Multimillonaria y Seductora
March 16, 2017 | Author: ana | Category: N/A
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Tessa Bergen...
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Tessa Bergen
MULTIMILLONARIA Y SEDUCTORA Volumen 1
1.Víctima de la moda
– Norah, ¿no es así? Me sobresalto y aparto la vista de mi computadora, sorprendida. – Todavía no he tenido el gusto de presentarme. Lucilla Conti. La mujer que se dirige a mí es de una belleza que te deja sin aliento. Su tez destaca las líneas de expresión, como esculpidas, e ilumina la línea penetrante de sus ojos verdes, mientras gruesos rizos castaños caen sobre sus hombros con una gracia falsamente descuidada. Sé quién es ella. Incluso sin haberla visto antes, aquí todo el mundo sabe quién es. – Marie me habló de usted. A decir verdad, se ha mostrado muy satisfecha con su trabajo últimamente. ¿Desde cuándo está usted aquí? ¿Tres semanas? Asiento silenciosamente. Mi corazón late con fuerza.
– He leído su reseña del último desfile Lanvin, así como su artículo del acontecimiento. Tiene usted un talento innegable para la escritura. Su manera de percibir las cosas es interesante, original. Me gustaría que se ocupara de la página editorial del próximo número. Marie le dará la pauta y los detalles, pero debe tenerla para el lunes. – Sí, por supuesto. Entendido. Le agradezco mucho darme esta oportunidad… – Muy bien. Ánimo. Me sonríe y enseguida se aleja, sus tacones altos golpean en el suelo. Permanezco unos momentos sumergida en mis pensamientos, como atontada. Dios mío, esto es increíble… ¡Lucilla Conti vino en persona para felicitarme! Desde el comienzo de mi pasantía, sólo he podido ver a lo lejos a la famosa directora ejecutiva, considerada inaccesible. Marie, la jefa de redacción, se ha hecho cargo de mi formación al darme órdenes. Por supuesto, en una revista tan prestigiosa como Fashionable, los becarios son los últimos en conocer a la sacerdotisa del gran lujo y de la moda. Me lo han contado, he visto su foto varias veces y me
la he topado algunas veces por los pasillos, pero nunca me la hubiera imaginado tan simpática, dotada de tan buena presencia. Alrededor de ella, el aire parece cargado de electricidad. Lucilla despliega una confianza increíble, como si el mundo le perteneciera… ¡Ponte a trabajar, Norah, contrólate! No es el momento de dormirse en los laureles… Sin embargo, no puedo disipar la entrevista de mi mente. Finalmente Simon, el asistente de web que comparte conmigo la oficina, me saca de mis pensamientos. – ¡Así que algo le has provocado! No te aproveches para presumirlo, ¿eh? – Vale, Simon. Mascullo, pero mi confusión todavía es palpable. – Tendrás que asegurarte entonces, porque si te pasas por la editorial… – ¡Vale, Simon! – La firmeza con que se lo digo, le hace callar bruscamente. – Pero, ¿qué me pasa? Sólo está celoso… no hay por qué alterarse. Debo calmarme realmente.
*** Cuando Marie me convoca en su oficina, unos minutos más tarde, trato de recobrar la compostura. – Norah, vi a Lucilla. Está bien que te encargues de la página editorial de septiembre. Tendrás que dirigir tu crónica hacia la Fashion Week de Nueva York, aludiendo entre otras cosas, su labor de emisario. Tal vez con una sesión informativa sobre Ralph Lauren. Te dejo que veas. Cualquier cosa que se distinga respecto de la temporada pasada, de alrededor de un millar de caracteres. Te envío por mail los resúmenes que añadiremos al final de la página y el sumario. ¿Te parece? – Sí, por supuesto. Tomo nota. ¿Te lo entrego el lunes? – No. Lucilla lo espera el lunes. Envíaselo directamente. – OK Trato de sonreír, pero mi rostro queda congelado por la preocupación. Simon tiene razón; ¡más vale que me asegure, no puedo equivocarme! – Ven a verme si tienes dudas. Por supuesto, puedes inspirarte en números de años anteriores. Te aconsejo que
descanses esta noche, podrás echar un vistazo mañana… – De acuerdo Marie, te lo agradezco. Buenas noches. *** Al salir del boulevard Haussman para llegar al barrio de Belleville, me dejo arrullar por el ajetreo parisino. La gente empieza a reunirse en las terrazas de cafés para disfrutar de la cálida tarde. El aire tibio en mi cara calma un poco mis nervios y me hace sentir segura en el ambiente bondadoso de la capital. Cuando entro en mi pequeño estudio lleno de cajas, Rémi ya me espera. – ¿Todo bien, cariño? Se apresura a besarme y parece feliz de verme. Desde nuestra mudanza, aún no me acostumbro a su presencia cotidiana; siempre he sido independiente, pero esta noche, volver a verle me tranquiliza. – Todo bien. Hoy me dieron una tarea importante. Me encargaron redactar la editorial del próximo número. – ¡Genial! Es una gran noticia, reconocen tu capacidad. Yo sonrío. Rémi siempre ha alentado mis proyectos; es él quien me animó a postularme en diversos diarios unos más prestigiosos que otros, entre ellos, Fashionable, y
nunca ha dejado de respaldar mi talento para escribir. – Sí, pero es bastante estresante. Tengo que encontrar rápidamente un tema y escribirlo antes del lunes, ¡ya conoces mis limitaciones en materia de moda! – No te preocupes, aún puedes documentarte en cuatro días. – De cualquier manera, no adivinarías jamás quién vino a anunciármelo en persona… ¡Lucilla Conti! – ¿Quién? Pregunta con indiferencia mientras destapa dos cervezas. – Conti… ¿no te da una pista? – ¡Oh! Espera… ¿La gran jefa? ¡Qué honor! ¿Ahora se encarga de los becarios? – Creo que se encarga de todo un poco… ya sabes, Marie debe aprobar cada detalle antes de hacer la impresión. – ¿Y es tan bella como en las fotos? – Sí… eso creo… Su pregunta me incomoda de manera inexplicable. Recuerdo la sonrisa de Lucilla, la intensidad de su mirada, apenas resaltada con un leve maquillaje, la delicadeza de su cuello. Es hermosa, sí, por supuesto, incluso grandiosa; pero no quiero que lo sepas. ¿Quizá estoy celosa de saber que
la hallarías más bella que yo? De repente, irritada por la conversación, prefiero cambiar de tema. – ¿Y tú? ¿Has podido trabajar? – Abrí el libro de civilización, pero lo dejé por la lingüística. Principalmente repasé las memorias de postulación y también hice los cursos. Por el contrario, no pude meterle mano a la licuadora. A propósito, no estaría mal que terminemos de desempacar las cajas este fin de semana, ¿no? Con la cerveza en la mano, asiento sin interés, dejándome caer lentamente sobre el sofá. La mitad de mis cajas sigue hacinada a lo largo de la pared, invadiendo el espacio vital hasta el cuarto de baño. Debería hacerme cargo, sin embargo, me ha faltado siempre el valor para sumergirme en esta mezcla de baratijas y recuerdos de todo tipo, que resumen los veintiún años de mi vida. Las cosas de Rémi, casi todas, han encontrado su lugar en el armario y los estantes. Siempre ha sido más ordenado que yo. Pero tampoco deseo lo contrario. – Sí, tienes razón, terminaremos el domingo. – ¿Quieres pedir comida china esta noche? – Si quieres, sí… ¿Te encargas? Me voy a dar una
ducha mientras esperamos. Regresé caminando y estoy empapada de sudor. Momentos más tarde, de cuclillas en la bañera, me dejo llevar por el flujo abundante de la ducha. El agua fría sobre mi cuerpo, se mezcla con jabón de fragancia vainilla, me hace sentir con una piel nueva. Desde que comparto el apartamento con Rémi, estos momentos de soledad se han vuelto aún más valiosos, y aprovecho para que mi mente divague. De este modo, pienso en las cajas que me quedan por desempacar y en el artículo que me espera mañana. Necesito un ángulo de ataque innovador. ¡Y pensar que no sabía nada de la Fashion Week! Aunque aún restan dos semanas. ¿Cómo hacer para no pasar por una aficionada y hacer el ridículo ante Lucilla Conti? A pesar de mí misma, mi corazón se acelera de nuevo, entré en el mundo de la moda por casualidad, mientras que yo estaba buscando una primera experiencia como columnista para terminar mis estudios de periodismo. Y ahora que la célebre Lucilla puso sus ojos sobre mí, me aterra la idea de no estar a su altura. La voz de Rémi a través de la puerta interrumpe mis reflexiones.
– Cariño, no te comenté, mi madre llamó. Quería saber si vendrías el 26, a la fiesta de cumpleaños de mi tío. Le dije que sí. ¿Te enfada? – Ya que preguntas mi opinión… – Y lo que es mejor aún, está contenta. Va a preparar chuletas. Bajo el chorro, aprieto los puños y abro la boca hasta que se llena de agua. La familia de Rémi se ha mostrado muy afectuosa conmigo desde el comienzo de nuestra relación, desde que aún éramos estudiantes de secundaria. Pero a veces me pregunto si no están muy presentes en la vida de su hijo, y… en la mía. En el plan familiar, mi madre me basta y sobra, pero sé que cuentan conmigo y no quiero defraudar a Rémi fallándole. Cuando por fin salgo del baño, mojada, envuelta en una toalla, sus brazos vienen de repente y me abraza por detrás. – El repartidor de la comida llega en treinta minutos, me susurra al oído en voz baja. – Eso es bueno, confirmo, fingiendo no entender sus intenciones. Dibuja mi hombro desnudo con la punta del dedo.
– Te sienta bien el olor a vainilla, me susurra, mientras me besa el cuello. Me pone a mil. Siento su pene endurecerse contra mi espalda y su mano busca mis muslos húmedos. Sonriendo, cosquilleada por su barba, termino por dejarme llevar hacia el sofá.
2. Perturbaciones atmosféricas
– Definitivamente, nunca te había visto concentrada… ¡Hasta te olvidas del teléfono!
tan
La reflexión de Simon me hace levantar la nariz y me percato de que efectivamente el auricular suena desde hace unos segundos sin que me haya dado cuenta, demasiado ocupada por la montaña de mails que me falta por revisar. Mientras descuelgo rumiando una excusa, la voz de Lucilla resuena. – Norah, por favor, venga a verme un segundo. Yo permanezco petrificada. ¿Qué desea? Si me pide la editorial ahora, estoy frita. Es viernes por la tarde y no he tenido tiempo de nada. Toco a la puerta de su oficina, ¡es la primera vez que entro en su reino! Detrás de la puerta entreabierta, descubro una pieza al mismo tiempo espaciosa y sobria, majestuosamente iluminada por un ventanal que domina todo París. Lucilla parece no haberme escuchado,
absorbida por los documentos, ella no se endereza de inmediato. Su cabello recogido al lado de un moño torcido, del cual escapan algunos rizos rebeldes, realzan la gracia de su rostro. Esta mujer tiene todo, reflexiono. ¿Qué o quién puede resistírsele? Los ojos, sigo la línea de sus labios y la curvatura infinita de sus pestañas, cuando ella levanta de repente la cabeza, cruzando su mirada con la mía. – Siéntese, me dice señalando el sillón frente a ella. Lo hago con una sonrisa dócil. – Quizás Marie ya le ha contado: Se prevé una entrevista con Lucy Hoffman el miércoles. Sin contar que es la nueva ninfa de Dior, también es una gran amiga, razón por la cual ella nos ha hecho el favor de la exclusiva. Le vamos a brindar cuatro páginas en septiembre. Esta entrevista es un gran reto. A cada uno de sus movimientos, los diamantes en sus orejas cintilan. Los aromas envolventes de su perfume me bañan y me penetran en olas tibias. – Me gustaría que se ocupe de ello.
– ¿Yo? Exclamo, llevada por mi torpeza. – Sí, tengo ganas de probarle en el terreno. Además, mis cronistas estarán dispersas entre Nueva York, Roma y Londres la semana próxima. ¿Tiene algún inconveniente? Yo tartamudeo, confundida. – No, en fin… es que no tengo experiencia aún… – Eh, este es el momento. Está a quince horas. Le enviaré los detalles a principio de la semana. ¿Entendido? – ¡Desde luego que sí! Es formidable. Le agradezco mucho. Regreso a mi casa todavía aturdida por la noticia. Bruscamente me da la impresión de que las oportunidades se precipitan, atizando en mi tanto excitación como angustia, y el sentimiento incómodo de tener que arrojarme en vida. *** El fin de semana pasa locamente de prisa. Cuando no tenemos la nariz metida en la alacena, clasificando y desempacando, paso el tiempo pizcando en Internet informaciones concernientes a la Semana de la Moda próxima, o a desmenuzar las páginas editoriales de números anteriores de Fashionable. Pero el esfuerzo vale
la pena, cuando llega el domingo, mi artículo está escrito y únicamente faltan tres cajas por abrir. – ¡Mira, un álbum de fotos! Exclama Remi, deshaciéndose de un grueso volumen de mis cacharros. Es divertido, nunca te he visto de niña. – El álbum estaba en la recámara de mi madre, lo reconozco. Lo recuperé al partir. ¡Te das cuenta! Él ya está hojeando las páginas. Las observo de lejos con diversión, sin nostalgia. En los primeros retratos, mi padre aparece puntualmente, pero tengo un recuerdo tan débil de su rostro que esos retratos de familia me parecen casi ajenos. – ¿Quién es este hombre? Me pregunta Rémi extendiéndome el álbum. – ¿Quién? – Aquí, aquí contigo, ahí con tu madre, y ahí una vez más. Escrutinio el rostro que apunta con el dedo. Efectivamente, un hombre moreno, reconocible por su bigote y su sombrero, figura en las fotos repetidas veces, hasta mis cinco o seis años antes de desaparecer totalmente del álbum.
– Es raro, digo a media voz. No tengo idea. No me acuerdo de él. ¿Un amigo de mi madre, quizá? Pronuncio aquello sin convicción. No solamente conozco a todos los amigos de mi madre, para haber estado en el centro de su vida durante veintiún años, sino además porque el hombre del bigote parece muy cercano a nosotras, tomando a mi madre por la espalda o llevándome sobre sus rodillas. Si no es íntimo de la familia, ¿podría ser que mi madre tuviera un amante? La sola idea me hiela la sangre. – Le preguntaré a mi madre, le digo a Rémi tratando de parecer lo más desenfadada posible, a pesar de que las dudas siento que se infiltran en mí. Bien, eso no es todo, pero es un progreso. Hay que ir al fondo de este lío… Con estas palabras, le arrebato el álbum de las manos para ir a meterlo al fondo de la cómoda de la entrada. Pero siento que el mal ya está hecho. Como si un desconocido de bigote hubiera brutalmente pasado el umbral de mi puerta para inmiscuirse en la intimidad de mi existencia…
*** Después de haber enviado mi artículo a Lucilla desde mi llegada a la oficina, paso mi lunes entero con los ojos pegados al ordenador y al teléfono, a la espera de su reacción… pero nada. Ni mail ni llamada. ¿Quiere decir que la he disgustado? ¿Que el texto no le convence? Dios mío, ¡debe haberme tomado por estúpida, y ahora debe estar preguntándose cómo es que me encomendó la entrevista el miércoles! Afligida, permanezco incapaz de concentrarme, echando vistazos nerviosos hacia el pasillo a fin de acechar los pasajes eventuales de la directora ejecutiva. El martes, aún estoy sin noticias. Al fin de la mañana, mientras Marie revisa conmigo la maqueta del próximo número, me arriesgo al fin a preguntarle: – ¿Lucilla no te ha dicho que piensa de mi texto para la página editorial? Ella no me ha hecho ningún comentario y no sé más… – ¡Oh, no te preocupes! Debe haber tenido miles de cosas qué hacer, sonríe con un aire tranquilizador. No te quiebres el coco. Quebrado o no, sus palabras no alcanzan para
aliviarme, sin embargo le reconozco el intento y le agradezco con una sonrisa. Marie es una mujer dulce, condescendiente, con quien trabajar es siempre un placer. Nunca la he visto cambiar de humor y ella sabe afirmar las cosas serenamente, sin pasión ni cólera. Salgo de su oficina y me encuentro frente a frente con Lucilla, que no me mira siquiera. – Buenos días, le digo tímidamente. – Buenos días, Norah. Su respuesta estalla, distante, y Lucilla me pasa sin decir nada más, antes de que haya tenido tiempo de preguntarle cualquier cosa. Su frialdad me desconcierta. ¿Qué hice para enfadarla tanto? Me dispongo a rendirme, cuando por la tarde me hace venir a su oficina. – ¡Norah! Exclama al verme entrar. Su artículo es perfecto. Acabo de añadirle dos o tres adverbios, pero usted ha comprendido plenamente lo que quería y lo ha mantenido tal cual. – ¿De verdad? Creía que usted… en fin que no le… – ¡Confía un poco en ti misma! Y mañana, Lucy te
espera. Sé puntual. Asiento y me dispongo a dejar su oficina, pero su voz me llama de nuevo, me obliga a desviar el rostro. Lucilla está de pie, a un paso de mí. Más alta que yo por media cabeza. Su cuerpo, súbitamente tan cerca de mí, me provoca extrañamente. – Norah, dice ella dulcemente. Todo el mundo se tutea aquí. Creo que deberíamos hacerlo también, ¿no? Después de todo, trabajamos juntas. Su aliento sobre mi piel, mezclado con su perfume, me llena de escalofríos. Me siento de repente paralizada, vacía de toda voluntad. – De acuerdo, acierto a articular antes de huir, vacilante. Debo calmarme. Lucilla me impresiona demasiado. Me vuelve vulnerable y nerviosa. El resto del día, un tanto extraviada por todas las emociones, intento concentrarme para no pensar en nada que no sea la entrevista de mañana. Y regreso a casa con el corazón palpitante. ***
Lucy Hoffman tiene apenas dos años más que yo, y una fortuna que yo no tendría jamás. Esbelta, elegante y luminosa, me recibe con finura y delicadeza en medio de sus muebles Luis XVI, y responde a mis preguntas con una naturalidad enternecedora. No puedo evitar envidiarla. Todo parece tan fácil en ella, tan accesible y evidente. A medida que me confía su destino extraordinario, yo me suavizo. – ¡Eres electrizante en este momento! No hace falta reprochar a Rémi al despertar. Tiene razón, estoy súper nerviosa. Espero aprovechar nuestro fin de semana en Angers en casa de sus padres, para respirar un poco. Cuando Lucy concluye la entrevista, tengo dieciséis páginas de notas que trazan la mayoría de su trayectoria, hasta su arribo a los desfiles de Dior. Nos despedimos afectuosamente, no sin antes prometer a la top model que pasaré algunos días en su villa de Cap Ferret el mes próximo. Estoy sobre una nube… ¡da igual que sepa que las invitaciones en ese medio son frases al aire! ¡Me provoca un gran placer! – ¿Te das cuenta? Le digo a Rémi unas horas más tarde. Una casa con piscina privada a la orilla del mar. ¡Esta
chica lo tiene todo! Si vieras su apartamento de SèvresBabylone… ¡Y cuando uno piensa que fue descubierta a los quince años cuando no cobraba nada mal por la moda! En serio, es verdad que es increíble… digo, ¿me escuchas? – Discúlpame, me responde tirado sobre el sofá, con los párpados a medio cerrar. He revisado todo el día de hoy. Y he tenido que ver esta conferencia sobre los concursos, tan desmoralizante como sea posible. Y no nos dejan expresarnos. Es casi como que nos desaconsejaran no enseñar. – Lo lamento, querido… Quizá haría mejor en ir de pronto a buscar la titulación en Inglaterra. Un amigo me ha puesto en contacto con uno de sus ex profesores de Oxford. Comienzo a afrontar nuestra mudanza… Yo me levanto bruscamente del sofá. – ¿Oxford? ¿De qué hablas? – Es solo para no descartar nada. Más vale afrontar todas las hipótesis… Después de todo, tendría probablemente miles de veces más de oportunidades de hacer carrera allá que aquí.
– ¿Pero sin decirme? ¿Ahora que acabamos de regresar? – Norah, busco solamente no descartar ningún escenario posible, es todo. Nada ha pasado, tranquilízate. De hecho, ¿has comentado con tu madre lo de las fotos? – No, no he comentado con mi madre, le digo mientras me encierro en el baño, furiosa. ¿Pero cómo puede pensar en abandonar todo sin antes preguntar mi opinión? El agua sofoca poco a poco mi rabia. Detesto las confrontaciones. Después de todo, ¿no estaba dispuesta a cualquier cosa? No lo sé en verdad… La vida con Rémi es fácil, a todas luces, pero es como si nada sorprendente me pasara. Como si todo estuviera predeterminado. Finalmente, quizá sea yo la del problema. Lo hubiera reconocido desde antes. No estuve muy disponible en esas ocasiones. Pero amo mi trabajo. La entrevista ha sido fascinante. Lucilla me motiva, ella provoca cosas nuevas en mí. Y no deseo que eso se detenga...
3. Aperitivos
Los dedos de Lucilla se acercan a mi mejilla para descender delicadamente hacia la curva de mi cuello y hasta el hombro. Contengo la respiración. Su caricia es fugaz y ardiente, propaga su calor hasta mi vientre. No hablamos; su mirada esmeralda se fija en mí y se ancla al fondo. A través de su corpiño blanco su pecho se eleva a un ritmo agitado. Yo me siento como anestesiada. No lo vi venir. Dos segundos después, ella me felicita por mi entrevista, luego de acercar dulcemente su mano a mi rostro. ¿Y ahora? Esta situación está completamente fuera de lugar, ¿por qué soy incapaz de detener su acción? Termino por salir de mi estupor y doy un paso atrás, con las mejillas encendidas. Eres sorprendente, murmura Lucilla con naturalidad, sonriente, antes de regresar a sentarse en su escritorio y hundirse en los papeles, como si nada hubiera pasado.
Me voy sin decir una palabra y atravieso el pasillo delante para recoger mis cosas, bajo los ojos atónitos de Simon. – ¿A dónde vas? Aún no da la hora… – Voy a casa, estoy enferma. Y azoto la puerta detrás de mí. En el camino, con la sangre agolpándose violentamente en mis sienes. Recuerdo la escena una y otra vez, la mirada de Lucilla, su mano a lo largo de mi cuello desnudo. Su dulzura. Los escalofríos. Esto no está bien, no está bien, me repito sin parar. Entonces, ¿qué debí haber hecho? ¿Retirar su brazo…? ¿Y qué quería decir ella con «sorprendente»? ¡Ni siquiera sé si eso es un cumplido o una crítica! Cierro los ojos al caminar, pero las imágenes son aún más vívidas. Su perfume me eriza la piel. Rémi se sorprende de verme regresar tan pronto; le pongo el pretexto de una faringitis sin siquiera pensar. La verdad, es que sólo deseo una cosa: Estar sola. La excusa funciona y, a pesar de su mal escondida decepción, Rémi parte a casa de sus padres sin mí por el fin de semana.
Quisiera distraerme. Olvidar mi furor, no pensar más en mi malestar ni temer mi próximo encuentro con Lucilla. Quisiera que me dijeran que todo aquello es banal en el medio de la moda, sin ambigüedad. Y sin embargo, rechazo pensar que no tenga ninguna importancia. La emoción es demasiado fuerte en mí. Al día siguiente, Clémentine, mi compañera de siempre, se reúne conmigo para tomar una copa. Ardo por pedirle consejo, pero doy rodeos antes de contarle la escena, por temor a parecer rara o ridícula. Después de todo, quizá sea yo quien tenga alguna anormalidad por turbarme ante un evento tan anodino… Entre dos tragos de Cosmopolitan, Clémentine cuenta su vida, como es su costumbre, con alegría y ligereza: Su compañero de cuarto en el Quartier Lain, su pareja, sus estudios de arqueología. En compañía suya, tengo al fin el sentimiento de hallar de nuevo una aparente paz interior. Esa misma tarde, decido aprovechar que estoy sola para llamar a mi madre. Pero apenas le menciono las fotos familiares y la siento incómoda al otro lado de la línea. – ¿De qué hablas, Norah? – Te lo juro, mamá, ese hombre aparece en muchas
fotos y parece muy cercano a nosotros. Sin embargo, no tengo ningún recuerdo de él… – No veo el por qué… Debía ser un amigo de tu padre. – Pero no, piensa… ¡Con bigote y sombrero! – Escucha, ¡no sé nada! ¡Ya veremos cuando vaya contigo! ¡Cuéntame más de tu pasantía! – Mi pasantía va muy bien, mamá. Y la conversación continua como si no hubiera nunca mencionado al hombre del bigote… Es raro que mi madre ponga tan poca atención en ese detalle. ¡Le haré la pregunta cuando esté más dispuesta a hablarme! ¡Aquello le inquieta obviamente! ¿Me ocultaría mi querida mamá algo de su pasado? ¿De nuestro pasado? Más que el adulterio, la sola idea de que pueda haber un eventual secreto de familia me llena de miedo. *** Rémi regresa de Angers bronceado y relajado. Lo miro en el umbral de la puerta, alto, bruno, con su perfil griego y sus anchos hombros. Me flechó desde el liceo. Sin embargo, esperé seis meses a que el viniera a dirigirme la palabra. Fue mi primer novio y hoy, es mi equilibrio. Incluso si mí día a día me parece monótono, no sé
contemplar mi porvenir sin él. Una vez en la sala, se lanza sobre mí y me arroja al sofá. Su lengua me busca, sus manos ávidas se apropian de mis senos debajo de la camiseta. – Te extrañé, susurra él entre mis cabellos, mientras me despoja del sostén. Me estremezco al contacto de su miembro erecto contra mi sexo. Nos desnudamos frenéticamente y lo atraigo hacia mí, sujetando su cintura entre mis piernas. Él, de rodillas ante mí, me levanta por la espalda para hacerme ir y venir sobre su miembro hinchado. Me lleva lentamente al inicio, después cada vez con más fuerza, mientras que siento crecer aún más su sexo dentro de mí, se hace enorme, hasta llenarme por completo. Me levanto y empiezo a gemir bajo los golpes repetidos. Su dedo meñique va y viene entre mis labios húmedos mientras me penetra, despertando cada una de mis zonas sensibles. De pronto, bajo mis párpados cerrados, es Lucilla quien se me figura. Lucilla, más bella que nunca, el pelo suelto sobre los hombros, Lucilla, que se inclina sobre mí para lamer mis senos con la punta de la lengua, mientras que Rémi sigue acometiéndome, con su bajo vientre pegado a mi sexo.
– Sí, así, imploro en un resuello. Entonces, Rémi acelera sus movimientos sujetándome por la cadera. Enervada por el deseo, veo a Lucilla recorrerme con la lengua, a lo largo de mis senos, chupar mis pezones y luego mi ombligo. Devorarme lánguidamente apretando su pecho con fuerza, desnudo, contra mi piel. El sexo duro de Rémi expande sus movimientos y traza círculos mientras me penetra. Jadea y siento que se contiene al borde del éxtasis, para prolongar mi placer. Aprieto los muslos para aumentar la fricción. Esto es increíblemente bueno. Disfruto de unos segundos más, ensimismada. *** Los días pasan sin que Lucilla me dé la menor señal. Acabo casi por creer que nada ha pasado más que relaciones afectuosas entre colegas. Después de todo, no estoy acostumbrada al mundo profesional. Pero el enigma de las fotos comienza a rondarme. Dos noches consecutivas, sueño que el desconocido bigotón está entre mis cosas. No tengo familia, y como mi madre rehúsa evidentemente abordar el tema, no tengo ninguna manera de hallar la verdad.
Termino por confiarme a Clementine. Incluso si no tengo ganas de hablar, Clémentine siempre ha tenido el don de hacerme soltar la sopa. – Entiendo, me asegura, de manera empática. Tienes necesidad de saber, se trata de tu infancia. Y no tienes a nadie de parte de tu padre, ¿quién podría ayudarte? – No, nadie. Sus padres están muertos, y a mi entender no tenía familiares. – Habrá que ser paciente. Y que le exijas la verdad a tu madre. – Sí, sin dudarlo… Permanezco pensativa. ¿Cómo hacerlo? Mi madre es más terca que una mula. – Nora, ¿hay algo más? Me pareces ausente últimamente. La Mirada preocupada de mi amiga me hace ceder. Le cuento de mi fantasía con Lucilla, pero guardo el resto para no pasar por demasiado ridícula. – ¿Y es lo que te preocupa? Exclama ella mientras ríe. ¿Nunca habías fantaseado antes con un trío? – Si… pero siempre de manera irreal. Ahora se trata
de la directora ejecutiva de Fashionable: ¡trabajo con ella! – Entonces… ¿ha sido mejor que de costumbre? – Eh… sí, mucho más de hecho. En fin… Me ruborizo. – Lo acepto, lo disfruté enseguida. – Ah, ¡ya lo ves! ¡Nunca he probado con una chica, pero forma parte de las cosas que uno tiene que probar al menos una vez en la vida! Y si tu jefa es excitante… ¿cuándo me la presentas? – ¡Clém! – Vamos, Norah, no seas aguafiestas. Tu fantaseas con una mujer más realizada… ¡ya lo sabemos! Eso no quiere decir que la desees realmente. Y si eso puede condimentar tu vida sexual… La fustigo con la mirada, pero en el fondo, las palabras de Clémentine suenan como una revelación. Eso es, ¡es evidente! Fui solamente presa de fascinación por una de las mujeres más bellas y ricas de París. Nada excepcional ni muy original… ***
Enseguida de esta conversación, todo me parece claro. Pero las semanas pasan sin que vea nuevamente a Lucilla y no puedo evitar mirarla desde mi escritorio. Me gusta trabajar con ella. Me gusta su modo de estimularme, la emoción que inspira, el brillo que de ella emana. Un día, escucho su voz al otro lado del pasillo; sin pensar, cojo el primer pretexto para ir al escritorio de Marie y hallarla en su camino. Hela aquí, en plena conversación con una chica que nunca había visto, muy seductora, y pasa cerca de mí sin mirarme, absorta por su interlocutora. Sus risas restallan. Tengo que burlarme de mi misma, mi corazón se acongoja dolorosamente. ¿Quién es la chica que la acompaña…? De seguro ella tampoco me vio, ¿cómo pude creer que podría atraer su atención? No soy más que una practicante cualquiera. Para obligarme a permanecer concentrada, me hundo en las cartas de los lectores y la redacción de boletines. Pero conforme pasan los días, no puedo más que continuar escrutando el teléfono a hurtadillas. Al fin, una mañana, desde mi llegada a la oficina, Simon me anuncia con un tono desenfadado:
– La sacerdotisa se levantó. Para invitarte a almorzar, yo creo. Yo palidezco. – ¿Qué? ¿Lucilla? Pero… ¿lo crees o estás seguro? – Vamos, relájate. Aún sé tomar mensajes… es para hoy. Ella quiere tu respuesta ahora. – Sí… claro que sí… Gracias. Me siento y me apuro a confirmarle por email mi asistencia, sin ser capaz de pensar en nada más. A las 12:18, recibo el mensaje: «Puedes bajar. El taxi nos espera». Cuando arribo a la parada del taxi, ella ya está ahí, hablando al teléfono en italiano. Me saluda con una sonrisa. Su voz es muy animada, pero no conozco ni una sola palabra en esa lengua, y no consigo descifrar si se trata de cólera o de entusiasmo. Me dejo llevar entonces sin tener la menor idea de nuestro destino. Dios mío, ¡vaya que es hermosa! Su proximidad en el taxi me vuelve loca. La cintura estrecha de Lucilla resalta por un traje sastre Chloé marrón pálido, el cual realza a la perfección la piel
bronceada de su rostro, de su pecho y sus brazos. En italiano, su voz es tan cálida, tan tierna. Su perfume ámbar a algunos centímetros de mi me penetra por todos los poros de la piel. Al hablar, su dedo anular toquetea nerviosamente el teléfono y me percato entonces de un anillo tan brillante como elegante, formado de tres lazos de oro y cubiertos de diamantes. Una duda me asalta súbitamente. ¿Estará casada? Mi corazón se acongoja. Nunca la he imaginado viviendo con alguien ni llevar una vida tradicional en familia. Y si bien ignoro el por qué, la idea de Lucilla como esposa gentil y decente me es desagradable, incluso dolorosa. La miro una vez más. La seguridad de sus gestos, la gracia de su cuerpo… No, Lucilla no puede pertenecer a nadie. Ella no puede pertenecer a nadie. Cierro los ojos y me dejo llevar, afianzada por todas mis fuerzas a este pensamiento. El taxi termina por alinearse en doble fila y simultáneamente Lucilla cuelga su teléfono.
– Hemos llegado, me susurra al oído, posando fugazmente su mano en mi muslo. Así sea breve, su caricia me provoca vértigo. – Gracias, Colin, le dice al chofer. ¿Puede regresar en una hora? El chofer asiente con una sonrisa antes de abrirnos la puerta por turnos. Aquella familiaridad entre ellos me preocupa. ¿Acaso Lucilla tendrá un taxi personal? Estoy un poco aturdida por este mundo de lujo que comienzo a vislumbrar alrededor de ella, pero no me atrevo a hacer ni el menor cuestionamiento, demasiado temerosa de desvelar mi torpeza. Ella me hace entrar en la cervecería de Lutetia, de la cual conozco únicamente su reputación. Al cruzar la puerta, los destellos multiplicados en los enormes espejos me deslumbran. Estoy impresionada, absorta de hallarme de pronto en uno de los lugares más elegantes de París con Lucilla Conti. Nos dejamos conducir a una mesa pequeña. Frente a la
mirada rutilante de Lucilla, mi respiración se acelera. Ella toma espontáneamente la palabra y dirige la conversación. – Quería conocerte antes que nada, Norah. Trabajar contigo me ha dado ganas de pasar tiempo en tu compañía. ¿Cómo es esto posible? Tengo la impresión de estar soñando… Hablamos de nuestros gustos, de la música, del teatro, mientras paladeamos un magnífico plato de mariscos. Lucilla habla mucho, con dulzura y vivacidad. Nos descubrimos al natural, sin tener en cuenta los temas íntimos de nuestras vidas. Entre más conversamos más la hallo deslumbrante. Parece poseer todo y haber construido su imperio con las manos desnudas. ¿Qué edad puede tener? ¡Lo que ha logrado debió llevarle años, y sin embargo parece tan joven! El tiempo pasa sin que me dé cuenta. Hasta el último momento, espero que ella me pida cualquier cosa de orden profesional, pero hasta el momento del postre, ni evocamos ni en una ocasión el trabajo. – Hay que partir, me dice finalmente con una voz triste. Colin nos espera afuera. Tengo una cita en la Opera,
haremos una escala en la oficina para dejarte ahí. Yo asiento. Todo ha sido tan rápido que tengo una sensación extraña, más que agradable, de flotar por encima de mi cuerpo, llevada por un torbellino. Mientras camino por la cervecería sobre sus pasos para reunirnos a la salida, le digo: – ¡Gracias, Lucilla! Ella voltea, fijando sus ojos en mí. Yo trastabillo, las palabras confundidas bruscamente en mi cabeza. – El almuerzo estuvo… maravilloso. ¿Maravilloso? ¡Qué importa! Va a tomarme por una completa ridícula ahora. Pero Lucilla no parece burlarse. Su rostro permanece impasible, casi serio, y no me deja de mirar. Ella se aproxima. Se lanza. Me besa en medio de toda esa gente. Sus labios me queman. – Gracias a ti, murmura sobre mi boca. Apenas tengo tiempo de comprender qué me sucede cuando ella ya ha franqueado los escasos metros que nos separan de la salida.
4. Diamantes sobre el sofá
– ¡Francamente, no te reconozco en este momento! ¿Qué te pasa, Norah? Sé que estás estresada por tu trabajo, pero no puedo quedar siempre al último. Reacciona un poco. Rémi está fuera de sí. Nunca me ha hablado de esa manera. Furiosa de estar arrinconada en mi trinchera, ignoro su pregunta y me encierro en el cuarto de baño. ¿Qué me pasa? Desafortunadamente no tengo la menor idea. No comprendo nada de lo que me pasa. Es como si todo aquello que creía estable fuera puesto en entredicho. Al principio, mi madre mintiéndome, después, mi jefa que me besa… Mi vida se ha convertido de un día a otro un verdadero campo de batalla. Escucho a Rémi farfullar al otro lado de la puerta, intentando calmarse quizá. Rémi… no quiero perderlo. No puedo hablarle del beso, el no comprendería.
¿Cómo explicarle cualquier cosa que no comprenda yo misma? Y luego, no ha sido realmente mi culpa. Un beso con una mujer, eso no cuenta, es un juego, no tiene ninguna importancia. Me gustan los hombres, siempre me han gustado los hombres. Me gusta Rémi. Finalmente regreso a la sala, apesadumbrada. – Discúlpame… Estoy preocupada en este momento. El trabajo, la historia de esas fotos malditas… Te prometo que te pondré más atención. Él me atrae hacia sí y me pasa suavemente los dedos entre el cabello. Mi respiración se apacigua, me siento nuevamente toda una chiquilla. A su lado, la vida me ha parecido tan simple… Sus dedos descienden a lo largo de mi cuello y se hunden lentamente en mi escote. Súbitamente, su mano se afianza en mi pecho, lo acaricia, después lo presiona con fuerza. – No por ahora, le susurro, mientras detengo su mano. Alterado, Rémi se levanta brutalmente. – ¡Muy bien, entonces voy a salir!
La puerta de entrada se azota detrás de él. Me siento terrible. Tengo la impresión de tener que hacer algo. *** Regreso al trabajo con aprehensión. Tengo que ver a Lucilla. Que hablemos de lo ocurrido y me explique por qué me besó. A ser posible, como deseo. Todo aquello me parece completamente irreal. En el taxi de regreso, después, continuamos charlando de cosas banales, como si nada y nos hemos despedido cordialmente. Tiene que explicarme. Pero desde que llego a la oficina, Marie me convoca. – Norah, Sophie está de vacaciones y habrá que verificar por completo la maqueta del número de agosto antes de imprimirlo. ¿Quieres revisarlo hoy? Hay que controlar todo, textos, fotos, encuadres, alineación… – Sí, seguro, me ocupo de ello enseguida. – Genial, subraya los errores con rojo, le daré un vistazo por la tarde. He padecido el infierno esta semana, ¡estoy exhausta! Con Lucilla en Londres…
Mi sangre se agolpa. – ¿Lucilla está en Londres? – Sí, ¿no te ha dicho? Tiene una cita con Christopher Kane. Debe reunirse con numerosos creadores antes de la Fashion Week y no vendrá antes de la semana próxima. Tenemos trabajo que hacer para completar la revista esta semana. Me esfuerzo por sonreír, con el rostro desencajado. ¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Me besa y después se va? La cólera me abruma. – Norah, escucha, no quiero parecer indiscreta… Pero no tienes buen aspecto, me has parecido estresada estos días recientes… ¿es por el trabajo? – No, ¡para nada! – Escucha, voy por un café, ¿vienes conmigo? Podemos discutirlo cinco minutos… La sigo a la sala de relajación. En el transcurso de la conversación, Marie me parece de pronto amigable, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo.
– Estoy realmente a gusto aquí, le afirmo con un tono lo más convincente posible. Es sólo un poco de fatiga… Le cuento acerca de mi mudanza con Rémi, intentando al mismo tiempo convencerme que tengo la vida más insulsa del mundo. – Mucho mejor, responde Marie, sonriente. Temo un poco… Ya sabes, trabajo para Lucilla desde hace cinco años. Sé que es algo formidable… Pero puede ser tan absorbente, de cualquier manera. No quisiera que tenga sobre ti un efecto nefasto. ¿Qué es lo que quiere decir con ello? Siento cómo mis mejillas se ruborizan. – No, no, ¡para nada! Todo está bien con Lucilla. No tengo ninguna preocupación en el trabajo. La puesta a la defensiva extraña de Marie, continúa turbándome todo el día. Lucilla es casi imposible de definir. Cuando uno cree que empieza a conocerla, se hace aún más impenetrable. De ser así, solo se está burlando de mi candidez, buscando desestabilizarme.
*** Por la tarde, decido darle una sorpresa a Rémi improvisando un picnic en Buttes Chaumont. Me esfuerzo por no pensar en nada, sino en lo que me cuenta. Pero mientras el sol se oculta delante de nosotros y Rémi me habla de sus revisiones, mis pensamientos regresan al beso de Lucila. Sus labios prendidos a los míos con tanta dulzura y firmeza, como para recoger un fruto. Nunca fui besada así. Su boca entreabrió la mía, tan solo para pasar fugazmente la punta de su lengua entre mis labios. Aquel momento era de tal sensualidad que una cálida emoción palpita en mi bajo vientre cada vez que lo rememoro. ¡Es suficiente, debo dejar de pensar en ello! Las palabras de Marie vuelven a mi mente. Y todo aquello no me preocupa. ¡Estoy con el hombre de mi vida y estoy feliz! *** Algunos días más tarde, al pie del ascensor de cristal que llega hasta nuestra oficina, me cruzo con Marie fumando nerviosamente. – ¿Todo está bien?
– Nada terrible, me responde mientras juega con su flequillo. Va a estar bien, qué amable eres en preocuparte. – ¿Qué ocurre? Oh, perdón, no quería ser indiscreta… – No, no es nada… Una pena de amor… Estoy avergonzada, pero contenta de que Marie se revele un poco. La dejo continuar – Es una historia idiota... Estoy loca de amor. Desde la primera vez que la vi, sentí algo. Sus ojos magníficos, su boca… Ayer la vi de nuevo, y me volvió loca. No pegué el ojo en toda la noche. Debido a que, evidentemente, ella no está libre. – ¿Ella? Me sorprendo en silencio. No tenía idea de que Marie era lesbiana. ¡Realmente no lo parecía! – Siempre me masturbo con situaciones imposibles, continúa ella. He aquí que es la mujer de mi mejor amigo. Si supieras cómo me avergüenza. Pero no puedo impedirlo. Ella me acosa. ¡Y absolutamente debo sacarla de mi cabeza! Me siento tocada por el secreto de Marie. Esta mujer
siempre me ha parecido simpática y quisiera ser digna de su confianza. – Lo lamento, le digo con toda la sinceridad del mundo. Sabes que si tienes ganas de hablar, ahí estoy. Sin embargo, esta conversación me hace pensar. Nunca antes había estado al lado de lesbianas, y muy en el fondo, seguía reducida a estereotipos. ¿Podría ser que Lucilla sea homosexual también? Así lo fuera, aquella cuestión nunca estaría clara en mi mente. *** Cuando Lucilla regresa de Londres, nos ignoramos completamente, ni ella ni yo tomamos la iniciativa de contactar con la otra. Tan solo sé que está de regreso por haberla percibido una o dos veces al fondo de un pasillo. Quisiera ser capaz de odiarla. Ella termina, sin embargo, por hablarme, una tarde, a mi oficina. – Lucy Hoffman organiza una recepción por su partida a Miami, mañana por la tarde. ¿Quisieras acompañarme?
Ella te ha apreciado desde su encuentro. – ¿Mañana por la tarde? No sé si… – Norah, me interrumpe ella. Su voz no es más que un susurro. – Nuestro almuerzo del otro día fue muy breve. Demasiado breve… Me gustaría verte mañana. – De acuerdo, termino por ceder. Me maldigo internamente por ser incapaz de resistirla. Pero encuentro una buena razón. ¡Después de todo, Lucy Hoffman no es alguien a quien rechazarle una invitación! *** La tarde del día siguiente, me pongo un vestido sin tirantes azul oscuro y me dispongo por horas, rezando por no errar en medio de la alta sociedad parisina. Me reúno directamente con Lucilla en Sèvres-Babylone, delante de la puerta de casa de Lucy. Entramos juntas. No puedo evitar indagar alrededor mío aquellas mujeres con vestidos deslumbrantes, que se hablan al oído o se rozan con la punta del dedo. El ambiente es cerrado, íntimo. Muchas personas llegan a acosar a Lucilla, quien les
saluda gentilmente o les procura algunas palabras sin abandonarme jamás a la chusma. Nunca la he visto tan colmada, radiante de elegancia. Divinamente bella. – Estás particularmente seductora esta tarde, me confía ella extendiéndome una copa de champaña. Sus ojos pasan sobre mí lentamente. ¿Qué estoy haciendo? Bajo su mirada verde plantada en la mía, siento que el pánico me invade. Tengo que regresar. Ahora… Lucilla me toma bruscamente por la cintura. – Sígueme. Sin esperar, ella se abre camino a través de los invitados y me conduce a una especie de tocador en el primer piso. Desde que entramos, ella me arroja contra la puerta, su cuerpo pegado al mío. Quisiera tener la fuerza de sustraerme a su apretón, pero su perfume me abruma y me aletarga por completo. Felina, me susurra al cuello:
– ¿Qué juego juegas conmigo? Su aliento me llena de escalofríos. No siento nada más, solo su mano oprimiendo mi cadera y los movimientos espasmódicos de su pecho contra mí. ¿Yo, un juego? Yo soy tu presa… Sus labios púrpuras brillan a algunos milímetros de los míos. Me es imposible resistir, estoy completamente a su merced. Como si hubiera comprendido. Sus dedos juguetean al borde de mi corpiño, después, lentamente, bajan la cremallera haciendo deslizar mi vestido hasta la cintura. Uno de sus muslos se desliza entre mis piernas, descubriendo su trasero. Yo suspiro. – No haré nada que no quieras, Norah. Nada que no hayas deseado ya en lo profundo de ti. Con esas palabras, ella separa mi sostén y se sujeta a mis senos pasando lánguidamente su lengua sobre mis labios. Es tan delicioso. Lucilla… Cierro los ojos bajo la embriaguez del deseo,
derrotada. Llevada a ella en cuerpo y alma. Luego, ella me devuelve contra la puerta. Su boca recorre mi nuca, se desliza en mi espalda mientras separa la parte inferior de mi vestido. El primer dedo que pone en mis bragas húmedas me arranca un grito. – Calla… me susurra al oído. Podrían escucharnos. Sus labios ávidos continúan bajando, besa mi espalda, mordisquea mi cintura. Con ternura desliza mis bragas a lo largo de mis muslos. Me deshago entre sus dedos. – Voltéate, me ordena. Su voz es dulce, pero firme… Me siento derretir literalmente. Pero tengo ganas de obedecerle. Y ser suya, toda la vida… Ella está de rodillas delante de mí. Sus pechos redondos, erguidos y desnudos se desbordan de su gran escote. Todos sus movimientos se apresuran, urgentes, imperiosos. Con pasión junta mi pelvis contra la puerta, me separa las piernas y hunde su lengua en mí, penetrándome en un vigoroso vaivén. El placer es tan violento que me muerdo para no dejar escapar ni un sonido. La punta de su lengua se aprovecha de mí hasta lo
más profundo con emoción, recorre mis labios hinchados, se detiene, acelera, me bebe y entra de nuevo hasta el éxtasis, hasta conducirme al borde del desmayo. Me sofoco, vencida. ¡Oh! Continúa, continúa, te lo suplico… Apenas me acaricia con el índice y llego al paroxismo del placer, invadida por espasmos deliciosos, al borde de las lágrimas.
5. El precio del deseo
¡Engañé a Rémi! Desde que desperté, este pensamiento me acosa incesante. Engañé a Rémi con una mujer. Todo aquello es completamente ridículo. Tuve un momento de falsa ilusión, quizá era una necesidad de experimentar la novedad, para romper la rutina. Después de todo, nunca conocí a nadie más que Rémi… Pero está hecho. No soy lesbiana. Y no puedo esperar nada de Lucilla. Salgo al trabajo por la mañana, mientras que Rémi duerme todavía, y me apuro para enviar un email a Lucilla. «Necesito hablarte» «Ven», me responde casi instantáneamente. Llego a su oficina con las piernas temblando. Ella me
recibe con una dulce sonrisa inquisitiva y se levanta para venir hacia mí. Doy un paso vacilante hacia atrás. Ella comprende y se detiene inmediatamente, esperando que hable. – Lucilla, lo que pasó ayer… Vivo con un chico. No sé lo que signifique para ti, pero tengo una vida hecha y me gusta tal como es. Ella me escucha silenciosa, y se sienta tranquilamente detrás del escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho. Al hablar, la admiro aún más. Decir que hice el amor con una mujer tan suntuosa… – Estoy feliz de trabajar contigo, y me siento halagada por tus atenciones, pero no podemos ir más lejos. Lo siento si te permití creer lo contrario… – Entendido, me dice ella asintiendo. No te preocupes, no es nada. Estoy un poco aturdida por la indiferencia de su respuesta. Temía herirla, pero ella manifiesta por el contrario una total indiferencia. ¡Entonces no era otra cosa que una conquista más para ella!
Con esta prueba, mi corazón se endurece. Sin embargo, regreso a casa aliviada, con la impresión de haber cerrado un paréntesis absurdo de manera radical y definitiva. Pero debo saber que todo aquello quedó atrás, me daña mentirle a Rémi. Nunca le había escondido nada. Intento reencontrar con el toda nuestra complicidad, desgastada en las últimas semanas, sin embargo nada me parece natural entre nosotros. Como si todo sonara falso. Me aburro. Sus frecuentes miradas inquisidoras me incomodan, y esquivo los momentos de confrontación con él, prefiero escapar a beber una copa con Clémentine, deambular por París o incluso trabajar hasta tarde en la oficina. Para complicar las cosas, mi madre me acosa por teléfono desde hace días. Me rehúso a responderle, aún molesta por nuestra última conversación, y cada una de sus llamadas recientes me suenan a traición. ¿Cómo puedo confiar en ella cuando sabe algo que se niega a descubrir? La cuestión me da vueltas en la cabeza y llego a una sola conclusión: ya sea que el hombre de las fotos fuera su amante mientras estaba casada, ya sea que éste tuviera que
ver con la muerte de mi padre, dado que es curioso que los dos hayan desaparecido de las fotos en la misma época. Lo que haya sido, la verdad parece terrible, y no puedo afrontarla sola si mi madre se muestra incapaz de apoyarme. *** A la mañana del día siguiente, Rémi viene a buscarme. – Escucha, tenemos qué hablar. Cada día, siento que te alejas. – No, ¡para nada! Es solo que estoy fatigada… – ¡Norah, deja de negarlo! No se trata solo de tu trabajo o la historia de tu pasado. Hay algo más acerca de nosotros. No estoy ciego. Todo el tiempo tienes la cabeza en otra parte, ya no compartimos nada. ¡No me dejas siquiera tocarte! Necesito entender… ¿Qué pasa? ¿Hice algo? ¿O quizá amas a otro? Me ruborizo. – No, nada de eso. Te lo aseguro. Es a ti a quien amo. Vivo contigo y quiero pasar contigo el resto de mis días. Al decir estas palabras, siento sin embargo que busco tanto convencer a Rémi como a mí misma.
¿Por qué tengo necesidad de poner en riesgo todo de esa manera, de poner en peligro mi felicidad con Rémi? Dios, ¿qué me estoy buscando? *** – La extraño, termino por confesarle a Clémentine al cabo de algunas semanas. – ¿A quién? – Lucilla Conti. Me acosté con ella. Clémentine, quien bebe su cóctel, casi se ahoga. – ¿Qué? ¿Te acostaste con la presidenta de Fashionable? ¿La gran sacerdotisa de la moda? ¡Bromeas! – No. Y desde entonces mi vida es un infierno. – Espera, ¡vaya revelación! ¡Serás una celebridad! ¿Es un buen tiro? – Clémentine… no soy lesbiana. – No he dicho eso. Pero, ¿la extrañas? – Sí. – ¿Y vas a recomenzar? – No, no, por supuesto que no. No hay razón para ello. Vivo con Rémi y soy muy feliz. – Sí, ¡vaya que lo pareces! Se burla mi amiga. Clémentine es diabólica a veces.
Regreso a degustar mi cóctel fingiendo que no escucho. *** Sigo pasando horas extras en la oficina, tanto por escapar a mis problemas de pareja como para implicarme en un trabajo más gratificante cada día. Mi estadía representa hoy mi único refugio. Una noche, inmersa en la redacción de un artículo, no veo pasar las horas. Simon se ha ido de la oficina desde hace mucho, Marie ya ha pasado a desearme buenas noches; todo parece silencioso cuando un ruido de tacones se aproxima por el pasillo desierto y me hace voltear. Lucilla aparece en el dintel de la puerta. – ¿Qué haces aquí todavía? Ya no hay nadie. – Tenía algo qué concluir. – Son más de las nueve… ¿Tu novio no está preocupado? Intento sondear la parte irónica en su voz. Pero no dudo siquiera que sea tan tarde. Efectivamente, ¡Rémi debe estar muerto de inquietud! No lo he previsto y siempre corto la comunicación desde el teléfono en la oficina.
– Ven, te llevo. Soy mi propio chofer esta noche, dice ella con astucia, haciendo girar las llaves de su auto en la punta de su dedo índice. – No sé, yo… – ¡Vamos, no seas bestia! Tomas tus cosas. Después de todo, no hacemos nada mal. No tengo motivos para rechazarle. Bajamos al estacionamiento y me subo a su Porsche de vidrios polarizados. ¡Guau! Nunca me había subido a un Porsche. Lucilla me acompaña sin que intercambiemos una sola palabra. Al interior, su perfume inunda los asientos de cuero. Un elixir excitante. Con el rabillo del ojo, la observo conducir; al volante, sus manos están cubiertas por finos guantes blancos que le dan un aspecto de Audrey Hepburn. El amplio escote de su blusa deja ver el nacimiento de sus senos, y alcanzo a ver, tiritando, sus pezones marrones apuntando bajo la tela. Recuerdo el gusto electrizante de su lengua. Todos mis sentidos despiertan, tengo el corazón suspendido entre sus labios, a la espera de algo que no me atrevo a confesar.
Ella se estaciona a una cuadra de mi casa. La calle es oscura, estrecha, sin nadie alrededor, comienzo a temblar como una hoja, me siento presa indefensa y, sin embargo, ¡es realmente delicioso! Anhelo… – Benarrivata a casa, principessa, me dice sin girar la cabeza. – Lucilla… Espontáneamente, poso mi mano en su brazo. No pienso más. Ella hunde al fin sus ojos en los míos, cruzando con mi mirada implorante, y todo ocurre muy rápido. Su boca que se entreabre. Su mano que nos deshoja por turnos, mientras que la otra desabotona mis jeans. Ella se deshace de sus guantes con delicadeza. Pasa la punta de sus dedos sobre mis labios antes de bajar y separar mis bragas. Siento su boca, su lengua, sus dientes al borde de mi pecho henchido de deseo. Su dedo que me penetra, que me coge, como un resplandor. Las sensaciones crecen por la fricción de la silla de cuero contra mi sexo. Estoy sudando. Ella aumenta la potencia de sus movimientos dentro de mí. Me enciendo desde lo más profundo de mí misma, todo mi cuerpo trémulo por olas crepitantes. Los muslos desnudos, abiertos, abandonados a los dedos expertos de Lucilla. Cuando me siente completamente mojada, introduce
simultáneamente el medio y el anular. Bajo su vaivén intenso, poderoso, mi cuerpo se eleva y se sacude contra la carpeta. Lo disfruto por gran rato, inundada de placer. Enseguida permanezco varios segundos para estar consciente, jadeando, la cabeza apoyada contra el vidrio polarizado. Lucilla al fin me viste de nuevo con dulzura posando sus besos a lo largo de mi cuerpo. – Te dejo regresar a casa, me susurra mientras que sus labios me mordisquean la oreja. Con la única condición de que vuelvas a mí. No digo una sola palabra. Mi mirada languidece por mí. Aún estoy aturdida cuando entro. Rémi está de pie en la sala, con el móvil en la mano. Su cólera explota desde que abro la puerta. – ¡No es verdad! ¿Dónde estuviste? ¡Un burdel, Norah! ¡Estaba loco de desesperación! ¿No podías prevenirlo? – N… no, tartamudeo, completamente aturdida. – ¡Ah! ¿En verdad? Grita él. Cierro los puños y dejo caer mi bolso a mis pies. Lo contemplo fijamente, todavía en el umbral, después comento, al borde de la crisis cardíaca:
– Rémi, te he engañado. No quiero estar más contigo. Se acabó. Sus labios se amoratan, temblorosos, pero no emite ningún sonido. Permanecemos escudriñándonos algunos minutos, con rabia e incomprensión. El mundo alrededor nuestro ha dejado de existir bruscamente. No hay más que esta verdad fría, implacable: acabo de desvanecer una relación de cuatro años y todos nuestros proyectos para el futuro. Rémi está petrificado. Me mira de pies a cabeza, como si intentara reconocerme. Termina por abandonar el apartamento azotando la puerta sin proferir una sola palabra. Paso la noche acostada sobre el sofá, las pupilas dilatadas mirando la pantalla luminosa del reloj, intentando darme cuenta lo que acaba de producirse. Por la madrugada, Rémi aún no ha llegado. *** Marie es la primera persona con quien me hallo en la máquina de café esa misma mañana. Su presencia me alivia, como un paréntesis amigable en el caos de mi vida.
– ¿Te sientes mejor desde el otro día? – Es difícil, dice. Estoy liada. ¿Has sentido que una persona fuera tu alma gemela? – No realmente, murmuro mientras que Rémi me viene a la cabeza. – Con Cerise hay esta certeza. Puede parecer una locura, pero lo siento en mis entrañas. Renunciar a ella, es renunciar a todo. – ¿Pero está casada con tu mejor amigo? Quiero decir, no es… – ¿Lesbiana? Ella alza los hombros. – Nunca ha sido tan claro. No sé si ella haya tenido mujeres en su vida anterior, pero lo percibo en ella. De cualquier manera, ¿qué importa? Yo no acabaría su matrimonio con Nathan. En definitiva, aún no termino por descubrir cómo las relaciones amorosas pueden ser complejas… – Pero, dime, ¿tú siempre lo adviertes, cuando una mujer prefiere a otras mujeres? – A menudo. No siempre. Sería muy simple de otra manera, dice ella riendo. Por ejemplo, nunca hubiera pensado que la novia de Lucilla lo fuera.
– ¿Qué? El grito se me escapa de manera sorpresiva, pero Marie parece no prestarle atención. – Sí, es una fotógrafa célebre. La conocí antes de que estuviera con Lucilla, hace muchos años, y no lo habría adivinado definitivamente. ¿La novia de Lucilla? Mi corazón se desboca. La sala da vueltas. Presa de pánico, me escapo al cuarto de baño para enviar un texto a Clémentin, a punto de las lágrimas: « ¿Puedes reunirte conmigo para almorzar, por favor? Necesito ayuda. » Casi instantáneamente, mi teléfono vibra y muestra un número desconocido. Abro el mensaje del destinatario misterioso. « Cita esta noche a las 20 hrs. En Bristol. Es tiempo que sepas la verdad acerca de ti misma. » ¿Qué es este delirio? ¿Quién puede enviarme eso? ¿Qué quiere decir?
Tengo la impresión horrible que el hombre de las fotos acaba de surgir bruscamente sobre mi teléfono. Mi vista se nubla. Mi corazón se detiene. Tengo miedo.
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