"Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mio es tuyo" (Lc. 15, 31)

January 4, 2018 | Author: Daniel Albarran | Category: Pope Benedict Xvi, Book Of Exodus, Parables Of Jesus, Jesus, Bible
Share Embed Donate


Short Description

Descripción: Retiros espirituales a partir de la parábola del hijo pródigo...

Description

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31) Retiro Espiritual de sacerdotes, Caripe del Guácharo (15-19 de noviembre de 2010)

P. Daniel Albarrán (Facilitador y Director del Retiro)

Título: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31) Retiro Espiritual de sacerdotes de la Diócesis de Barcelona, Caripe del Guácharo (15-19 de noviembre de 2010) Autor: P. Daniel Albarrán Email: [email protected] Página web: daniel-albarran.blogspot.com

Precisión del método y del estilo de este retiro Para comenzar nuestros días de retiros, vamos a precisar el camino que vamos a andar, con la asistencia del Espíritu Santo, que nos ha de conducir, según se puede parafrasear del evangelio de San Lucas cuando dice que Jesús fue al desierto después del bautismo en el Jordan. Dice el evangelista que Jesús “era conducido por el Espíritu en el desierto” (cfr. Lucas 4, 1-14). Esa afirmación de Lucas implica la asistencia trinitaria. Va al desierto, pero conducido. También nosotros. Vamos al retiro con la certeza de estar conducidos. Eso nos evitará cualquier posibilidad de sucumbir ante las penurias que nos vengan en el desierto. Y tomemos como parecido a desierto, como lugar solitario y lejos de la civilización y de nuestros mundos cotidianos, el lugar del retiro espiritual de este año (Caripe del Guácharo). Y como experiencia de “conducido”, el hecho de no hacer una separación de nuestra realidad sacerdotal, en comunión con la Iglesia de todos los tiempos, al cumplir el mandato canónico de realizar retiro espiritual una vez al año (cfr. Canon 276, # 4). Y ya eso, nos da la certeza de la sumisión, y la experiencia de cumplir lo que nos corresponde, en total y absoluta obediencia. Eso nos asegura la “conducción del espíritu en el desierto”; y más aún, de estar “lleno de Espíritu Santo”, como en el caso de Jesús (cfr. Lc. 4, 1), para cumplir el mandato del Padre, en el caso de Jesús, en y con el Espíritu; y por el mandato de la Iglesia, en el caso nuestro, también asistidos por el Espíritu, que es al fin y al cabo obra suya, que no es otra cosa que la misma de la Iglesia. Eso por una parte.

4

El objetivo:

Por la otra, vamos a precisar el objetivo de lo que vamos a hacer “en el desierto”. San Mateo precisa que “para ser tentado por el diablo” (Mt. 4,1), en el caso de Jesús. En nuestro caso, no tanto para semejante reto y compromiso, sino porque es preciso que según Tradición de la Iglesia, volvamos a tomar conciencia de que hemos sido llamados y enviados (cfr. todo el capítulo 15 del evangelio de San Juan). Y esto nos precisa el objetivo. Es decir, para volver a hacer contacto con la misión a la que hemos estado siempre vinculados. La tentación podría presentarse en el caso de que se nos olvide que no es nuestra, ni mucho menos, la misión y tarea, sino que es de otro, de quien es la iniciativa. Y si por debilidad nuestra hayamos invertido el orden, al colocar como nuestro lo que no es, y nos hayamos aferrado a esa pretensión; entonces, podamos recapacitar y comprender que el núcleo de toda tentación es apartar a Dios para que pase a ser secundario, o incluso superfluo y molesto, poniendo orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, Primera parte, desde el Bautismo a la Transfiguración, Editorial Planeta, Bogotá, 2007, p. 52). Ese es el objetivo de nuestro retiro espiritual, por lo menos en este año. Colocar en orden las cosas, y poner en claro otra vez, como siempre ha de ser el objetivo de todos los retiros, “y poner las cosas en su santo lugar”, como se decía cuando de niño se jugaba en nuestras canciones infantiles, pero por muy ciertas para nuestra tarea de siempre. Posible tentación:

El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el Salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo, añade Joachim Gnilka. El diablo cita el Salmo 91: «Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te

5

llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra» (Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, pp. 59-60). Ya tenemos precisado el objetivo. Ahora vamos a precisar el método. El método:

1) Aplicaremos el método de la relación; es decir, de un punto pasaremos al siguiente en la búsqueda y del encuentro, pero con un objetivo claro, por supuesto (la riqueza de la parábola del hijo pródigo en relación de sentido unitario de la Revelación). 2) Procuraremos partir de cero y en ascendente. Paso a paso en conexión relacional (dialéctica, de menos a más). Será el método de encontrar-encontrando (o de aprender-aprendiendo). O sea, la aplicación de la sorpresa. Aquí haremos uso del recurso intuitivo de la insinuación de poeta, que vibra y descubre que todo es un sacramento, porque todo le habla de algo más allá de lo que se ve a simple vista (cfr. Hermann Hesse, El diario de Badem; El artista y el bien común, en Carta del santo padre Juan Pablo II a los artistas, Vaticano, 4 de abril de 1999, Pascua de Resurrección). 3) Esto requerirá mucha humildad de parte de todos. Sobre todo, porque se tratará de aplicar el método de la mayéutica (hacer parir la mente, según Sócrates: “yo sólo sé, que no sé nada”), para lo que haremos y aplicaremos el método de la pregunta (cfr. Hans Dieter Bastian, Teología de la pregunta), y nos soportaremos en la duda metódica (Renato Descartes: “pienso, luego existo”). Esto nos llevará a aprender y a descubrir cosas nuevas. Para eso la humildad, porque nos va a exigir el renunciar a lo que ya sabemos de antemano, para disponernos a la apertura. Ese va a ser nuestro recorrido. Proponemos el método y la modalidad judía de oración y meditación: el dáat (sabiduría (o intuición), entendimiento y comprensión: jojmá-dáat-biná), hasta con su movimiento cadencioso con todo el cuerpo (Salm 35, 10: “Todos mis huesos dirán: “Oh, el eterno, ¿quién como Tú…”). O lo que es lo mismo

6

de “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4; cfr. Mt. 22, 37; Lc. 10, 27). El tema:

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31), tomado de la parábola del hijo pródigo. Con toda su aplicación de sentido unitario de la Escritura, donde Jesucristo, la Revelación del Padre, es el centro, y al que va todo el Antiguo y el Nuevo Testamentos. Cada vez que tratamos la parábola del hijo pródigo, no deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos (cfr. Ángelus del Papa Benedicto XVI, Plaza de San Pedro, domingo 14 de marzo de 2010, IV domingo de Cuaresma). Pasos:

1. Una mirada a la parábola del hijo pródigo (San Lucas 15, 1-3. 11-32). 2. Estudio comparativo de los personajes de la parábola. 3. Aplicaciones y enriquecimientos. Propósito:

1) Hacer “Teología Bíblica” (cfr. Optatam totius, 16), teniendo como única fuente las Sagradas Escrituras, especialmente el evangelio de San Lucas. 2) Hacer teología; y desde ahí, hacer espiritualidad. Ya que no se puede hacer auténtica espiritualidad, si antes no se tiene y se hace una buena teología. De hecho, la espiritualidad verdadera es pura teología, pero con la especificidad de que tiene que ser bíblica; es decir, desde la Biblia y con sentido de fe, que es la base de todo (cfr. Dei Verbum, Presbyterorum ordinis, Sacrosanctum concilium, etc.; véase la bibliografía).

7

Metodología:

A través de las ponencias: dos en las mañanas, y una en la tarde. Y con la ayuda de material audiovisual, además del material escrito que todos tendrán como apoyo.

8

La parábola del hijo pródigo Existen pasajes de los Evangelios que nos sorprenden por su riqueza, tanto de imágenes, como de lecciones. El pasaje de la parábola del hijo pródigo es uno de ellos. Además, es en la parábola del hijo pródigo en donde se manifiesta de manera más precisa y clara la misericordia, y donde está como en resumen el mensaje de Jesús. Sin descartar, por supuesto, las Bienaventuranzas, las otras dos parábolas de mayor peso, en ese sentido, son la historia del buen samaritano, y el relato del rico epulón y el pobre Lázaro, según la mentalidad de San Lucas. Vamos a intentar adentrarnos en la parábola del “hijo pródigo”. Dejémonos invadir de todas las sorpresas. Busquemos todos los recovecos que nos permita la osadía de estar inquietos, y veamos por qué caminos nos puede llevar. Lo primero que tenemos que hacer, ciertamente, es colocar el texto que vamos a estudiar. Dice: Jesús les dijo esta parábola: - «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; 9

cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»(San Lucas 15, 1-3. 11-32).

Impresiones y notas de la parábola (todas las posibles en lluvia de ideas). Justificación de este intento: “El que consagra su vida a reflexionar sobre la Ley del Altísimo… busca la sabiduría de todos los antiguos y dedica su tiempo a estudiar las profecías; conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas; indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias enigmáticas. Presta servicio entre los grandes y se lo ve en la presencia de los jefes; viaja por países extranjero, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres” (Eclesiástico 39, 1-4; el negrillas es mío).

Eso intentaremos: 10

“PENETRAR en las sutilezas de las parábolas; INDAGAR el sentido oculto de los proverbios y ESTUDIAR sin cesar las sentencias enigmáticas”. Además, se trata de oír-no oír, y de ver-no ver, que es el sentido y el misterio de las parábolas según el mismo Jesús (cfr. San Lucas 8, 10). Repetimos lo que se dijo: Cada vez que tratamos la parábola del hijo pródigo, no deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos (cfr. Ángelus del Papa Benedicto XVI, Plaza de San Pedro, domingo 14 de marzo de 2010, IV domingo de Cuaresma).

11

Personajes de la parábola del hijo pródigo Son cuatro los personajes activos en la parábola: el padre de los dos muchachos, el hijo menor, el hijo mayor; y el mozo, a quien el hijo mayor le pregunta, cuando regresa del campo y oye la fiesta. Hay otros personajes implícitos, por lo menos dos o tres grupos: los amigos con quienes el hijo menor despilfarró su herencia, por un lado. Por otro, “con prostitutas” (Lc. 15,30), en quienes gastó la herencia, según lo dice el hijo mayor. Hay que sumar también al dueño de los puercos, donde fue a trabajar el hijo menor. Deberíamos contar también a los puercos, por supuesto. Existe otro personaje implícito, y no nombrado para nada, pero que se supone en la parábola; es la madre de los dos muchachos, y la esposa del hombre que tenía los dos hijos. Para nada se le nombra, pero es de suponer que juega un papel, aunque sea sumiso. Actitud de cada uno de los personajes de la parábola del hijo pródigo:

Cada uno de los personajes, ya sea de manera individual, ya de manera grupal, tiene un comportamiento en esta parábola. La actitud del padre:

El padre de los dos hijos, tiene varias actitudes: la primera es la de ser sumiso y obediente a la voluntad y decisión del hijo menor. No contradice para nada la iniciativa del hijo menor. Le respeta su decisión. Por el contrario, accede a su petición, al repartir de hecho la herencia. También le respeta su decisión de irse, con herencia y todo. 12

La otra actitud del padre es activa, ya que, según se desprende de la parábola, estaba pendiente del regreso de su hijo. Lo dice el texto: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió” (Lc. 15, 20). Lo que podría pensarse que el padre estaba pendiente todos los días esperando si veía venir al hijo de regreso. Actitud activa y pasiva al mismo tiempo. Porque al estar pendiente, lo hacía estar activo y ansioso; pero, pasiva, porque esperaba que la iniciativa, igualmente, de regresar la tomara el mismo hijo, que, así, como se fue; así, regrese, pero por iniciativa suya, en ambos casos. Y aquí, se podría encontrar un opuesto: lo que quería el padre, por un lado; pero, lo que respetaba, por otro, independientemente de lo que le hubiese gustado. Bonito ese detalle de los opuestos, en el padre del hijo menor. Y esa actitud pasivamente-activa del padre hace que la parábola sea muy enternecedora, por lo menos, en esa primera parte. Quiere una cosa, pero respeta. No impone. Deja hacer. Pero espera que las cosas se den por si solas, sin forzarlas. Pareciera que su amor de padre así lo hace sufrir y respetar, al mismo tiempo. Tal vez. Pero, antes de avanzar en la actitud del padre, quedémonos un tiempo en esta parte de la parábola. Preguntemos a la misma Biblia y a la costumbre del pueblo de Israel para descubrir qué elementos habrían de ser de utilidad para comprender estos elementos evidentes en la parábola, pero ocultos de manera inmediata para nuestros ojos, pero subyacente en la historia del pueblo de Israel, y que se comprende desde esa visión de su historia. Así, preguntémonos la edad del hijo menor, y de por qué le pide a su padre lo que le corresponde de la herencia. ¿Por qué esa exigencia del hijo; y por qué esa sumisión del padre? ¿Qué le favorecía al hijo, para actuar así; y que le obligaba al padre para acceder a la petición del hijo? ¿El padre no podía negarse a la solicitud del hijo? En el caso del hijo menor, ¿podría vérsele como un hijo rebelde, al exigirle al padre la parte de la herencia, primero; y, después, por el hecho de marcharse? Si se le consideraría un hijo

13

rebelde, el padre podría apelar a la ley que le permitía hacerse respetar. La ley, respecto a un hijo rebelde:

Dice e libro de Deuteronomio (21, 18-21)1, que: Si un hombre tiene un hijo indócil y rebelde, que desobedece a su padre y a su madre, y no les hace caso cuando ellos lo reprenden, su padre y su madre lo presentarán ante los ancianos del lugar, en la puerta de la ciudad, y dirán a los ancianos: "Este hijo nuestro es indócil y rebelde; no quiere obedecernos, y es un libertino y un borracho". Entonces todos los habitantes de su ciudad lo matarán a pedradas. Así harás desaparecer el mal de entre ustedes, y todo Israel, cuando se entere, sentirá temor.

¿Sería este el caso, con el hijo menor de la parábola? ¿Sería por eso que el papá prefirió quedarse callado, porque de lo contrario, tendría que denunciarlo? Y denunciarlo, significaría la muerte de su hijo, según la ley. Tal vez, era mejor para el padre que se fuera. Por lo que se desprende de la parábola, el hijo menor entraba en la clasificación de los denunciables, porque dice que “derrochó su fortuna viviendo perdidamente2” (Lc. 15, 13), según la parábola; es decir, que era “un libertino y un borracho”, según lo que determinaba el libro de Deuteronomio. Por otro lado, el hijo podría haber salido indócil y rebelde (cfr. Deuteronomio 21, 18), como consecuencia de no haber aplicado las máximas en la educación, ya que según el libro del Eclesiástico (30, 7-13): El que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas. Caballo no domado, sale indócil, 1

Véase también Proverbios 23, 22. Depende del año de la edición de la Biblia de Jerusalén, de la que estamos tomando el texto de la parábola, ya que según la edición del año 1975 dice que “malgastó su hacienda viviendo como un libertino”. 2

14

hijo consentido, sale libertino. Halaga a tu hijo, y te dará sorpresas; juega con él, y te traerá pesares. No rías con él, para no llorar y acabar rechinando de dientes. No le des libertad en su juventud, y no pases por alto sus errores. Doblega su cerviz mientras es joven, tunde sus costillas cuando es niño, no sea que, volviéndose indócil, te desobedezca, y sufras por él amargura de alma. Enseña a tu hijo y trabaja en él, para que no tropieces por su desvergüenza.

Este elemento implícito en la parábola es realmente interesante. Sobre todo, por el silencio y la sumisión del padre, respecto a la solicitud del hijo. ¿No sería, más bien, un reproche para el padre, la actitud rebelde del hijo? ¿No estaría recogiendo la cosecha de la crianza de su hijo; y la rebeldía del hijo, no sería una evidencia de la mala crianza del padre? Esto es novedoso, por lo menos pareciera darnos un elemento para ilustrarnos mejor todo el contenido y su gran implicación de la parábola en cuestión. Si es así, entonces, la actitud del padre era doblemente activa, y de pasiva no tiene nada. Podría verse como pasiva porque se somete a la petición del hijo; pero, podría verse como terriblemente activa, al tener que ceder inevitablemente a la voluntad del hijo, porque si no, el resultado final tendría que ser la muerte del hijo. Pero, si estaba mal criado, no era por falta de amor. Ahí podría estar el lado débil del papá, que se confirma en el hecho de que deja que su hijo se vaya. Porque prefiere verlo irse, que verlo muerto. ¡Maravilloso! ¡Sorprendente! Prevalece el amor de padre, por sobre todo, podría decirse. Pero pareciera que el padre tiene una cierta debilidad, no tanto de amor, sino de flaqueza moral hacia el hijo, al que podría verse como mal-criado; y eso incumbe una responsabilidad. Entonces, era preferible que el hijo se fuera. Era mejor verlo partir. Eso explica la actitud aparentemente pasiva del padre, por un lado; y, por otro, la salida del hijo. Eso también explica el silencio del hermano mayor. Porque podría ser un reconocimiento implícito del comportamiento del hermano

15

menor, que a todas estas, podría ser, como dice el libro de Deuteronomio, una desvergüenza para el padre.

16

Algunos otros rasgos de personalidad del padre

Señalemos algunas otras características del padre de la parábola del hijo pródigo: No delega responsabilidades: El evangelio de San Lucas, apunta desde un comienzo en ese recurso literario, que el padre, una vez que el hijo menor le pidió la parte de la herencia que le correspondía, el padre “les repartió la herencia” (cfr. Lc. 15, 12). Ya en ese detalle hay una característica importante del padre: él mismo realiza la acción de la petición del hijo menor. No dice que el padre mandó que les repartiera la herencia. Pudo haber encargado a un criado o a un empleado. Pero, por lo que se desprende, lo hizo él mismo. ¿Por qué no delegó funciones en otro, pudiendo hacerlo; total, no era el dueño y el jefe? Ese elemento es necesario resaltarlo. Eso en el primer caso, en el mismo comienzo de la parábola. Porque esa misma característica se mantiene en todo el resto de la parábola. Así, cuando el evangelista dice que “estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Lc. 15, 20). Fue el propio padre quien vio al hijo. De ahí se puede desprender que estaba atento y que estaba vigilante. Pero, no dice que había puesto un vigía o a un empleado para que estuviera pendiente de avisarle o que le trajera noticias de alguna posibilidad de regreso del hijo que se había marchado. Podía haberlo hecho. Pero no delegó esa tarea. La asume como suya. Eso en el caso de estar mirando por si regresaba. Era su tarea. Era su hijo. En ese gesto, ya está la misma característica del viejo: de no delegar, ni de crear embajadas, ni de que otro haga lo que él tiene que hacer, aun pudiendo crear esas estructuras de mando y de administración de su finca. Se reconfirma lo que ya es su 17

característica. Dice el evangelista que “conmovido, corrió” hacia donde estaba y venía el hijo que se había ido, y de quien estaba pendiente por si regresaba (cfr. Lc. 15, 20); y ahora que regresa, sale a su encuentro. Pero sale con un objetivo claro. Ese objetivo es recibirlo como a su hijo, en expresión de padre desesperado y gozoso de su regreso. Y vuelve a resaltarse la misma característica, al decir que “se echó a su cuello y le besó efusivamente”. Tampoco delega, ni crea una comisión de bienvenida ni de recibimiento. Él mismo recibe, y él mismo es el jefe de protocolo. No crea intermediarios. Va directamente él mismo. No es necesario un formulismo ante la experiencia de la alegría del hijo que regresa, y que no se disimula que se estaba deseando que así fuese. Y manda a hacer fiesta. Ya en esa parte sí delega. Pero ya es un añadido que parte de su experiencia afectiva y de emociones, en contra de toda frialdad racional y del deber ser ante la ofensa del hijo, y el posible debilitamiento de la autoridad del padre, como jefe de familia. Eso no cuenta. Lo que cuenta es el afecto, y todo él, lleno de emociones3. Vuelve a repetirse el sello de su personalidad en el resto de la parábola. Y, ahora, se trata de ir a conversar y a dialogar con el hijo mayor. Aquí tampoco crea comisiones, y podía hacerlo, porque podría alegarse que él estaba muy contento y muy ocupado en lo del recibimiento del hijo que había regresado. Las comisiones, como en el primer caso, hubiesen dilatado las cosas, además de crear distanciamientos. Entonces, se hubiesen creado más heridas. Eso daría ocasión a llevar razón de que el padre dijo que, y el padre quiere que; e, igualmente, a llevar razón de parte del hijo mayor, que dice y dijo que, o quiere que se haga de esta o de aquella forma. Eso hubiera entorpecido las relaciones. Y no era necesario. Por eso, el mismo padre sale a conversar de tú a tú; sin más, ni más. 3

Es importante ver el gran aporte de la psicología con el gran descubrimiento fisiológico en el cerebro de la “amígdala cerebral”, como el archivo de todas las emociones. Somos, primero emociones. Somos instintivamente “emocionales” (sistema límbico). Sólo, después de la experiencia emocional, es que somos racionales (inteligencia racional, a través de la neocorteza), (cfr. Daniel Goleman, Inteligencia emocional).

18

No son necesarios los intermediarios. Es de notar, que esa misma característica del viejo, la heredan los dos hijos. La llevan en los genes. Así en el hijo menor, cuando pide la parte de la hacienda que le corresponde (cfr. Lc. 15, 12), no manda delegaciones. Va él mismo y pide, dando la cara. También cuando va a trabajar para no morirse de hambre, después que se le acaba toda la fortuna (cfr. Lc. 15, 15). Y, cuando regresa a la casa, el muchacho tampoco manda delegaciones, ni de paz, ni de negociaciones. Va él mismo. Da la cara (cfr. 15, 17-21). Otro tanto, sucede con el hijo mayor. No crea delegaciones para protestar a través de intermediarios. Protesta él mismo, de manera directa (cfr. 15, 27-32). Eso lleva a pensar muy bien de esa familia. Eran frontales. Daban la cara. Además, de sobreentenderse el hecho de la experiencia del diálogo que se vivía en ella. Hay aquí una reminiscencia teológica referida al libro del Génesis, cuando en ese libro se afirma, en afirmación de fe, que dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn. 1, 26-27). En una perfecta comunicación frontal. Por eso se da la experiencia del Jardín del Edén. Lo contrario, es lo contrario (la expulsión del Jardín (cfr. Gn. 1, 2), con su respectivo “rechinar de dientes” (cfr. Mt. 8, 12; 13, 42-50; 22, 13 ; 24, 51; 25, 30; Lc. 13, 28). ¿No será ese el diálogo teológico que ilumina cada paso del proceso del hombre con Dios? Si es así, entonces, es una maravillosa experiencia de diálogo implícita en la parábola del hijo pródigo, que en ambos casos se da de manera directa, clara (diáfana) y transparente. El hijo menor es el hijo menor. Y el hijo mayor es el hijo mayor. Cada uno conserva su rol. Y el padre es el padre. Sin interferencias, ni conveniencias, más que las que da la

19

experiencia filial y de familia4. Lo demás no se da en la lección de la parábola. A este punto y alturas de la parábola, podríamos pensar, como referencia de acción contraria y de intermediarios, las excusas y artimañas del Rey David, en el caso de Urías el Hitita, en relación con toda la historia de huida y de no enfrentamiento y de no dar la cara (2 Samuel 11-12), y de existencia de segundas intenciones, que en el caso de la parábola no se dan; por eso se dan los diálogos en toda ella, por parte del padre con sus dos hijos, en momentos y circunstancias distintas. Podría, también colocarse como intermediarios los defensores de Dios, en el caso del libro de Job (cfr. Carl Jung, Respuesta a Job; Daniel Albarrán, Los zapatos de Job), y que Dios no los había colocado para que lo defendieran; ya que Dios no busca abogados, quedando, por el contrario, muy mal parados (cfr. Jb. 42, 7-9). Son muchos los elementos que van surgiendo, sin duda. Así, otro sería que el padre siempre anda solo, y no acompañado. Igual los dos hijos. No dice que andaban en grupos. Andaban solos. Ese elemento parece útil de señalarlo, aunque nos tienta a buscar elementos en la misma Biblia, para comprender más ese detalle, y hacer la diferencia de una acción en grupo, de una acción individual (de la personalidad del grupo, o de la mayoría, y de la personalidad del individuo responsable de sus actos; como la responsabilidad de una influencia de grupo en relación a una decisión despersonalizada por ser la del grupo, que sería como anónima, en cierta manera); pero, quedémonos con la inquietud, por ahora, como referencia de posible contenido teológico (y antropológico, como se dijo, pues no hay separación, según las Encíclicas Redemptor homins, Dives in misericordia, y Dominun et vivificantem).

4

En este sentido, habría que colocar muchos intentos de hacer la separación de religión y fe. Es necesario. La religión sería una invención, como la institución intermediaria de esa relación natural, que ya se da en el hombre por el solo de hecho de ser criatura (cfr. Mahamma Ghandi, Todos los hombres somos hermanos; Daniel Albarrán, Preguntas y respuestas de toda persona inquieta sobre la oración).

20

No dilata en la espera: Se desprende, igualmente de la misma parábola, que no deja para después lo que tiene hacer ya. Para el día siguiente, o para otro momento, podría traer graves consecuencias, en un posible distanciamiento en la relación paterno-filial.

21

El hijo menor La actitud del hijo es siempre la misma. Es decidido en lo que hace. Quiere la herencia que le corresponde y habla sobre ella, porque es su derecho. Además, pide adelanto de lo que le toca para irse de la casa. Esto nos lleva a descubrir algunas características de su personalidad. Muchacho decidido: Llama la atención el carácter decidido del hijo menor. Tal vez, tendría mucho de rebeldía. El solo hecho de pedir la herencia y de marcharse indican, sin duda, que quería ser independiente. Aquí surgen muchas preguntas y cuestionamientos: ¿Dónde estaba lo malo en quererse independizar de la familia? ¿No podría verse esa manera del muchacho menor, como un comportamiento de madurez, a pesar de todo? En este punto de las preguntas, podría relacionarse el deseo de ser independiente del hijo menor, con la experiencia del éxodo. Si es así, ¿entonces, dónde estaba lo malo, si, más bien, se trataba de seguir un patrón de conducta vivida y experimentada por todo el pueblo, como el hecho de salir? Se descubren de inmediato los opuestos, en esta parte de la parábola, por parte del hijo menor: quedarse-salir; obedienciadesobediencia; sumisión-independencia. Y si se aplica lo de la experiencia del éxodo, entonces estaría el siguiente opuesto: esclavitud-liberación, que es la clave misma del éxodo. En su caso, ¿se trataría de una liberación, cosa que implicaba una salida de la casa del padre? ¿No sería eso mismo la experiencia del jardín del Edén, incluyendo la expulsión, como realidad necesaria, 22

por eso el éxodo, como experiencia de liberación y de independencia? Ya existen otros opuestos, desde un comienzo de la misma parábola: hijo menor-hijo mayor; padre-hijo; ancianomuchacho; pedir (en el caso del hijo menor)-no pedir (en el caso del hijo mayor). En el caso de encontrar parentesco con la experiencia del Jardín del Edén, estaría aplicándose la libertad. Pero con una diferencia en la parábola, y es que el hijo menor no fue expulsado, sino que fue de su iniciativa el partir. No quería estar sometido: No solamente se trataría de la libertad, en este caso como consecuencia de la rebeldía. Algo más estaría pasando en la casa. ¿Por qué tendría que irse, si todo, en un supuesto afirmativo, todo estaba bien? ¿No se dice, acaso, que un extremo genera el otro extremo? Algo no debería andar bien en la casa. El ser el hijo menor, en algo le traía problemas. Tal vez, la eterna y constante comparación con el hijo mayor, que era el modelo a seguir. Tal vez, esa comparación lo tendría al borde, y se vería obligado consigo mismo a no soportar más y a liberarse. ¿No habrá ahí, un paralelismo y parecido con la historia y cuento teológico de Caín y Abel, en donde Abel era el modelo; además, Yahvé, no prefería las ofrendas y sacrificios de Abel, a pesar de que Caín era el mayor? (cfr. Gn. 4, 4-8). Algo le estaría molestando al hijo menor. Porque si estaba bien en la casa, ¿por qué esa rebeldía? ¿O, es que el hecho de salir y de separarse de la casa del Padre, es ya un hecho natural de independencia en el ser humano, aun teológico, querido por Dios, como en el caso del Adán y Eva en el Jardín del Edén? Entonces tienen razón los judíos de los últimos tiempos al considerar que a Dios hay que superarlo, y además eso le gusta a Dios (cfr. Freud, con la idea del complejo de Edipo; Erich Fromm, en su libro El humanismo judío; y Federico Nietzsche con su libro Así habló Zaratustra, entre otros).

23

Sabía lo que quería y por eso pidió su herencia: Por otro lado, están los siguientes planteamientos: en el caso de que sea viable el relacionar esa salida del muchacho con la experiencia del éxodo, sería posible y exacta la relación diferencial, como es lógico, siempre y cuando el muchacho hubiese invertido lo que le había dado el padre como herencia, para surgir, y ser totalmente independiente; pero no fue así. Ya que lo gastó todo y “derrochó su fortuna viviendo perdidamente” (o, “viviendo como un libertino”, (cfr. Lc. 15,13), como dice la parábola. No invirtió materialmente hablando. No se niega, que a nivel de experiencia personal, con toda seguridad, habría de ser una experiencia grandísima. Por lo menos, pudo comparar y comprender la diferencia de vida, de la de antes, a la de ahora como extranjero y empleado ajeno. Bien dicen que solemos llamar “experiencia” no a otra cosa que a nuestros propios errores (cfr. En uno de los capítulos de la serie de los Simpsons). Rebelde: Por los elementos de la propia parábola, sin duda, que el hijo menor, era mala conducta. Por un lado, se atreve a contrariar a su padre; por otro, se va de la casa; después, derrochó todo. Aquí hay que anotar que “pródigo” significa una persona que es generosa y dadivosa, que es disipador, gastador, que desperdicia su hacienda en gastos inútiles (es fácil ser pródigo con la fortuna ajena), que gasta sin moderación. Así, por lo menos, aparece definido en la Enciclopedia Espasa-Calpe5. Joachim Jeremías (biblista) y otros autores llaman a esta parábola la “parábola del padre bueno”; Pierre Grelot y Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), proponen que a esta parábola se le llame la “parábola de los dos hermanos” (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús 5

En todo el Antiguo Testamento aparecen solo tres veces la palabra “pródigo” (2 Sam. 23, 20 y 1 Cron. 11, 22, referidos a Benaías, pródigo en fuerza y en heroísmo). La tercera aparece en Eclsiástico 16, 11, referido a Dios, pródigo en ira. Y en el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 15, cuando habla de la parábola, el titulado aparece como “el hijo perdido y el hijo fiel”, y el subitulado dice “el hijo pródigo” (véase Biblia de Jerusalén, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1975).

24

de Nazaret, p. 243). Pero si nos dedicamos con mucha atención al estudio de la misma parábola, creo que el título que ostenta esta parábola es el correcto, ya que el que es verdaderamente dadivoso y generoso, en todo el sentido de su significado, no es más que el hijo mayor, con quien sale a conversar el Padre. Lamentablemente, siempre le hemos dado mucha importancia al hijo menor, el rebelde. Y cuando pensamos en el significado de la palabra “pródigo”, pensamos de inmediato en el hijo que regresa arrepentido. Y ahí nos quedamos estancados. Pero si nos mantenemos fieles al evangelio de Lucas, el “pródigo”, el “generoso”, es el hermano mayor, como veremos más adelante (Momento culmen de la parábola, página 51 y siguientes). Dadivoso (pródigo): Aquí es donde aparece el otro grupo de los personajes de la parábola. Es el grupo de los amigos con quienes gastó su fortuna el hijo menor, incluyendo las “malas mujeres” (o, prostitutas, según la edición de 1975 de la Biblia de Jerusalén), como dijera el hijo mayor. Es con este grupo que el hijo menor se ha mostrado pródigo; es decir, generoso, dadivoso, gastando lo que era suyo porque era la parte de la herencia, pero que no le había costado, sino al padre. Echado pa’lante (decidido): Finalmente, termina cuidando cerdos, cosa abominable para un judío, contrariando aún más el orgullo de la familia y del padre. El hijo al trabajar en tierra extranjera y criando cerdos, completa su rebeldía en contra de la familia. Contraría así a la familia haciendo todo lo contrario del orgullo de su comunidad, aun los preceptos religiosos, que era, entre otras cosas, criar cochinos, animal que no comía. Trabajaba en lo que era abominable para un judío. Esto aumenta y completa la total rebeldía del muchacho hacia su familia y su padre.

25

Pero es de notar que el muchacho no se cruza de brazos. Busca trabajo y trabaja, aun cuando sea en contra de lo que aprendió en su familia, que era criar cerdos.

26

Quinta conferencia Práctico y leal consigo mismo: Es sobre este punto que el muchacho menor recapacita. Punto crucial en su orgullo y dignidad (cfr. Dives in misericordia, 5e-f). Comienza a sentir la añoranza de la casa del padre. Ciertamente, es por causa del hambre. Pero es el hambre lo que le hace recapacitar sobre sus principios y que por conveniencia, le hacen pensar en sus orígenes. Y podría decirse que se pudo haber aplicado la norma de Deuteronomio 23, 18-19, al recordar tal vez, que le decía que: “No llevarás a la casa de Yahvé tu Dios don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son abominación para Yahvé tu Dios ”. En ese momento estaría comenzando en el muchacho el autoencuentro. El volverse sobre sí mismo. Calculador: Comienza, entonces, a planificar su regreso. Se podría estar aplicando a sí mismo el cruel descubrimiento de la verdad expresada en la experiencia sabia de sus mayores y contenida en la catequesis familiar de lo aprendido, por ejemplo en el libro de Eclesiástico 9,66, o el libro de los Proverbios 29, 3, donde se aconsejaba, que “el que ama la sabiduría, da alegría a su padre, el que anda con prostitutas, disipa su fortuna”. Tal vez, en esa experiencia del hambre y de necesidad, vuelve el recuerdo de sus orígenes: de la familia, del templo, de su religión, del hogar, de las tradiciones. Ronda la idea y la decisión del retorno. Su experiencia de ser hijo: Un elemento tenía el muchacho a su favor. 6

“A prostitutas no te entregues, para no perder tu herencia”

27

Ese elemento era la certeza del cariño que le tenía el padre. Quizás, por e so era que actuaba como estaba actuando desde un principio. Sabía que el padre tenía su debilidad frente a él: lo amaba, lo quería. Y, quizás, este sería el punto débil del padre; y, a la vez, el punto fuerte del hijo. Se valía de esa realidad. Estaba seguro. Se podría decir que el hijo menor, tal vez, por ser el menor, era el consentido. Y podría decirse, muy a la ligera, por supuesto, que manipularía al papá. El caso es que el muchacho se dice a sí mismo lo que le va a decir al papá cuando regrese: “Padre…”, con la consiguiente parte del discursito que iba a decir para terminar de ablandar el corazón del viejo: “he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Diplomático y buen político: El muchacho menor, el pródigo, la pensaba muy bien. Todo lo calculaba. Nada lo dejaba al azar. Se las sabía todas, como se dice. Volvía a aparecer su astucia. Le diré “Padre”, dice el texto que se dijo que iba a decir. Y enseguida la segunda parte del chantaje “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Con la primera confesión y reconocimiento lo ablandaría. Y con la segunda parte, lo chantajearía. El viejo no aguantaría tantas emociones juntas, en un mismo momento. Y remataría, por si la segunda no hiciera el efecto esperado, con la tercera, que sería infalible: “trátame como a uno de tus jornaleros”. Con todos estos tres pases y elementos, el muchacho volvería a ponerse al viejo en la palma de la mano, en caso de que hubiese algún distanciamiento. Pero, estaba seguro que todo le era favorable. Por eso piensa en el regreso y lo planifica todo. Experiencia de exitoso: Todo parece indicar que así era. Por eso el muchacho pide la parte de la herencia. Sabía que se la iban a dar. Tal vez, estaba muy seguro de que el padre no iba a ser capaz de aplicar lo que mandaba la norma del libro de Deuteronomio, de denunciarlo. Quizás, por eso mismo, el muchacho tomó la determinación, igualmente, de regresarse a la casa. Porque sabía que su padre lo 28

iba a recibir. El muchacho menor, tal vez, sabía esa verdad. Por eso actuaba como actuaba, en ambos casos: en la de irse, y en la de regresarse. Podría pensarse también, por otra parte, de las muchas partes que ya tiene en nuestro análisis, en que la salida y la partida del muchacho no fue de mala manera; si no, ¿cómo se explicaría que él pensase mínimamente en regresar y en esperar que lo recibieran? Esta sería una carta bajo la manga que el muchacho tenía. Y se iba a valer de eso para entrar por lo bajito a la casa del padre, con el pretexto de que lo recibiera como un empleado más. Inteligente, sin duda. Por ahí iría poco a poco ganándose a los que trabajarían en la casa, y con posible seguridad, volvería a ganarse al padre… Y ya en esta expresión hay otro opuesto, ya no en la parábola, sino en nuestra manera de presentar lo que se está presentando… posible-seguridad; como diciendo tal vez-pero seguro… La realidad… la circunstancia: el hambre: Queda como en tela de juicio el verdadero arrepentimiento del muchacho. Porque lo que determina la decisión de regresarse a la casa, es el hecho de que está pasando hambre. Así lo dice la parábola: “Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. El arrepentimiento es consecuencia del hambre. Se podría decir, que es más conveniencia y necesidad que dolor de conciencia, que es una de las claves del arrepentimiento.

29

La experiencia del Éxodo (Antropología teológica) A este punto de nuestro camino, llegamos a una relación interesante. Porque tenemos que relacionar el hambre que tenía el muchacho de la parábola, con el hambre del pueblo de Israel, cuando lo del éxodo (Ex. 16, 2-4). Y no solamente con el caso de la protesta del pueblo en contra de Moisés, sino también con la experiencia del árbol del bien y del mal, del que comieron Adán y Eva. Entonces, las preguntas que nos hacíamos anteriormente, al respecto, cobran sentido y razón. Porque se ve la relación que existe, de hecho, entre la parábola del hijo pródigo con el Éxodo, y la experiencia del árbol prohibido. Esto es una gran sorpresa. En el caso del éxodo, los israelitas protestan contra Moisés. Dice el libro del Éxodo, que, “toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.» (Ex. 16, 2-4). Parece sarcástico e irónico que hayamos descubierto que lo que origina las ganas de regresar del hijo menor de la parábola del hijo pródigo, sea el hambre. No pareciera que fuera un dolor de corazón, o un cargo de conciencia respecto a la ofensa realizada al padre; sino que, más bien, fuera el dolor producido por el hambre. Lo de la ofensa al padre, pareciera que es la excusa y el pretexto justificado para fundamentar el regreso, porque, como dice el texto, fue, primero y principalmente el hambre. Ya que si del muchacho dependiera, a él “le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y 30

nadie le daba de comer”. La cosa estaba bien fea para el muchacho. Viene, entonces, la comparación. Y todo respecto a la comida. No de otra cosa. Así lo dice el texto: “Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”. En la casa de su padre hay comida de sobra. Estaba pasando hambre. No es justo. Mejor se regresa. Y se regresa. Y se encuentra una conexión con la experiencia del Éxodo, definitivamente. Ahora bien: ¿dónde está lo malo que así sea; es decir, que sea el hambre lo que origina y conlleva la toma de decisión de regresar? Si se está cómodo y bien, no hay necesidad. Mientras que si se carece, se siente la pobreza, la necesidad y la urgencia. Sobre todo, que se lleva a comparar que antes se estaba mejor. Y, ¿por qué no regresar? Mas, si se sabe que el cariño es seguro por parte del padre. Todo se daba para poder regresar. Se estaba pasando trabajo y hambre. Antes estaba mejor. Ahora no se está mejor. No lo corrieron de la casa. Se fue porque quiso, por iniciativa propia. El padre no lo botó. Además, es el hijo menor. Con toda seguridad el consentido. No hay otra que regresar. Y también la excusa se prestaba para que el regreso fuese un éxito: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Todo a favor del regreso. No había que esperar. Lo dice la parábola: “Se puso en camino adonde estaba su padre”. Una de las características de su personalidad, es que es decidido. Otra, es que sabe lo que quiere. Al principio quería la herencia para irse a gastarla. Ahora, quiere es tener el estómago lleno y no pasar hambre. ¿Estas dos características del hijo pródigo, no estarán relacionadas con la experiencia de algunas de las curaciones por parte de Jesús, que nos cuenta el evangelista San Mateo (20, 2934), en donde Jesús pregunta a los ciegos de Jericó: “¿Qué queréis que os haga?… Dícenle: Señor, que se abran nuestros ojos”?

31

Saber lo que se quiere es muy importante. El hijo menor estaba muy claro en lo que quería.

32

El regreso

Lo demás se da por sí sólo: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. Por lo visto, las cosas salieron mejor de lo que se esperaba. Fiesta y todo por el regreso. Un último detalle del regreso a la casa, es que el muchacho no hizo completa la confesión de “arrepentimiento” al papá, al regreso. La parábola dice que el muchacho cuando recapacitó y se dio cuenta de la diferencia suya con la de los empleados de su casa, y que era el hambre, porque esa fue la comparación… el muchacho se hizo esta reflexión para decírsela al papa: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se dan tres elementos interesantes en esa reconsideración de la idea del regreso. Por un lado, había un reconocimiento de haberse equivocado: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Por otra parte, él mismo se imponía una condición, o una especie de castigo: “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Y por último, pone distancia, o quiere ponerla, en el momento en que se preparó el discurso: “trátame como a uno de tus jornaleros”. Pero cuando el papá sale, y le da el abrazo y los besos, como que se dio cuenta, que era mejor omitir esa otra parte del discurso que se había preparado. Esa condición de distancia estaba de más, y no hacía falta. Y, entonces, lo único que le dijo al papa, fue: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Lo de ir a ocupar el puesto como un empleado o jornalero, en ese momento, ya no le era atractivo. Volvía a estar seguro de su punto 33

fuerte, y que, a su vez, era el punto débil del papá: estaba seguro de que lo amaba. Y hasta se podría decir que volvía a aprovecharse. Todo le salía bien al hijo menor. Sin duda. ¿En cuanto a lo del reconocimiento del hijo de haberse equivocado en “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, no habrá implícitamente una relación con el dato teológico de Adán y Eva, en el libro del Génesis, en donde Adán no reconoce nada, sino que, por el contrario le echa la culpa a Eva, y Eva, a su vez, a la serpiente… y en donde, en definitiva la culpa es de Dios, que creó todo? Sin duda que hay alguna relación y referencia a esos datos teológicos, pues no debemos olvidar que toda la Biblia hay que leerla en sentido de Escritura; es decir, en un sentido global y de unidad (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, pp. 15, 243-252; Juan Pablo II, Discurso de su santidad el papa Juan Pablo II sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 23 de abril de 1993. Acta Apostolicae Sedis LXXI, Roma, 1979; Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 15 de abril de 1993). El hijo menor asume su error, y lo reconoce. Adán y Eva lo evaden y echan culpas a otros (cfr. San Agustín, La ciudad de Dios; también el libro La culpa es de la vaca). Estos datos son, realmente, interesantes. Muy distinto hubiera sido si el hijo menor comienza a defenderse. Pero en los rasgos de su personalidad no cabe esa característica, pues dijimos que el muchacho era echao pa’lante y decidido. Otro detalle útil de resaltar es, que el padre no le dice nada al muchacho, ni en reproche, ni en recibimiento. Por supuesto, que el abrazo y los besos lo dicen todo. Pero, en todo caso, solo hay ese detalle como gesto, y no como palabra; a diferencia con el hijo mayor. Y aquí podría estar un elemento subyacente en toda la parábola.

34

La edad del hijo menor Nos preguntábamos sobre la edad del hijo menor, llamado popularmente el hijo pródigo. Esto podría ser de mucha importancia. ¿Sería menor de edad? ¿A qué edad se sería mayor? ¿A qué edad se fue?: A los trece años, el varón. Y la mujer, a los doce años. Y son responsables de sus actos y decisiones. A los veinte años era apto para ir a la guerra, como de pagar los impuestos o la contribución para el templo, y contado entre los levitas o sacerdotes (cfr. 2 Crónicas 3, 17; 25:5; Números 1,3; 26, 2). ¿En cuanto a los doce años del Niño Jesús cuando se perdió en el Templo, habrá alguna referencia a que todavía no tenía los trece, y por eso el evangelista San Lucas 2, 51 dice que “bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos”? ¿Habrá alguna referencia implícita en que todavía no era adulto, en caso del Niño Jesús; y habrá alguna diferencia con el hijo menor de la parábola del hijo pródigo, que ya tendría los trece, y que el padre no pudo someter, como en el caso del niño en el templo? El caso es que los dos relatos los cuenta el mismo evangelista, siendo de su exclusividad. Aunque pareciera que la referencia a doce años, en el caso del Evangelista San Lucas, sea, por el contrario, a una referencia de nuevo poderío e imperio (cfr. las siguientes citas 1 Crónicas 12, 39-41; 1 Samuel 30, 7-12; Éxodo 10, 20-24; Éxodo 5, 1-5; Génesis 14, 1-6; 40, 1-13; 42, 1-17; Primer libro de los Macabeos 1, 7; Nehemías 5, 14; 2 Reyes 21, 1; 2 Reyes 3, 1; 1 Reyes 16, 23; Génesis 14, 1-6).

¿Cuánto tiempo le duraría la fortuna?: 35

Otro detalle sería preguntarnos sobre la fortuna misma y su grosor. ¿Cuánta sería la parte de la herencia que le correspondió y se llevó; y qué tan grande sería ese dinero, y en cuánto tiempo lo gastaría todo? ¿Cuánto tiempo de farra y de vida “libertina” (cfr. Lc. 15,13) pudo vivir? ¿Qué edad tendría cuando se regresó?: Con toda seguridad ya no tenía la misma edad de cuando salió de la casa de su padre. Calculemos un año más, por medida pequeña. Y si se fue a los trece, ya tendría 14 años cuando regresó. Si es así, entonces, 14 es múltiplo de 7. Y 7 es un número de mucha importancia para la cultura judía. Así, por ejemplo, tenemos que en 7 días Dios creó el mundo. El día séptimo descansó de todo cuanto había hecho, y vio que todo estaba bien (cfr. Gn. 2, 1-3). El día séptimo era el día de precepto y descanso según la Ley. El año séptimo se tenía que dejar descansar la tierra, por un año. Al séptimo año un judío estaba en la obligación de perdonar la deuda a su vecino judío (aunque después el maestro de la Ley, Hilel, presentó la posibilidad de no perdonar la deuda, sino de no cobrar intereses por ese año, y al año siguiente volver a contraer la deuda habida; (cfr. Armand Puig, Jesús, una biografía). ¿Cuánto tiempo duraría trabajando?: Otro detalle es el tiempo que duraría trabajando en la crianza de los cochinos. ¿En cuánto tiempo gastaría su fortuna; y cuánto tiempo tardaría en buscar trabajo; y cuánto tiempo duraría trabajando? Entonces, el dato del tiempo, y el dato de la edad del muchacho, parece un tema subyacente pero de mucha importancia. Esto nos lleva a preguntar algunas cosas elementales, además de las que ya se han apuntado. Así es válido cuestionar sobre a qué edad se toma conciencia de sus propios actos; y a qué 36

edad tomó conciencia el hijo menor; sobre todo, a qué edad relacionó su experiencia actual con la anterior, en donde, por lo menos comía bueno y barato… Por otro lado, tendríamos que preguntarnos la edad del padre, y las condiciones físicas del viejo. Pareciera que esa referencia del tiempo es importante. ¿Habrá alguna relación con el tiempo-destiempo del libro del Eclesiastés7; es decir en lo de hay tiempo para sembrar, tiempo para recoger; tiempo para tirar piedras, tiempo para recogerlas; etc.?

7

Ya, en ese solo extracto del libro del Génesis hay varios opuestos: cielos-tierra; luz-oscuridad; día-noche. Si seguimos, sólo con el libro del Génesis, seguimos encontrando los opuestos: Tierra-mares (seco-agua, Gn. 1,10); Adán-Eva; macho-hembra (cfr. Gn. 1,27); árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn. 2,9); Edén-desierto; Abel-Caín... En los mismos Evangelios: luz-tinieblas (cfr. prólogo de San Juan), verdad-mentira, verdad-engaño (Jn. 1,47; 8, 44...), subir-bajar (Jn. 1,51), carne-espíritu (Jn. 3,6, y otros muchos), Padre-Hijo (cfr. todos los Evangelios), siervo-amo; asalariado-dueño; nacimiento-muerte; luz (vida)-tiniebla (muerte); vida-muerte; viejo-nuevo; señor-esclavo, oír-guardar, ver-no ver, oír-no oír, entender-no entender, vid-sarmiento, siervoamigo, poblado-desierto, uno-legión, judío-pagano, cruz-vida, cruz-resurrección. Y, así, en toda la Biblia. Para no seguir detallando los opuestos, citemos el libro del Eclesiastés, en donde hay un gran resumen de los opuestos, con el famoso de tiempo-tiempo (tiempo-destiempo), y, así, queda todo aclarado: Eclesiastés 3 (sin obviar todo el capítulo 2 del mismo libro del Eclesiastés, por supuesto).

37

El hijo mayor Ahora veamos al hijo mayor. Este muchacho pareciera tener todas las de perder, inicialmente. Las cosas parecen no favorecerle. Y todo porque es el hijo mayor, entre otras cosas, y por la actitud que asumió cuando regreso el hermano menor. Por lo general, se toma partido desde un comienzo. Se engrandece el amor del padre y su preferencia desmedida por el hijo menor. Desde nuestro análisis, no se deja uno de sorprender al ver lo inteligente, astuto y decidido que era el hijo menor. Sorprendentemente calculador. Y todo le salía de maravilla. Ser el hijo menor tenía sus ventajas. Y más en aquella familia, por lo visto. No sucedía lo mismo con el hijo mayor. Sobre todo, cuando se trata del regreso del “pequeño de la casa”. El no haber querido entrar, de buenas a primeras a la casa, tras la música y la fiesta, le crean una mala impresión. Le crean mala fama. Casi siempre se piensa que era un egoísta. Al igual que se hizo con el hijo menor, al buscar algunas características de su personalidad, hagamos igual con el hermano mayor. Pero, veamos qué hay de sorprendente y novedoso en el comportamiento del hijo mayor. Y ver, si tenía o no razón para asumir la posición que tomó cuando lo del regreso del hermano. Es el primogénito: Comencemos del comienzo. ¿Qué ventajas tenía ser el primogénito en una familia judía? ¿Qué obligaciones, deberes y derechos tenía ser el hijo mayor? Para empezar, es que tenía que ser el modelo de la familia. Tenía que ser el ejemplo a seguir. Tremenda responsabilidad. 38

En cuanto a los derechos, el primogénito tenía derecho a la herencia, aun cuando fuera hijo de una mujer que no amara. Pero si fuera el primogénito, por el solo hecho de serlo, ya le correspondía detentar el derecho de la progenitura, según el libro de Deuteronomio 21, 15-17. Decía la norma: Si un hombre que tiene dos mujeres, ama a una y a la otra no, y las dos le dan hijos, pero el primogénito es hijo de la mujer que no ama, cuando reparta la herencia entre sus hijos, no podrá considerar como primogénito al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del verdadero primogénito. Él deberá reconocer como primogénito al hijo de la mujer que no ama, dándole dos partes de todo lo que posee, porque este hijo es el primer fruto de su vigor, y por eso le corresponde el derecho de primogenitura.

Hijo de madre desconocida, tal vez esclava: Eso, en caso de que el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo haya sido hijo de una mujer no amada. Porque ese detalle no lo especifica la parábola. Era simplemente el hijo mayor. Aquí cabría inmediatamente una pregunta: ¿sería esa realidad la que no le daba seguridad al hijo mayor, en relación al padre; y, en cambio, si la pudiese haber tenido el hijo menor, como en el caso de Abraham-Sara y Agar-Ismael? (cfr. Gn. 16). ¿No tendría ya el hijo mayor una desventaja respecto al hermano menor, que era evidente, que gozaba de la predilección del papá? Persona pasiva, tal vez persona modelo de hijo: No se puede negar que hay en el hermano mayor una cierta pasividad, desde un comienzo. Sólo se le ve activo al final, aparentemente según la parábola. Tal vez, cuando sus beneficios y sus conveniencias se ven perjudicadas. Tal vez. Y es aquí cuando se descubre una natural rivalidad, que podría estar plasmada en la experiencia bíblica de Caín y Abel. Porque hasta en ese relato es clara la preferencia por uno de los dos por parte de Dios. Y vuelve a repetirse en la parábola del hijo pródigo la preferencia por el 39

hijo menor, como en el caso de Caín y Abel, siendo el mayor Caín (cfr. Gen. 4, 1-2) y el preferido Abel. ¿No se estará repitiendo, teológicamente, el contenido de la revelación del libro del Génesis? ¿Habrá conexión con el contenido de la parábola, específicamente en el caso de los dos hijos, y de la evidente preferencia por uno de ellos? En la parábola el hijo mayor sale favorecido, porque en el libro de Génesis, Caín se toma las cosas más en serio, al matar al hermano. Mientras que en la parábola del hijo pródigo, simplemente, el muchacho se negó a entrar a la fiesta. No más. Hace valer sus derechos: La postura del hijo mayor es de admirar, desde este nuevo enfoque, por lo menos, en este momento. Ya que el hijo mayor muestra su inconformidad con la realidad que estaba pasando en su casa, y con su papá, al decirle, que: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. ¿Dónde está lo malo que el muchacho mayor manifestara su malestar? ¿No estaría resaltándole al padre el hecho de su fidelidad y sumisión, que podrían verse como bondad de hijo? ¿No sería, acaso, el hijo bueno, el hijo modelo? ¿No estaría, reclamando que no había sido valorado por su ejemplo? ¿Va a tener preferencias y va a ser injusto, si de comportamiento se trata; y por méritos ya tiene más que suficientes para merecer todo el respeto y consideración? ¿Estaba, o no estaba en su derecho de decir lo que dijo al buscar poner las cosas en sus respectivos lugares; y los lugares eran que, el hermano menor era un despilfarrador y mal hijo; en cambio, él, el mayor, era el ejemplo y el modelo de la familia?

40

Victima de una injusticia Se complica la parábola. Pero nos abre nuevos horizontes. Pareciera que prevalecieran las contradicciones, tanto en el caso de Caín y Abel, como en el caso del hijo mayor y el hermano menor, en relación a la preferencia del padre. Es evidente que no encuadran con lo debe ser lógico en el orden de las cosas. Esta puede ser la gran sorpresa del contenido de la parábola del hijo pródigo, sobre todo, teniendo en cuenta que el único evangelista que cuenta esta parábola es San Lucas. Y conociendo la temática de este autor no es de extrañar su rica y entrelazada relación compendiada con todo el Antiguo Testamento. De hecho, es propio del evangelio de San Lucas encontrar compendios comprensivos del Antiguo Testamento colocados como continuación en su temática cristológica. Así, encontramos en el evangelio de San Lucas, en el caso de la Virgen María, por citar uno, una estrecha conexión con los textos del Antiguo Testamento (cfr. 1 Sam. 2, 1-10), que en la temática de San Lucas es continuación y prolongación8. La justicia-injusticia: mayor complicación: Es, en todo caso, desconcertante el rompimiento de toda lógica humana el procedimiento de Dios, en el caso de sus preferencias. Ya queda pautado así desde un comienzo con la historia (o cuento teológico) de Caín y Abel, y la preferencia de Dios. Pareciera que se confirmara con la aplicación profunda de la parábola del hijo pródigo. Y hasta se pudiera encontrar alguna conexión con el libro de Job, al relacionar a Job con el hermano mayor, en una injusticia a todas vista más que clara, por lo menos considerada por el propio hermano mayor. Si es así, es, entonces, una sorpresa maravillosa lo que contiene esta parábola. Entonces, 8

Véase, por ejemplo la continuidad de Salmos 2, 18; Isaías 61, 10; Levítico 18, 3; Salmos 18, 3;; Isaías 40, 29; Salmos 113, 9; Isaías 54, 1; 2 Reyes 5, 7; Deuteronomio 32, 39; Sabiduría 16, 13; Tobías 131, 2; Job 9, 6; 38, 6; Salmos 98, 9

41

el tema principal de la parábola del hijo pródigo es la contradicción de Dios, según los parámetros humanos. Porque se rompe toda lógica. El hermano mayor, como victima y afectado en sus patrones de comportamiento, no es otra cosa que el mismo Job, a quien le cometen una gran injusticia. Y esto es un misterio que no tiene respuesta ni explicación. De allí, que como recurso literario, se busque personificar en forma de cuento en el caso de Job, y en forma de parábola en el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, para buscar explicación a lo que como injusticia no tiene sentido desde cualquier explicación humana, sino como “MISTERIO”. Sorpresa de sorpresas. Ahora se podría entender lo que dice el libro del Eclesiástico 39, 1-4, cuando dice que las parábolas son enigmas9, y que hay que intentar penetrar en ellos. Y esta parábola es más que un enigma. Es un hechizo que envuelve y subyuga al comprender (el primer elemento de la aplicación del método judío de oración: Jojmá: intuición, o sabiduría) lo que se está comprendiendo (el segundo paso del método judío: Biná: entendimiento), para quedarnos cada vez más sorprendidos (el tercer paso del método judío del dáat: dáat, propiamente)10. Desde nuestro análisis, ciertamente, esto es un descubrimiento y una maravillosa sorpresa. Además, se trata de oír y no oír, de ver y no ver, por eso el significado profundo de las parábolas, como responde Jesús a sus apóstoles de por qué hablaba en parábolas, según el mismo San Lucas 8, 10 y sus paralelos, aplicándose una vez más un opuesto, como patrón de interpretación (oír-no oír; ver-no ver). Pero, volvamos en lo que íbamos.

9

“el que consagra su vida a reflexionar sobre la Ley del Altísimo… busca la sabiduría de todos los antiguos y dedica su tiempo a estudiar las profecías; conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas; indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias enigmáticas. Presta servicio entre los grandes y se lo ve en la presencia de los jefes; viaja por países extranjero, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres” (Eclesiástico 39, 1-4; las negrillas son mías). Véase también Salm. 78, 2. 10 O sería lo mismo que “escucha Israel, amarás al Señor tu Dios…”

42

Víctima de intereses de familia: Por otra parte, por ser el hijo mayor gozaba de la progenitura. Pero no por eso era una garantía, porque la podía perder, como en el caso de Jacob y Esaú (cfr. Gen. 27). Y este nuevo elemento vuelve a colocarnos en un hallazgo que nos hace ver la parábola del hijo pródigo con más respeto y admiración. Precisamente, porque hay muchos elementos implícitos y fascinantes. Es, entonces, cuando comienza a aparecer un personaje no nombrado para nada en la parábola, y que es posible su existencia, desde estas nuevas perspectivas. Es el puesto de la mujer o de las mujeres del padre de los dos hijos de la parábola del hijo pródigo. Porque, no es de descartarse la posibilidad de que hayan sido hijos en diferentes madres, como en el caso de Abraham-Agar-Sara, e Ismael-Isaac (cfr. Gn. 16). Eso es posible. Pero en el caso de que no haya sido así, sino que ambos hayan sido de una misma madre, no podemos pasar por alto la experiencia de la usurpación de la progenitura en el caso de Esaú, a quien le fue robada por parte de Jacob, con total y absoluta complicidad y obra de la madre, Rebeca. ¿Y, si en el caso de la parábola del hijo pródigo, la madre se confabularía a favor del hijo menor, en desventaja hacia el hijo mayor? Esa posibilidad abre mucho camino. Y ayuda a comprender un poco al hermano mayor. No tanto porque el hijo menor le hubiese usurpado la progenitura al hermano mayor, sino porque el menor se hubiese adelantado para sacar ventaja, como ventaja había sacado Jacob en la historia de la bendición de Isaac a Esaú, como iniciativa y obra de Rebeca (cfr. Gn. 16:1-4, 15). La injusticia, tema recurrente en la Biblia: Se complican las cosas. Pero abren horizontes para comprender, tal vez, un poco al hermano mayor. Tal vez, el hijo mayor debería pasar de ser juzgado como egoísta, a ser visto, más bien, como victima de las circunstancias. Y ¿qué relación habrá de fondo con el libro de Job, en donde el personaje también es victima de una injusticia? 43

Job reclama su derecho. También lo hace el hijo mayor de la parábola. Las cosas no estaban claras, según Job. Tampoco para el hijo mayor. Y eso que ambos eran modelos y ejemplos. ¿No estará latente la misma idea en ambos casos? Pareciera que si. Un detalle que hace la diferencia con el recibimiento del hijo menor, por parte del padre en relación al hijo mayor es, que sucede un diálogo entre el hijo mayor y el padre. Cosa que no se da con el hijo menor. Allá se da el recibimiento, y no hay palabras para el hijo menor, sino la orden para que le pongan el anillo y lo vistan bien (cfr. Lc. 15, 22-23). Mientras que con el hijo mayor hay un diálogo y un gesto (cfr. Lc. 15, 31). El diálogo es para que el hijo mayor reconsidere su postura; esas son las palabras. Y el gesto, es la espera por la respuesta. No sucede igual con el hijo menor. Sólo el gesto de amor, sin palabras. Como con el hijo mayor, en el diálogo, igual sucede con Job: hay un diálogo y una espera, a pesar de que Job no es reconocido en la injusticia que se le estaba cometiendo por parte de Dios, en la apuesta de Dios con el Satán (cfr. Jb. 1, 6ss; Daniel Albarrán, Los zapatos de Job), y en la que Job reclama, igualmente, su derecho; y por el contrario, Dios apabulla a Job con la muestra de su poderío (cfr. Jb. 42, 1-6). Ante esa realidad, Job reconoce y descubre, al mismo tiempo, que no conocía a Dios, sino de oídas, y no lo han visto sus ojos, como para comprender que Dios nunca va a reconocer que se está cometiendo con su situación una gran injusticia, fruto de una apuesta; en donde ninguno de los apostadores reconoce, ni haber ganado, ni haber perdido; ni siquiera de tener otra reunión para deshacer o por dar por terminada la apuesta (cfr. Jb 1, 6ss). Otro detalle en cuanto al hijo mayor, es que cuando comienza la parábola a hablar propiamente de él, dice que “estaba en el campo” (cfr. Lc. 15, 25). A este punto de nuestro avance, surgen muchas preguntas y cuestionamientos, como: ¿Será lo de que la misericordia de Dios, en el caso del padre de los dos muchachos, es un misterio? ¿Será que se sigue la idea en la parábola de la aparente injusticia de Dios, como en el caso de Caín y Abel, en cuanto a lo de la preferencia del sacrificio que estos hacían? Una cosa queda clara: la astucia. En el caso de Esaú y de Jacob, con la ayuda de Rebeca, 44

la madre. ¿Habrá alguna relación con la exclusión del hijo mayor de Abraham en la esclava, en el caso de Ismael e Isaac, en donde la madre de Isaac expulsa a la madre de Ismael? (cfr. Gn. 16:1-4, 15). También queda claro la astucia del hijo menor, respecto a la manipulación del padre. Además, el tema de la astucia es un tema presente en toda la Biblia; y sobre esa astucia se basa toda la historia del pueblo de Israel. Véase, por ejemplo, la historia de Abraham que hace pasar a su mujer como su hermana ante el Faraón (cfr. Gn. 12, 10-20), para sacar ventajas; el caso del nacimiento de Esaú y de Jacob, en el que Jacob agarraba el talón de Esaú (cfr. Gn. 25, 24-28); la venta de la progenitura de Esaú por un guiso (cfr. Gn. 25, 29-34); la usurpación de la progenitura por parte de Jacob (cfr. Gn. 27); etc. Además, el mismo Jesús en algunas de las parábolas exalta la astucia y la viveza, como en el caso de la misma parábola del hijo pródigo, o en la parábola del administrador astuto (cfr. Lc. 16, 1-13). Por otro lado, hay otra gran injusticia en el caso de María la Virgen en la anunciación, en relación a la objeción en la comparación con el padre de Juan el Bautista; en ambos casos hay una objeción, y en uno se es benevolente, y en el otro se recibe un castigo, al quedarse mudo (cfr. Lc. 1, 5-38). ¿No se dará esa misma experiencia en Jesús, en el caso del grito en la cruz? ¿No será la misma experiencia del hermano-hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, que a su vez, pareciera ser la misma experiencia de Job, con la de Jesús en la cruz; en donde la injusticia de Dios es, justamente, su propia justicia, que es “misericordia”, que supera toda dimensión de comprensión humana; y todo ello oculto y dicho en esa maravillosa parábola, en donde pareciera que hay conexión del hijo mayor con la experiencia de la cruz de Jesús?

45

El alegato del hijo mayor El caso es que el hijo mayor manifiesta su inconformidad con el comportamiento de su padre, en relación al hijo menor, y no quiere entrar a la fiesta. No quiere sumarse en la celebración. Y, entonces, le habla al padre en forma de reproche al marcar distancia, poniendo las cosas en su justo lugar. Le dice, en forma de reproche “ese hijo tuyo”. Como diciendo: “ese si es hijo tuyo; yo no”; “ese es tu consentido”. Suena a reproche. Yo no cuento para ti. Y aquí, aparece en otra forma la misma expresión que Caín usa cuando Dios le pregunta por Abel, según Génesis 4, 8-9: “Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos fuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”. Se marca la distancia en ambos casos. Porque en ambos casos se trata, igualmente, de progenitura, como de preferencias. Tal vez, la preferencia determinaba la progenitura. Y en ambos casos, se veía una injusticia. La experiencia bíblica del guardar distancia para hacer la diferencia también se da en el caso de Adán y Eva, cuando después de haber comido del árbol del bien y del mal, Adán se desmarca de Eva y le dice a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.” (Gen. 3,9). Ese distanciamiento se repite en la parábola del hijo pródigo. El reclamo del hijo mayor: El reproche del hijo mayor puede verse también como una bofetada, no en sentido literal, por supuesto, sino como ofensa o reclamo al propio padre. Podría verse también como si le estuviera diciendo: ese hijo tuyo, que es muy distinto a mí, y que es mala conducta, es así, porque tú lo malcriaste. Por eso es así. Por eso actúa así. Tú eres el culpable. Y podría verse un reclamo y un recordatorio, según se dijo, que podría ser la máxima del 46

libro del Eclesiástico (30, 7-13), al recordarle la sentencia: “Caballo no domado, sale indócil, hijo consentido, sale libertino. Halaga a tu hijo, y te dará sorpresas; juega con él, y te traerá pesares. No rías con él, para no llorar y acabar rechinando de dientes”. Esa posibilidad comprometía más al padre. Porque, o lo recibía, o no lo recibía. Si no lo recibía, tenía que denunciarlo, según la ley. Y lo amaba, por sobre todo. Consentido o no, era su hijo, el menor. Era mejor recibirlo. Volvía a ganar el hijo menor. Y volvía a perder-ganando el padre. Y con ello, vuelve un opuesto, de lo que es muy común en las Sagradas Escrituras. Si el padre no lo recibía tenía que denunciarlo. Eso significaría la muerte del hijo y el reconocimiento por parte del padre de haberlo mal criado. Una doble afrenta para el padre. Un doble dolor, entre ellos el fracaso como padre. Era mejor recibirlo. Era mejor hacer una fiesta por su regreso. O sea, era mejor hacer como si el hijo se había ido de viaje sin haber dado problemas en la casa, y hacer fiesta porque había regresado. Así todo quedaba arreglado. Recibe al hijo y queda bien con la sociedad, porque, de lo contrario tiene que reconocer que su hijo menor es mala conducta y mala cabeza. Vuelve el hijo menor a sacar ventaja y vuelve a salir airoso y con las suyas. Inteligente y astuto, sin duda, el muchacho menor. Mucho. Y lo coronan con anillo y sandalias nuevas, para colmos de la contradicción. Como diciendo, para remates de males, en la ironía que ya contiene la viveza y la astucia del hijo menor, en detrimento del derecho burlado del hermano mayor. Como para sacarle en cara al hermano mayor que era clara la burla. Y descarada. Triste y cruel para el hermano mayor. Restauración de las cosas: Un nuevo elemento aparece en el final de la parábola, que es muy bonito y útil de resaltar, a pesar de toda las contrariedades para el hermano mayor. Es el hecho de la afirmación y confirmación del papá hacia el hijo mayor, al decirle: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Con esa 47

afirmación podría considerarse dos cosas: por un lado, que el hijo mayor no haga problemas, porque, si es por la progenitura, él la tiene segura por ser el hijo mayor. Muy bonita confirmación que debería darle mucha seguridad al hijo mayor. Por otra parte, podría considerarse la idea de que ya la herencia está repartida. Es decir, ya el hijo menor se llevó lo suyo; y lo que queda es todo del hijo mayor, porque la herencia había sido repartida cuando el menor había hecho la petición. Había repartido la herencia. A cada uno le había dado lo que correspondía. Y lo que quedaba era del hijo mayor. ¿Dónde estaba el problema que el hermano mayor estaba haciendo, entonces, podría estar diciéndole esas cosas al papá? Como diciéndole: “No seas tontito, muchacho…. Quédate tranquilo, que todo lo tuyo está seguro”. Además, sería una petición por parte del padre al hijo mayor de que comprendiera el aprieto en que se hallaba él como padre, pues no podría denunciar a su hijo menor. Esa parte de la parábola es muy tierna y consoladora para el muchacho mayor. Y aquí vuelve a aparecer el personaje de Job, que al final es restituido en todo. Bonito. Hermoso ese descubrimiento implícito de la parábola del hijo pródigo. Entonces, tiene estrecha relación esta parábola con el libro de Job. No se puede negar. Esta confirmación de esa conexión entre Job y el hijo mayor nos entusiasma, porque se estaba presentando esa relación con mucha timidez y temor. Pero no se puede negar que están en la misma conexión. Para alegría en este estudio y análisis. El recordatorio del Padre: Viene la parte final de la parábola. El hermano mayor coloca las cosas en el orden que tenían que estar. Entre “ese hijo tuyo” y él, el hermano mayor, hay una gran diferencia. Por eso marca la distancia. La hay. Entonces, aparece el padre, que ya le ha pedido que “por favor, que entienda que la cosa es muy complicada”, que seda, que acepte al hermano. Por eso le dice: “porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. En esa afirmación del papá, hay 48

ya una petición doble. “Si lo aceptas y lo recibes como tu hermano, me haces un favor a mí”, casi pareciera que le estuviera diciendo. Porque si no lo acepta, hay que explicar que no se fue de viaje de buena manera, sino que era mala conducta; y, entonces, por consecuencia legal, también el padre va a tener que dar cuentas a la justicia de los ancianos del pueblo. Todo dependía del hermano mayor. El padre depende de la decisión del hijo mayor: Ahora, las cosas cambian de perspectiva y de enfoque. Ahora, es el hermano mayor el bueno. Y al decir el bueno, es en todo el sentido de la palabra, aun cuando la primera idea que nos hacemos del hermano mayor es que es egoísta. Pero no. Es el bueno. Por eso “su padre salió e intentaba persuadirlo”, dice la parábola. Ahora bien, ¿A persuadirlo de qué; a convencerlo de qué; a hablar de qué; a pactar qué? Es el colmo. Además de todo lo que se la ha hecho en su perjuicio… Pero, en algo tiene el padre las de perder en esa situación, respecto al hijo mayor. Esto hace ver al padre doblemente comprometido, como se hallaba Dios frente a Job, en su no explicación de por qué lo había puesto en la situación que lo tenía, si Job, era en todo un hombre ejemplar. No está malo ser bueno. Aquí hay que reconsiderar la postura que asumimos frente al hijo mayor, que siempre ha tenido las de perder, frente a la astucia y viveza del hijo menor. Siempre hemos mirado como egoísta al hermano mayor. ¿En verdad, lo era? ¿Dónde está el mal de ser bueno, y el hijo mayor era bueno y fiel, con todo y todo? Igual que en el caso de Job… ¿Dónde está su mal, en la fidelidad? ¿No es, acaso, la fidelidad referida a la relación pueblo escogido-Yahvé; y no era fiel, acaso, Job en su situación, como fiel el hijo mayor de la parábola? ¿Dónde está el mal que se le atribuye al hijo mayor? El jardín del Edén: En esta última parte de la parábola del hijo pródigo hay una reminiscencia bíblico-teológica que es necesario resaltar. Al padre decirle al hijo mayor “Hijo, tú siempre estás conmigo, y 49

todo lo mío es tuyo”, hay implícitamente una conexión con la experiencia del Jardín del Edén, en donde a Adán y a Eva les estaba permitido todo (cfr. Génesis 2, 7-10, 15-17), pero donde existía el recordatorio del árbol prohibido, del que no deberían comer. En este punto de la parábola el padre está haciéndole al hijo un recordatorio, que es teológico: Cuidado, no pases el límite. Cuidado hijo. Todo te está permitido. Eres el dueño, pero párate. Frénate. Eres libre, sin embargo. Por eso, “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Y se está repitiendo teológicamente la experiencia bíblica del Jardín del Edén y la experiencia del pecado. A este punto, el hijo mayor estaba en toda la frontera, entre el recordatorio del árbol prohibido y su libertad de escoger. Momento sublime es este el de la parábola. Si es bonito y enternecedor el recibimiento y el abrazo del padre y del hijo menor en el regreso; es sublime el momento del encuentro del padre con el hijo mayor. Por eso dice la parábola que “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Ahora le correspondía al hijo mayor decidir. Es entonces, cuando en este momento de la parábola debe irrumpir, pero tipo fanfarria repetitivamente, nada más, la sonata in fuga de Joan Sebastian Bach, o el aleluya de Händel (en el caso de dárnosla de finos y cultos, porque podría un redoblar de tambores y de maracas), porque es el momento culmen y de éxtasis de la parábola del hijo pródigo. Y es para llorar, para enmudecer, porque hemos llegado a lo máximo, como si fuese una pieza musical de esos clásicos que posee la humanidad como patrimonio cultural. Porque es un patrimonio cultural también la parábola del hijo pródigo; es decir, le corresponde a todas las culturas y civilizaciones de todos los tiempos. Por eso es patrimonio.

50

Momento culmen de la parábola

A partir de ahí comienza el silencio descendente del espíritu que ha disfrutado toda la secuencia de las notas musicales entretejidas sabiamente, en manos de una mente prodigiosa que las enlaza para llevarnos al éxtasis, y desde ahí retornar suavemente y con dulzura a la cotidianidad de la vida diaria; pero transformados interiormente por el influjo penetrante de la gloria experimentada en la experiencia recién vivida de amor eterno… Maravillosa la parábola del hijo pródigo. Y maravilloso este autoencuentro en ese encuentro maravilloso… Justo aquí debería sonar la fanfarria musical para resaltar la parte más importante de la parábola. Aquí está lo máximo y la plenitud de la parábola, a pesar de lo enternecedor que pueda resultar el abrazo entre el padre y el hijo menor, y en lo mucho que se ha insistido en ese detalle. En ese momento del abrazo habría que aplaudir por la jugada perfecta del hijo menor. Le había salido todo muy bien. Todo bien calculado. Y mejor de lo que se esperaba. Una jugada perfecta de astucia y de inteligencia. Pero, en el momento del diálogo entre el padre y el hijo mayor, habría que levantarse y aplaudir a rabiar, con los pies y con las manos, al mismo tiempo, con chiflido y griterío alborozado, porque es el diálogo y el encuentro entre el bien y el bien y el uso de la libertad, en donde vuelven a encontrarse el Creador y la criatura, para redimir la historia de Adán y Eva, con el recordatorio del Jardín del Edén, para ser dueños otra vez del Jardín, de donde se había sido expulsado. Y todo en clave de misterio para quedar enmudecido como lo quedara Job (42, 2-6), frente al apabullamiento de Dios por el misterio de lo creado y con su reconocimiento humilde y realista, al decir: Sé que eres todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, 51

he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas que me superan y que ignoro. Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento en el polvo y la ceniza.

Y, así, los dos momentos son muy importantes en la parábola, tanto el abrazo del padre y el hijo menor que regresa, como el encuentro en el diálogo del padre con el hijo mayor. Ambos son de igual importancia. No uno más que el otro. Los dos en igual intensidad; pero, en donde el segundo momento es la parte comprensiva en su totalidad, para colocar en igualdad de condiciones a los dos hijos, porque ambos son hijos del mismo padre, y a ambos les reitera su dignidad de hijos. Y dignificándolos en sus puestos como hijos, el padre reitera su condición de padre, sin perder en nada, ni en su preferencia, ni en su predilección. Por eso, dice la parábola que, en el primer caso, “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”(al hijo menor); y en el segundo, la misma parábola dice que “su padre salió e intentaba persuadirlo” (al hijo mayor). Así, el padre recupera su autoridad y respeto, sin perder en nada, (que nunca había perdido), su realidad de padre reafirmada en su relación con sus dos hijos, sin ninguna diferencia de uno y otro (cfr. Dives in misericordia, 6a). Así lo dice maravillosamente la parábola: “Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo”. Con ello está colocando en su lugar a su hijo como hijo, y así, siendo fiel a su amor, es fiel a su paternidad (cfr. Dives in misericordia, 6ª)). Simultáneamente, la misma parábola, sin hacer diferencia mantiene la misma línea de acción del padre, en el caso del hijo mayor; dice: “El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Como se mantiene la misma acción y se reitera en ambos casos la misma realidad, el padre reafirma lo que pudiese haberse desviado en su sentido e importancia, al decir de la misma parábola, que el padre dijo: “deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y 52

lo hemos encontrado”. Y, así, el padre da el mismo trato a los dos hijos, al reconocerles su dignidad y filiación y paternidad, al mismo tiempo. Queda, así, todo en su lugar: el padre y los hijos; los hijos (que son hermanos) y el padre; y, su puesto en la familia, reconocido en uno con el anillo y las sandalias nuevas, y en el otro, en que todo era suyo por ser siempre fiel. ¡Bella la parábola del hijo pródigo! ¡Exquisita….! Un detalle que no se puede omitir en este final del análisis, y es el hecho de la comida, que es el centro de todo el encuentro y desencuentro de la parábola. Y no sólo de la parábola, sino todo el compendio comprensivo de la revelación, sin discontinuidad ni ruptura, sino estrechamente unido. Quedando así la conexión del evangelista San Lucas con la parábola del hijo pródigo en unidad de revelación con el libro del Génesis. En el caso del Génesis (2, 16-17), fue por una comida: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. En el caso de la parábola del hijo pródigo (el despilfarrador, el dadivoso, el desprendido), se repite la idea de la comida: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”. El hijo menor regresa y le hacen un banquete: matan para él “el ternero cebado”, dice la parábola. Está clarita la misma idea de la comida. Y cuando el hijo mayor regresa el alegato es, igualmente la comida: “a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos”. Y no quería entrar a la fiesta que le daban a su hermano, para quien habían matado “el ternero cebado”. Llama la atención la referencia constante a la misma idea: la comida. En el libro del Génesis y en el evangelio de San Lucas, en este caso. En Génesis con la prohibición de no comer. En la parábola del hijo pródigo en la invitación del padre a ambos hijos para comer. En Génesis se puede comer de todo, pero hay una prohibición que del árbol prohibido, no. En la parábola hay una insistencia, en el caso del hijo mayor, pero, igualmente, el recordatorio de no pasar las fronteras. Interesante esa conexión. Pero más interesante cuando inmediatamente se piensa en la 53

última cena de Jesús con sus discípulos, en donde vuelve a realizarse el escenario justo en una comida. Habría que hacer un estudio detallado de ese triángulo: Génesis-parábola del hijo pródigo-última Cena (Eucaristía). En este sentido, algunos autores/pensadores hacen la relación del hijo pródigo con Jesús, como por ejemplo, Henri Nouwen. Pero esa relación parece muy forzada, y si seguimos lo que hemos descubierto en este estudio y análisis, no deja de ser una visión muy espiritualista, a pesar de la gran popularidad que ha tenido ese libro (Henri J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, 27ª edición, PPC, Editorial y Distribuidora, SA, Madrid, 1992); sin olvidar que, al fin y al cabo, son unas reflexiones que el autor hace frente a la experiencia subjetiva y personal ante el cuadro de Rembrandt. No se puede negar, sin embargo, que es muy enriquecedor el aporte que hace Nouwen en su libro al detallar, como lo hace, el cuadro de Rembrandt, con todo su recorrido biográfico. Es de hacer notar que en ninguna otra parte y ningún otro autor, tan solo que cite a Nouwen, hace la relación de Jesús como el hijo pródigo. En ningún documento oficial del Magisterio de la Iglesia aparece esa relación Jesús-Hijo pródigo. Es sólo una manera de ver, como dice el mismo Nouwen, en su visión y experiencia frente al cuadro de Rembrandt; y que por otra parte, no deja de ser una experiencia subjetiva y muy enriquecedora respecto al cuadro, por supuesto. Dice, Nouwen: “Me estoy acercando ya al misterio de que el propio Jesús se convirtiera en hijo pródigo para nuestra salvación. Abandonó la casa de su Padre celestial, se marchó a un país lejano dejó todo lo que tenía y volvió con su cruz a casa del Padre. Todo lo que hizo, no como hijo rebelde, sino como hijo obediente, sirvió para llevar de nuevo a casa a todos los hijos perdidos de Dios. El mismo Jesús, que contó la historia a los que le criticaban por tratar con pecadores, vivió el largo y doloroso camino que describe”… “Considerar a Jesús como el hijo pródigo va más allá de la interpretación tradicional de la parábola. Sin embargo, esconde un gran secreto. Poco a poco voy 54

descubriendo lo que significa decir que mi condición de hijo y la condición de hijo de Jesús son uno, que mi regreso y el regreso de Jesús son uno, que mi casa y la casa de Jesús son una. No hay otro camino hacia Dios que no sea el camino que Jesús recorrió. Aquél que contó la parábola del hijo pródigo es la Palabra de Dios que “se hizo carne, y habitó entre nosotros, y nosotros vimos su gloria” (Jn 1,1-14).

Algunos que han estudiado a Henri Nouwen, como Michael Forden, con el libro de la biografía de Nouwen, titulado, Wounded Prophet, descubre cosas que ayudan a comprender algunas cosas útiles de considerar respecto a sus ideas. Pero, no por ello, no deja de ser muy valioso lo que Nouwen hace para ver y descubrir en la pintura de Rembrandt, titulada "El regreso del hijo pródigo", que con su ayuda nos permite descubrir detalles muy interesantes del cuadro, como el detalle de las manos del padre (lo femenino-masculino), el de los dos pies, el descalzo y el con calzado roto; el del hijo mayor (representando a los fariseos), de pie y con su bastón hasta el suelo; la cabeza rapada del hijo prodigo; el manto del padre; la frente iluminada del padre; el manto del hijo mayor…etc. Pero es un aporte para ver e interpretar el cuadro, como tal. Tal vez ese libro de Henri Nouwen podría equipararse al libro de Dan Brow, El Código Da Vinci, al permitirnos un mayor acercamiento a las dos obras de arte, tanto la de Rembrandt, por un lado; como la de Da Vinci, por otro, en el caso del cuadro de “La última cena. Pero volviendo a la parábola, todo termina en suspenso. No dice la parábola que el hijo mayor hubiese aceptado entrar a la fiesta. Queda en el supuesto. Y todo termina en suspenso. No dice la parábola que el hijo mayor hubiese aceptado entrar a la fiesta. Queda en el supuesto. Y todo queda bajo el suspenso del misterio, como misterio es todo el misterio de la vida… como es un misterio el éxito de la astucia e inteligencia del hijo menor de la parábola del hijo pródigo y del sufrimiento del hermano mayor, ante un hecho palpable de injusticia… repitiéndose la fuerza del opuesto de 55

éxito-fracaso… En donde, el éxito ha sido del hijo menor, y el fracaso del hermano mayor de la parábola… Y donde pareciera que se resaltara la celebración del exitoso, del astuto… en donde, definitivamente, el exitoso en todo su sentido, no es más que el mismo padre, porque no daña a ninguno de los hijos, sino que los enaltece, y con ello, tampoco se daña a sí mismo, como padre, justo con ambos hijos. Maravilloso encuentro y re-encuentro. Y con ello, igualmente, todo queda en su justo lugar, ya que no quedan mal parados los judíos, quienes le criticaban a Jesús, sino que quedan enaltecidos y reconocidos en el hermano mayor; justamente en la maravillosa idea del diálogo entre el padre y el hijo mayor, y por la experiencia del diálogo, que ya se había dado en la historia, al ser escogidos como pueblo predilecto de Dios, y que como conocedores y sabedores de esa misma experiencia, tienen en su mano decidir (referencia bíblica y teológica con el libro del Génesis), quedando a la expectativa esa misma experiencia-respuesta, en la respuesta como la expectativa que queda abierta en la parte final de la misma parábola… Maravilloso ese momento, entonces, de la parábola, como un elemento más de la rica experiencia de “la sinfonía de la Palabra”, como manifestación y revelación del mismo Dios (cfr. Verbum Domini, del Santo Padre Benedicto XVI, La Palabra de Dios en la vida y en la Misión de la Iglesia, septiembre, memoria de san Jerónimo, del año 2010, Dimensión cósmica de la palabra, No. 8 y siguientes). Además, justo en ese momento podría pensarse en la experiencia límite de fronteras del propio apóstol San Pablo, en aquello de “el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no” (cfr. Rm. 7,18. como experiencia de la inclinación natural al pecado; cfr. Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, 2009), y da a los hombres, mediante la gracia, la participación a la vida divina y la capacidad de superar el egoísmo. Y todo ello se da, justamente, por el diálogo (el Logos, que es el mismo Cristo, con lo que se hizo todo, según el prólogo del Evangelio de San Juan (cfr. Jn, 1,3; Col. 1, 15-16; Heb. 11, 3), y que se está dando en ese momento maravilloso de la parábola. De manera, que se podría 56

pensar que en ese momento tan importante de la parábola, tal vez el más importante de todos (pero ignorado y no descubierto), se está dando, o está por darse, el momento cristológico por excelencia, en la espera de la decisión y de la respuesta del hijo mayor. Y sea ahí, en ese momento del diálogo entre el padre y el hijo mayor, el momento teológico y bíblico de la experiencia de la libertad del Jardín del Edén. Por eso sea el momento culmen de toda la parábola. Es el momento del redimir o de repetir la historia del pecado, pero depende de la respuesta del hijo mayor, que queda en suspenso, como es característica del recurso literario de una parábola, a diferencia de un cuento, que si tiene un final feliz; mientras que en la parábola, queda en suspenso, como queda el resultado de todo lo que queda abierto en ese final no concluso ni cerrado. En ese momento pueda que se esté repitiendo la misma experiencia de Jesús en la cruz, en el grito de Jesús: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”(Mt. 27, 46), en la inconformidad del hijo mayor, en, “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya… (cfr. Lc. 15, 2931). Con la diferencia en que Jesús, en el momento de la cruz, según San Lucas, Jesús se abandona al decir y completar lo que queda en expectativa y en veremos en la parábola. En Jesús, en el momento culmen de la Redención, hay un abandono en:“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” y dicho esto expiró” (Lc. 23, 46); mientras que en la parábola, queda abierto, porque no se sabe la respuesta del hijo mayor. Por eso queda en suspenso, porque se completa en la cruz y en el grito de abandono de Jesús. Es, entonces, un momento cristológico, el suspenso de la respuesta del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, donde la respuesta del hermano mayor, sea el momento más importante de toda ella. Tal vez en ese momento esté por darse la experiencia perfecta de la confianza ciega en el Padre por parte del hijo mayor, y pueda que se suceda su lucha interna al recordar justamente que “tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo”, y la fidelidad del Señor dura “de generación en generación” (Sal 119,89-90); y, quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca (cfr. Mt 57

7,24). Y pueda que se esté dando la agonía y el sufrimiento, en el opuesto de obedecer-desobedecer de la fe y de la confianza, por sobre todo, y a pesar de todo, y resuene en su memoria11 de que “Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra” (cfr. Sal 119,114) y, como san Pedro, esté por darse la experiencia de la confianza, a pesar de los pesares, en: “Por tu palabra, echaré las redes” (cfr. Lc. 5,5). O que sería lo mismo de la experiencia de fe de Abraham en la historia del sacrificio de Isaac (cfr. Gn. 22), existiendo entre esos elementos bíblicos una gran conexión en la permanencia de la misma idea teológica. Tal vez. Solo como posibilidad. Quizás. Sobre todo porque la misma objeción del hijo mayor es ese mismo recordatorio, al decir que “en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya” (Lc. 15, 29)… No va a ser ahora que le vaya a desobedecer, porque no le va a desobedecer, ya que queda implícita la respuesta, precisamente en lo que él siempre ha sido fiel, y que vuelve a colocar como su fundamento en “sin desobedecer nunca una orden tuya”. Quedando sobreentendido que si el padre le está pidiendo eso, eso mismo hará, porque se trata de “nunca haberle desobedecido”; y justo ahora, menos. Maravillosa esa parte de la parábola que queda en suspenso, pero que ya está resuelta en el propio alegato del hijo mayor, en donde está su solución. Diálogo que se da, al regreso del campo (cfr. Lc. 15, 25), como apunta la parábola, y en donde pareciera haber una referencia al propio Jesús, quien en su perfecta humanidad, realiza la voluntad del Padre en cada momento; escucha su voz y la obedece con todo su ser; porque conoce al Padre y cumple su palabra (cfr. Jn 8,55; 12,50; 17,8); siendo así, el hombre verdadero, que cumple en cada momento no su propia voluntad sino la del Padre; y con ello ratificar la misma afirmación del evangelista San Lucas de que “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (cfr. Lc 2,52), para marcar una vez más la diferencia con el hijo menor; en donde la edad y el sometimiento como obediencia, hacían la 11

“Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la lección de tu madre: corona graciosa son para tu cabeza y un collar para tu cuello” (Proverbios 1, 8-9).

58

diferencia y la clave de la interpretación, a esas alturas de la misma parábola del hijo pródigo, en su total manifestación y revelación (cfr. Lc 5,1). Reafirmándose siempre que crecía, como cabía la posibilidad de crecimiento en ese momento del diálogo. Por eso la importancia del diálogo, quedando implícito el planteamiento cristológico del evangelista, para convertirse en su constante en todo el evangelio (cfr. el Huerto de los Olivos, y en la cruz, simultáneamente, en una unidad teológica, por supuesto), y en donde el silencio y la espera de la respuesta del hijo mayor, pueda ser el mismo silencio de la “Cristología de la Palabra” en su plenitud en el designio del Padre (cfr. Verbum Domini, del Santo Padre Benedicto XVI, números 10 y siguientes, especialmente los números 13 y 14), para convertirse esa parte de la parábola, en un momento culmen de la Revelación. Así pareciera en nuestros hallazgos y especulación bíblico-teológica, precisamente en esa parte de la parábola en cuestión, en donde ese silencio ante la respuesta no sea, nada más y nada menos, que un momento netamente trinitario, en donde el silencio ante la respuesta sea la misma presencia del Espíritu Santo. Es maravilloso este encuentro y hallazgo. Revelador. Pero, esto continúa. Tiene que continuar porque no hay de otra.

59

Estaba en el campo y, al volver… (Lc. 15, 25)

A estas alturas de la parábola y de nuestro análisis, es necesario resaltar lo que la misma parábola apunta, casi de manera superficial, pero que es de importancia gravitacional sobre la que gira todo el sentido subliminal y escondido de la parábola. Es la referencia y el dato de que el hijo mayor estaba en el campo y volvía de él (cfr. Lc. 15, 25). Esto nos obliga a echar un vistazo a ese detalle. Al detalle del campo. Este descubrimiento nos permite ubicar mejor, precisamente, al hermano mayor, para sorprendernos todavía más. ¿Qué representa el campo, en este caso de la parábola? ¿Habrá alguna relación con la idea del Jardín del Edén, del libro del Génesis (cfr. G. 2, 8-10, 15)? ¿Será la experiencia permanente de jardín en la Biblia, como en los casos del libro Cantar de los Cantares 5, 1, 6, 2,11? El jardín es el lugar del diálogo y del encuentro, del amor; como también lo es el Getsemaní, como el jardín de la agonía; como también el lugar del sepulcro donde Jesús resucitado se encuentra con María Magdalena (cfr. Jn. 19, 41; 20, 15). El hombre fue colocado en el jardín del Edén como huésped de Dios (cfr. Gn. 3, 8), y el recordatorio del árbol prohibido no es una limitación para la libertad humana, sino que es la revelación de una condición indispensable para la comunión entre el hombre y Dios. Recordatorio de que el hombre es “huésped”, y no dueño. Y la comunión no se puede dar si el hombre como huésped trata de convertirse en dueño del jardín. Es el respeto de esa condición. Por eso el recordatorio en el árbol prohibido. Se trata de respetar las normas de la hospitalidad. Según Génesis 2, 9, los árboles son hermosos de ver y buenos de comer, por eso el hombre puede vivir en el jardín como un huésped. La tentación va precisamente sobre esa misma idea, pues la mujer se dio cuenta de que el árbol tentaba el apetito, era una 60

delicia de ver y deseable para obtener la sabiduría (cfr. Gn. 3,6). Y aquí está la diferencia, en que siendo huéspedes en el jardín, pretenden disponer de la creación contrariando la norma de no comer del árbol, que era, precisamente, el recordatorio. El pecado es, precisamente, la violación de esa norma. Antes, igualmente, estaban desnudos (cfr. Gn. 2, 25), pero no sentían vergüenza, porque estaban seguros y confiados. Mientras que después, hay inseguridad y desconfianza, y miedo de ser engañados. Entonces, el jardín, que es el lugar de la revelación de la amistad, se convierte en lugar de ocultamiento. Los árboles del jardín, en lugar de revelar al Señor (cfr. Sal 19, 1), sirven para esconderse de él. Y, así, el lugar del diálogo se transforma en lugar de huida. Dice en el caso del libro del Génesis que ante el paseo de Dios por el jardín, en el lugar del diálogo, dice que Adán tuvo miedo y se escondió (cfr. Gn, 3, 10), (cfr. Franceso Rossi de Gasperis, La roca que nos ha engendrado, pp. 41- 56). ¿Tiene algo que ver todo esto con la idea, apenas sugerida, de que el hijo mayor regresaba del campo? ¿De qué campo estaría hablando el evangelista San Lucas, y qué relación tendrá con el hecho de estar en el jardín del Edén? ¿Será esa la clave de toda la parábola, con la afirmación y detalle de que el hijo mayor estaba en el campo y, al volver…(cfr. Lc. 15, 25), estará diciendo que estaba en lo que correspondía la voluntad de Dios, en medio del jardín, como el huésped? ¿No estará implícita la idea del libro del Génesis, de después de la creación del ser humano, del mandato de Dios de ser fecundos y multiplicarse y henchir la tierra y someterla, de mandar en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra (cfr. Génesis 1, 27-28)? ¿Y, en ese regreso, es que sale el padre a su encuentro, precisamente para darse la experiencia del diálogo, porque el hijo mayor estaba en condición de diálogo, y no tenía ni miedo, ni vergüenza, ni se asustaba del padre, como se asustara Adán cuando Dios paseara por el jardín? ¿Será por eso que el padre sale a su encuentro a dialogar y a pactar con el hijo mayor, y a esperar que el hijo mayor decidiera? La encíclica Verbo Domini 61

(noviembre de 2010), en el número 22, dice que en esa relación de diálogo, mediante este don de su amor, donde se supera toda distancia, nos convierte en sus “partners”, haciendo al hombre capaz de escuchar y de responder. Pareciera repetirse la misma idea, de varias maneras, en esa parte de la parábola: 1) el hijo mayor estaba en el campo (cfr. Lc. 15, 25); 2) su padre salió e intentaba persuadirlo (cfr. 15, 28); 3) MOMENTO DEL DIÁLOGO: a) tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes (cfr. Lc. 15, 29); b) “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (cfr. 15, 31). Pareciera que se repitiera la misma idea. ¿Será que es en eso en lo que quiere insistir el evangelista? ¿Será esa la parte central de la parábola? ¿Será ese el momento del recordatorio del diálogo del jardín del Edén, y el campo y el regreso de él (cfr. Lc. 15, 25), como la clave de la interpretación, en donde de a tú a tú se da una relación franca, directa y sincera, de padre a hijo, en recíproco y mutuo conocimiento, de cara a cara? ¿Será, por eso, que el padre salió a conversar con su hijo; y ahora no era la excepción, sino que era costumbre entre ellos, y por eso el hijo mayor sin temor del padre mantuvo con él la conversación, que dice la parábola que tuvieron? Todo pareciera indicar que este momento es muy importante en toda la parábola. Pareciera. Y todo como que llevara a pensar que en esa experiencia de relación y de diálogo, el hijo mayor, iría a realizar la petición del padre. Porque no sería ahora que iría a desobedecerlo, ya que él mismo pone la clave de esa misma experiencia en, “sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes” (cfr. Lc. 15, 29); y por eso mismo, el padre salió a su encuentro a conversar con él (cfr. 15, 28); precisamente, porque el hijo mayor estaba en el campo y regresaba de él (cfr. Lc. 15, 25). Estaba en el jardín. Pero podría no estarlo; o querer, por su respuesta, no querer estar más en el jardín, cosa que es impensable por su propia respuesta. Entonces, estaba en ese preciso momento en un momento límite de fronteras. Por eso el diálogo padre-hijo mayor. Aquí estaba la 62

diferencia con el hermano menor, ya que no está en nuestras manos el crear el jardín, pero si el desierto; aunque podemos con el arrepentimiento y la penitencia querer volver al jardín (cfr. Franceso Rossi de Gasperis, La roca que nos ha engendrado, el capítulo “La alianza en el desierto”, pp. 61-73), como pareciera que fue lo que hizo el hermano menor. En ese mismo detalle que apunta la parábola, de que el hijo mayor estaba en el campo y, al volver…(cfr. Lc. 15, 25), y después de preguntar del por qué de la música y de la fiesta (cfr. Lc. 15, 26-27), se apunta otro elemento útil, y es que el hijo mayor “se irritó y no quería entrar” (Lc. 15, 28). En ese irritarse (cfr. Lc. 15, 28), hay un indicativo de que el hijo mayor estaba en todas las fronteras de dejar de ser huésped para convertirse en dueño. ¿Por qué tenía que irritarse, si no era, sino un hijo más, aún cuando fuera el hijo mayor? Tal vez, en ese hecho de irritarse ya había un traspasar justamente las fronteras, o a punto de pasarla. Y para que no se pasara realmente, fue que, como dice la parábola, su padre salió a suplicarle (cfr. Lc. 15, 28b). Aquí podría encontrarse un paralelo con la irritación de Jonás frente a la conversión de Nínive (cfr. el capítulo 4 del libro del profeta Jonás), en ese diálogo y discusión entre Jonás y Dios, en donde Jonás se disgusta porque el pueblo de Nínive, vestido en sayal y cenizas hizo penitencia y se convirtió; y Jonás le sacara en cara a Dios eso mismo, y que era lo que Dios había querido, y por eso lo había mandado a Nínive. Por de más de interesante ese nuevo elemento. Entonces, en medio de lo malo, a pesar de todo, es muy bueno el regreso del hermano menor, y sobre todo la fiesta que le hacen, porque le permiten al hermano mayor ubicarse en el jardín, como tiene que ser. Es un huésped. No es el dueño. Aún cuando se haya irritado. El hecho del diálogo que se da con el padre, indican que el hijo mayor toma conciencia de sus límites, y el padre con la salida a su encuentro y la conversación, le ayudan a colocar cada cosa en su lugar. Y todo por culpa del hermano menor (o gracias a él), porque se repite la experiencia de que “Dios escribe recto con líneas torcidas”; y que en la dimensión de la fe, aún lo malo es bueno, porque en la experiencia de la 63

resurrección, todo se redimensiona y cobra sentido, a pesar de los pesares. Todo parece indicar que es así, por lo menos a esa altura de la parábola del hijo pródigo.

64

Datos a resaltar: De todo lo que se ha visto y descubierto de la parábola del hijo pródigo (“parábola del padre bueno”, o “parábola de los dos hermanos” (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, p. 243), y que se nos estaba permitido, como se dijo, y se citó la sentencia del libro del Eclesiástico 39, 1-4, para ahondar su comprensión… de todo eso, se desprenden algunas ideas, como, igualmente ya se dicho, y que es necesario resaltar justo ahora para, con ello, llegar a la parte central de nuestro retiro espiritual, que es justamente “Padre rico en misericordia” (Ef. 2, 4), desde la experiencia relacional y comprensiva de la parábola del hijo pródigo. Así tenemos, que: En cuanto al hijo menor: 1. Es evidente la viveza y la astucia del hijo menor. 2. El hijo menor siempre sabía lo que quería y quiso. Muy decidido. 3. El hijo menor tenía muy marcada la experiencia de la filiación y de la fidelidad por parte del Padre. Por eso regresa. 4. No tiene nada que perder; y si mucho que ganar con el regreso. 5. No delega. Hace él mismo. En cuanto al hijo mayor: 1. Es el primogénito. 2. Tenía una obligación moral de ser el modelo de la familia y el apoyo del padre. Y lo era. 3. No quiere recibir al hermano menor. 4. Se niega a entrar a la fiesta. 65

5. Reclama sus derechos. Pareciera que se siente atropellado en sus derechos, a pesar de ser ejemplar. Esto es lo novedoso. Pareciera haber de fondo la idea del siervo sufriente de Isaías, y algo del sufrimiento de Job. 6. No delega. Hace él mismo. En cuanto al Padre: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

11. 12. 13. 14. 15.

Respetuoso de la decisión del hijo menor. Angustiado por el regreso del hijo. Amoroso y espontáneo. Expansivo en su afecto. No recrimina. No guarda rencor. Generoso. Conciliador. Sale a negociar con el hijo mayor. No delega. Hace él mismo. No discrimina. Diferencia a un hijo de otro: al menor lo abraza y besa, como recibimiento, pero no le dice ninguna palabra: sólo gesto, sin palabra. Con el hijo mayor entra en un diálogo: palabra y gesto (¿por qué esa diferencia?). Justo. Escucha y respeta. (No delega. Hace él mismo). Da su apreciación con respeto, a pesar de pensar distinto en cuanto al hijo mayor (disiente del hijo mayor). Expone. No se impone. (No delega. Hace él mismo). No presiona y deja que el hijo mayor escoja según su criterio. Y espera (tal vez, la parte más importante de la parábola, y muy poco aprovechada, teniendo en cuenta el criterio de unidad de toda la Biblia, que es Revelación, y toda ella en perfecta y maravillosa unidad).

Todo esto nos tiene que llevar al inicio de la parábola, sobre todo a la circunstancia. Y la circunstancia era que “todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces 66

esta parábola…” (Lc. 15, 1 y siguientes), la de la oveja perdida, la de la dracma perdida, la del hijo pródigo, y la del administrador infiel. La circunstancia es que acoge a los pecadores y come con ellos, y por eso es criticado.

67

Última conferencia (La más importante de todas, por ser la meta de llegada) «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.» (Lucas 2, 8-16) Ya para terminar, y sabiendo que estamos llegando a donde íbamos (estamos llegando a Pénjamo, diría la canción mexicana), es necesario aplicar todo lo que se tiene que aplicar, según el lineamiento de la Iglesia. Sólo así podremos salir ilesos, en cuanto a caídas, del desierto en el que estuvimos y vinimos. En ese sentido, sin ningún daño, porque íbamos conducidos por el Espíritu (cfr. Lc. 4, 1), pero haciendo la acotación de que no íbamos a buscar ser tentados, a diferencia de Jesús (cfr. Mt. 4,1), sino a volver a confirmar una vez más nuestra dependencia y a ratificar el misterio de nuestro llamado. Siempre en clave de fidelidad y de lo que no somos dueños, sino, apenas unos enviados; porque el que manda es otro. O sea, que fuimos porque nos mandaron. Y si nos mandaron es porque es de otro el encargo. Ni siquiera Jesús hacía nada por su cuenta, en cuanto a su mensaje y obra, sino porque había sido enviado (cfr. Jn. 8, 28); mucho menos nosotros (cfr. Jn. 20, 23; Hch 2, 1-4; etc.). En ese sentido, como ya se ha dicho, que no se puede leer la Biblia si no se tiene claro el sentido de la globalidad de toda la Escritura, que es la Revelación, que se da plenamente en Cristo, porque quien lo ha visto a Él, ha visto al Padre (cfr. Jn. 14, 9-11). Además, todo lo de Dios en función del hombre; es decir, que todo la comprensión teológica es en clave antropocéntrica (cfr. Redemptor hominis, Dives in misericordia, y Dominum et vivificantem). Desde esos dos datos fundamentales, es que, entonces, se puede hacer cualquier intento de comprensión, y se nos permite

68

intentar ahondar. Y preguntar… (cfr. Hans Dieter Bastian, Teología de la pregunta). La gloria a Dios: ¿En qué consiste la gloria de Dios y la gloria a Dios? En que el hombre tenga paz. Ya lo condiciona el propio evangelista. ¿Cuál es la alabanza a Dios, en que cantemos himnos y recitemos los cánticos de la alabanza en donde aparezca a cada instante la palabra Dios o su paralelo, y digamos alabado sea su nombre, ahora y por siempre, o frases parecidas? La alabanza es la constante de todo el evangelio de San Lucas, sin duda. ¿Pero, la alabanza como actitud o respuesta constante de actitud religiosa? De hecho, en varios apartados del mismo evangelio de San Lucas, aparece la alabanza, como sorpresa después de algunas acciones concretas de Jesús. Por citar algunos, por ejemplo: Zacarías, cuando se le soltó la lengua, en el nacimiento de Juan el Bautista (Lc. 1,64); Simeón y la profetisa Ana, en el Templo, cuando la presentación del niño (Lc. 2,28; 38); el paralítico de la camilla (Lc. 5,25-26); la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc. 7,16). Y, así, todos los otros casos del mismo Evangelio (Lc. 13,13; 17,15; 18,43; 19,37; 24, 53). Ese dato constante en el Evangelio de San Lucas, también presente en el caso del anuncio a los pastores, ¿no obedecerá a un tema preferido en San Lucas? ¿No tendrá un propósito específico, como el de resaltar la admiración y la alabanza a Dios, como tema recurrente en todo el Evangelio? ¿Pero en eso consiste la gloria a Dios, a pesar de que sea una constante en el evangelio de San Lucas? ¿Será que se debe despertar en el ser humano, en clave relacional, la admiración y la alabanza? E el evangelista encontramos de inmediato la razón de la gloria a Dios: que el hombre tenga paz. Ya lo dice el evangelista: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»

69

En la tierra paz a los hombres: No es otra la gloria de Dios, sino que el hombre tenga paz. Y esa paz se realiza en el niño que acaba de nacer y que es el objetivo de la noticia de los ángeles a los pastores. Independientemente que los pastores sean los humildes o los pobres. Esa es una espiritualización del texto. El contenido teológico está en que si el hombre tiene paz, esa es la gloria de Dios. Y, ahora, se va a realizar la gloria, en el niño de Belén, que acaba de nacer (según la noticia de los ángeles). La gloria de Dios se hace carne: toma la condición humana. Ahora se realiza la gloria de Dios. En el niño de Belén, se realiza la paz del hombre y la gloria de Dios. Maravilloso intercambio: Dios es glorificado en el Hijo, porque el Hijo es la paz del hombre (y en clave de la cruz, donde se completa de manera definitiva la misericordia del Padre, a través del Hijo, en el Espíritu). En el Hijo se plenifica el hombre: porque le va a traer la paz, que el hombre requiere; y eso es la gloria de Dios. De allí se desprende que si el hombre no tiene paz, Dios no va a ser glorificado. Pero, como el Hijo se hace carne, ya se realiza el plan de Dios, que no es otra cosa que para el hombre. No para Dios, sino para el hombre, porque es en clave antropológica como insiste la encíclica Redemptor hominis, especialmente (sin perder la conexión con la Dives in misericordia, Dominum et vivificantem, porque van unidas en la misma idea). Pero, todo, desde el niño de Belén: la Encarnación. Ahora bien: ¿de qué paz en el hombre es la gloria de Dios? ¿Qué paz ha perdido el hombre, que ahora la vuelve a recuperar, a través del nacimiento del niño en Belén? Sabemos que la paz está en el niño que nace en Belén. Nos lo anuncia así el evangelista San Lucas a través del recurso literario del anuncio de los ángeles a los pastores. Fruto de la inspiración divina y de la Revelación de los que el autor lucano es objeto e instrumento. 70

La conexión con la parábola del hijo pródigo: Ya se dijo en el apartado titulado como Momento culmen de la parábola, en la página 51 y siguientes, respecto al abrazo del padre al hijo menor, por una parte, como del diálogo del padre con el hijo mayor, por otra, de la importancia y maravilla de la parábola del hijo pródigo. Pero volvamos y digamos lo que ya se dijo, para encontrar la relación de la parábola del hijo pródigo (o con el título con el que se le pueda llamar, después de su estudio y comprensión), con el himno de los ángeles ante la noticia a los pastores (cfr. Lc 2, 8-16), porque los dos momentos son muy importantes en la parábola, tanto el abrazo del padre y el hijo menor que regresa, como el encuentro en el diálogo del padre con el hijo mayor. Ambos son de igual importancia. No uno más que el otro. Los dos en igual intensidad; pero, en donde el segundo momento es la parte comprensiva en su totalidad, para colocar en igualdad de condiciones a los dos hijos, porque ambos son hijos del mismo padre, y a ambos les reitera su dignidad de hijos. Y dignificándolos en sus puestos como hijos, el padre reitera su condición de padre, sin perder en nada, ni en su preferencia, ni en su predilección. Por eso, dice la parábola que, en el primer caso, “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”(al hijo menor); y en el segundo, la misma parábola dice que “su padre salió e intentaba persuadirlo” (al hijo mayor). Así, el padre recupera su autoridad y respeto, sin perder en nada, (que nunca había perdido), su realidad de padre reafirmada en su relación con sus dos hijos, sin ninguna diferencia de uno y otro. Así lo dice maravillosamente la parábola: “Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo”. Con ello está colocando en su lugar a su hijo como hijo. Simultáneamente, la misma parábola, sin hacer diferencia mantiene la misma línea de acción del padre, en el caso del hijo mayor; dice: “El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Como se mantiene la misma acción y se 71

reitera en ambos casos la misma realidad, el padre reafirma lo que pudiese haberse desviado en su sentido e importancia, al decir de la misma parábola, que el padre dijo: “deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Y, así, el padre da el mismo trato a los dos hijos, al reconocerles su dignidad y filiación y paternidad, al mismo tiempo. Queda, así, todo en su lugar: el padre y los hijos; los hijos (que son hermanos) y el padre; y, su puesto en la familia, reconocido en uno con el anillo y las sandalias nuevas, y en el otro, en que todo era suyo por ser siempre fiel. Una pregunta para terminar: ¿No será esa la exultación del gozo del himno de los ángeles en la «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.» (Lucas 2, 8-16), y que es, al fin y al cabo, la misma persona de Jesús-Cristo, quien nos comunica que el Padre es “rico en misericordia”; y que, igualmente, es un misterio, aun para aquellos que se las daban como se la daban, según dijimos que eran las circunstancias de la parábola del hijo pródigo? Lo curioso de lo curioso, es que esos dos pasajes son de exclusividad del evangelista San Lucas, bien llamado y considerado el evangelio de la misericordia (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret). Nota final: Estuvimos en el desierto. Sabíamos a lo que íbamos (o veníamos). Ahora, terminemos como lo hace el evangelista San Lucas (4, 14-15), después de las tentaciones, que, “Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en sus sinagogas y todos lo alababan” (cfr. Mateo 4, 12-17; Marcos 1, 14-15). Pero, sin ocultar ni omitir la afirmación anterior del mismo evangelista, que es clave en toda su comprensión teológica al decir que “Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno” (Lc. 4, 13; en ese sentido es muy importante el aporte que hace Mel Gibson en su película La Pasión, que más bien, 72

debería llamarse el diablo o la tentación en toda la pasión de Cristo). Y con este final, enlazamos todo con la cruz de Cristo, como referencia del misterio de la fe (cfr. el pensamiento paulino), que es donde se resuelve todo el misterio del Dioshombre (Emmanuel), ya que todo lo de Dios es en clave antropocéntrica, según las encíclicas sobre el Padre (Dives in misericordia), sobre el Hijo (Redemptor hominis), y sobre el Espíritu Santo (Dominun et vivificantem), bien clasificadas como las encíclicas sobre la Trinidad. Con ello queda todo abierto para reflexionar y ahondar sobre el hecho de la pasión de Cristo en la cruz, sobre todo desde el grito que según Mateo, fue: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”(Mt. 27, 46); y, según Lucas, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” y dicho esto expiró” (Lc. 23, 46). Y donde todo se resume como “Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo —¡ustedes han sido salvados gratuitamente!— y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús” (Ef. 2, 4-7). Todo ello, y todo esto, con la dulce y reconfortante afirmación del padre que le recuerda al hijo mayor de “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31). Poniendo con ello todo en su santo lugar, tanto en justicia como en misericordia, a pesar de que no aparecen esas dos palabras de manera expresa, pero si implícitamente, en la parábola del hijo pródigo (cfr. Dives in misericordia, 6 completo); o en palabras de San Pablo respecto, a que, “el amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia

73

desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas” (1 Cor. 13, 4-8). Todo como para llorar de gozo profundo e intuitivo, y exultar, igualmente, como con los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lucas 2, 8-16). Amén. Amén.

74

Bibliografía Armand Puig, Jesús, una biografía, Traducción de David Salas Mezquita, Edhasa, Buenos Aires, 2007. Biblia de Jerusalén, Revisada y aumentada, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975. Daniel Albarrán, La Crisis del Rey David; Lo que aparece en los evangelios (pero que no se dice) Tomo I y II, Barcelona, 2005; Así en la tierra como en el cielo (reflexiones de poeta sobre el Padrenuestro), Barcelona, 1990; Y comieron del árbol, Barcelona, 2001; El Cristo que he buscado (a propósito de las Bodas Sacerdotales, no publicado todavía); ¡Milagro! ¡Milagro!;. Los zapatos de Job, impreso en los talleres de Impre Pres, Pto. La Cruz, 2010; Material para retiros espirituales, 2006; Debajo de la matica, impreso en los talleres Litho, C. A., Pto. La Cruz, 2009 (todos estos libros se pueden leer en Internet, en scribd.com (Daniel Albarrán). Daniel Goleman, La inteligencia emocional, Javier Vergara Editor, Bogotá, S/F. Encíclicas: Dives in misericordia, Redemptor hominis, Dominun et vivificantem. Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, del Santo Padre Benedicto XVI, La Palabra de Dios en la vida y en la Misión de la Iglesia, memoria de San Jerónimo, septiembre 2010. Francesco Rossi De Gasperis, SJ, La roca que nos ha engendrado (Dt.32,18), Ejercicios en Tierra Santa, Editorial Sal terrae, Santander, 1996. Giordano Frosini, Spiritualitá e teologia, Edizione Dehoniame, Bologna, 2.000. Hans Dieter Bastian, Teología de la pregunta, Editorial Verbo Divino, Navarra, 1975. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, Primera parte, desde el Bautismo a la Transfiguración, Editorial Planeta,

Bogotá, 2007. Juan Pablo II, Discurso de su santidad el papa Juan Pablo II sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 23 de abril de 1993. Acta Apostolicae Sedis LXXI, Roma, 1979. Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 15 de abril de 1993.

76

Índice

Precisión del método y del estilo de este retiro ............................ 4 El objetivo:............................................................................. 5 Posible tentación: ................................................................... 5 El método:.............................................................................. 6 El tema:.................................................................................. 7 “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31), tomado de la parábola del hijo pródigo....................... 7 Pasos:..................................................................................... 7 Propósito: ............................................................................... 7 Metodología: .......................................................................... 8 La parábola del hijo pródigo ....................................................... 9 Personajes de la parábola del hijo pródigo............................. 12 Actitud de cada uno de los personajes de la parábola del hijo pródigo:................................................................................ 12 La actitud del padre: ............................................................. 12 La ley, respecto a un hijo rebelde:......................................... 14 Algunos otros rasgos de personalidad del padre ........................ 17 No delega responsabilidades:................................................ 17 El hijo menor ............................................................................ 22 La experiencia del Éxodo.......................................................... 30 El regreso ................................................................................. 33 La edad del hijo menor ............................................................. 35 El hijo mayor............................................................................ 38 Victima de una injusticia........................................................... 41 El alegato del hijo mayor .......................................................... 46 Momento culmen de la parábola ............................................... 51 Estaba en el campo y, al volver… ............................................. 60 «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»........................................................... 68 Bibliografía .............................................................................. 75 Índice ....................................................................................... 77

77

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF