Martinez de Velasco, A. - Las Revoluciones Industriales

May 17, 2018 | Author: padiernacero54 | Category: Industrial Revolution, Cotton, Agriculture, Steam Engine, Textile Industry
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Descripción: Martinez de Velasco, A. - Las Revoluciones Industriales...

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LAS REVOLUCIONES INDUSTRIALES A ngel M a r tín ez de \ elasco

HISTORIA HOY

Santillana

A

mediados del siglo X V I I I comenzaron a

producirse una serie de condiciones técnicas, sociales y económicas que hicieron posible una transformación sin precedentes en la historia de la humanidad, comparable a la aparición de las primeras sociedades agrícolas en el neolítico. Los cambios que se sucedieron a partir de entonces revoluáonaron no sólo los sistemas de producción de bienes, sino que afectaron profundamente al conjunto de la organización económica \j social de los países desarrollados. El resultado de todo este proceso fue el tránsito de una sociedad agraria y tradicional a una sociedad urbana e industrial regida por los principios del capitalismo. El presente libro analiza los factores y acontecimientos que configuraron lo que se ha dado en llamar las "revoluciones industriales" , y que supusieron la entrada del mundo en una nueva era, en la que aún nos encontramos.

HISTORIA HOY

Santillana

Dirección: Edición: Coordinación: Diseño de cubierta: Diseño de interior: Dirección de arte: Selección de ilustraciones: Composición y ajuste: Realización: Dirección de realización:

Sergio Sánchez Cerezo Mercedes Rubio Cordovés Manuel Sequeiros Elisa Rodríguez Concha Langle Juan José Vázquez Maryse Pinet, Marilé Rodrigálvarez Francisco Lozano José García Francisco Romero

© De esta edición: 1997, Santillana, S. A. Elfo, 32. 28027 Madrid Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Beazley, 3860. 1437 Buenos Aires Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col. Del Valle México, D. F. C. P. 03100 Editorial Santillana, S. A. Carrera 13, n.° 63-39, piso 12. Santafé de Bogotá - Colombia Aguilar Chilena de Ediciones, Ltda. Avda. Pedro de Valdivia, 942. Santiago - Chile Ediciones Santillana, S. A. Javier de Viana, 23S0. 11200 Montevideo - Uruguay Santillana Publishing Co. 2105 NW. 86th Avenue. Miami, FL 33122

Fotografías: A ntonio Viñas; BIBLIOTECA NACIONAL, M ADRIÜ/Laboratorio Biblioteca N acional; BIBUOTECA NACIONAL DE RIO DE JANEIRO, BRASIL; CONTIFOTO/POPPERFOTO; DIRECTION DES ARCHIVES DEPARTAMENTALES DE ARDENNES; EDISTUDIO; Enrique Lim brunner; EUROPA PRESS/POLFOTO/Peer Pedersen; G. Giorcelli; GALERÍA NACIONAL DE ARTE MODERNO, ROMA; GARCÍA-PELA YO/Algar/Juancbo; GOYENECHEA; INSTITUTO PASTEUR; /. E. C asariego; /. G óm ez de Solazar; MUSEO DE LA CIENCIA, LONDRES; MUSEO DE LA TÉCNICA DE EUSKADI, BARACALÍX); ORONOZ; ZARÜOYA; ARCHIVO SANTILLANA

Fotografía de cubierta: La tejedora, óleo de Joan Planella (s. xtx). Colección particular, Barcelona.

Printed in Spain

Impreso en España por Printing 10, S. A. Móstoles (Madrid) ISBN: 84-294-5328-8 Depósito legal: M. 36.246-1997

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímlco, electrónico, magnético, elcctroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.

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L a s r e v o l u c io n e s INDUSTRIALES

por

Angel M a r tín ez de Melasco

Santillana

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ndice

La primera revolución industrial

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La Inglaterra preindustrial.__________________________________8 Los cimientos de la revolución industrial. El crecimiento demográfico.________________ La revolución agrícola._______

9 9 H

La mejora de las comunicaciones.______________________ 14 La revolución tecnológica._________________________________ 18 ___ La industria textil._______ De artesanos a obreros.

18 20

La siderurgia.________________________________________ 21 La era de la máquina._____________________________________ 23 El carbón y el hierro.________________________________ 24 El hombre frente a la máquina.________________________ 25 Las crisis cíclicas._______________________

26

La urbanización de la sociedad.

26

El auge de las metrópolis.

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La composición de la población urbana.

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La situación de las clases populares.____________________ 30 La extensión de la revolución industrial.

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La segunda revolución industrial

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El aumento de la población mundial.

33

Los movimientos migratorios.

33

La emigración europea.

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Causas de las migraciones.

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La adaptación al nuevo país.

36

La revolución en los medios de transporte: el ferrocarril.

37

La ciencia y la industria.

38

La concentración del capital: trusts y Holdings.

40

El patrón oro.

42

La economía internacional.

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Las políticas económicas.

46

Proteccionismo y librecambismo.

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Documentos

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Debate

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Línea del tiempo

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Vocabulario

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Bibliografía

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J ntroducción

F /término revolución industrial se utiliza usualmente para describir

v

errocarril de sangre arriba) y ferrocarril a apar en Inglaterra ha­ la 1925, que slmbolian transición de la so­ ledad tradicional a la era de la máquina.

los cambios sociales y económicos que indican la transición de una so­ ciedad agrícola y tradicional a una sociedad moderna e industrial; esta transición es realmente una revolución, por ser una transformación sin precedentes en la historia de la Humanidad desde la época del neolíti­ co, cuando se constituyeron las primeras sociedades agrícolas. En un sentido estricto, la revolución industrial se refiere exclusivamente a los cambios acaecidos en Inglaterra desde mediados del siglo xvm. Sin em­ bargo, este proceso también se produjo posteriormente en distintos países, de tal forma que puede hablarse, por ejemplo, de la revolución industrial en Francia. Algunos autores acuden también a la denomi­ nación de segunda revolución industrial para referirse al desarrollo capitalista en el último tercio del siglo xix, cuando surgen nuevas orga-

Introducción

nizaciones empresariales (trusts, holdings, cartels), nuevas fuentes energéticas (electricidad, petróleo) y nuevos sistemas de financiación. Cuando la transición de una sociedad agrícola y tradicional a una sociedad moderna e industrial ocurre en los tiempos presentes, como sucede actualmente en China, se suele hablar de industrialización o desarrollo industrial. El primer historiador que analizó este fenómeno fue Arnold Toynbee en una serie de conferencias impartidas en la Universidad de Oxford en 1880. Toynbee señaló el año 1760 como punto de partida de la revolución industrial, pero desde entonces los historiadores no se han puesto de acuerdo en cuanto a la fecha de inicio, aunque todos coinciden en señalar que a partir de mediados del siglo xvm ocurrieron importantes cambios de profundas consecuencias en la vida económica inglesa que luego serían considerados como el prototipo del paso de una sociedad agrícola a una sociedad industrial.

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Niños obreros en una fábrica de forjas y cla­ vos en Mohon, f rancia (Direction des Archives Departamentales de Ardeanes).

£ as revoluciones industriales

La

primera revolución industrial

La Inglaterra preindustrial

A

mediados del siglo xvm el nivel de vida de la población in­ glesa, aunque superior a la media europea, no era muy elevado y sufría grandes oscilaciones debidas sobre todo al aumento de la mortalidad en invierno, a las revueltas causadas por las carencias periódicas de alimentos y a las enfermedades que asolaban las ciudades. La economía inglesa se encontraba económicamente en una situación de estancamiento y su desarrollo era lento e inestable. ¡ta general de io n ­ es en el siglo xvm (Bioteco Nacional, M a ­ drid).

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La primera revolución industrial

La agricultura constituía la principal actividad económica de una población eminentemente rural. Se calcula que más del 80 % de la población, como ocurre en la actualidad en los países subdesarrollados, se dedicaba a la agricultura y vivía fundamen­ talmente en zonas rurales. Es cierto que existían industrias, sobre todo textiles, pero los trabajadores de éstas eran en general campesinos que, durante los periodos de inactividad agraria, obtenían un sobresueldo tejiendo la lana en su propia casa o forjando el hierro en un cobertizo adyacente. A comienzos del siglo xvtu no puede hablarse de un merca­ do nacional inglés, puesto que no existía. La unidad era la co­ marca, que por la dificultad de las comunicaciones, permanecía desvinculada en lo económico de otras comarcas y socialmente aislada, como podía apreciarse en la perduración de los trajes re­ gionales de cada lugar. La Inglaterra de mediados del siglo xvtu se caracterizaba, pues, por un bajo nivel de vida, un estancamiento del desarrollo económico, una dependencia casi exclusiva de la agricultura y la carencia de un mercado nacional. Desde un punto de vista actual y usando la terminología de hoy día, podría decirse con toda propiedad que era un país subdesarrollado.

Los cimientos de la revolución industrial El crecimiento demográfico La revolución industrial no es un fenómeno exclusivo del ámbito de la producción industrial, sino un complejo que se extiende e interrelaciona con otras facetas de la actividad huma­ na. La revolución industrial estuvo acompañada por un aumen­ to de la población, y todos los historiadores están de acuerdo en considerar que, en Inglaterra, este crecimiento comenzó du­ rante la década de 1740, elevándose a niveles sin precedentes en la década de 1780 y alcanzando su máximo entre 1821 a 1831, tal como puede verse en el gráfico siguiente. Evolución de la pobla­ ción inglesa entre 1710 y 1800, en millones de habitantes.

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En una sociedad económicamente agrícola, el índice de natalidad (el número de nacimientos por año y por cada mil habitantes) suele estar entre el 35 y el 50 %o mientras que el índice de mortalidad (el número de fallecidos por año y por cada mil habitantes) también es alto, pero casi siempre inferior al primero: entre el 30 y el 40 %o. En esta sociedad agrícola, el índice de crecimiento natural (la diferencia existente entre los índices de natalidad y mortalidad) se sitúa entre el 5 y el 10 %. Ahora bien, este índice suele sufrir alteraciones causa­ das por modificaciones exógeneas, como epidemias, guerras o hambrunas debidas a malas cosechas, que desestabilizan brusca­ mente dicho índice de crecimiento natural, haciéndolo descen­ der. Sin embargo, la revolución industrial estuvo acompañada de un crecimiento de la población continuado y sostenido, que se manifestó en un alza del índice de natalidad y en una dismi­ nución del de mortalidad, tal como se puede apreciar en el grá­ fico siguiente. ces de natalidad y talidad en Inglatedurante el siglo xvm.

Tradicionalmente se ha considerado que estos cambios en la natalidad y mortalidad se debieron a los avances técnicos en la medicina; sin embargo, en la actualidad se ha desechado esta explicación, puesto que dichos progresos médicos o no se generalizaron lo suficiente o no se realizaron. Así, por ejemplo, la vacunación, que permitía debilitar la influencia de ciertas enfermedades como la viruela, se conocía ya en el siglo xvm, pero realmente no se implantó hasta bien entrado el xix; de hecho la mortalidad por causa de la viruela permaneció en unas cifras estables durante todo el siglo xvm. Semejante es el caso de la anestesia: aunque se conocía el efecto del cloroformo, no se aplicó a la cirugía hasta mediados del siglo xix. La anestesia hizo cambiar el concepto de cirujano, que paso de ser un artista -el que más rápido podía cortar un brazo sin que el paciente se desangrara- a convertirse en un técnico que disponía del tiempo necesario para operar con una mayor eficacia.

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La primera revolución ■nímürial

Actualmente se cree que el aumento de la tasa de natalidad se debió, en realidad, a la serie de buenas cosechas ocurridas en­ tre 1730 a 1755. Este periodo de bonanza originó la necesidad de una mayor mano de obra y, por tanto, mejoró el nivel de vida; esto permitió la disminución de la edad del matrimonio, por lo que aumentó el periodo de fertilidad y, consecuentemente, la na­ talidad. Además, la ampliación de las oportunidades económicas supuso una mejor alimentación que redujo de forma sensible el efecto de las enfermedades de tipo pandémico o epidémico. Parece ser que la mortalidad descendió principalmente por un factor "ecológico": la rata parda. En Inglaterra existía la peI queña rata negra doméstica, que vivía en las casas, sobre todo i en las habitaciones, y cuyas pulgas pasaban al hombre transmi­ tiendo diversas enfermedades, como el tifus. Hacia 1728 se in­ trodujo en Inglaterra la rata parda, que habitaba fuera de las casas, era menos sedentaria y sus pulgas no se transmitían al hombre. Esta especie de rata desplazó a la pequeña rata negra doméstica, lo que supuso una drástica disminución de las enfer­ medades y, con ello, de la mortalidad. Estos dos factores propiciaron que el crecimiento demográ­ fico fuese continuo y sostenido, creando una importante reserva de mano de obra que constituyó un contingente para el cambio y el desarrollo económico.

La revolución agrícola En la agricultura también surgieron profundos cambios, pu­ diéndose hablar de una auténtica revolución agrícola, que se prolongó a lo largo de un extenso periodo y en fases distintas se­ gún los diferentes lugares. Estos cambios fueron una condición esencial para el tránsito a una economía plenamente industrial, constituyendo lo que después se consideraría condición esencial para el "despegue" (take off) en el proceso de creación de una economía en pleno desarrollo. En Inglaterra, durante el siglo xvm, la revolución agrícola dependió de tres procesos relacionados entre sí: la adopción de nuevas técnicas de producción, el ceceamiento de las tierras y el cambio de actitud de los propietarios. En el primer proceso, la innovación tecnológica en el campo de la agricultura se apoyó de manera principal en el cambio del tipo de arado. Tradicional­ mente se utilizaba un pesado arado con ruedas manejado por el campesino y tirado por un grupo de dos a ocho bueyes que eran dirigidos por una segunda persona. A partir de 1730 se introdujo en Inglaterra el arado desarrollado por Rotherham; su estruc­ tura triangular hizo más fácil tirar del mismo, lo que permitió que se utilizasen caballos en vez de bueyes como animales de tiro y que una sola persona pudiese al mismo tiempo manejar el

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Grabado de Le Petlt Ilustré que muestra al médico bri­ tánico Edword ¡enner (1749-1823) vacunan­ do a un niño. La vacu­ nación contra enferme­ dades como la viruela no se implantaría hasta bien entrado el siglo xix.

Journal

Las revolu cion es in d u stria le s

r t rsa jm

¿ S i

os nuevos tipos de arao, más ligeros y maejabies, redujeron el ifuerzo y mejoraron I rendimiento en las tenas agrícolas. Cro­ ado de la Enciclope­ dia (siglo xviii).

a £ Iarado y dirigir a los animales. El nuevo tipo de arado supuso, por tanto, un paso importante hacia la reducción del trabajo ma­ nual en las operaciones agrícolas. Otra de las mejoras que se introdujeron en la explotación agraria afectó al sistema de rotación de los cultivos. Tradicional­ mente el campo cultivado se dejaba sin cultivar, en barbecho, durante uno a tres años para que el suelo descansase y recupera­ ra parte de los minerales que había perdido durante el año de cultivo. Esta rotación bianual fue sustituida por la rotación trianual, consistente en que durante un año se cultivaban cereales, al año siguiente se plantaban cultivos nitrogenantes y al tercer año se dejaba el campo en barbecho. Con esta rotación se conse­ guía, en principio, que la tierra estuviera menos tiempo en bar­ becho y, por tanto, que aumentara la producción. Las plantas nitrogenantes son aquellas que fijan el nitrógeno, un buen abo­ no natural, al suelo; entre ellas destacan el trébol, la alfalfa y las habas, especies vegetales de ciclo corto, es decir, que su creci­ miento y recolección dura apenas unos meses. Estas plantas, además de enriquecer la tierra, supusieron también un aumento y mejora de la cabaña ganadera, puesto que permitían alimentar al ganado durante el invierno, que pasó de pacer libremente en los campos a hacerlo en establos. El ganado, al estar inmoviliza­ do y mejor alimentado, ganó peso, lo que repercutió en un in­ cremento de la producción de carne y leche. En resumen, la apli­ cación de estas innovaciones técnicas aumentó la productividad en un 9 0 % y elevó los niveles de consumo interior al mejorar la renta familiar de muchos propietarios agrícolas. El segundo proceso del que dependió la revolución agrícola en Inglaterra fue el de las enclosures (cercas). Normalmente, los campos ingleses no estaban cercados sino abiertos, por eso se lla­ maban open fiehl. Los campesinos podían cazar y recoger leña en ellos, lo que les permitía disponer de algo de carne en su dieta alimenticia y calentarse durante los crudos inviernos. Desde me­ diados del siglo xvni se produjo una tendencia, favorecida por

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i a primera revolución Industrial

las leyes pertinentes que se aprobaron en el Parlamento inglés, a cercar los campos tanto privados como comunales. Casi todas las mejoras en las técnicas agrícolas se realizaron en terrenos ya cercados o en proceso de cercamiento (D ocum ento 1). Al ser es­ tos campos propiedad privada, se prohibió a los campesinos ca­ zar, pescar y recoger leña en ellos. Esta situación tuvo un impor­ tante efecto; fue causa de una disminución en el nivel de vida del campesinado no propietario, dando lugar a una numerosa reserva de mano de obra barata, sin la cual la revolución indus­ trial habría sido imposible. Tan importante como las nuevas técnicas o las modificacio­ nes en las dimensiones de las explotaciones agrícolas fue el cam­ bio de actitud de los granjeros, que revisaron sus métodos de cultivo y de organización en una escala hasta entonces descono­ cida. Los agricultores comenzaron a producir para un mercado nacional que, sin lugar a dudas, era más amplio que el de la co­ marca. Para ello, algunos agricultores incluso emprendieron pla­ nes de drenaje o de cría y selección de ganado cuyos beneficios se fiaban a largo plazo. Al mismo tiempo se produjo una nueva división de la población rural constituida por las figuras del granjero profesional y del jornalero del campo, mientras que em­ pezaba a desaparecer la del campesino autosuficiente que sólo trabajaba por cuenta ajena en época de recolección o cosecha. Finalmente se aplicaron todas las innovaciones técnicas ya des­ critas. Esta nueva actitud se propagó por toda la sociedad, desde las clases altas -el rey Jorge III se hacía llamar el "granjero Jorge" y cuidaba personalmente de su granja modelo en Windsorhasta los pequeños propietarios y arrendatarios. Paisaje en el norte de Devon, donde se pue­ den apreciar los típicos cercados que dividen la campiña inglesa.

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Las revnlu riom .'* in d u s tria le s

inca modelo mecanioda de mediados del iglo xix. La modernizaión de la agricultura te contemporánea a la e la industria, como arte de un mismo pro­ ceso.

Estos tres procesos contribuyeron a que el volumen de la producción agrícola aumentase considerablemente, lo que trajo consigo varias consecuencias notables: en primer lugar, pudo alimentarse a la creciente población, especialmente a la de los centros industriales; en segundo lugar, se hizo innecesario la im­ portación de productos alimenticios, con lo que el comercio exterior pudo centrarse en la adquisición de la materia prima, especialmente el algodón, que exigía la creciente industria tex­ til; otra consecuencia fue que, al aumentar los ingresos de los propietarios y de los arrendatarios, surgió un floreciente merca­ do interior que justificó la producción a gran escala en las nue­ vas industrias, y, finalmente, la agricultura suministró una parte importante del capital que se invertiría en el desarrollo de la in­ dustrialización. Ninguno de estos aspectos concretos ni la revolución agrí­ cola en general pueden considerarse aisladamente, sin relación con los fenómenos demográficos o industriales. La transforma­ ción de la agricultura fue contemporánea a la de la industria, el comercio y el transporte, y hay que contemplarla más bien como parte de un mismo y único proceso: la revolución industrial.

La -f.-'jora de T.'s com inica= Los cambios en la agricultura fueron acompañados también de profundas transformaciones en los transportes, tanto por tierra como por agua. A comienzos del siglo xvu las carreteras inglesas eran de las peores de Europa, hasta el extremo de que los viajeros solían hacer testamento antes de partir de viaje. Al igual que en la

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La primara revolución induttrlal

época romana, las carreteras se construían con grandes bloques de piedra cubiertos por una gravilla que, cuando llegaban las lluvias, desaparecía como por encanto. Su mantenimiento se realizaba imponiendo a los habitantes de cada población la obligación de dedicar un número determinado de días al año a la conservación y arreglo de las vías que surcasen el territorio municipal. Sin embargo, desde mediados del siglo xvm el manteni­ miento de los caminos se concedió a particulares a cambio del derecho a cobrar un peaje por su utilización; al depender sus be­ neficios económicos de que las carreteras fuesen transitables, los concesionarios del peaje procuraron por todos los medios que éstas se conservaran en buen estado, para lo que introdujeron mejoras técnicas en su construcción. Entre éstas destaca la reali­ zada por el ingeniero Macadam, que ideó el sistema de tender varias capas de piedras de tamaño medio fuertemente apisona­ das, sobre las que extendía, también apisonadas, varias capas de grava hasta formar una superficie dura, lisa y convexa que faci­ litaba el desagüe. La introducción de esta técnica y del peaje repercutió favorablemente en la rapidez, la regularidad y la co: modidad de los viajes. Así, la diligencia que iba de Londres a Birmigham, y que tardaba dos días enteros en hacer el trayecto, pasó a hacerlo en sólo diecinueve horas. En esta mejora general de las comunicaciones, producida entre 1750 y 1830, tuvo bastante que ver el desarrollo de las ciu­ dades, entre las cuales Londres se convirtió en la principal fuerza motriz. Las ciudades, en continuo crecimiento, requerían un I abastecimiento rápido y regular de artículos alimenticios y com­ bustible desde distancias superiores a las treinta y cinco millas. Y precisaban también un transporte cómodo, seguro y rápido de los viajeros y del correo entre las principales urbes. La

diligencia

Cambridge

postal

Telegraf

preparada para partir hacia Londres (1840). Algunas diligencias to­ m aban el nombre de " Telégrafo” para suge­ rir la idea de velocidad.

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Las revoluciones In d u striale s

i Gran Bretaña, la ayor parte del tráfico >mercancías se hacía ir vías fluviales. Adua-

i de Londres junto al imesis (Biblioteca N a ­ cional, Madrid).

Ahora bien, la mayor parte del tráfico de mercancías no se hacía por carretera, sino por las vías fluviales. El agua era el me­ dio más barato para transportar mercancías pesadas y volumino­ sas, pues exigía relativamente pocos gastos de mantenimiento, exceptuando el derivado de las embarcaciones y las instalacio­ nes portuarias. Gran Bretaña contaba con la gran ventaja de po­ seer un territorio estrecho en el que ningún punto del centro distaba más de setenta millas del mar y que poseía una conside­ rable red de vías fluviales que eran navegables o se podían habi­ litar para la navegación. A finales del siglo xvm existían en Inglaterra unas dos mil millas de vías de agua navegables, de las que una tercera parte estaba formada por canales construidos antes de 1760, mientras que el resto se construyeron o se mejo­ raron durante la segunda mitad del siglo (D ocum ento 2). Los canales permitieron un enorme ahorro de mano de obra y de fuerza de tracción; se calcula que un caballo podía arrastrar un peso de dos toneladas por una carretera, mientras que desde las orillas de un río navegable era capaz de tirar de treinta tonela­ das, y por un camino de sirga alcanzar las cincuenta. La primera vía fluvial artificial que se creó fue el canal que el duque de Bridgwater mandó abrir desde su mina de Worsley hasta Manchester; su construcción, debida a James Brindley, po­ sibilitó una drástica reducción del precio del carbón a la mitad. Por otro lado, este éxito animó a ios hombres de negocios y te­ rratenientes ricos a invertir sus ahorros, pedir préstamos o hipo­ tecar sus tierras para financiar proyectos cuya rentabilidad no era inmediata. Se hablaba incluso de la fiebre de los canales o "canalmanía". La mayor parte del capital empleado en la cons­ trucción de canales o habilitación de vías fluviales provenía de empresas o sociedades creadas por hombres de negocios y terra-

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l>i p rim c r .i re v o lu c ió n im ltist rt.il

La rentabilidad de las compañías de canales creó un nuevo tipo de inversor: el accionista.

Edificio de la Bolsa de Londres (Biblioteca N a­ cional, Madrid).

tenientes locales, sociedades que, en su mayoría, resultaron muy rentables. Se calcula que la compañía del canal de Oxford pagó el 30% de beneficios a sus accionistas durante cerca de treinta años, y que los diez canales más rentables en 1825 generaban un dividendo medio del 27,6% . Estas compañías crearon un nuevo estilo de inversor: el ac­ cionista de sociedades, que no intervenía directamente en el ne­ gocio. La compañía por acciones no era un fenómeno nuevo a mediados del siglo xvui, pero la época de los canales familiarizó al modesto ahorrador con este tipo de inversión y favoreció que, cuando surgía la demanda de capital por parte de otras socieda­ des, como por ejemplo el ferrocarril, la mentalidad inversionista se encontrara plenamente asentada y no hubiera dificultad algu­ na para encontrar pequeños inversores. El principal motivo impulsor en las mejoras de las vías fluvia­ les fue, al igual que en las carreteras, la creciente demanda de car­ bón por parte de las ciudades, pues la madera como combustible ■ podía considerarse un recurso prácticamente agotado. Esta necesi1 dad puede apreciarse en que más de la mitad de las compañías que se fundaron entre 1758 y 1802 para la construcción de canales o acondicionamientos de los ríos tenían como objetivo primordial el transporte del carbón. La difusión del carbón, que llegó a los con­ sumidores a precios razonables, permitió reducir costes a las innu­ merables pequeñas industrias situadas en las ciudades: herrerías fundiciones de hierro, panaderías, tenerías, refinerías de azúcar y de cerveza, alfarerías... En el plano humano, el obrero industrial pudo calentar su hogar en invierno y ahorrar algún dinero con el que compraba los productos de la industria británica, y los jor­ naleros del sur de Inglaterra pudieron cocer de cuando en cuando sus comidas y desterrar la monótona dieta de pan y queso.

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Las revoluciones In d u stria le s

Los canales bien organizados y las carreteras de peaje bien ad­ ministradas permitieron economizar recursos de muchas y signifi­ cativas maneras. El transporte rápido de mercancías evitó las in­ numerables pérdidas debidas al deterioro y al robo de las cargas, puesto que, cuanto menos tiempo estuviese una mercancía en ruta, más probable era que llegase intacta y en buenas condicio­ nes a su destino. Pero, sobre todo, hizo disminuir considerable­ mente los costes de las materias primas pesadas y redujo también los gastos de almacenamiento, pues, hasta entonces, industriales y comerciantes se veían obligados a invertir gran cantidad de di­ nero almacenando el carbón necesario para que su negocio fun­ cionase durante el invierno, cuando las malas condiciones clima­ tológicas dificultaban el tránsito de mercancías y personas. El traslado rápido y regular de personas en diligencias hizo posible que los banqueros londinenses pudieran enviar a sus agentes a provincias, y obtener así una información comercial de primera mano que podía servir para aquilatar precios y ahorrar dinero. Por otro lado, los contactos personales facilitaron aún más la concertación de contratos de crédito y pólizas de seguros. En resumen, la revolución en los transportes contribuyó de­ cisivamente a la revolución industrial al crear un movimiento fluido y eficaz de bienes, capital, hombres e ideas, al abaratar los precios y los costes, al aumentar las posibilidades de éxito de las empresas y al propiciar la rápida propagación de las innovacio­ nes técnicas.

La revolución tecnológica Junto a los cambios antes expuestos, y en estrecha relación con ellos, debemos detenernos en un factor que se suele consi­ derar determinante en el origen de la revolución industrial: el desarrollo de la tecnología -y, consecuentemente, la transforma­ ción del proceso de producción- en la moderna industria manu­ facturera, lo que hizo de Inglaterra el "taller del mundo". Estos cambios se registraron sobre todo en dos ramas industriales: la del algodón y la del hierro.

la industria textil Todo el mundo parece estar de acuerdo en que el primer motor de la revolución industrial británica fue la industria algo­ donera, y que su importancia en el proceso fue inmensa. Las manufacturas textiles dedicadas a la lana estaban muy extendidas en Inglaterra, merced a la existencia de grandes reba­ ños de ovejas que producían una lana de gran calidad. Por esta razón, los paños ingleses eran muy apreciados tanto en el mer­

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La p rim era revolu ción In d u strial

cado interior como en el extranjero. Por el contrario, la industria del algodón estaba poco desarrollada y el producto final que se conseguía era un tejido muy basto. Su precio, además, era eleva­ do, debido a la baja de productividad de los hiladores, que traba­ jaban con rueca para elaborar el hilo. Era impensable que estos tejidos de algodón pudieran compararse con las indianas y mu­ selinas fabricadas en la India; para competir con ellas se necesi­ taba un hilo muy fino que los hiladores británicos no eran capa­ ces de producir. Tanto la lanera como la algodonera eran industrias domés­ ticas en las que participaban todos los miembros de la familia. Los niños, por ejemplo, realizaban gran parte de las operaciones preliminares, como las de limpiar y cardar el algodón en bruto. Las mujeres se encargaban de hilar y los hombres tejían. Salvo en Manchester, casi todos los hiladores y tejedores ingleses ejer­ cían estos oficios como una actividad secundaria, puesto que la principal era la agricultura. Con los métodos tradicionales en­ tonces existentes, se necesitaban de tres a cuatro hiladores para suministrar material a un tejedor, por lo que en tiempos de cose­ cha escaseaba el hilo, ya que los hiladores preferían ocuparse en las labores agrícolas, haciendo un trabajo menos duro por el mismo salario. La primera innovación de importancia en la industria algo­ donera fue la spimtíng-jenny construida por Hargreaves, un ingei nio que reproducía mecánicamente los movimientos del hilador cuando utilizaba la rueca, pero que podía trabajar con varios husos. Este invento -que, a pesar de estar patentado, fue ampliaReconstrucción

de

la

spinning-jenny (Museo de la Ciencia, Londres).

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Las revoluciones industriales

.a water frame, maqui­ la hiladora accionada íor fuerza hidráulica.

mportaciones de algoión en bruto, en milloles de libras de peso.

mente copiado y difundido- tenía el efecto de multiplicar la cantidad de hilo que podía producir un solo operario y, por tan­ to, ahorrar mano de obra en un momento en que ésta andaba escasa. Cinco años después, en 1769, aparecería el invento que más revolucionó la industria algodonera: la máquina hiladora de Arkwright -llamada water frame porque se accionaba median­ te una rueda hidráulica-, que producía un hilo lo bastante fuerte para servir al mismo tiempo para la urdimbre y la trama. La má­ quina de Arkwright, al contrario que la spinmng-jemiy, solamen­ te podía utilizarse en grandes espacios, las fábricas, por lo que puede decirse que, a partir de entonces, la industria textil britá­ nica pierde el carácter doméstico. Unos años más tarde, Crompton inventó la imile-jenny (muía), una máquina de hilar intermitente que, combinando los avances de la spinnmg-jenny y la water frame, producía un hilo más fino. De esta forma, la tela de algodón británica adquirió una finura que pudo competir con la de los tejidos de seda o algodón fabricados en la India. A partir de estas innovaciones se puso en marcha un pro­ ceso de mecanización de todas las etapas de la producción de tejidos, desde la máquina desmotadora del norteamericano Whitney hasta la introducción de rodillos para el estampado de la tela. Esta mecanización supuso una disminución sustancial en el precio de coste del hilo, que pasó de valer treinta y ocho chelines la libra de peso en 1787 a poco más de seis chelines en 1807. Todo ello aceleró el ritmo de crecimiento de la industria textil algodonera, que en menos de un cuarto de siglo pasó a ser una de las industrias más importantes de Gran Bretaña. Este cre­ cimiento puede inferirse del gráfico del margen, que refleja las importaciones británicas de algodón en bruto.

De artesanos a obreros

1735 1750 1775 1800 1825 1850

Como ya se ha apuntado, las voluminosas máquinas de Arkwright y Crompton solamente podían utilizarse en grandes instalaciones, lo que hizo que la industria textil británica perdie­ se su carácter familiar y artesanal, dando lugar a la aparición de un nuevo espacio económico y laboral, la fábrica, donde se exigía una fuerza de trabajo dócil que produjera en la atmósfera disci­ plinada de la factoría. Los operarios textiles fueron abandonando el campo y sus pequeños talleres para hacinarse en la ciudad. La razón principal que explica el continuo desarrollo eco­ nómico de la industria algodonera fue el mantenimiento de unos beneficios altos a costa de unos salarios míseros. Al ser la mano de obra utilizada poco cualificada, era tan abundante que prácticamente se consideraba inagotable. La mayor parte de los obreros eran mujeres, jóvenes y niños menores, de forma que se

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l.i prim era revolución industrial

calcula que, en 1835, el 25% de los operarios de las fábricas algodoneras eran jóvenes de más de dieciocho años; el 48% eran mujeres y el 13% niños menores de catorce años. Además, la autoridad del capitalista manufacturero era casi ilimitada, I pudiendo ampliar la larga jornada de trabajo según sus necesida­ des, ya que hasta la década de 1850 no existió ninguna legisla­ ción de tipo social que regulara las condiciones de trabajo. Los exiguos salarios apenas subieron a lo largo de veinticinco años, de 1820 a 1845, a pesar de que la producción total de la indus­ tria algodonera se cuadruplicó (D ocumento 3).

la siderurgia*I La segunda rama de la industria que experimentó profun­ dos cambios fue la siderurgia. En la primera mitad del siglo xvm, la industria siderúrgica británica se encontraba en una situación de estancamiento, incluso de decadencia. Esta situación se debía tanto a que el mineral de hierro autóctono era de muy baja cali­ dad, por sus impurezas, como a que el combustible utilizado, el carbón vegetal, estaba en trance de desaparición. El resultado era un hierro quebradizo y excesivamente caro por el precio de los , transportes, que fue desbancado por el hierro sueco, de mejor I calidad y más barato. Todas las etapas en el proceso de producción del hierro planteaban problemas. Las minas se anegaban de agua subterrá­ nea, lo que impedía hacer galerías más profundas y explotar al máximo los yacimientos. Para lograr que el mineral, el óxido de hierro, perdiese el oxígeno se precisaba su combustión con car­ bón en altos hornos; el producto obtenido se encontraba tan lleno de impurezas de carbono, que era necesario eliminarlas mediante el afinado y darle consistencia mediante golpes de martillo, es decir, forjándolo. ! La primeras mejoras en la producción de hierro se llevaron a cabo a mediados del siglo xvm, al sustituirse el carbón vegetal por el carbón mineral y utilizarse máquinas de vapor para el dre­ naje de las minas (D ocumento 4). Ahora bien, los mayores avan­ ces se produjeron en torno a 1775, con la introducción de la máI quina de vapor en la combustión y en el forjado y con el llamado proceso de Cort. Entre las máquinas de vapor la más famosa fue, sin lugar a dudas, la creada por James Watt, que permitía conver­ tir la fuerza rectilínea del vapor en circular. Las máquinas de va­ por permitieron inyectar aire caliente en los altos hornos, lo que I aceleraba la combustión, y la utilización de martillos mecánicos para el forjado. Henry Cort inventó un proceso que permitía reunir en una sola las fases de pudelación, martilleo y laminación, utilizando el carbón mineral como fuente de energía.

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La tejedora, óleo de ¡oan Planella (colección particular, Barcelona). Los niños representa­ ban un alto porcentaje de los obreros de las industrias textiles.

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Estas innovaciones estimularon la aparición de otras, como el martillo a vapor de John Wilkinson, que podía dar 150 golpes por minuto, o la laminadora a vapor de Cort, que podía elaborar quince toneladas de hierro en el mismo tiempo que antes se ne­ cesitaba para fabricar una sola. Todo ello hizo que, hacia finales del siglo, Inglaterra produjera hierro de buena calidad y en gran­ des cantidades. La consecuencia más importante del desarrollo de la indus­ tria británica del hierro fue la sustitución de la madera por el carbón en casi todos los niveles: instrumentos y aperos de la­ branza, máquinas textiles mucho más precisas y duraderas, tor­ nos para ahuecar los cañones, vigas de hierro que daban mayor solidez a los edificios, cañerías de agua y gas más eficaces que las de cerámica..., incluso se hicieron pruebas para pavimentar las calles de Londres con planchas de hierro. Esta variedad de apli­ caciones no sólo ahorraron mano de obra e hicieron posible la producción a gran escala, sino que sentaron las bases para la fa­ bricación de productos estandarizados y de instrumentos de pre­ cisión que constituirían el fundamento de la industria moderna. Como afirma Phyllis Deane1: "Se demostró que las máquinas y las máquinas constructoras de máquinas podían perfeccionarse al infinito y este proceso de cambio técnico continuo, autogenerado, es, en definitiva, la causa del desarrollo económico soste­ nido que tan natural nos parece".1

1 Phyllis Deane, L a prim era revolución industrial, Barcelona, 1968.

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Grabado de L'lllustration (1862) que mues­ tra el Crystol Palace, edificio enteramente de hierro y vidrio construi­ do en 1851 por). Paxon para la I Exposición Universal de Londres (Bi­ blioteca Nacional, M a ­ drid).

El avance de la industria siderúrgica se refleja claramente en el aumento de la producción de hierro colado, que pasó de las 30.000 toneladas anuales en 1760 al millón en la primera déca­ da del siglo xix, o en la aportación a la renta nacional británica, que evolucionó del 1 al 6% . El punto culminante del crecimien­ to de esta industria coincidió con una nueva necesidad: propor­ cionar el material necesario para la expansión del ferrocarril durante el primer tercio del siglo XIX.

la era de la máquina i i

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Desde los lejanos tiempos del neolítico la Humanidad no había experimentado una transformación tan radical como la que se acaba de describir, en la que el hombre comenzó a ser sustituido por la máquina. Aunque desde siempre los inventos habían contribuido a hacer más fácil el trabajo, nunca antes, hasta el periodo que nos ocupa, se habían combinado de tal for­ ma que permitieran producir una masa continua de objetos fabricados en tan poco tiempo y con un esfuerzo comparativa­ mente mucho menor. Los factores explicativos de este fenóme­ no son, en lo esencial, las nuevas fuentes de energía y el maquinismo. Esta nueva situación produjo transformaciones sustanciales no sólo en los modos de producción, sino también en las pro­ pias estructuras económicas y sociales de los países. El sector económ ico predominante no sería, com o hasta entonces, la

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Las it'v o ln c Io n e s in d u stria le s

ábrica de papel meca­ tea, en una litografía del sigla xix.

agricultura ni el comercio, sino la industria; una industria que necesitó cada vez mayores sumas de capital e ingentes recursos humanos y energéticos. Esto originó una concentración de la vida económica, al reunir en torno a unos cuantos núcleos in­ dustriales una gran cantidad de mano de obra, desplazando a los antiguos pequeños talleres en favor de las grandes fábricas. Asimismo, del desarrollo de la industria dependieron, en buena medida, el de la agricultura, de la que se obtenían materias pri­ mas, y el del comercio, que distribuía los productos fabricados y se organizaba en sociedades o instituciones adecuadas para el funcionamiento de aquélla.

El rarbón y el hierro Antes de la primera revolución industrial, las fuentes de energía básicas eran la humana y la animal. Es cierto que tam­ bién se utilizaban otras como la fuerza hidráulica o la del viento, pero su control era difícil, su aprovechamiento irregular y las aplicaciones limitadas. Con el descubrimiento de la energía libe­ rada por la combustión del carbón se abrió una auténtica nueva era para la Humanidad, que por primera vez parecía comenzar a liberarse de las imposiciones de la Naturaleza, al lograr canalizar en su provecho las posibilidades que ésta ofrecía. Junto al car­ bón como fuente de energía básica, el hierro sería el material clave de los nuevos tiempos; la combinación de los nuevos re­ cursos energéticos y el empleo de las máquinas modificaron las condiciones del modo de producción de una forma revolucio­ naria.

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Industrial!

El hombre frente a la máquina La sustitución de la herramienta por la máquina supuso un cambio fundamental en las condiciones técnicas de producción. Sin embargo, la era del maquinismo, en la que aún estamos, ha tenido consecuencias de muy diversa índole para el desarrollo de la Humanidad. Por una parte, como ya se ha señalado, se experimento un gran avance en la producción, pues las máquinas fabrican con mucha más rapidez que los hombres, lo que permitiría unas condiciones materiales de vida que hasta entonces habían resul­ tado utópicas. Pero, en la medida en que el maquinismo no se desarrolló lo suficiente para liberar al hombre de los aspectos rutinarios y mecánicos del trabajo, condujo también a una enorme deshu­ manización, pues cada vez se necesitaba menos una habilidad especial para el desarrollo de las diversas tareas, como era el caso de la antigua artesanía. De esta forma, el obrero se sentía ajeno a lo que realizaba al no participar en la organización de la produc­ ción y al no poder aportar nada específicamente humano en su labor. En realidad, se vio convertido en una pieza más del in­ menso mecanismo de la producción; en esas condiciones el tra­ bajo se deshumanizaba y, en vez de ayudar a la liberación del hombre, contribuía a alienarlo. Este hecho se vio agravado por las relaciones sociales de1 rivadas de la nueva situación; mientras los trabajadores artesa­ nos eran dueños de los medios de producción y también de los productos que fabricaban, en el capitalismo industrial que ahora Empaquetado y coloca­ ción de precintos en una fábrica de cerillas, grabado de L'lllustration (I8 9 S ) que refleja la división de tareas en la nueva organiza­ ción del trabajo (Biblio­ teca Nacional, Madrid).

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La* revolucione* Industriales

I nace ni los medios de producción -cada vez más costosos-, ni los ' productos pertenecen al trabajador, sino al empresario que conI trata la fuerza de trabajo de los obreros a cambio de un salario. 1 Estas relaciones, agravadas por las duras condiciones laborales que se implantaron en aras de la productividad, provocaron gra­ ves conflictos sociales, lo que dio lugar a la aparición de organi­ zaciones e iniciativas consagradas a la defensa de los intereses de los trabajadores, como el sindicalismo y el movimiento obrero.

Las crisis cíclicas

Obreros en paro pidien­ do limosna en las calles de Londres. A menudo, el desempleo era conse­ cuencia directa de las crisis cíclicas que se su­ cedieron durante todo el siglo.

En esta evolución conviene destacar la importancia que al­ canzaron las crisis. En el nuevo sistema económico se conocie­ ron con una periodicidad casi regular una serie de crisis que coni dujeron al paro, a la baja de producción, a la bancarrota, etc. Estas crisis periódicas ya eran conocidas antes del siglo xvm y obedecían, por lo general, a alguna catástrofe agrícola. Las cri­ sis de esta naturaleza ocurridas en el periodo que nos ocupa afec­ taban no sólo al campo, sino también, y muy directamente, a la industria, el motor de la economía. Durante el siglo xix, las difi­ cultades en las cosechas -normalmente la sequía- provocaban la subida del precio del pan, lo que hacía que gran parte de la po­ blación no pudiera emplear el dinero en productos industriales y las fábricas se veían obligadas a disminuir la producción o a ce­ rrar, con el consiguiente despido de obreros. Sólo los dueños de grandes propiedades podían salvar, y a veces aprovechar, las con! secuencias «le las crisis, ya que sus reservas y excedentes les per\ mitían vender más caro los productos que entonces escaseaban. En Inglaterra, a partir 1790, las crisis cíclicas en los sectores fabriles y financieros comenzaron a ser frecuentes. En la década de 1830-1840 se empezó a reconocer vagamente que estas crisis eran un fenómeno periódico y regular, al menos en el comercio y en las finanzas, pero se atribuían a errores particulares de los hombres de negocios o a interferencias extrañas en las plácidas operaciones de la economía capitalista. Hacia mediados de siglo, los ideólogos socialistas convirtieron estas crisis en una pieza clave de su crítica al capitalismo, al considerarlas producto de contradicciones que se hallaban en la base del propio sistema.

La urbanización de la sociedad La industrialización originó que una parte considerable de la población se concentrara en las ciudades, dando lugar a un fenómeno típico del mundo contemporáneo: la urbanización. Es cierto que la civilización clásica grecorromana era una civili­ zación esencialmente urbana, pero la ciudad continuaba muy

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La primera revolución Industrial

vinculada al campo, del que dependía no sólo su abastecimien­ to, sino, sobre todo, su economía. No es extraño, pues, que los ciudadanos romanos se consideraran "campesinos del Lacio". Lo verdaderamente relevante de la urbanización contemporánea es que la ciudad, y sobre todo la gran ciudad, rompió los lazos que la tenían sujeta al campo. Las causas que explican el crecimiento de las ciudades son múltiples y variadas. El ejemplo más típico es la ciudad-fábrica, como Manchester, que creció debido a la presencia de indus­ trias. El crecimiento puede deberse también al comercio, como ocurrió en Marsella, que gracias a su puerto quintuplicó su po­ blación en un periodo de cien años. Ahora bien, no se puede explicar el crecimiento de todas las ciudades solamente por el éxito de sus actividades; el crecimiento se debió con cierta fre­ cuencia a la simple consecuencia de la presión demográfica que se ejerció por las zonas circundantes; esto es lo que ocurrió en Burdeos, que triplicó la población siendo su puerto y su indus­ tria poco dinámicos. Sin embargo, la industrialización fue uno de los factores más determinantes en todo este proceso, al favo­ recer la migración de gran parte de la población campesina a los principales centros fabriles o a núcleos de población (puertos, centros financieros, etc.) vinculados directa o indirectamente con la industria.

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El puerto de Marsella a finales del xix (colección particular, París), cuyo intenso tráfico comer­ cial quintuplicó la po­ blación de la ciudad a lo largo del siglo.

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laT. metrópolis

El siglo xix fue sobre todo la época de las metrópolis; ciuda­ des que por primera vez en la historia del mundo occidental, con la excepción de la antigua Roma, alcanzaron la cifra de un millón o más de habitantes. La gran urbe por excelencia era Londres, que pasó de 960.000 habitantes en 1800 a casi cinco millones en 1881. Cuando Napoleón III emprendió la moderni­ zación de París, cuya población era la mitad de la de Londres, tomó a esta ciudad como modelo. El éxito de las metrópolis se explica por la necesidad de concentrar los medios. En Inglaterra, Londres representaba una prodigiosa acumulación de medios financieros, comerciales y humanos. La City era el centro regulador del mercado financiero mundial, con su Bolsa de valores y la sede de las grandes socie­ dades, especialmente de navegación y de seguros. Los muelles de Londres constituían el más amplio depósito del mundo, con las mercancías más variadas y ricas, y los barrios del East End alber­ gaban a una enorme población que trabajaba en el puerto, la marina y las industrias de transformación. París, cuya concen­ tración fue, en sus orígenes, administrativa, pasó a ser el centro de los grandes negocios franceses -y a menudo también de los españoles-, hasta el punto de ejercer en toda Francia una hege­ monía que nunca poseyó Londres, cuya influencia en Gran Bretaña debía competir con la de otros grandes centros urbanos, como Liverpool o Glasgow. Aspecto de una calle de Nueva York a finales del siglo xix. Grabado de Ilustración Española

y Americana.

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Una calle de Londret en 1844. Grabado de

The lllustrated London News (Biblioteca Nacio­ nal, Madrid).

La composición de la población urbana El estudio de cualquier ciudad de la época presenta serias di­ ficultades, pues su población era bastante inestable, de forma que una generación completa no descendía más que en una pe­ queña parte de la generación precedente. De cualquier manera, puede decirse que los núcleos urbanos no tenían los mismos ras­ gos que las poblaciones rurales. El análisis de una pirámide de edades de una ciudad de la época pone en evidencia un cierto número de peculiaridades. Su base, correspondiente a las capas más jóvenes, por regla general es estrecha; las capas que corres­ ponden a las clases activas son más amplias, mientras que es di­ fícil de discernir particularidades para las capas viejas. El aumen­ to de las clases activas refleja la importancia de los emigrantes; en cuanto a la disminución del número de niños, base estrecha de la pirámide, puede explicarse no sólo por una fecundidad dé­ bil, sino también por una nupcialidad reducida entre los ciuda­ danos recién llegados a la ciudad. Respecto a la distribución por sexos, es raro que en una pi­ rámide de edades haya una simetría total entre hombres y muje­ res en las clases activas. Las capas de edad de 15 a 25 años mani­ fiestan una superioridad en la porción femenina, mientras que en las de 20 a 35 años son los hombres los que tienen un valor numérico mayor, es decir, las mujeres llegan a la ciudad siendo más jóvenes que los hombres. En ciertos casos la disimetría es total; una ciudad industrial puede contar con más hombres que mujeres, mientras que una ciudad muy burguesa, por ejemplo un , centro administrativo, puede tener una sobrepoblación femeni­ na importante al necesitar un mayor número de empleadas do­ mésticas. Concluiremos diciendo que muchos de estos desequi­ librios tienen su origen en circunstancias humanas particulares.

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I a r-udC'on d e •' c!.. -es p o y la r e s En la población urbana la miseria era más evidente que en i la población rural, no sólo porque en el campo la miseria estaba más diseminada, sino también porque la ciudad acogía a los po­ bres que ya no encontraban medios de vida en el campo. Por otro lado, el subempleo era lo habitual entre los obreros, tanto por falta de trabajo como por la inestabilidad en el empleo. El dueño de una industria textil no daba trabajo más que cuando i tenía pedidos en firme. En las minas y fábricas toda reducción de gastos se traducía en el despido de obreros. Además, el traba­ jador, generalmente de origen rural, se adaptaba con dificultad al ritmo de trabajo urbano, pues no estaba preparado para so­ portar una disciplina constante y ajustarse a un horario. Los pa­ tronos, por su parte, se quejaban del absentismo y de la movili­ dad de la mano de obra. Todo ello contribuyó a acrecentar la irregularidad en los salarios que se pagaban en la ciudad. En realidad, las clases populares vivían al margen de la ciu­ dad y su asentamiento tenía algo de provisional. Vivían en tugu­ rios pequeños y misérrimos, hasta el punto de que prácticamen­ te no se podía hablar de vivienda, sino sólo de habitación. El hacinamiento era extremo, la higiene inexistente, la promiscui­ dad total (D ocumento 5). Su alimentación era también deplora­ ble, el agua raramente potable y hubo que esperar a mediados del siglo xix para que la construcción de acueductos empezase a desplazar a los tradicionales aguadores. Cuando la falta de higie­ ne adquiría proporciones alarmantes, los poderes públicos to­ maban medidas y se esforzaban por vigilar los mataderos, nor­ malmente lugares de pestilencia, o por hacer desaparecer a los ■■i Mil mi mmw--Grabado de The lllus-

trated London News que muestra un come­ dor económico para obreros e indigentes a mediados del siglo m .

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Lo promiscuidad y la mi seria caracterizaba las viviendas de las clases populares. Interior de un hogar obrero en Londres, grabado de

The lllustrated London News.

vendedores de las calles. Las clases populares estaban a merced del accidente o de la enfermedad debido a las duras condiciones de trabajo; las bajas por enfermedad suponían automáticamente dejar de percibir el salario o cualquier otro ingreso, pues no exis­ tía clase alguna de seguro para esa eventualidad. La inseguridad en el trabajo, la imposibilidad de fundar un hogar, la pobreza y suciedad de los hogares de las clases popula­ res fomentaban el alcoholismo, la mendicidad, la prostitución y la delincuencia. La burguesía urbana pasaba de lado junto a esta i miseria y se protegía de los peligros de esta promiscuidad reclu­ yéndose en sus hotelitos con tapia y jardín que la separaba de la calle, de la violencia. Como es más fácil predicar una reforma moral que emprender un cambio social, la burguesía veía el pe­ cado y la desidia donde fundamentalmente había miseria. i

La extensión de la revolución industrial La prosperidad que la industrialización proporcionó al Reino Unido hizo que muchos otros países se aprestasen a seguir sus pasos. Los empresarios del continente se apresuraron a ad­ quirir máquinas y contratar técnicos británicos, lo que dio lugar en Gran Bretaña a un enconado debate entre los que querían mantener el monopolio tecnológico alcanzado y quienes consi­ deraban más ventajoso vender no sólo los bienes, sino también las máquinas. Este debate no se saldó con una política definida y el Parlamento, según las circunstancias, autorizó o negó la ex­ portación de las máquinas. De cualquier forma la revolución in­ dustrial se extendió durante la primera mitad del siglo xix al mundo civilizado y aparecieron nuevos focos de industrializa­ ción, localizados principalmente en la parte noroccidental de Europa y en los Estados Unidos de América.

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Lm f « v o 03IE28®38«c in«Oc:sCr!!s!;«s

Exposición de maqui­ naria en Valencia hacia 1880. En las exposicio­ nes y ferias se mostra­ ban los últimos avances técnicos.

El desarrollo de la industria textil en el continente se vio fa­ vorecido por la creciente demanda, reflejo del aumento de la po­ blación nacional y colonial, en tanto que las menores exigencias de capital del sector permitieron una localización menos con­ centrada. Mientras Inglaterra y Francia multiplicaron por cuatro su consumo de algodón en rama entre 1835 y 1844 y entre 1905 y 1913, Alemania lo hizo por 39 y Rusia por 57; aun así, Ingla­ terra superaba ampliamente la producción acumulada de Francia y Alemania. Por otro lado, la extracción de carbón conoció un desarrollo tan espectacular en Alemania y Bélgica que casi supe­ ró a la de Inglaterra.

La

segun da revolución industrial

L

a sociedad industrial creada por el desarrollo del capitalismo mostró, a partir de mediados del siglo XIX, un dinamismo y una eficacia que parecían indiscutibles e, incluso, se creyeron perma­ nentes. Un aspecto importante, aunque no único, fue la prolife­ ración de avances técnicos de tal magnitud que los historiadores hablan de una segunda revolución industrial. Este desarrollo se manifestó en un aumento inusitado de la población, un creci­ miento económico sostenido, la movilización de capitales y la formación de un mercado mundial.

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La segunde ravoluclém InditiSrlíl

El aum ento de la población mundial Una de las principales consecuencias de las revoluciones in­ dustriales fue el notable incremento de la población mundial, que pasó de 800 millones de habitantes en 1800 a 1.100 millo­ nes hacia 1850, y a 1.540 millones a fines de siglo. Económica­ mente, significó un aumento de productores y consumidores y, puesto que sucedía en un mundo regido por el capitalismo, esti­ muló el desarrollo del sistema. Esta revolución demográfica fue posible sobre todo en los países industrializados, gracias a una baja mortalidad propiciada por el aumento de los alimentos dis' ponibles y las mejoras sanitarias, aspectos en los que tuvieron mucho que ver los avances introducidos en los transportes y la extensión masiva de recursos preventivos. Paralelamente al aumento demográfico, la urbanización se aceleró durante esta etapa en los países más industrializados. Hacia 1914, el 78% de la población inglesa vivía en las ciuda­ des; en Francia, menos industrializada, el 50% ; Alemania, que se industrializó rápidamente entre 1870 y 1914, pasó del 36 al 60% .

Los m ovim ientos m igratorios El crecimiento de una población no depende exclusivamen­ te del crecimiento natural, es decir, de la diferencia entre naci­ mientos y defunciones. Depende también de las personas que hayan abandonado la población y de las que hayan llegado de otras poblaciones. O sea, el crecimiento real se obtiene al unir el crecimiento natural con los movimientos de la población, con las migraciones. Los emigrantes, cua­ dro de Tommasl (Cale­ ría N acional de Arte Moderno, Roma).

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L a 5 r« V Q lu e fon « In d u stria le s

Se calcula que unos cuarenta millones de emigrantes aban­ donaron definitivamente Europa entre 1800 y 1930. Éste es un cálculo aproximado, pues las estadísticas de los pasaportes con­ cedidos por los países de salida no son totalmente seguras, ya que no se distinguían viajeros de emigrantes; además, había numerosos países que en determinadas épocas -Francia durante la Restauración- no exigían ningún tipo de acreditación para abandonar el territorio nacional. La necesidad del uso del pasa­ porte se generalizó con la introducción del servicio militar obli­ gatorio. Por otro lado, si no es fácil distinguir entre simples via­ jeros y emigrantes, más difícil resulta aún diferenciar a los emigrantes definitivos -los que no regresaban a su país de ori­ gen- de los temporales.

La emigración europea En Europa el volumen de la emigración aumentó progresi­ vamente a lo largo del siglo xix; algunas decenas de millares de individuos antes de 1840, algunos centenares de miles después de esta fecha y, finalmente, un millón anual a partir de 1880. Esta evolución en el número se explica principalmente por la re­ volución de los transportes. La expansión de ios ferrocarriles eu­ ropeos permitió una mayor movilidad dentro de Europa. El viaje por mar fue más fácil y cómodo desde mediados de siglo por ia creación de las primeras compañías inglesas de navegación a va­ por. En Canadá y Estados Unidos la recepción de los emigrantes se vio potenciada por el tendido de las nuevas líneas férreas transcontinentales. Zrabado que represena un grupo de emigran­ tes embarcando con destino a Australia.

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Li

re v o lu c ió n liutustrt.il

Llegada a Nueva York de inmigrantes mormones europeos. Grabado de Ilustración Españo­

la y Americana (/869).

En la inmensa mayoría de los casos, esta enorme masa de emigrantes -unos cuarenta millones- tuvo como destino el Nuevo Mundo; provenían fundamentalmente del Reino Unido, con una aportación de diecisiete millones de personas. En cuan­ to a los originarios de Europa continental, Italia envió nueve mi­ llones, Alemania seis, Austria-Hungría más de cuatro y Rusia cer­ ca de los tres. La emigración española y francesa no fue tan considerable si se compara con la de los países antes menciona­ dos. La mayor parte de estas personas fue acogida en los países de América septentrional; Estados Unidos recibió a más de trein­ ta millones de emigrantes y Canadá a unos siete millones.

Causas de las migraciones Las causas de los movimientos migratorios son varias y complejas. La emigración pudo tener un motivo estrictamente demográfico: la presión demográfica, el excesivo aumento de la población. Esto explicaría, por ejemplo, la emigración de los ita­ lianos. Naturalmente no hay que despreciar el factor económi­ co: la dificultad de hallar trabajo en la patria, el deseo de mejo­ rar de posición, la posibilidad de hacer fortuna, etc., impulsó a muchos a probar suerte en países nuevos aún no explotados. Los movimientos migratorios se vieron favorecidos también por la evolución de las sociedades europeas hacia una mayor liberalización; cuando cedieron las viejas estructuras de las sociedades ru­ rales, los hombres fueron mucho más libres para desplazarse, tal como ocurrió concretamente en Rusia al ser abolida la servi­ dumbre en 1861.

55

Las revoluciones In d u stria le s

Ciertos Estados enviaron lejos del territorio nacional a aquellas personas que consideraban indeseables. Así, por ejemplo, la prime­ ra población que los británicos establecieron en Australia estaba constituida por condenados por delitos comunes. En el caso de Francia, los adversarios políticos del Segundo Imperio eran expedi­ dos a Argelia. Aunque no se puede hablar de la existencia generali­ zada de persecuciones religiosas, éstas no faltaron y fueron relativa­ mente habituales; el ejemplo más ilustrativo fue el de los judíos de Europa central y oriental, que huyeron de sus países para escapar de los frecuentes progroms y, tras una breve estancia en Inglaterra, se instalaron la mayor parte de ellos en Estados Unidos.

la adaptación al nuevo país La inmigración plantea un problema histórico y sociológico muy interesante: el de la asimilación del emigrante en la nueva comunidad nacional. Como es lógico, esta integración depende tanto de él como de la comunidad receptora. El emigrante puede estar deseoso de asimilarse lo más rápidamente posible al nuevo medio ambiente o bien intentar salvaguardar su peculiaridad na­ cional, Los alemanes instalados en Brasil, en la zona de Rio Grande, constituyeron comunidades que rehusaron la integración y todavía hoy son islotes de pura raza blanca en un país donde el mestizaje está a la orden del día. Por el contrario, los alemanes que llegaron a Norteamérica se integraron perfectamente. Algunas comunidades intentaron conservar, si no toda su originalidad, sí al menos determinados rasgos diferenciadores, como aconteció con los irlandeses en Estados Unidos, que mantuvieron la religión católica en una nación eminentemente protestante. ’olonos alemanes en ilumenau, Brasil, ante ma casa de aspecto más europeo que criollo (Bidioteca Nacional, Rio de ¡aneiro).

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La segunda revolución industrial

La actitud de la comunidad frente al inmigrante fue a veces francamente hostil; los negros de las Antillas, por no hablar de ios blancos, rechazaban a los indios, que fueron considerados como trabajadores inferiores que venían a reemplazar en las plantaciones a los esclavos liberados. Ciertas comunidades, por el contrario, mantuvieron una actitud más abierta frente a la in­ migración, especialmente si favorecía sus intereses; es el caso de los canadienses de habla inglesa, que vieron en los inmigrantes de habla inglesa un medio para combatir el mayor crecimiento natural de la población francófona; o el de los patronos estadou­ nidenses, que obtuvieron una mano de obra abundante y barata gracias a la inmigración. Por parte del Estado, la asimilación fue potenciada u obsta­ culizada, según los conviniera o no a los intereses autóctonos, mediante las leyes de naturalización. Las dificultades que ponía el Estado para alcanzar la nueva nacionalidad a menudo tenían por objeto evitar que el inmigrante se estableciese de manera permanente en el país y, de cualquier manera, hacían que fuera tratado jurídicamente como un extranjero o, todo lo más, como un ciudadano de segunda categoría, privado de los derechos y prerrogativas que disfrutaban los naturales. Esto no favorecía la integración en el caso, sobre todo, de los inmigrantes de primera generación; la segunda generación, en cambio, ya había nacido en el país -lo que, en algunas legislaciones, los convertía en ciu­ dadanos- y asimilaba desde el principio las costumbres y el idio­ ma. Sin lugar a dudas, el mejor medio para lograr una perma­ nente integración de los inmigrantes era la obligatoriedad de la escolarización, ya que los niños se adaptan más fácilmente que las personas adultas.

La revolución en los m edios de transporte: el ferrocarril De las muchas invenciones que se desarrollaron durante el siglo xix, una de ellas desempeñaría un papel esencial en todas las transformaciones de la llamada segunda revolución indus­ trial: el ferrocarril. En 1850 había en todo el mundo 35.000 kilómetros de vías férreas, mientras que en 1914 la red mundial alcanzó la cifra de un millón de kilómetros, de los cuales 424.000 correspondían a Estados Unidos. Los ferrocarriles permitieron la explotación y la integración en los intercambios internacionales de regiones con­ tinentales extensísimas, como las que poseían Estados Unidos o Rusia, y facilitaron la transformación de las estructuras socioeco­ nómicas de países -viejos o nuevos- donde predominaba la economía de subsistencia o el comercio de ámbito local. Al co-

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Antigua locomotora co­ mo las que se emplea­ ron en la colonización del Oeste americano.

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