura entre madre e hi  jo,, que va a r e g u la  jo larr l a v id idaa e ró rótiticc a p o s te teri rioo r pero pe ro t a m   bién m u c h a s o tra tr a s cosas, co sas, l a p o si sibb ili ilida dadd m is ism m a de e sc scri ri  bir en ot otro ross es espa paci cios os y so sobr bree o tra tr a s su supe perf rfic icie ies, s, s e g ú n y a entreveíamos. 1.' Por supuesto, son innumerables los lugares donde buscar esta escena en Derrida (dejando en suspenso que todos  sus escritos están  pues  pu esto toss e n jueg ju egoo s e g ú n ella) ell a);; no sólo F r e u d y la e s c e n a de la e s c r i t u  ra/m ás fam iliar a los los psicoanalistas por razones obv obvia ias, s, ttam am bién “La doble sesión” (en  L a d ise is e ip in a c ió n ,   Barcelona, Espiral, 1980) y  De la   gramatología  (México, Siglo XXI, 1976).

 

Por otra parte, y según lo habitual en Derrida, hayf una toma de distancia respecto al orden del concepto con su cortejo burocrático de definiciones, oposiciones, etcéte ra. Más bien a la escena de escritura se llega poniéndola  po o n ién ié n d o la  en juego en escena, por tanto voy a escribir  p de alguna manera que, además* 110 es cualquier manera. Por de pronto, conviene llamar nuestra atención hacia el  puu n to de que  p qu e e s t a impl im plic icac ació iónn com co m pleja pl eja e n t r e ambo am boss tér té r minos hace de todo escribir un acto más complejo que si lo limitamos a una técnica, a la cuestión de ciertos ins trumentos (como la tiza) y cosas así.  N  No o se cons co nsti titu tuye ye una una  escena sin fantasmas intersubjetivos, sin el fantasma de  la subjetividad incluso,  y sin ciertos ritmos e intervalos que Derrida designa espaciamientos. Aquí no está de más tampoco convocar cierta tradición  psic  ps icoo a n alít al ític icaa : l a escena  forma parte de algo más funda mental que la rutina del sistema de los conceptos, forma  paa r t e del modo de p e n s a r de alg  p al g u n o s tex te x tos to s psico ps icoana analítilíticos, desde la escena originaria, la escena del niño a quien

le pegan (Freud), a la escena del júbilo especular (Lacan) o a la escena del niño agarrando el bajalenguas (Winmcótt), sólo por hacer un itinerario corto. Al decir “tradi ción” también insinuamos un orden de cosas de mayor  pesoo que  pes qu e el acadé aca dém m ico ic o conc co ncep eptu tual al del disc di scur urso so u n ive iv e rsi rs i tario. El establecimiento de escenas en psicoanálisis guía la interpretación, análogamente a como las escenas en el interior de la clínica psicoanalítica suponen una configu ración particular de ciertos elementos que han de gravi tar drásticamente -hasta cruelmente- en todo lo que sean puntos de inflexión de la estructuración subjetiva. Esto no deja de involucrar enseguida otro término de funcionamiento más bien silencioso, el de secuencia. La  esce na (se) escena (se) disp di spon onee (como) (como) u n a cierta, cier ta, secuenc secu encia; ia; la se- -: cuencia despliega en lo sintagmático una escena que   710$ siempre sabemos cuál es.

 

la escena secuencia le es inherente) espa-s |:|ia Sia su m an anera era(yunla conjunt conj untoo deque términos, destaquemos destaquemo que espaciar es tam bién bi én hace h acerr existir, ddar ar lug lu g ar a existir. existir.  Noo es que h a y a “s u jeto  N je tos” s” qu q u e g o b ie iern rnen en la e sce sc e n a de e s critura bordeándola por su afuera: recién en el campo de fuerza de una escena de escritura se hace distinguible lo ¿(fue podamos llamar un “sujeto” o más. La escena no es / entonces expresiva,  en ella se fabrican y suceden cosas, sin excluir la primera vez de las cosas. Las historias del psicoanálisis entre nosotros en las Sid^ait itisim acen s tres y las rutin ruzca tinaapu s de vocabulario vocabul deriva der ha hace n que quedécadas tamb también ién mere m erezca puntu ntuarse arse laario man m anera eraiva en |f que la escena de escr es crit ituu ra se des desm m arca arc a de u n a “lógica “lógica”” de la escritura. Allí donde abrimos la puerta fascinadamente a esa lógi lógica ca,, allí a llí nos va a regi re girr sin s in nnin ingg ú n repa re paro ro el sissis■tema de la metafísica occidental, y con él, todas sus obli gadas impasses.  Sólo recordemos que el psicoanálisis ¿ debiera mostrarse aquí especialmente cuidadoso, toda vez que se emplaza en una de estas impasses (soportan-

!;do así no no pocas para pa rado doja jas) s):: la qu quee opone opon e cien ci enci ciaa a no ciencia” como términos de una división firme. (De manfí'te 'teners rsee sin fisuras fisura s ni n i incertidu inc ertidum m bres, bres , el psicoaná psicoanálisis lisis no tiene medio para respirar, se queda sin espacio.) Que nada se escriba fuera de una escena de escritura ¿cuyas condiciones en cada caso habrá que establecer, es ro principio claro de inmensa ayuda para el trabajo clí nico. Para empezar, permite un mejor estudio de situaHciunes cotidianas que, sin la consideración analítica, que dan sumidas en la trivialidad al no percibirse sus alcances. Tomemos por ejemplo esa decisión del adoles cente de mutar su entorno, barriendo con los significan tes de la niñez que pueblan su espacio y reemplazándo? | los ccoon dive diversos rsos póste pó sters rs y graffiti   con citas de Charly García y del Che Guevara. No es lo mismo pensar esto g'como una muestra de “conducta” evolutivamente signifi cada que reparar en que las paredes de ese cuarto son

 

hojas, pizarrones, superficies de inscripción, y la escena,í aparentemente  solitaria donde él se está reescribienuna do en tanto subjetividad deseante, “reterrit rete rritori oriali alizan zando% do%   (Deleuze-Guattari) su espacio habitual de reconociraien-^ to, el espejo de su cuarto.  En este poner y sacar se juegan operaciones de escritura, de borrado y vuelta a escribir tanto o más importantes como tales que las que las definicionés convencionales de escritura connotan bajo este nombre. Se libera, si procedemos así, una fuerza teórica incalculable. Lo mismo reexaminando otra situación harto cotidia

acto'de laen acto'de comida mo montado ntado enino ad hi jo,, otam tares  bna:  bié iénnelconcebido los mism m ismos os térm té rmentre intre os m d eadre s brea nea hijo lizad rem s. Bien pensado, es una situación muy predispuesta a un denso entrecruzamiento de motivos míticos: de lo oral en esa familia, de los fantasmas en torno de lo lleno/vacío, de lo limpio y de lo sucio, del lugar concedido al empuje lúdico (que tiende a una relegación benéfica del comer stricto sensu,  “por añadidura” (Lacan), si se le deja mar

gen para ello sin excesivas llamadas al orden de la lí nea” del cuerpo que impone como ideal según el hijo sea varón nena, etcétera. allí donde el obserjs vador óconductista sólo Nuevamente, puede ver pautas de condiciona miento, la perspectiva psicoanalítica que propongo abre la mirada a una multiplicidad de escrituras en juego en una escena que aportará tantos motivos constituyentes de lo que molarmente designamos “sexualidad”, “narci sismo”, “imagen inconsciente del cuerpo”, etcétera, así como a sus diversas inflexiones de perturbación. El tra  bajo teó teóric ricoo de llllee v a r d i s t in inta tass si situ tuac acio ionn e s títípp ica ic a s de la cotidianidad al rango de escenas de escritura e interro garDejamos qué se escribe allíadolescente se ve largamente a nuestro en ese recompensado, punto donde la j  fa lta lt a de m u jer  je r   -a la que localizamos' con un matiz dife rencial como no lo mismo   que la falta en la mujer-  deri vaba en sorprendentes efectos, tal la  fa ltltaa de bajo  para

 

.'íjV ¡,

escribir una composición, que no consigne su despliegue sin columnas   armónicas,2cúyo cimiento tendrá durante muchos siglos un nombre sumamente instructivo para Ijiósotros: bajt) continuo.   Hemos esbozado al respecto las lideas bien de desubjetivaciones  más o menos parciales,  bien  bi en de fall fa llaa s o défic dé ficitit en lo que qu e p o d ría rí a m o s l l a m a r la esfcrituración del cuerpo y/o en los procesos de subjetiva ción Hemos tam bién bi én al respecto evitado evitado delib delibera erada dam m en en  te entrar o caer en el vocabulario psicopatológico al uso,  paa rt  p rtic icuu larm la rm e n te e n la a l ter te r n a n c ia n euro eu rosi sis/ s/pp sico si cosi siss qu quee ’ lo gobierna (de un modo que nos resulta excesivamente unilateral).3En principio como una precaución de método para no sofocar nuestra investigación con el recurso demasiado rápido a esquematismos. Antes de determi n a r si lo que le le pasa pa sa a nuestr nu estroo pacien p aciente te es “neuró neurótico” tico” o ' “psicótico” nos interesa mucho más que la dirección de lo que trabajamos trabajamo s interrogu interroguee h as ta el borde borde de la ppue uesta'en sta'en tela de juicio la competencia de aquellas categorías, que ?

2. Una de las grandes diferencias entre música (la occidental muy en particular) y narración literaria o poética es el modo de articular Jas dimensiones de sintagma y paradigma. La escritura polifónica, -que se se libera con con un prodigios prodigiosoo desarrollo d u ra n te la E dad Media, im  plica u n tra tr a b a jo e n la s inc in c ro n ía in c o m p a r a b le lem m e n te m á s in inte tenn s iv ivoo y complejo que el de todos los géneros dependientes de la escritura fo nética. Es imposible ejecutar la composición más sencilla sin tener que leer a un tiempo sobre dos ejes, horizontal y vertical. La ñgura, espe es pecí cífi fica ca de n u es tra música, mú sica, del director de orq uesta, ues ta, la necesidad ne cesidad de su comparecencia viene a encarnar este tipo tan particular de texto, ausente o sólo latente en otras culturas. De ahí el gran interés que, en mi opinió opinión, n, tiene la m úsica como omo model modeloo de rep resentac rese ntación ión pa ra el  psic  ps icoa oaná nális lisis is:: c u a lq u ier ie r p a r t i t u r a , o r q u e s tal ta l o s o liliss ta ta,, es m ucho uc ho m á s Aparecida a los encadenamientos inconscientes que un cuento o un  poema. C laro la ro que qu e h a b r í a que qu e c o n s id e r a r a p a r t e , ta tam m b ié iénn , el caso cas o de las árte s plásticas; 3. Y no nos parece nada casual que los textos más ricos en la in vestigación y el inventario de distintas y aún “nuevass" formaciones clínicas respondan a idéntica reserva: por ejemplo, y entre nosotros, los de David Maldavsky y Juan David Nasio.

 

desde hace mucho sey, ños vienen instancia, antojandodedemasiado' gruesas, desmedidas en última limitada! eficacia clínica. El “de” de la desubjetivación, las fallas, los déficit, los fracaso fra casos, s, constituyen un régim régimen en de nominac nominación ión aparen temente un poco vago, pero menos comprometido con el orden psiquiátrico,4 tanto tan to m más ás abiert abiertoo entonces a ppoosi  bless h alla  ble al lazg zgos os e iinc nclu luso so a uunn a reno re nova vacc ió iónn e n profu profundida ndidad! d! de nuestros esquemas de clasificación. La sensibilidad del muchacho a los efectos de su larga exposición a la depresión crónica materna que permitió; descubrir el análisis nos llevó a levantar síntomas y fe nómenos de vivencia, hasta aquel momento desapercibía dos: también intensificó su percepción, antes tan borrosa, Estos síntomas o vivencias podían parecer de pequeña dimensión, o de baja intensidad, pero uno concluía en quee con qu contribuían tribuían pródigam p ródigamente ente al sufrimiento gen general eraliza iza

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do y al notorio notorio estado de infelici infelicidad dad en que tr traa n sc scuu rr rría ía llaa vida del paciente. Consideremos primero uno de los más interesantes investigación: que él, sobre para todo nuestra en reuniones con ciertasabíamos cantidad ya de gente, padecía del no poder hablar de nada (sensación que no  disminuía en absoluto porque hablara), así como no poder escuchar sostenidamente lo que le dijeran. Pe ro acercar la lente analítica a estas manifestaciones lé hizo dar algunos pasos más. Primero a encontrar la pa labra más adecuada en su sentir para tales estados: él  paa s a b a a s e r “i n e x i s t e n te  p te”” (y est e stoo no e r a m e r a “r e p re ress e n tación sino para, nuestro palabra” héroe). Los milbien hilos“representación que Freud evocócosa” de Goethe salían sa lían y concurrían concu rrían de aquel térm término. ino. A continuación, un un descubrimiento que no parece congeniar con la idea de 4.

C onsú ltese el ind indispe ispensa nsable ble texto de Ro Robert bert Castel,  E l  p  pss iq u iá tr ic o ,   México, Siglo XXI, 1982.

 

ret or o reprimido reprim ido pues p ues más má stamos bien b ien lo lo innom inn om br a  bre  ble letorno y no ha h a sde ta llo unheimlich   si aceptam acep os cerca la acepción de bra “in“in¡qüietante”6para traducirlo. Hay que decir, además, que no basta para nada con la idea de “poner nombre”; eso no da cuenta del trabajo del paciente; disponemos de un concepto mucho mejor como es el de (re) construcción.  Es  porr un  po u n a reco re cons nstr truc ucci cióó n tra tr a b a jos jo s a y que qu e tie ti e n e a d e m á s todos los signos de lo afectivamente denso que el joven llega a contarnos esto (tampoco basta aquí con recurrir a la '“asociación”, referente demasiado vago). ocurre cara“scon  preLe  precisa cisame mente nte conversando, s enti en tir, r, - ¿ a lca lc acara n z a acon e n tir tiel r ” interlocutor p a ra hacer .sentir lo que se esfuerza por su emergencia?- que “no tiene cara”, “la sensación” de que “no tiene cara”. Y ver ahí enfre nfrent ntee el el rostro del otro otro acen ac entúa túa peno p enosam samente ente la no te te  nenc ne ncia ia subjetiva sub jetiva del suyo suyo en insen in sensib sible le crescendo. Por su

a

 puesto, la exp  puesto, ex p erie er ienn cia ci a se rep re p ite it e . Y u n a vez rec re c o n s tru tr u ida id a ,  parece fu f u n d a r en ella el la lo i n t r a n s i tab ta b le de todo tod o lo q ue l l a  mamos “vida social” para este adolescente. Enseguida, lo contado se asocia irresistiblemente al 'Complejo “m uje ujerr de esp espald aldas as” ” así como con la citada animalización cuasi alucinatoria del rostro de la mujer  •v' '5. En dis distint tintos os co contexto ntextoss he ins insistid istidoo sob sobre re la ne nece cesid sidad ad clíni clínicoco!teórica más que la simple comodidad o conveniencia de introducir este voca vocabl bloo pa para ra la traduc trad ucción ción de unheimlich-, la exclusiva apelación a ¡¡¡“sini siniestro estro”” tien e m ás de un in co conv nven enien iente. te. Prim Pr im ero er o el de la ex ag era er a ción; hay vivencias unheimlich   que transmite un paciente que son  bienn in q u ie ta n te s s in llllee g a r e n a b so luto  bie lu to a los rh á rg rgee n e s de lo p r o p ia  mente siniestro. Esto a su vez hace correr el nada infrecuente riesgo filie banalizar totalmente este término, cuya cualidad propia debería mos preservar. Me parece mucho m ejor seg uir el eje ejemplo mplo fran francés cés e in  glés donde se inquietante dispone de étrangeté-sinistre)\  dos matices semánticos canny-sinister,   no se  no

(un-  alternativos consigue advertir

ganancia alguna en disponer de uno solo. El trabajo clínico cotidiano agradecerá estas matizaciones. Queda  para otro ot ro lu g a r e lu c id a r los a lca lc a n c e s y c o n flu fl u e n cia ci a s de dell p a r cu cuyo yo us usoo estoy stoy proponiendo propon iendo..

 

cuando se acerca no de espaldas. También a lo que él lla| ma volverse “mecánico” en algún momento de esas sitúa I ciones. La no figuración de su rostro, pensada con cuida do, deja interpretar su ostensible (y quejada) falta de interés en cualquier cosa que sea tema de una conversa-; lo:  ciórí, como emanada de su certeza de que en n a d a de lo que se habló  va a fi  fig g u r a r  él   él (extraigo lo de “figurar” de su  propio  pro pio léxico). E n la lazá zánn d o lo a cu cues estio tione ness de desa sarr rrol ollad ladas as supra, todo sucede, diríamos, como que no logra habitar* aposentarse, en el discurso de los otros, del grupo, de los amigos. La conversación más má s “de “de actu actuali alidd ad ad”” y au aunn m más ás tri trivi vial al sostenible (la mayoría, entonces) se puede llevar a cabo satisfactoriamente en la medida en que sus interlocuto res se sienten figurando en el contenido de ella. Al pa¿ ciente prácticamente le ocurre lo contrario: así se hable de lo que más le concierne no se localiza allí; afinemos la formulación: no localiza una sensación de su cuerpo allí.

Si el tedio de esa vida “social”, “el espantoso aburrimien to de la vida burguesa” (Flaubert) se mitiga no sobrepa sando cierto standard  de   de soportabilidad, es merced a que  pseordice.  por lo m men enos os el fig figur uroo al allílí enelavacío lg lgúú n ni nive y as aspe pecto cto de alcan lo qu quee Para paciente, y vel el laburrimiento zan, en cambio, una dimensión totalmente mayúscula. Llegados aquí se impone también escribir que hay un desmayo o un colapso de la identificación, o de las iden: tificaciones, así como de la posibilidad misma de la iden tificac tif icación, ión, ya en lo manifiesto, como pprim rim er eraa in insta stann cia de la identificación que hace que más o menos cualquiera reconozca rasgos de sí en algún elemento de un “tema” de conversación. Análogamente, si carece de rostro frente al de su in terlocutor (o podría tener ese rostro en negativo como se r ía bajo un aspect aspectoo anima animal), l), el ello lo imp implica lica la imposi imposibil bilidad idad o al menos, matizando las cosas, la extrema dificultad del paciente para verse  libidinalmente en el rostro del

 

, otro (más allá de las apariencias de similitudes compar tidas, que para él son “mecánicas”). Este es uno de esos  procesos  proce sos que qu e W inn in n ic icoo tt co com m enta en ta,, se “d a n p or s e n ta tadd o ” en multitud.de casos. No aquí.6 (Y análogamente aún, el “agujero” en lugar de la vagi na refleja refleja eell agujero en algún alg ún punto p unto de su pr proc oces esoo de sub sub   jetiv  jet ivac ació ión. n.)) (V (Véas éasee a n á lo logg a m e n te el ““no no sie si e n to que qu e la t e n  go parada” aun en el pleno de la erección). La conclusión más importante (también porque aleja al paciente de perm permanece anecerr resisten resistencialm cialmente ente detenido detenido en las “relaciones de objeto”), y hasta aquí generalizable, es que algo de su propio cuerpo  no se escribe sino bajo for mas muy débiles o negativas a lo largo de diversos proce sos. Volviendo a la matriz freudiana donde propusimos acentuar el abrazo -regreso para ordenar en ella este manojo de elementos más o menos conjuntos más o me nos dispersos-, disperso s-, PPiera iera Au Aulagnier lagnier no noss ha enseñado a detec tar allí, allí donde se consuma alguna experiencia matri-

cial como experiencia de la vivencia de satisfacción, la formación de una zona objeto (por ciertas razones tam erección  de una zona objeto).  bi  bién én podr po dría íam m o s escr es crib ibir ir la Esta formación es simultánea para ambos componentes y sin delim delimitación itación opositiva , lo que no equivale a decir  sin  sin delimitación; es un exponente a nivel de la subjetivación del cuerpo propio de lo que Derrida designa diferencia no

6. Los an alista al ista s sole solemos mos u sa r de un mod modoo metafórico m uy la laxo xo té r minos como “imposibilidad”, con el inconveniente, repetidamente ex  pe  pestrictamente e rim ri m e n ta tadd o e nliteral. la e n sAquí e ñ a n zlaa “imposibilidad” de dell p s ic icoo a n á lilisi sis, s,deldepaciente u n a c o msep re ren n sió si óaln ciñe subterráneo y habitual gozar de tener rostro al verse en el del seme  ja  j a n t e , g o za zann d o a s í no s u b t e r r á n e a m e n t e de u n e n c u e n t r o con el otro ot ro,, “O bjetivam bjetiva m ente ente””, claro está, el paciente pac iente r eg ist istra ra los rasgo s que confo confor r man lo que llamamos rostro. Luchamos siempre fracasadamente con tra la trem en da im precisi precisión ón (y pobreza pobreza)) del lenguaje, de la cual la m e táfora se hace significante en el vuelco de “la riqueza”.

 

oposicional.7(Que

Piera Aulagnier lo escriba zona-objeto

es una de supertenece escritura al conproceso su concepto, ya que el inconsecuencia guión así utilizado secunda rio, al régimen de las oposiciones binarias.) (También una inconsecuencia con la práctica clínica y con la esce na de escritura que se está esforzando en traducir.) (Ca  be a h o r a d isc is c u titirr si es m ás v enta en tajo joso so e s crib cr ibir ir zo zona na obje obje  to o zonaobjeto; ambas dan cuenta de los espaciamientos no “indiscriminados” ni binarios, pero a la primera se le  poo d rí  p ríaa r e p ro rocc h a r s u fid fi d e lilidd ad a la oposició opo siciónn e n tre tr e p a l a   brr as,  b as , a s í como como a l a s e g u n d a c ier ie r t a h u e lla ll a del m ititee m a de lo confusional.) El caso es que en nuestro paciente hay testimonios de deseo como de construcción insuficiente de zonas objeto del tipo pene vagina, lo cual craterea y erosiona su desa rrollo libidinal. Y esto acerca muchas de sus experiencias erótica erót icass distorsas d istorsas a esa imaginería imag inería medieval donde donde a tra tr a  vés de la belleza y la perfección fálica del cuerpo se en trevé el esqueleto como significante del cadáver en el

cuerpo, ya en el cuerpo, anticipando la muerte, la deten ción extrema de los procesos de subjetivación. Saquemos algunas cuentas: Los órganos órganos libidinales libidinales (para (pa ra atenerse aten erse cortésmente a un término clásico; también podríamos decir “imagina rios”, “fantasmáticos”, “subjetivos”) se escriben, literal mente, se dibu dibujan jan   (tal cual  se dibuja una figura en un papa7. E n este punto, el lector en co ntra rá u na significativa significativa diferenci diferenciaa conn textos co textos anterio an teriores, res, como como E l n iñ o y el sig si g n ific if ica a n te, te ,  donde no utilizar esta distinción asimila aspectos no opositivos del vínculo temprano a confusión, no discriminación, etcétera, lo que menos toscamente da a  pe  p e n s a r e n e s a no identidad  de   de diferencia y oposición. Una demolición  p  pss ic icoo a n a lílítiticc a y clínica  del motivo de la “indiscriminación” (entre ma dre y niño, sujeto sujeto y obje objeto to,, etcétera) se en cu en tra, in supe rable, en Da niel Stern {El mundo interpersonal del infante,  Buenos Air.es, Paidós, 1991); una alternativa no siempre epistemológicamente clara, en la, obra de Sami-Ali.

 

peí), y a las vicisitud vic isitudes es diacrónicas diacró nicas de esos esos dibujos la lass llla la mamos historia.   Si el acariciar nos detuvo, es en la me dida di da en que que constit con stituye uye un u n a dimensión privilegiad privilegiadaa de es ta escritura.® Como si dijéramos: eso, el eso, dibujado por la anato mía, hay que vol volver ver a dibujarlo ppaa ra que sea pr  prop opio io  cuer  poo.  p - La constitución constitución de dell cue cuerpo rpo del del niño resu res u lta de diver sas escenas de escritura en red, componiendo una se cuencia de tiempos lógicos y cronológicos. Tomemos otro ejemplo, el adolescencia. habitualmente Metapsicológicamente, descripto como “iniciación se xual” en la debería tener que ver co conn el el ppaso aso de eestr struu ctu ct u ra de la fase fálica a la fase genital. De la trivialidad de las dataciones la sa ca considerar esta “iniciación” como toda una escena de escritura donde algo nuevo se pone a punto: el orgasmo, valga el caso, o la configuración de un tubo como la vagi na con elementos acarreados desde lo oral y desde lo

anal. Esto implica que “órganos” como estos

no estaban  

terminados de hacer    (radicalmente otra concepción quea la que imagina ingenuamente una “iniciación” llevada

cabo con órganos preexistentes), estaban a medio escri bir, bocetos de los genitales propiamente dichos. Bocetos que se “terminan” de hacer en el coito, en el primer coi to, para ponerlo en lenguaje mítico. (Más verazmente, tendríamos que acotar: se vuelven disponibles para futu ros conflictos, conflictos que antes no podían contar con ellos.) - Cuand Cuandoo uunn niño dibuja, modela o le hace hace ha cerr ci cieer; tos recor recorri ridos dos a sus jug jugue uetes, tes, está es tá repitiendo, con toda la 8. Por supu esto, se puede ligar liga r con con ve nta ja lo expuesto expue sto sobre la ca ricia a lo anteriormente desarrollado por nosotros en otros textos so  bre la lass fu funn ci cioo nes ne s t e m p r a n a s del de l ju j u g a r , e n p a r t i c u l a r la q u e u b ic icaa m o s en primer término como  fa  fab b r ic ica a c ió ión n de supe su perf rfic icie ies. s.   Véase en  E l n iñ o   !y !y': ':eell si sig g n if ific ica a n te  la sección de las “Tesis sobre el jugar”.

 

enorme carga de tensión diferencial que la transposición supone, pasos de escritura que antes se cumplieron en el  Ell p pon oner erse se el n i  pla  p lann o de ese s ing in g u lar la r dibujo dib ujo,, la ca caric ricia ia..  E ño a tra traza zarr rayas dispersa disp ersass so sobre bre una hoja, tan “elem elemen en tal”como parece, es el desemboque de largos trabajos de  escritura cumplidos sobre otro terreno.  De estos trabajos

depende la existencia y funcionamiento de esa cosa tan compleja que tan abreviadamente llamamos cuerpo. El dibujo más “primitivo” es una transposición y un deriva do de procesos de escrituración muy complejos y acciden

tados. C u arta consider consideraci ación, ón, que.se que .se abre con la introduc introduc ción en la escena teórica de la escena de escritura.  Con cierne cier ne a la man m aner eraa de p ensa en sarr el el narcisismo, narcisismo , sobre ttodo odo en su consti constituc tución ión prim primaria aria (adviértase (adviértase que al centrar cen trar nnues ues tra atención en el motivo del cuerpo como algo a escribir

se  nos

movemos en el interior de aquel concepto funda mental). Desde el principio, lo dominante ha sido el motivo de la unificación, con el yo como su resultado; to do discurso sobre el narcisismo, en particular el prima

rio,Estimam ha creído este Estimamos os indispensable que el trabajo enfatizar en la la clínic clínica a hpunto. a vuelt vueltoo insu in su ficiente esta referencia, sobre todo si la idea es que la función principal, lo que viene principalmente a hacer el narcisismo en la psique, es cierto efecto, más o menos en gañoso, unificador. Idea cuyo inmediato inconveniente es alimentar la suposición de que habría estados o patolo gías donde el sujeto no habría alcanzado cierto tipo de unidad, conclusión irremediable a la que lleva el pensar  bin  b inaa r iam ia m e n te todo c u anto an to se dice u oc ocur urre re.. Así, s e r á fácil escuchar enque ateneos, supervisiones otros lugares de in tercambio, un paciente autista oypsicótico (los favori tos de esta concepción) “no está unificado”. Más pobre que errónea, toda esta visión puede y debe afinars afi narse. e. Las problemátic problemáticas as que hasta ha sta ahora nos h an de tenido, particularmente la de la niña de la tiza y la de

 

nuestro de la pátina fungosa, nocriterio.co adelantan gran cosaadolescente en su elucidación apelando a aquel mo criterio rector para pensar el narcisismo humano. La consecuencia derivada que acabamos de exponer es lo más erróneo de todo: nadie puede vivir en la desintegra ción, sin unificarse de alguna manera (véase ya en Spitz los niños que mueren por una temprana desintegración  psico  psi coso som m ática át ica en los cas casos os de h o sp spititaa lism li sm o .agudo no r e  suelto). Por lo tanto, el punto no será si sí o si no unifica ción, sino la cualidad de ésta, por qué medios se adquie,re, a través de la identificación con qué. El caso de un  pequ  pe queñ eñoo a u t i s t a , cuan cu andd o s u r e fe fere renn c ia u n ific if icaa n te es u n a máquina, por ejemplo las aspas de un ventilador giran do, es patognomínico. Que este proceso se cumpla con una suerte de “objeto parcial”, y además no humano, ni siquiera viviente, no nos autoriza en absoluto a postular

que ese niño viviría en estado de fragmentación. Lá pri mera operación operación que proponemos proponemos es entonces de desplaz splazar ar la  pre  p regg u n ta ta,, in inte terr rroo g á n d o n o s -c -coo n la v e n t a j a s u p le lem m e n ta ta ria de exceder el esquema de la lógica binaria o fálica-9 en cada caso sobre cómo se da la unificación, a través, in cluso, clu so, de qué form formacion aciones es ppato atoló lógic gicas as110 (n (noo pocas veces veces tanto más patológicas por su misma compulsión unifi cante).

9. Para un examen breve de este punto puede consultarse en el número inicial de  D  Dia iari rio o s cl clín ínic ico o s   mi artículo “Las teorías psicoanalíticas tic as inf infan an tiles” tiles”.. 10. Es una perspectiva que, ya que hay muchos que se interesan en eso, tiene el derecho de reivindicar para sí el título de “freudiana”: el concept conceptoo ca pita l de tentativa de curación  sucede en Freud a una ex  p  pee r ie ienn c ia d e s in t e g r a d o r a como la del de l “fin fi n del m u n d o ” e n el h u n d i  miento esquizofrénico. Dicha tentativa reconstruye  como puede el mundo, y el estado en que encontramos siempre al paciente es el es tado en que lo tiene enfermo (pero uno) su tentativa de curación. La vivenciaa de desinteg vivenci desintegración, ración, destrucción d estrucción y fin nnoo es un estado en el qu quee alguie alg uienn pu eda perdurar.

 

(Para no reducir la cuestión a patologías de extrema gravedad, vale la pena recordar la recurrencia a identifi caciones animales unificantes en muchos niños con trans tra nsto torn rnoo s narc na rcisis isistas tas no ps psicót icóticos icos.)1 .)11 El segundo paso de desplazamiento lleva la considera ción de la unificación a la problemática de la subjetiva ción que hemos abierto desde el primer capítulo. En esta  pee rs  p rspp e c titivv a podem po demos os decir: deci r: si u n niño ni ño se un unif ific icaa en to torn rnoo a una referencia no humana, no como miembro de la es  peciee h u m a n a , se t r a t a de u n frac  peci fr acas asoo de c u a n títíaa en los los  proce  pr ocesos sos que qu e lo va v a n s u b jeti je tivv and an d o . Vivir Vi vir el coito o el juego jue go amoroso entero como un acople mecánico de piezas es otro grado y otro tipo de subjetivación deficiente o nega tiva (pero el paciente no está “fragmentado” en esa con

dic ició ión) n).1 .12 ¿Cómo ir especificando un poco más esa subjetivación, con qué juegos de la “teorización flotante” (Aulagnier)? Escojamos primero el motivo (mítico) del paso de la na turaleza a laescena cultura, como planteada trabajo encomo la auto génesis. La de concebido la alimentación es cena de escritura que describimos es un material tan  buen  bu enoo com comoo m uc ucho hoss otro ot ros. s. Si co come merr no es sólo uunn a ac actitivv i dad “natural”, el niño podrá luego metaforizar en el de seo de ese verbo su amor o su ambivalencia. Si comer es escribirse, ya no es pura cuestión de naturaleza, de cosas tales como proteínas, etcétera; y no es de poco interés que cuando algo esencial del paso se ve perturbado, lo 11. Véase el libro libro colecti colectivo vo de la Fund Fu ndaci ación ón Estu E studio dioss Clínicos Clínicos en Psi coanálisis, compilado por mí bajo ese mismo título (Buenos Aires, Paidós, 1995 1995), ), particu par ticular larm m ente en te el historial de Mariano Ma riano (capítulos I y VI). 12. Corresponde mencionar también a Dolto; su teoría de la especularidad y, más tardíamente, de lo que se juega en lo que ella llama imagen inconsciente del cuerpo, sobrepasa largamente el motivo del unificarse como principio rector de las vicisitudes narcisistas y con verge -como que ha contribuido a pensarlo- con nuestra categoría de subjetivación.

 

que se produce más corrientemente son fenómenos de mecanización maquinización como los que hemos estu diado. Es decir, los dos términos sufren una alteración, no sólo el segundo: el esperado -por los cánones de la me tafí ta físi sica ca occ occiden identaltal- retorno al ““estado estado de n a tu tura rale lezz a ” (en el que todavía solía creer Freud) no se produce. En lugar de “instinto animal”, por ejemplo, una sexualidad robóti!.;ca (y puede ap apre reci ciar arse se e st staa m meta etamo morfos rfosis is no esp es p er erad adaa en multitud de fenómenos contemporáneos).  Noo e s ta  N tarr ía de m ás e x a m ina in a r po porr la lass ví vías as que no noss p ro ro  pone  po ne el eje al qu quee e st staa m o s re recc u rr rrie ienn d o al algu gunn os lu lugg a r e s comunes del psicoanálisis que alguna vez fueron concep tos pensados. Por ejemplo, lo decisivo en el “corte” opera

do por la función paterna sobre las políticas incestuosas es si ese corte se ^íace de modo y en condiciones tales que tenga un efecto subjetivante sobre el protagonista de la operación. Pues un “corte” con todas las reglas del arte de lo “simbólico” puede, en la realidad escrutada por la clínica, funcionar como mutilante. La diferencia que nuestro adolescente articuló en su  pr  prop io vo voca cabu bula lari rioo e n tla r e segunda “e s t a r ce cerc rca” a” y “e s t a rexhibe con” val v ale seropio recordada ahora: formulación une grado exi exito toso so de subjetivac subjetivación ión aaus usen ente te o m uy dism disminuido inuido en la primaria. Sólo que, viniendo esto de tiempos de constitución donde la zona objeto no había aún llegado a  posterior  poste riores es in insc scri ripc pcio ione ness de co conn tr trap apos osic ició iónn (zo (zonana-obje objeto, to, zona/objeto, etcétera), le impide al paciente a la vez que gozar con alguien gozar de  su pene.  N  No o sólo en enton tonces ces f a l ta la mujer, falta también de sí.í3  Provisionalmente al 13. Prefiero escribir esc ribir “sí” a “sí m ismo” ismo ” por divergen dive rgencia cia con la h a b i tual tual traducción que q ue se hace de self.  E sta traducción traducción no toma en cuen ta los casos en que se escribe “selfsarne” o “selfs am en ess”  y cae con  precip  pre cipitac itación ión e n u n tér té r m in o t a n d iscu is cutitibb le le,, t a n m e ta taff ís ísic icaa m e n te com co m   prometid  prom etido, o, t a n p rob ro b lem le m a tiz ti z a d o c o n te m p o r á n e a m e n te (y no sólo p o r el  psicoa  psi coaná nálisi lisis), s), com comoo “rqis “rq ism m o”. Los Lo s r e c ien ie n te tess a v a n c es y e n tu s ia s m o s  por la cl clon onac ació iónn d e b e r ían ía n b a s t a r p a r á t e n e r u n poco m á s de p rec re c a u -

 

menos vamos a hacer enmienda vocabulariocapi de Winnicott, cuidando el una espíritu de una alformulación tal: cuando ocurre no sólo que falte el “objeto” sino esa “falta de sí”, Winnicott precisa, se llamará a eso depre sión psicótica, en oposición a la depresión neurótica, con centrada en la categoría clásica de pérdida de objeto.  A mi entender, el apelativo “psicótico” complica mal las co sass (acorde con la enérg sa en érgica ica crític c ríticaa de Nasio Na sio al respecto re specto):1 ):14  porr lo pron  po pr onto to,, el p a c ien ie n te con co n sider sid erad adoo no lo es, e s, y bbie ienn que abunda en fenómenos de “depresión psicótica”. Siguien do el camino que abre mi propio uso del término depre sión ,15me atend de pree ate ndré ré ahora aho ra a escribir sencillam sencillamente ente “depr sión” cua  cuando ndo hay enju e njueg egoo algo algo de esa esa fa l t a de ser s er fa lta lt a de   r eserva rvand ndoo par p araa “la o tra” tra ” depresión, bien b ien ““duelo” duelo”,l,lbbien ien sí, rese “tristeza” según los casos. Con la ventaja que se gana en

cierta despsiquiatrización del léxico, y con la ventaja añadida de contemplar una diferencia que la clínica nos enseña a respetar, cual es la distinción entre un estado depresivo y uno de tristeza común. (Una honda tristeza  pued  pu edee d a rse rs e e x e n ta de tod to d a depr de pres esió ión, n, u n a leve depr de pre e sión es otra cosa que sentirse triste.) Lo expuesto ya basta para esclarecer percibir la problemas insuficiencia de recurrir a la unificación como los expuestos. El no lograr “sentirse con” no obvia la po sibilidad del paciente de unificarse en diverso género de cosas... mientras no lo sea en una dimensión genuina-

ciones ccon ciones on u na noc noción ión tan ta n car caraa a la m mitol itología ogía ddee Occident Occidente, e, ta n in trín  seca a sus fantasmas. Véase Lévi-Strauss, C.,  H is to r ia de lince lin ce,, Bar celona, Anagrama, 1990. 14. Particula rm en te en  Lo s ojos de L a u r a   (Buenos Aires, AmorrorAmorrorcipartición o n es d e l objeto ob jeto adel tu, 1993).a Ya su delimitación de  foarmlaa cio  se campo dirige cla ramente forjar una alternativa brutal en neurosis/psicosis.  E s tu d io s clí cl í 15. Véanse los dos capítulos a ella consagrados en mi Es nicos ya citado.

 

mente Sigamos entonces tarea cificar intersubjetiva. nuestro concepto alternativo; si hala de ser de unespe con cepto y no una vaga referencia, hay mucho trabajo por hacer. He escrito trabajo,  palabra con tantos usos y niveles de funcionamiento en la emergencia m mism ismaa de dell psicoaná lisis: remitámonos a la evidencia de que no sólo aparece como contenido  en un sistema lexical teórico, envuelve, un poco a la manera de Karl Jaspers, aquél, ya que nociones tan indispensables y globales como la de  p  psi si--   quismo  están desde antes del desenvolvimiento diacrónico de la conceptualización pensadas como trabajos. Tratándose de Freud no es “como un lenguaje”, es “como un trabajo”. Detengámonos ahora en una de sus apari ciones más capitales: a propósito de la relación con la

 pu lsió  puls ión, n, a pr proo pó pósi sito to de s u e s t a t u t o no si sim m pl plee de de defin finir, ir, Freud enuncia una di dimensi mensión ón ffund undam amentalí entalísima sima de dell tr a   bajo psí psíqu quico ico,, del tra tr a b a jo e n te tenn d id idoo com comoo tra tr a b a j o p s íq íquu i  co, trabajo al que condenaría (en el sentido de Piera Aulagnier) nuestra “liga lig a zón zó n con lo corpo cor pora ral” l”..  En esta dimensión, la exigencia de trabajo como exigencia que se le impone al psiquismo (un psiquismo que, por otra par te, ¿sería localizable como tal fuera de ella?) es una con secuencia de aquella ligazón a lo somático. Ésta es su causa, tal cual Freud lo enuncia. Y entonces viene al ca so recordar que, a su turno, el concepto metáfora de liga zón ( B  B i n d u n g ) es tan antiguo, tan desde siempre, y tan importante en Freud, no menoé que el de trabajo; entre ambos amb os exi existe, ste, además, uuna na impl implica icació ciónn tex textu tual al m muy uy fuer te: trabajo dem laedia ligazón, se so podría decir,y la mo el tra trab b ajo que med ia el pprocé rocéso .pri .primario mario suligazón paso al co se cundario. Pero la primera fórmula excede un paso el campo teórico de Freúd. Es con materiales como los estudiados que podemos alcanzarla. alcanza rla. FFreu reudd da ppoo i|se i|senn tad tadaa la ligaz ligazón ón co con lo ccor orpo po ral; de ella parte, para ocuparse de las ligazones (sexua les, eróticas) que se hacen a partir de la demanda que

 

un a ligazón ya constituid una con stituidaa con lo corporal plante pla ntea. a. No eess en absoluto sólo una cuestión “teórica”: en el horizonte de una clínica centrada en las neurosis de transferencia no hay espacio aún para desuponer la ligazón.  Será el tra  bajo del ú ltltim imoo medio me dio siglo con p a c ien ie n te tess a u t i s t a s , con síndromes genéticos, con depresiones de diverso rango, con psicosis de diverso tipo, en fin, con transtornos psicosomáticos, y más allá, con inclasificables, el que pondrá en evidencia que la ligazón con lo corporal no es un dato, no es algo algocada quevez, un psiquismo enc encue uentre ntre ya y a he hecho cho y ase ase gurado; cada niñosedebe emprenderla y conse guirla. Ahora bien, la hipótesis que nos permite examinar y

defender el recorrido previo es que esta ligazón con lo corporal es la escritura misma del cuerpo ; el niño la ob tiene escribiendo a un tiempo su cuerpo propio y el cuer  po m a te terr n o en el cua cuall aqu aq u él se a p u n tala ta la,, No o tr traa cos cosaa e s  tuvo en juego si hablábamos de “irse a vivir” o de “aposentar” el propio cuerpo (en) el cuerpo de la madre. (El autismo es probablemente el extremo del cabo en el fracaso frac aso que tes testim timon onia ia el trab trabajo ajo de la lligazón, igazón, de de la cual sólo quedan restos como de un naufragio: los estereotipos hipersensoriales recurrentes.) Ampliamos o modificamos entonces la fórmula clási ca: la “primera” exigencia de trabajo que se le plantea a lo que (antes de eso no) es psiquismo será el entramar cuerpo. cuer po. Só Sólo lo después desp ués de es esta ta operación (que pode podemos mos sos  pee c h a r a r d u a y lar  p la r g a ) se p o d r á i m a g ina in a r u n a s itituu a c ió iónn donde un cuerpo reclama a un psiquismo cierto trabajo. Pero no es éste el caso si un joven no logra experimentar la sensación de la erección o se le disgrega el rostro de la mujer que tiene cerca. ¿Qué hace el niño niño al dibujar? La perspectiva pu p u esta es ta en  jueg  ju egoo se ale al e ja r a d ica ic a lm e n te de l a noc noción ión de u n a s u p e r e s  tructura expresiva  cómodamente instalada sobre una li gazón con lo corporal regalada de antemano. En cambio,

 

nos propondremos propondremos pens pe nsar ar en ese hacer  de   de su dibujo como “un nuev nuevo o acto ps psíq íqui uico co” ” en que se vuelve vuelve a pla p lann tear te ar el li gar su cuerpo, ligarse a su cuerpo, ligar su cuerpo a: to do eso junto. Con este giro, el dibujo pasa a ser uno de los modos fundamentales, uno de los trabajos concretos, en que toda esta ligazón se opera, lo cual, de un golpe, acla ra su universalidad en determinado período de la vida. (Retrospectivamente, se vuelve a valorar la sabiduría de la fórmula de Dolto, inmejorable, al señalar que dibujan que y rcada hace  bdou ja”.  bu jalo”.)1 )1 6 Nofuera a g o tar ta á esto es tovez e l'p l'que p r o blolem le m a deellas lapequeño s o tra tr a s sig si“se g n ifi ifdi i

caciones, donde el psicoanálisis se ha detenido bastante; eso sí, sí, tr traa n scu sc u rr rree como su rese re serv rvaa de sujeto prim ordi or dial.1 al.17 Ahora estamos en mejores condiciones para apreciar el término de subjetivación introducido, entendiéndolo como nombre global de un heterogéneo montaje de ope raciones de escritura que tienen a su cargo plasmar esa ligazón con lo corporal (salvo que se prefiera decir direc tamente que lo son).  En este curso de ideas, el acceso a la hoja de papel o al piz pizarró arrónn -acceso -acce so cuya detención nos  puso en m a r c h a - no se lim li m ita it a a ser se r otro otr o paso pa so de e s c r itu it u  ra en un sentido “técnico”, más bien se deja considerar como otra vuelta de tuerca en los procesos de subjetiva ción temprana o relativamente temprana. Una formula ción así tendría que permitirnos el acceso al asombro, que las rutinas del adulto extravían, por el enorme salto que supone, en el niño que va de los 2 a los 3 años, ese trazado “primero” de rayas informes sobre un papel, sal to sin garante alguno en la fatalidad evolutiva. Asimismo, podemos ya entrever la multiplicidad de 16. Dolto, F. y Nasio, J. D.:  E l n iñ o de l esp espejo ejo,, Buenos Aires, Gedisa, 1989. 17. Aquí nos parece útil el juego de la distinción qué traza Nasio entre primo rdial y principal principal.. Véase  Los  L os g r it ito o s de dell cu cuer erpo po,, Buenos Ai res, Paidós, 1996.

 

repercusiones metapsicológicas que ocasiona la introduc ción de la escena de escritura. Sobre la repetición -en su vertiente no compulsiva, de apertura libidinal- que pue de pasar a ser entendida como un trabajo  (y no un m meca eca nismo) o como el trabajo   por excelencia de escribir la li gazón; sobre el autoerotismo, que ya no admitiría ser concebido como emanación de un cuerpo que ya-estaríaahí y que ya-estando-siendo-ahí lo practicaría, ahora lo  pee n s a r ía  p íam m o s e n llaa p e rsp rs p e c tiv ti v a de uunn o través en cuyas vi cisitudes se irá el saldo de undecuerpo sun  vez esto forzará unadibujando interrogación acerca la  fu  fun n(a c ió ión del  pla  p lacc e r en la su subj bjet etiv ivac ació iónn , a p a rtá rt á n d o n o s de s itu it u a r lo co co

mo un fin  de los procesos psíquicos). Sobre el narcisismo, en fin, categoría tan global, si no demasiado, para las ne cesidades cesi dades de n u estra es tra prá práctica ctica clí clíni nica ca contempo contemporánea, ránea, pe ro que en ningún caso podríamos alejar demasiado de la  pro  p robb lem le m á tic ti c a de la liliga gazó zónn con lo co corp rpor oral. al. Y sien si endo do en exce ex ceso so ta n “m olar”, el poner la lup lupaa sobre una un a m iría iríada da de operaciones de escritura ha de contribuir a su especifica ción interna, al deslinde de sus componentes. ¿Anidaremos justificadamente la esperanza de que el movimiento de escrituración  emprendido haga algo por nosotros, en relación al dualismo metafísico de la mente y el cuerpo, tan rebatido como duradero y de efectos per manentes en el trabajo clínico de todos los días?

 

5. LIGAZONES Y MAMARRACHOS  Hom  H omen ena a je a M a rí ría a E len le n a Wals Walsh h

Cuerpo --------- ► • E s p e jo --------------------► --► P izar iz arró ró n (Hoja (Hoja)) (madre) •

 _________  ____ Rasgo R asgo  ___  ______ ______  ___ ^ T ra zo Caricia  _____

-«*-------------------------

Am pliando n ue Ampliando uestro stro mode modelo lo grá gráfi fico co inici inicial, al, lo 'hemos redoblado con otra serie que pretendemos articulada a la  pri  p rim m e ra; ra ; y lo q ue dese de senv nvol olvi vim m os e n lo r e la latitivv o a las la s f u n  estructurantes  de la caricia y del abrazo es lo que ciones nos legitima la hipótesis de un  p  po o n e r la en se secue cuenci ncia a  con el rasgo y con el trazo. Las flechas en dirección “progrediente” se des destinan tinan a marcar m arcar un u n a rel relaci ación ón de de transform tran sform a ción (mucho más que un “progreso”, motivo que, sin em  bar  b argo go,, no pu puee d e d e ja jars rsee s im impp le lem m e n te de lado lado): ): algo del orden del acariciar, indican, se traslada a los otros dos términos u operaciones, algo como necesario a su consti tución. El dibujo  del cuerpo propi propioo y ddel el ma matern ternoo que lla mamos caricia se adelanta  así, a esta altura de nuestra

exposición, a los en juegos de encuentro el espejo y sobre a los diversos dibujos los que el niño seen“representa” una superficie plana. Pero por otra parte también encontramos una flecha en dirección “regrediente” según los criterios clásicos que abre otra vinculaci vinculación ón en la seri seriee pprese resentad ntadaa y ha de ser virnos para diluir un primer mito obstáculo de cualquier 

 

 pres esen enci cia a  “más con  po sible  posib le lec le c tura tu ra:: la de l a cari ca rici ciaa como pr creta” y “menos simbólica” que sus compañeros de serie.1 E sta flecha flecha dic dicee de t o a acci acción ón que que en la constitución constitución ín tima del acariciar podrían ejercer el rasgo y el trazo, complicando la ilusión (extremadamente fantasmagóri ca) de conocretitud “aquí y ahora”. Un indicador de ad vertencia nos lo dio ya el juego de los niños a ser dibuja dos; “cuidado, no piensen que una caricia está terminada como tal sin la inclusión del rasgo y del trazo”. Esto de termina otra manera de pensar los tres términos de nuestra serie, no como una sucesión clasificatoria donde cada uno fuera “claro y distinto” de los demás. Provisio

na lmen nalm ente te al menos, juguemos juguem os a considerarlos modos modos,, for mas de la ligazón no con sino de lo corporal. Sólo que (y esto marca una diferencia sensible, una vuelta de tuerca con anteriores trabajos nuestros)2será  precis  pre cisoo a m p lia li a r y m a t i z a r e s te “lo corp co rpoo ral”. ra l”. H a s t a a h o  ra dimo dimoss por por senta se ntada da la instan in stancia cia cuerp cuerpoo de la madre, m adre, co mo si el hijo la encontrara hecha y en ese sentido el es cribir “aposentarse” puede tomar una inflexión de comodidad lasclínica cosas ya resueltas. No es lo que la engañosa: experiencia nosestarían acompañaría en afir mar, en cambio sí a resaltar cómo aquel trabajo de liga zónn -q ue es a la vez zó vez un a ligazón del trabajo-  de lo corpo ral concierne al armado de ese espacio “cuerpo de la madre” tanto como al propio. (Por supuesto este proceso no lo podría llevar a cabo sólo un niño abandonado a la 1. Moti Motivo vo míti mítico co com ún eenn todo el conjunto que aabrevia breviam m os “el psi coanálisis”, su función mistificadora e “ideológica” nunca se hace tan conmovedora conmov edora ccom omoo en L acan acan,, tan to por los alcances filo filosó sófi fico coss que to m a co como mo lloo que en el“callejero” mismo texto Lacan a mlaag aga a o tras posi posibil bili i dades. En por cuanto al uso del de lacanismo, dualidad caricia: concreto :: trazo: simbólico o metafórico funciona con una rigidez e in genuidad feroz. 2. Por ejemplo, ya nuestro primer libro en común con Marisa Rodulfo (Clínica psicoanalítica con niños: una introducción,  Buenos Ai res, Lugar Editorial, 1986).

 

suerte de sus juegos y fantasías, implica exactamente el concurso y la concurrencia íntima de factores de la en vergadura del mito familiar, así como conoce facilitacio ness ge ne genéticas).3 néticas).3 Entrevemos otro destino histórico de este concepto de ligazón en el psicoanálisis: su ingreso sacude la reparti  ja de ca cam m po poss e n t r e psicol psi colog ogía ía y biología biol ogía,, y eso no d eja ej a de incrementarse al desplazar el con a de, la escritura de la ligazón (tanto en la teoría, tanto en la manera de enca rarr los ra los m ateria ate riales les de la clíni clínica) ca) obstruye obstruy e volver a disociar lo corporal de todo cuanto implique la noción de psiquismo y de subjetividad. No es sólo decir entonces que el

cuerpo del niño se ligue como tal, como cuerpo, también es dec decir ir de de un reacomodam reacom odamiento iento en la teoría teo ría que nos per pe r mita otro  cuerpo imaginado: imaginar lo subjetivo ape nas se oye o se lee (en) lo corporal. Si en cambio se limitara uno a la suposición de dos te rritorios, biológico-corporal y psíquico-mental, vinculados entre por puentes puente de ligaz ligazón, ón, aquel se malog m alogra ra ría sinsíremedio. Nos sería quizá lo peordestino el mantenimiento de dos regiones o “niveles” tan ligados  a los los procedimien procedim ien tos de la metafísica occidental, peor aún pensarlos como ya montados,  pr  prev evio ioss  a los trabajos de la ligazón. Esta  per  p ersp spee c tiv ti v a vue v uelv lvee inin in inte teliligg ible ib less las la s pato pa tolo logg ías ía s gra gr a v e s de la niñ niñez, ez, sól sólo para pa ra ilustr ilu straa r u n a   de sus consecuencias bien cotidi cot idianas anas,, y de paso paso hacer ha cer no n o tar que no no se se tr a ta pa para ra no sotros sólo ni principalmente de una refutación “filosófi ca” sino que se juega la eficacia de nuestra labor clínica. Los efectos de la metafísica no son únicamente “textua 3. A riesgo riesgo de ser didáct didácticos, icos, pero ta n acen acendra drada da es “la estrechez de la necesidad causal de la mente humana”, pronta siempre a “dar se por con contenta tenta co conn u n único factor cau sal” (Freud, (Freud , y la ag agud udeza eza de la observación no deja de concernirle), que al menor descuido la vemos reaparecer con toda su fuerza. De allí la necesidad de estos recorda torios para hacer avanzar a un tiempo un modelo de varias facetas y de múltiples dimensiones.

 

les” -al menos no en una versión restringida de texto^, ganan la calle, mejor dicho, la han ganaao siempre, la han trazado  incluso. Entonces se plante pla nteaa también tam bién la necesidad necesidad de de tener ten er su mo cuidado con el entre, con la estrategia en la cual pen sarlo, valiendo esto para ese mismo peculiar emplaza miento, incómodo y difícil para hacer equilibrios en él, del psicoanálisis entre la medicina y la psicología. Se ha  bla  b la a d e m á s , si sigg n if ific icat ativ ivam amee n te, te , de dominios,   y apenas alguien con su cuerpo dice “cuerpo” lo supone bajo el do minio de lo biológico; ¿y cuál es el dominio del psicoaná lisis? ¿La cuestión es encontrarle uno, volviendo a repar

tir las barajas en una negociación epistemológicamente arbitrada, el “inconsciente” por ejemplo -que en sí mis mo ha tendido, si consideramos su comportamiento con cret cr eto, o, a in inqu quieta ietarr muy mu y poc poco aque aquella lla suprem sup remacía acía que co colo niza el cuerpo por las ciencias biológicas-, o se trata de un asalto más a fondo al motivo del dominio en sus pre rrogativas, protocolos burocráticos y en su vigencia más o menos aggiornada ? Tampoco es una salida... más que del paso, esa fre cuente y enfática declaración   que invoca la “unidad psicosomática” (infaltable en toda reunión acerca de ciertas  pro  p robb lem le m á tic ti c a s y afeccio afe cciones nes del cuerpo cue rpo). ). E m p e zan za n do por no pasar de una declaración  p  po o lí líti ticc a   (que acostumbra mentar la unidad donde campea la discordia), siguiendo  porq  po rque ue co cons nser erva va inta in tacc tos to s los térm té rmin inoo s de la oposición opos ición a subvertir, terminando porque, de nuevo, recae inmedia tamente én la imagen de la ligazón como nexo entre dos órdenes perfectamente discernibles. Eso no es penetrar a fondo trabajo. Si uncorrientes niño autista no infancia, contrae ningu na de en las su enfermedades de la al no h ab ita itarr su cue cuerp rpo; o; si u n niño con con depresión anaclítica an aclítica no erige sus barreras inmunológicas ni gana peso al no con seguir alojamiento seguro en un cuerpo materno consis tente; si un niño con una afección visual o una anomalía neurológica estructura dificultosamente su narcisismo,

 

manifestándose torpe y como ajeno a la tridimensionalidad; da d; si un niño n iño desnutrido, desn utrido, aun au n cuando no llegase llegase al p u n  to de los daños cerebrales irreparables, padece crónica mente del hecho de la desnutrición como traumatismo no sólo proteínico; estos “ejemplos” hacen temblar la duali dad espíritu/materia de un modo no conocido antes del  psic  ps icoa oaná nális lisis is,, pero pe ro que qu e el psi p sicc o a n á lilisi siss a m en enuu d o re retr troo c e  de en sostener. sosten er. 1 Rastros más m ás contemporáneos de la recaída de si siempre empre yvocabulario de aquel nopsicoanalítico, afrontamientotal losypodemos encontrar el muy pertinente el en caso

de la oposición conceptual necesidad/deseo, estandariza da en la década del ’50. Nadie iría a discutir, creemos, la necesidad   teórica y clínica de diferenciación (que no se confun con funde de co con la la prem p rem ura ur a de la partición pa rtición bbinaria), inaria), otra co sa es que, tras los diversos arabescos de Lacan, venga a  paa r a r a u n red  p re d o b lam la m ie ienn to de la cuer cu erpo po biológ bio lógico ico/m /men ente te  psicológica. ¿Se h a ga gann a d o o se h a pe perdi rdido do?? E s u n p a r a  digma de uno de los tantos puntos donde la ambigüedad freudiana tiene la ventaja demoderno, una mayor riqueza poten cial y donde un vocabulario al no estar pasado de moda, acarrea un coeficiente más elevado de poder mistificador. La continuidad de una tradición metafísica a prueba de fuego se pone a prueba -como si hiciera falta~ en la la ineluctabilidad inelu ctabilidad con con que que la vulgata vu lgata lacaniana lacan iana del del  psi  p sico coaa nális ná lisis is a s im ila il a r á sin m ayo ay o res re s p rob ro b lem le m a s n e c e si sidd a d a necesidad fisiológica y deseo a sujeto del lenguaje. Indeseable consecuencia de este “progreso” en la. conceptualización ceptuali zación es, es, allí dond dondee se nos nos prom pro m etía un unaa diferen diferen  cia, privar al psicoanalista de un concepto de necesidad que le sirva en su práctica. Con los desequilibrios meta bólicos den d enoo m inad in adoo s “h a m b r e ” y “se “sedd ” no ten t enem emoo s m ucho uc ho que hacer; pero en cambio todo  nos concierne de las ne cesidades narcisísticas del niño, o sea, aquellas cuyo cumplimiento es condición para el desenvolvimiento de la estructuración de aquél, Y todo nos concierne en la n e

 

cesidad  q  q ue

eell niño tie tiene ne de la interve inte rvenci nción ón de las funci funcio o nes pa p a re renn tale ta less así co com mo ddee l a 1del m ito ffam amilia iliarr sin el cua cuall sería un desnutrido irremediable. En términos más ge néricos, capitalizar los descubrimientos de Spitz, que  ju  j u s t a m e n t e v e n ía íann a p o n er en m uy ser serio io e n tr tree d ic ichh o la se cuencia positivista de “primero” comer (la necesidad bio lógica), “después” la cosa psíquica del juego, del afecto, etcétera, y para eso delimitar como necesidad   bien pri mordial del pequeño la necesidad  de   de lo intersubjetivo, de su dimensión. Condición sine qua non para que se verifi

quen las operaciones de la subjetivación, no es lo mismo que el deseo de lo intersubjetivo. Y aún más, los psicoa nalistas necesitamos de un concepto de necesidad inma nente a nuestro campo que ponga un límite a la desafo rada hipertrofia que afecta hoy al concepto de deseo. Por eso recurrimos a Winnicott, cuya inflexión de necesidad se diferencia por su cuenta de la positivista que constri ñe el horizonte de Freud (y que por eso puede pasar por “ortodoxa”) de la proclive típicamente estructuralista de La can, por tal como demasiado a caer en la fascinación de la oposición binaria como hecho en sí. (En general, no se ha prestad prestadoo atención alg algun unaa a la concep concepci ción ón de Winni cott, a lo decisivo que la hace girar -explícitamente- no  en torno torno a uunn a ““satisfacción” satisfacción” org orgánica ánicam m ente m motivad otivadaa si si no al meeting  que, si habla de encuentro, se acota al que ocurre entre subjetividades.4La necesidad, así pintada como necesidad de encuentro,  y de encuentro de mucho más u otro que el encuentro de un objeto del orden del se no, como necesidad es congruente con el verbo

encontrar 

4. Agradezco Agradezco espe especialm cialm ente a mi col colega ega Jorg e Rodríguez (comun (comuni i cación personal) el instruirme sobre el punto. A diferencia del espa ñol, el idioma inglés separa cuidadosamente to fínd   (encontrar obje tos, .cosas) de to meet, limitado a la dimensión intersubjetiva. De éste deriva el anglicismo “mitin”, que designa un encuentro grupal.

 

más que con el verbo satisfacer,  etcétera.) Un comentario al pasa pasarr de Lac Lacan5ofr an5ofrec ecee su punto pun to de vista vis ta bien acab a cabad ada a mente: la escena es una escena de comida, una escena oral digamos, transcurre en el restaurante. Allí Lacan hace gravitar, y exclusivamente,  el deseo en torno a la lectura del menú. Trátase de una de esas afirmaciones que dependen mucho del quien  de la enunciación: en boca del paciente Juan de los Palotes olería inmediatamente a anorexia, o

 por lo men  por m enos os a n e u rosi ro siss sev se v e ra, ra , y m o v ería er ía a la reco re com m en dación de análisis hasta los días de guardar; en la boca de un personaje ppresti restigioso gioso funciona sin transició tran siciónn en to no de verdades teóricas bien pronto establecidas. Pero, ¿qué nos escamotean ese género de verdades, ese género tan bien urdido en atractivas oposiciones que enseguida  pres  pr esio iona nann a o p ta tar? r? Es b ien ie n cier ci erto to que qu e la esce es cenn a de l a co mida no es asunto sólo de “oralidad”, que la comida tam  bién “e n t r a po porr los ojos” -d - d im e n s i ó n escóp es cópica ica p u e s t a en  juegoo en la p re  jueg rese senn tac ta c ión ió n de los p lato la tos, s, en la paleta   del chef, y que Lacan no incluye-; más todavía, vale su fun cionamiento significante y de escritura no solamente   fo fo nética: así, la redacción de un menú con ciertas ambicio nes se detendrá en espaciamientos y otros recursos tipográficos estrictamente suplementarios a “la pala  bra  b ra””, di dim m en ensi sión ón qu quee tampoco   incluye Lacan, en general apurado en remitir la escritura a “lo simbólico” verbal. Pero de ahí a excluir del argumento la oralidad y todo un cortejo a la par de diferencias táctiles, olfativas, térmi^ cas, etcétera, media un abismo, el que va de un modelo inclusivo (para el caso el pictogramático de Piera Aulagnier acude muy oportuno) a otro demasiado proclive a disyunciones exclusivas. El juego del vino en la boca pa ra concluir de sus destellos lo incisivo de un Chardonnay cuatro 5. Se lo h a lla ll a en Los cuatro lisis, México, Siglo XXI, 1976.

co conce ncept ptos os fun da m en tale s del psico aná

 

o la frescura del Chemin no es menos “simbólico” que las variaciones fonemáticas que nos divierten si en el menú se ofrece Tarte tartine. Y aquel juego está bien inscripto en el paladar, no funda en diferencias verbales: de ahí la  pee r titinn e n c ia de la d eg  p eguu s tac ta c ió iónn a cie ciegas gas.. Y m á s a lllláá de la gourmandise, para el psicoanalista no incluir estas cosas es lo mismo que renunciar a incluirse con su reflexión en un sinnúmero de materiales, de planos de un material, o

de perturbaciones en -anoréxico la subjetividad de sus pacientes.a Imaginar un analista a su vez en relación su campo de trabajo- sólo interesado en el menú como material, relegando lo demás al mito de una cruda nece sidad a saciar, resto “real” de la dimensión deseante, es cuidar muy poco el porvenir del psicoanálisis, es divor-v ciarlo del porvenir. Una intervención narrada por Dolto es particularmenté punzante para el relieve de nuestra posición. Un  bebé  be bé qu que, e, p o r m otivo oti voss de in intt e r n a c ió iónn h o s p ititaa la larr ia ia,, entr en traa en depresión depresión al verse verse separado -m utilado utila do,, es más cor orrrec ec to escribir- de su madre. Sabemos que estas depresiones son por sí mismas lo suficientemente peligrosas, sin con tar con las complicaciones de una respuesta autista pos terior o una desintegración psicosomática generalizada. ¿Cuál es la intervención? Proveer al bebé del olor de la madre, dejándole una prenda impregnada. ¿Cuál es el resorte de esta intervención? No ciertamente un condi cionamiento biológico: el olor a una madre es un olor im

 pqueño  pre regg n a dnecesita. o a su t u r nNingún o de e s asignificante inte in terr s u b je jetitivv ida id a d q u epodría el pe verbal reemplazarlo aquí, pero no es menos psicoanalítica la in tervención por ocuparse de un hecho olfativo.6Como en

6. Sobre el pro problem blem a del com compon ponente ente logocéntrico  en la teorizac de Lacan es suficiente y es decisivo remitirse a “El cartero de la ver dad”, de Jacques Derrida, en  L  La a ta r jeta je ta p o s ta l,   México, Siglo XXI, 1984.

 

^Dinamarca, el inconsciente también huele, no se limita a Ihablar. Sería otro extravío vislumbrar en esto algún “re torno” a alguna “primordialidad” sensorial (y sería com  pro  p rom m e ters te rsee e n u n r e p a r o r e a c c io ionn a r io a las la s id e a s de Lacan)- Antes apuntaríamos a la neutralidad,  a la indi ferencia del inconsciente respecto a pr  pref efer eren enci cias as  por uno u otro tipo de materialidad. Contrariamente a aquellas

corrientes naturalistas en psicoanálisis, que frente a La scan alzan el estandarte de una primitividad “preverbal” ídel psiquismo, habría que pensar en éste como más abs tracto  en sus operaciones, si nos apoyamos en los nota  bless d es  ble esar arro rolllloo s de S t e r n so sobre bre l a a m o d a lilidd a d de la p e r  cepción niás te tem m pr pran an a.7 (L (Laa perspectiva que ya hemos recordado de la zona objeto también resulta de lo más  pee rt  p rtin inee n te p a r a p e n s a r la in inte terv rvee n c ió iónn de Dolto, tod to d a vez que el olor de la madre viene con pedazos del niño que su ausenc aus encia ia le había hab ía aarranca rrancado do peligrosamente, involucí involucíanando depresión.) í; As Asíí las cosas, cosas, podemos podemos ahora aho ra reto re tom m ar y echa ec harr p a ra adelante otra cuestión en suspenso: las particularidades del material del joven paciente considerado supra   nos llevaron a concluir que el recurso, vuelto ya demasiado tradicional o rutinario, a la insatisfacción del deseo, era insufic insu ficient ientee p ar araa eesclarecer sclarecer su proble problem m ática y de de eficac eficacia ia  prá  p rácc tic ti c am amee n te n u l a en c u a n to a p ro rodd u c ir a lgú lg ú n efecto en su vida (un “pequeño de detall talle” e” en algunos algun os círculos círculos psic psicoaoanalíticos). El complejo de sensaciones “no estar la mujer no estar la erección no estar su rostro” unido estrecha mente al p escritura ritura de una un a obra obra m u  pee rde rd e r el rum ru m b o  en la esc sical, dilución melodía de en columnas “pátina fungosa” sin  baj  bajo o vveelar te teb b r a n t e , de si sinn.una llaa erección armónicas, no resultaba penetrable ni analizable por aquel camino. :y 7. Ste Stern, rn, Da Dani niel el::  E l m u n d o res, Paidós, 1991, capítulo III.

in inte terp rp er erso so n a l del de l in fa n te ,   Buenos

Ai

 

 No t r a t á n d o s e ta tam m poco po co de u n p a c ie ienn te del de l que qu e se punió--, se decir que “deliraba” o “alucinaba” sin forzar grotesca mente las cosas, las alternativas lacanianas al uso de sembocab sembo caban an en un a impasse. ¿Pero no descansan estas alternativas en una 1-ecturá doblemente sumaria de los textos de Lacan y de los tex tos de la clínica? Levantarla exige rodeos:

prem emlos ur uraas por jug ytab sorprend sorp render jugan jugando do cnti on las  p a lab  pa la1.b r a sLay pr con e n tid ti dju ogsares esta b leci le cid d o s,erc ier ie r ta inco inconti nencia ante la tentación del efecto de una frase,8entur  bia  b iann en L a c an el tra tr a z a d o de la d if ifee re renn c ia e n t r e la in insa satitiss  facción neurótica del deseo -lo que hace  un proceso neurótico con el deseo, enfermándolo de una insatisfac ción harto más agobiante que estimulante- y el plañó “estructural” de la insatisfacción del deseo como una con dición digamos metapsicológica (y no psicopatológica) de éste.  N  No o son lo m is ism m o .  Conocemos bien la primera, ya i 

descripta pora la Freud (en lam ad anudará “claramente lo loss niños pre predispu dispuestos estos hhist ister eria ia””1900 ),9plas plasm ada a ttaa n ccaaa racterísticamente en ese niño o niña demandante y dis-| conforme, con tan violenta expectativa la víspera de sil cumpleaños, co conn ta tann vviolen iolenta ta desilusión al ab a b rir los los anan-;; siados regalos. El deseo no es aquí “deseo de otra cosall se ha distorsionado en deseo de la insatisfacción   (lo que los padres me decían como lo “retorcido” de su hijo; no es  igual ser retorcido que ser complejo), a veces lo más ma ligno de una neurosis, (supongo que es lo que le hizo a Guattari “incurable”). Se trata de muy “otra cosa” en declararla lo que distingo escribiendo no satisfacción.  Se conceptualiza de un modo promisorio en Freud cuando 'i'S.iA ff c 8. Sobre este punto véase Derrida, J.: Posiciones, Barcelona, Pre-^ textos, 1976. in terp rp re tac ta c ión ió n de los lo s su sueñ eñ o s,  Buenos Aires, Amo9. Freud, S,:  L a inte rrortu, 1980, sección V, capítulo “Material y fuentes de los sueños”.

 

 pl antea  plan tea “la d if ifee re renn ci ciaa e n t r e l a sa satitiss fa facc c ió iónn o b te tenn id idaa y la ■sattisfacción bu ■sa busc scad ada”. a”.110 E s tá en juego u n a diferencia,  lo  posit  po sitivo ivo de l a diferencialidad ..nn Pero ha hayy  satisfacción ob tenida y no es lo mismo  la satisfacción satisfacción obtenida que la in in satisfacción, como no es lo mismo  la positividad de lo di ferencial y el signo menos de aquélla. La no satisfacción no traduce ni “expresa” ningún malestar neurótico, nin

gún resentimiento12 que socave el placer, dice se senc ncilla illa mente que no es congruente el hecho de desear -también excesivamente sustantivado en Lacan, y no es lo mismo-   con el par opositivo satisfacción/insatisfacción, y no se deja encerrar en ese esquema circular. Detenerse tanto en la inversión perjudica la causa de lo que Lacan ensa ya abrir desmarcando al deseo de lo “natural”. La no sa tisfacción consiste en que no es lo mismo  el deseo que la satisfacción, en particular la “satisfacción absoluta” que Winnicott señala como inconseguible (que tampoco es lo  mismo que declarar de clarar la prim primacía acía de un unaa insatisfacción “en “en general”). Por mi parte, procuro en otro lugar sostener ' ese no lo mismo  diferenciando mejor el deseo, determina do deseo, del hecho de desear,  que me parecía (y me pa rece) una formulación más precisa y específica que la apelación a un deseo en general, de inmediato en riesgo de hacernos caer en una “metafísica del deseo” carente ![de rig rigor or cl clínico.1 ínico.13E 3Ell hecho de ddee se seaa r sie s iem m pr pree sigue sig ue a b ie ierr  10. Freud, S.:  M á s a llá ll á d el p r in c ip io de dell pla p la c e r , capítulo 2, ed. cit.  J a c q u e s D e r ri rid d a ,  Barce 11. Véanse Bennintgon, G. y Derrida, J.:  Ja lona, Cátedra, 1995. Sección “La diferencia”. 12. El envío a la categoría de Nietzsche es decisivo para destacar ¿el cará carácte cterr no resentido, no reacti reactivo, vo, en la bú sq sque ueda da y en la producción de la diferencia. Véase en particular  La  L a g en enea ealo logí gía a de la m o ra l  (Bue nos Aires, Aguilar, 1960, t. I.), entre otros textos posibles y pertinen tes. 13. Según el reparo de Lévi-Strauss a Lacan. Véase el Finóle   en  El hombre d esn es n u d o  (volumen cuarto de las  M it ito o lógi ló gica cas) s),,  Méxi  México, co, Fon  do de Cultura Económica, 1972.

 

to -e n ausencia de patol patologías ogías que lo comprom com prom etan- ind inde e  pee n d ien  p ie n te tem m e n te y sin si n perj pe rjui uici cioo del c u m plim pl imie ienn to de uji deseo con la satisfacción que acarree. Pero este seguir abierto poco tiene que ver con la insatisfacción neurótica que a menudo lo recubre. Confundir estos dos órdenes lleva a yerro en el trabajo del analista, manda a vía muerta el poder de la interpretación; lo peor: idealiza o

fetichiza feti chiza las nneuro eurosis, sis, elevándo e levándolas las -b -bajo ajo su ente 1equ equita ita ción ci ón o“eas tru tralc tura li, sdes ta ta””vío en no ““la la””poco n e u iirón ro rosi siss- alenrango de unoria oobia b*  je  jetiv tivo aluccatu n zra ar ar,lis desvío rónico ico la tra traye yect ctor histó hi stóric ricaa del ps psico icoan análi álisi sis.1 s.14 M alv alvers ersaa la ““dirección dirección de de la cura” que en la orientación que estamos planteando de  bee ría  b rí a t e n d e r a llllee v a r la in insa satitisf sfac acci cióó n a s u tr traa n s fo form rmaa  ción en no satisfacción. Este movimiento capital no pue;1 de ni siquiera intentarse si el analista no advierte que la insatisfacción es tan cerrada,  tan clausurante, como cualqu cua lquier ier circuito cort cortoo de satisfacción co conc ncreta reta,1 ,15 por ejemplo el del consumo vulgar. 2. se Pero Pe ro losen dosunpolos polo s del eje, eje sa satisf tisfac acció ciónn e tramita insati ins atisfa sfacc ción, apoyan requisito de, subjetivación do: la ligazón de lo corporal cuyo saldo es un “mi cuerpo’1 capaz de pendular de un extremo al otro y capaz tam  bién  bi én,, en a lg lgúú n m omen om ento to,, de e s a in infl flex exió iónn que qu e tra tr a n sf sfoo rma rm a la insatisfacción común o “miseria común” en insatisfac ción neurótica, cualitativamente diferente. Si esta liga* zón se encuentra alterada, parcial o globalmente, fallada de un modo u otro, aquellas categorías ya no nos respon 14. Que tanto procedimiento estructuralista tenga por ívsuJtadu la producción de entelequias un poco “sustanciales” es una de las pa radojas del texto de Lacan: se suponía que el estructuralismo venía a terminar con ellas. 15. Se abre ventajosamente la reflexión aquí acudiendo al brev^ comentario de Gilíes Deleuze “Deseo y placer: mi pensamiento y el de  Zon ona a E ró róge gen n a,   n° 32. Especialmente aconseFoucault”, aparecido en  Z  jabb le p a r a aqu  ja aq u e lllloo s c ol oleg egas as q ue d a n p o r s u p u e s to q ue “todo “tod o ” lo del de seo ya está “establecido” por Lacan.

 

den. Tengamos en cuenta que, en el desarrollo de las hi  pótesis  póte sis qu quee pr prop opon onem emos, os, la ligazón es lo psíquico, el tra bajo de la ligazón es lo psíquico   y al mismo tiempo, peró W) es lo mismo, hemos de llamar “cuerpo” a los recorridos de esa ligazón, a lo que ella subjetiva, a lo que ella ani met, en tér térm m in inos os de W inn innico icott.1 tt.16P 6Por or ejemplo la ex expe perie rien n cia de una erección insatisfactoria -comparada en un

materia! donde otro paciente comenta, abriendo su pri mera sesión,  que todos sus amigos le dicen “pito de oro”  poor la  p lass m u je jere ress qu quee co cons nsigu igue, e, per peroo qu quee de desd sdee siem si empp re él lo siente “corto” y ninguna proeza alcanza para disipar esa castración- no equivale a la de esa no sensación que en nuestro adolescente funciona como una verdadera erección negativa   o antierección  pues lo saca de la mujer en lugar de hacerle penetrar en ella. Hay por lo tanto un quantum   de subjetivación negativa o desubjetivación en la manera en que el joven no experimenta   el abrazo *seajual, aquel matiz que obliga a introducir la palabra eró tico en un a situación dada, m man anera era no al alcanzable canzable tampo co por la referencia al par satisfacción/insatisfacción, mucho más no alcanzable por la fórmula “deseo de otra cosa” siendo no deseo de otra cosa, sino activa retracción contra, cernible de una mera indiferencia pasiva (se pue de abundar aquí en la frecuencia de vivencias de asco, re  pulsa y di dive vers rsos os gr grad ados os del d es esag agra radd o en mi p ac acie ienn te lle ll e  gado al lugar donde el encuentro supuesto revelaba su naturaleza de esencial contraencuentro). 3. Si hacer la ligazón  es lo psíquico, será indispensa^  ble s e p a r a r con cui c uida dado do (lo pos positi itivo vo de) la lig ligazó azónn in insa satitiss lacloria -tan fácil de encontrar en vínculos crónicamen 16. La pre pregu gu nta ddee W inni innicott cott -q u e no rem ite a una cita cita pu ntua ntuall  porque es la pregunta de Winnicott-  por cómo llega alguien a “sentir se mal”, “vivo”, “existente”, alguien no algo, es una incidencia decisi va en mi elección de realizar el pasaje teórico desde la “estructuración subjetivo” a la subjetivación, a los procesos de subjetivación.

 

te neuróticos- de una experiencia parcial o extrema (odír mo en el autismo, la catatonía, la depresión anacli'tica) de no ligazón, de negatividad de la ligazón, tan bien eapt tada al vuelo por Bettelheim cuando la pequeña Lawrie rota la cabeza en dirección contraria a la fuente humaná   s o n o ra,1 ra ,1'   Diagnóstico, pronóstico y tratamiento cambian

radicalmente si se lleva a cabo o no dicha separación. La estrategia a la que da pie el concepto de ligazón en el uso que de él estamos haciendo desmarca un poco más al psicoanálisis de una acendrada tradición (que el lati nismo estuvo muy lejos de inquietar) según la cual “pri mero” al nacer tenemos el cuerpo, con toda la inmediatez “e s tú túpp ida id a ” de lo corp co rpor oral al,1 ,18“d 8“d es espp u és” és ” se añad añ adee el psi psiquis quis-mo y en todo caso la ligazón entre ambos. Introducir la  Na  N a c h tra tr a g li licc h k e it  de   de la manera que se lo ha hecho en ge neral no altera en lo esencial la primordialidad “real” de ese primero; simplemente suaviza un poco los contornos más tosco toscoss de la concep concepció ciónn positivista positivis ta sin s in ati a tinn a r a despren despren derse verdaderamente del positivismo de la concepción. En cambi cambio, o, nos proponemos proponem os em e m pla plaza zarr la ligazón, ligazón, M trabajo,  en el punto de partida de nuestro modelo teóri co, reservando en todo caso a las denominaciones que ne17. Bettelheim, B.:  La fo rta rt a leza le za vaci va cia, a,  Barcelona, Laia, 1970, en el capítulo correspondiente al caso citado. Pero la agudeza del autor no se detiene en consignar un “ejemplo”; él -hace más de cuarenta añosdeficitario  p apunta con lucidez ineptitud todo punto de vistaconsecutiva  pa ra la captación de lola que esté endejuego, la necesidad dea  pe  p e n s a r en seri se rioo la n e g a tiv ti v id a d , no bajo ba jo el s ig n if ific icaa n te de l a defic deficien ien cia, cuestión tanto más crucial hoy, cuando arrecian los intentos neurologistas para copar la problemática del autismo y reducirla a défi cit genético. 18. Para el “estúpido” es instructivo leer la breve apertura de La can al Encuentro de 1980 en Caracas, centrada en una crítica de lü llamada “segunda tópica” de Freud. (Ed. Biblioteca Freudiana de Ro sario, 1981.)

 

cesi tamos uuss a r de “psíqu “psíquico” ico” y de “co corpo rporal ral”” el e s ta tatu tuto to de dgrivatííonQg  de aquel trabajo, sofisticadas derivacio nes incluso. Esto no nos satisface, pero nos parece más ingenuo y mucho más peligroso darlas por salteables con un poco de esfuerzo, “superarlas” merced al artilugio de

.una declaración de corte , de corte efectista, subestima do™ del peso de la sombra de la metafísica occidental en todos nuestros movimientos. Este reconocimiento -tan  potente,, t a n se  potente senn si sibl blee en la o b ra de D e r ri ridd a en c o n tra tr a s te con el goce maníaco del “corte” en Althusser- es lo con trario de una capitulación. “Nada está adentro, nada está afiieva; lo que está adentro es lo que está afuera”, escri  bía  b ía adm ad m ir iraa b le lem m e n te Goeth Go ethee siglo y medio me dio ha ha;; p a r a f r a  seándolo escribimos: nada es psíquico, nada es corporal; lo psíquico es lo corporal, a fin de precisar una relación   ps¡coanalítica  ps¡coanal ítica con el so som m a helén he lénico. ico. Dicho de otra manera, proponemos el psicoanálisis co mo deconstrucción de la m med edicin icinaa y de la ppsicología sicología en ssuu funcionamiento epistémico. Pero para hacer esto (en lu gar de verse permanentemente asediado por los fantas mas de su psiquiatrización y su psicologización) el psi coanálisis no puede seguir eludiendo la deconstrucción de sus propios sistemas conceptuales. Tal cosa es imposi  blle. de h a c e r m a n te  b tenn ie ienn d o el e s q u e m a relig re ligio ioso so de la or or todoxia/desviación que Freud instaló en el corazón de la institución analítica. Es difícil imaginar algo más anta gónico al espíritu espí ritu qque ue preside la es estra trate tegg ia ddecons econstructiva tructiva.. Consideraremos entonces la ligazón de lo corporal co  psí síqu quic ico o m is ism m o , o como la formulación más radical mo lo p que podemos hacer de lo que llamamos procesos de sub jetivación.  jetivac ión. T am ambb ié iénn la form fo rmul ulac ació iónn m ás j u s t a p a r a ca calili  brar el peso de esos e sos m a te terr ia iale less en los qu quee ta tann t o he hem m os i n  sistido desde hace más de diez años: esos juegos de embad emb adur urnn amient amientoo - ta n contra co ntrastan stantes tes con lloos de nue nuestro stro adolescente impregnado de ajenidad y asco, que no pue de embadurnarse de mujer-  del bebé con su baba, su mo

 

co y su papilla; esa retícula de juegos de la caricia con Jas manos, con la boca, con los ojos, con todo cuanto ligando se liga, y que requieren de tan afinado equilibramiento en el invo in volu lucra crarse rse de las funcion fun ciones es de los diverso dive rsoss otros,lfl El punto de vista al que nos acostumbra el trabajo clíni co, por otra parte, se opone a la preocupación dlasifical.0-

ria (característicamente obsesionada por la distinción entre “biológico” y “psíquico”): nos parece de buen augu rio que ciertas distinciones caigan en lo indecidible cuan do observamos analíticamente un niño, sobre todo si es  pequ  pe queñ eño. o. C o nsid ns ider erem emos os p a r a el caso la espontaneidad,  acaso el elemento más específico de la subjetividad : legí timo sería definir ésta por ése único atributo, ser capaz  de espontaneidad   -nótese que no  estamos replicando ia  paa rtic  p rt ició iónn tr traa d icio ic ionn a l vivi vi vien ente te/n /noo v ivie iv ient ntee a la que qu e el de de sarrollo de lo tele-tecno-mediático asegura un futuro dtL crisis; en principio el ser capaz de espontaneidad no putide excluirse a priori  de la robótica electrónica. Considerada de cerca esta espontaneidad revela un intrincado en entrecru zamiento iento al de medio disposi disposicio genéticas, de respues res pues tastrecruzam impredecibles yciones denes  pro  p rop p ue uest sta a s   que emanan del niño sin mediación por la conciencia, vinculando de un modo propio aquellas (pre)disposiciones con las condi ciones ambientales (particularmente los matices de la$ funciones parentales, etcétera). Es una pretensión típica de una obsesividad estéril discriminar los componentes “somáticos” de los “psicológicos” aquí. Y fue Winnicott el  prim  pr imer eroo en h a c e r n o t a r que qu e cuan cu ando do en u n niño ni ño pequeño pequeño se pueden pu eden distin dis tingu guir ir con con clarida cla ridadd procesos “m “m entale en tales” s” de  proce  pr ocesos sos “físico fís icos” s” se t r a t a en v e r d a d de u n a m a la señal, señal,  pat  p atol ológ ógica ica en prin pr incip cipio io,, por po r ejemplo ejem plo,, de sob so b rec re c arg ar g a adap adap-19. 19. Al provee pro veerno rnoss del concepto de af afin inam am ien to (o enton entonac ació iórc rcll Stern nos brinda un instrumento para pensar ciertas situaciones de  extrema finura, allí donde sólo quedaba el recurso a la Jlespeeularidad” sin precisar el aspecto del trabajo   que el afinamiento comporta,

 

tativa. tati va.220 De otra otrass m man anera eras, s, un niño a u tista tis ta exhibe exhibe una un a singular disociación de lo corporal al punto que, en un cuerpo que no habita, tampoco lo habitan las afecciones más corrientes de la infancia. Y un niño muy dañado en el plano orgánico acusa en su comportamiento el relieve que torna anómalo su cuerpo (por ejemplo en el caso de una particularidad cromosómica). Vale decir, la precoz

 psíqu ico/somá  psíquico/s omático tico es u n ín índi dice ce de p e r turb tu rbaa c ion io n e s en ge ge  neral severas. Freud lo había pensado metapsicológicamente, la clínica con niños lo confirma en exámenes mi nuci nu cios osos os.2 .21 Cu Cuand andoo el tra trabb a jo de la ligazón ffunc unciona iona sin impasse de im impo portanc rtancia ia estorba ddistingu istinguir ir en el ella la una un a co co sa de la otra. Y todas estas consideraciones para nada son ajenas al destino histórico del psicoanálisis, rechazado simultá neamente en las carreras médicas y en las carreras psi cológicas de todo el mundo, si exceptuamos su experien cia de “retorno” tan particular en Buenos Aires. De la misma manera encontraremos significativo que esto nunca suceda en las psicoterapias “alternativas” en tan to cuiden de “hacer semblante” de cientificidad, se funda mente esto en lo “humanístico” o en el culto de las cien cias “exactas”. Retenemos el hilo de la caricia y su juego -pues la ca ricia es un juego,   detalle a no olvidar-, aún lejos del es clarecimiento profundo de su estatuto. Para seguirlo, he mos de introducir una nueva pregunta, repitiendo el 20. En ese curioso ensayo que es “La mente y el psique-soma”, re cogido en E  Esc scri rito toss de p e d ia tr í a y p s ico ic o a n á lis li s is   (Barcelona, Laia, 1972). Kn general olvidado, parece un preámbulo teórico  indispensable a to da reflexión sobre la patología psicosomática. 21. Quienes gustan de acentuar el dualismo   freudiano deberían hacerse cargo de que, siempre, Freud tiene tiene un a palabra p ara re recordar cordar (jue la nitidez de ese dualismo sólo es tal en estados patológicos. Y es to es válido incluso y sobre todo en el terreno de las oposiciones más caras a Freud, como la Inconsciente/Preconsciente.

 

 pr oced  proc edim imie ient ntoo qu quee v e n im imoo s ’cu curs rsan andd o: ¿Qu ¿Quéé es el m am ama a rracho (o garabato)?: ¿Qué hace un chico cuando hace un  mamarracho ? Fácil de observar a partir de los 2 años, con su paro

xismo en torno a los 3, el mamarracho aparece como la  prr im e r a ac  p actitivv id idad ad a la qu quee u n iv ivee r s a lm e n t e se en entr treg egan an los niños a poco de empuñar el lápiz para intentar algu nas rayas dispersas. Polícromo si el niño tiene a mano los instrumentos, su carencia de forma y de plan reconocible induce al observador superficial a una percepción defici-. taria, dejando en el camino un aspecto fundamental: la continuidad ex exha haus ustiva tiva o la explorac exploración ión exhau exh austiv stivaa de la continuidad que el garabato manifiesta, en la que exac tamente consiste.  Se trata, entonces, de una continuidad sin forma, que a primera vista evoca el horror vacui:  la hoja sobre la cual se hace, se sobrepuebla de trazos has ta su último resquicio, como si ocuparla toda fuese el im  pera  pe ratitivo vo,, aq aque uell nú núcle cleoo de “co com m pu puls lsió ión” n” qu quee F r e u d reco noció en el juego. Tradicionalmente los psicoanalistas no se interesaron en el el ma mam m arr arrac acho ho;2 ;28no podían, in inter teres esad ados os como estaban esta ban en descifrar el significado inconsciente de una fi  fig g u r a .   De ahí que hayamos de entrada formulado la pregunta por el garabato de modo de inducir un desplazamiento tajan-te: no por el significado, qué hace un niño al hacerlo. Es ta es otra calidad de “inconsciente”, y más radical; en efecto, el niño no puede dar cuenta de ló que hace en tér minos del desarrollo preconsciente que haya alcanzado. Hasta ahora extraemos dos particularidades cjue esca  paa n a la  p lass con concep cepcion ciones es d e f ic icititaa ri riaa s a d u ltltoo c é n tr tric icaa s: la 22.

Ex Excep ceptuan tuando, do, por sup supues uesto, to, el texto de M arisa aris a Rodul Rodulfo fo (El ni ño del dibujo,   Buenos Aires, Paidós, 1992) que se ocupa de él especí ficamente. El libro usa el colorido y vigoroso mamarracho de un pacientito para ilustrar la tapa, lo cual es bien congruente con el espíritu y la dirección que preside sus páginas, toda una actitud “po lítica” de “compromiso” con el garabato y su importancia.

 

continuidad sin forma -que debe leerse todo junto, pues un ¡es lo mismo  que la continuidad a secas o a la figurati va: continuidad-sin-forma- y el “requisito” de la ocupa

ción a fondo del espacio disponible, sin la cual el mama rracho queda como anémico y no plenamente logrado. Enseguida advertimos -lo advertimos en el movimiento   mismo de la escritura- una tercera: por definición el ga raba ra bato to excluye excluye la reprod re producc ucción ión de lo lo mismo; cada cad a vez que uno es no lo mismo que el anterior, su factura lo hace irrepetible, inesperado -caemos en la cuenta-, paradig ma de la espontaneidad (no en el culto “naturalista” con el que se ha solido malversar este término; estrictamen1te la espontaneidad de un trazo de cuyo destino no pue de ser garante un sujeto como su autor). Cada mamarra cho pues, en su renuncia de antemano a significar convencional mente, una diferencia. (Tienta pensar si no es la mejor “ilu “ilust stra racc ión ió n ” de otro texto, tex to, “La diffé dif féran rance ce”) ”).2 .23 Recalando nuevamente en la primera surge una asodctdón posible. Uno de los materiales estudiados nos de tuvo en la cuestión de la función del bajo en la práctica musical de Occidente. Occidente. Una U na pe pesq squis uisaa histó h istórica rica verifica ccóó mo se va promoviendo esa función capital de sostén, de cimi ci mien ento to,2 ,2* a medida que que a p artir ar tir de la Edad Medi M ediaa va te niendo lugar un acontecimiento inédito hasta entonces en la cultura humana {a posteriori, la pesquisa antropo lógica revelaría la originalidad incomparable de esta novedad): la escritura musical polifónica, la dimensión simultaneidad  ltaneidad  -y de simu  -y simu simult ltanei aneidad dad compleja- en una es 23. Derrida, J.: “La différance”, en Teoría de conjunto,   Barcelona, Seix Barral, 1971. 24. Es un térm ino no an tojad izam en ente te ““m m etafórico” etafórico”.. Véase la sserie erie de Concerti grossi  de Antonio Vivaldi titulada, precisamente,  II ci-  men ento to della arm on ía é dell della a invenzion e,  a finales del siglo XVII, cuan do resplandecía la estabilización de esos cimientos en la secuencia  a r  mónica de la composición.

 

en tu tura ra h as asta ta entonc entonces es n arrativa arra tiva linea lineal; l; más aún, una ssii multaneidad caracterizada por la individuación   de cada  paa r t e o “voz”,  para atenernos al significativo léxico de la  p

música. Esa E sa asce ascensión nsión de la heterog heterogene eneidad idad en un unaa eü eüííri tura conoce varios picos, pero digamos que hacia el 1600 tiene su primera gran coronación: surge la ópera, se mul tiplica violentamente la producción de géneros instru  pmentales,  pa a la labb ra ra.. desasidos de la metafísica subordinación a la El caso es que toda esta prodigiosa arquitectura sono ra, tan notoria en su floración melódica, en su volumen armónico, en su espaciamiento rítmico, se recuesta sobre una función “silenciosa” y extremadamente poco visible. Hasta finales del siglo XVIII se encarna o se asegura en la presencia inconspicua para el oyente desprevenido o  pocoo form  poc fo rmad adoo de u n cla clavic vicor ordio dio in infa faltltaa b le y qu quee to toca ca to todo do el tiempo aunque nadie lo escuche (pues es muy impro  ba  bab b le dhumanas). e te tecc ta tarl rloo  I cu cua daobsleu escribimos, e n a u n a m a sya por o rq rquupartida e s ta tall odo de voces  In nafalt fanlta  ble: a d ife if e re renn ci ciaa de los d em emás ás in inss tr truu m e n to toss , qu quee pu pued eden en alternarse unos con otros, su tocar nunca cesa en tanto h aya ay a m músic úsicaa so sonando. nando. Co Como mo ssii la composi composició ciónn ““se se fuera a caer” si cesara, así sea un breve lapso. Lo que toca pue de parecer muy sumario y escasamente atractivo: la lí nea sonora de más abajo de todo, a lo cual se agregan es  poo r á d ic  p icaa m e n te ac acor orde dess con el es esqq u e le leto to ar arm m ón ónic icoo de lo que arriba va transcurriendo. Tal práctica, costumbre, basso conti  po  pod d rí ría a m o s decir, tie ti e n e s u n o m b re m u sica si cal: l: nuo. Cabe su redefinición, en términos de lo que venimos desarrollando, como continuidad sin forma,  al carecer de configuración melódica o rítmica reconocible, lo que invisibili si biliza za su cons constante tante y discret discretoo machacar. Resaltarí Resaltaríam amos os su lugar aparte, allí entre los demás que sí se escuchan, como si él no tocara la verdadera pieza concreta que se está es tá ejecutando. Su copresencia no debe oscurecernos es es to, su carácter de andamio. En algún momento el anda-

 

basso o con co n mío se saca, cuando ya no se temen caídas. Del bass tinuo recién se prescindirá en los umbrales del siglo XIX: hacía rato que el sostenimiento del conjunto estaba ase

gurado por un rico tejido de voces intermedias y graves,  pero s egu eg u ía por po r iner in ercc ia, ia , cu cual al si f a l t a r a tom to m a r la decisió deci siónn de decir “ya no requerimos de esa superficie ininterrum  pida,  pid a, mono mo nocor corde de pero pe ro sólid só lida, a, conf co nfia iabl ble”. e”. Hay Ha y que qu e volv vo lver er a evaluar su papel silencioso, tan “técnico” en apariencia (generalmente no se escribían todas las notas, el compo sitor se limitaba a cifrar la superficie del bajo, el ejecu tante tan te sabía poner pon er los los aacord cordes es según lo loss intervalos consig nados), acompañando   con su trazado sin solución de continuidad el despliegue de un espacio sonoro tan inau dito en su complejidad como el occidental. Refere Ref erencia ncia de tipo tipo similar sim ilar -y m ás conspicuamente ve cina al mamarracho-- en la pintura al óleo, donde la es critura de las figuras o trazados trazado s que constituyen constituyen el asu as u n  to del cuadro se van destacando lentamente de un fondo, cuya extensión coincide con la de  de tela, una  tal cubierta de del óleobasso la cual la continuo  va de la a  a la 2   de

cada pieza de música de cuya secuencia es una vertebración primordial. Si ahora tenemos en cuenta la función histórica   del basso continuo   -más allá de su función concreta en un texto determinado-: producir, ser la condición de, la ocu  pación,  pació n, l a inve in venc nció iónn de u n nu nuev evoo esp espacio acio sonoro son oro - u n es es   pacio lilite terr a l m e n t e inaudito  hasta ese momento en las so ciedades humanas-, tal conclusión nos guía como un  puu e n te a o t r a en el co  p cora razó zónn de lo que qu e nos ocupa: ocu pa: lejos de ser un fenómeno de pura pu ra inm in m adur ad urez ez vital, vi tal, su reflejo ¡,inmediato y aje ajeno no al sentid sentido,2 o,25 el mam m amarrach arrachoo comporta una función de ocupación de un espacio inédito antes de él; no escrito, no generado como espacio. El mamarracho 25. C ualq uier analogía co conn la situación epistém ica de dell sueño que desgaja Freud es “pura coincidencia”.

 

hace 

materialmente la espacialidad de ese espacio; la idea de “ocupación” debe aclararse, pues no es la ocupa ción de algo que preexistía sino la ocupación como hacer-

emerger una dimensión novísima en los procesos de sub  jetiv  je tivac ació ión. n. E s te p u n to de v is ista ta v a lori lo rizz a l a “com co m pu pulsi lsiva va””, necesidad del niño que garabatea de enchastrar con su trazado hasta el último rincón de la hoja o su propia ma no, irregularidad del contorno que desgeometriza el es-y  pació y que qu e por po r eso m is ism m o h a sido r e tom to m a d a en alg algun unos os exponentes de la pintura contemporánea, donde la pared y el suelo pasan a formar parte de un marco ya no encua drado.  Nuu e s tr  N traa h ip ipóó tes te s is is,, en ento tonn ce ces, s, es que, qu e, lejo lejoss de la “com com  paa r a c ió  p iónn ” ppin into tore ress c a, an anal alóg ógic ica, a, o le levv e m e n te e r u d i ta, ta , el garabato del niño cumple -en lo que hace a la constitu ción de una espacialidad inédita como la de la pizarra o la hoja se demo papel aunescen la mesa otal”el- rincón donde con ju guetes monta nta ouuna na escena a ““to total” exactamente la mis ma función   que el basso continuo,  en lo atinente al espa cio donde la música podrá desplegarse, y que la capa de óleo como la verdadera tela o la verdad de la tela, la re velación de la verdad de la tela aparentemente “en blan co”, p ar araa el pint pintor. or. Dem Demolic olición ión ddee la ttab abla la rraa s a y en general de las categorías aristotélicas, particularmente la mate ria/forma, ya que el principio lúdico amasa tanto la pri mera como la segunda (pero, por otra parte, no a la ma nera de un principio autoconsciente). Merced al garabato, con más espiritual justeza, merced al garabatear, al garabateando , se ocupa un espacio de escritura determi nado, de largos y complejos efectos sobre el psiquismo -por ejemplo, todos los que Lacan destacará como efectos 26. E n este pu punto, nto, cabe un a reflexión sobre el conce concepto pto de “enc encua ua dre” en psicoanálisis, su tendenciosa traducción de setting,  y su ina decuación profunda con el espíritu del psicoanálisis. El niño preten diendo dibujar en sesión con regla es su prototipo patológico.

 

de lo “simbólico”, alcances del trazo (del cual la palabra

ea uno de sus exponentes) del “Otro”, del trazo sóbre el sujeto-. Esta hipótesis también nos permite apreciar, de una manera no “evolutiva” tradicional, por qué el mama rracho en lo manifiesto desaparece  cumplida su función; en lo manifiesto, claro. Una observación más penetrante mugiere más su Untergang,  su fragmentación en trocitos con tras, los cuales el niño hará de todo, incluso más tarde le Consecutivamente, sostendremos que la trama del acariciar, tal cual la localizamos, cumple, en un tiempo anterior -puntualización que habrá que complicar más adelante—exactamente la misma función que el mama rracho en lo concerniente a la espacialidad que nuestro modelo clínico llamó “cuerpo”. El mamarracho con el lá  pizz es ppee n s ab  pi able le com comoo tr traa n sp spoo sic si c ió iónn de ese otr otroo m a m a r r a  cho fundamental que es la caricia. El término freudiano de “polimorfo” conviene muy adecuadamente a ambas manifestaciones, pero nuestra concepción desplaza el acento hacia una actividad de ju  jueg ego o  ausente en Freud (si él, no obstante, dirá del juego sexual, nosotros lo escribi remos ju  sexua xual).2 l).27Baj 7Bajoo esta luz nos repla replante nteam am os to  jueg ego o  se do el campo de prácticas autoeróticas tempranas, las di versas modalidades según las cuales el niño se acaricia , así como su simultánea orientación de investidura hacia el cuerpo de la madre y su reverso, el flujo de acariciares que parte desde ésta hacia el pequeño. Si lleváramos to da esta maraña al papel, ¿qué dibujo resultaría si no el del mamarracho, irónicamente aquel/que siempre quedó  porr fu  po fuer era a   de la noción de dibujo en la consideración tra dicional? ¿No estaríamos con él frente a una especie de ecografía, de tomografía computada o de resonancia magnética de los procesos de subjetivación? (lo que Ma 27.

Co nsecue nsecuentem ntemente, ente, si Lacan se con ce centra ntra rá en el juego del sig nificante,   nu estra for formula mulaci ción ón reescribi reescribirá rá ju e g o   del significante.

 

risa Rodulfo ha llamado “diagnóstico por imágenes”, var lorizando así el dibujo por caminos distintos a los del:

“test proyectivo”)." Demandamos a nuestro pequeño dispositivo de escri-, turas que también nos deje escapar del ideologema de la “representación”, clásica o más o menos; sobre todo, en  psi  p sicc o a n á lilisi sis, s, a la id idee a d o m in inaa n te p or in inee rc rcia ia de qu quee un dibujo “representaría” -a esto se le suele añadir la adje tivación tivac ión de ““simbó simbólic lico” o”-- u n cuerpo en sí m ás acá del or or den representacional, cuando en cambio estamos plan teando un trabajo de dell garab gara b ate atear ar qu quee podría ser pens pensad adoo como una reconstrucción que nos diera acceso a inferen ciass sobre cia sobre ootra tra práctica de esc escritu ritura ra ta tall cual pensamos llaa caricia. El vínculo entre dos prácticas de escritura no  puu e d e Ser homolo  p hom ologa gado do al e x is iste tenn te e n t r e u n a co corp rpor oreid eidad ad “natural” o “real” y su representación “simbólica” cultu ral. eso osí,noeneess larecordable, medida en  esperam que el campo delde ciar Pero tempran tem prano esperamos os que el delacari l m a marracho nos permita reconstrucciones indispensables  paa r a u n a cl  p clín ínica ica m á s eficaz. Proponemos también discutir una hipótesis derivati va: po  porq rque ue hu hubo bo es estr truc uctu tura raci ció ó n corporal corp oral a tra travé véss de la ca rici ri cia, a, el niño tien tienee u ulteriormente lteriormente abierta la po posib sibilid ilid ad de  la hoja a través del garabatear . De nuevo henos en el  puu n to de p a r t i d a , al  p allílí do dond ndee u n a n i ñ a p re resu sum m ib ible lem m e n te  psic  ps icót ótic icaa se come l a titiza za.. De p a s a d a es esto toss tra tr a b a j o s de aposentamiento  son

nuestra propia contribución a lo que Freud nombró como B  Bee se setz tzu u n g , alejándonos así de su pri mera y más tosca traducción por “carga”.

28. Las limitaciones teóricas de estos últim os h an sido sido tambi tamb i  Dee la proy pr oyec ecci ción ón  (Barcelo  p  prr o f u n d a m e n te e s t u d i a d a s p o r Sam Sa m i-A i- A li e n D na, Petrel, 1985), no por casualidad uno de los poquísimos autores que pudo proporcionar al texto de  E  Ell n iño iñ o d e l d ib u jo   referencias y  p  puu n to s de apoy ap oyoo c o n si siss te tenn te tess en el p lan la n o espe es pecíf cífico ico de lo q u e hem he m os llamado trazo.

 

Lugares de aposentamiento Cuerpo materno Caricia

Espejo

Modos de la

®

Rasgo

Relaciones de

ligazón

®

Trazo --------------- »»-

Hoja (pizarrón)

® --------------- ► acarreo,   de

investimento, de ocupación.

Lo ant antedicho edicho da lug lugar ar a un mayor despl despliegue iegue ddee nu nues es tro modelo, de cuyas imperfecciones y groseras impreci siones nos derivado valdremosla para seguir pensando. Por-respecto de pron to, hemos problemática del cuerpo al cual una niña que se come la tiza en un gesto antiescritural nos fuerza a interrogarnos- hacia una cuestión fundamental de ocupación  (aposentamiento) del cuerpo. Así procediendo, lo tratamos como un lugar,  en el fondo más material que su sola materialidad “anatomofisiológica”. ¿Puede haber algo de mayor materialidad que un lugar? Esta ocupación, por otra parte, la recobramos co-

 

mo una vieja preocupación freudiana, en nada ajena a lo

corporal, incluso al yo corporal . La clínica posterior,  paa r tic  p ti c u la larm rm e n te en ni niño ñoss y ad adol oles esce cenn te tes, s, p a r t ic icuu la larr m e n  te en patologías no neuróticas, desenvuelve una riqueza insospechada en el término “metapsicológico”, empezan do por hacerlo clínico de cabo a rabo. De ahí se deriva la posibilidad de escribir tres lugares en igualdad de condiciones  como lugares “simbólicos”, construidos por procesos de ocupación, vale decir, escritu ras. La escritura de una casa viene a cuento siempre que tengamos en cuenta esos actos en que sus ocupantes también escriben poniendo un “adorno”, por ejemplo. Lo que llamamos llamamos uuna na subjetividad ha de anc anclarse larse en llos os ttres res lugares por igual; de lo contrario, suceden complicacio nes patológicas de consideración. Marcamos con una cruz sucesivas intersecciones, valorizando ciertos en cuentros, ciertas correspondencias privilegiadas, como la quecruz asocia cuerpo a caricia. El no círculo la en ese lugarmaterno para detener mejor sólo oenvuelve no tan to su dimensión de primordialidad, mejor todavía en pro de hacer valer ese carácter de escritura, esa jeroglificación tle la caricia muy dificultosamente abordada por el  psi  p sicc o a n á lisi li siss pe pese se a la pos posici ición ón e m in inee n t e m e n te fa favo vora rabl blee que le otorgan la tarea clínica y las posibilidades de ella derivadas, como.la observación psicoanalítica de bebés.1 1, Diferenciación Diferenciación és ésta ta que nos parece much muchísimo ísimo m ás conveniente y fecunda que aquella formalista y logocéntrica que opone una “escu cha” a ista una y“mirada” o a la observación lóg lógica icapsicoananlítica corriente, em pirista pir corta de médica conceptualización. concep tualización. A su vezpsico en la observación analítica podrá distinguirse una de aplicación,   que sólo ve lo que ha puesto de antemano (como la ensayada por Melanie Klein y sus colaboradoras ten “Observando la conducta de bebés”, en  Des  D esar arro roll llos os en p pss ic o a n á li liss is ,  Bu  Buenos enos Aíres, Paidós, Paidó s, 1960, 1960,)) y otra otr a deestudio, cuyo exponente más cabal es Stern {El mundo interpersonal del  infante,   Buenos Aires, Paidós, 1991), a lo cual se suman otros esfuer zos muy dignos de interés; véase Brazelton, T. B. y Cramer, B.,  La  L a re lación más'temprana,   Buénos Aires, Paidós, 1994.

 

Enseguida, el esquema mismo nos instiga a reparar en los casilleros vacíos. Trabajaremos con la hipótesis de

irles dando contenido, además no es con un propósito tor  pemente  pem ente c la lasi sifi fica cato tori rioo qu quee in intr troo d u jim ji m o s el d ia iagg ra ram m a; e n  seguida algo de la clínica nos dice que ni la caricia es co sa que se circunscriba al cuerpo ni el trazo cosa ajena a Ja un cuerpo psíquicamente Porconstitución lo pronto, yade habíamos adelantado en dos dehabitable. ellos. El niño que, en el primer capítulo, sabe coronar su garaba to con un “yo” a la altura del rostro, elocuente artificio  para in indd ic icaa rn rnoo s el in incc ip ipie ienn te re reco cono noci cim m ie ient ntoo de sí e n u n nuevo orden que vuelve a poner en juego la constitución narcisista, de hecho está dejándonos tocar cierta dimen sión de espejo en la hoja, la hoja funcionando de espejo; diríamos que su producción toma el carácter de un rasgo  inscripto en la hoja, a la manera en que decimos: un ras go del rostro. Por su parte, la niña de la tiza, incapaz de gesto alguno de trazo sobre el casillero “fuerte” de la ho  ja, sí en cam cambio bio s o b re recc a rg rgaa de u n modo d e sc scoo n c e rt rtaa n te los rasgos de su rostro en el espejo con trazos de tiza, co mo si se tratara de una necesidad de reforzarlos. Proce die ienndo aasí, sí, la intersección debe ser leída entre en tre traz trazoo y es  peejo  p jo.. (N (Noo eess tá de m máá s o b s e rv rvaa r el m mov ovim imie ient ntoo h a c ia a t r á s en el esquema, así como la marcha hacia adelante en el otro niño.) aca Aún resta una mayor explicitación del término rreo que figura abajo: impide que los tres lugares de apo sentamiento se lean desvinculados entre sí; contesta a la  pre  p regg u nt ntaa ¿qu ¿quéé con condic dicion iones es d eb ebee n c u m p lirs li rsee e n el niñ niñoo  para  pa ra ac acce cede derr a la ho hoja ja,, v a lg lgaa el caso?: de debe be p od oder er a c a  rrear hasta allí -o sea, en el sitio donde tiene que hacer la- elementos extraídos, recogidos, en las instancias cuerpo materno  y espejo. Nos hemos representado el ma marracho como una suerte de  fo  foto tog g rafí ra fía a ind in d ire ir e cta ct a   -vale decir, y esto es esencial, en absoluto un refl reflej ejo o puro pu ro y sim s im  ple  p le--   del estado de cosas en el campo que la caricia debe

 

urdir. Es como concebirlo compuesto por materiales aca rreados desde las primeras dos localidades. Por lo tanto, supond supo ndrá rá to todo do un trans tra nstor torno no llegar allí con con las manos va cías o provistas de una carga muy exigua. Si usamos del  polim  po limor orfis fismo mo h e tero te rogg é n eo p a r a u n a “ililuu s tra tr a c ión ió n ” (en el sentido que le da Nasio)'2de la caricia -heterogeneidad colla-  que en algunas empresas plásticas del niño lleva al ge, cuando se pega entre los trazos una lluvia polícroma de pedacitos de papel-, es también porque nos sirve pa ra dar cuerpo imaginado a nuestra conceptualización de cuánto se reúne,  de la miríada de hilos reunidos que se  ju  j u n t a n ca cari rici ciaa m e d ian ia n te, te , lo qu quee m ás g lob lo b a lme lm e n te se lla lla  ma unificación narcisista. Hilos de trazos cruzados y vueltos a entrecruzar, creando permanentemente dife rencias pero no oposiciones binarias: el mamarracho es indiferente al principio de no contradicción cuya no vi gencia en el inconsciente constató Freud. El acarrear introduce entonces el modelo del viaje, del trayecto a recorrer: con el bagaje que fuere, atesorado  prr im e r a m e n te en el lu  p l u g a r del de l cu cuer erpo po m a ter te r n o , el niñ n iñoo de  be a f r o n tar ta r el llllee g a r h a s t a la h o ja de pa pape pel.l. A d o p tad ta d a es ta perspectiva, la cuestión de si el bagaje alcanza, tanto  paa r a el reco  p re corr rrid idoo e n sí como p a r a la m u d a n z a qu quee le si gue, se revela capital. Por ejemplo, ¿hay algo del orden de un vigoroso mamarracho en la implantación del niño

al jos cuerpo este punto yas evocamos di  bu  bujo s de materno? p a c ien ie n tes te s En es esqu quiz izof ofré réni nico cos dond do ndee la ciertos supe su perfi rficie cie corporal aparece desvaída y en flecos. De todos modos, el  pla  p lann teo te o de e st stee e s q u e m a deja de ja o tra tr a cue cu e stió st iónn po porr exam ex ami i nar: cuando la llegada no se produce o es débil, ¿es que no se salió con lo suficiente, es que las bases de aprovi sionamiento se cortaron demasiado pronto o es que se  pee rd  p rdie iero ronn ele el e m en ento toss por po r el camin cam ino? o? (Sin (S in excl ex cluu ir la com com 2.

 Lo os Véase por po r ejemplo N asio, asio , J. D.: D.:  L

res, Amorrortu, 1993.

 

ojos ojo s de L a u r a ,   Buenos

 bi naci  bina ción ón de e s ta tass a ltltee r n a t iv ivaa s a la m a n e r a de las la s s erie er iess complementarias de Freud.) Y enseguida estarnos en condiciones de apreciar cómo el modelo cambia la percep ción de un garabato que el niño hace, o de las figuras hu m anas ana s que de ééll se despre desprende nden; n; ya no se tr traa ta sól sólo de de ““có có mo” el pequeño dibuja, lo conceptualizamos como su capital , giro bancario paraEnnada ajenodea la lasniña tra dicionescorporal textuales psicoanalíticas. el caso

de la tiza con la que iniciamos nuestro recorrido, dicho capital está muy en serio entredicho. ¿A través de qué concreciones, por la vía de qué opera ciones se hace la ligazón que es lo corporal? Está claro que no se desprende de un solo acto global, es preciso concebir una pluralidad de ligazones. Pero, ¿cómo se im  pla  p lann tan ta n ? E s en es este te p u n to do dond ndee la dim di m e n si sióó n de la s a tisfacción  alcanza toda su estatura, difícil de imaginar fuera de los criterios psicoanalíticos así como fuera de la  prá  p ráct ctic icaa do dond ndee se v e n titila lann . El modo m á s concre con creto to posible pos ible de dar cuerpo a esa ligazón de lo corporal se opera me diante dia nte la l a exp e xperien eriencia cia de la viv vivenc encia ia de satisfacción satisfa cción.1 .1' Se trata de una categoría fretldiana fundamental, hundida en lo más profundo de la subjetivación tempra na. Por eso mismo, dio pie a un largo desencuentro con sigo misma; sólo el desarrollo pleno de un trabajo con ni ños, y especialmente con los más perturbados, podía hacerle justicia y promoverla a un primer plano, más allá de las cosas que un alumno memoriza cuando estu dia metapsicología. Examinemos sus notas más destaca bles: 1. Es u n a vivencia efectiva,  teóricamente localizable como acontecimiento histórico. No es cualquier  vivencia   vivencia efectiva, por precaución. 3. Po Porr supu esto, rem itimos a  L  La a in te terp rp reta re taci ción ón de los su eñ eños os , capí tulo VII, sección C, “La complejidad de rodeo de la expresión no debe ser abreviada”.

 

2. No es una sola, no es “la” más que por comodidades de exposición. Es impracticable -y poco práctico- conceptualizarla sin el recurso al tejido, al apretado grupo, al enjambre, a la vez detallado y diseminado. 3. Pone en juego una peculiar descentración de lo cor  boc  boca  pora  po ral, al,pecho indi in diso soci pciab a able r a lee xde p o nloe rla rlpolimorfo polim a elloorfo. no. es Si m F ráesu dque qure cuunr rpe uan to la que por visible es tentador para el ejercicio de la ejempliñcación; pero no tiene valor de jerarquía: la experiencia como tal no lleva ningún apellido,  tampoco el de lo oral. 4. Tampoco requiere su concepción de una oposición de principio (cara al estructuralismo) entre el rodeo y el cumplimiento: nada más efectivo que el trabajo del rodeo,  él es y  ya a  la satisfacción, que sól sólo llega después desp ués en uunn plan p lan teo sometido al mecanicismo y al positivismo. rasgo notable, y diríamos negociable ya 5. en El el segundo primer planteo freudiano, es que lanosatisfacción es de entrada, en su entrada misma,   otra cosa más que una satisfacción “física” consecutiva a efectos fisiológi cos, metabólicos, etcétera.  E  Ell lla a m ism is m a   es una un a inscripción inscripción  psíq  ps íquu ica ic a a la que qu e b ien ie n pod po d ría rí a m o s lla ll a m a r, si lo q u i s i é r a  mos, \ma zona objeto determinada (la voz de la madre, la escucha regocijada, la propia voz del bebé rehaciendo por su cuenta aquella música). Este hecho se pierde y se adultera cuando se limita satisfacción a “biológica” y a una “necesidad” biológicamente pensada. Es bien ins tructivo el modo en que en el texto de Freud se abre pa so la idea de huella , de acto de escritura. Y todo lo que hasta ahora escribimos del acariciar y su eminente fun ción se deja pensar sin violencia bajo la faz de la expe riencia de la vivencia de satisfacción. A su vez, retornar a la caricia permite enfrentar esta categoría fundamen tal en una referencia no sólo clínicamente amplia sino desbordadora del estereotipo de lo oral. Pero entonces la satisfacción se nos muestra como el camino por excelencia de la subjetivación. Dicho de una

 

manera multiforme, un cuerpo que era no humano, aún no, mediante ella pasa al orden de lo humano, se escribe  cuerpo de subjetividad humana. La satisfacción ya no  puede se serr de u n or orga gani nism smo. o. Es interesante el agregado de que el término alemán así traducido también comporta el motivo del apacigua miento,  del traer la paz,   rico matiz teniendo en cuenta que aquello que apacigua no es un objeto “natural”, en  prim  pr imer er lu lugg a r p o rq rque ue tampo tam poco co lo es la p az.4 az .4L L a paz paz:: no se  puede lle ll e g a r a e lla ll a po porr el ex expp ed edie ienn te ún único ico de u n a s a t i s  faccció fa iónn “de órgano” órgano ” que no estu estuvi viera era firm firmem emente ente an anclad cladaa en un lazo intersubjetivo, llámese aquí la función mater na o la que fuere. Digamos en este sentido que las fundamentaciones de los extremos de lo corporal que Freud esperaba de “otro lugar” que no era sino la biología (al no tener clínica Freud paray seguir ese hilo) esquien la clínica psicoanalítica con niños con adolescentes las proporciona: es ella ahora nuestro “otro lugar”, a condición de no autolimitarse al campo establecido de las formaciones neuróti cas. La posición del autismo es en este punto verdadera mente ejemplar (tal vez sólo alcanzada por la depresión temprana grave, aquella que puede desembocar en la muerte de de no inter interve venirs nirsee a tiempo tiempo). ). Su centro de grave dad reside en un fracaso rotundo de la experiencia  que hemos reintroducido, por consiguiente una implantación defectuosa, marcadamente negativa, en el cuerpo mater no (subsumiendo este lugar las especies empíricas del cuerpo de la madre y del propio niño). Digamos que aquí la experiencia de la vivencia de satisfacción fracasa en subjetivar globalmente al niño, dejando como saldo esa 4. Sobr Sobree es esta ta cuestión véa véanse nse los desarrollos de Lac an con concernien cernien tes al “día”, concernientes a su pertenencia a otro registro que el em  p  pír íric icoo -n -naa tu tura ral.l. C o n s ú ltltee s e  E l S e m in a r io . L ib ro 3. L a s ppss ic o sis si s , Barce lona, Paidós, 1984, capítulo XI.

 

frágil pertenencia al género que caracteriza al autista, dando sitio a las figuras del pequeño robot o del extrate rrestre rre stre.. Más aun, el terror terro r páni pánico, co, la viole violenci nciaa ddee una ra ra dical fobia al contacto que inevitablemente es una fase del tratamiento si la retracción disminuye, es un índice elocuente de que en la posición autista no se espera de lo humano, de de lo laintersubjetivo, tenga ver conn eell orden co satisfacción y nada ccoon eel lque ord orden en que que la ssati atis s facción pone; antes bien, según ya lo hemos propuesto, la vivencia se invierte en experiencia de la vivencia de ani quilación.s Esta es proporcional en su intensidad a la de la renuncia y el rechazo tan extremos a anudar la satis facción al encuentro con el cuerpo materno en tanto alteridadd subje rida subjetivan tivante. te. El cuerpo del del pequeño dduro uro y tieso eenn el abrazo, sordo a los juegos sonoros de la llamada, in mortaliza la negatividad de una caricia vuelta en su con trario. Pero esto no puede ser todo, ya que, al fin de cuentas, el niño autista no se muere. Literalmente al menos, en absoluto. Si las cosas se ciñeran al establecimiento de una vivencia de aniquilación como retorsión aberrante de la esperada vivencia de satisfacción, el niño no encon traría cómo continuar vivo en cierto grado; el expediente de la satisfacción debe continuar su curso, encontrarlo  porr a lg  po lgúú n la lado do si ace ac e p ta tam m o s - s e n s i b l e s en e s te p u n to a las ideas de Piera Aulagnier, quien abrió paso a una vi sión no hedonista de la satisfacción- que la posibilidad de la existencia se cancela sin ningún género de expe riencia de vivencia de satisfacción.6El niño, pues, debe 5. Rodulfo, R.:  E s tu d io s cl clín ínic ico o s,  Buenos Aires, Paidós, 1992, capí tulo 17. 6. La frecuentemente obsérvada investidu investidura ra m asoq asoquista uista de un a si si tuación tuaci ón de eencie ncierr rroo y tortu to rtu ra puede ser co conn ventaja analiza da en est estaa  p  pee rs rspp e c tiv ti v a como u n a i n v e s t i d u r a d e fe fenn si sivv a cuy cu y a fu funn ci cióó n es de “autoaut oconservación”: el goce masoquista da sentido en el sentido de una sa tisfacción  a

 

una experiencia que antes carecía totalmente de ella.

 p rocu  pro cura rars rsee , restituir,  algo de este orden. Sabemos cómo lo hace, intensificando hasta la exasperación estas u otras prácticas (en general) sobre su propio cuerpo, sobre todo en el momento y en el lugar en que se esperaría el llamado, la necesidad del llamado, al otro humano. Saca la caricia del del esp espacio acio intersubjetiv intersub jetivo, o, lo cual tiene tien e por con con secuencia la forma extravagante, marginal, descontex tuada, que ésta toma cuando, por ejemplo, se gira y se gi ra una máno clavando la mirada en ella (compárese con el niño deprimido girando y rondando   siempre en torno al cuerpo de algún adulto imprescindible). Por extravia das que juzguemos estas prácticas de exacerbación sen sorial fragmentaria, no cabe duda de que en ellas el niño se unifica férream férrea m ente en te (contra la trivial triv ial noci noción ón ddee que vi viría en un estado de fragmentación, que de hecho -nue vamente- de ser tal sería incompatible con la vida, aun en tan bajos niveles de espontaneidad), edifica una pecu liar ligazón de lo corporal, se reconoce a sí en el extraño espejo de esta caricia fuera-de-madre. Entonces, la expe riencia de la vivencia de satisfacción se transforma en lo contrario en el espacio a ella destinado y retorna restitutivamente en otro desubjetivado, condenándose al circui to vacío de un placer confinado a fragmentos de cuerpo, y que recuerda extrañamente el “placer de órgano” al que Freud a veces refiere la experiencia autoerótica corrien te. (Curiosamente, en esos puntos de texto al menos, el niño imaginado que Freud tiene en mente es un niño auavant la lettre.)   Tal desfiguración de la caricia, co tista mo es de suponer, no es condición de ningún recorrido transformador posible, se dirija a la hoja o al espejo; só lo estructura su perpetuación. Y cuando el niño en estas condiciones parece “avanzar”, porque empuña un lápiz o se apodera de algún juguete, no tardamos en comprobar quee el trazo qu tra zo en cuestión cue stión poc poco tiene tien e de él; él; cierra sobre otra espacialidad idéntica figura motora sensorial (ahora la sensación se procura girando el lápiz). El “punto de fija

 

ción” a una caricia tan trastornada domina por sobre el rasgo y el trazo aún en los espacios que más se especifi can por éstos. En suma, la intensificación sensorial autística restitu ye algo de la especie de la satisfacción pero a través de una experiencia de tal manera abortada que resulta inú til para subjetivar al niño. Esto da todo su valor a la re comendación de Tustin en cuanto a la no pertinencia de intentar el camino clásico de interpretar una supuesta dimensión “inconsciente” en esos actos autistas, postura dell todo de todo inefi ineficaz caz que ella ella persona perso nalm lmente ente su sustitu stituye ye por in tervenciones que procuran forzar la renuncia del niño a dichas prácticas. (El hecho cierto del automatismo de sa tisfacción que procuran, explica lo arduo del trabajo que tal meta exige.) Balancearse constantemente, o girar las manos o reiterardeelun mismo de frase sólo acotado garantizan la continuidad modocanto extremadamente de mantenerse yivo.7Para medir todo el daño implicado en este mínimo de restitución es menester referirlo a la  pee rs  p rspp ec ectitivv a de la e spo sp o n tan ta n e id idaa d . A pen pe n as es escr crib ibim imos os “es  poo n tan  p ta n e ida id a d ” conj co njur uram amoo s el m áx áxim imoo de flex fl exib ibililid idad ad pos posi i  ble en los m ov ovim imie ient ntoo s su subj bjet etiv ivos os,, de desi sigg n a aq aquu el ello lo que resiste -o el coeficiente de resistencia- a los esquemas deterministas. De esta manera, mantiene una relación ambigua con lo constitucional en el sentido de Freud: si  pmenos  por or u n a(musical p a r t e d e smás ig ignn a que con sneurológicamente u e m erg er g e n c ia u n tono  por lo pensando) irreductible a las variaciones y condiciones del medio fa miliar -incluyendo allí lo mítico  familiar-, por otra par te garantiza un resto de imprevisibilidad informe frente a cualquier crispación biologista que postule una hege 7. To Todo do lo que hem os escrito sobre la función su superf perficie icie es ap apen enas as un cabo para pensar el trabajo   que supone el mantenerse subjetiva mente   vivo vo,, cuest cuestión ión ad elan tada tad a insiste ntem ente por W inni innicot cott, t, y qu quee requiere mucho mayor desarrollo.

 

monía irrestricta de lo genético. Es decir que la esponta neidad nombra la oscilación en una franja que el anuda miento de constitución y ambiente no consigue dominar. Cualquier concepc concepción ión qque ue hag h agaa de dell niño uunn reflej reflejoo pasivo de lo que fuere: su pro p rogr gram amaa genético ge nético o el deseo deseo de la m a  dre o aun las condiciones sociales, no la necesita y la precluye. Dicho de otra manera: en lanoóptica del y“prematu ro”, cara a Lacan, es lo único que obstante en rigor el niño tiene,  precisamente por “carecer” de dispositivos instintuales rígidos. (Inscribrir esto en el registro de la falta es una maniobra textual de enormes consecuencias y de implicaciones ideológicas poco esclarecidas, ya que la supuesta “falta” de instinto no tiene por qué no ser leí da hasta como un “exceso” o un excedente   respecto no tanto a “lo biológico” en el ser humano como a una con cepción a la vez estrechamente médica e idealista de la  biología.  biolo gía. L a inte in terp rpre reta tacc ión ió n la lacc a n ia iann a de la m a lea le a b ililid idaa d de los los funcionam funcionamientos ientos vitales, v itales, alcanzado alcanza do cierto grado de desarrollo en los mamíferos, como “falta” da en el blanco al dejarnos un bebé sin recursos, privado de la fuerza de su espontaneidad-ni.f  Esta espontaneidad como  po  pote tenc ncia iall de re resp spue uest sta a im  previs  pre visible ible,, lo más alejado del modelo del “reflejo” que, re  pes esa a   epistemológicamente -¡y cómo!- sobre cordemos,  p Freud, es la que el conjunto de los procesos autistas con vierte en su caricatura fabricando automatismos legibles como anticaricias o una teratología del acariciar. Puesto en términos metapsicológicos, espontaneidad se escribe 8. Ni “biológica” ni “psicológica”, por su supu pu es esto to.. E n el fondo de es ta maniobra textual, secreto de su éxito de público, está el viejo nar cisismo humano, complacido de -a través, paradójicamente, de una deficiencia- encontrarse “superior” y sin “nada que ver” (expresión que acude tanto a Lacan cuando se refiere a estos asuntos) con los animales. Una vez más, véase Derrida, J.: “El cartero de la verdad”, en La tarjeta postal,  México, Siglo XXI, 1984.

 

sobre lo que se ha escrito “inconsciente” en el vocabula rio psicoanalítico; no con la implicación de un topos orga nizado inaccesible a un “sistema Precs-Cc” sino como ese  pot  p oten enci cial al de e m er ergg e n ci ciaa de u n “s a b e r que qu e no se s a b e ” y que -como el bricoleur- no sabe lo que va a hacer y que descoloca permanentemente el saber-poder del adulto o de De “lo”entrada, adulto. la espontaneidad es apertura a lo inter subjetivo, previa a toda “demanda”. Es esta apertura la lesionada en el autismo y Tustin ha sabido entreverla y enseñárnosla, esta lesión es más importante que los fe nómenos nóme nos estereotipados de restitució restituciónn que mala malam m ente la restañan y que en otros casos pueden afectar maniobras más sutiles. En el adolescente cuyas desventuras consig namos pudimos detectar el alcance de aquella lesión en lo íntimo de la transferencia: el paciente nunca sentía   ni esperaba   que de la trama de nuestro encuentro y de nuestro trabajo proviniese un beneficio para él, y eso era mucho más que la obstinación de un enfrentamiento en el marco de una “resistencia” clásica, algo harto más si lencioso lenci oso ee;;inaccesib inaccesible, le, en alg algoo evocador de dell no qu q u er erer er sa sa  bee r n a d a del Verworfen  freudiano cuya honda p  b  pa a s ivi iv i d a d   a menudo olvidamos, subyugados por la imagen más so noramente violenta del rechazo.  Después de bastante tiempo, pudo asociarla a sus atmósferas de desencuentro edelimproductividad en las reuniones con los compañeros grupo de rock que trataba de integrar: la no-composi ción de música juntos. Fue mucho después cuando llegó a suponer supo ner en ééll u n a suposic suposición ión qque ue ddisyu isyunta ntaba ba de dell j juu n tos to s   (dos o más ju  j u n t o s ) to toda da   experiencia de creatividad o de engendramiento. La referencia a la escena originaria pa rece imponerse, a condición de no detenerse en la imagi nería más obvia (el tercero excluido, sus celos, etcétera)  paa r a r e p a r a r en es  p esee fondo f u n d a m e n ta tall de m u t u a a p e r tura al otro que la escena tiene por condición, el  fa n ta s ma de encuentro  (el fantasma “dice”: h a y  encuentro) pre

 

cisamente dañado o fracasado en el paciente. Éste luego  pudo e m p ezar ez ar a i n v e n t a r iar ia r en qué qu é p rod ro d igio ig iosa sa c a n tid ti d a d de situaciones de la vida cotidiana, desde las más compli cadas hasta las más elementales, las cosas se le atasca  bann por  ba po r la n e g a titivv ida id a d de su supo su posic sició ión: n: no h a y dos (o más)  pr  prod oduc ucie iend ndo o   juntos. La contracara de esta imposi  bilid  bi lidad ad es la m a n ipu ip u laci la cióó n a u tís tí s tic ti c a del  p  pa a r te ten n a ire ir e ,  ya evidenciable en los materiales consignados. El anclaje de todos y cada uno de los aspectos clínicos en cuestión en una patología de la experiencia de la vivencia de satisfac ción ensancha el horizonte del trabajo analítico de un modo insospechado. Siguiendo en este punto a Dolto, y balanceando los efectos de lo histórico y lo mítico, hemos concluido en la necesidad para la subjetivación de que la experiencia de la vivencia de satisfacción se efectúe   en ciertos períodos  claves, a diferencia de quienes le otorgarían únicamente el estatuto de una retroacción fantasmática. No habien do ligazón de lo corporal si no es por su medio; en lo que hace al pequeño sujeto (pues su alcance no se confina a esos primeros avatares) eso no le deja otra opción que la muerte mu erte tam tam bién crudam ente efect efectiva iva o la restitución restitución que cursa en las patologías más graves. En cambio, sobre la base de su efectuación, que ancla cuerpo, se hace posible el establecimiento de una diferen cia de de estruc estr uctu tura ra entre en tre la satisfac satisfacción ción obtenida y la satis satis  facción buscada, desnivel constituyente del circuito del deseo. Pero es esencial aquí no modelizar este desnivel  bajo l a form fo rmaa b in a r ia fálic fá licaa u sual su al:: la dife di fere renn cia ci a no tie ti e n e  por qué qu é leer le erse se como como m ás   y como menos,   ni volcarse abu sivamente en el molde de la enfermedad neurótica para hacer de ella insatisfacción  o no satisfacción ; tal diferen cia puede en cambio, es lo que estamos proponiendo, leerse como la satisfacción misma, la diferencia entre la

 

satisfacci sati sfacción ón obtenida y la , satisfacción satisfacción buscada   -su no coincidencia, su no completa superposición- es la satis  facción  fac ción..  Lo que ha pasado desd desdee Lacan a tem atizarse atiza rse -en

general de maneras bastante monocordes y sin esa dife rencia entre el texto de Lacan y el propio que haría sen sible un texto- con la muletilla de que “el deseo no se satisface” es en realidad la diferencia entre dos satisfac ciones;  la obtenida vale, tiene su lugar (y su función en la economía psíquica). No es el mismo caso que el de sufrir la insatisfacción: la no coincidencia de dos satisfacciones no tiene por qué reducirse apresuradamente a una expe riencia rienc ia -y repetida rep etida,, o crónic cró nicaa- de insatisfacción. Y si bie bienn no somos buscadores ansiosos de la continuidad ni le te memos a los conflictos textuales, hay que decir que nada de lo que acabamos de escribir es incompatible con las enunciaciones de Lacan, a condición de que se reconozca y se respete la paradoja -recurso ta tan n   de Lacan como de Winnicottaquél escribe de la no satisfacción deseo: una cuando no satisfacción entramada y efectuada de del un entretejido de satisfacciones; una satisfacción que es una no satisfacción. La experien experiencia cia au tista vu vuel elve ve a ser una referencia pa ra tender un tapiz en el que estas diversas modulaciones se acomoden. En vano buscaríamos en ella algún mito de la satisfacción buscada, algo como “aquello sí que se ría...”. A] otro extremo, la verdadera neurosis afecta la satisfacción tenida en tanto tal, la reduce a polvo: el pa dre de un pequeño paciente me decía de sus ganas de “res asesinar asepaseos sinarlo” lo”y cuando, cuando , después de unsu a jor jorna nada da agotado múltiples consumos, hijo le de demandaba “¿Y ahora adonde vamos?”, no en el tono del entusiasmo y la exuberancia propios del niño, más bien con el des contento del que no ha ido a ninguna parte. Es otra ma nera, igualmente eficaz, de perder el flujo del ir y del ve nir entre las dimensiones de lo encontrado y lo esperado. Contrasta el material de una adolescente relativo al or

 

gasmo: fácil de alcanzar en lo concreto para ella, se dibu  ja sob sobre re el fondo del p la lacc e r q ue sí reco reconoce noce la fig fi g u ra de otro  con una nota particular, “debe haber un orgasmo que.,.”, introductor de otra dimensión, no dibujable en sus características imprecisas si no es por una demasía de intensidad que su fantasía le atribuye. Pero esto sin menoscabo ni deterioro de su capacidad genital efectiva. Pero toda esta presentación merece un reparo, la for mulaci mu lación ón de u n a re reserv serva. a. Abordémosla pprimero rimero por el co coss tado de la práctica clínica. Nos interesa más -en la medi da que nos plantea un trabajo mucho más difícil- aquel caso donde lloo que acabamos de desdo desdoblar blar en tre tress pe perso rsona na  jes se co cond nden ensa sa e n u n sólo sólo p acie ac ienn te te,, s eg egúú n los ni nive vele less de análisis del material que alcancemos: precisamente allí donde la contundencia opositiva de la psicopatología “es tructuralista” (neurosis/psicosis, etcétera) se embrolla y se desfigura en su límite. ¿Al chocar contra qué? Contra ese fondo común de la experiencia humana que, ajeno a una fo forma rmaci ción ón propiamen propiamente te ppsiquiátrica, siquiátrica, FFreud reud pud pudoo per p er cibir mejor que lo que lo puede hacer el imbuido de aque lla tradición: si psicopatología, de la vida cotidiana. Lle gados aquí, aquí, nu nues estra tra tar t aree a es el el pa paso so que haga hag a ing ingresar resar las  psicosis y ot otro ross fe fenó nóme meno noss en la c o tid ti d ia iann ei eidd ad ad,, re redd o b lan la n  do el modo en que Freud ingresara los funcionamientos y  proced  pro cederes eres n eu euró rótiticc o s. s.99 El mod modelo elo clínico qu que, e, ca capp ítul ít uloo a capítulo, venimos desplegando, es paray nada ajeno a este propósito, al poner en juegono especies movimientos no provenientes del discurso psiquiátrico ni del orden mé dico de la enfermedad. Para el caso subrayaremos las ocultas, plegadas, minimales, creencias delirantes y/o dis  positivos a u t i s t a s es espp e ra rabb le less e n pr prin inci cipi pioo en c u a lq lquu ier ie r a .10 9. Véanse nuestros retratos bien impregnados de cotidianidad del niño del transtorno en Trastornos narcisistas no psicóticos,  Buenos Aires, Paidós, 1995.  Ess tu d io s   10.. Véase 10 Vé ase mi “...pero “...pero adem ad em ás es cierto...”, cier to...”, capítu ca pítulo lo 6 de  E clínicos,  que adelantaba esta cuestión ya en 1979.

 

 No p ro ropp u g n a m o s con es esto to u n a r o m á n tic ti c a abdicaci abdicación ón de la nosografía; nos referimos a cómo el modo “estructuralista” de oponer neurosis y psicosis, amén de muchos otros otr os inconvenientes, re reintrod introduce uce co conn un desplazamient desplazamientoo la dicotomía dicotomía entr entree el hom hombre bre de la nor norm m alida alidadd y eell eenfer nfer mo quedemás el psicoanálisis empezado por levantar. Y es por curioso quehabía aquello se acompaña con un as censo de las neurosis en el escalafón de la psicopatología  psi  p sicc o a n ál álíti íticc a, cu cuan ando do a n t e s qu quee u n a “f ie iest staa del le lenn g u a  j jee ” son fo form rmac acio ione ness do dond ndee t a n to  fr  fra a casa ca sa  nuestra discipli na, cuando las encuentra verdaderamente constituidas. Reencontrado en nuestro camino, promovido a un ran go de much muchoo m may ayor or peso clí clínic nicoo (incluso en la elaboración de criterios para el diagnóstico diferencial), el concepto de la experiencia de la vivencia de satisfacción debe ser adesarma continuación desmontado en está que hechoel niño un objeto para ver ~a de la quémanera y cómo alejándonos de una consideración demasiado global, que lo limitara a una fisonomía homogénea en cada acto de invocación: es preciso llegar a la comprobación de que es unaa experie un experiencia ncia congl conglomerante omerante,, compuesta com puesta ddee un unaa canti dad diversa de cosas, de las que hay que proceder a hacer un inve in ventar ntario. io. Vo Volv lvie iend ndoo a tom tomar ar ssuu im imag agen en socorrida, nnoo se reduce al punto de una boca en un pezón: forman par te entrañable de ella elementos como el deseo materno hacia ese hijo (de tanta incidencia en las cualidades del encuentro), los motivos del mito familiar respecto a qué es un hijo (y sobre todo ése que allí adelanta su boca: el mito también se le mete en la boca; y va en el pezón), el tejido de las disposiciones constitucionales prontas a ac tivarse (el niño pasivo, atónico, el niño cuya violencia orall se ll ora lleva eva po porr delante h a st staa las even eventuales tuales repres represiones iones de la madre, interpelándolas), la huella del padre en el cuerpo materno (lo que Melanie Klein plasmó casi al mo animado pene paterno la sor  pdor edé  pr n d eun n tedibujo in inte teri rio o r id idaa d decomo la melu je jer) r) se seg g ú n u nen a esc escena ena

 

originaria signada por la satisfacción o por la frustración y el desinvestimiento. Una sobredeterminación condensada en la zonaobjeto que tampoco se detiene aquí.

 

Designa la

subjetivaci subjet ivación ón prim ar ia

f Lugares de aposenta miento Caricia

Cu- í'po m al erno

Designa la individuación Espejo

1

®

Rasgo

®

Pizarrón (hoja)

Formas de la ligazón

Trazo

Designa la escrituración Relaciones de acarreo -4  ---------  

^

  -------

Tras los pasos de la niña de la tiza, le opondremos un fragmento de material por entero diferente, extraído del

 

análisis de un niño de 7 años, aquejado de muy notorias inhibiciones, las suficientes como para que mereciera el título de fóbico, título aquí bien legítimo por poco que se consideren sus dificultades en el movimiento pulsional. En la ocasión que evocamos, entra a la sesión refunfu ñando (lo que no es su hábito), viene acompañado por su madre (siempre hace solo), sesólo dirige a ella con un tono de la voz que unlopsicoanalista puede asociar a regre sivo;  trae además un abultado paquete de galletitas. Es un gran dibujante, no considerándolo desde el punto de vista estético sino como paciente, ya que la mayor parte de su producción de material aflora por este medio. Plan tea sus cosas dibujando y, sin una destacable facilidad, dibujando siempre se las arregla. Pero en esta sesión, después de vacilar visualmente ante las hojas y los mar cadores, se sienta, come, y no hace más nada. En tanto el  paa q u e te es v e r d a d e ram  p ra m e n te g ran ra n d e la s itituu a ció ci ó n puede  proo lon  pr lo n g a rse, rs e, con él d evor ev oran ando do de u n modo apre ap resu sura rado do,, ansioso (no espera a terminar con una cuando ya está in troduciendo otra en su boca). Enseguida echamos de ver un trazo diferencial rele vante: él viene -por lo que sea- en un estado de resisten cia inédito en un niño destacadamente fecundo en aso ciaciones, pero no por eso se come la tiza, trae con él comida genuina. Queda temporariamente inhibido   de agarrar tiza o lápiz y pasar a la hoja o al pizarrón, espa cios donde suele moverse con mucha soltura. En cambio, muy quieto, salvo la boca, se atraganta, se atosiga. No obstante, los instrumentos que pueden ligarlo a aquellos espacios no son destruidos,   se conservan intactos. Por eso, terminado el paquete, ya hacia el final de la sesión, se decide a borronear algo. Tal relativa fluida reversibi lidad la conceptualizamos primeramente entendiendo que no no se se tra ta de una un a situación agujereada, ni en su ma ma no ni en la conjunción potencial de ésta con un instru mento de escritura se manifiesta agujereamiento alguno.

 

Pequeño en sí mismo -pero, ¿hay material pequeño?-, este fragmento resalta para el diagnóstico diferencial en su rasgo de contraste con el primero. Por lo demás, el día anterior el niño había venido a sesión con un cuento es crito a medias que entonces terminó de compaginar, dis  poniendo y pe pegg an ando do h o ja jass en el fo form rmat atoo de u n lib libro. ro. El cuento llamabasu“El arroz con leche”, el que se se apasiona protagonista, un niñoalimento varón, por según era de esperar. Tanto engulle un día que la panza se le  pone  po ne hhee c h a u n globo d esco es com m u na nal;l; no p u ed edee m over ov er b ra razo zoss ni piernas, sólo esa panza guarda cierta movilidad. Re vienta finalmente, y sus padres se encargan de llevarlo a una tumba. El desenlace es algo ambiguo. Por una parte el héroe atiborrado retorna de noche (en forma de esqueleto), aparentemente para vengarse, puesto que se dedica a asustar. Por la otra, la mañana siguiente a la primara vnoche, cuando la familia se sienta a desayunar y es la hermana quien ahora desea atracarse (de tostadas), la madre recurre al expediente de darle en su lugar un pe dazo de jabón. (En este punto intervengo, comentando que seguramente lo hace para evitar que le ocurra lo mismo que al muchacho demasiado goloso). Es relativamente fácil para el analista remitir el pos tre tan excesivamente consumido al elemento de lo ma terno y reconstruir una suerte de conjunción desmedida, incestuosa entonces, oral. A su vez, dándole jabón inco mest me stib ible le,, antigolosina, antigolosina, a la he herm rman ana, a, la ma madd re de dell hér héroe oe introduce un término separador, toda una incitación a destetarse por la vía de un objeto repugnante en la boca,  prá  p ráct ctic icam amen ente te u n vom vomitiv itivo. o. La m o rale ra leja ja p ar arec ecee b a s t a n t e obvia, Por el contrario, el comerse la tiza de la primera niña no se refiere al desenfreno de un placer libidinal por eso mismo peligroso; conspicuos indicios clínicos lo colocan •en el registro del agujero en el cuerpo -en lugar de un

 

cuerpo demasiado llenos y de un malestar angustioso él sí devorador, en la medida en que, a su vez, lo inaccesi  ble del p iz izaa rr rróó n lo co conv nvie iert rtee en u n ag aguu je jero ro po porr don donde de la niña se cae y su posibilidad de diferencia desaparece.

Más o menos las cosas nostodo han unidimen llevado a considerar como tácitamente, aún muy pobre y sobre sional la mirada que se ha echado sobre la caricia en la mayoría de los casos. Hemos dado algunos primeros pa sos apuntando a hojaldrarla, pensándola tal como un verdadero dibujo, vale decir, en pleno derecho una escri tura tanto del propio cuerpo cuanto del materno. No siendo la caricia un concepto en psicoanálisis, por eso la relacionamos a uno, y de gran peso metapsicológio, como es la experiencia de la vivencia de satisfacción. Aun así, hay que tomando y midiendo lacado distancia coniloores  pecto a useguir n em empi piri rism smoo siem si emp p re sim simpl plifi ifica dor, r, del est estil de “técnicas corporales”, siempre disponible y dispuesto a aplanarlo todo sobre una ideología del “contacto”. Por el contrario, sólo el psicoanálisis dispone de medios de re flexión para reconocer los componentes, los diversos ele mentos que trabajan en el interior de una “simple” cari cia. Cuanto más simple el fenómeno, menos simplista es capaz de ser la perspectiva analítica: 1) En un cierto orden de aparición debe destacarse la li  bee r a lilidd a d de la ca  b cari rici ciaa o del ab abra razo zo com comoo ta tal,l, te tenie niend ndoo en cuenta que el hecho de su concreción es ineludible, indispensable; sin él, el niño no dispondría de mate riales para erigir su narcisismo tan primario como ló queramos (o aun originario).1Entonces, este hecho 110  pued  pu edee fa faltltaa r, no es s u s tititt u i b l e por p a la labb r a s n i por mi tos ni por “estructuras” de ningún tipo. El niño debe 1. Teniendo en cue nta la distinción de desarro sarro llada por Pie ra Aula Aulaggnier -de seguro en sus textos, como en los de pocos, se posibilita una

 

ser acariciado, debe acariciar al otro y debe acariciar se, abriendo esa diseminación autoerótica que va pro gresivamente escribiendo su cuerpo (y no sobre él, co mo en la teor teoría ía clási clásica ca de dell ap apunta untalam lamiento iento).2 ).2 2) Pero a nadie puede extrañar que el método psicoanalítico ilumine que enarla una mano sólo mano. Y no só sól lo por loim imag agin inar la ca carg rgad adaanodeeslib libid ido. o.laM Meno enoss conjeturalmente, conjetural mente, a pa part rtir ir de lo loss Tr Tres es ensayos... ensa yos...  hemos ido vislumbrando y descubriendo un entretejido de equivalencias funcionando funcionando aactivam ctivam ente en el ccuerp uerpoo y no sólo funcionando, constituyendo su nervadura: lla marlas “simbólicas” puede oscurecer la conjunción de factores constitucionales y experienciales en su exis tencia (a menos que el “simbólico” se despegue un po co de su connotación lacaniana, inclinándose más ha cía la visi visión ón es estru truact ctu ral l de Lévi-Strauss), O eslome menos nos equívoco remitir lau ra huella -que no precluye gené tico- y a la esc escritur ritura. a. Como ssea, ea, muc muchas has de esta estass eq equi ui valencias están presentes de entrada: Daniel Stern las ha recogido en su concepto de percepción amodal,  poniend  pon iendoo fin fin,, ¡e ¡esper sperem emos!, os!, al m ite it e m a de la pe perc rcep epci ción ón congrua con lo concreto, homologa del pensamiento congruo con lo abstracto; dos mil quinientos años de  plato  pla toni nism smoo p en endd ie iend ndoo y p es esan andd o so sobr bree el p s ic icoo a n á li li  sis. Francés Tustin, paralelamente, habla de “series series que habría que pensar si se co de sensaciones”, nectan y cómo a la secuencia de Winnicott.3

reflexión teórica sobre el acariciar y su estatuto- no para echar aún ' más atrás atrás,, en aalgú lgúnn nuevo neoarcaismo, el narcisismo, co com mo pensa pen san n do en las operaciones que son condición eficaz y no contingente de su origen. 2. En el término “autoerótico” conviene retener el semantema esencial de lo que no tiene un centro organizador al cual remitirse -y somete som eters rse-, e-, haci haciendo endo a un lad ladoo las res resonancias onancias míticas que at ates esta tann el “autos”: autosuficiencia, autoengendramiento, etcétera. mundo ndo inter3. Véanse para percepción amodal, Daniel Stern:  El mu

 

Todo esto para entender que cuando la mano se estira! y toca se encienden otros circuitos: el cuerpo no es solo' un pegado, es un enredo también. “Con esto, yo muevo a Sirio”: acaso, más seguro conmuevo lo viscerorreceptivo o| altero alte ro algo algo en mi voz, voz, añadié añadiéndo ndole le un u n m atiz que no ten tenía. ía. Más se desplegarápor todo trabajo ción ytarde de recubrimiento lo un verbal, perodela resignifica serie es an terior e independiente de él y su vinculación, estricta mente suplementaria. En su propia clínica de antropólogo, Lévi-Strauss lle gó al mismo punto con su “lógica de las cualidades sensi  ble  b less ”.4 ”.4 P o d r ía r e c o rda rd a r que qu e fue él q u ien ie n me orie or ient ntóó en la comprensión del temor fóbico a los ruidos y sonidos fuer tes, haciéndome notoria su equiparación inconsciente a otras intensidades sensoriales, como el movimiento deshinibido, ción genital, desencadenado, otra violencia,o ola su emergencia mismo olor, de neurótica la excita mente repelido. Ergo: una mano que toca nunca va sola, sin una dise minación de resonancias multiplicadoras que lleva el se llo de la singularidad. 3)- Merece al menos tácticamente un desglose aparte el elemento1de la voz, sobre todo considerando el largo contrapunto que se establece entre la del niño y la de su madre m adre y otras personas. perso nas. Es un u n viej viejoo lugar lug ar común común el registro, en el lenguaje común y en el literario, de las notas táctiles de la voz. “La voz seca de un médico pe pe  p e rs o n a l d e l in fa n te   (Buenos Aires, Paidós, 1991) y, para el segundo concepto, Francés Tustin:  E s ta d o s a u títíss titicc o s en los n iñ o s,  de esa mis

ma editorial, 1988. 4. Y ba sta nte an tes que el psicoanálisis pu ed a da r todo todo su pes peso  L o crudo  elemento eleme nto de lo musical sin fundirlo fund irlo en el lingüísti lingüístico. co. Véanse Vé anse  Lo  y lo coc cocido ido,,  ya a partir de su Obertura:  M  Mit ito o ló lóg g ica ic a s,   México, FCE, salv lva a je, je ,   México, FCE, 1964. 1966, t. 1, y  E l p e n s a m ie n to sa

 

dante no cura a nadie” decía José Itzigshon hace mu chos años, cuando despuntaba en Buenos Aires una carrera de psicología que lo tuvo como uno de sus pri meros profesores, indicando así la incidencia del com  poo nent  p ne ntee m usic us ical al en la tra tr a n s f e r e n c ia (lo que qu e es m á s in in  teresante Para el  pa  paci cien ente te,, eals tanom user s ica ic a lid liéld aun d sepsicoanalista). e x tie ti e n d e m eton et oním ímic icaamente: cada consultorio, por ejemplo, tiene la suya, y hasta la hora de una sesión influye en eso, como no se ría lo mismo escuchar una serenata de Mozart en un  ja  j a r d í n al ata at a rde rd e c e r, m ezcl ez clan ando do los sonid so nidos os con los ro ro  ces del crepúsculo en deliberación, que por la radio en un sitio demasiado encendido y ruidoso de domesticidades. Nos resta mucho por investigar de los timbres, de los ritmos, de las gamas entre el forte y el piano, de los crescendi, según se ponen enjuego en aquellos con trapuntos y según su régimen de producción de fehómenos subjetivos, según afectan,  afectúan 3o afectivo. (Por esto mismo el desglose, por la rápida asimilación de la voz al lenguaje brdenado bajo los parámetros de la lingüística, lenguaje -curiosamente- tan poco su perp  pe rpoo nibl ni blee a aqu aq u e l en que qu e se i n t e r e s a el p sic si c o a n a lis li s ta en los trajines de su práctica.) En un u n a sesión con con un niño de 4 años deci decido do interv int erven enir ir ironizando sobre la postura fálica que asume y sus abruptas incongruencias. Me aprovecho de un cochecito que ha estado intentando la proeza de andar sobre un costado en dos ruedas solamente, siempre desembocando en una patinada, revolcón o choque, lo asocio a sus com  port  po rtaa m ien ie n tos to s coti co tidi dian anos os (así (a sí como a u n dibujo dib ujo dond do ndee la cabeza del niño se emparejaba a la altura del sol, en una  poo s tura  p tu ra corp co rpor oral al obli ob licu cuaa como como la del auto au to,, Icar Ic aroo en el a i  re) y le digo que este cochecito pretende hazañas desme didas para al mínimo contratiempo descolgarse con un “ay mami mami mami”. El tono de esta intervención pro-

 

voca en mi paciente esa explosión de risa que Freud fue el primero en registrar como índice de un ser tocado el inconsciente por la interpretación: pero la entonación  (que además implica una oferta de juego así como una desposesión por parte del analista de lo que Winnicott llamaba “ínfulas de profesional”),5-que él reproducirá á menudo de ahora en adelante, ade lante, convirtiéndola en una un a co con traseña entre nosotros-, no un significante lingüístico ni un contenido semántico comunicado según las reglas. P ar araa llegar aall punto es m enester ene ster escribir así así mi interven ción:

¡ay mami mami mami mami! ' (El (El p entag en tagram ram a lo hago discontinuado p ar araa dej dejar ar constancia de lo aproximativo de mi canto en relación a lo “bien templado” de la música occidental desde finales del siglo XVII.) Con la imprecisión anotada del caso es visible el trazó descendente y -por apretado de lalacontigüidadel cro matismo de la fraselotransmitiendo caída a pique del  pequ  pe queñ eñoo e iinn c o n s is iste tenn te Icaro Ica ro.. (Pro (P roce cedd ien iendo do así, as í, además ade más,, la voz del analista tiene la posibilidad de alcanzar els:  puu n to del f a n tas  p ta s m a fóbico fóbico de cuer cu erpo po en peligr pel igro( o(s) s) t a l cual cual 5.

Véase “El valor de la con sulta te tera rapp éu tica ”, en  Ex  Explo plorac racion iones: es:    p  pss ic o a n a lí líti ticc a s II, II ,   Buenos Aires, Paidós, 1989; texto notable para cualquier discusión contemporánea sobre la p  po o s ic ició ión n  del psicoanálisis en el campo de las psicoterapias.

 

lo revela un sueño típico bien conocido, atravesando la compostura de la omnipotencia del niño falo en que de otro modo podría enredarse; numerosos elementos de la teoría psicoanalítica incitan a ello).6 La voz no es entonces un accesorio del trabajo analíti co, un “soporte material indiferente” -fórmula de la que gustan Lacan y los “lacanianos”-, correa de transmisión de significados “profundos” (como en el kleinismo) o de significantes lingüísticos; es al contrario un elemento ca  pital irr ir r e d u c tib ti b le de lo más m ás n u c lea le a r de la l a inte in terv rvee n ció ci ó n del analista y un elemento que constituye una dimensión que no puede faltar para que haya verdadero espacio analí an alíti tico, co, verda ver dader deroo espacio espacio de juego tran tr ansic sicion ional. al. Y todo esto a fi finn de de cuentas cuen tas depende del del que sea -ap -a p a ren re n tem te m e n   prr im e r   te en todas las culturas humanas conocidas- él  p instrumento musical. (La importancia del punto merece una vigilancia cuya necesidad debiera enfatizarse en to das las políticas de transmisión en cuanto a desmarcar nuestra práctica de una actitud intelectualista que se manifiesta en tantas “lógicas” del sentido, merece subra yarse, merece los paréntesis. Aquellas políticas deben hacerse responsables de que el estudiante y en general el 6. Alusiones, Alusiones, que fácilmente pa san inadv ina dv ertidas, ertid as, a la dimensión dime nsión fundamentalmente musical   del significante se encuentran en el “Tú  La a s p s ic o s is , de Jaceres el que me seguirás”, cap. XXII del seminario L ques Lacan (Barcelona, Paidós, 1984) donde se insiste sobre el “acen to” y el “tono” de la frase (cuestión que no deja de reaparecer en otros capítulos) amén de zaherir la dependencia de la gramática que carac teriza al aprendizaje escolar del lenguaje. Las mismas incursiones de Lacan en lo que denomina “el zumbido” del discurso, en la “vocifera ción”, “el alarido”, remiten al mismo fondo musical por otra parte no asumi as umido do en su s u m ag nitu d por el que lo está es tá reconociendo reconociendo desconocien desconocien do. Entre todo esto, el término acento se impone por su conjugación de dos dimensiones esenciales: la del ritmo  (toda acentuación genera di ferencias rítmicas) y la de la intensidad   “afectiva” (toda acentuación genera diferencias de intensidad que afectan lo corporal del ejecutan te y del oyente).

 

 jo v en cole  jov colega ga n u n c a p ie ienn s e n e n l a voz y si siee m p re piense piensenn en la significación de un modo hiperracionalista, y tien dan a sobrevalorar desmedidamente las diferencias “teó ricas” en el interior del psicoanálisis, creyendo  que de ellas depende la curación o su fracaso.) k

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4) El mismo pun punto to que acabamos acabam os de co consid nsidera erarr li libe bera ra con más claridad otro ingrediente importante del aca riciar: la palabra en ese sesgo en que algo de ella se desborda, ambiguamente, con la voz. En toda expe riencia, de las que estamos investigando, hay pala  brr a s qu  b quee p a s a n a f o rm a r p a r t e de dell co conj njun unto to “car caricia icia’’’, de su conglomeración. Incluso en el plano bien con creto de de su sen sentido.7 tido.7 E n re realid alidad ad uuno no de llos os ra rassgos más importantes de ella es no quedarse restringida a su mismo, al sistema la palabra, lo que La cancampo no deja de destacar en sudepintura del significan te (por ejemplo, insistiendo en sus encarnaduras his téricas) y no deja asimismo de neutralizar por medio de su logocentrismo. 5) E ste mismo acto acto de esc escritu ritura ra del cuerpo tiene oottro componente inevitable en el mito familiar. Hemos in sistido supongo lo suficiente (lo que luego cada situa ción ci ón ddee en enseñ señan anza za re revela vela eenn su no b as astar tar)) en su no es tar por fuera ni siquiera de un modo solamente relación acontecimientos más  pnarrativo  pia iam m e n te en co corp rpo o ra rale less dea los la su sub b je jetitivv ació ac iónn del de l nniño iño.. pro Más aún, lo propio de una perspectiva clínica es concluir  7. V éas éasee el “qué fea que es” como como elem ento en to de caricia car icia nega ne gativa tiva en la constitución de una experiencia de vivencia de satisfacción depri mida en el capítulo “Crónica de una depresión temprana” correspon diente á Cristina Fernández Coronado -R. Rodulfo (comp.): Pa gar de de  más,   Buenos Aires, Nueva Visión, 1986-. Puede cotejarse el punto a la luz de mi emplazar lo decisivo de que el niño sea vivencia de satis facción de la madre; véase “Sin espejo”, capítulo final de  E  Ess tu d io s clí nicos,

  ob. cit.

 

que en ningún ning ún lado lado funciona funciona de modo modo tan ta n contunden contun den te como en la manera en que se acaricia o se deja de acariciar, se acoge en plenitud o con un abrazo tenso o desencontrado, a un bebé: todas esas maneras y cualesquiera otras “dicen” qué es esa pequeña criatu para  bralem  ble m e n te: teel: mito. ¿es congr coPiera ngruo uoAulagnier en ese m ito itlo o psubrayó a r t i c u lar lainmejora r el n a c i miento de un hijo con algo del orden de “hay placer”, “el placer existe”? 6) Por vías de consideración distintas, más de una co rriente psicoanalítica ha señalado la importancia de la huella del del padre en la la madre -con todas las varian va rian  tes empíricas que podamos imaginar- y antes de ser ésta una consideración conceptual fue un hecho con que la práctica se tropezó y tuvo que reconocer, típi camente en la figura de esa m adre cuyo acariciar -lievado hasta el colecho- comunica su represión^o su insatisfacción genital, lo desvaído que deriva anagramáticamente en desviado de su vida erótica. O bien, con no poca frecuencia, se tropezó con una abuela en esa posición, ensombrecida por más de un duelo im plan  pl ant( t(e) e)ad ado. o. El cuerpo que viene del orgasmo, que lo frecuenta, abraza distinto. 7) Lo que a su vez vez deja espacio mejor p a ra el elemento elem ento de la caricia paterna, masculina, o para el elemento masculino de la caricia, tan poco puesto en juego en nuestros textos en la medida misma en que encerra mos al padre en la triangulación edípica, la ley y re ferencias sobreabundantemente similares. Es raro encontrar unas líneas en la literatura psicoanalítica dedicadas al tocar de un hombre sobre el niño, a sus especificidades lúdicas potenciales, al elemento viril del cuerpo a cuerpo en juegos físicos que raramente emergerían en una mujer (a menos que dispusiera de un archivo de escenas con su padre o sustituto al res

 

 pecto, lo cual cua l es r a r o ) .^C .^ C a re ress títíaa tan ta n to m á s cu curi rioo sa por la relativamente abundante nostalgia de un contacto directo siempre frustrado que campea incluso en el material de pacientes adultos como algo que les faltó en su historia y en su cuerpo. 8 ) En ese l acariciar, enintervienen su em emerge ergencia ncia y trazad trazformando adoo a medida queel despliega, también par te regulaciones concernientes a la problemática del  pode  po derr e n tr tree los chicos y los g ran ra n d es, es , va vale le decir, reg re g u  laciones políticas y de lo político en la familia, y que el psicoanálisis acostumbra reducir, sin pensarlo mu cho, a la prohibición del incesto. Clínicamente consi deradas, estas regulaciones limitan (dejando subsis tir partículas que no parecen poderse impedir, ni siquiera estamos seguros de si sería deseable  impe dir):" disponer del niño/a comoy un paqueteelementos o accesorio del cuerpo del Otro; disponer explotar de la sensorialidad sensualidad del niño como si fuese 8. Teóricamente, el punto es abordado minuciosamente por Jessica Bqnjamin (véase el capítulo III de  L  Lo o s la lazo zoss del de l a m o r , Buenos Ai res, Paidós, 1996); la primera, en nuestro conocimiento, en encarar una vinculación de padre con hija e hijo no mediado   por la madre ni en el interior de una estructura que lo deja siempre en tercero (jes verdaderamente interesante que esta consideración independiente  Ell yyo o y el ello el lo-, -,   haya sido iniciada por Freud! -véasela por ejemplo en  E dando así de una sagacidad clínica infre cuente, así pruebas como es suplementarias sugestivo que esas indicaciones leves, dispersas,  pero  pe ro re p e tid ti d a s , q u e d a s e n i n a r t ic u la d a s y lueg lu egoo r e p r im id a s a posterio-  ri   a medida que el carácter “nuclear” del complejo de Edipo hegemoniz,ara imperativa e imperialmente el pensamiento freudiano). Más allá de esto, excepcionalmente, Paulette Godard consigna el  pu  p u n to de lo loss ju juee g o s c o rpo rp o ra rale less p a d re-h re -hijijoo e n s u “¿E “¿Exx is iste te el p a d r e del  beb  b ebé? é?”, ”, Re  R e v ista is ta de A M E R P I ,   n° 3, México, 1996. 9. Las advertencias de Benjamín (ob. cit.) sobre una sexualidad “desinfectada”, “sánitarizada”, toman su valor aquí. Podría seguirse al respecto todo el complejo trayecto del motivo de la contaminación   en Derrida.

 

una entidad sólo corpórea,  sin alteridad subjetiva en esa carne; disponer del potencial erótico erotizable del niño en su conjunto -no sólo físico, físico subjetuad£- para compensar y equilibrar frustraciones y pri vaciones en la vida sexual de los adultos (probable mente, lo que La el sola psicoanálisis tendió a pensar como “seducción”). enumeración es útil para solici tarr la pregun ta preg unta ta por en qué qué medida estas distintas co sas caben sin violencia en la prohibición del incesto globalmente considerada y en la terminología a que diera lugar, lugar, incl incluida uida la más moderna: castración sim  bólica, sim si m bolí bo líge gena na,, N om ombr bree del P a d r e , e t c é t e r a . 1" So  bree todo  br todo,, y a d em emáá s, d a d a la p a r t i c u l a r m ito it o p o líti lí ticc a s e  xual que suste su stenn ta todas esta estass enunciaci enunciaciones, ones, donde eell término “ley” es siempre altamente congruente con el de “nos p a d rpeue ” así as ince cest ” con “aml iasdt ar er”.1  No ued d eí como s o rp rprr eeln ddee r““in qu que e sto elotuf tufo o pela t de e r n“m e 1  polít lític ico, o,   término sultante ahogue la percepción de lo  po sin el cual nos perdemos en estas cuestiones. Pero está claro de todas maneras que, aun constriñéndose do se a la noci noción ón ddee “prohib prohibición”, ición”, é st staa no po podría dría sser er eenn te tenn  dida como prohibición “de” la caricia, del acariciar, sino al modo de una cualificación ingrediente en su composi ción interna, por eso mismo la enumeración que estamos intentando. Por ejemplo: acariciarás a tu hija como si fuera un apéndice tuyo, “No un objeto de tu propiedad”. Al go ganaríamos, probablemente, liberándonos de la tenaz inercia que identifica prohibición con borde  -siendo el  bordee cosa de llaa c a r ic  bord icii a -, ima im a g in inaa n d o é s ta en la e n t r a ñ a : 10. Respecto a la segunda regulación, cuya violación define un es tilo verdaderamente perverso (hay muchos abusos analógicos y meta li n e a c ió n en las la s   fóricos de este concepto) consúltese Khan Masud:  A lin  perv  pe rver ersi sion ones es,,  Buenos Aires, Nueva Visión, 1991. 11. Véase Benjamin, J., ob. cit. Al respecto puede consultarse todo lo desarrollado en nuestro medio sobre este tema por Ana Fernández y Eva Giberti.

 

 fig g u r a al   borde no es lo mismo que creer que  fig  figur ura a, que  fi el borde. Y adem además, ás, aun au n haciendo constar con star do doss disposi disposicion ciones es es  poo n tá  p tánn e a s del niño ni ño al res respe pecto cto::

- a proponer activ activam amente ente regulaciones que eell psi psico coa a nálisis en general le supone únicamente recibidas ; - a jug ar con eell límite límite -y sin esto esto no hay nada na da que que val val ga denominar así o lo que es lo mismo funcionaría muy mal así-, y para esto debe poder jugar lo incestuoso mis mo, transformarlo en un material de juego como cual quier otro, fuente de malentendidos para la habitual re ligiosidad del tipo de “las tablas de la Ley”. (Así,, Framp (Así Frampoi oise se D Dolt oltoo escribe lap la p id idar aria iam m e nte nt e que el ni ño debe renunciar al incesto hasta en sus pensamientos.  Pero, ¿qué tipo de proceso podría hacer un niño sin sus  pen  p ensa sam m ien ie n to tos? s? ¿Qué qu quee no f u e ra liliss a y llllaa n a m e n te re  pre  p resi sió ó n,  y de la más patógena? Pues se podría bien decir: “aquello a lo que renuncio hasta en mi pensamiento re tornará como real”. Precepto tanto más raro cuanto que la misma Dolto olto se ha encargado de señala señ alarr la frontera fronte ra in cierta y riesgosa entre prohibir el deseo incestuoso  y pro hibir el deseo inc  inces estuo tuoso so).1 ).12 Formular estas sugerencias para un trabajo desconstructivo en torno de la prohibición y sus políticas se lo  pued  pu edee h a c e r inv in v ita it a n d o a p e n s a r que qu e lo incestuoso debe  entrar en en el juego, es trabajable por(De su quetrar ninguna “ley”  que ajenasólo al juego es eficaz.

medio y aquí po dríamos derivar hasta la función de los “juegos de mesa” en la subjetivación del niño.) El interés clínico nos aconseja, por otra parte sobre la importancia de no confundir interferencias intrusivas,

12. La taja n te sentencia sente ncia se en contra co ntra rá en “El complejo complejo de Edipo, Edipo, las etapas estructurantes y sus accidentes”, en  E  En n el jue ju e g o de l dese de seo o, México, Siglo XXI, 1983.

 

dado el conflicto siempre latente entre pareja sexual y fa milia, con prohibiciones necesarias y “simbolígenas” (Dolto). Las primeras se pueden disfrazar -y no es raro que un psicoanalista o un psicólogo alquile los trajes- de  ju  j u s t a in inte terv rvee n c ió iónn del te terc rcee ro pe pero ro de he hech choo le lesi sioo n a n o  pmente  pe e r tu turr bfusional. a n la c o nContrariamente, st stitituu c ió iónn de u n aelzo zon n a objet objeto o aniños d e c u a dpe a trabajo con queños no hace sino valorizar en todo su peso la inciden cia de un trab trabajo ajo de la función pa pate tern rnaa (así ccoomo por otra  paa rt  p rtee , u n tr traa b a jo de la fu func nció iónn a b u e la la)) d e s tin ti n a d o a fa favo vo recer la constitución de un denso tejido entre madre e hi  ja/o..  ja/o El despliegue simultáneo de todos esos elementos ha ctee que lo que creíamos un dedo sing singula ular r tocando un una a p pa a r determinada de (otro) cuerpo resulte una verdadera orquesta, tanto si la caricia es autoerótica como entre dos. (Tampoco el autoerotismo es entendible sin el entre tejido del entre.) De ordinario no hace falta detenerse a individualizar uno u otro de estos componentes, salvo cuando cua ndo la con consulta sulta no noss impone ddee un unaa falla cuya cuyass aartic rticuu  laciones necesitamos despejar. Allí nuestra “lista” pon drá a prueba su valor en el diagnóstico diferencial. Pero aún tenemos dos elementos pendientes. 9) Remitiéndonos, si lo queremos, a la conclusión de Freud sobre la inexistencia de una libido pasiva -afirmación que pude coexistir en buena sociedad con distintos retratos de niño pasivizados en la teoría-, tanto la práctica clínica como la observación (aun aquella extraña a criterios psicoanalíticos) son con tundentes en lo que hace al  pe  peso so  de la espontaneidad del niño en su emerger no calculado. Ningún acari ciar genuino formadesinlaella, Y ni siquiera basta yay con seguir el se trazado distinción entre reacción

 

respuesta que propusiera a su tiempo Piera Aulagn ier; ie r;11:| por mucho po potencia tenciall de polimorfid polim orfidad ad que teng te ngaa esa capacida capacidadd de responder respo nder hay que dar d ar un u n nuevo pa so y reconocer la capacidad de propuesta espontánea  como la dimensión más propia y consustancial de la subjetividad desde sus más remotos albores. Es como decir, también, de la voz concreta en que se encarna lo constitucional en la medida en que pone algo muy  poder  po deros osoo de las la s c u alid al idad adee s y de las la s c o lor lo r a tur tu r a s de ese  propo  pro poner ner,, como como se m u e s tra tr a por c o n tra tr a ste st e cuan cu ando do acci dentes genéticos o congénitos entorpecen aquella emergencia del proponer y limitan severamente al niño constituyéndose además en una pesada exigencia de trabajo para las funciones del medio. Pero dejando eso a un lado, en los niveles de deman da que operan desde el principio en todo bebé, en los acentos quecomo privilegian relativamente taleno los cualritmos zona del cuerpo zona erógena potencial, de las primeras manifestaciones, reconocemos tanto las modalidades más singulares y espontáneas de un niño -incausadas por la función ambiental- como su enraizamiento en particularidades biológicamente reguladas. 10) Como al otro extremo, la  N  Na a c h tr trá á g li licc h k e it   de Freud, lo que se ha traducido por a posterior posteriori, i, movimiento de vuelta a significar hacia atrás, que repetidas veces en el curso de la historia moldea de nuevo y en lo nuevo el dibujo y los colores del acariciar(se). Que esto ocu rra varias veces -como cuando la caricia sobre el clítoris desemboca en lo no esperado del orgasmo mar cando una época de “pre” puberal- complica insondablemente cualquier planteo esquemático de las relaciones sincrónico-diac sincrónico-diacrónico. rónico. Las remodelacio rem odelacio 13. ción.

Ya en las prim era erass pá página ginass de  La

viol vi olen enci cia a de la in ter te r p r eta et a

 

nes de la experiencia de la vivencia de satisfacción, sus “saltos cuánticos” (Stern), de por sí un capítulo abierto en la investigación psicoanalítica, afrontado de hecho por el practicante y a la vez no suficiente mente subrayado. Consideremos para el caso al niño  dél relato, ese que empieza a intere inte resa sarse rse por las fo fottos “de cuando era chiquito” y a preguntar “cómo era”, “qué hacía”, etcétera. En nuestro trabajo, localizamos allí un trabajo del trazo, de su narración, que arma un niño ficcional en “la hoja de papel” del cuento y de las novelas individuales, neuróticas o no: he aquí una completa remodelación de la caricia que no deja in tacta una supuesta arkhé   inaccesible ni podría arra sar sin “consideración por la figurabilidad” alguna, huellas que mación estatuidas ponen sus y enpropias diversos condiciones cursos dea todo transfor vol ver a significar. Hemos insistido en otros lugares sobre la tendencia a hacer del a posteriori  un movimiento tan lineal como aquel que en su momento de forjación venía a compleji zar y sobre la no menos conspicua tendencia a concebir la vivencia de satisfacción como una experiencia  y  ya a con co n cluida  en un pasado p asado remoto, remoto, inalcanzable inalcanza ble por las perici pericias as  ya  y a pasó pa só..  Clínicamente hablando, es his histór tórica icas,1 s,1 4 algo que ta manera de considerar las cosas vuelve impracticable  ,el concepto; le deja el dudoso estatuto de una finta “teó rica”, de erudición “metapsicológica” supernumeraria. El lugar de la experiencia del orgasmo es probable mente uno de los mejores materiales para historizarla y  para  pa ra s u d e sma sm a rc rcac ació iónn de l a o r a lid li d a d que qu e desd de sdee u n p r i n  14.

Véa Véanse nse los cap capítulos ítulos “N otas sobre la resignificació resign ificación” n” (c (con on la co co

más , ob.temprana laboración devivencia Marisa Rodulfo), en Pagar cit., y “La expe riencia de la de satisfacción y la de patología grave”, en E s tu d io s clín cl ínic icos os,,  ob. cit.

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