La España de ayer

March 16, 2017 | Author: escatolico | Category: N/A
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Víctor Fragoso del Toro

La España de ayer

1. - Se alza una bandera 2. – Revolución en octubre 3. – En línea de combate

1973

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Cubiertas de los tres tomos: Anita Sand

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ÍNDICE

SE ALZA UNA BANDERA........................................................................................6 DEDICATORIA.................................................................................................................7 PRÓLOGO.......................................................................................................................8 EL OCASO DE UN REINADO...........................................................................................10 SE PROCLAMA LA REPÚBLICA......................................................................................29 LA QUEMA DE CONVENTOS..........................................................................................52 LAS CORTES CONSTITUYENTES...................................................................................76 “NO ES ESTO; NO ES ESTO”..........................................................................................90 SE ORGANIZAN LAS MILICIAS.....................................................................................104 LA SUBLEVACIÓN MILITAR DEL 10 DE AGOSTO..........................................................122 “SANGRE, FANGO Y LÁGRIMAS”................................................................................140 DESASTROSA SITUACIÓN SOCIAL...............................................................................149 “YA ESTÁ ALZADA LA BANDERA”.............................................................................166 LA VICTORIA SIN ALAS...............................................................................................178 REVOLUCIÓN EN OCTUBRE............................................................................189 NACE FALANGE ESPAÑOLA.......................................................................................190 “EN PIE, CAMARADAS...”............................................................................................204 JEFE! ¡JEFE! ¡JEFE!.....................................................................................................225 PREPARATIVOS REVOLUCIONARIOS............................................................................238 ¡ATENCIÓN AL DISCO ROJO!.......................................................................................256 LA INSURRECCIÓN SEPARATISTA................................................................................277 OCTUBRE ROJO EN ASTURIAS....................................................................................289 DESPUÉS DE LA TRAGEDIA, LA FARSA.......................................................................312 LA “JUSTICIA” REPUBLICANA....................................................................................318 UNA JORNADA MEMORABLE......................................................................................336 BAJO LA SOMBRA DEL SOVIET...................................................................................358

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EN LÍNEA DE COMBATE....................................................................................374 SURGE EL “STRAPERLO”............................................................................................375 “A POR LOS TRESCIENTOS”........................................................................................390 ¡SOMOS LOS DE OCTUBRE!.........................................................................................402 “TODO EL PODER PARA EL JEFE”...............................................................................414 TRIUNFA EL FRENTE POPULAR..................................................................................430 HACIA LA DICTADURA DEL PROLETARIADO...............................................................455 “¡RUSIA, SÍ; ESPAÑA, NO!”........................................................................................479 “HA SONADO LA HORA”.............................................................................................490 ESPAÑA HACIA EL ABISMO.........................................................................................519 EL 18 DE JULIO..........................................................................................................543 EPÍLOGO.....................................................................................................................560

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SE ALZA UNA BANDERA

... la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. MIGUEL DE CERVANTES (Don Quijote, parte 1.ª cap. IX.)

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Dedicatoria

A Onésimo Redondo (abogado), Luis Alonso Otero (estudiante de Medicina), Emilio Iglesias (estudiante de Derecho), Clarencio Sanz (estudiante de Magisterio), Carlos Salamanca (profesor mercantil), Regino Sevillano (estudiante de Bachillerato), Miguel Chicote (dependiente de comercio), Luis Llorente (obrero metalúrgico), Pedro Sánchez Becerril (estudiante de Derecho), Fructuoso Castrillo (estudiante de Magisterio), Mariano Ibarra (estudiante de Medicina), Angel López Pascual (estudiante de Magisterio), Reinerio García Pérez (estudiante de Medicina), José Miró Herrero (estudiante de Medicina), José Luis Carbajosa (estudiante de Comercio), César Sanz Alonso (estudiante de Derecho), José María Arranz del Puerto (empleado), Antonio Souto Montenegro (estudiante de Derecho), Alejandro Cocolina (dependiente de comercio), José Gutiérrez Cañas (estudiante de Derecho), José María Moreno (estudiante de Derecho), Alberto Valverde (estudiante de Medicina), José de la Cruz Presa (cadete de Infantería), Luis Cuesta Sanz (estudiante de Derecho), José María Rodríguez Alvarez (estudiante de Medicina), Godofredo Gutiérrez (estudiante de Medicina), Luis Garnacho Herrero (estudiante de Derecho)... A todos mis buenos amigos y viejos camaradas de Valladolid, que dieron su vida joven por una España mejor que la que recibieron; limpia de la hipocresía y cerril egoísmo de unos, y del odio y la barbarie desatada de otros. A las nuevas juventudes, que con las espadas rotas de los héroes caídos podrán forjar —a su aire, a su modo— las herramientas con que levantar la España del futuro. V. F. T.

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Prólogo

Es frecuente observar en los jóvenes, cuando se les habla de nuestra Guerra de Liberación o de los hechos que la precedieron y fueron su causa, que estos acontecimientos históricos son ya para ellos sucesos tan lejanos, si no en el tiempo sí en su estimación, como el 2 de Mayo de 1808, el descubrimiento de América y hasta, si se quiere, los reinados de los reyes godos. Es más, los jóvenes suelen conocer estos lejanos aconteceres y aun otros más remotos, con más detalle, con visión más completa, más amplia y más interesada muchas veces, que lo sucedido hace poco más de un cuarto de siglo. Y esta ignorancia, esta hipermetropía histórica, les impide ver claramente y apreciar con objetividad los tiempos que les ha tocado vivir. Junto a este fenómeno existe otro, el protagonizado por aquellos que ya no son tan jóvenes, quienes por un papanatismo liberal “europeísta” o por sabe Dios qué otras razones, caen, consciente o inconscientemente, en ese achaque tan español que es el olvido; en esa vieja y estúpida postura del “aquí no ha pasado nada”, del “borrón y cuenta nueva”. La cuenta nueva debe estar siempre abierta en los corazones nobles, pero sería no ya inútil, sino torpe y suicida, el emborronar el libro histórico de España. Para ellos —jóvenes de ayer y jóvenes de hoy— he escrito estas crónicas de los hechos político-sociales más relevantes ocurridos en nuestra Patria desde enero de 1930 hasta julio de 1936. Son unos relatos sencillos, como charla entre viejos camaradas con un corro de jóvenes en torno, con aire campamental, con ambiente de plaza mayor o de pasillo de Universidad Estos relatos históricos, que ya fueron publicados con más extensión en la obra titulada “La España de ayer”, ahora, para hacerlos más asequibles —incluso económicamente— a los jóvenes, se editan en tres libros independientes —el primero de los cuales tiene el lector en su mano — y que llevarán los siguientes títulos:  “Se alza una bandera”  “Revolución en octubre” 8

 “En línea de combate” En estos libros, en que se recoge la apretada historia de poco más de un lustro de España, intencionadamente he prestado especial atención a la historia y la doctrina del movimiento político denominado Falange Española de las J. O. N. S., tan poco conocidas y tan desigualmente interpretadas. Es de esperar que así, situados los hechos y las palabras en el centro de la existencia española que les dio origen, podrán comprenderse mejor, más exactamente, que a través de textos dispersos, que en la lectura fría sin contornos ni adecuada ambientación. Porque éste y no otro ha sido mi propósito: dar unidad a lo que en otros muchos libros puede encontrarse. En ocasiones, por estar en ellos lograda la visión o la emotividad, me he limitado a hacer transcripciones fieles, textuales. No tiene, pues, este trabajo otro mérito —de tener alguno — que el de fundir en un solo objetivo el de otros muchos y el de encaminar hacia una misma meta lo que por distintas sendas marchaba disperso. A ello he añadido el testimonio recogido de periódicos de la época y la experiencia personal vivida en los años decisivos que precedieron a la histórica fecha del 18 de Julio de 1936. ¿Fue realmente inevitable nuestra guerra civil? ¿No hubieran podido zanjarse las diferencias políticas mediante el diálogo, como seres civilizados? Estas son dos preguntas que suelen hacerse hoy muchos jóvenes. Dos preguntas cuya contestación pueden hallar en la lectura de estos libros. En ellos se encuentran relatados los sucesos más destacados de nuestra reciente y trágica Historia. Aconteceres que se inician con el final de la Dictadura del general Primo de Rivera; siguen con la jubilosa y esperanzada proclamación de la República, para venir a terminaren esa “tormenta de sangre y furia” que fue nuestra guerra civil. Esto es indispensable que lo conozcan los jóvenes, porque indispensable es que tengan presente —para que no llegue a cumplirse— esa terrible sentencia de Jorge Santayana: Los que no conocen el pasado están condenados a repetirlo. VÍCTOR FRAGOSO DEL TORO

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El ocaso de un reinado

ESPAÑA de 1930. Mes de enero. En la noche del 28 los periódicos adelantaron su salida para confirmar al público una noticia esperada: “¡Ha terminado la Dictadura!” “¡Primo de Rivera ha dimitido!” Hacía un frío intenso y punzante que no impidió la aglomeración de gentes en las calles para solemnizar el acontecimiento. Muchos respiraban a pleno pulmón, como si en aquel instante se hubieran desembarazado de una carga que los abrumaba. Gesticulaban otros, alborozados, como cautivos que salieran de la mazmorra, recuperada la libertad. Eran pocos los que, a tono con la gravedad del momento, se mostraban reflexivos y serios. La bullanga callejera es contagiosa y resulta difícil inmunizarse contra esta epidemia. — ¡Ha caído la Dictadura! ¡Acabaron los años indignos! Los vendedores de periódicos gritan como nunca; los cafés hierven con una clientela agitada y clamorosa; en los casinos no se cabe. Unos a otros se dan la noticia. Se felicitan y festejan el suceso. Todavía rigen las leyes prohibitivas, pero ya se advierten, por el comentario, la tolerancia y la relajación. Por la calle de Alcalá, Indiferentes a los rigores del clima, desfilan grupos de estudiantes que escandalizan con denuestos y gritos subversivos. El público los contempla con una sonrisa complaciente. ¡Cosas de la juventud! En la Puerta del Sol, nido y lonja de todos los alborotos, se congregan cientos de personas, con ansias e impaciencias de manifestarse. Los guardias de Seguridad procuran, sin conseguirlo, disolver los grupos por la persuasión y las buenas maneras. De pronto, unos cuantos más decididos reclaman con voz imperativa: — ¡Al Palacio Real! ¡Al Palacio Real! Y los grupos, sugestionados, se encaminan hacia la calle del Arenal. — ¡Viva la República! —grita uno, y todos le corean. 10

Suena un disparo. Los caballos de los guardias caracolean. Cruza por la plaza el relámpago lívido de la alarma. Rechinan, al caer, los cierres metálicos de las tiendas que permanecían abiertas. La Puerta del Sol queda despoblada, vacía... Renace la calma y se rehace la manifestación con nuevos bríos. Esta vez en la calle de Alcalá. Los habituales desalojan los cafés para incorporarse, hasta que se forma una masa caótica que va sin rumbo de un lado a otro. — ¡Al Ministerio de la Guerra! —ordena el más audaz. La marea ya tiene una playa. Las olas humanas van hacia el Ministerio. Algunas piedras hacen saltar los cristales de un Banco. Los ánimos se enardecen. Arde el quiosco de El Debate, junto a la iglesia de las Calatravas. Embriagada por el resplandor del incendio, la muchedumbre lanza alaridos: — ¡Viva la República! ¡Muera el Rey! Cuando la riada se acerca al Palacio de Buenavista, se destaca una sección de Orden Público, como salida de la sombra. Los caballos se lanzan en ráfaga para la carga: los cascos arrancan chispas. La masa tumultuaria huye despavorida entre aullidos e imprecaciones. — ¡Viva la República! —gritan los huidizos desde las esquinas, en desafío a los guardias. ¡Ha caído la Dictadura y Madrid ya no conoce hora de calma! El general Berenguer, encargado de formar nuevo Gobierno, era novicio, o simple aficionado en la ciencia y el arte de la política; y, además, su nombre, enlazado a una etapa catastrófica en Marruecos, no podía despertar ilusiones ni permitir muchas esperanzas de éxito. Se hizo valer en su obsequio la condición de perseguido por la Dictadura, y se recordó su prisión en un castillo. No era mérito bastante, pues el momento gravísimo que vivía España exigía una gran voluntad, una gran preparación y un convencimiento absoluto en la terapéutica. Los defectos principales del nuevo jefe del Gobierno eran las vacilaciones y la lentitud en el actuar, que hacían más sensibles las impaciencias del público y, sobre todo, una acentuada predisposición a condescender y pactar con las fuerzas hostiles a la Monarquía. más alborotadas e insolentes cuanto mayor era la debilidad de los que gobernaban. Su actuación fue tal que a este período de gobierno pronto se le llamó la “Dictablanda”. 11

Berenguer había prometido volver, por cortas etapas, a la normalidad constitucional; a ello tendían las disposiciones del Gobierno de su presidencia: el restablecimiento de la Ley de Contabilidad; la prohibición a las Confederaciones Hidrográficas de que contrataran empréstitos e iniciaran obras; una cierta libertad de tribuna y Prensa. Pero las pasiones represadas durante siete años reclamaban más, y por encima de todo unas elecciones que habían de ser “rabiosamente sinceras”. Rebullen ya los políticos, que salen de su letargo, y se desperezan confiados en que la vida y la política es un eterno recomenzar: Bugallal es elegido Presidente del Círculo Conservador, lo que equivale a ser proclamado Jefe del partido; Romanones habla para reclamar la reforma constitucional y unas Cortes que exijan responsabilidades. Miguel Maura, en su discurso del 20 de febrero en San Sebastián, declara: “En cuanto yo vea que un hombre de prestigio eleva la bandera republicana, me uniré a él; si este hombre no apareciera, la levantaré yo mismo dentro de mi modestia.” Y como número de fuerza de este desfile, el monárquico liberal don José Sánchez Guerra, el día 27 de febrero, en el teatro de la Zarzuela, pronunció un discurso que se hizo famoso por lo desatentado e insensato. De tal discurso salieron destrozadas muchas cosas y no germinó con él ninguna. Ni siquiera la República, que algunos deseaban ver en manos de un hombre socialmente conservador, para que no fuese a parar a las de quienes la codiciaban como camino, o como atajo, para más hondas realidades. En su discurso, el señor Sánchez Guerra, después de afirmar que él no era republicano, se dedicó a agredir al Rey con un navajeo de frases hirientes: “...El Dictador fue Bellido y el impulso soberano...” “Yo he perdido la ‘confianza’ en la confianza...” “...no más servir a señores que en gusanos se convierten”. Terminó el acto, y conforme a las consignas circuladas, y no porque el discurso hubiera encendido férvidos entusiasmos, hubo algaradas y disturbios “iniciados —dice el general Mola— por jóvenes bien vestidos, que más tarde fueron reemplazados en los barrios menos céntricos por partidas de golfos que, al grito de ¡Viva la República!, incluso intentaron asaltar alguna que otra tienda. Fue realmente vergonzoso lo ocurrido, llegando los excesos a extremos inconcebibles”. Pronto se amortiguó el escándalo que había producido el señor Sánchez Guerra, porque los ateneístas, estudiantes de la F. U. E. 12

(Federación Universitaria Escolar), de matiz izquierdista, periodistas y revolucionarios de toda especie se removían inquietos, necesitaban nuevos motivos para sostener el motín permanente, indispensable para el logro de sus propósitos. Le correspondió el tumo a don Niceto Alcalá Zamora, ex ministro de la Monarquía, en aquella puja de osadías y el 19 de abril, desde el teatro Apolo de Valencia, pintó para los incautos una prometedora acuarela del nuevo régimen republicano, con prados, cielos y frondas de paisaje idílico y paradisíaco: una República de tonos derechistas y clericales. Sonó bien a muchos oídos aquella música de caramillo, y los revolucionarios, astutamente, la utilizaron para atraer hacia su cercado a los asustadizos o recelosos que vacilaban antes de pasar la divisoria. República de otro nervio y bien distinta orientación fue la preconizada por el líder socialista Indalecio Prieto en el Ateneo de Madrid a los pocos días, durante cuya disertación acusó al Rey de perjuro, prevaricador y agente a sueldo de empresas extranjeras. A esta ofensiva contribuían, dando aspecto de moderación y empaque jurídico a sus ataques, otros personajes, como Sánchez Román y don Melquíades Alvarez. Otros oradores de baratillo y profesionales de la agitación competían en desaforada pugna sobre quién diría más fuertes insultos al Monarca. En el Ateneo de Zaragoza, don Angel Ossorio y Gallardo proclamaba que había roto su comunicación con el Rey y afirmaba su alejamiento de la política para dar paso a los que traían la República, sin oponerse a ello,, no obstante ser “monárquico convencido”, anunciando poco después que en su casa se había hecho republicano “hasta el gato”. Su Majestad el Rey debió pensar en la conveniencia de poner al frente del Gobierno a un hombre civil y alguien le debió insinuar la conveniencia de que este hombre fuera el ex ministro don Santiago Alba, que residía en París, donde se refugió cuando el acoso de la Dictadura. Su oposición a ella dábale cierta popularidad en aquellos momentos en que para una gran parte de la masa no había más programa que deshacer toda la obra, buena o mala, de la Dictadura. Por ello, el propio Rey hizo un viaje a París para hablar con el señor Alba y hacerle el ofrecimiento. Pero el político liberal, conocedor de la 13

importancia del ataque que contra la Monarquía se estaba fraguando, no quiso Jugar una carta que reputaba perdida; y sin rendirse a invitaciones o sugerencias, aconsejó la continuación del general Berenguer y la convocatoria de unas Cortes. Esta actitud y la publicación por don Santiago Alba de una serie de artículos periodísticos, no contribuyeron ciertamente ni a fortalecer el prestigio del régimen, ni a confortar a la persona del Monarca en la ruda lucha que tenía planteada. Al propio tiempo, la agitación revolucionaria no remitía. Por el contrario, era sostenida al rojo por todas las organizaciones confabuladas para derribar el Trono. Los diferentes núcleos republicanos se iban reagrupando, estableciendo contactos y fuertes relaciones con los socialistas de Prieto, con los separatistas de Cataluña y Vasconia y aun con los denominados galleguistas, que ya maquinaban la segregación de España de las provincias gallegas. Correspondiendo a las actividades republicanas, los sindicalistas aceleraban sus organizaciones y propagandas. En Andalucía, el “Comité de reconstrucción revolucionaria” se infiltra en el campo con eficacia disolvente. En Extremadura se manifiesta más cada día la inquietud campesina. En Zaragoza, en donde radica el Comité central del sindicalismo español, y en Barcelona, en donde rebullen todos los desperdicios del anarquismo mundial, se producen huelgas, a veces sangrientas, que son ensayo de mayores y más ‘hondas perturbaciones. El comunismo, que al comenzar el año sólo contaba 800 afiliados, gana adeptos y empieza a extender por España su red de células y comités. Pero las verdaderas fuerzas de choque eran los estudiantes, que se pasaron en motines todo el año. La F. U. E. alcanzó consagración oficial; se pretendía aplacar con honores y halagos su rebelión, sin pensar que de esta manera la estimulaban. Contribuía a la turbulencia universitaria la presencia en el Ministerio de Instrucción Pública de don Elías Tormo, consentidor de todos los desmanes, que ganó más fama por sus extravagancias que por sus aciertos. Opinaba que las únicas algaradas que derribaban Gobiernos eran las de estudiantes y cigarreras. Y con este criterio no había motín universitario que no defendiera, ni catedrático rebelde a quien no halagara. Se apresuró a reintegrar a sus puestos a muchos profesores que disfrutaron del favor del Estado para conspirar contra él, e hicieron de sus cátedras escuelas de revolución y de anarquía. “Salvo muy contadas excepciones, en las Universidades españolas no se hacía otra labor —dice un cronista— que la de 14

excitación a la rebeldía, buscando en el arrojo e inconsciencia Juvenil la fuerza de choque de toda algarada”. Servían los estudiantes a las mil maravillas para los designios de los Jefes, y por ellos, a ninguna jornada le faltaba su dosis de revolución. Unas veces se producía el escándalo en el recinto universitario —donde luchaban con las minorías de estudiantes monárquicos—, otras, el desorden salía a la calle, con su alarma de cargas y disparos. Las Universidades llegaban a transformarse en fortines, en los que se peleaba dentro y fuera por poner o quitar una bandera roja. El regreso de Unamuno de su destierro originó alborotadas manifestaciones de republicanismo. “Agitad el árbol —aconsejó el catedrático a la masa que esperaba en Irún—, porque la fruta está madura y a punto de caer”. A su llegada a Madrid, el 1 de mayo, se produjeron desórdenes y tiroteos que causaron un muerto y diecisiete heridos. En una encuesta hecha por un diario de la mañana, estudiantes de uno y otro sexo hacían gala de profesar el más absoluto desdén por la moral y la religión, recabando una total libertad de pensamiento y de conducta en materias sexuales. La mayoría de los estudiantes eran, desde luego, revolucionarios, ateos, socialistas o comunistas, atacados de rusofilia, que tantas víctimas ha causado en la juventud española. Lo mismo a los partidarios del bolchevismo que a los intelectuales que señoreaban el Olimpo, a los arriscados estudiantes o a los pistoleros del sindicalismo, al separatista y al burgués del buen pasar, la República se les ofrece en las lejanías con el encanto del espejismo. Cada uno va a lo suyo y nadie se siente descontento. ¡Qué hermosa era la República en tiempos del Imperio!, se dirá algún día parodiando al francés. Para unos será la República presidencialista, burguesa y hasta clerical, como la describió Alcalá Zamora; otros la esperan con la bandera rojinegra del anarquismo; hay quien la desea platónica y quien bolchevique... ¡República! Y a su conjuro, crecía la intranquilidad. Había que dar forma y sustancia a aquella inmensa nebulosa republicana, que como un vaho se extendía por los ámbitos de España. Al llegar el verano se creyó terminado el primer período de gestación del movimiento, y de urgente necesidad unificar esfuerzos para armonizar todos los deseos y aspiraciones en un programa concreto y único.

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Para el hecho sensacional se eligió la ciudad de San Sebastián, y en ella, una casa de poca importancia. Allí se selló el que había de pasar a la Historia con el nombre de Pacto de San Sebastián. Los que asistieron a la reunión se confabularon para guardar absoluto silencio sobre lo acordado; únicamente los representantes catalanes, que habían planteado su pleito como cuestión previa, fijaron en una nota concisa el alcance de lo pactado, en lo que a su asunto hacía referencia. Y los puntos concretos fueron éstos: “1.a Los reunidos en San Sebastián reconocieron unánimemente la realidad del problema de Cataluña y convinieron en que el triunfo de la revolución suponía en sí mismo el reconocimiento de la personalidad catalana y el compromiso del Gobierno de dar solución jurídica al problema catalán. “2.ª La solución había de tener por base y comienzo la voluntad de Cataluña expresada en un proyecto de Estatuto o Constitución autónoma, propuesta libremente por el pueblo de Cataluña y aceptada por voluntad de la mayoría de los catalanes, expresada en un referéndum votado por sufragio universal. “3.a El Estatuto propuesto y votado por Cataluña habría de someterse, en la parte referente a la vida de relación entre las regiones autónomas y el Poder central, a la aprobación soberana de las Cortes Constituyentes.” Claro es que la reunión no se circunscribió a esto sólo; pero de lo demás ni se levantó acta ni se dio noticia tan categórica. La democracia quería renacer en el sigilo. Los hechos futuros habían de testimoniar, de modo indudable, el alcance de lo pactado en aquel conciliábulo, en el que coincidieron, con representación propia o autorizada, todos los adversarios declarados de la Monarquía. Tres fueron los acuerdos fundamentales del Pacto: Necesidad y compromiso de ir a la revolución para establecer la República en España. Instauración, dentro de ella, de un régimen de libertad religiosa, con respeto y consagración de los derechos individuales. Y nombramiento de un Comité compuesto por los señores Alcalá Zamora, Azaña, Casares Quiroga, Prieto, Galarza y Ayguadé, que cuidará de poner en marcha el movimiento y recabaría el apoyo de los sindicalistas y de los socialistas.

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En el mes de septiembre se levanta la censura de Prensa y sobreviene el estallido por parte de aquellos periódicos que esperaban ansiosos este momento para dispararse. Salieron en tromba los diarios izquierdistas contra el Rey, y no omitieron bellaquería ni bajeza que sirviera a sus instintos de venganza. Era, como se le llamó, un motín de Prensa, en competencia los vociferantes sobre quién diría el insulto más grueso o la calumnia mejor urdida. Pocas veces se ha asistido a parecida campaña de difamación y se han dejado tan indefensas las Instituciones fundamentales de un país. El 28 de septiembre, en uso de la libertad concedida, se celebró el mitin organizado por las fuerzas republicanas en Madrid, para dar el aldabonazo en las puertas del Palacio de Oriente. Pusieron todos los oradores buen cuidado en seguir la táctica de no amedrentar a las gentes, procurando la captación de reacios y pusilánimes con la promesa de un régimen ordenado, sensato y austero. Mientras tanto, la preparación del movimiento revolucionario continuaba progresando, progreso al que contribuyó no poco el acuerdo del Comité Nacional de la C. N. T. de pactar con los elementos republicanos y militares para producir un movimiento revolucionario que concluyese con el régimen monárquico en España. Las detenciones de destacados dirigentes —entre ellos el comandante Ramón Franco— practicadas en los días 10 y 11 de octubre, hicieron abortar el plan revolucionario. El Gobierno, que no concedió importancia a estos avisos de la conmoción que se avecinaba, seguía en su obsesión por la vuelta a la normalidad constitucional, sin ver que una nueva “normalidad”, la normalidad en el desorden, iba adueñándose del espíritu nacional y amenazaba sepultar al Gobierno, al régimen y a España entera, entre los escombros de las antiguas normalidades. La situación era tan tirante, los nervios estaban tan erizados y las gentes tan preocupadas, que cualquier suceso podía degenerar en catástrofe. Así sucedió el 12 de noviembre, en que se derrumbó, en Madrid, una casa en construcción en la calle de Alonso Cano y ocasionó la muerte de cuatro obreros. Los dirigentes obreristas acordaron convertir su entierro en un acto de trascendencia política contra la Monarquía. Todo se convertía en sustancia revolucionaria. Agentes de la Casa del Pueblo y de los centros anarcosindicalistas se cuidaron de atar todos los hilos que tenían que poner en marcha la 17

tragedia. Las autoridades municipales de Madrid, de acuerdo con la Casa del Pueblo, han señalado y previsto determinado itinerario; pero al llegar los féretros a la plaza de Cánovas, el acompañamiento se empeña en hacer desfilar la comitiva por la carrera de San Jerónimo, hacia la Puerta del Sol. La fuerza pública trata de hacer observar las órdenes recibidas y contener el alud, pero la multitud la acomete a pedradas y tiros, y los guardias, para defenderse, hacen uso de las armas. Sobreviene la refriega y resultan dos de los alborotadores muertos y varios heridos. No se deseaba otra cosa. Buen color éste del rojo de sangre obrera para los cartelones de propaganda. El Gobierno será desde aquel momento, sobre torpe e inepto, criminal y tiránico. Aquella misma noche se acordó la huelga general, que fue absoluta y duró hasta las cinco de la tarde del lunes 17. El oleaje revolucionario azota cada vez más embravecido. Su empuje se siente por doquier. Su inmenso bramido atraviesa la Península. La descomposición de la Monarquía llega a todos los sectores. Así, don José Ortega y Gasset publicó en El Sol, el día 15 de noviembre, un artículo titulado “El error Berenguer”, en el que decía: “Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más es ésta: ‘¡En España no pasa nada!’ La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie, honradamente, podrá negar que la frecuencia de esta frase es un hecho. “... Quiere una vez más el régimen salir al paso, como si los veinte millones de españoles estuviéramos ahí para que él saliese del paso. Busca alguien que se encargue de la ficción, que realice la política del ‘aquí no ha pasado nada’. Encuentra sólo un general amnistiado. Este es el error Berenguer del que la Historia hablará. Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruirlo! ¡Delenda est Monarchia!” El día 25 de noviembre se produce un suceso de emoción novelesca: el comandante Ramón Franco y el ex comandante Alfonso Reyes, se fugan de Prisiones Militares. El hecho, su preparación meticulosa, su realización 18

atrevida, impresionan al país. Los faros de un automóvil que deslumbran al centinela; las pistolas y las bombas escondidas en el altar de la capilla de la cárcel; el oficial, descolgándose por las ventanas; las ocultas complicidades prolijamente organizadas y hasta la misma carta de despedida que el comandante Ramón Franco dirige a Berenguer, componen una película de aventuras que apasiona a las gentes y demuestra, además, que los revolucionarios cuentan con una dirección y con asistencias y colaboraciones importantes. Día 12 de diciembre de 1930. Desde muy temprano circula por Madrid, y luego por toda España, la noticia de que en Jaca han sobrevenido gravísimos sucesos, cuya importancia verdadera era difícil de aquilatar porque las líneas telegráficas y telefónicas estaban interrumpidas. Pronto se supo que un oficial llamado Fermín Galán Rodríguez, capitán del Regimiento de Galicia, fanático, visionario y agitador impaciente, se había adelantado a lo convenido, cansado de esperar y persuadido, según decía, de que “si él no empezaba, los demás no se lanzarían nunca”. El capitán, ayudado por otros elementos militares y algunos agitadores llegados de Madrid y del mismo Jaca, sublevó de madrugada las tropas de la plaza y consiguió fácilmente la adhesión de la compañía de ametralladoras que mandaba el capitán don Angel García Hernández. Los sediciosos redujeron a prisión a los jefes, capitanes y subalternos que no quisieron sumarse, y también al gobernador militar de la plaza. El capitán Galán, al arengar a los sublevados antes de que éstos abandonaran el cuartel, vitoreó a la República, con lo que definió el carácter de la sublevación. Así preparados, salieron los soldados del cuartel para ir sobre la Guardia Civil, que ofreció resistencia, pereciendo en ella el sargento comandante. Dos carabineros fueron muertos, por negarse a ser desarmados. Otras fuerzas ocuparon el Ayuntamiento y en el balcón ondeó la bandera tricolor. En las esquinas se fijó un bando que decía: “Como delegado del Comité Revolucionario Nacional, a todos los habitantes de esta ciudad y demarcación, hago saber: Articulo único: Todo aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente, será fusilado sin formación de sumario 19

Una vez realizado esto, Galán dijo a sus amigos: —La cosa está hecha. Dentro de una hora saldremos para Huesca. Tengo la seguridad de que triunfaremos... Si el Comité Nacional no se hace responsable del movimiento, nos da lo mismo... Huesca responderá. Zaragoza declarará la huelga general hoy mismo: ya debe estar declarada. En los preparativos pasaron varias horas, y hasta las tres de la tarde no pudieron formarse las columnas, que se componían de 800 hombres. Escaseaban los camiones para el traslado. La organización era desastrosa,, y el entusiasmo de los soldados no muy abundante. Salieron, pues, a aquella hora las fuerzas: las de Galán en camiones, y otras, mandadas por el capitán Sediles, en tren, con dirección a Huesca. Los que marchaban en tren no pudieron pasar de Riglos, porque el gobernador militar de Huesca, ya apercibido, ordenó el levantamiento de las vías. Tropas de Zaragoza, leales al Gobierno, se aprestaban a marchar sobre Huesca para continuar hasta Jaca, a la vez que una columna avanzaba desde Pamplona con el fin de cerrar la frontera por Canfranc. El general Las Heras, gobernador militar de Huesca, se adelantó al encuentro de las fuerzas rebeldes con un jefe de Estado Mayor y fuerzas de la Guardia Civil, estableciéndose el contacto a orillas del Gállego con la columna de Galán, que dio comienzo a un tiroteo en el que resultó muerto un capitán de la Guardia Civil y varios heridos, entre éstos el general Las Heras, que sucumbió días después a consecuencia de las heridas. Este encuentro retrasó aún más la marcha de la columna, no ya por el tiempo empleado en la escaramuza, sino por la necesidad en que se vio Galán de extremar las precauciones y destacar patrullas para hacer la descubierta, desgastándose las tropas en una caminata que rindió su primera etapa en Ayerbe al filo de la media noche. Se reunieron en este pueblo con la columna Sediles, siendo agasajados por los republicanos locales, y continuaron inmediatamente la marcha, seguros de que ya no llegarían a Huesca sin que les presentaran batalla las tropas leales a la Monarquía. Con ello, el plan de tomar Huesca por sorpresa se quebrantaba seriamente. Al amanecer el día 13 los sublevados dieron vista al santuario de Cillas, y supieron que en las inmediaciones ocupaban posiciones estratégicas las tropas enviadas contra ellos por el Gobierno, procedentes de Huesca y Zaragoza. Galán, que había advertido el poco entusiasmo de los que le acompañaban, siente desfallecer sus ánimos al pensar en los sucesos que se avecinan y discurre el envío de los capitanes García Hernández y Salinas con la misión de invitar a las fuerzas del Gobierno a 20

que se sumen al movimiento. Por toda respuesta se ordena la detención de los delegados y que se abra fuego contra los rebeldes. Se entabla un vivo tiroteo. Truena el cañón. Las granadas, cayendo de súbito sobre los de Jaca, produjeron desconcierto; algunos respondieron con sus armas; otros gritaron: “¡No tiréis, hermanos!” Muy pocos disparos de la artillería son necesarios para que se produzca la desbandada. Los soldados, que habían sido engañados con la promesa de que las tropas del Gobierno se unirían al movimiento, al comprender que no es así, huyen en todas direcciones. Los más se entregan. Galán asiste impasible hasta el último momento al desenlace trágico de su aventura. Luego sube al estribo de un camión en marcha y desaparece. Horas después, acompañado de otros oficiales, se presenta en Biscarrués, pueblecito situado a seis kilómetros de Ayerbe. La Guardia Civil detiene al capitán —sus acompañantes prosiguieron la fuga— y le traslada a Huesca a disposición del juez militar instructor del juicio sumarísimo que se iniciaba. A la misma hora que esto ocurría, entraba en Jaca la columna llegada de Pamplona y quedaba normalizada la situación. El juicio sumarísimo se celebró en la mañana del día 14. Los procesados eran los capitanes don Fermín Galán, don Angel García Hernández y don Luis Salinas, y los tenientes don Manuel Muñiz, don Miguel Fernández y don Ernesto Gisbert. Solicitada la pena de muerte para los dos primeros y reclusión perpetua para los restantes, el fallo fue aprobado por el capitán general de Aragón, y la sentencia quedó cumplida en el polvorín de Huesca a las catorce horas del día 14 de diciembre. Los dos capitanes murieron con gran entereza: García Hernández recibió los auxilios espirituales; Galán los rechazó. Al investigarse sobre la personalidad de Galán, se supo que era un oficial de treinta años, natural de San Fernando, que se había distinguido por su valor en Marruecos, donde sirvió en la policía indígena y en el Tercio. El general Mola explica así los orígenes revolucionarios de Galán: “Su Intervención personal en un combate le hizo considerarse en uno de los casos del Reglamento de la Orden de San Fernando... Soñaba con la Laureada. La Superioridad no estimó sus méritos suficientes, y juzgando este criterio como un acto personal del marqués de Estella, a la sazón Presidente del Consejo y Jefe del Ejército de Marruecos, se declaró enemigo del Dictador, lo que le llevó a tomar parte en el complot llamado de la noche de San Juan. Cuando el conde de Xauen ocupó el Poder fue amnistiado, e inmediatamente vino a Madrid a practicar gestiones para que 21

fuese revisado su caso particular, advirtiendo —creo que al propio general Berenguer— que si se le daba esa satisfacción abandonaría sus ideales políticos. El Consejo Supremo de Guerra y Marina desestimó de nuevo la petición, y entonces volvió a conspirar.” Los propósitos de Fermín Galán, en el caso de haber triunfado su movimiento, dejaban muy atrás todo lo hasta entonces pactado y convenido por los restantes revolucionarios. Galán tenía delirios de dictador y soñaba con absorber todos los poderes para erigirse en un Lenin. Uno de sus proyectos de decreto terminaba: “Quedan concentrados a mi autoridad todos los poderes de la Revolución...”. El Comité Nacional revolucionario no ignoraba lo que tramaba Galán y trató de impedir que se adelantara, enviando a Jaca para contenerle a uno de sus miembros, Casares Quiroga, que salió de Madrid el día 11, llegando a su destino en la madrugada del 12. Y como pensara Casares Quiroga que aún era tiempo al día siguiente de transmitir las órdenes que llevaba y frenar, en su virtud, a Galán, se entregó al descanso. Pero a las pocas horas le despertó el ruido de la sublevación en pie. El fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández produjo una sensación de angustia en todo el país, no pudiendo evitarse el terrible efecto que sobre la conciencia popular produjeron unas ejecuciones por las cuales perdieron la vida un capitán que se había entregado, pudiendo huir, y otro que trató de parlamentar. La República ya tenía sus mártires. La sublevación militar de Jaca fue un fuerte aldabonazo revolucionario que resonó en todos los ámbitos de la Patria. Como medidas preventivas, declaró el Gobierno el estado de guerra en la 5.a Región y estableció la previa censura en toda España. En el seno del Comité Nacional republicano surgen dudas y vacilaciones. Opinan unos que debe aprovecharse el momento para dar a todos los complicados la orden de lanzarse; creen otros que la preparación no está madura; hay pusilánimes que recelan que el Gobierno salga de su pasividad para dar la batalla, adelantándose a los revolucionarios. En efecto, algunos de los miembros del Comité son detenidos e Ingresados en la cárcel. Pero ya circulaba sin trabas, con la difusión que en toda época de conspiraciones obtiene la literatura clandestina, un manifiesto redactado 22

por la pluma fogosa de Lerroux, que se había especializado en este género de arengas. El Manifiesto dice: “¡ESPAÑOLES! Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia y un impulso que nos mueve a procurarla. Puestas sus esperanzas en la República, el pueblo está ya en medio de la calle. Para servirle, hemos querido tramitar la demanda por los procedimientos de la ley, y se nos ha cerrado el camino: cuando pedíamos justicia, se nos arrebató la libertad; cuando hemos pedido libertad, se nos ha ofrecido una concesión, unas Cortes amañadas, como las que fueron barridas; resultantes de un sufragio falsificado, convocadas por un Gobierno de dictadura, instrumento de un Rey que ha violado la Constitución y realizadas con la colaboración de un caciquismo omnipotente. Se trata de salvar un régimen que nos ha conducido al deshonor como Estado, a la impotencia como nación, y ala anarquía como sociedad. Se trata de salvar una dinastía que parece condenada por el Destino a disolverse en la delicuescencia de todas las miserias fisiológicas. Se trata de salvar un Rey que cimenta su trono sobre las catástrofes de Cavite y Santiago de Cuba, sobre las osamentas de Monte Arruit y Annual; que ha convertido su cetro en vara de medir, y que cotiza el prestigio de Su Majestad en acciones liberadas. Se trata, por los hombres del pasado y del presente, de una cruzada contra los hombres del porvenir, para estorbar la acción de la justicia popular, que reclama enérgicamente las responsabilidades históricas. No hay atentado que no se haya cometido; abuso que no se haya perpetrado; inmoralidad que no haya trascendido a todos los órdenes de la Administración pública, para el provecho ilícito o para el despilfarro escandaloso. La fuerza ha sustituido al derecho; la arbitrariedad, a la ley; la licencia, a la disciplina. La violencia se ha erigido en autoridad y la obediencia se ha rebajado a sumisión. La incapacidad se pone donde la competencia se inhibe. La jactancia hace veces de valor y de honor la desvergüenza. Hemos llegado, por el despeñadero de esta degradación, al pantano de la ignominia presente. Para salvarse y redimirse no le queda al país otro camino que el de la revolución. Ni los braceros del campo, ni los propietarios de la tierra, ni los patronos, ni los obreros, ni los capitalistas que trabajan, ni los trabajadores ocupados o en huelga forzosa, ni el contribuyente, ni el industrial, ni el comerciante, ni el profesional, ni el artesano, ni los empleados, ni los militares, ni los eclesiásticos... Nadie siente la interior satisfacción, la tranquilidad de una vida pública jurídicamente 23

ordenada, la seguridad de un patrimonio legítimamente adquirido, la inviolabilidad del hogar sagrado, la plenitud del vivir en el seno de una nación civilizada. De todo este desastre brota espontáneamente la rebeldía de las almas, que viven sin esperanza; y se derrama sobre los pueblos, que viven sin libertad. Y así se prepara la hecatombe de un Estado que carece de justicia, y de una nación que carece de ley y de autoridad. El pueblo está ya en medio de la calle y en marcha hacia la República. No nos apasiona la emoción de la violencia, culminante en>el dramatismo de una revolución; pero el dolor del pueblo y las angustias del país nos emocionan profundamente. La revolución será siempre un crimen o una locura, donde quiera que prevalezcan la justicia y el derecho; pero es justicia y es derecho donde prevalece la tiranía. Sin la asistencia de la opinión y la solidaridad del pueblo, nosotros no nos moveríamos a provocar y dirigir la revolución. Con ellas salimos a colocarnos en el puesto de la responsabilidad, eminencia de un levantamiento nacional, que llama a todos los españoles. Seguros estamos de que para sumar a los nuestros sus contingentes, se abrirán las puertas de los talleres, de las fábricas, de los despachos, de las Universidades, hasta de los cuarteles; porque en esta hora suprema todos los soldados ciudadanos libres son, y todos los ciudadanos soldados serán de la revolución al servicio de la Patria y de la República. Venimos a derribar la fortaleza en que se ha encastillado el poder personal, a meter la Monarquía en los archivos de la Historia y a establecer la República sobre la base de la soberanía nacional, representada por una Asamblea Constitucional. De ella saldrá la España del porvenir, y un nuevo Estado inspirado en la conciencia universal, que pide para todos los pueblos un derecho nuevo, ungido de aspiraciones a la igualdad económica y ala justicia social. Entre tanto, nosotros, conscientes de nuestra misión y de nuestra responsabilidad, asumimos las funciones del Poder Público con carácter de Gobierno provisional. ¡Viva España con honra! ¡Viva la República!—Niceto Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Miguel Maura Gamazo, Marcelino Domingo, Alvaro de Albornoz, Francisco Largo Caballero, Luis Nicolau d’Olwer, Diego Martínez Barrio.” No hay tregua ni cuartel en la lucha contra la Monarquía, y otra agresión espectacular se produce el 15 de diciembre, esta vez a las puertas de Madrid, en el aeródromo de Cuatro Vientos. Próximamente a las seis de 24

la mañana, sin obstáculo alguno, llegan a Cuatro Vientos dos automóviles, en los que iban el general Queipo de Llano y otros Jefes y oficiales. Sin dificultad les es franqueada la valla por un centinela, y una vez dentro, desarman al oficial de guardia y apresan a los del servicio, que descansaban en sus habitaciones, recluyendo en los calabozos a todos los que se negaron a secundar el movimiento. Al poco tiempo llega otro automóvil con el comandante Ramón Franco, el mecánico Rada y el ex comandante Reyes. Sometida la guardia de prevención —que no opuso la menor resistencia— y levantada la tropa haciéndola creer que se había proclamado la República, ordenan al radiotelegrafista de servicio que curse a todos los aeródromos el siguiente despacho: “Proclamada la República en Madrid, toque diana.” Los aviadores Rexach y Franco amotinan a la tropa y a los mecánicos, sin conseguir más que contadas adhesiones de los aviadores. Los demás concursos esperados no llegan. Ni los artilleros ni los ingenieros comprometidos aparecen. Se comenzó a formar una columna que fuera sobre Madrid, con la esperanza de que las organizaciones obreras secundaran el intento declarando la huelga general. No obstante, la capital no parecía conmoverse lo más mínimo. A pesar de que la estación de “radio” emite sucesivos mensajes que anuncian la proclamación de la República en España, nadie lo cree. Sobre las diez y media, el comandante Franco se eleva en un avión decidido a bombardear el Palacio Real. “Me acompaña —cuenta en su libro Madrid bajo las bombas— el mecánico Rada, que se encarga de hacer el bombardeo. Llegamos a Palacio. Hay dos coches en la puerta. En la Plaza de Oriente y explanadas Juegan numerosos niños. Las calles tienen su animación habitual. Paso sobre la vertical de Palacio dispuesto a bombardear, y veo la imposibilidad de hacerlo sin producir víctimas inocentes. Paso y repaso de nuevo, y la gente sigue tranquila, sin abandonar el peligroso lugar. Doy una vuelta por Madrid, regreso a Palacio, y no me decido a hacer el bombardeo. Sí llevara un buen observador, precisaría uno de los patios interiores; pero Rada no es más que un aficionado y no puedo responder del lugar donde caerán nuestros proyectiles... Así, no: no me decido a bombardear ni, puesto de nuevo en el mismo caso, obraría de otro modo.” Si Madrid se libró de las bombas, padeció en cambio un diluvio de proclamas que anunciaban la instauración de la República en España, a la par que se desafiaba a los “defensores del régimen caduco” a salir a la 25

calle, donde serían bombardeados. En otra, dirigida a los soldados, se les decía que el Gobierno constituido recibía noticias que confirmaban el éxito del movimiento republicano en toda España. Y se les conminaba con estas palabras: “Si no os sometéis, vuestro cuartel será bombardeado dentro de media hora”. El Gobierno actúa desde el primer momento contra los rebeldes, y fuerzas militares marchan sobre el aeródromo. Las preceden los carros de combate. La artillería se sitúa para batir Cuatro Vientos. Por otros caminos avanzan fuerzas de la Guardia Civil. Tras breve deliberación, los sublevados deciden dar todo por perdido, y uno tras otro se elevan los aviones con rumbo a Portugal. Otros comprometidos se quedan en Madrid, siendo detenidos. Ya caían en el aeródromo los primeros proyectiles y en el edificio más alto una bandera blanca gritaba rendición. Eran las doce y media. El intento subversivo no se circunscribió a Madrid. En San Sebastián un grupo de revoltosos pretendió asaltar el Gobierno civil, matando a un sargento de Seguridad e hiriendo a varios. En Gijón la C. N. T. declaró la huelga general, y las turbas invadieron la iglesia de los Padres Jesuitas, en la que cometieron toda clase de profanaciones. En el resto de España estallaron huelgas generales en Barcelona, La Coruña, Jaén, Logroño, Puertollano, Salamanca, Navarra* Santander, Vizcaya, Zamora y Zaragoza... Las que adquirieron peor cariz fueron las de Levante, con su sarta de desmanes; y para meter en vereda y apaciguar a los sublevados, envió el Gobierno dos banderas del Tercio. Una marchó a Valencia y otra a Alicante. Convencióse el Gobierno de que era inexcusable usar mayor rigor en la defensa del régimen y ordenó nuevas detenciones, cerró el Ateneo, suspendió por un mes las clases de las Universidades y decretó la disolución de los Sindicatos de la C. N. T. Y en obligada correspondencia anunció las elecciones generales para el día 1.° de marzo, con la promesa de los máximos respetos para la libertad del sufragio. Ofrecía también restablecer las garantías constitucionales, suprimir la censura y autorizar las propagandas políticas. Pero los estrategas revolucionarios aconsejaban no hacer el juego a los planes del Gobierno, aislarlo, atacarlo hasta que caiga agotado, como presa acosada. “Es necesario —escribía Lerroux— no dejarles paz ni 26

reposo; y, mientras se coordina un nuevo golpe con mayor acierto, tratar de asfixiarles por la intranquilidad y por la agitación, acudiendo a todos los recursos. Así será impulsada la Monarquía a la dictadura más cruel y bárbara o al recurso de las Cortes Constituyentes, caminos ambos de la República”. Siguiendo esta táctica, los republicanos, los socialistas y demás grupos políticos antimonárquicos anunciaban que no participarán en la lucha electoral. Por estos días, los intelectuales hacen una exhibición solemne: esta vez corre a cargo de un triunvirato compuesto por don José Ortega y Gasset, el doctor Marañón y don Ramón Pérez de Ayala, que fundan ^’”Agrupación al servicio de la República” y que lanzan un llamamiento a los españoles en el que se dice: “El Estado español tradicional llega ahora al grado postrero de su descomposición. No procede éste de que encontrase frente a sí fuerzas poderosas, sino que sucumbe corrompido por sus propios vicios sustantivos. La Monarquía de Sagunto no ha sabido convertirse en una institución nacionalizada, es decir, en un sistema del Poder Público que se supeditase a las exigencias profundas de la nación y viviese solidarizado con ellas; sino que ha sido una asociación de grupos particulares que vivió parasitariamente sobre el organismo español, usando del Poder Público para la defensa de los intereses parciales que representaba” Iba el llamamiento dirigido, en especial, a profesores, maestros, escritores, artistas, médicos, etc. “De corazón —añadían— ampliaríamos a los sacerdotes y religiosos este llamamiento que, a fuer de nacional, preferiría no excluir a nadie, pero nos cohíbe la presunción de que nuestras personas carecen de influjo sobre esas respetables fuerzas sociales...” Pese a la autoridad de los triunviros, a lo numeroso de las clases sociales reclamadas, y a la endemia republicana existente, la “Agrupación” tuvo una vida efímera. Los partidarios del nuevo régimen lo preferían con menos salsa de preocupaciones filosóficas y con más mostaza revolucionaria. Coincidiendo con la publicación del Decreto de convocatoria de elecciones, aparece una disposición Real que restablece las garantías 27

constitucionales. La proximidad de las elecciones acrecienta el abstencionismo de cuantos habían decidido no acudir a la lucha y propugnaban unas Cortes Constituyentes. Incluso los jefes liberales monárquicos publicaron una nota en la que decían que irían a las elecciones con el exclusivo propósito de “pedir en las Cortes la convocatoria de otras Constituyentes y la disolución de las que se elijan en marzo”. La nota produjo sensación; era algo muy grave el hecho de que los representantes de los grupos monárquicos gubernamentales se sumasen al movimiento de rebeldía iniciado. El efecto fue fulminante: el general Berenguer presentó la dimisión. El Gobierno no podía compartir la conducta de los jefes liberales y se iba. El Rey firmó un Decreto dejando sin efecto la convocatoria de Cortes, restableciéndose la previa censura y suspendiéndose de nuevo las garantías constitucionales. Comienzan las consultas para la designación de nuevo Gobierno. Por Palacio se inicia el desfile de toda la vieja política. Las calles de Madrid hierven de gente. Muchos de los consultados se ven obligados a dar un rodeo para ir a la plaza de Oriente, porque en las vías más céntricas los estudiantes, y otros que no lo son, se manifiestan levantiscos. Es encargado de formar Gobierno el señor Sánchez Guerra, quien marchó a la Cárcel Modelo para solicitar el concurso de los miembros del Comité Revolucionario que allí se hallaban detenidos, ofreciéndoles dos puestos en el Ministerio. Rechazaron los consultados las dos carteras que les ofrecían y se negaron al armisticio que les propuso Sánchez Guerra. Fracasado Sánchez Guerra en su propósito de formar nuevo Gobierno, se requirió a don Santiago Alba —que continuaba en París— con el fin de encomendarle esta misión, negándose a aceptar el encargo. Melquíades Alvarez se negó asimismo a tratar de formar nuevo Gobierno. El horizonte se cerraba con opresión de angustia. Pero ya estaba en camino el capitán general de la Armada, almirante Aznar, a quien Romanones telegrafió invitándole a que acudiera con toda urgencia a Madrid. Y fue el almirante don Juan Bautista Aznar el que formó nuevo Gobierno. De auténtico jefe de este Gobierno actuó el conde de Romanones, “que fue también —según frase del duque de Maura— quien designó al nominal Presidente del Consejo, haciéndole venir de donde a la sazón se 28

encontraba: esto es, políticamente de la luna y geográficamente de Cartagena”. Aquella misma tarde, el Rey, sin escolta alguna, se trasladaba a El Escorial y permanecía largo rato arrodillado ante el sepulcro de su madre.

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Se proclama la República

Por aquellos días turbulentos y revolucionarios en que la Monarquía liberal comenzaba a desprenderse “como cáscara muerta”, sucedió un hecho en Madrid, un hecho sin importancia, pero que viene a presentarnos un nuevo personaje que influyó notoriamente en los destinos futuros de la Patria. “Se celebraba —nos cuenta Guillén Salaya— en el ambiente liberal del café de Pombo, un banquete en homenaje al escritor Giménez Caballero. Al banquete asistía Bragaglia, el gran escritor italiano, magnífico paladín del nuevo arte teatral. Bragaglia tomó asiento en la presidencia. “A la hora de los brindis, Antonio Espina, intelectual español que se había hundido en la ciénaga masónico-comunista, se levantó de su asiento, y, antes de hablar, puso una pistola de madera encima de la mesa. Hizo esto para decir unas cuantas incongruencias a propósito del suicidio de Larra. ‘El romanticismo se suicidó con Larra —vino a decir—: pero nosotros, los jóvenes ultraístas, dadaístas, surrealistas y liberales, en vez de suicidarnos, de pegarnos un tiro de verdad, remedamos un suicidio y salimos luego dando una zapateta al estilo cómico de Charlot’. “Pero la inconsciencia de Espina hizo más; se lamentó de que un representante de la Italia fascista estuviese presente en un ágape de jóvenes españoles. Estas palabras provocaron de parte de algunos protestas violentas. Un joven se había puesto en pie y gritaba enardecido dando vivas a Italia y a España. Hecho el silencio, aquel joven sacó una pistola auténtica, y dijo que los nuevos jóvenes, que amaban la gloriosa tradición imperial y cristiana de nuestros abuelos, salvarían a España con las justas razones de aquellas pistolas verdaderas. Y en medio del sobresalto de los comensales, que los más permanecían atónitos y perplejos, gritó, saludando a la romana: ¡Arriba los valores hispanos!” Quien así había hablado era un joven alto, cenceño, de faz muy angulosa y nariz aquilina. Se llamaba Ramiro Ledesma Ramos. 30

Acababa de constituirse el Gobierno que presidía el almirante Aznar, y al día siguiente, 19 de febrero de 1931, publicó una declaración ministerial en la que decía que era propósito decidido del Gobierno proceder rápidamente a la renovación total de Ayuntamientos y Diputaciones, eligiendo íntegramente las corporaciones municipales y provinciales por sufragio universal. Anunciaba también que “luego de haberse constituido las corporaciones locales, procederá el Gobierno a la convocatoria de elecciones generales” y que “las nuevas Cortes tendrán carácter de Constituyentes”. Con arreglo a lo acordado por el Gobierno, el día 22 de marzo había de aparecer en el Boletín Oficial de cada provincia la convocatoria de elecciones municipales para el día 12 de abril; principio de un período electoral tan completo, que comprendía las provinciales para el 3 de mayo; las de diputados a Cortes el 7 de junio, y, finalmente, las de senadores, el día 15 del mismo mes. Muchas consultas eran al sufragio para un país, que se encontraba en plena fermentación revolucionaria. Los menos ilusos empezaron a ver claro el peligro de que el régimen tropezara con las urnas en cualquiera de aquellas elecciones y cayese sobre ellas o debajo de ellas. Ninguna oportunidad es desaprovechada por las izquierdas para mantener aquella situación de inquietud y de violencia que tiene a las poblaciones en constante zozobra y alarma, hasta agotar su resistencia nerviosa. Los técnicos de la agitación insisten, ante el régimen que se bambolea, en alimentar el motín, un incesante e implacable motín que conmueve, como un temporal, desde las alturas hasta las raíces de aquel Estado decadente. Se celebra el 13 de marzo el Consejo de Guerra en Jaca contra los encartados por los sucesos del pasado diciembre no comprendidos en el sumarísimo de aquel mes. El fiscal pide pena de muerte para cinco de los acusados. Sólo se impuso una, y fue al capitán Sediles. En el acto se inicia la campaña para pedir, mejor dicho, para exigir el indulto, el cual fue concedido inmediatamente. Fue precisamente al día siguiente de celebrarse el Consejo de Guerra, el 14 de marzo, cuando apareció el primer número de un semanario político que venía a atacar por igual a los reaccionarios defensores de la Monarquía y a los pretendidos revolucionarios republicanos, que presentaban como bandera política un caduco liberalismo. Este semanario llevaba por título La Conquista del Estado. 31

Su propio fundador, Ramiro Ledesma Ramos, en su libro ¿Fascismo en España?, publicado en 1935 bajo el seudónimo de Roberto Lanzas, nos cuenta cómo nació aquel periódico: “El día 14 de marzo de 1931, justamente un mes antes de la proclamación de la República, comenzó a publicarse en Madrid un semanario político: La Conquista del Estado. “El grupo fundador estaba constituido por jóvenes recién llegados a la responsabilidad nacional, todos alrededor de los veinticinco años, e inició sus tareas apenas salida España de la Dictadura de Primo de Rivera, período que había, naturalmente, desorientado y anulado la formación política de las juventudes. Este grupo, cuyos componentes eran de procedencia en extremo varia, destacó como director a Ramiro Ledesma Ramos, que representaba entre todos ellos, aparte de una garantía de tenacidad, el sentido de la acción política propiamente dicha. “El periódico estaba vinculado a dos consignas: era profundamente nacionalista y era profundamente revolucionario, social y subversivo. “No hay que olvidar el momento de España en que apareció: marzo de 1931. Cuando culminaban las campañas electorales contra la Monarquía, y ésta se tambaleaba radicalmente. El periódico, sin embargo, mostró en sus primeros números un soberano desprecio por la ola de republicanismo, aun sin defender, desde luego, para nada a la Monarquía agónica, basándose en que el movimiento republicano ligaba por entero su destino a las formas demo-liberales más viejas. “La Conquista del Estado pretendía representar un espíritu nuevo, y tenía necesariamente que chocar con el republicanismo de 1931, en cuyas redes veía, además, caer a toda la juventud, generosa e inexperta. En realidad, la contraposición del periódico al espíritu predominante en los grupos triunfadores de abril era, y tenia que ser, absoluta. Pues quien recuerde sin pasión aquellas fechas —después de todo, bien cercanas— advertirá que toda la propaganda del movimiento antimonárquico se hizo a base de ofrecer a los españoles las delicias de un régimen burgués-parlamentario, sin apelación ninguna a un sentido nacional ambicioso y patriótico, y sin perspectiva alguna tampoco de transmutación económica, de modificaciones esenciales que satisfaciesen el deseo de una economía española más eficaz y más justa. 32

“Con formidable Ímpetu el periódico aceptó su destino en aquélla hora, que consistía en estar frente a todo y frente a todos, dando aldabonazos para despertar una nueva conciencia juvenil, que por entonces no aparecía más que en el grupo redactor y en un centenar escaso de simpatizantes. “El periódico reflejó su profunda significación nacional y patriótica en una tenacísima y violenta campaña contra los separatistas catalanes. Y mostró, asimismo, sus afanes revolucionarios, su tendencia a una revolución social económica, vinculándose en muchos aspectos a la actitud de la C. N. T. y exaltando las actividades subversivas del comandante Franco. “Es importante fijar este doble perfil de La Conquista del Estado, donde radica su originalidad histórica, su carácter de primera publicación española que trata de nacionalizar el sentido revolucionario moderno, a la vez que de sustentar una bandera nacionalista sobre los intereses socio-económicos de las grandes masas”. Aún resonaba por toda España el eco de la propaganda montada por las izquierdas con motivo del Consejo de Guerra de Jaca, cuando comenzó la vista de la causa contra los miembros del Comité, firmantes del manifiesto revolucionario, ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina. Se celebró en el Tribunal Supremo, por disponer de más amplios locales para el espectáculo; se daban los nombres de los procesados y de sus defensores, como los de los protagonistas o participantes de un gran mitin. A Alcalá Zamora y a Maura, los defendía Ossorio y Gallardo; a Fernando de los Ríos, Bergamín; a Largo Caballero, Sánchez Román; a Casares Quiroga, Jiménez Asúa, y para que no faltase la nota pintoresca de una pincelada femenina, a Albornoz lo defendería la señorita Victoria Kent. Por concesión especial otorgada a los organizadores del acto, los procesados fueron conducidos, desde la cárcel hasta el Supremo, en automóviles particulares, y acompañados de sus abogados. Tanto la Sala de Audiencia, como las galerías y escaleras, estaban atestadas de público, en el que no faltaban personas muy conocidas de la aristocracia de Madrid, para que no fallen las predicciones históricas, según las cuales, cuando es derribado un trono, cortesanos y palaciegos figuran en el coro de los demoledores. En la sala de Abogados se les sirvió a los presos un té. 33

Presidía el Tribunal el general Burguete, hombre populachero y muy dado a rendir vasallaje a los triunfadores. Así hizo cuanto pudo para demostrar sus simpatías hacia los procesados, opositando con brillantez a personaje de una situación política que se anunciaba como inmediata. Cuando entraron en la sala los acusados, se pusieron en pie todos los abogados civiles y el público que llenaba la amplia estancia. Y empezó lo que Roberto Castrovido llamó: “El gran mitin republicano de las Salesas”. Los discursos fueron de arrebatada oratoria tribunicia. Hubo ovaciones, vítores e interrupciones. No trataban los abogados de defender a unos procesados, sino de exaltarlos como a héroes de la idea revolucionaria; no se paliaban sus transgresiones de la Ley, sino que se elogiaban y enaltecían. No se dirigían los discursos a convencer a los jueces, sino a embravecer a las muchedumbres que fuera de la sala esperaban. De esta manera los procesados se elevaban a la categoría de acusadores y el Tribunal descendía para ocupar un puesto en el banquillo. Difícilmente se volverá a ver una cosa semejante. El día 23 de marzo hubo sentencia, que condenó a Alcalá Zamora, no a quince años de prisión y a ocho a sus compañeros como había pedido el fiscal en sus conclusiones, sino tan sólo a seis meses y un día de prisión militar correccional, con aplicación de la Ley de condena condicional. Al mismo tiempo que se publicaba la sentencia, el general Burguete se complacía en decir que él y dos consejeros habían formulado voto particular favorable a la absolución de los procesados. Las señoras y las hijas de los procesados fueron ovacionadas al aparecer en la calle, portadoras de magníficos ramos de flores. El gran espectáculo se completaba el día 24 con la salida de los presos de la cárcel entre ovaciones y vítores de una muchedumbre enardecida. El día antes se había celebrado un mitin en la Casa del Pueblo de Madrid en favor de la amnistía. A la salida, los concurrentes desfilan por las calles del Barquillo y Alcalá dando vivas a la República y mueras al Rey, registrándose una colisión entre los manifestantes y la fuerza pública frente al Ministerio de Hacienda. Los estudiantes se asocian a la petición de amnistía y pretenden celebrar el día 24 una manifestación que impide la policía. Al día siguiente, no obstante estar cerrada la Facultad de Medicina de San Carlos, logran penetrar en ella, y una vez dentro, se amotinan. Fueron a situarse en las terrazas del edificio y cubierta la cara con pañuelos para no ser conocidos, enarbolan una bandera roja. Y desde allí comienzan a atacar a 34

la fuerza pública, la cual, como ha recibido órdenes de mantenerse a la defensiva, opera con gran cuidado y prudencia a fin de no herir a sus agresores. La situación de las fuerzas va siendo, a cada momento, más insostenible; de lo alto de la Facultad caen piedras, ladrillos y tejas, al tiempo que otros grupos se congregaban en la calle de Atocha con el propósito de envolver a los agentes de la autoridad. Uno de los retenes es atacado y los policías tienen que refugiarse en la Posada de San Blas, enfrente de la Facultad. Los revolucionarios intentan asaltar el mesón, y la Guardia Civil se dirige a auxiliar a los sitiados. La lucha se encona, corriéndose hasta la glorieta de Atocha y plaza de Antón Martín. Los guardias civiles calan la bayoneta y comienzan a disparar sus fusiles. Se oyen tiros por doquier; el balance final es: un guardia civil y un paisano muertos y diecisiete heridos, once de ellos estudiantes. Las autoridades académicas, que en el primer momento exhortaron a la prudencia a los revoltosos, acabaron por hacer causa común con los estudiantes y pidieron con ellos la destitución del general Mola de la Dirección General de Seguridad. La Junta de Gobierno de la Universidad Central protesta contra la actuación de la fuerza pública. Inmediatamente se inicia una intensa campaña contra el general Mola. La Junta de Gobierno de la Universidad acuerda: “Solicitar del Gobierno que destituya al general Mola por considerarle el principal responsable de lo ocurrido. Denunciar ante el fiscal los atropellos cometidos por la fuerza pública. Advertir que, si no se da satisfacción inmediata a las anteriores demandas, la Junta de Gobierno renunciará a sus funciones”. La F. U. E., por su parte, publica una nota en la que anuncia que “la normalidad académica no será restablecida hasta que no sean destituidos y procesados el director de Seguridad y los jefes que mandaban las fuerzas agresoras, y sea autorizada la manifestación pro amnistía”. También la Casa del Pueblo lanza un comunicado en el que promete “seguir con la máxima atención el curso de los acontecimientos para, previas consultas a las organizaciones, intervenir en el momento y forma que pueda resultar más conveniente”. En Valladolid se celebra una manifestación de estudiantes con pancartas, en las que se leía: “Amnistía”, “Proceso Mola”. En Valencia, en Barcelona, en Sevilla, en Salamanca y otras Universidades, se producen alborotos estudiantiles; y los heridos de aquellos días se atraviesan en el 35

camino del Gobierno para dificultar su marcha, cada día más recelosa y, con razón, desconfiada. Mientras tanto, las fuerzas monárquicas parecían sestear inhibidas, en descuidada holganza de la que ya no las sacaba ni el recio estruendo de las calles ni las amenazas, a cada hora más concretas y terribles, de los revolucionarios. Se esforzaban éstos por dar a su campaña de propaganda electoral una amplitud tal, que llegase a todas partes. Se hacían omnipresentes con sus gritos, con sus carteles, con sus manifiestos, con sus mítines, con su Prensa, que iba desde las hojas clandestinas —El Murciélago, La Gaceta de la Revolución y El Republicano—, hasta los diarios que, como La Tierra, sallan cada noche cubiertos de alegorías soviéticas y cuya venta en la Puerta del Sol promovía tumultos, con las consabidas cargas y detenciones. “Interesa —decía Indalecio Prieto en las instrucciones que redactó desde París— la contienda electoral, tanto como por el resultado, por la campaña de agitación que preceda y suceda al escrutinio”. Sin embargo, los defensores del régimen, empezando por el propio Gobierno, tan alicaído y medroso en su protección, no daban señales de vida. Se convino que todas las noches se reuniesen en el centro de Reacción Ciudadana los candidatos monárquicos para cambiar impresiones y tomar acuerdos, y el resultado de aquel compromiso fue que a la primera reunión acudieron un setenta por ciento de los candidatos; a la segunda, un veinticinco, y, desde la tercera a la última, acudieron, como máximo, dos o tres. Las elecciones municipales estaban previstas, como hemos dicho, para el día 12 de abril. El día 5 se celebró la proclamación de candidatos. La proximidad de las elecciones hizo que arreciara la propaganda en favor de la candidatura republicano-socialista. A través de dicha propaganda podía observarse que el único nexo de unión era una idéntica aversión a la Monarquía. Ahí acababa la coincidencia y desde aquel límite cada cual se desmandaba a sus anchas. El diario sindicalista de Barcelona escribía: “¿Monarquía? ¿República? ¡Revolución! A nosotros no nos interesa más que la revolución por la revolución... Lo que nos importa, pues, es que estalle la revolución; porque las revoluciones se sabe cuándo estallan, pero jamás dónde terminan. Un estallido revolucionario es como una piedra arrojada al vacío: nadie sabe dónde irá a parar. Por eso excitamos a los anarquistas y socialistas revolucionarios a impulsar un movimiento insurgente, en que el pueblo sea el principal y, a poder ser, el único actor” 36

Los intelectuales de la “Agrupación al servicio de la República”, recomendaban, por su parte, la votación de la candidatura republicanosocialista, para la instauración de un régimen de normalidad y justicia. El hijo de Sánchez Guerra se declaraba católico, y como tal, republicano, pues el único medio de atajar el avance comunista que amenaza destruir la sociedad es la República”. “Los más —dice Gabriel Maura— no tenían ni habían tenido nunca convicciones ni Jefes, concretándose su programa en este apotegma: Hace falta un gran trastorno para que mejore nuestra situación. Así no podemos seguir; y peor que estamos no podemos estar. Era la gran masa neutra mesocrática, bien intencionada por lo común, pero carente de sentido político: demasiado timorata para ser nunca revolucionaria; pancista en los períodos bonancibles, refunfuñadora y zascandilera en los de crisis económicas; tan veleidosa como impresionable, crédula, secuaz de todos los Mesías, por falsos que sean; ingenuamente persuadida de que basta ofrendar a un hombre público, un partido o un régimen, aplausos, vítores y votos electorales para que se alcance la felicidad nacional sin otro mayor y más continuado esfuerzo, y sin quedar ella obligaba a ninguna muestra ulterior de gratitud por lo que se logre, y menos por lo que se intente...”. Había también aristócratas averiados, snobs, desavenidos con el Rey o que por simple corrupción se inclinaban al otro lado, con la esperanza de lucir y mandar entre jacobinos o comunistas. Y no faltaban sacerdotes y religiosos, crédulos en demasía, catequizados por algún amigo soñador, partidarios de aquella república cantada en Valencia por Alcalá Zamora, bajo la advocación de San Vicente Ferrer y el báculo y la mitra de los Obispos senadores. Mientras monárquicos y republicanos se preparaban a disputarse el botín en las próximas elecciones, el pequeño grupo que integraba la redacción del semanario La Conquista del Estado continuaban resueltos y tenaces lanzando consignas a las juventudes para que se aprestaran a acabar con toda aquella farsa y a luchar por una España mejor. Y así, en su tercer número, publicado el 28 de marzo, podemos leer lo siguiente: ¡EN PIE DE GUERRA!

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“Las Falanges jóvenes de La Conquista del Estado combatirán, armas en mano si es preciso, la anacrónica solución que ofrece la ancianidad constituyente. ¡ABAJO LOS LEGULEYOS! ¡¡VIVA LA ESPAÑA JOVEN, IMPERIAL Y REVOLUCIONARIA!! “De nuevo los vejestorios del bloque desactualizan la actualidad con su fórmula ramplona. Hay que acabar con ellos. Un pueblo es más sincero cuando pelea que cuando vota. ¡Queremos y pedimos sinceridad a nuestro pueblo! “Queremos y pedimos semblantes heroicos. Nada de farsa. Nada de concesiones. Es inútil confundir el sentido de la dificultad española. Es la pugna de la España de los jóvenes con la España de los viejos. “Nada nos interesa la Monarquía ni nada nos interesa la República. ¡Cosas de leguleyos y de ancianos!. “Nos interesa, si, elaborar un Estado hispánico, eficaz y poderoso. Y para ello seremos revolucionarios. ¡No más mitos fracasados! España se salvará por el esfuerzo joven. “Queremos y pedimos un Estado de radical novedad. Una nueva política. Una nueva economía. Una cultura de masas. Una nueva estructuración social. La entrada definitiva en los tiempos actuales. “¡Fuera el viejo liberalismo burgués y cochambroso! ¡Abajo el radio corto de mirada corta! “Queremos y pedimos una ambición ^nacional. “Queremos y pedimos lealtad a nuestros alientos hispanos. “Queremos y organizaremos una fuerza política, de choque revolucionario, que lleve al triunfo los nuevos aires. “¡Ni el más leve pacto con los traidores!... Han fracasado y fracasarán, llevándonos, si pudieran, a la ruina y al hundimiento hispánico. “Requerimos el esfuerzo joven para impedir estas vergüenzas. ¡Acudid! ¡Pero sabiendo lo duro de las jomadas que se avecinan, el temple y la temperatura alta que es preciso alcanzar! ¡Los débiles y los cobardes, que no vengan! ¡Que se queden con sus novias, con sus mujeres o con sus llantos! 38

“Hay que estar al nivel de los tiempos. De cara a las auténticas dificultades. Sin eludirlas cobardemente ni falsearlas con retórica. “¡¡Viva la España joven, imperial y revolucionaria!!” Este lenguaje de La Conquista del Estado, por su novedad, no acaba de ser entendido por Jos monárquicos ni por los republicanos. Unos y otros no comprendían en política más que dos posturas: o se era de derechas o se era de izquierdas, o monárquico o republicano. Pero La Conquista del Estado fustigaba a unos y otros, y esto no lo acababan de comprender; por ello se la empezó a motejar de confusionista. Para aclarar posiciones y conceptos, el propio Ramiro Ledesma publicó en el número 4 de su semanario un artículo en el que decía: ¡¡CONFUSIONISTAS, NO!! NUESTRAS AFIRMACIONES “Frecuentemente se nos denomina por ahí confusionistas. A esto conducen las campañas políticas mostrencas: a convertir las cabezas en cabezas confusas, que no ven claro sino lo que les dice el dilema montaraz: Monarquía o República. “Pero nosotros hemos irrumpido en la vida española con más hondas fidelidades a la necesidad actual de nuestro pueblo, y nada ni nadie puede impedirnos que exijamos a las contiendas el pequeño sacrificio de pensar. “Venimos poblados de afirmaciones terminantes. Que ofrecemos al pueblo con las dos manos. Dispuestos a su difusión máxima. Es intolerable la circulación de la farsa, que no vacila en ofrecer la sangre del pueblo para el triunfo de todos los equívocos. “Frente a toda esta morralla de los jefes republicanos que enardecen al pueblo y luego le abandonan en los momentos revolucionarios críticos. Que despiertan la apetencia revolucionaria y luego no desean ni quieren la revolución, dejando a las masas inermes sin caudillos. Frente a las huestes socialistas que se satisfacen con el afán señorito de los mandos fáciles, traidores a la finalidad social que informa la raíz misma de su fuerza. Frente a todo eso, un régimen alicaído, depauperado y moribundo, que hace y no hace, desertor y tembloroso. “Y surgimos nosotros con un haz de afirmaciones claras y eficaces. Frente a todo y frente a todos, con independencia y coraje. 39

“Hay que elaborar el Estado hispánico. Eso dicen también los republicanos. Pero nada sabemos aún de cómo iba a estructurarse ese Estado con la República. Nadie nos lo dice, pues en los mítines sólo se requiere la presencia salvadora de los tópicos. Así, cualquier currinche es orador y la algarabía adquiere resonancia. “Algo hay indiscutible para nosotros, y es nuestro estar ahí, disconformes con los grupos que vocean. El Estado hispánico debe quedar listo para grandes bregas nacionales y ser podado de toda la impedimenta que fracasa. “Pedimos y queremos un Estado hispánico, robusto y poderoso, que unifique y haga posibles los esfuerzos eminentes. Ya lo dijimos en números anteriores y hemos de insistir: sin un Estado hispánico auténtico seríamos cualquier cosa, pero no personas políticas con unos derechos y unas libertades. Con un destino colectivo, grande o pequeño, y un futuro. Con algo que hacer en común unos con otros... “Pedimos y queremos la inhabilitación del espíritu abogadesco en la política, y que se encomienden las funciones de mando a hombres de acción, entre aquéllos de probada intrepidez; que posean la confianza del pueblo. “Queremos y pedimos la desaparición del mito liberal, perturbador y anacrónico. “Queremos y pedimos un nuevo régimen económico. A base de la sindicación de la riqueza industrial y de la entrega de tierra a los campesinos. El Estado hispánico se reservará el derecho a intervenir y encauzar la economía privada. “Queremos y pedimos la aplicación de las penas más rigurosas para aquellos que especulen con la miseria del pueblo. “Queremos y pedimos una cultura de masas, y la entrada en las Universidades de los hijos del pueblo. “Queremos y pedimos que informe de un modo central al Estado hispánico la propagación de una gigantesca ambición nacional, que recoja las ansias históricas de nuestro pueblo. “Queremos y pedimos el más implacable examen de las influencias extranjeras en nuestro país y su extirpación radical. “A eso venimos nosotros. A difundir estos afanes hispánicos y a llevarlos al triunfo. Por todos los medios. Los que crean que deben 40

ayudarnos, que se inscriban en nuestras células de combate. Nada de simpatías ni de cuotas. Los brazos y el coraje. “A ver si de una vez superamos esa polémica rencorosa en tomo a la Monarquía y ala República. Y presentamos al pueblo español los verdaderos objetivos: Su liberación económica y su grandeza como pueblo. Quiénes son, pues, los confusionistas? Ahí quedan nuestras frases terminantes. Las confusiones están en las cabezas que nos critican. Revestidas de farsa y de comicidad. Mascando trapacería leguleya y desmanes rencorosos. Sin grandeza creadora. Sin generosidad para el pueblo. Sin efusión. Egoístamente. Traidoramente.” Y el día antes de las elecciones, La Conquista del Estado publicaba, en su número 5, un pasquín que decía: ASISTIMOS SONRIENTES A LA INUTIL PUGNA ELECTORAL. QUEREMOS COSAS MUY DISTINTAS A ESAS QUE SE VENTILAN EN LAS URNAS: FARSA DE SEÑORITOS MONARQUICOS Y REPUBLICANOS “Contra cualquiera de los bandos que triunfe, lucharemos. Hoy nos persigue la Monarquía con detenciones y denuncias. Mañana nos perseguiría igual el imbécil Estado republicano que se prepara. “Nosotros velaremos por las fidelidades hispánicas. Porque en la inútil pelea no surjan y especulen los traidores a la Patria. “La organización de La Conquista del Estado prosigue y proseguirá en pro de un Estado hispánico de novedad radical. Nuestros fines, son fines imperiales y de justicia social. “¡Españoles! ¡Afiliaos a nuestras células de combate!” El 12 de abril se celebró la elección. No hizo falta esperar el escrutinio para saber lo que iba a salir de las urnas. Desde primera hora de la tarde grandes masas de elementos antimonárquicos están ya en la calle, y festejan el triunfo que consideran seguro. Las noticias de Madrid van siendo malas para los monárquicos, y peores a medida que avanza la hora... Las que llegan del resto de España eran tanto o más graves aún. En Barcelona vencía la “Esquerra catalana”, como se denominaba al conglomerado de todos los núcleos separatistas 41

recientemente constituido; en San Sebastián, la playa de los Reyes, salían once republicanos y socialistas, cinco monárquicos y tres separatistas; en Valencia, capital, 32 antimonárquicos contra 18 monárquicos. Y por ese estilo en la mayoría de las capitales. De qué fuerza sería la embestida, que hasta en el pacífico feudo de Romanones, en Guadalajara, los republicanos ganaban 14 puestos y los monárquicos sólo seis. Como detalle diremos que en el distrito de Palacio, en Madrid, vencieron los republicanos, ya que muchos de los servidores de la Real Casa votaron contra la Monarquía. A las ocho y media de la noche el conde de Romanones recibió a los periodistas en Gobernación. El Ministro titular estaba desorientado y hundido, y Gobernación era como una casa de locos. Se estimó más prudente que fuese un político avezado quien recibiese a los representantes de la Prensa; pero aun el político contumaz hizo tales declaraciones, que echaban por tierra toda su fama de cauto y circunspecto. “El resultado de las elecciones —dijo— no puede ser más lamentable para los monárquicos. Esta es la verdad, y hay que decirla porque sería contraproducente escamotearla o tergiversarla”. Tan mal debía ver las cosas el conde de Romanones que dirigiéndose al general Sanjurjo le dijo: —Hasta hoy ha respondido usted de la Guardia Civil. ¿Podría usted hacer lo propio cuando mañana se conozca la voluntad del país? Sanjurjo bajó la cabeza. Con esto, la última esperanza quedaba desvanecida. Al día siguiente de las elecciones —13 de abril de 1931— lo poco que quedaba de Monarquía en España iba a la deriva, a merced de corrientes sin rumbo, y los políticos que acompañaban al Rey en aquellas horas postreras tripulaban la misma barca, pero ninguno gobernaba su timón. El Presidente Aznar, según confesó, se había pasado la noche del 12 ensimismado en la lectura de Rocambole, y se despertaba como recién llegado de un país ignoto. Los demás ministros se consideraban vencidos y deseaban capitular. Por su parte, el Rey quiso intentar un postrer esfuerzo y mandó buscar al duque de Maura. “Al mediodía —dice éste— recibí el encargo de gestionar cerca de algunos jefes republicanos la aceptación de una breve tregua, con objeto de llegar hasta el 10 de mayo, en cuya fecha se podía elegir una Cámara, a la 42

que el Rey transferiría la integridad de sus poderes soberanos”. La propuesta, que implicaba la formación de un gobierno que se denomina seminacional, no tuvo éxito y sirvió sólo para marcar la debilidad extrema de la Monarquía. Y para reforzar más esta posición de inferioridad, el almirante Aznar, con una ingenuidad en él inexcusable, al llegar al Palacio de la Castellana responde a los periodistas: “¿Cómo hablar de crisis? ¿Qué más crisis que la de un pueblo que se acuesta monárquico y amanece republicano?”. Después de estas palabras se comprendía que el Gobierno, falto de todo interés por sostener el régimen, sólo buscaba la manera de liquidarlo con el menor riesgo posible. El Consejo de Ministros duró tres horas y su actitud quedó expresada en una nota en que se planteaba la crisis total y se razonaba tal determinación. La noche del 13 de abril fue de gran inquietud. Cumpliendo las instrucciones recibidas de las organizaciones obreras y Casas del Pueblo, y aun dejándose llevar por propios impulsos, las gentes se echaron a la calle aquella noche. En el alegre ánimo de muchos pesaba la posibilidad de que aquella coyuntura fuese aprovechada para raer de España la costra caduca de la vieja política y hacer una revolución renovadora. Hacia las once de la noche, la aglomeración era insólita en la calle de Alcalá y en alud iban las gentes en dirección a la Puerta del Sol. El general Mola concibió fundados temores de que pretendieran organizar alguna manifestación frente al Palacio Real, y ordenó que los retenes existentes en el Ministerio de la Gobernación impidiesen el paso a los manifestantes hacia las calles Mayor y del Arenal, con las consiguientes colisiones entre manifestantes y fuerza pública. Por todo Madrid el escándalo, los clamores, los intentos de motines y de asonadas con tribunos improvisados, duraron hasta cerca de las dos de la madrugada, y en algunos sitios hubo de intervenir la fuerza pública de una manera activa, como ocurrió en Recoletos, en que la Guardia Civil disparó contra los manifestantes que ofrecieron alguna resistencia. El día 14 de abril amanece cargado de electricidad. A media mañana se difunde por Madrid una noticia sensacional: en Éibar ha sido proclamada la República, desde las siete de la mañana la bandera tricolor ondea en el Ayuntamiento. La Guardia Civil encerrada en la Casa-Cuartel. Como complemento, estaban interrumpidas las comunicaciones telefónicas y telegráficas con San Sebastián y se ignoraba lo que allí pudiese ocurrir. 43

Cuando el general Mola comunicó la noticia al Ministro de la Gobernación, conservaba éste aún la esperanza de que aquellos sucesos resultasen un episodio sin importancia; la tranquilidad aparente que reinaba a aquella hora en Madrid influía en su espíritu más de lo que era de esperar en quien había presenciado, bajo sus balcones, los tumultos de la noche anterior. Había olvidado que Madrid es una ciudad de noctámbulos y que las gentes, aun en plena revolución, necesitan dormir. Pero ya la turbulencia invadía a toda España. El conde de Romanones quiso hacer llegar al Rey su opinión, favorable a la urgencia de poner a salvo la persona del Monarca y de sus augustos familiares. Para ello le envió una nota a través del odontólogo real, don Florestán Aguilar. Apenas es anunciada esta visita en Palacio, se le lleva a presencia del Monarca, quien por ser una hora temprana, está en su dormitorio vestido de pijama, preguntando con gesto de sorpresa: “¿Qué te trae por aquí tan temprano?” Al enterarse de que se trataba de un mensaje de Romanones, dice con extrañeza: “¡Qué raro! ¿Por qué no ha venido él mismo?” Tomó don Alfonso el papel, y apoyándose en la cama lo leyó sin rechistar, pero a medida que lo iba leyendo su rostro se cubría de palidez. De este modo, no por boca de uno de sus próceres ni de sus ministros o generales, sino por la de su dentista, llegaba al Rey la noticia más grave que oyera en su vida. El Rey llamó acto seguido a Romanones para encargarle de que se entrevistase con el señor Alcalá Zamora, con objeto de obtener de éste la máxima reflexión en los momentos difíciles que España estaba viviendo. La histórica entrevista se celebró en la calle de Serrano, 43, domicilio del doctor Marañón. El propio doctor la relató posteriormente así: “Fue emocionante y patético para los testigos el duelo entre la Monarquía que iba a desaparecer y el nuevo régimen que se alzaba... Alcalá Zamora pintó con palabras enérgicas y rapidísimas la situación de España... “¿Qué solución? —preguntó el conde—. Porque el Rey se presta a cumplir todos sus deberes”. “La marcha rapidísima del Rey”, contestó Alcalá Zamora... “Yo pido un armisticio de unas semanas”, arguyó el jefe monárquico. El republicano insistía en la prisa inaplazable. Duró el forcejeo. Reducía Romanones el plazo y las condiciones. Y al fin la Monarquía cedió. Se iría el Rey aquella tarde”. El propio conde de Romanones cuenta la entrevista diciendo: “Tuve el honor de flamear la bandera blanca pidiendo el armisticio... Me dirigí a conversar con mi antiguo y siempre querido amigo el señor Alcalá Zamora. A las pocas palabras cruzadas entre los dos, cuando yo, en nombre 44

del Rey y del Gobierno, reconocí que estábamos vencidos y hablé de la manera cómo se iba a verificar la transmisión de poderes, el señor Alcalá Zamora me puso una sola condición: La de que el Rey debía salir de España y emprender el viaje inmediatamente, si podía ser “antes de que el sol se pusiera”. Cuando Romanones salió de la entrevista eran las dos y cinco de la tarde. En estas primeras horas de la tarde, era conocida ya la noticia de que a las dos había proclamado Maciá la República catalana “com Estat integrant de la Federació Ibérica”. Madrid bulle, hierve de agitación. Ediciones extraordinarias de algunos periódicos propagan la noticia de que se había proclamado la República en Barcelona y en Éibar. Flamean en taxis y tranvías, tomados por asalto, banderas republicanas. Se dejan ver algunos gorros frigios y viejas alegorías de la República. La calle de Alcalá es un inmenso hervidero de gentes que se entrecruzan y chocan en distintas direcciones. Quieren unos ver lo que pasa en Gobernación y en Palacio; quieren otros contemplar las primeras banderas republicanas que han sido izadas en el Palacio de Comunicaciones; la enorme aglomeración humana casi impide la circulación de coches, atestados de gentes de todas clases, que entre gritos, canciones y denuestos, pasean enseñas republicanas y retratos de Galán y García Hernández. Por todas partes resuenan los vivas a la República y los mueras a Gutiérrez, como despectivamente llamaban a la persona del Monarca. Algunos grupos cantaban, con la música del Himno del Riego el estribillo: Si los curas y frailes supieran la paliza que les van a dar, subirían al coro cantando: libertad, libertad, libertad. El miedo a que la frenética alegría degenerase en agresiones y desmanes hizo que Aznar, Romanones, Berenguer y Hoyos, reunidos en Gobernación, acordasen la declaración del estado de guerra: “No para contrarrestar nada —tuvo buen cuidado de declarar el Presidente—, sino para mantener el orden público”. Redactó el capitán general de Madrid el bando correspondiente, pero no hubo fuerza militar que lo pregonase. Dejaron Gobernación los ministros antes citados para asistir en Palacio, con otros compañeros, al Consejo que, presidido por el Rey, dio comienzo a las cinco de la tarde. Poco tienen que discutir los allí reunidos, 45

porque están todos ante lo irremediable. No obstante. La Cierva es partidario de luchar, de dar la batalla. Pero el Rey da su opinión: “Yo no quiero resistir. Por mi no se verterá una gota de sangre. Sí el bienestar de España exige que me vaya, lo haré sin vacilaciones”. Y a continuación dio lectura al manifiesto al país que, por su encargo, preparó aquella mañana el duque de Maura, y al cual el Monarca sólo había hecho ligerísimas enmiendas. Decía así: “Las elecciones del domingo revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé muy bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia. “Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme algún día cuenta rigurosa. “Para conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, encargo a un Gobierno que la consulte, convocando Cortes Constituyentes, y mientras habla la nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos. “También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que, tan hondo como yo, lo sientan y lo cumplan los demás españoles.” Algunos ministros, vencidos por la emoción, lloraban.. El Rey firmó el documento y lo entregó al almirante Aznar. Ya todos en pie, convienen en que el almirante Rivera acompañe a Su Majestad. La familia real partirá al día siguiente para Francia; la salud del Príncipe de Asturias no permite dar a su partida premuras y urgencias que, por otra parte, el Rey no cree necesarias; piensa que el odio popular se ha concentrado contra él, no contra la institución. 46

El Consejo ha terminado. Ha llegado el duro momento de la despedida. El Rey conserva su serenidad, pero el color moreno de su cara trasluce la palidez. Tras unos momentos de silencio que parecen siglos y que nadie se atreve a romper, abrumados todos por la emoción de la hora y por el respeto de siempre, el Rey exclama: —Señores: en el momento de abandonar el Palacio de mis mayores, en que nací y en que nacieron mis hijos, y en que siempre pensé en el bien de mi Patria, no puedo decir más que estas palabras: ¡Viva España! Llegó en esto el general Cavalcanti diciendo: “Yo no puedo consentir que esto ocurra. Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta”. Pero el Rey le disuadió con un gesto enérgico. Romanones, antes de abandonar el Palacio, escuchó reproches e inculpaciones de no pocos cortesanos. Grandes de España, nobles de todo rango, amigos de los Reyes, algunos militares, expresaban su duelo en salones y galerías... Durante la celebración del Consejo, se habían recibido dos recados apremiantes del Gobierno provisional, constituido en casa de Miguel Maura y dueño de todos los resortes del mando, puesto que el muy decisivo de la Guardia Civil acababa de ponerlo en sus manos el Director General de aquel Instituto, general Sanjurjo. “Yo acataré al Gobierno que me mande desde Gobernación”, había dicho por la mañana a un autorizado mensajero. Promediada la tarde se entrevistó Sanjurjo personalmente con los ministros de la República, y éstos, hacia las siete, se dirigieron hacia el Ministerio aludido, clave de la vida española. El propio Alcalá Zamora nos cuenta cómo fue: “Cuando aún quedaba alguna luz, salimos en dos automóviles hacia el Ministerio de la Gobernación... Tuvimos la fortuita de pasar inadvertidos para el público hasta unos trescientos metros del Ministerio. Desde allí, lo. marcha fue lentísima, porque el entusiasmo delirante de las masas llegó a lo indescriptible. En recorrer tal distancia hubimos de tardar cerca de media hora, y fue milagroso abrimos paso sin producir desgracias. Por fin, apretándose la multitud hasta lo inconcebible para dejarnos pasar, queriendo llevarnos con sus brazos, llamamos con insistencia, con repetición incesante, golpeando con redoblada energía en las puertas cerradas y custodiadas del Ministerio Unos instantes de tardanza que se midieron por todos con la duración aparente y la intensidad real de un hecho decisivo. Por fin, si hubo vacilación, ésta hubo cedido; la puerta se abrió, los oficiales y la fuerza de la Guardia Civil se cuadraron, saludando a la representación 47

del nuevo poder que entraba: éramos ya Gobierno, habíamos vencido.” Desde el balcón del Ministerio saludaron a la muchedumbre los nuevos ministros, y como primera exigencia reclamada desde un cartel, se guardó un minuto de silencio por Galán y García Hernández. Momentos después, Alcalá Zamora dirigió por “radio” un saludo, en nombre del Gobierno de la República, a todo el pueblo español, “que había dado al mundo un ejemplo sin igual e inimitable, resolviendo el problema de la revolución latente en medio de un orden maravilloso... Estamos seguros de que España vivirá una completa aurora de amor entre todas las regiones, donde ningún pueblo se sienta oprimido y el amor impere...” Las palabras del señor Alcalá Zamora, con doble y seguida invocación al amor, cayeron como un rocío sobre aquella masa apretada y sudorosa que llenaba la Puerta del Sol. Unos oradores espontáneos acabaron por convencer al pueblo de que ya era libre y que desde aquel instante España podía compararse con la dulce Arcadia. Alguna mujer, extendiendo los brazos en gesto de redención y de gozo, gritó: ¡Ya tenemos madre! Y por entre la masa espesa, impenetrable y heterogénea, otros hombres, a duras penas, pasearon unos carteles que decían: ¡Que nadie la manche! Mientras tanto, el Rey emprende la marcha, saliendo de Palacio a la explanada del Campo del Moro, donde esperaban los automóviles. La comitiva se dirige hacia Aranjuez, La Roda, Albacete, Murcia... Cartagena. Más de ocho horas de viaje por las carreteras de España bañadas de luz de luna. Durante el viaje, el Rey guardaba largos silencios. En su pensamiento giraba la visión de sus treinta años de reinado. El Rey, resumiéndolos, dirá: “He tenido que lidiar con cuatro atentados serios y una docena de menor cuantía, con las consecuencias de dos costosas guerras y con innumerables alzamientos, siempre latentes. Ha sido la mía una vida de hondas vicisitudes. ¡Treinta años de equilibrio en la maroma! ¡Un verdadero récord! De igual modo que el artista de circo busca la postura de equilibrio, así buscaba y ó continuamente fórmulas...” Un reinado con treinta y ocho Gobiernos e incontables crisis parciales, con la natural inconsistencia política y social que se deriva de este trasiego, producto del sistema constitucional y parlamentario imperante. 48

Mientras el Rey camina hacia el destierro, Madrid, y con Madrid la nación entera, penetraba en la gran ilusión republicana. La Corte se ha convertido en una casa de orates. Masas y masas de gentes de todas las clases sociales manifiestan ruidosamente su alegría por las calles. A estas multitudes se iban uniendo unas hordas aborrascadas, frenéticas, vinosas, jamás vistas, que salían a bocanadas de todas las calles para converger en la de Alcalá, en la Puerta del Sol, en la Plaza de Oriente. Se encaramaban a los tranvías, asaltaban los “taxis”, desfilaban en camiones, cantaban coplas soeces y atronaban los espacios con sus gritos... Un, dos, tres... ¡Muera Berenguer! Y refiriéndose al Rey, el estribillo: No se ha “marchao” que le hemos “echao”. Mientras las calles se ennegrecían con las más extrañas gentes, en los balcones aparecían las colgaduras y en los centros oficiales y en los de recreo y en los Bancos lucían los damascos, tapices y reposteros, en prueba obligada de que se sumaban al júbilo popular. Aquella locura de las masas desbordadas rayaba en frenesí en la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real, donde olfateaban prisionera y cercada la gran presa. Desde los fondos oscuros y tenebrosos de la turba ascendía, como un hálito prometedor y sugestivo, la seguridad de la tragedia. Tenía la masa el vaivén de la marea que rompía contra los muros del Palacio. Iban cogidos del brazo soldados con los uniformes desabrochados, mujeres desgreñadas, cubiertas con gorros cuarteleros; obreros que se habían proporcionado armas y correajes, menestrales con un pañuelo rojo al cuello, ateneístas arengadores que actuaban de espoliques. Mozalbetes que se encaramaban a las estatuas y a los árboles... Aquí se cantaba La Marsellesa, allí sonaba el Himno de Riego... Frente a este océano humano, el Palacio Real; frío, solemne y triste como un panteón, cerrado, impenetrable... Las turbas parecen exasperadas por aquella soledad y aquel silencio. ¿No es una provocación al pueblo? Hay que forzar las puertas y asaltarlo; y para ello se busca un camión y se le lanza a la máxima velocidad contra una de las puertas, para hundirla. La operación es acogida con vítores y aplausos y voces azuzantes, para que los ejecutores la coronen con éxito. La Reina y las Infantas, que se encontraban pálidas, temblorosas y en constante llanto velando al Príncipe 49

de Asturias, enfermo en su lecho, en las habitaciones del entresuelo, sienten el estruendo del choque y se asoman tímidas a las rendijas para atisbar lo que sucede. Pueden ver cómo unos hombres han trepado hasta las ventanas y desde ellas saludan a la multitud con unos trapos rojos... Los pocos húsares de Pavía que estaban allí para mantener el orden han sido anegados por el oleaje de las masas. La guardia exterior hubo de refugiarse en las garitas. En este momento se abre la puerta del Príncipe y aparece un escuadrón de la Escolta Real, dispuesto a cargar en defensa del Palacio y de su Soberana. Los alabarderos han dejado sus alabardas y van armados con los fusiles con que acostumbran a prestar los servicios nocturnos. La muchedumbre retrocede iracunda. Un muchacho, como de unos diecisiete años, se aproxima al Alcázar para parlamentar. Es uno de los jefes de grupo de la llamada “guardia cívica republicana”, que ha hecho su aparición aquel día con el encargo de mantener el orden y de que nadie manche “la blancura impoluta” de la República. Pide al oficial que sean retiradas las fuerzas de la Escolta y cerrada nuevamente la puerta, comprometiéndose a su vez a conseguir que el edificio sea respetado por la multitud. Así se conviene, y cuando se retira la fuerza, la siguen en tromba aplausos y silbidos. Aún quedan junto a las puertas unos pocos guardias de Seguridad, de uniforme. El jefe de la “guardia cívica” parlamenta de nuevo y exige que se retiren los guardias, que de nada sirven, puesto que serían arrollados fácilmente por la multitud y, en cambio, su presencia la hostiga. Parece ya excesiva la petición, pero como el argumento no deja de tener fuerza dialéctica, ya que es escasa la que aquellos guardias representan y, por otra parte, promete el parlamentario encargarse con sus gentes de la defensa del Alcázar, es atendida su reclamación. El “guardia cívico” ha pedido una soga resistente y la tiende de un lado a otro del entrante que el edificio ofrece, frente a la puerta del Príncipe, sosteniéndola con las manos unos veinte o treinta compañeros suyos. El público que pasa de espectador a coadyuvante, aplaude y facilita la maniobra. Después de las dos de la madrugada, cansados de una espera que no les ofrecía lo que deseaban, los grupos se encaminaron hacia otros sitios que les prometían mejor coyuntura para sus afanes bullangueros. Larga e interminable noche para quienes la vivieron dentro de Palacio. La Reina y las Infantas, ayudadas por dos damas, preparan apresuradas los equipajes. A las cuatro y media de la madrugada se supo 50

que el Rey estaba a bordo del Príncipe Alfonso, camino del destierro. El viaje se había realizado con escasos incidentes, ninguno de importancia. A las siete de la mañana, la familia real oye misa en el salón de Tapices, adonde llega el estruendo de las gentes, que otra vez llenan la Plaza de Oriente y atruenan el espacio con sus gritos y canciones. La familia real se ve imposibilitada de tomar el tren en Madrid, porque a la misma hora aproximadamente de su salida tiene llegada el que conduce triunfantes a Indalecio Prieto, a Marcelino Domingo y a otros emigrados, a los que se prepara un recibimiento apoteósico. Se acuerda entonces que vayan los automóviles hasta El Escorial, en donde se detendrá el convoy. Y a través de salones y galerías, en donde los alabarderos forman por última vez, se dirigen a tomar sus coches, que esperan a la entrada del Campo del Moro. Sale la comitiva, a la cual se agrega luego el general Sanjurjo y un automóvil de escolta ocupado por guardias civiles. Al llegar al alto de Galapagar se detuvieron, pues era demasiado temprano para ir a la estación. La Reina quiso despedirse por última vez de los leales que la acompañaban en aquel trance. Una piedra por trono y por dosel el cielo. —Este es —dijo elevando su mirada— el recuerdo que me quiero llevar de España: el de su cielo azul y el de su sol. Trepidaron los motores. La Reina se despide de todos. A Carmen y Pilar Primo de Rivera les dice al tiempo de marchar: —Si vuestro padre hubiera vivido, nada pasaría. Ya en la estación de El Escorial se acomodaron la Reina y sus hijos en el coche-salón que allí había preparado para engancharlo al expreso de Irún, que, procedente de Madrid, tenía que conducir a la familia real a la frontera. El Príncipe de Asturias hubo de ser transportado en brazos. Se encontraban allí el Presidente del último Gobierno, Almirante Aznar; el conde de Romanones, el embajador de Inglaterra, el general Sanjurjo y unos pocos leales que esperaron hasta el postrer instante... Poco después de las diez arrancó el tren... Apartado, en un extremo del andén, el conde de Romanones se enjugaba una lágrima. Quedaba entregada España a una incógnita política. Un filósofo de los que más habían contribuido al hundimiento de la Monarquía, aseguraba que la nación, por primera vez en la Historia, era dueña de sus destinos. 51

Otro filósofo profetizaba que España, perdido su último resorte, se precipitaba en el abismo. Sin embargo, era indudable que los resortes vitales de la Monarquía habían fallado, y de ahí su fracaso. Para buscar las causas de este desmoronamiento había que examinar los cimientos en que se asentó la Restauración. Se inspiró ésta en principios liberales. Por eso la voz solemne de Vázquez de Mella pudo profetizar: “La Monarquía que se asocia con el liberalismo y busca en los partidos liberales y en las Constituciones que ellos tejen y destejen su apoyo, se suicida, porque a sí misma se condena a muerte irremisiblemente, solicitando fuerzas de sus adversarios y fundamentos en principios que le son contradictorios”. Fue en Cartagena, a la caída de la tarde del día 14 de abril, cuando el capitán general del Departamento Marítimo recibió la orden de que estuviera preparado un buque de guerra para salir con una misión especial. En el muelle quedaban dispuestos para zarpar inmediatamente los cruceros Príncipe Alfonso y Almirante Cervera. A las nueve de la noche, un nuevo mensaje ordenaba que en el buque se preparasen dos camarotes para viajeros de importancia, y se anunciaba que se concretarían las órdenes verbalmente por el propio Ministro de Marina, que llegaría con los incógnitos pasajeros. A las tres de la madrugada, el almirante jefe de la Escuadra convocó al de la división de cruceros y a los comandantes de los buques, y les dio cuenta de la próxima llegada del Rey. Serian las cuatro menos cuarto de la mañana cuando, procedentes del Arsenal, se acercaron al crucero Príncipe Alfonso dos gasolineras, transbordando al crucero el Rey y sus acompañantes. Las entrevistas del Monarca con los personajes y oficiales a bordo fueron brevísimas. Al despedirse les dijo: —En el siglo que vivimos, y después de la votación del domingo, un Rey no puede hacer más que lo que yo he hecho. De ninguna manera puedo permitir que se derrame sangre por defender mi Trono. Después salió a cubierta y se despidió de las autoridades. El crucero empezó a maniobrar lentamente. En el horizonte salía el sol entre espumas y torrentes de luz... Otra madrugada, al alborear del día 16, el Príncipe Alfonso entraba en Marsella... El puerto aparecía solitario. El Rey se despidió de los oficiales, 52

uno a uno. En el crucero estaba preparada la bandera republicana, que se izaría tan pronto desembarcase el Monarca. Cuando éste llegó a tierra, se volvió para contemplar al Príncipe Alfonso. ¡Aquel nombre campeando sobre un crucero español!... Rompió a llorar. Así inició su destierro el Rey don Alfonso XIII.

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La quema de conventos

Se acababa de proclamar la República. Toda España está caldeada por el febril entusiasmo que se ha derramado por la Península como una ola venturosa. Con ánimo de prolongar esta euforia, el Gobierno declara el día 15 de abril fiesta nacional. Veinticuatro horas más de expansión y de desmanes, que tampoco faltan entre el fragoroso júbilo que todo lo envuelve. Las masas sufren la obsesión de destruir todo lo que huela a monárquico: han arrancado los escudos, con corona real, dé los coches del Metro; han apedreado las vidrieras de algunos centros oficiales por la misma sólida razón; han borrado los signos heráldicos que ostentaban algunos coches particulares. Es poco. Saltan hechos trizas los rótulos de “proveedores de la real casa”; son derribadas las estatuas de Isabel II y de Felipe III, y en algunas provincias no se libran del furor iconoclasta ni las de los reyes godos. En Málaga es arrojada al mar la estatua del marqués de Larios e incendiada La Unión Mercantil; en Pamplona derriban el busto del general Sanjurjo; en Sevilla clavan la bandera roja en el Palacio Arzobispal. Más graves son los sucesos de Tetuán, donde la guardia mora rechaza un intento de asalto a la Alta Comisaría, y resultan cinco muertos y veinticinco heridos. Hay una epidemia de agresiones, pues son muchos los que se aprovechan del acontecimiento para satisfacer alguna venganza. La Gaceta sale llena de Decretos: por uno de ellos se hace saber que “interpretando el deseo inequívoco de la nación, el Comité de fuerzas políticas coaligadas designa a don Niceto Alcalá Zamora y Torres para el cargo de Presidente del Gobierno provisional de la República”. Además, se hace constar que el Presidente del Gobierno “asume la Jefatura del Estado, con el asentimiento expreso de las fuerzas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional”. Y firman todos los que a su vez, por sucesivos Decretos del señor Alcalá Zamora, serán nombrados ministros hasta componer el siguiente Gobierno: Presidente, Niceto Alcalá Zamora; Estado, Alejandro Lerroux; Gracia y Justicia, Fernando de los Ríos; Gobernación, Miguel Maura; Hacienda, Indalecio Prieto; Fomento, 54

Alvaro de Albornoz; Instrucción Pública, Marcelino Domingo; Ejército, Manuel Azaña; Marina, Santiago Casares Quiroga; Economía. Luis Nicolau D’Olwer; Trabajo, Francisco Largo Caballero; Comunicaciones, Diego Martínez Barrio. Don Eduardo Aunós hace de este Gobierno la siguiente disección: “La Presidencia del Gobierno se la quedó Alcalá Zamora, el tránsfuga de la Monarquía que soñaba con una República conservadora y casi reaccionaria. El Ministerio de la Gobernación fue confiado a Miguel Maura, completamente inédito, pero que se amparaba en el ilustre nombre de su padre. Ambos, Alcalá Zamora y Maura, servían de señuelos para atraer a las gentes asustadizas y a la burguesía liberal... Para la delicada misión de dirigir el Ministerio de Asuntos Exteriores, se escogió al viejo demagogo Alejandro Lerroux, jefe del partido republicano radical, como así se llamaba todavía, aunque estuviese compuesto principalmente de hombres encallecidos en la navegación aventurera que va desde los acantilados de la demagogia hasta los puertos del bienestar social. El Ministerio de la Guerra se confió a Manuel Azaña, otro personaje inédito, ex reformista oscuro durante la Monarquía, escritor de escasa fortuna, aspirante fracasado a político y secretario perpetuo del Ateneo de Madrid; había figurado en el Comité revolucionario en nombre de un vago partido, la Alianza Republicana, de la cual nadie conocía otra cosa que el título. La cartera de Marina la obtuvo Casares Quiroga, que en su tierra tan propicia al caciquismo, Galicia, representaba el cacicato republicano. En Instrucción Pública se puso a Marcelino Domingo, un aventajado publicista de mentalidad radical e ideas primarias. Del Ministerio de Obras Públicas se encargó Albornoz, el alter ego de Domingo en la dirección de otro vago partido, el Radical Socialista, cortado según el patrón del partido francés del mismo nombre, pero sin su meollo. Para la Justicia, la Hacienda y el Trabajo fueron designados, respectivamente, tres destacados socialistas: Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto y Largo Caballero; el primero, un intelectual, profesor y retórico; el segundo, un arribista de gran viveza nativa, salido de la nada y acogido al socialismo como el que se agarra al primer trapecio que encuentra a mano para subir; y el tercero, prototipo del fanático marxista, de mentalidad angosta y rectilínea, sin atmósfera humanística ni más horizonte que el de la terquedad. Este trío socialista constituía la base más fuerte y firme del Gobierno. El resto era pura decoración: en el Ministerio de Comunicaciones se puso, por poner a alguien, a Martínez Barrio, un jefecillo republicano andaluz, lugarteniente de Lerroux; y para un puesto tan importante como el de la Economía, 55

como había necesidad de tener en el Gobierno a un representante de la política catalana, se nombró por pura carambola (por el mero hecho de ser el único catalán firmante del manifiesto revolucionario) a Nicolau D’Olwer, un erudito barcelonés, que pasó de las raíces griegas y las etimologías latinas, en las que probablemente entendía algo, a los tratados de comercio, los contingentes de importación y los problemas arancelarios, en los cuales, sin duda alguna, no entendía nada.” Podrían decir los gobernantes que todo iba como una seda si no apuntara una amenaza que ensombrecía el horizonte por el lado de Cataluña. También Barcelona vivía en una euforia parecida a la de Madrid, salvo que allí los malos humores de la plebe se volcaban contra Cambó, y el estribillo de la algarabía callejera se reducía a éste: “¡Visca Maciá! ¡Morí Cambó!”. Por lo demás, el aspecto de las calles y las expansiones en el Metro, en los tranvías y camiones, era la profusión de banderas rojas o con la estrella solitaria separatista, y hasta las soviéticas con hoces y martillos, que ondean por doquier. En cuanto a música, predominaban Els Segadora y La International. La nota sangrienta la pusieron los pistoleros del Sindicato Único, que a favor de la confusión, asesinaron a tres sindicalistas del Libre e hirieron a otros cinco. La amenaza de Cataluña estaba simbolizada en Maciá, que pretendía pasar de matute su “república”, de la que ya se habla erigido en “presidente”, y como tal firmaba una circular a los alcaldes de Cataluña que comenzaba así: “En el momento de proclamar el Estado catalán bajo el régimen de la República catalana...” Amigos suyos se habían adueñado del Ayuntamiento de Barcelona y de la Diputación. Los radicales se apoderaron del Gobierno Civil por breves horas. Maciá amenazó con enviar dos mil hombres armados con orden de asaltarlo, y por si no fuera bastante, el capitán general ordenó que se hiciera entrega inmediata del cargo “al ya nombrado Ministro del Gobierno catalán don Luis Companys”, pues Maciá tenía designado también Gobierno propio, al que pertenecía el citado Companys. Y hasta quedó designada una Comisión oficial para estudiar la inmediata creación de la Universidad autónoma. Este proceder de Maciá disgustó profundamente a los componentes, del Gobierno provisional, que se dirigieron a él por teléfono reiteradamente llamándole a la prudencia y al orden, en súplica de que no se desmandase. Pero Maciá, insensible a estas apelaciones, continuó impertérrito por el camino de la independencia, con lo que obligó al Gobierno de Madrid a una intervención más enérgica: Marcelino Domingo 56

y Fernando de los Ríos, en unión de Nicolau D’Olwer, fueron designados para gestionar directamente con Maciá una tregua a sus ímpetus separatistas y una inteligencia cordial entre los dos poderes. Las negociaciones fueron muy laboriosas. Maciá aducía que su proceder era de conformidad con lo pactado en San Sebastián. Los ministros, invocando la salud de la República, suplicaban comprensión y aplacamiento de las impaciencias, sin discutir los derechos de Cataluña, que era cuestión que competía a las Cortes. El Presidente catalán acabó por ceder, si bien sólo en cosas accidentales. Y en descargo de los escrúpulos que pudieran quedar en la conciencia de Maciá, en posterior declaración expresó éste que los catalanes consentían en privarse, por una breve interinidad, “de una parte de aquella soberanía, a la cual teníamos derecho”. Pero como las relaciones con Barcelona no acababan de ser claras y cordiales y Maciá persiste en llamarse “presidente” y en actuar como tal, el Gobierno resuelve que los catalanes conozcan al auténtico Presidente de la República para que no prevalezca la confusión. Eli 26 de abril llega Alcalá Zamora a Barcelona, acompañado de Nicolau D’Olwer. El recibimiento fue de apoteosis, con infinidad de banderas separatistas. En compañía de Maciá y envueltos en un trueno de incesantes aplausos, se trasladan a la Generalidad, desde cuyos balcones hablaron los dos presidentes. El de Cataluña para elogiar el espectáculo, que daba “un rotundo mentís a los que se empeñaban en hacer circular insidias acerca de hipotéticas desavenencias entre el Gobierno de España y el de Cataluña”. Acabó con un viva a la unión de las Repúblicas españolas. Alcalá Zamora aseguró que “había presenciado el espectáculo más maravilloso que jamás vieran sus ojos”. Y dijo que el Rey había tenido amordazadas a las regiones y que la República estaba dispuesta a hacer justicia a Cataluña. Dentro del Gobierno central empieza a destacarse -i Ministro de la Guerra, señor Azaña. Anteriormente había escrito algo y hablado mucho sobre temas margales. Pero de cuanto llevaba escrito y hablado sobre esta cuestión, no se podía colegir afán por ennoblecer el Ejército, sino más bien un secreto y avieso designio de aniquilarlo. Con su primer Decreto, abre la puerta a todos los jefes y oficiales que deseen abandonar la carrera si les disgusta continuarla bajo el régimen republicano, concediéndoles el paso a la situación de retirado, con el 57

mismo sueldo que disfruten actualmente en su empleo y cualesquiera que sean sus años de servicio. “Más de 10.000 jefes y oficiales de todas las Armas y grados se acogieron al Decreto y solicitaron el retiro. Azaña logró con creces lo que se propuso —escribe Mola—, porque además de conseguir separar del servicio activo a buen número de generales, jefes y oficiales, que era lo que en primer término deseaba, el proceder atropellado e irreflexivo de gran parte de éstos llevó al ánimo del elemento civil el convencimiento de que el Cuerpo de oficiales no era más que una partida de muertos de hambre, cuya única ilusión consistía en vivir sin trabajar; y es de justicia reconocer que la conducta observada abonaba tal creencia.” A esta disposición añade otra en la misma fecha, por la que anula la convocatoria de la Academia General Militar; no se trataba, pues, tan solo de podar oficialidad más o menos monárquica al Ejército, sino de arrancar de cuajo sus raíces. El día 27 de abril, el Gobierno decreta el cambio de bandera nacional, la cual, a partir de entonces, será la tricolor: roja, amarilla y morada. “Durante más de medio siglo la enseña tricolor ha designado la idea de la emancipación española mediante la República”. De la antigua “se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite como insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España.” El artículo segundo dispone: “En el centro de la banda amarilla figurará el escudo de España, adoptándose por tal, el que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno provisional en 1869 y 1870.” El Himno de Riego es adoptado como himno de la República. Estamos a la vista del 1.º de Mayo, la fecha proletaria por excelencia. Había sido declarada oficial la fiesta del trabajo. Desde antes de la Dictadura no se solemniza con manifestaciones, y los socialistas entienden que este año, con tres correligionarios en el Gobierno e innumerables distribuidos en toda la organización estatal, no tienen justificación las demostraciones violentas y menos las conclusiones con solicitudes inverosímiles. Se dirigen exhortaciones a las masas conscientes para que ese día no se desmanden, y se hacen apelaciones a la corrección y a la prudencia. Don José Ortega y Gasset ha elogiado, desde el diario Crisol, la sencillez 58

de la República, y el mismo periódico ha pronosticado un “Primero de Mayo sin inquietud, sin retenes de Guardia Civil. Un día que sea una rotunda e inconmovible definición del orden. Sin descargas de fusilería en las calles. Descanso de una densidad desconocida”. Madrid quedó yerto. El paro alcanzó tales proporciones que holgaron hasta el personal de los servicios sanitarios y los enterradores. La manifestación en Madrid transcurrió sin incidentes, y Alcalá Zamora prometió a los obreros atender con preferencia sus problemas. En provincias ya fue otra cosa: hubo manifestación comunista en Bilbao, con rociada de tiros y veinticinco bajas; desórdenes en Barcelona, con asalto al mercado de la Boqueria y agresiones a la fuerza pública, y nutrido tiroteo frente al Palacio de la Generalidad, donde pretendían entrar los grupos, que enarbolaban banderas rojas. Las fuerzas del Ejército, reclamadas cuando más apurada era la situación, impusieron el orden. Un guardia muerto y quince heridos de los dos bandos fue el balance de esta jornada barcelonesa. Los sindicalistas y anarquistas, que en número de 25 000 se habían congregado en el Palacio de Bellas Artes, de Barcelona, reclamaron, entre otras cosas, la incautación de los bienes del Clero y las Ordenes religiosas para destinarlos a obras públicas. Los manifestantes de Sevilla redactaron unas conclusiones de carácter comunista: reconocimiento de la U. R. S. S.; abolición de la Ley de Orden Público; viajes gratuitos para los parados; desarme de los Cuerpos armados; armamento del proletariado; libertad, hasta la separación, de Vasconia y Cataluña; constitución de los Soviets de obreros, campesinos y soldados, etcétera. El diario de Moscú, Pravda, publicaba unos consejos a los comunistas españoles, y les decía: “Es indispensable prepararse para una lucha armada contra el Gobierno provisional burgués y reaccionario. El partido comunista debe asumir la dirección de las masas para la conquista inmediata de la libertad. Hay que atraer a los soldados al Soviet y crear una guardia obrera revolucionaria”. Pero no se limitaba Rusia a dar consejos a través de su prensa, sino que envió a España a Bela Kun, primero, y después a Ilya Eremburg y Primakoff, con la consigna de atraer a las filas comunistas a los elementos socialistas más exaltados. No obstante, era por entonces el partido comunista español numéricamente muy pequeño, ya que se le calculaba en esa fecha unos 1.800 afiliados en toda España. Por el contrario, el 1.º de Mayo quedó bien patente el gran 59

empuje que habla cobrado el sindicalismo y el anarquismo desde la salida de Primo de Rivera, y la preponderancia que adquirieron sobre las masas obreras tan pronto como tuvieron libertad de propaganda. Las derechas también se organizan. El día 7 de mayo se presentaba al público con un manifiesto “una organización de defensa social que actuará dentro del régimen político establecido en España”, denominada “Acción Nacional” “Defenderemos —decía el documento— instituciones y principios no ligados esencialmente a una forma determinada de Gobierno, sino fundamentales y básicos en cualquier sociedad que no viva de espaldas a veinte siglos de civilización cristiana”. Y después proclamaba como un programa de salvación estas afirmaciones: “Religión, Patria. Familia, Orden, Trabajo, Propiedad”. Firmaba el documento “El Comité organizador de Acción Nacional”, sin especificar más. La mayoría de los integrantes de este Comité pertenecían a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, fundada y presidida por don Angel Herrera, director de El Debate, la que dispuso que algunos de sus asociados salieran por parejas a recorrer las provincias para recoger una impresión directa de los elementos con los cuales podía contarse para futuras actuaciones. Fue al regreso de este viaje cuando se redactó el reglamento de Acción Nacional, presentado a la Dirección de Seguridad el día 29 de abril. La misión principal de Acción Nacional no consistía “en formar guerrilleros, sino en educar ciudadanos”. Por su parte, los monárquicos madrileños proyectan agruparse y constituir partido, abriendo su Círculo en una casa de la calle de Alcalá. El nuevo partido monárquico comenzaba su vida legal el día 10 de mayo. Aquella mañana del domingo, 10 de mayo de 1931, los monárquicos madrileños inauguraban su Circulo instalado en una casa de la calle de Alcalá. Para ello contaban con la autorización expresa de la Dirección General de Seguridad. Esta reunión fue elegida por los revolucionarios como pretexto para desarrollar un programa terrorífico elaborado minuciosamente, y con la certeza de que ningún obstáculo lo impediría. Todo quedó previsto y articulado: desde la hora en que habría dc 60

propalarse el primer rumor, hasta el sitio apropiado ‘ para guardar la gasolina necesaria. La jornada acreditaría, a su remate, que la realización de los sucesos había sido planeada y dirigida por técnicos de la agitación y expertos incendiarios. Iba a disolverse la Asamblea monárquica, allá hacia la una de la tarde, cuando un “taxi” se detuvo ante la casa de la calle de Alcalá, y el chófer trabó disputa con unos jóvenes que, según el mecánico, le agredieron mientras vitoreaban al Rey. Era lo convenido. El escándalo atrajo a los complicados, que lo esperaban como señal. Inmediatamente se divulgó la especie de que los monárquicos habían herido a un chófer. Unos minutos después se propalaba que el mecánico estaba moribundo; y tan bien tendida y en funciones tenían preparada la red de alarma, que a la hora corría por Madrid la noticia del “asesinato” y hasta se puntualizaba que uno de los “criminales” era el director de ABC, don Juan Ignacio Luca de Tena. Una muchedumbre encolerizada y rugiente se situó ante el edificio con la pretensión de asaltarlo. Los grupos dispuestos a propagar la agitación, advertidos de que ya se había producido lo esperado, salieron hacia los lugares designados de antemano, en que había que operar, dedicándose a azuzar a las gentes. Pronto asomaron las turbas, que recorrían las calles sin impedimento, perseguían a los coches, detenían a los tranvías, apedreaban los escaparates e intentaban asaltar algunas armerías. En las barriadas del cinturón de Madrid, la noticia prendió con celeridad y encendió en ira a las masas, que se agitaban ávidas de motín y saqueo. Los primeros grupos fueron contra el ABC con el propósito de asaltarlo. La fuerza pública lo impidió y para ello hubo de hacer fuego y ocasionó dos muertos, que a los pocos momentos la fantasía popular los multiplicó hasta lo incalculable, y los hacía víctimas de una lluvia de flechas envenenadas que aseguraban habían partido de las ventanas del periódico. Entretanto, los reunidos en el Circulo monárquico habían sido sacados por la policía y conducidos a la Dirección de Seguridad en coches celulares. Las turbas se opusieron a que algunos de los detenidos fueran transportados en vehículos y hubieron de hacer el recorrido a pie, siendo injuriados y maltratados durante todo el trayecto sin que lo impidiera la fuerza que los conducía. 61

La agitación continuó toda la tarde con su séquito de mueras, tiroteos y agresiones. Los centros estudiantiles se conmovían también, y pudo observarse que en el Ateneo se encrespaba la marea revolucionaria y que la logia masónica de Chamberí celebraba “tenida”, a la que concurrían personajes muy conocidos. En el Ministerio de la Gobernación estaban al corriente de todo, diríase que con indiferencia. Media docena de Ministros contemplaban desde él la marejada de la multitud, y hasta las horas de la madrugada no cesaron de llegar comisiones de ateneístas, de obreros y de estudiantes, pidiendo las cosas más absurdas. Una de estas comisiones subió al Ministerio para pedir la libertad de Abd-el-Krim, el cabecilla moro. Con este barullo se empezaba a crear el ambiente propicio para cosas más concretas. Se cruzaron gritos que eran ya un programa: “¡Mueran los jesuitas! ¡Hay que quemarles el convento!” Los focos revolucionarios están en ebullición: los jefes comunistas de Madrid deliberan. De lo allí tratado informaría más tarde el secretario del Comité Central comunista: “Además de los dirigentes locales, asistían al conciliábulo dos miembros del Secretariado General y una delegación de la Internacional. Acordóse plantear la huelga general, aconsejar el asalto a las armerías y la fraternización de los soldados y obreros. Habla que aprovechar cualquier manifestación para lanzar las consignas de los soviets y provocar el alzamiento contra el Gobierno provisional. Se resolvió, además, dar órdenes concretas a las células comunistas con respecto a determinados incendios.” Este programa empieza a realizarse desde las primeras horas de la mañana del día 11 de mayo. La ciudad amanece agitada bajo el peso del miedo y la expectación. La huelga, iniciada de noche, fue general desde las primeras horas: queda paralizada la circulación; se distribuyen hojas subversivas y los guardias son silbados e injuriados. Por las calles circulan grupos inquietos, se oyen palabras amenazadoras. La Puerta del Sol empezaba a llenarse de aullidos y puños crispados. Un joven, bien portado, capitaneaba a la chusma y la enardecía. Corrían rumores absurdos y el nombre del general Berenguer sonaba con ira en las conversaciones. Se repetían los gritos: “¡Abajo los conventos! ¡A la Gran Vía! ¡A la Flor! ¡Mueran los Jesuitas!” Algunos minutos después los manifestantes llegaban a la Residencia que los Padres de la Compañía tenían en la calle de la Flor, en el extremo de la Gran Vía, junto al cruce de 62

la calle de San Bernardo, donde hoy se encuentra situado el Hotel Emperador. Durante la noche del 10 al 11 se recibió una Circular en todas las Comisarías de Madrid, advirtiendo que por la mañana habría intentos de perturbar el orden público, pero que en modo alguno se reprimiesen sin solicitar instrucciones de la Dirección General de Seguridad. En efecto, a primeras horas de la mañana, un inspector afecto a la Comisaría del distrito de Palacio comunicó al Director General de Seguridad que comenzaban a formarse grupos frente a la Residencia de los Jesuitas y que fácilmente podrían disolverse. Este reiteró las órdenes de abstención, y ante la insistencia del expresado funcionario, que repitió varias veces los avisos telefónicos, terminó por colgar el aparato sin querer oírle. Las turbas rodearon la residencia y comenzaron a apedrearla. Los Guardias Civiles, que llegaban en ese momento, dispararon unos tiros al aire y en un instante quedaron limpios de gentes aquellos aledaños y renacieron la calma y la esperanza. Sólo por unos momentos. Desgraciadamente, pronto volvieron los grupos y en mayor número, promoviendo infernal algarabía. Traían ya bidones de gasolina y rociaron la puerta principal. La valla que rodeaba el edificio comenzó a arder, y con algunas de sus tablas se comunicó el fuego a otros lugares. Los guardias, cumpliendo instrucciones, se abstuvieron de actuar, y otro tanto sucedió a la llegada de los bomberos. Unos y otros, después de un rato de vacilación y de incertidumbre, optaron por cruzarse de brazos o retirarse. Alentados por esta conducta, los más exaltados se decidieron a penetrar en la iglesia llevando latas de combustible. Pronto los bancos, los altares y los confesionarios empezaron a arder. Lenguas de llamas rojizas se asoman por los ventanales y en el exterior la gente aplaude y vocifera. Las llamas ganaban terreno y el edificio era ya una hoguera. Los Padres jesuitas, ante el riesgo de perecer abrasados vivos, tuvieron que huir por tejados y azoteas; algunos fueron detenidos entre soeces insultos, golpes y amenazas de muerte. Desalojada la Residencia, los incendiarios prosiguen su obra destructora, cruzando por los corredores revestidos sacrílegamente de estolas y casullas. Uno de ellos sale con un gran cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, y, después de clavar un puñal en el corazón de la imagen, la arroja al fuego. Se oyen estruendos de bóvedas que se derrumban y estallidos de llamas crepitantes. Por los intersticios de la cúpula salen 63

lenguas de fuego y espirales de humo. En las primeras horas de la tarde no quedan más que los muros calcinados y entre ellos una montaña de escombros. Ardieron numerosas obras de arte y reliquias sagradas y una biblioteca de más de 90.000 volúmenes, donde se conservaban ediciones únicas y de un valor inestimable. Del edificio de la calle de la Flor, un grupo de revoltosos se dirigió al convento cercano de las Vallecas, religiosas Bernardas, que se habían instalado allí en el siglo xvi. Una muchacha de aspecto distinguido dirigía a la horda, en la que no faltaban algunos “guardias cívicos”, que se mezclaron a la muchedumbre con el propósito de realizar su obra de protección. Después de vacilar un rato las monjas se decidieron a abrir, y protegidas por los cívicos salieron a la calle, que algunas de ellas no habían pisado en cerca de medio siglo: iban llorosas y estupefactas, envueltas en la blanca cogulla de San Bernardo. Cuando salió la última, una octogenaria a quien tuvieron que transportar en brazos, una turba infernal se había derramado ya por todo el convento para saquear, incendiar y jugar con los ornamentos sagrados. Era ya el edificio una inmensa hoguera y empezó a temerse que el fuego se adueñase de las casas contiguas: los bomberos se decidieron a actuar de acuerdo con la multitud, y gracias a esto pudo salvarse una estatua medieval de la Santísima Virgen, que era muy venerada en Madrid con el título de Virgen de los Peligros. Pero cuando se apagaban éstas de las Vallecas, otras muchas llamaradas enrojecían el cielo de Madrid. Ardía la iglesia de Santa Teresa, que los Carmelitas Descalzos acababan de construir en la Plaza de España. Las hordas se abalanzaron sobre esta presa a la una de la tarde, y después de forzar la puerta, sirviéndose de un tablón a manera de ariete, irrumpieron en el interior entre frenéticos alaridos y con sillas, pulpitos y confesonarios hicieron una inmensa pira. Muy pronto las llamas llegaron al último rincón del templo. La airosa cúpula, abierta en dieciséis grandes ventanales, aparecía humeante y llameaba como el cráter de un volcán en todo su furor. Un grito estentóreo señaló la nueva presa: “¡A Areneros!” Areneros era el Instituto Católico de Artes e Industrias (I. C. A. I.) que los Padres jesuitas tenían en la calle de Alberto Aguilera. A la una y media se oyeron los primeros rugidos de la multitud, que subía por la calle del Conde Duque. Al llegar al Instituto, uno del grupo logró escalar la puerta, y después de abrir una de sus hojas, dio paso a la 64

chusma, repitiéndose la consabida escena: saqueos, profanaciones, sacrilegios. Bien pronto aparecieron, a través de una ventana, las llamas que habían de destrozar el colosal edificio. Se perdieron riquísimos archivos y una biblioteca con 20.000 volúmenes, entre los cuales había obras magníficas y de gran valor. Cinco columnas gigantescas de humo oscurecían ya el cielo límpido de la primavera madrileña. La exaltación de la turba incendiaria crece por momentos con la inercia y pasividad de la autoridad. Los Ministros, reunidos en la Presidencia, discuten, deliberan, contemplan las llamas que coronan la capital y las horas pasan en una indecisión que es complicidad. A la propuesta del ministro de la Gobernación de que saliera la Guardia Civil a restablecer el orden, el señor Azaña contestó: “Eso no. Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”. Según confesó después Maura, “el que más categóricamente se opuso a toda acción fue Azaña, y, como es lógico, su actitud influyó decisivamente en los demás ministros, salvo en Largo Caballero y Prieto, que, por su parte y a solas conmigo, me daban la razón, a la vez que me decían la imposibilidad de ser ellos quienes decidiesen la salida de la fuerza”. A las doce y cuarenta, el Jefe del Gobierno avisaba al Jefe de la División: —Es imprescindible que las manifestaciones y los tumultos cesen antes del anochecer. —Pues será necesario recurrir a la fuerza —repuso Queipo de Llano. —De ninguna manera —añadió Alcalá Zamora—; deberá hacerse todo sin derramar una gota de sangre. Usted conoce mi deseo; arréglese como pueda para complacerme y empiece por declarar el estado de guerra. ¿Conocía el Gobierno lo que iba a ocurrir? En la página correspondiente al 2 de septiembre de 1932, de las Memorias manuscritas por Azaña, se encuentra esta revelación sensacional; “Ha venido Casares. Acaban de saber en la Dirección de Seguridad, por un confidente, que mañana se producirán alborotos en la Universidad, y al calor de ellos, unas hordas intentarán quemar conventos. El confidente es el mismo que el año pasado avisó a Maura de la proyectada quema.” “¿Usted no sabía —dice Casares— que a Maura le avisaron con cuarenta y ocho horas de anticipación, y que él no hizo caso?” Por su parte Maura ha escrito que al conocer por un informador que se preparaba en Madrid la 65

quema de los conventos “busqué una vez más a Azaña. Lo hallé en el despacho del subsecretario, merendando tranquilamente. Le abordé con cara poco apacible, como era lógico, y le referí la confidencia que acababan de hacerme. No se inmutó. Siguió comiendo y me dijo: “No crea usted eso. Son tonterías. Pero si fuese verdad, sería una muestra de la Justicia Inmanente.” El Gobierno, en cuyo seno anida la misma revolución que aparenta sofocar, si por una parte se había decidido a proclamar el estado de guerra, por otra se creía en la necesidad de dar una satisfacción a los amotinados y mandaba detener a muchas personas de orden. Como el populacho adivinase el doble Juego del Gobierno, la anarquía siguió reinando en los barrios de la capital. Algunas manifestaciones de desharrapados cruzan las calles con cartelones en los que se pide la expulsión de los Jesuitas, y en bares y cafés se reparten hojas clandestinas invitando a las violencias, que allí se llaman justicias. No obstante, hay un momento de pausa en los incendios. Pero a las tres de la tarde Madrid se ilumina con una nueva hoguera; está ardiendo el Colegio de las Maravillas, que desde hace cuarenta años dirigían los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Una treintena de hombres sucios y feroces inician el asalto: cede la puerta de hierro, caen efigies y cornisas; cruje el gimnasio en súbita hoguera. Lo que no desaparece por el saqueo es incendiado y destruido despiadadamente. Después de que los alumnos consiguieron escapar, los Hermanos se deciden también a ponerse a salvo, no sin antes haber pedido inútilmente el auxilio a los centros oficiales. Salen vestidos de seglares, pero la gente los distingue por su palidez. Un grupo de maleantes los siguieron hasta la Casa de Socorro, enfurecidos por las palabras de un orador callejero que pedía la muerte de todos los frailes. Al poco tiempo, las cien ventanas del edificio eran ya otras tantas bocas por donde asomaban las llamas. Un estruendo formidable retiembla el espacio; son las techumbres que se desploman. Chispas y cenizas llenan el aire. Y el suntuoso Colegio se convierte en un montón de escombros. Con él se perdió mucho material científico y un magnífico Museo de Mineralogía. Doscientos metros más arriba de Maravillas, se encontraba el convento de las Mercedarias de San Fernando. Allí llegaron las turbas al caer la tarde, acaudilladas por un joven rubio, con “leguis”, y de acento marcadamente extranjero, quien, después de que salieron las monjas, dio la 66

orden de aplicar las teas. Al robo y al incendio se unió aquí una profanación macabra. Habiendo desenterrado el cadáver momificado de una religiosa que había muerto en 1864, organizaron con ella una parodia de entierro. Sobre la momia vertían, a modo de asperges, botellas de vino sacadas de la sacristía del convento. Extrajeron luego cuatro momias y un cadáver enterrado quince días antes, y después de sacrílegas befas e insultos, los arrojaron al fuego. Ante estos excesos de bestialidad, muchos de los espectadores levantaron murmullos de protesta. Al mismo tiempo se alzaban ya otras dos llamaradas en el mismo barrio. La una salía de la iglesia parroquial de Bellas Vistas, auxiliar de Nuestra Señora de los Angeles (Cuatro Caminos); la otra del Colegio de las Salesianas, situado en la calle de Villamil. La primera fue destruida por un núcleo de malhechores a quienes dirigían dos hombres llegados en motocicletas, las mismas que se vieran aquel día en varios puntos de la devastación y ocupadas, sin duda, por los organizadores de la trágica jornada. El sacristán se acercó a ellos para decirles que aquello era una parroquia al servicio del pueblo, pero uno de los bellacos le contestó: “Es igual; lo mismo chupan la sangre unos que otros”. Y como en todas partes, la gavilla de forajidos violentó las cerraduras de los pobres cepillos y de los modestos armarios, y se vistió las estolas y casullas, parodió las ceremonias del culto, y después de apalear la imagen de Nuestra Señora de los Angeles, patrona del templo, reunió en medio de él todo el moblaje sagrado, lo roció con gasolina y le prendió fuego. Las llamas invadieron la armadura de la torre, que tenía un chapitel agudísimo, que se derrumbó con estrépito entre la indignación y las lágrimas de muchos vecinos, que con sus ahorros y esfuerzos la habían levantado, y no podían olvidar que en aquella iglesia se habían casado ellos y se habían bautizado sus hijos. La misma barbarie caracteriza el destrozo en el cercano colegio de los Salesianos. La obra destructora se realizó con procedimientos propios de verdaderos profesionales. Uno de los incendiarios recorría el tejado provisto de un grueso paquete de algodón; otro le seguía con una lata de gasolina; y el algodón empapado en el líquido era depositado entre las ripias de la madera que formaban la techumbre. Todo absolutamente ardió, menos lo que pudo llevarse el instinto de pillaje que animaba a las turbas. A fuerza de ensayos, los revoltosos iban convirtiéndose en maestros para destruir con rapidez y eficacia. Eso pudo verse en el último edificio que ardió aquella tarde. Fue el Colegio de religiosas del Sagrado Corazón, de Chamartín de la Rosa. Aquí la gasolina corrió en abundancia; todo un 67

tanque de líquido inflamable fue vaciado junto a los muros con ayuda de bombas. Un gentío innumerable contemplaba el neroniano espectáculo. Cuando el día declinaba, ardía en pompa el Colegio de las religiosas del Sagrado Corazón. Un resplandor rojizo iluminaba el cielo y se confundía con otros resplandores broncíneos proyectados desde el interior de la ciudad. Así terminaba aquel lunes de ferocidad y bochorno. Diez columnas de humo denso se alzaban sobre la capital de España; centenares de personas indefensas se habían quedado sin hogar; miles de niños sin escuela, y una impresión de asombro, de decepción y de espanto revelaba la desilusión de cuantos creyeron en la posibilidad de una República digna y honrada. Parecía, sin embargo, que Madrid iba a dormir tranquilo. De Alcalá habían venido fuerzas del Ejército y todos los puntos estratégicos aparecían ocupados por las tropas; fuerzas de Infantería, de Artillería, de Caballería, con ametralladoras y carros de asalto. Se percibía la intención de acabar con la trágica zarabanda. Pero quedaba un reguero interminable de miedos, de rumores y de comentarios. ¿Cómo había sucedido todo aquello? ¿De dónde había partido la provocación? ¿Cuál era la actitud de los gobernantes? En los barrios bajos, en las tabernas, en la Casa del Pueblo y hasta en el Ateneo, con cinismo increíble y de acuerdo con una vieja táctica marxista, se echaba la culpa de todo a los monárquicos y a los frailes mismos. Ellos habían sido los causantes de aquellos incendios. Otros acusaban a las sociedades secretas y a las células comunistas. Se supo que ciertos individuos extranjeros, agentes de la Rusia soviética, habían estado incitando la rabia y el furor de las masas. Las miradas de todos los madrileños estaban puestas en el Ministerio de la Gobernación. ¿Qué había pasado allí? ¿Por qué no se había evitado aquel luto y aquella vergüenza? El cielo azul pálido de aquel atardecer primaveral lo iban difuminando las columnas de humo que ascendían y se desplegaban como crespones. El ministro de la Gobernación, al salir del despacho, hizo este balance: “Ya son diez los conventos quemados. Esto es lamentable para todos, y especialmente para mí.” Posteriormente, en su libro Así cayó Alfonso XIII, justifica el señor Maura su postura diciendo que en el Consejo de Ministros manifestó: “ Es bien sencillo acabar con esos golfos (los que estaban quemando los conventos). Con que den ustedes la orden a la Guardia Civil de que salga a la calle, yo les garantizo que en diez minutos no queda en ella ni uno. 68

“—He dicho que me opongo a ello decididamente —amenazó Azaña — y no continuaré ni un minuto en el Gobierno si hay uno solo herido en Madrid por esa estupidez.” El asunto se puso a votación. “Votó primero Azaña —continúa Maura — porque quien debía hacerlo, que era el ministro de Estado, Lerroux, estaba ausente. Con Azaña, que había votado “no”, votaron los ministros republicanos. Al llegar el turno a Largo Caballero, que había permanecido callado durante la mañana, éste exclamó: “—Yo creo que tiene razón Maura. O esos golfos van inmediatamente a la cárcel o vienen a sentarse aquí, y los que estamos demás somos nosotros. Pero yo, ante todo, soy socialista y no tengo por qué cargar con la responsabilidad de lo que pase si sale la fuerza. No voto, me abstengo. “La actitud de Largo Caballero fue, como no podía menos, seguida por Prieto y Fernando. La disciplina en el partido socialista era algo férreo e inconmovible. Azaña ganó, pues, la votación.” Y a continuación dice Maura: “Por su parte, los católicos madrileños no consideraron ni un solo instante obligado, ni siquiera oportuno, hacer acto de presencia en la calle en defensa de lo que para ellos debía ser sagrado.” Como en tantas otras ocasiones, el ejemplo de Madrid fue pronto secundado por numerosas provincias En Málaga, especialmente, la tragedia alcanzó proporciones de catástrofe, donde el salvajismo fue más feroz y las pérdidas más irreparables; donde dieron la nota más repugnante la infamia y la profanación. Por las calles malagueñas se iban reuniendo grupos 3e gentes que comentaban los sucesos de Madrid. Comenzaron a oírse gritos amenazadores, y de cuando en cuando aparecían entre los corros sujetos sospechosos, que unas veces con aire de misterio, otras con gesticulaciones frenéticas, dejaban caer una noticia insidiosa, una palabra llena de veneno, o una acusación infame. De esta manera se iba fraguando la tempestad; en aquella exasperación de la masa engañada y enloquecida, una chispa insignificante podía provocar el horrible estallido. La chispa llegó, y fue astutamente aprovechada por los agitadores. Algunas Comunidades, ante el temor de que se repitiera lo ocurrido en Madrid, creyeron prudente buscar un refugio lejos de los claustros. Así 69

las religiosas del Servicio Doméstico, ante cuyo convento se reunían grupos que proferían amenazas e injurias. Aunque salieron discretamente vestidas con trajes seglares, un grupo de muchachos las reconoció y marchó tras ellas gritando: —Ahí van las monjas... ¡Que se escapan! ¡A ellas! A favor de la noche pudieron éstas ocultarse en una portería; y entonces los perseguidores, irritados por haber perdido la presa, regresaron al convento y empezaron a golpear las puertas. Dentro quedaba todavía un grupo de monjas, cuyos lloros y lamentaciones se oían desde el exterior. Así comenzó la orgía satánica. Nadie durmió en Málaga aquella noche, noche de alegría luciferina para unos, de espanto y lágrimas para otros, de vergüenza indeleble para el nombre de español. A media noche, la muchedumbre vociferante continuaba en la vía pública y el centro de la ciudad era un hervidero humano. De pronto, un sujeto de ojos que brillaban siniestramente entre las sombras de la noche, y de melena revuelta y enmarañada, encaramado sobre los hombros de otro más corpulento, gritó con voz estentórea: —Hay que hacer en Málaga lo que se ha hecho en Madrid. ¡A los jesuitas! ¡A incendiarlos, a destruirlos! Poco tiempo después, la Residencia de la Compañía era pasto de las llamas. Llegaron los bomberos y comenzaron a actuar, protegidos por la Guardia Civil. Así las cosas, aparece entre la multitud el gobernador militar, general Gómez-García Caminero, el cual dio orden a la Guardia Civil para que se retirase a los cuarteles. Y así conquistó aquella noche una salva cerrada de aplausos, que resonaron como un sarcasmo entre el chasquido de las lenguas de luego y el estrépito de los muros que se derrumbaban. La Residencia quedó convertida en un inmenso brasero. El espectáculo no podía ser más grato para el masón Gómez-García Caminero, quien, deseando hacer partícipe de su satisfacción al ministro de la Guerra, le envió el siguiente telegrama: “Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará.” Y ardió el Palacio Episcopal, siendo perseguido el señor Obispo, quien consiguió salir de la población y, perseguido también por los montes, logró refugiarse en Gibraltar. A las tres de la mañana ardían los colegios de los Agustinos y de los Maristas; a las cuatro, una llamarada inmensa envolvía la Redacción y talleres del periódico La Unión Mercantil. 70

De allí el fuego se extendió a Santo Domingo, donde se quemaron verdaderas obras de arte. Tal iba aquella noche horripilante, noche cuyo silencio rompían feroces aullidos, y cuya oscuridad iluminaban siniestros resplandores. “El dantesco espectáculo que Málaga ofrecía entonces —dice uno de los que lo presenciaron— producía escalofríos en el cuerpo y una intensa amargura en el espíritu. La ciudad estaba silenciosa y tétrica. El cielo estaba teñido de rojo y negras columnas de humo ascendían hacia él. Era el resplandor de las tremendas hogueras, que elevaban al Infinito sus gigantescas llamas. Todas ardían de una forma que llenaba de espanto. Allá, el Palacio Arzobispal... Más acá, los Agustinos... A la izquierda, los Jesuitas... En el centro, La Unión Mercantil... y hacia el fondo Santo Domingo.” A las cinco tocó la vez a los Capuchinos. Todo se realizaba con la barbarie de siempre: violaciones de clausuras, destrucción de imágenes, profanación de sepulturas, gasolina, saqueos, rapiñas, destrozos... En la rotonda que es promedio del sucio Pasaje d« Alvarez, cuenta un testigo, se brinda a las miradas un espectáculo, el más impúdico y absurdo que pueda soñar la locura. Sobre un tonel, en el umbral de una taberna, han puesto una cruz y dos velas, pesado atril con un tomo de Enciclopedia, un cáliz de oro y dos botellas. Una prostituta desnuda y revestida con una casulla de plata, parodia el Santo Sacrificio con ademanes de liturgia. Otras dos, desnudas cual la que oficia, contribuyen al sacrilegio, al que hacen coro con sus gritos, con sus risotadas y sus burlas varios jóvenes de buen porte. En la iglesia parroquial de San Pablo, del castizo barrio de la Trinidad, las criptas fueron violentadas y la cabeza del antiguo párroco de aquel templo, don Francisco Vega, que había sido el apóstol de aquella barriada, prendida en la punta de un palo y paseada por las calles en procesión nefanda. Al amanecer, y contra lo que era de esperar, los sucesos adquirieron en Málaga mayor intensidad. El instinto de destrucción se extendió ahora a los asilos, a los hospitales y a los almacenes. Y ardieron el colegio de la Asunción y saquearon el de la Sagrada Familia, el de las Adoratrices, el de San Carlos. Ardieron los conventos del Angel y de las Mercedarias, y las iglesias de San José de la Montaña y de la Merced, y San Felipe Neri... Para apreciar la magnitud de la catástrofe, basta consignar que fueron cuarenta y ocho los edificios religiosos 71

saqueados o incendiados. Y con ellos se perdieron para siempre maravillosas obras de arte, cuya sola enumeración nos llenaría muchas páginas. El ministro de la Gobernación, Miguel Maura, en su libro ya citado, relata así los sucesos de Málaga: “Era gobernador de esa provincia cierto amigo de Alcalá Zamora, llamado Antonio Jaén, hombre culto, catedrático y excelente persona, pero notoriamente incapaz, como verá el lector, de concebir qué es la autoridad. Mandaba la guarnición de Málaga el general Gómez Caminero, a quien yo no conocía ni de vista, pero que ese día reflejó una cortedad de alcances fuera de lo usual, aun entre los castrenses más castrenses.” “Parece que, desde la primera hora de la mañana, las gentes del barrio del Perchel se echaron a la calle, arrastrando en la riada a cuantos hallaron a su paso. El gobernador, que acababa de llegar de Madrid en el expreso y que había sido testigo de lo acaecido en la capital, propuso a Gómez Caminero hacer frente al conflicto, los dos “al alimón”, sin necesidad de declarar él estado de guerra. “Ambos del brazo, salieron al encuentro de las turbas y, tras unos discursos de circunstancias, acordaron que podían los manifestantes quemar simbólicamente no sé qué capilla desafectada, situada en las afueras de la ciudad. Allá fueron juntos, autoridades y turba; para dar la representación del espectáculo pegaron fuego a la capilla, y el pueblo, entusiasmado, aclamó a las autoridades verdaderamente “populares” que, una vez consumado aquel insólito hecho, pretendían que la manifestación se disolviese. Pero no lo entendieron así los manifestantes, sino que, tomando a los dos peleles jerarquizados en hombros, los condujeron, entre aclamaciones y vítores, frente a otras iglesias y conventos, y uno a uno y siempre en presencia de las dos autoridades —el Excmo. Sr. Gobernador Civil y el limo. Sr. Gobernador Militar— ardieron los 22 conventos e iglesias de Málaga en aquella “memorable jornada laica.” “Más de cuarenta veces —continúa Maura— llamé por teléfono a los Gobiernos Civil y Militar durante aquel infausto día. No me cupo la suerte de poder dialogar con ninguna autoridad. Ambas estaban entregadas a otros más “luminosos” menesteres.” Al anochecer del día 11 comenzaron a llegar a Sevilla los primeros ecos de lo que estaba sucediendo en Madrid. Los periódicos fueron arrebatados de las manos de lo? vendedores. La efervescencia aumenta 72

conforme avanza la noche. A las diez braman las oleadas de la primera manifestación. Un intento de asalto a la Residencia de los Padres Jesuitas fracasa al correrse las voces de que por puertas y ventanas hay establecidos contactos eléctricos que pueden producir desgracias. La manifestación, cobardemente, se aleja de aquellos lugares para marchar hacia la plaza de Villasis, donde se alza el Colegio de la Compañía. Todo indicaba que se acercaba una jornada trágica. Así se lo comunicaron al gobernador, rogándole al mismo tiempo que evitara los desmanes, pero él se cruzó de brazos diciendo que no podía enfrentar la fuerza Pública con el pueblo. Y el “pueblo”, en vista de ello, empezó a actuar. Y el colegio de los Jesuitas comenzó a arder. Continuaron con el saqueo de la Iglesia del Buen Suceso, perteneciente a los Carmelitas, de la que sacaron las imágenes, algunas de ellas verdaderas obras de arte, y les prendieron fuego, mientras los salvajes, revestidos de casullas y albas que profanaban con burlas obscenas, danzaban y gesticulaban en torno a la hoguera, alimentada con los muebles del convento. Más de lamentar fue todavía Ja destrucción de la capillita de San José que los Capuchinos tenían en la calle de Jovellanos, expresión perfecta del barroco sevillano. Lo que poco antes había sido un monumento nacional, se acababa de convertir en un montón de ruinas. Y lo ocurrido en Málaga y Sevilla se repitió en Córdoba, donde quemaron el convento de San Cayetano, y en Cádiz, donde ardieron el convento de los Dominicos, la iglesia de Santa María y el convento del Carmen. Por todas partes se encontraban objetos del culto, obras de arte, restos de bárbaros destrozos. Por las callejuelas y plazas de Cádiz se veían pasar hombres y mujeres sin dirección fija, tímidos, avergonzados, disfrazados de una manera inverosímil, buscando un alma caritativa que les diese la limosna de la hospitalidad. Eran los frailes y las monjas que habían tenido que huir de sus conventos. Y hubo un individuo, con entrañas de hiena, que viendo a una anciana que lloraba junto a una esquina en el mayor desamparo, con su velo de monja sobre la cabeza, se acercó a ella con aire de protegerla de las iras populares, y la introdujo en un prostíbulo, donde, por cierto, fue defendida por las mujeres de la casa que la devolvieron al convento. Desde Cádiz, los desórdenes se propagaron a otras poblaciones de la provincia. En Sanlúcar de Barrameda ardió el convento de los Capuchinos; 73

en Algeciras el populacho saqueó las iglesias. En Jerez de la Frontera fueron asaltados el convento de San Francisco, el de los Carmelitas, los de las Mínimas y Reparadoras y la Residencia de los Jesuitas. Se quemaron enseres, se mutilaron imágenes, se robó y se desvalijó con saña infernal. En la calle de San Francisco, un crucifijo se salvó porque alguien contuvo a los destructores con estas palabras: “¿Qué vais a hacer? ¿No sabéis que ese fue el primer republicano?” En todas partes la ignorancia supersticiosa se unía a una increíble ferocidad. Los sucesos de Madrid tuvieron también en Levante trágica consecuencia. Era de temer que en Valencia la asonada antirreligiosa se produjera con caracteres de virulencia extrema, y desgraciadamente así fue. El republicanismo valenciano estaba orientado desde los tiempos de Blasco Ibáñez en un sentido demagógico y anticlerical. Muerto Blasco Ibáñez, le había sucedido su hijo Sigfrido en la capitanía de las mismas huestes sectarias. El hecho es que a las turbas valencianas les llegaban noticias de Madrid, convenientemente tergiversadas para aumentar su furor. Entre otras cosas, se decía que los quemadores de conventos eran “pobres gitanos a quienes los señoritos monárquicos habían llenado de cerveza y coñac”; y que desde el convento de la Flor se habían disparado flechas envenenadas. Con una algarabía infernal, las turbas se lanzaron contra el convento de los Dominicos, al que prendieron fuego. Realizaron verdaderos estragos en el colegio de las Teresianas, en el de los Padres Capuchinos y en el colegio de Vocaciones. Al poco rato las llamas consumían las Residencias de los Padres Carmelitas, y no tardaron en ser saqueados la Residencia de los Padres Salesianos y el convento de las religiosas Salesianas. Con las casullas y ornamentos sagrados que robaron en el convento de las Agustinas, los ladrones improvisaron sacrílegos disfraces; y así, cuando llegaron al convento de las Carmelitas de San José, formaban largos cortejos que se alumbraban con cirios y salmodiaban en son de befa cánticos religiosos. Y el convento de las Carmelitas se convirtió en llamas. El monstruo redoblaba sus coletazos y a medida que avanzaba la noche la orgía destructora adquiría caracteres de epilepsia. 74

Fueron saqueados el Colegio de Santo Tomás y la Residencia de los Jesuitas, donde el latrocinio se hizo a conciencia. Y después le llegó el turno al Seminario. Y luego al Servicio Doméstico. Durante esta noche terrible Valencia veló sobrecogida de miedo. En las calles se asistía al desfile dramático de religiosas que abandonaban precipitadamente sus asilos. Algunas, enfermas, eran transportadas en brazos. También Murcia padeció su drama, que empezó con el incendio del diario La Verdad. Eran las primeras horas de la madrugada del día 12 de mayo. Llamas que enrojecían el alba fueron como el signo de alarma que despertó a las comunidades religiosas de la población. Las celdas quedaron vacías y el Santísimo fue sacado de los Sagrarios. El éxodo se prolongó durante toda la mañana. Algunas religiosas fueron evacuadas a la fuerza por los agentes de la autoridad. La riada sacrílega amaga primero la Residencia de los Padres Jesuitas y la iglesia inmediata de Santo Domingo que aquéllos atendían. Ya en sus proximidades alguien corre la voz de que los religiosos están armados, que disponen de ametralladoras y que se defenderán si se los ataca... No fue preciso más para frenar el ímpetu salvaje de los que avanzaban. El incendiario es cobarde por naturaleza y ejerce casi siempre su triste ministerio en objetos y seres inermes. La posibilidad de entablar una lucha a tiros pudo más que el ansia destructora y que el odio a los hijos de San Ignacio. Se pararon indecisos primero, retrocedieron después y al fin refluyeron, en un movimiento de resaca, hacia el templo de la Purísima y la casa aneja de los Padres Franciscanos. Allí estaban seguros de que no había armas y que su misión destructora sería fácil. El templo gótico era como un rico estuche de espléndidas joyas, entre ellas una excepcional imagen de la Purísima, obra perfecta de Francisco Salzillo. Los religiosos, antes de evacuar el sagrado recinto, acariciaron la ingenua esperanza de que la contemplación de aquellas obras de arte amansaría, como Orfeo, a las fieras. Y a tal fin iluminaron profusamente el camarín para que la Virgen de Salzillo irradiase su mística pureza. Una acertada combinación de luces destacaba los suaves contornos de la imagen bellísima. Pero aquellos forajidos eran impenetrables a toda emoción de arte y piedad: la iluminación sólo les sirvió para orientarse mejor en sus 75

desmanes. Después de causar muchos destrozos, acabaron dando fuego a todo el templo. Más tarde saquearon el convento de las Isabelas, al que se prendió fuego. Luego el de las Verónicas... La consternación era indescriptible en la ciudad, y fue el murmullo de la condenación general el que apaciguó la saña de aquellos salvajes y los hizo volver a sus guaridas. Las autoridades nada hicieron. En Alicante los disturbios revistieron forma más brutal. Durante veinticuatro horas esta ciudad fue un verdadero infierno, donde ni las haciendas ni las vidas se vieron a salvo de las acometidas más violentas. Y las autoridades en vez de oponerse a los criminales atentados, parecían alentarlos y favorecerlos. La tragedia empezó con el incendio de las Escuelas Salesianas. La Guardia Civil quiso evitar el crimen, pero una orden del gobernador la obligó a retirarse “para que se cumpliese la voluntad del pueblo”. Y este pueblo era un centenar escaso de forajidos. Pero la inspiración venía de más arriba, del general Riquelme, jefe de la División de Valencia, que estaba de paso en Alicante al iniciarse los sucesos. La lista negra de los edificios destruidos causa espanto. Después de los Salesianos, el convento de San Francisco; luego, el colegio de las Carmelitas, en vísperas de inaugurarse; y a éstos sucedieron la parroquia de Benalúa, la Casa de Ejercicios de la Compañía de Jesús, el convento de las Oblatas, la iglesia del Carmen, la Residencia de los Jesuitas, los conventos de Capuchinos y Agustinos, el Palacio Episcopal, el Colegio de la Compañía de María, el de Jesús y María y el de los Hermanos Maristas. Otro tanto sucedió en algunos pueblos de los alrededores. Un día de ferocidad, de consternación y de lamentos. Centenares de ciudadanos sin hogar; miles de niños sin escuelas, una ciudad despojada de sus mejores edificios, convertidos en teas gigantescas. Hubo escenas espeluznantes, al nivel del salvajismo que dominó en Madrid y en Málaga. La misma furia de saqueo, el mismo séquito de parodias y profanaciones, los mismos desfiles de hombres y mujeres llevando vasos sagrados y vestiduras sacerdotales. Los religiosos, sorprendidos en el interior de sus casas, tuvieron que abandonarlas entre blasfemias y golpes. Personas caritativas abrieron a los expulsados las puertas de sus domicilios; pero se vieron obligados a despedirlos ante las amenazas de aquellos hombres 76

facinerosos, que en su furia satánica hablaban de prender fuego a toda la ciudad. Estas violencias se prolongaron durante la mayor parte del día 12. Todos los colegios, menos el protestante —curiosa excepción—, varias parroquias y casi todos los conventos, habían sido incendiados o saqueados. Por fin, cuando ya no quedaba casi ningún edificio religioso que destruir, se creyó llegado el momento de proclamar la ley marcial. Sonó el tambor en la calle, las tropas ocuparon los puestos estratégicos, se estremecieron las plazas con los aplausos de la población, harta de desórdenes, hubo algunas detenciones y los malhechores desaparecieron de la vía pública. Aquella multitud que antes destruía, amenazaba y aullaba frenética, se habla aplacado repentinamente. Las gentes se hablaban a media voz; el terror ahogaba los corazones, y una niebla de humo, que se diluía lentamente en el cielo azul, daba a la ciudad un aspecto de tragedia. Patrullas de soldados recorrían las calles... No hay que extrañarse de lo sucedido. Así es cómo entendían muchos en España la “democracia” y la “libertad”. Pero las consecuencias de todo esto se iban a notar bien pronto.

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Las Cortes Constituyentes

La quema de conventos había producido tan profundo disgusto en la inmensa mayoría de los españoles, que algunos diarios y ciertos Jefes políticos, previendo das catastróficas consecuencias que habían de tener los sucesos para el porvenir del régimen, trataron de cargar la responsabilidad de lo ocurrido sobre los monárquicos y sobre los propios frailes de los conventos incendiados, con la pretensión de librar a la República de una culpa que la descalificaba como régimen civilizado. Se busca oficiosamente a los cabecillas de los incendiarios, se multiplican las detenciones —sólo en Málaga hubo más de 500—, pero la justicia se inmoviliza y una fuerza más poderosa e influyente que actúa sobre el Gobierno acaba por devolverles a la calle. Se simulan procesamientos de comisarios, inspectores y agentes de Policía, y algunos hasta son separados del servicio “por incumplimiento del deber”. La mayor parte de los sancionados son hombres cuyo celo republicano está en duda y el Gobierno aprovecha la ocasión para desprenderse de ellos. Los grandes delitos de los días 10, 11 y 12 de mayo quedan impunes, mientras las cárceles de Madrid y de varias poblaciones se llenan de afiliados a los partidos de derechas. El Gobierno, por estos días, insiste en su política antirreligiosa. El Obispo de Vitoria es invitado a salir de España, con el pretexto de que utilizaba su cargo para hacer política. Esto ocurre el 18 de mayo, y tres días después se publica un decreto sobre libertad de conciencia y cultos. Los incendios de iglesias y conventos y el carácter cada vez más sectario de la legislación tenían alarmado al Vaticano, que, sin llegar a la franca ruptura con el Estado español, se mantenía a la expectativa. En otro aspecto, la República vino a demostrar que constituye el clima más favorable para la huelga. Una epidemia de conflictos sociales invade a España. Los hay de todas clases y casi siempre se producen sin atender a las previsiones legales para el caso. No hay autoridad bastante para intervenir en su solución ni fuerza pública suficiente para cortar sus 78

consecuencias, a pesar de que el Director General de Seguridad ha creado una nueva organización de fuerza pública denominada “Guardias de Asalto”, que se caracteriza por la estatura de sus componentes, por su entrenamiento gimnástico y por los poderosos medios de ataque de que han sido dotados. A veces las huelgas se transforman en verdaderas explosiones revolucionarias. En Sevilla se declara el estado de guerra; en Pasajes los huelguistas del puerto chocan con la tropa cuando avanzan levantiscos sobre San Sebastián, y resultan seis muertos y cinco heridos. En Asturias hay una huelga general el 29 de mayo; otra en Bilbao el 8 de junio; desórdenes en Huelva el 23 de junio, con seis heridos; huelga en Córdoba, el 24; concentración de obreros en Orense, con asalto al Gobierno Civil; choques sangrientos en Barcelona, las Herencias, Alamedilla, Villanueva de las Torres y Vergara, el 28 de junio, con quince muertos y setenta heridos; huelgas en Granada y Málaga, el 30; huelga general y estado de guerra en Logroño, el 2 de julio, con un guardia muerto y quince heridos; huelgas en Málaga y Melilla, el 3 de julio... Empeoraba la situación en Extremadura y Andalucía; los obreros del campo de estas regiones, con frecuencia explotados y hambrientos, fueron fácilmente alucinados por agitadores que, a cambio de subversión y motín, les ofrecían bienes sin tasa, que empezaban en el reparto de las tierras y acababan para cada uno en el domino del cortijo preferido. Temerosas las autoridades de aplicar medidas enérgicas contra los revoltosos, se envalentonaron éstos y pusieron de moda los incendios de cosechas, el sacrificio de ganados y toda suerte de desmanes, que iban desde el asalto de los edificios públicos, hasta el asesinato de patronos en diversos pueblos de Córdoba y Sevilla. Y esto no era sino preparación para tareas revolucionarias de más alcance que no se harían esperar. A primeros de julio se produjo la huelga de la Telefónica, que había sido anteriormente aplazada. Organizada por la C. N. T. se llevó a cabo con gran violencia y se cometieron sabotajes contra la Empresa, que repercutieron lamentablemente sobre el público, por valor de muchos millones de pesetas. Cayeron líneas de conducción, fueron destruidas máquinas y gran cantidad de utillaje y fue colocada una enorme bomba que explotó en pleno Paseo de Gracia, de Barcelona, destruyéndose una central telefónica que dejó incomunicada durante bastantes días una de las partes más vitales de la ciudad. El Gobierno, después de haber intentado toda clase de negociaciones, reaccionó con energía y valiéndose de obreros 79

esquiroles de la Unión General de Trabajadores (socialistas) pudo asegurar, más o menos, el servicio. Esta huelga dio origen a largos debates en las primeras sesiones de las Cortes Constituyentes, que aprovecharon los diputados al servicio de la C. N. T. para sus fines políticos. Uno de ellos llegó a decir: “Los huelguistas telefónicos son hoy los héroes de la independencia nacional, son los Daoiz y Velarde de nuestros días y los que defienden a la Patria contra la invasión yanqui”. Los anarco-sindicalistas, gracias sobre todo a la táctica socialista, perdieron la huelga, lo que dio origen al encono profundo que se manifestó en este período entre las dos organizaciones obreras. Por estos días anunció también el Ministerio de la Gobernación que había sido desarticulado un movimiento revolucionario en Sevilla, adonde había llegado con plenos poderes el general Sanjurjo, Director General de la Guardia Civil. La revuelta proyectada tenía carácter comunista, y eran sus organizadores jóvenes irreflexivos y gentes heterogéneas recientemente llegadas a la política, con prisa irreprimible por imponer un ideario soviético, secundados por algunos aviadores de Madrid y otros del aeródromo de Tablada, en Sevilla. Desde esta base se elevaron aparatos para arrojar sobre la capital andaluza manifiestos de prosa incendiaria y petrolera, parejos a la oratoria que empleaban los agitadores, uno de los cuales excitaba a los campesinos a que “administraran la justicia por su mano, se apoderasen de las tierras sin más contemplaciones y dieran por establecido el divorcio, en nombre del mejoramiento de la raza”. Se trataba de promover un levantamiento de campesinos en toda Andalucía con la cooperación de comunistas y sindicalistas y, a tal fin, se había acumulado en el aeródromo de Tablada gran cantidad de armas. El intento quedó aplastado en su iniciación, en parte principal, por la presencia del general Sanjurjo en Sevilla. El entonces ministro de la Gobernación, don Miguel Maura, en su libro Así capó Alfonso XIII, publicado en España en junio de 1966, se refirió al ambiente existente en el país durante los primeros meses de República en la forma siguiente: “Al mes de entrar en posesión del cargo yo dejé prácticamente de ser “ministro” de un Gobierno para pasar a ser “cabo de vara” o “loquero” mayor de un manicomio suelto y desbordado. Casi no podría decir hoy, porque apenas lo recordaría, cuál fue la auténtica labor ministerial del Gobierno provisional durante esos meses. Ni oía, ni veía, ni participaba en 80

verdad en ninguna de sus deliberaciones, atrofiada la mente cada una de las horas del día y de la noche con el obsesionante problema del orden público, y de la lucha a brazo partido con las bandas de insensatos que estaban hiriendo de muerte a un régimen recién nacido, régimen que les habla devuelto libertades y derechos que durante seis largos años les habían sido negados por el dictador.” Fue por entonces cuando se produjo un hecho que había de tener la mayor trascendencia para el futuro. En la tarde del 13 de junio de 1931, la gente, que como de costumbre paseaba por la calle de Santiago, de Valladolid, se vio sorprendida por el grito de los vendedores de periódicos: ¡Libertad! ¡Ha salido Libertad! ¡Lean Libertad! El título de este nuevo semanario hizo que todos creyeran se trataba de un periódico más del nuevo régimen, pero su lectura desconcertó a las gentes. No se trataba de un periódico liberal, pero tampoco era reaccionario. No era de izquierdas ni de derechas. La gente, sorprendida, arrebataba el periódico a los vendedores presa de un gran interés y totalmente confusa. ¿Quiénes eran los redactores de este semanario? ¿Qué pretendían? Un joven abogado de Valladolid, de 26 años de edad, llamado Onésimo Redondo, había reunido en torno a sí un reducido número de amigos y les exhorta a prestarse a la lucha por una España libre, unida y más justa. Más bien alto, enjuto, moreno, de mirar penetrante, rápido en el obrar, perfecto tipo de romano clásico, Onésimo Redondo, en aquellos momentos de desorientación y de agitada convulsión, tiene un pulso firme y una gran clarividencia. Agil de pensamiento, fácil de pluma, con una palabra tersa y limpia, rígido de costumbres, firme en el mandar, lleno de tajante sinceridad, valiente y decidido, es el hombre ideal para llenar el puesto que él mismo se asigna: fundar y dirigir el primer periódico castellano de combate contra el caduco liberalismo triunfante en España. Ya en los primeros números Libertad marca la ruta y las consignas del Caudillo de Castilla. Sale Libertad como un grito Juvenil, limpio y potente, lleno de protestas y pleno de emoción española. La prosa castiza y austera denuncia el genio castellano. Castilla tiene ya su portavoz auténtico. Ya hay un periódico de la nueva España que habla duramente de grandeza y revolución nacional. Onésimo Redondo ha fundado Libertad y en él, semana a semana, habla a las Juventudes universitarias y campesinas un lenguaje nuevo y desconcertante. Castilla comienza a despertar... 81

El día 4 de junio se publica, con la firma de todos los miembros del Gobierno provisional de la República, el decreto de convocatoria de las Cortes Constituyentes. Señala la fecha del 28 de junio para la celebración de las elecciones y la del 14 de julio para la apertura de las Cortes. Veamos cómo se presentaba el panorama político español al comenzar la lucha electoral. “Las derechas —nos cuenta don Eduardo Aunós— y especialmente los monárquicos ni siquiera pudieron presentar sus candidatos, porque las turbas les acosaban en toda España. El antiguo partido carlista fue también combatido sañudamente en todas partes, pero consiguió hacerse fuerte en su bastión tradicional de Navarra, donde salió triunfante. La tendencia católico-social, que ya en los últimos tiempos de la Monarquía mostró ciertas veleidades de orientación republicana, aprovechó la ocasión del cambio de régimen para declarar que no sentía ningún “prejuicio” en lo tocante a la forma de Gobierno. Esta tendencia — que también está destinada a jugar un papel decisivo en la catástrofe inminente— se figuraba que, mostrándose tolerante con la revolución en marcha, conseguiría canalizarla y extraer de ella algo nuevo y constructivo... Para completar este cuadro del sector derechista, diremos que, en cierta zona mixta y oscilante, de oportunistas vacilaciones entre Monarquía y República, entre conservación y revolución, se formó, como islote de almas durmientes en una especie de limbo, un nuevo grupo en extremo heterogéneo, compuesto de supervivientes de aquellos partidos que imperaban en el régimen anterior a la Dictadura. Para darle alguna apariencia de novedad se le puso un letrero nuevo: Partido Agrario. Era una amalgama gris de antiguos caciques, terratenientes de buena fe, propietarios honorables, románticos adoradores de los viejos mitos políticos y también oportunistas de nuevo cuño. Bajo la designación anodina de ese partido, que le daba un aspecto de algo así como una confederación de intereses agrícolas, se disimulaba el propósito de rendirse a la República, a cambio de poder intervenir y mangonear en ella. “Veamos ahora los partidos verdaderamente republicanos, comprendidos desde el centro hasta las extremas izquierdas. “Había, en primer término, de derecha a izquierda, el partido Progresista, dirigido por Alcalá Zamora y Miguel Maura. Como no tenían esos milites huestes a quienes dirigir, se pusieron rápidamente en competencia con los agrarios, para ver cuál de esos grupos conseguía atraerse un mayor número de caciques liberales y conservadores. Las probabilidades de éxito favorecían a los agrarios, más duchos que sus 82

contrincantes en la tarea de fabricarse una opinión pública. Por otra parte, los sucesos del 11 y 12 de mayo, con la quema de conventos y otros desmanes, al poner en evidencia la falsa posición de Maura y Alcalá Zamora en el seno del Gobierno extremista, acabaron de desbancar a aquellos dos representantes de la república moderada. Pero en éstas surgió Lerroux, el ex-demagogo pasado a conservador, que por sus antecedentes republicanos y sus prodigiosas adaptaciones aparecía ahora como una garantía y una esperanza, ante el inmenso sector de indiferentes o híbridos que aceptaban la República con resignación y sólo deseaban que fuese lo más ficticia posible. Lerroux, que olió la posibilidad, se presentó, pues, como un centro de templanza. Y él fue quien se llevó la tajada que se disputaban sus afines, los agrarios y los progresistas. “Más a la izquierda del área gubernamental, y hasta encontrar el sólido muro que marcaba el coto cerrado del socialismo, todo era convencional, desconcertante y confuso. Los grupos (que ni siquiera podían llamarse partidos) constituidos de prisa y corriendo en esa zona vaga, no fueron en realidad más que ficciones electorales, creadas en torno a ciertas figuras de relativo relieve en el improvisado campo republicano. Uno de ellos era el llamado partido de Alianza Republicana, presidido y casi formado únicamente por Manuel Azaña, el intelectual ateneísta y exprogresista que, por casualidad, habla desempeñado un papel en el comité revolucionario anterior al cambio de régimen. Otro partido semejante era el llamado Radical Socialista, con una jefatura de dos cabezas, aunque ninguna buena: Marcelino Domingo y Alvaro de Albornoz. Colindantes con estos partidos improvisados, estaban los restos de aquel Partido Federal, superviviente de la aventura y naufragio de la Primera República. En realidad, ese federalismo se reducía a alguna logia masónica y algún casinillo anacrónico, donde se profesaba igualmente un trasnochado anticlericalismo. Finalmente, en alguna parte de esa zona ambigua, parte tan imprecisa que nadie sería capaz de designarla exactamente, se hallaba otro grupo atribulado y errante, que era el de los intelectuales que con sus campañas habían contribuido considerablemente al desprestigio y caída de la Monarquía, y ahora, formando la piña conocida con el nombre de ‘Al servicio de la República’, andaba buscando la manera de obtener algunas actas de diputado y, a ser posible, algunas académicas prebendas. Los republicanos mismos, acostumbrados a valorar las cosas por masas, decían, no sin ironía, que aquel puñado de intelectuales formaban ‘la masa encefálica de la República’. 83

“Más a la izquierda aún, ya no quedaban partidos políticos, esto es, ficciones, sino que comenzaban, enormes y broncas, las realidades sociales: la inmensa masa proletaria, partida en tres grandes corrientes: el socialismo, el anarcosindicalismo y el comunismo. Ahí estaba el campo donde la República debía jugar, en realidad, su tremenda partida. Y en esa zona terrible, la única cosa efectivamente organizada era el socialismo. De este hecho se derivaron dos consecuencias capitales. Fue la primera, que todos los partidos republicanos, o que se llamaban tales, tuvieron que ir a rastras de los socialistas, por ser ellos los únicos que, al haber conservado y aun extendido su organización durante los últimos años, manejaban las masas en extensas regiones de España. Y el segundo fenómeno fue que todas las otras organizaciones obreras, anarcosindicalistas y comunistas, envidiosas y enemigas de la pujanza casi exclusiva de que gozaba el socialismo, y más al ver que éste usufructuaba el Poder, se apartaron de él con desconfianza, creando así, en el seno mismo de la tendencia revolucionaria, un movimiento más extremista todavía, hostil desde el primer momento al nuevo régimen y resuelto a combatirlo con saña, si no se avenía a ir mucho más lejos de donde los mismos gobernantes socialistas deseaban llegar. “Formando cantón aparte, en las cuatro provincias catalanas las cosas presentaban un aspecto más simplista, pero no mejor. Todos los antiguos partidos catalanes, y especialmente el que hasta el advenimiento de la Dictadura había sido, desde comienzos de siglo, el árbitro de la política en aquella región, la ‘Lliga Regionalista’, se encontraban no sólo combatidos, sino materialmente aplastados por la avalancha diluvial de votos que habían favorecido al nuevo conglomerado, la ‘Esquerra de Catalunya’ del ex-coronel Maciá. Como el hundimiento de las organizaciones tradicionales había sido absoluto en Cataluña, las cuatro provincias quedaban materialmente a merced de una plaga de arribistas que, al conjuro de aquel alucinado, se abatió sobre ellas.” Abierto el periodo electoral, los partidos políticos lanzaron sobre España una nube de candidatos. La propaganda con que enloquecían a los electores iba desde las exhortaciones socráticas de los que aún soñaban con la República a lo Platón, hasta los extravíos delirantes de quienes creían que España necesitaba el comunismo libertario para ser venturosa. Fue una orgía demoníaca la que agitó la Península durante veinte días, sobreexcitada hasta el. paroxismo por un infernal estruendo de pregones y 84

llamadas con que los embaucadores buscaban la conquista del pueblo a fuerza de azuzar los bajos instintos y de lanzar promesas fantásticas, a sabiendas de que Jamás se podrían cumplir. Soportaba España un diluvio de oratoria pocas veces conocido. Muchos candidatos exhibían sus hojas de méritos, que no eran sino certificados de penales, y cuanto más nutridos de delitos, casi siempre comunes, más enaltecedores para aquéllos. Pasaron otros a los partidos su factura de servicios conspiratorios, y los que no podían presentarla hacían valer su influencia sobre núcleos de exaltados, a los que manejarían a su antojo en cualquiera futura empresa revolucionaria. Conviene advertir que la libre expresión, rayana tantas veces en el libertinaje, sólo se consentía y autorizaba en la propaganda de los izquierdistas, es decir, de todas las fuerzas del espectro revolucionario, que iba desde el color lila del partido de Alcalá Zamora hasta el infrarrojo de los anarquistas. El resto de los ciudadanos, afiliados a los partidos de derechas o simpatizantes con ellos, sufría prohibición y mordaza. “A toda esa España leprosa —decía El Socialista— tiene que evitar el verdadero pueblo que vuelva a exhibir la carroña que aquél soterró el 14 de abril”. Rugientes las pasiones, desatados los furores antirreligiosos, en constante inquietud, porque el panorama social a cada hora se entenebrecía, arrinconadas y casi proscritas las fuerzas políticas de tendencia derechista, envalentonadas y dominantes las organizaciones extremistas que no encuentran obstáculos en sus desenfrenos, se celebran las elecciones el día 28 de Junio para designar los diputados que han de componer las Cortes Constituyentes. Los partidos que usufructuaban el régimen, una vez deshechas las fuerzas que podían constituir la oposición, se repartieron las actas, llevándose la mejor parte la conjunción republicano-socialista, y dentro de ésta los socialistas, que hacen valer su organización electoral, que es única para aprovechar los sufragios válidos e inválidos, con todas las trapacerías y trapisondas en que son maestros los viejos muñidores electorales. El triunfo de socialistas y republicanos fue aplastante, como puede apreciarse en la siguiente estadística: Socialistas, 117; Radicales, 93; Radicales-socialistas, 59, Esquerra catalana, 32; Acción Republicana, 27; Organización republicana gallega autónoma (O.R.G.A.), 16; Independientes, 10; Agrupación al Servicio de la República, 14; Federales, 17; Progresistas, 17; Liberales demócratas, 4; Agrarios, 26; Vasconavarros, 14; Lliga regionalista, 3; Monárquicos, 1; Diversos, 20. 85

Desde su periódico Libertad, Onésimo Redondo hace el siguiente comentario, sobre las elecciones recién celebradas: “Fue un día de triunfo para la burguesía demoliberal, medrosa y claudicante, que se unció en la carroza del triunfo para hacer méritos y si fuera posible confundirse con los vencedores. “La mano repugnantemente cobarde del burgués dio unos golpecitos cariñosos en el lomo de la fiera revolucionaria. “Pensará que ha conseguido sus deseos; nosotros pensamos lo contrario. El tiempo dirá quién tiene razón.” El 14 de julio es el gran día. Fiesta nacional. Apertura de las Cortes Constituyentes. Colgaduras y tapices de las solemnidades. Indalecio Prieto ha sido encargado, como chambelán de la República, de organizar la ceremonia. Las tropas cubren la carrera que ha de seguir el jefe del Gobierno provisional desde el Palacio de Oriente hasta el Congreso. Los ministros llegan en fastuosos automóviles. Los miembros de la Comisión de recepción esperan en la escalinata y acogen a los invitados con efusivos saludos. A las siete de la tarde aparece el señor Alcalá Zamora, con fuerte escolta de Cazadores de Caballería. El Congreso está lleno. La mayoría de los diputados visten de americana y por eso desentonan los chaqués de los señores Alcalá Zamora, Maura, Lerroux y De los Ríos, evocadores de otros tiempos en aquella misma casa. En la tribuna diplomática están todos los embajadores y el Nuncio de Su Santidad. La entrada del Gobierno da lugar a una explosión de entusiasmo. Se entrecruzaron los gritos de “Viva el Gobierno” y “Viva la República”. Un periódico gubernamental refleja así la emoción de aquel momento: “Ante el espectáculo muchos lloraban, porque tocaban una realidad que colmaba sus esperanzas y satisfacía sus ideales”. Menos entusiasmado Unamuno, repetía: “El panorama no me agrada; todo esto me da la impresión del chico con zapatos nuevos.” El señor Alcalá Zamora inauguró el acto, y por tanto abrió las Cortes, con un discurso florido y muy salpicado de aquellos abalorios y lentejuelas características en su elocuencia. Así que acabó de hablar salieron todos los ministros, diputados y embajadores, para presenciar desde la escalinata del Congreso el desfile de la tropa, ya que a la solemnidad de aquel día no le faltó este alarde marcial que muchos tenían por único y exclusivo de regímenes monárquicos y autócratas.

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A poco se reanudó la sesión para designar presidente de las Cortes. Fue elegido el socialista Julián Besteiro por 363 votos; el señor Ossorio y Gallardo obtuvo dos y hubo seis papeletas en blanco. Este primer período republicano se caracteriza por la seducción que el Ejército ejerce sobre los revolucionarios, ya sean neófitos o de abolengo. ¡Disponer a su antojo de una fuerza organizada! Mas si por un lado entusiasma la fuerza militar en vistosos desfiles cuando se la contempla como instrumento de la revolución, por otro lado se la escarnece y persigue en aquella porción del Ejército, la más sana y la más patriótica, que hace de la defensa de España el ideal supremo de fidelidad a los juramentos prestados. A esta parte del Ejército le tiene declarada enemiga implacable Azaña, y acaba asestándole una puñalada, persuadido de que ha acertado en el centro propulsor y vital del organismo armado. El día 29 de junio la Academia Militar de Zaragoza, que fundó y dirigía el general don Francisco Franco, se suprime por un decreto cuyo artículo tercero dispone: •’El General director y los jefes y oficiales destinados en la Academia General Militar, pasarán a la situación de disponibles forzosos”. Así, de un plumazo, quedó tronchada la obra más seria de formación militar unificada que había conocido España, y sobre la que el ministro de la Guerra francés, Maginot, en la visita que hizo el año anterior, dijo: “Es, no ya un organismo modelo, sino el Centro, en su género, más moderno del mundo. España puede ufanarse de que su Escuela de Oficiales es la última palabra de la técnica y la pedagogía militar. El general Franco, aunque Joven, me pareció un caudillo maduro y un director lleno de experiencia, de visión y de psicología del mando. Presencié el desfile de los alumnos. Un Ejército encuadrado en el plantel de una oficialidad semejante, sería un Ejército envidiable y terrible.” Puesto su mayor empeño en inmovilizar y hundir a las derechas, el Gobierno finge desconocer que quienes roen sus cimientos hasta pulverizarlos son las fuerzas de las izquierdas y de modo singular las organizaciones obreras, especialmente las sustraídas al dominio socialista, que no conceden tregua en la batalla que han entablado. El mes de julio transcurrió entre constantes conflictos huelguísticos. Al propio tiempo hacen su aparición en Madrid, Barcelona y luego en otras capitales los obreros parados que, en grupos de tres o cuatro y aún más, extendiendo grandes pañuelos o lienzos cogidos de sus puntas, hacen cuestaciones por 87

las calles y singularmente a las puertas de las iglesias. Se implanta también por los mismos parados la moda de irrumpir en los comedores de los grandes hoteles a la hora de la comida en calidad de invitados y, por tanto, con todo pagado. Menudean los atracos. Tras los atracos vienen los crímenes llamados sociales. El Socialista, el 10 de julio, llega a preguntar: “¿Qué va a volver a ocurrir en Barcelona?” A la pregunta sucede el recuerdo de lo que fue aquella ciudad antes de 1923: teatro de luchas salvajes y terribles crímenes. Y el periódico añade: “En Barcelona todo el mundo está armado. Los sindicalistas se entregan a toda clase de excesos. ¿A dónde conducirá a Barcelona esta situación?” Además de la huelga de la Telefónica a que antes hicimos referencia, huelgan los metalúrgicos de Bilbao; los marineros y fogoneros de la Unión Naval; los obreros del puerto de El Ferrol; los de la Hidroeléctrica de Valencia; los mineros de Lorca; los chóferes de Huelva, los de la Construcción en Córdoba. El día 3 se producen alborotos en La Coruña, y un grupo de revoltosos que se decían agraviados porque los religiosos habían vuelto a los conventos “sin permiso del pueblo”, prendió fuego al de los Padres Capuchinos en el barrio de Santa Lucía, que quedó destruido junto con cinco casas inmediatas. Pero donde la situación caótica degenera en verdadera anarquía es en Andalucía, estremecida por una convulsión que llega desde la ciudad al último cortijo, donde quedaban abandonadas las labores y los ganados, incluso las reses bravas, que han de ser atendidas con personal militar idóneo. La angustia social, producto del hambre de siglos que venía sufriendo el campesinado andaluz, le llevaba a cometer las mayores locuras y se veía reflejada hasta en los romances y las coplas que, como la siguiente, podían escucharse por entonces en aquellas tierras: Cuando querrá Dios del cielo que la tortilla se vuelva y los pobres coman pan y los ricos coman m... Era difícil detener lo que se había puesto en marcha. Así lo reconocía el órgano del sindicalismo, Solidaridad Obrera, cuando el 25 de julio escribía: “La guerra social, abandonada por la social-democracia, está mantenida exclusivamente por el anarco-sindicalismo, el cual, por medio de sus organizaciones, estructuradas industrialmente en sentido nacional, 88

marcha directamente a la destrucción de la sociedad capitalista y del Estado para implantar el comunismo libertario primero, y la anarquía después, como régimen oficial definitivo.” Hacia ello se iba: en Sevilla venía dedicado a la propaganda y organización sindicalista un médico llamado Pedro Vallina, que tenia embaucados a los obreros con soflamas y promesas de un futuro cercano en el que el proletariado sería dueño absoluto de todo. Sembró por la provincia sevillana la mala semilla, que arraigó bien dadas las pésimas condiciones sociales allí existentes, y produjo organizaciones que se extendían a todos los pueblos. En su labor fue secundado por estrategas revolucionarios llegados de Cataluña para agrupar las fuerzas obreras a la manera del sindicalismo catalán, consiguiendo una organización formidable. Esta organización mostró su fuerza el 20 de julio con ocasión del entierro de un sindicalista. Los acompañantes, en manifestación tumultuosa y desobediente a la fuerza pública, acabaron por tirotearla. Cayó un guardia muerto y otros dos heridos. Repelió la fuerza la agresión y se trabó un tiroteo con nuevas bajas por las dos partes. Los sindicalistas, sin cesar en sus descargas, se replegaron escalonadamente, llevándose sus heridos hacia el barrio de la Macarena, en el que resistieron apoyados por fuerzas revolucionarias movilizadas que acudieron en su auxilio. Hubo que acordonar militarmente dicho barrio y desde él se propagó el tiroteo y la lucha a los otros; en la misma calle de la Sierpe hubo disparos y confusión, y el comercio, temeroso de graves males, se apresuró a cerrar. En respuesta a las consignas circuladas, el movimiento revolucionario cunde en la provincia. Ordenan los Sindicatos que sus afiliados se concentren en la noche del 20 al 21 en Alcalá de Guadaira, para desde allí iniciar la marcha sobre Sevilla dirigidos por el doctor Vallina. Se anticipó la Guardia Civil a ir sobre el pueblo, deshizo la movilización y detuvo al médico. Pero las hogueras anárquicas encendidas, lejos de amortiguarse, crecían más y más. En Dos Hermanas, el pueblo amotinado intentaba el asalto al cuartel de la Guardia Civil, defendido por escasos números, pues la mayoría habían acudido en socorro de Sevilla. Cuando llegaron los refuerzos se entabló batalla con los rebeldes, de los que resultaron diecisiete heridos, catorce de gravedad. Algo semejante ocurrió en Coria del Río, Brenes y Utrera, en la misma provincia. 89

El día 21 Sevilla quedó paralizada por la huelga general, declarada con carácter indefinido. El letargo de la ciudad solitaria y abrasada por el sol de julio, sobre la que pasaba el fantasma del terror, era roto por los tiroteos que abrían en el silencio paréntesis con los puntos ardientes de los disparos. El día 22 los revolucionarios, con mayor osadía, hicieron su aparición en grupos en las calles céntricas, tiroteándose con los soldados del Regimiento de Soria, que en unión de la Guardia Civil ocupaba los sitios estratégicos. Se peleaba también en los barrios. Llegó la noche preñada de amenazas: a favor de las primeras sombras rebrotaron con intensidad los tiroteos en distintos sitios de la ciudad, que seguía inmóvil y acobardada. A las diez y media de la noche se proclamó el estado de guerra. Salieron más tropas a la calle. Pasaban las horas en constante zozobra, porque, obedientes a una táctica, cesaban y se reanudaban los tiroteos en diversos lugares de la ciudad conforme a un horario previsto. El día 23 la autoridad militar recibió orden de acabar con aquella situación empleando la máxima energía. Pero ni el anuncio de Consejos sumarísimos ni la supuesta aplicación de la “ley de fugas” (ya que cuatro revoltosos resultaron muertos al pretender huir cuando cruzaban por el Parque de María Luisa), nada conseguía atemorizar a los sediciosos, quienes, a las doce y media de la noche, se lanzaban en grupos contra el Cuartel de la Guardia Civil en la plaza del Sacrificio. Desde todas las azoteas inmediatas partían tiros contra el cuartel. Un capitán subió a la azotea para dirigir la defensa, pero nada más poner pie en ella le alcanzaron dos balazos, uno en la cabeza y otro en el pecho y quedó muerto. Fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército que acudieron rápidamente en auxilio de los sitiados, rodearon los edificios y fueron sacando de casa en casa a los revoltosos. “No podía faltar la nota tragicómica —contaría después Miguel Maura—. El general Ruiz Trillo, por sí y ante sí, dispuso que como sanción ‘a posterior!’ de los sucesos debía de castigar, en forma ejemplar, al domicilio que los rebeldes habían utilizado como cuartel general durante la revuelta: cierto edificio, conocido por la ‘Casa de Cornelio’, ubicado en lo alto de una calle que del río sube a la ciudad, debía ser destruido. Para tan edificante fin, fue emplazada una pieza de artillería del 75, en la parte baja de la calle en cuestión, frente a la ‘Casa de Cornelio’, previamente desalojada de todo ser viviente, incluso de dos gatos que tenían allí su cobijo. A la hora de mediodía, y con la máxima solemnidad, la autoridad militar, representada por un coronel del Ejército, dio la orden de fuego por 90

tres veces consecutivas. Cada disparo de la pieza fue a incrustarse en la fachada de la ‘Casa de Cornelio’, despanzurrándola a placer y ampliamente. Al tercero, podían contemplarse desde la calle ascendente todas las tripas de la culpable de haber alojado a los cabecillas de la revuelta.” Al cuarto día remite la fiebre revolucionaria en Sevilla, pero de su calentura se han contagiado las Cortes Constituyentes. Los socialistas y republicanos gubernamentales guardan postura respetuosa y hermético silencio ante lo sucedido en Sevilla, a pesar de que los cañonazos contra la “Casa de Cornelio” les ofrecen tan extraordinarios argumentos para sus declaraciones. Son los diputados simpatizantes con el comunismo y el sindicalismo los que no desaprovechan la ocasión y hacen suya la bandera de los revolucionarios de Sevilla. Durante mucho tiempo, los excesos de la capital andaluza serán motivo de encendidas campañas de Prensa y altisonantes discursos en las Cortes. Según los datos oficiales, el número de muertos en esta “semana sangrienta sevillana” se eleva a veinte, y el de heridos a más de doscientos. En el informe elevado al Gobierno por el gobernador de Sevilla, se describía cómo la obra demoledora de los revoltosos arruinaba rápidamente a la provincia; las huelgas insensatas que se sucedían constantemente y el predominio del pistolerismo producían el enervamiento económico y la extinción del espíritu de empresa. En los campos, millares de cabezas de ganado abandonadas perecían de sed y de falta de cuidado. Las cosechas en plena recolección quedaban desatendidas y a merced de los elementos. Las acequias y canalizaciones destruidas, para aniquilar las plantaciones de regadío. Se multiplicaban los incendios y toda clase de atropellos de cosas y personas. Frente a esto, la actuación de unos guardias civiles suponía bien poco. Y terminaba diciendo: “Estamos ya en plena guerra civil. La República, al menos en la provincia de Sevilla, tiene planteada una guerra...” Y esto se decía cuando apenas había transcurrido un trimestre de su alegre proclamación.

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“No es esto; no es esto”

El 2 de agosto de 1931 se celebra el plebiscito para la aprobación del Estatuto redactado por el Gobierno provisional de Cataluña. La votación se desarrolló pacíficamente, pues nadie estorbó a los estatutistas en sus planes. Como en las mesas electorales no hubo intervención de los partidos, las cifras de votación quedaron sin comprobar y nadie se interesó por discutirlas ni por impedir la suplantación o falsificación. Ni que decir tiene que de este modo el triunfo de los partidarios del Estatuto fue arrollador. Desde Barcelona anunciaron al Gobierno de Madrid que el día 13 marcharía a esta ciudad el Presidente Maciá para hacer entrega del Estatuto. A pesar de que los excesos separatistas de Maciá venían ocasionando ciertos disgustos al Gobierno, éste no tuvo más remedio que recibir al viajero con los máximos honores, mientras la Prensa gubernamental madrileña enfilaba sus baterías contra Maciá, del que decía ser un poseso de furia antiespañola, fanático de su catalanismo y con cuyo Estatuto trataba de perturbar la marcha normal del país, de entorpecer la labor de las Cortes y de ejercer una coacción intolerable. Salió, pues, el 13 de agosto la caravana automovilística de Barcelona. Maciá hizo el viaje en tren. Se le despidió con demostraciones delirantes. El tren arrancó entre aplausos, estrofas de Els segadors, vivas al “Estat catalá” y a “Catalunya lliure’. El cortejo llegó a Madrid disgregado, por temor de que se cumplieran unas amenazas contra el proyecto de recibimiento, a lo que no era ajena una hoja repartida por el grupo de La Conquista del Estado. A dichos rumores se refirió Eduardo Ortega y Gasset en las Cortes; mas el ministro de la Gobernación le tranquilizó al punto, diciéndole que los repartidores, entre los que se encontraba el escritor Ramiro Ledesma Ramos, estaban detenidos. El propio Ramiro, en su libro ¿Fascismo en España?, nos cuenta este incidente: “La cosa fue así: a los pocos días de las elecciones para las 92

Constituyentes, anunciaron su llegada a Madrid, en tren especial y con todo estruendo, los diputados catalanes afectos a Maciá y a la ‘Esquerra’ separatista. “Esto fue considerado en el periódico como una magnífica ocasión de manifestarse en la calle contra tales elementos. Cuatro días antes de la fecha señalada para su llegada comenzaron los preparativos, y también las sospechas de la Policía, que puso vigilancia en el periódico. El plan consistía en colocar en la estación del Mediodía dos o tres petardos, que debían precisamente estallar en uno de los coches del tren fronterizo a la vía por donde entrase el de los diputados. A la vez, a la salida de la estación, se esperaba poder situar grupos suficientemente numerosos para organizar una protesta lo más violenta posible. A este efecto, se redactaron unas hojas, invitando al pueblo madrileño a la manifestación, que contenían grandes ataques al separatismo. “Los petardos los preparó un entusiasta unitario, viejo lerrouxista, que veinticinco años antes había luchado en Barcelona contra el separatismo. Era un gran tipo, hombre de vida difícil, comisionista de pocas ventas, a quien demudaba el solo pensamiento de la disgregación española. Tenía más de cincuenta años, doblando, pues, casi la edad al más viejo de los del grupo. Entre sus jóvenes camaradas estaba muy orgulloso, satisfecho de representar un papel de militante neto, como uno más. El y otro compañero fueron los encargados de colocar los petardos en los departamentos del tren, con arreglo al plan que antes hemos dicho. “Las hojas clandestinas se tiraron en una pequeña imprenta, no sin enterarse, por imprudencia de un redactor, el regente de la otra imprenta donde se hacía el periódico, en la calle de Martín de los Heros. Este regente vendía confidencias en la Dirección de Seguridad, y comunicó en seguida a Galarza —Director General— el hecho de que se habían impreso gran cantidad de hojas clandestinas contra Maciá y sus diputados. Además, aderezó la confidencia con la afirmación de que había oído a los redactores de La Conquista del Estado que preparaban una purga de ricino al propio Galarza. “Este no necesitó más, naturalmente, para proceder contra el grupo. Encontró la Policía veinte mil hojas, que guardaba en uno de los sótanos de su casa Enrique Comte, uno de los primeros adheridos a la política del periódico. También, aunque no los descubrieron, pudo enterarse la Policía de que se habían fabricado petardos —ella suponía que bombas—, 93

presumiendo, en fin, una terrible organización dispuesta a la violencia contra los diputados separatistas. “Entonces ocurrió lo más pintoresco, y es que, a la vista de tales informes, dándose cuenta de lo desagradable y desastroso que sería para ellos el ser recibidos en Madrid con protestas, prescindieron del tren especial, abandonaron la pretensión de llegar y entrar en Madrid espectacularmente; conformándose con hacerlo en los expresos de viajeros, en dos o tres tandas y sin llamar mucho la atención. Fue, repetimos, el primer éxito de los grupos afectos al periódico, bastando sólo, como hemos visto, docena y media de militantes para impedir la arrogancia de los catalanistas triunfadores. “A consecuencia de ello, sin embargo, Galarza metió en la cárcel al director y recrudeció la persecución policiaca contra el periódico.” A su llegada a Madrid, Maciá visitó al Presidente del Consejo de Ministros para entregarle un ejemplar del Estatuto Catalán, el cual lo presentó a las Cortes el día 18 de agosto, con el propósito de que, considerado como ponencia, se discutiera simultáneamente con la Constitución en aquellos puntos en que no hubiera posibilidad de rozamiento entre los dos proyectos. Coincidiendo con los días en que Maciá y sus secuaces elaboran su Estatuto, como primer paso de la traición desmembradora, Onésimo Redondo lanza, desde su periódico Libertad, un llamamiento angustioso y enérgico a Castilla, paladín de la unidad, para que despierte de su secular modorra y se apreste a la defensa de la Patria una e indivisible. La proclama de Onésimo fue el toque de clarín que se requería e inmediatamente comenzaron a incorporarse grupos de Jóvenes, en su mayoría universitarios, que procedieron a armarse con medios elementales como vergajos y llaves inglesas, para poder enfrentarse con la violencia marxista que pretendía aplastar lo que ellos denominaban “primeros brotes fascistas”. Ordenó Onésimo establecer contacto y relación con los que en Madrid hacían La Conquista del Estado y encargó a un camarada suyo de redacción que escribiera en Libertad un saludo de solidaridad. Como los núcleos adictos aumentaban, Onésimo Redondo concibió entonces una organización que les agrupara y que denominó “Juntas Castellanas de Actuación Hispánica”, redactando unos Estatutos que constaban de 16 artículos. A pesar de que el pensamiento político de Onésimo Redondo quedaba un tanto velado en los Estatutos u Ordenanzas de las Juntas Castellanas de 94

Actuación Hispánica, cosa que realizó de intento con el fin de que fueran aprobadas por los gobernadores civiles, no pudo conseguir esta aprobación. Ello obligó a que tuviera que actuarse en la clandestinidad, siendo objeto de una implacable persecución gubernativa. Las afueras de Valladolid —Fuente del Sol, cuesta de la Maruquesa, cuevas de El Tomillo — conocen de aquellas reuniones de Jóvenes, en los que Onésimo Redondo iba depositando la semilla de su patriotismo y fe revolucionaria. Mientras tanto, las Cortes se hallaban embebidas en la discusión del proyecto de Constitución, en cuyo primer artículo se hacía esta sensacional definición: “España es una República democrática de trabajadores de todas clases que se organiza en régimen de libertad y de justicia.” Pero en tanto los “representantes del pueblo” se entretenían en las Cortes desgranando discursos en pro o en contra del articulado de la Constitución, los sindicalistas de la C. N. T. continuaban con su táctica de “acción directa” y su agitación revolucionaria. A finales de agosto fue declarada en Barcelona una huelga de metalúrgicos, lo que dio lugar a numerosas detenciones. Los presos, con él pretexto de que muchos son detenidos gubernativos, declararon la huelga del hambre, mas como esta protesta no dio el resultado que esperaban, se amotinaron, y por algunas horas fueron los dueños de la cárcel, prendieron fuego a la capilla, cuyas imágenes destrozaron, a la escuela, a los talleres, arrasaron la biblioteca y no hubo desmán que no cometieran, y hasta dispararon, pues había presos que disponían de pistolas. Para apurar todos los procedimientos suasorios a fin de reducir a los amotinados, se personaron en la cárcel el gobernador accidental, señor Anguera de Sojo, y el Jefe de Policía y parlamentaron con los presos en un locutorio de la sala de jueces. Los interpelados respondían con insolencia pidiendo la libertad, y a las amonestaciones que les hizo el Gobernador replicaron con insultos y escupiéndole el rostro. Poco después los presos, a una señal, quemaron las colchonetas y se adueñaron del edificio. El día 2 de septiembre la Federación local de Sindicatos Unicos solicitaba la libertad de los presos gubernativos, la liquidación rapidísima de los procesos y la destitución del señor Anguera de Sojo. Como no fueran atendidas estas peticiones, el día 3 estalló la huelga general, que alcanzó hasta los empleados de las funerarias. Hubo muchos tiroteos y agresiones aisladas. 95

El Gobierno se mostraba enérgico, mas por la noche el señor Anguera de Sojo comunicaba una extraña pretensión del Presidente de Cataluña: la de que fueran puestos en libertad los presos gubernativos. Esta pretensión del señor Maciá se producía a los dos días de haber encabezado el Presidente de la Generalidad de Cataluña una suscripción en favor le los huelguistas de la Telefónica. La confabulación de la Generalidad con los sindicalistas era bien patente. La huelga no cesó, sino que el día 4 se recrudeció virulenta. Barcelona se despertó con un rumor de guerra. Al pretender la Policía un registro en el Sindicato Unico del ramo de la Construcción, instalado en una casa de la calle de Mercaderes, fue recibida a tiros. Se advertía que el edificio estaba acondicionado para la defensa y sus defensores dispuestos a la lucha. Vinieron más fuerzas y acordonaron aquél hasta sitiarlo. Entonces una comisión de sindicalistas visitó al Alcalde para pedirle su mediación. Si se retiraban las fuerzas, los sitiados depondrían su actitud. El Alcalde transmitió la proposición al Gobernador, que la rechazó dignamente, porque no podía pactar con los que estaban fuera de la ley. Quisieron parlamentar los sindicalistas y Anguera de Sojo rechazó la nueva propuesta, y a la negativa unió el ultimátum: les concedía veinte minutos para salir de uno en uno y con los brazos en alto. Unicamente accedió a la petición que le hicieron de entregarse no a los guardias, sino al Ejército. Así lo hicieron: la batalla había costado seis sindicalistas muertos, seis guardias heridos y cuarenta más entre obreros y transeúntes. Los sindicalistas dieron por terminada la huelga “después de haber luchado —dicen— dejando jirones de su carne en las calles de Barcelona”. “Volvemos los Sindicatos al trabajo, no con el desorden de la derrota, sino con el orden de un estratégico repliegue.” El balance del mes de septiembre es parecido al de los meses anteriores. Día 1: Huelga general en Zaragoza. El Ejercito interviene para imponer el orden; estalla una bomba en La Coruña; huelga general en Osuna; parciales en Murcia y Tarragona. Día 2: Huelga de camareros en Valencia y parciales en incontables localidades de España. Día 5: Huelga de campesinos en Talavera y de mineros en Asturias; colisiones en Rute entre obreros parados y la Guardia Civil; intento comunista en Jaca. 96

Día 6: Asalto al cuartel de la Guardia Civil de Doña Mencía; al frente de los amotinados va el Alcalde. Resultaron cinco heridos, de ellos dos guardias. Huelga en el puerto de Gijón. Día 8: Huelga en la cuenca minera de León. Día 11: Colisiones en Bilbao entre nacionalistas y republicanos; dos muertos. Incendio de una iglesia en La Coruña. Día 12: Estalla una bomba en la central telefónica de Sevilla. Día 14: Huelga general en Granada y en Soria. Día 18: Huelga general en Sanlúcar la Mayor y en Bujalance. Motines en varios pueblos de Toledo. Día 22: Corral de Almaguer y otros pueblos de la provincia de Toledo están en poder de los comunistas. Seis muertos y cuarenta heridos. Día 24: Colisión en los muelles de Santander, un muerto y seis heridos. Huelga general en Santander. Huelga en todas las minas de la cuenca de Teruel. Huelgas en Zamora. Motines en diversos pueblos de Andalucía. Día 26: Huelga general en Salamanca; dos muertos y cuatro heridos. Huelga en Manresa, donde estallan dieciséis bombas. Desórdenes comunistas en Sevilla; un muerto y dieciséis heridos. El ambiente del momento queda bien reflejado en el artículo que don José Ortega y Gasset publicó en el periódico Luz el 9 de septiembre, uno de cuyos párrafos dice: “Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron al advenimiento de la República con su acción, con su voto y con lo que es más eficaz que todo eso, con su esperanza, se dicen ahora, entre desasosegados y descontentos: No es esto, no es esto.” Se anunciaron por entonces unas elecciones, el 4 de octubre, con el fin de cubrir veinticuatro vacantes producidas por actas dobles, entre ellas una en la capital de España. Fue candidato a ella José Antonio Primo de Rivera, que con este motivo hacía su presentación en la vida política española. José Antonio se había decidido a presentar su candidatura con carácter independiente, es decir, sin vincularse a partido político determinado y con la única finalidad de defender la gestión de la Dictadura en su aspecto administrativo, sin entrar en complicaciones políticas. 97

En algunos sectores derechistas causó disgusto esta actitud de José Antonio, ya que les hubiera gustado poder hacer uso de su apellido prestigioso para utilizarlo como banderín de escándalo. Las derechas no se lanzaron a apoyar resueltamente la candidatura de José Antonio, sino que se limitaron a tolerancia sin entusiasmo alguno, no obstante lo cual obtuvo 28.561 votos, cifra más lucida que la que alcanzaron los candidatos derechistas en la elección anterior. La conjunción republicano-socialista, temerosa de un fracaso, buscó en el guardarropa donde se guardaban las esencias republicanas una figura de prestigio por su significación intelectual y su honradez política: don Manuel Bartolomé Cossío, viejo profesor y frustrado aspirante a la Presidencia de la Segunda República. Este fue el contrincante de José Antonio y quien obtuvo el triunfo, si bien es de hacer notar la frialdad que presidió aquella elección, pues fueron más de setenta mil los que se abstuvieron de votar. La misma noche de la elección dijo José Antonio a un periodista: “Estoy satisfechísimo. El Gobierno ha creído que al presentarme yo iba contra la República, y ello no es cierto; pero así lo ha creído, formando un frente único de todas las fuerzas coaligadas y con un candidato de prestigio. Serenamente, sin apasionamiento de ninguna clase, todo el mundo ha de reconocer que el resultado de las elecciones para el Gobierno ha sido muy poco halagüeño, pues en menos de cinco meses ha perdido cerca de ochenta mil votos, y yo, con ese frente, he tenido una votación muy lucida, demostrando con ello la saludable reacción que se ha operado en tan poco tiempo”. Manifestó asimismo su propósito de continuar trabajando por el bien de España. Durante los meses de septiembre y octubre las Cortes continuaron su labor de discusión del proyecto constitucional. Fue aprobada la concesión del voto femenino a pesar de la fuerte oposición de parte de las izquierdas, uno de cuyos diputados aseguró que “por lo general, la mujer hasta los cuarenta y cinco años es histérica y carece de ecuanimidad”. Barriobero afirmó que la mayoría de las mujeres están sometidas al clericalismo, y la propia Victoria Kent se oponía diciendo que “la mujer es retrógrada, reaccionaria e inculta”. No obstante, el sufragio femenino fue aprobado por 160 votos contra 121. Indalecio Prieto opinó que con el voto de la mujer “se le ha dado una puñalada trapera a la República.” Con más o menos oposición fueron aprobándose los artículos de la Constitución referentes a la Nacionalidad, Derechos y deberes de los 98

españoles, Propiedad, etcétera, incluso el famoso artículo 6.°, que puerilmente decía así: “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”. Pero donde las cosas tomaron peor cariz fue al procederse a la discusión sobre el artículo 26, que entrañaba todo el problema religioso de España. Tras de muchos votos particulares y enmiendas, quedó redactado en estos términos: “Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado, las regiones, las provincias y los municipios no mantendrán, favorecerán ni auxiliarán económicamente a las iglesias, asociaciones e instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del Clero. Quedan disueltas aquellas Ordenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia distinta a la legitima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes. Las demás Ordenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustada a las siguientes bases: “1.ª Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado. “2.ª Inscripción de las que deban subsistir, en un registro especial dependiente del Ministerio de Justicia. “3.ª Incapacidad de adquirir y conservar, por si o por persona interpuesta, más bienes que los que, previa justificación, se destinen a su vivienda y al cumplimiento de sus fines privativos. “4.ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza. “5.ª Sumisión a todas las leyes tributarias del país. “6.ª Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación. “Los bienes de las Ordenes religiosas podrán ser nacionalizados” Después de la intervención de varios oradores, el señor Alcalá Zamora se levantó para hacer una fuerte crítica al proyecto y fijar su posición sobre el problema religioso, sosteniendo que, en la Constitución que se prepara, el derecho de los católicos sufre sensibles limitaciones. Terminó anunciando una campaña para pedir la revisión de la Constitución. 99

El discurso del señor Alcalá Zamora dejó perplejos a muchos de sus correligionarios. circunstanciales e impresionó a cierta masa católica. Algunos veían ya en el señor Alcalá Zamora al caudillo que levantaba la bandera de la revisión constitucional y recorría con ella, en calidad de cruzado, toda España. Para los que conocían mejor los entresijos de la política, Alcalá Zamora, como buen comediante, representaba una gran farsa. Su discurso no era sincero; saldría del Gobierno como entró: calificándose de hombre reverente para la Iglesia, moderado y hasta retrógrado, pero saldría no para esa campaña revisionista anunciada con tanto estruendo, sino para ser ascendido a Presidente de la República, y como tal refrendaría con su firma todas las leyes persecutorias y vejatorias para la Iglesia y los católicos, y hasta el mismo artículo 26, que le habla hecho prorrumpir en tan amargas quejas y anunciar su marcha al extrarradio constitucional, mientras no quedara reparado con honor lo que era afrenta e injusticia. La crisis estaba latente y una intervención de Azaña en la sesión del día 13 de octubre la iba a precipitar. Entre otras cosas, dijo Azaña: “Lo que se llama problema religioso es en rigor la implantación del laicismo del Estado con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias... La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica.” Al terminar el discurso quedó latente que el Gobierno estaba escindido y en crisis. Los criterios expuestos eran antagónicos y sin soldadura posible. Los señores Alcalá, Zamora y Maura anunciaron que se separaban del Gobierno. Las minorías de derechas arrecian en sus esfuerzos por que no prevalezca el atropello. Luchan unidos los vasconavarros y agrarios, presentan innumerables enmiendas, multiplican las peticiones de votación nominal. El Gobierno replica declarando la sesión permanente. Transcurren las horas de esta pugna acérrima: discursos, vocerío, insultos, escándalos... De madrugada el señor Alcalá Zamora anuncia que votará en contra. A las cinco de la mañana quedó aprobado el artículo por ciento setenta y ocho votos contra cincuenta y nueve. A la noticia de este resultado en la Cámara se origina un infernal griterío: vítores, amenazas, exclamaciones de júbilo, voces de rebeldía, confusión ensordecedora, agresiones. El diputado vasco señor Leizaola recibe un puñetazo en la nuca. La luz fría y gris del amanecer alumbra aquel espectáculo caótico del Parlamento republicano. 100

Y la España del Apóstol Santiago y de Lepanto, evangelizadora de mundos nuevos, dejó aquella noche de ser católica (?) por ciento diecinueve votos de mayoría. La crisis planteada en el Gobierno por la salida de Alcalá Zamora y Maura fue resuelta al ser nombrado Presidente Manuel Azaña, quien además continuaría desempeñando el Ministerio de la Guerra. Maura fue sustituido en Gobernación por Casares Quiroga. De la cartera de Marina se hizo cargo el farmacéutico Giral, catedrático de la Universidad Central, íntimo de Azaña. a quien ayudó a fundar el grupo de Acción Republicana. Quien propuso a Azaña para presidir el Gobierno fue Lerroux. Según éste, correspondía la jefatura del Gabinete a Azaña por el éxito de su gestión al frente del Ministerio de la Guerra, por su talento y por su energía y por el triunfo personal que representaba su discurso con motivo de la discusión en las Cortes del problema religioso centrado en el articulo 26 de la Constitución, el cual sirvió de base a la fórmula conciliadora, ya que los socialistas proponían la expulsión de todas las Ordenes religiosas. El Gobierno sale de la crisis habiendo perdido lo que algunos denominaban lastre conservador, aunque en realidad no ha servido para conservar nada. El nuevo Ministerio tiene vía ancha para operar sin estorbos. De su primer Consejo de Ministros parte el aviso a las Ordenes religiosas, que se disponen a suspender su labor docente, para que no lo hagan hasta que el Parlamento dicte modo y manera, y de lo contrario los amenazan con incautarse de sus edificios. La suspensión hubiera dejado sin enseñanza a más de doscientos mil niños. Los diputados de derechas parecen convencidos de que su permanencia en las Cortes no tiene otra finalidad que la de Justificar con su presencia los atropellos que se cometen por la fuerza del número. Por ello, deciden retirarse del Parlamento mientras dure la discusión de la Constitución, y en un manifiesto que dirigen al país razonan su determinación. Después de esta espectacular retirada, los diputados católicos inician su campaña por la Península contra la Constitución. Se celebran muchos mítines y asambleas, pero son muchas más las que suspende la autoridad gubernativa. Por aquellos días Lerroux se declara, en Santander, partidario de una política liberal y de comprensión, “que no niegue el derecho de gentes ni la condición de ciudadanos a los que no profesen nuestras ideas”. 101

El partido radical, desahuciado por indeseable por las extremas izquierdas, extendía sus redes para cazar incautos. Un nuevo Estatuto, el llamado “de Estella”, que afectaba a las provincias Vascongadas y Navarra, había entrado en liza: el 22 de septiembre de 1931 fue entregado al Jefe del Gobierno, Alcalá Zamora, por el alcalde de Guecho y diputado por Navarra, José Antonio de Aguirre, y por el diputado tradicionalista don Joaquín Beunza. Dicho Estatuto recababa para las provincias Vascongadas, entre otras prerrogativas, la facultad de concordar con la Santa Sede. Muy pronto se vio que los republicano-socialistas no estaban dispuestos a tolerar que se formase en Vascongadas y Navarra lo que Prieto calificaría más tarde, despectivamente, de un “Gibraltar vaticanista”. En efecto, el Gobierno se encarga de impedir el paso al Estatuto de Estella. En cambio, en Consejo de Ministros del 6 de noviembre autoriza a las Comisiones gestoras de Vizcaya, Guipúzcoa, Alava y Navarra, integradas por republicanos y socialistas, para que se encarguen de dirigir la formación de un nuevo Estatuto, siguiendo el mismo trámite que con el catalán; es decir, inspirado en los principios del régimen vigente, con el acuerdo de los municipios y sometido a referéndum popular. Con más lentitud y menos entusiasmo los andaluces estudiaban también su Estatuto, porque “queramos o no —decían en su manifiesto— se nos va a plantear el problema.” El balance social en el mes de octubre es desastroso. Hay huelgas generales en Granada, con nueve heridos; en Melilla, en Cádiz, en el puerto de Barcelona y en Huelva. Agresiones de grupos incendiarios y dinamiteros contra varias iglesias en Madrid, Santander y Bilbao. Estallan bombas en Barcelona, Zaragoza, La Coruña, Sevilla, Córdoba, Granada y otras ciudades. Se declaran en huelga los campesinos de innumerables pueblos andaluces. Bandas armadas se apoderan de Villanueva de Córdoba y asaltan cortijos; contra ellas se envían fuerzas de infantería, artillería y una escuadrilla de aviación. Una colisión de los sublevados con la Guardia Civil en Pozoblanco ocasiona cinco heridos graves; otra colisión en la provincia de Sevilla produce cinco muertos y varios heridos. La cosecha de aceituna se pierde y el ganado queda abandonado en una gran parte del campo andaluz. Una colisión en Valladolid ocasiona quince heridos. Hay epidemia de atracos. Los ferroviarios andaluces y los 102

mineros de Asturias se declaran en huelga. Se descubren varios complots comunistas en Málaga, Córdoba, Oviedo y Zaragoza. Con el ánimo de restablecer el principio de autoridad, carbonizado en la hoguera revolucionaria, y de aterrorizar a los revoltosos que no cejaban en sus afanes perturbadores, el día 20 de octubre el señor Azaña lee en la Cámara un proyecto de ley de Defensa de la República. Era una realidad que la República no se consideraba segura por su propia virtud, y aunque se encomiaba el triunfo de la soberanía del pueblo, toda protección parecía escasa para que el mismo pueblo no desbaratara su soberanía. La ley de Defensa de la República, con los poderes excepcionales que concedía, significaba una regresión a los tiempos de absolutismo y tiranía, tan denigrados por todos los demócratas. Don Santiago Alba evoca los buenos viejos tiempos de la libertad en la época de la Monarquía, y dice: “Este proyecto de ley es muchísimo más grave, extraordinariamente más grave que aquel famoso que se llamó del terrorismo, que trajo en una ocasión inolvidable a esta casa don Antonio Maura, que produjo un movimiento unánime de protesta... y que determinó que todas las izquierdas españolas, republicanas y monárquicas, formando un bloque, recorriésemos España y diéramos en el suelo con el intento y con la situación”. En efecto, la llamada ley de Defensa de la República autorizaba al Gobierno a suspender sine die toda publicación molesta para sus intereses partidistas, confiscar las industrias, cerrar los centros y organizaciones políticas y profesionales y encarcelar y desterrar indefinidamente a quien le diese la gana. La nueva ley era, pues, la arbitrariedad coronada y en manos de un hombre como Casares Quiroga se prestaba a todas las injusticias y represalias, ya que este individuo se destacó bien pronto por su fanatismo y su propensión a la crueldad, convencido de que a la aplicación científica del terror no había adversarios que se resistiesen. “Nunca —escribió Calvo Sotelo —pasó por el Ministerio de la Gobernación, nunca, ni en los tiempos de Calomarde o del “espadón”, ni después de la Restauración, un hombre dotado de capacidad tan flemática y perversa para la violencia y la saña.” Mientras en toda España ardían incesantes las llamaradas de las huelgas revolucionarias, mientras en las Cortes se dictaban leyes persecutorias y la traición separatista se extendía por diversas regiones, el pequeño núcleo de hombres que integraban la redacción del semanario político La Conquista del Estado, patriotas y revolucionarios, dibujaban los primeros esbozos de una organización que pusiera fin a aquel estado de 103

cosas y marcara nuevos rumbos de grandeza para nuestra Patria. Así, en su número correspondiente al día 3 de octubre, se publicó un artículo titulado “Declaración ante la Patria en ruinas” en el que, entre otras cosas, se decía lo siguiente: “La salud de la Patria exige el aniquilamiento de los partidos de orientación marxista, incapacitados para intervenir en la forja de los destinos nacionales. Nuestra actual promesa, nuestro compromiso de Juramentados para garantizar un inmediato resurgimiento de la Patria, consiste en la afirmación de que no retrocederemos ante ningún sacrificio para sembrar en el alma del pueblo la necesidad vital que sentimos como españoles. El marxismo es teóricamente falso, en la práctica significa el más gigantesco fraude de que pueden ser objeto las masas. He aquí por qué se impone liberar a las masas de los mitos marxistas. “Las tácticas a que responderán las ‘Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista” (J. O. N. S.), que estamos organizando, se basan en la aceptación de la realidad revolucionaria. Queremos ser realizadores de una segunda etapa revolucionaria. Nos opondremos, pues, rotundamente a que se considere concluso el período revolucionario, reintegrando a España a una normalidad constituyente cualquiera. Hemos de seguir blandiendo la eficacia revolucionaria, sin que se nos escape la oportunidad magnifica que hoy vivimos. “Necesitamos atmósfera revolucionaria para asegurar la unidad nacional, extirpando los localismos perturbadores. Para realizar el destino imperial y católico de nuestra raza. Para reducir a la impotencia a las organizaciones marxistas. Para imponer un sindicalismo económico que refrene el extravío burgués, someta a las líneas de eficacia la producción nacional y asegure la justicia distributiva. Esa es la envergadura de nuestras “Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista’’ (J.O.N.S). a cuya propagación dedicaremos desde hoy toda la voluntad y energía de que dispongamos. “Esa es nuestra declaración jurada, al dar nacimiento hoy a una liga política, que sólo admitirá dilemas de sangre de gloria: o el triunfo o la muerte.” De este modo se dio noticia del proyecto de creación de las J. O. N. S., que poco después, como veremos, dejó de ser proyecto para convertirse en una candente realidad. En el número siguiente de La Conquista del Estado, su director, Ramiro Ledesma Ramos, publicó un artículo que luego 104

sirvió de base al manifiesto de las J. O. N. S., en el que se indicaban las orientaciones y tácticas de esta nueva organización política. Dos números más, el 22 y 23, lanzó La Conquista del Estado, con fechas 17 y 24 de octubre, ya que a partir de entonces cesó su publicación. La persecución gubernativa terminó con el semanario. Pero ya la semilla estaba echada y pronto comenzaría a fructificar. Poco tiempo después de la desaparición de La Conquista del Estado, se celebraron en Valladolid y Madrid varias reuniones entre los más destacados miembros afines a la política del citado periódico y el grupo que acaudillaba Onésimo Redondo. Pronto llegaron a un acuerdo para constituir las J. O. N. S. en ambas provincias y tratar de extenderlas rápidamente por toda España. Como detalle curioso diremos que fue Juan Aparicio el que aportó la idea del emblema nacional sindicalista del yugo y las flechas. El propio Ramiro nos lo cuenta al decir: “La elección del emblema contiene una anécdota curiosa: Se proponían varios. Unos, un león rampante. Otros, un sol con una garra de león dentro, etcétera. Entonces, Juan Aparicio, que había estudiado Derecho en la Universidad de Granada, recordó ante el grupo que don Fernando de los Ríos, el líder socialista, explicando un día en su cátedra de Derecho político una lección sobre el Estado fascista, después de hacer alusión al emblema lictorio del hacha y de las vergas, dibujo en la pizarra el haz de flechas y el yugo, diciendo que éste sería el emblema del fascismo, de haber nacido o surgido en España. “Unánimemente fue reconocido por todos como el símbolo profundo y exacto que se necesitaba. Y no deja de tener interés esa especie de intervención que corresponde al profesor marxista, en el hallazgo de un emblema magnífico para los nacional-sindicalistas españoles.” Establecido el emblema y redactados los estatutos de las J. O. N. S., éstos fueron presentados para su aprobación en la Dirección General de Seguridad el día 30 de noviembre de 1931. Los fundadores, en la fecha de aprobación de los estatutos, no llegaban a diez. En la Asamblea de constitución estuvieron presentes nueve, ante la extrañeza atónita del agente de la autoridad, a quien, sin duda, le parecían muy poca cosa aquellos nueve jóvenes para iniciar la salvación de España. Las J. O. N. S. dejaron de ser un proyecto para convertirse en una realidad. Comenzaba a tremolar la bandera roja y negra marcando a la juventud una ruta política nueva y esperanzadora. Diciembre, con sus bru105

mas, velaba los horizontes. Pero había ya quien veía a través de muchas nieblas los resplandores de un pronto amanecer.

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Se organizan las milicias

Agotada la tarea de fabricar una Constitución, la atención preferente queda centrada en el nombramiento de Presidente de la República. El Consejo de Ministros del día 2 de diciembre de 1931 acuerda oficialmente que el señor Alcalá Zamora sea el candidato único para la Presidencia, y desde aquel momento personajes y delegaciones de los partidos se entrevistan con el futuro jefe del Estado para la previa cotización de las votaciones. Alcalá Zamora, pese a su teatral retirada de las Cortes y a su oposición a la Constitución en lo relacionado con el problema religioso, no duda en aceptar la propuesta, y de nuevo vuelve a reinar la euforia en la “gran familia republicana”. La votación para el nombramiento de Presidente de la República se celebra el día 10, y como estaba previsto, es elegido el señor Alcalá Zamora por 362 votos de 410 votantes. En blanco votan 35. Besteiro y Cossío obtienen dos votos cada uno. Pi y Asuaga, siete. Unamuno, uno. Eran las siete en punto de la tarde cuando el Presidente de la Cámara, en vista del resultado, proclamaba Presidente de la República a don Niceto Alcalá Zamora y Torres, entre las ovaciones de los diputados. El 11 de diciembre fue “el gran día nacional”. El Presidente de la República iba a prometer su cargo. La solemnidad comenzó a las dos de la tarde. Hacía un día espléndido. La Comisión parlamentaria se dirigió al paseo de Martínez Campos, donde tenía su domicilio el Presidente, en dos landós y tres coches a la gran Daumont con escolta de batidores y de guardias motoristas. Las calles que había de seguir la comitiva estaban cubiertas de tropas; en la plaza de Neptuno se hallaba la séptima Bandera de la Legión, con su carnero-mascota, y en la carrera de San Jerónimo formaban los Regulares. Unas escuadrillas de Aviación volaban en las alturas, arrojando, a modo de maná, ejemplares de la Constitución. Así que hubieron recogido al señor Alcalá Zamora, se dirigieron al Congreso por el itinerario previsto, donde se había reunido un público curioso, que no disimulaba su asombro ante aquel aparato montado para remedar los tradicionales cortejos de tiempos de la Monarquía. 107

El efecto teatral se reservaba para el Congreso, en cuya puerta estaba todo el Gobierno, protegido por piquetes de la Guardia Civil de gran gala. Los ministros vestían de frac y guantes blancos. Indalecio Prieto confesó que el suyo se lo había hecho en Londres. El Himno de Riego, interpretado por la Banda republicana, fue señal de que el Presidente había llegado. La mayoría de los diputados vestían de negro, alguno lucia smoking y no faltó quien se presentó de levita. La tribuna diplomática estaba llena, y rebosante toda la Cámara, que ostentaba sus mejores tapices y alhajas. Penetró la comitiva en el Salón de Sesiones, donde Besteiro, como maestro de ceremonias, dirigió la que fue brevísima de prometer el Presidente de la República, que había ocupado un sillón colocado como el de un examinando frente a la mesa del Presidente de la Cámara. Anunció el señor Besteiro que el Presidente, con arreglo a lo que previene el artículo 72 de la Constitución, iba a prestar promesa, y acto seguido el señor Alcalá Zamora leyó la fórmula, que era ésta: “Prometo solemnemente, por mi honor, ante las Cortes Constituyentes y como órgano de la soberanía nacional, servir fielmente a la República, guardar y hacer cumplir la Constitución, observar las leyes, consagrar mí actividad de Jefe de Estado al servicio de la Justicia y al de España El hombre que pronuncia esta solemne promesa es el mismo que en el mes de octubre, y en este salón, había asegurado categóricamente que se mantendría fuera de la Constitución por injusta, por sectaria, porque atropellaba derechos sagrados: fuera de esa misma Constitución que por su honor prometía ahora guardar y hacer cumplir ante los representantes de la nación y ante testigos excepcionales. Terminada la ceremonia, y luciendo el señor Alcalá Zamora el collar de Isabel la Católica que le impuso el señor Lerroux, se reprodujo el cortejo para trasladarse el Presidente a tomar posesión de su nueva morada, que era el Palacio de Oriente. Llegó a la antigua mansión de los reyes pálido y como alelado. La muchedumbre le reclamaba desde la plaza. Se asomó al balcón acompañado de los ministros y otros personajes, entre ellos el señor Maciá. Empezó el desfile de las tropas. Llenaba el espacio el zumbido de los aviones... El Presidente se dirigió a Azaña, que estaba a su lado, para decirle: —Hoy hace un año, ¡qué diferencia! 108

Azaña no contestó. Se limitó a mirarle con desprecio. Apenas se extingue el rumor de las aparatosas fiestas presidenciales, cuando ya se oye el croar que sube de la charca política. A las nueve de la noche llega a Palacio el señor Azaña para presentar al Presidente la dimisión del Gobierno. Se supuso al principio que tal dimisión era meramente protocolaria, hasta que Lerroux hizo saber que se negaba a formar parte del Gobierno “no por incompatibilidades personales, sino en bien de la República”, con lo que desbarató todos los planes. Lo que motivaba el alejamiento de Lerroux era el verse desconsiderado y preterido por los otros grupos que iban a formar Gobierno. La separación entre Lerroux y los socialistas y azañistas era cada vez mayor, pues tampoco éstos ocultaban la repugnancia que les producía compartir el Gobierno con los radicales, de los que se apartaban como de apestados, por averiados y contrarios a los avances socializantes de la República. Azaña formó Gobierno el día 15. Como el nombramiento de los ministros se hacía por motivos puramente partidistas y no en razón del mejor servicio que pudieran prestar a España, se daba el caso de señores designados para el desempeño de ciertas carteras, que no tenían “ni idea” de lo que podrían hacer al frente de su Ministerio. Así, el nombramiento de Marcelino Domingo para Agricultura, habiendo en perspectiva una reforma agraria y encontrándose el campo español en plena efervescencia. “El nuevo Ministro de Agricultura, señor Domingo —escribió un agudo observador— es un profesor de escuela primaria de gran distinción, un dramaturgo social saturado de sentimiento, un ensayista considerable, pero tendría un cierto riesgo afirmar que el nuevo Ministro de Agricultura ha visto alguna vez un pollo vivo.” Con este Gobierno dio comienzo la etapa que desojes había de conocerse por el “bienio social-azañista.” Al constituirse el Gobierno, Azaña conservó la cartera de Guerra porque quería dar remate y cima a su reforma militar. El verdadero espíritu inspirador de esta reforma era político, y el afán secreto de Azaña no era otro que el de arrancar del pueblo español la esperanza en una institución patriótica que un día pudiera vencer a la revolución que se iba apoderando de España. “Es preciso reconocer —escribe el general Mola— que no hubo hombre alguno en el mundo que, sin más armas que una buena dosis de mala intención y una pluma de acero, lograse como Azaña, en escaso 109

tiempo, destrozar un Ejército, dejándolo convertido en una verdadera piltrafa.” Lo cierto es que esta primera época de la República no resultó muy satisfactoria, incluso para algunos de los que más se esforzaron en implantarla. Así, don José Ortega y Gasset, en su conferencia pronunciada el día 6 de diciembre en el cine de la Opera manifestó: “Se ha cometido un amplio error en el modo de plantear la vida republicana”, y no hay más remedio que “rectificar el perfil de la República”, que ha hecho “triste y agria la vida”. Por su parte, las derechas, ante la persecución que sufrían, se agruparon en un frente único, dejando a un lado diferencias de táctica o de apreciaciones incidentales. Todas ellas vinieron a coincidir en el partido católico denominado “Acción Nacional”, engrosando éste sus filas de un modo enorme. Por toda España organizaban mítines, a los que acudían verdaderas multitudes, pidiendo la revisión de la Constitución. Al que se celebró en Palencia el 8 de noviembre acudieron veintiséis diputados y más de 22.000 personas. El carácter católico y españolista de este acto hizo que se destacaran a Palencia un buen número de Jonsistas vallisoletanos, quienes, capitaneados por José Antonio Girón, se batieron bravamente contra los elementos socialistas que por la violencia trataban de hacerlo fracasar. Poco tiempo antes, el 19 de octubre, había entrado a formar parte de la Junta de Gobierno de “Acción Nacional” el diputado salmantino don José María Gil Robles, que en las Cortes había adquirido fama de buen orador. Al cesar posteriormente en la dirección del partido don Angel Herrera, fue nombrado el 17 de noviembre para sustituirle el señor Gil Robles. El líder derechista gana una popularidad fulminante. Apenas conocido de una minoría en abril de 1931, al terminar el año sus adeptos son innumerables. “Gil Robles, que constituye lo que los franceses llaman el pendant de Azaña, en el sector de las derechas —dice Eduardo Aunós—. fue otro ejemplo de encumbramiento inmerecido, falso y, en este caso, además, prematuro.” La crónica negra de los dos últimos meses del año 1931 es pavorosa. La ola de criminalidad llega hasta los últimos rincones de España. La República garantiza a los delincuentes, por medio del Jurado restablecido, impunidad para sus fechorías. Se asesina, se roba, se atraca con el mayor descaro. Raro es el día que en Barcelona dos o tres personas y varios 110

establecimientos no son desvalijados por los gángsters. En una colisión entre una partida de atracadores que se resisten en una taberna y la fuerza pública resultan tres muertos y seis heridos. Los asaltos de tiendas son también suceso frecuente y normal en innumerables poblaciones de España. En cuanto a huelgas, no hay provincia que no las padezca. Se registran, con carácter de generales, en Palencia, Almería, Oviedo, León, Huesca, Tarrasa, Badajoz y otras ciudades. La de Zaragoza, promovida el 9 de diciembre por la C. N. T., ocasiona dos muertos. Hay plantes de presos en distintas cárceles; tumultos estudiantiles, particularmente graves en Madrid, Zaragoza y Salamanca; colisiones políticas, con un nacionalista muerto en Bilbao, y el presidente de la Casa del Pueblo de Avila, también muerto; agresiones a la Guardia Civil con un guardia muerto en Andújar y cinco paisanos graves en Gabia la Grande (Granada) y en Almarcha (Cuenca). En Sevilla, Gijón, Barcelona y Zaragoza son asesinados algunos obreros por no secundar las órdenes de los Comités de huelgas, y en Alar del Rey, el secretario del Ayuntamiento. Bombas y petardos estallan por doquier. Se registran motines en muchos pueblos, asaltos a Ayuntamientos y profanaciones de iglesias. La soplonería y la ignorancia están a la orden del día y llegan a lo inverosímil. El semanario República, de Pamplona, denuncia el 7 de noviembre “que en el Registro de la Propiedad se extienden unos recibos que dicen: Derechos reales”. “Por lo visto —añade—, en las oficinas públicas no quieren despegarse de las viejas costumbres y deben darse cuenta que las realezas ya no están en España y que no existen, por tanto, derechos reales, sino derechos de la República. Que el Ministro de Justicia tome nota.” Y el telón cae como una cortina de sangre sobre la farsa, melodrama y tragedia, todo a la vez, representada en 1931. En escena quedan los cadáveres de cuatro guardias civiles asesinados en una calle que se llama del Calvario, en el pueblo extremeño de Castilblanco. El Mundo Obrero, al dar cuenta del suceso, titula su información con esta frase: “Las masas toman la ofensiva”. La emboscada en que han encontrado muerte los cuatro guardias fue preparada por la Casa del Pueblo con la complicidad del alcalde. Trataban aquéllos de disolver una manifestación organizada con un fútil pretexto. En el momento en que parlamentaban con los dirigentes cayeron sobre los guardias unas hordas armadas de cuchillos, hoces y palos... El general Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, declaró que ni en Monte Arruit hablan sido tan horriblemente mutilados. 111

Los sucesos de Castilblanco marcan el principio de una ofensiva contra la Guardia Civil, en la que toman parte incluso elementos gubernamentales. En esta actitud se destacó una mujer cincuentona, hija de un Judío alemán y de una francesa, llamada Margarita Nelken, que se dedicaba a imbuir a las mujeres campesinas ideas demoledoras. Durante la elección de junio de 1931, la Nelken animaba a los electores socialistas de Montijo en la puerta de los colegios con léxico de prostíbulo. A las mujeres las dejaba estupefactas contándoles las excelencias del amor libre y del “derecho sexual” que iban a conquistar con el socialismo. Y como alguien de aquel auditorio pareciera escandalizado por lo que oía, Margarita Nelken puso el ejemplo de sí misma, diciendo que de los hijos que tenía a ninguno podía asignar padre determinado, puesto que lo ignoraba. Con la Nelken cooperaba en aquella sublevación de las masas campesinas un concejal de Madrid llamado Muiño, que en los carteles de propaganda electoral se decía portero, ocultando su calidad de consejero del Banco Hipotecario. Al hacerse pública la matanza de Castilblanco, el comentario de Muiño fue éste: “Soy un convencido de que si en Castilblanco no hubiera habido Guardia Civil no habría pasado nada”. Margarita Nelken calificó los asesinatos de “desahogos obligados del espíritu oprimido”. Por su parte, el diario comunista Mundo Obrero decía: “En las ciudades y en los campos la sangrienta guardia pretoriana de la contrarrevolución ha vertido impunemente a torrentes la sangre del pueblo para defender los privilegios de los poderosos. “Las masas hambrientas y explotadas se alzan y ya no pueden contenerlas los fusiles ensangrentados y asesinos de nuestra Guardia Civil. “Y contra el pueblo, contra el pueblo verdadero, el pueblo trabajador, vosotros lanzáis como bestias feroces a la sangrienta y odiada Guardia Civil. “Para vencer a esos elementos de combate que posee la contrarrevolución, los obreros y campesinos deben aunar sus fuerzas y estructurarlas en una organización adecuada y apta para luchar y vencer.” Los azuzados interpretan con hechos estas palabras, y a los pocos días tendrían trágicas consecuencias. Arnedo, pueblo de la provincia de Logroño, se encontraba en estado de gran agitación por el despido de varios obreros de una fábrica de calzado. El día 5 de enero de 1932, el 112

gobernador, en una reunión celebrada en el Ayuntamiento con patronos y obreros, logró que los demás fabricantes se comprometiesen a colocar en sus talleres a los ocho obreros despedidos. El conflicto estaba, pues, resuelto, cuando irrumpieron en la plaza del Ayuntamiento grupos compactos dando fuertes gritos. Los guardias civiles que custodiaban la Casa Consistorial trataron de disolver la manifestación y acallar el alboroto. De un grupo se destacaron varios individuos, y uno, fornido, se abalanzó sobre un guardia y le arrebató el fusil, que partió en dos pedazos. Fue la señal de ataque. Los guardias, rodeados por la muchedumbre, se veían víctimas de otro Castilblanco. Sonaron unas descargas y resultaron seis muertos y treinta heridos, la mayoría mujeres que iban colocadas en primera fila. ¿Qué más podían apetecer los revolucionarios que aquellos cuatro cadáveres femeninos como bandera para su campaña? Desatóse ésta, en efecto, al día siguiente en las Cortes. El blanco principal es el general Sanjurjo, de quien socialistas y extremas izquierdas desconfían, pues le suponen, con razón, poco complaciente con el desorden y enemigo franco de la anarquía. Un diputado grita: “Sanjurjo es un obispo con tricornio”, y otro añade: “¡Hay que arrastrar al general Sanjurjo!”. El resultado de todo ello fue que en los primeros días de febrero el general Sanjurjo es trasladado a la Dirección General de Carabineros y sustituido en la Guardia Civil por el general Cabanellas. En tal situación las cosas, Onésimo Redondo continúa organizando en Valladolid grupos de jóvenes aguerridos que se dispongan a defender a la Patria contra los violentos ataques de que la hace objeto el marxismo. A la vez, Libertad intensifica su campaña revolucionaria, y en su articulo de fondo del 4 de enero, titulado “Pronóstico político para 1932”, el mismo Onésimo escribe tajante y previsor: “No vaticinamos, sino que anhelamos y trabajaremos, eso sí, porque nuestro anhelo sea una realidad en diciembre. “Nos referimos a la constitución, en este año, de Milicias regulares anticomunistas. Todo nuestro fervor por la salud de España, y la emoción con que celebramos la inauguración del Nuevo Año pensando en ella, queremos resumirlo en esta reflexión: Que no salvaremos la Nación de la barbarie soviética sin organizar una 113

falange extensa de españoles de todas clases dispuestos a defender con sus personas la vida civilizada de España... “Hay que formar las milicias civiles de España. Haciendo frente en primer término con sagacidad y legalidad, hasta donde sea posible, a la franca y solapada oposición gubernativa. Y supliendo con la energía y la rapidez de ahora el camino que los adversarios nos llevan ganado.” Por aquel entonces se habían instalado las J. O. N. S. vallisoletanas en una modestísima habitación de un viejo palacio situado en la calle de Alonso Pesquera. Allí se celebraban las reuniones en las que Onésimo Redondo vierte sus consignas de combate y sacrificio, disciplina y revolución, de Justicia y de Patria. Pronto tuvieron ocasión los jonsistas vallisoletanos de probar su eficacia en el terreno de la acción. Con motivo de los sucesos de Castilblanco y Arnedo se organizó en Valladolid una manifestación de desagravio a la Guardia Civil y a ella acudió Onésimo Redondo al frente de sus grupos de choque. Ya al ponerse en marcha la manifestación en la plaza Mayor, unos doscientos socialistas y comunistas intentaron perturbarla con voces y actos de hostilidad a la retaguardia de la misma. Un grupo de jonsistas se volvió enérgicamente hacia ellos poniéndoles en fuga y apaleando a varios. En la plaza de San Pablo, cerca del Gobierno Civil, los marxistas, ya rehechos, continuaron con sus mueras y agresiones. Velozmente se destacaron unos doscientos jonsistas que a palos y pedradas les dispersaron por la calle de las Angustias y adyacentes. En la calle del León, a vergajazos, se arrinconó a varios comunistas, a los que se ocuparon armas diversas. La lucha en pequeños grupos se extendió por distintas calles, haciéndose dueños de ellas los de la J. O. N. S. Al día siguiente Libertad, a grandes titulares, comentaba con alborozo: “Buen comienzo.—Se lucha victoriosamente contra la gentuza.—Bonito episodio de la liberación antimarxista.” Desgraciadamente la ofensiva revolucionaria y patriótica que iba comenzando a desatarse en Castilla merced a la enorme labor de Onésimo Redondo, cuyas palabras y cuyas hojas de propaganda llegaban a todos los pueblos, se veía entorpecida por falta de medios materiales, ya que casi todos los afiliados a las J. O. N. S. eran estudiantes y obreros, ricos en entusiasmo, pero escasos en medios económicos. Mientras tanto, la República continuaba su atropellada marcha. En realidad, había dos Repúblicas en una sola: la República burguesa y la 114

República socialista; la primera, visible en la superficie con apariencias democráticas; la otra, la que actuaba en el fondo, imperaba y decidía. Pero el radicalismo obrero tenía a su vez dos sectores: uno oficial, que formaban el socialismo y la U. G. T„ incrustado ya en el Estado, y el otro, excluido del Poder, compuesto de comunistas y sindicalistas, empeñados en rebasar revolucionariamente las fórmulas burguesas de la República. Eli primero da su cariz a la legislación y se manifiesta en todos los detalles; acapara delegaciones del Estado, Ayuntamientos y Diputaciones; se impone por conducto de las Casas del Pueblo, monopoliza las huelgas y hasta los desórdenes, legítimos cuando son producidos por él, mientras que reprueba por sediciosas las organizaciones, las huelgas, las protestas y revueltas de origen sindicalista que no lleven el refrendo de la U. G. T. Quienes pagan las costas de esta lucha intestina son las derechas: contra éstas ambos sectores tienen carta blanca. Son el derivado y comodín. Con las persecuciones contra ellas, con la impunidad de los incendiarios de iglesias, pretende el Gobierno redimirse del sambenito de reaccionario que le cuelga la extrema izquierda obrera. Y así todas las amenazas, injurias y excitaciones al crimen y a la coacción contra las derechas las presiden impasibles, cuando no regocijadas, las autoridades. Gil Robles, erigido en paladín de aquellas fuerzas, reanuda su campaña de propaganda por toda España con gran dinamismo. La importancia de esta actuación puede deducirse del odio y de la pasión con que le combaten los adversarios, que acuden a todos los medios para impedir su propaganda. Ejemplo, lo ocurrido en Lugo el 16 de febrero, donde para estorbar un acto en que había de intervenir Gil Robles, fueron repartidas unas hojas en las que se excitaba al exterminio del jefe político derechista y de sus amigos en estos términos: “No debéis tolerar sus gritos cerriles y cavernarios: duro y a ellos. Aniquilad sin contemplación ni piedad a los enemigos... ¿Cabrá ese bruto por las puertas de la muralla? El día 16 se sabrá”. Los tradicionalistas, por su parte, también contra viento y marea, desarrollan su propaganda. El día 17 de enero se congregan diez mil carlistas en el Frontón Euskalduna, de Bilbao. Numerosos grupos de elementos marxistas molestaron a los concurrentes con gritos y silbidos, y a la salida del acto se dirigieron a la calle de Rivera, donde se hallaba el Círculo Tradicionalista, a aquella hora lleno de socios que respondieron con gritos a los provocadores. En el revuelo que entonces se produjo 115

sonaron unos disparos, a consecuencia de los cuales resultaron tres socialistas muertos. Los perturbadores, que al oír los tiros se dispersaron, se repusieron pronto y engrosados y excitados por agitadores profesionales, se distribuyeron por la ciudad para cometer toda clase de desmanes. Los grupos obreros de carácter extraoficial, especialmente los sindicalistas de la C. N. T., no descansan, tratando de demostrar su fuerza y recoger los descontentos del obrerismo ministerial. En Valencia, La Coruña, Barcelona, Córdoba, Málaga, Sevilla, Teruel y otras numerosas poblaciones, las huelgas y motines son constantes. Pero donde la revuelta toma mayores vuelos es en la cuenca minera del Llobregat. El movimiento, capitaneado por la F. A. I. se inició en Fígols y Berga. Los obreros, sin pretexto alguno, declaran el día 19 de enero una huelga revolucionaria, que pronto se propaga a todos los pueblos de la cuenca del Llobregat. Se apoderan de varios Ayuntamientos y hacen público el siguiente bando: “Proclamada la revolución social en toda España, el comité pone en conocimiento del proletariado en general que aquel que esté disconforme con el programa que persigue nuestra ideología será responsable de sus actos. ¡Por el comunismo libertario! El Comité.” Por la cuenca del Llobregat baja arrolladora la rebelión, izando en los edificios la bandera rojinegra del anarquismo. ¡La revolución social ha llegado! Los revoltosos cortan la vía para evitar la llegada de fuerzas de la Guardia Civil, que salen de Zaragoza y otros puntos, y del Ejército enviadas por el Gobierno apresuradamente de Gerona, de Barcelona y de Lérida. En el movimiento participan anarcosindicalistas y comunistas. Los primeros ponen el turbulento y elemental impulso revolucionario; los segundos el plan frío, la organización meditada con arreglo a las enseñanzas soviéticas. El propio Ministro de la Gobernación diría días después en el Congreso que, al mismo tiempo que se inicia la subversión, la radio de Moscú anunciaba al mundo que “los hermanos comunistas” de España luchaban en las calles para proclamar la República roja. Las consignas de la III Internacional a los comunistas españoles eran cada vez más acuciantes: se les advertía “que era indispensable prepararse para una lucha armada contra el Gobierno burgués y reaccionario”. Con las 116

consignas, la Komintern prodigaba sus remesas de dinero para financiar el plan revolucionario. Los comunistas vieron pronto que la C. N. T. era una organización poderosa y de gran empuje, fácil de emplearse en una intentona revolucionaria y lograron arrastrarla. El Gobierno recibe de la Cámara en la sesión del día 21 un voto de confianza. Los jefes de minorías han ofrecido su apoyo al Gobierno, después de que el señor Azaña hizo saber que el movimiento de la cuenca del Llobregat era “un golpe para acabar con la República”. “El Gobierno —añadió— tiene en sus manos los hilos de este movimiento revolucionario... He dado orden al jefe de la cuarta División militar para que, una vez llegado al lugar de la sublevación, proceda al aplastamiento de la sedición. Es decir, que no le he dado de tiempo más que quince minutos después de haber llegado... Seremos inflexibles y actuaremos con todo rigor.” Las tropas enviadas contra los huelguistas ocupan militarmente toda la zona sublevada, sin que los sediciosos opongan resistencia. A medida que los soldados entran en los pueblos, éstos recobran su vida y muchos facciosos huyen a las montañas, amedrentados por el gran aparato militar desplegado para acabar con la sublevación. Con la entrada de las tropas en Cardona, el día 22. quedó reducido el último foco rebelde. Las tropas, en estas operaciones, recogen cantidades considerables de armas de todas clases, especialmente pistolas, y se incautan de depósitos de explosivos que existen en casi todos los domicilios de los Sindicatos, convertidos en arsenales. El Ministro de la Gobernación aplica la ley de Defensa de la República, y las bodegas del vapor Buenos Aires, fondeado en Barcelona, se llenan de sindicalistas, partiendo el día 10 de febrero para Bata (Guinea) con 108 deportados. Con este acto se inaugura en España el sistema soviético de deportaciones en masa a tierras inhóspitas. Y lo más curioso es que ello se hace en nombre de la “democracia”. La campaña antirreligiosa iniciada desde que se proclamó la República, continuaba con verdadera saña. Una muestra más de ello fue la circular que el Director General de Primera Enseñanza, el masón Rodolfo Llopis, dirigió a los maestros, en que se les prohibía terminantemente toda propaganda religiosa, si bien el socialismo captaba sistemáticamente a los 117

maestros en la Federación de Trabajadores de la Enseñanza para comenzar en la misma escuela su labor de proselitismo. “La Escuela —se decía en la circular— ha de ser laica; por tanto, no ostentará signo alguno que implique confesionalidad. “ El crucifijo desaparecía de las escuelas. Pero había que agitar banderas más aparatosas para sustituir con laicismo y persecución religiosa el bienestar, el pan y el trabajo que no se le podía dar al pueblo. Así, el 23 de enero de 1932, en plena revuelta anarcosindicalista, y como ofrenda a las turbas, fue firmado el Decreto de disolución de la Compañía de Jesús. De toda España se elevan protestas contra la disolución. Los religiosos salen de sus colegios y residencias entre manifestaciones de afecto y de dolor. Más de 20.000 personas se congregan en Loyola para despedir a los Jesuitas que abandonan la residencia solariega de la Compañía y de su Fundador. El Papa Pío XI hace llegar a los perseguidos su adhesión y su afecto paternal, y el Nuncio de la Santa Sede, monseñor Tedeschini, presenta el 29 de enero una nota de protesta contra la disolución de la Compañía de Jesús. “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó; bendito sea su nombre”. Con estas palabras, el P. General de la Compañía, en carta dirigida a los Padres y Hermanos de las provincias de España, expresó la actitud de la Compañía ante el atropello de que fue víctima. La disolución de la Compañía de Jesús, la secularización de cementerios, la ausencia del crucifijo en las escuelas y toda la exacerbada campaña antirreligiosa no sólo obtuvo la repulsa de los españoles incrustados en los partidos de derechas, sino de la gran masa nacional e incluso de destacadas figuras del republicanismo español, como don Miguel de Unamuno y don José Ortega y Gasset. Este último llegó a aventurar la siguiente profecía: “Sospecho que no se van a resignar los jóvenes; pensar que éstos van a soportar mucho tiempo el ambiente de estulticia que asfixia la existencia actual de los españoles, es no haberse asomado medio segundo al alma secreta, aún muda, de la nueva generación.” A pesar de encontrarse cómodamente instalados en el sistema burgués de la República, no descuidaban, sin embargo, los socialistas sus planes de apoderamiento completo del Poder mediante la revolución 118

proletaria. Para ello, en su Congreso de febrero, habían estudiado la creación de “milicias de jóvenes socialistas” que con el pretexto de defender la República, servirían, según descubría el informe leído, para implantar por la fuerza el régimen socialista. Explicaban en el dictamen: “España necesita consolidar de manera definitiva la República. La defensa de la República no puede estar a merced de gente pagada, que un día defiende un criterio y al día siguiente el más opuesto al anterior... La República necesita defensores tan leales como desinteresados... De los jóvenes socialistas han de salir estos factores. Para ello actuaremos a tono con la conducta de nuestros enemigos, que lo son todos los defensores del régimen capitalista... Las milicias socialistas necesitan tener una disciplina rígida terminante... No puede haber democracia completa a la hora actual... Las milicias socialistas han de consistir en el pueblo armado para sostener el régimen socialista. Si por un acontecimiento el Poder viniera a manos del partido socialista, no podemos correr el riesgo de encargar su custodia a la Guardia Civil o a otra fuerza mercenaria. Serán los jóvenes socialista* los encargados de esta misión, para lo cual deben tener sus milicias preparadas.” Casares Quiroga no le dio importancia al propósito. Esos milicianos, comentó, son unos “jóvenes románticos”. Y cuando Gil Robles interpeló al Jefe del Gobierno sobre el hecho, pidiendo que se aplicase a todos por igual la ley de Defensa de la República, concluyó con, esta pregunta: “¿Es que el Gobierno tiene una medida para los amigos políticos y otra distinta para los enemigos?” “Claro”, replicó sin inmutarse Azaña, entre la algazara de la mayoría. Azaña, desentendido de los respetos democráticos, va con cínico desenfado por los caminos de la arbitrariedad. Dice su desprecio por los dogmas del liberalismo. “Yo no soy liberal”, exclama. Que la Constitución republicana lo fuera no tenía importancia. La había abolido con la llamada ley de Defensa de la República. Y en último caso, como contestó a Gil Robles: “Dirá la Constitución lo que quiera, pero lo que yo digo es...” Y lo que él decía quedaba aprobado. En cuanto al respeto que le merecían las opiniones de su adversarios políticos, queda bien claro en las palabras que dirigió al mencionado diputado derechista: “Que no os guste nuestro modo de gobernar me llena de satisfacción. Si alguna vez yo tuviera la desgracia de que una medida de Gobierno pudiese merecer el aplauso de los que no son republicanos, se me caería la cara de vergüenza. Dé suerte que todo lo 119

que venga de ese grupo... me hace repetir las palabras del poeta: “Ladran, señal que cabalgamos”. Por su parte, el comunismo iba progresando paulatinamente en España. El Congreso del partido, celebrado por entonces en Sevilla, vino a demostrarlo. Desde abril de 1931 el número de afiliados ha subido de ochocientos a doce mil. Hay también un núcleo de Juventudes Comunistas con más de ocho mil miembros. Pero en el comunismo el número de afiliados no significa gran cosa, pues prefiere pocos siempre que sean activos, perseverantes y disciplinados. Su táctica es la de infiltrarse en las otras organizaciones obreras para apoderarse de los puestos de mando. Otro de los instrumentos de contagio, el Socorro Rojo Internacional, empieza a extender su red de sucursales en España. Y el comunismo comienza, conforme al acuerdo de la Sección Ibérica de la Komintern, “a crear puntos de apoyo para la organización de masas, en forma de comités de fábricas, comités de huelguistas, de campesinos y de soldados.” Las alteraciones de orden público, consecuencia de la decepción de las masas con la República y de la falta de autoridad de los gobernantes, son cada vez más frecuentes. El día 5 de marzo se descubre un complot anarcosindicalista en Jaca; en Toledo, los obreros en huelga general luchan a tiros con los guardias de Asalto, que empiezan a recoger el odio sembrado contra la Guardia Civil, a la que sustituyen en muchos menesteres, y matan a dos de ellos. Surgen huelgas generales en Córdoba y otras capitales, y se amenaza con una huelga general en toda España si se obliga a cumplir su condena al asesino del señor Dato, Ramón Casanellas, detenido cuando acudía desde el extranjero al Congreso del partido comunista en Sevilla. La amenaza de huelga surte efecto y Casanellas puede pasearse libremente. Al comenzar el mes de abril, la confusión entre los elementos gobernantes es tal, que en sus actos de propaganda los impugnadores y camorristas que interrumpen a aquéllos con escándalos y garrotazos son los correligionarios de los oradores o que fueron sus aliados electorales. Albornoz es insultado en Almería; Bujeda, en Madrid; la Nelken, en Pueblo Nuevo (Córdoba); Maciá, en Barcelona... y en Sevilla un obrero lanza un martillo contra la cabeza de Casares Quiroga que logra esquivar el golpe... Muchos actos de izquierda son suspendidos a medio celebrar, porque los alborotadores los hacen irrealizables, y a veces, como en Jaén, los oradores socialistas son ahuyentados a pedrada limpia. Claro es que las reuniones y mítines de derechas no se libran ni mucho menos de esta furia. 120

No es preciso que medie ocasión “provocadora” para que los turbulentos quemen y maten o asalten como natural desahogo de sus instintos. Por ello, en este ambiente, fue un acto de verdadera audacia el que organizaron las J. O. N. S. de Madrid el día 2 de abril. Una conferencia en el Ateneo a cargo de Ramiro Ledesma Ramos. Téngase en cuenta lo que representaba entonces el Ateneo. El centro más calificadamente enemigo de las ideas que iban a ser defendidas por el conferenciante. Y por si era poco la oposición radical de la mayoría de los socios, se congregó en el salón una representación nutridísima del partido comunista, con la intención que es de suponer. Ramiro Ledesma se presentó en el Ateneo con 25 camaradas suyos. El salón estaba totalmente lleno de enemigos. El jefe de las J. O. N. S. llevaba, para más gravedad, una camisa negra y una corbata roja, prendas que por entonces pensaban adoptar los jonsistas. El acto fue, naturalmente, resonante. El público, organizado y preparado para eso. interrumpía al orador cada segundo, y éste, renunciando a la exposición razonada y discursiva del tema, se dedicó exclusivamente a combatir con las frases más crudas las ideas marxistas del auditorio. Era, pues, una lucha de uno contra mil, y que duró, sin embargo, más de media hora. La prensa comentó ampliamente el suceso. Dijo ABC al día siguiente: “En el Ateneo dio ayer tarde una conferencia don Ramiro Ledesma Ramos, viéndose el salón atestado de público, en el que desde el comienzo de la disertación se notaba cierto espíritu de controversia. “El orador se manifestó como portavoz del nuevo partido J. O. N. S., afirmando que la mayor parte de las ideas que pensaba exponer no iban a ser bien recibidas por el auditorio. (Esta confesión inicial es acogida con grandes aplausos.) Añade que va a hablar contra los principios informadores de los partidos políticos de la República, pero que no se le podrá tachar por ello de monárquico, pues no lo es. Censura las violencias marxistas que han arruinado a las democracias. Que han matado el patriotismo. Que especulan con el hambre de las masas. El marxismo es antinacional y desaloja del alma de las clases populares el sentimiento que corresponde a éstas de modo más directo: la fidelidad a la Patria. El marxismo es enemigo declarado de la nación. Destruye la nación. Presenta la adhesión a la Patria como una bobería burguesa. Sólo en la subconciencia —o en la conciencia, mejor dicho— de un judío como Marx pudo fraguarse la destrucción de los valores nacionales, asegurándose la 121

colaboración de las masas. (Cada afirmación del conferenciante es acogida con principios de alboroto entre los sectores de distinta ideología.) “Continúa el orador manifestando que la violencia de los rojos hay que combatirla con análogas violencias. “El ambiente de contradicción en que se desenvuelve la conferencia se agudiza y un miembro de la Directiva interviene pidiendo calma para que la disertación pueda desarrollarse. “Pero como no consigue que reine el silencio para que el orador pueda ser oído, éste desiste de acabar su discurso, invitando a los de ideas contrarias a controvertir en cualquier otro lugar.” Aparte los gritos y las protestas verbales, los comunistas no desarrollaron otro género de violencia. Sin embargo, hubo algunos golpes. El estudiante jonsista Luis Batllés dio un fuerte porrazo a un comunista, precisamente el que más se distinguía en su vocerío, y que por cierto se afilió años más tarde al nacionalsindicalismo. Luis Batllés, al huir, se dio con la cabeza contra los cristales de la puerta, hiriéndose y siendo detenido por los guardias. No hubo más incidentes. El 14 de abril de 1932, primer aniversario de la proclamación de la República, sirve para medir la insatisfacción y el descontento de España. Para alegrar el semblante de las gentes, grave y ceñudo, el Gobierno organiza un programa de festejos a fin de estimular la alegría callejera. El acto más decorativo y brillante estuvo a cargo del Ejército, aun descoyuntado y al servicio de un Estado pacifista. La exteriorización del júbilo por medio de colgaduras e iluminaciones quedaba limitada, con excepciones contadísimas, a los edificios de las sociedades bancarias, círculos de recreo y centros públicos, cuya adhesión es irremisible y obligada. Esto era cuanto quedaba de aquella alegría tumultuosa y desbordante de hacía un año, de aquellas manifestaciones de muchedumbres enloquecidas como si acabaran de libertarse del más afrentoso cautiverio. En la segunda quincena de abril, las fuerzas de derecha continúan sus campañas de propaganda, a las que acuden enormes cantidades de oyentes. Del otro extremo, el Gobierno recibe cada día que pasa más fuertes presiones de los amotinados rojos, que convencidos de que el régimen no puede sustentarse si no cuenta con ellos, se prevalen de esta certidumbre para imponer su brutalidad. Al terminar cada jornada, queda como balance un reguero de sangre, humo de incendios y restos de saqueos. En 122

Santander las turbas pretenden impedir la celebración de un mitin de Acción Nacional en el que habla Gil Robles, y en la refriega resultan un muerto y trece heridos. En Pamplona, por derivaciones de un mitin, pretenden asaltar el Circulo Carlista, y hay dos muertos y tres heridos de los levantiscos. No existe suficiente fuerza pública para atender a todos los sitios donde se la requiere ni autoridades con energía bastante para contener aquella riada que se desborda sobre España. Como medida previsora o defensiva el Gobierno suspende, más por instinto que por medida de reflexión, los actos que organizan las derechas, porque asegura que con ello reduce y disminuye los motivos de exasperación de las masas. Un Decreto publicado el 12 de abril prohibió el empleo del título de Nacional como denominador en las organizaciones sociales y políticas de cualquier clase. La C. N. T. —Confederación Nacional del Trabajadores— desacata la orden y sigue con su nombre de siempre. En cambio, el partido derechista de Acción Nacional cambió su denominación por la de Acción Popular. Para las muchedumbres proletarias la única esperanza era la revolución y la violencia, siempre que fueran ellas quienes la administraran al margen de los dirigentes y si fuera necesario en contra de ellos mismos. Estos, que no ignoran el predicamento que han perdido, cuando llega el 1.º de mayo, el día clásico de apoteosis de la fuerza socialista, no se atreven a sacar las masas a la calle, y se circunscriben a solemnizar la fecha con las consabidas paralizaciones urbanas y las merendonas en el campo. No hay manifestaciones en tan señalado día, a pesar de hallarse España en el ápice democrático, participantes los marxistas del Poder y en un momento en que todas las oportunidades son pocas para que las masas alardeen de su dominio en la calle. En lugar de eso, lo que hace el Gobierno —en el cual hay tres Ministros socialistas— es dotar a las fuerzas de Seguridad de material moderno: fusiles ametralladores, ametralladoras y morteros, como advertencia a los díscolos o excitados para que se contengan y se muestren cautos. No hay, pues, el 1.º de mayo, la tradicional manifestación que iniciaban diputados y caciques cogidos del brazo, según lo estableció Pablo Iglesias, ni conclusiones ni discursos. Pero no faltaban los disturbios y las alteraciones que siguen a la Fiesta del Trabajo como el galgo a la liebre. 123

En Sevilla promueven disturbios los comunistas, que tirotean desde las azoteas a los guardias; es menester sacar las tropas a la calle y ocupar los altos de las casas. Resultan dos muertos y varios heridos, y en la cárcel ingresan más de cien revoltosos. En Madrid hay otras detenciones. En los disturbios de Córdoba muere el secretario provincial de los comunistas, y en otros cuantos lugares hay también diversos muertos, todos ellos en agresiones a la fuerza pública. Como relieves de los preparativos hechos para solemnizar a lo rojo la fiesta del 1.º de Mayo, quedan 200 bombas encontradas en Morón, 700 en Sevilla, 40 en Carmona, 48 en Utrera, 130 en Madrid, cifras por sí solas bastante elocuentes. A los pocos días de la resonante conferencia de Ramiro Ledesma, se reunieron en el Ateneo los más destacados y exaltados figurones de los partidos y organizaciones de izquierdas y acordaron crear un Comité Antifascista, formado por miembros de todos los partidos, pero realmente dirigido por los comunistas. La C. N. T. fue la única organización obrera que permaneció al margen. Pero los comunistas, no contentos con la creación de tal Comité, organizaron también las M. A. O. C., es decir, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, a las que daba instrucción militar Francisco Galán. La amenaza comunista que suponía la creación de estas Milicias no fue acogida con temor en las filas jonsistas. Por el contrario, Onésimo Redondo publicó en su periódico Libertad una proclama que, entre otras cosas, decía: “¡Jóvenes Españoles! “Esta es la hora de acudir al arma. Abandonad por el tiempo que la Patria lo pida vuestro confiado vivir y alejaos rápidamente de la divertida e inconsciente sociedad que ha permitido esta abyección nacional. “El país ha sido victima del atraco traidor de los marxistas. Nos tememos que la pobre y decadente sociedad burguesa acepte temblando el yugo de los miserables. “Necesitamos una organización tenaz y atrevida, superior a los obstáculos de la tiranía. Busquemos todos una santa disciplina, una sujeción marcial que nos habilite para arrojar por la fuerza al enemigo que con la fuerza amenaza...” 124

La juventud española —en uno y otro campo— iba perfilando dramáticamente sus líneas de combate.

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La sublevación militar del 10 de agosto

Se aproximaba el momento de resolver parlamentariamente el problema de Cataluña. Las Cortes iban como por impulso fatal y secreto a una solución ya prevista y convenida en el famoso Pacto de San Sebastián. La concesión del Estatuto era una cláusula más del contrato. El 18 de abril de 1932 es leído en las Cortes el dictamen de la Comisión especial del Estatuto sobre el proyecto confeccionado en Barcelona y aprobado por plebiscito de los Ayuntamientos de Cataluña. El proyecto catalán incluía cláusulas inaceptables relativas a la lengua y a los servicios del Estado. Bajo el nombre de autonomía ocultaba, sin mucho disimulo, la secesión de las provincias catalanas y la formación de un verdadero Estado soberano. Pero es que, además, este separatismo tenia que ser financiado por las restantes provincias españolas. “Para que la autonomía no sea una broma y la región pueda subsistir —dijo Azaña— es preciso que los ingresos cedidos sean mayores que los gastos de los servicios traspasados”. Con este criterio, a poco que menudeasen los Estatutos —y ya se anunciaban los de Vascongadas y Galicia— los gastos generales de la nación recaerían casi íntegramente sobre las provincias que se hubieran mantenido fieles a la unidad española, como castigo tributario a esa fidelidad. Separatismo rabioso y premiado era el Estatuto; frágil y condicionada unidad, que se compraba más cara por la misma nación española a cambio del odio y del desprecio creciente de los que se repartían las vestiduras de su victima. Así había que juzgarlo por el recrudecimiento de la hostilidad antiespañola en Cataluña, nunca tan descarada desde la proclamación de la República; y lo manifestaban en la ofensiva exacerbada contra el castellano, en la exhibición en las calles y centros políticos y culturales de banderas y símbolos con la estrella solitaria y en todo género de escarnios contra España, a la cual Maciá, el director de la agresión, no consintió nunca en vitorear.

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La discusión del Estatuto de Cataluña apasiona y exaspera el ánimo público. Especialmente viva es la protesta de los estudiantes en las Universidades. En el Parlamento son escasísimas las voces favorables al proyecto de Estatuto. Lo combaten Miguel Maura, Sánchez Román, José Ortega y Gasset, Unamuno, todos ellos poco sospechosos de antirrepublicanismo. Prueba del ambiente reinante en España sobre este problema, lo que dijo un periódico madrileño tan republicano y liberal como La Libertad: “Que la mayoría ce España está en contra del Estatuto es un hecho innegable. Se podrá discutir si la masa que así piensa y se manifiesta tiene o no razón, pues todas las opiniones —hasta las de las mayorías— están sujetas a error y rectificación; pero por disparatada que se juzgue la opinión de la mayoría, es necio y absurdo pretender negarla o desconocerla”. Una de las provincias donde más enérgica protesta se levantó contra el Estatuto, fue Valladolid. Onésimo Redondo supo esgrimir todos los resortes de su palabra fácil para levantar en rebeldía a toda la juventud contra la actuación claudicante del Gobierno frente al separatismo catalán. Y con la juventud bien manejada puso en pie a toda la ciudad castellana. El 3 de mayo pudo notarse una desusada nerviosidad en la abundante policía que vigilaba el acostumbrado paseo nocturno de la Acera de San Francisco. También habían hecho acto de presencia en él grupos de socialistas y comunistas en tono agresivo. Ante esta provocativa actitud, los guardias esperaban de un momento a otro la pelea. El mismo Onésimo dio un viva a España Unica, y esto bastó para que los guardias se lanzasen a despejar en rápida carga. En este momento, de numerosos balcones de la Acera arrojaron cientos de manifiestos de las J. O. N. S., y los grupos de choque jonsistas, estratégicamente colocados en todas las bocacalles que dan a la plaza Mayor, gritaron con denuedo: ¡España una! ¡Muera el Estatuto catalán! Y acorralando a los grupos marxistas se trabó pelea a puñetazos, pedradas y palos, pelea que se extendió al Corrillo y a la plaza del Ochavo. En Fuente Dorada y Núñez de Arce, sonaron sucesivamente varias descargas de pistola. El resultado fue que por la Casa de Socorro pasaron unos veinte heridos marxistas y dos de las J. O. N. S. Fue creciendo en los días siguientes la agitación, que llegó a tener caracteres violentísimos en la Universidad y en la Normal. A los 127

estudiantes jonsistas se unieron la mayoría de los que todavía seguían militando en la F. U. E., quedando, a partir de entonces, prácticamente extinguida esta organización estudiantil en Valladolid. Organizados en imponente manifestación, los estudiantes recorrieron las calles, entrando en talleres y fábricas para exhortar a los obreros a que se sumaran a la protesta, al propio tiempo que cantaban, con música del Himno de Riego, una canción antiestatutista: Cataluña es un trozo de España, aunque ingrata lo quiera negar, y por más que se empeñen algunos no se irá, no se irá, no se irá... En vista del cariz que tomaban las cosas, las autoridades republicanosocialistas trajeron un buen número de guardias de Asalto de Madrid, cuya salvaje y brutal actuación levantó oleadas de indignación en toda la ciudad. En la noche del día 10 se organizó una manifestación de protesta contra el Estatuto y contra los guardias de Asalto, la cual fue disuelta violentamente en los alrededores del Gobierno Civil. Resultó gravemente herido un estudiante de Derecho. El día 11 el Gobernador denegó el permiso para celebrar una manifestación pacífica solicitada por las J. O. N. S. para protestar, esta vez de modo oficioso, contra el Estatuto catalán. Formóse, sin embargo, y precisamente como señal de rebeldía de la juventud herida en su fervor patriótico, otra espontánea manifestación que al regreso del Gobierno se dirigió a la Casa Consistorial. Cuando la masa juvenil se encontraba concentrada frente al Ayuntamiento, salió de improviso por la calle de Jesús la compañía de guardias de Asalto, y desplegándose por la plaza, la barrió literalmente a tiros de pistola. Un joven obrero de 16 años, Cipriano Ruiz Zarzuelo, cayó al suelo con la cabeza perforada por un balazo, muriendo instantáneamente. La indignación popular corrió como un reguero de pólvora por la ciudad, y mal lo hubieran pasado los de Asalto si no hubiera sido por la intervención prudente y serena de la Guardia Civil. Previsoramente, el Gobernador ordenó a los de Asalto se trasladaran inmediatamente al Pinar de Antequera, a siete kilómetros de la ciudad, y de allí emprendieron luego su regreso a Madrid. El Norte de Castilla, periódico liberal de la ciudad castellana, publicó el día 12, refiriéndose a estos sucesos: “Ni la índole de la protesta contra el 128

Estatuto, ni las primeras manifestaciones de ella, justificaban la venida de los guardias de Asalto. La primera responsabilidad de lo ocurrido corresponde al señor imprudente, o acobardado, que pidió a Madrid el envío de estos agentes... Sentimos con el máximo fervor la vibración que hoy sacude a España, y por eso nos ofende que se la quiera agarrotar con la violencia.” El mismo día se insertaba en dicho periódico un manifiesto firmado por todos los partidos republicanos y organizaciones socialistas de Valladolid, en el que reprobaban los incidentes provocados por “elementos reaccionarios y monárquicos”. Pero tan hondo arraigo había alcanzado la protesta Jonsista en todos los sectores de la población, que en el propio manifiesto republicano y socialista tuvo que decirse: ‘‘El hecho intangible de la unidad nacional se afirma estos días en toda España, al presentarse ante las Cortes el Estatuto catalán. Aquí, en el corazón de Castilla, es aún más fuerte y profunda esa noble reacción, que responde a un sentimiento patriótico, compartido por nosotros estrechamente.” Onésimo Redondo, satisfecho por el triunfo que había alcanzado la protesta, dio por terminados aquellos días de lucha con la siguiente proclama: “Felicitamos a la juventud, a nuestra juventud, por la heroica muestra de españolismo sano que ha dado estos días por la calle... “Vuestro gesto es, evidentemente, noble y redentor. Es la única esperanza que queda de una España decente. No hay que retroceder ni decaer, camaradas. A las balas del poder tiránico sabremos oponer en unos casos nuestra astucia, en otros nuestro coraje y siempre nuestra firmeza y nuestro tesón ideal. Hasta desalojar a los opresores, hasta alcanzar para España un régimen digno, tan grande como los alientos de vuestros pechos. ¡Viva España Unica! ¡Viva España Grande! ¡Viva España Libre! ¡Abajo el marxismo/” Esta actitud violenta y patriótica de los estudiantes vallisoletanos y de los del resto de España, pronto habría de prender en otros sectores y dar lugar a unas trágicas jornadas. En efecto, corre ya por España y de modo especial por Madrid, el rumor de que algunas guarniciones están dispuestas a significarse contra el intento separatista, que a tal equivale la aprobación y remate del Estatuto. En la noche del 9 de agosto, la inminencia del golpe de Estado es un secreto a voces que se transmite y se comenta en todos los cafés. La 129

noticia alarmante llega en seguida á conocimiento de Casares Quiroga. Por eso Azaña, cuando deja el Congreso, puede decir con aire sibilino: —¡No tendría nada de extraño que, con el calor que hace esta noche, salieran algunas personas de madrugada a tomar el fresco! En efecto, ese día, a las seis de la tarde, el Director de Seguridad, capitán Menéndez, ya había informado a Azaña de lo que se preparaba. Supo por una confidente que el golpe habría de darse a las cuatro de la madrugada, e incluso llegó a enterarle de los nombres de los principales complicados. Entre ellos no estaba el general Sanjurjo. Pero al tratar de informarse dónde se encontraba éste, no lograron averiguarlo. Se le buscó por todos los lados sin que nadie supiera su paradero. La inquietud sucede a partir de entonces a la orgullosa confianza de los que esperaban ganar fácilmente la partida por haber visto el naipe del contrario. Esa desaparición de Sanjurjo los sume en un mar de perplejidades. ¿En qué parte de España descargaría el golpe y cómo prevenirse contra él? En el Ministerio de la Guerra, Azaña, acompañado de sus íntimos, pasa las horas de la noche del 9 al 10 en estado de febril angustia. Se encuentran con él también el Director de Seguridad, Menéndez, y entre ambos planean la defensa del Ministerio. Colocan una compañía de guardias de Asalto en la calle del Conde de Xiquena, y distribuyen los ochenta soldados y diez guardias civiles de que disponen, por los sitios estratégicos del Jardín que rodea el edificio. A eso de las tres y media de la madrugada, seis o siete automóviles se detienen en la esquina de la calle del Conde de Xiquena y sus ocupantes, unos cuarenta hombres que visten uniformes militares, echan pie a tierra. Frente a ellos se alza la verja alta y sólida del Ministerio de la Guerra, que cierra el parque envuelto en sombras. De éstas sale un grito nervioso y conminatorio: —¡Alto! ¡Manos arriba! A la voz sigue un tiro, y a continuación se hace fuego graneado. De todas partes disparan contra el grupo. La complicidad del oficial que mandaba la guardia no se ha producido por haber sido relevado aquél. Se da la orden de retirada. Un grupo se acercó a ocupar el Palacio de Comunicaciones, que sólo estaba custodiado por un cabo y tres números de la Guardia Civil, pero éstos, apercibidos cañonaron a los asaltantes. Avisados los guardias de 130

Asalto, que acababan de rechazar el ataque al Ministerio de la Guerra, se trasladan al Palacio de Comunicaciones, ocupándolo militarmente después de detener a los jefes y oficiales que lo habían invadido. Es en estos momentos cuando hace su aparición por el final de Recoletos el escuadrón de la Remonta, al que acompaña y secunda un centenar de paisanos y militares que también se habían sumado a la sublevación. Se aguardó inútilmente la aparición de la guardia civil, algunos de cuyos oficiales se habían comprometido a presentarse con la fuerza a sus órdenes. Mas a última hora, la indecisión de ciertos jefes y la oposición decidida de otros, frustró todo anterior propósito. Al llegar los sublevados a la plaza de Colón, se hace alto, mientras el teniente Muñiz con su sección se aventura hacia la Cibeles en una camioneta. El resto de la fuerza —unos 69 soldados de la Remonta, aparte de los paisanos y oficiales de distintas armas— sigue a alguna distancia, formada en filas a los dos lados del Paseo. Junto a la taza de la fuente, los soldados de Muñiz saltan a tierra y se forman. Empieza a amanecer. Del edificio de Comunicaciones sale el teniente coronel Panguas, que interpela a Muñiz. —¿Qué hace aquí esta tropa? —Cumplir las órdenes de mis jefes. —Cumpla usted las mías: preséntese en el Ministerio de la Guerra. —Mi teniente coronel: yo no puedo abandonar a mi gente. Entonces sale Menéndez y le ordena: —Señor oficial: de orden del Ministro, le conmino para que lleve la fuerza al cuartel y luego venga a presentarse. El teniente, intensamente pálido, pero resuelto y firme replica: —Estoy cumpliendo órdenes. No me entrego. —Por última vez le requiero a la obediencia. Hay una pausa. Al fin, con voz casi imperceptible, el oficial ordena a los soldados que vuelvan a ocupar el camión y éste retrocede hacia Recoletos y la Castellana. Pero no rueda mucho tiempo. Entre los árboles del paseo, le salen al encuentro los soldados y paisanos que avanzan con el capitán Fernández Silvestre. —¿Por qué volvéis? —pregunta éste a los del camión 131

Muñiz echa pie a tierra para justificarse y en el mismo momento suena una descarga cerrada. La agresión partió de la Compañía de Asalto desplegada en guerrilla, cuerpo a tierra, alrededor de Comunicaciones, a cuyo frente se ha puesto el director general Menéndez, que también hace fuego con un mosquetón. La lucha se reanuda con gran violencia. Tropa y paisanos responden al fuego parapetados detrás de los árboles o de los bancos. Comienzan a caer las primeras bajas, muriendo, entre otros, el teniente Muñiz. Cuando la situación en Recoletos se hace insostenible, el capitán Silvestre se dirige a la calle de Prim, número 21, donde se encuentran el general Fernández Pérez en unión de Barrera, Cavalcanti, Serrador y Coronel. Al llegar, y dirigiéndose a Barrera, dice con voz emocionada: —Nos han dejado solos y no podemos resistir. No acude la caballería de Alcalá, ni el Regimiento 31, ni los guardias civiles, que se niegan a salir como no se lo manden desde el Ministerio de la Guerra. Tenemos enfrente a todas las Compañías de Asalto de Madrid. Fernández Pérez, sin vacilar, replica: —Yo me voy con usted. Hay que resistir todo lo que se pueda, pues los auxilios no pueden tardar. Pero los refuerzos que se esperan no llegan y los grupos gubernamentales, que han concentrado en este sector todas las fuerzas, completan el cerco deslizándose por las calles laterales. Al final tienen que retirarse los sublevados, siendo detenido el general Fernández Pérez y un grupo que no puede escapar. En cuanto a los refuerzos que esperaban, la sublevación del Regimiento 31, de guarnición en el cuartel de la Montaña, fracasó por la oposición de los sargentos; y en los regimientos de caballería de Alcalá, aunque triunfó la sublevación, no lo fue en tiempo oportuno, v el escuadrón que había partido primero y que ya se hallaba cerca de Madrid, tuvo que regresar al comunicarles un mensajero el fracaso de la intentona. Con esto terminó la quijotesca aventura que costó a los sublevados diez muertos y numerosos heridos. El día 9, el general Sanjurjo partió sigilosamente para Sevilla, dispuesto a ponerse al frente de la rebelión en aquella plaza. En las maletas lleva el borrador del manifiesto que explica los motivos del alzamiento y pide apoyo a la nación para evitar la catástrofe 132

cierta. Esta proclama es una curiosa y hábil paráfrasis de la que en diciembre de 1930 escribió el Comité revolucionario republicano-socialista. Una y otra empiezan de la misma manera: “¡Españoles! Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular.,.”, y es idéntica también la enumeración de aquellas clases sociales descontentas por los males que aquejan al país. Se busca con esta similitud llevar al pueblo el convencimiento de que todas las promesas revolucionarias han resultado fallidas y que la apelación a la violencia está justificada por los mismos que ahora tratan de oponerse a ella. A las tres de la mañana llega Sanjurjo a Sevilla. Poco tiempo después tiene ya en sus manos todos los hilos de la sublevación y el movimiento triunfa con facilidad. Enviados emisarios a los distintos regimientos, éstos se suman rápidamente al alzamiento. Sanjurjo se dirigió personalmente al lugar en que se encontraba acuartelada una compañía de la Guardia Civil, la cual, después de escuchar la vibrante arenga del general, se dispone a salir bajo su mando. El general García de la Herrán se dirige al cuartel del Batallón de Zapadores, cercano al de la Guardia Civil, y consigue que estas fuerzas se unan también al movimiento. Diez minutos después una compañía de Zapadores se incorporaba a la de la Guardia Civil, y las dos, en ordenada formación, con los generales Sanjurjo y García de la Herrán a la cabeza, se dirigen al centro de la población. Paralelamente a estos sucesos se desarrollan otros no menos importantes en la plaza de la Gavidia, donde tiene su residencia y oficinas al jefe de la División Militar. Era éste el general don Manuel González, militar rutinario y oscuro, que sólo se había distinguido por su mal genio. Sanjurjo le conoce bien y espera reducirle con facilidad. Para ello había enviado a su ayudante Esteban Infantes, quien penetra hasta el mismo despacho del Estado Mayor sin que nadie le salga al paso. El escribiente de servicio, adormilado en una butaca, se incorpora inquieto al oír la voz del visitante inoportuno, y accede a pasar al jefe de la División el aviso de que un ayudante de Sanjurjo desea hablarle. En pijama, con el pelo en desorden y los ojos medio cerrados, se presenta el general González. —¡Vaya unas horas de visita! —dice por toda respuesta al saludo cortés que se le hace. 133

Sin descomponerse, Infantes le entera de lo que sucede y le ruega que, para evitar mayores males, reconozca la razones de carácter nacional que mueven a Sanjurjo, a fin de que de mutuo acuerdo colaboren en el bien de España. González va de asombro en asombro. Se le nota nervioso, irritado. —¡Esto no puede ser! ¡Ustedes me están comprometiendo...! Sigue un penoso forcejeo, y al fin, el general se entrega. De sus labios salen frases que quieren ser conciliatorias.. Pero en aquel momento tintinea el timbre del teléfono que tiene en su mesa. Le llama desde Madrid el propio Manuel Azaña. —¿Qué?... ¿Quién llama?... —Él Ministro. —¿Qué Ministro? —¡Quien ha de ser! Azaña. El general González no pudo contenerse, y aunque bajó la voz, Azaña pudo oírle asombrado: —¡Arrea! ¡Buena la hemos hecho! Al acabar la conferencia con el Ministro, los propósitos conciliatorios iniciados antes se han desvanecido. González ha cambiado por completo. Y con tono resuelto se dirige a Esteban Infantes: —En Madrid ha fracasado totalmente el movimiento. Diga a Sanjurjo que ha preguntado por él el Ministro de la Guerra y le ordena que urgentemente regrese a Madrid. Y en un tono más agrio advierte al emisario que se dispone a retirarse: — ¡A usted ahora le debía detener, para que no se moviera de aquí! —Pero no obstante le deja marchar. ¡Reduzca a los rebeldes! ¡Cumpla con su deber aunque le cueste la cabeza! ¡Dentro de media hora deme cuenta de haberlo hecho! Eso se dice bien desde Madrid, piensa el general González al acabar la conferencia. Por su parte, Azaña, al terminar de hablar con González y refiriéndose a él, dijo: “Ese hombre no sirve para nada. O tiene miedo, o está vendido. Es inútil”. Mientras tanto, Sanjurjo continúa desarrollando su plan. Detiene al gobernador civil y visita los cuarteles. Luego se dirige a la antigua Capitanía general, donde la guardia no sólo le deja paso franco, sino que le 134

presenta armas. Allí conferenció con el general González cerca de hora y media. Parece ser que éste quiso mantener “por fórmula” su actitud de resistencia pasiva a fin de evitarse compromisos. Sanjurjo invirtió parte de la mañana en recorrer las calles a pie y sin escolta alguna, siendo frenéticamente aplaudido por las gentes. Después marchó al aeródromo de Tablada con el fin de ganarlo para so causa, cosa que no pudo lograr, pues aunque muchos oficiales estaban de su parte, la mayoría de los mecánicos y clases de tropa estaban plenamente imbuidos de ideas extremistas. Guando regresaba a Sevilla amargado por este fracaso, encuentra a la ciudad cambiada radicalmente. El espontáneo y jubiloso entusiasmo de las horas de la mañana se ha trocado en un ambiente de miedo y recelo. Proclamas y octavillas redactadas en términos incendiarios circulan profusamente por los barrios. Una de las hojas, que firma el “Comité de la C.N.T.”, va dirigida a los obreros y soldados. Les dice que “se pretende instaurar en España una nueva dictadura, tras la que se encubre la restauración monárquica de la odiosa casta de los Borbones”. Excita a los soldados a desobedecer “las órdenes de los facciosos, que es preciso destruir por cuantos medios estén a vuestro alcance”. A los obreros les pide unión y “que paralicen la vida de Ja ciudad en todos sus aspectos”, “declarando la huelga general revolucionaria y prestando vuestra cooperación y concurso para destruir a las fuerzas reaccionarias sublevadas”. Termina así: “Soldados y obreros, antes morir que prestar acatamiento a una nueva dictadura militar. ¡Revolucionarios, a las armas! ¡Viva la huelga! ¡Viva la revolución social!” El único antídoto contra esta propaganda demoledora es una nota del General, que es leída por la radio, y lejos de reducir a los arriscados, los envalentona, pues ven en ella una confesión de debilidad del vencedor. La nota dice así: “Los rumores propalados por ciertos elementos de que el Movimiento es monárquico no es más que un pretexto de los que disfrutan de ciertos privilegios y temen perder las ventajas de que disfrutan, intentando con esas manifestaciones y rumores introducir el desconcierto en la opinión. El general Sanjurjo afirma por su honor que el Movimiento es republicano; pero desde luego contra un Gobierno que repudia España, ya que con sus desaciertos y sus actos está llevando el desquiciamiento al Poder. Por ello recomienda a todos que vayan al trabajo, cuya libertad se garantiza.” 135

Al propio tiempo, Azaña emplea febrilmente todo el tiempo en acumular medios para aplastar a los sublevados de Sevilla. El volumen de los mismos queda referido en sus Memorias: “Voy a acometerlos por tierra, por aire y por agua. Ya he hablado con Marina, para que una escuadrilla de torpederos remonte el Guadalquivir. También me suministra Marina unos hidroaviones. He dado a Sandino el mando de una escuadrilla de aviones que saldrá hoy por la mañana de Cuatro Vientos sobre Sevilla. He enviado órdenes a Valencia, Alicante, Cádiz, Algeciras y Ceuta, para que hoy mismo se pongan en marcha, antes del mediodía, diversas fuerzas. De Madrid saldrán otras. Mañana estarán concentrados en Córdoba catorce batallones y cuarenta y ocho piezas de artillería. El paso a Madrid se les cortará por mucho empuje que tengan, y le he dicho también a Ruiz Fornell que, sacándolos de Asturias, León, Zamora y Valladolid, concentre otros ocho o diez batallones en Extremadura, por si se les ocurre seguir otro camino, y en todo caso, para cortarles el de Portugal. Doy el mando de las fuerzas que van sobre Sevilla por Córdoba a Ruiz Trillo, que no es un Belisario ciertamente, pero que cumplirá lo que se le ordena, y se han tomado todas las disposiciones para aislar totalmente a Sevilla, y se cuezan en su propia salsa.” Sanjurjo conoce estas noticias y en la misma tarde se dispone a salir al encuentro de los atacantes. Cuenta con un batallón de Infantería, dos baterías de Artillería, cuarenta hombres de Intendencia, veinte de Sanidad y unas parejas de Caballería como escolta. Los demás elementos de la guarnición no son de fiar, y los guardias civiles, los de Asalto y los Carabineros, los necesita para mantener el orden en la población. Pero cuando se encuentra haciendo los oportunos preparativos recibe la visita del coronel Polanco y del teniente coronel Tassara, quienes le dicen: —Mi General: nos envía la oficialidad de todos los Cuerpos... que ha cambiado impresiones en las últimas horas... Enterados de que fuerzas de Madrid, Cádiz y Valencia vienen contra Sevilla, el Cuerpo de oficiales estima que no debe combatir contra hermanos suyos de armas. Nosotros, en nombre de todos, venimos a hacerle presente que la columna preparada no saldrá de Sevilla. El general Sanjurjo se había quedado solo. Al fracasar el intento del general Sanjurjo, vino la reacción inevitable por parte del Gobierno, que quiere aprovechar la ocasión para 136

desembarazarse de sus enemigos, sin distinguir quiénes de ellos estuvieron complicados en los sucesos y quiénes no. Se decreta la suspensión indefinida de 114 periódicos de Madrid y provincias. Las publicaciones madrileñas afectadas por estas medidas son: ABC, El Debate, La Nación, Informaciones, El Siglo Futuro, Gracia y Justicia, Acción Española y Blanco y Negro. Entre los millares de personas que fueron detenidas en toda España se encuentra Ramiro Ledesma Ramos, a pesar de que, según él mismo manifiesta, las J.O.N.S. permanecieron al margen, en absoluto al margen, de este episodio, realizado por los monárquicos en alianza con el sector republicano enemigo del Gobierno Azaña y, en realidad histórica, para oponerse, tanto al Estatuto de Cataluña, como a la reforma agraria y demás leyes sociales.” También Onésimo Redondo iba a ser detenido, pero avisado a tiempo por unos agentes de policía de la maniobra contra él preparada, sale de Valladolid para refugiarse en una finca del monte Torozos. Ante la persecución desesperada que se desató en su busca, resuelve trasladarse con unos amigos a Puebla de Sanabria. en cuyo pueblo, después de conseguir una cierta amistad con varios carabineros, se trasladaron un día a una fiesta popular que en Braganza había. Allí descubrió su personalidad a los atónitos carabineros, internándose luego hacia Oporto. Al ver que no se daba con el paradero de Onésimo se encarceló a los miembros del Triunvirato de las J. O. N. S. de Valladolid. Con la ausencia de Onésimo muere Libertad, el gran semanario de combate nacional-sindicalista. Como consecuencia del 10 de agosto, la actividad de las J. O. N. S„ tanto en Valladolid como en Madrid y en el resto de España, fue absolutamente nula durante el medio año siguiente. Después de aquellos sucesos y de la violenta reacción del Gobierno, la acción política, y más para organizaciones débiles y nacientes como las J. O. N. S., era muy difícil. En una atmósfera de pasión, se celebra el día 24 de agosto, en el Palacio de las Salesas —en el mismo salón que sirvió para juzgar el año 31 a los miembros del Comité revolucionario que hoy son Gobierno—, la vista del juicio sumarísimo contra Sanjurjo, su hijo Justo, García de la Herrán y Esteban Infantes. La sentencia no fue firmada hasta el día siguiente a las nueve de la mañana. Condenaba al general Sanjurjo a pena de muerte; al general 137

García de la Herrán, a reclusión perpetua; al teniente coronel Esteban Infantes, a doce años y un día de reclusión; sólo el capitán Sanjurjo quedaba absuelto. El abogado defensor del general Sanjurjo comienza a tramitar la petición de indulto, cosa que tiene que solicitar en su propio nombre, ya que el General se niega a firmar dicha petición. Reunido el Consejo de Ministros para tratar del indulto, éste fue votado favorablemente por todos los Ministros —incluso los tres socialistas—, con la excepción de Casares Quiroga, que votó porque la sentencia de muerte fuera cumplida. Una vez concedido el indulto, Sanjurjo es trasladado al penal del Dueso, en unión de todos los penados que por delitos comunes allí se encontraban. En adelante se le designará con un número: el 52. Para celebrar el triunfo, el Gobierno organizó el día 12 una fiesta en el Retiro, durante la cual se impusieron condecoraciones a las autoridades, a los militares que se distinguieron en la defensa de la República y a los guardias de Asalto que resultaron heridos. El acto, al que asiste el Presidente de la República, no deja muy satisfecho a Azaña, pues saca el convencimiento de que en aquel enorme barullo hay de todo menos entusiasmo y adhesión al Régimen. Por su parte Besteiro, al regresar del Retiro, dijo a Azaña: “¡Esto es una charlotada que no puede repetirse! “ Apagadas las luminarias del triunfo, Azaña y Casares se consagran implacables a su labor represiva. Los rasgos más odiosos de la política azañista serán desde ahora acentuados y llevados a su último extremo. Azaña pronuncia en estos momentos una frase reveladora de sus propósitos: “No quiero hacer mártires, sino mendigos”. Y va a las Cortes, donde una mayoría incondicional votará en bloque todas las medidas draconianas que le propongan. Y así se votan leyes por las cuales se expropian tierras, no sólo de los que tomaron parte en la intentona del 10 de agosto, sino de todos los miembros de la nobleza. La aglomeración de detenidos es tal, que crea un problema carcelario al Gobierno, y Casares Quiroga pone de nuevo en práctica el procedimiento soviético inaugurado el año anterior de confinar a un buen número de detenidos en tierras inhóspitas, a miles de kilómetros de la 138

Patria. Elige para ello los arenales de Villa-Cisneros, en el Africa Occidental, en nuestras colonias de Rio de Oro. Es éste un territorio árido e insalubre, sin agua ni vegetación y abrasado por un sol de fuego. Su superficie está cubierta de una capa de arena con menudas guijas cuarzosas. A este rincón miserable, aislado en uno de los desiertos del planeta y privado de los elementos indispensables para una vida civilizada, marchan los deportados, en número de 138, a bordo del vapor España número 5, que parte de Cádiz el día 22 de septiembre. Pero el día último del año se produce un hecho sensacional: la fuga de 29 de los confinados en el pesquero francés Aviateur Le Brix. Después de una serie de peripecias y sufrimientos, pues los víveres y el agua llegaron casi a agotarse, los fugados desembarcan en la costa portuguesa. Las autoridades lusitanas reciben a los evadidos hidalgamente y los colman de atenciones. Los relatos que éstos hacen a su llegada a Portugal producen gran impresión en el mundo civilizado, y el Gobierno se ve obligado, bien a pesar suyo, a poner término a sus desmanes vengativos. Casares Quiroga declara a los periodistas “que los fugados han cometido una ligereza, porque en el proceso que se les sigue, la mayor parte saldrían absueltos”. Poco tiempo después, los restantes confinados fueron devueltos a España. A favor del estupor y la inhibición de las oposiciones, el Gobierno y la mayoría llevan en las Cortes a paso de carga la discusión de los proyectos del Estatuto de Cataluña y de Reforma Agraria, que en unos cuantos días corren el mismo camino que no habían cubierto en tres meses, amenazando Azaña con no cerrar las Cortes hasta que esté aprobado el Estatuto, que, declara, “constituye su única preocupación como gobernante”. El 9 de septiembre se celebra la votación definitiva del Estatuto catalán, el cual es aprobado por 334 votos contra 24. Se dan vivas a Cataluña. Don Pedro Rico se precipita sobre el banco azul y abraza y besa a Azaña. Besteiro anuncia que las sesiones se suspenden hasta el día primero de octubre. Mientras el separatismo gana su primera batalla, el estado social del país empeora de día en día. En Andalucía y Extremadura, principalmente en la provincia de Badajoz, los campesinos invaden las fincas, se apoderan 139

del ganado y lo sacrifican, se llevan los frutos, talan los • árboles y empiezan la roturación insensata de dehesas y pastizales. En varios pueblos ocurren hechos sangrientos al defender los propietarios sus bienes y sus vidas. Los que primero lanzaron las predicaciones imprudentes se vieron desbordados y arrastrados por sus secuaces más violentos. Los socialistas ofrecían la Reforma Agraria, con indemnizaciones y con ingenieros, tal como la habían aprobado las Cortes. Pero luego aparecieron por los pueblos los propagandistas del sindicalismo y del comunismo, que prometían mucho más y por procedimientos más rápidos: por la invasión inmediata de las fincas. La Reforma Agraria sin trámites ni ingenieros. Esto les convencía a los obreros más que las promesas socialistas y se fueron al sindicalismo y al comunismo. En Fregenal de la Sierra, la Casa del Pueblo se quedó con cien socios, mientras la C. N. T. elevaba su censo a más de dos mil. No era sólo esto. La C. N. T. obligaba a los propietarios a dar trabajo con ukases que no admitían demora. Uno de ellos estaba concebido en los siguientes términos textuales: “El Comité del Sindicato Pro Cultura C. N. T., de Higuera la Real (Badajoz), pone en conocimiento del propietario X, que se sirva dar trabajo a los obreros siguientes: (aquí los nombres). Y no siendo así, tendremos que proceder por la vía directa.” Advirtiendo que los socialistas se dejan seducir por los procedimientos expeditivos del sindicalismo, las Casas del Pueblo, a fin de evitar esta merma, decidieron ir a la competencia demagógica ofreciendo el reparto de tierras inmediato, sin intervención de ingenieros. El plan de invasión y despojo estaba perfectamente calculado como una operación de guerra. En las Casas del Pueblo de la provincia de Cáceres se acordó la invasión en un día determinado. Salieron los labriegos con dirección a las fincas señaladas y empezaron a roturarlas ante la mirada impasible de la guardia civil, imposibilitada para actuar. Ante la situación angustiosa del campo, se entabla un debate en las Cortes que dura varios días. Los grupos de la mayoría acreditan su supina ignorancia y su incapacidad para lo que no sea el insulto grosero y el escándalo. No bastándoles interrumpir y agredir a los diputados de derechas, se acometen unos a otros en duelos tabernarios. En la sesión del día 20, el comunista Balbontín dice al socialista Alvarez Angulo: — ¡Su Señoría no tiene vergüenza!... Y aquél replica: —¡Su Señoría es un frutero consorte y un cobarde! 140

Y Balbontín: —¡Yo le parto a Su Señoría la cara!... Democracia pura. Lanzada por Azaña la idea de constituir un bloque de izquierdas, Lerroux trata de sumarse a él, sin que le desalienten los continuos desdenes y repulsas que de los izquierdistas ha recibido. Pero si bien pretende un acercamiento hacia las izquierdas, trata al propio tiempo de congraciarse con las derechas, cuyos agravios promete reparar. Así, en el acto de clausura del Congreso Nacional de su partido, celebrado a últimos de septiembre en el teatro María Guerrero, de Madrid, dijo lo siguiente: “Hasta ahora, lo que está en el Gobierno es más la fuerza que el derecho. Se nos dirá que hemos votado leyes de excepción, pero lo hemos hecho porque el Gobierno nos dijo que eran imprescindibles para vencer las dificultades que encontraba, quizá por propia inexperiencia. Pero nosotros no utilizaremos esas leyes. Tened la seguridad de que al llegar al Poder sabremos pacificar los espíritus de todos los españoles.” Azaña, a quien uno de aquellos intelectuales “de cuota” había llegado a comparar con Cisneros y Mussolini, dio un golpetazo a la campaña de “pacificación espiritual”, al decir en el acto celebrado a primeros de noviembre en él teatro Calderón, de Valladolid: “Ahora se me dice a mí: ¡Pacifica los espíritus! ¡Pues bien, que se pacifiquen ellos! “ Todas estas cosas y otras por el estilo hacen tan agrio el perfil de la República en estos meses, que sus padres intelectuales, los que la engendraron con su labor en el libro, en la cátedra, en los artículos de periódicos y en los salones elegantes de Filosofía, no tienen motivos para sentirse satisfechos de su obra. Hace mucho que rumian su desencanto. Unamuno, el eternamente inconforme Unamuno, pavimenta las primeras planas de El Sol de artículos hirientes, en los que petrifica su protesta contra lo que presencia a diario. También don José Ortega y Gasset reitera sus lamentaciones y las convierte en un divorcio tramitado a la luz del día. Aprovecha para ello una lección que explica en la Universidad de Granada, en la que dice “que tras dos años de desorbitación política, vuelve plenamente a la conciencia intelectual”. Luego concreta en unas declaraciones: “La República utiliza viejas ideas, mandadas retirar en todas las naciones. Es lamentable que un régimen que ha podido aprovechar el momento de su instauración maravillosa para realizar una 141

gran obra nueva, haya utilizado tan sólo programas y postulados del siglo XIX, sin crear una ideología y una filosofía completamente nuevas.” Su voz siembra el desconcierto entre sus discípulos, no muy seguros tampoco en su democrática fe. Y el 15 de octubre, en una reunión que celebra el grupo “Al servicio de la República”, que el filósofo fundó y acaudilla, decide disolverle. Eli pequeño núcleo se disgrega, aventado por el aire de drama que sopla sobre la política española. Cada uno tira por su lado, y alguno, como el catedrático García Valdecasas, tiene el valor de romper con todo lo que había seguido hasta entonces y buscar la salvación de España por caminos diametral mente opuestos. Se hace intimo de José Antonio Primo de Rivera. El Gobierno va permitiendo poco a poco que reanuden su publicación los periódicos suspendidos con motivo de los sucesos del 10 de agosto. El ultimo en aparecer es el ABC. Sin embargo, el periódico Jonsista de Valladolid, Libertad, no reaparece, creando sus redactores otro semanario de combate al que titulan Igualdad. Onésimo Redondo, desde Portugal, comienza a enviar artículos al nuevo semanario, pero éstos tienen la característica de ser esencialmente doctrinales. Escribe estos artículos en un ambiente de calma, que le permite desarrollar sus teorías bien pensadas, con extensión y conforme a un plan preconcebido. Fueron publicados todos bajo el título general de “Hacia una nueva política”, y constituyen una de las bases teóricas del Movimiento Nacional Sindicalista. Al finalizar el año 1932 no había conseguido Azaña, como creía, aplacar las iras de los sectores extremistas ni aplastar a las derechas. En el Parlamento sí era dueño y señor, y el Ministro de la Gobernación podía detener y deportar a los ciudadanos pacíficos, pero en la calle, en los campos, en los pueblos y ciudades, tras un breve paréntesis, resurgían de un lado los desmanes, y del otro, la reacción cada vez más robusta y organizada. Está casi constituida la C. E. D. A. (Confederación Española de Derechas Autónomas), integrada, en principio, por la Acción Popular de Gil Robles, y la Derecha Regional Valenciana dirigida por don Luis Lucia. El señor Goicoechea sella la unión de monárquicos alfonsinos y tradicionalistas. Y en el campo republicano, desde la propia tribuna del Club de los Jacobinos el Ateneo, para más escándalo de los ministeriales, don Miguel de Unamuno ataca al Régimen, al que denomina “Inquisición policíaca”, “absolutismo” y “República federal de funcionarios de todas clases”. 142

El balance de crímenes y conflictos durante los tres últimos meses del año 1932 es también pavoroso. El 5 de octubre es agredida la guardia civil en Arroyomolinos (Huelva) y resultan gravemente heridos dos guardias; el 6, en Fuensalida (Toledo), en otro choque entre la guardia civil y unos revoltosos, hay dos muertos y cinco heridos; el 10 se declara la huelga revolucionaria en Llerena (Badajoz) y resultan heridos un guardia v un paisano; el día 13 se inicia el paro de los ramos fabril y textil en Barcelona y en choques con la fuerza pública hay trece heridos; el 14, es dispersada a tiros una procesión en Cogollos de la Vega (Granada), muriendo una mujer y quedando heridas tres personas más; el 16 se pelean socialistas y nacionalistas vascos en San Salvador del Valle (Vizcaya), muriendo uno de los primeros y resultando dos nacionalistas heridos; radicales y socialistas de Aldeanueva del Camino (Cáceres), corren la pólvora el día 17, cayendo diez heridos; el 21 arde la iglesia parroquial de Gerena (Sevilla), y la parroquia de Marchena, y el mismo día se intenta destruir por el fuego la iglesia y el convento de Carmelitas de Ecija. Noviembre ofrece sucesos semejantes: En Vizcaya, arde el día 6 la iglesia parroquial de Abanto y Ciérvana; en Navalvillar (Badajoz), un grupo de 300 campesinos desarman el mismo día a tres guardias civiles y los pasean en son de mofa por el pueblo; en Villanueva del Arzobispo es apedreado, el día 10, un entierro católico, causándose heridas al párroco y a dos vecinos; el 12 son asesinados y desvalijados en Ortuella (Vizcaya), un pagador de unas obras y un guardia que le acompañaba; en Sevilla se declara la huelga general el día 16; el 25 es atracado a corta distancia de Madrid el automóvil del conde de Ruidons que se dirigía con su familia a Francia. En diciembre se agravan los conflictos en Cádiz, teniendo que salir la tropa a la calle; huelga general el día 5 en Salamanca; huelga general el 8 en Gijón y en otros puntos de Asturias, cuatro muertos y cuatro heridos en una colisión en Castelar (Ciudad Real), el día 12; y un muerto y ocho heridos en un motín en Mula (Murcia) el mismo día; lucha entre patronos y obreros en Macotera, el 15, de la que resulta un muerto y tres heridos graves. Innumerables agresiones a alcaldes, secretarios judiciales y municipales y otras autoridades en distintos pueblos. Este régimen de huelgas y de atracos, de sabotajes y de crímenes mereció el siguiente comentario de El Socialista: “Esto da gusto; España ha salido del marasmo y del quietismo. Ahora en España hay vida.” 143

“Sangre, fango y lágrimas”

Al comenzar el año 1933, la situación de España queda definida perfectamente en el discurso de uno de los que contribuyeron a traer la República —Miguel Maura—, pronunciado el 10 de enero: “Cada ciudadano tiene la sensación de que las leyes no sirven para nada... Desde hace un año tenemos Constitución... Después de siete años de clamar por ella, nadie se ha sentido solidario de ese engendro, señal de que todos tienen conciencia de que está ya incumplida y prostituida. “De la Constitución no queda en pie ni un artículo esencial. Por no cumplirse, no se cumple ni la ley de Defensa de la República, porque los gobernantes rompen el molde y llevan la ley a donde les da la gana. Hay una manigua de legislación para cometer arbitrariedades. “El Gobierno Azaña ha traído la bancarrota de la autoridad. No hay ni sombra de derecho ni garantías que lo amparen. No hay quien compre, no hay quien venda, no hay quien haga nada. Es necesario que termine el desasosiego general... Hasta en el último rincón se oye decir, ‘así no se puede continuar’, ‘todo menos esto’. No es únicamente el arrepentimiento lo que inspira a Miguel Maura sus diatribas contra la situación, sino también el intento renovado de atraerse las grandes masas derechistas o neutras, que todavía se muestran asustadizas y andan dispersas desde la batida del 10 de agosto. Pero no será nunca Maura el jefe elegido por aquellas fuerzas, que ya siguen las más a Gil Robles y otras a Goicoechea, que acaba de fundar el partido monárquico de ‘ Renovación Española”. No proceden, sin embargo, de Maura ni de las derechas los peligros que ahora acechan al Gobierno, sino de gentes que, si no son suyas, como a tales tiene aquél en ocasiones. Se viene hablando de un movimiento anarcosindicalista. Los indicios no fallan: El 1 de enero, desde las siete de la tarde a las nueve de la noche, estallan en La Felguera, sede de la C. N. T. de Asturias, 59 bambas de gran potencia. Al día siguiente, en Barcelona, la guardia civil descubre un 144

depósito de 187 grandes bombas y otros artefactos mortíferos. Se rumorea que ha habido un conato de sedición en el aeródromo de Prat de Llobregat y se averigua que más de 10.000 bombas han salido de las fábricas de Barcelona para ser repartidas por Cataluña, Aragón y Valencia. La perturbación se propaga a Sevilla, donde son asaltadas algunas tiendas y bares, a la vez que los extremistas de Real de la Jara prenden fuego a la iglesia. Brotes aquí y allá; saqueos en Lérida, y tumultos en Pedro Muñoz (Avila), en que las turbas se apoderan del Ayuntamiento, vitoreando al comunismo libertario. El día 3 se descubre otro arsenal de explosivos en Barcelona; el día 5 estallan más petardos en La Felguera; hay salvas de dinamita en Gijón, y se agravan las huelgas que sostienen en Valencia los obreros tipógrafos, los metalúrgicos y los empleados de la Electra. El día 6, el Gobierno, alarmado, presiente que está sobre un volcán presto a la erupción. En efecto, el día 8 se define ya claramente el movimiento anarcosindicalista en varios puntos de España. En Madrid comienza a las cuatro de la tarde, aprovechando el descanso del domingo. Varios comprometidos se presentan en Cuatro Vientos y otros intentan sorprender los cuarteles de Carabanchel, de la Montaña y de María Cristina, tiroteándose con la guardia civil. En Barcelona, los revoltosos se entregan a actos de violencia. Se lucha en los alrededores del Arco del Teatro, donde está instalado el Sindicato Unico. Hay una refriega ante el cuartel de Atarazanas; un guardia de Asalto cae muerto, y un cabo herido. El tiroteo se va extendiendo, corre desde la estación de Francia hacia el centro, se aviva en las proximidades del cuartel de San Agustín y llega hasta la misma Jefatura de Policía, donde estallan tres bombas. Los anarquistas, que llevan la dirección del movimiento, atacan con pistolas ametralladoras y bombas de mano. Las organizaciones anarcosindicalistas de Levante se suman al movimiento y en gran parte de la región prende la llamarada revolucionaria. Hay desórdenes en Valencia y numerosos pueblos de la provincia. En Gestalgar estallan las bombas por series. En Bugarra hay que empeñar un verdadero combate para someter a los anarquistas, que se habían adueñado del pueblo. Cinco guardias muertos y varios heridos cuesta esta operación. En Castellón se inicia la revuelta el día 10, con un intento de incendio de las Escuelas Pías. Hay colisiones con la fuerza pública y se derrama abundantemente la sangre. 145

La subversión se va corriendo a Zaragoza, Murcia, Oviedo y otras provincias. Pero donde más resonancia han de alcanzar los sucesos es en Andalucía. Brotan las huelgas, pródigas en manifestaciones terroríficas, en Málaga, Granada, Motril, Jerez, Sanlúcar, San Fernando, Alcalá de Guadaira y otros puntos, y tienen repercusiones en los cortijos y tajos campesinos. En Sevilla, una serie de incidentes vienen anunciando el estallido del día 10, en que se incendian coches y tranvías, y la fuerza pública se ve obligada a repeler las agresiones con vivos tiroteos. Hay bastantes heridos en las refriegas. De la Rinconada, donde se ha proclamado el comunismo libertario, el propio Gobierno da noticias alarmantes. Y en los albores del día 12 ya los campos de Andalucía estaban ensangrentados con el reguero que han dejado varios muertos y numerosos heridos. El movimiento anarcosindicalista, rico en episodios de hondo dramatismo, va a culminar en uno, símbolo y síntesis de todo este período de la República: Casas Viejas. Estamos en la madrugada del 12 de enero... En la humilde plaza del pueblecito gaditano de Casas Viejas, están formadas las fuerzas de Asalto y Guardia Civil. La alineación es correcta; pero un leve temblor, y no sólo de frío, estremece las manos que sostienen los fusiles; las anillas de las correas suenan contra la madera. Es un lívido amanecer de invierno. Humean algunas casas en lo alto del pueblo en cuesta, pero no con el humo matinal que huele a orégano y tomillo, a horno de tahona, portador del buen aroma del pan caliente, sino con humo de incendio que destruye las maderas y pajas de las techumbres y las desploma sobre las pobres viviendas. Las puertas están cerradas como todos los amaneceres, pero con hermetismo hostil; hoy no se abrirán una tras otra, según se va despertando la gente, para dejar paso al vaho cálido de los establos, al mozo que sale a la labranza con su par de muías, a la mujer madrugadora que recoge el agua de la fuente o se asoma la primera en el mercado o en la misa del alba. La gente está despierta, ha estado vigilante toda la noche, y en el fondo de cada casa se apiña la familia, que embargada de miedo y de odio, mira con terror a la puerta. El pueblo está silencioso a estas horas, como todos los días, pero además se advierte que hoy no sonarán el martillo de la fragua, la garlopa del carpintero, los cascabeles de las colleras, los gritos de los chicos y las llamadas de las madres. Se han apagado las efusiones en el fondo de las gargantas. No se oye en la plaza sino una voz que habla un lenguaje extraño; 146

“Habéis cumplido con vuestro deber. El Gobierno, por mi conducto, os felicita. Gracias a vosotros, a vuestro valor, a vuestra energía y disciplina, a vuestra obediencia a las órdenes de vuestros jefes, la República ha podido vencer un grave peligro y puede seguir el camino triunfal y glorioso abierto el 14 de abril. Vuestra magnífica conducta merece bien de la Patria y de la República. ¿Viva la República!” Dos o tres guardias contestan con un viva demasiado estentóreo al lado del viva apagado y tembloroso de los demás. Quien así habla a las tropas es un empleado de la Junta de Obras del Puerto de Cádiz, esbozo del futuro comisario político. Han dicho que es el delegado del gobernador civil de la provincia. ¿Qué hazaña magnífica ha realizado la fuerza, numerosa y bien armada, en aquella remota aldehuela de Casas Viejas? Cuando las fuerzas rompen filas, el delegado se limpia el sudor —un sudor frío— de la frente, y dice al capitán Rojas: — ¡Vaya noche! Pero, en fin, todo ha terminado ya. Todo ha terminado, en efecto. El aire ha cogido el ¡Viva la República! demasiado débil para que se cierna en la altura como un grito triunfal de batallas gloriosas. Más bien lo ha arrastrado por el suelo y lo ha paseado, manchándolo, por restos carbonizado^ y sangrientos. ¿Qué es lo que allí ha pasado? Un grupo numeroso de vecinos, que actuaba en relación y de acuerdo con elementos y agrupaciones anarquistas de la comarca se presentó, capitaneado por un individuo apodado el Gallinito, en casa del alcalde pedáneo, para notificarle que habían proclamado el comunismo libertario, que va no existían autoridades y que comunicase al sargento de la guardia civil del pueblo que si se rendía nada le ocurriría. Intimidado por los revoltosos, al decir del alcalde, o quizá en complicidad con ellos, a juicio de varios testigos, hizo el requerimiento al sargento de la guardia civil, quien respondió que antes moriría defendiendo la República que entregarse, y previniendo a los tres guardias a sus órdenes, se dispuso a la defensa. Mas. al entreabrir la puerta de la casacuartel, una descarga cerrada deja herido a un guardia y, minutos después, al abrir una ventana, nuevos disparos de los sediciosos hieren al sargento y a otro guardia tan gravemente, que fallecerán pocos días después en Cádiz. Desde aquel momento, la guardia civil, realmente inutilizada para contrarrestar el ataque, se dedica al auxilio de sus familiares y heridos, y los revoltosos se dispersan para continuar sus fechorías. Prenden fuego a 147

todos los documentos que hay en la Administración de Arbitrios Municipales, cortan la línea telefónica y abren zanjas en la carretera de Medina Sidonia, única de acceso al pueblo. Bajo la bandera roja, que tiembla en el pálido cielo invernal como una llama, Casas Viejas comienza a vivir a solas la felicidad de su comunismo libertario. Pero la dicha no estaba asegurada todavía. Hacia las dos de la tarde acuden a Casas Viejas las primeras parejas de la guardia civil, que entran en el pueblo en guerrilla y haciendo fuego. Procedían de Medina e iban al mando de un sargento. Los disparos causan la muerte de un vecino y ponen en fuga a los rebeldes hacia la parte alta del pueblo, donde se hacen fuertes. Una vez en Casas Viejas, los guardias se apresuran a auxiliar a sus compañeros heridos y luego toman las bocacalles de acceso. En esta actitud defensiva permanecen hasta las cinco de la tarde, en que por orden del gobernador de Cádiz llega a Casas Viejas, procedente de San Fernando, una sección formada por doce guardias de Asalto, más cuatro guardias civiles que se le incorporaron, al mando del teniente de Asalto don Gregorio Fernández Artal, quien ordena textualmente a su tropa: “No disparen un solo tiro sin tener la seguridad de que tiro disparado es hombre muerto o fuera de combate, pues contamos con doce cartuchos por individuo y en caso de agresión nos veríamos en seguida sin municiones.” Las fuerzas, así advertidas, se ponen en contacto con las que se encuentran en el pueblo y proceden a retirar la bandera anarquista que ondea en el Sindicato, sustituyéndola por la republicana que les entrega tembloroso el maestro de la escuela. También ordena el teniente, para inspirar confianza y tranquilidad, que abran las puertas de las casas y que se anime el vecindario, retraído, acobardado, invitándole amistosamente a circular por las calles, pues sólo viene —es su frase constante— a garantizar el orden. En este ambiente de recelo son detenidos Manuel Quijada, uno de los que disparaban por la mañana contra el cuartel, y un cuñado suyo. Guiados por ambos, se encaminaron hacia la choza de un sujeto peligroso, al que apodan Seisdedos, que se resiste a abrir. Se adelanta entonces un guardia de Asalto y, al tratar de forzar la puerta, es herido por dos disparos a boca de jarro y, una vez en el suelo, los sediciosos lo arrastran hasta la choza en calidad de prisionero. A la vista de lo ocurrido, la fuerza que manda Fernández Artal toma posiciones, y el teniente intima a los rebeldes a la rendición y que salgan 148

de la casa de espaldas y con los brazos en alto, con la promesa de que no recibirán daño; a ello contestan con nuevos disparos, que hieren gravemente a otro guardia; Artal envía como parlamentario al detenido Quijada, esposado, para que penetre en la choza y aconseje a los que están dentro que se rindan, ya que la casa la tienen cercada. Pero los insurrectos dicen que están resueltos a morir y retienen al mensajero. Algunas mujeres los alientan con sus gritos. El teniente suspende el fuego y envía un telegrama al gobernador de Cádiz dándole cuenta de las bajas y de la situación; le pide el envío de bombas de mano para asaltar la casa, hace notar que no necesita fuerzas y que, si no se decide a incendiar la choza del Seisdedos, es por temor a que se propague el fuego y arda medio pueblo. A pesar del ecuánime telegrama, acuden fuerzas de todas partes contra aquella choza, defendida por seis hombres, entre los que se encontraban dos mujeres y un niño de diez años. Podría ponérsela sitio, rendirla por hambre; pero la República y su ministro de la Gobernación no pueden soportar el reto y envían más fuerzas, aunque no se piden. El día 11 de enero había llegado a Jerez el capitán Rojas, con su compañía de Asalto e instrucciones concretas; otros guardias más, al mando del teniente Guillén, con dos ametralladoras, siguen hasta Cádiz en espera de órdenes. Casares Quiroga, exasperado ante la resistencia demente de la aldea envenenada, se encona contra aquel puntito de fuego que luce como una brasa de odio en la noche andaluza. “¡Qué arrasen la casa, que se haga un escarmiento! “, ordena. Hacia las diez de la noche se reciben en Casas Viejas refuerzos de guardias de Asalto con dos cabos, portadores de las bombas pedidas y una ametralladora; y con estos elementos se emprende un ataque a la choza contra la que se arrojan algunas granadas y disparan, sin resultado alguno, gran número de tiros de fusil. Nueva orden de alto el fuego y nuevo requerimiento del teniente Artal a los revoltosos para que se rindan, a lo que contestan desde la choza con más disparos, que alcanzan y hieren a dos cabos de Asalto que acompañan al teniente. Tras un vivo tiroteo de fusilería y de arrojar más granadas sin que se logre el objetivo, los tenientes de Asalto y de la Guardia Civil acuerdan mantener el cerco y suspender todo ataque hasta que llegue el día. Son ya las dos de la madrugada. A esta hora, procedente de Jerez de la Frontera, hace su entrada en Casas Viejas una Compañía —noventa guardias de Asalto— a las órdenes del capitán don Manuel Rojas, que se encarga del mando de toda la fuerza 149

y dispone que las de los tenientes Artal y Santos, este último llegado con él, desarrollen un nuevo ataque decisivo a la casa del Seisdedos, con intenso fuego de ametralladora, fusilería y granadas. Inútil. Los rebeldes no se rinden. Es entonces cuando el delegado gubernativo da a conocer al jefe de las fuerzas el telegrama que acaba de recibir y que dice textualmente: “Es orden terminante Ministro de la Gobernación se arrase casa donde se han hecho fuertes los revoltosos”. El capitán Rojas ordena, en vista de ello, el incendio de la choza rebelde. Provócanlo los asaltantes arrojando sobre la choza una piedra recubierta de algodón, que encienden impregnado de gasolina. Las llamas prenden fácilmente en el tejado de hojarasca y ramas secas de otra choza inmediata a la de Seisdedos y se propaga pronto a la techumbre del fortín rebelde. En la alta y grande hoguera se dibuja, como una veta de sombra, una boca oscura: es la puerta que se ha abierto. Los fusiles y las ametralladoras giran silenciosamente; pero todavía esperan. Salen una mujer y un niño y las llamas tras ellos buscándoles las ropas. Logran escapar. Ametralladoras y fusiles detienen sus tiros. Pero otra vez en el hueco de la puerta se dibujan unas sombras. Un hombre, luego otro. Vacilan entre dos muertes, la del fuego o la de las balas. Al fin se lanzan; esta vez ametralladoras y fusiles crepitan y las sombras caen casi en el mismo umbral. Acto seguido se dispone la retirada de toda la fuerza, que se concentra en la plaza del pueblo. El incendio continúa: la casa ya no es más que un rescoldo, donde se carbonizan lentamente los cadáveres de cinco hombres, entre ellos Quijada, el mensajero esposado, y una mujer. Delante yacen muertos también los otros dos hombres que intentaron huir. La rebeldía ha concluido. Pero el capitán Rojas, excitado y sin dominio de si mismo, contagia de su frenesí a los guardias y les ordena emprender una razzia por el pueblo. Arrancan del fondo de los hogares, de detrás de las mujeres suplicantes y llorosas, de las mismas camas, a los hombres, viejos los más, enfermos algunos; los jóvenes habían huido. Los detenidos son esposados y conducidos, primero, a la presencia del capitán Rojas y en seguida, por su orden, a la corraleta de la choza, en ascuas, del Seisdedos. ¿Qué ocurrió luego allí? El propio capitán Rojas lo relata así: “Invité a estos prisioneros a que vieran lo que por culpa de ellos había sucedido, la canallada que habían hecho; y como la situación y el momento eran graves, yo estaba completamente nervioso y creía, si no 150

daba un escarmiento fuerte, me exponía a que se declarara la anarquía y que se viniese abajo todo por la parte de la sierra, que es muy mala. Además, las órdenes que tenía eran muy severas, y cuando se las di a los oficiales, decían algunos que eran muy fuertes, que no se podía cumplir eso; pero yo les dije que era la única solución de defender a la República y al Gobierno. Al llegar allí, a la corraleta, cuando bajaron a los prisioneros, aunque yo quería haber empleado con ellos la ley de fugas a la salida del pueblo, hubo uno que miró al guardia que estaba quemado a la puerta y le dijo a otro una cosa y me miró de una forma que, en total, no me pude contener de la insolencia suya, le disparé e inmediatamente dispararon todos y cayeron los que estaban allí mirando al guardia que estaba quemado; y luego hicimos lo mismo con los otros que no habían bajado a ver al guardia muerto, me parece que eran otros dos. Así cumplía lo que me habían mandado y defendía a España de la anarquía que se estaba levantando en todos los lados de la República.” Todo había terminado ya. El delegado del Gobierno vitoreaba a la República, que era como la raya tirada antes de hacer el balance. Por todas partes comienzan a circular detalles concretos de la realidad de Casas Viejas. Una ola creciente de estupor gana poco a poco a todos los españoles. Los periódicos publican fotografías espeluznantes, con montones de cadáveres junto a las chozas calcinadas e informaciones sensacionales que asignan a la represión un carácter de feroz crueldad. El asunto va al Parlamento, donde un diputado denuncia que los detenidos de Casas Viejas “fueron asesinados de una manera inhumana”. Otro diputado de extrema izquierda —Balbontín— dice que “el Gobierno ha seguido procedimientos criminales en Casas Viejas. Cercar una casa y prenderle fuego con mujeres y niños dentro, eso jamás lo hizo la Monarquía...” Los documentos acusatorios salen a la luz pública en la sesión de Cortes del día 7 de marzo. Los lee Eduardo Ortega y Gasset, entre ellos el documento más sensacional de este proceso. Es una declaración del capitán Rojas que, entre otras cosas, dice que el 10 de enero le llamó a su despacho el Director General de Seguridad para decirle que, ante el nuevo movimiento que se preparaba, las órdenes que le daba eran las de “que tenía que solucionar el movimiento y que para lo cual no dejara títere con cabeza, que empleara los procedimientos más fuertes, la ley de fugas, que me cargara a todo el mundo, que matase a todos los que tenían armas, que 151

los fusilase, que hiciera todo...; total, que no quería ni heridos ni prisioneros, que si me pedían la paz contestara con descargas, que no hiciera caso aunque sacasen pañuelos, porque era un movimiento muy fuerte y no había más remedio que acabarlo y dar ejemplo de él”. Entre los llamados a declarar por la Comisión de las Cortes, un invitado —v de excepción— se abstiene: es el capitán Bartolomé Barba, que se hallaba de guardia en la División orgánica de Madrid la noche de los sucesos y que se niega a declarar si expresamente no le autoriza el Ministro de la Guerra. “Ni le autorizo ni le desautorizo —dice Azaña—; él verá la responsabilidad que contrae” No le incita a declarar, sino que le amenaza. Barba no comparece en la comisión, pero particularmente afirma que el Ministro de la Guerra le ordenó la represión de los sucesos con estas palabras: “ni heridos ni prisioneros: los tiros a la barriga”. Este triste capitulo de la historia de la República “democrática” española, bien puede cerrarse con las palabras pronunciadas en el Parlamento por el diputado radical, Martínez Barrio, al discutirse estos sucesos: “Hay algo peor que un régimen se pierda, y es que ese régimen caiga envilecido en la Historia, manchado de lodo, lágrimas y sangre.”

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Desastrosa situación social

Todavía no habían transcurrido dos años desde la proclamación esperanzadora de la República y ésta ya había fracasado en todos los aspectos: en lo político, en lo social, en lo económico. Muchos de los que asistieron alegremente a su nacimiento, y especialmente los jóvenes, se encontraban defraudados, se consideraban traicionados, y abandonaban rápidamente los campamentos republicanos sin saber dónde cobijarse, quedándose “a la intemperie”. El hecho de que por estos días —el 30 de enero de 1933— subiera en Alemania al poder Adolfo Hitler. supuso en el mundo entero una enorme conmoción política. En España coincidió este hecho con la hora en que el Gobierno azaño-marxista entraba, después de Casas Viejas, en su etapa de descomposición. Se produjo, pues, en la política española, un formidable cambio de clima. Este nuevo clima quiso ser aprovechado por el director de La Nación, don Manuel Delgado Barreto, para fundar un semanario que habría de titularse El Fascio. Aunque Delgado Barreto no tenia probablemente de la nueva doctrina política más que ideas elementales, sabía a la perfección espiar la oportunidad y dominaba el arte de hacer un periódico para el hombre de la calle, siempre atraído por lo nuevo, y más en las situaciones incómodas, de confusión y ganas de mudanzas. Esta fue la inspiración circunstancial de El Fascio. Y de ella arranca la intervención política de José Antonio Primo de Rivera, ya que sus dos actuaciones de los años 1930 y 1931 (campañas de la Unión Monárquica Nacional para reivindicar la memoria del general Primo de Rivera y su presentación frente a don Manuel B. Cossio en unas elecciones en Madrid) fueron más bien actos impuestos por la veneración y el respeto filial. En adelante su acción será individual y propia. Ha madurado ya sus ideas frente a la actividad de España y el mundo, y ello le ha servido de acicate para dejar su aislamiento, su creciente bufete de abogado, sus amistades aristocráticas y hasta sus aficiones intelectuales. 153

Junto a Delgado Barreto y José Antonio se sumaron, para la confección de El Fascio, Ramiro Ledesma y otros jóvenes escritores pertenecientes a las J. O. N. S. ‘Se formó un Consejo de redacción — cuenta Ramiro—, para el que fueron requeridos los jonsistas. Estos se prestaron de malísima gana, porque les horrorizaba verdaderamente el título del periódico y porque no veían garantía de que aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de destacar su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista, pudo más que todo, y convinieron entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso de que ellos, los de las J. O. N. S., redactarían dos planas, que de un modo exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo”. El Consejo de redacción, además del director, que era Barreto, lo formaban: José Antonio Primo de Rivera, Ernesto Giménez Caballero, Ramiro Ledesma, Rafael Sánchez Mazas y Juan Aparicio. Con anterioridad a su salida, El Fascio fue profusamente anunciado. Ello hacía que pudieran percibirse las reacciones de la gente y también que aumentasen de día en día los pedidos de los corresponsales, que a última hora rebasaban los 130.000 ejemplares. El Gobierno de Azaña asistía con bastante inquietud a esta realidad. Pero más aún que el Gobierno, los socialistas, a quienes una salida así, descarada y desnuda, de un periódico fascista, al mes y medio escaso de ser batida por Hitler la socialdemocracia alemana, les parecía intolerable. “Dictadura por dictadura, preferimos la nuestra”, escribía El Socialista, que también decía: “¿Dónde vamos? Sencillamente, donde nos lleve nuestro tiempo, ni más acá, ni más allá... Si se nos admite una respuesta evasiva, diremos esto: la experiencia alemana nos ha puesto en guardia contra toda debilidad culpable”. De modo apresurado y espectacular, se reunieron las Directivas del partido socialista y de la U. G. T. El acuerdo consistió en anunciar que ambas organizaciones se disponían por sí, y con todas sus fuerzas, a impedir la publicación y venta de El Fascio, si las autoridades no se adelantaban a suspenderlo gubernativamente. El periódico estaba listo y se disponía a arrostrar cualquier vendaval. Desde luego, y después de la actitud coactiva de los socialistas, era segura la intervención del Gobierno, y muy probable el encarcelamiento de los redactores más destacados.

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El Fascio apareció el día 16 de marzo, pero sólo pudo venderse en un corto número de poblaciones. Fue rigurosamente recogido por la Policía. En Madrid se incautó de una camioneta con más de 40.000 ejemplares. “Fue una gran ventaja continúa Ramiro— que la aventura de El Fascio terminase apenas nacida. Se iba desde él a una segunda edición del antiguo upetismo. que, naturalmente, para quienes representaban un sentido nuevo, nacionalsindicalista y revolucionario, hubiera significado el mayor de los contratiempos. “Hubiera representado, asimismo, la renuncia a hacer del movimiento una cosa propia, una cosa de la juventud nacional, con su doctrina, su táctica y sus propósitos, en absoluto desligados de la carroña pasadista y superviviente. “Por primera vez conocieron entonces los Jonsistas a José Antonio Primo de Rivera, dei que Justo es decir no se mostraba tampoco muy conforme con aquella virgolancia de El Fascio, pues es hombre inteligente y de buen sentido.” La situación social de España en estos primeros meses del año 1933 no podía ser más desastrosa. La feroz represión de Casas Viejas apenas ejerce acción saludable en los medios exaltadamente revolucionarios, como de bien poco o de nada sirve el predominio socialista en el Gobierno, mantenido con el fin principal de dar a la clase obrera la sensación y seguridad de que interviene directa y oficialmente en la gobernación del país. Antes al contrario, el desvío de la masa proletaria por los que usufructúan el Poder es cada vez mayor. Está convencida de que su revolución, la que ella sueña como final de todas sus aspiraciones, tiene que realizarla desde abajo, sin mezclar su credo con los de los burgueses. La violencia es su dogma; la pistola y la bomba, sus Instrumentos de acción; la huelga, su método de lucha. Y así, el primer trimestre de 1933 está sembrado de sucesos sangrientos, conflictos sociales y actos terroristas y delictivos. Se descubren numerosos depósitos de bombas; hay huelgas con muertos y heridos en bastantes puntos de España; se incendian iglesias y conventos; invasiones de fincas se dan en toda Extremadura, con tala de árboles y roturaciones arbitrarias. Se producen incidentes sangrientos en Valencia, Sevilla y Madrid, en las pugnas estudiantiles contra la tiranía de la F. U. E.; se apedrea la Casa de Italia en Barcelona y los consulados de Alemania e Italia en Vigo; en Valladolid los socialistas asaltan la Casa Social 155

Católica, arrastrando por las calles una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Los socialistas de Reinosa, después de tirotear una reunión que los elementos derechistas celebraban en un hotel, prenden fuego al edificio. Otros incidentes similares se suceden por toda España. Las voces de los perjudicados pidiendo auxilio contra esta anarquía y las acusaciones contra las autoridades que permiten tal estado de cosas resuenan constantemente. Numerosas entidades agrícolas y patronales dirigen al Gobierno súplicas y protestas. La Federación Económica de Andalucía eleva un mensaje al Jefe del Gobierno, en el que retratan, en párrafos que son como pinceladas goyescas, los destrozos causados en la que fue próspera economía sevillana por la incapacidad de los gobernantes y la barbarie sindicalista. “La situación de nuestras industrias —dice el documento— ha llegado a tal extremo que, de no mediar el Gobierno amparándola con disposiciones sabias y enérgicas, forzosamente hemos de desaparecer como industriales... La desobediencia, el sabotaje a la producción, las amenazas a aquellos obreros que desean cumplir sus deberes y han de doblegarse a la voluntad de los dirigentes para no temer por su vida, son constantes... Estamos castigados con huelgas y boicots injustos, insultados diariamente en pasquines en que se nos califica de fieras y se nos amenaza en nuestras vidas y en nuestros intereses; nos sentimos al cabo de nuestra fuerza; y hemos de confesar a V. E. que no podemos resistir más... Si por el hecho de ejercer nuestras actividades como industriales o comerciantes hemos de vernos conceptuados como viles explotadores y así tratados, preferimos abandonar nuestras fábricas y buscar otros medios de vida... “Acudimos con el mayor respeto a pedir al Gobierno de la República que ampare nuestras industrias, si las considera útiles y necesarias para la Patria; pero si estima lo contrario, y entrasen en la categoría de aquellas que deben ser nacionalizadas, que legisle rápidamente. En este caso, todavía el Estado podrá adquirir algo que represente para España utilidad y riqueza. Si la solución se retrasa, sólo recogerá andrajos y ruinas.” Calvo Sotelo comentó este escrito, diciendo: “No recordamos documento equivalente a éste en valor representativo. Cuando el historiador futuro quiera descubrir en breves trazos la trágica situación de la España 193133, le bastará reproducir alguno de sus párrafos. ¡Pobre país el que se hunde en semejante descomposición!” No era menor el descontento que sentían por la República los elementos obreros. El 14 de abril y con motivo de la celebración del 156

segundo aniversario del nuevo régimen, el periódico de la C. N. T. sindicalista escribe lo siguiente: “Dos años de República. Dos años de dolor, de vergüenza, de ignominia. Dos años que jamás olvidaremos, que tendremos presentes en todo instante; dos años de crímenes, de encarcelamientos en masa, de apaleamientos sin nombre, de persecuciones sin fin... Dos años de hambre; dos años de terror; dos años de odio. ¡Viva la República!” Esta fue la traducción española de ese paraíso liberal y democrático que dos años antes ofrecieron a los españoles, y en cuyo pórtico campaban, luminosas y sarcásticas, estas tres palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Este estado de cosas, esta situación de angustia, fue lo que sacó a José Antonio de su “torre de marfil” para lanzarlo a la vorágine de la política, para poner su inteligencia y su esfuerzo al servicio de una Patria en trance de ruina. Comienzan a circular instrucciones concretas para la formación de núcleos nacionales dispuestos a la lucha por un movimiento españolista renovador, que recibirá el nombre de M. E. S. (Movimiento Español Sindicalista). Por su parte, los Jonsistas, después de la suspensión de El Fascio, “volvieron a sus tiendas” para continuar su labor de agitación y proselitismo, comenzando a recoger los primeros frutos, especialmente entre los estudiantes. El día 5 de abril se traslada Ramiro Ledesma a Lisboa, donde permanecía exilado Onésimo Redondo. Allí cambiaron impresiones y Ledesma regresó a Madrid a los dos o tres días, anunciando para primeros de mayo la aparición de una revista teórica, mensual, orientadora de los esfuerzos Jonsistas. Esta revista se titularía JONS. Mientras tanto el Gobierno preparaba las elecciones municipales para sustituir a los concejales nombrados por el artículo 29, que habían sido destituidos meses antes. Las elecciones afectan a 2.478 Ayuntamientos, todos rurales. Las organizaciones socialistas, bien aleccionadas, impiden por toda clase de medios la propaganda de las derechas, apoyadas en esta obstrucción por las autoridades, que favorecen a los perturbadores. 157

Por este imperio del terror y por la confianza que le inspira el “aparato legal” que tiene en sus manos, el Gobierno está seguro del éxito de las elecciones, a las que concede extraordinaria importancia. El día 23 de abril se verifica la votación. Las primer ras noticias acusan una gran mayoría en los partidos de la oposición sobre el Gobierno. En efecto, el resultado final fue de 5.048 puestos para los partidos ministeriales, contra 10.983 de los no ministeriales. El resultado sorprende tanto más a los vencedores que a los vencidos. Evidencia hasta dónde ha profundizado el malestar y la indignación por la política imperante, protesta que no ha podido ser reprimida ni acallada pese a los medios coactivos usados para impedirla. Persuadido el Gobierno del triunfo, prometía sacar las consecuencias naturales del mismo. Ante la derrota, adopta un gesto de desdén y de indiferencia. ¡Han sido votos de tercera clase! Cuando le preguntan al señor Azaña en las Cortes qué juicio le merece el resultado electoral, responde: “De las elecciones del domingo no se deduce más que una consecuencia: se han celebrado elecciones en 2.400 pueblos que en otros Estados se llaman ‘burgos podridos’. Estos pueblos eran siempre masa inerte en materia de elecciones. Nunca en ellos hubo candidatos opuestos al Gobierno, porque eran siempre servidores de todos los Gobiernos. Yo me felicito de que en estos pueblos haya entrado el espíritu de la República. Señalado este hecho, que es el único importante, lo demás nada”. Un diputado interrumpe a Azaña gritando: —Nos echarán de aquí a palos. La lección que para los socialistas se desprende de las elecciones es de otro género: que no hay que fiarse de la democracia. “¿Qué nos cumple hacer como partido proletario?’’, se interroga El Socialista. Y la contestación es la siguiente: “Asignar a la democracia un valor convencional. No ser más papistas que el Papa, más celosos que el celo. Tal desconfianza comporta todo un repertorio de deberes, a los que ya hemos aludido en otra ocasión; el principal de todos, el de prepararse. Declarémoslo: prepararse para cuando se quiera dar por caducada en contra nuestra la democracia”. En contra de la democracia está también el partido comunista, que lentamente se introduce en España. El número de sus afiliados se eleva a unos 50.000, con poderosos medios económicos para la propaganda. 158

No era sólo entre los elementos obreros donde el comunismo iba conquistando adeptos. También los intelectuales comenzaban a coquetear con la hoz y el martillo, llevados quizá por su desilusión ante el fracaso del liberalismo democrático que encarnaba la República. Mediado el mes de abril, se hace público el documento de constitución en España de la “Asociación de Amigos de la Unión Soviética”. Causa estupor el que entre los firmantes aparezcan personas de gran solvencia intelectual, que no pueden alegar ignorancia sobre lo que significa Rusia para la civilización y la paz del mundo. Era indudable que los promotores de este movimiento rusófilo intentaban sacar la propaganda comunista de los medios iletrados en que se desenvolvía y, dándole empaque intelectual, elevarla a la categoría de movimiento científico, a fin de colocar el comunismo, considerado en casi todas partes como un delito, en el terreno de las ideas, para que, adquiriendo beligerancia cultural, encontrara mayores facilidades en su expansión y obtuviera las simpatías de las personas que hasta entonces lo detestaban como a una monstruosidad abominable. El manifiesto de la “Asociación de Amigos de la Unión Soviética” repercutió en el extranjero como un síntoma de que la propaganda comunista se filtraba en España. El periódico comunista francés L’Humanité escribía: “Hay que congratularse de la simpatía que todo lo soviético tiene en España, singularmente entre los intelectuales y burgueses... Grandes periódicos burgueses dedican sus editoriales a la creación de los Consejos de la Unión Soviética. Las gentes arrebatan de las manos las obras sobre la U. R. S. S. Las estudiantes que simpatizan con el comunismo están en una proporción del 33 por 100 en el seno de la organización profesional: la F. U. E. Los escritores, los artistas, los autonomistas, cuya Juventud de izquierdas está muy cerca de nosotros, nos hablan de la U. R. S. S. con simpatía, con esperanza y con fervor’’. El periódico anuncia también que ya funcionaban en los cuarteles células comunistas que captaban a los soldados españoles. En la primera semana de mayo de 1933 sale a la luz el primer número de la revista JONS, órgano teórico de las Juntas de Ofensiva NacionalSindicalista, bajo la dirección de Ramiro Ledesma Ramos. En el escrito de presentación que redacta su director, se justifica y define el carácter de la revista: 159

“La revista JONS no será para el Partido un remanso, un derivativo que suplante y sustituya en nuestras filas el empuje elemental, violento, el coraje revolucionario, por una actitud blanda, estudiosilla y «razonable». No. JONS será justamente el laboratorio que proporcione al Partido la teoría revolucionaria que necesita... El movimiento J.O. N. S. es el clamor de las gentes de España por recuperar una Patria, por construir —o reconstruir— estrictamente una Nación deshecha. Pero también la necesidad primaria del pueblo español en el orden diario, el ímpetu de una economía, el logro del pan y justicia para nuestras masas, el optimismo nacional de los españoles. “Es lícito que proclamemos que, o se extiende y organiza el Partido hasta alcanzar la fuerte adhesión de los mejores núcleos españoles, con capacidad para comprender e intuir nuestro doble y cruzado carácter «nacional y sindicalista», «sindicalista y nacional», o bien España es fatal y tristemente una presa socialista: el segundo experimento mundial de la revolución roja. El dilema es implacable. O esto o aquello. Así de simple, de sencilla y dramática es la situación de España, como *o es, en resumen, la situación mismo del mundo. “O las flechas jonsistas imponen su victoria insurreccional contra el marxismo, o el triunfo de la revolución socialista es seguro.” En el Consejo de Ministros celebrado el 8 de junio y que preside Alcalá Zamora, Azaña propone la modificación del Gobierno. El Presidente de la República contesta con un largo discurso, en que con las consideraciones políticas y las razones de jurisperito se mezclan fobias personales, quejas del amor propio herido, alusiones rencorosas, chismes menudos que le mueven e influyen en él mucho más que aquéllas. Resolver inmediata y favorablemente la propuesta, dice en resumen, será una bofetada a las oposiciones y antes necesita consultar con los Jefes de los grupos parlamentarios. El retraso en la respuesta y la tramitación de las consultas equivalen a negar la confianza al Gobierno, y Azaña dimite. La caída que parecía imposible se ha producido, y la Imagen vulgar y tópica del “suspiro de satisfacción” cobra significación real. Desde Madrid a los lugares más remotos por donde corre la noticia, se ensanchan los pechos y el susurro se propaga como la ondulación de los trigos y la respiración del mar, y hasta a la tierra parece oírsele una exclamación grande, inmensa, satisfactoria. 160

Lo mismo que durante la Monarquía, actúa de modo tan espectacular como inútil la serie creciente de consultados. El Presidente de las Cortes, todos los Jefes de las minorías parlamentarias, don José Ortega y Gasset, el doctor Marañón, don Miguel de Unamuno, Ossorio y Gallardo, Sánchez Román y, con gran indignación de las izquierdas, don Melquíades Alvarez y don Santiago Alba, desfilan por el despacho presidencial. Las respuestas se clasifican en dos grupos: las que aconsejan una concentración republicana con los socialistas y las que reclaman una concentración republicana sin aquéllos, naturalmente; los ministeriales se declaran por la primera solución y las oposiciones por la segunda. Todos los que ven en las Constituyentes la base de su poderío proponen su continuación y todos los demás su disolución. Después de escuchar a los consultados, Alcalá Zamora encarga a Besteiro la formación de un Gobierno de amplia concentración con los socialistas. Pero el Comité Ejecutivo del Partido Socialista declara que Besteiro no tiene representación adecuada, y que, si el Jefe del Estado da el encargo a otro socialista, será aceptado. En vista de ello, el Presidente encomienda a Indalecio Prieto la formación de un Gobierno de amplia base parlamentaria. Pero los socialistas acuerdan no colaborar con un Gobierno del que formen parte los radicales. Y Prieto termina fracasando en su afán de formar Gobierno. De nuevo siguen las consultas y el Presidente encarga de la formación del Ministerio al radical-socialista Marcelino Domingo, quien, después de varias entrevistas, termina por renunciar. El Presidente se rinde definitivamente, y llama a Azaña. Ante los suyos Azaña finge repugnancia, pero en lo íntimo siente rugir su soberbia, que le impulsa hacia la Jefatura del Gobierno, más que nada, por el placer de aplastar humillado al Presidente de la República. Y fue Azaña quien constituyó el nuevo Gobierno, con la participación de los socialistas. De los nuevos Ministros hace el mismo Azaña siluetas grotescas. De Franchy Roca tiene la opinión de que “ni siquiera es tonto”. De Companys, abogado catalán, se sabe que ha sido revolucionario de acción y defensor de pistoleros. Viñuales, catedrático de Economía de la Universidad Central, sólo le impresiona como “hombre extraño, tímido, sonriente, huidizo, que se angustia, retrocede, concede y vuelve a negar...”; y con estos hombres, que Azaña mismo desprecia por su incapacidad y su 161

insignificancia, se dispone a gobernar España. “Rodeado de imbéciles — escribirá más tarde— gobierne usted si puede”. Las Cortes comienzan a discutir la nueva Ley Electoral y la de Orden Público, por medio de las cuales aspira Azaña a estabilizar y dar fuerza a su dictadura “democrática”. Otra dictadura, la comunista, avanza taimadamente sobre el mapa de España. La “Asociación de Amigos de la Unión Soviética” organiza conferencias con destacados comunistas extranjeros, como André Marty, Henri Barbusse y Miss Wilkinson. El Gobierno español reconoce oficialmente a la U. R. S. S. En los periódicos comunistas arrecia la propaganda sovietizante. Rusia no es sólo el pueblo más adelantado del mundo, sino el edén de la humanidad y más concretamente del proletariado. Florece la literatura proletaria: se dicen cosas pasmosas en elogio de los bárbaros que tiranizan a Rusia. Un estudiante que no admira a la U. R. S. S. es un estudiante a medias y un profesor que no canta las excelencias de la ciencia soviética es un dimitido del saber humano. A la U. R. S. S. por todo y para todo. Con este ambiente sovietófilo que inundaba a España contrastaba la rebeldía ibérica de los Jonsistas, dispuestos a la lucha. “Antes que a ningún otro —dicen en su revista teórica— las J. O. N. S. responderán a un imperativo de acción, de milicia. Sabemos que nos esperan Jornadas duras porque no nos engañamos acerca de la potencia y temibilidad de los enemigos que rugen ante nosotros. Sépanlo todos los jonsistas desde el primer día: nuestro Partido nace más con miras a la acción que a la palabra. Los pasos primeros, las victorias que den solidez y temple al Partido, tienen que ser de orden ejecutivo, actos de presencia... Un hecho ilustra cien veces más rápida y eficazmente que un programa escrito”. A tenor con sus consignas, las J. O. N. S. tratan de conseguir una efectiva capacidad para la lucha, y ello, tanto por constituir la acción directa y la acción revolucionaria uno de los postulados tácticos del Jonsismo, como por propia y elemental necesidad defensiva. Ramiro Ledesma logró organizar y seleccionar en Madrid un centenar de militantes, en patrullas de cinco, que ofrecían todas las garantías apetecibles para la acción. Eran, pues, veinte grupos, algunos de ellos de formidable ímpetu y poder agresivo. Todos sus componentes eran estudiantes, funcionarios jóvenes y antiguos legionarios de Africa. Estas 162

tres procedencias estaban muy niveladas en los grupos, y eran, evidentemente, las más adecuadas para su función. El éxito de una tal organización no tardó en hacerse visible. En efecto, el día 14 de julio una de esas patrullas jonsistas realizó un hecho que tuvo gran resonancia y preocupó considerablemente al Gobierno de Azaña. Los diputados de la mayoría azaño-marxista, con gran nerviosismo, comentaban el hecho y pedían graves sanciones. La cosa fue así: Dicho día 14, a las once de la mañana, tres individuos penetraron pistola en mano en la oficina que los titulados “Amigos de la Unión Soviética” tenían establecida en la Avenida de Dato, número 3. Parece que los jonsistas sabían que en esa oficina había documentación importante acerca del plan para la jornada comunista del próximo 1.º de agosto, a más de un magnifico archivo y pruebas de los propósitos de la Internacional comunista con relación a España. El asalto se hizo con una perfección y una audacia insuperables. Los jonsistas se mostraron violentos, pero sin efusión innecesaria de sangre. En el interior de la oficina se encontraban entonces el conocido dirigente comunista y profesor Wenceslao Roces, y un secretario. Ambos fueron atados a las sillas y amordazados por dos de los asaltantes, mientras el tercero se apoderó de todo el archivo, fichero y documentación oficial de la entidad, a más de pulverizar todo el mobiliario. Mientras destruían los muebles y ataban a los que se encontraban dentro, el jefe comunista Roces mascullaba protestas mezcladas con frases de verdadera preocupación religiosa, como: — ¡Ay Dios mío, éstos son fascistas y nos matan! No les hicieron, sin embargo, el menor daño, a no ser el formidable susto de las pistolas al pecho, presionándolas con fuerza si iniciaban el menor propósito de gritar. El plan para el 1.’ de agosto fue, en efecto, hallado, junto con documentación de suma importancia. Según publicó al día siguiente el periódico Ahora, varios diputados socialistas y comunistas “habían hecho ver al ministro de la Gobernación que la actitud en que se han colocado las J. O. N. S. es una cuestión puramente política, y que es necesario terminar con este brote fascista”. La policía se puso a actuar con frenesí, pero en vista de que no encontraban a militantes de las J.O.N.S., los agentes detuvieron a todos los 163

que figuraban en la Dirección de Seguridad como activos y calificados derechistas, dando con ello palos auténticos de ciego. No obstante y como satisfacción a las protestas y al miedo que en los sectores marxistas había ocasionado el asalto a los “Amigos de Rusia”, una buena mañana se dijo a los periódicos que se acababa de descubrir un terrible complot contra el régimen, en el que aparecían complicados la F. A. I., las J. O. N. S. y los fascistas. Nada menos. Se hicieron en toda España más de 3.000 detenciones desde el 19 al 22 de julio. No hay que decir que a los verdaderos autores del asalto, causantes directos de todo aquel barullo, no se les detuvo. Con los detenidos en Madrid se hizo una selección, y por la noche, a las tres de la madrugada, en coches celulares, fueron llevados al penal de Ocaña unos noventa. De ellos, cuarenta y un anarquistas, el cristiano social Padre Gafo, y el resto un conglomerado de monárquicos, afiliados al M. E. S. (Movimiento Español Sindicalista), que por entonces estaba organizando José Antonio, y un grupo de las J. O. N. S., entre los que se encontraban Ramiro Ledesma y Juan Aparicio. Durante su permanencia en el penal, los anarquistas, en vez de rehuir la compañía de los llamados fascistas, la buscaban. Y así. el Padre Gafo pudo derramar la luz de sus palabras cristianas en las mentes obtusas de aquellos desgraciados. Y Ramiro Ledesma tuvo tiempo también para discutir con ellos su punto de vista revolucionario. Y como aquel complot no había sido sino el sueño de una noche de verano, el Gobierno puso poco después en libertad a los anarco-jonsistasfascistas. Los socialistas, participantes en los Gobiernos de la República desde su implantación, afirman el propósito irreductible de permanecer en el Poder, dispuestos a defenderlo a todo trance y por todos los medios. “La República necesita de nuestro apoyo y colaboración”, afirmó Largo Caballero en el acto celebrado el día 24 en el Cine Pardiñas. Pero su propósito para el futuro no se circunscribe a esto; desean el Poder en su totalidad. “Si no se nos permite conquistarlo con arreglo a la Constitución, tendremos que conquistarlo como podamos. No retrocederemos ni un milímetro, ni un paso atrás.” Por su parte, en Cataluña, los separatistas prevén que el enemigo que tienen en casa es más fuerte y más peligroso que el Gobierno de Madrid. 164

Ese enemigo interno no es otro que el anarquismo, cuyos ideales internacionalistas y antiestatales son bandera de las terribles organizaciones C. N. T. y F. A. I. El anarquismo representa, para el fuerte Estado catalán con que soñaban los separatistas, una brecha abierta a más amplios horizontes en el recinto angosto de un nacionalismo casi comarcal. A neutralizar y zanjar ese peligro iba encaminada la organización de los escamots, impulsada por Badía, secretario particular del consejero de Sanidad, Dencás. Los escamots, que desfilaban fieros y altivos por las calles de Barcelona, habían comenzado ya la lucha implacable contra la F. A. I. La situación en Barcelona empeora, como si la ciudad padeciera de mal incurable. “Es inútil escribir —afirma La Vanguardia—, es inútil protestar. En Barcelona se asesina, se atraca, se roba, se coacciona, se colocan bombas, se pelea a tiro limpio en plena calle v se cometen a diario crímenes y desmanes... En la capital de Cataluña la anarquía suelta es quien manda.” Pero esta lamentable situación no es exclusiva de Barcelona, sino que se halla extendida por toda España. El órgano de la Federación Patronal Madrileña ofrece el siguiente resumen de las víctimas del terrorismo en el primer semestre del año: Ciento dos muertos y ciento cuarenta heridos. Esta situación caótica de España atrae las miradas preocupadas de la Prensa extranjera: “España deriva hacia la anarquía —escribe el día 7 el Daily Telegraph de Londres—. Se ha batido un récord de opresiones y atrocidades policiacas. Solamente a un partido político se le ha prohibido celebrar 172 mítines”. Y por su parte, el Daily Mail, comenta: “El terrorismo se ha hecho tan cotidiano en el pueblo, que ya la dinamita y las bombas no asustan a los españoles. Bandas de atracadores intimidan y roban a las gentes con el más puro estilo gángster. El estado de España es caótico por la confusión política, social y económica, efecto d? lo5 años de desorden.” Este es el juicio que merecen dos años de gobierno democrático en España a dos periódicos de la democrática Inglaterra. A mediados de agosto llega a San Sebastián José Antonio Primo de Rivera, ya completamente decidido a intervenir en la política española. Preparaba por entonces las líneas del discurso fundacional de la Falange. En la ciudad donostiarra se presentó pocos días después Ramiro Ledesma, quien sostuvo una entrevista con José Antonio, Ruiz de Alda y García Valdecasas. 165

De la entrevista se conocen pocos datos. Sólo se sabe que el resultado fue contrario a la fusión de los dos movimientos políticos que acaudillaban José Antonio y Ramiro, reconociendo éste último posteriormente que no se llegó al acuerdo por haberse mostrado él “quizá demasiado intransigente”. Septiembre es un mes decisivo en la lucha a muerte que sostiene el conglomerado azaño-marxista con la parte sana de España, que ha abierto los ojos a la realidad. Esta reacción ya observada en las elecciones de los “burgos podridos”, vuelve a mostrarse con motivo de las elecciones para vocales del Tribunal de Garantías constitucionales. El domingo, día 3, se celebran estas elecciones en 9.500 Ayuntamientos, en las que los partidos ministeriales obtuvieron 17.859 votos y los antiministeriales sumaron 33.029. Las elecciones, pese a que el Tribunal de Garantías es un organismo puramente jurídico, habían tenido un indiscutible carácter político. Todas las elecciones, lo mismo las públicas y representativas como las más modestas de cualquier cargo en cualquiera sociedad, círculo, casino o club son políticas. En todas ellas los votantes se dividen automáticamente en derechas e izquierdas y siempre hay dos candidaturas contrapuestas por esos colores. Se lucha políticamente en todo v por todo. Pero en este caso son los propios ministeriales quienes han dado carácter y trascendencia política a tales elecciones. Pero como han sido derrotados, una vez más desprecian el sufragio y alegan que la mayoría decisiva es la del Parlamento, en vista de lo cual Lerroux plantea el día 6 el debate político para pedir la dimisión del Gobierno. “Dos derrotas electorales seguidas —dice— la reclaman imperiosamente. Si continúa el señor Azaña en el Poder, se perderán las elecciones y la República y el país. ¿Es que el señor Azaña va a la dictadura?” Azaña, seguro del Parlamento, presenta una proposición de confianza que, naturalmente, es aprobada. Pero al reunirse al día siguiente el Consejo de Ministros bajo la presidencia del Jefe del Estado, Alcalá Zamora hizo surgir la crisis. Por el despacho presidencial desfila, sólo que aumentada, la misma legión de personajes y personajillos de la República que en junio. Las consultas emitidas vuelven a repetirse. Los ministeriales reclaman la 166

continuidad del Gobierno y de las Cortes Constituyentes. Los demás, un nuevo Gobierno y la disolución del Parlamento. Don Alejandro Lerroux fue el encargado de formar el Gobierno de concentración republicana. Pese a que Alcalá Zamora no le entrega el decreto de disolución de las Cortes, el disgusto es grande entre los elementos del bienio social-azañista. Indalecio Prieto llegó a decir: “Lerroux y los radicales se llevarán hasta las alfombras de los ministerios”, y Largo Caballero manifiesta que “para gobernar como pretende el señor Lerroux bastan diez gitanos de las Peñuelas”. Al principio, todos los partidos que componían el anterior Ministerio, le niegan su colaboración. Pero al darse cuenta de que Lerroux está dispuesto a formar un Gobierno enteramente con gente de su partido, cambian de opinión y le ofrecen su ayuda. El enemigo, en vez de sitiarla, se introduce en la ciudadela para socavarla mejor. Lerroux quedaba preso de los partidos, sometido más de cerca a sus intrigas y maniobras. Quedaba también realizada la concentración republicana, tanto tiempo deseada, pero no era la concentración entusiasta, sincera y leal, para el mejor gobierno de la República, sino una acumulación recelosa, más bien una turbia conspiración en que los con jurados se abrazaban al enemigo para ahogarle. El día 12 quedó constituido el nuevo Gobierno. No tiene este Gobierno buena acogida en la opinión. No es la liquidación total de una política catastrófica, como se había esperado. No están los gerifaltes: Azaña, Largo Caballero, Prieto, Domingo, pero quedan sus escuderos, dando a entender que su política no ha sido barrida. Sin embargo, la nación experimenta un alivio y las expresiones de satisfacción, más por la esperanza que por la realidad, se hacen ostensibles, considerándose como mal menor que el timón de la nave del Estado pase de Azaña a manos de Lerroux. La situación social de España en el trimestre de 1933 que finalizaba (julio, agosto, septiembre) no ha podido ser más desastrosa. Huelgas, atracos, sabotajes, asesinatos, cuya sola enumeración llenaría mucho espacio. El sur de España vio arder las mieses y los bosques, ennegreciendo su dedo con el humo de estas quemas salvajes que destruían incalculables riquezas y prometían hambre y miseria. Las estadísticas del paro obrero alcanzaron a 300.000 trabajadores completamente inactivos y 250.000 que sólo trabajaban tres días a la semana. 167

Aun cuando la labor de captación de los jonsistas consiguió en septiembre un triunfo, al lograr que un grupo compacto de sindicalistas de la C. N. T. ingresaran en las J. O. N. S., lo cierto es que el comunismo iba extendiendo sus garras, en las que caía incluso el propio Partido Socialista, cada vez más sovietizado. En la apertura de curso celebrada en la Universidad Central a primeros de octubre, un grupo de estudiantes interrumpe la lectura de los premios otorgados, con vivas a la revisión del profesorado y a la F. U. E. revolucionaria. Otro grupo de comunistas intenta desplegar una bandera roja. Son silbados los catedráticos socialistas Jiménez de Asúa y Fernando de los Ríos. También se silba el Himno de Riego, el oficial de la República, para terminar cantando a pleno pulmón La Internacional El día 2 de octubre, como se había anunciado, se reanudan las sesiones de Cortes Ir p1 nuevo Gobierno a las Cortes era ir al suplicio. El Presidente de la República, al no conceder a Lerroux el Decreto de disolución, le enviaba a la befa y al escarnio. Después de exponer Lerroux en la Cámara su programa, Indalecio Prieto presenta una proposición de censura. Le sigue Azaña, a pesar de tener en el Gobierno un Ministro de su partido. Después sigue la Esquerra y luego el partido radical-socialista, que también tienen partidarios suyos en el Gobierno. Claro está que los ministros respectivos de los partidos disconformes podían haber dimitido antes de la sesión, pero pronto se vio que, si no se habían retirado, había sido para sutilizar y aliñar sabrosamente su venganza. Como en un suplicio, le arrancaban a Lerroux uno tras otro los ministros que le habían dado, hasta dejarle desvalijado en pleno hemiciclo. En la réplica de Lerroux, sonaron sus palabras con énfasis gallardo: —Señores diputados, los que van a morir os saludan. Con acierto había ido a escoger sus frases en los usos del circo romano. Continúa manifestando que él era un león, un viejo león que podía entenderse fácilmente con otro león joven, que era Prieto; con quien nunca podría entenderse un león era con una serpiente. Callaba a quién se refería la metáfora. Pero en el curso de su oración inicia otro capitulo con estas palabras, dichas lentamente: “Con quien nunca podré entenderme es con el señor Azaña”, de lo cual resultaba claro que éste era el reptil. Cayó el Gobierno efímero de Lerroux y de nuevo el fantasmal cortejo de los consultados vuelve por el despacho presidencial, salvo don José 168

Ortega y Gasset y el señor Sánchez Román, que se resisten a continuar representando la comedia. Vuelven a repetirse las opiniones de los que propugnaban la disolución de las Cortes y los que insistían en su perduración eterna. Pero la verdadera tramitación de la crisis se desarrolla, como de costumbre, en otros lugares menos visibles y más efectivos: en los pasillos del Congreso, en los círculos políticos, en la Casa del Pueblo, en los domicilios de los prohombres republicanos. El 4 de octubre fue encargado de formar Gobierno Sánchez Román, quien fracasa. El día 5 lo fue Pedregal, sin mejor fortuna. Por fin se encarga al lugarteniente de Lerroux, Diego Martínez Barrio. Después de muchas peripecias y de vencer no pocos obstáculos, Martínez Barrio, en la madrugada del día 8, constituyó un Gobierno. Un Gobierno macilento, ojeroso, un Gobierno refrito y semifiambre, de “noche de sábado”, de aquelarre, como lo bautizó después Gil Robles. En la toma de posesión del nuevo Presidente del Consejo, su antecesor Lerroux, para atajar a ciertos radicales descontentos, extremó el elogio a la lealtad de Martínez Barrio: “Es como sí fuera mi hermano menor; carne de mi carne y alma de mi alma”. Y Martínez Barrio, el que después traicionó a su Jefe, el futuro Judas, le saludó ante la turba exultante con un ósculo de fidelidad: “Yo no soy de los que niegan al maestro”.

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“Ya está alzada la bandera”

En el primer Consejo de Ministros, celebrado por el nuevo Gobierno el día 6 de octubre de 1933, y presidido por Alcalá Zamora, recibió Martínez Barrio el Decreto de disolución de las Cortes y el de convocatoria de elecciones para el día 19 de noviembre. Este Decreto apareció en la Gaceta del día 10, y exponía en su preámbulo, como síntesis de justificación, que “todo aconseja acudir a la consulta directa de la voluntad nacional”. Acababan de desaparecer las Cortes Constituyentes y con ellas la primera etapa de la vida azarosa de la República, conocida con el nombre de “bienio social-azañista”. En esta ocasión, Miguel Maura hizo el siguiente resumen de la situación de España: “Están sin organizar el régimen local, la Justicia, la Hacienda, todo. La economía nacional, lo mismo la agraria que la industrial, está en bancarrota. La paz espiritual perdida; las conciencias justamente alarmadas, y la paz material en plena anarquía”. Y Calvo Sotelo, desde París, calificaba el ensayo republicano hasta el momento, con estas palabras: “Ruinas, desolación, resquemores, retrocesos, desánimos, rebeldías, caos. La Revolución se ha devorado a sí misma, la Justicia ha sido acuchillada, la Propiedad atropellada, todo lo que es nacional y por ende religioso, escarnecido y vilipendiado”. Seguían las huelgas por todas partes, con el acostumbrado acompañamiento de colisiones sangrientas y ataques a la fuerza pública. Los periódicos anarquistas y sindicalistas excitaban descaradamente a las masas a máximas violencias. Pero aún quedaba lo peor: los partidos izquierdistas que habían participado en el Poder, cooperan a la formación del estado de inquietud y zozobra con incesantes amenazas y para contener la rebelión no se contaba más que con el débil dique de un Gobierno heterogéneo, minado desde dentro por los mismos que desde fuera conspiraban contra el orden social. Aquellas elecciones, como todas las de la República, iban a hacerse, no en un ambiente de serena discusión, contraste y propaganda, sino en el de la violencia sembrada por los que se llamaban acérrimos partidarios del sufragio universal, aun cuando sin 170

rebozo anunciaban que no lo acatarían si les fuera adverso. Los manifiestos electorales socialistas terminaban con esta consigna: “A vencer el día 19 en las urnas, y, si somos derrotados, a vencer el día 20 en las calles al grito de ¡Viva la revolución social!” También en Cataluña se oponen las izquierdas a aceptar el fallo adverso de las urnas. El domingo 22 de octubre desfilan ante Maciá en un acto celebrado en el Estadio de Montjuich, los escamots de la Esquerra; diez mil Jóvenes uniformados con camisa verde claro, a los* que preceden secciones motorizadas. Estos diez mil hombres, según frase del Consejero Dencás. “pueden convertirse en un ejército de diez mil soldados, que pasarán la frontera del Ebro para implantar la democracia en el resto de España, si aquélla es arrollada en las próximas elecciones”. Para las derechas constituía una indudable ventaja la abstención en las elecciones de la numerosa masa obrera encuadrada en la C. N. T. Los sindicalistas habían circulado a este respecto órdenes terminantes: “Obreros, no votad: ni a la izquierda. Todos los partidos, todos los políticos representan y defienden la tiranía del Estado burgués”. Pasquines rojos señalaban a los partidos como indignos dei voto de los confederados. Decían con su habitual delicadeza: “ ¡Qué los vote Rita!” “Que no vote nadie”. “Nosotros no vamos a las elecciones, sino a la revolución para implantar el comunismo libertario en España; obreros, preparad las bombas y las pistolas”. Por su parte las derechas se entregaban febrilmente a los preparativos electorales. En la unión de las derechas entran la C. E. D. A., Renovación Española, tradicionalistas y agrarios. Acción Popular hace valer ante sus aliados su potente organización y sus servicios técnicos, y recaba el derecho a dirigir la propaganda. Los tradicionalistas y Renovación Española montaron una oficina electoral que se denominó T. Y. R. E. (Tradicionalistas y Renovación Española) para secundar la campaña y prestar la mayor ayuda a los candidatos. El día 15 de octubre comenzó oficialmente la propaganda electoral. Hablaron en Madrid los señores Maura (en el cine de la Opera), Gil Robles (en el Monumental Cinema) y Azaña (en la sesión de clausura de la asamblea de Acción Republicana). A partir de este día, la propaganda fue “in crescendo”, y los últimos días tomó un aspecto de verdadero delirio.

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Entre los numerosos actos de propaganda que con motivo de las elecciones se venían celebrando por esos días, se anunció uno de “afirmación nacional” que habría de celebrarse en el Teatro de la Comedia, de Madrid, y en el que intervendrían como oradores José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas. A muchos extrañó ver juntos los nombres de Primo de Rivera, el hijo del Dictador, con el de Valdecasas, hasta entonces diputado de la “Agrupación al Servicio de la República”. De otra parte el apellido Ruiz de Alda, muy conocido por la hazaña de1 vuelo del Plus Ultra, quedaba vinculado en cierto modo con el de Ramón Franco, conocidísimo no sólo por ese vuelo, sino por su destacada participación en las conspiraciones que trajeron la República. El Gobierno, al igual que muchas gentes, no concedió importancia alguna a dicho acto, del que suponían no había de quedar ni el más leve recuerdo, por lo que no tuvo inconveniente en autorizarlo, incluso para que fuera radiado, y de enviar fuerza pública para protegerlo. De modo muy distinto pensaban sus organizadores. Ellos estaban seguros de la trascendencia de aquellos momentos, que habrían de marcar un hito en la historia de España. Valdecasas, único superviviente de los tres oradores, escribió posteriormente: “Sin querer hipotecar el futuro enigmático, teníamos el convencimiento de que era un acto llamado a importar en la vida de España. No por lo que significaran las personas, sino por lo que significaba su actitud. Porque aquel acto quería expresar el anhelo y la inquietud de la España eterna, tal como la sentía una generación nueva, cuya conciencia española se había ido formando a través de la experiencia amarguísima de los años inmediatos anteriores. Había ya brotes magníficos de esta tensión juvenil, Pero teníamos la creencia de que las ocasiones en que anteriormente se había manifestado, a pesar de su autenticidad, no habían tenido el volumen nacional necesario. Hacía meses que planeábamos darle estado público. Llegamos a tener redactado un manifiesto, obra principalmente de José Antonio, y parte del cual pasó a su discurso de octubre; pero nos pareció que un manifiesto caería en frío. Hacía falta un acto de presencia personal. La disolución de las Cortes y el plazo de campaña electoral nos dio ocasión. Anunciamos el acto como de afirmación española. Porque lo que había que afirmar, entonces como hoy, era a España, cuya existencia estaba en peligro. El nombre de Falange no estaba aún definitivamente decidido”.

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Y llega el 29 de octubre. Amanece una clara mañana otoñal en que el tenue calor del sol es cortado a veces por las ráfagas de aire frío que envía el Guadarrama. Antes de la hora señalada para el acto, el Teatro de la Comedia se encuentra abarrotado de un público heterogéneo. Abundan los señores graves a quienes atrae el apellido Primo de Rivera recordándoles los tranquilos tiempos de la Dictadura, gentes de la “buena sociedad” que asisten por mera curiosidad o por creer que allí se va a dar un “buen palo” a las izquierdas. Pero allí también hay un grupo de Jóvenes obreros y estudiantes que esperan con gran fe se les descubra algo que vienen presintiendo y por lo cual merezca la pena ofrendar incluso la vida. También asisten Jóvenes tradicionalistas y un grupo de jonsistas que, capitaneados por Ramiro Ledesma, ocupan una platea. Preside el acto Narciso Martínez Cabezas, quien pronuncia breves palabras para presentar a los oradores. Le sigue García Valdecasas con un magnífico discurso y, tras éste, Ruiz de Alda habla con el estilo seco y tajante de una arenga militar. Le toca el turno a José Antonio, quien se levanta para comenzar a hablar. Todo el Teatro se pone en pie y le dedica una ovación ensordecedora. Por fin se hace el silencio, y José Antonio comienza el discurso: “Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo. “Cuando en marzo de 1762 un hombre nefasto que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad. “Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese «yo» superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio —conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad 173

superior—, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenia la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase. “Como el Estado liberal fue un servidor de esa doctrina, vino a constituirse, no ya en el ejecutor resuelto de los destinos patrios, sino en el espectador de las luchas electorales. Para el Estado liberal sólo era lo importante que en las mesas de votación hubiera sentado un determinado número de señores; que las elecciones empezaran a las ocho y acabaran a las cuatro; que no se rompieran las urnas (cuando el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas). Después, a respetar tranquilamente lo que de las urnas saliera, como si a él no le importase nada. Es decir, que los gobernantes liberales no creían ni siquiera en su misión propia; no creían que ellos mismos estuviesen allí cumpliendo un respetable deber, sino que todo el que pensara lo contrario y se propusiera asaltar el Estado, por las buenas o por las malas, tenía igual derecho a decirlo y a intentarlo que los guardianes del Estado mismo a defenderlo. “De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno. “Vino después la pérdida de la unidad espiritual de los pueblos, porque como el sistema funcionaba sobre el logro de las mayorías, todo aquel que aspiraba a ganar el sistema tenía que procurarse la mayoría de los sufragios. Y tenia que procurárselos robándolos, si era preciso, a los otros partidos; y para ello no tenia que vacilar en 174

calumniarlos, en verter sobre ellos las peores injurias, en faltar deliberadamente a la verdad, en no despreciar un solo resorte de mentira y de envilecimiento. Y así, siendo la fraternidad uno de los postulados que el estado liberal nos mostraba en su frontispicio, no hubo nunca situación de vida colectiva donde los hombres injuriados, enemigos unos de otros, se sintieran menos hermanos que en la vida turbulenta y desagradable del Estado liberal. “Y, por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: «Sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas u otras condiciones; ahora bien, como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal». Y así veríais cómo en los países donde se ha llegado a tener Parlamentos más brillantes e instituciones democráticas más finas, no teníais más que separaros unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontraros con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas. “Por eso tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa. “Ahora que el socialismo, que fue una reacción legitima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases. “El socialismo, sobre todo el socialismo que construyeron, impasibles en la frialdad de sus gabinetes, los apóstoles socialistas, en quienes creen los pobres obreros, y que ya nos ha descubierto tal como eran Alfonso García Valdecasas; el socialismo, así entendido, no ve en la historia sino un juego de resortes económicos; lo espiritual se su175

prime; la Religión es un opio del pueblo; la Patria es un mito para explotar a los desgraciados. Todo eso dice el socialismo. No hay más que producción, organización económica. Así es que los obreros tienen que estrujar bien sus almas para que no quede dentro de ellas la menor gota de espiritualidad. “No aspira el socialismo a restablecer una justicia social rota por el mal funcionamiento de los Estados liberales, sino que aspira a la represalia; aspira a llegar en la injusticia a tantos grados más allá cuantos más acá llegaran en la injusticia los sistemas liberales. “Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una critica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres. “Así resulta que cuando nosotros, los hombres de nuestra generación, abrimos los ojos, nos encontramos con un mundo en ruina moral, un mundo escindido en toda suerte de diferencias; y por lo que nos toca de cerca, nos encontramos una España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y por todas las pugnas. Y así, nosotros hemos tenido que llorar en el fondo de nuestra alma cuando recorríamos los pueblos de esta España maravillosa, esos pueblos en donde todavía, bajo la capa más humilde, se encubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tiene un gesto excesivo ni una palabra ociosa, gentes que viven sobre una tierra seca en apariencia, con sequedad exterior, pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y de los trigos. Cuando recorríamos esas tierras y veíamos esas gentes, y las sabíamos torturadas por pequeños caciques, olvidadas por todos los grupos, divididas, envenenadas por predicaciones tortuosas, teníamos que pensar de todo ese pueblo lo que él mismo cantara del Cid al verle errar por campos de Castilla, desterrado de Burgos: ¡Dios, qué buen vasallo si oviera buen señor! “Eso vinimos nosotros a encontrar en el movimiento que empieza en este día: ese legitimo señor de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un señor que no se nos muera. Y para que no 176

se nos muera ha de ser un señor que no sea al propio tiempo esclavo de un interés de grupo ni de un interés de clase. “El movimiento de hoy, que no es de partido sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque, en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es. en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertirla se arrastren muchas cosas buenas. Luego, esto se decora en unos v otros con una serie de consideraciones espirituales Sepan todos los que nos escuchan de buena fe que esas consideraciones espirituales caben todas en nuestro movimiento; pero que nuestro movimiento por nada atará sus destinos al interés de grupo o al interés de clase que anida bajo la división superficial de derechas e izquierdas. “La Patria es una unidad total en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir, y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de esa unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria. “Y con esto ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra conducta presente, porque nosotros seriamos un partido más si viniéramos a anunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas. “He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla: “Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino. “Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos 177

todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unimos en grupos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas? “Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden. “Queremos que todos se sientan miembros de una comunidad seria y completa; es decir, que las funciones a realizar son muchas: unos, con el trabajo manual; otros, con el trabajo del espíritu; algunos, con un magisterio de costumbres y refinamientos. Pero que en una comunidad tal como la que nosotros apetecemos, sépase desde ahora, no debe haber convidados ni debe haber zánganos. “Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna. “Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia, sea respetado y amparado como merece, sin que por eso el Estado se inmiscuya en funciones que no le son propias, ni comparta —como lo hacía, tal vez por otros intereses que los de la verdadera Religión— funciones que sí le corresponde realizar por si mismo. “Queremos que España recobre resueltamente el sentido de su cultura y de su historia. “Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho —al hablar de «todo menos la violencia»— que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar 178

como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, si, la dialéctica, como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria. “Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos cíe afanamos en edificar. “Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar, es una manera de ser. No debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; si, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos, y venimos a luchar porque un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque así lo fueron siempre en la historia los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra Patria misma, supieron arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente como a tales señoritos, no les importaba nada. “Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que, frente a la marcha de la revolución, creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete! “En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que —¿para qué os lo voy a decir? 179

— no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato: pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando elle puede hacer que se me retraigan todos los votos No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas.” Al terminar José Antonio su espléndido discurso —cuenta Ximénez de Sandoval— el estupor del auditorio es inmenso. Mientras en los Jóvenes el estupor se hace fiebre de entusiasmo, en los señores graves admiradores de su padre, en los viejos caciques conservadores y en algunos amigos de la “buena sociedad”, la oración de José Antonio ha producido desencanto. Cierto que ha dicho cosas bellísimas y todas las ha matizado impecablemente. Pero ellos esperaban otra cosa distinta de aquella objetividad para tratar los temas del liberalismo y el socialismo. De éste ha llegado a decir el orador “que fue Justo en su nacimiento”. Luego ha afirmado que el Movimiento iniciado “no es de derechas ni de izquierdas”, porque la Patria es “una unidad total en que se integran todos los individuos y todas las clases”. Ha hablado de separar las funciones de la Iglesia y del Estado. Ha cantado la violencia. Ha hecho un llamamiento al espíritu de servicio y de sacrificio, afirmando que no trata de hacer una recluta para ofrecer prebendas ni defender privilegios. No ha hecho — como muchos esperaban— una diatriba contra la República y sus hombres, ni tampoco una apología de la Dictadura. No se ha declarado “anti” nada, ni partidario decidido de instituciones que a muchos llenan de nostalgia. No ha invocado el “palo”, que, según otros, necesitaba España para ser gobernada declarando, en cambio, que a los pueblos “no los han movido nunca más que los poetas”. Todo aquel auditorio esperaba otra cosa, se siente defraudado y sale a la calle sin comprender las últimas palabras del discurso. Sólo los escasos centenares de muchachos que le han oído entienden exactamente que “nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma 180

al brazo, y en lo alto las estrellas”. Sólo sus corazones adivinan la belleza y el riesgo de la “vigilia tensa, fervorosa y segura”. Ya estaba alzada la bandera. José Antonio acababa de entrar para siempre en la gran historia de España: la de los héroes, la de los poetas, la de los descubridores. la de los capitanes, la de los santos...

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La victoria sin alas

La campaña electoral ha comenzado y derechas e izquierdas se desafían y se amenazan. Unas y otras se prometen un trato riguroso el día de la victoria, que las dos consideran segura. Los ánimos están obsesionados y enloquecidos entre el polvo y el humo de la batalla electoral. Hay que ganar la mayoría; la mayoría es el Gobierno, el Gobierno es la facultad de mandar, de hacer y deshacer. Por la mayoría van los radicales, los socialistas y Acción Popular, en mezclas confusas, con arreglo a la alquimia democrática, que en un distrito autoriza y recomienda la unión entre los mismos partidos que en el distrito inmediato se acometen con odio sarraceno. Pronto se advierte que, entre los partidos de derechas, es Acción Popular el mejor dispuesto para este torneo; su organización, cuidadosamente preparada, rinde ahora sazonados frutos. Ninguno moviliza más rápidamente y mayores masas que él, ni tiene más a punto los censos ni más completa la intervención en las mesas electorales, ni una sección de técnicos de la propaganda que resume así su labor: “Las hojas y octavillas editadas por Acción Popular representan 2.000 kilómetros de papel de un metro de anchura. La propaganda se ha iniciado por globos de tamaño pequeño en grupos de tres, hasta un total de 2.000 en un solo día. Después siguieron globos mayores, llenos de hidrógeno, de 1,20 metros de diámetro. Al adquirir altura, una bengala hace estallar el globo, rompe un hilo que sujeta el paquete de candidaturas y éstas caen al suelo.” En pugna con estos procedimientos propagandísticos, las Casas del Pueblo organizan bandas de matones encargados de sabotear la propaganda de las derechas y dar réplica a quienes pretendan interrumpir sus propios mítines. Así, en el acto socialista celebrado en Daimiel (Ciudad Real) el 1 de noviembre, al interrumpir al orador un joven jonsista, José Ruiz de la Hermosa, recordándole los crímenes de Casas Viejas y dando un viva a las J. O. N. S., instantáneamente se vio acometido por una turba de bárbaros que lo asesinaron a puñaladas, ensañándose después con su cadáver. 182

José Ruiz de la Hermosa, que políticamente procedía de la izquierda y que tres días antes fue desde la Mancha a Madrid a escuchar a José Antonio en el teatro de la Comedia, es el primer caído de la Revolución Nacional Sindicalista. Jamás las derechas españolas fueron a unas elecciones con tanta ilusión como a estas de 1933, porque tampoco nunca creyeron más segura y más completa la victoria. Las izquierdas no desconocían esta verdad; persuadidos del triunfo del adversario, aspiraban a atemorizarlo, para ver si a fuerza de avisos catastróficos y augurios trágicos inmovilizaban a los asustadizos. El lenguaje de los oradores revolucionarios es lúgubre y feroz. Indalecio Prieto amenaza en Granada, el día 7 de noviembre, “con levantar la tapa de los sesos de un balazo al que se cruce en su camino”. El día 9, los oradores socialistas prometen en Sotrondio (Asturias) “tomar, como sea, el Poder”. “Aspiramos —añaden— a que la bandera roja ondee en todos los edificios de España”. Y Largo Caballero, en Murcia, dice: “Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”. José Antonio Primo de Rivera había sido incluido, con el carácter de “independiente”, en la candidatura derechista por la circunscripción de Cádiz, y durante diez días recorrió el distrito en viaje de propaganda. Habló primeramente en Villamartín, Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Benaocaz, Cádiz y San Fernando. Consecuencias graves tuvo el mitin de San Fernando, celebrado en la tarde del día 12. Nada más aparecer José Antonio en el escenario del teatro de las Cortes, unos pistoleros hicieron varios disparos en la sala, produciendo la muerte de una persona y heridas a cuatro. El agresor —un pistolero apodado el Cordobés — huyó protegido por otros criminales. El delegado de la autoridad, ante estos sucesos, decide suspender el acto, y José Antonio, sin hacer caso de la orden, empieza su discurso diciendo “que no tenía que obedecer a una autoridad que no la poseía para impedir la libre circulación de los asesinos”. El día 16 de noviembre, José Antonio habla en una fábrica de Rota y vuelve al Puerto de Santa María para dirigirse a un público más compacto que la vez primera. La semilla no cayó en tierra estéril. Entre los que aquel día se adhirieron al credo de la Falange figuraba Fernando Zamacola, hasta entonces destacado sindicalista. 183

A la vuelta hacia Jerez, José Antonio iba charlando en el coche con Julián Pemartín. La conversación, que comenzó en un tono familiar, fue profundizándose por momentos; Julián alude al nuevo linaje de patriotismo que propugna José Antonio, recuerda textos y establece comparaciones. José Antonio le interrumpe: “No, no es nada de eso; nosotros hemos de estar dispuestos a morir por España, porque no nos gusta nada. Para que nosotros o nuestros hijos podamos volver a quererla...” Al día siguiente, José Antonio lee unas cuartillas a Julián en relación con su charla del día anterior, escritas aquella misma noche. No eran otra cosa sino la insuperable definición poética y estricta de la Patria, que José Antonio tituló “La gaita y la lira”, y que, publicadas posteriormente en F. E., dicen así: “¡Cómo tira de nosotros! Ningún aire nos parece tan fino como el de nuestra tierra; ningún césped más tierno que el suyo; ninguna música comparable a la de sus arroyos... Pero... ¿no hay en esa succión de la tierra una venenosa sensualidad? Tiene algo de fluido físico, orgánico, casi de calidad vegetal, como si nos prendieran a la tierra sutiles raíces. Es la clase de amor que invita a disolverse. A ablandarse. A llorar. El que se diluye en melancolía cuando plañe la gaita. Amor que se abriga y se repliega más cada vez hacia la mayor intimidad: de la comarca al valle nativo; del valle al remanso, donde la casa ancestral se refleja; del remanso a la casa; de la casa al rincón de los recuerdos. “Todo eso es muy dulce, como un dulce vino. Pero también, como en el vino, se esconden en esa dulzura embriaguez e indolencia. “A tal manera de amar, ¿puede llamarse patriotismo? Si el patriotismo fuera la ternura afectiva, no seria el mejor de los humanos amores. Los hombres cederían en patriotismo a las plantas, que les ganan en apego a la tierra. No puede ser llamado patriotismo lo primero que en nuestro espíritu hallamos a mano: esa elemental impregnación en lo telúrico. Tiene que ser —para que gane la mejor calidad— lo que está, cabalmente, al otro extremo; lo más difícil; lo más depurado de gangas terrenas; lo más agudo y limpio de contornos; lo más invariable. Es decir, tiene que clavar sus puntales no en lo «sensible», sino en lo «intelectual». “Bien está que bebamos el vino dulce de la gaita; pero sin entregarle nuestros secretos. Todo lo que es sensual dura poco. Miles y 184

miles de primaveras se han marchitado y aún dos y dos siguen sumando cuatro, como desde el origen de la creación. No plantemos nuestros amores esenciales en el césped que ha visto marchitar tantas primaveras; tendámoslos, como líneas sin peso y sin volumen, hacia el ámbito eterno donde cantan los números su canción exacta. “La canción que mide la lira, rica en empresas porque es sabia en números. “Así, pues, no veamos en la Patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un «destino», una «empresa». La Patria es aquello que, en el mundo, configuró una gran empresa colectiva. Sin empresa no hay Patria; sin la presencia de la fe en un destino común, todo se disuelve en comarcas nativas, sabores y colores locales. Calla la lira y suena la gaita. Ya no hay razón —si no es, por ejemplo, de subalterna condición económica— para que cada valle siga unido al vecino. Enmudecen los números de los imperios —geometría y arquitectura— para que silben su Harpada los genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de cada aldea”. Con razón dijo Julián Pemartín, al terminar José Antonio su lectura, que aquello era “lo mejor que se había escrito sobre la Patria en lengua de hombres”. Pero sigamos con las elecciones. Si bien a José Antonio le habían admitido las derechas en su candidatura como diputado “independiente”, no le cupo a Onésimo Redondo la misma suerte. Al anunciarse las elecciones, Onésimo Redondo regresa de Portugal más animado y decidido que nunca. Pero una sorda y repugnante oposición de los mal llamados partidos “de orden” le espera. Contra todo y contra todos, va a señalar Onésimo el camino limpio y nuevo a la juventud nacional. Ni izquierdas ni derechas; en las elecciones que vienen se presenta como “candidato del pueblo”. Además del periódico Igualdad, contaba Onésimo para la propaganda con Libertad, que reapareció aquellos días. A base de los dos periódicos, arrebatados con afán de las manos de los vendedores por el público, se mantuvo una intensa campaña de Prensa originalmente dirigida. Se dedicaron entonces los elementos derechistas a propalar que, por causa de esta actitud de Onésimo, iban a triunfar los marxistas. Movilizaron en esta tarea a elementos militares, religiosos y a las mujeres 185

anticomunistas. organizadas entonces en una poderosa Liga. Temeroso Onésimo Redondo de contribuir, quizá, al triunfo de algún marxista, decidió retirar su candidatura. Después de explicar en Igualdad el motivo por el que se retiraba de las elecciones, escribió en el mismo periódico lo siguiente: “Derechas. Izquierdas. He aquí los dos polos alrededor de los cuales gira la actividad electoral. “Y ahora, más que nunca, se evidencia la imprecisión y vaguedad de ese absurdo encasillado político. “¿Hasta dónde llega la derecha? ¿Hasta dónde la izquierda? ¿Dónde termina una y dónde comienza la otra? “Frente a estos rígidos moldes de política decimonónica, la juventud nacional toma una postura de franca y legitima rebeldía: ni derechas ni izquierdas. No queremos saber de eso. “Si por derechas se entiende espiritualidad, nosotros somos derechas. Y presentamos brillante historial de catolicismo auténtico, práctico, no rutinario, juvenil, enérgico y sentido, no topicista. “Si por derechas se entiende táctica diferencia del capital o burgués, reducto de ambiciones liberal-conservadoras, baluarte de apetitos pequeñoburgueses, nosotros somos izquierda, nosotros somos revolución. “Si por izquierdas se entiende beoda demagógica, motín populachero, destrucción y anarquía, nosotros somos derecha, propugnando un nuevo orden constructivo. “Si por derechas se entiende conservadurismo beato, sensiblería blandengue, derrotismo legalista, nosotros somos izquierda. “Cae, pues, por su base, el tinglado de la actual política. No nos vaciamos en sus viejos moldes. “Ello explica la actitud quizá agria, pero noblemente rebelde, que hemos adoptado ante la próxima campaña electoral. “Nosotros no podemos seguir siendo «los cuatro exaltados derechistas» que pegan pasquines, escriben letreros en jornadas nocherniegas y reciben las tortas que en la calle se pierden, mientras los “pacíficos” burgueses toman el aperitivo en el Casino o cotillean en cualquier tertulia política. “Se les ha acabado el juego. 186

“Desde ahora marcharemos solos, pocos o muchos, sin necesidad de andadores. Queremos emanciparnos, porque tenemos fe en nuestra idea. “Ni derechas, ni izquierdas. Somos jonsistas.” Y el 13 de noviembre, seis días antes de las elecciones, en el último número que Igualdad publicó, dejando paso definitivamente a Libertad, escribió Onésimo Redondo, vidente y certero, lo siguiente: “No interesa, pues, fundamentalmente, lo que pasará en las inmediatas elecciones. Damos por descontado el triunfo de la reacción derechista; que es natural y viene rodeado de alto prestigio justiciero. Pero damos también por descontado el fraccionamiento de esas derechas conservadoras a raíz de triunfar, la imposibilidad circunstancial de crear un orden nuevo y su ineptitud para invalidar la importancia detenida, mas no desvirtuada, del marxismo sindical y revolucionario. Entonces —dentro de pocos meses— se verá más claro, por muchos alegres confiados de hoy, que la reacción no basta, que las derechas conservadoras no sirven. Y volverá los ojos el pueblo a la juventud, que —sólo ella— posee contenido doctrinal, aptitud combativa y capacidad revolucionaria para invalidar al marxismo e instaurar con mano firme un orden nuevo, un Estado nacional” El 14 de noviembre llega a su apogeo la fiebre electoral. Rivalizan todos los partidos en ardor guerrero. Nunca se ha dado en España espectáculo igual al que presencian ciudades y aldeas, pues no hay rincón, por apartado que esté, a donde no llegue la propaganda de las organizaciones políticas. Madrid hierve, vibra, estalla por todas sus costuras. Cada hora la propaganda lanza una innovación, cada mañana la ciudad aparece tapizada con nuevos pasquines y carteles. Desde los coches se grita con altavoces el nombre de los candidatos preferidos. Acción Popular exhibe unos artefactos a manera de tanques, cuya parte posterior lleva una pantalla de “cine”, en la que proyecta una película de Gil Robles pronunciando su arenga. Sobre todas las voces, sobre todas las vorágines políticas, a modo de sedante que apacigüe los nervios y acalle los tumultos, caen unas palabras grises y plúmbleas del Jefe del Gobierno, pronunciadas con el deseo de que los españoles se tranquilicen, persuadidos de que el Gobierno vigila por la pureza y legitimidad del sufragio. La noche del 18 de noviembre de 187

1933 España la pasa insomne, en vela impaciente, a la espera de lo que alumbre el nuevo día, que tan feliz y risueño porvenir ha de ofrecer a todos los ciudadanos. El entusiasmo puesto en la campaña electoral se reflejó en la elección. Los españoles acabaron persuadidos de que el voto era un tesoro, y toda precaución y cuidado para administrarlo le parecieron pocos. Los electores y especialmente las electoras, esperaron con ejemplar resignación el momento de emitir el sufragio, en filas interminables, donde tenían que aguardar horas enteras. No fue pacífica la elección. Los defensores de las candidaturas llevaron sus disputas hasta las puertas de los Colegios y, cuando pudieron, hasta las mismas urnas. En Madrid, bandas de mozalbetes amaestrados intentaban ahuyentar a las mujeres a pedradas, con el propósito de atemorizarlas. No lo consiguieron y fracasaron ante la tenacidad pasiva y el espíritu de sacrificio propio del sexo femenino cuando le anima un ideal. Salieron de los conventos para votar, con especial dispensa, hasta las monjas de clausura. Fue muerto un apoderado derechista en Amate (Sevilla). Hubo un muerto y siete heridos en una colisión entre radicales y socialistas en Aljucén (Badajoz). Un interventor derechista asesinado y otro afiliado al mismo partido gravísimamente herido en Torrente (Valencia). Veintiún heridos en Bilbao. Estalló una bomba en Ceuta. Fue asaltado con bombas de mano un Colegio Electoral en Carballo (Cádiz). Hubo reyertas en varios pueblos de Huelva, con bastantes heridos. Dos muertos y un herido en Paraleda (Lugo). Un joven de Acción Popular fue asesinado en Ponferrada. Hubo infinidad de agresiones, batallas campales y tiroteos en otros sitios. En una palabra: se practicó la “democracia celtibérica” como de costumbre. Por fin se celebró la elección. La impresión del resultado la refleja El Debate con este epígrafe: “Triunfo arrollador de las derechas en toda España”. De acuerdo con el resultado electoral, la composición del nuevo Parlamento era la siguiente: DERECHAS: C. E. D. A., 115 diputados; agrarios, 36; tradicionalistas, 20; Renovación española, 15; nacionalistas vascos, 12; nacionalista español, 1; independientes, 13. Total, 212. CENTRO: Radicales, 102; Lliga catalana, 26; republicanos conservadores, 18; liberales demócratas, 9; progresistas, 3; independientes, 5. Total, 163. 188

IZQUIERDAS: Socialistas, 60; Esquerra catalana, 18; O. R. G. A., 6; Acción Republicana, 5; Unión Socialista catalana, 3; radicales socialistas independientes. 3; radicalsocialistas, 1; federales, 1; comunistas, 1. Total, 98. Al conocerse el resultado electoral, una alegría indescriptible embargó a las derechas. Ya está salvada España. Sin embargo, los augurios siniestros se multiplicaban. “Si se entrega el Poder a las fuerzas reaccionarias, y en ellas incluyo a Lerroux, el pueblo estará en el deber de levantarse revolucionariamente”, dice Indalecio Prieto. Por su parte, Largo Caballero declara sus simpatías por el comunismo y su esperanza de que pronto quede instaurada la dictadura del proletariado. En Barcelona, la Esquerra, que no se resigna al fracaso, siembra la inquietud en sus escamots. A las constantes agresiones e injurias a España se aúnan los Insultos a los jefes y oficiales que pasean de uniforme por las calles de Barcelona. Y como los injuriados a veces dan respuestas categóricas a los procaces, el general Batet, jefe de la División de Cataluña, los amonesta en una lamentable circular en la que recomienda a los jefes y oficiales como “lo más propio a nuestro espíritu y a nuestro honor permanecer sordos, ciegos y mancos”. Por su parte, El Socialista comenta el resultado electoral diciendo: “En esta lucha electoral ha naufragado la República burguesa... El régimen republicano no nos sirve. Creemos con Lenin que la República democrática es la forma más adecuada para el capitalismo.” A su vez, la C. N. T., cuyas enormes masas de afiliados se han abstenido de votar, quiere aprovechar esta disconformidad de republicanos y socialistas para intentar un nuevo golpe. Desde hace tiempo viene predicando la revolución social como inminente. El día 28 de noviembre el Comité nacional de la C. N.T. avisa: “Alerta, trabajadores. Cerremos nuestras filas y estemos prestos a saltar cuando el organismo confederal lo diga.” Y en el diario C. N. T., el día 6 de diciembre se publica este entrefilete: “Obreros, preparaos. La revolución social no espera ni atiende a razones.” En pugna con la irreflexiva alegría de las derechas por el reciente triunfo electoral, la mente serena de José Antonio escribió por esos días un artículo titulado “La victoria sin alas” que decía así: “España entró otra vez en el sorteo el 19 de noviembre. Está bien que las urnas se parezcan al bombo de la lotería. Tanto da que una 189

bola ruede la primera hacia el agujero como que un manojo de papeletas abrume a otro manojo. Aquello lo decide cualquier duende encargado de los azares de la lotería; esto, cualquier espíritu, bueno o malo, de justicia, de represalia o de histeria. Puro azar: un buen chiste contra un candidato puede privarle del triunfo a última hora. La comezón de sacudir un Gobierno que irrita, puede determinar a un pueblo a derribar mil cosas. España se jugó otra vez al juego de las papeletas el 19 de noviembre. “Y hay quien cree que en este sorteo se ha ganado nada menos que la contrarrevolución. Muchos se sienten tan contentos. “Una vez más tiende España a cicatrizar en falso, a cerrar la boca de la herida sin que se resuelva el proceso interior. Sencillamente: a dar por liquidada una revolución cuando la revolución sigue viva por dentro, más o menos cubierta por esta piel endeble que le ha salido de las urnas. “No se olvide un dato: hay algunas provincias —sobre todo las andaluzas— donde el 60 por 100 del censo se ha quedado sin votar. En pueblos enteros, de miles de electores, se han contado por escasos centenares los votos emitidos. Mientras esos pocos electores votaban, muchedumbres torvas, hostiles, apiñaban en las esquinas la amenaza de su presencia, envolviendo en el mismo rencor a los candidatos de todos los bandos, «.Todos son lo mismo —gruñían los campesinos andaluces—. ¿Qué nos importa a los obreros eso? ¡Que se destrocen los políticos unos a otros /» Las paredes blancas de los pueblos se ensangrentaban en imprecaciones: «No votes, obrero. Tu único camino es la revolución social». Y unos grabados tormentosos, oscuros, con tenebrosa calidad de aguafuertes, presentaban figuras famélicas con inscripciones como esta debajo: «Mientras el pueblo se muere de hambre, los candidatos gastan millones en propaganda. Obrero, no votes.» “En muchos sitios los obreros no han votado. Se han permitido el lujo escalofriante de regalar a la burguesía —a la derecha, principalmente— la máquina de legislar. Una orden dada a tiempo por los Sindicados, una movilización general de masas proletarias, hubiera producido la derrota de quién sabe cuántos candidatos de las derechas. Los obreros lo sabían y, sin embargo, se han abstenido de votar. Hay que estar ciego para no ver bajo ese desdén una amenaza terrible hacia quienes se consideran vencedores. 190

“Las derechas están con su Parlamento recién ganado como un niño con juguete nuevo. Creen —así Azaña hace poco— que el mundo es ese mundo que se ve con la linterna mágica del Parlamento. Encerrados en el Parlamento se creen en posesión de los hilos de España. Pero fuera hierve una España que ha despreciado el juguete. “La España de los trágicos destinos, la que, por vocación de águila imperial, no sirve para cotorra amaestrada de Parlamento. Esa que ruge imprecaciones en las paredes de los pueblos andaluces y se revuelve desde hace más de un siglo en una desesperada frustración de empresas. La España de las hambres y de las sequías. La que, de cuando en cuando, aligera en un relámpago de local ferocidad embalses seculares de cólera. “Esa España, mal entendida, desencadenó una revolución. Una revolución es siempre, en principio, una cosa anticlásica. Toda revolución rompe al paso, por justa que sea, muchas unidades armónicas. Pero una revolución puesta en marcha sólo tiene dos salidas: o lo anega todo o se la encauza. Lo que no se puede hacer es eludirla; hacer como si se ignorase. “Esto es lo grave del momento presente: los partidos triunfantes, engollipados de actas de escrutinio, creen que ya no hay que pensar en la revolución. La dan por acabada. Y se disponen a arreglar la vida chiquita del Parlamento y de sus frutos, muy cuidadosos de no manejar sino cosas pequeñas. Ahora empiezan los toma y daca de auxilios y participaciones. Se formarán Gobiernos y se escribirán leyes en papel. Pero España está fuera. “Nosotros lo sabemos y vamos a buscarla. Bien haya la tregua impuesta a los descuartizadores. Pero desgraciados los que no se lleguen al torrente bronco de la revolución —hoy más o menos escondido— y encaucen, para bien, todo el ímpetu suyo. Nosotros iremos a esos campos y a esos pueblos de España para convertir en impulso su desesperación. Para incorporarlos a una empresa de todos. Para trocar en ímpetu lo que hoy es justa ferocidad de alimañas recluidas en aduares, sin una sola de las gracias ni de las delicias de una vida de hombres. Nuestra España se encuentra por los riscos y los vericuetos. Allí la encontraremos nosotros, mientras en el palacio de las Cortes enjaulan unos cuantos grupos su victoria sin alas.”

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Las izquierdas habían sido derrotadas en la batalla electoral. Un aire de triunfo recorría los campamentos derechistas y los de sus aliados del centro. Un nuevo capítulo se abría en la historia de la segunda República española.

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REVOLUCIÓN EN OCTUBRE

En toda revolución hay dos clases de personas; las que la hacen y las que se aprovechan de ella. Napoleón Bonaparte. («Pensées»)

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Nace Falange Española

Diciembre de 1933. Las fuerzas políticas de centroderecha acababan de triunfar de un modo rotundo en las elecciones celebradas el mes anterior. ¡España estaba salvada! Pero aquella victoria —como se vio después— fue una “victoria sin alas”. Porque el triunfo centro-derechista se había producido, en parte, por reacción frente a los desaciertos de los anteriores gobiernos de izquierda; pero en parte también —y quizás la mayor— porque los amplios sectores obreros encuadrados en el sindicalismo anarquista se habían abstenido de votar. Por ello, las nuevas Cortes surgidas del último sufragio, celebran su sesión inaugural el 8 de diciembre sin solemnidad alguna, como con miedo. El aire que se respiraba fuera del Parlamento, en las calles y en los campos, parecía ser presagio de tormenta. En efecto, las masas anarco-sindicalistas que se abstuvieron de votar en las elecciones, quieren ahora ejercer el sufragio, no por medio de la democrática papeleta, sino por procedimientos más contundentes. Y el mismo día 8 estalla la insurrección con una violencia, una extensión y una organización que no habían tenido precedentes, como si éstas sólo fueran recuentos, tanteos y ensayos de lo que ahora pretenden sea definitiva. El Gobierno, que tenia noticias de lo que se preparaba, ordena el acuartelamiento de las fuerzas de la Guardia Civil, Seguridad y Vigilancia, y detiene en Barcelona a los dirigentes anarquistas Ascaso y Durruti, encontrándose en poder de este último la lista del Gobierno revolucionario, en el que el interesado figuraba como Ministro. En las últimas horas de la noche del día 8 se inician en Barcelona los tiroteos en la carretera de Sarriá, donde cae un guardia civil herido, hieren al compañero y retiran un muerto por su parte. A las doce de la noche el tiroteo se generaliza en Barcelona, donde las calles de Ausias March, Marina y Etna y las barriadas de San Martin y Santa Eulalia son verdaderos campos de batalla. Bombas de gran potencia acompañan con sus estallidos el estruendo de la pelea. 195

Al propio tiempo, se registran sucesos tumultuosos y refriegas en Zaragoza, Barbastro, Logroño y Gijón, encendiéndose innumerables focos subversivos como puntos neurálgicos de una extensa ramificación revolucionaria. En Hospitalet, a seis kilómetros de Barcelona, los revoltosos dominan a la fuerza pública, incendian fábricas, se apoderan de los centros oficiales, implantan la dictadura de los trabajadores y se corren luego a la barriada de Santa Eulalia, avanzando hacia Barcelona al grito de “¡Viva el comunismo libertario!” Dueños de los resortes del Poder, suplantan a las autoridades y se hacen cargo de las tierras, que pasan a disposición del Municipio libre. De los comercios se incautan los Comités, que también declaran abolida la moneda. No hay más bandera que la rojinegra del comunismo libertario, considerándose cualquier otra subversiva. En la barriada de la Torratxa, cerca de Sans, se luchaba encarnizadamente. Los sediciosos, dueñas de la situación, queman algunas casas y asaltan el mercado, empeñando vivos tiroteos con los refuerzos que acuden de Barcelona. En Zaragoza, sede del sindicalismo, es donde la insurrección ha cobrado desde el principio mayor fuerza. Los revoltosos han atacado el Gobierno Civil, y desde tejados y azoteas disparan sin cesar y atemorizan a la población. Se han librado sangrientos combates en el Arrabal y en el paseo de la Independencia. La subversión prende en Huesca, Peraltasar, Valverde de Cinca, Alcampel, Tormos, Albalate, Alcalá de Gurrea y otros pueblos. El Incendio anarquista se propaga a gran parte de Teruel, con destrucción de iglesias, persecución de sacerdotes, asalto de comercios y demás excesos. Otras regiones secundan el movimiento. De Valencia a La Coruña, de Huelva a Oviedo, de extremo a extremo de la Península, se corresponden como un eco las descargas y las explosiones. La barbarie revolucionaria culmina en el atentado contra la línea férrea de Valencia, en la que estallan unas bombas al paso del rápido Barcelona-Sevilla. El tren se despeña entre las estaciones de Puig y Puzol. Resultan dieciocho muertos y más de cien heridos. Muchos pueblos riojanos son dominados temporalmente por el anarquismo. Ocurren episodios sangrientos en Logroño, Haro, Calahorra, Arnedo. Santo Domingo. Se proclama el comunismo libertario en Cenicero, Briones, San Asensio, San Vicente y Fuenmayor. El pregonero de Briones, precedido de una bandera rojinegra, da a conocer el siguiente bando: “El comunismo libertario ha sido proclamado en toda España. Los 196

que no entreguen las armas que posean serán pasados por las armas. Los que se opongan al Régimen correrán la misma suerte.” Igual hacen en Fuenmayor, donde por otro bando se anuncia al vecindario: “Acaba de implantarse el comunismo libertario en toda la Península Ibérica, y todo aquel que no obedezca al Régimen será fusilado o deportado en un saco”. En la provincia de León, los mineros de Ponferrada asaltan el Ayuntamiento, se incautan de los centros públicos y proclaman también el comunismo libertario. Toda la zona de Fabero está revuelta. En Extremadura ocurren sucesos similares. En Villanueva de la Serena (Badajoz) el sargento de Infantería, Pío Sopeña, con destino en la Zona de Recluta, embauca a unos cuantos fanáticos y los arrastra a una descabellada aventura. Los arma para ello y se apodera por sorpresa del edificio de la Zona. Desde ésta recibe a tiros a la pareja de la Guardia Civil, que acude a informarse: un guardia cae muerto y otro herido en esta primera refriega. El capitán de la Zona y el sargento del puesto, a la cabeza de las escasas fuerzas que pueden reclutar, avanzan contra los rebeldes, que, irreductibles a todas las conminaciones, los acogen con descargas y matan al sargento de la Guardia Civil. Hay que sitiar el edificio y para ello son necesarias más tropas. De Don Benito y otros pueblos son enviadas algunas parejas, que siempre resultan insuficientes y mal dotadas para el empeño, pues hay que cañonear el edificio y asaltarlo con bombas de mano. A las once de la noche del día 10 todavía resisten los rebeldes, cuando hace su aparición una columna mixta de Infantería, con fusileros, granaderos, ametralladoras y morteros de trincheras, que llega de Badajoz. Los jefes intiman a los sediciosos a la rendición, y como la respuesta es negativa, se abre fuego contra ellos. El combate dura hasta las siete y media de la mañana del día 11, cuando todos los revoltosos han sucumbido y con ellos su cabecilla Pío Sopeña. Para sofocar la insurrección general, el Gobierno tiene que organizar verdaderas columnas mixtas y utilizar incluso la Aviación. Los sediciosos, allí donde no pueden resistir a la fuerza pública, echan mano de la tea y de las bombas. En muchos puntos de España se descubren verdaderos arsenales. Numerosas ciudades viven entre constantes explosiones de petardos y máquinas infernales. Se incendian iglesias y se cometen otros actos criminales. 197

El movimiento comienza a remitir el día 11, y el 14 se encuentra completamente sofocada la insurrección. Al día siguiente de la derrota, ya los elementos directivos circulan órdenes para rehacer los cuadros, continuar el cobro de las cotizaciones y preparar una nueva acción contra el Estado. En vano las autoridades clausuran Centros y Sindicatos y se detiene a los Comités directivos de la rebelión en Zaragoza, centro del movimiento. La F. A. I. vuelve a cobrar en la clandestinidad un poder oscuro, secreto y terrible. El Gobierno de Martínez Barrio, una vez constituido el nuevo Parlamento —del que fue nombrado presidente don Santiago Alba—, termina la misión concreta para la que se había organizado. La crisis estaba a la vista. El asunto que acaparaba la curiosidad y el interés de todos era la incorporación de las fuerzas derechistas a la República. Había muchos que dudaban de que el señor Gil Robles fuera llamado a consulta a Palacio por no haber hecho todavía una declaración explícita de republicanismo. Pero el día 15 de diciembre, víspera de la crisis, el periódico derechista El Debate publica un editorial sintomático que se titula “Los Católicos y la República”, en el que entre otras cosas dice: “El católico español no puede encontrar dificultad en avenirse con las instituciones republicanas, y como ciudadanos y como creyentes, están obligados a prestar a la vida civil su leal concurso... No será lícito establecer incompatibilidades de ninguna especie entre los derechos de la Iglesia y la forma republicana”. Acción Popular se plegaba a toda clase de terrenos. “El catolicismo político —dice Aunós— emprendió este doble juego: ante el sector de los conservadores, a cuyas expensas pecuniarias pudo el partido mantener una organización política formidable y una gran prensa ruinosa, la tendencia de Acción Popular era monárquica y reaccionaria; y a los ojos de las masas de tipo medio así como en presencia del régimen oficial, aparecía como republicana templada, pero sincera y francamente favorable a las reformas sociales más avanzadas... Si Gil Robles, el magnífico propagandista, hubiese sido además un verdadero hombre de Estado, habría sin duda resuelto explotar rectamente y hasta sus más extremas consecuencias, la corriente de salvación que el fracaso del bienio rojo había desencadenado en España. En vez de ello, Gil Robles y la O. E. D. A. concibieron el extraño proyecto de aliarse con el Partido Radical, donde se atrincheraba lo más desacreditado y corruptor de la política seudorrevolucionaria española, con sus monsergas de laicismo y masonería y sus procedimientos 198

de demagogia barata v corruptela personal. Era la absurda alianza de David con Goliat. Y para redondear aún el pastel de católicos y librepensadores, republicanos históricos y monárquicos vergonzantes, Jóvenes ingenuos y viejos redomados, a la alianza de la C. E. D. A. y el Partido Radical vinieron a sumarse el bloque de caciques del Partido Agrario y otros pescadores de derecha”. El 16 de diciembre se plantea la crisis. Las consultas resultan tan ociosas como siempre. Acude, entre otros, Gil Robles. Es la primera vez, desde el advenimiento de la República, que un representante de fuerzas netamente católicas acude a Palacio requerido por el Jefe del Estado republicano y laico. El periódico Ahora lo comenta, diciendo: “Lo más importante de la crisis: Gil Robles en Palacio”. Alcalá Zamora encarga de formar Gobierno a Lerroux, quien lo constituye con representantes de su partido y de otros partidos centristas, excluyendo a las derechas. Por aquellos días, el 25 de diciembre, muere el Presidente catalán Francisco Maciá. A los funerales celebrados en Barcelona se les dio carácter de apoteosis. Los presidió el Jefe del Estado español. Apenas concluidos, los dirigentes del separatismo catalán se dispusieron a sortear las vestiduras y a designar sucesor. Para ello disponían del hombre que las circunstancias exigían. Era éste Luis Companys Jover, segundón hasta entonces de la política catalana, y que al morir Maciá se erige en portaestandarte del separatismo. Desde el toque de clarín que supuso el acto celebrado el 29 de octubre en el teatro de la Comedia, José Antonio Primo de Rivera, convencido de la esterilidad del nuevo Parlamento centro-derechista, se dedica por entero a perfilar y dar impulso a la recién nacida Falange Española. Abierto el banderín de enganche, acuden a él gentes heterogéneas, entre las que destaca un grupo de estudiantes, savia del Movimiento, que pronto organizaron el primer Sindicato de la Falange: El Sindicato Español Universitario (S. E. U.). José Antonio quiso por entonces realizar un proyecto que acariciaba desde hacía varios meses: Crear un semanario, órgano de la nueva política. Para ello contaba con escritores jóvenes, como Sánchez Mazas, Giménez Caballero, José María Alfaro, Samuel Ros y algunos otros. Se discutió mucho sobre el título del nuevo semanario. Se barajaron los nombres de Lepanto, Alerta y Alarma, pero al fin se acordó el de F. E., 199

o sea, las iniciales del nuevo partido, que unidas daban, al mismo tiempo, la primera de las virtudes teologales. José Antonio, que llevaba la alta dirección del semanario, redactó para publicarlos en el primer número los Puntos Iniciales de la Falange Española, que dicen así: I. España Falange Española cree resueltamente en España. España NO ES un territorio. Ni un agregado de hombres y mujeres. España es, ante todo, UNA UNIDAD DE DESTINO. Una realidad histórica. Una entidad, verdadera en sí misma, que supo cumplir —y aún tendrá que cumplir— misiones universales. Por lo tanto, España existe: 1.º Como algo DISTINTO a cada uno de los individuos y de las clases y de los grupos que la integran. 2.º Como algo SUPERIOR a cada uno de esos individuos, clases y grupos, y aun al conjunto de todos ellos. Luego España, que existe como realidad “distinta y superior”, ha de tener sus “fines propios”. Son esos fines: 1.º La permanencia en su unidad. 2.º El resurgimiento de su vitalidad interna. 3.º La participación, con voz preeminente, en las empresas espirituales del mundo. II. Disgregaciones de España Para cumplir esos fines, España tropieza con un gran obstáculo: está dividida: 1.º Por los separatismos locales. 2.º Por las pugnas entre los partidos políticos. 3.º Por la lucha de clases. El separatismo ignora u olvida la realidad de España. Desconoce que España, es, sobre todo, una gran UNIDAD DE DESTINO. 200

Los separatistas se fijan en si hablan lengua propia, en si tienen características raciales propias, en si su comarca presenta clima propio o especial fisonomía topográfica. Pero —habrá que repetirlo siempre— una nación no es una lengua, ni una raza, ni un territorio. Es una UNIDAD DE DESTINO EN LO UNIVERSAL. Esa unidad de destino se llamó y se llama España. Bajo el signo de España cumplieron su destino —unidos en lo universal— los pueblos que la integran. Nada puede justificar que esa magnífica unidad, creadora de un mundo, se rompa. Los partidos políticos ignoran la unidad de España, porque la miran desde el punto de vista de un interés PARCIAL. Unos están a la DERECHA. Otros están a la IZQUIERDA. Situarse así ante España es ya desfigurar su verdad. Es como mirarla con sólo el ojo izquierdo o con sólo el ojo derecho: de REOJO. Las cosas bellas y claras no se miran así, sino con los dos ojos, sinceramente DE FRENTE. No desde el punto de vista “parcial” de “partido”, que ya, por serlo, deforma lo que se mira. Sino desde un punto de vista TOTAL, de Patria, que al abarcarla en su conjunto, corrige nuestros defectos de visión. La lucha de clases ignora la unidad de la Patria, porque rompe la idea de la “producción nacional” como conjunto. Los patronos se proponen, en estado de lucha, ganar más. Los obreros también. Y, alternativamente, se tiranizan. En las épocas de crisis de trabajo, los patronos abusan de los obreros. En las épocas de sobra de trabajo, o cuando las organizaciones obreras son muy fuertes, los obreros abusan de los patronos. Ni los obreros ni los patronos se dan cuenta de esta verdad: Unos y otros son cooperadores en la obra conjunta de la PRODUCCION 201

NACIONAL. No pensando en la producción nacional, sino en el interés o en la ambición de cada clase, acaban por destruirse y arruinarse patronos y obreros. III. Camino del remedio Si las luchas y la decadencia nos vienen de que se ha perdido la idea permanente de España, el remedio estará en restaurar esa idea. Hay que volver a concebir a España como realidad existente por sí misma. Superior a las diferencias entre los pueblos. Y a las pugnas entre los partidos. Y a la lucha de clases. Quien no pierda de vista esa afirmación de la realidad superior de España, verá claros todos los problemas políticos. IV. El Estado Algunos conciben al Estado como un simple mantenedor del orden, como un espectador de la vida nacional, que sólo toma parte en ella cuando el orden se perturba, pero que no cree resueltamente en ninguna idea determinada. Otros aspiran a adueñarse del Estado para usarlo, incluso tiránicamente, como instrumento de los intereses de su grupo o de su clase. Falange Española no quiere ninguna de las dos cosas: ni el Estado indiferente, mero policía, ni el Estado de clase o grupo. Quiere un Estado creyente en la realidad y en la misión superior de España. Un Estado que, al servicio de esta idea, asigne a cada hombre, y a cada clase y a cada grupo, sus tareas, sus derechos y sus sacrificios. Un Estado de TODOS, es decir: que no se mueva sino por la consideración de esa idea permanente de España; nunca por la sumisión al interés de una clase o de un partido. Para que el Estado no pueda nunca ser de un partido, hay que acabar con los partidos políticos. Los partidos políticos se producen como resultado de una organización política falsa: el régimen parlamentario. 202

En el Parlamento, unos cuantos señores dicen representar a quienes los eligen. Pero la mayor parte de los electores no tienen nada común con los elegidos: ni son de las mismas familias, ni de los mismos Municipios, ni del mismo gremio. Unos pedacitos de papel depositados cada dos o tres años en unas urnas son la única razón entre el pueblo y los que dicen representarle. Para que funcione esa máquina electoral, cada dos o tres años hay que agitar la vida de los pueblos de un modo febril. Los candidatos vociferan, se injurian, prometen cosas imposibles. Los bandos se exaltan, se increpan, se asesinan. Los más feroces odios son azuzados en esos días. Hacen rencores que durarán acaso para siempre y harán imposible la vida en los pueblos. Pero a los candidatos triunfantes, ¿qué les importan los pueblos? Ellos se van a la capital, a brillar, a salir en los periódicos y a gastar su tiempo en discutir cosas complicadas, que los pueblos no entienden. ¿Para qué necesitan los pueblos esos intermediarios políticos? ¿Por qué cada hombre, para intervenir en la vida de su nación, ha de afiliarse a un partido político o votar las candidaturas de un partido político? Todos nacemos en UNA FAMILIA. Todos vivimos en UN MUNICIPIO. Todos trabajamos en un OFICIO o PROFESION. Pero nadie nace ni vive naturalmente en un partido político. El partido es una cosa ARTIFICIAL que nos une a gentes de otros Municipios y de otros oficios, con los que no tenemos nada en común, y nos separa de nuestros convecinos y de nuestros compañeros de trabajo, que es con quien de veras convivimos. Un Estado verdadero, como el que quiere Falange Española, no estará asentado sobre la falsedad de los partidos políticos, ni sobre el Parlamento que ellos engendran. Estará asentado sobre las auténticas realidades vitales: La Familia. El Municipio. El gremio o sindicato. 203

Así, el nuevo Estado habrá de reconocer la integridad de la familia, como unidad social; la autonomía del Municipio, como unidad territorial, y el sindicato, el gremio, la corporación, como bases auténticas de la organización total del Estado VI. De la superación de la lucha de clases El nuevo Estado no se inhibirá cruelmente de la lucha por la vida que sostienen los hombres. No dejará que cada clase se las arregle como pueda para librarse del yugo de la otra o para tiranizarla. El nuevo Estado, por ser de todos, considerará como fines propios los fines de cada uno de los grupos que lo integran y velará como por sí mismo por los intereses de todos. La riqueza tiene como primer destino mejorar las condiciones de vida de los más; no sacrificar a los más para lujo y regalo de los menos. El trabajo es el mejor título de dignidad civil. Nada puede merecer más la atención del Estado que la dignidad y el bienestar de los trabajadores Así, considerará como primera obligación suya, cueste lo que cueste, proporcionar a todo hombre trabajo que le asegure no sólo el sustento, sino una vida digna y humana. Eso no lo hará como limosna, sino como cumplimiento de un deber. Por consecuencia, ni las ganancias del capital —hoy a menudo injustas— ni las tareas del trabajo estarán determinadas por el interés o por el poder de la clase que en cada momento prevalezca, sino por el interés conjunto de la producción nacional y por el poder del Estado. Las clases no tendrán que organizarse en pie de guerra para su propia defensa, porque podrán estar seguras de que el Estado velará sin titubeo por todos sus intereses justos. Pero sí todos tendrán que organizarse en pie de paz en los sindicatos y los gremios, porque los sindicatos y los gremios, hoy alejados de la vida pública por la interposición artificial del Parlamento y de los partidos políticos, pasarán a ser órganos directos del Estado. En resumen: 204

La actual situación de lucha considera a las clases como divididas en dos bandos, con diferentes y opuestos intereses. El nuevo punto de vista considera a cuantos contribuyan a la producción como interesados en una misma gran empresa común. VII. El individuo Falange Española considera al hombre como conjunto de un cuerpo y un alma; es decir, como capaz de un destino eterno, como portador de valores eternos. Así, pues, el máximo respeto se tributa a la dignidad humana, a la integridad del hombre y a su libertad. Pero esa libertad profunda no autoriza a socavar los fundamentos de la convivencia pública. No puede permitirse que todo un pueblo sirva de campo de experimentación a la osadía o ala extravagancia de cualquier sujeto. Para todos, la libertad verdadera, que sólo se logra por quien forma parte de uña nación fuerte y libre. Para nadie, la libertad de perturbar, de envenenar, de azuzar las pasiones, de socavar los cimientos de toda duradera organización política. Estos fundamento son: LA AUTORIDAD, LA JERARQUIA Y EL ORDEN. Si la integridad física del individuo es siempre sagrada, no es suficiente para darle una participación en la vida pública nacional. La condición política del individuo sólo se justifica en cuanto cumple una función dentro de la vida nacional. Sólo estarán exentos de tal deber los impedidos. Pero los parásitos, los zánganos, los que aspiran a vivir como convidados a costa del esfuerzo de los demás, no merecerán la menor consideración del Estado nuevo. VIII. Lo espiritual Falange Española no puede considerar la vida como un mero juego de factores económicos. No acepta la interpretación materialista de la Historia. Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. 205

Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A estas preguntas no se puede contestar con evasivas: hay que contestar con la afirmación o la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española. Por su sentido de CATOLICIDAD, de UNIVERSALIDAD, ganó España al mar y ala barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación. Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico. Esto no quiere decir que vayan a renacer las persecuciones contra quienes no lo sean. Los tiempos de las persecuciones religiosas han pasado. Tampoco quiere decir que el Estado vaya a asumir directamente funciones religiosas que corresponden a la Iglesia. Ni menos que vaya a tolerar intromisiones o maquinaciones de la Iglesia, con daño posible para la dignidad del Estado o para la integridad nacional. Quiere decir que el Estado nuevo se inspirará en el espíritu religioso católico tradicional en España y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos. IX. La conducta Esto es lo que quiere Falange Española. Para conseguirlo llama a una cruzada a cuantos españoles quieran el resurgimiento de una España grande, libre, justa y genuina. Los que lleguen a esta cruzada habrán de aprestar el espíritu para el servicio y para el sacrificio. Habrán de considerar la vida como milicia: disciplina y peligro, abnegación y renuncia a toda vanidad, a la envidia, a la pereza y ala maledicencia. 206

Y al mismo tiempo servirán ese espíritu de una manera alegre y deportiva. La violencia puede ser lícita cuando se emplea por un ideal que la justifique. La razón, la justicia y la Patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia —o por la insidia— se las ataque. Pero Falange Española nunca empleará la violencia como instrumento de opresión. Mienten quienes anuncian —por ejemplo— a los obreros una tiranía fascista. Todo lo que es HAZ o FALANGE es unión, cooperación animosa y fraterna, amor. Falange Española, encendida por un amor, segura de su fe, sabrá conquistar a España para España, con aire de milicia.” Y el día 7 de diciembre un grito nuevo, pregón de combate y anuncio de victoria, resonó en las calles de Madrid: “¡Ha salido F. E.\” “¡Ha salido F. E.\”, decían una y mil veces los jóvenes escuadristas que ofrecían el periódico con una mano, mientras empuñaban con la otra la pistola escondida en el bolsillo, porque los vendedores mercenarios, por miedo o por sectarismo, se regaban a vocearlo. Ya durante la venta del primer número de F. E. se habían producido escaramuzas con profusión de bofetadas y estacazos, pero la venta del segundo número estaban dispuestos a cortarla los marxistas por el procedimiento criminal y cobarde del asesinato por la espalda. Por haber estado suspendido por las autoridades las semanas anteriores, el segundo número de F. E. no sale hasta el 11 de enero de 1934. Ese día, a las ocho de la noche, las voces de los vendedores pregonan F. E. por la calle de Alcalá, entre el ruido de los tranvías y el zumbido de los motores de los autos. “Ha salido F. E” “Lea usted F. E., órgano de Falange Española”. Un estudiante, Francisco de Paula Sampol, se acerca a uno de los vendedores y le dice: —Dame F. E. Y en medio-del bullicio de la gente que por la calle madrileña pasea a aquella hora, despliega el periódico y se entretiene leyendo sus titulares. 207

Pero los asesinos acechan. Los que no se habían atrevido a atentar contra los vendedores por suponerles armados y escoltados, eligen como víctima propiciatoria a este joven, aislado y descuidado, por el simple hecho de haber comprado el periódico de la Falange, ya que ni siquiera estaba afiliado a esta Organización. Dos secas detonaciones cortaron la vida de Francisco de Paula Sampol, cuyo corazón se desangraba, herido por la espalda. Más su sangre no había de caer en vano.

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“En pie, camaradas...”

Las izquierdas y los socialistas, tan amedrentados y confusos al verse derrotados en las elecciones, no tardan en dar comienzo a las amenazas con renacida audacia. La Dirección de la algarada la lleva El Socialista, encargado de lanzar las consignas y de dar las órdenes en transparentes claves, que se descifran con arrogancia por los adeptos y con pánico por los medrosos. Por aquellos días publica un suelto que se titula: “No puede haber concordia”, y que terminaba diciendo: “¿Concordia? ¡No! ¡Guerra de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal! ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo que pase: ¡Atención al disco rojo!” Poco a poco se va concretando la amenaza revolucionaria. Largo Caballero, erigido en organizador de la subversión, arroja de los puestos de mando del partido a los dirigentes considerados como tibios o reformistas. En la renovación de cargos del Comité Ejecutivo de la U. G. T. son elegidos presidente Anastasio de Gracia y secretario el propio Largo Caballero, que representa la política de extrema violencia. Cada día este líder socialista se inclina más por el comunismo y se aparta más de la democracia. En un discurso que pronunció por entonces, dijo: “Yo declaro que hay que armarse, y que la clase trabajadora no cumplirá con su deber si no se prepara para ello... En la conciencia de la clase trabajadora hay que dejar grabado que para lograr el triunfo es preciso luchar en las calles con la burguesía sin lo cual no se podrá conquistar el Poder. Hecha esta preparación, habrá que esperar el momento psicológico que nosotros creamos oportuno para lanzarse a la lucha, cuando nos convenga a nosotros y no al enemigo... En definitiva, habrá que luchar en las calles”. No eran sólo amenazas las que proferían los elementos marxistas. Además de la muerte de Ruiz de la Hermosa y Sampol, sus manos ya se habían manchado con la sangre de otros falangistas. Así, el 4 de diciembre asesinaron en Zalamea de la Serena (Badajoz) a Juan Jara. Era éste panadero de oficio y pertenecía al grupo fundacional de la Falange de su pueblo. Lo mató a traición de un pistoletazo en la 209

cabeza un obrero marxista con el que momentos antes había tenido una discusión política. El día 26 del mismo mes cayó en Villanueva de la Reina (Jaén), Tomás Polo Gallego. Iba con otros falangistas celebrando las fiestas navideñas por las calles cantando villancicos, cuando un grupo de marxistas intentó acallar sus cánticos. No les hicieron caso y uno de los enemigos le apuñaló por la espalda, dándose a la fuga. El día 1 de enero de 1934 marchaba Nemesio García solo por la carretera de Valderas (León), cuando un grupo bien oculto le hizo veinticinco disparos, dejándole gravemente herido de cinco balazos. En Madrid, el día 11, aten tan contra el arquitecto falangista José Luis de Arrese, poniendo una bomba en la casa que estaba construyendo en la calle de Goya, sin que afortunadamente produjese desgracias.. Todas estas actuaciones criminales de los marxistas excitaron a muchos afiliados a la Falange, que pedían a José Antonio se organizasen represalias. “Aún es pronto —contestó éste—. La Falange necesita cargarse de razón y luto antes que emplear la encrucijada alevosa para la venganza. El que quiera vengar a Sampol tiene un procedimiento: salir a la calle a vocear F. E, el jueves que viene. Frente a frente, la violencia sí nos es permitida. Vengan todos los que quieran, que aunque somos pocos les sabremos dar cara Pero que nadie hable de represalias por la espalda. Por lo menos, hasta que estemos bien cargados de razón”. —¿De muertos? —preguntó alguno irónicamente. A lo que José Antonio contestó: —De razón. Los muertos nunca son una carga. Lo cierto es que esta postura noble de José Antonio no era comprendida por algunos de sus seguidores, dando lugar a criticas y comentarios que, aunque hechos de buena fe, podían llegar a ser motivo de un resquebrajamiento de la disciplina. José Antonio sale al paso de estas críticas publicando en el número 3 de F. E. las breves y magníficas palabras que siguen: Murmuración “La vida es milicia. La Falange es milicia. Y una de las primeras renuncias que lo militar exige, es la renuncia a la murmuración. Los soldados no murmuran. Los falangistas no murmuran. La 210

murmuración es el desagüe, casi siempre cobarde, de una energía insuficiente para cumplir en silencio con el deber. “Aquellos de los nuestros que no se sientan con fuerza de espíritu para sobreponerse a la comezón de murmurar, deben constituirse en jueces de honor de sí mismos y expulsarse de la Falange, por indignos de pertenecer a ella.” El día 18 de enero de 1934 sale el tercer número de F. E. a la calle. José Antonio, al que acompañaban Ruiz de Alda, Sánchez Mazas. Cuerda y otros, habla huido del Congreso para ver cómo lo vendían sus muchachos. En todas partes —cuenta Ximénez de Sandoval— le satisfizo el ímpetu con que voceaban el semanario. En todas partes, menos en la llamada “acera roja” de la Puerta del Sol. Este era un lugar habitualmente ocupado por comunistas, chulos, vagos y limpiabotas que más tarde serían oficiales de las brigadas marxistas del frente de Madrid. Frente a toda aquella gente mal encarada, amenazante, la escuadra de servicio vacilaba un poquillo. Hacían falta voces más potentes para sobresalir en el barullo sordo de las conversaciones gritadas y las suelas arrastradas. Hacía falta más garbo aun para contrarrestar los gritos estridentes de los vendedores de la Soli y Mundo Obrero. José Antonio sintió un arrebato al ver a sus ardorosos falangistas tocados de timidez. Avanzó hacia uno de ellos y le arrancó de las manos un paquete de periódicos, diciendo: —Vas a ver como se vocea F. E. Y él mismo empezó a gritarlo. Sus compañeros le imitaron. Los muchachos, deslumbrados por el gesto del Jefe, se enardecieron. Empezó un griterío espantoso. Boinas sucias y gorras ladeadas, sombreando rostros envenenados de odio, se arremolinaban en torno a los Jefes falangistas, pregoneros de su absoluta verdad. En seguida empezaron los insultos, a los que los falangistas contestaron con su grito magnífico de sólo dos letras. La falta de réplica verbal hizo pensar a los rojos que los falangistas tenían miedo. Y uno de ellos, tirando de faca matona avanzó hacia José Antonio Pero Andrés de la Cuerda, que estaba junto a él, evitó el golpe de un formidable puñetazo que tumbó sobre las losas de la “acera roja” al agresor. Como un racimo de cerezas, se engancharon unos y otros. Se repartieron con profusión bofetadas y estacazos —los marxistas no eran mancos—, hasta que llegaron los de Asalto, avisados inmediatamente a Gobernación. Escenas parecidas tenían lugar en las calles y plazas de muchas provincias. Ojos amoratados, narices enrojecidas, labios hinchados, dientes 211

rotos. La Falange empezaba a gustar el fuerte escozor del árnica. Detenciones: La Falange empezaba a respirar el aire acre de los calabozos. Paso a paso se endurecía, se curtía, se hacía ferozmente brava y solitaria. Sus hermanos de las J. O. N. S. luchaban con las mismas dificultades para hacer conocer sus ideas por medio de la prensa. En Valladolid, la venta del semanario Libertad había llegado a normalizarse a fuerza de golpes y estacazos. Los grupos de choque jonsistas habían conseguido “convencer” a los marxistas de que era mejor dejar que se vendiera el periódico tranquilamente. En otras provincias también tropezaban los jonsistas con bastantes dificultades para la venta de su prensa: así Revolución en Zaragoza, El Combate en Barcelona, Unidad en Santiago de Compostela y Patria Sindicalista en Valencia, sin contar los incidentes que ocasionaba la venta de la revista nacional JONS. Los triunfadores de las elecciones, las grandes fuerzas derechistas que creen en la eficacia de la táctica, sienten acrecentadas sus esperanzas en el próximo triunfo que les promete su jefe, el señor Gil Robles, quien el día 2 de febrero, en Sevilla, en la sesión de clausura de la Asamblea provincial de Acción Popular, anuncia la proximidad de la hora anhelada. ¡Con qué dificultades han tropezado para poder celebrar los actos organizados! Los camareros afiliados a la C. N. T. y a la U. G. T. se niegan a servir el banquete que cierra la Asamblea y en la que debe hablar Gil Robles. Se les sustituye por voluntarios; pero los panaderos, asociados también, no han elaborado pan en la noche anterior, y unos electricistas cortan los hilos para evitar que el discurso sea radiado... Habla, a pesar de todo, el Jefe de la Acción Popular, y una parte de su discurso la dedica a rebatir los ataques solapados de Martínez Barrio, que intriga dentro y fuera del Gobierno para excluir a la C. E. D. A. del censo republicano, negándole beligerancia. “Nosotros queremos —dijo Gil Robles— que el Gobierno dure y ponga paz a España; pero si esto no es posible, agotadas las soluciones centro, tendrá que venir una de derechas, que no sólo ofrecemos, sino que exigimos en nombre de España”. El mismo día en que Gil Robles habla en Sevilla, se celebra en Madrid un mitin comunista, en el que Balbontín excita a las mujeres “a que preparen aceite hirviendo para abrasar a los fascistas”, y dice “que antes que consentir que arraigue el fascio, se debe prender fuego a todas las ciudades de España”. Con la ilusión ingenua de que su elocuencia pueda evitar que se realicen las amenazas marxistas, el Presidente de la República lanzó una 212

apelación a la prudencia y a la sensatez. Y afirmó que “las alas de la República no serían nunca desbordadas, venga de donde viniere el peligro”. Estas exhortaciones resbalan indiferentes por las conciencias republicanas v socialistas. Para las masas que lo habían encumbrado al más alto pedestal de la nación, el señor Alcalá Zamora ya no era sino un Presidente traidor, al que denominaban con un mote que. inventado por Indalecio Prieto, hizo fortuna. Le llamaban El Botas, en alusión a las elásticas que habitualmente calzaba. En pugna con la “prudencia y sensatez” aconsejadas por el Presidente de la República, los elementos rojos extremaban sus procedimientos criminales para terminar con los “primeros brotes fascistas”. Así, el 18 de enero, un pistolero contratado por los socialistas, disparó por la espalda, en Zaragoza, contra el estudiante Manuel Baselga, al que hiere gravemente de dos balazos, uno de los cuales le atravesó un pulmón. En la noche del día 27 asesinan en la calle del Clavel, en Madrid, al capataz de venta de F. E., obrero que ganaba así su vida, pero que ni siquiera era falangista. El 24 es agredido un estudiante del S. E. U. de Medicina por los “fueístas” de San Carlos. Al día siguiente, los escuadristas de la Facultad, con Matías Montero y Agustín Aznar, dan unos cuantos trastazos y destrozan los muebles. Aznar, blandiendo un bisturí, hace huir aterrados a los estudiantes rojos. El 3 de febrero caen heridos de bala, en la Gran Vía, otro3 dos estudiantes que vendían F. E. Todo esto “no importa”. Al contrario, anima a los muchachos. Saben que la Falange es pobre de dinero y rica de valor, y tiene que adquirir popularidad sin gastar un céntimo en propaganda. Cuantos más tiros hagan ruido en torno de ellos más se les conocerá. Ejemplo de propaganda barata, aunque no fácil, fue la colocación en la mismísima Casa del Pueblo, de Madrid, de una bandera falangista. La noticia de este hecho fue acogida con gran regocijo general y con bastante indignación por los rojos, que llegaron a negar fuera cierta. Pero la fotografía publicada al día siguiente por un diario de Madrid, vino a confirmar el hecho. Pese a todas las acciones criminales de los rojos, F. E. continuaba vendiéndose. El 9 de febrero ya se voceaba por las calles madrileñas el 213

número 6 del semanario. Ese día había habido pocos incidentes. Pero cuando uno de los escuadristas que estuvieron protegiendo su venta, el estudiante Matías Montero, regresaba tranquilamente a su casa, cinco balas traidoras le alcanzaron por la espalda. Y Matías Montero cae en una esquina de la calle de Mendizábal, cara al sol de la Ciudad Universitaria. El entierro de Matías Montero volvió a llenar de intensa emoción a la Falange. Los escuadristas acudieron a acompañar al camarada muerto y — por primera vez— las calles de Madrid presenciaron el inusitado espectáculo de gentes saludando brazo en alto. En el cementerio y ante la fosa abierta de Matías Montero, José Antonio supo concretar la emoción de todos con este epitafio maravilloso: “Aquí tenemos, ya en tierra, a uno de nuestros mejores camaradas. Nos da la lección magnífica de su ejemplo. Otros, cómodamente, nos aconsejarán desde sus casas ser más animosos, más combativos, más duros en las represalias. Es muy fácil aconsejar. Pero Matías Montero no aconsejó ni habló: se limitó a salir a la calle a cumplir con su deber, aun sabiendo que probablemente en la calle le aguardaba la muerte. Lo sabía porque se lo tenían anunciado. Poco antes de morir dijo: “Sé que estoy amenazado de muerte, pero no me importa si es para bien de España y de la causa”. No pasó mucho tiempo sin que una bala le diera cabalmente en el corazón, donde se acrisolaban su amor a España y su amor a la Falange. “¡Hermano y camarada Matías Montero y Rodríguez de Trujillo! Gracias por tu ejemplo. “Que Dios te dé su descanso eterno y a nosotros nos niegue el descanso hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte. “Por última vez: Matías Montero Rodríguez de Trujillo-, ¡Presente! ¡Viva España!” Los comodones, los parlanchines, los fariseos encasillados en los blandengues partidos derechistas, que públicamente repudiaban cualquier clase de violencia, fueron los primeros en criticar a la Falange el que no ejerciera rápidamente represalias vengativas. A ellos aludió José Antonio en sus palabras ante la tumba de Matías Montero, y a ellos alude también Sánchez Mazas en la “Oración por los Caídos”, que entonces compuso y que publicada en el número siguiente de F. E., dice así: 214

ORACION POR LOS MUERTOS DE LA FALANGE “Señor, acoge con piedad en tu seno a los que mueren por España y consérvanos el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mayores armas. Victimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor, y el último secreto de sus corazones era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor ni odiar al enemigo y tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren por libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron, para cimentar con su sangre joven las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa urgencia, delitos contra delitos y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente. Tú no nos elegiste, Señor, para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia puesta a servir con amor y valentía la suprema defensa de una Patria. Esta ley. moral es nuestra fuerza. Con ella Venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir no sólo su potencia, sino su odio. A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota, porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superiores. Aparta así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos y lo que se ha solido hacer en nombre de un vencedor impotente de clase, de partido o de secta, y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de un Estado futuro, en nombre de una cristiandad civilizada y civilizadora. Tú solo sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar “aguzadas las flechas y tendidos los arcos”. Danos ante los hermanos muertos por la Patria perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de España, en la unidad nacional de sus tierras» en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre y entre los hombres y haz también que la victoria 215

final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de tu gloria.” Febrero de 1934. En los días 11 y 12 un grupo de hombres jóvenes se reúne clandestinamente en un ático de la Gran Vía madrileña. Son los componentes del Consejo Nacional de las J. O. N. S., que tuvieron que utilizar para celebrar sus sesiones el domicilio de los jonsistas hermanos Ercilla, ya que la reunión del Consejo no había sido autorizada por la Dirección General de Seguridad. Entre otros asuntos, figuraba como más trascendental, en primer término del orden del día, el siguiente: Actitud de las J. O. N. S. ante el nuevo movimiento “Falange Española”. El Consejo deliberó ampliamente, informando todos los reunidos. A las tres horas de sesión y coincidiendo la mayoría en un criterio concreto acerca del primer punto, acordó el Consejo invitar a los dirigentes de Falange Española a tomar contacto con él, a cuyo fin comisionó a dos consejeros para que se desplazaran al domicilio de F. E., regresando al poco tiempo acompañados de José Antonio y Ruiz de Alda. Entonces, Ledesma Ramos informó a éstos de la opinión del Consejo Nacional jonsista respecto a la unión con Falange. Contestó por extenso José Antonio y se aprobó unánimemente un voto de confianza al Triunvirato Ejecutivo para fijar los detalles de la fusión. La noticia del acuerdo entre los dos movimientos juveniles para constituir uno solo fue recibida con unánime entusiasmo por todos los militantes. Se designaron triunviratos ejecutivos en todas las provincias y uno nacional directivo en Madrid formado por José Antonio, Ramiro Ledesma y Ruiz de Alda. Se creó el nuevo carnet del movimiento, otorgándose el número 1 a Ramiro Ledesma por expreso deseo de José Antonio, quien se reserva para sí el 2; el 3 es para Onésimo Redondo y el 4 para Ruiz de Alda. En este carnet venía impresa la fórmula maravillosa del juramento de la Falange, que dice así • “Juro darme siempre al servicio de España. “Juro no tener otro orgullo que el de la Patria y el de la Falange y vivir bajo la Falange con obediencia y alegría, ímpetu y paciencia, gallardía y silencio. “Juro lealtad y sumisión a nuestros jefes, honor a la memoria de nuestros muertos, impasible perseverancia en todas las vicisitudes. 216

“Juro, donde quiera que esté, para obedecer o para mandar, respeto a nuestra Jerarquía del primero al último rango “Juro rechazar y dar por no oída toda voz del amigo o enemigo que pueda debilitar el espíritu de la Falange “Juro mantener sobre todas la idea de unidad: Unidad entre las tierras de España, unidad entre las clases de España, unidad en el hombre y entre los hombres de España. “Juro vivir en santa hermandad con todos los de la Falange y prestar todo auxilio y deponer toda diferencia, siempre que me sea invocada esta santa hermandad.” En contraste con la esperanzadora unión de las fuerzas juveniles encuadradas en F. E. y J. O. N. S., el preponderante partido radical de Lerroux comenzaba a dar síntomas de descomposición. En efecto, con motivo de un incidente en las Cortes, se retira del Gobierno el señor Martínez Barrio, quien prepara la traición a su Jefe, y a éste le sigue el ministro de Hacienda. De acuerdo con el Presidente de la República, Lerroux procede a reorganizar el Gobierno, siendo sustituidos los ministros de Gobernación, Hacienda e Instrucción Pública. Durante el mes de febrero que finaliza, la situación del orden público ha sido francamente lamentable, especialmente en Extremadura, Andalucía y parte de Castilla la Nueva. Invasión de dehesas y montes, talas o incendios de arbolado, sacrificio de ganados y destrucción de pastos. En muchos pueblos las autoridades municipales acaudillaban a los invasores y, en todo caso, los amparan si la Guardia Civil intenta intervenir. No menos difícil es la situación de la industria y el comercio en las ciudades. En Barcelona no pasa día sin estallido de bombas, atracos de pistoleros, incendios, robos y tiroteos. El día 7, en Gijón, las escuadras falangistas luchan victoriosamente con los elementos marxistas que trataban de impedir la venta de F. E., resultando herido el falangista Fernando Cienfuegos. Con el mismo motivo se produce en Murcia, el día 23, un violento choque entre falangistas y comunistas. En Madrid llegó la audacia de los extremistas hasta el punto de querer libertar, en pleno día, a los autores del asalto al Banco de Vizcaya cuando eran conducidos al Palacio de Justicia. Uno de los atacantes resultó muerto. Los asaltos a tiendas son incontables. 217

¿Qué se mantiene en pie en toda España de cuanto suponga derecho, justicia, respeto a fueros sagrados, disciplina? Unos reclutas del Ejército se niegan a salir de Madrid para Africa, alegando “las malas condiciones del tren militar”. Sus jefes consiguen a fuerza de ruegos que hagan el viaje, sin que se tome ninguna sanción contra los indisciplinados. El domingo, día 5, son apaleados en Vallecas los fieles de uno y otro sexo que salían de oír misa en la iglesia parroquial. Fue asesinado en Madrid el jefe de sección de Almacenes Rodríguez, don Luis de Dios. En La Coruña estalló una bomba en casa de un contratista de obras, gravemente enfermo, que fallece a consecuencia de la impresión. Un oleaje de huelgas anegó a toda España. Huelga general en Talavera; de la construcción, en Madrid; de vendedores de periódicos, en Sevilla; huelga general en Bilbao; de mineros y metalúrgicos, en Mieres; de tipógrafos, en Madrid... Con este panorama social comienza el mes de marzo de 1934. En uno de los primeros días celebra el Jefe del Gobierno, don Alejandro Lerroux, el septuagésimo aniversario de su natalicio con un banquete al que asisten 800 comensales. Durante el mismo pronunció unas palabras, para terminar diciendo: “Nací y vivo sentimental. Mi mayor placer es que todos me quieran, pero yo os digo que se vive tanto del amor de los amigos, como del odio de los adversarios. Ya saben quienes me persiguen que yo les tengo simpatía y deseo que vivan dentro de la legalidad. Pero si de ella se salen, cualquiera que sea mi simpatía, les veré impávido subir hasta el Gólgota, aunque por dentro llore.” “¡Preferimos el Gólgota!”, replica El Socialista a la sumisión que el Gobierno le brinda, y encarándose con éste le reta: “Siéntase fuerte contra el proletariado. Comience la guerra civil a ver cómo acaba.” Reciente aún la fusión de Falange Española con las J. O. N. S., el Mando de este nuevo movimiento político decidió celebrar un acto que tendría lugar en Valladolid el día 4 de marzo y en el que habrían de intervenir sus principales jefes. El mitin representaba la presentación en público de Falange Española de las J. O. N. S. Toda la organización de Valladolid se puso en tensión preparando los detalles del acto. Se hizo una propaganda intensa y audaz. Se alquiló el teatro Calderón, el de mayor capacidad de la ciudad. Se preparó convenientemente las milicias, se mandó bordar la primera bandera en raso y oro, que es la bandera más antigua del Movimiento. 218

El día 4, desde primeras horas de la mañana, comenzó a notarse un inusitado movimiento por las calles de Valladolid. Veíanse muchas caras forasteras, principalmente campesinas. Habían llegado más de un millar de gentes de los pueblos y otro número aproximado de las capitales vecinas. En caravanas o grandes carruajes llegaron falangistas de Madrid, Bilbao, Salamanca. Por tren llegaron centenares procedentes de Zamora, León, Palencia, Asturias, Santander y Burgos. Antes del mitin, la animación se concentró por las calles de Teresa Gil, Fuente Dorada y Libertad. No se veía a aquella hora a ningún marxista agitado: ni siquiera vocearon la prensa roja como otros domingos, lo que se debía a estar todos acuartelados en la Casa del Pueblo. Los falangistas —esto se hizo costumbre para lo sucesivo— eran cacheados al llegar a la ciudad y al entrar en el teatro. A las once en punto, éste se encontraba rebosante. Acaso nunca se haya visto el teatro Calderón así: la concurrencia era, puede decirse, totalmente de hombres. Sólo en palcos y plateas veíase la figura simpática de algunas valientes mujeres vallisoletanas. Los oradores y jefes se dirigieron a pie hasta el Calderón. Siguiendo el estandarte de F. E. de las J. O. N. S. hicieron su entrada en el escenario entre un bosque de brazos extendidos. No hay que decir que el acto transcurrió sin el más leve conato de incidente y que el entusiasmo fue arrebatador. Habló primeramente Bedoya en nombre de las juventudes universitarias y seguidamente lo hizo Gutiérrez Palma en representación de los obreros nacionalsindicalistas. A continuación se levantó Ruiz de Alda para hablar con aquella su palabra franca de militar y de navarro, siguiéndole Onésimo Redondo con un magnífico discurso en el que, entre otras cosas, dijo lo siguiente: “... No tengo fe en partido político alguno. Ni en partido de derechas ni de izquierdas... Son los partidos políticos aluviones de gente que vacila entre los entusiasmos rápidos y las decepciones inmediatas, entre los calores repentinos y el frío de la inconsciencia suicida. No hay formalidad, no hay decencia, no hay verdaderas realizaciones ni verdaderos hechos detrás de un partido político. “Nosotros no queremos ser eso. “... Entonces, señores, ¿qué vamos a hacer? ¿Copiar la fórmula fascista? 219

“El fascismo es un hecho extranjero; no entraré ahora ‘en su análisis y en el de sus doctrinas, pero no podemos intentar introducir ese hecho en España, como una fórmula, igual que se han introducido el liberalismo, el marxismo, el enciclopedismo y otras ideas, porque hasta ahora, fatalmente, bien por rutina o por temperamento, para desgracia nuestra, nuestro pueblo ha estado sometido al triste hábito del mimetismo. Si ahora copiamos también del extranjero, cometeremos el delito de secar con pereza, rutina y cobardía las fuentes de inspiración del genio hispano y renegaríamos de hecho de nuestros sabios, de nuestros héroes, de nuestros capitanes y caudillos, cuya elevada memoria nos pide una fidelidad tajante, firme, a todo lo verdaderamente nacional, a todo lo hispano. “... Estamos lanzados, estamos lanzados como un enorme bloque cuesta abajo y hemos de llegar al fin por el propio peso de nuestros ideales y de nuestro derecho y de la justicia de nuestra causa. Y precisamente en estas tierras castellanas serán las manos rugosas y encallecidas de nuestros campesinos las que sostengan con más fuerza las conquistas del nacionalsindicalismo.” Aún continuaba la ovación ensordecedora de aplausos a Onésimo cuando se levantó a hablar Ramiro Ledesma. quien cori su oratoria tajante pronunció, entre otras, las siguientes palabras: “La tradición es peligrosa si nos recostamos sobre ella y nos dormimos. Nuestra consigna ha de ser estar en pie sobre la tradición de España, mejor incluso, la punta del pie tan sólo, y luego, en esa especie de equilibrio inestable, hacer cara con riesgo, emoción y coraje a la tarea nacional de cada día. “... Creed, camaradas, que hay objetivos formidables que esperan nuestra acción. Así, la primera conquista revolucionaria que hoy se nos ofrece es sostener, afirmar y recobrar la unidad de España. “... No queremos ni deseamos con nosotros gentes renunciadoras, pacíficas y resignadas. Si para abandonar las filas rojas y nutrir nuestra bandera nacional tuvieran las masas que limarse y podarse su ilusión por la lucha, por la batalla y por el esfuerzo revolucionario, yo sería partidario de renunciar a ellas. “Frente y contra la revolución socialista alentamos preparamos y queremos la revolución nacional, que será y deberá ser en todo implacable y decisiva. 220

“Pero las masas están cansadas de que se les hable de patriotismo, porque han sido hasta aquí a menudo tan livianas y sospechosas las apelaciones a la Patria, que ha enraizado en ellas la duda, y yo mismo os confieso que cuando hace ya años ligué mi destino a la idea nacional de España, no podía evadirme de eta sospecha, que consiste en pensar si la Patria no sería utilizada con demasiada frecuencia por ciertos poderes, contra la justicia y los intereses mismos de los españoles. “Por eso, camaradas, nuestro patriotismo es un patriotismo revolucionario, social y combativo. Es decir, no nos guarecemos en la Patria para apaciguar ni para detener los ímpetus de nadie, sino para la acción, la batalla y el logro de lo que nos falta. “... En nuestra profunda sinceridad radica para nosotros la garantía mejor de este Movimiento que hemos iniciado. Pero hay aún otra garantía que os ofrecemos sin vacilaciones a vosotros, y es la de que nuestra propia vida jugará en todo momento la carta de nuestra victoria, que es y ha de ser, infaliblemente, la victoria misma de España y de todos los españoles.” Al levantarse por último a hablar José Antonio, la masa labriega y juvenil le recibió con un frenesí delirante, al terminarse el cual, José Antonio comenzó su magnífico discurso: “Aquí no puede haber aplausos ni vivas para fulano ni para mengano. Aquí nadie es nadie, sino una pieza, un soldado en esta obra, que es la obra nuestra y de España. “Puedo asegurar al que me dé otro viva, que no se lo agradezco nada. Nosotros no sólo no hemos venido a que nos aplaudan, sino que casi os diría que no hemos venido a enseñaros. Hemos venido a aprender. “Tenemos mucho que aprender de esta tierra y de este cielo de Castilla los que vivimos a menudo apartados de ellos. Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado de unas cuantas fincas, ni el soporte de unos intereses agrarios para regateados en asambleas, sino que es la tierra; la tierra como depositaría de valores eternos, la austeridad en la conducta, el sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los descendientes. 221

“Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto. “El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos verdosos de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar, siempre, a ser Imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye, tal vez porque no concluye, ni a lo ancho ni a lo alto. Así Castilla, esta tierra esmaltada de nombres maravillosos —Tordesillas, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres—, esta tierra de Chancillería, de ferias y castillos, es decir, de Justicia, Milicia y Comercio, nos hace entender cómo fue aquélla España que no tenemos ya, y que nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia... “Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en antítesis con la eterna verdad la absoluta mentira. Pero llega un momento en que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos, y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios. Los hombres se dividen en bandos, hacen propaganda, se insultan, se agitan y, al fin, un domingo colocan una caja de cristal sobre una mesa y empiezan a echar pedacitos de papel en los cuáles se dice si Dios existe o no existe y si la Patria se debe o no suicidar... “Y por si nos faltara algo, ese siglo que nos legó el liberalismo, y con él los partidos del Parlamento, nos dejó también esta herencia de la lucha de clases. Porque el liberalismo económico dijo que todos los hombres estaban en condiciones de trabajar como quisieran: se había terminado la esclavitud; ya a los obreros no se les manejaba a palos; pero como los obreros no tenían para comer si no lo que les dieran, como los obreros estaban desasistidos, inermes frente al poder del capitalismo, era el capitalismo el que señalaba las condiciones y los obreros tenían que aceptar estas condiciones o resignarse a morir de hambre. Así se vio cómo el liberalismo, mientras escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel que apenas leía nadie, entre otras cosas porque al pueblo ni siquiera se le enseñaba a leer; 222

mientras el liberalismo escribía esas declaraciones, nos hizo asistir al espectáculo más inhumano que se haya presenciado nunca: en las mejores ciudades de Europa, en las capitales de Estados con instituciones liberales más finas, se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas informes, negras, rojas, horripilantes, aprisionados entre la miseria y la tuberculosis y la anemia’ de los niños hambrientos y recibiendo de cuando en cuando el sarcasmo de que se les dijera cómo eran libres y, además, soberanos... “Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles; pero los mismos que lo dicen se apresuran a ir organizando con la mano izquierda una especie de simulacro de nuestro movimiento. Así harán un desfile en El Escorial si nosotros lo hacemos en Valladolid. Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial, ellos también dirán que echan de menos la España grande y el Estado Corporativo. Esos movimientos pueden parecerse al nuestro tanto como pueda parecerse un plato de fiambre al plato caliente de la víspera Porque lo que caracteriza este deseo nuestro, esta empresa nuestra, es la temperatura, es el espíritu. ¡Qué nos importa el Estado Corporativo, qué nos importa que se suprima el Parlamento, si esto es para seguir produciendo con otros órganos la misma juventud cauta, pálida, escurridiza y sonriente, incapaz de encenderse por el entusiasmo de la Patria y ni siquiera, digan lo que digan, por el de la Religión?” Y terminó su discurso con las siguientes palabras: “Mucho cuidado con eso del Estado Corporativo; mucho cuidado con todas esas cosas frías que os dirán muchos procurando que nos convirtamos en un partido más. Ya nos ha denunciado ese peligro Onésimo Redondo. Nosotros no satisfacemos nuestras aspiraciones configurando de otra manera el Estado. Lo que queremos es devolver a España un optimismo, una fe en si misma, una línea clara y enérgica de vida común. Por eso nuestra agrupación no es un partido: es una milicia; por eso nosotros no estamos aquí para ser diputados, subsecretarios o ministros, sino para cumplir, cada cual en su puesto, la misión que se le ordene, y lo mismo que nosotros cinco estamos ahora detrás de esta mesa, puede llegar un día en que el más humilde de los militantes sea el llamado a mandarnos y nosotros a obedecer. Nosotros no aspiramos a nada. No aspiramos si no es, acaso, a ser los primeros 223

en el peligro. Lo que queremos es que España, otra vez, se vuelva a sí misma y con honor, justicia social, juventud y entusiasmo patrio, diga lo que esta misma ciudad de Valladolid decía en una carta al Emperador Carlos V en 1516: “Vuestra Alteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron, y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos. “Pues aquí tenéis, en esta misma ciudad de Valladolid, que así lo pedía, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del poderío. Así, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a decir aquí mismo en Valladolid: “¡Castilla, otra vez por España!” Al terminar José Antonio su discurso, la gente gritaba entusiasmada las consignas del nuevo Movimiento. El espectáculo de aquellas masas clamando dentro del teatro por una España nueva era verdaderamente emocionante y alentador. Pero mientras esto ocurría en el interior del teatro, fuera de él, en las calles y plazas próximas, se habían ido concentrando millares de elementos socialistas y comunistas armados y preparados para ahogar en sangre los primeros brotes de la resurrección de España. Nada más terminar el acto llegaron hasta el interior del teatro ruidos de detonaciones. Eran las descargas de los marxistas contra los asistentes al mitin que primero habían ganado la calle. Llegaba el rumor al escenario del Calderón como algo lejano. —Ya hay tiros —dijo alguien—. ¡Esperad un poco! —No; lo mejor es salir. Podrían creer que se les tiene miedo. —Vamos todos a la calle —ordenó José Antonio. Y fueron. El delante, y junto a él Ruiz de Alda, Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma. Grupos marxistas apostados frente al teatro se lanzaron como lobos sobre los que trasponían las puertas, dando gritos diversos, entre los que sobresalían los de “¡Viva Rusia!” y “¡Muera España!”. Los agredidos acometieron con coraje a los marxistas, haciéndoles replegarse y causándoles las primeras bajas. Se recogieron algunos heridos, y los rojos transportaban uno que parecía muerto hacia donde estaban otros de los suyos, que, con la vista en la víctima, se enfurecieron, arreciando en la 224

calle de las Angustias y plaza de la Libertad con sus mueras a España, mientras hacían numerosos disparos y arrojaban gran cantidad de piedras y trozos de hierro previamente fabricados en los talleres de la Estación. Estas operaciones eran dirigidas desde un “cabaret” llamado Katiuska (situado frente al teatro) por el diputado socialista Remigio Cabello. La Guardia Civil y la de Asalto hubo de hacer descargas al aire, que dispersaron a los marxistas. También ordenó la Policía, encañonando hacia el teatro, que fueran cerradas las puertas, como se hizo. En el interior hervía la gente en deseos de salir, y fueron necesarias órdenes severísimas para contener a la multitud. Formados los grupos de choque de la Falange vallisoletana, abriéronse de nuevo las puertas principales, y en un instante se llenó de gente la calle de las Angustias. Mientras los grupos de choque se iban directamente hacia los provocadores, Ruiz de Alda quiso formar a la gente en grupo compacto para evitar agresiones aisladas, y así se hizo en el primer momento bajo los arcos del teatro. Sin embargo, la Policía impidió este propósito y obligó a caminar en grupos pequeños por diversas calles. Se produjeron entonces muchos incidentes. Uno en la subida de la calle de la Libertad, donde fue agredido a navajazos el estudiante falangista Luis Alonso Otero. Sus camaradas se arrojaron con porras sobre los agresores, derribando a uno al suelo y propinándole una fuerte paliza. En ese momento un guardia de Asalto hizo disparos al aire y dispersó al grupo. Entre las calles de Teresa Gil y Regalado hubo también refriega, repartiéndose numerosos estacazos y sonando disparos en abundancia. Los guardias despejaron enérgicamente. También hubo tiros en la Fuente Dorada y Plaza Mayor. En la calle de Teresa Gil, Ruiz de Alda, el aviador Ansaldo, Valdés y otros jefes de Valladolid, que obedeciendo órdenes de la Policía iban disgregados en grupos de diez, dieron frente con gran valentía a un grupo de cincuenta socialistas. En plena refriega, cuando rodaban por el suelo agarrados unos a otros y a puñetazo limpio, llegaron los de Asalto que a golpes de porra disolvieron a los contendientes. En Fuente Dorada, José Antonio, al que acompañaban otros camaradas de Madrid y Valladolid, se abre paso pistola en mano entre la chusma marxista vociferante, teniendo que repeler la agresión de una cuadrilla de rojos en la calle de Regalado. 225

En Cánovas del Castillo, José Antonio Girón, al frente de un grupo de falangistas, actuó con gran energía, poniendo en fuga a los agresores. Onésimo Redondo, Sánchez Mazas y otros jefes recorrieron los sitios de peligro varias veces. En la calle de Platerías, un falangista madrileño, exlegionario de Africa, llamado Pereira, hizo huir a tiros de pistola a una plétora de marxistas. Y así, en una y otra calle, se sucedieron numerosas colisiones, que produjeron abundantes bajas en uno y otro bando. El Norte de Castilla publicó la siguiente lista de heridos: “En la Casa de Socorro fueron curados Emilio García de veinte años, que sufría una herida por arma de fuego, con orificio de entrada en la cara anterior del tercio medio del brazo derecho, con salida a la misma altura y otra herida con orificio de entrada en la región maxilar derecha, sin orificio de salida; pronóstico muy grave. “Víctor de la Cruz, de veintisiete años, que presentaba una herida por arma de fuego en el tercio inferior de la cara posterior a la pierna derecha, sin orificio de salida, de pronóstico grave. “Angel Abella, de dieciocho años, a quien se curó de heridas contusas en la región frontal y occipital del pericráneo, con intenso hematoma y conmoción cerebral, de pronóstico grave. “Estos tres heridos, los dos primeros obreros y el último estudiante de primer curso de Medicina, fueron trasladados al Hospital. “Recibieron también asistencia facultativa en la Casa de Socorro, Ramón Moyano. de cuarenta y nueve años de edad, obrero, y José Vidal, de veinte años, estudiante. “Tres labradores, vecinos de pueblos de la provincia, fueron curados de heridas leves. “También fue curado un individuo apellidado Pineda, de fuerte contusión en la región abdominal. “En el Hotel de Francia fue asistido por los doctores Morales y Sierra don Emilio Alvargonzález, domiciliado en Madrid, que presentaba una herida por arma de fuego. “Hubo, además, bastantes heridos que no acudieron a curarse a la Casa de Socorro.

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“Hay que consignar que ninguno de los heridos que resultaron en la refriega lo fue por balas de las que utilizaban la Guardia Civil, de Seguridad o de Asalto.” En el citado periódico, El Norte de Castilla, se daba también la noticia de la agresión al estudiante Angel Abella en la siguiente forma: “Según la versión recogida, el estudiante Angel Abella fue acometido, en la calle de Zapico, esquina a la Plaza de los Arces, por un grupo de ocho individuos que, derribándole, le agredieron bárbaramente. “El herido, con el rostro completamente ensangrentado, en un automóvil particular fue trasladado a la Casa de Socorro. “Según manifestó, no pertenecía a ninguna organización política.” Y era cierto. El infortunado Angel Abella no pertenecía a la Falange ni a ninguna otra organización política y ni siquiera había asistido al mitin. Fue simplemente el hecho de que llevase corbata y fuera decorosamente vestido lo que motivó la bárbara agresión. Pero no fue éste un caso aislado, aunque sí el de peores consecuencias, ya que en numerosos lugares de Valladolid fueron agredidos pacíficos transeúntes que ni se habían enterado de que ese día se celebraba un mitin de la Falange. El odio de los marxistas no se dirigía solamente hacia los falangistas, sino que llegaba hasta cualquier otro que fuera de una clase social un poco superior a la suya. Con este motivo, El Norte de Castilla —periódico entonces gubernamental y orientado por ideas republicanas y liberales— escribió lo siguiente en su número de 6 de marzo: “Lamentables por todos los conceptos los incidentes de que el domingo fue escenario nuestra ciudad. No es el caso de un movimiento tumultuario en el que la muchedumbre se extralimita en virtud de un impulso pasional; es la violencia premeditada con un refinamiento cruel, que va a dar contra ciudadanos pacíficos, ajenos a estas luchas. La cobardía que supone la agresión de un grupo contra un individuo aislado, tiene que sublevar a toda conciencia honrada, como subleva, asimismo, el ver que las masas y los grupos aparecen manejados por unos hilos invisibles que medran y prosperan a costa de este dramático guiñol. ¿Finalidad práctica de las violencias del domingo? No otra que la de comprobar tristemente la baja condición moral de los que las perpetraron. “La autoridad gubernativa autorizó una propaganda, como en otras ocasiones que ha autorizado propagandas contrarias, y un núcleo 227

importante de ciudadanos, disconformes con estas ideas, ya hacia días anunció en pasquines su propósito de perturbar el acto. “Pero dejando a un lado los incidentes ocurridos en la Plaza de las Angustias y calles adyacentes, que tuvieron alguna relación con el acto que se celebraba, no pueden pasarse en silencio las agresiones aisladas que grupos armados de pistolas, porras y navajas, realizaron contra transeúntes pacíficos. Estas no pueden tener justificación, sino en la baja condición moral de sus autores. “No pueden seguir las cosas así. No puede vivirse en un estado en que el ciudadano salga de su casa con la intranquilidad del que piensa que su vida no esta segura.” A las cuatro y cuarto de la madrugada del martes, falleció en el Hospital el estudiante Angel Abella. Sus restos fueron llevados por la noche a la estación del Norte para ser trasladados a Pravia (Asturias) y enterrados en el panteón familiar. Poco después de las doce de la noche empezaron a llegar a la Facultad numerosos estudiantes, que, en medio de un impresionante silencio, acompañaron a su infortunado compañero recorriendo las calles hasta la estación. En este lugar, un estudiante rezó un Padrenuestro, que fue contestado por todos los presentes. Así, librando una batalla victoriosa contra el marxismo, dio su primer paso en la vida pública la Falange Española de las J. O. N. S. El mitin del día 4 de marzo y la posterior pelea con los marxistas, lograron gran resonancia en toda España. Era la primera vez que la calle había sido disputada y ganada a los revolucionarios rojos. El diario republicano Luz, de Madrid, decía: “Mitin fascista en Valladolid. Un éxito. No vale que nos obstinemos en negarlo”. Y su comentario reflejaba la inquietud que en los medios izquierdistas causó el hecho. El semanario Libertad, junto con una detallada información del acto, publicaba el Himno esperanzador de los jonsistas vallisoletanos: En pie, camaradas, y siempre adelante; cantemos el himno de la juventud, el himno que canta la España gigante que sacude el yugo de la esclavitud. De Isabel y Fernando el espíritu impera, moriremos besando la sagrada bandera; nuestra España gloriosa nuevamente ha de ser 228

la nación poderosa que jamás cesó de vencer. El sol de justicia de una nueva Era radiante amanece en nuestra nación. Ya ondea en el viento la pura bandera que ha de ser el signo de la redención. Con el brazo extendido y la frente elevada trabajemos unidos en la empresa sagrada. La bandera sigamos que nos lleve a triunfar y sobre ella juremos no parar hasta conquistar.

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Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe!

El mes de marzo de 1934 ofrece, en el orden social, la fisonomía alterada y caótica de los meses típicamente republicanos: Explosiones de bombas, agresiones en todas partes, invasiones y allanamiento de las fincas en las provincias andaluzas y extremeñas, sacrificio inútil del ganado y tala de bosques. Reaparece el bandolerismo con asalto a las ventas. Las huelgas siguen en aumento. Se calcula que desde el día 8 hay, solamente en Madrid, unos 70.000 huelguistas, y como estallan varias bombas y se producen desmanes en varios sitios, se clausuran los centros de la C. N. T., del Partido Comunista y de las Juventudes Socialistas. Para contrapesar esta medida, se clausuran también los centros de Falange Española, ya que el Gobierno quiere dar una absurda sensación de equilibrio. Igual criterio sigue al suspender las publicaciones consideradas peligrosas. La medida afecta no sólo a La Lucha, Mundo Obrero y Frente Rojo (comunistas), C. N. T. (sindicalista) y Revolución (socialista), sino al semanario falangista F. E. y a la revista teórica JONS. Cuando no está suspendido por el Gobierno, la venta pública del semanario F. E. constituye una arriesgada operación. Los pistoleros rojos se encuentran dispuestos a impedirla por medio del crimen. Su táctica es sencillísima. Pues aunque los grupos de vendedores iban protegidos por camaradas armados se comprende que siempre eran los agresores quienes disponían de la iniciativa, de la sorpresa. Observaban a los grupos de venta, los seguían invisibles, como transeúntes, y cuando lo estimaban oportuno promovían la agresión disparando sus pistolas. De este modo, el día 8 de marzo —no se había cumplido un mes de la muerte de Matías Montero— fue asesinado el obrero falangista Angel Montesinos. Este hecho lo realizó en la calle de Fuencarral un grupo de comunistas, que inauguró así la intervención de su partido en la lucha antifascista violenta. Nuevo entierro solemne. Otra vez José Antonio pasa entre hileras de muchachos con los brazos alzados para pronunciar una oración fúnebre en la que refleja la emoción de todos. 230

“¡Firmes! Otro. Y éste era un nombre humilde. Los que nos creen incapaces de entender el dolor de los humildes, sepan que desde hoy la Falange, además de por su resuelta voluntad, está indisolublemente unida a la causa de los humildes por este sacramento heroico de la muerte. “¡La muerte! Unos creerán que la necesitamos para estímulo. Otros creerán que nos va a deprimir: ni lo uno ni lo otro. La muerte es un acto de servicio. Cuando muera cualquiera de nosotros, dadle, como a éste, piadosa tierra y decidle: “Hermano: Para tu alma, la paz; para nosotros, por España, adelante”. “¡Firmes otra vez! ¡Angel Montesinos Carbonell!: ¡Presente!” Pero no había de ser sólo este asesinato el que se cometiese el mes de marzo contra los falangistas. El día 27, un balazo a traición mata al camarada de quince años Jesús Hernández, cuando se encontraba en los alrededores de la Casa del Pueblo. Su muerte causó gran revuelo. Los caídos hasta entonces, más o menos Jóvenes no habían dado pie para la protesta. Jesús Hernández, con sus quince años, sí. Pero las malaventuradas derechas e izquierdas no dirigían su protesta contra los asesinos de un niño, sino contra la Falange y contra José Antonio. Se acusaba a la Falange de reclutar menores y de educarlos en un ambiente de “gansterismo”. Hasta se dictó una orden prohibiendo afiliarse a partidos políticos a los menores de dieciocho años. Eso iba contra la Falange solamente, pues los marxistas tenían juventudes, pioneros, entidades deportivas, etc. Pero la Falange tenía el S. E. U. y al S. E. U. —que tenía sus milicias— pasaron todos cuantos por disposición legal no podían ser falangistas. Mas si bien en el atentado alevoso llevaban siempre la peor parte los falangistas, en la lucha cara a cara venían saliendo triunfadores. Así pasó en Valladolid el día 4 de marzo y así volvió a suceder en Don Benito (Badajoz) el 29 del mismo mes. El citado día, en dicha localidad, un grupo de rojos habían maltratado a dos niños que llevaban lazos azules en las blusas, apoderándose después de la calle y apedreando a las personas que por allí pasaban. Poco a poco fueron uniéndose al grupo otros elementos marxistas, y cuando ya rebasaban el millar, hizo su aparición al frente de una escuadra de falangistas el triunviro provincial Eduardo Ezquer, quien, a toque de silbato, desplegó sus escasas fuerzas cargando sobre los rojos y 231

dispersándolos, después de ocasionarles doce heridos. Resultó también herido el falangista Vicente Sánchez y detenidos otros varios. Estas luchas victoriosas contra los rojos entusiasmaban a los falangistas de toda España, que ya por entonces y a falta de himno oficial entonaban canciones como ésta que se hizo popular: Son las escuadras de José Antonio las que tienen que triunfar y lucharemos e implantaremos el Estado sindical. ¡Viva, viva la Revolución! ¡Viva, viva Falange de las J. O. N. S. El mes de abril comienza con un discurso del líder republicano de izquierdas Azaña, en Madrid, que constituye una verdadera diatriba contra el partido radical y la política que viene desarrollando desde el Gobierno. “Al cabo de seis meses de esta política —exclama Azaña—> sólo tenemos una palabra para expresar nuestra opinión: Repugnancia... Mi primer impulso es salir huyendo con asco... Nos falta saber si en España es lo mismo ser persona decente que no serlo. Tengo confianza en el pueblo; pero si se conforma con la corrupción y el compadrazgo, con que la República sea un pingo, entonces ¿qué tengo yo que ver con la República?” Mientras tanto, las Cortes de mayoría centro-derechista aprueban el proyecto de haberes del clero y se enfrascan en la discusión del proyecto de amnistía. Pronto se pudo ver que la discusión de este proyecto sería pródiga en escándalos. Los mismos que han extremado sus esfuerzos en la política y en el foro para abrir las cárceles a criminales de toda laya, y que han tremolado la bandera de la amnistía para provocar agitaciones populares a lo largo del siglo, se resisten ahora a cuanto suponga benevolencia para los militares que se encuentran en la cárcel o en el destierro como consecuencia de la sublevación del 10 de agosto de 1932. Mas es de advertir que, según el Director General de Prisiones, de las ocho mil personas que resultarán beneficiadas por la amnistía, seis mil pertenecen a partidos de extrema izquierda. A pesar de lo cual “nosotros no perdonamos”, afirma El Socialista. Como resultado de los incidentes producidos durante el debate en las Cortes del proyecto de amnistía, el ministro de Justicia presenta la dimisión, que el Jefe del Gobierno acepta, aunque sin hacerla pública de 232

momento, porque ello implicaría “que se cedía a las maniobras de las izquierdas”. Además, están a la vista las fiestas conmemorativas del tercer aniversario de la proclamación de la República y no es cosa de celebrarlas en. plena crisis. Son unas fiestas grises, a las que el pueblo asiste indiferente o desencantado. ¿Quién puede sumarse a ellas con alegría o con ilusión? De ninguna manera las derechas que, pese a su parcial triunfo electoral, siguen considerándose víctimas del régimen. “No podemos sumar palabra gozosa ninguna al tercer aniversario de la República —comenta también El Socialista—. No podemos reconocer como nuestra esta República. Nada nos une a ella. Las cárceles están llenas de trabajadores y se oyen, a distancia, los pasos del verdugo”. Tan deslucidas como en Madrid fueron las fiestas de provincias, alteradas en muchos puntos por los incidentes que provocaron los comunistas. Pero el escándalo de más bulto se produjo en Sevilla durante el desfile militar, donde fueron detenidos numerosos falangistas por gritar ¡Arriba España! y ¡Viva el Ejército! Los revolucionarios rojos aprecian la importancia del movimiento falangista, que por momentos penetra más y más en las capas de la sociedad española, y, para destruirle, pretenden herirle en la misma cabeza. Creen que, desaparecido José Antonio, la milicia juvenil que le sigue quedará decapitada. El día 10 de abril se ha celebrado en la Cárcel Modelo la vista de la causa por la muerte del falangista de quince años Jesús Hernández. El acusado es el anarco-sindicalista García Guerra y José Antonio actúa de acusador privado. Como de costumbre en delitos de este tipo la prueba fue favorable al acusado, retirando el ministerio fiscal la acusación, no obstante lo cual José Antonio la mantuvo con habilidad y energía, condenando duramente los cobardes atentados que contra los muchachos de la Falange realizaban los extremistas, amparados en la inhibición de las autoridades. José Antonio, gravemente, indicó que de continuar aquel estado de cosas, la Falange empezaría a tomar la justicia por su mano. La sala de la Audiencia de Madrid, tal vez impresionada por la presencia en la vista de gran número de afiliados a las Juventudes Libertarias, absolvió al acusado entre el júbilo de aquéllos. Al terminar el juicio, José Antonio emprende el regreso en su automóvil acompañado de sus pasantes Sarrión y Cuerda y del antiguo asistente de su padre José Gómez. Al pasar por la calle de la Princesa, los 233

pistoleros emboscados arrojan una bomba al paso del coche, agresión que secundan con sus pistolas haciendo una descarga. Por un verdadero milagro ni el artefacto ni los proyectiles alcanzaron a los atacados. Las detonaciones, el humo, el estrépito de los cristales rotos, produjeron pánico en los transeúntes, quienes corrieron en todas direcciones favoreciendo la huida de los criminales. José Antonio y sus ocupantes se tiraron rápidamente del coche, y, pistola en mano, se lanzaron en persecución de los agresores por la calle de Altamirano. El coche, desde aquel día, lució unas cicatrices de metralla. Los autores del atentado “tampoco fueron habidos”. José Antonio no se volvió a ocupar del asunto. Cuando sus camaradas le felicitaron por haber salido ileso, respondió sin darle importancia: “Gajes del oficio de falangista. ¡Ya me acertarán de lleno alguna vez!” Desde hacía tiempo, las Juventudes de Acción Popular (J. A. P.) preparaban una gran concentración en El Escorial. Con las J. A. P. ocurría un hecho curioso: El partido político de que formaban parte integrante —Acción Popular—, por boca de su más genuino representante —el señor Gil Robles—, venía haciendo manifestaciones de adhesión a la más pura ortodoxia democrática y de acatamiento a la legalidad republicana. Pues bien, sus Juventudes —las J. A. P.—, para el acto que estaban proyectando celebrar en El Escorial, hablaban de himnos, de banderas, de saludos, de uniforme, de desfiles... Acababan de hacer públicos sus puntos programáticos, que tenían cierto aire de “fascismo” como puede notarse en los siguientes: “Disciplina.— Los Jefes no se equivocan,—Fortaleza de la raza.— Educación premilitar. — Nuestra revolución es justicia social.—Ni capitalismo egoísta ni marxismo destructor.—Guerra al señoritismo decadente y a la vagancia profesional.—Antiparlamentarismo.—Ante los mártires de nuestro ideal: ¡Presente y adelante!” Al conocer estos puntos programáticos de la J. A. P., las gentes se preguntaban: ¿qué es eso de revolución, de educación premilitar, de antiparlamentarismo? Y es que para las gentes era ésta una nueva faceta de Acción Popular que desconocían. Antes ya se había presentado este partido, para los grupos conservadores, como monárquico y reaccionario; para las masas de tipo medio, como republicano templado y democrático; para los labradores, cómo Acción Popular Agraria, y, ahora, para los jóvenes, como de tendencia “fascista”. 234

Esta actitud fue comentada en un articulo publicado en F. E., en el que, entre otras cosas, se decía lo siguiente: “Si alguien quiere aprender un curso de política equívoca; si quiere doctorarse en las artes del disimulo, que se inscriba en Acción Popular. “Allí le enseñarán cómo hay que valerse para hacer creer a los monárquicos que se está soñando con el Rey y a los republicanos que se encuentra de perlas la República. “Allí le enseñarán cómo se puede poner a Dios sobre todas las cosas y avenirse, sin embargo, a compartir el poder con los masones, a perdonar la expulsión del Cardenal Primado, a no hablar de enseñanza religiosa, de derogación de la ley del divorcio ni de cristianización de la vida. “Y a remedar de los fascismos el desfile con música y banderas y las fórmulas de saludo a los muertos; ¡como si pudiera jugarse a los muertos y a los desfiles cuando todo se organiza a fuerza de técnica fría y dinero a espuertas! “Todo ¡eso aprenderá en Acción Popular. Y otras cosas preciosas: como aquello de que el jefe reniegue de las exterioridades fascistas mientras el jefe de las juventudes las copia, para que, salga la cosa como salga, haya siempre a quién echar la culpa. “Es decir: aprenderá, en resumen, todo aquello que no debe aprenderse si se es de veras joven: la ambigüedad, el disimulo, la tibieza, el sentido ‘práctico’, la ‘técnica’ y la más pequeña de las formas de ironía.” Al conocer los partidos marxistas la concentración que preparaba la J. A. P. en El Escorial, se propusieron impedirlo a todo trance. Para ello solicitaron se les autorizara para reunirse precisamente en El Escorial y el mismo día elegido por Acción Popular. Consintió el Ministro de la Gobernación en que celebraran el acto, puesto que Acción Popular se avino a aplazar el suyo para días después, sin que con esto se aplacaran los revolucionarios. “No se celebrará —escribía El Socialista—. No se celebrará porque el pueblo de El Escorial no está dispuesto a tolerarlo. Además, somos millares y millares los que iremos de toda España a impedir ese crimen contra la clase obrera. Y si el Gobierno lo autoriza, habrá un día de luto en El Escorial.” A pesar de lo cual el Gobierno lo autorizó. Pese a todas las contrariedades y a la orden de huelga general dada por la Casa del Pueblo, 235

la concentración se celebra con un tiempo invernal de lluvia y nieve. Durante toda la jornada, las milicias rojas movilizadas han cumplido en lo posible su tarea de perturbación y ataque. En Aran juez son volcadas dos camionetas que transportaban afiliados de Valencia y Murcia. Un tren especial de congresistas es tiroteado en Ciempozuelos y dos viajeros resultan heridos muy graves. En las inmediaciones de Avila estalla una bomba en la vía férrea. El paro en Madrid es total. Grupos de marxistas apostados a lo largo de las carreteras tirotean algunos automóviles que se dirigían a El Escorial, y cuatro japistas resultan heridos. No obstante, la concurrencia de gentes de toda España a El Escorial es muy grande. Se puede calcular en unos 30.000 los reunidos. Los japistas cantan su himno, cuya letra es de don José María Pemán, y ensayan su saludo, que consiste en llevarse la mano derecha al hombro izquierdo. Al aparecer Gil Robles y dirigirse hacia la tribuna presidencial, la multitud le saluda con el grito de ¡Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe! Poco después el “Jefe” pronuncia una exaltada arenga, en la que dice entre otras cosas: “Nos dirán: ¿Aspiráis a gobernar? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué poderes? Nosotros, parodiando a una gran figura de la historia, podremos contestar: ¿Con qué poderes? En el Parlamento con 150 diputados; en la calle con varios millones de ciudadanos... El Poder vendrá a nuestras manos pronto. Os lo digo con toda mi responsabilidad. Pero vendrá cuando nosotros queramos, no cuando quieran los que nos empujan... “Gobernaremos, y dentro de la ley establecida, nadie podrá impedir que imprimamos nuestros rumbos a la gobernación del Estado...” El regreso a Madrid de los congregados en El Escorial se hace sin grandes novedades. En la capital, ya de noche, se reproducen los disturbios. De un grupo parten disparos contra el Ministerio de la Gobernación. En los arrabales se pretende incendiar algunos templos. Por las calles solitarias y poco iluminadas sólo pasan las patrullas de la Guardia Civil y los carros de Guardias de Asalto. Lejanas resuenan unas descargas y de tarde en tarde conmueve el espacio el estampido de una bomba. El día 25 de abril publica la Gaceta la ley de amnistía con los Decretos de Justicia y Guerra que regulaban su aplicación. Y ese mismo día quedó planteada la cuarta crisis del año. 236

Por efecto de la promulgación del decreto de amnistía, el general Sanjurjo es puesto en libertad, así como otros complicados en el complot del 10 de agosto. Asimismo, ya es diputado y está en condición de venir a España don José Calvo Sotelo. Tras ímprobos esfuerzos, la crisis se resuelve el día 28, encargándose de formar Gobierno el radical don Ricardo Samper. Sobre la sorpresa que causó la aparición del oscuro y desconocido señor Samper como jefe del Gobierno, se cuenta la anécdota siguiente: Un diplomático extranjero, al observar la identidad del apellido del nuevo Presidente del Consejo con el de la reina de la belleza elegida en España para el año 1933, preguntó a un amigo español: —Dígame, ¿el presidente Samper es padre de la señorita Samper que fue elegida “Miss España” el año pasado? —¡Qué disparate! —respondió el interpelado—. No tiene nada que ver el uno con la otra. —¡Qué raro! Entonces ¿por qué lo han hecho Presidente del Consejo de Ministros? Primero de Mayo de 1934. Los socialistas celebran la llamada Fiesta del Trabajo. Le han querido dar este año un carácter más acentuado de desafío a los Poderes públicos y a la sociedad burguesa que el que ya tuvo en los tres años anteriores bajo el signo republicano. Quieren hacer a la vez un ensayo de movilización para las Jornadas revolucionarias que preparan. Su órgano en la Prensa lo confiesa así al hacer el resumen del día: “Los trabajadores españoles estamos dispuestos a vencer. Nos hallamos en pie de guerra. Se nos desafía y contestamos. Ayer vería el Gobierno y la burguesía, por él tan dignamente representada, que no es fácil salir al paso del 1.® de Mayo con propósito de deslucir el paro. Aconsejamos a los trabajadores que estén en guardia permanente... Nos hallamos en pie de guerra y dispuestos a vencer. El país quiere la revolución.” En efecto, el colapso de la vida en Madrid y en la mayoría de las capitales de provincias es tan completo, que sume a España en una inmovilidad de muerte. No funcionan ni teatros, ni tranvías, ni cafés, ni bares. Fue en Barcelona donde se celebró la más imponente de las manifestaciones de este día. En más de cien mil personas se calculaban las 237

que se sumaron a este alarde de masas, en el que únicamente se permitió que flamearan banderas separatistas o rojas con los signos soviéticos. No dejó de correr la pólvora, según costumbre en estas solemnidades revolucionarias. Hubo tumultos, colisiones y refriegas con la fuerza pública en numerosos puntos de España.

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El señor Samper se presenta el día 2 ante las Cortes. Hace suya la declaración ministerial de Lerroux del 19 de diciembre y promete “justicia para todos y dignidad. en el ejercicio del Poder”. Con motivo de un debate planteado ese mismo día: en las Cortes, el señor Gil Robles hace de nuevo vehementes manifestaciones de republicanismo: “Lo que a vosotros os duele —dice señalando a las izquierdas—, i lo que no podéis aguantar, es que estas fuerzas de derechas, cumpliendo un deber patriótico, en plena realidad de sus deberes ciudadanos, se levanten aquí día tras día no con palabras, sino con hechos, a proclamar que esa fórmula abstracta y teórica que nosotros ponemos en nuestro programa, de acatamiento al Poder constituido, es de hecho un acatamiento a ese Poder en la forma de régimen que el pueblo ha establecido, y nosotros hemos proclamado con hechos que estamos defendiendo a la República...” Mientras el propio 2 de mayo hacía en las Cortes estas manifestaciones de republicanismo el Jefe de Acción Popular, el Gobierno, con el pretexto de hallarse declarado el estado de alarma, suspendía una magna concentración preparada por las J. O. N. S. de Valladolid para celebrar la fecha de la Independencia. Pretexto que no se utilizó para haber suspendido el día antes las imponentes manifestaciones del 1.° de Mayo, llenas de banderas separatistas y de hoces y martillos. Pero la “justicia para todos” prometida por el Gobierno era así. La crisis en el seno del partido radical estalla por fin en la noche del 16 de mayo. En una tormentosa reunión del Comité Nacional del partido radical, presidida por Lerroux, Martínez Barrio anuncia su separación. La justifica en la excesiva condescendencia del Gobierno para con las derechas, en las facilidades que se les da a éstas para llegar al Poder y en la seguridad de que, una vez dueñas del Gobierno, intentarán un golpe de Estado. A Lerroux tales sospechas le parecen indignas, pues las derechas que han acatado la República no dan motivos para pensar tales cosas. A Martínez Barrio le siguen en la disidencia veinte diputados, que firman con aquél un manifiesto explicativo de su conducta. Prometen convertirse en fervorosos custodios del programa radical sin raspaduras. En adelante formarán un partido que se denominará Unión Republicana. Esto constituye un motivo de alegría para el Presidente de la República, ya que Martínez Barrio, disidente, es otra solución. Con ella, las posibilidades de un Gobierno de derechas se alejan. El Socialista afirma: “Cansados estamos de decir que Gil Robles no gobernará... Apoyamos 239

nuestra afirmación en la voluntad del proletariado para impedirlo. En consecuencia, nos encontramos preparados para derrumbar, antes de que se produzca, una situación capitaneada por la C. E. D. A.: A nosotros no nos interesa la reconquista de la República de los republicanos. Nos interesa implantar la República de los socialistas.” Durante el mes de mayo, las características de los conflictos de orden público no difieren de las de los meses anteriores. Pero hay tres de estos conflictos que por su importancia merecen especial mención: la huelga revolucionaria de Zaragoza, las algaradas estudiantiles y la preparación de una huelga de campesinos. El paro en Zaragoza comenzó el mes anterior. Sirvió de pretexto el rumor de unos supuestos malos tratos que habían recibido dos anarquistas, autores de la colocación de una bomba que produjo la muerte de una mujer y una niña. La C. N. T. en señal de protesta, declaró la huelga general de doce horas, y numerosos patronos sustituyeron a los huelguistas. Para imponer su readmisión se declaró la huelga general revolucionaria con tiroteos, explosiones de bombas y lanzamiento de líquidos inflamables contra cafés, comercios y talleres. El ministro de la Gobernación quiere intervenir personalmente para poner término a este desorden y se traslada a Zaragoza. La misma noche de su llegada, 4 de mayo, hay tiroteo cerca de la estación de Cariñena, que produce un muerto y un herido, estallando al propio tiempo varias bombas. El ministro habla por “radio” e incita a la concordia a patronos y obreros. A poco más queda reducida su gestión y regresa a Madrid. Mas no sólo persiste la huelga, sino que sus dirigentes reclaman la solidaridad de los obreros de otras provincias. Con una capitulación de la autoridad y de los patronos termina por fin la huelga del día 9, la cual ha ocasionado, en un mes largo de duración, una pérdida de más de cien millones de pesetas. La agitación estudiantil, siempre latente, se recrudece en Madrid con un nuevo motín en la Facultad de Medicina de San Carlos, originado por los estudiantes de la F. U. E., quienes, enmascarados, disparan desde los tejados. Es una verdadera guerra la que hay entablada entre los comunistoides de la F. U. E. y el S. E. U. de la Falange, cuya importancia se acredita de día en día. La lucha se corre de la Universidad y las Facultades a los Centros de Segunda Enseñanza. En el Instituto Lope de Vega se promueve el día 10 una colisión entre muchachos de los dos bandos antagónicos, con inter240

vención de profesionales de la revuelta, resultando un niño muerto y otro gravemente herido. Los agresores, detenidos poco después, son comunistas. El Gobierno cierra los Centros de la F. U. E. y el de Falange Española, establecido desde el mes anterior en la calle del Marqués de Riscal, núm. 16. La F. U. E. en señal de protesta, ordena la huelga el día 12. Como los falangistas y los tradicionalistas no la secundan, menudean las colisiones en todos los Centros universitarios y en la calle: un guardia y un transeúnte resultan heridos. La perturbación se propaga a provincias y, para acabarla, el Gobierno claudica una vez más; autoriza la reapertura de los centros de la F. U. E., a la par que la Junta de Gobierno de la Universidad da por terminado el curso. El eterno problema universitario de España se ofrece sin variantes. Son los catedráticos sovietófilos. amparados por los ministros de Instrucción Pública, invariablemente masones, quienes fomentan la indisciplina y dan alientos a las organizaciones levantiscas. El socialismo, aliado con el comunismo y secundado por los separatistas de Cataluña, decide probar fortuna con un movimiento revolucionario en el que tiene puestas las mayores esperanzas. Es la huelga de campesinos, que, si se produce con arreglo a los planes trazados, puede ser el comienzo de la gran insurrección que ha de dar al proletariado la Dictadura por que suspira. Un secuaz fanático de Largo Caballero es quien pecha con la organización de ese alzamiento. Es el presidente de la Asociación de Trabajadores de la Tierra. Agentes aleccionados han salido para las provincias con el encargo de acumular tensión revolucionaria e inflamar los espíritus. La protesta contra la derogación de la ley de términos municipales sirve de excusa para plantear el conflicto. La huelga debe comenzar el 5 de junio. Para lograr sus objetivos se preconiza “la toma revolucionaria del Poder por la lucha insurreccional victoriosa, llevada junto y bajo la dirección del proletariado, siguiendo el glorioso ejemplo de los trabajadores de la Unión Soviética, que bajo la dirección del partido bolchevique y de su jefe inmortal Lenin, condujeron al triunfo a los obreros y campesinos de la odiosa Rusia zarista”. Y entre las instrucciones a los huelguistas de Badajoz se dice lo siguiente: “Es preciso que nos dispongamos a aterrorizar a la burguesía y al Poder constituido. Es preciso que demostremos que estamos dispuestos a que la provincia arda de punta a punta. Que los ganados mueran de hambre, porque los pastores se nieguen a sacarlos al campo. Que, en una palabra, estamos dispuestos a vencer. Hay que demostrar, pues, que somos hombres. Que las rondas 241

volantes funcionen. Que no se queden en los pueblos o metidos en sus casas. ¡A luchar, a pelear!” La propaganda estimula a los impacientes, que sin esperar a la fecha inician la huelga en algunos pueblos de Jaén y Extremadura. Arden las mieses y las máquinas agrícolas, y los campesinos, esgrimiendo hoces o armados de pistolas, se adueñan de los pueblos. Por acuerdo del Consejo de Ministros del día 28 se declara servicio público la recolección de la cosecha y en consecuencia ilegal la huelga. Pero la Federación de Trabajadores de la Tierra se ratifica en todas sus órdenes: “La masa campesina —dice en otro manifiesto— se cruzará de brazos dejando que se pierda la mejor cosecha que hasta hoy ha conocido España.” Las consecuencias son las previstas: hambre, tragedia, desesperación. Las armas del socialismo y del comunismo. La miseria prepara los caminos por donde después avanzarán exasperadas las hordas de asalto. El clima de insurrección socialista que por estos días se respiraba hizo que la Falange reajustara y preparara sus cuadros militantes para tratar, en heroico esfuerzo, de salvar a España del comunismo. En Valladolid, Onésimo Redondo aprueba un plan de reorganización de las milicias que le fue presentado por un estudiante de Derecho recientemente incorporado a la Falange, y que sustituía a los grupos de choque por escuadras de una mayor movilidad y eficacia. La primera escuadra organizada con arreglo a este nuevo plan fue la denominada “Escuadra roja”, en la que se encuadró el autor del proyecto. Las actuaciones de esta escuadra motivaron el que Onésimo Redondo dijera en una ocasión: “Si alguna vez llegara a escribirse la historia de la Falange de Valladolid, sin duda alguna habría de mencionarse a esta magnífica “Escuadra roja”. En Madrid, pese a estar clausurado el Centro y suspendido el semanario F. E., la organización de las Milicias no cesa, adquiriendo cada día mayor volumen e importancia. Prueba de ello fue la famosa movilización o concentración falangista en el aeródromo de Extremera, celebrada el domingo 3 de junio. De la importancia que las izquierdas dieron a esta concentración es muestra el relato de la misma que en su primera plana publicó el “Diario de la República”, Luz, y que tituló en la forma siguiente: MOVILIZACION FASCISTA Y EN PLENO ESTADO DE ALARMA 242

“Centurias en marcha, desfiles en formación militar, ejercicios de combate y arengas en los alrededores más próximos de Madrid. “En la mañana de ayer, la Falange Española de las J. O. N. S. dio orden de concentración de los escuadristas en un aeródromo cercano a Madrid. “Formaron veinte centurias y fueron arengadas por José Antonio Primo de Rivera. “Cuando iban a desfilar ante los triunviros se presentó la Guardia Civil del puesto de Carabanchel, alarmada por aquella reunión, y prohibió, el desfile. ¿Dónde está el Ministerio de la Gobernación, que ni previene, ni reprime, ni se entera?” El alarde periodístico de Luz contribuyó sin duda alguna al éxito de la concentración falangista. Las milicias marxistas, que aceleradamente se preparaban para instaurar violentamente el comunismo en España, comenzaron a sospechar que la cosa no les iba a resultar tan fácil.

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Preparativos revolucionarios

Al comenzar el mes de julio de 1934, fuertes crujidos vienen a delatar que algo se va resquebrajando en España. No se trata sólo de la actitud de franca rebeldía de los elementos marxistas, sino también de la posición separatista adoptada cada vez con mayor firmeza por el Gobierno de Cataluña. En efecto, el Parlamento catalán, adjudicándose atribuciones fuera de su competencia, había votado el 11 de abril una ley de contratos de cultivos que fue impugnada por el Tribunal de Garantías Constitucionales por estimar que “la legislación social se atribuye al Estado sin reservas en la Constitución, y la nueva ley tiene carácter marcadamente social”. Por ello, el Tribunal falla “que debe declarar y declara nula esta ley y todos los actos de ejecución de la misma.” Al conocerse la sentencia, todos los afiliados a organizaciones separatistas adiestrados para ejercer la violencia son movilizados. Los periódicos barceloneses publican dibujos alegóricos, en los que, cobijado en los pliegues de la bandera catalana, avanza el pueblo esgrimiendo hoces, rastrillos, horcas y guadañas. Grandes manifestaciones de rabassaires recorren las calles de Barcelona agitando banderas separatistas y cantando las estrofas significativas de Els Segadors. La insurrección está ya en la calle. Al tratarse este problema en las Cortes los diputados de la Esquerra catalana abandonan sus escaños mientras el Jefe de Gobierno se deshace en palabras cariñosas y sumisas: “Si dos no riñen cuando uno no quiere, nosotros amorosamente anhelamos soluciones que corten toda violencia en bien de Cataluña y de todo el país.” Estas tiernas amonestaciones del señor Samper no conmueven a nadie. El diputado separatista vasco, José Antonio Aguirre, se solidariza con los catalanistas y junto con todos los diputados de su minoría se retira también del Parlamento. Los socialistas, por el verbo de Prieto, también se solidarizan con los rebeldes catalanes. “Vemos con simpatía la actitud de Cataluña y de sus órganos... El Gobierno que ha planteado el problema no tiene autoridad 244

para resolverlo... Insensatamente echáis fuera de la República a Cataluña. Pero Cataluña no estará sola. Estaremos nosotros con ella.” Lo que quiere decir que, si la rebeldía pasa a ser una insurrección armada, la utilizará el socialismo para desencadenar su revolución. El incidente provocado con la promulgación de la Ley de Cultivos por el Gobierno de Cataluña queda zanjado con una nueva claudicación del Poder central, al proponer el Gobierno Samper a las Cortes un proyecto de ley en el que se autoriza al Gobierno a legislar por decreto para delimitar las competencias entre el Gobierno y la región autónoma “a fin de que el Parlamento catalán y el Gobierno de la Generalidad puedan elaborar, promulgar y publicar una ley de contrato de cultivos con sujeción estricta a los preceptos de la Constitución y del Estatuto”. Que el clima de insurrección se iba extendiendo por toda España es algo que se venía “palpando”. El día 6 de junio, El Socialista insiste en dar la voz de alarma: “¡Alerta a todos! ¡La obligación de todos los militantes, obreros y socialistas, es permanecer en guardia!” Las milicias socialistas y comunistas se encuentran movilizadas; patrullan por las calles y montan guardia por los alrededores de los cuarteles, no sólo en Madrid, sino también en Sevilla, Bilbao y otras capitales, pues ha circulado el rumor de que varios militares preparan un golpe de Estado. Entre los comprometidos señalan al general González Carrasco y al jefe del Cuerpo de Asalto coronel Muñoz Grandes. La Prensa de izquierdas, incluyendo El Socialista, procura por todos los medios dar a sus lectores una sensación de máxima intranquilidad y máxima inquietud. Y los lectores pacíficos e ingenuos podían leer en sus periódicos, pocas horas después de la anunciada para el estallido del hipotético complot militar, que la Policía había descubierto en Madrid grandes depósitos de armas y municiones, y que los que aparecían como propietarios de estas armas... ¡eran los socialistas! El mismo día 6, unos agentes de la Comisaría de Cuatro Caminos descubren en un solar enclavado en la calle de San Enrique un depósito de 616 pistolas y 80.000 cartuchos. Los detenidos en el lugar del hallazgo son varios elementos de la Casa del Pueblo, quienes confiesan la existencia de otro depósito en una casa de la avenida de la Plaza de Toros, domicilio del diputado socialista por Jaén, don Juan Lozano Ruiz. Practicado el registro, se encuentran más de 50 pistolas, 2.700 cartuchos y material de propaganda para la huelga de campesinos. 245

Unos hechos tan graves y sintomáticos como los hallazgos de armas y municiones en poder de organizaciones facciosas, que en el mismo momento fomentan una huelga revolucionaria, son castigados levemente y el propio Gobierno parece más interesado en encubrirlos que en inquirir sobre ellos hasta su total esclarecimiento. “El descubrimiento de Cuatro Caminos —dice con insolencia El Socialista— es un incidente de proporciones muy relativas. Guarde bien esas pistolas el Gobierno. Pero no piense que con ello ha resuelto ningún problema. Las cosas siguen como antes.” Y, como antes, las milicias marxistas continúan aprovechando los domingos para efectuar movilizaciones de carácter militar, uniformados sus componentes con pantalón, camiseta y gorros americanos blancos, y pañuelos rojos al cuello. Pretendían disimular el carácter militar de estas concentraciones con la presencia de muchachas, que a su vez, se entrenaban para el milicianismo de mono y pistolón y para el amor libre. Aquellas hordas de jóvenes, que volvían a Madrid de noche, sudorosos, afónicos, con los botijos vacíos y los puños en alto, eran conocidos con el apodo de chíbiris por la tendencia que mostraban a musicalizar sus gritos con esa canción popular y chabacana. El domingo, día 10 de junio —cuenta Ximénez de Sandoval—, con motivo de una de estas excursiones domingueras de los chíbiris tuvo lugar en El Pardo un terrible suceso. Varias escuadras de falangistas habían acudido a aquellos parajes con el fin de acabar con el monopolio que sobre ellos venían ejerciendo las milicias rojas. El falangista Juan Cuéllar, de dieciocho años de edad, estudiante, junto con otros elementos de su escuadra, se situó en las primeras horas de la mañana a la orilla izquierda del Manzanares, frente a la playa de Madrid. Acamparon cerca de un numeroso grupo de marxistas, vociferador y soez en extremo. Hombres y mujeres medio desnudos retozaban y se achuchaban cerca del agua. Al ver que los falangistas no participaban en su regocijo espeso y dominguero, empezaron con pullitas y terminaron cantando La Internacional con los puños en alto. —Y vosotros, ¿cómo no cantáis La Internacional? —dijeron a los falangistas. —Porque no queremos —repuso Cuéllar. —¿Sois cenetistas? —No. Somos la Falange, ¿qué pasa? 246

Los cuatro o cinco falangistas se vieron rodeados rápidamente por el grupo. Puñetazos, mordiscos, patadas, navajazos. Sonaron dos tiros. Juan Cuéllar cae mal” herido. Los otros se baten en retirada para buscar ayuda en los camaradas que andan cerca desperdigados. Algunos comunistas les persiguen. Entretanto, las enfurecidas hembras rojas se ceban con el caído, le pisotean, le arrancan el pelo, le machacan el rostro con un cántaro lleno de vinazo que se mezcla con la sangre, le insultan, bailan satánicamente alrededor de su cuerpo, y una de ellas, llamada Juanita Rico, orina encima de él. Todo esto lo ve un camarada de Juan Cuéllar, que ha quedado herido y espantado apoyado en un árbol, temiendo ser descubierto y correr el mismo riesgo que su camarada. En seguida llegaron otros escuadristas de la Falange avisados por los primeros. Y otros marxistas, con los que se golpean. Y la Guardia Civil, atraída por el tumulto y los chillidos de los bañistas de la playa de enfrente. La Guardia Civil, ante la que huyen los marxistas y a la que se presentan los de la Falange para denunciar lo ocurrido. La Guardia Civil, que ve horrorizada el cadáver de Juan Cuéllar —tumefacto y mutilado como el de sus compañeros de Castilblanco—, pero que en vez de disparar sus mosquetones contra los criminales que huyen por la arboleda, detiene —son las órdenes del Gobierno— a los falangistas. Al enterarse José Antonio de la bárbara muerte dada a Juan Cuéllar, murmura como para sí: “Esto se tiene que acabar”. “Esto” era la ardorosa ingenuidad combativa, de frente e inermes, como si el enemigo fuese leal, caballeroso y deportivo. “Esto” era el juego, absolutamente limpio, pero perfectamente estéril, en el que se sacrificaba a los mejores. Y aunque su alma delicada no quería implantar el terror contra el terror, aunque el Talión repugnaba a su espíritu de jurista, tuvo que tolerar que los falangistas, como en España no había ley, se tomaran la justicia por su mano. Ya iban siendo muchos los crímenes alevosos y traidores que quedaban sin castigo. “Esto se tiene que acabar”. Y no cabe duda de que se acabó. Pronto sonarían por los aires de España las estrofas de una canción popular de la Falange, muy significativas: Cuando avanza la Falange y se oyen silbar las balas, o te quitas por las buenas o te quitas por las malas. Los falangistas, los falangistas no le tienen miedo a “ná” 247

porque ya saben que si les matan con diez se les vengará. A las nueve y media de la noche del día en que mataron a Juan Cuéllar, los grupos de chíbiris. al regreso de sus excursiones, atravesaban Madrid con su griterío provocativo. En uno de ellos marchaba Juanita Rico, la “heroína” del crimen de la mañana, acompañada de dos hermanos suyos y de un numeroso grupo de comunistas que celebraban todavía con chacota el suceso. En una esquina hay un coche parado, y en él las pistolas de la Falange, que por primera vez van a dar réplica en lenguaje marxista a los marxistas. Suenan varios disparos. Caen al suelo los tres hermanos Rico y el coche se pierde a toda velocidad por las calles. El Gobierno obliga a enterrar clandestinamente a Cuéllar y a Juanita Rico —que falleció a las pocas horas de ser herida—; pero también la clandestinidad tiene horas diferentes para los gobernantes radicales, y a Cuéllar le recibe la tierra sagrada con la luz del amanecer, mientras el pleno día quiebra el secreto del entierro de Juanita Rico, que tiene lugar entre formaciones militares y una apoteosis de puños en alto. En este mes de junio no había sido sólo la muerte de Juan Cuéllar la que llenó de luto a la Falange. Ya el día 6 había caído en Torreperojil (Jaén), José Hurtado García. Este falangista, pequeño propietario campesino, fue requerido por tres números de la Guardia Civil para cortar los desmanes de unos trescientos huelguistas que, tras incendiar una finca, asediaban a sus habitantes. José Hurtado atravesó el cerco, y al salir de la casa con una niña en brazos fue recibido a tiros. Entabló un tiroteo que contuvo a los enemigos; pero cuando por no abandonar a la niña se retiraba sin poder disparar, recibió un balazo en la cabeza. Como reacción por la muerte de Juanita Rico, el día 11 pasa a gran velocidad un coche fantasma por la calle del Marqués del Riscal y tirotea a un grupo de falangistas que se hallaban tomando el fresco en la puerta y en el jardín que rodea al Centro de la Falange. Resultan gravemente heridos los falangistas Francisco Trapero y José Arranz. Desde mediados de junio se tramitaba el suplicatorio para procesar al diputado socialista Juan Lozano, en cuyo domicilio se encontró un depósito de armas y mucha propaganda revolucionaria. La Comisión parlamentaria cree haber hallado una fórmula salvadora, y presenta a la Cámara el dictamen en unión de otro que atañe al jefe de la Falange 248

Española, José Antonio Primo de Rivera, acusado también de tenencia ilícita de armas, porque, al serle ocupadas tres pistolas a uno de sus amigos, asumió la responsabilidad y afirmó que le pertenecían. Emparejados los dos procesos, aunque no tienen paridad ni semejanza, los socialistas pretenden comprometer a las derechas, obligándolas a que los enjuicien a la vez. Indalecio Prieto es contrario al procesamiento de los acusados. En votación extraordinaria de quorum, la Cámara acuerda por 214 votos contra 62, conceder el suplicatorio contra el diputado socialista. Al discutirse el relativo al jefe de la Falange, Prieto interviene de nuevo y colma de elogios a José Antonio Primo de Rivera, sobre el que dice “pesa una gran pesadumbre a causa del resplandor político de su apellido”. “Hubiera surgido en la vida simplemente como un joven inteligente y fogoso, y su desenvolvimiento hubiera sido fácil”. Ve en su política, “sin finalidad”, “un romanticismo patrio que parece conducir a todos los amores y sacrificios... Esos jóvenes, escasos en número, pero ardorosos, que le siguen, considerarán a su jefe político como una víctima, y por eso constituye un error el intento de procesarle”. José Antonio, caballeroso e hidalgo aun con enemigos como Indalecio Prieto, le expresa su gratitud, pronunciando un discurso al que pertenecen los párrafos siguientes: “Yo faltaría a mi propia autenticidad si en este instante no empezara, con toda la sinceridad de mi alma, dando las gracias por su actitud al señor Prieto... “Y en posición de acusado me van a disculpar la declaración autobiográfica de que yo no soy absolutamente como el señor Prieto imagina: ni un sentimental, ni un romántico, ni un hombre combativo, ni siquiera un hombre valeroso; tengo estrictamente la dosis de valor que hace falta para evitar la indignidad; ni más ni menos. No tengo, ni poco ni mucho, la vocación de combatiente ni la tendencia al romanticismo; al romanticismo menos que nada, señor Prieto. El romanticismo es una actitud endeble que precisamente viene a colocar todos los pilares fundamentales en terreno pantanoso; el romanticismo es una escuela sin líneas constantes, que encomienda en cada minuto, en cada trance, a la sensibilidad, la resolución de: aquéllos problemas que no pueden encomendarse sino a la razón. Lo que pasa es que lo mismo que el... señor Prieto llega a la emoción por el camino de la 249

elegancia, se puede llegar al entusiasmo y al amor por el camino de la inteligencia. “...No nos dejamos arrebatar por una tendencia sensible, por una especie de sueño romántico; lo que hacemos es creer que si una generación se debe entregar a la política, no se puede entregar con el repertorio de media docena de frases con que han caminado por la política otras muchas generaciones, y hasta muchos representantes de ésta. “...Sentimos que hay latente en España y reclama cada día más insistentemente que se saque a la luz —y eso sostuve aquí la otra noche — una revolución que tiene dos venas: la vena de una justicia social profunda, que no hay más remedio que implantar, y la vena de un sentido tradicional i profundo, de un tuétano tradicional español que tal vez no reside donde piensan muchos y que es necesario a toda costa rejuvenecer. “Como ve el señor Prieto, esto no es una actitud sentimental ni es una actitud violenta. Yo no pensé ni por un instante que estas cosas se tuvieran que mantener por la violencia, y la prueba es que mis primeras actuaciones fueron completamente pacíficas: empecé a editar un periódico y empecé a hablar en unos cuantos mítines. Y con la salida del periódico y con la celebración de los mítines se iniciaron contra nosotros agresiones cada vez más cruentas y por manos movidas, seguramente, con intención tan limpia como la de mis amigos, tal vez movidos después a represalias. Pero estas represalias vinieron mucho después; tanto después, que muchas personas que nos suponían a nosotros venidos al mundo para jugarnos la vida en defensa de su propia tranquilidad, incluso en periódicos conservadores, nos afeaban que no nos entregásemos al asesinato; imaginaban que nos estábamos jugando nuestra vida y la vida de nuestros camaradas jóvenes para que a ellos no se les alterase su reposo. “...Yo no me hubiese dedicado para nada, no a usar la violencia, sino ni siquiera a disculpar la violencia, si la violencia no hubiera venido a buscamos a nosotros. “...Yo ruego a la Cámara que haga lo que tenga a bien. Estoy seguro de que los argumentos del señor Prieto, más que los míos, tienen que haberles convencido de que él del señor Lozano y el mío son casos diferentes, de que la norma constitucional obliga a examinar cada, caso y de que por aplicación de esa norma constitucional y del 250

espíritu de todo el derecho parlamentario, debe denegar mi suplicatorio.” Efectuada la votación, el suplicatorio es concedido por 127 votos contra 65. Votan a favor de José Antonio los socialistas, Izquierda Republicana, Renovación Española y tradicionalistas. Indalecio Prieto, con gran habilidad, pide que “se suspenda el proceso del señor Primo de Rivera mientras éste conserve su investidura de diputado”, pues si se le despoja de dicha investidura, Falange Española quedará sin ningún representante en las Cortes. La iniciativa pasa a estudio para ser votada en la sesión próxima. Entonces un diputado propone “que lo que se acuerde para el señor Primo de Rivera debe hacerse extensivo al señor Lozano”, con lo que las cosas quedan a satisfacción de Indalecio Prieto. Y, en efecto, se aprueba el dictamen de la Comisión de suplicatorios, que mantiene a los señores Primo de Rivera y Lozano sus prerrogativas de diputados, cualesquiera que sean las consecuencias de sus procesos. Frente a la criminal violencia de las izquierdas y al silencio hostil de las derechas, la Falange seguía creciendo. El 4 de junio se organiza en Madrid la C. O. N. S. (Central Obrera Nacional-Sindicalista), que agrupó en principio tres Sindicatos: el de Industrias Gráficas, el de Hostelería y Similares y el Metalúrgico. Contaba la C. O. N. S. con valiosos elementos procedentes del sindicalismo y el comunismo, como Alvarez de Sotomayor, Moldes, Olcina y Manuel Mateo, quienes, con grave riesgo de su vida, recorrían los barrios proletarios e incitaban a los trabajadores a que se liberaran de la tiranía roja. Para cumplir la misión complementaria de estímulo y asistencia, las mujeres de la Falange se organizan en una Sección Femenina, bajo el mando de Pilar Primo de Rivera, quedando constituida dicha Sección el 12 de julio. La Falange iba creciendo no sólo en las capitales, sino también en los pueblos. A ellos llegó una y otra vez el verbo cálido de José Antonio, fiel a su criterio de que “nuestra España se encuentra por los riscos y los vericuetos”. Así, el día 22 se celebró un mitin en Callosa del Segura, llenándose la plaza de toros de una muchedumbre campesina. De que la semilla cayó en buena tierra es prueba el hecho de que el 18 de julio de 1936 una expedición compuesta por cincuenta y dos falangistas de Callosa del Segura, armados con los más diversos elementos y animados de una resolución heroica, marcharon a Alicante a liberar a José Antonio de la prisión en que se encontraba. Los cincuenta y dos héroes cayeron en la 251

lucha sostenida contra numerosas fuerzas rojas que, conocedoras del intento, se hallaban perfectamente preparadas para desbaratarlo. Al compás del crecimiento de la Falange, iban creciendo las violencias de los rojos para tratar de aplastarla. Así, el 1.º de julio, un falangista de Madrid, el médico Manuel Groizard, es víctima de una agresión cuando iba con su esposa en un coche por el paseo de las Delicias. Tiroteados desde un “taxi”, Groizard resultó gravemente herido de dos balazos. Como réplica, la “Falange de la sangre” asaltó un centro socialista en Cuatro Caminos. La venta del semanario F. E. —que había reaparecido el día 5— fue motivo de una nueva agresión marxista, resultando heridos los falangistas Santos Aranda, que recibió un tiro en el hombro, y Cecilio Cumplido, con varias heridas de arma blanca. Pocos días después —el 26 del mismo mes — fue suspendido de nuevo, y esta vez definitivamente, el semanario F. E. No eran sólo los rojos los que trataban de desarticular el movimiento falangista, sino que el propio Gobierno centrista tenía desatada contra él una persecución sorda, pero implacable. Así el día 10 de julio ordenó a la Policía que practicase un registro minucioso en los locales que esta organización tenía en el hotelito de la calle del Marqués del Riscal, en los que dijo haber encontrado armas, municiones, dinamita y líquidos inflamables. Setenta militantes que se encontraban en el edificio fueron detenidos. Entre ellos se hallaba José Antonio, el jefe de Milicias Arredondo, el capitán Navarro, varios jefes de Centuria, los escritores Aparicio y Alfaro, el aviador Ansaldo, los dirigentes del S. E. U. y muchos estudiantes y obreros. “Y ahora —cuenta el propio José Antonio— viene lo sorprendente. La Policía, que en un registro minuciosísimo, de más de hora y media, sólo había encontrado los cartuchitos de dinamita y el frasquito de líquido inflamable, es decir, aquellos objetos de tamaño lo bastante minúsculo como para ser transportados en el bolsillo, ahora, al quedarse sola en el hotel, ya sin testigos de ninguna especie, empezó a descubrir por todas partes, sin el menor esfuerzo, armas, explosivos, líquidos destructores y artefactos. A montones. Bombonas de liquido inflamable, una bomba de cuatro kilos con aparato de relojería, revólveres... Hasta que la Dirección de Seguridad, satisfecha, debió decir: “Basta”. De no haberlo dicho, nadie sabe las máquinas de guerra que hubiesen seguido encontrando los policías”. Y termina diciendo: “A estas horas siguen presos cuarenta y cuatro de nuestros camaradas. Acaso las autoridades busquen pretexto en los hallazgos de la Policía para agravar la campaña 252

chinchorrera, mortificante, persistente, con que pretenden concluirnos por aburrimiento. Se equivocan. Cada muestra de este estilo mezquino de lucha, típico de la hipocresía liberal, que concede derechos altisonantes para luego negarlos con subterfugios, nos afirma en la clara fe de que sólo en nuestro sistema puede hallarse la vida libre, digna, decorosa y alegre que queremos para nuestra Patria. “¡Camaradas perseguidos! ¡Camaradas presos! i Camaradas mortificados por poncios y monterillas! ¡Camaradas calumniados! ¡Camaradas mal entendidos» ¡Esta vida mezquina y putrefacta nos da la razón! “Adelante. Todos juntos. Con la Falange Española de las J. O. N. S. ¡Arriba España!” De esta perseverante y tenaz persecución gubernativa hacían responsables los falangistas a la C. E. D. A., cuya minoría parlamentaria era la que sostenía al Gobierno, y muy especialmente a su jefe, don José María Gil Robles, al que aludían en las canciones que, con desenfado y buen humor, entonaban en los camiones de los guardias de Asalto cuando eran conducidos a prisión: Nos meten a todos presos y nos llevan en camión, por el c... de Gil Robles que manda en Gobernación. Mientras el Gobierno se dedica a perseguir a la Falange, los rojos vienen anunciando sin el menor rebozo que el estallido revolucionario está ya próximo. En los diarios izquierdistas no falta ningún día el aviso catastrófico. Las milicias marxistas efectúan concentraciones y prácticas militares pese a todas las órdenes prohibitivas. El día 7 de julio, mil jóvenes se concentran en San Martín de la Vega. “Iban uniformados, alineados, en fina formación militar —dice El Socialista—, en alto los puños impacientes por apretar el fusil... Los discursos los constituyen palabras que son disparos, frases que eran una consigna... En el ánimo de los oyentes, un pozo de odio imposible de borrar sin una violencia ejemplar y decidida...” El órgano de la Federación de Juventudes Socialistas publica una proclama que dice: “Hay que combatir al enemigo con todas las armas. Todos los medios son lícitos. Cuanto más enérgicos y sangrientos, mejor.” 253

En el Congreso de jóvenes “contra la guerra y el fascismo”, celebrado en los primeros días de julio, se ha tratado muy al detalle de la organización para la lucha, con arreglo a las enseñanzas soviéticas. Los milicianos quedan encuadrados en escuadras, guerrillas y centurias. Al frente de esta fuerza estará la troika o directorio compuesto por un jefe supremo y los asesores. En el Congreso se ha leído una adhesión muy significativa de sargentos y suboficiales. El Gobierno conoce lo que se prepara y afirma que no será sorprendido. Ya veremos. Como una novedad en la lucha política, se acusa en estos días del verano de 1934 la presencia de los separatistas vascos en el frente revolucionario, dispuestos a intervenir directamente en el alzamiento que se fragua. Al retirarse del Parlamento con los diputados de la Esquerra catalana a raíz de discutirse la ley de cultivos, dieron a entender la existencia de un compromiso entre los vascos y los catalanes. Síntoma revelador en extremo era el acuerdo del Ayuntamiento de Bilbao de sustituir el nombre de España de una de las avenidas del ensanche de Deusto por el de Maciá. La Generalidad de Cataluña y representantes de las fuerzas izquierdistas estaban invitados para asistir al descubrimiento de la lápida. El ejemplo de Cataluña es sugestivo. A mayores osadías y desprecios para el Poder central, Cataluña obtiene mayores concesiones y beneficios. ¿Por qué no imitarla? El separatismo vasco acaba de descubrir que el secreto de su éxito está en envalentonarse, en mostrarse díscolo y adusto, en envenenar las cuestiones, en fomentar problemas y, finalmente, en aliarse con las fuerzas del desorden, previa cotización de la alianza. Todos los separatistas están conformes en que la formación de “Euzkadi” sólo es posible por el hundimiento de España. Incluso el elemento clerical, que de manera tan decisiva influye en las orientaciones y en la marcha del partido, acepta esta resolución como de innegable lógica. “Euzkadi”, dicen, en la catástrofe revolucionaria que se avecina, será el islote cercado por las aguas tumultuosas e hirvientes que conservará intacto como un arca santa el depósito de la fe. Se aplica puntualmente la táctica catalana. Los diarios del partido agitan la caja de los truenos. Circulan manifiestos clandestinos. Uno, redactado en español y francés para que lo conozcan los innumerables extranjeros que visitan en este mes a San Sebastián, dice entre otras cosas: 254

¡BASKOS!...Recordad lo que valen las proclamas. las promesas y los ofrecimientos solemnes de esa mezcla híbrida de razas, de ese monstruo tirano —España—, opresor infame de pueblos ilustres (Cuba, Repúblicas americanas, Filipinas, Cataluña, Euzkadi, Marruecos, Ifni...). “Recordad el abrazo de Vergara, en el que la falacia, el engaño vil, la traición canallesca, estrangularon nuestra libertad originaria. “Recordad que quien nos oprime es aquel fracasado dominador que mandó a una muerte segura a millares de hombres para impedir que Cuba y Filipinas vivieran su vida, al paso que les imponía el denigrante epíteto de ‘españoles’. “Vivimos secuestrados de la vida y trato del mundo y como presos en nuestra propia patria. “Todo son tropelías... Se nos reduce a cadenas y prisión... Se exige que se adore con respeto servil los grillos que se quieren poner hasta al mismo pensamiento. Tengámonos por viles en tanto que soportemos esta odiosa opresión. “Nadie hable de arreglos, promesas ni migajas. “La cuestión urgente que agita hoy a Euzkadi es la de su independencia nacional, la devolución de la tierra vasca al pueblo de Euzkadi, sin reservas, absolutamente. “Para lograrlo no repararemos en nada. Todos los medios son justos y morales. “La desobediencia civil..., la represión..., la insurrección... Si hay algo que no se pierde jamás es la sangre vertida por la causa justa. “¡Luchemos contra el Poder español, que aquí es hambre, tiranía, oprobio, chulería! “Luchemos por la libertad de la patria cautiva, por la redención del país que nos dio la vida. “¡¡Viva la República vasca!! “¡¡Gora Euzkadi Askatuta!!” El mes de agosto ha transcurrido cubierto por densos nubarrones: comenzó el día 1.º con las algaradas de los comunistas propias de la 255

“jornada roja”. Hubo tiroteos y estallidos de bombas en distintos puntos de España. En Madrid, los falangistas colocaron una bandera nacionalsindicalista en el viaducto. La epidemia de atracos se mantiene con igual intensidad que la alcanzada a lo largo del año. La lista de crímenes también es nutrida. Huelgas, incendios de fábricas, hallazgo de bombas, descubrimiento de un complot comunista en el arsenal de Cartagena para apoderarse por sorpresa del polvorín. En Madrid es asaltado el Ateneo Libertario. A las seis de la tarde, cinco falangistas irrumpieron en las clases que se estaban celebrando, desalojaron el local y destruyeron el material existente, consiguiendo retirarse sin baja alguna. En Huesca, los falangistas asaltaron el local de Izquierda Republicana. El reparto de propaganda de Falange origina nuevas escaramuzas sangrientas que se resuelven a tiros en las barriadas populares. El día 7 son acometidos en Cuatro Caminos los repartidores falangistas y resultan heridos gravemente Santos Aranda, Benito Escolano y Mariano Armenta. La refriega vuelve a reproducirse en los mismos parajes el día 30. Se cambian muchos tiros y cae muerto el miembro del Comité Central del Partido comunista Joaquín de Grado. Su entierro, que se realiza el 31 de agosto, sirve de pretexto para una monstruosa exhibición de fuerzas rojas que supera el alarde que acompañó al entierro de Juanita Rico. Ante el cadáver del jefe comunista desfilan muchos miles de jóvenes de uno y otro sexo, uniformados y encuadrados. Se hace ver que el entrenamiento de estas milicias rojas se perfecciona y acrecienta de día en día. El blandengue Gobierno radical se muestra impotente para cortar estos alardes. Por eso El Socialista puede escribir en su número del día 1.º de septiembre como glosa del entierro: “Muchas órdenes llevaban los encargados de reprimir el menor desmán. No se podía alzar el puño. No se podía usar banderas. No se podía cantar. No se podía marcar el paso. No se podía ir formados. Esas eran las órdenes del Gobierno. Quisiéramos haber visto allí al ministro de la Gobernación para que se enterara de que esas órdenes son literatura frente a sesenta o setenta mil hombres, casi todos Jóvenes. Así sucedió que se marcó el paso, se llevaron banderas, se alzó el puño, se cantó. ¿Negligencia de la fuerza pública? En modo alguno. El propósito de los jefes policíacos fue. al principio, cumplir a rajatabla lo ordenado inconscientemente desde arriba. Pero ¿cómo? Ya hemos dicho que el 256

primer incidente provocado por el celo excesivo de la Caballería nos indicó que, si no había prudencia en la fuerza, tendríamos una jornada sangrienta. Justo es reconocer que los jefes fueron prudentes. Delegaron en los directivos socialistas y comunistas, que prometieron que no ocurriría nada lamentable. La fuerza pública se inhibió. Se dio cuenta de que sobraba. Más: de que estorbaba.” Por estos días, los falangistas, decididos a obtener en el sector obrero una victoria resonante que diese a la Falange la base proletaria que necesitaba, urdieron con bastante audacia un plan gigantesco de movilización de los parados. A costa de un trabajo intensísimo, hicieron una especie de censo de todas las obras y talleres. Después de un examen técnico de las características de cada uno, procedieron a asignarles un número mayor o menor de parados, teniendo en cuenta las jerarquías profesionales. A la vez por todo Madrid circularon gran numero de hojas y llamamientos a cuantos se encontrasen en paro forzoso, ofreciéndoles trabajo e invitándoles para ello a inscribirse en la Central Obrera NacionalSindicalista. Los trabajadores acudieron a los locales de la Falange y de los Sindicatos, en la calle del Marqués del Riscal, en número extraordinario. La Dirección de Seguridad se vio obligada a montar un servicio de orden público. La calle estaba casi totalmente llena de obreros que impedían o dificultaban la circulación. Tal espectáculo dejó extrañado a todo Madrid, expectantes a las autoridades y atónitas a las directivas de las Centrales sindicales rojas. Nadie se explicaba qué resorte, que varita mágica habían tocado los falangistas para que, en menos de una semana, más de 30.000 obreros acudiesen con rapidez y diligencia a sus organizaciones. La previa labor de propaganda que los obreros nacional-sindicalistas habían venido realizando en las barriadas proletarias daba ahora sus frutos. Para el día 3 de septiembre se organizó la primera irrupción de los parados en las obras. Fueron distribuidos unos diez mil volantes a otros tantos obreros de la construcción para que ese día, lunes, a las ocho de la mañana, se presentasen a trabajar en el lugar que indicaba el volante. No hubo obra en Madrid, grande o chica, donde ese día no se presentasen a trabajar los parados nacionalsindicalistas. Se produjeron 257

incidentes en gran número. En varios sitios fueron recibidos a tiros por los demás trabajadores y hubo heridos por ambas partes. La operación no pudo continuarse en días sucesivos, aun estando preparada también la movilización de otros gremios. Las autoridades lo impidieron clausurando locales y defendiendo las obras y talleres contra la presión violenta de los obreros parados. Pero de aquellas jornadas, la Falange salió con verdadero prestigio entre los trabajadores. El crecimiento de la Organización falangista hacía que también aumentara el odio hacia ella de sus más acendrados enemigos, quienes pretenden cerrarle el paso por el procedimiento habitual: el asesinato. Así, el día 9 es muerto a tiros en San Sebastián el jefe de la Falange local, Manuel Carrión. En los antecedentes de este crimen no debe olvidarse que Carrión, hombre fundamentalmente bueno, de acendrado españolismo, había ordenado la distribución de unas hojas de elogio a España, recordando a los vascos su participación en todas las grandes e históricas empresas españolas. Al día siguiente, otras hojas denigraban esa propaganda españolista y Se pedía su supresión. “Valga la advertencia —terminaban —. No lamentemos luego las consecuencias”. No había transcurrido una hora del asesinato de Manuel Carrión, cuando caía acribillado a balazos el destacado izquierdista Manuel Andrés Casaux, siendo su muerte tan rápida, que sólo tuvo tiempo de pronunciar una blasfemia. En la mañana del día 11, una manifestación silenciosa e impresionante acompañaba los restos mortales de Manuel Carrión. Presidió el duelo el Secretario General de la Falange, Raimundo Fernández Cuesta, al que acompañaba el Gobernador Civil. La manifestación se repite con motivo de los funerales que se celebran el día 12 y que fueron presididos por José Antonio Primo de Rivera, quien se trasladó desde Madrid con este objeto. También las izquierdas forman tras de su muerto el día 12. Su manifestación es iracunda y tumultuosa. El cadáver de Casaux ha estado expuesto en el Círculo de Izquierda Republicana y ante él desfilan muchísimas personas, entre otras Azaña, Indalecio Prieto y Casares Quiroga, llegados expresamente de Madrid. Azaña siente tal impresión al ver el cadáver que sufre un desmayo. Después del entierro y a la salida del cementerio, se canta La Internacional, esparciéndose luego los grupos por la ciudad entristecida, en la que menudean los incidentes. 258

Una vez revestidas las fuerzas marxistas en paradas y desfiles, los directores pasan a foguearlas y a probarlas en la acción mediante escaramuzas maniobreras y de choque, para calcular el rendimiento que pueden dar en las jornadas decisivas que preparan. De pretexto sír 1 ve la Asamblea que el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro se dispone a celebrar en el Monumental Cinema de Madrid. La Generalidad, irritada por la demostración que se proyecta, no oculta su enojo, y puesto que no puede impedirla, trata de dificultarla, poniendo toda clase de trabas para el desplazamiento de cerca de 20.000 catalanes dispuestos a acudir a la Asamblea. En la noche del día 5 de septiembre, grupos de escamots y comunistas recorren las calles de Barcelona dando mueras a la guerra y al fascio, y pistola en mano asaltan el local del Instituto de San Isidro, que saquean e incendian. Las violencias de Barcelona encuentran eco en Madrid. La Casa del Pueblo prepara la huelga general en la capital de España los días 8 y 9 como protesta contra la Asamblea. Pero el Gobierno dice “que está prevenido y cree que no ocurrirá nada”. Los asambleístas empiezan a llegar en la noche del 7. De los diez trenes especiales contratados sólo han podido movilizarse cinco, “por falta de material ferroviario”. Tres proceden de Barcelona y dos de Lérida. Además, miles de asambleístas se desplazan en coches de turismo. Los incidentes comienzan desde que los viajeros ponen pie en Madrid. En la estación de Atocha los conductores de “taxis” se niegan a trasladarlos a los hoteles, y tienen que hacer el trayecto a pie, llevando sus maletas. Más grave es lo que ocurre en los alrededores de la capital, donde grupos de hombres y mujeres, estratégicamente apostados, apedrean al paso a los automóviles que llevan el distintivo de la Asamblea y tratan de incendiarlos, lo que impide la intervención de la Guardia Civil. En medio de este ambiente de drama amanece el sábado 8, y los madrileños, al salir a la calle, advierten que no ruedan los tranvías ni se reparte el pan ni se abren los comercios. La huelga general ha sido declarada “sin previo aviso”, como dice el Gobierno para disculparse, pero con anuncios suficientes para que nadie desconociera lo que iba a ocurrir. Hay que improvisarlo todo, entre el tiroteo que se oye desde primera hora, y apelando al recurso decisivo de los elementos militares. A las tahonas acuden equipos de Intendencia. Soldados de otros Cuerpos y guardias de Asalto ponen en circulación tranvías y autobuses. 259

Soldados también han de encargarse de los servicios de luz, mercado, matadero y limpieza. Grupos de revoltosos obstruyen las vías a las salidas de las estaciones para tratar de interrumpir la circulación de trenes. Desde primera hora corre la sangre. A las seis de la mañana cae asesinado, frente a la Plaza de Toros de Tetuán de las Victorias, un guardia de Seguridad, que prestaba auxilio al conductor de un carro que intentaban volcar los huelguistas. El tiroteo se va extendiendo como una traca a todo lo largo de Madrid, y es muy nutrido en la Puerta del Sol, en la calle de Santa Isabel, en la Glorieta de Quevedo, en las calles de Preciados, Alcalá y Bravo Murillo, en la Puerta de Toledo, en la Plaza del Angel y en los arrabales de Tetuán de las Victorias y Carabanchel. Se intenta asaltar tahonas y comercios y se apedrea o se nace fuego sobre los coches que circulan. Sobre un tranvía se hacen, en la Glorieta de Quevedo, más de cien cusparos. Madrid presenta durante este día un aspecto caótico y desalentador, semejante al de una ciudad rusa en los prolegómenos revolucionarios. Esta vez ya no se trata de un motín, sino de un nuevo ensayo revolucionario muy bien preparado. Las víctimas son muchas. Hay dos muertos en la calle de Santa Isabel; otro muerto y dos heridos en Bravo Murillo; un muerto en la Plaza del Angel; otro en la calle de Preciados; otro en Carabanchel. A primeras horas de la noche, por falta de energía eléctrica, deja de funcionar la radio, desde la que el ministro de la Gobernación ha emitido durante todo el día notas tranquilizadoras y órdenes, entre otras la de que fuesen detenidos los dirigentes obreros y cerrada la Casa del Pueblo y Centros socialistas. No obstante el aspecto catastrófico de la jomada, el principal designio de los marxistas, que era impedir la celebración de la Asamblea, se malogra. Los asistentes tienen que entrar en el Monumental Cinema entre las pedradas y los tiros con que se les recibe desde las calles adyacentes y el estampido de los mosquetones de la fuerza pública que responde a la agresión. Sin embargo, el enorme salón se llena hasta rebosar y el programa se cumple en todas sus partes. La huelga revolucionaria dura sólo 24 horas. La Casa del Pueblo ordena a los obreros que se reintegren al trabajo. Falange Española se ha hecho presente con el reparto de millares de octavillas, que decían entre otras cosas: “El paro ha sido posible por la conducta débil y de pacto del Gobierno y por el miedo y egoísmo de todos. Una minoría audaz se 260

impone. ¿Vais a consentir esta vergüenza? Con vuestra ayuda, Falange Española de las J. O. N. S., con el Gobierno, o a pesar del Gobierno, se compromete a terminar con la huelga definitivamente.” El organizador de la Asamblea asegura estar completamente convencido de la total eficacia de la misma, en el sentido de que se lograrán los objetivos principales. Pero más satisfecho de la jornada parece El Socialista, que canta victoria y se complace en recalcar las humillaciones del Gobierno: “Sin afectación ni hipérbole lo decimos. La clase obrera madrileña demostró ayer nuevamente que no se la vence con facilidad. Más: que está dispuesta a vencer. Debemos estar orgullosos todos los asalariados de la jornada última. Orgullosos, satisfechos y convencidos estamos de que por ese camino de valentía y de acuerdo entre los partidos obreros, se nos abrirán pronto las puertas de la victoria. Y como en Madrid en toda España, camaradas: ¡Adelante, con las banderas en alto!...”

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¡Atención al disco rojo!

Los incidentes y demostraciones bélicas organizados en los meses anteriores por los elementos marxistas, no eran sino síntomas y augurios de que algo grave iba a suceder. Pero en septiembre ya nadie se engaña. Ahora ya no se trata de síntomas prerrevolucionarios, sino que es la revolución misma que irrumpe armada en todas las regiones. En la madrugada del día 11, en las costas de Asturias se descubre un alijo de armas y material de guerra destinado a los socialistas. Unos carabineros de vigilancia en la costa de San Esteban de Pravia observan las maniobras sospechosas de dos embarcaciones, y al dirigirse una pareja a Muros de Nalón, encuentra en un puente una camioneta rodeada por un grupo, que se da a la fuga al acercarse la fuerza. La camioneta, que por cierto, es de la Diputación de Oviedo, contiene sesenta y dos cajas de cartuchería “Mauser”, con un total de 16.000 cartuchos. Las cajas llevan la siguiente inscripción: “Djibuti (tránsito)” y “Fabricados en 1932”. Proceden de la fábrica de Toledo. Se trata de pertrechos de guerra oficiales, lo que aumenta la gravedad del caso. En la misma noche, un guardia municipal de Muros de Nalón ve a varios individuos que llegan a la playa en automóviles y hacen disparos, sin duda para llamar la atención de un barco próximo a la costa. El guardia, que es un afiliado al partido socialista, sospecha de que se trata de alguna empresa de la Falange y se apresura a avisar a la Guardia Civil, que procede a la detención de los que disparaban y de otros que huían en dos coches. Todos los detenidos son significados socialistas, entre ellos un hermano del diputado González Peña. Cuando el guardia denunciante se da cuenta de que se trata de amigos y correligionarios, rompe en gestos y gritos de desconsuelo. Prevenidas las autoridades de Oviedo, se monta un estrecho servicio de vigilancia y se practica gran número de detenciones en toda Asturias. Se averigua que el barco que ha realizado los alijos es el Turquesa, de 197 toneladas. Llevaba a bordo fusiles, ametralladoras, bombas explosivas, gases asfixiantes y cartuchería en gran cantidad, procedente todo del 262

consorcio de Industrias Militares, que lo vendió al conocido financiero don Horacio Echevarrieta, el cual aseguraba que el cargamento estaba destinado a Abisinia. Echevarrieta tenía almacenadas estas armas con el fin de destinarlas a los rebeldes portugueses, cosa que había hecho con la anuencia y ayuda de Azaña y Casares Quiroga. Pero después resultó que los comisionados de los rebeldes portugueses entregaron a los socialistas españoles el armamento adquirido por ellos, cobrando por este traspaso una importante cantidad. El material de guerra aprehendido procedente del Turquesa no es más que una parte: sólo 4.000 kilos de un total de 18.000. Se buscan también unas ametralladoras sustraídas de la fábrica de armas de Oviedo, en la que está organizado desde hace tiempo el robo de fusiles y otros pertrechos. Aquí y allá se descubren en la cuenca minera armas y explosivos, cajas de dinamita y de trilita, pólvora, bidones de líquidos inflamables... Para mayor esclarecimiento de lo ocurrido, el día 24 aparece en el estuario de la Gironda el Turquesa, que entra para reparar averías; como su documentación no está en regla, las autoridades francesas intervienen el barco, a cuyo bordo hay todavía buena parte de su mortífera carga. Según declara el capitán, el Turquesa, que salió de Cádiz, navegó muy al norte del Cabo Finisterre y se adentró en el Golfo de Vizcaya, para virar después en redondo y recalar en San Esteban de Pravia, como si procediera del Este. El alijo se hizo con el auxilio de tres motoras de San Esteban de Pravia y de Gijón. Otra circunstancia casual pone a las autoridades en la pista de nuevos depósitos de armas. Parece como si la Providencia multiplicara los avisos para que se prevenga y salve a España de la catástrofe inminente. Pero se desaprovechan estas ocasiones excepcionales; en vez de ocupar militarmente Asturias, y de poner fuera de la ley a las organizaciones que preparan la insurrección, el Gobierno se contenta con lo que buenamente y auxiliada por el azar hace la Policía, y se atribuye como éxitos los decomisos de unas cuantas docenas de armas y de unos kilos de explosivos, que en realidad sólo son indicios del fondo volcánico sobre el que España vive. La única medida adoptada en Consejo de Ministros del día 14 de suspender todos los actos de carácter público “en lugar cerrado o abierto, sin excepción alguna”, es relajada en favor de las juventudes socialistas y comunistas, ya unificadas, que organizan una concentración en el Estadio 263

Metropolitano de Madrid para protestar contra la prohibición a los menores de edad de intervenir en las luchas políticas. Excepción incomprensible en unos momentos en que se suceden los avisos del huracán que avanza sobre España, cuando afloran por prodigiosa casualidad arsenales y polvorines que la revolución marxista habla ocultado hasta su gran día... En la noche del 14, alumbrada por potentes focos eléctricos que arrancan reflejos de sangre a la infinidad de banderas rojas que se despliegan, se celebra la gran parada que va a preceder a la insurrección. Millares de jóvenes, unos cuarenta mil, desfilan militarmente y uniformados. Pocos son los que se han parado a considerar lo que dijeron los oradores. “La importancia del acto —comenta El Socialista— no residía en la tribuna, sino en las graderías y pistas del Estadio, ennegrecidas por una muchedumbre sobre la que flotaban las banderas rojas de las juventudes proletarias... Una muchedumbre avezada a cumplir con su deber, preparada para cumplirlo y de la que saldrán los obreros que edificarán el nuevo Estado.” Estas tremendas demostraciones de potencialidad que daban las masas rojas tenían atemorizadas a las derechas. Tan sólo unos grupos de valerosos falangistas tuvieron el gesto audaz y decidido de acudir a la demostración roja del Estadio y repartir hojas de propaganda nacionalsindicalista. Ximénez de Sandoval nos cuenta el incidente de esta manera: “Apenas empezado el acto, aquel puñado de falangistas valerosísimos empiezan a arrojar octavillas en las tribunas. Octavillas clamando por la Patria, el Pan y la Justicia; por España Una, Grande y Libre, y aquella otra hoja que decía: “La Falange Española de las J. O. N. S. aguarda a cuantos reclamen el honor inaplazable de alistarse para servir, con riesgo glorioso de muerte, la causa de España. Para los demás todo llamamiento es inútil. No puede pedirse sacrificio de la vida a quien ha comenzado por perder la vergüenza...” “El lanzamiento de las octavillas produjo un momento de estupor. Cuando los falangistas se decidían a hacer eso, es que iban decididos a todo. Gentes para quienes el riesgo de muerte era un “honor inaplazable” y tienen a gala el buscarla de frente, de perfil o de espaldas, son de cuidado. Indalecio Prieto lo advierte y, con gritos ante el micrófono, aconseja a los irritadísimos marxistas la más absoluta calma. Una actitud de violencia contra los falangistas puede originar allí mismo una ensalada de tiros, y él, en plataforma situada en el centro del campo de deportes, ofrece un buen blanco a cualquier pistola hábilmente manejada. Bien 264

puede ser que estén repartidas por el Stadium las veinte o treinta centurias que estuvieron en el aeródromo de Extremadura, y tienen corazón para liarse a balazos con todos. Nada de violencias. La prudente cautela de Prieto prende en los esforzados ánimos marxistas, y a tres o cuatro escuadristas que han sido detenidos se les conduce a la tribuna de los oradores para que protejan con sus cuerpos los de los líderes rojos. Por lo pronto, los falangistas andarán con cuidado antes de apuntar para donde están sus camaradas. No es generosidad de Prieto. Es el miedo insuperable. Guardados por jóvenes rojos, unos muchachos de la Falange escucharon el mitin en el propio tablado de los oradores y luego fueron evacuados del Stadium con los máximos cuidados. La Falange sabía hacerse respetar.” Otra versión que circuló sobre el hecho, al parecer publicada por un periódico izquierdista, fue la de que un grupo de falangistas se mezcló con las milicias marxistas en el interior del Estadio, y dirigiéndose a varios elementos de éstas, les entregaron paquetes de hojas impresas en papel rojo, al tiempo que, saludando puño en alto, les decían: —Salud, camarada. Vete repartiendo estas hojas. Los así requeridos creyendo se trataba de hojas de propaganda comunista, comenzaron a repartirlas, hasta que los lectores, dándose cuenta de que se trataba de propaganda de la Falange, se lanzaron a aporrear a los repartidores. Varios de éstos tuvieron que ser llevados al Hospital y otros, una vez descubierta su identidad marxista, subidos a la tribuna de los oradores como acto de desagravio. Sea cual fuere la versión exacta del hecho, lo cierto es que fue comentadísima la valerosa acción de los falangistas de introducir sus consignas en el Estadio Metropolitano, hirviente aquella noche de milicias rojas. El Gobierno, a la vez que consentía este alarde revolucionario, suspendía el mismo día 14, definitivamente, el proyecto de traslado de los restos de Galán y García Hernández desde el cementerio de Huesca al panteón improvisado por el Ayuntamiento bajo el arco de la puerta de Alcalá. Dicho traslado serviría para concentrar en Madrid 100.000 hombres resueltos de todas las provincias. Disfrazados muchos de ellos de guardias civiles y de asalto, en el momento de la ceremonia se apoderarían de las personas de los ministros y de los resortes del mando. Para que no pueda ser atribuida la suspensión a hostilidad contra los “mártires de la 265

República”, el señor Samper, siempre benigno y blandengue, influye cerca del Consejo Superior de las Ordenes Militares a fin de que informe favorablemente “el expediente de juicio contradictorio para conceder a Galán la laureada de San Fernando por los hechos de campaña realizados en Africa con anterioridad al año 1924”. Pese a la prohibición, es designada una Junta que sigue los trabajos de organización y fija la fecha del 15 de septiembre para el homenaje. Samper no se atreve a enfrentarse con aquellos fantasmas que le desvelan: rectifica el acuerdo del Consejo y se limita a pedir que se alargue el plazo, a fin de que el acto pueda celebrarse con mayor esplendor, para lo cual el Gobierno desea estar representado en la Comisión y que en ella figuren delegados de todos los partidos republicanos. Tan humillante solicitud es rechazada por los contratistas del homenaje con desprecio, y un hermano de Galán, públicamente, dice que el Gobierno es indigno de figurar en dicha ceremonia. Entonces es cuando definitivamente se decide la suspensión del traslado de los restos, porque, según nota oficiosa del Consejo, “se pretendía un movimiento cuyas consecuencias no son fáciles de prever”. Fácilmente previsibles son para cuantos quieran verlas. Todo Madrid sabía que los socialistas se armaban hasta los dientes y que en la capital de España contaban con enormes depósitos de armas y municiones. El día 14, esto es, el mismo en que se celebra el acto del Estadio y con unas horas de anticipación a éste, la policía se ha decidido al fin a practicar un registro en la Casa del Pueblo. Al realizarse esta operación se observa que todas las mesas de las secretarias sindicales están convertidas en depósitos de armas, suspendiéndose el registro durante la noche porque se han encontrado materias inflamables y explosivas, cuya manipulación es peligrosa. El descubrimiento certifica que la Casa del Pueblo es un fortín acondicionado para una larga resistencia; se han encontrado docenas de fusiles, revólveres, pistolas-ametralladoras, centenares de peines “Mauser”, cuchillos de monte, paquetes de dinamita, bombas, 27 cajas de proyectiles, etc., etc. El local queda clausurado y suspendidas las asociaciones profesionales en él domiciliadas. De un descubrimiento se pasa a otro; es como un tejido de punto que se deshace con sólo tirar del hilo, ya que todos los arsenales están unidos por la misma trama. En resumen: va a saber España que el socialismo 266

había hecho de cada ciudad un vivac, y de cada Centro marxista una fortaleza. El día 19, una pareja de la Guardia Civil sorprende en los terrenos de la Ciudad Universitaria —precisamente en el campo de deportes que el Estado ha cedido a la F. U. E.— un camión del que estaban descargando armas y explosivos. Con los conductores es detenido un estudiante de Derecho, dirigente de la mencionada entidad, que se disponía a ocultar la carga en los terrenos universitarios y que era portador de importantes documentos referentes al plan revolucionario. Examinada la carga que transportaba el camión, es clasificada del modo siguiente: 54 cajas de dos cargadores de diez disparos para pistola ametralladora alemana; 60 cajas de cartuchos para fusil; 300 cargadores de cinco disparos para fusil “Mauser”; 34 peines para ametralladoras; cinco lanzallamas y tres fusiles de catorce milímetros para disparar contra blindaje. No ha eliminado la jornada, con este hallazgo, toda la carga mortífera que acumulaba. La policía ha descubierto este mismo día, en un chalet que en la Ciudad Lineal habita el ex-diputado socialista Gabriel Morón, un laboratorio completo para rellenar bombas, 50 kilos de dinamita y una documentación muy interesante. En otros chalets de Chamartín se encuentran 24 granadas de fusil,” dos morteros, una pistola ametralladora, un cajón de caretas para gases asfixiantes, dos fusiles “Mauser”, dos cajones de cápsulas, diez peines de ametralladoras,. cajas de granadas y cartuchos, paquetes de dinamita y otros explosivos. La mayor parte de este material procede de la fábrica de armas de Oviedo, enviado “a título de muestra” al señor Echevarrieta. Ante las pruebas de culpabilidad que contra él se acumulan, decide el Gobierno incautarse de su fábrica de torpedos en Cádiz. Las autoridades marítimas que realizan esta incautación, descubren en el Depósito Franco de dicho puerto unas cajas de blindaje de acero con peso de diez toneladas consignadas al señor Echevarrieta, y en Sevilla son decomisados tres tractores automóviles, también del mismo dueño, que mediante fácil operación podían ser convertidos en carros de combate. En la última quincena de septiembre, y sin duda para tratar de desviar la atención de los preparativos revolucionarios de los marxistas, comenzó Mundo Obrero, el órgano de los comunistas, a publicar unas informaciones espectaculares acerca de la organización interior y de los propósitos del nacional-sindicalismo. Diariamente, durante más de dos semanas y con el título general de “El Fascismo por dentro.—F. E. de las J. O. N. S.: 267

Organización del crimen al servicio del capitalismo”, publicó unos relatos fantásticos, folletinescos, denunciando una serie de crímenes “en proyecto” y “sacando a la luz” las “tenebrosidades” de los grupos armados, así como las peripecias y vida anecdótica de la Falange. Era todo, desde luego, pura fantasía; pero ciertos detalles que se referían a eso que hemos llamado “vida anecdótica”, la publicación de facsímiles de circulares y de otros documentos, etc., revelaba que el autor de aquellas truculencias era algún afiliado en funciones de espionaje, o alguien que recibía de éste las informaciones necesarias para ello. Se supo al fin que el autor, o por lo menos quien hacía la primera redacción, luego quizá modificada injertándole aquí y allá fraseología marxista, era, en efecto, un afiliado apellidado Calero. Era este Calero un ex-legionario de Africa que mató a la novia y se dedicó luego en la cárcel a hacer literatura y amistades con los políticos de todos los colores, desde el equipo republicano de diciembre del 30 hasta los monárquicos del 10 de agosto. Cuando le pusieron en libertad, comprendido en un indulto, apareció un buen día por el local de Falange, y allí, como era despejado, le permitieron colaborar en los trabajos de organización sindical. Los comunistas se valieron, para inducirle a traición, de una militante roja llamada Carmen Mean a, empleada del “Metro”, que había estado en Rusia. Al sentirse descubierto, Calero huyó de Madrid. No se supo si por miedo, por vergüenza o por qué otra causa. Al poco tiempo apareció muerto a tiros en Barcelona. Pese a que el Gobierno declara el día 23 de septiembre el estado de alarma y adopta diversas medidas de precaución y vigilancia, los revolucionarios rojos continúan febrilmente sus preparativos. Los separatistas catalanes piensan que el momento catastrófico que se va a producir es el más indicado para ganar, en tal confusión, la ambicionada independencia. Unidos con los sectores insurgentes para la operación de derribo, se proponen desentenderse de sus aliados tan pronto como aquél se haya producido, para ventilar por su cuenta el asunto que principalmente les atañe: el suyo. Orgullosos de su fuerza, persuadidos de que su acometida será irrefrenable, ciegos por la soberbia y el odio, los separatistas van a precipitar el desenlace, aunque por un instante parezca que la calma renace 268

en Cataluña. Al homenaje que se tributa en Barcelona al exjefe de Seguridad del Gobierno autónomo, Badia, cuya dimisión impuso Samper, asisten separatistas vascos y gallegos y el propio presidente de la Generalidad, Companys, en cuya presencia y con cuyo aplauso Badia se jacta de haber formado una fuerza de choque al servicio de Cataluña, “que podrá convertirse en el Ejército catalán que defienda su libertad absoluta e integra”. Todos los discursos son arengas antes del asalto. En este acto Ventura Gassol vomita toda su hiel antiespañola en párrafos como éstos: “Un odio glorioso arrasa una montaña. Nuestro odio contra la vil España es gigantesco y loco, grande y sublime: hasta odiamos el nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones y su puerca Historia... Y hasta sus propios hijos maldecimos... Estad alerta: el que tenga hoz, con la hoz; el que tenga herramientas, con ellas; el que sepa manejar el volante, dispuesto a ir al coche o al avión.” Encontrándose España en esta caótica situación, el Jefe de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, que ya había anunciado que los falangistas lucharían con todas su fuerzas para evitar la catástrofe, comprende que sólo el Ejército podría hacer frente con probabilidades de éxito al trance angustioso que se avecinaba. Sólo el Ejército conducido por un jefe como Franco, en quien se aúnan la ciencia y la prudencia, el amor a la Patria, el valor personal y el alejamiento de todo partidismo político. Por eso se decide a escribir al ilustre General esta histórica carta: Madrid, 24 de septiembre de 1934 Excmo. Sr. D. Francisco Franco. Mi General: Tal vez estos momentos que empleo en escribirle sean la última oportunidad de comunicación que me quede; la última oportunidad que me quede de prestar a España el Servicio de escribirle. Por eso no vacilo en aprovecharla con todo lo que, en apariencia, pudiera f ello tener de osadía. Estoy seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglones el verdadero sentido de mi intención y no tiene que esforzarse para disculpar la libertad que me tomo. Surgió en mí este propósito, más o menos vago, al hablar con el ministro de la Gobernación hace pocos días. Ya conoce usted lo que se prepara: no un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerle en España). 269

Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo. Y compuestos de armas magníficas, muchas de ellas de tipo más perfecto que las del Ejército regular. Y en manos expertas que, probablemente, van a obedecer a un mando peritísimo. Todo ello dibujado sobre un fondo de indisciplina social desbocada (ya conoce usted el desenfreno literario de los periódicos obreros), de propaganda comunista en los cuarteles v aun entre la Guardia Civil, y de completa dimisión, por parte del Estado, de todo serio y profundo sentido de autoridad. (No puede confundirse con la autoridad esa frívola verborrea del ministro de la Gobernación v sus tímidas medidas policiacas, nunca llevadas hasta el final.) Parece que el Gobierno tiene el propósito de no sacar el Ejército a la calle si surge la rebelión. Cuenta, pues, sólo con la Guardia Civil y con la Guardia de Asalto. Pero, por excelentes que sean todas estas fuerzas, están distendidas hasta el límite al tener que cubrir toda el área de España, en la situación desventajosa del que, por haber renunciado a la iniciativa, tiene que aguardar a que el enemigo elija los puntos de ataque. ¿Es mucho pensar que en un lugar determinado el equipo atacante pueda superar en número y armamento a las fuerzas defensoras del orden? A mi modo de ver, esto no era ningún disparate. Y, seguro de que cumplía con mi deber, fui a ofrecer al ministro de la Gobernación nuestros cuadros de muchachos por si, llegado e1 trance, quería dotarlos de fusiles (bajo la palabra, naturalmente, de inmediata devolución) y emplearlos como fuerzas auxiliares. El ministro no sé si llegó siquiera a darse cuenta de lo que le dije. Estaba tan optimista como siempre, pero no con el optimismo del que compara conscientemente las fuerzas y sabe las suyas superiores a las contrarias, sino con el de quien no se ha detenido en ningún cálculo. Puede usted creer que cuando le hice acerca del peligro las consideraciones que le he hecho a usted, y alguna más, se le transparentó en la cara la sorpresa de quien repara en esas cosas por primera vez. Al acabar la entrevista no se había entibiado mi resolución de salir a la calle con un fusil a defender a España, pero sí iba ya acompañada de la casi seguridad de que los que saliéramos íbamos a participar dignamente en una derrota. Frente a los asaltantes del Estado español, probablemente calculadores y diestros, el Estado español, en manos de aficionados, no existe. 270

Una victoria socialista, ¿puede considerarse como mera peripecia de política interior? Sólo una mirada superficial apreciará la cuestión así. Una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera, no sólo porque las esencias del socialismo, de arriba abajo, contradicen el espíritu permanente de España, no sólo porque la idea de Patria, en régimen socialista, se menosprecia, sino porque, de modo concreto, el socialismo recibe sus instrucciones de una Internacional. Toda nación ganada por el socialismo desciende a la calidad de colonia o de protectorado. Pero, además, en el peligro inminente hay un elemento decisivo que lo equipara a una guerra exterior, éste: el alzamiento socialista va a ir acompañado de la separación, probablemente irremediable, de Cataluña. El Estado español ha entregado a la Generalidad casi todos los instrumentos de defensa y le ha dejado mano libre para preparar los de ataque. Son conocidas las concomitancias entre el socialismo y la Generalidad. Así, pues, en Cataluña la revolución no tendría que adueñarse del Poder: lo tiene ya. y piensa usarlo, en primer término, para proclamar la independencia de Cataluña. Irremediablemente, por lo que voy a decir. Ya sé que, salvo una catástrofe completa, el Estado español podría recobrar por la fuerza el territorio catalán. Pero aquí viene lo grande: es seguro que la Generalidad, cauta, no se habrá embarcado en el proyecto de revolución sin previas exploraciones internacionales. Son conocidas sus concomitancias con cierta potencia próxima. Pues bien: si se proclama la República independiente de Cataluña, no es nada inverosímil, sino al contrario, que la nueva República sea reconocida por alguna potencia. Después de eso, ¿cómo recuperarla? El invadirla se presentaría ya ante Europa como agresión contra un pueblo que, por acto de autodeterminación, se había declarado libre. España tendría frente a si, no a Cataluña, sino a toda la antiespaña de las potencias europeas. Todas estas sombrías posibilidades, descarga normal de un momento caótico, deprimente, absurdo, en el que España ha perdido toda noción de destino histórico y toda ilusión por cumplirlo, me ha llevado a romper el silencio hacia usted con esta larga carta. De seguro, usted se ha planteado temas de meditación acerca de si los presentes peligros se mueven dentro del ámbito interior de España o si alcanzan ya la medida de las amenazas externas, en cuanto comprometen la permanencia de España como unidad. 271

Por si en esa meditación le fuesen útiles mis datos, se los proporciono. Yo, que tengo mi propia idea de lo que España necesita y que tenia mis esperanzas en un proceso reposado de madurez, ahora, ante lo inaplazable, creo que cumplo con mi deber sometiéndole estos renglones. Dios quiera que todos acertemos en el servicio de España Le saluda con todo afecto, José Antonio Primo de Rivera. El día 27 de septiembre se produce un hecho de consecuencias inmediatas. La crisis de Gobierno esperada y prevista es ya inevitable. Reunido el Consejo Nacional de la C. E. D. A., decide “no prestar ayuda parlamentaria a Gobiernos que, por su estructura y debilidad, den a la opinión pública una sensación de cosas interinas”. Al día siguiente los radicales secundan a la C. E. D. A. y acuerdan “no apoyar a Gobierno alguno que tenga por base el partido radical, sin la presencia en la cabecera del banco azul de su jefe don Alejandro Lerroux”. Los radicales, en la misma reunión, “sin admitir ni soportar vetos” aceptan colaborar “con todos los partidos que hayan explícitamente aceptado la legalidad republicana”. Es la crisis, es la entrada de la C. E. D. A. y es también la revolución, según órdenes que circulan para que comience tan pronto como los hombres de Acción Popular intervengan en el Gobierno. Los avisos de El Socialista no permiten dudar: “Las nubes —presagia el día 27 de septiembre— van cargadas camino de octubre: repetimos lo que dijimos hace unos meses: ¡Atención al disco rojo! El mes próximo puede ser nuestro Octubre. Nos aguardan jornadas duras. La responsabilidad del proletariado español y sus cabezas directoras es enorme. Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado. Y nuestros planes de socialización.” El Parlamento, en la tarde del día 1.º de octubre, ofrece el aspecto de las jornadas históricas. Rebosante, bullente y nervioso. El único inaccesible a aquel oleaje de pasión que azota a la Cámara, que sube de los escaños y desciende de las tribunas, es el Jefe del Gobierno, que posee unas facultades aisladoras que le inmunizan contra la emoción y le permiten ignorarlo todo. En su discurso dice que no acierta a comprender la hostilidad a su política, que considera la más adecuada y conveniente. 272

El señor Gil Robles es el primero que se levanta para exigir cuentas al Gobierno, manifestando durante su discurso y dirigiéndose al señor Samper, que “se ha demostrado que es preciso una rectificación y que su señoría no es el indicado para hacerla”. Estas palabras son la sentencia del Gobierno. Al oirías todos comprenden que en aquel momento los ministros han quedado electrocutados en el mismo banco azul. El jefe de la C. E. D. A. pide participación en el Gobierno que se forme para dar satisfacción a la voluntad popular, claramente expresada en las elecciones de noviembre de 1933. Unicamente Samper resiste y habla como un sonámbulo de los aciertos de su gestión gubernamental. El Conde de Romanones no puede contenerse y exclama: “Esto es una tomadura de pelo”. Otros gritan a Samper: “¿Qué hace falta decirle a su señoría para que se marche?” Por fin, el Jefe del Gobierno anuncia que los ministros se retiran a deliberar durante diez minutos. Cuando se reanuda le sesión —a las siete y diez—, un secretario lee la comunicación oficial de la crisis, y las sesiones se suspenden hasta nuevo aviso. Aquella noche circulan por Madrid las versiones más disparatadas. Un aire fiero de revolución pasa por las calles, que vigilan patrullas de Caballería y camiones de guardias de Asalto. En los suburbios, cinturón rojo de la capital, manos temblorosas desentierran pistolas y manipulan paquetes de dinamita. El Socialista escribe: “En pie y con ánimo inmodificable están al presente todos los trabajadores de España... Todos los trabajadores están a la espera de la crisis insoslayable y prevista por el juego de las fuerzas en jaque: marxistas y antimarxistas. Si se nos pidiera un consejo, lo daríamos en una sola palabra: Rendíos”. Sus hombres han recibido ya la orden de movilizarse, porque la hora se aproxima. La hora H del asalto, determinada por la entrada de la C. E. D. A. en el Poder. ¡Atención al disco rojo! A primera hora del día siguiente —martes 2— empiezan las consultas protocolarias, y a las siete de la tarde es encargado de formar Gobierno el señor Lerroux. Este lo constituye con miembros de su partido y otros centristas, dando entrada a los derechistas de la C. E. D. A. en tres carteras: Justicia, Trabajo y Agricultura. ¡Ya estaba la C. E. D. A. en el Gobierno! Pocos días antes, y refiriéndose al Gobierno Samper, había dicho Gil Robles: “No consentiremos ni un momento más que continúe este estado de cosas. Si 273

no se encuentran con fuerza para evitarlo, que se aparten, porque los arrollaremos”. Lástima que todo este ímpetu arrollador de Gil Robles se redujera a incrustar a tres cedistas en el Gobierno y a sustituir en Gobernación a Salazar Alonso por don Eloy Vaquero, hombre opaco, masón y sectario, a quien en su pueblo llamaban el Matacristos. Por la noche toma posesión de su cargo el nuevo Jefe del Gobierno. El momento es tan crítico que no admite espera. La revolución, al acecho, empieza a salir a la calle. El Socialista ha dado la consigna: “Hemos llegado al límite de los retrocesos. Se nos ha embromado bastante a los españoles para que nos prestemos propicios a transigir con una amenaza sangrienta. La consigna es particularmente severa: ni un paso atrás. ¡Adelante! Todos!.. En guardia, en guardia...” Los socialistas aceleran sus preparativos. Es el momento de llevar a la práctica lo que ha sido obsesión política de toda su vida: la revolución con todas sus consecuencias, el asalto al Poder, la lucha a mano armada en las calles contra las fuerzas que defienden al Estado, el golpe terrorista y el combate sangriento... ¡Cómo no han de sentir muchos de ellos, burgueses, bien acomodados, catedráticos, doctores, burócratas en cargos de privilegio, pánico y temblor por las horas que se aproximan! Pero a su lado están los revolucionarios natos, los fanáticos, los hombres de acción. Es el grupo de Largo Caballero: el de los obreros manuales convertidos en legisladores. Apenas saben leer y escribir, pero tienen conciencia de lo que se proponen. Han soñado con la revolución sangrienta y niveladora y, ahora que se inicia, se incorporan a ella alborozados. La consigna corre por Madrid con la celeridad del relámpago. La revolución es en el primer momento como una descarga eléctrica que estremece a todos los organismos. Algo impalpable y vago, que va por el espacio como un aliento venenoso o como una onda diabólica que llena los ámbitos. —Mañana huelga general revolucionaria —se dice en los cafés. —’Mañana huelga general —se repite en las salas de espectáculos. —Mañana no habrá “taxis” —anuncian los conductores al servir a sus últimos clientes. Los serenos despiden a los vecinos cuando regresan éstos a sus hogares: —Mañana huelga revolucionaria. 274

Algunos impacientes no aguardan ni a que alboree el día. Situados al final de la calle de Alcalá detienen a los tranvías y ordenan a sus ocupantes que hagan el trayecto a pie. Camiones con equipos militares van hacia las tahonas, fábricas de electricidad, estaciones del “Metro” y ferrocarriles. A la madrugada un gran silencio pesa sobre Madrid, ahogados todos sus ruidos por la emoción que oprime los corazones. Sólo hay un hombre que, perdido en la estratosfera o en el limbo, pretende engañarse o engañar a los españoles con afirmaciones fatuas. Es el ministro de la Gobernación, señor Vaquero, que ya de madrugada, ante los periodistas asombrados, exclama: “La tranquilidad reina en España. El Gobierno tiene tomadas sus medidas y está seguro de que imperará la cordura en los partidos políticos y se restablecerá la tranquilidad dentro del régimen democrático, liberal y parlamentario.” En aquellos instantes sonaban disparos lejanos, como en las noches de verbena de las barriadas. Tiros que ya han abierto las fuentes de sangre, que en estos momentos manchan las losas y guijarros en algunos arrabales. A las diez de la mañana de aquel mismo día —4 de octubre— comenzaba sus tareas el I Consejo Nacional de la Falange. El Consejo se reunió en un salón de la planta baja del chalet de Marqués del Riscal, donde estaba instalado el Centro de la Falange. Presidió José Antonio, rodeado de la Junta de Mando. Al comenzar la sesión, pronunció unas emocionadas palabras de recuerdo para los falangistas muertos y de saludo a los Consejeros, e inmediatamente, en distintas habitaciones, se reunieron las Ponencias. La primera reunión plenaria se celebrarla al día siguiente. Hasta el lugar en que se encontraban reunidos los Consejeros de la Falange llegaba el sordo rumor que presagiaba la tormenta. Por si fuera necesario, ya se había dado orden a los muchachos de Primera Línea para que estuvieran preparados desde primera hora del día siguiente, por si había que empuñar el fusil. Y, contrastando con la preocupación tristona del resto de la ciudad, en el palacete de Marqués del Riscal había una alegre nerviosidad, un juvenil ardimiento, porque los falangistas presentían la posibilidad de que, en vez de la lucha sorda y aislada contra el enemigo, pudiera batírsele a banderas desplegadas. Aquella noche José Antonio gustó de mostrar su serenidad frente al riesgo. A eso de las doce fue con cuatro o cinco camaradas al Ministerio de la Gobernación para ofrecer al Gobierno la Falange como instrumento de 275

lucha y de combate contra los rojos y separatistas. La Puerta del Sol era un hervidero. Allí se reunían los obreros, las milicias marxistas, para cambiar impresiones antes del intento de asalto al Poder. A la salida del centro oficial, José Antonio obligó a su acompañantes a dar una vuelta por la famosa “acera roja”. Lo raro fue que no le mataran allí mismo. Porque indudablemente había cientos de hombres armados ya, y si no dispararon contra él fue, sin duda, porque les imponía con su valor impasible y sereno, exento de jactancia; con su fluido magnético de hombre creado para mandar y, por ello, con un corazón inaccesible al miedo. Madrid se despierta el día 5 de octubre arropado en un hondo y largo silencio: ni rodar de coches, ni campaneos de tranvías, ni pregones de vendedores matutinos. A las casas no llega el pan ni la leche de los desayunos. Los bares en que toman su primer café los empleados no han abierto; y ante sus escaparates, que conservan las persianas echadas, los tenderos irresolutos se consultan unos con otros; ¿Abriremos o no? Algunos optan por hacerlo, pero se encuentran sin dependencia. Otros, los más, se retiran a sus casas medrosos. Las calles toman ese aspecto triste de las grandes jornadas silenciosas; el Viernes Santo o el Primero de Mayo. La orden de paro se ha impuesto desde primera hora como una inflexible consigna. Pero conforme avanza la mañana, se animan las calles con la afluencia de curiosos. Gente novelera que quiere verlo todo. “En España —ha escrito Armando Palacio Valdés— nada hay que nos regocije tanto como oír en la calle unos tiros o una desvergüenza: estamos ávidos de sensaciones fuertes; la monotonía nos causa tedio; queremos, en una palabra, divertirnos”. —¡Alto! —¡Manos arriba! Apenas los curiosos se han aventurado unos metros en cualquier calle, las voces autoritarias de los guardias de Asalto o Civiles los detienen. Unos mosquetones los encañonan, mientras que un agente de Policía los cachea. Se les deja seguir, pero advirtiéndoles: —¡Sin bajar los brazos! ¡Sin volver la vista! El buen humor de los madrileños no se ha perdido, y el espectáculo de los caminantes con los brazos en alto da origen a risas y frases agudas, con las que las gentes alivian sus largas esperas en las filas que se han formado ante las tahonas. 276

Como no se venden periódicos, la fantasía popular emprende los más disparatados vuelos. Se habla de sangrientas batallas nocturnas, de montones de muertos en ciertos barrios. De que las calles de Cuatro Caminos están llenas de tricornios y guerreras abandonadas por los guardias civiles. Hábiles en el infundio, los revolucionarios los tejen a la medida de su conveniencia. Se sabe que el Cuartel del Regimiento de Infantería número 6, sito en la calle de Moret, ha sido atacado por milicianos socialistas que utilizaron una ametralladora, y que también fue atacada la Escuela Automovilística de Carabanchel. Dos de los asaltantes quedaron muertos y varios heridos. A las nueve de la mañana, el ministro de la Gobernación habla por “radio”. Declara que ha comenzado en Madrid una “huelga ilegal como protesta injustificada contra la constitución del nuevo Gobierno” y que “el criminal intento será reprimido enérgicamente”. La arenga tiene un regatón que impresiona. Se previene a las personas pacíficas “que se retiren a sus casas antes de las ocho de la noche, porque la fuerza pública disparará sin previo aviso sobre todo bulto sospechoso”. A las diez y media de la mañana, el nuevo Gobierno presidido por Lerroux, celebra su primer Consejo. “El Gobierno —dice la nota oficiosa — ha examinado detenidamente la situación del orden público en España... Hay un movimiento general subversivo que presenta idénticos caracteres allí donde se ha exteriorizado. Estamos, pues, en presencia de una acción revolucionaria con propósitos idénticos, plan estudiado y dirección única. Los sucesos y los desórdenes han culminado en Asturias y el Gobierno se ha creído en el caso de declarar el estado de guerra en aquella región”. Un viento de fronda sopla sobre Madrid, que adquiere, a medida que avanza el día, un colorido de tragedia. En varias calles y barriadas extremas son apedreados los comercios abiertos y se intenta su asalto. Cuando la guardia de Palacio desfila después del relevo por la Plaza Mayor, es hostilizada y tiene que hacer fuego para defenderse. En Telégrafos averían intencionadamente algunas líneas, y el sabotaje llega hasta el mismo recinto del Palacio presidencial, donde abandonan el servicio los oficiales de la centralilla allí instalada. Durante todo el día menudean los incidentes: Incendios de autos, tiroteos, explosiones... En la mañana de este día 5 de octubre, los consejeros de Falange fueron llegando al centro social para reanudar sus tareas. Habían perdido interés, en verdad, las discusiones y los temas. La historia viva y sangrante se imponía a las discusiones doctrinales. 277

Pronto se comprendió en el Consejo que lo que importaba era despachar lo necesario para que la Falange se consolidase internamente, liquidando toda latencia escisionista, que ya venía apuntando en ciertos sectores de antiguos jonsistas. Si frente a la realidad combativa del país — en guerra civil ya— se quería que la Falange fuera un instrumento apto para lograr la conquista del Estado, había que liquidar previamente por dentro cuanto supusiera debilidad íntima. Al pasar el Consejo a aprobar los estatutos de la Falange, la lucha más enconada se libró en torno al problema de las características de la jefatura. Eran partidarios del Triunvirato bastantes jonsistas y algunos falangistas. Por fin fue aprobada la jefatura única, si bien por el escaso margen de 17 votos contra 16. En la sesión de la tarde, Sánchez Mazas propuso se nombrara jefe nacional a José Antonio Primo de Rivera, propuesta que suscitó el entusiasmo general. Ledesma Ramos se levantó y mostrando una nobleza generosa, se asoció a la propuesta, reconociendo que el más indicado de todos para puesto de tal responsabilidad era José Antonio. Elegido Jefe por aclamación, José Antonio, como es natural, aceptó. Su discurso al aceptar no tuvo un párrafo de gracias. Fue un juramento cálido de llegar al final de su mandato sin otro orgullo que el de España, y el de la Falange, sirviéndolas con toda la fe, con toda la fuerza y con toda la sangre, si preciso fuera. Mientras tanto, la revolución sigue caminando por Madrid con paso siniestro. La llegada de la noche aumenta la inquietud, y a favor de sus sombras crece la audacia de los emboscados. En la calle de San Bernardo cae asesinado un guardia de Seguridad. Piquetes de soldados han encendido los faroles, pero grupos de revoltosos que siguen sus pasos cautelosamente, los rompen a pedradas o tiros. Salen algunos periódicos confeccionados por personal no marxista y sus ejemplares son vendidos, desde camiones custodiados por la fuerza pública, por jóvenes adeptos a los partidos derechistas. “Serán derrotados”, se lee en grandes titulares en la primera página del periódico cedista El Debate. Y todos los demás repiten y difunden esta alentadora consigna. Pero es pronto para cantar victoria. La calma relativa de este día es un efecto de la táctica de los revolucionarios, que no han empleado aún sus fuerzas de choque dispuestas para el ataque, que se lanzarán de improviso sobre un punto determinado en la hora H del día D, “según tiene 278

determinado su Estado Mayor”. Los tiroteos, las escaramuzas aisladas, tienden sólo a crear el ambiente de terror necesario antes de dar el golpe. Todas las Casas del Pueblo y centros extremistas de España han sido cerrados. En la Cárcel Modelo de Madrid ingresan más de cuatrocientos detenidos. De provincias llegan noticias graves. La sangre corre abundante en Asturias, Guipúzcoa, Santander y Vizcaya. Lerroux se queja amargamente ante los periodistas de lo que ocurre, “porque todas las injusticias se acumulan en el horizonte contra mí... Pero supongo que no habrá necesidad de disparar las armas...”. El monólogo del jefe del Gobierno queda cortado a veces por secos estampidos. Son los “pacos”. Las terrazas y tejados de Madrid se han poblado de tiradores invisibles que han entrado en acción y disparan para sembrar pánico. El día 6 nace cargado de infaustos presagios. El aspecto de las vías públicas no se presta a alimentar demasiado optimismo. Circulan escoltados por fuertes retenes pocos tranvías, conducidos por soldados de Ingenieros. La circulación origina, desde primera hora, incidentes sangrientos. En la calle de Atocha, un soldado cae muerto de un balazo en el cráneo. Un cabo de Asalto es asesinado en la calle de Bravo Murillo por una descarga a quemarropa. Los ministros vuelven a reunirse en Consejo bajo la presidencia del señor Alcalá Zamora, quien les aconseja “que estén a la altura de las circunstancias y no sientan claudicaciones en la defensa del orden y la ley”. La revolución tiene ya tal fuerza, especialmente en Asturias, que sólo puede ser derrotada por el Ejército. Pero el Ejército no sólo está anémico y anquilosado, fruto del paso de Azaña por el Ministerio de la Guerra, sino que muchos de sus jefes y oficiales no son de fiar. Por eso, el ministro de la Guerra piensa desde el primer momento en el Comandante General de Baleares, don Francisco Franco, cuyo genio militar admira. Sabe que está en Madrid con permiso, después de haber participado como asesor del ministro en las maniobras militares de León, celebradas a fines de septiembre. Ordena que se le busque con toda urgencia. Densos y negros nubarrones entenebrecen a estas horas el horizonte nacional. Durante la tarde, los más graves rumores circulan respecto a Cataluña. Companys y Dencás, al mismo tiempo que prometen al Jefe del Gobierno y al ministro de la Gobernación que mantendrán celosamente el orden, disponen el alzamiento insurreccional. Radio Barcelona lanza toda la tarde noticias tendenciosas favorables para los insurrectos, y las 279

confidencias que posee el Gobierno aseguran que la Generalidad aguarda sólo a que las fuerzas gubernamentales estén comprometidas en Asturias, para sumarse francamente a la revuelta y dar el golpe mortal sobre seguro. Mientras tanto, el Consejo Nacional de la Falange continuaba sus tareas, presidido ya por José Antonio como jefe nacional. En realidad, la mayor parte de este día 6 se invirtió en preparativos para la salida de la Falange a la calle, pues se rumoreaba que la Generalidad iba a secundar a los revolucionarios, proclamando, incluso, la independencia de Cataluña y generalizando la lucha. Esto representarla, quizás, la necesidad para el Gobierno de aceptar todos los apoyos, incluso el temido de los falangistas. En una de las sesiones del Consejo celebradas este día, al discutirse sobre el uniforme que debían adoptar los falangistas, José Antonio manifestó que “la Falange tiene que ser, desde ahora mismo, una organización rotunda, varonil, firme; más, si cabe, que antes. Precisamos un color de camisa neto, entero, serio y proletario. He decidido que nuestra camisa sea azul mahón” Finalmente, el Consejo concedió poderes a la Junta Política —cuya elección íntegra debía corresponder por esta vez a José Antonio— para que redactase las bases programáticas del Movimiento, determinando así los principios políticos que el mismo habría de perseguir. Y el Consejo terminó en la noche del 6 sus sesiones, porque urgía a los camaradas de provincias regresar a su residencia, a fin de controlar la participación de sus organizaciones en la liquidación de los sucesos revolucionarios. Pero antes de esto, uno de los consejeros había hecho la propuesta de que se organizase una manifestación para animar al pueblo madrileño y con el fin de demostrar a las gentes y al Gobierno que hay una fuerza activa y decidida que está terminantemente en contra de todo lo que de separatismo y marxismo hay en esta subversión. La propuesta pareció absurda a algunos, que la encontraban irrealizable, ya que había orden de que la fuerza pública disparara sin previo aviso contra todo grupo estacionado en la vía pública que pasase de tres personas. Tan sólo Onésimo —ardiente siempre y dispuesto a la acción— y el mismo José Antonio, midieron exactamente la importancia que tenía el que 280

la Falange aprovechara la coyuntura para mostrarse en la calle en oposición a los rebeldes. —La propuesta es muy interesante. Lo malo es que hay que ver si es viable —dijo José Antonio—. Yo dispondré si puede llevarse adelante. Aquella misma noche, José Antonio dio la orden de que en la mañana del domingo, día 7, la manifestación se hiciera. Mientras esto ocurría en el Centro falangista de la calle del Riscal, un hecho grave se estaba produciendo en la Puerta del Sol: el intento de asalto al Ministerio de la Gobernación. A las ocho y media de la tarde sonaba un tiro de revólver en la plaza. Nadie le había prestado demasiada atención. pero apenas transcurridos unos segundos, se oye una descarga cerrada que se convierte en un fuego graneado, nutrido y continuado. “La iluminación de los despachos del Ministerio —cuenta Lerroux— sirve de blanco a los “pacos”, que disparan desde tejados, balcones y terrazas. La Guardia Civil, a cuerpo limpio, destaca la silueta sobre el marco de luz, responde a las agresiones de los “pacos” y procura cazarlos guiada por los fogonazos”. Las luces del Ministerio se apagan y los guardias de Asalto responden al ataque briosamente. El tiroteo prosigue y se corre por las calles vecinas hacia otras zonas de Madrid, y llega a ser tan intenso y constante, que da la impresión de que ha irrumpido un ejército invasor que se dispone a tomar la ciudad por asalto. Las milicias socialistas y comunistas se han lanzado al ataque. Es su primera gran acción en masas y de fuerza. Al mismo tiempo que a Gobernación han atacado la Telefónica, el Ministerio de Agricultura, el Palacio del Congreso, la Dirección General de Seguridad, las Comisarías de Vigilancia de Buenavista, Atocha, Universidad y Cuatro Caminos, la Central Telefónica de la calle de Hermosilla y el domicilio particular de Gil Robles. En todas estas refriegas resultan muchos muertos y heridos, y aumentan la confusión y el pánico del pueblo los estampidos de bombas y petardos que estallan en sitios diferentes. En este momento, sobre las nueve de la noche, salen dos secciones del Regimiento de Infantería núm. 13 a proclamar el estado de guerra en Madrid. El vecindario sigue anhelante las evoluciones de los soldados y una tremenda incertidumbre atenaza a todos. ¿Con quién se irá el Ejército? Pero cuando, después de redoblar los tambores y sonar las cornetas, lee el 281

oficial el bando del Jefe de División, y la tropa permanece firme y obedece sumisa las órdenes, la atroz pesadilla se disipa. ¡Ya no quedan dudas! Y arrostrando el peligro de los disparos sueltos, los vecinos salen a los balcones y aclaman a España. Poco antes, a primera hora de la noche, cuando el tiroteo era ya intenso, un hombre vestido de paisano atraviesa la puerta del Ministerio de la Guerra, erizado de bayonetas: Uno de los centinelas le corta el paso v el oficial de guardia le reconoce. Es el general Franco. Cuando penetra en el despacho del ministro, éste le dice: —Le esperaba con verdadera impaciencia. He mandado a varios emisarios en su busca. Le necesito. —Estoy a sus órdenes —responde. Y sin más preámbulos ni pérdidas de tiempo, se pone a examinar el fajo de telegramas que hay sobre la mesa. Ante aquella realidad desoladora, otro menos resuelto hubiera vacilado. España arde de punta a punta en estos momentos: paro general, agresiones contra los trenes, insurrección en Cataluña, sublevación sangrienta en Asturias, que pone en grave peligro a Oviedo y a Gijón. La fábrica de armas a punto de caer en manos de los mineros. El ministro espía el rostro del lector para ver el efecto que estos mensajes le producen. Pero el general Franco permanece impasible. Sólo al final, refiriéndose a los telegramas de Asturias que retiene en sus manos, exclama: — ¡Esto es grave! En Oviedo no hay fuerzas para hacer frente a la insurrección... Sin vacilaciones indica el remedio: el transporte a la Península de las fuerzas de Africa. El Gobierno se siente fortalecido en su confianza y firme. La razón de aquella seguridad y de aquel optimismo no es propalada. Pero cada ministro dirá a sus íntimos, para levantar el ánimo de los decaídos y asegurarles la esperanza, una noticia que después conocen los centros políticos y que tiene efectos reactivos. —Franco está en el ministerio de la Guerra. El panorama cambia. En aquel horizonte turbulento, denso, cuajado de tempestades, se abre un claro de luz, prometedor de ventura. Ya no asusta la noche, esa noche aterradora y lóbrega en la que brillaban los ojos 282

de los lobos de la anarquía en acecho, y en la que penetraba vacilante España. Un hombre había cogido en sus manos el timón, y la nave de la Patria afrontaba la tempestad con la garantía de salir victoriosa.

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La insurrección separatista

Durante la noche del 6 al 7 de octubre el paqueo prosigue en Madrid insistente, como cruel tormento de nervios. No se puede transitar por las calles y la fuerza pública se limita a guarecerse tras las esquinas y en los portales de las casas en espera de que amanezca. A las diez, el Jefe del Gobierno habla por “radio” a toda España, y en su proclama se refleja/ como en un espejo, la gravedad del instante. Dice lo siguiente: “A la hora presente, la rebeldía, que ha logrado perturbar el orden público, llega a su apogeo. Afortunadamente, la ciudadanía española ha sabido sobreponerse a la insensata locura de los mal aconsejados, y el movimiento, que ha tenido graves y dolorosas manifestaciones en pocos lugares del territorio, queda circunscrito, por la actividad y el heroísmo de la fuerza pública, a Asturias y Cataluña. En Asturias, el Ejército esta adueñado de la situación, y en el día de mañana quedará restablecida la normalidad. En Cataluña, el Presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le imponen su cargo, su honor y su autoridad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. “Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país. Al hacerlo publico, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la ley pone en sus manos, sin humillaciones ni quebrantos de su autoridad. En las horas de paz no escatimó la transigencia; declarado el estado de guerra, aplicará, sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial. “Estad seguros que ante la revuelta social de Asturias y ante la posición antipatriótica del Gobierno de Cataluña, que se ha declarado faccioso, el alma entera del país entero se levantará en un arranque de solidaridad nacional en Cataluña como en Castilla, en Aragón como en Valencia, en Galicia como en Extremadura, en las Vascongadas como en Navarra y Andalucía, a ponerse al lado del Gobierno para restablecer, con el imperio de la Constitución, del Estatuto y de todas 284

las leyes de la República, la unidad moral y política que hace de todos los españoles un pueblo libre, de gloriosa tradición y de glorioso porvenir. “Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria. El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo a la locura separatista y sabrá conservar las libertades que le ha reconocido la República, bajo un Gobierno que sea leal a 1a. Constitución en Madrid, como en todas partes. Una exaltación de la ciudadanía nos acompaña. Con ella y bajo el imperio de la ley, vamos a seguir la gloriosa Historia de España.” En la Historia de España se cuenta a partir de este momento una nueva noche triste: la que transcurre interminable desde que el señor Lerroux habla hasta que amanece el día 7. Los patriotas han sentido en lo profundo de su espíritu aquella mutilación de la geografía y de la historia, cometida por los espurios de una manera alevosa, sin nobleza ni gallardía. Aquel Estado catalán, proclamado a traición, tiene el estigma.de la infamia.. Desde todos los rincones de la Península se sigue el desarrollo de aquella lucha entablada en las calles de Barcelona, que se hace grito y sonido por el milagro de las emisoras de radio cuyas ondas, cargadas de coraje y fiebre, se entrecruzan y confunden para sostener en la inmensidad de los espacios el gran combate de España contra los felones, en medio de músicas, gritos, imprecaciones, trenos e himnos... Pocas veces ha conocido la historia noches como ésta. Ya en la noche del día 4 de octubre fueron circuladas, por la Alianza Obrera de Cataluña, las órdenes de huelga general. La Alianza Obrera, antes de circularlas, parlamentó con los elementos de la C. N. T. y la F. A. I. Esta conferencia ha quedado envuelta en el misterio. Sólo se sabe que a final de cuentas la C. N. T. - F. A. I. quedó al margen del movimiento y obró por su cuenta. De haberse sumado la C. N. T. al movimiento se hubiera producido, con veinte meses de antelación, una figura exactamente igual a la del 18 de julio de 1936. El día 5 fue el de la organización de la huelga, organización que funcionó perfectamente, no sólo por ser su tecnicismo muy conocido en 285

Cataluña, sino porque, por primera vez probablemente en la historia, era la autoridad legal la que, a través de sus propios agentes, la dirigía. A mediodía salieron a la calle los somatenes organizados por la Generalidad y las milicias separatistas llamadas escamots. El reparto de armas se hizo públicamente, en medio de la calle. Barcelona fue tomada estratégicamente por las fuerzas de la Comisaría de Orden Público, dependientes de la Generalidad. Somatenes, escamots, grupos de la Alianza Obrera, fuerzas de Orden Público, fueron uno y lo mismo: la revolución separatista en marcha. El día 6, la huelga general es absoluta. Grandes manifestaciones recorren las calles de Barcelona. A las siete de la tarde, una masa tumultuosa se estaciona ante los balcones de la Generalidad: son los adeptos de la Alianza Obrera, encuadrados por escamots que empuñan pistolas. Hacen ondear una bandera roja y agitan un cartel en que se lee con letras de color de sangre: “¡Exigimos la República Catalana!” Companys no sabe aún qué hacer. La idea de la insurrección la acepta como una realidad indeclinable. Pero duda sobre el momento de desencadenarla. Propende a retrasarla todo lo posible, acreditando que no es un hombre de acción, sino un agitador de violencia verbal y postiza. Más que un conductor es un conducido que va a remolque de otros temperamentos más enérgicos. En la reunión que por la tarde tuvo el Gobierno catalán se acordó resueltamente la apelación a la violencia, y quedó redactada la proclama que Companys había de dirigir al pueblo. Este documento fue sometido a la consideración de Azaña, que se encontraba en Barcelona, el cual desaprobó los párrafos en que se proclamaba “la República independiente de Cataluña”, y suavizándolo con su propio estilo, trocó aquélla en “Estat Catalá dentro de la República federal española”. Azaña supone que, con esta fórmula, aprobarán la insurrección catalana republicanos que se opondrían a ella de mantenerse la forma acordada por el Gobierno de la Generalidad. Companys continúa con sus cavilaciones, pues los estímulos de los amigos que le rodean no bastan para sostener su ánimo con la decisión y entereza necesarias en un jefe en la hora critica de la batalla. Y es que, por conocer demasiado a sus correligionarios, sabe muy bien lo poco que se puede esperar de ellos. —¡Ahora o nunca! —susurran a sus oídos Dencás, Badia, Gassol, Ayguadé... 286

Y, como las brujas de Macbeth, tientan su vanidad con una frase melodramática. —La historia está pendiente de nosotros. Tomará nota de nuestros actos. La plaza de San Jaime y calles adyacentes hierven de gentío. Cientos de escamots armados de pistolas, cuchillos y fusiles, ocupan las esquinas y constituyen un baluarte humano. Los altavoces mantienen los ánimos en tensión con música melancólica e ingenua de sardanas, entreveradas con el estribillo agrio de Els Segadors, que pregona la matanza de los castellanos. Companys, muy pálido, se acerca al fin al balcón central. Materialmente le empujan sus amigos con grandes gestos teatrales. Cuando aparece, se hace un silencio casi religioso. Es tal, que pueden contarse las ocho campanadas que suenan en aquel momento en un reloj cercano. Con una voz que quiere ser firme, el Presidente de la Generalidad empieza su discurso con una apelación penetrante. — ¡Catalans! ¡Catalans! Y después de manifestar que Cataluña “no puede estar ausente de la protesta que triunfa en todo el país”, proclama el Estado catalán, dentro de la República federal española. Al terminar, un clamoreo delirante se oye por toda la plaza. La multitud enardecida entona cantos de guerra y de odio, confundiéndose La Internacional con Els Segadors. En el balcón, Companys, abrazado y estrujado por los que le acompañan, parece más triste y preocupado que nunca. A los que le felicitan, les dice estas palabras cargadas de incertidumbre. —Veremos qué ocurre y en qué termina todo esto... Dencás, Badia y los comandantes Pérez Salas y Menéndez, desde la Generalidad, retornan a la Consejería de Gobernación, donde se les recibe con un entusiasmo delirante. Hay concentrados en la Consejería, además de un destacamento de guardias de Asalto, 700 escamots armados con tercerolas. También en este edificio de la Consejería ondea la bandera con la estrella solitaria del “Nosaltres sois”. Militares traidores y escamots la besan frenéticos y prometen morir por ella. En todos los cuarteles de la revolución se desarrollan idénticas escenas, mientras las escuadras de choque esperan el momento de actuar. En el Círculo del Estat Catalá de la calle de las Cortes hay 430 escamots; 680 en el café de Novedades, de la calle de Caspe, donde ha instalado su 287

puesto de mando Badía, y cerca de 900 en el Centro Autonomista de Dependientes de Comercio de la Rambla. Unos 600 rodean el cuartel de la Guardia Civil de la calle de Consejo de Ciento para asaltarlo, caso de que no se les sumen los guardias. Una acción rápida de toda esa gente y de la que fácilmente se amotine en las barriadas, pondrían en grave aprieto a los defensores del Gobierno, diseminados en cuarteles muy alejados unos de otros y fáciles de sitiar. Pero el tiempo, en esa noche crítica, vale más que el oro; vale la vida y el destino de un pueblo. Y los separatistas lo dilapidan alegremente, sin pensar que, como dijo el poeta, se va para no volver. Companys, después de su discurso, telefonea al general Batet ordenándole que los elementos de la División Militar se pongan a sus órdenes. Este va dando largas y dejando pasar el tiempo, hasta que finalmente contesta declarando el estado de guerra. La compañía que sale a proclamarle es recibida con una descarga cerrada desde el Centro de Dependientes, teniendo que retirarse con algunas bajas. La radio difunde por toda España “que el ataque contra el Centro de Dependientes ha sido rechazado y las fuerzas del Ejército diezmadas y puestas en fuga”. Mientras tanto, el comandante Fernández Unzué se dirige con setenta artilleros y dos cañones ligeros hacia la plaza de la República, con el fin de apoderarse de la Generalidad y el Ayuntamiento, edificios que se encuentran erizados de fusiles y ametralladoras. Dirigen la defensa de la Generalidad el comandante Pérez Farrás, jefe de los Mozos de Escuadra y el capitán Escofet. El primero recorre todos los puestos pistola en mano, animando a sus hombres con frases violentas: “¡Ha llegado la hora de vencer o morir por Cataluña’ ¡No se tendrá compasión de los cobardes!” A las diez y media los artilleros llegaron a la Plaza de la República. Sale a su encuentro el comandante Pérez Farrás, quien dirigiéndose a Fernández Unzué le increpa: “¿A dónde vas?”. “A tomar la Generalidad y el Ayuntamiento”. Al replicar Pérez Farrás que no se había declarado el estado de guerra, afirmó el comandante Fernández Unzué que sí se había declarado y que llevaba orden del general de la División. “No lo tomarás”, añadió el jefe de los Mozos de Escuadra. “Ya lo veremos”, contestó el jefe de los artilleros, y acto seguido ordenó que las piezas fueran puestas en posición. 288

En este empeño se encontraban los artilleros, cuando suena una descarga casi a quemarropa. Son los Mozos de Escuadra, que se hallan en la plaza bajo el mando de Pérez Farrás, quienes han disparado sobre el grupo compacto, refugiándose acto seguido en el palacio de la Generalidad y algunos en el Ayuntamiento. Once artilleros yacen en el suelo bañados en sangre, mientras desde los balcones, calles y azoteas se sigue haciendo fuego sobre ellos. El momento de confusión que esto produce es resuelto por el comandante Fernández Unzué, que con gran valentía vuelve a poner orden entre sus soldados, quienes repelen bravamente la agresión con disparos de artillería y mosquetón. De las Ramblas y del Paralelo llega, mezclada con el crepitar de la fusilería, la voz profunda e inconfundible del cañón; el combate ciñe con sus fuegos a Barcelona. Frente al Centro de Dependientes, los artilleros del cuartel de Atarazanas han emplazado una pieza para batir este reducto separatista, mientras otra es situada junto al monumento de Colón, para disparar contra la Comandancia General de Somatenes, en uno de cuyos pisos está instalado el Círculo Socialista. Los dos cañones rompen el fuego casi al mismo tiempo, y los efectos de sus disparos son instantáneos y decisivos. Una granada rompedora entra en el Centro de Dependientes por el zaguán y revienta con gran estrépito en la biblioteca y oficinas administrativas, en las que causa enormes daños. Otra da de lleno en la fachada y el impacto hace retemblar todo el edificio. Más granadas trituran la puerta de hierro de la Comandancia de Somatenes, abriendo una brecha en la recia fachada... El bombardeo apaga en un momento los ardores de los separatistas que defendían estas posiciones. Ya unos artilleros provistos de mazas y picos aporrean furiosamente las puertas del Centro de Dependientes para derribarlas. El fuego de los defensores ha cesado casi en absoluto, pues la mayoría se ha tendido en el suelo en las habitaciones interiores para librarse de las balas. Sólo un hombre conserva el temple en aquellos momentos. Es Jaime Compte, el jefe de los defensores del Centro, que, asqueado ante el desmayo general, trata en vano de que se le ayude a emplazar en un balcón, medio deshecho por una granada, una ametralladora para repeler el asalto. Sus insultos cruzan como fustazos el rostro de aquellos cobardes. ¡Cochinos! ¡Gallinas!, les escupe con rabia. ¡Vais a ver cómo sabe morir un catalán...! Y sale al balcón, mostrándose a pecho descubierto, acompañado de otro separatista. González Alba, que se ha puesto en pie al oírle. Los dos caen inmediatamente acribillados a disparos. Con ellos, cae toda la voluntad de resistencia del separatismo. 289

Además de estos dos campos de lucha —la plaza de San Jaime y la rambla de Cataluña —se combate también durante estas horas en torno al Palacio de la División y de la Consejería de Gobernación, antiguo Gobierno Civil, edificios que están muy próximos. Batet no actúa contra las agresiones insolentes con la energía adecuada. Todo lo aplaza “hasta el nuevo día”, mientras las radios no cesan de pedir ayuda a los rabassaires de la provincia. Una batería de] 7.º ligero emplaza sus piezas junto al Palacio de la División y abre fuego contra la Consejería de Gobernación, cuartel general de Dencás. Uno de los proyectiles penetra en las propias habitaciones del consejero de Gobernación, ocasiona grandes daños y aplasta las arrogancias de los que ya se creían vencedores. Es el sálvese quien pueda. Las fuerzas de Seguridad y Asalto con sus jefes a la cabeza, abandonan el edificio para, sin más, pasarse al campo adversario. En cuanto a Dencás, aquella explosión ha aniquilado su espíritu. No obstante, y al comprobar que el cañoneo ha cesado —pues el general Batet ha ordenado a los artilleros que suspendan el fuego hasta el amanecer—, siente renacer sus esperanzas, y se siente devuelto a la vida, como un náufrago que cuando se hunde a plomo encuentra una tabla. Dencás vuelve al micrófono y lanza por la radio la sensacional noticia: “¡Catalans! Les tropes del Govern monarquizant i faixista han provat d’assaltar la Cancillería de Governació i la Generalitat, pero han estat retrarades victoriosament. ¡Visca Catalunya!” Mientras tanto, el comandante Fernández Unzué, que ataca a la Generalidad, ha recibido refuerzos durante la noche, ocupando los terrados de las casas próximas y protegiendo de este modo a los artilleros que se encuentran en medio de la plaza. Con las ametralladoras barren los alrededores, en espera de que se haga el día y los cañones reanuden su tarea. De esta tregua de la artillería se aprovecha la radio, que redobla sus apelaciones angustiosas. Ya no se convoca sólo a los rabassaires, sino que el llamamiento se extiende “a los sindicalistas de Pestaña, a los socialistas de Camorera, a los comunistas de Nin y hasta a los españoles”, “¡a los castellanos!”, a los que hace unos momentos despreciaba. Todo mezclado con trozos de música en una confusión de aquelarre. La radio continúa hablando de los triunfos de la Revolución y de la derrota del Gobierno: “la escuadra sublevada”, “los mineros asturianos bajando en tromba hacia Castilla”, “el ministro Anguera de Sojo arrastrado por el pueblo de Madrid...” Peto la gente da más crédito a lo que ve, y lo que la realidad le 290

ofrece no es para que la Generalidad se sienta victoriosa. Si la artillería bate en brecha los edificios oficiales, ¿qué quedará de ellos? El juicio de Pérez Farrás, a quien se consulta como técnico, es pesimista. Era indispensable haber atacado a los artilleros, como él propuso; si no se ha podido o no se ha querido, ahora se pagan las consecuencias. En el Ayuntamiento se producen escenas parecidas de desánimo. La guardia municipal, a la que se ha provisto de fusiles, no sabe cómo usarlos y sólo espera la ocasión de abandonar la lucha. Y la ocasión llega en el momento en que en el cielo apuntan las primeras luces del domingo. Fernández Unzué, que aguardaba este instante, manda abrir fuego de cañón. Dos morteretes que han sido emplazados en unos terrados disparan a la vez contra la Generalidad y el Ayuntamiento. En la gran claraboya de cristales de éste cae un proyectil, que, tras de romperla con estrépito, va a empotrarse en la gran escalera de honor. Los concejales, atemorizados, prorrumpen en gemidos: — ¡Pobre Cataluña, pobre Cataluña! Un segundo disparo entra por un balcón y estalla en el despacho del alcalde. Entonces el subjefe de la guardia urbana recoge a sus hombres, los hace que depositen las armas, que cierra bajo llave, y se guarece con ellos en un sótano, desentendiéndose de la lucha. Al poco tiempo llama Companys por teléfono al alcalde: —Toda resistencia es ya inútil. Ize usted bandera blanca, que yo haré lo mismo. Hay que evitar que se vierta más sangre... El alcalde no desea otra cosa, pero por un puntillo de amor propio entabla disputa con su correligionario y jefe: —¡Hágalo usted primero! El Ayuntamiento capitulará después... Acaban entregándose simultáneamente. Dado este paso, Companys comunica su decisión al general Batet, que esperaba todo menos que aquel hecho se produjese a aquella hora. Falto de contacto con las fuerzas que tiene destacadas en distintos sectores de Barcelona, cuya situación exacta ignora, juzgaba que la resistencia había de ser más seria y prolongada. Cuando recibe la noticia no refleja en su rostro ni contento ni desagrado. Por responder algo, exige primero que se le comunique la rendición por oficio escrito, y luego, que sea Companys quien desde el propio micrófono de su despacho anuncie su capitulación a los españoles. El Jefe del Estado autónomo, sin objetar, acepta y lo hace 291

con voz balbuciente. Es el momento en que toda España le oye tartamudear: “El President de la Generalitat considerant esgotada tota resistencia i a fi d’evitar sacrificis inútils, capitula. I aixi acaba de comunicarlo al comandant de la Divisió servyor Batet “ El fuego ha cesado en la plaza y un silencio impresionante sucede al estrépito bélico. Las puertas del Ayuntamiento se han entreabierto tímidamente, y por ellas aparece el subjefe de la guardia municipal, que sostiene la bandera de parlamento. Entra el primero Fernández Unzué, que, al pasar el umbral, se ve rodeado de gentes consternadas. Cuando va a aventurarse por la gran escalera, alguien le previene que allí hay una granada que no ha hecho explosión. Y le tranquiliza sonriendo: —Las lanzamos sin espoleta para que no hiciesen mucho daño. Sólo queríamos asustarles... Saluda al alcalde y le estrecha la mano. Este acto de delicada cortesía sorprende tanto a los vencidos, que se sienten instantáneamente reconfortados y hasta tratan de justificarse: —Nosotros, que queríamos a Cataluña... Pero el comandante los ataja: —Perdonen, yo no entiendo de política. Me han ordenado que tome la Generalidad y el Ayuntamiento y lo estoy haciendo. Escenas parecidas se producen en el edificio de la Generalidad al capitular Companys. Así se desvanece, entre lamentaciones y penas, el gesto de rebeldía comenzado pocas horas antes con tanta arrogancia y altanería. No obstante, Dencás apura el uso y abuso de la radio hasta el último instante. En su postrer arenga, tras de apelar “a todos los españoles de ideas liberales” para que acudan en su auxilio, prorrumpe en un ¡viva España! que deja estupefactos a cuantos le oyen. ¡Un viva España en labios de quien hasta aquel momento ha estado soplando en la hoguera rebelde y antiespañola! ¿Qué significa aquello? Significa que Dencás y los jefes que le acompañan sólo piensan en ponerse a salvo. Así lo hacen momentos después Dencás, Badía y Menéndez, huyendo por una alcantarilla para alcanzar luego un coche que tenían preparado y huir a Francia. Por este camino de topos, entre tinieblas e inmundicias y 292

rodeados de una atmósfera nauseabunda, emprendieron su “gloriosa” retirada. Aunque la dispersión de los escamots ha sido general, quedan todavía algunos elementos aislados que se obstinan en correr la pólvora. Las agresiones de los “pacos”, que ya sólo aspiran a mantener la alarma, duran todo el día 7. En los altos del Palacio de Bellas Artes se esconden algunos tiradores que hostilizan el vecino cuartel de San Agustín. Granizan las balas en los alrededores de Capitanía General y en la Plaza de Cataluña. La fuerza publica gasta pocos cartuchos, y sólo dispara sobre seguro. Al terminar el día, estos estertores anárquicos se apagan casi por completo. El Ejército se impone definitivamente. A primera hora de la noche entran en el puerto de Barcelona tres destructores para coadyuvar a la acción militar. Además de los barcos de guerra llegan una escuadrilla de aviones de bombardeo, una Bandera del Tercio y un Batallón de Cazadores de Africa que conduce el vapor Sister. Desembarcan estas tropas a las once de la noche, y, precedidas de música, desfilan por las calles camino de Montjuich. Un gran gentío en la calle y desde los balcones aclama al Ejército y a España. Los legionarios desfilan con su ritmo impresionante, mientras cantan su himno y letrillas humorísticas, que acaban con esta pregunta: ¿Dónde están los rabassaires, que miro y no los encuentro? Desde muy de mañana están el día 7 en el Ministerio de la Gobernación Lerroux y los ministros, a quienes la buena noticia de Barcelona compensa de la tribulación de aquella noche endiablada. Se cambian felicitaciones y abrazos y se disponen a continuar la lucha. Reunidos en consejillo estaban los ministros, cuando una algarabía de vivas y de aplausos sube desde la Puerta del Sol en explosiones sucesivas. Por la esquina de Alcalá desemboca un compacto cortejo que preside una fila de hombres, jóvenes en su mayoría, enlazados por los brazos, que marchan tras una bandera tricolor A la cabeza de los manifestantes puede observarse a José Antonio Primo de Rivera, al capitán aviador Julio Ruiz de Alda, al escritor Ramiro Ledesma Ramos, a Raimundo Fernández Cuesta. Los ministros, atónitos, contemplan aquella manifestación falangista, a la que se han unido millares de ciudadanos. Por encima de las cabezas destaca un cartelón en el que se lee: “ ¡Viva la unidad de España!”. 293

En efecto, aquella mañana ordenó José Antonio a los escuadristas que hacían guardia en el Centro de la Falange: —A las doce sale de aquí la manifestación. Marchad como enlaces a recorrer todo Madrid, citando a todos los camaradas. Quien falte será un traidor indigno de la Falange. ¡Arriba España! Los muchachos salieron desalados, el alma ardiendo en afán de servicio. Quedaron en el edificio José Antonio y algunos consejeros de provincias. Media hora más tarde empezaron a llegar falangistas. A las once ya pasaban de quinientos. A las doce, la manifestación podía ya iniciarse con un millar de hombres. A la hora prevista, ésta se puso en marcha, llevando ya José Antonio y algunos más, sobre su pecho, la camisa azul mahón. Al llegar cerca del Palacio de la Presidencia se produjo el primer entorpecimiento. Atónitos, más de cincuenta guardias civiles salieron al paso, el fusil en mano, no creyendo lo que veían: una manifestación alegre y ruidosa que vitoreaba a España. Un oficial contuvo a sus subordinados, que se echaban ya el fusil a la cara temiendo una añagaza marxista. Reconoció a José Antonio, y fue a consultar a Gobernación por teléfono. El Gobierno no sabía qué hacer. Por fin, después de diez minutos de espera, se consintió que la manifestación siguiese su ruta. Los guardias bajaron sus fusiles —a cuya intimidación nadie había retrocedido anteriormente— y la Falange siguió adelante, lanzando sus gritos de desafío a la revuelta, mientras que los transeúntes se sumaban a sus filas y de las calles salían gentes para aplaudir. En la Castellana hubo otro encuentro con un camión de guardias de Asalto. También aquí pudo producirse otro grave incidente. Tras las consultas de rigor, se enfiló calle de Alcalá arriba. Ya era el grupo una muchedumbre, y al llegar a la Puerta del Sol, una riada humana. Lloraban las mujeres en los balcones y Madrid se sentía animoso al contacto de la alegría combativa de los falangistas. En la Puerta del Sol, y en medio de un silencio impresionante, José Antonio hace uso de la palabra: “¡Gobierno de España! —grita—. En un 7 de octubre se ganó la batalla de Lepanto, que aseguró la unidad de Europa; en este otro 7 de octubre nos habéis devuelto la unidad de España.

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“¿Qué importa el estado de guerra? Nosotros, primero un grupo de muchachos y luego esta muchedumbre que veis, teníamos que venir, aunque nos ametrallaran, a daros las gracias. “¡Viva España! ¡Viva la unidad nacional!” Estas palabras y estos vítores quedan cubiertos con los aplausos que se redoblan y con los gritos de patriotismo ardiente que rompen el aire. Junto a este fervor, lo que responde el ministro de la Gobernación invitando a los congregados a que se disuelvan pacíficamente, resulta pálido y sin sentido. La nota oficiosa del Consejo transpira optimismo, a pesar de que varios ministros y el propio Lerroux se han visto envueltos en tiroteos al cruzar por las calles. Los focos revolucionarios, se dice en aquélla, se van extinguiendo. Ya se tramitan juicios sumarísimos. Apenas el ciudadano acaba de entonarse con una de estas tisanas gubernamentales, cuando en la calle le sorprende el paqueo, que se repite muchas veces cada jornada. Dijérase que en cada chimenea hay una pistola que dispara a un blanco invisible. Tiroteo nutrido que se reproduce por barriadas, que cesa para recomenzar a poca distancia. No hay tejado sin su correspondiente “paco’’, ni terraza sin su pelotón de fusileros. Por la noche, este crepitar en el cielo madrileño da la sensación de que se libran espantosos combates en calles y plazas y de que todo el vecindario se acomete en una lucha que llega al frenesí con el despilfarro de municiones. A que esta sensación sea más angustiosa contribuye el aspecto de la ciudad medio a oscuras y algunas zonas sumidas totalmente en tinieblas, a consecuencia de alguna avería intencionada en la red eléctrica. Entonces asoman por las calles unos automóviles que son como bestias fabulosas que salen evocadas de la misma oscuridad. Llevan delante un proyector que lanza su haz de luz e ilumina con blanquísima refulgencia el camino y las fachadas. Dentro del coche cuatro o seis guardias civiles, con los fusiles a punto de disparar sobre las sombras sospechosas o sobre los tejados, en los que anidan los “pacos”. Las calles solitarias y negras de Madrid se ven cruzadas por estos fantasmagóricos automóviles, a la par que desde lo más alto de la Telefónica otros proyectores emiten también su haces radiantes y van por tejados y terrazas a la busca de los alevosos “pacos”, para descubrirlos y ofrecerlos como blanco a la maestría de unos tiradores —los mejores de la Guardia Civil— que acechan su aparición. Perseguidos de día y de noche los “pacos”, los tiroteos decrecen en intensidad, a pesar de que las hojas 295

clandestinas son cada vez más incitadoras a la agitación y a la resistencia, pues “el triunfo en toda España está próximo”, y en Asturias “el pueblo en armas rechaza y acorrala al Ejército”. ¡Asturias! Esa es la única esperanza de los desesperados.

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Octubre rojo en Asturias

En Asturias la cosa fue más grave. Bajo el mando indiscutible del leader Ramón González Peña, secundado por otros destacados revolucionarios, los marxistas prepararon un plan de ataque de gran envergadura, para el que contaban con el espíritu de lucha de los hombres de la cuenca minera y un bien pertrechado arsenal de armas. Por otra parte, la provincia estaba totalmente desguarnecida: Había un batallón de Zapadores de Gijón, un regimiento de Infantería en Oviedo y tres o cuatro compañías de guardias civiles y de Asalto. Cuantas veces se comunicó al Gobierno la necesidad de aumentar la fuerza en Asturias, se contestó con la negativa. Una provincia que contaba con una fábrica de cañones en Trubia y otra de fusiles en La Vega (Oviedo), que poseía las dos más importantes factorías de material de la Sociedad Española de Explosivos —la fábrica de dinamita en La Manjoya y la de pólvora en Caye (Lugones)—, tenía una guarnición irrisoria y, además, en cuadro, y un puñado de guardias repartidos en los recovecos de la cuenca minera. ¿Qué no había de pasar en estas circunstancias? El plan revolucionario se basa en un ataque nocturno a la capital. Para ello, en la noche del 4 al 5 de octubre, deberán partir de la zona minera grupos de choque que se situarán sigilosamente en los alrededores de Oviedo, donde han de esperarlos jóvenes socialistas y comunistas de la localidad, que los guiarán a través de las calles. La señal de asalto será la interrupción del alumbrado eléctrico, para que, a favor de las sombras, la sorpresa sea completa. El apagón debe producirse en la madrugada del 5. A esta hora ocurrirá el alzamiento en todos los pueblos importantes de Asturias, cuyos cuarteles de la Guardia Civil serán tomados por asalto o destruidos por la dinamita. “Los guardias que queden con vida —dicen las instrucciones reseñadas— serán apresados y desarmados”. “Se detendrá desde el primer momento a los elementos considerados como fascistas o que pertenezcan a los partidos de derechas y se los guardará como rehenes”. “Se hará lo mismo con los jefes, ingenieros y directores de las explotaciones mineras y 297

fabriles”. “Se establecerá el terror rojo, para lo que se crearan tribunales revolucionarios”. Liquidada la resistencia en los pueblos, cuestión de pocas horas se calcula, se avanzaría sobre Oviedo. El ataque combinado empezaría al amanecer del día 5. Tres columnas participarán en la ofensiva: la de Mieres, que entrará en la capital por San Esteban de las Cruces y el barrio de San Lázaro; la de Sama de Langreo, que llegará por Colloto y, finalmente, una que se formará en Las Regueras y a la que se destina el mejor armamento, y que, con González Peña al frente, llegará hasta el Naranco para atacar Oviedo desde allí. Bajo el empuje de esta tropa y contando con la sorpresa, la conquista de Oviedo parece facilísima, ya que el Gobernador, ajeno a todo, vive en el limbo. Ni siquiera ha pensado en concentrar a la Guardia Civil en las cabezas de los partidos judiciales. Sigue diseminada en sus pequeños puestos, por lo que su exterminio no ofrecerá dificultad a los atacantes. Pero este plan tan completo se viene en parte al suelo por un accidente fortuito. El alzamiento simultáneo estaba señalado para la una y media de la madrugada del 5. Y en Posada de Llanera, concejo situado a veinte kilómetros de Oviedo, los impacientes se adelantan, tiroteándose con la Guardia Civil. Por este suceso se entera el Gobernador de que ha empezado la sublevación en Asturias y con ello se malogra el efecto de la sorpresa. A partir de este momento, una racha de asaltos, incendios, crímenes y saqueos pone en ascuas a toda Asturias. En Olloniego, punto estratégico de paso desde la capital a Mieres y el valle de Langreo, los revolucionarios asaltan el cuartel de la Guardia Civil, en el que se encontraban dieciocho guardias, un cabo, un brigada y un suboficial. Acometidos con dinamita, vieron desmoronarse sobre sus cabezas la débil techumbre, y, por si fuera poco, los atacantes rociaron las paredes con gasolina y prendieron fuego. El brigada, el suboficial y dos guardias fueron los únicos que lograron escapar. A la vez que se conocen éstos y otros sucesos, llegan al Gobierno Civil noticias aterradoras de Mieres y Sama de Langreo. A la primera de estas localidades se había enviado durante la noche un camión con veinte guardias de Asalto, que fue sorbido como una gota de agua arrojada a un incendio. Todo Mieres es ahora un volcán cuya lava empieza a cubrir el suelo de Asturias. Destruidas en las primeras horas de la mañana todas las fuerzas de orden, empieza el saqueo, los incendios y los asesinatos. Se 298

destruyen los archivos judiciales y los del Ayuntamiento. Se incendia el convento de los Pasionistas, donde son asesinados cuatro novicios, cuyos cadáveres son arrojados al río. En el cuartel de la Guardia Civil de Santullano la lucha es más dura. Los guardias se defienden hasta que el edificio queda reducido a escombros y los supervivientes, que se refugian en una casa próxima, tienen al fin que entregarse. En los pueblos de las inmediaciones se producen las mismas escenas de violencia. El párroco de la Rebolleda, que trata de refugiarse en el monte, es rematado a culatazos después de hacerle sufrir un largo martirio, y el de Valdecuna cae muerto en las puertas de la Casa Rectoral, cuando se disponía a atender una demanda urgente de auxilios espirituales que traidoramente le hicieron llegar su asesinos. Los puestos de la Guardia Civil de El Caño y Murias sucumben de manera heroica. En el último mueren defendiéndose el sargento y un hijo suyo de 17 años. Los heridos son asesinados; sólo uno logra sobrevivir. No menos grave es lo sucedido en Sama de Langreo. Allí dirige la insurrección el cabecilla Belarmino Tomás, quien tiene a su órdenes numerosos individuos perfectamente armados. A las dos treinta, el estallido de una bomba en la plaza anuncia en Sama el principio de la revolución. Uno de los primeros lugares atacados es el Cuartel de Seguridad, que se niega a rendirse. En los primeros momentos del ataque llega un camión con refuerzos, conduciendo veinticuatro guardias de Asalto, y cae como en un avispero en lo más denso de la lucha. Cogido entre los fuegos cruzados que parten de las esquinas y ventanas, el chófer pierde la dirección y el camión va a estrellarse contra un muro. Tres de sus ocupantes quedan muertos; otros dos se retuercen en el suelo heridos. Los supervivientes tratan de ponerse a salvo en las callejas y en las casas próximas y son cazados uno a uno. Los que no mueren quedan prisioneros. Mientras tanto, el Cuartel de Seguridad, cuya situación se ha hecho insostenible, se ve obligado a capitular. Muchos de los guardias han caído muertos o están heridos, y cuando los revolucionarios entran en la casa asesinan a no pocos supervivientes. Cuando ya se había rendido el Cuartel de Seguridad y los insurrectos comenzaban su ataque al de la Guardia Civil, llegó otro coche con refuerzos de guardias de Asalto. El destino de las fuerzas que conducía no fue menos aciago que el de sus otros compañeros. 299

El Cuartel de la Guardia Civil, después de una heroica defensa, fue destruido por el fuego y la dinamita, pereciendo casi todos sus ocupantes. A un oficial, a quien cogieron prisionero cuando se halla malherido, le tendieron en medio de la carretera y laminaron su cuerpo haciendo pasar sobre él los rodillos de una apisonadora. La matanza ha revestido caracteres canibalescos. “Los guardias — consigna fríamente uno de los apologista de la revolución— fueron ejecutados por el pueblo. De ochenta que eran, se salvó uno, según se supo después, oculto entre las ramas de un árbol. Así terminó en Sama la lucha contra la fuerza pública, después de un combate que duró más de treinta horas”. “Quedó expedito el camino de Laviana a Oviedo”, dice a modo de resumen de esta tragedia Belarmino Tomás. Y luego explica, como si se tratase de una cuestión sin importancia: “Una bala perdida mató al cura párroco”. En todos los pueblos de aquellos contornos se desarrollaban al mismo tiempo escenas de trágica grandeza. El heroísmo y la abnegación de la fuerza pública alcanza cimas que parecen inaccesibles. Guardias civiles y de Asalto, sin esperanzas muchas veces de recibir auxilio, se ven acometidos por miles de hombres. Tienen a su lado a sus mujeres y niños, que, en vez de debilitar su valor, lo redoblan para perseverar en la defensa. En Sotrondio, la Guardia Civil es atacada a las tres de la mañana. Después de enorme resistencia, es incendiado el cuartel y sus defensores parlamentan para salvar a sus mujeres y a sus hijos. En el momento en que los sitiados, a quienes se ha ofrecido respetar la vida, salen, son acribillados a disparos. En Moreda, los falangistas Alvaro Germán y José Montes, de oficio picadores de carbón, mueren en la defensa que con otros veinte camaradas hicieron del Sindicato Católico Minero, defensa que mantuvieron desde la madrugada del día 5 hasta las nueve del día 6, frente a los asaltos de más de cuatro mil mineros rojos. Escenas parecidas se producen en Pola de Laviana, Ciaño-Langreo, La Felguera, Ciaño-Santana, Turón... La heroica defensa de los guardias de Sama —que sostuvieron el asalto durante treinta horas— impone el retraso de más de un día al plan de 300

ataque a Oviedo, minuciosamente elaborado y que preveía todos los detalles excepto uno fundamental: la resistencia de la fuerza pública. Ante el cariz que tomaban los sucesos, el Gobernador civil se da cuenta de su impotencia y adopta el acuerdo de resignar el mando en la autoridad militar. El sábado 6, empieza la semana sangrienta e inolvi 1 dable con la llegada a Oviedo de una columna de mineros procedente de Mieres. Le salen al paso unos camiones de guardias de Asalto y una compañía de soldados que, abrumados por el número de enemigos, tienen que batirse en retirada después de sufrir bastantes bajas, apoderándose los rojos del barrio de San Lázaro. Forzada la primera línea de resistencia, los insurrectos continúan su avance por las calles de la ciudad sin encontrar seria resistencia; mas al desembocar en la de la Magdalena el panorama cambia. Todas las bocacalles de la plaza en que se alza el Municipio están cerradas por guerrillas de guardias y soldados, que, cuerpo a tierra, hacen fuego. Desde algunas casas se dispara también y principalmente desde la Comandancia de Carabineros, ocasionando muchas bajas al enemigo. Para eludir este riesgo mortal, los de Mieres se deslizan por las calles laterales que desembocan en la plaza de la Constitución. Cuando llegan a ésta, el Ayuntamiento ha sido evacuado. Los guardias de Asalto que lo defendían se han retirado de casa en casa por los agujeros que abren en las paredes medianeras, hacia Cimadevilla. En el Ayuntamiento se presenta a los invasores el sargento del Regimiento número 3, Diego Vázquez, que había desertado al darse la orden de acuartelamiento, y se le confía el mando militar de los revolucionarios. Poco después, oleadas de mineros avanzan impetuosas hacia la Universidad, sin que consigan detenerlas los fuegos que parten del Banco Asturiano y de la Telefónica. Penetran en el recinto universitario y desde la torreta del mismo incendian con cartuchos de dinamita el Banco Asturiano y casas próximas. Un nuevo suceso viene a agravar la situación: Los obreros de Trubia se han apoderado de la fábrica de cañones y pronto los defensores de Oviedo escuchan con estupor el ronco sonido de la artillería que dispara sobre ellos. En la noche del día 6 llega a la plaza de la Constitución, que ocupan los de Mieres, la columna que salió de Sama, constituida por gente del valle de Langreo, que viene bajo el mando del cabecilla Belarmino Tomás 301

Todos estos hechos hacen que el domingo, día 7, amanezca cargado de siniestros presagios, con el aire envenenado de pólvora y humo. La revolución parece incontenible. El ataque al Cuartel de Carabineros, que no ha cesado durante toda la noche, se recrudece al salir el sol, y grandes contingentes desembocan desde la plaza de la Constitución hacia el Gobierno Civil y la Catedral. “Yo los vi avanzar —dice un testigo presencial en la revista madrileña Estampa— y declaro que fue algo inenarrable. “Los dinamiteros llevaban en la mano izquierda cestos y latas con bombas, y al grito de ¡Hala, camaradas!, iban avanzando frente a la metralla de los guardias de Asalto. Detrás venían los fusileros, haciendo descargas cerradas. De cuando en cuando, alguno de los rebeldes sacaba del zurrón cuatro cartuchos de dinamita en forma de piña, le prendía fuego a la mecha con el pitillo y los arrojaba a larga distancia. El estruendo era horroroso...” Desde la catedral, las fuerzas del Gobierno causan tremendas bajas a los rebeldes. Nadie pensó en los primeros momentos utilizar con fines militares esta sagrada reliquia histórica. Sólo cuando las defensas próximas comienzan a ceder y el oleaje rojo viene a batir sus muros, un puñado de soldados y guardias se decide a ocupar el puesto importantísimo que constituye la clave de la lucha. Los que esto hacen son un teniente, un sargento, dos cabos, dieciséis soldados de Infantería y nueve guardias de Asalto. En el campanario instalan una ametralladora y colocan seis hombres reputados como excelentes tiradores. Los demás ocupan distintas dependencias en el recinto catedralicio. ¡De esta decisión depende nada menos que la salvación de la ciudad! La ametralladora y los tiradores de la torre siegan materialmente las filas de asaltantes que asoman en la plaza. No obstante, los revolucionarios progresan notablemente por otros sectores de la ciudad. “En muy pocas horas —consigna uno de los apologistas de la revolución— toda la amplia zona comprendida desde el Cristo de las Cadenas hasta la Argañosa quedó despejada, y los revolucionarios pudieron transitar por ella sin peligro. Hasta el barrio de Buenavista y las faldas del Naranco —la parte alta de la ciudad— habían dejado de ser contrarrevolucionarios para convertirse en fortines rojos”. Pero la calle de Uría es una barrera infranqueable. Desde el café del Pasaje algunos guardias civiles enfilan el espacio y siegan a los que por el avanzan. La lucha en esta zona ha revestido caracteres de increíble ferocidad. Desde una ventana —dice un escritor anarcosindicalista un 302

fascista lanza una bomba, y al verse sorprendido se arroja al jardín, con tan mala suerte que cae sobre la verja, donde queda ensartado como un pelele o un sapo, cuando los aldeanos lo clavan en una estaca a la vera de un sembrado. Cada esquina es un reducto fascista. Desde casi todas las casas se dispara contra los obreros”. Estos ya han adoptado la consigna: “U. H. P.” —siglas de “Unión de Hermanos Proletarios”— para reconocerse. Quien no la pronuncia como saludo o al sentirse la voz de alto, se denuncia como sospechoso o contrarrevolucionario. El sector donde luchan los mineros de Mieres, Sama y La Felguera, es teatro de tremendas escenas. La resistencia de los leales es acérrima y los rebeldes se desangran ante la catedral y el Gobierno Civil. Al amanecer del domingo se enciende el primero de los incendios que la ciudad verá horrorizada. Arde el seminario, y seis seminaristas, algunos casi niños, que salen huyendo de las llamas, son fusilados inmediatamente. Los rebeldes, a fuerza de dinamita, consiguen tomar la Comandancia de Carabineros, que resistía desde hacía veinticuatro horas. A continuación caen el palacio del conde de Toreno, el Banco Herrero, el café de Cervantes y el Monasterio de San Pelayo. Desde el Hotel Inglés los leales se baten bravamente disparando una ametralladora. Desde varias casas de la calle Jovellanos, los falangistas de Oviedo resisten heroicamente los tremendos ataques de los mineros. Los que aún aguantan en el cuartel de la Guardia Civil tienen que evacuar al ser atacados por la artillería roja, consiguiendo replegarse hacia el cuartel de Infantería de Pelayo, al que llegan tras una marcha llena de peripecias y amarguras, rodeados de una granizada de balas. Poco después arde el Palacio Episcopal y las llamas se propagan a las casas inmediatas de la calle de Santa Ana, que sus vecinos tienen que abandonar. ¡Dramática fuga de mujeres enloquecidas con criaturas en los brazos y niños asidos a sus faldas! Las balas silban sobre sus cabezas. Los que por suerte se salvan, pisan sobre cadáveres y resbalan en la sangre que cubre el arroyo, hasta que una esquina providencial los ampara momentáneamente, y los pone a cubierto de los proyectiles. A la luz horrenda de estos incendios, los revolucionarios se concentran en las proximidades de la plaza de la Escandalera para lanzarse al asalto de la fábrica de armas. Con abundancia de dinamita y empleando la artillería, los rebeldes consiguen penetrar en la fábrica, pero ya antes sus ocupantes habían conseguido trasladar al cuartel de Pelayo la casi totalidad 303

de los dos malones y medio de cartuchos allí almacenados. Pero los rojos consiguen apoderarse de 20.000 fusiles y bastantes ametralladoras, que constituyen su botín. Casi a la vez que la fábrica de fusiles, los mineros se han apoderado de otra de explosivos en Man joya, en la que se produce y almacena dinamita, trilita, pólvora y fulminantes. La situación de Oviedo es ya, a juicio de muchos, desesperada. En la ciudad faltan el agua, la luz y los elementos indispensables para la vida. La parte de Oviedo dominada por los revolucionarios vive unas horas de borrachera roja. En la plaza del Ayuntamiento se procede al reparto de los miles de fusiles y mosquetones cogidos en la fábrica de armas. Se distribuyen al voleo, en medio de un ensordecedor griterío. Todo el que lo pide, sin decir quién es, sin acreditar su personalidad, recibe un fusil y algunos hasta dos y tres. Los maleantes, las gentes del hampa y los profesionales del crimen quedan armados. Pero también, aprovechándose de la confusión, se hacen con fusiles otras personas, que no son precisamente marxistas. Poco después, al correrse la voz de que los fascistas se están armando, se da la orden inmediata de que sólo se entreguen fusiles a los obreros garantizados por las organizaciones sindicales. En estos barrios ocupados por los marxistas impera un caos infernal. Cada miliciano roba o mata de acuerdo con su arbitrariedad y su capricho. El Comité militar revolucionario publica un bando en el que se ordena “el cese radical de todo acto de pillaje, previniendo que todo individuo que sea cogido en un acto de esta naturaleza será pasado por las armas”. ¡Impedir los actos de pillaje! El mismo Comité que firma el bando, se dispone a perpetrar uno en gran escala: el saqueo del Banco de España. Desde la mañana del día 7 defendían este edificio cuatro carabineros y seis soldados al mando de un sargento. Batido con fuego de cañón y con dinamita, el martes 9, los mineros se lanzan al asalto y logran penetrar cuando los defensores han agotado sus municiones. Atraído por el olor del botín, llega González Peña, que se encamina hacia los sótanos de las cajas fuertes. Se hace acompañar de un equipo de dinamiteros, que tras rudos trabajos y explosiones fuerzan las cámaras acorazadas. González Peña se apodera de catorce millones de pesetas, con los que desaparece en un automóvil. Desde aquel momento, a González Peña, que ha pasado a ser millonario, deja de interesarle la revolución. Tanto, que a las once de la 304

noche del día siguiente —miércoles 10—, ya piensa francamente en la fuga. A tal efecto, cita a una reunión a unos cuantos cabecillas revolucionarios y les expone la situación en términos sombríos. Les dice que en el resto de España ha triunfado el Gobierno y que Asturias se ha quedado sola. Además faltan municiones y, a su juicio, hay que ir pensando en dejar el campo. No obstante, el combate sigue tenaz, obstinado, implacable, durante el miércoles 10. Nadie pide cuartel ni lo otorga. La Catedral, el Gobierno Civil y el cuartel de los guardias de Asalto son de momento los objetivos que persiguen. El teatro Campoamor, uno de los más hermosos de España, es incendiado por los cuatro costados. Igual suerte corren la Audiencia, que arde como una inmensa pira; la Casa del Orfeón ovetense y el Monte de Piedad. El Gobierno Civil va perdiendo sus apoyos y quedándose aislado. Un avión, volando a poca altura, ha dejado caer una bomba en medio de los grupos de milicias rojas. El estrago es grande: doce muertos y veintisiete heridos. Una nueva furia sanguinaria se apodera de los enloquecidos supervivientes. “Se pide por todas partes —consigna el comunista Valdés — el fusilamiento de los prisioneros; que no quede un burgués con vida”. Y como la actuación del Tribunal del Pueblo les parece lenta a los peticionarlos, ellos se encargan de hacer justicia por su mano cometiendo innumerables asesinatos. Horror dantesco, espanto sin nombre el de este terrible día. Cuando cierra la noche, parece dibujarse una lucecilla de esperanza. El comandante militar, coronel Navarro, se asoma a uno de los balcones del Gobierno Civil, toca un silbato y grita a los soldados que ocupan la Catedral: “¡Atención! ¡Atención!... Tened la absoluta seguridad de que las tropas que vienen en nuestro auxilio se hallan cerca de Oviedo. Un pequeño esfuerzo más y estaremos salvados”. “Es verdad —comenta el comunista Valdés—, el enemigo se aproxima a Oviedo. Está a unos seis kilómetros. A toda prisa se forma una columna con intención de contener su avance... No es posible enviar más fuerzas... Los combatientes están extenuados y al cansancio se une la falta de directivas precisas para actuar. Se espera aún hacerlo cuando el nuevo día devuelva su vigor a los heroicos luchadores”.

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¿Por dónde llegaba esta columna de socorro? ¿Qué tropas la forman? ¿Quiénes son sus jefes? Estas son las incógnitas que quedan planteadas y que se despejarán al alumbrar el nuevo día. Mientras Oviedo se estremece sacudido por la dinamita y es devorado por el incendio, tres columnas del Ejército van en su auxilio por tres caminos diferentes para liberarla en duras batallas. Son estas columnas la del general Bosch, que avanza desde León; la de López Ochoa, que procede de Lugo, y las fuerzas de Africa, desembarcadas en Gijón y a cuyo frente se ha puesto el teniente coronel Yagüe. El día 5 de octubre, a las seis y media de la tarde, salió de León con dirección a Asturias un batallón del Regimiento número 36, mandado por el teniente coronel don Eduardo Recas. El viaje, que se realiza en camiones, es muy penoso, pues las fuerzas son constantemente hostilizadas. Al llegar a Puente de los Fierros, a las nueve de la mañana del día 6, está volado el puente del ferrocarril y el rápido Madrid-Asturias detenido desde el día anterior. Los revolucionarios de Pola de Lena, que por allí y por Pajares han paseado en una macabra exhibición los cadáveres de unos guardias civiles y a un sargento herido y prisionero, retroceden al ver acercarse a las tropas y se hacen fuertes en Campomanes. Tras un breve descanso, el batallón continúa hacia este pueblo. En las proximidades de Campomanes encuentra el batallón la primera resistencia seria, y desplegado en guerrillas, sostiene un tiroteo que le ocasiona sus primeras bajas. Al mediodía las tropas entran en el pueblo. Espectáculo doloroso el que se ofrece a los soldados ante las primeras casas: las puertas arrancadas, los muros con la huella de los impactos, los muebles desvendados y rotos en medio del arroyo. En dos edificios sobre todo se refleja la tragedia: la casa-cuartel de la Guardia Civil y una fábrica de pastas para sopa. En esta última, diez cadáveres —nueve de guardias civiles y el de un teniente del mismo Cuerpo— sangran aún por heridas abiertas, espantosamente mutilados. En la casa-cuartel, tabiques hundidos, regueros de sangre, correajes y tricornios esparcidos entre el cascote... Tomado Campomanes, el teniente coronel Recas, tras de una hora de descanso que da a su tropa, se dispone a continuar el avance, cuando se le incorpora el comandante militar de la provincia, general Bosch, que toma 306

el mando de la fuerza. Con el general llega una sección de fusiles del Regimiento número 12, de guarnición en Lugo, que iba de camino hacia Trubia por órdenes directas de Madrid. Bosch deja en Campomanes una compañía y se adelanta con las restantes fuerzas hacia Vega del Rey, pueblo que halló abandonado y saqueado igual que el de Campomanes. Todavía dura el combate, cuando aparece el Batallón Ciclista de Palencia, que en una fatigosa jornada ha subido a pie el Puerto de Pajares. La situación de estos batallones amontonados en un pequeño pueblo, que baten los rebeldes desde las alturas inmediatas, no puede ser más difícil. Algunas salidas que se intentan para despejar los alrededores fracasan con graves pérdidas. Cuando amanece el domingo, 7, el general Bosch comprueba que sus comunicaciones con la retaguardia están cortadas. Fue entonces cuando el falangista Alejandro Arias rompió el cerco, conduciendo un camión a través de nutridísimo fuego y abasteciendo a las tropas cercadas de víveres y municiones. Al día siguiente volvió a repetir la hazaña, atravesando las líneas rojas bajo intenso tiroteo con un coche de turismo, evacuando unos heridos graves que se encontraban en Vega del Rey faltos de asistencia. El comandante Moyano, con tres baterías de artillería del Regimiento de Valladolid, intenta meter dos de éstas en Vega del Rey apoyado por la tercera. En un arranque de audacia consigue que dos piezas entren en el pueblo cercano. Los demás tienen que retirarse a Campomanes acosados de cerca. Las filas revolucionarias, que cuentan también con artillería, se renuevan constantemente con contingentes que proceden de Mieres, Moreda, La Felguera y Sama. Al cuarto día de esta defensa heroica, se presenta un parlamentario que enarbola una bandera blanca y que lleva una propuesta de rendición de la tropa. El general Bosch le contesta indignado: —¡Un general español no se rinde! ¡Si es preciso moriremos luchando!’ Los heridos de las fuerzas sitiadas ya pasan de ciento y careciéndose de material sanitario, hay que desinfectar las heridas primero con ron y coñac y últimamente con gasolina. Como vendajes se emplean trozos de pañuelos y camisas. 307

Cuatro días lleva la tropa falta de víveres, alimentándose sólo de manzanas. Las municiones también escasean. De pronto, se desencadena un fuerte ataque rojo contra Vega del Rey. Desde la vía férrea un tren blindado escupe metralla contra el pueblo. Varias piezas de artillería baten las casas convertidas en fortines por los soldados. No obstante, el ataque fracasa por la heroica resistencia de los sitiados. Pero en la tarde del día 10 llega una larga columna de camiones, que, desde León, conduce a dos batallones del Regimiento número 35 de la guarnición de Zamora. Apenas la tropa echa pie a tierra, se lanza al asalto de, las posiciones rojas. La aviación también coopera arrojando una lluvia de bombas. En la noche del día 11 el cerco ha quedado roto. ¡Ya era hora! Un día más hubiera sido tarde. Acentúa esta mejoría de la situación la llegada en el día 13 de un batallón del Regimiento número 32, de guarnición en Valladolid. El día 14, el general Bosch es sustituido en el mando de la columna por el general Balmes, y al día siguiente y por orden del general López Ochoa, que dirige las operaciones en Asturias, ‘‘se suspende el avance en este frente hasta nuevo aviso”. El mismo día 15 hace su aparición en Campomanes y Vega del Rey la Tercera Bandera de la Legión y un Tabor de Regulares al mando del comandante Sáez de Buruaga. Tal es la situación de este frente de Asturias en los momentos en que el general López Ochoa aparece en el lugar de la Corredoria a la vista de Oviedo. La columna militar que manda el general López Ochoa y que está constituida por sólo 500 hombres, sale de Lugo en camiones, que ven dificultada su marcha al tropezar con todos los depósitos de gasolina que se encuentran por el camino completamente vacíos. Sólo pueden abastecerse al llegar a Luarca, donde la Guardia Civil, previamente concentrada, ha logrado dominar la situación. Atraviesan después el pueblo de Salas en dirección a Grado, pero la marcha es muy penosa y lenta, pues los revoltosos han ido colocando troncos de árboles por la carretera en una distancia de más de veinte kilómetros. “El enemigo —escribe el general en su libro sobre esta campaña— 308

no se había hecho todavía ostensible, pero se notaba que se hallaba muy próximo”. Por fin llegan a Grado, donde los revolucionarios, que llevaban varios días dueños de la población, huyen al saber que se acercan las tropas. La proximidad de Trubia, donde los rebeldes disponen de toda clase de armas, incluso de cañones y de ametralladoras, inquieta a López Ochoa. Por otra parte, recuerda la historia militar de la guerra de la Independencia; en estos mismos lugares, en el fondo del desfiladero que debe atravesar, fue derrotada y casi destruida una columna francesa a las órdenes del general Sebastiani... Fruto de esta meditación es el propósito que adopta de cambiar su marcha, burlando al enemigo que sin duda le espera en aquel cepo. Para engañar a los que puedan espiarle, comenta casi a gritos que, como tiene mucha prisa en llegar, piensa seguir el camino más corto, es decir, el de Peñaflor, y a unos detenidos a quienes después deja en libertad, les advierte: —Si alguno de ustedes tiene amigos o compañeros en el camino de Trubia que nos aguardan para saludarnos, pueden avisarles que allá vamos a devolverles el saludo... Pero la columna parte hacia Avilés. Después de tomada esta ciudad, donde los rojos habían cometido numerosos desmanes y asesinatos, continúa el avance hacia Lugones. Pero una preocupación desvela e intranquiliza al general. ¿Habrán vuelto los revolucionarios a enseñorearse de Avilés? Así ha ocurrido en Grado y Salas. Ahuyentó al enemigo de estas localidades con su sola presencia, pero al alejarse, tornó aquél enfurecido. En su avance, el país que cruza vuelve a cerrarse tras su paso, como el mar tras el casco de un buque. Se arrepiente de no haber dejado parte de sus tropas en Avilés como le pedían los vecinos atemorizados. Pero, ¿cómo mermar una columna ya tan exigua? Al llegar a Llanera de Lugones el general cree posible todavía reparar su error, y a tal fin llama al comandante Manso: —Usted va a quedarse aquí con dos compañías de fusiles. Yo, con el resto, seguiré adelante. Si ve que rebaso la fábrica sin dificultad, sale con su fuerza para Avilés y allí espera mis órdenes. Si, por el contrario, ve que me atacan, vaya en mi auxilio. 309

La fábrica a que ha hecho alusión es la de Lugones, que se alza a dos kilómetros de Llanera presidiendo una importante aglomeración de casas obreras. Contra lo que se temía, la columna cruza ante la fábrica sin que se la hostilice. Está abandonada. Escasos kilómetros separan a la fuerza de Oviedo. De la ciudad llega el fragor de los cañonazos y de las explosiones de dinamita. Las ametralladoras cosen el aire fon su monótono punteo. Los soldados avanzan resueltos. De pronto, suenan unas descargas. — ¡Pie a tierra, pie a tierra! —gritan los jefes. Los disparos proceden de las primeras casas del barrio de la Corredoria, que dista sólo dos kilómetros del casco urbano. El encontronazo es duro y sangriento. La columna formada por escasos hombres está en peligro de ser deshecha, pues además no dispone más que de seis cajas de cartuchos. El enemigo ataca desde el Manicomio; desde los matorrales y barrancos que allí abundan; desde las fincas dispersas en el campo, y desde las primeras casas de la barriada. En un alarde heroico, el general, delante de un puñado de hombres que le sigue, se mete dentro del poblado y coge cuarenta prisioneros. Se fortifica allí; levanta barricadas en la carretera y en las calles que en ella desembocan y ocupa las casas de la principal. En realidad está cercado, sin poder seguir adelante ni replegarse. Piensa entonces en las dos compañías de | que se desprendió tan imprudentemente.. Hacia media tarde vuelan tres aparatos militares sobre la Corredoria y por medio de paineles improvisados i se les pide que arrojen municiones. | La noche transcurre trágica y lenta para aquellos hombres. “Con intranquilidad suma por nuestra parte —confiesa el general—, pues se preveía un ataque inminente y se escuchaban violentos tiroteos y ruidos de grandes explosiones en la ciudad de Oviedo y al mismo tiempo se veían claramente las llamas y el resplandor de los incendios”. El ataque que teme no se realiza porque los revolucionarios de la capital se sienten cansados y lo aplazan para el día siguiente, como se ha referido al tratar de las luchas en las calles de Oviedo. Esta tregua de horas salva a los encerrados en la Corredoria y evita un nuevo luto a la Patria, pues dio tiempo al avance de otras fuerzas que acuden en auxilio desde Gijón. 310

El día 5 de octubre se habían lanzado a la revolución los obreros gijoneses, y aunque la fuerza pública dominaba los puntos importantes y la zona del centro, todo lo demás —el puerto inclusive y las alturas que lo baten— pertenecen a los rebeldes. Estos se aprestan a la resistencia, para lo cual dividen la ciudad en tres sectores: Cimadevilla, San Lorenzo y El Llano. Levantan barricadas y como armas no faltan, pasan a la ofensiva para ampliar su zona de influencia y de ocupación. Se lanzan con gran Ímpetu contra el Ayuntamiento y se apoderan de varios edificios, entre otros el Club de Regatas y la Comandancia de Marina. En el barrio de, Cimadevilla, que como el del Llano es suyo por completo, adelantan las barricadas y estrechan así el cerco que sufre la ciudad. Pero del mar llega la salvación: los cruceros Libertad y Almirante Cervera y el acorazado Jaime 1 bombardean Cimadevilla y el cerro de Santa Catalina. Estos barcos se hallaban incomunicados con las autoridades militares de aquella plaza, pero los falangistas Tomás Innerarity y Mariano Suárez Pola, montando una piragua y a través de intenso fuego, consiguieron llegar desde la playa de Gijón hasta el crucero Libertad y entregaron al comandante del buque las órdenes que salvaron a la ciudad. Poco después llega, procedente de Ceuta, el crucero Cervantes, desembarcando la Sexta Bandera del Tercio y el Batallón de Cazadores de Africa número 8. Apenas en tierra, los legionarios, en combinación con dos secciones de Zapadores y dos de marineros, asaltan las barricadas rebeldes levantadas en El Llano. Pronto son abandonadas por sus defensores las tres líneas de trincheras que tenían formadas en la calle principal y huyen a la desbandada. En el sector del Este se defienden más y mejor, resistiendo el avance del Tercio, que se ve precisado a destruir con granadas de mano varias viviendas desde las que se les hacía nutrido fuego. En la trinchera levantada entre El Llano y la Calzada, perecieron sus once defensores que se habían negado a rendirse. La aviación dejó caer varias bombas que contribuyeron a poner en fuga a los grupos rebeldes de El Llano. El teniente coronel don Juan Yagüe, que acaba de llegar en autogiro, se pone al frente de las tropas recién desembarcadas y se dispone a avanzar con ellas hacia Oviedo. Dominados Cimadevilla y El Llano, la ciudad ha quedado relativamente tranquila. La columna de Yagüe está lista para partir. La forman unos dos mil hombres. 311

Durante la marcha, la columna fue hostilizada por los rebeldes, aunque no con mucha intensidad. Ya cerca de Oviedo, “algunos campesinos —cuenta el teniente coronel Yagüe— que salieron a vitorear a las tropas, j nos dijeron que el general López Ochoa había pasado por allí la tarde anterior en dirección a la ciudad, pero que no sabían cuál había sido su suerte. “A1 llegar a Lugones —prosigue— hice alto, y como j por las inmediaciones se escuchaban algunos disparos sueltos, tomé con las fuerzas el orden de aproximación, ¡caminando de esta forma, sin ser hostilizados, hasta kilómetro y medio antes de Oviedo, donde se percibían señales de lucha, aunque no muy intensa. La noche se nos echaba encima. En ese crítico momento, vemos aparecer el autogiro que fue saludado con gran aplauso, y a unos pasos de nuestra columna aterrizó. Su piloto, oficial de Marina, me entregó una carta del general Caridad, en la que se mostraba muy pesimista de la suerte que hubiera podido correr el general López Ochoa con sus fuerzas. “El piloto del autogiro, que había hecho un amplio reconocimiento sobre las cercanías de Oviedo, me advirtió que a unos ochocientos metros de donde yo estaba, había unos treinta camiones interceptando el camino, en los que se ocultaba un gran núcleo de rebeldes que no daban señales de vida. Comprendí que ese silencio obedecía a su deseo de tenderme una celada, y como ya era de noche, decidí fortificarme en aquella posición, ventajosa para mí, y permanecí allí hasta el día siguiente.” El observador del autogiro había sufrido una equivocación. La columna motorizada que vio en la Corredoria no era enemiga, sino la de López Ochoa, cuya suerte tanto inquietaba en aquellos momentos. Las dos fuerzas se hallaban, pues, muy próximas, casi tocándose, sin que lo supiesen sus jefes. Ambas están a las puertas de la ciudad mientras ésta sufre y resiste el más horrible de los ataques de los enemigos que tienen dentro: el del día 11. Apenas amaneció el día 11, las tropas de López Ochoa se vieron ferozmente hostilizadas. Comenzó el fuego de fusil y ametralladora y resonaron los estampidos de la dinamita. Pero un refuerzo inesperado viene a cambiar el aspecto que hasta entonces ofreció la lucha. Se le incorpora el comandante Manso con las dos Compañías que había enviado a Avilés y que han hecho el viaje en camionetas requisadas. 312

Con este refuerzo y apoyado por tres aviones que en vuelo bajo ametrallan al enemigo, el general López Ochoa consigue romper el cerco e incorporarse a las fuerzas que desde el cuartel de Pelayo venían resistiendo el asedio de los mineros. A los locales ocupados por el Comité revolucionario llega excitadísimo el jefe del sector del cuartel de Pelayo; —¡No podemos más! ¡López Ochoa ha entrado ya en el cuartel y viene sobre nosotros!... Los que escuchan se contagian del susto. Una ráfaga de pánico atraviesa la estancia. Pero antes de que el mensajero haya podido extenderse en detalles, una llamada telefónica acaba por hundirlos en total desaliento: —¡Aquí el Comité de Villabona...! ¡Atención, camaradas! Estamos viendo en la venta del Jacón moros y legionarios que avanzan. Se les distingue perfectamente. Son lo menos mil. Pronto vais a tenerlos encima... ¡La Legión! ¡Los Regulares! Nombres fatídicos para los sediciosos, porque significan la derrota y el desastre final de la revolución. Ante esta situación, el Comité emprende la fuga con el pretexto de irse a establecer en otro lugar. Pero los mineros continúan resistiendo. El asalto a la fábrica de armas por las tropas de Yagüe es durísimo, y tan encarnizado, que recuerda a los veteranos de los Regulares y el Tercio las más difíciles empresas rifeñas. La aviación y la artillería, desde el monte Naranco, concentraron sus fuegos sobre el perímetro de la fábrica. Con más de una hora de esta intensa preparación artillera, se dio a la infantería la orden de avance. Y, contra lo que podía presumirse, aún encontraron las tropas una resistencia tenaz que fue preciso vencer al asalto cuerpo a cuerpo. Los revolucionarios se defienden encarnizadamente. Después se descuelgan por las ventanas. Un grupo de fanáticos se niega a retirarse y se hace matar sobre el terreno defendiéndose al arma blanca. Viéndose perdidos, se desata el vandalismo entre los revolucionarios, quienes cometen nuevos atentados contra el tesoro sagrado de nuestro patrimonio artístico, volando con dinamita la Cámara Santa de la Catedral, con las reliquias de los mártires y las maravillas del arte medieval que encierra. Todo queda sepultado entre un montón informe de escombros.

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Diez tremendas explosiones acabaron con la Universidad. que ya estaba ardiendo desde horas antes, destruyendo las riquezas bibliográficas que encerraba su famosa biblioteca. Poco después se produjo una detonación fragorosa, horrísona, inaudita, superior en intensidad a todas las que habían orquestado hasta entonces aquel caos maldito. El espacio se ennegrece con una columna de humo espeso y ardiente. De la calle —la fusilería y las bombas han enmudecido asustadas— sube un clamor: —¡El Instituto! ¡Han volado el Instituto! En el Instituto había acumuladas toneladas de dinamita, traídas de todos los polvorines de la provincia y de la fábrica de la Manjoya. Los comunistas proyectan volar el edificio —convertido también en prisión— con todos los detenidos dentro. Pero abandonados de sus guardianes horas antes, los presos pudieron abrir un agujero en el muro y escapar. Cuando acababan de abandonar el edificio fue cuando se oyó la tremenda explosión, sintiendo que por su médula pasaba una barra de hielo. Habían escapado de una muerte segura. Mientras tanto, las fuerzas de López Ochoa y Yagüe seguían progresando por la ciudad, liberando los pocos lugares donde aún resistían los soldados y fuerza pública, ayudados por los escasos paisanos que pudieron obtener armas. A este respecto publicó Tomás Borras una crónica en ABC donde, entre otras cosas, decía: “A los dos días, diez mil mineros caían sobre Oviedo como las hordas bárbaras sobre Roma. Los hombres civiles, sin armas —sabido es el esmero con que los gobernadores civiles han privado de sus armas a las personas decentes—, encerrados y a merced de los asaltantes, no han podido cooperar a la acción de las escasas fuerzas del señor Blanco, el gobernador que no se enteró nunca de nada. “Exceptuemos un pequeño grupo de falangistas, catorce muchachos, que lograron fusiles y municiones, hicieron un fortín en una de las casas de la calle de Uría, la llamada «casa blanca», y allí han estado cinco días, asediados por la más furiosa furia de los revolucionarios, defendiéndose a lo tigre y sin rendirse. Al entrar López Ochoa y Yagüe en Oviedo, catorce falangistas heridos y destrozados se presentaron con su armamento ante el Ejército y dieron su grito viril: ¡Arriba España!” Otro grupo de falangistas que defendía el Gobierno Civil, se incorpora al Ejército liberador y pasa en vanguardia a la ofensiva contra los rojos que aún dominaban algunas calles. 314

Esas y otras actuaciones de los falangistas en distintos puntos de la provincia motivaron el que el Jefe Nacional de la Falange concediera la Palma de Plata, máxima condecoración del Movimiento, a Alvaro Germán, José Montes, Santiago López, Juan Ruipérez del Campo, Leopoldo Panizo, Juan Francisco Yela, Ulpiano Cervero y Angel Alcázar, además de numerosas condecoraciones de Aspa Blanca. A los falangistas Tomás Innerarity y Mariano Suárez Pola, el Gobierno les concedió la Cruz del Mérito Naval. Por fin consigue López Ochoa comunicar con Madrid por medio de una estación de radio que le ha enviado la Marina y que enlaza en Gijón con la de los buques de la Escuadra. Así se entera de la llegada a Llanes de una nueva columna de la que no tenía la menor sospecha: la que manda el coronel don José Solchaga, que se había constituido el día 12 en Bilbao con elementos de las guarniciones de Navarra. Poco a poco, y a fuerza de heroísmo, van cayendo en poder de las tropas los focos rebeldes que aún alientan en Oviedo, dejando a la ciudad mártir libre de enemigos. Para dar fe a la victoria y poner una rúbrica de tambores y cornetas triunfales a la liberación; para levantar también el ánimo de un vecindario acongojado y hacerle comprender que su martirio ha concluido, López Ochoa organiza unos espectaculares desfiles: tres batallones salen del cuartel de Pelayo y el propio general con sus ayudantes va a pie a su frente. Atraviesa •a parte sur de la ciudad. Otro cortejo, el del Tercio, más movido y de mucho más sabor guerrero, cruza las calles y plazas del sector Norte. Los legionarios, con las camisas arremangadas, bracean a un ritmo de reto... Los rostros de bronce; los ojos en llamas; cicatrices y tatuajes... Es como un aliento vital y restaurador que pasa sobre la ciudad arruinada y humeante... Oviedo ha perdido su miedo en un minuto. De los montones de escombros, de la brasa de los incendios, del fondo de los sótanos, de los balcones desventrados de las esquinas cortadas por altos parapetos, brotan gritos que expresan los anhelos y alegrías unánimes: —¡Viva España! —¡Viva el Ejército! Liberada la ciudad de Oviedo, las tropas que mandan López Ochoa, Yagüe, Solchaga y Balmes inician la reconquista de los focos rebeldes esparcidos por la provincia. Ya van cayendo Trubia, Sama, La Felguera, 315

Pola de Lena, Ujo, Mieres... La revolución marxista está vencida... por esta vez. De que los revolucionarios no consideraban esta derrota como definitiva es prueba el hecho de que cuando: las tropas estaban llegando a Sama, los mineros allí concentrados pudieron escuchar la siguiente arenga de uno de sus dirigentes: —¡Camaradas! ¡No entreguéis las armas! Todavía hemos de librar otros combates; los que puedan continuar aquí que escondan las suyas, porque nos volverán a hacer falta. ¡Camaradas! ¡No estamos vencidos, no podemos estarlo nunca! Los trabajadores ganan hasta las batallas que pierden. ¡Camaradas!: ¡Viva hoy más que nunca la revolución! La revolución rojo-separatista estaba vencida. Pero la sangre había corrido abundante no sólo en Cataluña y Asturias, sino en Aragón, Levante, Vascongadas, Castilla, Andalucía... Negros nubarrones de luto cubrían; toda la extensión de la Patria. La trágica lección, ¿había sido aprovechada? Ya veremos que no. Por eso resultaron proféticas las palabras que José Antonio, el Jefe Nacional de la Falange. ¡dirigió a sus camaradas el 13 de octubre —cuando aún corría la pólvora por la tierra asturiana— en el siguiente manifiesto: A TODOS LOS AFILIADOS A FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J. O. N. S. “Cumpliendo el circunstancial deber de contribuir con nuestras fuerzas a la derrota del movimiento antiespañol, ya casi vencido, es de vida o muerte para nosotros salvar a todo trance, de entre la turbiedad que amenaza, el rigor de un estilo y una doctrina. Urge, pues, que todos los afiliados a nuestro Movimiento se apliquen desde ahora, con entusiasmo y diligencia máximos, a divulgar por todas partes la afirmación rotunda de las posiciones siguientes: 1. Contra la confusión “La victoria sobre un movimiento separatista puede llenar de jugo histórico y nacional un período de medio siglo. Pero ello necesita que las manos victoriosas sean capaces de extraer ese jugo y que la mente de los vencedores albergue, inequívoco, el sentido profundo de otra España. No confiamos en que eso ocurra. El estilo más trasnochado de quienes gobiernan, el tono conservador, egoísta y antiheroico de los 316

partidos hoy agrupados en el Poder, justifican la previsión de que todo se desperdicie. La fecha del 7 de octubre, que pudo ser inaugural, se perderá en la espesa mezcolanza de otras fechas mediocres. Populistas, radicales, demócratas y agrarios, se las ingeniarán para no deducir del instante ninguna consecuencia heroica. El tesoro del sentido español que encierra la victoria sobre el separatismo, se gastará en la calderilla de las «sesiones patrióticas», de las acciones de gracias al Gobierno V de las alianzas de las gentes de orden. Nuestra juventud, terminantemente, se abstendrá de participar en tales mojigangas. En el altivo aislamiento de ayer y de siempre, guardará intacta la virtud espiritual de la reconquista para cuando llegue, ni mediatizada ni compartida, la total victoria. 2. Contra “el orden”. ¡Aviso! “Ya se barrunta que la primera consecuencia apetecible de lo ocurrido es, para las gentes llamadas de derechas, «el restablecimiento del orden». Ninguno de nuestros militantes, pasados los momentos de lucha, participará en semejante empresa. Nosotros queremos el orden, pero «otro orden» diferente hasta la raíz. El régimen social imperante, que es, por de pronto, lo que se ha salvado de la revolución, nos parece ESENCIALMENTE INJUSTO. Hemos estado contra la revolución por lo que tenía de marxista y antiespañola; pero no vamos a ocultar que en la desesperación de las masas socialistas y anarquistas hay una profunda razón en que participamos del todo. Nadie supera nuestra ira y nuestro asco contra un orden social conservador del hambre de masas enormes y tolerante con la dorada ociosidad de unos pocos. Todos nuestros afiliados lo proclamarán en todas partes y ajustarán su conducta a esta norma estricta: tras del silencio del último fusil de la revuelta, toda cooperación con los «elementos de orden» queda expresamente prohibida. Nadie que pertenezca a la Falange podrá intervenir en «agrupaciones ciudadanas», «comités de enlace» ni ninguna otra cosa de ese estilo. 3. Contra la componenda “Ya se barrunta (y ello no es sino nota específica dentro de la general tendencia a la confusión) que los sucesos revolucionarios van a carecer del final neto y escueto ineludible. “Empiezan al mismo tiempo los preparativos de impunidad para los directores de la revolución, las seguridades de pervivencia para el Estatuto de Cataluña y las negociaciones de arreglo con los Sindicatos 317

socialistas, a los que el Gobierno confía en «amaestrar» gracias a la mediación del profesor Besteiro. “Ni uno sólo de nuestros militantes se considerará exento del deber de hacer campaña contra tales cosas. Exigimos penas decisivas para los verdaderos jefes políticos del movimiento; hay cosas que sólo pueden terminar decorosamente en tragedia y que se ensucian y envilecen desenlazadas en pantomima. Exigimos la derogación total del Estatuto de Cataluña: una Cataluña purgada de propósitos separatistas, podrá aspirar, como las otras regiones de España, a ciertas reformas descentralizad oras; pero la breve experiencia del Estatuto lo ha acreditado como estufa para el cultivo del separatismo; conservarlo, después de semejante demostración, sólo puede ser obra de traidores. Exigimos, por último, al mismo tiempo que una revolución completa en lo social y económico, la disección implacable de cuantos fondos turbios esconden la U. G. T. y el partido socialista; nos parece indecente escamotear esa implacable fiscalización tras una contrata de la tranquilidad pública con los socialistas moderados. 4. Contra el sacrificio de las Fuerzas Armadas “Con mucha más unción de lo que cabe en los «homenajes públicos» en ciernes, nosotros hemos de compartir en estos días la emoción orgullosa y silenciosa de nuestro Ejército, de nuestra Marina, de nuestra Guardia Civil, de nuestra Guardia de Asalto, de nuestros carabineros, de nuestras fuerzas de Vigilancia y Seguridad. Ellas han soportado las consecuencias de una necia política que permite formar tempestades para que descarguen, al fin, siempre sobre los mismos hombros sufridos. Nuestras fuerzas armadas se han clareado de mártires en estos días. Han sufrido, además, el espectáculo horrendo de sus mujeres y sus hijos atormentados. Ni el terror, ni la debilidad, ni la indisciplina, hallaron albergue, no obstante, bajo los uniformes. La sangre militar se ha derrochado en desagravio a España por las culpas y las traiciones de los otros. “Las armas de España necesitan más que elogios verbales y ceremonias. Necesitan justicia. Ya los Tribunales de Guerra vuelven, como siempre, su severidad contra los que flaquearon o traicionaron en las propias filas marciales. Ahora, que no queden impunes los culpables verdaderos, los políticos, que, por sustanciar sus despechos o lograr sus codicias, desataron el caudal irreparable de tanta y tan buena sangre española. Sea la FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J. O. N. 318

S. la que con voz más recia y sincera, supla, en demanda de justicia, la voz, enmudecida por el deber, de los Institutos armados. “Estas consignas serán dadas a conocer urgentemente por las Jefaturas territoriales, provinciales y de las J. O. N. S. a todos los afiliados del Movimiento, con instrucción terminante de que las observen y divulguen. Los jefes vigilarán la exacta sumisión a ellas por parte de todos y comunicarán a esta Jefatura los nombres de los infractores, si los hubiere, para la adopción de las medidas oportunas. ¡ARRIBA ESPAÑA! El Jefe, José Antonio Primo de Rivera, Madrid, 13 de octubre de 1934.

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Después de la tragedia, la farsa

Después de la tragedia, la farsa. Todavía dura el doloroso estupor de los españoles, y ya la intriga política recobra sus fueros como en los viejos tiempos. El aire se enrarece en torno al problema planteado por las sentencias que dictan los Consejos de Guerra. Da la impresión de que tanto el Presidente de la República como algunos destacados elementos del Gobierno, sienten miedo, y más que miedo vergüenza, por la victoria conseguida sobre los revolucionarios. En tres Consejos de Guerra celebrados en Barcelona se ha impuesto la pena de muerte al teniente coronel Ricart, al comandante Pérez Farrás y al capitán Escofet. Algunos de los miembros del Gobierno aseguran en sus declaraciones que la justicia se aplicará de un modo inflexible: el lema de Lerroux es: “ni crueldad ni impunismo” Pero ya se rumorea por la calle que el Jefe del Estado es enemigo de la aplicación de la pena de muerte, y que en el seno del partido radical y aun del Gobierno, hay quienes opinan que toda ejecución por delitos políticos es una crueldad. En varias reuniones del Consejo de Ministros, presididas por Alcalá Zamora, éste expone su punto de vista contrario a la aplicación de la pena capital, acordándose que el asunto pase a Informe del Tribunal Supremo. Cuando la noticia se esparce por Madrid, el malestar cunde y a ciertas personalidades empieza a designárseles con el nombre, que pronto hace fortuna, de “cómplices de la revolución”. Gil Robles se cree en el caso de decir: “Comprendo que la opinión esté excitada, pero yo me atrevería a rogar a esta opinión que tuviese, hoy más que nunca, confianza en el espíritu que predomina en el Gobierno. La Justicia seguirá su camino. Si yo no tuviera esa convicción firmísima, el Gobierno no podría seguir viviendo”. El día 20 de octubre es conocido el informe del Tribunal Supremo: los seis presidentes de Sala se oponen a algunos indultos, entre ellos al de Pérez Farrás. La reacción pública ante los intentos impunistas influye sin duda en el ánimo vacilante de Lerroux, quien, acuciado por Gil Robles y 320

preocupado por la falta de satisfacción interior que se advierte claramente en el Ejército, acaba por declararse partidario del castigo de los culpables. Entre Alcalá Zamora y él se entabla un regateo sobre los condenados. La mayor baza de este juego es Pérez Farrás, que se ha convertido en el símbolo del impunismo o de la represión. El tiempo pasa y la batalla planteada sigue sin decidirse, con el pretexto de que están pendientes de resolución unas sentencias venidas de Asturias. Pero tal situación tirante no puede prolongarse sin riesgo de que suceda algo-irremediable en la calle o en los cuarteles, y al fin se resuelve después de unas jornadas accidentadas y difíciles. Termina por triunfar el criterio impunista de Alcalá Zamora, y Pérez Farrás es indultado. Entonces los ministros, para equiparar a otros reos con el prohijado del Presidente, acuerdan “que no se ejecute a ningún sedicioso, a no ser que a la cualidad de cabecilla, una la de haber cometido actos crueles”. Con esto, la impunidad quedaba de hecho admitida como principio en el programa del Gobierno. En la disputa sobre el número de ejecuciones, se ha acordado que sean dos: las de otros tantos criminales por los que nadie se interesa: un ratero, que en un intento de robo en las cercanías de Gijón, mucho después de restablecido el orden en aquella ciudad, mató a un agente de la autoridad que le perseguía, y un minero de la provincia de León, que arrojó una bomba sobre un camión ocupado por guardias civiles y mató a varios de éstos. Ninguno de los dos tienen relieve social ni político, y al sacrificarlos, se está seguro de que no ha de sentirse herida ninguna de las organizaciones políticas o sociales responsables. Al cumplir en ellos la ley, se intenta dar una sensación de energía, mientras se salva a Pérez Farrás y a los otros militares sublevados contra España y se prepara el camino para nuevas medidas de gracia que han de alcanzar a los influyentes revolucionarios asturianos. La consecuencia lógica de estas debilidades es el envalentonamiento de los que, sabiéndose vencidos, se dan cuenta de que siguen inspirando miedo. Esta confianza en que no son temibles los vencedores gana como por contagio a los atracadores y pistoleros, a pesar de que rige la ley marcial y funcionan los Consejos de Guerra. El día 19, a las siete de la tarde, y en pleno paseo de San Juan, de Barcelona, seis maleantes asaltan la oficina de un contratista de obras; hacen r frente a los guardias que acuden, hieren a 321

dos, y en su retirada abandonan un muerto y, herido, al chófer del taxi que los conducía. Este suceso no constituía un brote aislado, sino sólo el principio de una serie de atracos, de agresiones de carácter social, hasta llegar al anuncio por parte de la C. N.T. de una huelga general revolucionaria para el día 22. El Ejército tiene que ocupar militarmente Barcelona este día; emplaza las ametralladoras en las calles y, aunque la huelga no se lleva a efecto, en las Ramblas hay alarmas, carreras, gritos y tiros. El Gobierno había enviado a tres de sus ministros a Asturias para que estudiaran “las medidas adecuadas para levantar el espíritu público y acudir con medios económicos a cicatrizar las heridas de la desventurada región”. También marchó a Asturias José Antonio Primo de Rivera, quien recorrió a pie las calles de Oviedo entre las aclamaciones de las gentes, todavía estupefactas por la actuación de los falangistas en los días terribles. Pero regresó descorazonado. Había percibido la magnitud de la tragedia asturiana y la necesidad de salvar a aquella espléndida región de la “segunda vuelta” que ya anunciaban los jaques vencidos. El 29 de octubre, de regreso a Madrid, José Antonio presidió los primeros funerales por los Caídos, con ocasión del I Aniversario del mitin fundacional de la Falange. Se celebraron con toda solemnidad en la iglesia de Santa Bárbara, repleta de falangistas. José Antonio entró entre un bosque de brazos en alto, saludado por los escuadristas que se alineaban en el atrio. A la salida, Raimundo Fernández-Cuesta leyó los nombres de los quince Caídos, contestándose con el “¡Presente!” de ritual. A continuación, José Antonio leyó con su voz más patética la Oración por los muertos de la Falange, de Sánchez Mazas. El día 7 de noviembre se cumplen las sentencias recaídas en los desdichados que en la lotería de los indultos no tuvieron fortuna. En Gijón es fusilado José Nancedo, maleante sin antecedentes políticos ni sociales, y en León, José Guerra Pardo. Los dos se reconcilian con la Iglesia para bien morir. Ladreda, diputado asturiano que ha vivido la tragedia, en la que ha estado a punto de sucumbir con su familia, hace en las Cortes un relato espeluznante de lo que ha visto y oído en los días inolvidables. Más que un discurso parlamentario es un reportaje terrorífico de unos hechos que exceden a todo lo imaginable. Describe los episodios revolucionarios y prueba que el movimiento estaba anunciado, previsto, ensayado y 322

financiado por elementos que todos conocen, y termina diciendo: “¡Asturias pide Justicia! ¡Asturias no consentirá que sobre sus ruinas se levante la bandera del impunismo. Y la justicia la defino, distinguiendo al pueblo, que sólo desea vivir y que tiene sobre sí tanta miseria, de las cabezas que lo enloquecieron y arrastraron a la locura... Para los que buscaron las armas y organizaron las huestes, justicia a secas. En cambio, para los obreros, toda la consideración que permita la ley...” Después de la tragedia de octubre, el balance de los hechos de sangre no es muy consolador. A la relación de los delitos perpetrados —estando en todo su vigor la acción militar— hay que añadir la larga lista de desmanes que se escalonan a través de todo el mes. Los hay de toda índole: asesinatos sociales y políticos; asaltos a los bancos y establecimientos en Barcelona, Madrid y otras grandes capitales, con disparos de armas de fuego y muertos y heridos entre los atacados; desvalijamiento de comercios, huelgas, sabotajes, agresiones a la fuerza pública y a las guardias de las cárceles, explosiones de bombas, reuniones clandestinas, descubrimiento de armas y explosivos, reparto de literatura marxista revolucionaria. ¡Es la revolución roja que está intacta y viva y que hace cínicamente acto de presencia y lanza un reto insolente al Gobierno, a ese Gobierno del que ya forman parte las derechas triunfadoras de las pasadas elecciones! “No puede ser —dice A B C—. No se puede admitir ni en hipótesis que el pistolerismo se enseñoree de Madrid, y que en Madrid como en Barcelona y otras poblaciones, reviva ahora con toda suerte de agravantes, entre los cuales es para considerado el desprecio al estado excepcional de guerra. Por lo común, el delincuente se siente cohibido y temeroso bajo la ley marcial, que implica una mayor severidad en las penalidades. Pero estos pistoleros hacen alarde de no temer a los Consejos de Guerra”. Y el día 20 de diciembre un diputado de Barcelona dice en las Cortes: “La Policía, en Barcelona, no previene nada; los atentados se anuncian en la Prensa, se comentan en los cafés, y después de anunciarse y comentarse, se cometen”. Desde el mismo día en que desvalijó el Banco de España de Oviedo y huyó con el botín, el cabecilla de la revolución asturiana González Peña abandonó la lucha y sólo se preocupó de burlar a la Policía. Pero el día 3 de diciembre, la fuerza pública que seguía sus pasos le detuvo en una casa del pueblo de Ablaña. Otro de los cabecillas también capturado es el sargento Vázquez, Que se hallaba oculto en una cueva de las cercanías de 323

Mieres. El también cabecilla y diputado socialista Teodoro Menéndez, que se hallaba detenido y para quien se pide la pena de muerte, intenta el día 29 poner fin a su vida arrojándose desde una galería de la cárcel al patio. Sufre una grave conmoción interna. Ante un periodista que le visita, se lamenta: “Me encuentra usted así porque no soy como los otros. Todos se han preocupado de la fuga, de preparar la retirada, de tener listo el automóvil, el barco, el paso de la frontera, el hotel en el extranjero. Yo tengo que ser la víctima”. Tanto el jefe de la C. E. D. A. como el señor Lerroux afirman, en los actos públicos a que concurren en estos días, la solidez del pacto que concierta su colaboración gubernamental. Gil Robles habla el día 15 en Madrid a los agentes electorales de su organización y les dice: “Se nos acusa de que actuamos con masones y hasta es posible que alguien me haya puesto a mí como a uno más. Para realizar la obra que necesita España no desprecio a nadie. Cristo comía con los pecadores y no es cosa que nosotros, míseros humanos, seamos más exigentes”. Las restantes fuerzas de derechas que se hallan fuera de la C. E. D. A., en su mayoría pertenecientes a sectores monárquicos, proyectan agruparse en un Bloque Nacional. Falange Española de la J. O. N. S., que “está bien lejos de ser un partido de derechas”, queda fuera del Bloque. Y con motivo de la celebración de un Congreso Internacional Fascista en Montreux (Suiza), y el rumor erróneo de su adhesión a él, hace una afirmación de principias que aparece en los periódicos del día 18: “La noticia de que José Antonio Primo de Rivera, Jefe de Falange Española de las J. O. N. S., se disponía a acudir a cierto Congreso Internacional Fascista que está celebrándose en Montreux es totalmente falsa. El Jefe de la Falange fue requerido para asistir; pero rehusó terminantemente la invitación, por entender que al genuino carácter nacional del Movimiento que acaudilla repugna incluso la apariencia de una dirección internacional. “Por otra parte, LA FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J. O. N. S. NO ES UN MOVIMIENTO FASCISTA; tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas.”

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Año tan catastrófico como el de 1934 no podía terminar de un modo normal y tranquilo. Ya está casi en su final cuando el día 28 de diciembre llega una noticia que sorprende como una bomba: Los señores Azaña y Bello, presos en Barcelona por su complicidad en la intentona separatista, han sido puestos en libertad por disposición de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, que ha sobreseído su causa. El ministro de Justicia se entera de la noticia cuando ya Azaña se pasea libremente por Barcelona. Estas y otras muchas debilidades no hacen sino envalentonar a los vencidos. Buena prueba de ello es lo que se dice en el periódico clandestino Octubre, portavoz de las Juventudes Socialistas: “No hemos sido vencidos ni aplastados. El que estemos de momento hundidos y disimulados, no significa nada: es un descanso, un chapuzón para arrancar con más brío... No hemos perdido nuestra fuerza; por el contrario, ha crecido al mismo tiempo que nuestra experiencia revolucionaria. Reorganicémonos de nuevo: emplazando mejor nuestras baterías; siguiendo el camino que Lenin señaló a los bolcheviques rusos, tenemos el triunfo seguro.”

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La “justicia” republicana

Nace el año 1935 con las salpicaduras sangrientas de la revolución de octubre. Y si bien es cierto que algunos gobernantes, y especialmente el Jefe del Estado, parecen más que inclinados, comprometidos, a borrar cuanto antes las huellas que ha dejado aquel monstruoso crimen contra la Patria, la inmensa mayoría de los españoles, fatigados unos, hastiados otros de los largos años de intranquilidad y zozobra republicanas, suspiran por recobrar el sosiego y porque “les dejen vivir en paz”, como se dice, aunque esta paz se adquiera a precio de mayores y próximas inquietudes. En Oviedo comienza el día 3 de enero el Consejo de Guerra contra Diego Vázquez Corbacho, sargento del Regimiento número 3 de Infantería de aquella guarnición y uno de los cabecillas de la revuelta asturiana. Es condenado a muerte, resultando ineficaces las peticiones de indulto, por informarlas desfavorablemente el Tribunal Supremo. Refiriéndose a esta condena, habría de escribir después Lerroux en sus Memorias: “Para mí. fue el del sargento Vázquez otro conflicto espiritual. Por las mismas razones que consideré necesario ejecutar la sentencia pronunciada contra el comandante Pérez Farrás, traidor a su patria, creí también que procedía ejecutar la que condenaba al sargento Vázquez, igualmente traidor... Pero no he de negar que aproveché la ocasión para presentarle una pequeña batalla a don Niceto... Me animaba, bien lo sabe Dios, la esperanza de perderla... Le llevé el asunto al Presidente de la República y S. E. no vaciló. Esperaba que de nuevo reuniría el Consejo, nos pronunciaría otro gran discurso y nos daríamos por vencidos los ministros, pero se indultaría al sargento, como se había indultado al comandante. Don Niceto, que había salvado la vida del «héroe de la independencia catalana», comandante Pérez Farrás, no quiso salvar la vida del sargento Vázquez, que fue ejecutado el 1.° de febrero, a la vez que Jesús Arguelles Pichilatu, que tampoco alcanzó la gracia”. Pichilatu, que había capitaneado un grupo de rebeldes en las calles de Oviedo, murió impenitente, en el patio de la cárcel, frente a un pelotón del Tercio. El sargento Vázquez, por el contrario, pidió los auxilios de la 326

Religión y recibió con fervor los Santos Sacramentos. A las nueve de la mañana forma en el patio del cuartel de Pelayo, de Oviedo, el Regimiento núm. 3. Un minuto después es sacado el reo. Desfila por delante de los oficiales, a los que saluda militarmente y, al pasar frente a la bandera, se cuadra rígido para rendirle su último homenaje. Al llegar el instante supremo, pide un Crucifijo y lo aprieta contra su pecho. —En mí se ha hecho justicia —dice—, pero es preciso seguir haciéndola. Luego las tropas de su regimiento desfilan ante el cadáver. La justicia se ha cumplido. Ante ella, el sargento Vázquez aparece como el máximo responsable de la revolución, porque a todos los demás, a los verdaderos inspiradores y causantes de la catástrofe, alcanzaron indultos, amnistías y protecciones eficaces. Por estos días se produjo en el seno de Falange Española de las J. O. N. S. una crisis interna de gran resonancia. Ramiro Ledesma reprochaba a José Antonio el no haber sido capaz de conquistar el poder después de la revolución de octubre, como si la Falange hubiera estado preparada para ello y como si el país no creyera aún en otras soluciones más cómodas. Ramiro Ledesma, uno de los hombres más extraordinarios que ha tenido la Falange, fue víctima en este caso de un espejismo muy común en los doctrinarios: el que les hace contundir las cosas, tal como son, con las ideas que de las mismas se han forjado. Este y otros motivos, posiblemente de índole personal, movieron a Ramiro a intentar separar de nuevo las J. O. N. S. de la Falange Española, para lo cual creía contar no sólo con los antiguos militantes jonsistas, sino también con la masa obrera encuadrada en los sindicatos nacionalsindicalistas. En efecto, algún fundamento tenía esta esperanza, pues los sindicatos habían sido “trabajados” para la escisión, no sólo por el propio Ramiro, sino también por el ex-cenetista Sotomayor, Jefe de la Central Obrera, que estaba de acuerdo con aquél en lograr la secesión. De la forma en que José Antonio supo vencer este escollo, nos cuenta Ximénez de Sandoval: “Al día siguiente de aquel domingo en que se decretara la expulsión de Ledesma, aprobada por toda la Falange —incluso por el noventa y cinco por ciento de los viejos jonsistas—, José Antonio se 327

dirigió a los Sindicatos, que estaban en un pabellón diferente de Marqués del Riscal. Atravesó el jardín, acompañado de sus fieles camaradas de todas horas. El local de la Central Obrera Nacional-sindicalista estaba lleno de obreros revolucionarios preparados para la explosión por la palabra ardiente, tajante y gutural de Ledesma Ramos y la dureza conceptual de Sotomayor. Ellos, que habían vuelto los ojos dolidos de las desesperanzas marxistas o anarquistas hacia la clara luz de la Falange, se creían engañados también por José Antonio, a quien algunos pintaban como “un señorito de cabaret”. Esta insidia, fácil de creer por los “señoritos” ¿no iba a prender con más facilidad en los violentos obreros de nuestra Central? Al ver a José Antonio, empezaron a gritar desaforadamente, intentando desviarle por la coacción de su propósito de hablarles. Hubo gritos de “Fuera los señoritos”, y otros muy poco gratos y no menos injustos para los oídos de aquel hombre entregado por voluntad propia a la áspera misión de buscar para todos los españoles —y sobre todo para quienes difícilmente podían conseguirlos en la encrucijada histórica de España— el sabor del Pan y la tranquilidad de la Justicia en una Patria Grande y Libre. José Antonio no se inmutó. Tenía hecha el alma a todas las ingratitudes y a todas las incomprensiones. Y aun cuando después nos haya dicho algunas veces que fue aquel momento, al enfrentarse con cuatrocientos hombres hoscos y mal vestidos que le denostaban ferozmente, cuando su ánimo y su temple, serenos siempre, flaquearon un poco, su fuerza de voluntad se impuso y apartando de un empellón a quienes le negaban la entrada en el recinto sindical, avanzó hacia el centro de la estancia con su eterna actitud majestuosa. Y José Antonio pronunció unas solemnes palabras a aquellos exaltados: “—Quizá salga muerto de este cuarto. Pero lo que es seguro que antes de matarme habréis oído a este señorito. “Su mágica presencia física y su impecable palabra, sin un trémolo en la voz, sin una bravata ni una adulación de más, sin un acento de sinceridad de menos, convencieron rápidamente a aquellos camaradas a quienes se había tratado de desviar. Al cabo de un cuarto de hora de explicaciones leales de conducta, cara a cara de los exaltados nacionalsindicalistas, José Antonio abandonaba la Central Obrera entre un bosque de brazos alzados y un clamor de vítores a su figura señorial. La posibilidad de división en la Falange había fracasado definitivamente.” Muy pocos fueron los que siguieron a Ramiro Ledesma en su intento escisionista. Entre todos ellos redactaron un semanario al que titularon La 328

Patria Libre, pero su éxito fue nulo y su vida efímera. Para sustituir a Sotomayor en la dirección de los Sindicatos fue designado Manuel Mateo, viejo dirigente comunista ganado para el nacionalsindicalismo por el verbo joseantoniano. Al producirse la escisión de Ramiro Ledesma, José Antonio envió a Valladolid a dos seuistas —Salazar y Guitarte— con el fin de que exploraran cuál iba a ser la actitud que ante este hecho había de tomar Onésimo Redondo, ya que no desconocía la buena amistad que unía a éste con Ramiro. Antes de dar una respuesta concreta y pese a que ya tenía su resolución tomada, quiso Onésimo consultar con los militantes que en el Centro de la Falange vallisoletana se encontraban, manifestando todos su opinión, coincidente con la de Onésimo, de continuar unidos a la Falange y fieles a la jefatura de José Antonio. De la nutrida J. O. N. S. de Valladolid, sólo dos afiliados siguieron a Ramiro en su retirada. El primer acto público celebrado por Falange Española de las J. O. N. S. después de su crisis interna, fue precisamente en Valladolid: la Asamblea de constitución del S. E. U. de aquel Distrito Universitario. Quebrantada completamente la F. U. E., por estas fechas habían llegado a ser los estudiantes falangistas el grupo político más importante en la vida universitaria de la vieja ciudad castellana. La Asamblea se celebró el día 20 de enero en el Cine Hispania y, pese a las peripecias por que tuvieron que pasar los organizadores del acto —el día antes les negaron el local después de habérselo concedido, teniendo que intervenir personalmente José Antonio para que fuera revocada la prohibición— el pequeño teatro se vio abarrotado por una masa de más de mil estudiantes. Abrió el acto Luis Alonso Otero, jefe del S. E. U. del Distrito, y Onésimo Redondo pronunció a continuación una vibrante alocución. Para cerrarlo, José Antonio pronunció un discurso que terminó con las siguientes palabras: “El medio contra los males de la disgregación está en buscar de nuevo un pensamiento de unidad, como síntesis armoniosa colocada por encima de las pugnas entre las tierras, entre las clases, entre los partidos. Ni a la derecha, que por lograr una arquitectura política se olvida del hambre de las masas; ni con la izquierda, que por redimir las masas las desvía de su destino nacional. Queremos recobrar, inseparable, una unidad nacional de destino y una justicia social profunda. Y como para lograrlo tropezamos con resistencias, somos resueltamente revolucionarios para destruirlas. 329

“Pero no olvidéis que esta tarea de unidad exige Que estemos entre nosotros indestructiblemente unidos. Entendamos la vida como servicio; todo cargo es una tarea y todas las tareas son igualmente dignas, desde la más gozosa, que es la de obedecer, hasta la más áspera, que es la de mandar. “La Jefatura es la suprema carga: la que obliga a todos los sacrificios, incluso a la pérdida de la intimidad; la que exige a diario adivinar cosas no sujetas a pauta, con la acongojante responsabilidad de obrar. Por eso hay que entender la Jefatura humildemente, como puesto de servicio; pero por eso, pase lo que pase, no se puede desertar ni por impaciencia, ni por desaliento, ni por cobardía:” Al finalizar José Antonio sus palabras, los aplausos y vítores a la Falange una e indivisible, perecían no terminar. El semanario de las J. O. N. S. de Valladolid, Libertad, publicó al día siguiente un editorial en el que, entre otras cosas, decía: “Podemos afirmar rotundamente, sea cualquiera el juicio que tengamos de personas y hechos concretos, esta verdad, que ante todo importa publicar y servir: No hay separación. “Si a alguien le cabe dudar, asómese al comentario del acto de ayer mismo en Valladolid. Allí estaba presente la mayoría del Movimiento en nuestra ciudad, baluarte del jonsismo. Allí habló el Jefe de Falange Española de las J. O. N. S. y figuró a su lado nuestro director, Onésimo Redondo. El entusiasmo de los mil estudiantes que llenaban el Hispania la perfecta coincidencia de los que hablaron y el sentir unánime de los aplausos y vítores bastan para proclamar que las J. O. N. S. de Valladolid confirman con hechos lo invariable y perfecto; no hay ni puede haber, ni habrá jamás, división verdadera en el cuerpo y en la fe. Las J. O. N. S. no pueden separarse de sí mismas. Todas forman y formarán siempre una Falange nacional. “ Y seguía, con la firma de Onésimo Redondo, un artículo que terminaba diciendo: “Un millar de estudiantes asistió ayer a la asamblea constitutiva del S. E. U. ¿Estamos satisfechos? No, pues aunque puede asegurarse que la Universidad toda estaba presente, teníamos derecho a esperar que asistiesen el doble. “No fue así por una razón bien patente: que hasta las diez y media — y el acto fue a las once— no tenían los estudiantes local. Sólo después de 330

grandes esfuerzos se consiguió a última hora contar con un teatro del que no se disponía al amanecer del domingo. “Fue, por tanto, un éxito, dadas las circunstancias, concentrar una masa escolar en unos momentos. “Hemos de añadir, para poner de relieve la firmeza y fluidez de organización de las J. O. N. S. de Valladolid, que no fue necesaria la ayuda de los jefes para preparar el acto de ayer. Fueron los mismos estudiantes quienes corrieron con la empresa de sacarlo adelante. Sin dinero, por supuesto. Sin más medios que su voluntad. Todos menores de veinte años los que organizaron la asamblea y dirigen el S. E. U., han puesto a prueba con triunfo lo que las J. O. N. S. de Valladolid han avanzado en capacidad y funcionamiento. “A los cuatro años de lucha y trabajo, muchas veces unipersonal, podemos recoger un fruto que desde el principio apreciamos como el primer requisito para hacer algo: que no recaigan sobre una, dos o tres personas todas las tareas. “Hoy son muchos los que en la organización de Valladolid valen, hacen y ayudan, sin necesidad de un impulso personal inmediato. “Nuestra felicitación y nuestra gratitud a los directivos del Sindicato Español Universitario: “Luis Alonso Otero, entrometido luchador y magnífico estudiante. “Anselmo de la Iglesia, como ninguno fiel; siempre en vanguardia. “Víctor Fragoso, constante y eficaz en cualquier tarea. “José Manuel González, camarada seguro de primera línea. “Con un cuadro así para servicio del Movimiento, las J. O. N. S. de Valladolid se adueñarán de todo.” El día 8 de febrero se reúne en el Hospital de Oviedo el Consejo de Guerra para juzgar a uno de los principales cabecillas de la rebelión asturiana: Teodomiro Menéndez. El procesado comparece en una camilla de ruedas, por la imposibilidad de moverse a consecuencia las heridas que se produjo cuando se tiró al patio desde una galería de la cárcel. Toda la declaración del procesado se circunscribe a una constante negativa: ni actuó en nada ni es responsable de nada. Si acaso de los favores que prestó a gentes de orden, a las que protegió contra los excesos de los exaltados. Los testigos tejen una red de contradicciones. Uno declara que Teodomiro no se movió de su casa por asistir a su esposa enferma; y otro, que fue el 331

encargado de clasificar a los prisioneros. Hay quien atestigua que Menéndez estaba indignado por la marcha de los sucesos y se dedicaba a la tarea de salvar a muchos detenidos, y quien, por el contrario, afirma que ejerció la función de presidente del Tribunal Popular, dio órdenes de lucha y manejó grandes cantidades de dinero. Ante este Consejo comparece como testigo González Peña. Se presenta esposado y al preguntarle su profesión sonríe desdeñoso y dice simplemente: “minero”. Su testimonio es otro tejido de exculpaciones. Mientras en su declaración primitiva confiesa que formaban parte del Comité revolucionario algunos diputados, ahora se evade afirmando que en esos diputados no están comprendidos ni Menéndez ni él. El fiscal, para desvanecer las dudas, apela a la testificación de un muerto, el sargento Vázquez, en cuyas declaraciones se consigna de un modo terminante que del Comité revolucionario formaba parte González Peña como general en jefe de la rebelión. Y respecto a Teodomiro Menéndez, que formó parte del segundo Comité, añadiendo Vázquez en su testimonio que le vio dar órdenes en las calles, destacándose en todo momento por su calidad de jefe distinguido. El defensor sostiene que Teodomiro Menéndez sólo intervino para frenar los impulsos de los extremistas. El Tribunal Militar, dada la calidad de las pruebas, condena a muerte al cabecilla asturiano. Apenas se dicta la sentencia, se puede conjeturar que no será ejecutada. El rigor con que se había de castigar a los revolucionarios quedó patente en los primeros indultos, y no era lógico sancionar a los menos culpables cuando no se había permitido la ejecución de los mayores. Por esta razón pudo decir un diputado en las Cortes, el día 12 de febrero: “A los tres meses de ocurridos los sucesos revolucionarios, nadie negará el peligro de la gestión de otro movimiento, porque dentro del Estado siguen los mismos elementos que organizaron el anterior.” Para demostrar que así sucedía, se declaran en huelga los mineros en Sotrondio el día 14, en la víspera del Consejo de Guerra que ha de juzgar al cabecilla máximo de la revolución asturiana: González Peña. Al cuartel de Pelayo, donde se celebra la vista, acude un inmenso gentío. El apuntamiento contiene numerosos testimonios que coinciden en señalar a González Peña como jefe de la revolución y componente del Comité. Entre esos testimonios destacan por su calidad el de Teodomiro Menéndez y el de Mariano Alonso Fabre, subalterno del procesado. 332

Menéndez confirma que González Peña era el jefe. Pero la declaración de Alonso Fabre es más grave. Acusa a González Peña de sanguinario y cruel. Dice que cogieron prisioneros a unos catorce hombres, entre guardias civiles y de Asalto, y que por mandato de González Peña fueron sometidos a duros tormentos. Peña se distinguía en cometer estos actos, porque, según él, “le satisfacían”. Se les pinchaba con agujas, y Peña, cuando atormentaba a un cabo, le dijo: —Ahora me toca vengarme. ¿No te acuerdas cuando me pegabas tú a mí? El reo, en cambio, lo niega todo. Táctica genuina de cabecilla marxista. Se presenta como hombre sensible, de espíritu moderado, que salvó a muchos prisioneros y quiso actuar de freno en el extravío de las turbas. Mas los testigos se suceden en desfile abrumador y aclaran y definen las actuaciones de González Peña en la revuelta: requisa, transporte y reparto de armas; asalto a los bancos y distribución del dinero. Peña, según los testigos, fue el que aconsejó los incendios. “¡Hay que quemar Oviedo!” —es la frase que repite frecuentemente. Se convierte en guardián de las cantidades robadas y las reparte entre los que tiene a sus órdenes, según su arbitrio. El reo, sentado a la derecha del juez, sonríe despectivo. Saca cuartillas del bolsillo y con su estilográfica toma notas. Pero la impresión que quiere dar de hombre imperturbable se desvanece cuando el fiscal hace la Aposición impresionante de todos los crímenes y delitos en que ha tomado parte el acusado. Entonces escribe nerviosamente, se revuelve en el asiento y mira con los ojos desorbitados por el terror a su defensor. ¿Qué va a decir éste, después de la copiosa prueba, convincente e irrebatible, que se ha aportado en la vista? Todo el alegato del defensor es un esfuerzo para ahuyentar la palabra fatídica, que pesa sobre la sala y el auditorio. En vano intenta convencer al Tribunal de la irresponsabilidad de González Peña, endosando a otro la jefatura de la revuelta. En vano también el propio procesado se defiende con tono patético y apela a los sentimientos de los jueces. La prueba de convicción resulta tan abrumadora que el fallo es condenatorio: pena de muerte. A cada condena de muerte que llega de los Tribunales Militares, la parte radical del Gobierno es sacudida por un calambre. Dijérase que las sentencias alzaban ante el camino gubernamental montañas infranqueables. Por lo que concierne a González Peña, la protección no proviene 333

únicamente de los centros revolucionarios, sino también de las logias: el criminal es masón de grado 3.° ¿Va a ser también indultado González Peña? La C. E. D. A. se encuentra ante una terrible disyuntiva. La ejecución de la sentencia equivale a la ruptura con sus aliados radicales, partidarios del indulto. Y el indulto compromete al partido, situándolo para siempre en el frente de los impunistas de la gran traición de octubre. Por el momento, el Consejo de Ministros se excusa de examinar las penas capitales y se limita a remitirlas, como estaba acordado, al Tribunal Supremo. Diputados socialistas, abogados, políticos y masones desfilan por el despacho del Jefe del Gobierno implorando piedad para los condenados. El señor Lerroux se conmueve y contesta a los visitantes que “si han de entrar en conflicto sus sentimientos y su deber, siempre se inclinará por los sentimientos”, lo que es tanto como asegurar que no habrá castiga. El “espíritu generoso” que no quiso aplicarse al sargento Vázquez y a otros desgraciados poco influyentes es ampliamente utilizado a la hora de castigar a los principales promotores de la rebelión marxista o separatista. Así aplicaba la democrática conquista de la “igualdad ante la ley” la República democrática española. Después de la crisis interna sufrida en el mes de enero, la Falange emprendió una resonante campaña de propaganda, a pesar de las dificultades que para ello ponía el Gobierno, no muy deseoso de que la Falange extendiera su organización y aumentara el volumen de sus adeptos. Comenzó esta campaña el día 10 de febrero de 193o en Salamanca, en un acto en el Teatro Bretón en el que habló José Antonio y al que acudió, con gran sorpresa de muchas gentes de dentro y fuera de España, el Rector de aquella Universidad, don Miguel de Unamuno, quien acompañó asimismo a los organizadores en el banquete que celebraron después del acto. Continuó posteriormente José Antonio su propaganda por Andalucía, hablando el día 13 en San José del Valle, Arcos de la Frontera y Villamartín. El 14 en Puerto de Santa María y Jerez. Trasladóse después a Zaragoza, donde en una conferencia organizada por el Ateneo explicó la aparición de la nueva edad clásica y el papel preponderante que en ella debía asumir España. 334

El día 24 celebra la Falange un gran mitin en el Cinema Europa de Toledo, al que acuden gentes de toda la tierra toledana, escuadras de Ciudad Real, y una centuria de Madrid. Ese mismo día, por la noche, José Antonio preside en Madrid un banquete que la Falange de la capital de España ofrecía al escritor Eugenio Montes. La comida se celebra en el Café de San Isidro con cerca de ochocientos asistentes, a los que se suman otros dos centenares a la hora de los brindis. La intensa campaña de propaganda falangista a que estaba entregado José Antonio, tuvo su punto culminante en Valladolid. La J. O. N. S. vallisoletana venía organizando una serie de conferencias en el Teatro Calderón, la primera de las cuales, celebrada en el mes de febrero, corrió a cargo de Eugenio Montes sobre el tema “Destino de España en el mundo”. La segunda conferencia, coincidente con el aniversario del primer acto Público de Falange Española de las J. O. N. S., se celebró en el mismo local, abarrotado de público, el día 3 de marzo, hablando José Antonio Primo de Rivera. La conferencia llevaba por título “España y la barbarie”. Esta vez los marxistas no intentaron el más mínimo conato de violencia contra la Falange, de cuyo temple viril venían teniendo pruebas contundentes. Acompañaban a José Antonio en el escenario de Calderón casi todos los miembros de la Junta Política. Y el mismo día hubo una reunión interesante de la misma. Se venía hablando ya de que el Gobierno iba a celebrar unas elecciones municipales para tantear el ánimo del país, desilusionado por la nefasta liquidación de los sucesos de octubre. La Junta Política examinó la situación y decidió dar una nota al país declarando que la Falange iría a la lucha sin concomitancia alguna con derechas e izquierdas. Por la tarde, las milicias falangistas de Valladolid se concentraron en el campo de Puerta de Hierro, en la barriada de La Rubia, y José Antonio les tomó juramento. El acto terminó con un desfile impresionante, a paso gimnástico, de las Centurias vallisoletanas ante su Jefe Nacional. A mediados de mes continuó José Antonio su propaganda, celebrando el día 16 un mitin en Corrales (Zamora), y al día siguiente otro en Villagarcía de Arosa (Pontevedra), lugar en el que se concentraron falangistas de toda Galicia llenos del mayor entusiasmo. De las incidencias habidas con motivo de este acto nos habla Fernando Meleiro en su libro Anecdotario de la Falange de Orense en la forma siguiente: 335

“En Villagarcía bullía la gente, enfervorizada por la presencia de José Antonio. Una multitud de camisas azules, jubilosa e inquieta, con los brazos arremangados y las armas al cinto, iba y venía por doquiera, sin dirección ni destino... En la calle, bullicio, sol, ambiente tibio de primavera. El pueblo nos observaba hosco, huraño, reservón. Continuamente llegaban coches de turismo y ómnibus con carga joven, alegre. “El teatro rebosaba gentío, restallaba de colorido, de banderas, de consignas, de guirnaldas, de flores... Camisas azules acordonaban el patio de butacas y ocupaban algunos palcos en actitud vigilante. El público aburguesado y sonriente, comentaba frívolamente las incidencias y pormenores tan vistosos de aquella jornada nacionalsindicalista. “Se hizo un silencio expectante. Las conversaciones cesaron. El barullo, la algarabía de una multitud que charla, que se transmite órdenes a gritos, que se llaman unos a otros desde lejos, cesó en el momento en que adquiría proporciones obsesionantes de griterío infernal. Alguien dijo en la puerta: “—¡Que viene José Antonio! “Y se hizo un silencio sepulcral; digo mal; no era silencio de muerte, sino de vida; un silencio vivo, enfervorizado, cálido, que estalló en aplausos y vítores, en arribas, en brazos en alto, en emoción incontenible. El levantó el brazo dos o tres veces; quiso dibujar una sonrisa con que obsequiar a la multitud enardecida, y no pudo. ¿La emoción? Atravesó el pasillo central, seguido de un pelotón de camaradas. Subió al escenario, invadido por una riada incontenible de camisas azules... “Comenzó el mitin. El camarada Buhigas, como Jefe de la J. O. N. S. de Villagarcía, presentó a los oradores. Habló luego Valdés, entonces Jefe Nacional del S. E. U. Su discurso, enjundioso y breve, una emocionada oración dedicada a las Juventudes universitarias, representadas allí por los camaradas de Santiago... A Valdés, siguió Suevos, un Suevos adolescente, casi un niño..., hablando como un hombre elocuente, vibrante y de elevados conceptos. “Finalizó Suevos su perorata y salió Mateo a la palestra. El Jefe Nacional de Sindicatos, como orador, resultaba humorista, satírico, tremendamente cáustico. Temido por los enemigos, en particular por los comunistas, que se la tenían guardada, pues sabía muchas cosas de ellos. Los ponía en ridículo, excitaba la hilaridad del auditorio con su fino y singular gracejo. 336

“Por último, José Antonio, sencillo, electrizante... Comenzó suavemente, diñase que tímidamente, como explorando el camino hasta pisar terreno firme; pero pronto se afianza y comienza a decir cosas maravillosas o al menos parecen maravillosas a todos, que nos quedamos suspensos de su verbo, acongojadamente suspensos, con una ansiedad que no desaparece hasta que no desaparece hasta que se desborda en los aplausos finales, en el griterío ensordecedor con que el auditorio, enardecido, acoge los últimos párrafos de su magnifica oración.” Como en todos los actos falangistas, ni el mas leve incidente se produjo en el local durante la celebración del mitin. Pero luego, en las calles, grupos de marxistas agredieron a falangistas dispersos, resultando varios heridos por ambas partes. No es solamente la Falange la que cuida de su propaganda. Los partidos políticos —derechas e izquierdas— celebran por estos días innumerables mítines. Los monárquicos atacan a Gil Robles. Así, Calvo Sotelo, en su discurso del día 8 en Madrid aborda el tema del “accidentalismo” de la C. E. D. A.: “El accidentalismo tiene su esencia doctrinal en la teoría del bien posible, que algunos enraízan con ciertas Encíclicas y que yo la creo de raigambre maquiavélica... El accidentalista, si gobierna, tiene que retorcer su corazón. Si no gobierna, ha fracasado”. Gil Robles trata de justificarse en el mitin que celebra el día 11 en Zaragoza, en el que se hace una calurosa defensa de la “táctica”: “Sirviendo esta táctica, emprendemos el único camino viable para convertir la República en un régimen para todos los españoles. Los republicanos trajeron la República para ellos solos y su provecho y para atacar desde el Poder a sus enemigos políticos. Nosotros no podíamos consentir que se destrozara España y por eso dijimos: entremos dentro y transformemos la República de tal manera, que sea beneficiosa para todos los españoles”. Por parte de las izquierdas, se celebran mítines en Algeciras y Sevilla, coreándose los discursos con vivas al socialismo, al comunismo y a Asturias roja. Ofrecen los oradores que se hará justicia, cuando venga la reacción de las izquierdas, “aunque se conmuevan los cimientos del Estado y se derrumben los altares”, contra los que han traicionado “el espíritu de la República”. Se ataca a la Religión, al Clero, a los ricos, las instituciones tradicionales, los fundamentos del orden social. 337

Los emigrados que viven en París redactan un manifiesto, escrito en términos tremebundos, para pedir a las organizaciones proletarias del mundo que intervengan y soliciten el indulto de González Peña, “obrero de la mina, como vosotros y como nosotros”, cuya cabeza “exige como un trofeo sangriento la burguesía de España regida por un clericalismo fanático”. Prohibidas legalmente, no son menos activas en la clandestinidad las organizaciones comunistas, que celebran sus reuniones y asambleas y tienen su Prensa que sale puntualmente, lo que constituye un alarde del llamado “aparato ilegal” del partido. El Boletín Oficial del Partido Comunista da cuenta cada semana de las nuevas células de empresa y de barriada que se han creado. El Socorro Rojo Internacional funciona en toda España, protege a los comprometidos por los sucesos de octubre y para él se cotiza los sábados en todos los tajos, talleres o fábricas donde actúe una célula. Los anarquistas de la F. A. I. publican también clandestinamente un semanario titulado Revolución Social, en el que se amenaza a los obreros que sustituyeron en octubre a los huelguistas “con medidas sonoras y contundentes, características de una eficacia inmejorablemente reparadora”, y excita a sus grupos de acción “para que apliquen la justicia catalana” a las personas “no gratas a las organizaciones anarquistas”. A los pocos días dos guardias de Prisiones eran asesinados. Desde su escaño, el diputado Bolívar los había señalado como “verdugos de los presos políticos”. Eli marasmo y la pasividad en que se hallaban sumidos tanto el Gobierno como las Cortes era casi absoluto. La acción gubernamental de sentido constructivo fue, por todas partes, invisible. El primer bienio se desgastó en la acción, acción frenética, precipitada, inconsciente y en muchos puntos francamente insensata. Ahora, en el segundo bienio, las instituciones van lenta y seguramente depauperándose por inacción, por abulia, por no saber qué hacer de la iniciativa gubernamental. Desde que el semanario falangista F. E. fue suspendido, José Antonio vino realizando laboriosas gestiones para que fuera autorizada su reaparición, sin que éstas obtuvieran resultado positivo. Por ello se propuso crear un nuevo periódico, convencido de la necesidad imperiosa que tenía la Falange de contar con un órgano de propaganda para la expresión de sus ideas, máxime teniendo en cuenta el “cerco del silencio” a que la tenían sometida la casi totalidad de los periódicos existentes, tanto de izquierdas como de derechas. En principio se pensó que el nuevo 338

semanario llevara el título de Unidad, pero hubo que desistir ante la desautorización del Ministerio de la Gobernación. Se desecharon varios títulos más, entre ellos el Sí, que José Antonio meses antes quería para su diario. Alguien propuso bautizarlo con el grito falangista Arriba España, pero José Antonio manifestó su preferencia por una sola palabra, como Unidad, Verdad, Libertad, Fe. Al fin se aceptó utilizar como título la primera palabra del grito falangista y, por tanto, el nuevo periódico se llamaría Arriba. Por fin, y después de fuerte forcejeo con las autoridades encargadas de autorizar la salida del periódico y con los puntillosos elementos a cuyo cargo corría la censura, el 21 de marzo pudo verse en la calle el primer número de Arriba. En sus páginas —entre otros artículos, crónicas y reportajes— un brillante editorial de Sánchez Mazas titulado “Unidad de destino”, una fuerte diatriba de José Antonio contra Ledesma Ramos bajo el título de “Aviso a los navegantes” y otro artículo del mismo autor en el que desarrolla una crítica contra los dos bienios y en el que, entre otras cosas, dice lo siguiente: “A fines de 1933 salimos del bienio terrible para entrar en el bienio estúpido. “Este sí que ya no conserva ni rastro del propósito revolucionario del 14 de abril. Ni reforma agraria, ni transformación económica, ni remedio al paro obrero, ni aliento nacional en la política. Chapuzas para remediar algún estrago del bienio anterior y pereza. Pereza mortal, para dejar que los problemas se corrompan a fuerza de días, hasta que llegue otro problema y los quite de delante. La revolución del 14 de abril se ha estancado en «esto»... “El marxismo, cauto y peligroso, ha logrado salir casi intacto del percance de octubre. Ahora rehace sus fuerzas y revisa sus armamentos. Mientras la fuerza pública descubre saldos de viejas escopetas y revólveres caducos, nadie sabe dónde se guardan los arsenales apilados para la revolución de octubre que no llegaron a salir. Además, el socialismo sabe mover los hilos de la desesperación proletaria, cuando esa desesperación tiene tantos fundamentos. Se trabaja por el frente único con comunistas y anarquistas. “Mientras tanto, cada día nos sale un curandero para el mal. Gil Robles sigue pronunciando discursos prometedores, como si no tuviera tres ministros en el Gobierno y la minoría más numerosa en las Cortes. El Bloque Nacional luce suntuosamente. Este ya trae palabras nuevas, 339

para que no se diga: ¡habla de unidad de mando, de Estado corporativo y de otras cosas «fascistas»/!En seguida le van a creer! Un orden nuevo traído por las ultraderechas, es decir, por los partidos privilegiados en el orden antiguo. ¡En seguida lo van a creer los obreros, los estudiantes y todos los añejamente descontentos contra el caduco tinglado español! “¡Basta de falsificaciones! La tarea española está intacta: la tarea de devolver a España un ímpetu nacional auténtico y asentarla sobre un orden social distinto. Basta de palabrería mal copiada, y vamos a la busca de la palabra decisiva, de la mágica palabra del resurgimiento. Otra vez hay que salir contra los que quieren arrancarnos del alma la emoción española y contra los que amparan bajo la bandera del patriotismo la averiada mercancía de un orden burgués agonizante. ¡Estudiantes de España, obreros de España, intelectuales de España: otra vez a la tarea! Contra lo uno y contra lo otro. Por la España completa de los mejores días. Por el Pan y la Gloria. ¡Arriba España!” Los Tribunales militares continúan juzgando a los responsables de la revolución de octubre de 1934. A cada anuncio de una sentencia de muerte dictada por estos Tribunales, se encapota el cielo ministerial, y el señor Lerroux siente que se le derrite su corazón compasivo. La dificultad para el jefe del Gobierno no procede de la perplejidad por si debe indultarse o no a los condenados. Está descontado su indulto: “Teodomiro Menéndez y González Peña —anuncia el señor Calvo Sotelo en Villarreal— serán indultados por Lerroux, ya que éste se comprometió a ello con las logias masónicas del extranjero”. Los ministros, según referencia oficiosa, estudian la sentencia de González Peña, que tiene poco que estudiar, porque son bien conocidos los hechos que la motivaron. De los ministros pasa al Tribunal Supremo; y con estos trámites se gana el tiempo necesario para desanudar el conflicto político planteado en el seno del Gobierno, donde hay tres fracciones —la cedista, la agraria y la liberal demócrata— que tienen anunciada su oposición al indulto de González Peña. Al comenzar el Consejo de Ministros el día 29 de marzo de 1935, el ministro de Justicia manifiesta que la C. E. D. A. está contra todos los indultos en general y no contra el de González Peña en concreto. Entiende el ministro que la política de blandura que se sigue con los culpables, alienta y estimula a la revolución y que tal política culminará si el Consejo 340

se muestra de acuerdo con el informe del Tribunal Supremo, favorable al indulto. Su aceptación convertirá al delincuente en héroe, y la sociedad adquirirá la certeza de que se halla desamparada. Lerroux, después de escuchar el parecer de varios ministros, acuerda que se someta el asunto a votación, resultando ésta favorable a la impunidad por dos votos. Con esto, la revolución de octubre quedaba liquidada sin castigo para los culpables. El resultado de esta votación supone la crisis. Los representantes de los partidos que se han opuesto al indulto hacen saber al señor Lerroux que no pueden continuar en el Gobierno. Abiertas las consultas y después de fracasar Lerroux y Melquíades Alvarez en el intento de formar nuevo Gobierno, el Jefe del Estado encomienda de nuevo a Lerroux este cometido. Por fin, el día 3 de abril consigue formar Gobierno el señor Lerroux. Estaba compuesto el Gabinete de siete radicales, un general y un marino, tres técnicos y un político de posición indefinida en cuanto al casillero parlamentario, pero perfectamente definida en cuanto a la ambición: el señor Pórtela Valladares, grado 33 de la masonería. El nuevo Gobierno es recibido con gesto despectivo. Ocho de los ministros no son diputados. Se trata de un intento minoritario, condenado a fenecimiento irremediable apenas acabado de nacer, y se le asigna un carácter de transitorio y circunstancial, como de engendro, que desde su aparición provoca la aversión de las minorías que integran el Bloque. El diario ABC reprochaba al jefe de la C. E. D. A.: “Lo más que puede deplorar el señor Gil Robles es el haber perdido estérilmente tantos meses. En el de noviembre del 33 debió pedir el Poder; era lo lógico; era lo de moral política; era, asimismo, lo de derecho consuetudinario en todos los Estados del sistema parlamentario. Debió pedirlo entonces afrontando la realidad, para que el desengaño inmediato hubiera encaminado sus pasos, ahorrándole desgastes y concesiones claudicantes”. Mientras tanto, la Falange seguía creciendo, nutriendo sus filas especialmente de jóvenes, asqueados de la política imperante y ganados por la doctrina y el estilo de la Falange. Pero los asesinos acechaban. La política de blandura y de “aquí no ha pasado nada” de los gobernantes respecto a la revolución de octubre, hace que los marxistas cada día se sientan más envalentonados y traten de evitar, aunque sea por medio del 341

crimen, el crecimiento de la Organización que más temen: la Falange. Por eso, los incidentes entre marxistas y falangistas, cada día son más numerosos; Así, el 25 de marzo fueron atacados en Alicante diez falangistas por más de un centenar de marxistas, que si bien lograron herir a dos de ellos, se retiraron con más bajas por su parte. El día 28 y cuando el Jefe Local de las J. o. N. S. de Corrales (Zamora) regresaba hacia su casa por un sitio solitario, completamente oscuro, fue agredido por varios socialistas con disparos y arma blanca, y quedó gravemente herido. El día 2 de abril cae asesinado en la plaza de la Opera, de Madrid, el falangista José García Vara. Este, obrero panadero, era el alma del Sindicato de su ramo, y cuando a la hora de costumbre marchaba hacia su casa, un grupo marxista le mató a traición con una descarga que le atravesó de cinco balazos. Ese mismo día, y en acción de castigo contra los marxistas, varios falangistas de la Primera Línea asaltaron una taberna en la carretera de Extremadura, donde se reunía el grupo marxista de acción que había organizado el atentado contra García Vara y dejaron tendidos a tres de ellos. El día 9, en Arija (Surgos), hubo un choque entre falangistas y marxistas, resultando un herido de aquéllos y tres de éstos. El día 11, en Salamanca, cuando el falangista Juan Pérez Almeida, obrero electricista, paseaba por el parque de la Alamedilla en unión de su novia y de su hermana Carmen, unos cuantos marxistas, bien parapetados, dispararon sobre el grupo varias descargas. Carmen Pérez Almeida, de 12 años de edad, murió en el acto de un balazo en la cabeza y su hermano Juan, que resultó gravísimamente herido, falleció también días después. Todos estos crímenes venían a producir efectos contrarios a los que se proponían sus cobardes autores. La Falange crecía y se hacía cada vez más animosa y combativa. Su doctrina se iba extendiendo y captando de día en día un mayor número de adeptos entre todas las clases sociales. El día 7 de abril se celebra un gran mitin en Jaén, en el que hablaron, entre otros, Fernández Cuesta y José Antonio, y en el que se congregaron falangistas de toda la provincia, así como de las de Granada, Málaga, Sevilla y Córdoba. El mismo día se celebra otro mitin en Tordesillas (Valladolid), en el que habló Onésimo Redondo y al que asistieron gran número de falangistas de los pueblos vecinos. Antes de comenzar el acto, una centuria de Valladolid desfiló por las calles del pueblo, uniformada y en perfecta formación militar, ante el asombro, los insultos y alguna pedrada —la cosa 342

no pasó a más— de los elementos rojos locales, parapetados en las esquinas. Pero el acto más importante celebrado por estos días fue el que tuvo lugar, el día 9, en el Círculo Mercantil de Madrid y en el que José Antonio dio una conferencia sobre el tema “Ante una encrucijada en la historia política y económica del mundo”. En realidad no se trataba de un acto político, sino de una conferencia de tipo económico correspondiente al ciclo que había organizado la Directiva del Círculo, durante el cual ya habían intervenido otros jefes políticos. Pero ahora, al tratarse de José Antonio, la Directiva tuvo que luchar con sus consocios, temerosos de que la cosa, pese a su apoliticismo, terminase a tiros, pues no faltaron amenazas en este sentido por parte de los rojos. Por fin, las resistencias fueron vencidas y la Directiva pudo anunciar la conferencia para el día 9 de abril. La expectación era grande la noche de la conferencia. Desde más de una hora antes de empezar, el enorme salón de actos, los demás salones, las galerías de los tres pisos y el patio del inmenso Círculo, estaban atestados de público. Se habían instalado altavoces y podía oírse desde toda la casa. No bajaban de seis mil las personas congregadas para oír al Jefe Nacional de la Falange. Grupos de falangistas se situaron en lugares estratégicos por si los marxistas pretendían llevar a la práctica sus amenazas. Desde luego no tuvieron que actuar, ya que el acto se desarrolló dentro de la mayor normalidad. El presidente del Círculo de la Unión Mercantil presentó a José Antonio con palabras llenas de afecto. Ensalzó sus dotes de laboriosidad y dijo que “‘en reconocimiento de ellas y sin consideración a características políticas” se le había invitado a ocupar la cátedra. Al levantarse a hablar José Antonio estalló una ovación imponente que duró varios minutos. Su sola presencia exenta de teatralidad, su semblante cesáreo y juvenil, su elegancia física, el prestigio inmenso de su obra —la Falange—, juntaban las manos de amigos, simpatizantes e incluso enemigos. Y José Antonio pronunció uno de los discursos más importantes de su breve vida política, interrumpido en numerosos momentos por fuertes ovaciones. Una hirviente tempestad de aplausos acogió asimismo el final del bellísimo y trascendental discurso. La impresión causada por José Antonio entre los miles de personas que aquella noche le escucharon por vez primera, puede resumirse en esta palabra: deslumbramiento. Esto no era de extrañar, ya que un hombre de la talla de don Miguel de Unamuno llegó a 343

decir de él lo siguiente: “A José Antonio le he seguido con atención y puedo asegurar que se trata de un cerebro privilegiado. Tal vez el más prometedor de la Europa contemporánea”.

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Una jornada memorable

El enfado circunstancial entre los partidarios de Gil Robles y los de Lerroux con motivo del indulto de González Peña hizo buscar al jefe radical los buenos oficios del señor Alba para que, con su proverbial habilidad, tratase de negociar el armisticio y la inteligencia con la C. E. D. A. y con los otros grupos políticos que fueron gubernamentales. Pero Gil Robles pone sus condiciones y por fin decide, de acuerdo con Lerroux, aplazar la crisis amenazante, con la condición de que ésta se plantee antes del 6 de mayo, y que el jefe radical no se avenga a formar Gobierno que no sea con la participación de la C. E. D. A. Es más, en el nuevo Gobierno que se forme, Gil Robles pedirá para sí la cartera de Guerra, cuestión primordial y esencialísima para que la C. E. D. A. forme parte del mismo. Insiste con tan acérrimo empeño en este punto porque el jefe de Acción Popular, según confiesa a sus íntimos, ha sacado del último movimiento revolucionario la conclusión de que el Ejército se encuentra tan desorganizado, tan indotado y en tan peligrosas e incapaces manos, que muy difícilmente podría contener y aplastar un nuevo intento subversivo. “Aspiro —decía Gil Robles— a rehacer el Ejército y a dejarlo en manos seguras y de plena confianza.” Por aquellos días se hablaba de cierta reunión que pensaban celebrar los jefes de los partidos que habían formado parte del Gobierno anterior, y durante la cual tratarían de ponerse de acuerdo en relación con el nuevo Gobierno que se preparaba. A ella se refiere irónicamente José Antonio en su artículo publicado en el número 6 de Arriba, y que bajo el título de “El pacto de los cuatro” decía, entre otras cosas, lo siguiente: “... Aludimos a la reunión que el sábado próximo, si el tiempo no lo impide, celebrarán en esta villa don Alejandro Lerroux, don José María Gil Robles, don José Martínez de Velasco y don Melquíades Alvarez. “Algunos abrigan la consoladora esperanza de que esa reunión nos devuelva la armonía familiar rota entre los mismos señores a raíz del indulto de González Peña. De ser así, recobraríamos el indecible contento 345

dé tener sentado por varios meses en el banco azul a un Gobierno semejante al que hizo hasta la última crisis la felicidad de España. “No fuimos remisos en aplaudir al señor Gil Robles por el acierto de retirar su apoyo al anterior Gobierno del señor Lerroux. Alabamos en su decisión el intento de recobrar un sentido nacional desde bastante atrás desatendido. Nos duele, si el “Pacto de los cuatro” concluye en nueva alianza, tener que arrepentimos de nuestros precipitados elogios. Todo entonces tendría el aire de una farsa: el señor Gil Robles habría fingido una incompatibilidad de principios para, retirándose, dejar el campo libre al señor Lerroux, y una vez que el señor Lerroux hubiera cultivado ese campo a sus anchas, incluso con labores irremediables, como la restauración del Estatuto, el señor Gil Robles se habría reintegrado, con aire de hipócrita inocencia respecto de lo ocurrido en el intervalo, al goce de las delicias del Poder. “La cosa sería demasiado burda para tolerarla. Pero ya está visto que nuestro pueblo tiene que ir acostumbrándose a tolerarlo todo.” El Sindicato Español Universitario, organización que agrupaba a los estudiantes falangistas, comienza el día 11 de abril, en Madrid, las tareas de su I Consejo Nacional. Las sesiones, que se celebraron en los locales de la cuesta de Santo Domingo, donde por entonces estaba instalada la Falange, comenzaron con un discurso de José Antonio, para continuar después bajo la presidencia del Jefe Nacional del S. E. U., Alejandro Salazar. Las tareas del Consejo siguieron durante los días 12 al 15, discutiéndose numerosas e interesantes ponencias, entre las que destacó la presentada por el S. E. U. de Valladolid sobre la Universidad Nacional Obrera. En el acto de clausura dirigió unas vibrantes y atinadas palabras Julio Ruiz de Alda. La Falange continúa su expansión por toda la geografía española, celebrando mítines en numerosos lugares: así, el 17 de abril, en Catoira (Pontevedra); el 21, en Zamora, Toro, San Adrián (Navarra), Grado (Oviedo) y Puebla de Sanabria. También lanza sus flechas a los campos de Extremadura, donde ya florecen y fructifican, en animosas organizaciones, los ejemplos de los militantes que han caído. El 28 se concentran las escuadras de ambas provincias extremeñas en Don Benito para oír a José Antonio, el cual sorprende a las multitudes obreras que le escuchan con la exposición de doctrinas para ellos des346

conocidas y con el lenguaje nuevo que les habla de los dogmas nacionales y sindicalistas de la Falange. Y el mes de abril se cierra con un nuevo día de luto Un grupo de falangistas de Sevilla acude el día 29 al pueblo de Aznalcóllar a vender su periódico, Arriba. Los marxistas de la localidad ya habían anunciado, hasta por hojas profusamente repartidas, que el semanario falangista no se vendería en aquel pueblecito minero. En efecto, no bien se inicia el pregón en las calles, un centenar de obreros acomete con piedras, palos y navajas a los vendedores, que vencidos por la fuerza del número, tienen que regresar a Sevilla sin conseguir su intento. Al día siguiente acuden con el mismo propósito veintiún falangistas sevillanos, los cuales, entre aullidos y denuestos, se ven apedreados y agredidos con toda clase de armas. Despliegan las dos escuadras de la Falange, contienen la acometividad de aquella masa enloquecida y durante dos horas el pueblo es teatro de la más encarnizada contienda. En ella el falangista Manuel García Míguez recibe una pedrada en la sien y cae desvanecido. Se arroja entonces sobre él un grupo de marxistas, y a balazos, golpes y cuchilladas, machacan y cosen al caído. Un camarada suyo, Martín Ruiz Arenado, se acerca a saltos y recupera el cadáver, mientras cae muerto el marxista que le había rematado. Cuando la Guardia Civil pone orden, el resultado de la refriega ha sido: por parte de los falangistas, un muerto y dos heridos, por cinco de éstos y un muerto de los rojos. Por aquellos días se supo la noticia de que unos individuos desconocidos habían profanado las tumbas de los capitanes Galán y García Hernández, sublevados en Jaca, en diciembre de 1930, contra la Monarquía. Al tener conocimiento de ello, José Antonio publicó en Arriba la siguiente nota: “La Falange Española de las J. O. N. S., ante las primeras noticias de haber sido profanadas las tumbas de los capitanes Galán y García Hernández, no quiere demorar por veinticuatro horas su repulsión hacia los cobardes autores de semejante acto. Quien demostrara su aquiescencia para tan macabra villanía no tendría asegurada ni por unos instantes su permanencia en la Falange Española de las J. O. N. S., porque en sus filas se conoce muy bien el decoro de morir por una idea.” Ante esta postura noble y generosa de José Antonio no faltaron comentarios estúpidos y venenosos de los enemigos de la Falange, tanto de izquierdas como de derechas. Alguno de estos últimos llegó a preguntar 347

con imbécil ironía si los capitanes de Jaca eran también Caídos de la Falange. Cuando lo supo José Antonio, comentó: “Como los dos dieron su sangre por el Imperio en Africa, se levantaron contra un régimen caduco alzando una bandera revolucionaria, aunque equivocada, y supieron morir sin temblar frente al piquete, bien lo hubieran podido ser. Desde luego, mejor que quienes no respetan al enemigo muerto, aun llamándose cristianos, ni estiman ese decoro de morir por una idea, pues sus ideas de vida facilona desprecian la belleza de morir como ellos murieron y se muere en la Falange, pecho a las balas, a la intemperie, sin embozos, ni mantas, ni botellas de agua caliente en los pies.” Frente a los sarcasmos zafios, el espíritu egregio de José Antonio seguía gritando con el corazón las miserias de España. Primero de Mayo de 1935. La tradicional fiesta roja de este día transcurre con normalidad, sin que se produzcan las graves perturbaciones del orden que venían anunciando los interesados en mantener la intranquilidad y la alarma. Es verdad que el Gobierno ha tomado toda clase de medidas para asegurar el funcionamiento de los servicios públicos, y, salvo pequeños incidentes, la que se anunciaba como fiesta roja movida se reduce a las clásicas merendolas campestres. Conforme a lo convenido, el 3 de mayo don Alejandro Lerroux presenta al Jefe del Estado la dimisión del Gobierno, basándola en que los señores Martínez de Velasco y Gil Robles mantienen su decisión de no apoyarle en el Parlamento. Una vez producida la crisis, el Presidente de la República comienza las consultas protocolarias. Las izquierdas, como en la crisis anterior, aconsejan la disolución del Parlamento. Las derechas, que el nuevo Gobierno debe responder a la composición de la mayoría de la Cámara. Los socialistas acucian al señor Alcalá Zamora para que se proceda al inmediato restablecimiento de la plenitud de derechos y garantías constitucionales y a la libertad de millares de presos, arbitraria e injustamente detenidos. Por fin, de nuevo es encargado el señor Lerroux de formar Gobierno, quedando éste constituido el día 6. En él se ha dado entrada a cinco ministros de la C. E. D. A., entre ellos al señor Gil Robles al frente del Ministerio de la Guerra. Pese a que formaran parte de este Gobierno masones tan caracterizados como Pórtela Valladares, la resolución de la crisis constituía 348

un gran triunfo de la C. E. D. A. Ahí es nada, cinco ministros en el Gobierno y Gil Robles en el Ministerio de la Guerra. Era apoteósico. Claro está que el triunfo venía un poco tarde, con un retraso casi de año y medio. El país se había enfriado mucho, el escepticismo había aumentado considerablemente, el desencanto era casi general. Lo que meses atrás hubiera podido constituir un avance general de las ideas nacionales no era considerado ya más que como el éxito exclusivo de un partido. Por esto, lo que produjo la entrada de cinco ministros de la C. E. D. A. en el Gobierno fue, más que entusiasmo, un avivamiento de la expectación general. El nuevo ministro de la Guerra, señor Gil Robles, trata de rodearse de los colaboradores más eminentes y eficaces. Elige para la Jefatura del Estado Mayor Central al general Franco, que es ya “el General de máximo prestigio”. Es designado subsecretario el general Fanjul, y director de Aeronáutica el general Goded. El general Franco consagra doce o trece horas diarias, casi sin interrupción, a la ardua tarea que se le ha encomendado, y en todas las dependencias del Ministerio, que sienten aquella irradiación entusiasta que desciende de los más altos puestos, se trabaja con la seguridad de que se realiza una obra de interés nacional. Del caos azañista empieza ya a salir un Ejército eficaz y digno. La constitución del nuevo Gobierno se refleja en Barcelona en una pugna obstinada y muy viva entre los diversos partidos gubernamentales, en su deseo de dominar los organismos administrativos de Cataluña. El partido radical pretende rehacerse a costa de los elementos tránsfugas de la Esquerra; la C. E. D. A. engrosa sus alistamientos con disidentes de la Liga; hasta los agrarios y liberales-demócratas sienten pujos de conquista y ambicionan un puesto al sol en la política catalana. Pero los separatistas no han desaparecido. El espíritu que los anima queda demostrado el 7 de mayo, con motivo del entierro del secretario del Centro Autonomista de Dependientes de Comercio de Barcelona, Juan Ferrer Alvarez, procesado con motivo de los sucesos de octubre y que fallece cristianamente en un sanatorio. Sus correligionarios de “Estat Catalá”, “Bloque Obrero y Campesino” y “Partit Catalá Proletario” penetran en la capilla ardiente y, en medio de un gran alboroto, quitan el crucifijo, adornan el recinto con banderas separatistas, hoces y martillos soviéticos y, contra la voluntad de la familia, se llevan el cadáver y convierten el acto del entierro en una manifestación laica que va gritando tumultuosamente hasta el cementerio. 349

Se puede colegir lo que pasa en Cataluña por la denuncia que hace el señor Comín a las Cortes sobre la labor antiespañola en el campo de la Enseñanza. El Ayuntamiento barcelonés se ha apoderado de tres grupos escolares de carácter nacional y ha sustituido los maestros por otros afectos a la Generalidad y la Esquerra, dándoles sueldos superiores. En la Universidad de Barcelona los intentos de catalanización dan por resultado que los profesores no catalanes, al ver que la vida se les hace imposible, abandonan Cataluña. La asignatura de latín se explica en catalán con textos italianos. Doscientas sesenta y cinco clases se dan en catalán y sólo noventa y cinco en castellano. El separatismo, pues, se sigue apoderando de las principales trincheras, desde las cuales sigue combatiéndose a España. Y esto con cinco ministros de la C. E. D. A. en el Gobierno. Si el ambiente separatista queda bien reflejado en las líneas precedentes, el clima marxista.no presentaba mejor aspecto. Así vemos cómo el jefe de la subversión asturiana, González Peña, poco después de haber sido indultado, contestaba a una carta que acababa de escribirle un correligionario de Alicante en la que éste le daba cuenta de los progresos que a simple vista estaba haciendo el movimiento izquierdista y revolucionario. En dicha respuesta, publicada en el periódico alicantino El luchador, decía González Peña: “Mucho me agrada ese gran resurgir de las izquierdas y esa buena disposición a nuestro favor. A ver si lo que no hizo el Poder lo hace la represión: unir a los hombres de izquierda para que no puedan repetirse las desvergüenzas que hemos soportado, y que la política española vuelva por los cauces verdaderos, de los que nunca debió salir.” Es en estos momentos cuando nace en todos los sectores de la izquierda burguesa y del obrerismo este gran mito, que surge potente desde el primer instante: la unión. El paladín de la unión de los marxistas con las izquierdas burguesas es Indalecio Prieto, quien pretende el retorno puro y simple a la figura del bienio social-azañista. Pero otros sectores marxistas, capitaneados por Largo Caballero, no desean la vuelta a la táctica parlamentaria preconizada por Prieto. Lo que quieren queda bien claramente expresado en el folleto Octubre, publicado por la Federación de Juventudes, en el que se pide el contacto con comunistas y anarquistas y la “bolchevización” del partido socialista para la conquista revolucionaria del Poder. “Aspiran las Juventudes —contesta Prieto— a encallejonar el partido socialista en las soluciones revolucionarias, con desdén hacia actividades muy importantes y con olvido de que la coyuntura para las revoluciones la 350

produce no sólo la voluntad de los revolucionarios, que a veces suele jugar papel muy secundario, sino la acumulación de factores ajenos, que no se crean artificiosamente, puesto que son producto de realidades sociales y políticas muy complejas. Pues bien; ese propósito constituye un error enorme. Circunscribirnos a la acción revolucionaria puede equivaler al suicidio.” Esta profecía se ha cumplido y ha costado la revolución, la guerra civil y mucha sangre y luto en España. Pero lo que importa subrayar ahora de estas palabras es el miedo que reflejan. En abril de 1935, Prieto tenía ya miedo de lo que iba a pasar, síntoma inequívoco de la preponderancia cada vez más fuerte que iban presentando los sectores revolucionarios. Mientras tanto, el Gobierno, los sectores parlamentarios, el ambiente político, continúan creyendo que las derechas son fuertes y potentes con sus flamantes ministros y diputados. Verdadera inconsciencia. Contribuyeron a este estado de espíritu de ceguera y de frivolidad las dificultades que encontró la unión entre los cabecillas de los partidos de la izquierda burguesa. “Sin embargo —dice el historiador José Pía—, todo esto eran simples y pequeños incidentes anecdóticos: lo importante eran las masas, y las masas, de una manera espontánea, llevaban ya el impulso de unión en este momento. La revolución estaba en marcha en el espíritu de las masas, a pesar de discutir sus jefes y subjefes problemas bizantinos. El único que vio claro este hecho fue José Antonio Primo de Rivera, y por eso fue una vergüenza ver desangrarse a la Falange en medio de una soledad espantosa —soledad que los sectores de derechas matizaron con fáciles ironías—, por las calles y plazas del país.” La Falange, dentro de su soledad, sin más ruido en torno de ella que el que nacían las pistolas con que trataban de asesinarla los marxistas, continuaba su camino de expansión y propaganda. En los primeros días de mayo celebra un mitin en Peñafiel (Valladolid), al que acuden, uniformados, falangistas de Valladolid y Palencia. En Barcelona, José Antonio pronuncia una conferencia en la que propugna la organización sindical de la economía española. Al final de la conferencia, elementos rojos y separatistas pertenecientes a los grupos de acción, tras de cortar la luz en el local en que aquélla se estaba celebrando, intentaron asaltarlo a tiros, siendo fulminantemente rechazados por los falangistas en servicio de vigilancia. El día 12, José Antonio habla de nuevo por la mañana en Córdoba, en un teatro rebosante de público, y por la tarde, en Fuente Palmera, pueblo de aquella provincia, en un mitin al aire libre al que acuden numerosos campesinos. 351

Pero la “jornada memorable”, el acto más importante de aquellos días, es el celebrado en Madrid el 19 de mayo. La organización del acto corrió a cargo del servicio de Prensa y Propaganda de la Falange madrileña, quien contrató para ello uno de los locales más amplios de la capital: el cine Madrid, antiguó frontón con capacidad para muchos millares de personas. Tan amplio, que algunos les reprochaban esto, alegando que iba a ser un fracaso y que no se conseguiría llenar ni la mitad de la sala. Uno de los que había de intervenir como orador, Manual Mateo, contagiado de pesimismo, gruñía a los de Prensa y Propaganda: —Tenéis monomanía de grandeza. Podíais haber buscado otro lugar más pequeño y no quedaríamos desairados. El propio José Antonio pensaba lo mismo. Y cuando le recordaron el éxito de público en la conferencia del Círculo Mercantil, replicó: —Ahora es distinto. Esto es un mitin de la Falange, no una conferencia en un Casino privado. Los marxistas han lanzado bravatas y la gente se atemorizará. La gente tiene mucho miedo a los tiros. Los propios muchachos de Prensa y Propaganda comenzaron a sentir el temor de un posible fracaso. Pero eso no les impidió dedicarse con ahínco a la preparación de la sala. La noche anterior al mitin no durmieron. Todo fue trajín aquella noche: martillazos en la tribuna presidencial, pruebas de luces y altavoces... Hubo un momento solemne: aquél en que se izó el enorme telón de fondo. El cine Madrid tenía la pantalla en lo que fue pared de bote del antiguo frontón. Había que cubrir por entero la superficie, de más de doscientos metros cuadrados, y a ese efecto se construyó un inmenso telón negro con el yugo y las flechas en rojo, de cinco metros de altura y los nombres de los caídos en grandes letras de oro. Cuando terminaron de izarlo ya clareaba el amanecer. Desde las siete de la mañana comenzaron a llegar al Centro de la Falange expediciones de provincias en asombroso número, si se tiene en cuenta que cada militante, pese a ser casi todos jóvenes escasos en recursos económicos, ha tenido que sufragarse sus propios gastos. De Valladolid y otras provincias llegaron expediciones que habían hecho la marcha a pie. Los más en autobuses. La cuesta de Santo Domingo y la plaza inmediata parecían un campamento de concentración de los grandes vehículos. Uno tras otro iban volcando a la puerta del Centro su carga alegre de falangistas. 352

Al acercarse la hora del acto, y pese a todas las pesimistas previsiones, el local estaba completamente lleno, desde arriba hasta abajo: los pasillos centrales, las galerías, los palcos, el vestíbulo, las escaleras...; todo absolutamente estaba a las once de la mañana lleno de una muchedumbre que se apiñaba en pie, cercando por entero a los que lograron butacas y sillas. Dadas las dimensiones del local y el hecho de que muchos quedaron en dependencias exteriores a la propia sala, la mayor parte de la concurrencia no hubiera oído los discursos si no se hubiera dispuesto una sabia instalación de altavoces. Minutos antes de empezar el acto presentaba el local un aspecto impresionante: al fondo, la pared cubierta de negro, con el emblema inmenso en rojo y los nombres de los mártires con letras de oro. Una larga mesa para la Junta política. Y entre la mesa y el telón, un zócalo de banderas sostenidas por los abanderados. Delante de la tribuna, ya en el suelo, los banderines de los distintos grupos de Madrid, y de arriba abajo del salón, en cuatro filas interminables, los muchachos de primera línea vestidos con su camisas azules. Todos los pisos, las entradas, las escaleras y dependencias tenían montado un servicio de orden impecable. En las funciones de organización interna tomaban parte varios centenares de afiliados con brazalete rojo y negro. Focos potentísimos de luz iluminaban el fondo del salón, que surgía allá lejos, de la semipenumbra, con su magnífico aparato de letras doradas, emblema rojo y banderas en fila. A las once en punto, por el fondo del pasillo central, apareció José Antonio Primo de Rivera, seguido de la Junta política y de otros jefes falangistas. Toda la concurrencia se puso en pie y rompió en aplausos y vítores. El cortejo recorrió la larga distancia que hay desde el fondo hasta la tribuna presidencial y ocupó ésta. El Secretario General ocupó la mesa donde estaba instalado el micrófono. Después de unas palabras del Jefe Nacional dando brevísimas instrucciones para el orden del acto, el Secretario General, Raimundo Fernández-Cuesta, pronunció su discurso. Al final dio lectura a los nombres de los Caídos, que todos oyeron en pie y contestaron, unánimes y en posición de saludo, con el grito de “¡Presente!” Seguidamente hablaron Manuel Valdés, en nombre de los estudiantes del S. E. U.; Manuel Mateo, quien hace un llamamiento a las masas trabajadoras; Onésimo Redondo, quien, en un ardoroso discurso que fue interrumpido con grandes ovaciones, hizo una defensa del campesino 353

español, y Julio Ruiz de Alda, cuya alusión a Gibraltar levantó de sus asientos a la enardecida concurrencia Poco después de las doce comenzó a hablar José Antonio. En el momento de ponerse en pie estalló un verdadero clamor de entusiasmo, de admiración, de alegría, de frenesí. La temperatura de la sala, caldeada por los oradores precedentes, estaba al rojo vivo. De pronto se hizo el silencio, un silencio sobrecogedor y escalofriante, como si los dieciocho Caídos penetrasen solemnemente en la sala para oírle. Y José Antonio comenzó a hablar: “CAMARADAS: El acto de la Comedia, del que se ha hablado aquí esta mañana varias veces, fue un ‘preludio. Tenía el calor, y todavía, si queréis, la irresponsabilidad de la infancia. Este de hoy es un acto de gravísima responsabilidad; es el acto de rendición de cuentas de una larga jomada de año y medio y principio de una nueva etapa que, ciertamente, terminará con el triunfo definitivo de la Falange Española de las J. O. N. S. en España. Junto a esta piedra miliaria de nuestro camino se nos exige, ya de cara a la Historia, un rigor de precisión y emplazamiento que es el deber mío en esta mañana de hoy, aunque al cumplimiento de ese deber sacrifique alguna brillantez que acaso pudiera conseguir, y parte del gratísimo halago del aplauso vuestro. “Nuestro movimiento —y cuando hablo de nuestro movimiento me refiero lo mismo al inicial de Falange Española que al inicial de las J. O. N. S., puesto que ambos están ya irremisiblemente fundidos— empalma, como ha dicho muy bien Onésimo Redondo, con la revolución del 14 de abril. La ocasión de nuestra aparición sobre España fue el 14 de abril de 1931. Esta fecha —todos lo sabéis— ha sido mirada desde muy distintos puntos de vista; ha sido, como todas las fechas históricas, contemplada con bastante torpeza y bastante zafiedad. Nosotros, que estamos tan lejos de los rompedores de escudos en las fachadas como de los que sienten solamente la nostalgia de los rigodones palaciegos, tenemos que valorar exactamente de cara, lo repito, a la Historia, el sentido del 14 de abril en relación con nuestro movimiento. La Monarquía “El 14 de abril de 1931 —hay que reconocerlo en verdad— no fue derribada la Monarquía española. La Monarquía española había sido 354

el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes destinos universales. Había fundado y sostenido un Imperio, y lo había fundado y sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud: por representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna. Pero la Monarquía dejó de ser unidad de mando hacía bastante tiempo. En Felipe III, el Rey ya no mandaba; el Rey seguía siendo el signo aparente; mas el ejercicio del Poder recayó en manos de validos, en manos de ministros: de Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy. Cuando llega Carlos IV, la Monarquía ya no es más que un simulacro sin sustancia. La Monarquía, que empezó en campamentos, se ha recluido en las Cortes; el pueblo español es implacablemente realista; el pueblo español, que exige a sus santos patronos que le traigan lluvia cuando hace falta, y si no se la traen les vuelve de espaldas en el altar; el pueblo español, repito, no entendía este simulacro de la Monarquía sin poder; por eso el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos. (Aplausos). La alearía del 14 de abril “Pero ¿qué advino entonces? Pocas veces habrá habido un instante más propicio para iniciar, concluido uno, un nuevo y gran capítulo de la Historia patria. Cabalmente aquel sentido incruento del 14 de abril, aquello de que se hubiera desprendido una institución sin sangre y sin daño, casi sin duelo, colocaba de cara a una ancha llanura histórica donde galopar. No había que sustanciar resentimientos, no había que ejecutar justicias, no había apenas que enjugar lágrimas. Se abría por delante una clara esperanza para todo un pueblo; vosotros recordáis la alegría del 14 de abril, y seguramente muchos de vosotros tomasteis parte en aquella alegría. Como todas las alegrías populares, era imprecisa, no percibía su propia explicación; pero tenía debajo, como todos los movimientos populares, muy exactas y muy hondas precisiones. La alegría del 14 de abril, una vez más, era el reencuentro del pueblo español con la vieja nostalgia de su revolución pendiente. El pueblo español necesita su revolución y creyó que la había conseguido porque le pareció que esa fecha le prometía sus dos grandes cosas, largamente anheladas: primero, la devolución de un espíritu nacional colectivo; después, la implantación de una base material, humana, de convivencia entre los españoles. Física y metafísica de España 355

“¿Era mucho que se esperase un sentido nacional colectivo de los hombres del 14 de abril? Muchas cosas podrían decirse en contra suya; pero acaso algunas de esas mismas cosas fueran la mejor fianza de su fecundidad. Los hombres del 14 de abril pareció que llegaban de vuelta al patriotismo, y llegaban por el camino mejor: por el amargo camino de la critica. Esta era su promesa de fecundidad; porque yo os digo que no hay patriotismo fecundo si no llega a través del camino de la crítica. Y os diré que el patriotismo nuestro también ha llegado por el camino de la crítica. A nosotros no nos emociona, ni poco ni mucho, esa patriotería zarzuelera que se regodea con las mediocridades, con las mezquindades presentes de España y con las interpretaciones gruesas del pasado. Nosotros amamos a España porque no nos gusta. Los que aman a su Patria porque les gusta, la aman con una voluntad de contacto, la aman física, sensualmente. Nosotros la amamos con una voluntad de perfección. Nosotros no amamos a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora. Nosotros amamos a la eterna e inconmovible metafísica de España. (Grandes aplausos.) Lo social “La base de convivencia humana, la base material para el asentamiento del pueblo español, también está pendiente desde hace siglos. “El fenómeno de la quiebra del capitalismo es universal. No es ésta la ocasión de que yo hable de él en sus caracteres técnicos. Ya hemos tenido sobre ello otras comunicaciones. Ante otros auditorios, en otras circunstancias, he hablado de esto más por menudo. Hoy, ante todos vosotros, sólo quiero fijar el valor de algunas palabras para que no nos las deformen. “Cuando hablamos de capitalismo —ya lo sabéis todos— no hablamos de la propiedad. La propiedad privada es lo contrario del capitalismo: la propiedad es la proyección directa del hombre sobre sus cosas; es un atributo elemental humano. El capitalismo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la propiedad del capital, del instrumento técnico de dominación económica. El capitalismo, mediante la competencia terrible y desigual del capital grande con la propiedad pequeña, ha ido anulando el artesanado, la pequeña industria, la pequeña agricultura; ha ido colocándolo todo —y va colocándolo cada vez más— en poder de los grandes truts, de los grandes grupos bancarios. El capitalismo reduce, al final, a la misma 356

situación de angustia, a la misma situación infrahumana del hombre desprendido de todos sus atributos, de todo el contenido de su existencia, a los patronos y a los obreros, a los trabajadores y a los empresarios. Y esto sí que quisiera que quedase bien grabado en la mente de todos; es hora ya de que no nos prestemos al equívoco de que se presente a los partidos obreros como partidos antipatronales, o se presente a los grupos patronales como contrarios, como adversarios, en lucha con los obreros. Los obreros, los empresarios, los técnicos, los organizadores, forman la trama total de la producción, y hay un sistema capitalista que con el crédito caro, que con los privilegios abusivos de accionistas y obligacionistas, se lleva, sin trabajar, la mejor parte de la producción y hunde y empobrece por igual a los patronos, a los empresarios, a los organizadores y a los obreros. (Aplausos.) ¿Feudalismo? ¿Esclavitud? “Pensad a lo que ha venido a quedar reducido el hombre europeo por obra del capitalismo. Ya no tiene casa, ya no tiene patrimonio, ya no tiene individualidad, ya no tiene habilidad artesano, ya es un simple número en las aglomeraciones. Hay por ahí demagogos de izquierda que hablan contra la propiedad feudal y que dicen que los obreros viven como esclavos. Pues bien: nosotros, que no cultivamos ninguna demagogia, podemos decir que la propiedad feudal era mucho mejor que la propiedad capitalista y que los obreros están peor que los esclavos. La propiedad feudal imponía al señor, al tiempo que le daba derechos, una serte de cargas; tenia que atender a la defensa y aun a la manutención de sus súbditos. La propiedad capitalista es fría e implacable; en el mejor de los casos, no cobra la renta; pero se desentiende del destino de los sometidos. Y en cuanto a los esclavos, éstos eran un elemento patrimonial en la fortuna del señor: el señor tenía que cuidar de que el esclavo no se le muriese, porque el esclavo le costaba dinero, como una máquina, como un caballo, mientras que ahora se muere un obrero y saben los grandes señores de la industria capitalista que tienen cientos de miles de famélicos esperando a la puerta para sustituirle. (Grandes aplausos.) El único antimarxismo posible “Una figura, en parte torva y en parte atrayente, la figura de Carlos Marx, vaticinó todo este espectáculo, a que estamos asistiendo, de la crisis del capitalismo. Ahora todos nos hablan por ahí de si son 357

marxistas o si son antimarxistas. Yo os pregunto, con ese rigor de examen de conciencia que estoy comunicando a mis palabras: ¿qué quiere decir el ser antimarxista? ¿Quiere decir que no apetece el cumplimiento de las previsiones de Marx? Entonces estamos todos de acuerdo. ¿Quiere decir que se equivocó Marx en sus previsiones? Entonces los que se equivocan son los que le achacan ese error. “Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos de prisa, pero implacablemente. Se va a la concentración de capitales; se va a la proletarización de las masas, y se va, como final de todo, a la revolución social, que tendrá un durísimo periodo de dictadura comunista. Y esta dictadura comunista tiene que horrorizamos a nosotros, europeos, occidentales, cristianos, porque ésta si que es la terrible negación del hombre; esto sí que es la asunción del hombre en una inmensa masa amorfa, donde se pierde la individualidad, donde se diluye la vestidura corpórea de cada alma individual y eterna. Notad bien que por eso somos antimarxistas; que somos antimarxistas porque nos horroriza, como horroriza a todo occidental, a todo cristiano, a todo europeo, patrono o proletario, esto de ser como un animal inferior en un hormiguero. Y nos horroriza porque sabemos algo de ello por el capitalismo; también el capitalismo es internacional y materialista. Por eso no queremos ni lo uno ni lo otro; por eso queremos evitar — porque creemos en su aserto— el cumplimiento de las profecías de Carlos Marx. Pero lo queremos resueltamente; no lo queremos como esos partidos antimarxistas que andan por ahí y creen que el cumplimiento inexorable de unas leyes económicas e históricas se atenúa diciendo a los obreros unas buenas palabras y mandándoles unos abriguitos de punto para sus niños. (Fuertes aplausos.) Hay que empezar por el individuo “Si se tiene la seria voluntad de impedir que lleguen los resultados previstos en el vaticinio marxista, no hay más remedio que desmontar el armatoste cuyo funcionamiento lleva implacablemente a esas consecuencias; desmontar el armatoste capitalista, que conduce a la revolución social, a la dictadura rusa. Desmontarlo, pero para sustituirlo ¿con qué? “Mañana, pasado, dentro de cien años, nos seguirán diciendo los idiotas: queréis desmontarlo para sustituirlo por otro Estado absorbente, anulador de la individualidad. Para sacar esta consecuencia, ¿íbamos nosotros a tomarnos el trabajo de perseguir los 358

últimos efectos del capitalismo y del marxismo hasta la anulación del hombre? Si hemos llegado hasta ahí y si queremos evitar eso, la construcción de un orden nuevo la tenemos que empezar por el hombre, por el individuo, como occidentales, como españoles y como cristianos; tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unidades orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia, y de la familia, al Municipio, y, por otra parte, al Sindicato, y culminaremos en el Estado, que será la armonía de todo. De tal manera, en esta concepción político-histórico-moral con que nosotros contemplamos el mundo, tenemos implícita la solución económica; desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista, que sorbe todos los beneficios, para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal y por la propiedad sindical. (Aplausos.) España “Hacer esto corre prisa en el mundo, y, más aún, en España. Corre más prisa en España porque nuestra situación es, de un lado, peor, y de otro, menos grave que la de otros países. El capitalismo, allende las fronteras, tuvo una época heroica, de esplendor; había impulsado con brío gran cantidad de riquezas y de iniciativas; pero el capitalismo español fue raquítico desde sus comienzos; desde sus principios empezó a claudicar con los auxilios estatales, con los auxilios arancelarios. Nuestra economía estaba más depauperada que casi ninguna, nuestro pueblo vivía más miserablemente que casi ninguno. No os tengo que decir nada de esto después de lo que habéis oído a los camaradas que me han precedido en este sitio. Gran parte de la tierra española, ancha, triste, seca, destartalada, huesuda, como sus pobladores, parece no tener otro destino que el de esperar a que esos huesos de sus habitantes se le entreguen definitivamente en la sepultura. (Aplausos.) “Este suelo nuestro, en que se pasa del verano al invierno sin otoño ni primavera; este suelo nuestro, con los montes sin árboles, con los pueblos sin agua ni jardines; este suelo inmenso donde hay tanto por hacer y sobre el que se mueren de hambre 700.000 parados y sus familias, porque no se les da nada en qué trabajar: este suelo nuestro, en el que es un conflicto que haya una cosecha buena de trigo, cuando con ser el pan el único alimento, comen las gentes menos pan que en 359

todo el occidente de Europa (Aplausos); este pueblo nuestro necesitaba que se hiciera la transformación más de prisa que en ninguna parte. “Y hacer esto sería aquí más fácil, porque el capitalismo es en España menos fuerte. Nuestra economía es casi una economía interna; tenemos innumerables cosas que hacer. Con una inteligente reforma agraria, como la que Onésimo Redondo os ha expuesto, y con una reforma crediticia que redimiese a los labradores, a los pequeños industriales, a los pequeños comerciantes, de las garras doradas de la usura bancaria; con esas dos cosas, habría tarea para lograr, durante cincuenta años, la felicidad del pueblo español. La frustración del 14 de abril en lo nacional “El recobrar un sentido nacional y el asentar a España sobre una base social más justa eran las dos cosas que implícitamente prometía (así lo entendió el pueblo al llenarse de júbilo) la llamada revolución del 14 de abril. Ahora bien: ¿las ha realizado? ¿Nos ha devuelto el gozoso sentido nacional? ¿Nos ha vuelto a unir en una misión nacional de todos? “¿Para qué he de hablar de lo que nos han dividido, de lo que nos han vejado, de lo que nos han perseguido, de lo que nos han lanzado los unos contra los otros? Os quiero señalar sólo algunas de las definitivas traiciones contra la nación que debemos a aquellos primeros hombres del 14 de abril. Primero, el Estatuto de Cataluña. (Aplausos.) Muchos de vosotros conocéis las ideas de Falange sobre este particular. La Falange sabe muy bien que España es varia, y eso no le importa. Justamente por eso ha tenido España, desde sus orígenes, vocación de Imperio. España es varia y es plural, pero sus pueblos varios, con sus lenguas, con sus usos, con sus características, están unidos irrevocablemente en una unidad de destino en lo universal. No importa nada que se aflojen los lazos administrativos; mas con una condición: con la de que aquella tierra, a la que se dé más holgura, tenga tan afianzada en su alma la conciencia de la unidad de destino, que no vaya a usar jamás de esa holgura para conspirar contra aquélla. “Pues bien: la Constitución, con la aquiescencia de los partidos derechistas que nos gobiernan ahora, se ha venido a entender en el sentido de que hay que conceder la autonomía a aquellos pueblos que han llegado a su mayor edad, que han llegado a su diferenciación; es decir, que en vez de tomarse precauciones y lanzar sondeos para ver si 360

la unidad no peligra, lo que se hace es dar una autonomía a aquellas regiones donde ha empezado a romperse la unidad, para que acabe de romperse del todo. (Grandes aplausos.) “Política internacional. En estos días, todos os halláis un poco al corriente de ella, por lo que han dicho los periódicos. España lleva cuatro años haciendo la política internacional francesa, moviéndose en la órbita internacional de Francia. El que España desenvuelva una política internacional de acuerdo con potencias amigas, es cosa que no tiene por qué sorprendemos. Pero en lo internacional, las naciones nunca entregan sino a costa de recibir algo, y Francia, cuya política internacional servimos, nos maltraía en los tratados de comercio y nos tiene relegados a un plano inferior en Tánger y negocia a nuestras espaldas el régimen del Mediterráneo, como si en el Mediterráneo no estuviésemos nosotros; es decir, que lo único que nos resarce de servir en el mundo a la política internacional francesa, es la vanidad satisfecha de algún pedante ministro o embajador. (Grandes aplausos.) “Pues, ¿y la política seguida para desarticular —fue otro el verbo empleado—, para desarticular el Ejército, la garantía más fuerte y todavía más sana de todo lo permanente español? Sin embargo, no se sabe por qué designio, hubo mucho cuidado en desarticular pronto esta garantía. “Y. por último, la declaración constitucional de que España renuncia a la guerra. ¿Que quiere decir eso? Si es una simple estupidez, sin nada detrás, allá sus autores. Si se quiere decir que España tiene el propósito de ser neutral en guerras futuras, entonces tenía que haber ido seguida esa declaración de un aumento de fuerzas en la tierra, en el mar y en el aire, porque una nación con todas sus costas abiertas y colocada en uno de los puntos más peligrosos de Europa, no puede decidir, ni siquiera acerca de su neutralidad, si no puede hacer que la respeten. Sólo los fuertes pueden ser dignamente neutrales. Yo no sé si los autores de aquélla frase querrían importemos una neutralidad indigna. (Grandes aplausos.) La frustración en lo social “¿Y en lo social? ¿Se hizo la reforma agraria? ¿Se hizo la reforma crediticia? Ya sabéis que la reforma agraria que presentaron los hombres del 14 de abril, en vez de ir, como la que nosotros apetecemos, a rellenar de sustancia al hombre, a volver a dotar al hombre de su integridad humana., social, occidental, cristiana, española; en vez de 361

hacer eso, tendió a la colectivización del campo, es decir, a proletarizar también el campo, a convertir a los campesinos en masa gregaria, como los obreros de la ciudad. A eso tendían, y ni siquiera eso han hecho. Esta es la hora en que no han dado apenas un trozo de tierra a los campesinos. De la Ley de la Reforma Agraria, lo único que empezaron a cumplir fue un precepto añadido a última hora por un puro propósito de represalia. “Y la reforma financiera, ¿se ha hecho? ¿Han ganado acaso con alguna medida sabia los productores. los obreros, los empresarios, los que participan de veras en esta obra total de la producción? Estos han perdido; bien sabéis la época de crisis que aún están viviendo. En cambio, no han disminuido ni las ganancias de las grandes empresas industriales ni las ganancias de los bancos. (Aplausos.) La contrarrevolución. Los monárquicos “Los hombres del 14 de abril tienen en la Historia la responsabilidad terrible de haber defraudado otra vez la revolución española. Los hombres del 14 de abril no hicieron lo que el 14 de abril prometía, y por eso ya empiezan a desplegarse frente a ellos, frente a su obra, frente al sentido prometedor de su fecha inicial, las fuerzas antiguas. Y aquí si que me parece que entro en un terreno en que todo vuestro silencio y toda vuestra exactitud para entender, van a ser escasos. , “Dos órdenes de fuerzas se movilizan contra el sentido revolucionario frustrado el 14 de abril: las fuerzas monárquicas y las fuerzas afectas al régimen. Fijaos en que ante el problema de la Monarquía, nosotros no podemos dejarnos arrastrar un instante ni por la nostalgia ni por el rencor. Nosotros tenemos que colocarnos ante ese problema de la Monarquía con el rigor implacable de quienes asisten a un espectáculo decisivo en el curso de los días que componen la Historia. Nosotros únicamente tenemos que considerar esto: ¿Cayó la Monarquía española, la antigua, la gloriosa Monarquía española, porque había concluido su ciclo, porque había terminado su misión, o ha sido arrojada la Monarquía española cuando aún conservaba su fecundidad para el futuro? Esto es lo que nosotros tenemos que pensar, y sólo así entendemos que puede resolverse el problema de la Monarquía de una manera inteligente. “Pues bien: nosotros —ya me habéis oído desde el principio—, nosotros entendemos, sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor, sin sombra de antipatía, muchos incluso con mil motivos sentimentales 362

de afecto; nosotros entendemos que la Monarquía española cumplió su ciclo, se quedó sin sustancia y se desprendió, como cáscara muerta, el 14 de abril de 1931. Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y tenemos sumo respeto por los partidos monárquicos que, creyéndola aún con capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista; pero nosotros, aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue, para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida. (Grandes aplausos.) El populismo “Esa es una de las alas que se mueven contra la obra y contra el sentido del 14 de abril. La otra de las alas es el populismo. ¿Qué queréis que os diga? Porque en esto sí que ya nos entendemos todos. Yo siento mucha admiración y mucha simpatía hacia el señor Gil Robles, y siento esa simpatía y esa admiración precisamente por el nervio antipopulista que en él descubro. Yo barrunto que un día el señor Gil Robles va a romper con su escuela y me parece que en ese día el señor Gil Robles prestará buenos servicios a España; pero de la escuela populista, ¿qué queréis esperar vosotros? La escuela populista es como una de esas grandes fábricas alemanas en que se produce el sucedáneo de casi todas las cosas auténticas. Surge en el mundo, por ejemplo, el fenómeno socialista; surge el Ímpetu sanguíneo, violento, auténtico, de las masas socialistas; en seguida, la escuela populista, rica en ficheros y en jóvenes cautos, llenos, sí, de prudencia y de cortesía, pero que se parecen más que a nada a los formados en la más refinada escuela masónica, produce un sucedáneo del socialismo y organiza una cosa que se llama democracia cristiana: frente a las Casas del Pueblo, Casas del Pueblo; frente a los ficheros, ficheros; frente a las leyes sociales, leyes sociales. Se adiestra en escribir memorias sobre la participación en los beneficios, sobre el retiro obrero, sobre otras mil lindezas. Lo único que pasa es que los obreros auténticos no entran en esas jaulas preciosas del populismo, y las jaulas preciosas no llegan a calentarse nunca. (Risas y aplausos.) Surge en el mundo el fascismo con su valor de lucha, de alzamiento, de protesta de pueblos oprimidos contra circunstancias adversas v con su cortejo de mártires y con su esperanza de gloria, y en seguida sale el partido populista y se va. supongámoslo para que nadie se de por alu363

dido. a El Escorial (risas), y organiza un desfile de jóvenes con banderas, con viajes pagados, con todo lo que se quiera, menos con el valor juvenil revolucionario y fuerte que han tenido las juventudes fascistas. (Grandes aplausos.) Y no os preocupéis, que si Dios nos da vida, veremos en España una República cedista, con representación personal y con Ley de Prensa, que tendrá los mayores parecidos con todas las Repúblicas laicas del centro de Europa. Nosotros, con la revolución “Por eso, camaradas, ni estamos en el grupo de reacción monárquica, ni estamos en el grupo de reacción populista. Nosotros, frente a la defraudación del 14 de abril, frente al escamoteo del 14 de abril, no podemos estar en ningún grupo que tenga, más o menos oculto, un propósito reaccionario, un propósito contrarrevolucionario, porque nosotros, precisamente, alegamos contra el 14 de abril no el que fuese violento, no el que fuese incómodo, sino él que fuese estéril, el que frustrase una vez más la revolución pendiente española. Y por eso nosotros, contra todas las injurias, contra todas las deformaciones, lo que hacemos es recoger de en medio de la calle, de entre aquellos que lo tuvieron y abandonaron y aquéllos que no lo quieren recoger, el sentido, el espíritu revolucionario español, que más tarde o más temprano, por las buenas o por las malas, nos devolverá la comunidad de nuestro destino histórico y la justicia social profunda que nos está haciendo falta. (Grandes y prolongados aplausos.) “Por eso nuestro régimen, que tendrá de común con todos los regímenes revolucionarios el venir así del descontento, de la protesta, del amor amargo por la Patria, será un régimen nacional del todo, sin patrioterías, sin faramallas de decadencia, sino empalmado con la España exacta, difícil y eterna que esconde la vena de la verdadera tradición española; y será social en lo profundo, sin demagogias, porque no harán falta, pero implacablemente anticapitalista, implacablemente anticomunista. Ya veréis cómo rehacemos la dignidad del hombre para sobre ella rehacer la dignidad de todas las instituciones que, juntas, componen la Patria. La gloria difícil “Esto es lo que queremos nosotros y esta es la jornada que hoy de nuevo emprendemos. Esta jornada, camaradas, tiene la virtud de ser difícil; nuestra misión es la más difícil; por eso la hemos elegido y por 364

eso es fecunda. Tenemos en contra a todos: a los republicanos del 14 de abril, que se obstinan en deformarnos y nos seguirán deformando después de estas palabras bastante claras, porque saben que la exigencia de cuentas que representa nuestra comparecencia ante España es la más fuerte acta de acusación levantada contra ellos, y de otra parte a los contrarrevolucionarios, porque esperaron, al principio, que nosotros viniéramos a ser la avanzada de sus intereses en riesgo, y entonces se ofrecían a protegernos y a asistirnos y hasta a darnos alguna moneda, y ahora se vuelven locos de desesperación al ver que lo que creían la vanguardia se ha convertido en el Ejército entero independiente. (Grandes aplausos.) “Contra los unos y contra los otros, en la línea constante y verdadera de España, atacados por todos los flancos, sin dinero, sin periódicos (ved la propaganda que se ha hecho de este acto, que congrega a 10.000 camaradas nuestros), asediados, deformados por todas partes, nuestra misión es difícil hasta el milagro; pero nosotros creemos en el milagro; nosotros estamos asistiendo a este milagro de España. ¿Cuántos éramos en 1933? Un puñado, y hoy somos muchedumbre en todas partes. Nosotros nos aventuramos a congregar en cuatro días en este local, que es el más grande de Madrid, a todos los que vienen, incluso a pie, de las provincias más lejanas, para ver el espectáculo de nuestras banderas v los nombres de nuestros muertos. Nosotros hemos elegido, a sabiendas, la vía más dura, y con todas sus dificultades, con todos sus sacrificios, hemos sabido alumbrar —¿qué sé yo si la única?— una de las venas heroicas que aún quedaban bajo la tierra de España. Unas pocas palabras, unos pocos medios exteriores, han bastado para que reclamen el primer puesto, en las filas donde se muere, dieciocho camaradas jóvenes, a quienes la vida todo lo prometía. Nosotros, sin medios, con esta pobreza, con estas dificultades, vamos recogiendo cuanto hay de fecundo y de aprovechable en la España nuestra. Y queremos que la dificultad siga hasta el final y después del final; que la vida nos sea difícil antes del triunfo y después del triunfo. Hace unos días recordaba yo ante una concurrencia pequeña un verso romántico: «No quiero el Paraíso, sino el descanso» —decía—. Era un verso romántico, de vuelta a la sensualidad; era una blasfemia, pero una blasfemia montada sobre una antítesis certera: es cierto, el Paraíso no es el descanso. El Paraíso está contra el descanso. En el Paraíso no se puede estar tendido; se está verticalmente, como los ángeles. Pues bien: nosotros, que ya hemos 365

llevado al camino del Paraíso las vidas de nuestros mejores, queremos un Paraíso difícil, erecto, implacable; un Paraíso donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas.” Al terminar José Antonio su brillante discurso, con la bellísima invocación al Paraíso de los Héroes y de los Mártires, una delirante ovación atronó toda la sala durante varias minutos, cesando sólo para convertirse en un bosque de brazos extendidos a través del cual se retiran los Jefes de la Falange. Ni durante el acto ni a la salida se produjo el más leve incidente, pues los marxistas, tan diestros en el asesinato por la espalda, no se atrevieron a actuar cara a cara frente a los enfervorizados falangistas. Poco a poco y dentro del mayor orden, los 10.000 asistentes fueron ganando la calle, donde brillaba el sol. Un radiante sol de primavera madrileña.

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Bajo la sombra del soviet

Al comenzar el mes de mayo de 1935, la consigna que con más empeño tratan las izquierdas de llevar a la práctica es “la recuperación del régimen por la unión de los republicanos auténticos”. Ante la presencia de la C. E. D. A. en el Gobierno y, sobre todo, la del señor Gil Robles en el Ministerio de la Guerra, bien hubieran querido las izquierdas revolucionarias replicar con otro octubre rojo, aún más amplio y espeluznante que el de 1934. Esto no era posible por el momento, pero, en cambio, sí se les consentía la protesta al aire libre, para expresar su deseo de “rescatar a la República”, dando a la demostración la máxima importancia y violencia, para decir a España que “los de octubre” estaban otra vez en pie, fuertes como entonces y, como entonces también, dispuestos a librar batalla. Planearon, pues, hacer una concentración de fuerzas y eligieron el campo de Mestalla, en Valencia, para congregarlas. En todas las provincias se ponen en actividad las sociedades revolucionarias: se preparan caravanas espectaculares, trenes especiales y el reclutamiento se hace con mucho estruendo y aparato de propaganda, lo que demuestra que los organizadores disponían de dinero en abundancia. El domingo 26 de mayo, en el citado campo de deportes, se congregan más de 60.000 personas, en su mayoría socialistas, para oír el discurso de Azaña. El espectáculo es realmente amenazador. Todo está deliberadamente dispuesto para dar como una impresión de. las paradas rojas del 1.º de mayo en la plaza de Moscú. Las masas humanas encuadradas, los cartelones, los símbolos y banderas en que campean sobre el color rojo las insignias de la hoz y el martillo, los bosques de puños alzados, las voces que cantan frenéticas La Internacional, todo parece congregado bajo un signo terrible y sombrío, donde el sentido republicano queda aplastado y absorbido por la sombra del Soviet. Durante dos horas Azaña detesta, abomina, zahiere a sus adversarios. Pero la importancia del acto no está en el discurso, sino en el espectáculo de aquella masa embravecida. “Eli pueblo es nuestro”, dicen los dirigentes 367

republicanos de izquierda con la mayor euforia e inconsciencia. Porque la verdadera significación del acto la expuso claramente Calvo Sotelo en las Cortes, cuando dirigiéndose a las izquierdas, les dijo: “Vosotros, que percibís perfectamente la sensación de asombro que a un partido político tiene que producir el contemplar que a sus pies se abre el abismo de la nada, tenéis que entregaros a las campañas de propaganda entre las masas obreras, y ellas son las que hoy inundan vuestros comicios y son las que os proporcionan gran parte de vuestro auditorio y sus entusiasmos y sus palmas, y, en definitiva, vais a repetir la jornada del año 30; vais a proporcionar un éxito a esas fuerzas obreras para que os aplasten y, aplastándoos, pasen sobre el resto de España, si el resto de España no sabe impedirlo”. Hubiera sido excesivo suponer, sin embargo, que estas palabras pudieran hacer cambiar el rumbo fatal de los acontecimientos. Las posiciones estaban tomadas. Pero estas palabras aquí están para aleccionamiento perenne de la inconsciencia política. Después del mitin que con tanto éxito celebró Falange Española el día 19 de mayo en el cine Madrid, otros tuvieron lugar en los días 25 y 31 en Oviedo, Mota del Cuervo (Cuenca) y Campo de Criptana (Ciudad Real). Todos ellos se vieron concurridísimos por un público enfervorizado. La Falange continuaba creciendo, pero pagando al propio tiempo su tributo de sangre: Miguel Soriano cae en Linares (Jaén) asesinado por un grupo comunista, y en Oviedo mueren Enrique Moyano y José María Suárez a consecuencia de la explosión de una bomba colocada en el Centro de la Falange. Como la tensión en el país continuaba en aumento, el Gobierno suspende por unas semanas la celebración de actos públicos. A partir del día 7 de junio no podrán celebrarse actos de propaganda, tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha. Quienes más se indignan contra el neutralismo del Gobierno son los monárquicos. Esto de que su política pudiera ser equiparada, puesta en el mismo plano que la de los anarquistas y comunistas, les produjo —y con razón— un disgusto y un malestar tremendo. El ministro de la Gobernación, señor Pórtela Valladares, pretende justificar esta suspensión diciendo: “Vivimos en un estado de excitación moral y hace falta el desarme moral de España, y para eso queremos mantener en suspenso las garantías constitucionales, 368

esperando que este mes de prórroga de la suspensión sirva de estimulo en la convivencia a que llamo a las fuerzas extremas”. Por estos días la Junta Política de la Falange celebró una reunión clandestina, para lo cual se eligió como lugar el Parador de Gredos. La víspera de la reunión, José Antonio cambiaba impresiones con otros jefes falangistas, a los que decía: —España va inmediatamente hacia una dictadura de Largo Caballero que será peor que la de Stalin, pues éste quiere hacer un Estado y el otro ignora lo que quiere. Seremos pasto de la horda rusa, que nos arrollará, y no tenemos más remedio que ir a la guerra civil. Hoy no hay más fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas, y nos hace falta el apoyo material, que tendremos que buscar en el Ejército, al que hay que sumar a nuestro movimiento. Sería conveniente la formación de un frente nacional para evitar que las elecciones las ganen los izquierdistas, que tienen todas las probabilidades del triunfo. Pero con todo, como la revolución de octubre no tuvo desenlace, éste tendrá que producirse. La asamblea se celebró en un calvero cercado de pinos, sentados en el suelo los asambleístas. José Antonio habló durante media hora, trazando un bosquejo certero y pesimista de la situación de España. —En las próximas elecciones —dijo— el triunfo será de las izquierdas y Azaña volverá al Poder. Entonces a nosotros se nos plantearán días tremendos, que habremos de soportar con la máxima entereza. Pero creo que, en vez de esperar la persecución, debemos ir al alza miento contando, a ser posible, con los militares. Se hizo recuento de fuerzas. José Antonio habló de la actitud de ciertos generales. Indicó que el que más simpatías contaba en el país y más confianza inspiraba era Franco. Y se refirió a otros, especialmente a Mola y Goded, con los que ya había hablado en el verano de 1934, cuando se barruntaba la insurrección marxista y separatista que estalló en octubre. Acordado el movimiento armado como única solución, José Antonio afirmó que esto debía asentarse en una gran propaganda sindical. “Nos podemos adueñar del Poder, pero jamás del pueblo si no hacemos la verdadera revolución”. Insinuó la conveniencia de apoderarse de las masas obreras, especialmente de las que militaban en la C. N. T. sindicalista, las más afines a la Falange por su enemiga al comunismo marxista. No carecían de fundamento estas esperanzas de José Antonio de atraerse a las masas obreras, ya que iban siendo muchos los trabajadores revolucionarios, especialmente cenetistas, que solicitaban su ingreso en los 369

Sindicatos nacional-sindicalistas. Desde luego, bastantes más que los procedentes de la derecha. A este hecho hace referencia el editorial publicado el día 6 de junio en el semanario falangista Arriba, y que, bajo el título de “Obrero de derechas y obrero de izquierdas”, decía así; “Hay todavía una cosa más triste que un obrero de izquierdas: es un obrero de derechas. Siguiendo a Prieto, se pueden cometer no pocos errores y delitos contra el recto destino nacional y humano; pero se puede no ser un imbécil, y seguir siendo, en cierto modo, un hombre. Seguir a ese amaestrado sublider cedista upara obreros» es pura y simplemente sentar una plaza de memez. En la pura teoría, un obrero de derechas es un idiota, como un obrero de izquierdas es un renegado de los altos principios. En la práctica no quiere decir que uno y otro lo sean siempre. Hay. en todas partes, casos conmovedores de buena fe errada. Pero así como en las izquierdas abundan los obreros engañados y descarriados, en la derecha pululan cucos y toritos, a los que dan cigarritos y chalecos de punto o capitas de lana, unas cuantas señoras. Es una trágica alternativa aquella en que se coloca al obrero de hoy. Los que le ofrecen servir a la justicia —que tampoco la sirven — le exigen que traicione a su Patria. Los que le ofrecen servir a la Patria —que tampoco la sirven— le exigen que traicione a la justicia. La identidad de la Patria con la justicia social es la sustancia misma de nuestro nacionalsindicalismo. Se sirve a la Patria sirviendo a la justicia, y a la justicia sirviendo a la Patria. Las izquierdas socialistas eliminan de la política obrera toda espiritualidad. aunque ésta afluya, por tortuosos caminos ideológicos, como una resultante inevitable del dolor del pueblo. El socialismo quiere ser materialista y cae casi siempre en un espiritual misticismo confuso y delirante. Las derechas acumulan todas las señales de un espiritualismo aparencial, hablando de la religión, la tradición, la Patria o la familia, pero el espiritualismo huye por tortuosos caminos materialistas y capitalistas, con su secuela de egoísmo y corrupción moral. Las derechas quieren ser espiritualistas, y caen casi siempre en un materialismo, en un egoísmo obtuso y bajo. Las izquierdas, en general, son el y las derechas la falsificación. Las izquierdas se valen de grandes mentiras para defender el gran fondo de verdad y justicia que se opone a las injusticias sociales; las derechas se valen de grandes verdades para defender el gran fondo de mentira e injusticia que se opone a la verdad justicia sociales. 370

“En movimientos de la naturaleza del nuestro es más fácil —la experiencia lo confirma— que acudan obreros de izquierda, o sea, obreros engañados, que obreros de derecha, o sea, obreros falsificados. En los engañados puede haber una ilusión por la verdad; pueden desengañarse. En los falsificados, no. Han dado ya pésimo empleo al tesoro de su desengaño; lo han cambiado por moneda falsa. Por huir de un enemigo se han entregado a otro. Con el primero perdían su verdad; con el segundo su verdad y su dignidad. Entre estos dos Goliats de nuestros días —capitalismo de derechas y marxismo de izquierdas—, entre estos dos monstruos de materialismo turbio de la época, la Falange se bate como David, mientras la jabalina de Saúl le busca, traidora, los flancos. Como David las cinco piedras redondas del río, elige cinco flechas de acero. La batalla es difícil y doble. Los dos monstruos, más que combatirse, se reparten la sangre de España, que queda extenuada. Luchan por el reparto de los elementos materiales, pero ninguna de las dos partes vence del todo. Su lucha de intereses se verifica en las ciudades grandes, y está capitaneada por dos minorías: la de los falsos pastores socialistas y la de los consejos de administración capitalista. Millones de españoles, propietarios y proletarios, clases medias y obreras y casi la totalidad de la clase agraria, viene sacrificada a esta sucia pugna que a veces es una pugna simulada. Se opera con el fantasma de la reacción para torpes especulaciones. Los predominios de una y otra tendencia, el tumo de los movimientos reaccionarios y de los movimientos proletarios, empobrece, embrutece y envilece el alma y el cuerpo de la Patria. Cada predominio de una de las tendencias añade nuevos males. Cuando España no puede soportar los males que la causan por la izquierda, cambia de postura en su lecho de dolor y de náusea, y se acuesta del lado derecho. En sus cambios repite la clásica ironía de San Lorenzo, mártir en la parrilla: «Tostadme ahora por el otro lado». Unos y otros necesitan una España echada en las parrillas, para asar y pringar a su gusto: Nuestra España, camaradas, es una España vertical y en píe, con la espada en el puño, para hacer justicia de sus verdugos. Es necesario que seamos sus libertadores. Con ella vamos a libertar a un inmenso pueblo, que ha olvidado su grandeza en una doble y honda cautividad. Poneos de corazón contra la España echada a la derecha o ala izquierda, obreros. Y venid a gritar con nosotros: ¡Arriba España!” 371

Para demostrar que en cualquier terreno supera a las fuerzas revolucionarias, Acción Popular, cuyas Juventudes habían celebrado días antes una concentración en Uclés con escaso éxito, preparan para el domingo 30 de junio nuevas concentraciones, con las que esperan dejar atónito al público español. La una en Valencia y precisamente en el campo de Mestalla, donde fue la de las izquierdas. La otra, simultánea, se celebrará en Medina del Campo, precisamente ante el castillo de la Mota. La organización de los actos de Valencia es un prodigio de la técnica de propaganda desarrollada por la Derecha Regional Valenciana, que dirige don Luis Lucia. Mil doscientos autobuses llegan a Valencia entre el sábado y el domingo. El espectáculo que en ese día ofrecen Medina del Campo y Valencia es grandioso. La impresión de masa sobrepuja a cuantas concentraciones se han realizado hasta esa fecha en España. Sobre todo en Mestalla, donde se apiña una muchedumbre inmensa. Gil Robles habló primero en Medina, utilizando después un avión para trasladarse a la capital levantina. El jefe de la C. E. D. A., en sus discursos, se envanece del espectáculo grandioso que ofrecen las muchedumbres que le aclaman exaltadas como a un ídolo. Dice en Medina: “¿Que yo quería ir al Ministerio de la Guerra para dar un golpe de Estado? ¿Qué necesidad tenía yo del Ejército para el triunfo?... ¿Quién duda que con nosotros está España entera? Que venga aquí el que lo dude, y que vea esta muchedumbre congregada. Y aún más: yo le ofrezco un puesto en el avión para que vea otra muchedumbre reunida en Mestalla. Un golpe de Estado lo da el que se encuentra en minoría; pero quien, como nosotros, tiene a España entera, tiene bastante con la fuerza de la ciudadanía, con las papeletas electorales, que han barrido del campo nacional todos los obstáculos”. Cuando Gil Robles llega a Valencia y se presenta en el campo de Mestalla, una muchedumbre enardecida le saluda a los gritos clamorosos de ¡Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe! Aquí expone el jefe de la C. E. D. A. el programa social de su partido, y la multitud, una vez terminado el acto, se dispersa dentro del mayor orden y entusiasmo. La concentración de Mestalla, por los inmensos contingentes que ha reclutado y que sobrepasan a los de la parada roja de Azaña, entusiasma a las derechas y todas pretenden hacer valer la participación y colaboraciones que han aportado al acto con sus propagandas y la presencia de 372

simpatizantes. Pero don Luis Lucia, ministro de la C. E. D. A., reclama totalmente el éxito para la Derecha Regional Valenciana no sólo en lo que concierne a organización, sino también en lo que atañe al espíritu y trascendencia del acto, al que asigna carácter republicano. “De derechas y con la República” —dice. Sin embargo, la verdad absoluta es que el acto ha sido esencialmente contrarrevolucionario, y que a él han concurrido todos los elementos contrarios a las izquierdas, ansiosos de replicar a la reciente demostración que presidió Azaña. En realidad, como dijo por entonces Lerroux, “el país no es monárquico ni republicano, ni de la C. E. D. A., ni radical, ni de izquierda; lo que quiere el país es que le dejen realizar sus fines y trabajar en paz y tranquilidad”. En exhibiciones más reducidas, pero de mayor nervio, habían respondido ya los tradición alistas, reuniendo en una sola región, Cataluña, cuarenta mil simpatizantes en Poblet, a la vez que en Alcalá de Chisvert (Castellón) y Navarra hacían otro tanto. Están de moda las grandes concentraciones. Cada partido quiere tener la suya, y el radical, por no ser menos, la celebra también en Mestalla (Valencia) el día 7 de julio, con asistencia de unas 70.000 personas. En su mayor parte, los concurrentes no son radicales, sino escurriduras de todos los grupos izquierdistas que se han prestado a hacer bulto. Se prodigan banderas y cartelones, en los que campea el nombre del jefe del partido. Tanto Samper como Lerroux, que son los oradores, dedican sus discursos especialmente a sacudirse el rótulo de derechismo que en sus campañas les aplican las fuerzas revolucionarias. No, no son derechistas ni tiene nada de derechismo su política. Y así manifiesta Lerroux: “Que se me diga en qué he tenido yo que transigir. Las esencias republicanas están intactas en mis manos. Que se me diga y se me pruebe lo contrario. “Las derechas hicieron la evolución, pero no nosotros. Ahí va la prueba: ¿Que hubo que gobernar can la derecha? ¿Y qué? Si cuando gobernamos en derecha usamos de cosas privativas de nuestro programa, ¿quiénes han hecho la evolución, ellos o nosotros?” Relata a continuación los sucesos revolucionarios de Asturias y Cataluña del pasado mes de octubre, para continuar diciendo: “Pues bien, los agentes de la autoridad dominan la revuelta y prenden a los principales agentes de la revolución. La opinión pública 373

pide entonces justicia, que en ella quiere decir ajusticiamiento. ¿Y qué habéis visto? Pues visteis una crisis, porque los radicales mantuvimos con todo ardor lo que es esencia de nuestro programa, enemigo de la pena de muerte. ¿Y luego? Pues ya lo veis, esos mismos elementos que hicieron la crisis anterior” —se refiere principalmente a la C. E. D. A. —, “contagiados de nuestra generosidad, tienen lágrimas en los ojos y les tiemblan las manos y nos piden el indulto también de otros sentenciados. ¿Quién ha evolucionado, ellos o nosotros? Ellos, y así en otras cosas”. Esta declaración viene a confirmar plenamente lo que tantas veces han repetido los enemigos de la táctica conformista y evolucionista de la C. E. D. A., o sea, que los buenos propósitos de Acción Popular habían sido totalmente neutralizados, su labor esterilizada y sus masas, no tardando, completamente defraudadas. A mediados de junio, un diputado de la C. E. D. A. se lamentó amargamente en el Congreso de que en la labor de rectificación realizada por las Cortes no se hubiera enfocado el problema de la reforma de la Reforma Agraria. Ello implica para el orador un rompimiento del compromiso electoral. En nombre de éste, el diputado derechista pide la urgente discusión del dictamen de la Comisión de Agricultura que implica la rectificación de la Reforma. A finales de julio se evocó en la Cámara el problema. Esto produjo en las izquierdas una violenta indignación, amenazando con retirarse de las Cortes mientras durara la discusión de esta ley, en cuya elaboración —decían— no se habían tenido en cuenta más que los intereses de un determinado sector. Ante la amenaza, sin embargo, el señor Gil Robles no tuvo más que una salida: emprender, sin titubear, el camino hacia adelante. Ya no se podía retroceder. La discusión del proyecto fue rápida y muy apasionada. Por otra parte, el calor apretaba y la inmensa mayoría de los diputados deseaban empezar las vacaciones. Tomó parte en esta discusión, con un discurso que es como una ráfaga, José Antonio Primo de Rivera. Hay en él una concepción grandiosa de la reforma agraria, peculiarísima, que coincide en parte con criterios expuestos por políticos cuya significación fue constantemente el realismo. Daremos unos párrafos de este discurso no sólo porque nos servirán para centrar la cuestión, sino para dar a conocer las ideas que en este punto mantuvo el fundador de la Falange: “El tema de toda esta discusión —dijo— creo que puede encerrarse en una pregunta: ¿Hace falta o no hace falta una Reforma 374

Agraria en España? Si en España no hace falta una Reforma Agraria, si alguno de vosotros opina que no hace falta, tened el valor de decirlo y presentad un proyecto de ley que diga: «Artículo único: Queda derogada la ley de 15 de septiembre de 1932». Ahora, ¿hay alguno entre vosotros, en ningún banco, que se haya asomado a las tierras de España y crea que no hace falta una Reforma Agraria? Porque no es preciso invocar ninguna generalidad demagógica para esto; la vida rural española es absolutamente intolerable. Prefiero no hacer ningún párrafo; os voy a contar dos hechos escuetos. Ayer he estado en la provincia de Sevilla; en la provincia de Sevilla hay un pueblo que se llama Badolatosa; en este sitio salen a las tres de la madrugada las mujeres para recoger los garbanzos; terminan la tarea al medio día, después de una jomada de nueve horas, que no puede prolongarse por razones técnicas, y a estas mujeres se les paga una peseta. (Rumores.) “Otro caso de otro estilo. En la provincia de Avila —esto lo debe saber el señor Ministro de Agricultura— hay un pueblo que se llama Narros del Puerto. Este pueblo pertenece a una señora que lo compró en algo así como 80.000 pesetas. Debió tratarse de algún coto redondo de antigua propiedad señorial. Aquella señora es propietaria de cada centímetro cuadrado del suelo; de manera que la iglesia, el cementerio, la escuela, las casas de todos los que viven en el pueblo, están, parece, edificados sobre terrenos de la señora. Por consiguiente, ni un solo vecino tiene derecho a colocar los pies sobre la parte de tierra necesaria para sustentarle, si no es por una concesión de esta señora propietaria. Esa señora tiene arrendadas todas las casas a los vecinos que las pueblan, y en el contrato de arrendamiento, que tiene un número infinito de cláusulas y del que tengo copia que puedo entregar a las Cortes, se establecen, no ya todas las causas de desahucio que incluye el Código Civil, no ya todas las causas de desahucio que haya podido imaginarse, sino incluso motivos de desahucio por razones como ésta: «La dueña podrá desahuciar a los colonos que fuesen mal hablados,». (Risas y rumores.) Es decir, que ya no sólo entran en vigor todas aquéllas razones de tipo económico que funcionan en el régimen de arrendamientos, sino que la propietaria de este término, donde nadie puede vivir y de donde ser desahuciado equivale a tener que lanzarse a emigrar por los campos, porque no hay decímetro cuadrado de tierra que no pertenezca a la señora, se instituye en tutora de todos los vecinos, con esas facultades extraordinarias que yo dudo que existieran cuando regía un sistema señorial de la propiedad. 375

“Pues bien; esto que en una excursión de cien kilómetros se encuentra repetido por todas las tierras de España, nos convence, creo yo que nos convence a todos, de que en España se necesita una Reforma Agraria. Ahora, entiendo que, evidentemente, la Reforma Agraria es algo más extenso que ir a la parcelación, a la división de los latifundios, a la agregación de los minifundios. La Reforma Agraria es una cosa mucho más grande, mucho más ambiciosa, mucho más completa; es una empresa atrayente y magnífica que probablemente sólo se puede realizar en coyunturas revolucionarias y que fue una de las empresas que vosotros desperdiciasteis a vuestro tiempo. (El señor Guerra del Río: «Exacto».) “La reforma agraria española ha de tener dos partes, y si no, no será más que un remedio parcial y probablemente un empeoramiento de las cosas. En primer lugar, exige una reorganización económica del suelo español. El suelo español no es todo habitable, ni muchísimo menos; el suelo español no es todo cultivable. Hay territorios inmensos del suelo español donde lo mismo el ser colono que el ser propietario pequeño equivale a perpetuar una miseria de la que ni los padres, ni los hijos, ni los nietos se verán redimidos nunca. Hay tierras absolutamente pobres en las que el esfuerzo ininterrumpido de generación tras generación no puede sacar más que cuatro o cinco semillas por una. El tener clavados en esas tierras a los habitantes de España es condenarlos para siempre a una miseria que se extenderá a sus descendientes hasta la décima generación. “Hay que empezar en España por designar cuáles son las áreas habitables del territorio nacional. Estas áreas habitables constituyen una parte que tal vez no exceda de la cuarta de ese territorio; y dentro de estas áreas habitables hay que volver a perfilar las unidades de cultivo. No es cuestión de latifundios ni de minifundios; es cuestión de unidades económicas de cultivo. Hay sitios donde el latifundio es indispensable —el latifundio, no el latifundista, que éste es otra cosa—, porque sólo el gran cultivo puede compensar los grandes gastos que se requieren para que el cultivo sea bueno. Hay sitios donde el minifundio es una unidad estimable de cultivo; hay sitios donde el minifundio es una unidad desastrosa. De manera que la segunda operación después de determinar el área habitable y cultivable de España, consiste, dentro de esa área, en establecer cuáles son las unidades económicas de cultivo. Y establecidas el área habitable y cultivable y la unidad económica de cultivo, hay que instalar resueltamente a la población de 376

España sobre esa área habitable y cultivable, hay que instalarla resueltamente y hay que instalarla —ya está aquí la palabra, que digo sin el menor dejo demagógico, sino por la razón técnica que vais a escuchar en seguida— revolucionariamente. Hay que hacerlo revolucionariamente porque sin duda, queramos o no queramos, la propiedad territorial, el derecho de propiedad sobre la tierra sufre en este momento ante la conciencia jurídica de nuestra época una subestimación. Esto podrá dolernos o no dolernos, pero es un fenómeno que se produce de tiempo en tiempo ante toda suerte de títulos jurídicos. En este momento la conciencia jurídica del mundo no se inclina con el mismo respeto que hace cien años ante la propiedad.” Continuando su discurso, manifestó más adelante José Antonio: “Vuestra revolución del año 31 pudo hacer y debió hacer todas estas cosas. (Asentimiento.) Vuestra revolución, en vez de hacerlo pronto y en vez de hacerlo así, lo hizo a destiempo y lo hizo mal. Lo hizo con una ley de Reforma Agraria que en vez de querer buscar las unidades económicas de cultivo y adaptar a esas unidades económicas las formas más adecuadas de explotación, que serían, probablemente, la explotación familiar en el minifundio regable y la explotación sindical en el latifundio de secano —ya veis cómo estamos de acuerdo en que es necesario el latifundio, pero no el latifundista—, en vez de esto la ley fue a quedarse en una situación interina de tipo colectivo que no mejoraba la suerte humana del labrador y, en cambio, probablemente le encerraba para siempre en una burocracia pesada... “No era buena la ley del año 32; pero esta que vosotros (Dirigiéndose a la Comisión) traéis ahora no se ha traído jamás en ningún régimen; y si queréis repasar en vuestra memoria lo que hizo la Monarquía francesa restaurada después de la Revolución, veréis que no llegó, ni mucho menos, en sus proyectos reaccionarios a lo que queréis llegar vosotros ahora, porque vosotros queréis borrar todos los efectos de la Reforma Agraria y queréis establecer la norma fantástica de que se pague el exacto precio de las tierras, pero con todas esas características: justiprecio en juicio contradictorio, pago al contado, pago en metálico, y si no es en metálico, en Deuda Pública de la corriente no ya pagando el valor nominal de las fincas en valor nominal de títulos, sino al de cotización, lo cual equivale a otro aumento del veinte por ciento de sobreprecio, aproximadamente, y después con una facultad de disponer libremente de los títulos que se 377

obtengan. Comprenderéis que así es un encanto hacer una ley de Reforma Agraria; en cuanto se compre la totalidad del suelo español y se reparta, la ley es una delicia...” La crítica era exacta. La visión general de la reforma expuesta por el señor Primo de Rivera —dice José Pía—, visión general que fue tratada de utópica y de fantástica por la corriente del realismo adocenado y que coincidió con muchas ideas expuestas por la autoridad máxima que hubo en estas Cortes en materia de agricultura, el señor Florensa, era ante todo una visión política, una ilusión creadora. Fue la única explanación que en este terreno se produjo de la esperanza de la reforma agraria y fue ahogada por el casuismo jurídico más equívoco. Ello representaba volver a entregar la bandera de la reforma agraria al catastrofismo izquierdista. El discurso lo terminó José Antonio con estas palabras: “Vosotros pensadlo. Este proyecto se mantendrá en pie, naturalmente, hasta la próxima represalia, hasta el próximo movimiento de represalia. Vosotros, que sois todavía los continuadores de una revolución, aunque esto vaya sonando cada día un poco más raro, habéis tenido que hacer frente a dos revoluciones y no más que hoy nos habéis anunciado otra tercera. Cuando está en perspectiva una tercera revolución, ¿creéis que va a detenerla, que es buena política la vuestra para detenerla haciendo la afirmación más terrible de arriscamiento quiritario que ha pasado jamás por ninguna Cámara del mundo? Cuando venga la próxima revolución ya lo recordaremos todos y probablemente saldrán perdiendo los que tengan la culpa y los que no tengan la culpa.” (Muy bien.) Efectivamente, la ley no duró ni un día más que el previsto y perdieron los que tenían la culpa y los que no la tuvieron. Las palabras pronunciadas por José Antonio en el Congreso en relación con la ley de reforma de la Reforma Agraria, produjeron gran indignación en los medios derechistas y algunas personas, con la estupidez o mala fe con que ciertas gentes han juzgado siempre a José Antonio, repitieron a voz en grito que era un «bolchevique”. Por estar suspendido por la autoridad el semanario falangista Arriba, José Antonio pidió la hospitalidad de ABC para replicar a quienes le motejaban con tan absurdo calificativo. Y el 31 de julio apareció en este periódico un articulo firmado por José Antonio, que, bajo el titulo de “Palabras de un bolchevique”, decía así: 378

“El pasado día 24, por la mañana, fui clasificado definitivamente como bolchevique por innumerables personas de las que me dispensan el honor de inquietarse por mí suerte. El motivo próximo de tal clasificación fue el discurso pronunciado por mi la tarde antes en el Congreso, con ocasión de la reforma de la Reforma Agraria. Dicho sea de paso, la mayor parte de los que fulminaron el anatema contra mí no hablan leído el discurso, sino algún lacónico extracto de la Prensa. Aunque me esté mal el decirlo, mi retórica tiene, a falta de otras dotes, la de una estimable concisión; extractada, se queda en los huesos y resulta imposible de digerir. Pero seria demasiado aspirar a que las personas, para juzgar discursos, se tomaran el trabajo de leerlos. Con aquéllos comprimidos era bastante para pronunciar la sentencia: quien así hablaba no podía ser más que un bolchevique. “Ahora bien: ¿Qué idea tienen de los bolcheviques mis detractores? ¿Piensan que el bolchevismo consiste, antes que nada, en delimitar tierras y reinstalar sobre ellas a un pueblo secularmente famélico? Pues se equivocan. El bolchevismo es en la raíz una actitud materialista ante el mundo. El bolchevismo podrá resignarse a fracasar en los intentos de colectivización campesina, pero no cede en lo que más le importa: en arrancar del pueblo toda religión, en destruir la célula familiar, en materializar la existencia. Llega al bolchevismo quien parte de una interpretación puramente económica de la Historia. De donde el antibolchevismo es, cabalmente, la posición que contempla al mundo bajo el signo de lo espiritual. Estas dos actitudes que hoy se llaman bolchevismo y antibolchevismo, han existido siempre. Bolchevique es todo el que aspira a lograr ventajas materiales para si y para los suyos, caiga lo que caiga; antibolchevique, el que está dispuesto a privarse de goces materiales para sostener valores de calidad espiritual. Los viejos nobles, que por la Religión, por la Patria y por el Rey comprometían vidas y haciendas, eran la negación del bolchevismo. Los que hoy, ante un sistema capitalista que cruje, sacrificamos comodidades y -ventajas para lograr un reajuste del mundo sin que naufrague lo espiritual, somos la negación del bolchevismo. Quizá por nuestro esfuerzo, tan vituperado, logremos consolidar unos siglos de vida menos lujosa para los elegidos, pero que no transcurran bajo el signo de la ferocidad y la blasfemia. En cambio, los que se aferran al goce sin término de opulencias gratuitas, los que reputan más y más urgente la satisfacción de sus ultimas superfluidades que el socorro del hambre de un pueblo, 379

ésos, intérpretes materialistas del mundo, son los verdaderos bolcheviques. Y con un bolchevismo de espantoso refinamiento: el bolchevismo de los privilegiados.” El verano ha recobrado brillo y las playas están mucho más animadas que en los años anteriores. La política sale también del horno de Madrid en busca de la brisa norteña. En San Sebastián se celebra Consejo de Ministros y el de Gobernación, señor Pórtela, informa que se están desarrollando los días más plácidos desde la proclamación de la República. Uno de los políticos más destacados del régimen dijo por esos días: “Este aburrimiento es delicioso. ¡Qué bien se debía vivir en España cuando Silvela dijo que no tenía pulso!” Muchos son los que se entusiasman con aquel marasmo como síntoma de paz y de felicidad. ¡Qué error! Lejos, muy lejos de España, y en este mismo mes dorado y placentero de agosto, se está fraguando todo un plan de ataque a la civilización occidental y de modo especial a España. En Moscú se celebra el VII Congreso de la ni Internacional, cuyas reuniones empiezan el 23 de julio. La internacional comunista, o III Internacional, es sobre todo un organismo de propaganda, de infiltración, de penetración, cuya eficacia es tanto más grande, cuanto que es a la vez una administración, un partido y una iglesia. El Congreso es la fiesta máxima del comunismo universal. A él acuden delegados de todo el mundo. El comunismo español estaba representado por Dolores Ibarruri La Pasionaria y Jesús Hernández, más los delegados ibéricos García, Ventura y Martínez. En la sesión de apertura el discurso inaugural lo pronunció el alemán Wilhelm Pieck, quien lanzó estas consignas: “Nuestra voluntad es la voluntad de Marx, Engels, Lenin y Stalin”. “Nuestro objetivo es el socialismo para toda la humanidad”. “Nuestro fin principal, la edificación del poder de los Soviets”. En la segunda sesión, el mismo delegado Pieck esbozó el tema del frente único de los comunistas con otras fuerzas proletarias y aun burguesas, que, aunque no incorporadas a la III Internacional, coincidían en su odio al fascismo y en otras negaciones que son peculiares del bolchevismo. El Congreso penetraba con este discurso en lo que sería la cuestión fundamental que había de darle carácter. De este Congreso partirá 380

la consigna para que los comunistas se dediquen desde aquel momento a concertar las alianzas, que se denominarán “Frente Popular”. El gran propulsor de estas alianzas es Dimitroff, un búlgaro que había participado en innumerables actos terroristas en su país, quien propugnó que las alianzas fueran lo más amplias posible, con el propósito de que la influencia comunista alcanzara el mayor radio de acción. El Congreso comunista dedicó atención especialísima a España. En su intervención, La Pasionaria exaltó “la gloriosa insurrección de Asturias”. En nombre del partido comunista ibérico, el delegado camarada Ventura dice lo siguiente: “En nombre de mi partido, declaro desde la tribuna del VII Congreso mundial de la Komintern a Largo Caballero y a sus amigos que estamos dispuestos a trabajar con ellos para formar un frente único, a fin de conseguir la unidad del frente proletario, y a procurar la creación de un partido revolucionario único, con objeto de derrocar el poder de la burguesía y erigir en España el poder proletario. Lo mismo decimos a nuestros camaradas anarquistas”. Y terminó su intervención diciendo: “Pronto llegará el día en que podamos vengar a los muertos de Asturias. Aplicaremos entonces el terror más severo y exterminaremos a la clase burguesa”. Mientras los gobernantes centro-derechistas, representantes de la “clase burguesa” amenazada de exterminio, disfrutaban del mar en las playas del Cantábrico, el fantasma del Octubre rojo flotaba sobre los ámbitos de España con aire siniestro.

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EN LÍNEA DE COMBATE

En esta hora solemne me atrevo a formular un vaticinio: la próxima lucha, que acaso no sea electoral, que acaso sea más dramática que las luchas electorales, no se planteará alrededor de los valores caducados que se llaman derecha e izquierda; se planteará entre el frente asiático, torvo, amenazador, de la revolución rusa en su traducción española, y el frente nacional de la generación nuestra en línea de combate. José Antonio (Discurso en el cine Madrid, Noviembre 1935.)

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Surge el “Straperlo”

Verano de 1935. Después de dos años de predominio Izquierdista, la República española se hallaba gobernada, desde hacia año y medio, por las fuerzas centristas que acaudillaba don Alejandro Lerroux, con el apoyo y colaboración de las huestes democristianas de la C. E.D. A. (Confederación Española de Derechas Autónomas) y de su Jefe, don José María Gil Robles, a la sazón ministro de la Guerra en el Gobierno presidido por Lerroux. Pero la liquidación de los sucesos revolucionarlos de octubre de 1934 y otras actuaciones de los centristas del partido radical, venían produciendo cierta desilusión y desencanto en la C. E. D. A., que ya comenzaba a sentirse incómoda y soportaba con mal disimulada resignación la compañía y dirección de los llamados republicanos históricos. Además, la parte Juvenil bullía por su cuenta, disidente del partido, afanosa de Independencia y de consignas claras, y no pocos de sus afines eran atraídos por Falange Española, que ya velaba sus armas. Era el movimiento falangista, por su doctrina generosa y su fervoroso Idealismo, un Imán que cada vez atraía más a la Juventud. Carente casi en absoluto de medios económicos, la Falange no podía sostener un periódico diario ni Invertir cantidad alguna en otro tipo de propaganda. Pero de ello se encargaban sus propios enemigos a costa de la sangre vertida generosamente por los falangistas, que ya comenzaban a cobrársela en su propia moneda. El 8 de agosto fue un nuevo día de luto para la Falange sevillana, al caer asesinado otro de los suyos: Antonio Corpas. Era éste un joven obrero, procedente de las filas comunistas, a quien éstos venían amenazando con repetidos anónimos. Y la noche del 7, cuando regresaba de acompañar a su novia y pasaba solo por una calle lejana y oscura, recibió una descarga que le atravesó con cinco balazos. La Falange preparó la réplica y ésta fue inmediata y contundente. En la noche del 9, varios falangistas, en el coche de uno de ellos que era taxista, doblaban la esquina de la calle del Pópulo a la calle del Arenal. 384

En la mitad de esta estrecha calle estaba el Centro comunista, sobre cuya acera se sentaban durante las tardes estivales los asiduos de la Unión local; es decir, los dirigentes. El coche entró por la recta calle, y al pasar frente a los comunistas moderó la marcha. Uno de los falangistas gritó entonces: “Antonio Corpas”. “¡Presente!”, contestaron los demás. Al grito de ¡Arriba España! hicieron fuego. Y la sangre de varios comunistas manchó las losas de aquella calle sevillana. El día primero de septiembre celebra la C. E. D. A. una gran concentración en Santiago de Compostela, a pesar de la lluvia, que pareció torrencial en la ciudad más lluviosa de España. Allí planteó Gil Robles los problemas que consideraba más urgentes para la política española, el primero de todos la revisión de la Constitución. “Una nueva Constitución —dijo—, no como la actual, que no se ha podido aplicar desde el primer momento por sectaria, por contraria al espíritu español, por antipatriótica, por persecutoria, por cobarde. Y si las Cortes actuales no quisieran ir a la revisión constitucional. nosotros haríamos imposible la vida de las Cortes para que fuesen disueltas. Cortes que no puedan reformar la Constitución, son Cortes muertas que deben desaparecer. Y esto lo dice un partido que tiene el control del Parlamento y que está dispuesto a morir en su puesto”. El Consejo de Ministros acuerda el día 5 que reanuden las Cortes sus sesiones el 24, para discutir inmediatamente la ley electoral, pero al propio tiempo añade que, dada la ingente labor parlamentaria acumulada, habrá que aplazar la revisión constitucional. En la segunda mitad de septiembre, el Gobierno pide confianza y ayuda para afrontar los problemas interiores y exteriores que tiene planteados. Todavía vibra el eco de su llamada, cuando surge en el seno del propio Gobierno la discrepancia. Los ministros señores Royo Villanova y Velayos abandonan sus carteras, por negarse a aceptar las constantes reclamaciones de la Comisión mixta del traspaso de servicios a la Generalidad catalana. Quedó, pues, declarada la cuarta crisis del año. Planteada ésta el 20 de septiembre, comienza su laboriosa y accidentada tramitación, durante la cual prosigue el Jefe del Estado su incesante tarea para disgregar el “bloque” y apartar de las cimas gubernamentales a sus naturales jefes. El contento de las izquierdas revela que se ha dado el primer paso desde la cumbre hacia un cambio de política. 385

Las consultas fueron muy numerosas. Durante ellas, los directores y amigos del bloque gubernamental solicitaron la continuación del mismo. Los izquierdistas de todos los matices pidieron, en cambio, una transformación política radical. Al finalizar las consultas, se creyó que el señor Lerroux sería llamado otra vez, como jefe del partido de tradición republicana de la coalición gubernamental. Pero no fue así. La lógica hubiera exigido entonces que fuera llamado el señor Gil Robles, como Jefe del partido más numeroso de dicha coalición, pero la lógica era un factor sin importancia al lado de la prevención invencible que sintió siempre el Presidente de la República por la C. E. D. A. AI fin, la crisis sale por un registro insospechado, pues el día 25 se resuelve con la formación de un Gobierno presidido por don Joaquín Chapaprieta, político solitario, que no estaba afiliado a ningún partido. “El Gobierno le formó Chapaprieta —cuenta Lerroux— a base, claro está, del bloque preexistente. A mi me esperaba otra sorpresa. Gil Robles fue a ofrecerme, en nombre del nuevo presidente, la cartera de Estado. Con cartera o sin ella el partido radical apoyaría lealmente al nuevo Gobierno”. Este queda constituido manteniendo al señor Gil Robles en el Ministerio de la Guerra y pasando al de Estado (Asuntos Exteriores) el señor Lerroux. El señor Chapaprieta, junto a la Presidencia, desempeñó la cartera de Hacienda. Días después comentó el monárquico señor Calvo Sotelo en las Cortes: “Esta crisis, última en el orden cronológico, primera quizá en el orden patológico, porque patológicamente puede considerarse una crisis que ofrece, como ésta, multiplicidad gravísima de taras funcionales de toda especie; crisis número trece o catorce de las planteadas con carácter total en los últimos cuatro años y medio; setenta ministros nuevos; carteras que han conocido ya diez titulares; titulares que han desfilado ya hasta por cuatro carteras —ahora mismo hay uno de estos privilegiados varones en el seno del Gobierno que ha dirigido la Diplomacia, el Ejército, la Marina y dirigirá la Instrucción Pública y la cultura nacional—; Gobiernos de treinta días; crisis trimestrales como el cupón. En fin, ¡para qué seguir la exposición de síntomas que son un verdadero sarpullido! Inseguridad, inestabilidad, discontinuidad plena, creciente y progresiva”. Persistía en estos momentos el ambiente de paz laboriosa; volvía a hablarse de la ley electoral y de las elecciones municipales para noviembre, como dando de lado a la palpitación revolucionaria que iba en 386

aumento. Las masas buscaban en el líder republicano de izquierdas, don Manuel Azaña, al hombre que las ayudara a realizar sus propósitos, y ocasión única para demostrarlo les ofrecía el anuncio de un discurso con el que Azaña haría su reaparición ante las masas madrileñas, el día 20 de octubre, en una explanada al aire libre, por considerarse desde el primer momento insuficientes todos los locales para congregar a la muchedumbre calculada. Había de ser una demostración revolucionaria hasta entonces no conocida; un aldabonazo recio y conminatorio a las puertas del palacio presidencial. La figura de Azaña se agigantaba en la oposición. Los concurrentes al mitin debían saludar al orador “con los puños en alto y los dientes apretados”, como dijo El Socialista. Todas las organizaciones marxistas se remueven para que la concentración de Madrid sea la prueba categórica de que el espíritu de octubre, más enconado y más fiero que entonces, subsiste, revive y se alza amenazador. ¿Para defender los principios democráticos? No. “Cuando seamos Poder —dijo el republicano de izquierdas, señor Casares Quiroga días antes— no habrá elecciones hasta que no hayamos eliminado a todos los enemigos de la República”. ¿Para encumbrar a Azaña? “Lo que nosotros apetecemos —escribe El Socialista— es la dictadura del proletariado”. La propaganda dio el resultado que se calculaba; la movilización fue perfecta y el domingo día 20 se concentró en el campo de Comillas una muchedumbre que no bajaría de doscientas mil personas, que previamente recorrieron las calles de Madrid con los puños en alto y atronando los espacios con gritos de guerra y odio, entre los que no faltaban aquellos que fueran consigna cuando la revolución de octubre. El Jefe del Estado se esfumó aquel día de Madrid prudentemente, y apareció en Zamora para entregar una bandera a la Guardia Civil e inaugurar unas obras. Al presentarse Azaña ante la muchedumbre, ésta se estremeció colérica y las banderas rojas con los signos soviéticos y los puños en alto saludaron al tribuno en señal de rebeldía y en ofrenda de brazos y enseñas para la insurrección. Este espectáculo valió por todo, ya que las tres horas de discurso de Azaña dejaron a los oyentes en total indiferencia. Lo importante era aquella parada con la que se hacía saber que la revolución estaba otra vez rediviva y con intensa fiebre anhelante de la hora de la batalla.

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La víspera del mitin de Azaña en Comillas, el Gobierno comunicaba en una nota al país que había llegado oficialmente a su poder una denuncia planteada por un extranjero que se dedicaba a asuntos de juego. “Los propios acusados —decía la nota— piden que se aclare el asunto”. Estaba a la vista el Straperlo, que iba a estallar, más que como una bomba, como la apertura de una cloaca mucho tiempo cerrada, cuyos hedores no hieren ni matan, pero corrompen todo el aire y se pegan a la ropa de los más cercanos. El Gobierno se apresuró a enviar al fiscal la denuncia, para que practicase la más amplia y escrupulosa investigación. El denunciante, David Strauss, un aventurero judío nacionalizado en Méjico, era empresario de juegos de azar en Niza. La decadencia de los casinos de la Costa Azul habíale impulsado a explotar esta clase de negocios en otros países, para lo cual inventó, en unión de su amigo y socio Perlowitz, judío holandés, una ruleta eléctrica llamada Straperlo, denominación formada por las primeras sílabas de los apellidos de ambos inventores. Llamábanle “juego de sociedad y habilidad”, porque, según decía David Strauss, no influía el azar, sino las condiciones del operador: la vista, la rapidez de cálculo, el poder retentivo, la serenidad. La primera exhibición de la “ruleta eléctrica de sociedad y habilidad” fue en un casino cercano a La Haya, con tan gran éxito para el banquero, que las autoridades holandesas le expulsaron del país. Entonces fijó Strauss su vista en España, y a finales de 1933 se instaló en Barcelona. Logró que los políticos de la Esquerra le consistieran instalar en Sitges su ruleta, cuyo funcionamiento examinaron Companys y otras figuras del partido. Quedaron maravillados de la exactitud y seguridad del mecanismo, pero no se atrevieron a permitir su explotación, por más que prometiese pingües ganancias para la Generalidad. La clave del negocio estaba en Madrid. Allí estableció Strauss contacto con el subsecretario de Marina don Juan Pich y Pon y con don Aurelio Lerroux —hijo adoptivo de don Alejandro— comprometiéndose este último a obtener la autorización, valiéndose de la influencia de su padre con el entonces ministro de la Gobernación, señor Salazar Alonso. Por su parte, Pich y Pon se encargaba de distribuir determinadas sumas entre el ministro y el subsecretario. Por el mismo sistema se recabaría la complacencia del señor Valdivia, director general de Seguridad. El ministro de la Gobernación y el subsecretario, don Eduardo Benzo, pidieron un previo examen del aparato, y, en efecto, una noche fue 388

transportado en un camión y colocado en el despacho del último. El ministro no quería decidir por sí solo la cuestión y declaró que necesitaba el asentimiento del entonces jefe del Gobierno, señor Samper. Aurelio Lerroux prometió obtenerlo por la influencia de Sigfrido Blasco, que también recibiría una suma importante. Tras algunas peripecias, en las que jugaba papel principal Aurelio Lerroux —que también exigió varios relojes de oro para hacer obsequios a los favorecedores—, recibió Strauss, por último, una autorización firmada por Benzo y otra por el gobernador de Guipúzcoa. Instalado el Straperlo en el Casino de San Sebastián, tres horas después de abrirse fue cerrado por la Policía. Ello ocasionó a Strauss — según dice en la denuncia— “pérdidas cuantiosas”. Pero no desiste. Aurelio Lerroux le promete conseguir otra autorización para instalar la ruleta en Formentor (Mallorca). Expedida la nueva autorización se dispone a montar allí su negocio. Mas sobreviene otra vez la prohibición. Strauss se queja de que le habían abandonado sus colaboradores y solicita que le sean devueltas todas las sumas que había adelantado para el negocio. El asunto tiene inmediata repercusión en las Cortes, donde se acordó el nombramiento de una Comisión investigadora. Una ponencia especial practicó ciertas comprobaciones documentales en los registros, de Gobernación y Dirección General de Seguridad y el día 26 emitió dictamen, según el cual, “demostrada la autenticidad de los documentos que han podido ser comprobados, no está desprovista de veracidad la relación de hechos que, de ser ciertos, revestirían carácter delictivo, entiende que debe hacerse una investigación a fondo por los órganos Judiciales pertinentes, porque existe la convicción moral de que la conducta y modos de actuar en el desempeño de las funciones públicas de los que han intervenido en ellas, no se acomoda a las normas de austeridad y ética que en la gestión y dirección de los asuntos públicos son postulado indeclinable”. En realidad, el dictamen acusatorio alcanzaba directamente más que a Lerroux a la minoría radical. El señor Salazar Alonso se exculpó plenamente y demostró que no había autorizado el funcionamiento del Straperlo, sino que, por el contrario, había cursado órdenes para la suspensión del Juego, tan pronto como tuvo conocimiento del hecho por un suelto del periódico La Voz. Con motivo de estos incidentes se sentó el criterio de reajustar las fuerzas radicales y hasta se insinuó la conveniencia 389

de que el señor Alba reemplazase a don Alejandro Lerroux en la jefatura del partido. Se discutió en las Cortes el dictamen de la Comisión el 28 de octubre, y la mayoría de los diputados votaron con bolas blancas la inculpabilidad de Lerroux. Quedó exceptuado también de la acusación el señor Salazar Alonso, por 140 bolas blancas contra 137 negras. El señor Gil Robles, que habíase mostrado el primero en reconocer la urgencia para investigar y aplicar sanciones, al quedar aprobado el dictamen dijo estas palabras: “No hay ministros inculpados; pero ahora la cuestión se sitúa en el terreno de la delicadeza, que deben administrar los interesados”. Esta insinuación no podía tener otra consecuencia que la crisis. Lerroux atribuía el incidente del Straperlo a una maniobra política cuidadosamente preparada por Azaña y Prieto, a quienes —dice— se les había visto en Bélgica con Strauss poco tiempo antes de venir éste a España. También se lamenta Lerroux de la actitud adoptada por el Presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, en relación con este asunto, y en su libro La pequeña Historia, dice: “Prieto conoce bien a Su Excelencia y sabe lo que guarda en su alma para mí. Está seguro de que, puesto el cebo, la trampa funciona y la presa es segura. Don Niceto, en cuanto conozca el asunto, se escandalizará. “Y, en efecto, don Niceto hizo como que se escandalizaba. No se había escandalizado ni adoptado medida alguna cuando tomó cuerpo el rumor, tal vez infundado, de que en el contrato de suministro de petróleo con Rusia había considerable peculado; ni cuando surgió el negocio de la importación de trigos en el que anduvo el cohecho con cifras considerables; ni cuando la murmuración, y algo más, sacó a plaza la construcción de cuarteles cuyos beneficios ilícitos iban a transformarse para el signatario en un solar y en un hotel en el barrio de Salamanca; ni cuando en el Ministerio de Industria y Comercio el arroz, la naranja y los contingentes salpicaban de plata y oro a Directores Generales, Subsecretario y titular de la cartera; ni cuando protegidos bajo su manto augusto preparaban negocios en Guinea o explotaban reclamaciones o reclamantes desde el Negociado de Marruecos y Colonias, mientras a cuenta de futuros provechos tenían el harén en Pozuelo; ni cuando el contrabando de armas por el Estado o para el Estado, hecho con la complicidad de favoritos suyos, ponía a España en graves compromisos con una nación colindante... 390

“No hubo desde aquella hora más que Straperlo y denuncia Strauss. Y todavía resuena en el espacio universal el campaneo del escándalo vil, vilmente fraguado y provocado por gentes todas igualmente viles. “Tengo por seguro que, bien informado de lo ocurrido, aquella noche don Niceto, a la hora de recogerse para el descanso, vería pasar ante su memoria la película de todos sus pequeños agravios, antiguos y recientes, a los que había sido tan ajena mi voluntad, y juntando las manos como para una plegaria, recordaría el lema de sus actividades ofensivas: “a mí el que me la hace me la paga”, mientras sus labios repetirían mecánicamente la oración cristiana por excelencia: “Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores...” En la entrevista que Lerroux tuvo con el Presidente de la República, antes de que el asunto del Straperlo tuviera carácter oficial, éste le aconsejaba que abandonara el Gobierno como medida de prudencia. El propio Lerroux. en su libro antes citado, relata el diálogo sostenido con el Presidente: “—Don Alejandro —me decía— note usted que cualquier tarde de éstas puede levantarse un diputado en el Congreso y formular una pregunta o Plantear una interpelación sobre el caso... Se desencadenará una tempestad parlamentaria. “—Yo no les temo a las tempestades, señor Presidente. Les hago frente si me asaltan y si naufrago sé nadar. “—Don Alejandro —me replicó— tiene usted un? fortaleza de espíritu envidiable—.” Y alzaba los hombros y abría los brazos, y bajaba la cabeza mirando al sucio. Cualquiera adivinara en esa exclamación que lo menos que pensaba, y no se atrevía u decirme, era esto otro: “—Don Alejandro, es usted un fresco”. Del mismo modo pensaban los grupos marxistas, a quienes podía oírseles canturrear por las calles una cancioncilla muy significativa: De Cataluña vengo de ver a Lerroux ay, ay de ver a Lerroux. Nunca he visto un sinvergüenza con tanta salud ay, ay con tanta salud.

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Por acuerdo unánime del Gobierno prodújose la crisis total que se resolvió el día 29 saliendo del Gabinete Lerroux y Rocha, que fueron sustituidos por otros señores del mismo partido. El nombramiento y aceptación de los nuevos ministros radicales, sin que los hubiese designado el partido o su Jefe, promovió una reacción violenta en la minoría radical, reunida para deliberar sobre su colaboración en el nuevo Ministerio. Mas el señor Lerroux procuró aplacarla, afirmando que “los ministros contaban con su confianza y con la del partido”. Dicho lo cual apuntó su deseo de renunciar a la Jefatura, “ya que el partido habla encontrado en el señor Alba un Jefe prestigioso y de gran visión política”. Abatido por la hábil maniobra, en la que Strauss sólo fue un instrumento, el señor Lerroux cae sucesivamente de las alturas del Poder y de la cima de su partido. Mas se impone la atracción magnética de esa Jefatura, y a los pocos días se rectifica en unas declaraciones a La Nación: “Tanto Alba como el partido dice están de acuerdo en que no hay más Jefe que yo y que, mientras quiera y viva, no habrá otro Jefe; aquel día, como en otras ocasiones, expuse simplemente mi preocupación de que al faltar yo quedase sin dirección el partido, pero nada más”. Con todo esto, el partido radical se descomponía para quedar reducido a un nombre, y a un recuerdo o una sombra, envueltos siempre en nieblas de descalificación y de descrédito. ¡Octubre!... Este nombre es la gran bandera para las propagandas Izquierdistas. En ninguno de los actos marxistas o republicanos de Izquierda falta el recuerdo para los que purgan en las cárceles sus delitos, para los luchadores que murieron “víctimas de la ferocidad fascista”, con la promesa de una segura venganza. “Cuando Izquierda Republicana llegue al Poder afirma Augusto Barcia en Cuenca, su primer decreto será para amnistiar a los presos de aquella revolución”. “La anunciada revisión de la Constitución exclama Casares Quiroga en San Sebastián es una maniobra que va contra la amnistía. No la toleraremos. ¡Por la memoria de todos nuestros muertos, en pie y a defender la República!...” El también republicano de Izquierda, Martínez Barrio, habla en Jaén de la unión “con otras fuerzas no específicamente republicanas”. Es la fórmula de Dimitroff aceptada por los “residuos” burgueses, vegetaciones de la revolución. La consigna soviética refrendada por los republicanos españoles, que se disponen a pactar con los anarquistas, con los marxistas, con los comunistas, con todas aquellas masas “no específicamente re392

publicanas”, y sí específicamente subversivas y demoledoras. El líder sindicalista Angel Pestaña declaraba en Zaragoza su alegría por “el cambio de táctica del sindicalismo, decidido a Intervenir en la política unido con las izquierdas republicanas”. Pronto estas izquierdas serán absorbidas por sus aliadas, las organizaciones extremistas. Los mítines del bloque revolucionarlo se celebran ya a la sombra de las banderas rojas; campean en la presidencia los atributos de la hoz y el martillo y el nombre de Rusia es repetido como grito de liberación y de victoria. Y para que no puedan decirse engañados, desde el primer momento se avisa lo que se prepara. “No nos contentamos dijo un orador socialista en La Coruña— con otro bienio de romanticismo, como el del señor Azaña. Cuando las sillas ministeriales pasen a nuestras manos, no las soltaremos jamás. Las actas no han de ser más que el punto de apoyo para la inmediata revolución”. La Falange sigue concitando las iras marxistas. Y en la noche del 6 de noviembre otros dos falangistas sevillanos —el mecánico Eduardo Rivas y el estudiante Jerónimo Pérez de la Rosa— son ametrallados por la espalda por un grupo comunista cuando pegaban pasquines de propaganda en la calle de San Vicente. Dos días después José Antonio se ocupa de estos crímenes en la Cámara y pone de relieve el injusto comportamiento del Gobierno, que guarda todas las benevolencias para los rojos y todo el rigor para la organización falangista. Tal impresión causaron en la Cámara las palabras de José Antonio, que el ministro de la Gobernación destituyó al gobernador de Sevilla desde el mismo banco azul. El propio ministro, al finalizar la situación del orden público en España, dijo: “Desde que soy ministro de la Gobernación, el orden público, por lo menos en su aspecto externo, ha sido perfecto. En el breve espacio de tiempo que llevo de ministro, he tenido que encararme con tres gravísimos momentos en los que el orden público pudo peligrar: el 5 de octubre, en el que se pretendía conmemorar como hechos gloriosos sucesos revolucionarios que toda conciencia honrada tiene que rechazar; el acto de Azaña, con una enorme concentración humana, y la última crisis. En ninguna de estas tres ocasiones ha ocurrido nada. Lo he reconocido y me complazco en reiterarlo, pero ¿es que esto quiere decir que España viva en el estado de pacificación espiritual preciso para que la mera 393

exteriorización material del orden público merezca la consideración de que vivimos en una situación tranquila y legal? Creo que no”. Esta prudente afirmación era totalmente exacta. Los domingos son pródigos en actos de propaganda política. La de los tradicionalistas adquiere un carácter guerrero cada vez más acentuado. Nunca faltan las escuadras de requetés uniformados, que se encargan de garantizar el orden. El acto que celebran el 3 de noviembre en Montserrat es una concentración de fuerzas instruidas y dispuestas para la lucha, y en él se congregan cuarenta mil tradicionalistas. Fal Conde revistó los requetés uniformados en la explanada de San Miguel, y en una viril arenga les dijo: “Si la revolución quiere llevarnos a la guerra, habrá guerra”. Al domingo siguiente 10.000 requetés navarros se concentraban en Villalba, realizando ejercicios militares, y por estos días varios oradores tradicionalistas recorren las islas Canarias para dar a conocer el credo carlista. Por estos días se celebra en la Sala Segunda del Tribunal Supremo la vista de la causa seguida contra el líder socialista Largo Caballero por su intervención en los sucesos revolucionarios de octubre. El fiscal solicita para el procesado treinta años de reclusión por el delito de rebelión militar. La sentencia, dictada el 30 de noviembre, fue absolutoria. El gran inductor de la matanza de octubre, al que las masas conocían con el sobrenombre de “Lenin español”, quedaba en libertad con todos los pronunciamientos favorables. La revolución marxista se veía de nuevo temida y triunfadora. Temida del Jefe del Estado, de los gobernantes, de la Justicia republicana. Y ser temida era el primer paso para ser obedecida. Pero había quien no sentía este temor hacia los revolucionarios rojos. Así, para contestar a un reto insistente lanzado por el semanario Mi Lucha, el jefe provincial de la Falange murciana, Federico Servet, capitaneando un grupo de camaradas suyos, asaltaron el 11 de noviembre la Casa del Pueblo de Molina del Segura, y después de desalojarla permanecieron en ella durante una hora. A la salida intentaron cerrarles el paso todos los socialistas del pueblo, con los guardias municipales a la cabeza; pero Servet y los suyos atravesaron en perfecto orden el nutrido grupo sin incidentes de importancia. El día 23, y para responder a nuevas amenazas del citado semanario marxista, repitieron la hazaña en la Casa del Pueblo de Murcia, dispersando a los socialistas allí reunidos, y tras de permanecer un rato en el local se retiraron sin sufrir bajas. 394

Estos y otros hechos similares que se repetían en muy distintos puntos de España, hacían aumentar aún más la crecida moral combativa de los falangistas. Durante los días 15 y 16 de noviembre se celebró, en el domicilio social de la Cuesta de Santo Domingo, número 3, en Madrid, el II Consejo Nacional de Falange Española de las J. O. N. S., durante el cual se enjuició la posible creación de un Frente Nacional capaz de oponerse a la marea de la revolución roja. Lo más saliente de este Consejo fue el formidable mitin con el que se clausuraron sus tareas. El semanario Arriba, al dar cuenta del acto, decía: “Otra fecha señera en la historia de nuestro Movimiento, que ya es Historia de España”. El domingo 17 de noviembre, amaneció Madrid con luz fría, melancólica, invernal. Bajo ella, cruzaron la ciudad en peregrinación española al cine Madrid los afiliados y simpatizantes de la Falange. Cerradas las puertas para evitar que la aglomeración fuese excesivamente molesta, permanecieron en las calles adyacentes miles de personas con la esperanza de, bajo el frío y la llovizna, presenciar la llegada de los jefes y adivinar —parado el corazón con la emoción de España— la vibración de los que estaban dentro. El cine Madrid es el más amplio de la capital de España. Doce, catorce o quince mil personas lo ocupaban una hora antes de comenzar el acto. Presidían —presentes en las letras de oro en que se convirtió su muerte generosa— los nombres de los caídos por España con el yugo y las flechas sobre el pecho. Y por todas partes, en la triple hilera de palcos, banderas y colgaduras nacional-sindicalistas, de los Sindicatos, de las Milicias, de los Estudiantes. Potentes reflectores inundaban de luz la sala. En los pasillos laterales y central, hileras de camisas azules sobre cuerpos juveniles, montaban guardia de honor. Estudiantes, obreros, empleados, hombres de la industria y del arte, todos iguales en el amor a España, que proclama —valerosa sin jactancia— la uniformidad azul de sus camisas. A las once en punto llegó el Jefe Nacional de la Falange, acompañado de los más destacados dirigentes del Movimiento. A una voz —escueta y militar— todos los espectadores se pusieron en pie. Las milicias se cuadraron. Ondean los estandartes. Y quince mil brazos en alto acogieron a José Antonio Primo de Rivera. 395

Antes de entrar, en la calle, otros miles de brazos en alto habían saludado la llegada del Jefe y asustado a las nubes de la fría mañana madrileña. Habló en primer lugar Roberto Bassas, jefe de la Falange de Cataluña, con su palabra apretada de catalán españolísimo. A continuación Fernández-Cuesta pronunció un formidable discurso, que caldeó al auditorio hasta el límite. Por fin, se levanta a hablar José Antonio, quien, en medio de un silencio impresionante, cuajado de anhelantes emociones, pronunció un magnífico discurso, durante el cual, con visión profética, afirmó: “En esta hora solemne me atrevo a formular un vaticinio: la próxima lucha, que acaso no sea electoral, que acaso sea más dramática que las luchas electorales, no se planteará alrededor de los valores caducados que se llaman derecha e izquierda; se planteará entre el frente asiático, torvo, amenazador, de la revolución rusa en su traducción española, y el frente nacional de la generación nuestra en línea de combate Y terminó diciendo: “Falange Española de las J. O. N. S. está aquí, en su campamento de primera línea; está aquí, por si queréis que vayamos todos juntos a esta empresa de la defensa de España frente a la barbarie que se le echa encima. Aquí estamos todos. Sólo pedimos una cosa: no que nos deis vuestras fichas de adhesión, ni que os confundáis con nosotros, ni que nos coloquéis en los puestos más visibles; sólo pedimos una cosa, a la que tenemos derecho: a ir a la vanguardia, porque no nos aventaja ninguno en la esplendidez con que dimos la sangre de nuestros mejores. Nosotros, que rechazamos los puestos de vanguardia de los ejércitos confusos que quisieron comprarnos con sus monedas o deslumbrarnos con unas frases falsas, nosotros, ahora, queremos el puesto de vanguardia, el primer puesto para el servicio y el sacrificio. Aquí estamos, en este lugar de cita, esperándoos a todos; si no queréis venir, si os hacéis sordos a nuestro llamamiento, peor para nosotros, pero peor para vosotros también; peor para España. La Falange seguirá hasta el final en su altiva intemperie, y ésta será otra vez —¿os acordáis, camaradas de la primera hora?—, ésta será otra vez nuestra guardia bajo las estrellas.”

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Brazo en alto otra vez, entre gargantas roncas de contestar los gritos de la Falange, desfilaron los Jefes hacia la calle, donde José Antonio fue aclamado de nuevo. Y en la calle hacía sol. Un sol español de brillo y limpieza únicos. Falange Española de las J. O. N. S. se disponía a limpiar de nubes el cielo de la Patria y a hacer salir el sol en el corazón de los españoles. Cuenta Francisco Bravo que aquel 17 de noviembre, al terminar el mitin del cine Madrid, donde miles de camisas azules ovacionaban a su Jefe, dijo a José Antonio: —Imagínate lo que sería el final de este acto, si además del bosque juvenil de brazos en alto, un coro ardiente y unánime cantase un himno de guerra y esperanza... —Te aseguro que vamos a hacerlo en seguida —respondió José Antonio—. Voy a reunir una escuadra de nuestros poetas y hasta que no lo hagamos no los suelto. Ha de ser una canción de guerra y amor... En efecto, pocos días después, José Antonio convocó a sus amigos los literatos y los poetas para que pusieran letra a la música que había compuesto ya el maestro Juan Tellería, y les trazó el plan: —Tiene que ser un himno resuelto. En la primera parte debe hablarse de la novia; después decir que no importa la muerte, haciendo alusión a la guardia eterna en las estrellas y luego algo sobre la victoria y la paz. José Antonio dijo también que en la canción no debía haber ni una sola palabra de odio ni de venganza contra los enemigos. Porque siempre quiso José Antonio que en las manifestaciones del entusiasmo nacionalsindicalista, en su rito y en sus cantos, jamás hubiera palabras rencorosas. Nada le sacaba de quicio como oír gritar mueras y abajos. Le molestaba todo lo que fuera negación. La Falange no era “anti” nada. Su afirmación categórica de la Patria, el Pan y la Justicia para todos, excluía de antemano lo que no fuera servicio a estos fundamentales postulados. Bajo estas directrices, los poetas se pusieron a trabajar. Bolarque habría de decir después: “Conviene restablecer la verdad y decir, porque es de justicia, que el Cara al Sol es exclusivamente de José Antonio. Si bien es verdad que todos en él pusimos nuestras manos, no es menos cierto que la mayor parte de los versos son de José Antonio y que los que no son suyos fueron incorporados por él al himno después de rechazar otros muchos”. 397

Cuando ya estuvo terminado, José Antonio se frotaba infantilmente las manos, y dirigiéndose a sus camaradas les dijo: — ¡Atención! Vamos a cantarlo. Se agruparon todos alrededor del piano. Sonaron los primeros compases. Comenzaron a cantar. La música se hacía densa: eran voces juveniles que invocaban la muerte y la victoria. Se ponían firmes inconscientemente, levantaban el brazo. Y era que estaba allí el himno, arrebatándolos, sorprendiéndolos a ellos mismos, vivo ya, independiente, desgajado de sus autores: Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver. Formaré junto a los compañeros que hacen guardia sobre los luceros, impasible el ademán y están presentes en nuestro afán. Si te dicen que caí me fui al puesto que tengo allí. Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz, y traerán prendidas cinco rosas las flechas de mi haz. Volverá a reír la primavera, que por cielo, tierra y mar se espera. Arriba, escuadras, a vencer, que en España empieza a amanecer.

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“A por los trescientos”

Todavía se respira en España el olor pestilente de 1, asunto del Straperlo, cuando ya otra vez reventó la cloaca radical, asfixiando al Gobierno con los hedores de sus inmoralidades. El ex inspector general de Colonias y laureado jefe del Ejército, don Antonio Nombela, se dirige a las Cortes para acusar al que fue subsecretario de la Presidencia del Consejo con el señor Lerroux, don Guillermo Moreno Calvo, de irregularidades en el despacho de un expediente de indemnización por varios millones de pesetas al señor Tayá, con motivo de un servicio de vapores de esta empresa a Guinea. ¿Qué había ocurrido? “Cierta Compañía de Navegación —cuenta el semanario Arriba— que daba servicio en nuestras colonias de Africa occidental vio rescindido su contrato por decisión del Gobierno. Recurrió al Tribunal Supremo y éste declaró que el contrato estaba mal rescindido y condenó al Estado a pagar daños y perjuicios a la Compañía. No precisó su importe, sino que se limitó a declarar la legitimidad jurídica de la indemnización. Pasó el asunto de nuevo a la vía gubernativa para que se tasaran los daños experimentados por los contratistas. Los daños y perjuicios, como sabe el más lego en materias jurídicas, representan la diferencia entre la situación patrimonial en que el perjudicado se hallaría si el contrato se hubiera cumplido y aquélla en que verdaderamente se encuentre: es decir, que para valorar el importe de la indemnización habría que escribir en una columna, en nuestro caso, los presuntos ingresos del servicio prestado por la compañía; en otra columna, los gastos del mismo servicio, y restar esta columna de aquélla para obtener el saldo indemnizable. Sin embargo, la sociedad en cuestión, por especialísimo favor de la suerte, cuya explicación es difícil indagar, se encontró con unos funcionarios propicios para quienes la cuenta de indemnización se componía de una sola columna: la de los “ingresos” (subvención del Estado, beneficios, etc.), sin contrapartida alguna de “gastos”. Es decir, que los daños y perjuicios se calcularon como si en Africa occidental el sostener un servicio de barcos no costara nada y produjese descansadamente —tal como dicen que caen allá los frutos maduros en la boca de los indígenas 399

tumbados bajo los árboles— sabrosas entradas. Por tan galano procedimiento, el Estado resultaba deber a la compañía de navegación varios millones de pesetas. “No obstante haber informado el Consejo de Estado en contra de la propuesta, el presidente del Consejo de Ministros y glorioso patriarca don Alejandro Lerroux la hizo suya y la llevó al Consejo. En él se despachó cualquier día de agobio, sin que se posaran en el expediente otros ojos que los de don Antonio Royo Villanova, de cuya bizarría mental aumentan a diario las pruebas. Y el Consejo de Ministros acordó el pago de la indemnización. “Hasta aquí la cosa no es más que extraña; desde el siguiente capítulo ya es algo peor. Según nuestras leyes, cuando el Estado es condenado a devolver dinero en cantidad que pase de 300.000 pesetas, tiene que aprobarse en las Cortes un crédito extraordinario. ¿Se hizo esto en el caso denunciado por el señor Nombela? Ni por asomo. ¿No habría en la Presidencia del Consejo de Ministros un sabroso tesoro colonial del que podían extraerse tres millones y pico sin más que poner a un cheque las firmas del señor Lerroux y del señor Moreno Calvo, subsecretario de la Presidencia? ¡Pues a hacerlo, que así se sirve a los amigos! Y la orden de pago fue dada. Sólo que, por desgracia, para que se cumplimentase, tenía que pasar por las manos de un intachable oficial del Ejército, caballero de San Fernando, que se llama don Antonio Nombela. Y este señor, no sólo se negó en redondo a dar paso al galápago, sino que puso en alarma a otros ministros y magistrados de altísima jerarquía, provocó una nueva deliberación del Consejo y dio lugar a que el primer acuerdo se revocase y los intereses del Tesoro quedaran a salvo. “El señor Lerroux, en justo reconocimiento al servicio ejemplar prestado por el señor Nombela, le destituyó fulminantemente.” En el escrito presentado por el señor Nombela, no se limitaba éste a relatar los hechos, sino que exponía también las razones del grandísimo interés que mostró el señor Moreno Calvo: “Es preciso —había dicho éste a los señores Nombela y Castro— salvar todas las dificultades por grandes que sean, porque el señor Tayá, cuando disfrutaba de crecida fortuna, sacó de diferentes apuros con su dinero a don Alejandro Lerroux y éste le prometió corresponder en caso análogo”. Conocida la denuncia por la Cámara, se nombró una Comisión investigadora, repitiendo el procedimiento inaugurado con la denuncia de Strauss, cuando el asunto del Straperlo. En la Comisión llegaron a discu400

tirse cinco proposiciones, sin que ninguna prosperara. La de los separatistas vascos y la de la Lliga son rechazadas por impunistas. La de las izquierdas por descabellada. La de los monárquicos por demasiado fuerte. La que logró más votos —ocho contra ocho— fue la del liberal demócrata Muñoz de Diego, que era contemporizadora. Se apreciaba la buena fe de Lerroux, en cuya conducta “no hay tacha de inmoralidad”, la corrección del señor Nombela y la responsabilidad del señor Moreno Calvo. Eli Presidente de la Comisión dimite por creer que el dictamen “va a ser un pastel”. La sesión permanente de la Cámara dedicada a este escándalo dura hasta las siete de la mañana del día 8 de diciembre. José Antonio Primo de Rivera interviene dos veces. En la primera de ellas, dirigiéndose al señor Gil Robles, le dice: “... hay el riesgo que estamos corriendo de que, por convivir con gentes que no son dignas de convivir con nosotros, que no tienen nada que hacer en la vida publica de España, que deben retirarse a sus casas, y esto por la infinita benevolencia de quienes no les mandan a la cárcel, esté comprometiendo su Señoría la posibilidad de que nos agrupemos todos un día, los radicales que se salven de la reprobación general, los jóvenes y viejos de Acción Popular que le siguen, los hombres de derechas y de izquierdas, todos, en un posible frente nacional que ha de tener como primera bandera la bandera de la moralidad pública”. En su segunda rectificación pide que se abomine aquella noche de un tono político impuesto a las costumbres españolas por don Alejandro Lerroux. Y añade: “Pero ¿es que vamos a decir todavía una vez más que don Alejandro Lerroux no delinque? Llegó lo del Straperlo y apareció su hijo adoptivo, una especie de cuerpo mixto civil y militar que le rodea, él subsecretario de la Gobernación, todos; él, incólume. Llega este asunto y tenemos al subsecretario de la Presidencia, quién sabe si al señor Nombela, quién sabe si al Juez Instructor; él incólume. ¡Señores! Ya es hora de que concluyamos con esta especie de juego de personajes de vieja farsa italiana. El señor Lerroux no delinque nunca; pero en las inmediaciones del señor Lerroux hay siempre para delinquir, o un hijo adoptivo, o un cuerpo cívico-militar, o un Subsecretario propicio o un Ministro medio tonto. Siempre se encuentra a ésos en los alrededores 401

del señor Lerroux para que se lleven el peso a la hora de las condenaciones. “Atreveos —pide a la Cámara— a la jugada decisiva, atreveos a jugároslo todo por el honor y veréis cómo así, si os lo jugáis todo, si os atrevéis a votar con vuestra conciencia, que responde en esto a la conciencia popular, después de esta noche de justicia tendréis mañana en vuestras almas y en vuestros partidos un día alegre”. La cámara centro-derechista no se atrevió: Lerroux salió incólume. Por 119 bolas blancas contra 60 negras se proclamó su inculpabilidad. En cambio, la culpabilidad del señor Moreno Calvo fue reconocida por 116 bolas negras contra 48 blancas. Quedó el Gobierno después de la sesión en tan manifiesta debilidad y agotamiento, que ya se dio por descontadla su total ruina. Y en el Consejo de Ministros del día siguiente, 9 de diciembre, el señor Gil Robles planteó la crisis por discrepancias en la obra económico-financiera-presupuestaria del señor Chapaprieta. A este respecto, el semanario falangista Arriba publicó en grandes titulares lo siguiente: “Otra crisis. Los partidos de la mayoría, capaces de tragarse los mayores escándalos, se niegan a aprobar un ligero aumento de impuestos sobre las grandes fortunas. Mientras sólo se restringieron sueldos humildes todo fue bien. Pero contra el capitalismo que paga las elecciones hay que guardarse de hacer nada. Así, entre claudicaciones y encubrimientos, va agonizando el bienio estúpido”. El Presidente de la República comienza las consultas de rigor, a las que se abstienen de acudir tanto Azaña como el partido socialista. El Jefe del Estado encarga de formar Gobierno al señor Pórtela Valladares, el cual lo constituyó el día 14 sin ningún ministro de la C. E. D. A. Don Alejandro Lerroux comenta en sus Memorias: “El señor Alcalá Zamora tuvo en su mano la solución más perfectamente constitucional y parlamentaria: darle el Poder a Gil Robles o a Santiago Alba... No le entregó el Poder a Gil Robles por desconfiar de su lealtad republicana y temeroso que condujera a la República hacia una política clerical, teocrática y reaccionaria... Sin embargo, Gil Robles no hubiera podido gobernar sin la colaboración de los radicales, y por una razón de elemental psicología, acaso gobernando él en primera persona la orientación se hubiera mantenido más estrictamente en una política de centro que dirigiéndola yo mismo. Don Niceto se dejaba inspirar por sus pasiones 402

personales y servía a la vez a sus ambiciones. Consistía su bello ideal en tener un partido, un partido suyo, una mayoría parlamentaria suya, unas Cortes suyas, esto es, manejadas a su voluntad”. El señor Gil Robles abandonó el Ministerio de la Guerra con profundo disgusto, manifestando que esperaba volver a él dentro de pocos meses. “Lo digo —añadió— como expresión de una esperanza, no como una amenaza”. Su meritoria labor al frente de este Departamento había quedado truncada. Del paso del general Franco por el Estado Mayor Central, identificado con el ministro y secundado por los generales Fanjul y Goded y otros eminentes colaboradores, queda la siembra abundante de obras, algunas en período de granazón y otras que han fructificado con prodigiosa recompensa al esfuerzo aplicado. Aquel Ejército descompuesto por la política del bienio, es decir, por el favoritismo, la intriga, la falta de espíritu de justicia, y manejado por el funesto Gabinete militar, creación de Azaña, había comenzado a rehacerse, tras de seis meses de actuación inteligente y honesta. Volvían a lucir las virtudes militares, volvía a ser reconocido el mérito y eliminado lo perjudicial y peligroso para la Patria. Pero el plan de rearme del Ejército no podía tolerarlo la revolución. “Los elementos revolucionarios —dijo el señor Gil Robles— no podían aguantar más, ni transigir con que continuara esta obra, porque veían que esta reorganización del Ejército empezaba a marchar y se oponía un valladar infranqueable a la revolución”. Al conocerse la solución dada a la crisis, con la salida del señor Gil Robles del Ministerio de la Guerra, el señor Calvo Sotelo publicó una carta en ABC, cuyas frases más expresivas son las siguientes: “Ha muerto el accidentalismo y por todos los costados. La República no es compatible con el derechismo auténtico. Se ha hecho la crisis, no para que Gil Robles no sea Presidente, sino para que no sea ministro de la Guerra. A los dos años del magno éxito electoral de 1933, el peligro revolucionario es mayor y más directo que nunca. Yo no hubiera hecho ninguna de estas tres cosas: 1.ª pedir la cartera de Guerra para ser un ministro de recambio; 2.a provocar esta crisis sin contar de antemano con que la solución había de mejorar mi situación política; 3.ª abandonar con tanta resignación la cartera de Guerra En el semanario Arriba, José Antonio publicó un articulo titulado “El jefe que se equivocó”, en el que, entre otras cosas, dijo: 403

“Lo único cierto es que el señor Gil Robles ha malogrado un bello destino, y, lo que es peor, ha defraudado las esperanzas de mucha gente que le siguió con fe emocionante. Es inútil que la J. A. P. gesticule remedos de entusiasmo; por las filas donde se deseó vivamente el fracaso del señor Gil Robles circula, en cambio, mal disimulado regocijo. “Nosotros estamos bien lejos de regocijamos. Hemos reconocido siempre en el señor Gil Robles cualidades brillantes, y, por encima de todas ellas, tuna acendrada rectitud. Nos hubiera complacido mucho haberle visto, para bien de España, por el camino del acierto, y conocemos de sobra la penuria de hombres que España padece para desear ni por un momento la definitiva eliminación de quien añade, a aquellas dotes sobresalientes, el gran valor de su juventud. Pese a todos sus errores, el señor Gil Robles aventaja como valor humano, político y aun literario, a muchos de los que con avidez descompuesta se aprestan a sustituirle. ¡Lástima que haya desoído los consejos leales de quienes una y otra vez le previnieron contra las turbias compañías y contra los perjuicios de entregarse sin tasa a un encaje de bolillos de la política, que acaba por enviciar en su pequeñez y nubla los ojos para la clara percepción de horizontes!” La subida de Manuel Pórtela Valladares al Poder se ha realizado por los caminos fáciles, no sólo sin obstáculos, sino allanándosele a tiempo todos los que pudieran ofrecerse. El señor Pórtela no tiene fuerza en la Cámara, lo que en lógica democrática quiere decir que tampoco la tiene en el país. Por carecer en absoluto de ella, ni siquiera es diputado. En las últimas elecciones, en su feudo de Lugo, obtuvo 27.829 votos, cuando eran necesarios 60.000 para alcanzar la minoría. Pero el señor Pórtela goza de una protección mágica que le hace grato y hasta invulnerable. Es masón. Ha sido Gran Maestre y en la actualidad es grado 33 y titulado “internacional” en la Masonería Universal. Su historia política no es un dechado de lealtad, siendo toda su vida un brujuleante a la caza de oportunidades. Fue Ministro y Gobernador con la Monarquía y con la República. De su paso por los Gobiernos civiles dejó siempre una espesa humareda de cohechos y trapacerías. Los barceloneses conocían la llegada de Pórtela al Gobierno Civil por la libertad que se abría al desenfreno y al juego, previo el correspondiente tributo que Pórtela exigía con rigor implacable. 404

El señor Alcalá Zamora descubrió en Pórtela al hombre que necesitaba: felón, sagaz y taimado. Por un lado no despertaba recelos entre los revolucionarios izquierdistas; por otro, se mostraba muy dispuesto a secundar al Presidente en sus maniobras caciquiles; compenetrado con él, suspicaz y electorero como él, y con idéntica aversión a las derechas y a sus jefes. La aparición de Pórtela es saludada con salvas de júbilo por la Prensa revolucionaria no sólo de España, sino del extranjero. “Con la subida de Pórtela —escribe el diario comunista de París L’Humanité— han sido descartados los dos enemigos más peligrosos de las libertades populares: Lerroux, desacreditado, y Gil Robles, echado”. Una de las primeras medidas que adopta Pórtela como jefe del Gobierno, es la de autorizar la reaparición de los periódicos rojos suspendidos a raíz de los sucesos revolucionarios de octubre y la apertura de los centros marxistas y sindicalistas que se hallaban clausurados. Asimismo autoriza a Indalecio Prieto, que se hallaba en Bélgica declarado en rebeldía, a que regrese a España y le promete las máximas garantías siempre “que fuera prudente y no se exhibiera demasiado”. Abierta la mano a la propaganda política, derechas e izquierdas, en verdadera competencia, se lanzan a la conquista de la opinión. Las derechas adoptan por consigna el grito de “A por los trescientos” (se refieren a su propósito de conseguir en las próximas elecciones trescientos diputados, es decir, la mayoría de la Cámara). Las izquierdas han alzado la bandera de la amnistía, de la lucha contra el fascismo, las “ferocidades” de la reacción en Asturias y las inmoralidades del straperlo. La C. E. D. A. inicia la propaganda con un discurso de Gil Robles en Valladolid el día 19 de diciembre, en el que es de nuevo aclamado a los gritos de ¡Jefe! ¡Jefe! ¡Jefe! Durante su discurso dijo: “Nuestra labor no pudo ser desarrollada porque la revolución, que tenía ocupados tantos puestos, aun desalojada de algunos de ellos, pudo mantenerse en otros muchos desde los cuales no ha cesado de atacarnos”. Al día siguiente, en el frontón de Madrid, hizo Gil Robles historia de su labor en el Ministerio de la Guerra, y al referirse a la desaparición de la Academia General Militar, “escudo de virtudes y patriotismo, que dirigía uno de los mayores prestigios del Ejército”, la concurrencia prorrumpió en vivas a Franco, los primeros que, como señal de presentimiento, tributa un 405

pueblo al Caudillo del porvenir. En este último discurso contestó Gil Robles a los tres reproches que le hiciera el señor Calvo Sotelo: “He abandonado la cartera de la Guerra por tres razones: 1. a porque yo, coincidiendo con la doctrina, no me aparto de los caminos de la ley, sino que espero que sean los otros los que se aparten; 2. a porque lanzar al Ejército a un golpe de Estado era destruirlo y adscribirlo a un partido, y yo creo que el Ejército es de España; 3. a porque, aunque haya salido volveré muy pronto, pero volveré no por el camino de la rebeldía y del complot que perjudicaría a los que me ayudasen; volveré con la opinión española, por el mandato de una democracia triunfante, con los poderes que emanen del pueblo, para ponerme delante de los que ahora me obstaculizan y decirles: ¡Quien se pone delante de la voluntad popular o baja la cabeza o se va!”. Desde este momento, los mítines y las llamadas a la opinión proliferan abundantísimamente por toda España. En Valencia, la Derecha Regional celebra cada domingo cuarenta mítines en los pueblos. La C. E. D. A. proyecta ciento por semana y ordena a los organizadores de provincias que, respectivamente, organicen dos por lo menos cada siete días. El Bloque Nacional, Renovación Española y los tradicionalistas, también celebran numerosos mítines en diversos lugares. Falange Española, que ya había celebrado actos el día 8 en Murcia, Montoro (Córdoba) y Carballino (Orense), celebra uno muy importante el día 22 en el frontón Betis, de Sevilla, en el que interviene José Antonio y al que acude un numeroso auditorio. El mismo día celebra Falange otro acto en Posada de la Llanera (Asturias); y el 29 otros dos mítines falangistas tienen lugar en Quintanar del Rey (Cuenca) y Briviesca (Burgos). También las izquierdas menudean sus actos de propaganda por todo el país. Republicanos, socialistas y comunistas rivalizan en hacer manifestaciones subversivas. Martínez Barrio afirma en Zaragoza que “si después de las elecciones triunfan las izquierdas, restablecerán en los cargos que ocupaban a todos los procesados por la revolución de octubre”. Y anuncia: “Aunque triunfen las derechas y Gil Robles obtenga 300 diputados, no le será entregado el Poder por el Presidente de la República”. Los distintos grupos de derechas discuten indecisos sobre si se debe admitir o no, en el frente contrarrevolucionario que se forme, a los partidos que están representados en el Gobierno que preside Pórtela. Este, por su parte, se ha opuesto a que figuren, pues entiende que con la entrada de los partidos gubernamentales en dicho frente el Gobierno pierde “su 406

significación neutral”. Con esta postura, lo único que conseguirá es restar votos a la coalición derechista. La C. E. D. A., por su parte, también es contraria a la participación de los amigos del señor Pórtela en el frente derechista, y así lo hace saber en una nota que publica en la prensa, en la que, entre otras cosas, dice: “La C. E. D. A. entiende que el pretendido partido centro que quiere improvisar el señor Pórtela, y que no es más que un auxilio indirecto a la revolución, es absolutamente incompatible con el frente antirrevolucionario. En consecuencia, la C. E. D. A. no entrará en coalición con ninguno de los partidos que coadyuven desde el Gobierno a los planes del señor Pórtela”. Estos planes aviesos fueron comprendidos por algunos de los ministros representantes de los partidos aludidos, quienes desearon desde aquel momento librarse de la influencia del hombre siniestro que los presidía y fueron a parlamentar con el señor Gil Robles. Asimismo se reunieron en el domicilio de don José Martínez de Velasco donde tuvieron un amplio cambio de impresiones. El día 30 de diciembre se celebró en Palacio un Consejillo, al que había de seguir un Consejo presidido por el Jefe del Estado. El señor Pórtela inició el Consejillo con la lectura del decreto de disolución de Cortes, y a continuación se refirió a la visita que algunos ministros habían hecho al señor Gil Robles, “proceder que no estoy dispuesto a tolerar por innoble y desleal”. Don Alfredo Martínez, uno de los aludidos, quiso excusarse con el pretexto de que su visita tenía carácter particular, pero el señor De Pablo Blanco, impetuoso, replicó que él hacía las visitas que estimaba oportunas, sin necesidad de previa autorización del Jefe del Gobierno. Se revolvió airado al oír esto el señor Pórtela, y su irritación llegó al colmo cuando oyó al señor Chapaprieta solidarizarse con la postura del señor De Pablo Blanco. De pie, más pálido que nunca, casi espectral, temblonas de ira las sarmentosas manos de hombre de presa, escupía insultos: — ¡Traidores!... Han perdido ustedes hasta el rubor y el decoro político. El señor Chapaprieta intentó una respuesta en tono adecuado a tales improperios. Entonces Pórtela, llamándole “enano miserable”, intentó agredirle. Los demás ministros acudieron en auxilio del ofendido, y el señor De Pablo Blanco, dando un puñetazo en la mesa, dijo que no 407

toleraba que en su presencia se tratara así a un ministro y que presentaba su dimisión en aquel momento. Entonces se levantaron los señores Chapaprieta y Martínez de Velasco para adherirse al señor De Pablo Blanco y quedó planteada la crisis. El señor Rahola, al salir, definió lo ocurrido: “¡Esto no ha sido precisamente Versalles!” Comentando este suceso con ironía, José Antonio publicó en Arriba lo siguiente: “Con las Cortes cerradas, con los ministros elegidos en la más amigable componenda, con Decreto de disolución y con todo, no ha sido posible evitar la séptima crisis del año 1935. Queden anotados sus rasgos para conocimiento de lectores futuros: a mediados de mes se formó un Gobierno presidido por el señor Pórtela Valladares. En este Gobierno entraban varios respetables señores amigos suyos y los representantes de tres partidos de los que durante los dos gloriosos años 1934 y 1935 han regido los destinos de España; se alude al Partido radical (cuya presencia en el Gobierno era, sin embargo, dudosa, porque no se sabia si los ministros que fueron radicales continuaban siéndolo), el Partido liberal demócrata (vulgo melquiadista, lo cual no se puede negar que es un bello nombre) y el Partido agrario (compuesto por aquellas personas más tenazmente opuestas a que se intente arreglar la cuestión agraria). Estas tres agrupaciones políticas, durante dos años entendidas con la C, E. D. A., la dejaron en la estacada a última hora y aceptaron las dulzuras del Poder a la sombra del señor Pórtela Valladares. “El señor Gil Robles, a quien seduce la idea de ganar las elecciones próximas (quién sabe si para disponer de otros dos años en que ir preparando las siguientes, y así, hasta la eternidad), podía pasar por todo menos por asistir impasible a la formación de un partido centro con el auxilio de sus antiguos aliados. La futura posible C. E. C. A. (Confederación Española de Centristas Autónomos), todavía más cómoda y menos comprometida que la C.E. D. A. y llamada, por de pronto, a gozar del suave calor de las alas gubernamentales, podía constituir un rival terrible. Agil, el señor Gil Robles disparó una nota anunciando que las huestes cedistas no darían sus votos a los antiguos compañeros del bloque sí éstos no rompían con el Gobierno del señor Pórtela. Agrarios, melquiadistas y exradicales, con el resuello en el cuerpo, pensaron que acaso era mejor lo mediano conocido que lo 408

bueno por conocer; es decir, que fuese mejor hacer las paces con la C. E. D. A. que lanzarse a la aventura de formar una C. E. C. A. Y así, en el Consejillo de Ministros del lunes, no se sabe si dimitieron o cómo se las arreglaron, pero si se sabe que produjeron la crisis.” Y después, más seriamente, continúa: “El año 1936 se presenta más confuso quizá que ninguno de los anteriores del siglo. El socialismo, aparentemente derrotado en octubre de 1934, levanta la cabeza con altanería, señala condiciones a los republicanos de izquierda, sus presuntos aliados, y acaso sea el partido que traiga el grupo homogéneo más numeroso de las próximas Cortes. Si este grupo, sumado al de los izquierdistas burgueses, es suficiente para gobernar, vendrá una nueva etapa semejante a la del primer bienio, pero mucho más cruda, más rencorosa, llamada a terminar en la incautación violenta del Poder por los socialistas, que no repetirán la prueba de dejarse arrebatar una ocasión. “Las derechas es poco probable que triunfen. Contra lo que ocurre con las izquierdas, donde la masa revienta de Ímpetu y empuja a los conductores en tal forma que éstos casi tienen bastante con dejarse llevar, entre las derechas son los jefes los que, extenuándose en un derroche de dinero y de energías, andan espoleando a una masa desilusionada. La Juventud de Acción Popular ha iniciado en Madrid sus mítines de barriada con un solemne vacío en el cine Padilla. Por provincias, sólo cuando van las figuras más preeminentes de las derechas, se consigue, por curiosidad, llenar los teatros. La campaña electoral presenta por adelantado un sello inequívoco de fatiga. Las gentes recuerdan la inutilidad del esfuerzo de 1933... “¡Y España sin hacer! España sufriendo las alternativas del vapuleo y del pasmo. A lo lejos, la estrella de su eterno destino. Y ella, paralitica, en su desesperada espera de la orden amorosa y fuerte: “¡Levántate y anda!” La séptima crisis del año la resolvió el Presidente de la República ratificando la confianza a Pórtela —no había otro mejor para garantizar de cualquier modo sus mandatos— con el encargo de formar “un Gabinete centro”. Y el mismo día, 30 de diciembre, quedó constituido un nuevo Gobierno presidido por Pórtela. Este Gobierno no era sino una tertulia de amigos, un equipo para dar el golpe de gracia a las Cortes, de las que había jurado vengarse el señor 409

Alcalá Zamora y fabricar otras que las sustituyeran a su gusto. Por encima de todo, el Presidente de la República realizaba el plan que se había trazado. Planes muy distintos preparaban otros. “La Historia —decía El Socialista—, que se escribió tantas veces con sangre, se alumbra hoy con llamaradas de la revolución rusa...” Afanosos preparaban la carga para arrojarla a la gran hoguera, cuyos resplandores se habrán de ver desde todo el planeta. El año de 1936 que va a nacer trae sobre su frente el signo maldito de la hoz y el martillo.

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¡Somos los de octubre!

Comienza 1936, el año decisivo. Trae en su seno unas elecciones que, aun antes de anunciadas, se califican de jugada máxima del porvenir de España. La vida de todo un pueblo es una ficha arrojada con inconsciencia suicida en el tapete electoral. La revolución lo compromete todo en la jugada. Y empiezan con el año, a una, el toque a rebato, las arengas y la movilización para congregar a todos los hombres de izquierda en una línea común de combate que se denominará Frente Popular, en el que coincidirán, desde los republicanos aburguesados que trafican con la demagogia, hasta los residuos del anarquismo libertario. Se distinguen con este santo y seña: “ ¡Somos los de octubre!”. Con lo cual queda dicho todo. ¡Los de Octubre de 1934! Los bárbaros de Oviedo, los dinamiteros de Mieres, los asesinos de Turón, los separatistas de Mondragón, los escamots de Barcelona... ¡Somos los de octubre! La masa iracunda que avanza entre explosiones para incendiar el convento, para asaltar la casa, para saquear el banco... Dejan por el momento las armas para cambiarlas por las papeletas electorales, pero ya anuncian que, si el fallo no les fuese favorable, no por eso renunciarán a su plan de revolución o de guerra civil. Ninguno desoye la llamada: comunistas, sindicalistas, anarquistas, separatistas vascos y catalanes, socialistas y hasta los partidos republicanos que aspiran a palafreneros de la carreta revolucionaria. Entre tanto, el Gobierno de Pórtela se dedicaba a aliñar el nuevo partido que saldría flamante de las urnas con el concurso no disimulado del señor Alcalá Zamora. En un manifiesto, hacen con caracteres solemnes una llamada a la “gran masa” independiente o indiferente, “apartada por igual de derechas e izquierdas, hacia un centro regulador y de ponderado equilibrio en nuestra organización política”. Con tal soflama y el decreto de disolución de las Cortes, el señor Pórtela se consideraba dueño absoluto de la situación. Para redondear su posición ventajosa, elevó al general don Sebastián Pozas, masón de prosapia, a la Dirección General de la Guardia Civil, en sustitución del 411

general don Manuel Cabanellas, con lo que daba por descontada y segura la adhesión del benemérito Instituto y podía considerarse bien respaldado. Reunido el Gobierno en Consejo el día 7 de enero, acordó que no debía comparecer ante el Parlamento y reconocía que no había otra solución que disolver aquél. De conformidad con este criterio fue el señor Pórtela a Palacio y sometió a la firma del Jefe del Estado el correspondiente decreto de disolución. Por otro decreto simultáneo se convocaban las elecciones generales para el día 16 de febrero, quedando, en virtud de otra disposición, restablecidas las garantías constitucionales en todo el territorio nacional. La prensa roja, tan pronto se siente libre de las trabas de la previa censura, exonera sus entrañas infectas en una descarga pestilente, a la que el periódico derechista Ya califica de vómito negro. Ebrios de odio y de furia, arrancan los diarios como una manada de jabalíes hambrientos, para clavar sus colmillos en todo lo que es sustantivo y vital para la sociedad. Víctima predilecta de sus insultos es el Ejército, del que se mofan diciendo que sólo sabe conseguir victorias sobre los trabajadores. Injurian con léxico soez a las tropas que intervinieron en la represión de los sucesos de Asturias, y se ceban en La Legión, a la que llaman “cuadrilla de patibularios”. “¿Se puede consentir —preguntaba el señor Gil Robles el día 12 en Córdoba— que un Gobierno vea imperturbable que los periódicos de izquierdas, nutridos con detritus de alcantarilla, realicen esa labor difamatoria y que un ministro de la Guerra, con documentos que tiene en su poder para esclarecer la verdad, no salga a defender a ese Ejército que derramó su sangre por España?” Y a los que se mostraban indignados por aquella intolerable apología de la revolución asturiana, El Socialista les respondió con la siguiente amenaza: “Las derechas no saben lo que es una revolución auténtica: tenemos esperanzas muy fundadas, consecuencia de un firme propósito, de que algún día tendrán ocasión de comprobar que una revolución es algo muy distinto que el 14 de abril, que fue todo lo contrario de una revolución. No se puede pedir a un pueblo, sobre todo cuando tiene tan frescos los quebrantos, que canalice cuerdamente su iracundia: eso se consiguió una vez en España y la segunda se nos antoja que va a ser imposible”. Frente a la riada roja que ya se perfila con la creación de un Frente Popular, la unión de las derechas no termina de cuajar. La C. E. D. A. tiene en sus manos la clave del asunto. Gil Robles vacila entre pactar con las 412

fuerzas derechistas que no han acatado al régimen, lo que atraerá sobre él las furias del Gobierno, o aliarse con los republicanos idóneos, agrarios, radicales, y donde sea imprescindible con centristas, lo cual es promesa de un trato favorable desde el Poder. Pero algunos republicanos, como Miguel Maura, han condicionado su entrada en un bloque de derechas a que no figuren en él los monárquicos. Y el tiempo va transcurriendo sin que logren nada práctico. Pese a las diferencias tácticas existentes entre los distintos grupos derechistas, hay algo que les une estrechamente: el miedo a la revolución. Coinciden todos los oradores de derechas en llamar la atención de los españoles sobre la gravedad de la lucha electoral. Recuerdan el martirio de Oviedo durante la revolución de octubre, para que en él aprendan y escarmienten todas las ciudades españolas y se apresten a combatir al marxismo. La consigna fundamental de las derechas, en estas elecciones, es ‘‘contra la revolución y sus cómplices”. La Falange, sin embargo, no es partidaria de la creación de una simple “unión de derechas” dirigida “contra” esto y “contra” lo otro, sino de un Frente Nacional de signo positivo que luche “por” algo afirmativo y grande. Y el día 12 de enero lanza al país el siguiente manifiesto: ANTE LAS ELECCIONES POR ESPAÑA UNA, GRANDE Y LIBRE POR LA PATRIA, EL PAN Y LA JUSTICIA El miedo y el quehacer Otra vez la musa del miedo va a ser, para las gentes de media España, la inspiradora de las elecciones. Como en 1933. Como será en 1938 y en 1940. Una vez, el temor a la República. Otra, el temor a la perpetuación del primer bienio. Ahora, el temor a la revolución de Asturias. La próxima vez ¿quién sabe? Así, mientras los socialistas y sus aliados (encarnaciones del peligro que hoy se hace desfilar ante nuestros ojos) saben a lo que van y lo que quieren, y están dispuestos a lograrlo por manera combativa y activa, los de la línea opuesta, los que tocan alarma con la invocación de aquel peligro, sólo parecen coincidir en el terror que les produce. Se diría que, fuera del anuncio de catástrofes inminentes, no tienen mensaje que decir a la Patria. “No queremos que caiga sobre nosotros participación en tal ceguera: cualquier recluta que se logre sin otra consigna que la del miedo, será completamente estéril. Frente a una voluntad decidida de asalto no basta 413

una helada y pasiva intención de resistencia. A una fe tiene que oponerse otra fe. Ni en las mejores horas imperiales, cuando hay tanto que merece conservación, basta con el designio inerte de conservar. Una nación es siempre un quehacer, y España de singular manera. O la ejecutoria de un destino en lo universal o la víctima de un rápido proceso de disgregación. ¿Qué quehacer, qué destino en lo universal asignan a España los que entienden sus horas decisivas con criterio de ave doméstica bajo la amenaza del gavilán? Dos años perdidos La falta de clarividencia política viene ahora agravada por la nota de reiteración. Los “contra” y los “anti” de las elecciones del 33 imprimieron carácter al período político que arrancó de ellas. Sólo hubo aliento para lo negativo. Como no se combatió “por” nada ni “hacia” nada, sólo fue posible lograr coincidencias en el “no hacer”. Cada cual, en aras de conciertos efímeros renunció a lo más señero que representaba. Aquella paz difícil entre elementos inconciliables devoró cuantas banderas hubieran podido izarse por unos y por otros. Así vimos perecer la Reforma Agraria del primer bienio sin que otra de verdad la sustituyera, sino el simple designio de dejar como está la insostenible situación del campo. Y vimos aplazado hasta última hora, para darle al fin remedio insuficiente y tímido, la angustia del paro forzoso. Y vimos renacer poco a poco los privilegios legales que en 1934 proporcionaron a la Generalidad de Cataluña instrumentos de secesión. Y esperamos en vano la reorganización del Ejército. Y la infusión de un sentido nacional en la escuela, minada por el marxismo. Y mientras se reprimía con severidad la rebelión de Asturias en las personas de unos mineros enardecidos y se ejecutaba al digno y valeroso sargento Vázquez, asistimos al indulto del traidor Pérez Farrás, primer oficial español que, en más de un siglo, se alzó en armas contra España para desmembrar una parte de su territorio. “Esto sin contar con la benevolencia acordada a unos cuantos sujetos, por subalternas exigencias del sistema político, para que metieran las manos a sus anchas en caudales privados y públicos. Ni la sujeción del país entero por un férreo sistema de excepción al ayuno de todas sus libertades, como si se estuviera llevando a cabo, para justificar esa merma de libertad, alguna extraordinaria empresa exterior o interior.

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¡Arriba España! ¿Se nos convoca para ganar en lucha difícil otros dos años como los fenecidos? Las elecciones próximas, ¿serán de nuevo como un balón de oxígeno que prolongue dos años, sin esperanzas de nada mejor, el malvivir de nuestra España? Otros dos años de trampear el hundimiento definitivo de España, no nos interesan. Y es difícil que interesen aun a quienes sólo apetecen su sosiego; es demasiado caro esto de que se les pida el máximo esfuerzo y el máximo sacrificio económico para tener cada dos años que repetir la fiesta. Aun para los egoístas es poco lo que se promete. Para los que colocan sobre el egoísmo el afán ardiente de una España grande y libre, es muchísimo menos. “Contra” el marxismo, “contra” el separatismo..., no basta. En los siglos en que fue madurando lo que iba a culminar en Imperio no se decía: “Contra los moros”, sino “Santiago y cierra España”, que era un grito de esfuerzo, de ofensiva. Nosotros, aleccionados en esa escuela, somos poco dados a gritar: “abajo esto”, “abajo lo otro”. Preferimos gritar: “¡Arriba!” “¡Arriba España!” España Una, Grande y Libre, no desalentada y mediocre. España no como vana invocación de falsas cosas hinchadas, sino como expresión entera de un contenido espiritual y humano: la Patria, el Pan y la Justicia. La Patria Queremos que se nos devuelva el alegre orgullo de tener una Patria. Una Patria exacta, ligera, emprendedora, limpia.de chafarrinones zarzueleros y de muchas roñas consuetudinarias. No una Patria para ensalzada en gruesas efusiones, sino para entendida y sentida como ejecutora de un gran destino. “Queremos una política internacional que en cada instante se determine, para la guerra o para la paz, para que sea neutral o beligerante, por la libre conveniencia de España, no por la servidumbre a ninguna potencia exterior. “Para ello exigimos que nuestro Ejército y nuestras fuerzas navales y aéreas sean los que necesita la independencia de España y el puesto jerárquico que le corresponde en el mundo. “Queremos que la educación se encamine a conseguir un espíritu nacional fuerte y unido, y a instalar en el alma de las futuras generaciones la alegría y el orgullo de la Patria. 415

“Queremos que la Patria se entienda como realidad armoniosa e indivisible, superior a las pugnas de los individuos, las clases, los partidos y las diferencias naturales. El pan Nuestra modesta economía está recargada con el sostenimiento de una masa parasitaria insoportable: banqueros que se enriquecen prestando a interés caro el dinero de los demás; propietarios de grandes fincas que, sin amor ni esfuerzo, cobran rentas enormes por alquilarlas; consejeros de grandes compañías diez veces mejor retribuidos que quienes con su esfuerzo las sacan adelante; portadores de acciones liberadas a quienes las más de las veces se retribuye a perpetuidad por servicios de intriga; usureros, agiotistas y correveidiles. Para que esta gruesa capa de ociosos se sostenga, sin añadir el más mínimo fruto al esfuerzo de los otros, empresarios, industriales, comerciantes, labradores, pescadores, intelectuales, artesanos y obreros, agotados en su trabajo sin ilusión, tienen que sustraer raspaduras a sus parvos medios de existencia. Así, el nivel de vida de todas las clases productoras españolas, de la clase media y de las clases populares, es desconsoladoramente bajo; para España es un problema el exceso de sus propios productos, porque el pueblo español, esquilmado, apenas consume. “He aquí una grande y bella tarea para quienes de veras considerasen a la Patria como un quehacer: aligerar su vida económica de la ventosa capitalista, llamada irremediablemente a estallar en comunismo; verter el acervo de beneficios que el capitalismo parasitario absorbe en la viva red de los productores auténticos. Ello nutriría la pequeña propiedad privada, libertaría de veras al individuo, que no es libre cuando está hambriento, y llenaría de sustancia económica las unidades orgánicas verdaderas: la familia, el Municipio, con su patrimonio comunal rehecho, y el Sindicato no simple representante de quienes tienen que arrendar su trabajo como una mercancía, sino beneficiario del producto conseguido por el esfuerzo de quienes lo integran. “Para esto hacen falta dos cosas: una reforma crediticia, tránsito hacia la nacionalización del servicio de crédito, y una reforma agraria que delimite las áreas cultivables y las unidades económicas de cultivo, instale sobre ellas al pueblo labrador revolucionariamente y devuelva al bosque y a la ganadería las tierras ineptas para la siembra que hoy arañan multitudes de infelices condenados a perpetua hambre. 416

La justicia Leyes que con igual rigor se cumplen para todos; eso es lo que hace falta. Una extirpación implacable de los malos usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados. Pero esta justicia sólo la puede realizar un Estado seguro de su propia razón Justificante. Si el Estado español lo estuviera, ni los culpables de la revolución de octubre andarían camino de la impunidad, ni tantos infelices que les siguieron alucinados hubiesen sentido el rigor de una represión excesiva. También queremos que esto de una vez se desenlace; justicia para los directores y piedad para los dirigidos; al fin el ímpetu de éstos, enderezado una vez por caminos de error, puede cambiar de signo y deparar jornadas de gloria a la revolución nacional de España. El Frente Nacional Todo esto queremos. Para estas cosas, que no son negaciones, sino tareas, nuestro esfuerzo sin cicatería. A la sombra de esta bandera sí que estamos dispuestos a alistarnos —los primeros o los últimos— en un Frente Nacional. No para ganar unas elecciones de efectos efímeros, sino con vocación de permanencia. Nos parece monstruoso que la suerte de España tenga que jugarse cada bienio al azar de las urnas. Que cada dos años entablemos la trágica partida en que, a golpe de gritos, de sobornos, de necedades y de injurias, se arriesga cuanto hay de permanente en España y se hiende la concordia de los españoles. Para una larga labor colectiva queremos el Frente Nacional. Para un domingo de elecciones, para la vanidad de unas actas, no. Esta coyuntura electoral no representa para nosotros sino una etapa. Confiamos en que, una vez vencida, no quedaremos solos en la empresa que estos renglones prefiguran. Pero solos o acompañados, mientras Dios nos dé fuerzas, seguiremos, sin soberbia ni decaimiento, con el alma tranquila, en nuestro menester artesano y militante ¡Arriba España!” Ni el Frente Nacional preconizado por la Falange, ni siquiera la unión de las derechas, tantas veces anunciada, terminan de lograrse, ya que sus elaborantes no se ponen de acuerdo respecto al número de actas que debe corresponder a cada grupo. Opina el señor Gil Robles que la perfecta 417

organización electoral de su partido le concede una superioridad de fuerza en casi todas las provincias españolas, mientras que tradicionalistas y monárquicos arguyen que son suyas, en muchas regiones, las masas inscritas en los ficheros de Acción Popular. Al mediar el mes de enero no hay acuerdo completo y sí, en cambio, avenencias y pactos parciales que regulan la lucha en algunas regiones. Falange Española queda preterida en estos compromisos: su petición de dieciocho puestos en la coalición no es atendida. Pese a ser suya la idea de formar un Frente Nacional, no es admitida en él, y se ve obligada a luchar con sus solas fuerzas. La unión preconizada para frenar la acometida roja, no fue precisamente un éxito. “Excepto en Cataluña —dice José Pía—, donde fueron a la lucha unidos regionalistas, monárquicos, cedistas y radicales, en rarísimas provincias se produjo, en el primer turno, la unión. Algunas beneméritas personas — como el señor Luca de Tena, por ejemplo—, trabajaron incansables en este sentido. No lograron nada sustancial. No se logró —¡Dios mío!— ni la inclusión en una candidatura segura del nombre y de la persona de José Antonio Primo de Rivera.” Preguntado José Antonio por un periodista de La Voz de Cantabria, de Santander, sobre la disolución de las Cortes y la constitución de los “conglomerados” electorales, contestó: “Me abstengo de decir nada sobre eso. Mi reino no es de este mundo”. Al emplear para hablar de sí estas palabras de Cristo, no podemos menos de imaginar en su voz un tinte de infinita melancolía... ¿Quién puso el veto a. José Antonio y a la Falange para figurar en el bloque electoral? ¿Quién prefirió al Barrabás radical? Cuenta Felipe Ximénez de Sandoval que al preguntar a José Antonio sobre cómo se había roto la posibilidad de ir con las derechas a las elecciones, éste le contestó: “Al final llegaron a tolerar la presencia de la Falange en la candidatura de Madrid, pero en condiciones que no puedo tolerar. Me han ofrecido el último puesto de la candidatura en Madrid... para Julio Ruiz de Alda. Me quieren excluir, pero tratan de aprovechar los pocos votos de que dispone la Falange... y en Andalucía, donde saben que el nombre de Primo de Rivera tiene algún arraigo y puede proporcionar votos, también me querían excluir y poner en mi lugar a mi hermano Fernando. La ofensiva es contra mí. Pero como yo soy todavía el Jefe Nacional de Falange Española de las J. O. N. S., tengo que considerar que es también contra la Falange. No puedo aceptar eso. Dirán lo que quieran; pero ni Julio ni Fernando pueden ser candidatos donde a mí se me excluye. 418

“—Pero, ¿quién ha concebido esa monstruosidad? ¿Gil Robles? ¿Calvo Sotelo? “—Las derechas. Esa cosa absurda, difusa, vaga, cobarde y maniobrera que se llama “las derechas”. ¿Qué más da?” Una sola voz —ilustre por su sinceridad y la calidad del pensamiento que expresaba, pero inatendida por las derechas, enfatuadas de propaganda — se alzó en A B C para pedir que se contara con la Falange: la del insigne cronista —más tarde mártir— Manuel Bueno, que escribía en un artículo titulado “Horas difíciles”, publicado el 3 de enero en el diario monárquico: “Ignoro si en las previsiones tácticas del Estado Mayor que dirigen los caudillos de las fuerzas coaligadas va a entrar el bizarro elemento juvenil que sigue a José Antonio Primo de Rivera. Seria una grave omisión el prescindir de ese mocerío disciplinado y entusiasta que tan frecuentes pruebas viene dando de su acrisolado patriotismo. Las perspectivas electorales se presentan con un tan dramático carácter belicoso, que todas las precauciones que se adopten para vencer el ímpetu rojo serán escasas Los contingentes de Falange Española no tienen, por el número, la importancia de los que integran Acción Popular, pero cada uno de sus miembros vale, por su desinterés y arrojo, como cinco. Eso no puede ser puesto en duda”. Por el lado de las izquierdas la negociación del pacto para la creación del Frente Popular resulta también difícil y laboriosa. Los socialistas ostentan la representación de los partidos proletarios y procuran con el mayor empeño que el programa se adapte lo más posible al ideario marxista. Los republicanos regatean las concesiones y las discuten, como si lo acordado tuviera formalidad de escritura solemne, aunque unos y otros están persuadidos de que el pacto será papel mojado, y que, una vez triunfadores, de nada ha de servir lo estipulado ante la fuerza aplastante de la revolución, que se impondrá con todas sus consecuencias. Poco después, el Frente Popular, ya constituido lanzaba su manifiesto, un larguísimo escrito formulado prolijamente. Este manifiesto del Frente Popular, a pesar de ser muy completo, no hacía alusión alguna al Ejército. En las reuniones previas a su redacción se había hablado de este tema, mas se acordó que debería permanecer secreto. Pero, con el fin sin duda de dar una orientación, El Liberal, de Bilbao, reprodujo por estos días el programa de los rebeldes de octubre, advirtiendo que se trata del 419

“documento más interesante de la revolución”, y en este programa van incluidos, entre otros, estos dos puntos: “Disolución del Ejército y reorganización inmediata del mismo a base de la reducción de sus contingentes y de la separación de todos los generales, jefes y oficiales, sin más excepciones que aquellos que hubiesen revelado, sin tibieza, su adhesión al régimen. “Disolución de la Guardia Civil y reorganización de todos los Institutos armados al servicio del Estado. Núcleo principal sería unas milicias reclutadas entre los afiliados a las organizaciones.” Una vez firmado el compromiso, comenzó la propaganda electoral, en la que los elementos que podríamos llamar moderados del Frente Popular —los más responsables—, quedaron sumergidos por los delirantes gritos de los extremistas. “Se produce —dice José Pía— como una especie de campeonato, una especie de carrera a quién promete más, a quién desarrolla sus deseos y pasiones con más truculencia, a quién interpreta los sueños de la masa con más crudo realismo. Ya no es posible poner freno a nada ni a nadie... La riada estaba en marcha y era imposible oponerse a su ímpetu implacable’’. A los cinco años de la República, quienes la instauraron se ven en la precisión de aceptar el auxilio de los que obedecen a Moscú, para que aquélla sobreviva. Detrás de toda esta organización frentepopulista está la Komintern. Es tan descarada la intervención soviética, que no son necesarias muchas demostraciones para acreditarlo. El periódico Adelante, de Valencia, publica una carta de Dimitroff, en la que recomienda la unión de los proletarios en la lucha electoral, necesaria para el otro triunfo que todos esperan. Y el Mundo Obrero la comenta: “El timonel de la III Internacional de Lenin y Stalin marca a los trabajadores de España la ruta de la victoria: Todos los camaradas deben responder con la acción a esta arenga de Dimitroff”. En otra carta de Margarita Nelken, fechada en Moscú el 8 de enero, se asegura: “Triunfaremos antes de la primavera. Para esa fecha en toda España se reproducirán, para siempre, las jornadas gloriosas de octubre de 1934 en Asturias”. Y, por si hubiera alguna duda, en el periódico socialista Avance, de Oviedo, se dice lo siguiente: “Las gentes colaboradoras de la democracia presentan el octubre asturiano como una arrebatada declaración de amor a las izquierdas de la República. Es muy natural que ellas lo digan; pero también lo es que nosotros les contestemos que mienten... Aquí hacen reír. 420

Quien cogió un fusil sabía a dónde iba y con quién. A dar el golpe definitivo. Nada más... De una vez diremos que quien afirme otra cosa falta a la verdad”. Por su parte, el socialista Largo Caballero, dirigente máximo de la ü. G. T., manifestaba el día 12 en el cinema Europa: “Iremos todos juntos a presentar la batalla al enemigo... La clase trabajadora no renuncia de ninguna manera a la conquista del Poder político. Está en su programa y-se halla decidida a obtenerlo de la manera que sea. “Vamos a la lucha en coalición con los republicanos con un programa que no nos satisface... Los problemas sociales no pueden ser resueltos en los regímenes capitalistas. Así, por ejemplo, el del paro sólo lo ha resuelto Rusia, donde los beneficios industriales van a parar al Estado. “Tenemos la obligación de ir decididamente a la lucha. No desmayéis porque en el programa electoral pactado con fuerzas afines no veáis puntos esenciales... La clase trabajadora sabrá aprovechar el momento más oportuno para imponer la victoria.” El propio Largo Caballero, en otro discurso, dijo el día 22: “Si algún día varían las cosas, que las derechas no pidan benevolencia a los trabajadores. No volveremos a guardar las vidas de nuestros enemigos, como se hizo el 14 de abril... Si aquéllas no se dejan vencer en las urnas, tendremos que vencerlas por otros medios hasta conseguir que la roja bandera del socialismo ondee en el edificio que vosotros queráis”. Todavía más categórico, el día 27 de enero en Alicante, el líder socialista amenaza: “Si ganan las derechas, tendremos que ir a la guerra civil”. Otro dirigente frentepopulista, el agitador Maurín, dijo el día 27 en Tarragona: “Si los republicanos, después del triunfo, fueran un estorbo, los comunistas pasarán por encima para implantar la revolución social”. No menos explícitos eran los anarquistas. De todas las enormidades que lanzaron la C. N. T. y la F. A. I. durante la campaña electoral, sólo daremos una muestra. Se trata de un folleto titulado Uno en tres, que estaba dividido en tres partes: la primera destinada a enseñar la “táctica revolucionaria”; la segunda comprende las “instrucciones técnicas”, y en la tercera se explica detalladamente, incluso con dibujos, el arte de fabricar bombas. He aquí un fragmento de la primera parte: “Es preciso arrasar, sin debilidad, a la burguesía y sus puntales. “¡A muerte los policías! ¡A muerte los soldados, hijos de nuestra clase, que hayan tomado las armas contra nosotros! ¡Muerte a los 421

redomados burgueses, señores del feudalismo capitalista! ¡Muerte a los arrastra sables, a los sacerdotes, a los políticos y a los magistrados de toda laya! “¡Si hoy no atizas fuerte y sin piedad, mañana te matarán sin remisión ni cuartel! “Sí, compañeros, insensibilizad vuestros corazones en el momento de la pelea, armad vuestros brazos. Haced saltar las iglesias, conventos, cuarteles, fortalezas, cárceles, jefaturas, alcaldías y tugurios... “Si algún lacrimoso plañidor trata de desviaros en vuestra tarea sanitaria, diciéndoos que destruimos obras de arte, no le demos oídos. Mientras continúen en pie esos edificios, entre los cuales hay algunos que son obras maestras, la conciencia humana no podrá desasirse de los prejuicios de que son la representación natural. Mientras sus flechas y sus torres oscurezcan el horizonte, el pueblo no será libre. No pudiéndolos guardar bajo vitrinas en los museos, lo mejor que hay es destruirlos.” Con este espíritu “liberal” y “democrático” se aprestaban las masas del Frente Popular a ejercer el “derecho sagrado” del sufragio de las próximas elecciones

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“Todo el poder para el Jefe”

Jamás en la historia política de España, ni aun en abril de 1931, unas elecciones conmovieron al país tan hondamente como estas que habrían de denominarse del Frente Popular, porque el conglomerado revolucionario iba a darles peculiar fisonomía. El cuerpo electoral, trabajado intensamente por una propaganda desenfrenada, salta unánimemente a la palestra para intervenir en la lucha política: participa en los trabajos de los millares de oficinas que se abren en toda España; se ofrece voluntario para repartir candidaturas de casa en casa y para pegar carteles en las esquinas; da su dinero con prodigalidad nunca conocida para sufragar los gastos de propaganda; llena los teatros cuando hablan sus oradores preferidos, y va como arrebatado por una ola impetuosa y febril que le lleva hasta el sacrificio y le obliga con mandato imperativo. Toda España es un cráter en erupción; hasta los más olvidados pueblos y aun a la soledad de los conventos llega con los agentes electorales la inquietud y el rumor de la batalla. La asistencia de masas derechistas a los actos que se organizaban era imponente, y esto contribuyó a que el optimismo y la fe en el triunfo de sus Jefes fuera cada vez mayor. “Es indudable la derrota de las izquierdas, como es indudable también el robustecimiento de nuestro partido y de nuestra posición”, había dicho Gil Robles. “La decisión de la contienda electoral —decía el señor Goicoechea— envuelve un problema de vida o muerte. Si España, caso inverosímil, se pronunciara por una solución de izquierda, la nación habría decretado ella misma su ruina y la supresión de su ser”. El conde de Romanones, afirmó: “Cuento con la victoria de las derechas... La tempestad va a pasar. Asoma ya una nueva claridad... La victoria corresponderá a las derechas sin sombra de duda. Hasta en Madrid, la capital, las derechas alcanzarán la mayoría. Y en toda España les está asegurada la victoria”. Y Calvo Sotelo manifestó en Cáceres que en las próximas Cortes “la C. E. D. A. tendrá una gran mayoría”. No pensaba del mismo modo José Antonio, quien en la entrevista que le hizo el periodista señor Ortega Lissón, publicada en Blanco y Negro, vaticinó lo contrario. 423

—¿Triunfarán las derechas? —preguntó el señor Ortega. —Creo que no. —¿Qué sucesos prevé? —Este: las izquierdas burguesas volverán a gobernar, sostenidas en equilibrio dificilísimo entre la tolerancia del centro y el apremio de las masas subversivas. Si los gobernantes —Azaña, por ejemplo—, tuvieran el inmenso acierto de encontrar una política nacional que les asegurara la sustitución de tan precarios apoyos, por otros más fuertes y duraderos, acaso gozara España horas fecundas. Si —como es más probable— no tienen ese acierto, la suerte de España se decidirá entre la revolución marxista y la revolución nacional. En esta campaña electoral se supera todo lo conocido hasta ahora en materia de propaganda. Pero en esta carrera exhibitoria y proselitista gana la delantera, con sobrada ventaja, Acción Popular, que pone a toda tensión su fuerza organizada, con ayuda de los donativos que afluyen en un correr interminable de generosidad v entusiasmo. Cada mañana aparece Madrid tapizado de una nueva emisión de carteles de todos los colores y partidos. En los de la C. E. D. A. pueden leerse textos como los siguientes: “¡Obrero honrado! ¡Obrero consciente! ¿Que vuestro jefe será Dimitroff? ¡No lo toleréis!” y “¡Moscú no pasará! ¡El separatismo no pasará! ¡En la Puerta del Sol, en la fachada entre las calles del Arenal y Mayor, los madrileños contemplan sorprendidos un descomunal cartelón en el que se ve la cabeza de Gil Robles como evocada sobre una muchedumbre inmensa que sirve de fondo para la frase del Cardenal Cisneros: “Estos son mis poderes”. También se instala un enorme letrero luminoso que lanza a intervalos su grito de luz: “Contra la revolución y sus cómplices”. Es la consigna que más repite la C. E. D. A., que también divulga otros slogans que pronto se hacen populares. Entre éstos, los más repetidos fueron: “A por los trescientos”^ “Todo el Poder para el Jefe”, en muchas ocasiones interpretados burlonamente por los enemigos políticos del señor Gil Robles. Así ocurrió con la aparición en algunos retretes públicos, de letreros como el siguiente: “No tiréis de la cadena: Todo para el Jefe”. El domingo, día 9 de febrero, Acción Popular realiza un alarde de movilización de masas, con diez mítines en otros tantos teatros de Madrid, mientras el Frente Popular ocupa siete. La aparición de Gil Robles da motivo a escenas delirantes. Le acogen con ovaciones interminables y a los gritos insistentes de ¡Jefe, Jefe, Jefe!... Y el jefe, conquistado y rendido por aquel entusiasmo, exclama: “Me siento orgulloso del espectáculo. ¿Quién 424

de derecha o de izquierda se puede enfrentar con Acción Popular?... Yo dije al marcharme del Ministerio de la Guerra que nosotros volveríamos a los puestos que ocupábamos. Ese momento está muy cerca. Vamos a exigir el Poder... Vamos hacia un triunfo arrollador y aplastante. Hemos sufrido mucho, pero nada nos altera. Acción Popular no va a tener enemigos ya, porque todos caerán delante de ella”. De entre la procelosa oratoria revolucionaria se destacan los discursos de Largo Caballero; es el verbo de la revolución, acatado por las masas que le reconocen como caudillo y al que denominan el “Lenin español” Largo Caballero remata todos sus discursos con un toque a botasillas. Siente la nostalgia de la barricada y se perece por oír ya el estruendo del combate. “El pueblo —exclama— sabe que la revolución no se hace con papeletas en las urnas, y si este camino se le cierra, también sabe cuál ha de seguir”. En Valencia dijo: “La burguesía cumplió su papel e hizo su revolución. La clase trabajadora tiene que cumplir el suyo y hacer también su revolución... Si no nos dejan, iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la revolución se extreman hasta tal punto de no respetar cosas ni personas”. Este tono feroz es el que domina en la propaganda marxista: postulados de odio, gritos de guerra, consignas de exterminio: “El 16 de febrero no dejéis votar a las beatas ni a las monjas; cuando veáis a alguien que lleve en la mano una candidatura de derechas, cortadle la mano y rompérsela en las narices y se la hacéis comer”, dijo en un mitin el alcalde de Alicante. “Ganemos o perdamos, la revolución definitiva en España es cuestión de poco tiempo. Luego de lo de Asturias, la cosa nos coge entrenados”, dijo Margarita Nelken. Y otra mujer, la socialista Matilde de la Torre, manifestó: “Mañana mismo habrá que salir a las calles. No en figura retórica, sino en persona viva con un fusil al hombro y la muerte al costado... No hay disyuntiva, la victoria o la muerte”. Entre estos dos grandes bloques —derechas e izquierdas— el centrismo de Pórtela maniobra sinuosamente. “Todo su afán —dijo Lerroux— se cifró en «robar las escobas hechas». Había que formar un partido de centro-izquierda y llevar al Parlamento una fuerte representación equivalente a una mayoría y para ello enfocó sus baterías contra el partido radical. Con sus restos y una porción de buscones y 425

«muertos resucitados» y los supervivientes del viejo caciquismo amargados y disfrazados en modernas organizaciones, Pórtela Valladares se veía a la cabeza del nuevo valor político y al frente del Gobierno hasta que don Niceto terminase su mandato... No hubo sinvergüenza que habiendo quedado fuera del Frente Popular no se encuadrase en la cuadrilla de Pórtela.” Hábil para la maniobra, Pórtela quiere incrustar sus candidatos en los bloques izquierdistas. Cuando cree haber distribuido algunos amigos entre la fauna frentepopulista, se vuelve insinuante y astuto hacia el frente derechista, con propósito de abrir sitio y buscar plaza para el resto de su pelotón de diputados. Pese a los fieros ademanes y a los gritos estentóreos “contra la revolución y sus cómplices”, el portelismo penetra en el cercado de Acción Popular. Pórtela Valladares, para hacerse temer, allí donde se le niega sitio, presenta candidatura cerrada y amenaza con echarlo todo a rodar. Pero hay otra razón fundamental que aconseja a la C. E. D. A. a una inteligencia, aunque sea parcial, con el portelismo. El señor Gil Robles tiene por descontada y segura la victoria electoral. La derrota de la revolución se da por cierta. Y el jefe de la C. E. D. A., seguro de gobernar, teme que las mayores dificultades y oposición ha de encontrarlas en los monárquicos y tradicionalistas, si éstos consiguieran una minoría numerosa. El señor Gil Robles pretende superar desde ahora esta dificultad, pues está convencido de que en el futuro podrá contar con los votos portelistas para completar una mayoría gubernamental. De la alianza de la C. E. D. A. con el portelismo hablan ya los periódicos como de un hecho consumado. “No hay tal cosa —desmiente el señor Gil Robles en el A B C—. Sólo se han verificado pactos en algunas provincias, pactos que tienen un carácter local. Es cierto, sin embargo, que el frente antirrevolucionario se ha extendido más de lo que se preveía...” En efecto, se había extendido hasta el punto de acoger en su seno a republicanos “tragacuras”, a gentes con las manos pringadas con las suciedades del straperlo, a masones de abolengo. Pero en él no habría sitio para la Falange ni para José Antonio. Si bien Falange Española de las J. O. N. S. era menospreciada por el bloque derechista, no ocurría esto con las izquierdas, que la valoraban exactamente haciéndola objeto predilecto de su rencorosa saña. En los días que precedieron a las elecciones, fue tiroteado y herido en Orense el 426

falangista Manuel Conde Cida: hubo un choque en Luarca (Oviedo) entre falangistas y socialistas que gritaban ¡Muera España!; choque en Barcelona con elementos separatistas; refriega a tiros en Cehegín (Murcia) con grupos socialistas; lucha en Vallecas (Madrid) con elementos rojos, con bajas por ambas partes; es asesinado en Madrid el falangista José Alcázar, albañil de oficio, que fue tiroteado a traición en el Puente de Vallecas, causándole heridas de las que falleció a los pocos momentos; atentado en Madrid contra otro albañil nacionalsindicalista, Moisés Nombela, al que tirotearon causándole heridas gravísimas; en Logrosán (Cáceres), cuando se hallaba pegando carteles de propaganda, fue tiroteado y herido de un balazo en el pecho el falangista Lorenzo Sánchez Tejada; en Málaga, un grupo de la F. A. I. atacó el Centro de Falange, y cuando Morales Villarrubia salió a repelar la agresión, un anarquista, parapetado en un portal, le hizo varios disparos hiriéndole gravemente. En la réplica, varios falangistas de Primera Línea atacaron al grupo de anarquistas, causándoles una baja. En Vigo, los falangistas rechazaron victoriosamente un ataque de los rojos a su Centro, resultando heridos graves los falangistas Luis Collazo, que murió al día siguiente, Enrique Gameselle, Carlos Garabal y Constantino Cea, y un muerto y varios heridos por parte de los asaltantes. En Alicante, un numeroso grupo marxista hiere al falangista Antonio Moreno. En La Felguera (Asturias) apuñalan al falangista Víctor Alvarez Ajuria... En relación con estos atentados, escribió el semanario Arriba lo siguiente: “¿No parece monstruoso que en vísperas de elecciones, cuando acaba de formarse el bloque de derechas antimarxistas, capitalistas y patronales —ese que va a salvar a España—, se recrudezca de tal modo la ofensiva contra un movimiento que ni está en el bloque, ni es de derechas, ni es capitalista, ni es patronal? Digamos la verdad. Lo que sucede es monstruoso como crimen ante todas las leyes humanas y divinas. Pero no es monstruoso, sino perfectamente lógico y claro, ante la fatal, profunda, clarividente dialéctica de la Historia. Lo sucedido prueba que el marxismo nos ha entendido, para odiarnos, mucho mejor que todo aquel mundo de derechas patronales y capitalistas para estimarnos y estimar con nosotros las cosas que amamos sobre todas”. Pero, a pesar de las violencias, los mitines falangistas se multiplicaban, y a ellos acudían grandes muchedumbres, ansiosas de oír una nueva voz que hablaba de los destinos de la Patria y no de las actas electorales, de la hermandad de todos los españoles puestos a una tarea común y no de persecuciones y odios. 427

El acto más importante de la campaña electoral de la Falange se celebró en Madrid el 2 de febrero y tuvo como escenario los cines Padilla y Europa, conectados entre sí por un sistema de altavoces. José Antonio y los restantes oradores falangistas hacen acto de presencia primeramente en el cine Padilla, para saludar a la muchedumbre allí congregada y rogarles les disculpen el que no pronuncien allí sus discursos, ya que lo harán en el cinema Europa, si bien desde el Padilla podrán escucharles por los altavoces. El aspecto que presenta el cinema Europa, en plena barriada proletaria de Cuatro Caminos, es impresionante. Una hora antes de la anunciada para el acto, ya están abarrotados el amplio patio de butacas y los pisos superiores. Presentes en el oro, el negro y el rojo del telón de fondo, ‘los nombres de los Caídos. Guiones, estandartes, flechas y yugos, adornan la sala. A las once en punto, entre un silencio profundo, los altavoces anuncian la llegada del Jefe Nacional. La ovación fue indescriptible. Tanto como las que se sucedieron a lo largo y al final de su discurso. En este acto, junto a José Antonio, intervinieron Raimundo Fernández-Cuesta, Rafael Sánchez Mazas y Julio Ruiz de Alda. Sus discursos fueron idénticos en la fe y en el rigor del estilo, si bien diferentes en el tono y en la intención. Raimundo Fernández-Cuesta dio brío heroico de romancero a sus palabras. Su discurso fue el poema. Gallardo, vibrante y rítmico, encrespa, agita, llena el viento de gozo y de promesas. Sánchez Mazas tuvo acentos de predicador en su voz suave y su palabra rica. Su elogio a la pobreza de la Falange —tan despreciada por los ricachos de la política que formaban el bloque de derechas— fue escuchado con profunda emoción. Julio Ruiz de Alda puso en su palabra seca, tajante, cortante y dura como el motor de un avión, el alto bronce del clarín y del hierro de la arenga militar frente al enemigo. En cuanto a José Antonio... Su discurso fue —además de poema, plática y arenga, como las de los otros oradores— un auténtico y trascendental discurso político. El discurso que hacía falta para desenmascarar toda la podre, toda la mugre, toda la clara batida sin sal ni azúcar de la torpe política de las izquierdas y de las derechas españolas. Crítica de bisturí, palabra de escalpelo, el discurso de José Antonio cortó, 428

caló y hurgó en los malos tumores que corroían el cuerpo —¡ay, y el alma! — de aquella España melancólica y chata. Dijo así: “Por primera vez vemos a la Falange en una coyuntura electoral, y nosotros, que no somos de derecha ni de izquierda, que sabemos que una y otra postura son incompletas, insuficientes, pero que no desconocemos, sin embargo, que en la derecha y en la izquierda, como esperando la voz que le redima, está todo el material humano de que España dispone, al encontrarnos ante esta coyuntura electoral hemos tenido que estudiar, incluso con ojos benignos, los programas de la izquierda y de la derecha para ver si tenían algo aprovechable El programa de la izquierda era el más fácil de estudiar; se ha formulado con puntos y comas, con números y letras en los apartados. Y el programa de la izquierda, si se examina, tiene estas tres cosas: en primer lugar, una parte que es de puro señuelo electoral, una pura enumeración de bienandanzas; se va a hacer de España una Arcadia, sin que sepamos cómo. Hay cosas tan contradictorias como el aumento de todos los servicios —de la sanidad, de las escuelas, de las comunicaciones— y la reducción, al mismo tiempo, de los impuestos. Nadie sabe, si se van a reducir los impuestos, cómo se van a aumentar los servicios. Esta primera parte no tiene otro objeto que cazar a unos cándidos electores, no muy dotados de agudo espíritu crítico. Hay una segunda parte, la que se refiere a la social, donde el manifiesto de las izquierdas —y esto convendría que los obreros lo supiesen— se mantiene en los términos del más cicatero conservatismo. Nada que se acerque a la nacionalización de la tierra, nada que se acerque a la nacionalización de la banca, nada que se acerque al control obrero, nada que sea avance en lo social. Y hay un tercer ingrediente en este programa de la izquierda y que aleja todas nuestras esperanzas en orden al sentido nacional que pudiera aportar: una declaración de que será restablecido, en su plenitud, el sistema autónomo votado en las Cortes Constituyentes; otra declaración de que renacerán las persecuciones, las chinchorrerías, las mortificaciones personales del primer bienio. Los varones de las izquierdas, reunidos para redactar un manifiesto; los varones de las izquierdas, que saben hasta qué punto hendió la concordia del 14 de abril esta falta de sentido de totalidad, de empresa nacional, cuando se ven en la perspectiva de gobernar a España otra vez, tienen el cuidado 1 de decir que indagarán en los expedientes de los agentes de Vigilancia para comprobar su minuciosa adhesión al régimen o expulsarlos, si no, del servicio (aplausos.) 429

La realidad del frente de izquierdas “Claro es que el verdadero fondo del manifiesto de las izquierdas no está en ninguno de estos tres apartados: está en el espíritu total que lo informa. El manifiesto de las izquierdas no señala sino una previa época de tránsito, en que la masa fuerte, numerosa, de los partidos proletarios de combate, convida benévolamente a unos cuantos burgueses, más o menos resentidos, para que figuren en la candidatura, y como sabe que los va a desbordar pronto, como sabe que no son sino unos mandatarios interinos, les deja el último goce de que se desahoguen un poco en la sustanciación de sus pequeños resentimientos. “Este no es un juicio temerario. Muchos de vosotros conocéis un periódico que se llama Renovación. Es el órgano de las juventudes socialistas, y en este órgano de las juventudes socialistas se dice, con descaro, que tras el triunfo electoral de las izquierdas, empezará el partido socialista revolucionario a montar la dualidad de Poderes; irá armando, junto a cada órgano del Estado, el órgano del partido socialista, el órgano del futuro Estado socialista, para que cuando esté la cosa madura, el partido socialista, ya insertado, ya penetrado en cada una de las células del Poder, no tenga sino desprender la cáscara postiza de los burgueses y quedarse del todo con el Estado socialista soviético (Grandes aplausos.) “Si la revolución socialista no fuera otra cosa que la implantación de un nuevo orden en lo económico, no nos asustaríamos. Lo que pasa es que la revolución socialista es algo mucho más profundo. Es el triunfo de un sentido materialista de la vida y de la historia; es la sustitución violenta de la Religión por la irreligiosidad; la sustitución de la Patria por la clase cerrada y rencorosa; la agrupación de los hombres por clases y no la agrupación de los hombres de todas las clases dentro de la Patria común a todos ellos: es la sustitución de la libertad individual por la sujeción férrea de un Estado, que no sólo regula nuestro trabajo, como en un hormiguero, sino que regula también, implacablemente, nuestro descanso. Es todo esto. Es la avenida tempestuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada. (Aplausos.) 430

Las derechas, 1933 “Pero si así se nos presentan las izquierdas, ¿cómo se nos presentan las derechas?, ¿qué nos brindan las derechas en sus manifiestos, en sus carteles electorales? Si el rencor es la consigna del frente revolucionario, simplemente el terror es la consigna del frente contrarrevolucionario. Al rencor se opone el terror, y nada más que esto. Ni un gran quehacer, ni el señalamiento de una gran tarea, ni una palabra animosa y esperanzadora que nos pueda unir a los españoles. Todo son gritos: «que se hunde esto, que se hunde lo otro; contra esto, contra lo otro». El grito que se da al rebaño en la proximidad del lobo, para que el rebaño se apiñe, se apriete, cobarde. Pero una nación no es un rebaño: es un quehacer en la historia. No queremos más gritos de miedo: queremos la voz de mando que vuelva a lanzar a España, a paso resuelto, por el camino universal de los destinos históricos. (Prolongados aplausos.) “Para consignas de miedo, ya tuvimos bastantes con las de 1933. Se nos dijo lo mismo: «¡Que se hunde esto! ¡Que se hunde lo otro! ¡Defendámoslo! ¡Todos unidos, todos somos unos!» Al día siguiente del escrutinio ya se había pasado el susto, y como se habían unido instintivamente, por el susto, aquellos que gozaron juntos las delicias del escrutinio, resultó que al día siguiente nada tenían que hacer en común. Para tener algo en común hay que tener el mismo sentido entero de la historia y de la política. El sentido entero de la historia y de la política, como dije en el mitin de la Comedia, es como una ley de amor; hay que tener un entendimiento de amor, que sin necesidad de un programa escrito con artículos y párrafos numerados, nos diga, en cada instante, cuándo debemos abrazarnos y cuándo debemos reñir. Sin ese entendimiento de amor, la convivencia entre hombre y mujer, como entre partido y partido, no es más que una árida manera de soportarse. (Ovación.) El saldo de las Cortes disueltas “Como no había una ley de amor sobre la cabeza de los partidos triunfantes en el año 33, no pudieron coincidir más que en una cosa: en no hacer nada. (Risas.) Como necesitaban los votos unos de otros, para que aquellos votos no se les negasen, hubo un acuerdo táctico, por virtud del cual cada uno renunció a lo más señero, a lo más 431

interesante, a lo más caliente de lo que podía llevar en su programa; se convirtieron en dóciles corderos los viejos anticlericales del partido radical y aplazaron indefinidamente sus tribulaciones religiosas los de la C. E. D. A. Ya nada corría prisa, ni en lo material ni en lo espiritual. ¿Qué se hizo en lo material? Pensad en lo que queráis: en la reforma agraria, en el paro obrero, en lo que os plazca. La reforma agraria era mala, tenia un gran defecto en su emplazamiento, tenía algunas injusticias en su articulado. La Ley de Reforma Agraria fue anulada por las Cortes de 1933-35, y con su muerte, desde luego, se curó de todo resto de enfermedad. (Risas.) “El paro obrero, que es una angustia que debía quitar el sueño a todo político español, nos ofrece la triste situación de 700.000 hombres que pasan muchos días y muchas noches sin comer, 700.000 cabezas de familia para quienes el pan diario de sus hijos constituye una congoja sin remedio. Pues bien: ¿qué se hizo contra el paro obrero? Mala literatura parlamentaria. Un proyecto para remediarlo con 100 millones de pesetas. Al final, cuando la época electoral estaba cerca, se las arreglaron de modo que ahora se están haciendo al mismo tiempo no sé cuántas casas en Madrid. Dentro de unos meses, cuando esas casas se concluyan, los obreros de la construcción de Madrid ya no tendrán nada que hacer en veinte años. De los 400.000 y pico de obreros del campo, que constituyen el núcleo más numeroso y angustioso del paro obrero, no se acordaron siquiera las Cortes de 1933. (Ovación.) “Eso en lo material. Veamos en lo espiritual. Ahí tenéis a nuestro Ejército, a nuestro magnifico Ejército, que tiene que nutrirse, como siempre, de su tradición heroica; ahí tenéis a nuestro Ejército, a nuestra Armada, a nuestra Aviación, sin cañones, sin torpedos, sin caretas contra los gases asfixiantes; ahí los tenéis para que si un día (que Dios no mande sobre nosotros) tienen que hacer otra vez cara a una ocasión de guerra, nuestros soldados puedan dejar a sus hijos, como les dejaron tantos militares españoles, la triste gloria de saber que sus padres dieron la vida heroicamente por defender a una Patria representada por un Estado que no les dio medios de defensa. (Ovación prolongada.) “Ahí tenéis también la escuela, donde ya no se forma el alma de los niños para que sean españoles y cristianos; nuestra escuela penetrada por el marxismo, que fue cauto para instalarse en la escuela 432

en los dos años del Gobierno socialista, y que no ha sido desalojado de ella en los dos años del Gobierno cedista y radical. (Ovación.) “Ahí tenéis el Estatuto de Cataluña redivivo. El Estatuto de Cataluña, que, si se dio honradamente, tuvo que darse sobre el supuesto de que en Cataluña ya no quedaban restos del virus separatista. Cuando una región está ganada por entero para la conciencia de la unidad de destino de la Patria, no importa que técnicamente sus organismos de administración se monten de una manera o de otra; pero cuando en una región perdura el sentimiento de insolidaridad con la unidad de destino de la Patria, entonces no se le puede entregar un Estatuto, porque el Estatuto es una herramienta para aumentar el poder de secesión. Pues bien: Si las Cortes Constituyentes no fueron criminales, erraron el calculo al dar a Cataluña el Estatuto; pero destruida la presunción de que Cataluña estaba del todo incorporada a la unidad de destino española con la rebelión de la Generalidad, el 6 de octubre de 1934, había caducado toda decente justificación para que el Estatuto se mantuviera, y, sin embargo, las Cortes de 1933 a 1935, tras de suspender tímidamente el Estatuto, dejaron abierta la puerta para que el Estatuto, en todas sus partes, se restableciese. (Gran ovación.) Bienio estéril y melancólico “¡Política estéril la de este estéril y melancólico bienio! ¡Política estéril la de esos hombres que tuvieron en sus manos aquella magnífica ocasión del 6 de octubre! Tuvieron en sus manos todo el Poder, todo el Poder que ahora piden con 180 candidatos, como os decía Julio Ruiz de Alda; tuvieron todo el Poder y toda la asistencia. Fue un instante, después de salvada España de la urgencia peligrosa, para levantar una clara consigna, para decirnos: «Ya que nos hemos salvado de este inmenso peligro histórico vamos a emprender juntos una gran tarea». ¿Se hizo eso? En vano estuvimos esperando la consigna, en vano esperamos el desenlace. Aún dura el papeleo, aún duran los juicios orales y los Consejos de Guerra. Sabemos que todo es un simulacro. No nos importa en cuanto a los humildes. No nos importa que absuelvan a los mineros enardecidos. Sabemos que su ímpetu revolucionario puede encauzarse un día en la revolución nacional española. No tenemos ningún rencor ni ganas de que se nos entreguen cabezas cortadas ni hombres pendientes de la horca, pero nos subleva 433

que de la revolución de Asturias y de la revolución de la Generalidad de Cataluña hayan venido a resultar responsables el sargento Vázquez y un pobre minero... (Ovación estruendosa que corta la palabra del orador. Se oyen muchos vivas a España, al Ejército y a la Falange Española.) “Y toda esta esterilidad en lo material y en lo espiritual, envuelta en un clima moral insoportable, m un clima moral del que fueron beneficiarios los hombres de un viejo partido, y del que fueron demasiado tolerantes encubridores los hombres de otro. En toda España hacia muchos años que no se manejaban los caudales públicos y privados con el sucio desembarazo con que se han manejado en estos tiempos. Nosotros tenemos amigos y enemigos; nosotros sabemos que en todos los partidos hay gentes con quienes coincidimos más o con quienes coincidimos menos; pero ni aun a aquellos con quienes estamos entrañablemente discordes les lanzamos a la cara la imputación de falta de honradez; sin embargo, nosotros, aquí como en el Parlamento, lanzamos la imputación de falta de honradez a algunos de los hombres que gobernaron en este bienio melancólico. (Muy bien.) Yo, que en aquella y última noche memorable de las Cortes tuve que hablar hasta las seis de la madrugada, después de poner en claro, cifra por cifra, cómo se preparaba un atraco de dos millones de pesetas contra el Tesoro colonial español, dije a las Cortes: «Ahora, por bolas blancas y por bolas negras vamos a decidir, no la honorabilidad de éste o del otro ministro, de éste o del otro ex presidente (sobre eso, el pueblo español tiene ya formado su juicio); vamos a votar sobre el honor de estas Cortes, vamos a saber si estas Cortes reprueban o toleran que gentes salidas de nuestro seno cultiven así la inmoralidad». A las seis de la madrugada, cuando un amanecer lívido empezaba a teñir de un tono lechoso la claraboya del salón de sesiones, los diputados, en fila, fueron echando bolas blancas y bolas negras. Por un predominio de bolas blancas sobre las negras, aquellas Cortes, en aquella madrugada de su suicidio, decidieron que no tenían honor. (Grandes aplausos.) Invitaciones a la reincidencia “Después de esta experiencia, de la experiencia estéril de estos dos años, ¿otra vez se nos convoca, como en 1933, otra vez se nos llama para esto, porque viene el lobo, porque viene el coco? (Risas.) 434

¿Otra vez, ya ajados por el uso, esos melancólicos carteles que dicen: «Obrero honrado, obrero consciente» —que era un lenguaje apolillado ya cuando escribía Juan José—? (Risas.) «Obrero honrado, obrero consciente, no te dejes engañar por lo que te dicen tus apóstoles» ¡Como si el obrero honrado y consciente no supiera que hasta que armó sus fuertes Sindicatos —donde hubo algún apóstol que quizá medró en política, pero donde hubo ánimo combatiente y medios numerosos—; que hasta que tuvo esos Sindicatos y planteó la guerra, los que hoy escriben esos carteles no se acordaron de que eran obreros honrados y conscientes! (Grandes aplausos.) Esos carteles, donde se habla de todo, desde los incendios de Asturias hasta las toneladas de cemento que pensaba emplear la C. E. D. A. en su plan quinquenal (Risas), pero donde hay dos cosas totalmente ausentes: primera, la sintaxis; segunda, el sentido espiritual de la vida. Cemento, materiales de construcción, jornales, eso si; aquello de antes, como ya os he dicho esta mañana: el crucifijo en las escuelas, la Patria, la unidad nacional, ni por asomo. A última hora parece que se han acordado de que habían quedado fuera de los programas estos pequeños detalles, y empiezan a salir algunos carteles que remedian, si no la sintaxis, al menos el descuido. (Risas y aplausos.) Los carteles del miedo, los carteles de quien teme perder lo material, los carteles que no oponen a un sentido materialista de la existencia un sentido espiritual, nacional y cristiano; los carteles que expresan la misma interpretación materialista del mundo, la interpretación esa que yo me he permitido llamar una vez el bolchevismo de los privilegiados. Para eso nos convocan con la invocación de ese miedo, nos llaman y nos dicen: «Que se nos hunde España, que se nos hunde la civilización cristiana; venid a salvarla, echando unas papeletas en unas urnas». Y vosotros, electores de Madrid y de España, ¿vais a tolerar la broma de que cada dos años tengamos que acudir con una papeletita a salvar a España y la civilización occidental? (Aplausos.) ¿Es que España y la civilización occidental son cosas tan frágiles que necesitan, cada dos años, el parche sucio de la papeleta del sufragio? Es ya mucha broma ésta. Para salvar la continuidad de esta España melancólica, alicorta, triste, que cada dos años necesita un remedio de urgencia, que no cuenten con nosotros. Por eso estamos solos, porque vemos que hay que hacer otra España, una España que se escape de la tenaza entre el rencor y el miedo por la única escapada alta y decente. por arriba, y he aquí por dónde nuestro grito de «¡Arriba España!» resulta ahora más profético 435

que nunca. Por arriba queremos que se escape una España que dé enteras, otra vez, a su pueblo, las tres cosas que pregonamos en nuestro grito: la Patria, el pan y la justicia. Una gran tarea “Una Patria que nos una en una gran tarea común; tenemos una gran tarea que realizar: España no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de un universal destino, y le toca ahora cumplir éste: el mundo entero está viviendo los últimos instantes de la agonía del orden capitalista y liberal; ya no puede más el mundo, porque el orden capitalista liberal ha roto la armonía entre los hombres y la Patria. Como liberal, convirtió a cada individuo en el centro del mundo; el individuo se consideraba exento de todo servicio; consideraba la convivencia con los demás como teatro de manifestación de su vanidad, de sus ambiciones, de sus extravagancias; cada hombre era insolidario de todos los otros. Como capitalista, fue sustituyendo la propiedad humana, familiar, gremial, municipal, por la absorción de todo el contenido económico en provecho de unos grandes aparatos donde la presencia humana directa está sustituida por la presencia helada, inhumana, del título escrito, de la acción, de la obligación, de la carta de crédito. Hemos llegado, al final de esta época liberal capitalista, a no sentirnos ligados por nada en lo alto, por nada en lo bajo; no tenemos ni un destino ni una Patria común, porque cada cual ve a la Patria desde el estrecho mirador de su partido; ni una sólida convivencia económica, una manera fuerte de sentimos sujetos sobre la tierra. Los unos, los más privilegiados, nos hemos ido quedando en ejercitantes de profesiones liberales, pendientes de una clientela movediza que nos encomiende un pleito, o una operación quirúrgica, o la edificación de una casa; los otros, en esta cosa tremenda que es ser empleado durante años y años de una oficina, en cuya suerte, en cuya prosperidad no se participa directamente; los últimos, en no tener ni siquiera un empleo liberal, ni siquiera una oficina donde servir, ni siquiera una tierra un poco suya que regar con el sudor, sino en la situación desesperante y monstruosa de ser proletarios, es decir, hombres que ya vendieron su tierra y sus herramientas y su casa, que ya no tienen nada que vender, y como no tienen nada que vender, han de alquilar por unas horas las fuerzas de sus propios brazos, han de instalarse, como yo les he visto, en esas plazas de los pueblos de 436

Andalucía, soportando el sol, a ver si pasa alguien que los tome por unas horas a cambio de un jornal como se toman en los mercados de Abisinia los esclavos y los camellos. (Ovación.) “El capitalismo liberal desemboca, necesariamente, en el comunismo. No hay más que una manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo llegue: tener el valor de desmontar el capitalismo. Desmontarlo por aquellos mismos a quienes favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos, espirituales y nacionales de la tradición. Si lo quieren, que nos ayuden a desmontar el capitalismo, a implantar el orden nuevo. “Esto no es sólo una tarea económica: esto es una alta tarea moral. Hay que devolver a los hombres su contenido económico para que vuelvan a llenarse de sustancia sus unidades morales, su familia, su gremio, su Municipio; hay que hacer que la vida humana se haga otra vez apretada y segura, como fue en otros tiempos; y para esta gran tarea económica y moral, para esta gran tarea, en España estamos en las mejores condiciones. España es la que menos ha padecido del rigor capitalista; España —¡bendito sea su atraso!— es la más atrasada en la gran capitalización; España puede salvarse la primera de este caos que amenaza al mundo. Y ved que en todos los tiempos las palabras ordenadoras se pronuncian por una boca nacional. La nación que da la primera con las palabras de los nuevos tiempos es la que se coloca a la cabeza del mundo. He aquí, por dónde, si queremos, podemos hacer que a la cabeza del mundo se coloque otra vez nuestra España. ¡Y decidme si eso no vale más que ganar unas elecciones, que salvamos momentáneamente del miedo! El frente nacional “Para esta gran tarea es para lo que hemos vestido este uniforme; para esta gran tarea os convocamos; para esta gran tarea levantamos nosotros, los primeros y los únicos, las banderas del frente nacional. No nos han hecho caso. Lo que se ha formado es otra cosa. ¿Ya os lo han dicho otros! Raimundo Fernández-Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, Julio Ruiz de Alda, todos os lo han dicho. No es esto el frente nacional, sino un simulacro. Para eso no estamos nosotros; para eso no formamos nosotros; contra eso levantamos nuestra candidatura suelta, contra la cual se esgrime ahora un último argumento de miedo. Se 437

dice: «Estos son, al separarse de los demás, también cómplices de la revolución». Primero: ¿de qué revolución? Nosotros no queremos la revolución marxista; pero sabemos que España necesita la suya. Segundo: ¿quién nos lo dice? Estos enanos de la venta (Risas) que ahora hacen a la letra impresa lanzar baladronadas ¿puede decirnos a nosotros que somos cómplices de la revolución, cuando en Asturias, en León y en todas partes nos hemos lanzado, unos y otros, a detener con nuestros pechos, y no con palabras, la revolución comunista, y hemos perdido a los mejores camaradas nuestros? (Gran ovación.) “Ahora, mucho «no pasarán», «Moscú no pasará», «el separatismo no pasará». Cuando hubo que decir en la calle que no pasarían, cuando para que no pasaran tuvieron que encontrarse con pechos humanos, resultó que esos pechos llevaban siempre flechas rojas bordadas sobre las camisas azules. (Fuertes aplausos.) Lo que no acatará la Falange “Y, por último, ¿qué se creen que es la revolución, qué se creen que es el comunismo, estos que dicen que acudamos todos a votar sus candidaturas para que el comunismo no pase? ¿Quiénes les han dicho que la revolución se gana con candidaturas? Aunque triunfaran en España todas las candidaturas socialistas, vosotros, padres españoles, a cuyas hijas van a decir que el pudor es un prejuicio burgués; vosotros, militares españoles, a quienes van a decir que la Patria no existe, que vais a ver a vuestros soldados en indisciplina; vosotros, religiosos católicos españoles, que vais a ver convertidas las iglesias en museos de los sin Dios: vosotros, ¿acataríais el resultado electoral? (Unánimes denegaciones. Grandes y prolongados aplausos.) Pues la Falange tampoco; la Falange no acataría el resultado electoral. (Ovación que dura largo rato y grandes vivas a España.) Votad sin temor; no os asustéis de esos augurios. Si el resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas de escrutinio al último lugar del menosprecio. Sí después del escrutinio, triunfantes o vencidos, quieren otra vez los enemigos de España, los representantes de un sentido material que a España contradice, asaltar el Poder, entonces otra vez la Falange, sin fanfarronadas, pero sin desmayo, estaría en su puesto como hace dos años, como hace un año, como ayer, como siempre.” (Ovación clamorosa que dura largo rato.) 438

Entre hervores de entusiasmo acabó el acto. Y, mientras el delegado de la autoridad estrechaba la mano de José Antonio, la Falange cantaba alegremente: Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer..

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Triunfa el Frente Popular

Con las primeras luces del día 16 de febrero de 1936 se pone en pie el cuerpo electoral de toda la nación. Desde antes de abrirse los colegios electorales están a sus puertas los agentes y propagandistas. Los electores forman desde las siete de la mañana filas interminables. Como en las pasadas elecciones, religiosos de uno y otro sexo —aún los de rigurosa clausura— salen de los conventos para emitir su voto. La vida de España queda pendiente de este hilo del sufragio, y contenida y paralizada toda preocupación, anhelo o esperanza que no se refiera a esta gran lotería democrática. ¿Qué misterio guardan las urnas? Pronto se despejará la tremenda incógnita. Las primeras noticias adelantan que en Cataluña, Sevilla y Asturias las fuerzas del Frente Popular emplean toda clase de medios para falsear la elección, torciéndola a su favor. En un colegio de Gijón, el primer elector, al dar la papeleta, grita: —¡Pichilatu! Era Pichilatu uno de los fusilados por su actuación durante la revolución de octubre. La mesa no opone reparos y el presidente pronuncia las palabras de ritual: —¡Votó! Y como éste votaron todos los muertos de la revolución. Al comenzar la tarde, por esas referencias que se filtran al través de interventores y apoderados, ya se dice que la lucha es muy reñida y el resultado indeciso. A las cuatro se cierran los colegios electorales y pocos momentos después, conforme a un bien tramado plan, se forman en la Puerta del Sol grupos encargados de difundir la noticia de que el Frente Popular triunfa en toda España. El Gobierno venia a secundar este plan del Frente Popular con unas notas radiadas, anodinas y confusas, que sonaban en las gentes de derechas como un responso ante el cadáver de sus ilusiones. A las diez y media de la noche, el secretario del ministro de la Gobernación comunica “que la noticia de más bulto es el triunfo de la Esquerra Catalana sobre la Lliga 440

Regionalista en Barcelona y en casi toda Cataluña”. A esta hora también se conoce que el Frente Popular va en Madrid por delante de la coalición derechista. En las horas que transcurren hasta el amanecer del día 17, socialistas y comunistas organizan la agitación callejera que ha de llevarlos al asalto del Poder. Las milicias, radios y células reciben orden imperiosa de movilizarse para el desorden. En la mañana del día 17 la revolución está en la calle. Grupos de gentes van hacia la cárcel con el propósito de libertar a los presos. La fuerza pública les sale al paso y dispara contra ellos. Corre la sangre. Un manifestante queda muerto y otros cinco resultan heridos. Pronto circula el rumor: “ ¡Son los fascistas! ¡Son los fascistas!” Ya está lanzada la especie. Nuevos grupos, cantando La Internacional, irrumpen en la Puerta del Sol con la pretensión de penetrar en el Ministerio de la Gobernación. Las fuerzas montadas que aparecen para disolverlos son acogidas a pedradas... Simulan una carga. Sustos, carreras. Se vuelven a rehacer los grupos. En aquel momento llega un automóvil al Ministerio y desciende de él José Antonio Primo de Rivera. Va solo. Le ha llamado Pórtela para decirle que haría responsable a Falange Española de cualquier violencia que se produjera en el país. Y añadió: —Hay que saber perder y tener serenidad. Es posible que José Antonio le contestara algo de lo que días después escribió para Arriba: “—Nosotros asistimos a esta experiencia sin la más mínima falta de serenidad. Nuestra posición en la lucha electoral nos da motivos para felicitarnos una y mil veces. Nos hemos salvado a cuerpo limpio del derrumbamiento del barracón derechista. Hemos ido solos a ‘la lucha. Ya se sabe que en un régimen electoral mayoritario sólo hay puestos para dos candidaturas; la tercera tiene por inevitable destino el ser laminada. No aspirábamos, pues, ya varias veces lo dijimos, a ganar puestos, sino a señalar nuestra posición una vez más. Las derechas casi amenazaron con la excomunión a quien nos votara. Por otra parte, acudieron a los más sucios ardides: repitieron hasta última hora que nos retirábamos: nos quitaron votos en los escrutinios, hechos sin interventores nuestros..., todo lo que se quiera.”

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Mientras José Antonio hablaba con Pórtela, hasta el despacho llegarían los crespos rumores de las masas en la calle. —Por eso —seguiría José Antonio— no tema usted que perdamos la serenidad. Ahora bien, si usted quiere cargar a la Falange la culpa de los otros..., o si se nos quiere obligar a ser ciegos, mudos y sordos frente a las provocaciones marxistas, frente a los mueras a España que están sonando ahí abajo ante la impasibilidad de la fuerza pública y la indiferencia de usted, la Falange no lo tolerará, aun cuando la chusma y los guardias tiren contra nosotros. Por muchos falangistas que caigan, siempre habrá uno en pie para gritar: ¡Arriba España! Durante roda la tarde del día 17 continúa la efervescencia en las calles de Madrid, que alcanza, como siempre, su ápice en la Puerta del Sol, donde los grupos se muestran especialmente irritados ante el monumental cartel de Acción Popular con los “poderes” de Gil Robles, que apedrean, hasta que llega un carro de bomberos con sus escalas y lo descuelgan. Las noticias que se reciben de provincias son cada vez peores. En muchas de ellas el populacho se dirige a las cárceles para poner en libertad a los presos, tanto políticos como comunes. En varias provincias los socialistas ahuyentan a los gobernadores civiles, e instalados en sus despachos rematan las operaciones del censo electoral a su gusto, confeccionándose actas a la medida. La Prensa roja exige el día 18 el Poder para los vencedores. “Urge — dice La Libertad— la transmisión de poderes. Nómbrese el Gobierno que quiere España y por decreto concédase la amnistía.” Y El Socialista escribe: “El pueblo ahora debe pedir una sola cosa: el Poder. Es suyo. Lo ha conquistado y nada puede oponerse a que vaya a sus manos. Con el Poder en sus manos ya no tendrá que pedir nada.” Aquella misma noche, Pórtela hacía saber al señor Alcalá Zamora su decisión de abandonar el Poder, lo que soliviantó al Presidente, que jamás pudo esperar tal deserción en el hombre en quien había puesto tantas ilusiones y esperanzas. “Su deber —le gritaba el Presidente de la República— es presentarse al Parlamento. El resultado electoral aún no es conocido con exactitud.” “No conviene prologar esta situación —opinaba Pórtela—. Se está creando un ambiente peligroso, y cuando se empieza a decir que el perro rabia, concluye por rabiar.” Lerroux ha dado la siguiente interpretación a este hecho: “Ciertamente no creo que haya ninguna ley ni reglamento alguno que tase 442

y mida protocolariamente los pasos por donde deba realizarse, en régimen constitucional y parlamentario, la transferencia de poderes, ñero la costumbre y en todo caso el sentido común suelen actuar como derecho supletorio. Pórtela Valladares presidía un Gobierno al que se le subrayó la confianza de la manera más cabal que pueda hacerse, dándole el Decreto para disolver unas Cortes y el de presidir y dirigir la elección de otras nuevas. Derrotado en ellas, lo lógico, lo acostumbrado, lo tradicional es devolver al Jefe del Estado la confianza que se ha recibido. Pero cuando éste ratifica la confianza y pide espera, el deber de un gobernante en circunstancias tales es obedecer v esperar... Parece que entre Pórtela Valladares y Alcalá Zamora hubo escenas desagradables y violentas, porque S. E. se rebajó a suplicar: porque el “muerto resucitado” llegó a gritar que el ejercicio de las funciones de Presidente del Consejo era voluntario y no obligatorio.” También celebró una entrevista el señor Pórtela con Calvo Sotelo, el cual le dijo: —Señor Pórtela: usted puede pasar a la Historia como un hombre digno y heroico que salvó a España en uno de sus momentos más graves, o como un traidor que se avino a consumar la más monstruosa de las felonías. Pórtela eligió esto último, y la crisis quedó planteada. El nuevo Gobierno quedó constituido bajo la presidencia de don Manuel Azaña. Con la formación de este Gobierno venía a cumplirse la profecía que un año antes lanzara José Antonio en el número 2 de Arriba (28 de marzo de 1935): “Y —recordad el vaticinio, lectores— antes de la primavera del año próximo tendremos a Azaña en el Poder.” Efectivamente, el 19 de febrero de 1936, treinta días antes de la primavera, se cumplía exactamente el augurio, repetido varias veces ante la incredulidad de las gentes. En realidad, el “triunfo arrollador” que tanto pregonaban las izquierdas no había sido tal, ya que los sufragios emitidos daban los siguientes resultados: Derechas, 4.187.571; Centro, 466.334; Izquierdas, 3.912.086. Lo que da una diferencia a favor del centro-derecha de 741.819 votos. No obstante, los diputados elegidos fueron los siguientes: DERECHAS: C. E. D. A., 96; Renovación Española (monárquicos), 12; Lliga Catalana. 12; Tradicionalistas, 10; otros grupos, 17. Total: 147. 443

CENTRO: Portelistas, 16; Agrarios. 12; Radicales 8; Conservadores, 3; otros grupos, 27. Total: 66. IZQUIERDAS: Socialistas. 89: Izquierda Republicana, 83; Unión Republicana, 34; Esquerra Catalana, 22’ Comunistas, 14; otros grupos, 18. Total: 260. Es decir, que los partidos políticos centro-derechistas, con cerca de un millón de votos más que las izquierdas, obtuvieron casi medio centenar de diputados menos. Es una increíble paradoja, pero a la vista está. El sistema español de elecciones, implantado intencionadamente por las izquierdas durante las Cortes Constituyentes, daba ahora sus frutos. Conviene recordar lo que a este respecto confesó Indalecio Prieto en un articulo publicado en El Liberal, de Bilbao, el 14 de abril de 1935, al decir que “las Cortes Constituyentes, por iniciativa del Gobierno republicanosocialista, habían hecho una ley electoral favorable a las grandes coaliciones, a las mayorías, y encaminada a asegurar el predominio de las izquierdas”. Claro está que las derechas, después de su resonante triunfo de 1933, pudieron haber modificado esta ley, pero ésta es una de las muchas cosas que no hicieron Lerroux, Gil Robles y demás personajes dirigentes de la política durante el bien calificado “bienio estúpido”, cayendo torpemente en la trampa que sus adversarios idearon para derrotarles. Con razón pudo escribir después Calvo Sotelo: “España está en el umbral del comunismo. Ni más ni menos. He aquí la tremenda responsabilidad contraída por quienes, con ceguera inaudita, nos dejaron llegar confiadamente al borde del abismo.” En las cifras que hemos dado anteriormente, quedan incluidas las votaciones de aquellas circunscripciones en que el triunfo aplastante de las derechas fue negado y aún trocado con descaro en un triunfo de las izquierdas, mediante el fraude, la falsificación y la suplantación de actas. Después del asalto a los Gobiernos Civiles y de la huida cómplice de Pórtela Valladares, en muchas provincias varían los resultados de un modo sorprendente. El propio Alcalá Zamora escribiría más tarde lo siguiente: “A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados. Muestra elocuente de la “pureza” con que el mismo Pórtela ganó su acta en Pontevedra, fue la condescendencia con que el Frente Popular pagó tal vez su complicidad, haciendo que se lucrara con 22.000 votos absolutamente falsos, pero que necesitaba para derrotar a un derechista. A tanto llegó el desenfado, que en otras localidades, como en 444

Málaga, después del asalto del Frente Popular aparecieron, no una sección sola, sino múltiples, y alguna de tradicional fama derechista, con los censos totalmente volcados y aún con mayor número de sufragios que el de electores en favor de la conjunción revolucionaria y «ni un solo voto» en favor de los candidatos de derechas.” El día 21 de febrero, los “residuos burgueses” que componían el Gobierno, celebraron su primer Consejo de Ministros bajo la presidencia de Alcalá Zamora. Ese mismo día el Jefe del Estado firma el cese del Jefe del Estado Mayor Central, general Franco, que pasa a la Comandancia General de Canarias, y también el del inspector general de la Tercera Inspección del Ejército, don Manuel Goded, que es nombrado comandante militar de Baleares. “Los peligrosos —dijo Azaña— deben estar lejos, para librarles de toda tentación.” En el citado Consejo de Ministros del día 21 se acuerda elaborar a toda prisa disposiciones que “den estado legal a decisiones adoptadas en algunos lugares”. En la tarde de ese día, Azaña habla al país “con palabras de paz, como corresponde al Poder legitimo de la Nación”. El Gobierno no está influido de ningún propósito de persecución o de saña...” “Prosperidad, libertad y Justicia para todos...” “El Gobierno es el único ejecutor del programa político que ha servido de base a la coalición electoral.” Pero el pueblo triunfante va más de prisa que el Gobierno en la tarea de dar cumplimiento a lo pactado. Saca de las cárceles a los presos, repone Ayuntamientos, invade domicilios, detiene a los que se le antoja sospechosos de fascismo... “Desde el 16 de febrero —afirma el señor Goicoechea— quien gobierna y dirige son las masas: en materia de amnistía, de reposición de Ayuntamientos, de reintegración del Estatuto catalán; en todos los problemas planteados el Gobierno ha sido no el cerebro que concibe ni la voluntad que manda, sino el instrumento que ejecuta.” Lo que viene sucediendo en España desde el día 16 de febrero no tiene importancia alguna, según El Liberal, el cual dice: “Durante los días 17 y 18 se prendió fuego a algunas iglesias... Era de temer que ocurriera mucho más de lo que ocurrió. En rigor no ha ocurrido nada, sino que abandonaron sus puestos los gobernadores, huyendo de los «pucherazos» que habían dado, y durante las horas que tardaron en llegar los sustitutos 445

retozó un poco el pueblo, que tanto había sufrido durante dos años, produciéndose con ello algún que otro susto en la beatería andante.” Sin citar más que algunas muestras, veamos de qué modo “retozó” el pueblo desde el día 16 hasta terminar el mes de febrero: Día 16: En La Felguera (Asturias), agresión con arma blanca al falangista Víctor Alvarez Ajuria, que murió días después. Día 17: En una manifestación celebrada en Madrid se produce un tiroteo, resultando un muerto y dieciocho heridos. Los reclusos del penal de San Juan de los Reyes, de Valencia, se amotinan y lo incendian, resultando quince heridos. También se amotinan los reclusos en Cartagena, matando a un vigilante. Día 18: En Almagro (Ciudad Real) derriban varias cruces. En Alcanadre (Logroño) roban en la iglesia y esparcen per el suelo las Sagradas Formas. En Zaragoza las turbas recorren las calles, arrollan a los guardias, golpean a un teniente y se produce un tiroteo del que resultan un muerto y trece heridos. Día 19: En Béjar (Salamanca) asaltan y destrozan la iglesia y la convierten en baile público. En Puig (Valencia) violentan la puerta de la iglesia y sacan las imágenes al campo, donde algunas son destrozadas. En Murcia intentan asaltar el Centro de Falange, siendo rechazados a tiros. En San toña (Santander) se amotinan los presos y acometen a los soldados, resultando tres presos muertos y cinco heridos. En Zaragoza se generaliza el tiroteo por toda la ciudad y se producen varios heridos. Día 20: En Jumilla (Murcia) se declara el comunismo libertario, produciéndose enormes desmanes. En Melilla se intenta quemar la iglesia del Sagrado Corazón. En Betanzos (La Cor uña) se quema una imagen del Corazón de Jesús. En Elche (Alicante) incendian el Convento de las Mercedes y la iglesia parroquial de San Juan, asaltan la residencia de Padres del Corazón de María y resultan dos muertos y varios heridos. En Palma del Rio (Córdoba) son destrozadas las imágenes de la iglesia y asaltan y destrozan un convento de monjas. En Palomares (Sevilla) intentan asaltar y quemar la iglesia. En Monte jaque (Málaga) es asaltada la iglesia y destrozadas seis imágenes. En Benaoján (Málaga) incendian la parroquia, y queda completamente destruida. En La Coruña incendian la iglesia del Sagrado Corazón, destrozando muchas imágenes y ornamentos sagrados. En Torres de Berrellén (Zaragoza) asaltan la iglesia, derriban las imágenes y se llevan el dinero de los cepillos. En Almería intentan quemar la iglesia de los franciscanos y las parroquias de las barriadas de Los 446

Molinos y Cañadas. En Torreagüera (Murcia) saquean la iglesia, queman las imágenes en la vía pública y destrozan los objetos de culto. En Béjar (Salamanca) incendian la iglesia parroquial de El Salvador y queda completamente destruida. En Palma del Río (Córdoba) intentan quemar un convento. En Carmona (Sevilla) intentan asaltar el cuartel de la Guardia Civil, resultando heridos un sargento y dos asaltantes. En La Rambla (Córdoba) los concejales del 14 de abril acometen a tiros, palos y pedradas a los gestores, resultando siete heridos graves, e incendian el archivo municipal y destrozan el mobiliario. En Málaga apedrean e incendian el diario La Unión Mercantil, se produce un vivo tiroteo y hay un muerto. En Murcia incendian La Verdad y destrozan Levante Agrario, intentan incendiar la iglesia del Carmen; hay un fuerte tiroteo y resultan un muerto y varios heridos. En Barcelona intentan incendiar la iglesia parroquial de Sans, y a consecuencia de una manifestación separatista se produce un muerto, siete heridos graves y muchos leves. En Granada apedrean e intentan asaltar el periódico El Ideal y hieren a tiros por la espalda a un propietario. En Chinchilla (Albacete) se produce un muerto al intentar fugarse los reclusos del penal. En Pontevedra apedrean al periódico El Diario. En Alcalá de Henares (Madrid) asaltan el Centro de Acción Popular y queman los muebles. En Aguilar de la Frontera (Córdoba) asaltan la Comunidad de Labradores y se apoderan del dinero. En Ciudad Real asaltan un local tradicionalista. En Melilla asaltan el Casino Radical v Centro de Acción Popular. En Puente Genil (Córdoba) asaltan varios establecimientos. En Santander intentan asaltar el Centro de Falange Española. En Betanzos (La Coruña) es saqueado el Centro de Acción Popular, incendian el Casino y apedrean varias casas particulares. En Cartagena incendian el local de Acción Popular. En Elche (Alicante) incendian el Centro de Derechas y el Casino Radical, quemando la documentación y el mobiliario del primero y todo el edificio del segundo; incendian el Casino y los locales de Acción Popular, Falange Española y Casino Ferrolano. En La Línea (Cádiz) son asaltados los centros de Acción Popular y de Falange y apedreado el Casino; las personas de derechas son agredidas e insultadas. En Marchena (Sevilla) es tiroteado el conserje de Acción Popular, asaltan el Casino y destrozan el mobiliario. En Murcia asaltan el Círculo Tradicionalista y el de Acción Popular e incendian un bar. En Palma del Río (Córdoba) asaltan y queman los muebles del centro de Acción Popular; asaltan varias casas particulares y las sucursales de varios bancos. En Palomares (Sevilla) asaltan el local de Acción Popular y queman los muebles. En Pontevedra es asaltada una fábrica de alpargatas 447

del presidente de la Patronal, asaltando también los centros de Acción Popular y Partido Radical, donde queman los muebles. En Santiago de Compostela asaltan los locales de la Unión Regional de Derechas, Círculo Tradicionalista, Bloque Nacional, Juventud de Acción Católica de Santa Susana, de San Miguel y de la Buena Prensa. En Huelva asaltan el centro de Acción Popular. En Herrera (Sevilla) queman el archivo municipal. Día 21: En Ruitelán (León) pretenden incendiar la iglesia. En Saucejo (Sevilla) intentan quemar la iglesia. En Fuentes de Andalucía (Sevilla) intentan quemar la iglesia. En Peñaflor (Sevilla) es asaltada la iglesia y las imágenes sacadas a la calle. En Cartagena intentan quemar la iglesia de Santa Lucía. En Oviedo insultan e intentan acometer en la calle a un sargento; apedrean a los guardias de Asalto, produciéndose tres heridos; apalean a un joven de Acción Popular; los extremistas buscan en sus domicilios a las personas que durante la revolución de octubre estuvieron al lado de la fuerza pública. En Zaragoza es apaleado brutalmente un miembro de Acción Popular, impidiendo los guardias que le mataran. En Oviedo intentan quemar el diario La Voz de Asturias y asaltan los Centros de Derecha. En Alcoy (Alicante) es asaltado el local de la Gaceta de Levante. En Ceuta incendian los talleres del Faro de Ceuta. Día 22: En Chillón (Ciudad Real) fuerzan la puerta de la ermita del Cristo y celebran dentro un baile. En Castellón es expulsado el párroco de Sarratella por el alcalde, organizándose un baile dentro de la iglesia. En Jaén apalean a un joven creyéndole falangista. En Pinar (Granada) una manifestación insulta y tirotea a la Guardia Civil: dos heridos. En Vitoria apedrean el periódico La Libertad. En Iznalloz (Granada) intentan asaltar el Casino. En Palma del Río (Córdoba) son asaltadas y destrozadas las principales casas del pueblo; son incendiadas varias iglesias y conventos; robos en molinos aceiteros, casas particulares y varias tiendas. En La Rambla (Córdoba) al tomar posesión del Ayuntamiento los elementos del Frente Popular hacen comparecer a la fuerza a los concejales destituidos, que son encerrados, cacheados y robados, y agredidos con armas blancas y de fuego: cinco heridos graves. En Puente Genil (Córdoba) son asaltados los casinos Liceo y Agrario, varias casas particulares y el calabozo municipal, dándose libertad a los presos; es agredido y apaleado, resultando gravemente herido, el señor Morales Delgado, por negarse a saludar con el puño en alto. En Aguilar (Córdoba) es asaltado, robado e incendiado el edificio de la Comunidad de Labradores; es herido y arrastrado el jefe de los guardias jurados de la Comunidad, Antonio Urbano. En Posadas (Córdoba) es asaltado y destrozado el Casino. En 448

Coronada (Córdoba) es incendiada la iglesia del pueblo. En Fuente Carreteros (Córdoba) son asaltadas fincas y molinos, con robo de aceite. En Bujalance (Córdoba) es robada casi toda la aceituna; tirotean al patrono don José Navarro y muere una hija de éste; las casas de los propietarios del pueblo son registradas y quedan precintadas con el sello de la sociedad anarquista La Armonía. En Montemayor se obliga a abandonar el pueblo, mediante oficio conminativo, al presidente del Casino Republicano Progresista, señor Moreno Martínez, produciéndose también desmanes innumerables. Son asaltadas fincas en los términos de Córdoba, Montilla, Puente Genil, La Carlota, Fuente Carreteros, La Victoria, Villanueva del Rey, Belmez, Hinojosa del Duque, Montalbán, Lucena, Bujalance, Montemayor, Monturque, Fernán Núñez, Montoro, Cañete de las Torres, Encinas Reales, etc., etc. En Villafranca, la sociedad obrera El Despertar repartió por sí varias fincas entre los 200 afiliados a la misma. Día 23: En Manzanares (Ciudad Real) violentaron las puertas de una ermita y lo destrozaron todo; a un Santo Cristo le cortan la cabeza y los pies. En Orense se produce una reyerta entre comunistas y falangistas resultando siete heridos; un joven es acuchillado cuando salía de la catedral. En Rechina (Almería), en un simulacro de entierro de una persona derechista, tirotean a la Guardia Civil y resulta un muerto; es asesinada una persona de derechas. En San Juan de Aznalfarache (Sevilla) se produce una reyerta política; aparece un hombre acuchillado en el cuello. En Bilbao intento de agresión a un joven a quien creen falangista. En Zaragoza, cacheo y apaleamiento, por un grupo, de un joven que creen falangista. En Jaén, asaltan el Diario de la Mañana y destrozan las máquinas. En Miranda de Ebro (Burgos) intentan asaltar el centro de Acción Popular; asalto e incendio del Círculo Tradicionalista; apedrean el Casino e intentan incendiar el local de Acción Católica. Día 24: En Betanzos (La Coruña) se intenta quemar la iglesia de Santa María. En Pechina (Almería) es asesinado el falangista José Díaz García. En Busto de Bureda (Burgos) violentan la puerta de la iglesia parroquial, destrozan una imagen y roban el copón, la corona y otras alhajas. En Gamonal (Burgos) violentan las puertas de la iglesia y destrozan las Imágenes. En Tardajos (Burgos) se producen robos sacrílegos, así como en otros pueblos de la comarca. En Granada violentan la puerta del convento de las Tomasas y se llevan numerosos objetos. En Antequera (Málaga) violentan la puerta de una iglesia, se apoderan de las imágenes y colocan una bandera roja. En El Pedroso asaltan el centro de Acción Popular y hieren gravemente a un afiliado; se intenta asaltar el 449

Casino. En Portugalete (Vizcaya) dos jóvenes católicos son apaleados por un grupo de veinte individuos. En Lérida estalla un cartucho de dinamita en la casa rectoral de Barch. En Lavadores (Pontevedra) es asaltado el local de Acción # Popular y destrozados los muebles. Día 25: En Campanillas (Málaga) violentan las puertas de la iglesia y sacan a la calle las imágenes. En Sevilla hieren de dos balazos a un falangista y tirotean y hieren con porras a otro. En Torrelavega (Santander) es tiroteado el súbdito belga Van der Eyndem. En Vigo prenden fuego al establecimiento tipográfico de un derechista. Día 26: En Málaga es asesinado un falangista, Antonio Díaz Molina, albañil de oficio. En Calatorao (Zaragoza) asaltan las bodegas de un miembro de Acción Popular. En Torres de Cotillas (Murcia) asaltan el Ayuntamiento y se apoderan del dinero. Día 27: En el barrio de Vallecas (Madrid) es asesinado el obrero falangista José Rodríguez San tana. En Tuilla (Oviedo) estallan dos petardos en el domicilio de un médico derechista. En Bilbao son apaleados tres jóvenes por suponérseles falangistas y luego ingresan en la cárcel. En Sevilla se producen varios atracos. En Madrid, cuatro individuos buscan en su domicilio a un afiliado de Falange y al no hallarle disparan contra la madre y un hermano. En Zuera (Zaragoza) asaltan la sucursal del Banco Zaragozano y se llevan 50.000 pesetas. En Alhambra (Granada) un grupo de cuatrocientos hombres invade varias fincas. En Sevilla se produce una colisión entre falangistas y elementos rojos. Día 28: En Sotrondio (Oviedo) unos sujetos amenazan de muerte a un tratante por ser derechista. En Málaga asaltan un establecimiento y hieren al dueño. En Sevilla son tiroteados y heridos los falangistas Fernando Muñoz y Manuel Ruiz. En Barcelona se producen en este día 35 robos. En Sevilla se cometen siete robos y un atraco; se apoderan de un auto y le prenden fuego. Día 29: En El Ferrol incendian la iglesia de Santa María del Villar. En La Felguera (Oviedo) multan al párroco por asistir con cruz alzada al entierro de un joven que había sido asesinado; estallan cartuchos de dinamita en la casa de Manuel Vázquez. En Las Palmas se intenta asaltar la iglesia de los Franciscanos. En Gijón es asesinado el contramaestre de carga y descarga del puerto de Musel. En Castro Urdiales (Santander) estalla una bomba en el edificio de don Leopoldo Corza, derechista. En Barcelona, atraco al cobrador de una fábrica; atraco a un chófer; asalto a una fundición; asalto a una lechería. En La Carolina (Jaén) agreden a un 450

joven afiliado al partido radical. En Vigo intentan asaltar las oficinas de la Sociedad de Abastecedores de Aguas; intento de asalto contra los talleres de fundición de F. Zúñiga. En Posadas (Sevilla) asalto al centro de Acción Popular. En Arucas (Las Palmas) asalto al Ayuntamiento y destrozo de muebles. Este es el cuadro que ofrece España en los primeros días del Frente Popular. El comienzo de una etapa de terror e ignominia. El día primero de marzo se celebra en Madrid y en otras capitales la conmemoración del triunfo frentepopulista con manifestaciones de júbilo. La de Madrid sobrepasa con mucho a todo lo visto hasta entonces, en cuanto se refiere a exhibiciones populares. Unas 250.000 personas se asociaron a ella, según cálculo formal y prudente. Es indudable que fueron muchos los que acudieron por curiosidad y por ese afán novelero tan madrileño que “lleva a Vicente a donde va la gente”. Se incorporaron también las huestes de los partidos republicanos de izquierda, con Martínez Barrio y otros burgueses a la cabeza, que contestaban con amables sonrisas al saludo puño en alto que les hacían las muchedumbres, más orgullosas que nunca de su poder, al sentirse dominadoras de la capital de España. Pero si en la manifestación figuraban todos los que constituían el Frente Popular, quienes le dieron carácter, color y aliento fueron las organizaciones socialistas y comunistas. Dominaban aquel océano humano los retratos predilectos de la revolución: Lenin, Stalin, Dimitroff... Pasaban innúmeras las milicias uniformadas, los radios comunistas, los ateneos libertarios, los pioneros... Como un redoble, más bien como ese misterioso tamtam que suena entre los bosques impenetrables del Africa ecuatorial para llamar a la guerra y a la muerte, aquellos hombres repetían incansables el grito que fue consigna durante la revolución de octubre en Asturias: “¡U. H. P.!” “ ¡U. H. P.!” Así cien y mil veces repetido este grito, como retumbar de timbales que acompasaban el desfile de odio y de venganza: “¡U. H. P.!” “¡U. H. P.!” La manifestación se detuvo ante el palacio de la Presidencia del Consejo, en la Castellana. Azaña recibió el saludo de unos comisionados, que le invitaron a asomarse al balcón. Así lo hizo. Las masas se conmovieron con su presencia, como rugen las fieras a la vista del domador. “La República —gritó Azaña— la ha reconquistado el pueblo y no se la dejará arrebatar...” Y expresó luego su satisfacción “por la alegría 451

y el júbilo demostrados por las conquistas realizadas y por las que se iban a realizar”. Una vez disuelta la manifestación, durante toda la tarde perduran los desfiles por Madrid; ensoberbecidas y retadoras las milicias rojas, imponen a su arbitrio su despotismo y su insolencia. El 21 de febrero “se concede amnistía a los penados y encausados por delitos políticos y sociales”, según decreto votado por la Diputación permanente de las Cortes. El 23 salen a la calle todos los que estaban presos con motivo de la revolución marxista y separatista de octubre. De Norte a Sur y de Este a Oeste, muchedumbres coléricas, con sus pendones rojos, pasean avasalladoras por las calles a quienes acaban de sacar victoriosos del presidio. Por un nuevo decreto, publicado el 1 de marzo, quedaban obligadas todas las empresas “a readmitir a todos los obreros que hubiesen despedido por sus ideas o con motivo de huelgas políticas” y asimismo “a restablecer en sus negocios, establecimientos o talleres, las plantillas que estuviesen vigentes en 4 de octubre de 1934”. Al propio tiempo quedaban obligadas a indemnizar a los readmitidos “por el tiempo que estuvieron privados del ejercicio de su función”. Puede suponerse el efecto que produjo esta disposición en los patronos. Acudieron al Gobierno con la pretensión de que se les eximiese del pago de las indemnizaciones, alegando que en octubre de 1934, al rescindir los contratos de trabajo con los obreros que se negaban a reanudarlo “se limitaron a cumplir la ley tal como había sido interpretada, no sólo por el ministro de Trabajo en aquel entonces, sino por el propio ministro socialista en su resolución del 10 de febrero de 1932”. Obedecieron, pues, órdenes del Gobierno, dictadas en defensa del orden público y de la continuidad de la vida nacional, y con ello acataron los designios del Poder, como tendrían que hacerlo inexcusablemente en el futuro, si las situaciones de perturbación se repitieran. Aunque eran fuertes y de peso las razones ni fueron oídas ni merecieron la menor atención. De este modo, el asesino del patrono, el criminal que mató al apoderado, volverá glorificado al taller y a la fábrica, a recuperar el puesto que perdió al entrar en presidio y a i percibir los jornales devengados. En Toledo se pudo asistir al espectáculo, infame y macabro, de un camarero llevado en manifestación jubilosa al café de la. plaza de Zocodover, donde se hallaban enlutadas la viuda y las hijas del 452

dueño, pocos meses antes asesinado; por aquel criminal, que regresaba triunfador a reclamar ‘ el puesto y los jornales “que le correspondían por derecho”. Pero no basta que los patronos admitan a los obreros despedidos, es necesario que a la vez expulsen a todos los trabajadores que los reemplazaron. Miles de obreros quedan en total desamparo. Para ayudarlos abre el día 5 A B C una suscripción, pero los donantes son escasos y la mayoría se oculta en el anónimo. Muchas gentes adineradas rehúsan cobardemente su ayuda a los obreros despedidos, ante el temor de posibles represalias de los marxistas. Toda España sufre por estos días la convulsión epiléptica de los frentepopulistas, pero, sin duda, es Madrid la ciudad más castigada. La calle se ha convertido en palenque de lucha, y por el menor motivo prende la disputa y sobreviene el alboroto con su secuela de estacazos y tiros. Los más leves gestos pueden transformarse en provocación que degenera en motín. Madrid se levanta estremecido por un rumor y se acuesta aterrado por trágicos augurios, para dormir sobresaltado su cotidiana pesadilla. Cruzar la ciudad supone ir en constante riesgo. El día 12 de marzo, un grupo de comunistas que cacheaba a la gente por las calles, pistola en mano, insolencia que ya era habitual, detuvo en el paseo de Sagasta a dos jóvenes llamados Juan José Olano Orive, de dieciocho años, y Enrique Valdosel, de diecisiete. Mostraron ambos su carnet de estudiantes. Uno de los sicarios les dijo: —Vosotros sois fascistas. Los jóvenes callaron. —¡Seguid! —les conminaron. Apenas habían avanzado unos pasos cuando dispararon sobre ellos y los derribaron mortalmente heridos. Este mismo día otro transeúnte resultaba herido por un disparo, y para explicar el suceso se dijo que había saludado a la manera fascista. La réplica a esta caza inhumana, que con idéntica crueldad se realizaba en provincias, no se hizo esperar. En la mañana del día 13, en el momento en que el diputado socialista Luis Jiménez de Asúa salía de su casa, unos jóvenes que espiaban en la acera de enfrente dispararon contra él con una pistola ametralladora. El diputado resultó ileso, y en cambio fue 453

alcanzado y muerto un policía encargado de su custodia llamado Jesús Gisbert. El entierro del policía Gisbert es una manifestación agresiva y retadora, a la manera soviética tan en boga. El público se ve obligado a saludar puño en alto, y la negativa se castiga en el acto por parte de las milicias socialistas y comunistas, que rugen en el cortejo. Acabado el entierro, las turbas se adueñan de las calles, y estiman que el acto queda incompleto si no se le subraya con una rúbrica a su estilo. —¡A San Luis! ¡A San Luis! — ¡A La Nación! —gritan otros. A los pocos momentos las llamas se ceban en la iglesia parroquial que se alzaba en la calle de la Montera y en el periódico monárquico. Un tercer resplandor denuncia el incendio que se inicia en la iglesia de San Ignacio. Los guardias de Asalto rechazan a los incendiarios que se dirigían al diario A B C y los requetés, que hacen guardia en su periódico El Siglo Futuro, ahuyentan a tiros a los amotinados que intentan asaltarlo. Sucesos como los relatados eran ya cotidianos en todas las provincias españolas. Para dar una idea del ¡ambiente “democrático” que imperaba por estos días, hagamos un pequeño balance de lo ocurrido en la primera quincena del mes de marzo:. Día 1: En Badajoz asesinan a puñaladas al dere1 chista Valentín Gómez Valle. En El Coronil (Sevilla), una manifestación se tirotea con la Guardia Civil, resultando un muerto y varios heridos. En Limodre (La Coruña) incendian la iglesia. En Bollullos (Sevilla) destrozan la imagen de la Patrona del pueblo, hecha de azulejos, del siglo XVII. En San Sebastián es asaltado el Centro Tradicionalista. En Barcelona los obreros se incautan de una gran fábrica de géneros de punto. Día 2: En Oviedo cincuenta individuos apalean a un joven y le dejan por muerto. En Bilbao atracan al cobrador Pascual Ibarrondo. En Sevilla asaltan un establecimiento de la calle del Amor de Dios, destrozándolo. En Montefrío (Granada) un grupo, capitaneado por dos guardias municipales, asalta un cortijo y roba la aceituna. En Orgival (Granada) quince individuos asaltan un monte del Estado, meten ganado a pastorear y destruyen 88.000 pinos jóvenes. En Pasajes (Guipúzcoa) unos extremistas maltratan a unas muchachas tradicionalistas. 454

Día 3: En Salamanca hieren de un balazo al joven Telesforo Blanco por llevar una insignia de Falange en la solapa. En Suances (Santander) se produce un tiroteo entre adversarios políticos; son detenidos seis falangistas. En Arenas de San Pedro (Avila) apalean a unos jóvenes derechistas. En Tocina (Sevilla) intentan linchar a un muchacho por llevar a la estación la maleta de un guardia civil; es herido a pedradas y escopetazos. En Sevilla atracan a Manuel Cordero y Joaquín Vázquez. En Torrevieja (Alicante) incendian una ermita en la plaza de Fermín Galán y la iglesia de la Inmaculada; incendian el hotel Gómez y el Círculo Radical, después de haber sido ambos edificios destrozados; queman el archivo y el registro municipal; son detenidos el propietario del hotel, el párroco y dos hermanos suyos. En Manzanares (Ciudad Real) incendian los edificios de don Miguel Gómez y del doctor Muñoz. Día 4: En Alcalá de Henares, tiroteo en la plaza Mayor, resultando cuatro heridos; elementos izquierdistas cachean y apalean a los derechistas. En Lavadores (Pontevedra) apedrean y hieren al párroco de San Sebastián. En Peñacerrada (Vitoria) apalean al párroco. En Marbella (Málaga) intentan quemar la iglesia y destruir las imágenes. En Alcantarilla (Murcia) intentan asaltar e incendiar el Centro de Acción Popular. En Madrid, durante el entierro de un socialista, con el pretexto de que una señora ha saludado con la mano extendida desde un balcón, asaltan la casa. Día 5: En Barcelona atracan a un cobrador. En Melilla tirotean desde un automóvil al director de un semanario de Acción Popular. En Alcalá de Henares, con motivo de la huelga general, violentan la puerta de la iglesia que fue de los jesuitas, amontonan las imágenes y los bancos y les prenden fuego; incendian también el convento de las Magdalenas y la iglesia de Santiago, y pretenden hacer lo mismo con las de San Esteban y Carmelitas. En Cárcer (Valencia) asaltan una ermita y arrojan una imagen a una acequia. En Bilbao asesinan a don José María Maura Gamazo. En Crevillente (Alicante) es agredido el falangista Manuel Flores; al defenderse hirió a tiros a dos de los atacantes. Día 6: En Madrid son atacados desde un coche, a tiros de pistola ametralladora, unos obreros falangistas cuando salían de trabajar en la demolición de la vieja plaza de toros; resultaron muertos José Urra Gofii y Ramón Faisán, y heridos graves Manuel Chopera y Rafael Lacambra; cuando estos últimos eran evacuados desde la Casa de Socorro al hospital, un grupo de marxistas profirió insultos contra la Falange; los falangistas 455

que presenciaban el traslado atacaron al grupo, al que causaron varias bajas. En Puebla de Almoradiel (Toledo) un grupo de marxistas tiroteó e hirió al falangista Miguel Sepúlveda, y cuando estaba en el suelo lo remató a culatazos. En Madrid es herido gravísimamente a balazos Segundo Jiménez, dueño de una lechería y afiliado a Falange; es herido muy grave el obrero Baldomero Peña; un individuo tirotea a los guardias en la Gran Vía. En Ares (La Coruña) apedrean el casino y hieren a tres personas; asaltan y destruyen el Centro de Acción Popular. En Baracaldo (Vizcaya) un tradicionalista es tiroteado por extremistas y luego detenido. En Zaragoza unos extremistas apalean al joven Antonio Ortega. En Barcelona atracan al cobrador Francisco Letjós y le roban 3.500 pesetas, dejándole gravísimamente herido. En Lo ja (Granada) es atracado Francisco Granados. En El Puig (Valencia) violentan la puerta de la iglesia y profanan las imágenes y objetos del culto. En Santander un grupo de socialistas asesina a José Aumendi, en venganza porque trabajó durante la revolución de octubre. En Pamplona, a consecuencia de un intento de asalto al Diario de Navarra, se entabla un tiroteo, en el que resultan diez heridos; un grupo de comunistas asalta la Diputación, se proclaman gestores e izan la bandera roja, hasta que son expulsados por fuerzas de Asalto. Día 7: En Puebla de Almoradiel (Toledo) la autoridad había prohibido el entierro católico de Miguel Sepúlveda, asesinado el día anterior, y cuando los falangistas se dirigían al domicilio del alcalde para conseguir el permiso, fueron recibidos con descargas, resultando muertos Ramón Perea y Tomás Villanueva y heridos siete más. En Palma del Condado (Huelva) son destruidas varias imágenes religiosas. En Bilbao es acorralado, perseguido y tiroteado el abogado Enrique Iruegas. En La Carolina (Jaén) es amenazado de muerte y golpeado brutalmente el vendedor de un periódico derechista. En Sevilla es tiroteado y herido gravísimamente un individuo de derechas. En Madrid es herido muy grave de dos balazos Ladislao Torres. En Niebla (Huelva) es incendiada y destruida la histórica iglesia parroquial, joya del siglo xi. En Avilés (Asturias) asaltan con pistolas el local del Sindicato Autónomo de oficios varios y se llevan libros y documentación. En Somorrostro (Vizcaya) asaltan un establecimiento de don A. Martínez. En Barcelona asaltan una tienda del pasaje Vilanova y dos lecherías. Día 8: En Cádiz una manifestación se apodera de la bandera alemana que ondea en el Consulado y la destroza; incendio de iglesias; las turbas asaltan el colegio de los Marianistas; causan grandes destrozos, arrojan 456

muebles y objetos a la calle, sobre los que dejan una enorme bandera roja con la inscripción; “Casa del Pueblo”; asaltan el colegio de Paúles y arrojan cuanto hallan a la calle y lo prenden fuego; incendian la iglesia parroquial de la Merced, el convento de Santa María, el seminario de San Bartolomé, las escuelas de Padres de Familia, las iglesias de San Pablo, la Divina Pastora y el colegio de Villa; se produce un muerto. En Laredo (Santander) un grupo de treinta rojos agredió a dos falangistas; al rechazar éstos la agresión a tiros resultó herido un marxista. Día 9: En Gabiego (Oviedo) es incendiada y destruida la iglesia parroquial. En Villamediana (Logroño) fue incendiada la iglesia parroquial, que quedó destruida. En Tudelilla (Logroño) intentan quemar la ermita del pueblo. En Valbuena (León), mientras celebraba misa el párroco, un joven le descargó un garrotazo en la cabeza hiriéndole de gravedad. En Jerez de los Caballeros (Badajoz) una manifestación rompe la puerta de la iglesia de los Misioneros del Corazón de María, destrozando las imágenes, bancos, confesionarios; mutilan y arrastran un Cristo. En Granada intentan incendiar la iglesia de San Matías y el convento de Carmelitas Descalzas. En San Fernando (Cádiz) un grupo forzó la puerta de la iglesia de San Pablo y la sacristía, destrozó varias imágenes y prendió fuego a seis altares. En Baracaldo (Vizcaya) los tradicionalistas Jaime Villamor y José Hernández fueron tiroteados por la espalda; el primero resultó muerto y el segundo gravísimamente herido. En Palencia unos grupos quisieron cachear a don Jesús Alvarez Barón y a un hermano suyo; éstos sacaron una pistola, diciendo que sólo se dejarían cachear por la fuerza pública; un guardia de Asalto disparó sobre Jesús y le mató; otros grupos hirieron gravemente de arma blanca al abogado falangista Manuel Santamaría. En Toledo un grupo apaleó a Francisco F. Maroto; un cabo de Asalto le defendió y fue acorralado por las turbas; hubo un muerto y dos heridos. En Escalona (Toledo) elementos del Frente Popular quisieron agredir a dos individuos de filiación contraria; éstos se defendieron con un estoque y una escopeta, resultando cuatro muertos y dos heridos; la Guardia Civil es agredida a pedradas y resultan doce heridos. En Castril (Granada) elementos de la Casa del Pueblo tirotean a tres guardias, resultando dos muertos. En La Peza (Granada) se produce una colisión de carácter político y resultan cinco heridos. Día 10: En Cehegín (Murcia) es quemada la casa del ‘ párroco y la iglesia; un incendiario resulta muerto. En Valencina (Sevilla) los comunistas asaltan el local en que se guardaban los pasos de Semana Santa, los sacan y exhiben con escarnio y los abandonan en medio de la 457

calle. En El Ferrol son agredidos cuatro tenientes de Artillería. En Segovia asaltan el centro de Acción Popular. En Ecija (Sevilla) asaltan el Casino I Ecijano y el local de Acción Popular. En Granada se declara la huelga general; son incendiadas y totalmente destruidas la iglesia de Nuestro Salvador y el » convento de Santo Tomás de Villanueva; dañadas por incendios, que pudieron ser sofocados, la iglesia de San Cristóbal y el convento de San Gregorio el Bético; destruidos totalmente el teatro de Isabel la Católica, el café Colón, el periódico El Ideal, los centros de Falange y de Acción Popular, una fábrica de chocolate y una finca de don José Taboada; también se intentó incendiar los conventos de Madres Carmelitas de la Presentación, Santa Inés, Santa Catalina de Zafra, San Gregorio el Alto e iglesias parroquiales, destruyéndose valiosas obras de arte. Día 11: En Cehegín (Murcia) son detenidos y apaleados todos los afiliados a Falange. En el Puente de Vallecas (Madrid) asaltan el convento de las Hermanas Pastoras, incendiándole en parte; asaltan el colegio parroquial y el convento anejo y queman en la calle las imágenes y los muebles; asaltan las iglesias del barrio de Doña Carlota; prenden fuego a la puerta de la iglesia de San Román; intentan incendiar dos conventos en la carretera de Valencia y asaltan un colegio católico; son asaltados el domicilio de Acción Popular y el Centro Católico, incendian unos almacenes, saquean la casa de un ex teniente de alcalde, incendian un tejar y un taller de aserrar maderas, el domicilio de un derechista, una tahona, un chalet, dos tiendas de comestibles, una pescadería y una droguería. En Aranjuez (Madrid) es herido de un balazo un individuo izquierdista; como represalia es apedreado el domicilio de don Emilio Martín, que resultó gravísimamente herido con un hacha. En La Coruña los obreros de la C. N. T. atacan a los que trabajan en los fuertes militares, sitian en uno de ellos a más de veinte obreros, impiden que les llegue comida y tienen a los sitiados sin comer cuatro días; uno que se arriesga a salir es gravísimamente herido. En Ciaño (Oviedo) dos obreros son heridos a tiros. En Oviedo los socialistas apalean a un obrero en el café Niza y hieren a un guardia. En Gordezuela (Vizcaya) son heridos a palos y pedradas dos jóvenes derechistas. En La Rué (Orense) se apoderan de la casa rectoral y la convierten en Casa del Pueblo. Día 12: En Vigo son heridos tres derechistas. Er> León hieren al militar retirado don Bautista Bandera En Granada continúan las detenciones, provocaciones, insultos y apaleamientos a personas de derechas. En Madrid arrojan botellas de líquido inflamable contra las 458

puertas de la iglesia del Salvador. En Barcelona incendian una tienda de muebles. En Maracena (Granada) incendian la casa de un farmacéutico, asaltan dos tiendas de comestibles, y quitan las armas a los derechistas para repartirlas después en la Casa del Pueblo. En Pino-Puente (Granada) son incendiadas dos casas. En Madrid la autoridad suspende definitivamente la publicación del semanario falangista Arriba. Día 13: En Madrid son incendiadas y destruidas las iglesias de San Luis y San Ignacio; resultan muertos dos bomberos de los que acudieron a apagar estos incendios; es asaltado e incendiado el periódico La Nación; durante el entierro del policía Gisbert, un joven es apuñalado en la calle del Barquillo; es agredido el jefe militar de día en la calle del Caballero de Gracia; en un tiroteo matan al guardia José de la Cal; es asaltado el café del Norte y saqueada una armería en la calle de Hortaleza. En Barcelona incendian el local de la Comunión Tradicionalista. En Talavera de la Reina (Toledo) apedrean el local de la Juventud Católica y detienen a la directiva. En Guadix (Granada) son incendiados el Liceo Accitano, una farmacia y otros varios locales. En Oviedo un concejal dispara contra el presidente del Pósito de pescadores de Gijón. En Valls (Tarragona) cuatro individuos atracan la sucursal del Banco Hispano-Colonial; la Guardia Civil detiene a uno; otro la tirotea y al repeler la agresión mata al atracador. En Málaga matan de dos disparos al oficial de Prisiones don Carlos Bacler. En Oviedo es agredido con porras un bombero falangista. En Cox (Alicante) un individuo dispara contra el Jefe de la Guardia Municipal; fue detenido y después libertado por la multitud. En Mancha Real (Jaén) un individuo apuñala y hiere gravísimamente al ex alcalde don Antonio Jaimaga. En Alicante son detenidos numerosos falangistas. Día 14: En Oviedo un obrero es gravísimamente herido por un grupo de socialistas que exigió su despido; | tirotean a dos muchachos de Falange y hieren a uno. En Sevilla atracan a Gregorio Montes. En Algeciras (Cádiz) atracan a un camión de pescado y hieren al dueño y al chófer. En Logroño la multitud acosa a unos oficiales e intenta asaltar el cuartel de Artillería; la guardia del cuartel dispara y hace un muerto y varios heridos; son incendiados el convento de la Enseñanza, la parroquia de Santiago, el convento de las Adoratrices, el de las Agustinas, el de las Concepcionistas, el de las Carmelitas y el de los Maristas; son asaltados los centros de Falange, Tradicionalista y Acción Riojana, y queman los muebles en la calle; incendian la farmacia de Araújo; asaltan el Diario de la Rioja y destrozan la maquinaria. En Zuera (Zaragoza) se entabla un tiroteo y resultan doce heridos, cuatro graves; detienen a 50 derechistas. En Alicante 459

veinte individuos asaltan el domicilio de un ex teniente de alcalde y le apalean, dejándole herido de gravedad. En Beniaján (Murcia) incendian la iglesia parroquial, que arde totalmente con todas las imágenes, entre ellas una de Salcillo. En Ribadesella (Oviedo) apedrean el Centro de Derechas e intentan pegar fuego a la librería de Escandón. En Barcelona atracan al Crédito Territorial de Cataluña. Día 15; En Madrid varias centurias falangistas, que al mando de Agustín Aznar repartían un manifiesto escrito por José Antonio después de ser detenido, mantuvieron una prolongada refriega con los marxistas, que tuvo que ser cortada por una concentración de guardias de Asalto, resultando varios heridos. En Pelúgano (Oviedo) el falangista Jesús Velasco disolvió una reunión marxista. En Villena (Alicante) asaltan la ermita de Santa Lucía, San José y San Antonio, sacan a la calle las imágenes y objetos del culto y les prenden fuego. En Monforte incendian la iglesia de San Pascual. En Los Garros (Murcia) es saqueada la iglesia y quemadas las imágenes en la carretera. En Elche (Alicante) unos extremistas apalean brutalmente al obrero derechista José Morán; hacen lo mismo con un joven de Acción Popular y le encierran en un calabozo; se persigue por las calles a las personas de derechas. En Mancera de Abajo (Salamanca) después de un motín se entabla un tiroteo y resulta muerto un niño de tres años y doña Eleuteria Méndez, derechista, y heridas cuatro personas más. En Ecija (Sevilla) grupos de muchachos apedrean las casas. En Barcelona asaltan El Correo Catalán. En Consuegra (Toledo) doscientos individuos armados de escopetas, toman el pueblo, cachean a los derechistas y cercan el cuartel de la Guardia Civil. La sañuda persecución de que era objeto la Falange por parte de las milicias rojas, venía siendo secundada por el Gobierno. El día 13 de marzo son detenidos varios dirigentes de Falange Española, e ingresan en los sótanos de la Dirección General de Seguridad José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda, Raimundo Fernández-Cuesta y otros jefes falangistas. En todas las capitales son apresados también los falangistas que ocupan cargos directivos y se clausuran los escasos centros que aún permanecían abiertos. Poco antes de ser encarcelado José Antonio, el Jefe e la Falange recibió a un mensajero que le había enviado Azaña para advertirle que se guardase, pues en algunos centros proletarios se tramaba su asesinato. José Antonio respondió al Jefe del Gobierno con el mismo mensajero: “Dígale 460

al señor Azaña que vigile por mi seguridad, que es la de él, pues a mi vez le aviso que existen personas para quienes su cabeza responde de la mía.” El día 17 son trasladados los directivos de Falange desde los calabozos de la Dirección General de Seguridad a la cárcel Modelo por haberse abierto sumario contra la Falange por Asociación ilegal. Marchan con el ánimo más entero y resuelto que nunca, persuadidos de que han comenzado para ellos los días negros y difíciles, en los que es necesario suplir con tesón y fe el desánimo y el abatimiento que produce la injusticia. José Antonio, vestido con un “mono” azul, adoctrina a los presos y los gana para la Falange. En el patio de la cárcel, juega a la pelota y al fútbol, de delantero centro. —Me hubiese gustado jugar de extremo izquierda. Pero, ¿qué hubiesen dicho de mí los de El Debate? —comentaba con guasa. Los partidos de fútbol le apasionan. Un juego duro, violentísimo, que practica a diario con el equipo de “políticos” contra los de otras galerías, contra los comunes, contra los de la F. A. I. Una vez le anunciaron la visita de un personaje mientras se preparaba a jugar. —Dile que no estoy —exclamó rápido entre la hilaridad de todos. No pierde el buen humor. Muestra la firmeza de. hombre superior, estoica, mejor dicho, cristiana, que, f lejos de amilanarse ante la adversidad, más bien la domina. Poco antes de ser trasladado a la cárcel, cuando se I encontraba en los sótanos de la Dirección General de Seguridad, escribió José Antonio un manifiesto que decía así: “Como anunció la Falange antes de las elecciones, la lucha ya no está planteada entre derechas e izquierdas turnantes. Derechas e izquierdas son valores incompletos y estériles; las derechas, a fuerza de querer ignorar la apremiante angustia económica planteada por los tiempos, acaban de privar de calor humano a sus invocaciones religiosas y patrióticas; las izquierdas, a fuerza de cerrar las almas populares hacia lo espiritual y nacional, acaban de degradar la lucha económica a un encarnizamiento de fieras. Hoy están frente a frente dos concepciones TOTALES del mundo; cualquiera que venza interrumpirá definitivamente el turno acostumbrado; o vence la concepción espiritual, occidental, cristiana, española de la existencia, con cuanto supone de servicio y sacrificio, pero con todo lo que concede de 461

dignidad individual y de decoro patrio, o vence la concepción materialista, rusa, de la existencia, que sobre someter a los españoles al yugo feroz de un ejército rojo y de una implacable policía, disgregará a España en repúblicas locales —Cataluña, Vasconia, Galicia— mediatizadas por Rusia. “Rusia, a través del partido comunista que rige con sus consignas y con su oro, ha sido la verdadera promotora del Frente Popular español, RUSIA HA GANADO LAS ELECCIONES. Sus diputados son sólo quince, pero los gritos, los saludos, las manifestaciones callejeras, los colores y distintivos predominantes, son típicamente comunistas. Y el comunismo manda en la calle; en estos días, los grupos comunistas de acción han incendiado en España centenares de casas, fábricas e iglesias; han asesinado a mansalva, han destituido y nombrado autoridades..., sin que a los pobres pequeños burgueses, que se imaginan ser ministros, les haya cabido más recursos que disimular esos desmanes bajo la censura de la Prensa. “El Gobierno pequeño-burgués no ha hecho más que capitular en el mes escaso que lleva de vida. He aquí el breve saldo de su labor: “1.º AMNISTIA. Quizá fuera conveniente. Era, desde luego, justa para los dirigidos y alucinados, sobre todo desde que los cabecillas habían logrado la impunidad. Pero el Gobierno no ha podido darla a su tiempo, por sus trámites, sino de cualquier manera, forzando los resortes y, sobre todo, cuando ya las turbas, en muchos sitios, se la habían tomado por su mano. “2.º EL ESTATUTO. También aprisa y corriendo. Completado el acuerdo de la Comisión Permanente con la sentencia presurosamente dictada por el dócil Tribunal de Garantías. Azaña quiere comprar a precio de la unidad de España la asistencia de los catalanes contra los marxistas. Pero a la hora del triunfo marxista, si llega, se encontrará con que Cataluña, así como Galicia, Vasconia y Valencia —las cuatro regiones, nótese la casualidad, donde el socialismo es menos fuerte—, se separan de la quema nacional para constituirse en Estados nacionalistas aparte. Ello será la desaparición de España y la muerte t por aislamiento, de sus tierras interiores. “3.º AYUNTAMIENTOS Y DIPUTACIONES. No han sido REPUESTOS los del 12 de abril, sino nombrados libremente: en los más de los sitios, los que han querido designar comunistas y socialistas Es decir, que en el día de hoy, una parte grandísima de las autoridades 462

locales, con el poder que ejercen sobre la fuerza pública, se pondrían EN CONTRA DEL ESTADO si los comunistas lo quisieran asaltar. “4.º DESPIDO DE OBREROS. Miles y miles de obreros legítimamente colocados, según el orden jurídico nacional, han sido puestos en la calle para que les sustituyan los que, con arreglo a las leyes republicanas del primer bienio, perdieron sus puestos en octubre de 1934. A éstos, además, hay que indemnizarles como si hubieran sido víctimas de despido injusto. Quebrarán con ello numerosas empresas y aumentará el paro. “5.° VEJACIONES. Mientras tanto, el Gobierno, reincidiendo con torpeza increíble en los usos de la anterior etapa de Azaña, gasta la Policía en llevar la zozobra a las casas de los que supone políticamente desafectos: registros, intervención de correspondencia, detenciones arbitrarias, se multiplican. Hay quien lleva más de quince días comunicado en los sótanos espeluznantes de Dirección de Seguridad, comparables con las prisiones de la Edad Media. “6.º DESASTRE ECONOMICO. En vez de buscar, a tono con los tiempos, una dirección estatal, integradora de la economía, con respeto a la iniciativa individual en la base, se está protegiendo la dirección gran-capitalista por arriba, mientras se alienta por abajo la perturbación socializadora y burocrática que los marxistas manejan. Es decir, en vez de sustituir un sistema económico —el capitalista— por otro igualmente completo, se está conservando arriscadamente el capitalismo, pero metiéndole chinas en los engranajes. “7.º DESORDEN PUBLICO. Pese a la censura, nadie ignora ya lo que ha ocurrido en Alicante, en Granada, en Toledo, en Cádiz, en Vallecas, en et mismo corazón de Madrid, a un paso del Ministerio de la Gobernación. Muchos cientos de miles de españoles han visto las llamas de los incendios. Cientos de familias llevan luto por los asesinados. Y hasta en uniformes militares perdura la huella de ultrajes públicos; innumerables pueblos y ciudades de España, incomunicados, han sido presa del pillaje en estos días. “¿Qué harán ante esto los españoles? ¿Esperar cobardemente a que desaparezca España? ¿Confiar en la intervención extranjera? ¡Nada de eso! Para evitar esta última disolución en la vergüenza tiene montadas sus guardias, firme como nunca, FALANGE ESPAÑOLA DE LAS J. O. N. S. 463

“Mientras tantas hinchadas apariencias se hundieron al primer golpe de adversidad, la Falange, sin dinero y perseguida, es la única que mantiene su alegre fe en un resurgimiento de España y su duro frente contra asesinatos y tropelías. Más que a nadie, vayan estas palabras a vosotros, camaradas de todos los rincones de España, cercados por el silencio de la Prensa intervenida, acometidos por la ferocidad de los bárbaros vencedores, vejados por la injusticia de grotescos gobernadores y alcaldes. ¡No desmayéis!; sabed que en sus focos antiguos la Falange se mantiene firme a la intemperie —¿qué más da que le clausuren los centros?—, y que en estas horas de abatimiento colectivo ella rehabilita, con su coraje combatiente, el decoro nacional de los españoles. “En la propaganda electoral se dijo que la Falange no aceptaría, aunque pareciera sancionarlo el sufragio, el triunfo de lo que representa la destrucción de España. Ahora que eso ha triunfado, ahora que está el Poder en las manos ineptas de unos cuantos enfermos, capaces, por rencor, de entregar la Patria entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su promesa y os convoca a todos —estudiantes, intelectuales, obreros, militares, españoles— para una empresa peligrosa y gozosa de reconquista. ¡ARRIBA ESPAÑA!” Este manifiesto se imprimió clandestinamente y fue profusamente repartido por los falangistas que aún no se encontraban en la cárcel. Se corrió el rumor de que hasta Casares Quiroga, Azaña, Martínez Barrio y Alonso Mallol lo hallaron, sin saber cómo, encima de sus mesas de trabajo. Estas acciones de los falangistas, comentadas con odio por unos y con admiración por otros, eran como un chorro de aire fresco en medio de las atmósfera letal que Madrid respiraba, llena de tristes augurios, llena de angustia y terror para los que presagiaban la próxima llamada a sus puertas de las siniestras “brigadas del amanecer”.

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Hacia la dictadura del proletariado

El día 15 de marzo se reúnen las Cortes frentepopulistas en sesión preparatoria, bajo la presidencia de Largo Caballero, cuya credencial fue la primera presentada a la Cámara. Los alrededores del Congreso están invadidos de una muchedumbre en la que predomina el elemento proletario. Leídos los artículos que prescribe la ley, son invitados a ocupar la presidencia el diputado de más edad y los cuatro puestos de secretarios los parlamentarios más jóvenes. Corresponde aquélla por privilegio de años —setenta y cuatro— al monárquico don Ramón Carranza, y las secretarías a los jóvenes Calzada, Uribe, Rufilanchas y Cremades. Se acuerda comenzar las sesiones al día siguiente, y el señor Carranza levanta la sesión. —No basta eso —le increpa un diputado. —¿Qué? —pregunta el señor Carranza. — ¡Que no basta eso! Hay que dar un viva a la República. —¡No me da la gana! —contesta el señor Carranza Estalla el escándalo. Los diputados del Frente Popular se incorporan para vitorear a la República, a Rusia y a la Revolución. Uno de los secretarios, el comunista Uribe, que está Junto al señor Carranza, puño en alto, comienza a entonar La Internacional. Socialistas y comunistas le secundan. Este canto de guerra y de odio es el preludio de la sinfonía parlamentaria que se inicia, y que será trágica e incompleta. Dentro del partido socialista, la escisión entre moderados y violentos se hace a cada instante más profunda. Largo Caballero opina que se debe ir rápidamente a la conquista del Poder por la revolución Indalecio Prieto busca el mismo objetivo por caminos gubernamentales. Cada grupo tiene su periódico. Claridad es el órgano de los violentos. El Socialista sostiene la táctica de Prieto. Polemizan en lenguaje grosero y feroz. Pero mientras se disputa sobre quién ha de prevalecer e imponer su criterio, las masas juveniles socialistas, indisciplinadas y fieras, sin autoridad ni freno que las contenga, se unifican con las juventudes comunistas, y unas y otras no 465

admiten más jefatura que la de Largo Caballero, patrocinada por la Komintern. La candidatura de Largo Caballero es la que triunfa en la elección para regir la Agrupación local de Madrid, y es derrotado González Peña, de la candidatura “derechista”, nombre con que era designada la que defendía Prieto. El partido socialista se pasa con armas y bagajes al comunismo. Margarita Nelken, recién llegada de Moscú, dice en Madrid el 25 de marzo: “La dictadura del proletariado es indispensable para establecer el socialismo. La República burguesa, para los burgueses. Para los obreros, la República socialista... Para dictar justicia de clases no hacen falta magistrados reaccionarios. Basta con un panadero, que no importa que sepa de leyes, con tal que sepa lo que es la revolución...” Y Alvarez del Vayo añade: “Los socialistas no podemos tener confianza en que el Gobierno Azaña administre bien la victoria: la revolución no triunfará hasta que los socialistas y los otros representantes de las clases proletarias no se apoderen del Poder.” Ante 20.000 jóvenes de las milicias socialistas que, uniformados se congregan el día 20 en Tolosa, Carlos Rubera pronostica: “El proletariado mundial tiene fija su mirada en España, que será el segundo país donde se instaure el régimen soviético”. A ello se iba. El alemán H. Gunther, en su libro La guerra de España, dice lo siguiente: “Por todas partes circulaban fantásticos rumores sobre las intenciones del ala izquierda del Frente Popular. Vittorio Codovilla visitaba con frecuencia a los jefes socialistas Largo Caballero, Indalecio Prieto y Julio Alvarez del Vayo, vuelto recientemente de su exilio en Moscú. Y otros agentes del Komintern —Ernó Gerö, Boris Stepanoff y Karl Radek— viajaban también por España, no estando probadas documentalmente cuáles eran sus actividades, aunque es seguro que comunistas y socialistas disponían ya el 27 de febrero de 1936 de una especie de plan revolucionario que tenía por objeto:. 1) la expulsión del presidente Alcalá Zamora; 2) la “eliminación” de todos los oficiales del Ejército; 3) la socialización de todas las fábricas y bancos; 4) la destrucción de las iglesias; 5) la proclamación de una República Soviética española; 6) la eliminación de la burguesía; 7) la implantación del terror; 8) la creación de milicias y de un ejército rojo; y 9) la invasión de la vecina Portugal para el establecimiento de una Federación Soviética Ibérica. 466

“A principios de marzo —continúa diciendo— el Neva, un carguero soviético, descargó en Sevilla algunas docenas de cajas con material de guerra que fue repartido entre los comunistas de las provincias de Cádiz, Badajoz, Cáceres, Córdoba y Jaén, y poco después un segundo vapor ruso, el Jerek, llevó grandes cantidades de armas y municiones a Algeciras, con lo que se amplió el programa de instrucción deportivo-militar de las Juventudes socialistas. Heinz Neumann, un veterano de las rebeliones de Espartaco alemanas, organizaba comités revolucionarios militares que más tarde podrían desempeñar funciones de mando, mientras que Boris Stepanoff, agente búlgaro del Komintern, se ocupaba de formar células entre los soldados y marineros, constituyendo importantes puntos de arranque para ello los obreros de los arsenales y el personal de máquinas de los buques de guerra españoles. “Como organización del Frentepopulismo —sigue Gunther— y bajo el mando de la “troika” formada por Francisco Largo Caballero (socialista), Jesús Hernández (comunista) y Francisco Galán (comunista) se creó un “Soviet Nacional” que disponía de un plan estudiado a toda regla, a base de los llamados Comisariados del pueblo, puestos que debían ser cubiertos por José Díaz (comunista), Luis Araquistain (socialista), Javier Bueno (comunista), Julio Alvarez del Vayo (socialista), Carlos Baraibar (socialista), Jerónimo Bugueda (socialista), Eduardo Ortega (Socorro Rojo) y Julio Mangada (UMR).” El diario comunista Mundo Obrero se dedica a excitar a las masas contra las gentes que no simpatizan con su ideología. Los atentados se suceden. Raro es el día que no caen asesinados varios españoles, acusados de fascistas o de sospechosos de contaminación fascista. En la noche del día 22, cuando entra en su casa de Oviedo el ex ministro de Trabajo don Alfredo Martínez, es asesinado a tiros por unos pistoleros rojos. Don Alfredo Martínez pertenecía al grupo liberal demócrata que acaudillaba don Melquíades Alvarez. Este y otros muchos crímenes son realizados a ciencia y paciencia de las autoridades, cuando no están dirigidos por las autoridades mismas. La crónica negra es por sí sólo más aleccionadora y echa más luz sobre la realidad, que cuanta literatura pudiera hacerse. Por ello y pese a su monotonía, no nos resistimos a transcribirla. Vamos a continuar señalando día por día los hechos más característicos de la ola de anarquía que sumerge a España entera. Continuemos con la segunda quincena de marzo: 467

Día 16: En Carabanzo (Oviedo) asaltan la casa del maestro y le dan muerte. En Luanco (Oviedo) un grupo de extremistas acomete a tiros a dos jóvenes de Acción Católica, hiriéndoles. En San toña (Santander) es agredido un falangista que queda gravísimo. En Cieza (‘Murcia), al ir a hacer un registro en la Casa del Pueblo el delegado gubernativo, es agredido a tiros. En Mieneo (Santander) un grupo de socialistas acomete a personas de ideología contraria. En Sestao (Vizcaya) llaman de noche a la sacristía de la parroquia, sale un joven y hacen sobre él ocho disparos. En Villanueva de Castellón matan a un socio de la Derecha Regional, hiriendo gravísimamente a otro. En Jumilla (Murcia) matan a un socialista que se distinguió en la detención de personas de derechas para ser juzgadas por el Tribunal del pueblo el 18 de febrero; detienen a todos los falangistas del pueblo; cuando iban detenidos por la Guardia Civil los falangistas Jesús Martínez Eraso y Pedro Cutillas, las turbas marxistas cayeron sobre ellos y los mataron a hachazos; quieren desarmar a los guardias y éstos matan a uno y hieren a dos. En Alcaudete (Jaén) los extremistas registran los domicilios de las personas derechistas y encarcelan a veinticinco. En Badajoz son agredidos por las turbas dos derechistas. En Madrid tirotean la casa de Largo Caballero; en otro tiroteo en la calle de Alcalá resultan tres heridos. En Valdecunas (Oviedo) asaltan la iglesia parroquial, sacan las imágenes a la calle y las queman. En Saracho (Alava) asaltan la iglesia parroquial y queman los bancos y altares y arrojan un Santo Cristo al fuego. En Nájera, Navarrete y Lardero (Logroño) son incendiadas las iglesias por las turbas. En Buitrago (Madrid) es incendiada y queda destruida la iglesia parroquial de Santa María, quemándose las riquezas góticas que allí había; 28 imágenes de talla y un Santo Cristo del siglo xi. En Santa Cruz de Múdela (Ciudad Real) son incendiadas la iglesia parroquial y la capilla de la Concepción. En Silla (Valencia) asaltan la iglesia parroquial, sacan las imágenes a la calle y las incendian. En Torreagüera (Murcia) incendian la iglesia parroquial, sacan las imágenes y las tiran a un barranco. En Beniaján (Murcia) saquean el archivo parroquial. En Valencia un grupo rojo de acción, compuesto de unos quince individuos armados de pistolas, asalta el centro de Falange Española; los pocos falangistas que allí se encontraban rechazaron a tiros a los asaltantes, que huyeron precipitadamente después de cubrir la retirada lanzando botellas de líquido inflamable; resultó herido de bala el falangista Bartolomé Beneyto. En Alberique (Valencia) asaltan el local de la Derecha Regional y prenden fuego a muebles y enseres. En Cehegín (Murcia) 468

queman las iglesias de Santa María, la de la Concepción y la ermita de la Peña. Día 17: En Negreira (La Coruña) hace explosión una bomba arrojada a un balcón de la Casa Consistorial. En Vigo un grupo de extremistas agredió a tres derechistas, dejándoles heridos, uno de ellos gravísimamente. En Crevillente (Alicante) intentan incendiar la ermita, rociando las puertas con gasolina. En Alcázares (Murcia) incendian la ermita del Rosario y queman en la carretera la imagen. En un pueblo de la provincia de Sevilla el alcalde, para que no siguieran tildándole de tibio y derechista, sacó todas las imágenes de las iglesias y las metió en la cárcel. En Santander prenden fuego con líquidos inflamables a un chalet de don Domingo Bategón. En Albacete incendian el casino, saquean un establecimiento particular titulado “Albacete religioso”, destrozándolo todo; saquean y causan destrozos en el local de los estudiantes católicos; asaltan el Club Cinegético y hacen una hoguera en la calle con los muebles; asaltan el domicilio de Acción Popular, sacan los muebles y los queman; incendian las parroquias de San Juan y de San José, y se intenta quemar la de la Purísima; apedrean la redacción del Diario de Albacete. En Cieza (Murcia) unos seiscientos individuos asaltan las viviendas de las personas afiliadas a partidos derechistas y las registran, llevándose dinero y alhajas; cierran varios comercios propiedad de derechistas y destrozan el Círculo de Recreo; son detenidas unas 80 personas de derechas; fue herido de gravedad el médico señor Parra; tienen que salir del pueblo todos los sacerdotes, Día 18: En Oviedo un grupo de extremistas se dedican a cachear a los derechistas; suenan tres disparos y cae herido un comunista. En Pegalajar (Jaén) a la salida de un mitin comunista apuñalan bárbaramente a un guardia urbano. En Barcelona dos pistoleros atracan a un cobrador; disparan contra el encargado de una obra y le matan; estudiantes separatistas acometen a otros de Falange y se produce un tiroteo en el Instituto Balmes. En La Coruña dos pistoleros atracan a un armador. En Mendavia (Navarra) un grupo marxista, capitaneado por el alcalde, tirotea a dos falangistas, resultando herido Martín Martínez de Espronceda, que falleció después. En Espinoso (Alicante) declaran la huelga general para pedir la detención de seis derechistas, y las autoridades acceden. En Elche (Alicante) un grupo armado desarmó a tres guardias jurados de la Comunidad de Labradores. En Orcheta (Alicante) la nueva Gestora expulsa al cura párroco y se apropia de tres fincas. En Oviedo tirotean a Jesús González Marinero. En Santander tirotean al guardián del Banco Español de Crédito. En Villazopeque (Burgos) acometen por la 469

espalda con una hoz a Fernando Salvador; se entabla una reyerta y resulta un muerto y varios heridos. En Boñar (León) es agredido a palos el falangista Manuel Moratiel, quedando herido de consideración. En Manzanares (Ciudad Real) es detenido y agredido don Manuel Juan Hernández, y se intenta el asalto al establecimiento del ex alcalde señor Sanromá. En Muía (Murcia) es hallado asesinado el ex alcalde de Acción popular don José Martínez Fernández. En Bañugues (Oviedo) los extremistas intentan asaltar la Iglesia. En Almansa (Albacete) asaltan el convento de monjas Agustinas, y después de quemar muebles y enseres, prenden fuego al edificio, que queda destruido; asaltan la casa rectoral e Incendian la ermita del cementerio viejo. En Yecla (Murcia) son incendiadas todas las iglesias del pueblo, incluso el santuario de la Patrona. En Polanco (Santander) incendian la iglesia parroquial y Ja reducen a escombros. En Encinas (Alicante) incendian la ermita. En Almudévar (Huesca) asaltan la ermita y prenden fuego a los bancos y a la imagen de la Virgen. En Monteagudo (Murcia) es saqueada la iglesia y queman las imágenes en la carretera. En La Coruña intentan asaltar el periódico El Ideal Gallego; asaltan el local de la C. E. D. A., arrojan los muebles a la calle y los destrozan; hacen lo propio en el centro de Renovación Española; asaltan el Club Náutico y arrojan a la bahía los muebles y enseres. En Torrelabradllla (Jaén) un grupo de extremistas prenden fuego a varios cortijos. En Zaragoza asaltan Ja tienda de mármoles y objetos artísticos de don Joaquín Bertrán y rompen las lunas y otros objetos; también causan destrozos en otros lugares. Día 19: En La Encina (Salamanca) Jos extremistas Incendian la única iglesia, que queda reducida a cenizas, En Caudete (Albacete) las turbas Incendian dos ermitas. En Campanillas (Málaga) prenden fuego a la iglesia. En Monteagudo (Murcia) es saqueada la Iglesia del pueblo y como una mujer se llevara a su casa la imagen de San Cayetano, Patrono del pueblo, la obligaron a que ella misma la echara a las llamas. En Piñeras (Oviedo), en la parroquia de Soto un grupo de Izquierdistas apaleó al joven Francisco Alvarez Díaz, de Acción copular, y luego le arrojaron por un precipicio, matándole. En Castro-Urdiales (Santander) en una reyerta entre falangistas y marxistas resultan tres heridos graves; se intenta incendiar el Círculo Católico. En San Sebastián un grupo de izquierdistas mata a tiros al nacionalista José Aramburu Lasarte. En Avila veinte individuos apalean al falangista de dieciséis años, Ramón Ferrer Núñez hiriéndole de gravedad. En Jaén son detenidas varias personas por dar vivas a España. En Córdoba tres falangistas son agredidos a palos por un grupo socialista, 470

que intenta echar al río a uno de ellos. En Lora del Río (Sevilla) entra un grupo de individuos en la prisión y matan a dos oficiales de prisiones. En Sanlúcar la Mayor (Sevilla), después de ser cacheado un joven de Acción Popular, dos socialistas le apalean brutalmente. En Almansa (Albacete), en el lugar conocido por La Fuentecilla, donde hay numerosas casas habitadas por gente modesta, penetran en ellas y, después de destrozar los muebles y enseres, dejaron unos carteles que decían: “El Comité Revolucionario Rojo”. En Valladolid los falangistas hacen estallar una bomba en la Comisaría de Policía; se detiene a Onésimo Redondo y otros dirigentes. Día 20: En Castro-Urdiales (Santander) varios grupos marxistas asaltan el Círculo Católico, el Círculo de Recreo y el local de Falange Española; en la imprenta del periódico católico hace explosión una bomba. En La Coruña asaltan la Patronal y el local de la Juventud Católica; en una colisión resulta muerto un miembro de la C. N. T., planteándose la huelga general y registrándose numerosas colisiones y muchos heridos. En Hernani (Guipúzcoa) es asesinado un joven nacionalista. En Vélez-Málaga son asaltadas las iglesias de Santa María, San Francisco y los Carmelitas. Día 21: En Villamanrique (Sevilla) es asaltada una finca propiedad del infante don Carlos de Borbón. En Sevilla unos pistoleros asaltan el domicilio de un Procurador y le roban; es asesinado a tiros un capitán de la Compañía Ibarra. Día 23: En Madrid se reproducen los alborotos estudiantiles, resultando dos heridos con bisturí; en la Cava de San Miguel es herido gravemente a tiros un joven. En Málaga fue asaltado un autobús de viajeros en la carretera, siendo éstos desvalijados. En Galaroza (Huelva) incendian la iglesia de Santa Brígida y quedan destruidas imágenes y retablos valiosos. Día 24: En Madrid se apedrea una escuela católica en el Puente de Vallecas. Día 25: En Consuegra (Toledo) grupos de socialistas y comunistas, capitaneados por el alcalde, saquean tiendas, fábricas de harinas y casas particulares, exigiendo a algunos propietarios cantidades en metálico. En Bonete (Albacete) grupos de campesinos desarman a una pareja de la Guardia Civil y matan al cabo. En Valladolid, incidentes en la Facultad de Medicina con detenciones en masa de estudiantes falangistas. Día 27: En Madrid un grupo mata a tiros al dueño de una frutería de la calle de Guzmán el Bueno; otro grupo hiere de arma blanca a un camillero de la Cruz Roja. En Tabernes de Valldigna (Valencia) es asaltada 471

e incendiada la iglesia, quedando totalmente destruida; asimismo fueron incendiadas la iglesia de San José de la Montaña y la ermita de San Lorenzo; es asaltado el Centro de Derecha Regional y quemado los muebles. Día 28; En Granja de Torrehermosa (Badajoz) se produce una colisión en la Casa del Pueblo y resulta muerto un agente de Policía. En Puertollano (Ciudad Real) tres ingenieros de las minas de Peñarroya son sitiados durante muchas horas en el Ayuntamiento por millares de obreros. En Alberique (Valencia) incendian el Juzgado de primera instancia, destruyendo todo el archivo. Día 29: En Barcelona asaltan una fábrica de aluminio en la barriada de Las Cortes y se llevan el dinero destinado al pago de jornales En Madrid cuatro comunistas dispararon frente al Instituto Cervantes. Día 30; En Gijón en una disputa política, resulta un vecino gravemente herido. En Tórrela vega (Santander) nieto Un herido en una colisión habida entre comunistas y derechistas al intentar cachear los primeros; es asaltado el Centro de Acción Popular, quemándose los muebles; intento de asalto al casino. En Vigo, fue herido gravemente a tiros un tranviario de los que ingresaron a raíz del movimiento revolucionarlo de octubre. En Madrid fue herido a tiros en la Cava Baja un estudiante falangista. Día 31; En Sevilla es asesinado a balazos un Joven derechista mientras desayunaba en un bar. La revolución no reconoce más que un adversario: el Ejército, y ni siquiera todo el Ejército, pues en buena parte está carcomido y ganado por los enemigos de la Patria. Pero aún queda una parte sana y unos hombres sin tacha, hacia los que van las esperanzas de los españoles en las horas aciagas de la desesperación. Algunos generales y muchos jefes y oficiales estaban persuadidos de que, o intervenía el Ejército para salvar a España, o ésta, secuestrada por el sovietismo, desaparecería como nación, para no ser más que un país sojuzgado bajo el látigo de los tiranos asiáticos. Uno de los más convencidos de la necesidad de que i el Ejército se apercibiera para la obra de salvación era el general don Emilio Mola, jefe superior de las fuerzas militares de Marruecos al advenimiento del Frente Popular. El Gobierno sabía que Mola en Marruecos era un peligro. No en 472

vano Azaña consignó en sus Memorias: “Marruecos es el único punto vulnerable de la República”. A finales de febrero Mola era destituido, y el 6 de marzo marchó hacia Madrid, donde supo que su nuevo destino era Pamplona. “El Gobierno —comentó— supone que me manda a vegetar. Es gracioso. No le faltaba a Navarra más que esto, que yo mandara su guarnición”. Durante su estancia en Madrid el general Mola asistió a una reunión que se celebró en una casa particular i y a la que asistieron también los generales Franco, Orgaz, Villegas, Fanjul, Rodríguez del Barrio, Ponte, Saliquet, García de la Herrán, Varela y González Carrasco, en la que se acordó emprender con la mayor rápida los trabajos conducentes a la averiguación y recuento de todos los elementos con quienes se podía contar, as civiles como militares, para una acción defensiva de España, sí, como se temía por la marcha de las cosas, se producía una situación de gravísimo peligro para la Patria. El general Franco estaba a punto de emprender su viaje a Canarias. Dos días antes de ser encarcelado José Antonio Primo de Rivera, se entrevistó con él en casa de don Ramón Serrano Suñer. José Antonio le expuso cuál era la situación de la Falange y le dio a conocer numéricamente los elementos de que disponía en Madrid y provincias para un momento dado. El general Franco le recomendó que continuara en relación con el teniente coronel Yagüe, al cual conocía José Antonio por haberse entrevistado con él en aquella misma casa. Antes de salir para la Comandancia General de Canarias, para la que había sido nombrado, el general Franco visita a los señores Alcalá Zamora y Azaña. Su entrevista con el primero es muy extensa. Franco le anuncia los peligros que se ciernen sobre España y la falta de elementos para oponerse a la revolución triunfante. Don Niceto sonríe, entre inconsciente y sandio. —A la revolución —dice— la vencimos en Asturias. —Recuerde, señor Presidente —le replica Franco— lo que costó contenerla en Asturias. Si el asalto se repite en todo el país, será bien difícil sofocarlo. Porque el Ejército carece hoy de los elementos necesarios y porque ya están repuestos en sus mandos generales interesados en que no se venza. El entorchado no es nada cuando el que lo ostenta carece de la autoridad, del prestigio y de la competencia, que son imprescindibles para ser obedecido. 473

Don Niceto no le daba importancia y se negaba a comprender aquel lenguaje de lealtad y honor. Movía su cabeza en signos negativos. El general se puso en pie. El Presidente de la República le despidió: —Váyase tranquilo, general. Váyase tranquilo. En España no habrá comunismo. —De lo que estoy seguro —afirmó Franco— y puedo responder es de que, cualesquiera que sean las contingencias que se produzcan aquí, donde yo esté no habrá comunismo. La comisión de actas de las Cortes sigue desarrollando su labor “depuradora” con la anulación de muchas actas pertenecientes a diputados de derechas. Más de cuarenta han sido despojados de las suyas, robusteciéndose el Frente Popular con ellas, amén de las que logró por escamoteo o pucherazo en los momentos de confusión que siguieron a las elecciones. Así, pues, el Frente Popular logra tener mayoría absoluta. Ante estos abusos, el jefe de Acción Popular, señor Gil Robles, opina que lo mejor es apartarse del Parlamento, “puesto que ninguna garantía ofrece para una labor seria y de utilidad nacional”, y dejarlos que se devoren solos. En la sesión del día 31 de marzo, el señor Jiménez Fernández leyó una declaración en nombre de la C. E. D. A., para anunciar que ésta se ausentaba del Parlamento, en vista de la falta de criterio para examinar las actas y mientras tal examen durase. “Libre tenéis el camino —dijo—. Constituid el Parlamento como os plazca; no ya con nuestros discursos o con nuestros votos, pero ni siquiera con nuestra presencia seremos obstáculo a la libertad y a la rapidez de vuestras deliberaciones. Al retirarnos en esta solemne ocasión en espera de vuestros actos, dejamos en vuestras manos, señores de la mayoría, la suerte del sistema parlamentario”. Esta actitud fue secundada por los monárquicos y tradicionalistas. El día 3 de abril quedaron constituidas definitivamente las Cortes. Martínez Barrio es elegido para la presidencia del Parlamento por 287 votos y tres papeletas en blanco. Terminada la ceremonia de promesa, los diputados ocupan sus escaños. Los cedistas y monárquicos concurren también. Martínez Barrio pronuncia una soflama: “Estas Cortes nacen con gran autoridad y es menester que ésta se robustezca... No nos salgamos de la Constitución... Sirvamos a la República, que es la causa de la prosperidad y engrandecimiento de España”. 474

De cómo estaban dispuestos a servir a la República y a respetar la Constitución los componentes de la minoría de izquierdas más numerosa —la socialista—, es prueba lo acordado por la Agrupación Socialista Madrileña: “La conquista del poder político por la clase trabajadora y por cualesquiera medios que sean posibles”. Y la declaración de Claridad: “El partido socialista no llegara nunca al Poder por la vía de la legalidad democrático-burguesa, y una vez que llegue al Poder, la forma inmediata de Gobierno será la dictadura del proletariado”. Y la confesión de Alvarez del Vayo: “El dilema histórico es: fascismo o socialismo, y sólo lo decidirá la violencia”. En la sesión de Cortes del día 7, los confabulados para derribar al señor Alcalá Zamora de la Presidencia de la República, expresaron la gran urgencia que sentían por realizar sus propósitos. Para ello, un grupo de diputados de las minorías frentepopulistas, presentaron una proposición en la que se pedía: “Que las Cortes, para los fines del último párrafo del artículo 81 de la Constitución, declaren que no era necesario el Decreto de disolución de Cortes de 7 de enero de 1936”. (El articulo 81 de la Constitución de la República decía lo siguiente: ‘‘En caso de segunda disolución, el primer acto de las nuevas Cortes será examinar y resolver sobre la necesidad del decreto de disolución. El voto desfavorable de la mayoría absoluta de las Cortes llevará aneja la destitución del Presidente.”). Nadie, en verdad, esperaba tal salida: que los beneficiarios de una elección que había alterado totalmente el panorama político español, concediéndoles el Poder en toda su extensión, la consideraran innecesaria, era algo tan insólito que dejaba estupefactos a los menos dispuestos al asombro. Pero ello suponía la muerte presidencial de Alcalá Zamora. Lo más triste para el Presidente de la República no es que, con materiales de la Constitución que él promulgó, se confeccione el patíbulo que ha de ajusticiarle políticamente. Lo más desolador para don Niceto Alcalá Zamora es que, en las cuatro horas que dura el debate de su desahucio, no suene ni una sola voz en defensa, en elogio o en recuerdo del primer Presidente de la República, que únicamente recoge desprecio de unos, odio de otros e indiferencia de los demás.

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En sustitución de Alcalá Zamora es nombrado Presidente interino de la República el masón, Gran Maestre del Gran Oriente español, Diego Martínez Barrio. Ya se ha cumplido, con facilidad increíble, el desmonte de lo que se llamaba pieza fundamental de la República, conforme a los deseos de las fuerzas revolucionarias y a los dictados de Moscú. Sin gallardía, sin sombra de resistencia, ni tan siquiera emoción, se ha realizado el derrumbamiento presidencial. En la hora de la desgracia, el señor Alcalá Zamora no ha tenido ni un solo amigo que abogara por él en las Cortes ni en la calle. Nadie se consideró en el deber de salir en su defensa. El 14 de abril de 1931 Alcalá Zamora conminaba: “Sólo damos de plazo a la Monarquía hasta la puesta del sol”. Ahora, comentaba el conde de Romanones: “al Presidente de la República no se le ha dado siquiera una hora”. Don Alejandro Lerroux haría después la siguiente disección sobre la actuación de don Niceto Alcalá Zamora como Presidente de la República: “Liberal, demócrata y gubernamental, sólo está a gusto con los demagogos que le halagaron y explotaron en la cárcel su vanidad fementida. “Católico, apostólico y romano, practicante ostentoso de su religión, cuando tiene que elegir prefiere a blasfemos como Prieto, a ateos como Largo Caballero, a masones como Martínez Barrio o a judíos como... Strauss. “Azaña «derriba la mesa y la silla» para traicionarle alevosamente en el Gobierno Provisional, y cuando es elegido Presidente de la República y tiene que resolver la primera crisis y puede y debe abrir cauce a una nueva política prudente y moderada, le da el Poder a Azaña y en la siguiente crisis se lo ratifica, a pesar de una personal experiencia dolorosa de humillaciones y desconsideraciones soportadas. “Alardea de puritano y regatea y niega la confianza en repetidas ocasiones a Gil Robles, Alba, Melquíades Alvarez y Cambó y antes de dársela a Martínez de Velasco que era como su hermano o a Maura que la esperaba con tanto afán, se la entrega a Pórtela Valladares, a quien, por antigua convivencia, conocía mejor que yo y que se había iniciado en la vida ministerial, cuando yo le hice ministro, cometiendo una indelicadeza, 476

que no fue obstáculo para el escrupuloso don Niceto, que no podía sufrir la sombra del Straperlo, ni la sospecha de los de Nombela. “De un rábula distinguido, que por su propia mediocridad parecía destinado a concluir vistiendo os manguitos propios de su sexo en la Jefatura de un Negociado, improvisó un Presidente del Consejo, verdugo de la tribuna parlamentaria, falsificador de la Historia, que le maltrató y le menospreció, y al final le arrojó humillado de su elevado sitial, por una segunda traición en la que colaboraron todos sus predilectos, sus preferidos, sus compañeros de la heroicidad de refugiarse en la cárcel cuando fusilaron a Galán y García Hernández. “De un hombre correcto, leal, honrado hasta entonces, republicano sincero, de sentido gubernamental, Diego Martínez Barrio, halagando su vanidad de segundón empingorotado de repente, estimulando hasta el paroxismo su ambición, hace otro Presidente del Consejo, y su mandatario para escindir el partido radical y su Judas para traicionarlo; y consigue de tal manera desnaturalizarlo que no mucho después se confabula contra él, con otros de su misma ralea moral, y suma su votos a los que le expulsaron alevosamente del palacio presidencial, donde, sentado en interinidad jocosa, el desvanecido soñó con aposentarse allí para seis años. “De un hombrecillo, para más menospreciarnos a Gil Robles y a mí, que teníamos partido y fuerza parlamentaria y autoridad, forma nuevo Presidente del Consejo y tiene que presenciar el espectáculo de peleas escandalosas entre ministros que se injurian en plena reunión solemne y que, llegada la hora de la catástrofe, le volvió... las espaldas. “Y por cuarta vez que se repite la maniobra y el forjador quiere batir en el yunque la figura marcial de un gobernante salteador, que le haga un partido, que le elija unas Cortes, que le ofrezca una mayoría con la que poder arribar al término de su mandato en apoteosis de gloria. Y no logra sacar de la forja más que a Pórtela Valladares. “Y todos juntos, Azaña, Prieto, Largo Caballero, Domingo, Casares, Martínez Barrio, Pórtela..., sus predilectos, sus colaboradores, en cuanto por la más elemental y desvergonzada de las maniobras, a trancas y barrancas, consiguen falsificar una mayoría parlamentaria, su primer cuidado fue, forzando el espíritu de la ley, arrojar violentamente de la Presidencia al primer magistrado de la Nación... “El derrocamiento del Presidente de la República —sigue Lerroux—, rematando la pirámide de la descomposición de la disciplina moral, social y política, hizo posible que hubiera en seguida Gobiernos presididos por 477

criminales natos y ministros de Justicia que habían cumplido condena por ladrones y la merecían por asesinos.” El Gobierno se prepara para celebrar el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la República, aunque no está España ciertamente para vestirse de fiesta. El principal acto conmemorativo es el desfile militar. El Presidente interino, el Gobierno y el Cuerpo diplomático se sitúan en una tribuna de honor instalada en el paseo de la Castellana. Llueve a ratos. Comienza el desfile. Al pasar el Regimiento de Infantería número 1 estalla una traca colocada en la parte posterior de la tribuna. Cunde la alarma; las fuerzas montadas de la escolta se apresuraron a rodear la tribuna, mas al revolverse los caballos resbalaban algunos por estar el suelo mojado, y caen en tal confusión que los espectadores más cercanos, presos de pánico, huyen en todas direcciones, contagiando a los demás de su pavor. Todavía no repuestos del susto, del que no se vieron libres los altos personajes que ocupaban la tribuna, al desfilar la Guardia Civil, los milicianos rojos que. uniformados, se agrupaban no lejos de la Presidencia, prorrumpen en silbidos y en rotundos “U. H. P “. entreverados con vivas a Rusia. Otros espectadores replican al desafío con aplausos; se enzarzan unos y otro en disputas, sobreviene la colisión y suenan los disparos. El desfile se interrumpe. Las gentes corren alocadas. En la tribuna, la mayoría de los personajes se tienden en el tablado... En el suelo quedan varios heridos, entre ellos un paisano, una mujer y un niño. El paisano, desangrándose, lucha todavía pistola en mano contra una jauría de milicianos que quieren lincharle. Es un guardia civil. Varios espectadores piadosos llevan a la Casa de Socorro el cadáver de un alférez de la Benemérita llamado Anastasio Reyes. Salió en defensa del Instituto a que pertenecía en el momento en que era escarnecido y fue herido mortalmente de un disparo. Ya nadie se cree seguro, y ante el temor de que los sucesos adquieran peor cariz se apresura el desfile, al que suceden manifestaciones de frenéticos socialistas y comunistas que recorren las calles de Madrid lanzando sus característicos gritos de guerra. Pero no fue en Madrid solamente donde las fiestas conmemorativas resultaron perturbadas y tumultuosas. En muchas otras provincias ocurrieron incidentes desagradables. En Valladolid había circulado el rumor de que, tras el Ejército, iban a desfilar, uniformadas, las milicias 478

rojas, pero no fue así. De haberlo sido se hubiera producido una tragedia, ya que los falangistas, provistos de armas, de fuego y dinamita, estaban resueltos a impedirlo. Las consecuencias de todos los incidentes ocurridos en Madrid se prolongaron el día 16 con motivo del entierro del alférez de la Guardia Civil, don Anastasio Reyes. El alevoso asesinato perpetrado durante el desfile incendió en noble indignación a muchos españoles, y de manera especial a los jefes y oficiales de la guarnición madrileña, que convinieron en asistir al entierro para hacer patente su protesta. También acuden en masa todos los falangistas que aún no estaban detenidos. El Gobierno prohibió que en la esquela se consignara la hora del entierro. A pesar de esto, se congregaron en el Cuartel del Hipódromo, de donde había de salir la comitiva, cerca de cincuenta mil personas, entre ellas muchos jefes y oficiales del Ejército. El féretro del alférez Reyes es sacado a hombros de oficiales de la Guardia Civil y llevado de este modo durante todo el recorrido. Al pasar el cortejo frente a una obra en construcción de la calle de Miguel Angel, obreros y milicianos rojos saludan puño en alto. Varios de los concurrentes se dirigen hacia la obra con intención de responder al reto. En este instante suenan algunos disparos hechos por los que se hallaban parapetados en los andamios y la agresión tiene la adecuada respuesta. Conforme avanza el cortejo, y como si el ataque obedeciera a un plan preconcebido, desde otras casas en construcción en la calle de Lista, en el paseo de Recoletos y aun en la plaza de Manuel Becerra, donde se despidió el duelo, se hacen disparos sobre el entierro, entablándose combates, durante los cuales los concurrentes se arrojan al suelo, mientras otros parapetados en árboles o detrás de los automóviles, contestan con sus pistolas. En una de estas refriegas resulta muerto un joven llamado Andrés Sáenz de Heredia, primo carnal de José Antonio Primo de Rivera. En la plaza de Manuel Becerra una Compañía de guardias de Asalto allí situada obliga a disolverse a los manifestantes con tan bruscas y violentas maneras, que encorajinan a muchos y levantan recias protestas. El teniente Castillo, que manda a los de Asalto, pistola en mano, intimida a los reacios a que se alejen. Un muchacho tradicionalista, Luis Llaguno, se encara arrogante: — ¡No quiero! ¡Son ustedes unos cobardes! 479

El teniente Castillo le descerraja un tiro y le deja malherido. Asimismo cae muerto el falangista Manuel Rodríguez Jimeno. No fueron las únicas víctimas de aquella tarde; otros concurrentes al entierro habían caído a lo largo del recorrido heridos de piedra o disparos, de más o menos gravedad. Los marxistas tuvieron también varios muertos y heridos. Rehechos los patriotas, que habían sido dispersados por las cargas y disparos de la fuerza pública, forman grupos que, llenos de indignación, se encaminan, arrebatados y por natural impulso hacia el centro de Madrid, dispuestos a todo. Muchos oficiales, guardias civiles y paisanos, en acceso de patriótica cólera, empuñan con una mano la pistola, saludan brazo en alto y atruenan con sus gritos de “España: Una, Grande y Libre”, al propio tiempo que profieren denuestos contra el Gobierno. —¡Al Congreso! —se grita para orientar la marcha, i Al Congreso! ¡Acabemos allí con este régimen de anarquía! No falta el confidente que avisa a las Cortes de la riada que desciende sobre ellas. ¡Que vienen! ¡Que vienen!, repiten en plena locura algunos diputados. —¡Que vienen! ¿Quiénes? —¡Los fascistas! Muchos de los conversadores de los pasillos palidecen, como si acabaran de oír su sentencia de muerte. Los’ más prudentes desaparecen. Indalecio Prieto se agarra a los teléfonos, con el ardimiento con que un guerrero se sienta ante la ametralladora. Pide auxilio al Ministerio de la Gobernación, a la Casa del Pueblo, a las milicias, a los guardias de Asalto. Por el Congreso pasan ráfagas de pánico y el soplo glacial de la derrota. Pero los manifestantes no llegan. Algunos jefes se imponen y disuaden de sus propósitos a los más decididos. Estaba escrito —como diría un fatalista — que no llegasen. Esto ocurría el 16 de abril. Pero veamos algo de lo que había sucedido en España desde primeros de mes: Día 1: En una finca de Corcollar (Málaga) hubo un tiroteo entre los obreros que irrumpieron en ella y la Guardia Civil, produciéndose dos muertos y tres heridos. En Castrillo de Mata judíos (Burgos) se produce una colisión entre elementos de distinta ideología y hubo dos heridos: en una reyerta posterior, un vecino fue herido a puñaladas. En Consuegra (Toledo) el guarda mayor de la Comunidad de Labradores, elemento 480

señalado como derechista, fue muerto a tiros por cuatro guardias municipales. En Carcallar (Sevilla) los campesinos agredieron a la Guardia Civil; los guardias repelieron la agresión; hubo cuatro muertos y cuatro heridos graves. En Barcelona los obreros intentan incautarse de las fábricas. Día 2: En Badolatosa, desórdenes con motivo de una huelga de campesinos; resultó un hombre muerto y varios heridos. En Moraleja del Vino (Zamora) hubo unos disturbios y fueron detenidos varios falangistas. En Huévar y Aldea Corcoya (Sevilla) se producen sangrientos sucesos, resultando dos muertos y varios heridos. En Sevilla asaltan la casa del industrial señor Blanes. En Sestao (Vizcaya) tirotean y hieren gravemente a un encargado de talleres de la factoría de Altos Hornos. En Huelva, en la antevotación para elegir alcalde, se produjo una colisión, resultando muerto un socialista. Día 3: En Alcoy (Alicante) destrozan el templo de San Agustín e incendian el de San Francisco; asaltan La Gaceta de Levante y destrozan la maquinaria. El Párroco de Vara del Rey (Cuenca), que libró de las iras del vecindario al alcalde por haber éste dispuesto que no se tocaran las campanas ni se celebraran entierros católicos, es encarcelado. En Abazán (Murcia) intentan asaltar la casa de don Joaquín Carrasco; un hijo de éste, al dirigirse a casa de su padre, es apuñalado por la espalda e ingresa moribundo en el hospital. En Vigo estalla una bomba en el café del Príncipe. En Barcelona son arrojadas contra una tintorería de la calle de Santa Rita dos bombas y varias botellas de líquido inflamable, produciéndose un gran incendio; se produce otro incendio en una panadería de la calle de San Roque por haber arrojado contra ella varias botellas de líquido inflamable; explota un petardo en una calderería de la calle de Piqué. Día 5: En Infiesto (Oviedo) unos individuos se presentan de noche en casa del párroco y le hacen varios disparos hiriéndole. En Santander es incendiada y destruida la iglesia parroquial de Cudón; prenden fuego a la iglesia de Taños. En Murcia intentan incendiar la iglesia parroquial de San Lorenzo, arrojando botellas de líquido inflamable. En Sevilla es asaltado y destruido el centro de Acción Popular, así como el casino en el pueblo de El Arahal. Día 6: En La Coruña estalla una bomba en el domicilio del contratista señor Faraldo. En Zaratán (Valladolid), agresión a la Guardia Civil. En Oviedo estalla una bomba en la casa del médico de Labiano; un 481

grupo de socialistas pone un petardo en el domicilio de Acción Popular del pueblo de Piñeres y tirotean a los que se encontraban en el local, quienes al defenderse hieren a un socialista. En Santander es incendiada la magnífica iglesia parroquial de Puente Arce; es tiroteado el cuartel de la Guardia Civil del pueblo de Liérganes. En Barcelona unos pistoleros entran en un despacho de leche de la calle de Joaquín Costa, destruyendo el establecimiento. En Avila unos 300 obreros parados se apoderan de las herramientas municipales y comienzan a levantar el pavimento de varias calles, siendo disueltos por la Guardia civil. En Siles (Jaén) el teniente de la Guardia Civil es agredido por el jefe de la Guardia Municipal, dos números de ésta y varios vecinos, ingresados en el hospital; en el mismo pueblo, dos obreros no afiliados a ningún partido son agredidos a puñaladas, muriendo uno y quedando el otro gravísimamente herido. En Aspe (Alicante) destrucción de imágenes de la capilla de Nuestra Señora de las Nieves; incendio de la Sociedad Patronal y del Círculo Católico. En Cué (Oviedo) disparan contra el párroco y le hieren. Día 7: En Oviedo, asalto a la iglesia parroquial de Brañes, profanando el Santísimo y destrozando las imágenes; el párroco de Boniellas fue tiroteado cuando estaba en su casa y contra ésta se arrojan siete cartuchos de dinamita; se incendia la capilla de Palomar de Ribera de Arriba. En Barcelona hacen explosión dos bombas en la fábrica HispanoSuiza, causando daños enormes; otras dos bombas explotan en la fábrica United Schoe Machine Cop., cuyas techumbres sufrieron grandes destrozos; desde un coche se tirotea al director de la cárcel, señor Rojas. En Bembibre (León) se produce una colisión entre elementos de distinta ideología, con dos heridos. En La Bañeza (León), en otra colisión, quedó herido de puñaladas uno de los contendientes. En Sevilla los obreros parados promueven alborotos fin el Gobierno Civil. En Cantillana (Sevilla) fue asaltada la peña Cultural y la ermita de San Bartolomé. En Bruma (La Coruña) fueron asaltadas varias casas. En Madrid estalla una bomba en el domicilio de don Eduardo Ortega y Gasset. Día 8: En El Ferrol se produce una disputa política y resulta herido de un disparo Jesús Carballeira. En Molina de Aragón fueron asaltadas unas fincas en el término del Castilnuevo. En Hervás (Cáceres), un grupo de socialistas y comunistas acometió a tres hermanos, dos de los cuales quedaron heridos; el padre de las víctimas también fue maltratado y la madre sufrió muchos golpes. En Aldea de Castro (Pontevedra) se intentó quemar una casa; en la iglesia parroquial fueron quemados los objetos del culto. 482

Día 9: En Barcelona continúa la huelga de metalúrgicos; en el paso a nivel de la calle de Navas de Tolosa es hallado muerto un obrero metalúrgico que había manifestado su deseo de reintegrarse al trabajo; fue colocada una bomba en la casa de un fabricante de telas metálicas; en una peluquería de la calle de Félix I Mateu ocho individuos hicieron varios disparos y se llevaron el dinero; en la calle de Cabanas un afiliado al Sindicato Autónomo, que estaba amenazado por los sindicalistas de la C. N. T., fue muerto a tiros. En Santander es tiroteado por la espalda el falangista Carlos Thomas, resultando gravemente herido; se arroja una botella de líquido inflamable en el convento de las Reparadoras. En León, varios individuos agredieron a dos vecinos de Villaseca por considerarlos derechistas. Día 10: En Benameji (Córdoba), en un encuentro, entre individuos de distinta ideología resultó gravemente herido uno de ellos. En Tocina (Sevilla) es asesinado el encargado de unas fincas; elementos socialistas invaden una casa para instalar en ella la Casa dei Pueblo. Día 11: En Barcelona estalla una bomba en la Metalúrgica de San Martín y otra en una fábrica de ascensores; cerca de Santa Coloma estallaron otros dos artefactos; en San Andrés es golpeado un guardia de Seguridad sufriendo lesiones de importancia; en un taller de la calle de Evaristo Arnús unos desconocidos lanzaron botellas de líquidos inflamables; estallan dos bombas en Industrias Sanitarias Harman; en Sans, cinco pistoleros atracan una casa de compraventa de alhajas y hieren a una mujer. En Yecla (Murcia) un abogado derechista es conminado por el alcalde a que salga del pueblo inmediatamente; se calcula que hay ausentes de Yecla unas 1.500 familias. En San Sebastián atacan a un empleado de las obras del puerto de Pasajes. En Beniopa (Valencia) las turbas destrozan las imágenes de la iglesia, queman los objetos de culto y colocan una bandera roja en el campanario; en la casa abadía se instalan los centros sindicalista, socialista y anarquista. En Oviedo es incendiado el Santuario de los Mártires de Valdelacuna. En Castrogeriz (Burgos) se dispara contra el juez municipal, siendo detenido el propio juez; el Ayuntamiento manda cerrar las tres iglesias de este pueblo. En Daimiel (Ciudad Real) los guardias municipales disuelven las procesiones y disparan para amedrentar al pueblo; luego son detenidas muchas personas de derechas. En Ceuta es asesinado a tiros en la calle de Sevilla el decano del Colegio de Abogados señor De las Heras.

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Día 12: En Sevilla es asesinado un obrero en la calle de San Luis, al parecer por haber dejado de pertenecer a la F. A. I. En San Sebastián tres pistoleros atracan a unos empleados de la casa Huarte y Compañía. En Fuente de la Higuera (Valencia) los socialistas se adueñan del pueblo y destruyen una iglesia y una ermita. En Valladolid estalla una bomba en el chalet del abogado don Aurelio Cuadrado. Día 13: En Oviedo, en un baile de Tudela de Anqueira, elementos socialistas agreden a tres jóvenes, éstos se defienden y se producen veinte disparos y un herido. En Elche (Alicante) estalla un petardo en el domicilio del señor Guillén; son apaleados unos obreros; es agredido un fabricante a quien luego hace detener el alcalde. En Lérida se intenta el incendio y saqueo de El Correo de Lérida. En Oviedo es incendiada totalmente la iglesia parroquial de Laviana; es incendiada la parroquia de Sorio. En Barcelona estalla un petardo en un taller de la calle de Occidente. En Valladolid, tiroteo en la calle de Juan Mambrilla, resultando herido de dos balazos el falangista José María Arranz del Puerto. En Madrid es asesinado el magistrado señor Pedregal. En Polanco (Santander) asaltan la casa del famoso novelista don José Maria Pereda. Día 14: En Barcelona estalla una bomba en un taller de ferretería próximo al teatro Nuevo, en el que por estar lleno de público, se produjo gran alarma. En Vitoria, durante el desfile militar, se producen manifestaciones contradictorias, resultando muerto un obrero tornero. En Guadalajara, durante el desfile militar, se producen incidentes, de los que resultan heridos un teniente de Artillería y un afiliado a Acción Popular; grupos extremistas apedrean el casino y varias tiendas. En Orihuela, al pasar una manifestación presidida por las autoridades ante el Centro de Cultura y Trabajo, éste es asaltado. En Villamegún (Oviedo) es asaltada la iglesia del pueblo y profanadas las imágenes y objetos de culto. En Llanes (Oviedo) los comunistas colocan una bandera republicana sobre un asno, al que pasean por las calles del pueblo; después, injurian la bandera del Régimen. En Pamplona, se declara la huelga general por no resolverse el problema de paro forzoso, produciéndose colisiones y violencias. En Tricio (Logroño) los marxistas, con otros correligionarios de Nájera, celebran manifestaciones con mueras a España y vivas a Rusia; se produce una colisión con elementos derechistas y resultan dos heridos graves y ocho leves. En Jerez son detenidos numerosos falangistas; al intentar los marxistas asaltar la casa del Jefe de Falange, Joaquín Bernal, éste los rechazó a tiros; detenido después por los guardias de Asalto fue objeto de varias agresiones; al salir de su casa recibió un balazo en el pecho; a medio 484

camino, otro en un brazo, y poco antes de llegar a la prisión, un disparo a quemarropa por la espalda, que le causó una herida gravísima. En San Juan de Aznalfarache (Sevilla) la turba se apodera de una cruz muy venerada y entre burlas la llevan al Ayuntamiento, donde la destrozan. En Los Corrales (Sevilla) destrozan una cruz; el párroco acude y el Ayuntamiento le pone una multa por hacer en público manifestaciones religiosas. En Real de la Jara (Sevilla) es destrozada otra cruz; como medida preventiva son detenidos quince falangistas. En Argujillo (Zamora) los falangistas dispersan una manifestación marxista, arrancándoles la bandera comunista que enarbolan. En Jerez, los marxistas incendian los locales de los periódicos El Guadalete y Diario de Jerez. En Jaraco (Valencia) queman los objetos del culto católico en la plaza pública. Día 15: En Vitoria son sancionados varios jóvenes acusados de proferir gritos subversivos por vitorear a España. En Calahorra (Logroño) fueron detenidos varios muchachos derechistas que custodiaban los templos; fue clausurado el Centro Tradicionalista. En Tuy (Pontevedra) fue saqueado el Centro Radical. En Yecla (Murcia) el alcalde prohíbe la asistencia de sacerdotes a los moribundos; no hay culto porque las quince iglesias de Yecla han sido incendiadas. En Pontevedra se produce una reyerta por cuestiones sociales resultando dos heridos. En Alfaro (Logroño) fue apaleado en un baile un joven de Acción Popular, y luego uno de los extremistas le asestó varias puñaladas, de las que falleció; otros jóvenes resultaron heridos. En Barcelona estalla una bomba en un taller de la calle de Pujada, resultando dos heridos. En Santander, desde un automóvil, fue lanzada una botella de líquido inflamable contra el bar “El Tallo”, al tiempo que se hacían varios disparos contra el establecimiento. En Teruel, en la iglesia parroquial de Escucha, se prende fuego a los objetos de culto. En San Vicente de la Barquera (Santander) se produce una colisión entre elementos izquierdistas y de Falange, resultando un joven herido de una puñalada en la espalda. En Sevilla es gravemente herido por unos pistoleros el presidente de la Sala de la Audiencia, señor Eizaguirre. En Jerez de la Frontera (Cádiz) es detenido el falangista Eloy Galán; mientras iba conducido por la autoridad, las turbas marxistas le obligaron a dar varias vueltas a una espaciosa plaza conminándole a gritar vivas al comunismo; como Eloy Galán contestara con un ¡Arriba España! fue apaleado, quedando gravemente herido.

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El día 16 de abril se reanuda la vida parlamentaria y Azaña complementa y acaba la declaración ministerial, de la que dio un anticipo al constituirse la Cámara, ha certeza de que ya es el candidato oficial a la presidencia de la República frena sus rencores y suaviza sus frases hirientes. Manifiesta que los sucesos que provocan los impacientes le entristecen. “Hay que evitar —dice— la guerra civil.” “Lo que más temo y más me preocupa, adonde van a parar todos mis pensamientos, es la pérdida de las fuerzas naturales del espíritu español. Y a acabar con este estrago nuestra política adscrita.” Pero como si la palabra del orador hubiera ido más allá de sus deseos, al punto anuncia que todo su plan pacífico lo tiene pendiente de un pelo “que estoy dispuesto a soltar apenas se intente quebrantar los propósitos”. Los diputados del Frente Popular rompen en un aplauso para desentumecerse, pues los tonos —que ellos consideran moderados— en que se expresó Azaña en gran parte de su discurso iban congelando sus ilusiones y entusiasmos. Se levanta a hablar Calvo Sotelo. Su palabra atraviesa el temporal de las interrupciones, de los insultos y de los apóstrofes. Pero sale limpia y entera como la flecha que hiende una niebla. “El señor Azaña —dice Calvo Sotelo— recomendaba calma y no quiere la guerra civil. Todo eso, dicho a principios de marzo, hubiera podido sonar muy bien y ser aplaudido por muchos. Pero hablar de calma ahora, al cabo de varias semanas en que se puede decir que no existen en muchos puntos de España garantías de vida...; cuando por todas partes se sienten las amenazas y se oye gritar ¡Patria, no! ¡Patria, no!; cuando a los vivas a España se contesta con vivas a Rusia, y cuando se falta al honor del Ejército y se escarnecen las esencias de la Patria; cuando todo eso está ocurriendo durante seis, siete u ocho semanas, yo me pregunto: ¿Es posible tener calma? Envidio a su señoría, señor Azaña, por la muestra formidable de su temperamento frívolo. “A partir del 16 de febrero —continúa— dijérase que se ha volcado sobre España un ventarrón de fuego y de furor... Desde el 16 de febrero al 2 de abril —mis datos no alcanzan el período posterior— ha habido lo siguiente: Asaltos y destrozos: en centros políticos, 58; en establecimientos públicos y privados, 72; en domicilios particulares, 33; en iglesias, 36... 486

—¡Muy poco —grita un diputado— cuando no os han arrastrado a vosotros todavía! Continúa Calvo Sotelo: Incendios: en centros políticos, 12; en establecimientos públicos y privados, 45; en domicilios particulares, 15; en iglesias, 106... — ¡Para la falta que hacían! —exclama un socialista. Sigue hablando Calvo Sotelo, pero cada frase suya, que constituye una documentada acusación, es interrumpida airadamente. Más adelante dice: “Yo reconozco que ante una reacción fulminante, explosiva, pero fugaz, habrá casos en que el Poder puede contemporizar; pero entiendo que es un concepto gravísimo del Poder público el admitir que tal contemporización se mantenga frente a una reacción de este tipo, que dura no ya horas, ni siquiera días, sino semanas y hasta meses...” —¡Y lo que durará! —amenaza Margarita Nelken. Continúa Calvo Sotelo su discurso en medio de constantes amenazas e interrupciones y, conforme se aproxima a su final, la irritación de los frentepopulistas crece hasta hacerse inaguantable. Calvo Sotelo remata su discurso con apostrofes de catilinaria. “El problema político —dice— es éste: esas fuerzas van a la instauración del comunismo en la forma política de una dictadura del proletariado. Esas fuerzas —lo decía el señor Largo Caballero en su penúltimo discurso— «esperan el momento decisivo, que no tardará en llegar, que se aproxima a paso de gigante. Cuando llegue ese momento, la clase trabajadora habrá de conquistar el Poder por los medios a que tiene derecho, pacíficamente, y sí es preciso, por las circunstancias especiales, saltaremos por encima de todos obstáculos.» “Señor Azaña —termina Calvo Sotelo— no se puede jugar con la Historia. ¿Es que su Señoría no sabe que se están armando grupos de proletarios para dar el golpe el día que tengan los medios suficientes en su mano? ¿Es que su Señoría ha procurado evitar la introducción de armamentos con destino a fines comunistas en España?... Si el Gobierno muestra flaqueza, si vacila, si se produce con indecisiones que permitan suponer la posibilidad de que en la fortaleza del Estado se entrometan de una manera tortuosa los que lo quieren arrasar, nosotros tenemos que levantarnos aquí a gritar que estamos dispuestos 487

a oponernos con todos los medios, diciendo que el ejemplo de exterminio, la trágica destrucción que las clases conservadoras y burguesas de Rusia vivieron, no se repetirá en España, porque ahora mismo, si tal ocurriese, nos moveríamos a impulsos de un espíritu de defensa que a todos llevará al heroísmo, porque antes que el terror rojo...” Las últimas palabras de Calvo Sotelo son ahogadas por una gritería ensordecedora. Y todavía no se han repuesto los diputados que hacen aspavientos farisaicos por lo que han oído, cuando el señor Gil Robles se levanta para intervenir. ¡Es demasiada audacia la de la reacción! Vuelven a encresparse las minorías rojas, que se creían invulnerables en su fuerza y en su despotismo. Gil Robles se encara con el Jefe del Gobierno y le dice: “Señor Azaña: no voy a reproducir uno por uno los argumentos expuestos por el señor Calvo Sotelo para describir la triste situación del orden público y la más triste situación del Gobierno frente a los desórdenes que se producen... Cuando a una fuerza política como la nuestra se le está diariamente hostilizando, y persiguiendo y maltratando... empezamos a perder el control de nuestras masas, empezamos a aparecer ante ellas como fracasados... tendremos que volvernos a nuestras masas y decirles: «Dentro de la legalidad no tenéis protección, porque la ley-no tiene el amparo del Gobierno, que es la suprema garantía de la ciudadanía; en nuestro partido no os podemos defender.» Tendremos que decirles que ¡vayan a otras organizaciones, a otros núcleos políticos, cuando ven que dentro de la ley no hay una garantía para los derechos ciudadanos.” Estas palabras levantan fuertes protestas. Gil Robles insiste: “Las gentes de orden no tendrán otro camino. Desengañaos, señores diputados: una masa considerable de opinión española, que, por lo menos, es la mitad de la nación, no se resigna implacablemente a morir; yo os lo aseguro. Si no puede defenderse por un camino, se defenderá por otro. Frente a la violencia que allí se propugna surgirá la violencia por otro lado, y el Poder público tendrá el triste papel de espectador de una contienda ciudadana en la que se va a arruinar, material y espiritualmente, la nación... Por esa Patria, lo que sea necesario, incluso nuestra desaparición, si los grandes intereses nacionales lo exigieran; pero no una desaparición cobarde, entregando 488

el cuello al enemigo; es preferible saber morir en la calle a ser atropellado por cobardía.” Los diputados del Frente Popular subrayan el final del discurso de Gil Robles con carcajadas y frases de desprecio. En la sesión de la noche, y después de intervenir otros oradores, se levanta a hablar Rodolfo Llopis, en nombre de los socialistas, para renovar la confianza de este partido en Azaña: “Desde el 16 de febrero —añade—, después del triunfo no ocurre absolutamente nada.” Y en seguida advierte: “Pero tiene que ocurrir algo a toda costa, y hay que provocarlo.” Empieza la carrera de desenfrenos. El comunista José Díaz manifiesta: “Las derechas tienen que responder ante el pueblo de la represión cruel de octubre... Para evitarlo Gil Robles, principal «ejecutor», huye de la Cámara dejándole «el muerto» como todos los cobardes... Decía Gil Robles que era preferible morir en la calle a morir no sé de qué manera... Yo no sé cómo morirá el señor Gil Robles...” —En la horca —sentencia un diputado socialista. “... pero si puedo afirmar —termina Díaz— que si se cumple la justicia del pueblo, Gil Robles morirá con los zapatos puestos.” Dentro de este ambiente se desenvolvían las sesiones en el Parlamento republicano de 1936.

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“¡Rusia, sí; España, no!”

La persecución contra Falange Española y de modo especial contra su jefe, no cesa. José Antonio ha sido condenado el día 3 de abril por el Tribunal de Urgencia a dos meses y un día de arresto por la publicación de unas hojas clandestinas, con infracción de la Ley de Imprenta. El día 30 se celebra en la cárcel Modelo de Madrid la vista de la causa contra veinte directivos de Falange Española por asociación ilegal. Son leídas primeramente las conclusiones del fiscal. No opone ningún reparo a los Estatutos de Falange inscritos en la Dirección General de Seguridad, según los cuales “es una organización que pretende desarrollar en todo el territorio español una actividad encaminada a devolver al pueblo español el sentido profundo de una unidad indestructible y la fe en su capacidad de resurgimiento, y a implantar la justicia social mediante la organización económica integrada por encima de los intereses individuales, de grupo o de clase”. Pero entiende que se ocultó la verdadera finalidad de la Asociación, cuyo programa verdadero, no presentado en la Dirección General de Seguridad, pero profusamente publicado, dice entre otras cosas “La Constitución vigente, en cuanto incita a las disgregaciones, atenta contra la unidad de destino de España. Por eso exigimos su anulación fulminante... Falange Española de las J. o. N. S. quiere un orden nuevo, enunciado en los anteriores principios. Para implantarlo, en pugna con la resistencia del orden vigente, aspira a la revolución nacional.” El Fiscal ve en estas palabras una amenaza contra la Constitución y deduce la existencia de un delito de asociación ilegal, del que son responsables José Antonio Primo de Rivera, Augusto Barrado, Raimundo Fernández-Cuesta, Heliodoro Fernández Cánepa, José Luis García Casas, José Miguel Guitarte, David Jato, Eduardo Rodenas, Julio Ruiz de Alda, Alejandro Salazar y Manuel Valdés, para los que solicita la pena de un año, ocho meses y veintiún días. Pide también la disolución de Falange Española de las J. O. N. S. José Antonio, después de asumir para sí toda la responsabilidad, puesto que la Junta es meramente consultiva, declara que la hoja leída por 490

el fiscal no tenía por qué ser presentada en la Dirección General de Seguridad, aparte de que fue divulgada y publicada hacía mucho tiempo en los periódicos con autorización de la Censura. En nueva intervención del fiscal, retira éste la acusación contra los procesados que pertenecen a) Sindicato Español Universitario: Fernández Cánepa, García Casas, Jato y Ródenas, y la mantiene contra los de la Junta política, porque Falange “admite el empleo de la fuerza y la violencia en la comisión de actos ilícitos contra la forma de Gobierno”. José Antonio, ya como defensor, afirma que la petición accesoria de disolver la Falange es lo único que le interesa, no su absolución. Y añade: “¿Es que defender la unidad de España es un delito? ¿Es que pretender modificar la Constitución, que es revisable, es delictivo? Perseguimos un orden nuevo que encontrará resistencia y que obligará a una revolución, que hemos de hacer si llegamos al Poder, porque revolución es la alteración de las bases políticas y sociales de un país. La palabra revolución ya la empleó un presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Maura. No nos referimos con ella a sediciones callejeras, ni a asesinatos, sino a una transformación del país. “A diario se hace una propaganda por los periódicos obreros de todos los matices revolucionarios, en la que se afirma que pretenden la conquista del Poder por medios violentos. Y esto debe ser lícito cuando se tolera, y cuando a los que lo dicen no se les persigne. No se diga que arrastramos a unos muchachos animosos, quizá hasta la muerte, por puro capricho. Nos encontramos en un momento histórico, y como no somos cobardes ni frívolos, queremos prestar el servicio de evitar el hundimiento que se avecina. Conscientes de nuestra responsabilidad ante los momentos históricos de España, en vez de optar por el suicidio cobarde o la frivolidad acomodaticia, preferimos el servicio y alistarnos en línea para evitar el hundimiento de los valores espirituales, sustituyendo el privilegio capitalista para salvar los principios religiosos, morales y patrióticos.” El Tribunal dicta la siguiente sentencia: “Considerando que de los hechos probados no se deduce la perpetración por parte de los acusados del delito que se les inculpa por el Ministerio Fiscal, ya que el ideario político de la Asociación contenido en los Estatutos aceptados legalmente no ha sido alterado en su esencia, orientación ni procedimientos por el documento impreso que se ha leído como prueba. 491

“Fallamos: Que debemos absolver y absolvemos del delito de que son acusados a los procesados don José Antonio Primo de Rivera, don Augusto Barrado, don Julio Ruiz de Alda, don Raimundo FernándezCuesta, don Alejandro Solazar, don José Miguel Guitarte Irigaray y don Manuel Valdés Larrañaga... “Igualmente, y en virtud de la anterior absolución, debemos declarar y declaramos no haber lugar a la disolución de la Asociación Falange Española de las J. O. N. S.” A pesar de esta sentencia absolutoria, José Antonio y numerosísimos falangistas continuaron detenidos y otros muchos siguieron ingresando en todas las cárceles de España. De entre los sucesos criminales que enhebran con su hilo sangriento las horas de este atormentado mes de abril, destaca el asesinato de los hermanos Miguel y José Badía, ocurrido en Barcelona el día 28. Los pistoleros que perpetraron el crimen eran elementos de la F. A. I. que se vengaban de la persecución de que hizo víctimas Miguel Badía a los anarquistas cuando desempeñaba la Jefatura suprema de Policía de la Generalidad catalana, por medio de sus milicias de escamots. Pero no fueron éstos los únicos crímenes cometidos en la segunda quincena de abril. Otros sucesos importantes ocurrieron en estos días, de los que hacemos somero relato a continuación: Día 16: En Algeciras (Cádiz) es agredido el jefe de la Marina don Pascual Cervera. En Alcázar de San Juan (Ciudad Real) saquean un comercio, un estanco y la Administración de Consumos. En Haro (Logroño) asesinan a un derechista y asaltan el centro de Acción Riojana. En Villarrasa (Huelva), en una riña por motivos políticos, resulta herido gravemente de una puñalada uno de los contendientes. En Pamplona fallece el guardia civil de Viana que el día 5 fue herido con una hoz; el juez municipal de Carear es herido a tiros por un comunista. En Santander hubo un tiroteo en El Sardinero contra el domicilio del derechista don Alfonso Blanco. En Vigo se intenta el asalto del Centro de la Juventud Católica de la calle de Joaquín Yáñez. En Sevilla asaltan una fundición. En Valencia se organiza una manifestación en la que se simulan los entierros de determinados políticos; algunos de los manifestantes caricaturizan al Clero. En Vigo un tradicionalista que huyendo de unos grupos hizo unos disparos, estuvo a punto de ser linchado; dos de los tiros hirieron gra492

vemente a un izquierdista. En Nájera (Logroño) los comunistas quisieron linchar a dos afiliados a Falange; luego asaltaron y destrozaron la imprenta de un elemento de derechas. En Jerez son asaltados y devastados cinco conventos, así como los centros de Falange y Acción Popular; se producen veintidós heridos; las detenciones de personas de derechas y falangistas son más de cien; las turbas realizaron muchas de ellas y maltrataron a los detenidos. Día 17: En Grajal de Campos (León) resultó herido de una puñalada un guardia civil que llevaba detenido a un individuo, a quien la gente quería linchar; otro guardia quedó herido de una pedrada. En Valladolid es detenida e ingresada en la cárcel la delegada de la Sección Femenina de Falange, Rosario Pereda. En Almendro (Huelva) fue incendiada, después de robar el dinero y las alhajas que en ella había, la ermita de Nuestra Señora de Piedras Albas. En Valencia fue hallado un petardo con la mecha encendida en los locales de Izquierda Republicana de la plaza de Castelar. En Sagunto (Valencia) estallaron dos petardos Junto a una iglesia. En Barcelona estalla una bomba en una lechería de la calle Ancha, resultando herido un dependiente. En Valladolid estalla un petardo en un taller de aparatos de calefacción del concejal izquierdista don Virgilio Mayo. En Llanes (Oviedo) los comunistas organizan un baile en el local de la juventud de Acción Católica; luego, antes de salir, destrozan todo lo que en él había. En Murcia explotó un cartucho de dinamita en Bullas; se celebran manifestaciones tumultuosas en varios pueblos; en Beniel los manifestantes asaltaron el casino y causaron grandes destrozos. Día 18: En Sevilla es tiroteado el auto del comisionista señor Cazorla, que resultó ileso; la huelga de mineros de El Castillo de las Guardias adquiere caracteres violentos y se derriban los postes del teléfono. En Las Palmas un numeroso grupo de obreros penetra en el Ayuntamiento a la hora de la sesión, y trata de agredir al alcalde en medio de un gran escándalo. En Valladolid los falangistas colocan varios petardos en los domicilios de dirigentes marxistas. Día 21: En Cádiz un grupo impide la venta de periódicos de derechas, tanto locales como de Madrid. En Valladolid los falangistas hacen estallar una potente bomba en el interior de la Casa del Pueblo. Día 22: En Bilbao persiste el conflicto de los tranviarios y los autobuses; las comunicaciones urbanas Quedan interrumpidas. En Almería se declara la huelga: general. 493

Día 23: En Zamora, en la Casa del Pueblo de Requejo, explota una bomba; se declara la huelga general. En Madrid los marxistas asaltan i casa del falangista José Luis de Arrese y destruyen parte del mobiliario. En Lanjarón (Granada) es arrojada una bomba de liquido inflamable contra la iglesia parroquial. En Valladolid se produce un tiroteo entre socialistas y falangistas en el prado de la Magdalena; son detenidos varios falangistas. En Rene-do de Piélagos (Santander) es herido un joven de un balazo. Día 24: En Fuente-Alamo (Murcia) grupos de obreros asaltan las fincas. En Oviedo fue herido un joven a quien días antes la llamada Guardia Roja había dado una paliza. En Cuenca son agredidos dos derechistas, resultando herido uno de ellos y uno de los agresores; los dos agredidos fueron detenidos. En Torroella de Montgri (Gerona) fue agredido y sufrió varias lesiones el secretario del Juzgado Municipal. En Barcelona es asaltado en la carretera de Vilasar un autobús ocupado por 25 personas, a quienes desvalijaron; estallan dos bombas en dos establecimientos de la capital. En Guipúzcoa, por la explosión de una bomba en Loyola, fallece un extremista. Día 25: En Car taya (Huelva) hubo una colisión entre paisanos y guardias civiles, resultando cuatro muertos. En Toro (Zamora), en el curso de una colisión, es gravemente herido de arma blanca el falangista Mariano Pinilla; fueron detenidos varios falangistas. En Grazalema (Cádiz) son incendiados tres templos y destrozados dos, robándose el tesoro parroquial; se obliga al párroco a salir del pueblo y se detiene a muchos elementos de derechas. En Gijón matan a tiros a un guardia civil cuando se dirigía al cuartel. En San Juan de Aznalfarache (Sevilla) se instala la Casa del Pueblo en la iglesia parroquial. En Sevilla es asesinado el catedrático señor Saiz. En Badajoz son apaleadas varias personas de derechas; una de ellas enloquece. En La Coruña estalla una bomba en una panadería y resulta muerto un guardia civil. En Valencia es hallada una bomba en una peluquería. En Pola de Lena (Oviedo) una manifestación de obreros parados desvalijó el centro de Acción Popular. En Madrid estalla una bomba en la calle de Cáceres. En Arganda (Madrid) estalla otra bomba y hay un muerto, dos heridos graves y varios leves. Día 26: En Lebrija (Sevilla) es asesinado el teniente de la Guardia Civil, señor López Capero. En Bailén (Jaén) un grupo de extremistas agredió a la Guardia Civil resultando herido el teniente don Enrique Marras. 494

En Almeira (La Coruña) es incendiada la iglesia, de la que se llevaron algunos objetos. En San Sebastián un falangista fue gravemente herido de una puñalada al salir de un bar. En Madrid es asesinado el obrero derechista Gabriel Garballo. Día 27: En Madrid, al repeler la fuerza pública una agresión en la plaza de Legazpi, resultan cinco heridos, tres de ellos graves. En Pueblo del Príncipe (Ciudad Real) es incendiada la iglesia parroquial; el párroco a quien se obligó a salir del pueblo, fue detenido en Valdepeñas. En Ronda (Málaga) son incendiadas y destruidas cinco iglesias. En Betanzos (La Coruña) es asaltado el convento de San Francisco, del que se llevaron cuanto había de valor. En Arriate (Málaga) son destruidas las imágenes de la iglesia. En Bilbao se produce una reyerta por motivos políticos y hay un muerto y varios heridos. Día 28: En Córdoba se declara la huelga general. En Sevilla son asaltados varios almacenes de aceituna; unos sindicalistas apalean al presidente del Sindicato de Aceituneros, que es comunista. En Morón fue agredido un capitán retirado que se oponía a que las turbas asaltaran la Patronal; el asalto se efectuó y luego quisieron asaltar el domicilio del presidente. En Bollullos los comunistas intentaron asaltar la iglesia de Nuestra Señora de Roncesvalles. En Barcelona estalla una bomba en el hotel Continental. En Cóbreces (Santander) estalla una bomba en casa de don Fernando Quevedo, significado derechista. En Córdoba sigue la huelga general y son apedreados el Círculo Mercantil y varias tiendas de comestibles. En Madrid falleció un joven que fue herido en el tiroteo de la plaza de Legazpi; persisten los alborotos en la Universidad. Eh Pola de Siero (Oviedo) es herido un agente de arbitrios. En Ceuta es atracado un cobrador de la Cámara de Comercio, y, después de dejarle sin sentido le arrastran hacia la vía del ferrocarril. En Moreda (Oviedo) es agredido a tiros d cura párroco, resultando herido un joven que le acompañaba; también fue herido un minero; se cruzaron unos 80 disparos y el párroco y el joven fueron detenidos. En Gijón es asesinado un carabinero. Se anuncian nuevas elecciones en Cuenca por haber sido anuladas las anteriores. No existen ya aquellas apetencias de acta, origen de intriga y de luchas entre los partidos de derecha. La designación de nombres resulta fácil. Serán designados aquellos a quienes se les considera más eficaces. Al hacerse pública la candidatura figuran en ella los nombres siguientes: don Antonio Goicoechea, don José Antonio Primo de Rivera, don Francisco Franco Bahamonde y don Manuel Gonzálvez. 495

La inclusión del general Franco y del Jefe de la Falange alarma a los sectores revolucionarios, mientras lleva esperanza y ánimo a los patriotas. Otra vez se proyecta el nombre de Franco en la pantalla de la actualidad en una hora aciaga y tremenda para España. A decir verdad, para este paso no se contaba con el absoluto consentimiento del general. Y si en algún instante pudo vacilar sobre la aceptación del puesto que se le brindaba, acabó por rechazarlo ante las torcidas interpretaciones que se daban a su actitud. Rogó, pues, que se retirase su nombre de la candidatura, como así se hizo. El día 1.º de mayo, con pretexto de hacer la propaganda de la candidatura del Frente Popular, Indalecio Prieto pronunció en Cuenca un discurso, en el que se empieza por hacer un análisis de las causas que determinaron a las derechas a incluir primeramente en su candidatura el nombre del general Franco. “Ha desaparecido —dice— de la candidatura de Cuenca el nombre del general Franco. Yo me felicito sinceramente de esta desaparición. He leído en la Prensa manifestaciones de este general, según las cuales su nombre se incluyó en la candidatura de derechas por Cuenca contra su voluntad, sin su autorización... No he de decir ni media palabra en menoscabo de la figura de este militar. Lo he conocido de cerca cuando era comandante Lo he vis’ pelear en Africa, y para mí, el genera. Franco, que entornes peleaba en La Legión a las órdenes del hoy también general Millán Astray, llega a la fórmula suprema del valor; es hombre sereno en la lucha. Tengo que rendir este homenaje a la verdad. Ahora bien: no podemos negar, cualquiera que sea nuestra representación política y nuestra proximidad al Gobierno, que entre elementos militares en proporción y en vastedad considerable, existen fermentos de subversión, deseos de alzarse contra el régimen republicano, no tanto, seguramente, por lo que supone su presente realidad, sino por lo que el Frente Popular, predominando en la política de la tuición, representa como esperanza para un futuro próximo. “El general Franco, por su juventud, por sus dotes, por la red de sus amistades en el Ejército, es hombre que en un momento dado puede acaudillar con el máximo de probabilidades, todas las que se derivan de su prestigio personal, un movimiento de este género... Los que con autorización o sin autorización suya pretendieron incluirle en la candidatura de Cuenca, buscaban su exaltación política en forma de 496

que, investido de la inmunidad parlamentaria, pudiera, interpretando así los designios de sus patrocinadores, ser el caudillo de una subversión militar.” Prieto dice después que ama a España y que el Frente Popular es patriótico y que lo que se propone es conquistar la nación solucionando sus problemas fundamentales; pero en seguida advierte que no se podrá realizar este programa dada la forma como se comportan las masas, que han traído al país a una situación angustiosa. “España —dice Prieto— atraviesa en estos instantes dificultades enormes, de las mayores que se han presentado a lo largo de su vida. Sin entrar en investigaciones de un pretérito lejano, queriendo solamente evocar la historia de España en aquella parte que hemos vivido los hombres de esta generación, no hay hipérbole alguna en afirmar que los españoles de hoy no hemos sido testigos jamás, ¡jamás!, de un panorama tan trágico, de un desquiciamiento como el que España ofrece en estos instantes...” Prieto reconoce a continuación que ha habido excesos y que ha habido desmanes, aunque trata de explicarlos por la conducta “de las clases dominantes”. “Tales desmanes —agrega— no los justifico, no los aplaudo, no los aliento. Esto no quiere decir que yo pretenda debilitar la tensión revolucionaria de las masas populares y singularmente de la clase obrera. “La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país. Lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin una finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad... “Si el desmán y el desorden se convierten en un sistema perenne, por ahí no se va al socialismo, por ahí no se va tampoco a la consolidación de una República democrática que yo creo nos interesa; ni se va a la consolidación de la democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunismo: se va a una anarquía completamente desesperada que ni siquiera está dentro del ideario libertario; se va a un desorden económico que puede acabar con el país.” 497

El mismo día 1.º de mayo, en que Indalecio Prieto hablaba en Cuenca, se preparaba en Madrid una gigantesca parada roja. Tantas y tan alarmantes noticias se dan sobre lo que ocurrirá ese día, que muchas gentes de derechas huyen de Madrid, aterrorizadas con las perspectivas que ofrece la llamada Fiesta del Trabajo, que ha perdido desde hace tiempo sus antiguas características de un día de huelga voluntaria y manifestación de la Casa del Pueblo, para convertirse en imposición tiránica que paraliza todas las actividades ciudadanas. Desde las primeras horas de la mañana comenzare a concentrarse los manifestantes. Muchedumbres ingentes se congregan con aire torvo y amenazador, desde la glorieta de Atocha a la plaza de la Cibeles. Rojeaban como en una erupción los miles de banderas que subían de los barrios extremos. Se prodigan los símbolos de la hoz y el martillo con la estrella soviética que signa frecuentemente los emblemas de las sindicales. Grandes retratos de Lenin y de Stalin presiden las formaciones de milicias densas de las juventudes uniformadas, que ocupan en doble cuadro todo el ancho del paseo del Prado. Llevan camisas rojas los socialistas y azulinas con corbatas rojas los comunistas. Correajes, pantalón claro, alineación militar. Cada sección va capitaneada por un individuo que luce en su pecho las insignias de mando y da órdenes con un pito. A las once, y a la voz de “¡Milicias, marchen!”, se ponen en movimiento aquellas legiones innúmeras de revolucionarios. En cada grupo una bandera y un cartel, con la indicación del radio o sección a que pertenece el destacamento, guían a los afiliados de ambos sexos, pues hasta las mujeres guardan la formación militar, Igualmente los niños, denominados “pioneros”, que visten camisas rojas y azulinas. Todas aquellas formaciones avanzan marcando el paso, dando un verdadero mugido por la expiración de la u cuando gritaban: U. H. P. U. H. P. Otros grupos marchaban gritando acompasadamente: La cabeza de Gil Robles de Gil Robles la cabeza...

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A las voces de mando, se alza un bosque de puños en alto. Unos gritan: Si, si, si; queremos un fusil para el fascio combatir. Y desde el fondo otros contestan: No, no, no; queremos un cañón para la revolución. Fúnebre, solemne, sonaba La Internacional: Arriba los pobres del mundo, en pie famélica legión... Subía toda aquella masa alucinante por la Cibeles y Neptuno. Y se oía gritar a los niños: No queremos catecismo que queremos comunismo. Mientras las mujeres chillaban este grito canalla: Hijos, sí; maridos, no. Todo era triste. Zumbaba como una amenaza: Go-bierno obrero y campesino. Go-bierno obrero y campesino. Y al frente, los enormes retratos de Lenin y de Stalin. Era Rusia, que nos invadía. Ni un grito español. Unos miserables, con el puño en alto, subían por Colón: Rusia, sí; España, no. Rusia, si; España, no. En los grupos, sin control ni responsables, de la C. N. T. y de la F. A. I., aún quedaba soterrada una veta española. Por lo menos para la broma y la copla. 499

Paseaban un cartel con el rostro de Lerroux, de párpados movibles con cuerdas. Lo paraban y fingían un llanto, y le limpiaban las lágrimas con un pañuelo, quitándole los lentes de cartón. Otros cantaban con gran algazara: Ya se va el verano ya se va la fruta ya se va Gil Robles que es... Al llegar a la Presidencia del Gobierno, Azaña recibe complacido a los comisionados y responde que« Gobierno está dispuesto a cumplir con urgencia todo que quedó acordado en el pacto del Frente Popular. El propósito espectacular de la manifestación se ha colmado con éxito. Y también el sentido militar que se le ha dado. Todo el lenguaje oficial, voces de mando, denominaciones, desfile, evoluciones, responden al anhelo de dar una muestra de lo que es ya el Ejército rojo. Las juventudes de choque, conforme van llegando a la estatua de Castelar, se disponen en tres filas y en posición de “en su lugar descanso”. Esta formación cubre la carrera desde Castelar hasta la estatua de Colón y presencia el desfile del resto de los manifestantes que. a la voz ordenancista, alzan el puño y vitorean a Rusia, al comunismo, a Lenin, a Stalin y a Largo Caballero. Madrid sabe desde aquel día que los bárbaros no están a sus puertas, sino dentro de la ciudad, dispuestos al asalto.

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“Ha sonado la hora”

Las masas marxistas estaban dispuestas a sostener a España en un constante estado de alarma y nerviosismo para, de acuerdo con la táctica soviética, producir el “terror científico” que anonada al enemigo. Así adoctrinadas, las células comunistas hacen circular por Madrid, el día 3 de mayo, la infame patraña de que las religiosas y las damas catequistas estaban repartiendo caramelos envenenados entre los niños de los obreros, para destruir de este modo la simiente comunista. Se decía que cinco de los niños habían fallecido en la Casa de Socorro de la glorieta de Ruiz Jiménez y otro agonizaba en el Colegio de la Paloma. Las autoridades, lejos de rechazar la especie, se prestan a comprobarla, lo cual era tanto como admitirla. A las cinco de la tarde una manifestación tumultuosa se encamina hacia la mencionada Casa de Socorro. El diputado socialista Wenceslao Carrillo hace que una comisión de manifestantes recorra las dependencias del Centro benéfico, y aunque se cercioran todos, inspeccionando los registros de entrada y salida, de que se trata de una criminal impostura, suena de improviso un disparo, que en seguida se encargan los agitadores de hacer creer que ha sido hecho desde la iglesia de los Angeles. Inmediatamente las puertas del templo son rociadas de gasolina y si bien la iglesia no llega a arder, el ambiente incendiario queda preparado como presagio de lo que va a ser el día 4. Efectivamente, en las primeras horas de la tarde, turbas obedientes a la consigna asaltan los surtidores de gasolina de Cuatro Caminos, se apoderan del combustible y bien pronto la iglesia de San Sebastián, la capilla del Colegio del Ave María, el Colegio de niños de San Vicente de Paúl, la parroquia y casa rectoral de Almenara, otro templo de la calle Garibaldi y una casa particular de Tetuán de las Victorias alumbran con sus llamaradas el ir y venir de una plebe enfurecida. No paran aquí los excesos, sino que otra casa de la calle Galileo y el Colegio del Pilar, anejo a la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles, son también incendiados. Los bomberos no actúan. Las religiosas que habitan 501

en el Colegio del Pilar tienen que descolgarse de los balcones utilizando sábanas, ante el peligro de perecer abrasadas. Del mismo modo arde parte de la iglesia de los Comendadores de la plaza de Chamberí y la de Raimundo Lulio, a la vez que el convento de Franciscanos sufre un intento de asalto. Una señora francesa, doña Fernanda Brunet, es apaleada bárbaramente en la calle de Pinos Altos, y otros súbditos franceses, don Eugenio Oliver y esposa, se ven agredidos en el Metro, acusados de “envenenadores”. Doña Rafaela Armada de Sanchís, que va a recoger a su hija, religiosa carmelita en el convento de la calle de Ponzano, es acometida por la turbamulta, que la derriba y pisotea, produciéndole treinta heridas en la cabeza, la fractura de una mano y la pérdida casi completa de un ojo. Las quince profesoras del colegio de la calle de Villaamil, que dan enseñanza gratuita a 400 niños pobres, son arrastradas entre la befa de los martirizadores. Igualmente son pisoteadas con vilipendio cuatro religiosas de un patronato para enfermos en Cuatro Caminos. Una monja, sorprendida cuando intenta salir de su convento por la calle de Meléndez Valdés, es apaleada y malherida, así como otras dos religiosas del asilo de las Mercedes. Muchos fueron los hechos vandálicos cometidos con el infame pretexto de los caramelos envenenados. Veamos cómo relata lo sucedido con su propia madre, la que fue destacada propagandista del socialismo, Regina García, en su libro Yo he sido marxista. “Desde las primeras horas de la mañana del día 4 de mayo de 1936 empezaron los sucesos. Gentes mal trazadas, seres incalificables que sólo suelen verse en las bajas revueltas, y semejan el légamo mal oliente de los ríos que aflora a la superficie con la turbonada, capitaneaban grupos que, asaltando conventos y colegios, asesinaban a las religiosas. En muchos casos llegaron a desnudarlas por completo y tenderlas al paso de camiones o en los railes del tranvía, lanzando sobre ellas los coches, como en el que intervino mi hermano Gustavo de salvador. La misma suerte habían corrido las damas de Acción Católica que se habían arriesgado a salir de sus casas en aquella trágica jornada. “Mi pobre madre, ignorante de lo que estaba sucediendo, salió como acostumbraba a sus devociones y quehaceres, y cuando regresaba a su casa vio avanzar hacia ella una turba ululante. 502

“Un tanto extrañada, mas sin temor alguno, continuó su camino y el grupo la rodeó insultándola. Ella, entonces, protestó, y recibió la primera puñada en la cara, y a ésta siguieron otras, pues todos los del grupo, hombres y mujeres, la maltrataron a puñetazos, patadas y palos que para tal faena llevaban. “Cayó la pobre víctima al suelo, y entonces una vendedora de plátanos que a mi madre debía muchos e impagables favores, con un tronco de dicho fruto le dio tan fuerte golpe en la cabeza que la hizo sangrar copiosamente por nariz y boca. A una muchacha se le ocurrió arrastrarla por el pelo, y lo hizo así; pero cuando de aquel modo la llevaba, otra jovenzuela le tiró de los pies, y en las manos de la primera quedó buena parte del pelo de mi madre, con un despojo sangriento del cuero cabelludo. Un mozo se le subió encima y bailó un zapateado sobre el pecho de la infeliz, hundiéndole tres costillas de un lado y cuatro del otro. Un bárbaro le borró un ojo de un taconazo. “Ya no daba la pobre señales de vida, y entonces se pusieron a jugar al fútbol con lo que creían su cadáver, hasta que de una taberna próxima salió el dueño, gallego y conocido de mi madre, que horrorizado había presenciado el linchamiento, y dijo a la horda: «Ya está bien. Ya la habéis matado. ¿Qué más queréis?», y metió el cuerpo destrozado de la victima en su establecimiento, colocándolo entre dos mesas. La horda asaltó la taberna, propinó algún estacazo al tabernero y arrastró de nuevo a la calle a la infeliz. La platanera hundió por dos veces su navaja verdulera en el vientre y los muslos de mi madre, diciendo: «Toma, por si no llevas bastante». Y aún continuó algún tiempo la espeluznante diversión, hasta que, cansados, la dejaron abandonada en medio de la calle. “El tabernero había telefoneado a la Comisaría de Vigilancia próxima, denunciando lo que en la calle ocurría; pero no debían tener las autoridades mucha prisa por evitar tales sucesos, pues los guardias no llegaron hasta que la horda se había ido, tal vez a repetir su hazaña con otra nueva víctima. “Los guardias cogieron el sangriento fardo que era el cuerpo de mi madre y le echaron en una camioneta para llevarlo al depósito de cadáveres. Pero mi madre vivía, y, lo más horrible, ¡110 había perdido él sentido ni un solo minuto, sufriendo su pobre carne todos los dolores de la masacre! Sin embargo, la idea de ser enterrada viva la horrorizó, y reuniendo todas sus fuerzas, ella, que no podía hacer ni el más 503

pequeño movimiento ni emitir el más leve sonido, pidió a Dios, desde el fondo de su corazón, fuerzas para demostrar que aún vivía; y al fin, pudo lanzar un gemido, que fue oído por el cabo de Asalto que mandaba el pequeño grupo, quien dispuso fuese llevada al hospital, donde quedó apenas la reconocieron los médicos, quienes la prodigaron los más solícitos cuidados. “Dolorida, asqueada, con sabor de fango en la boca, de fango y de sangre que era mi propia sangre, me di de baja en el Partido Socialista. La tragedia de mi madre me había conmovido hasta lo más hondo, y sobre lo que yo reprobaba los métodos violentos y los procedimientos poco limpios, aquella brutal masacre de mi madre acabó de horrorizarme. Vi la sima en la que todos los españoles íbamos a caer, como victimas o como victimarios, y no quise hacerme solidaria del desastre.” Para tratar de contener este desastre. Para que no quede sin respuesta el toque de guerra que ya preparan las milicias rojas, José Antonio escribe en la cárcel Modelo, precisamente este día 4 de mayo, un llamamiento al Ejército, que fue impreso clandestinamente y repartido a millares por toda España. Dice así: CARTA A LOS MILITARES DE ESPAÑA I. Ante la invasión de los bárbaros “¿Habrá todavía entre vosotros —soldados, oficiales españoles de tierra, mar y aire— quien proclame la indiferencia de los militares por la política? Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre partidos. No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra parte, harto mediocres. Pero hoy no nos hallamos en presencia de una pugna interior. Está en litigio la existencia misma de España como entidad y como unidad. El riesgo de ahora es exactamente equiparable al de una invasión extranjera. Y esto no es una figura retórica: la extranjería del movimiento que pone cerco a España se denuncia por sus consignas, por sus gritos, por sus propósitos, por su sentido. “Las consignas vienen de fuera, de Moscú. Ved cómo rigen exactas en diversos pueblos. Ved cómo en Francia, conforme a las órdenes soviéticas, se ha formado el Frente Popular sobre la misma pauta que en España. Ved cómo aquí —según anunciaron los que conocen estos 504

manejos— ha habido una tregua hasta la fecha precisa en que terminaron las elecciones francesas, y cómo el mismo día en que los disturbios de España ya no iban a influir en la decisión de los electores franceses se han reanudado los incendios y las matanzas, “Los gritos los habéis escuchado por las calles: no sólo el «¡Viva Rusia!» y el «¡Rusia, sí; España, no!», sino hasta el desgarrado y monstruoso «¡Muera España!» (Por gritar «¡Muera España!» no ha sido castigado nadie hasta ahora; en cambio, por gritar «¡Viva España!» o «¡Arriba España!» hay centenares de encarcelados). Si esta espeluznante verdad no fuera del dominio de todos, se resistiría uno a escribirla, por temor a pasar por embustero. “Los propósitos de la revolución son bien claros. La Agrupación Socialista de Madrid, en el programa oficial que ha redactado, reclama para las regiones un ilimitado derecho de autodeterminación, que incluso las lleve a pronunciarse por la independencia. “El sentido del movimiento que avanza es radicalmente antiespañol. Es enemigo de la Patria (Claridad, el órgano socialista, se burlaba de Indalecio Prieto porque pronunció un discurso «patriótico»), Menosprecia la honra, al fomentar la prostitución colectiva de las jóvenes obreras en esos festejos campestres donde se cultiva todo impudor; socava la familia, suplantada en Rusia por el amor libre, por los comedores colectivos, por la facilidad para el divorcio y para el aborto (¿no habéis oído gritar a muchachas españolas estos días: «¡Hijos si; maridos, no!»?), y reniega del honor, que informó siempre los hechos españoles, aún en los medios más humildes; hoy se ha enseñoreado de España toda villanía; se mata a la gente cobardemente, cien contra uno; se falsifica la verdad por las autoridades; se injuria desde inmundos libelos y se tapa la boca a los injuriados para que no se puedan defender; se premian la traición y la soplonería... ‘‘¿Es esto España? ¿Es esto el pueblo de España? Se dijera que vivimos una pesadilla o que el antiguo pueblo español (sereno, valeroso generoso) ha sido sustituido por una plebe frenética, degenerada, drogada con folletos de literatura comunista. Sólo en los peores momentos del siglo XIX conoció nuestro pueblo horas parecidas, sin la intensidad de ahora. Los autores de los incendios de iglesias que están produciéndose en estos instantes alegan como justificación la especie de que las monjas han repartido entre los niños de obreros 505

caramelos envenenados. ¿A qué páginas de esperpento, a qué España pintada con chafarrinones de bermellón y de tizne hay que remontarse para hallar otra turba que preste acogida a semejante rumor de zoco? II. El Ejército, salvaguardia de lo permanente “Sí; si sólo se disputara el predominio de este o del otro partido, el Ejército cumpliría con su deber quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos en vísperas de la fecha, ¡pensadlo, militares españoles!, en que España puede dejar de existir. Sencillamente: si por una adhesión a lo formulario del deber permanecéis neutrales en el pugilato de estas horas, podréis encontraros, de la noche a la mañana, con que lo sustantivo, lo permanente de España que servíais ha desaparecido. Este es el límite de vuestra neutralidad: la subsistencia de lo permanente, de lo esencial, de aquello que pueda sobrevivir a la varia suerte de los partidos. Cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamentales, sin los que es vano simulacro la disciplina. Y siempre ha sido así: la última partida es siempre la partida de las armas. A última hora —ha dicho Spengler—, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización. “La mayor tristeza en la historia reciente del Ejército ruso se escribió el día en que sus oficiales se presentaron, cada cual con un lacito rojo, a las autoridades revolucionarias. Poco después cada oficial era mediatizado, al frente de sus tropas, por un «delegado político» comunista y muchos, algo más tarde, pasados por las armas. III. Una gran tarea nacional “Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara para que cobijaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de esperar que no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva ocasión histórica (la última) en provecho de mezquinos intereses. Y si los hubiera, caería sobre ellos todo vuestro rigor y nuestro rigor. No puede invocarse al supremo honor del Ejército, ni señalar la hora trágica y solemne de quebrantar la letra de las Ordenanzas, para que todo quedase en el refuerzo de una organización económica en gran número de aspectos injusta. La bandera de lo nacional no se 506

tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de españoles la padecen y es de primera urgencia remediarla. Para ello habrá que lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción nacional. Habrá que llamar a todos, orgánicamente, ordenadamente, al goce de lo que España produce y puede producir. Ello implicará sacrificios en la parva vida española. Pero vosotros —templados en la religión del servicio y del sacrificio— y nosotros —que hemos impuesto voluntariamente a nuestra vida un sentido ascético y militar— enseñaremos a todos a soportar el sacrificio con cara alegre. Con la cara alegre del que sabe que, a costa de algunas renuncias en lo material, salva el acervo eterno de los principios que llevó a medio mundo, en su misión universal, España. IV. Ha sonado la hora “¡Ojalá supieran estas palabras expresar en toda su gravedad el valor supremo de las horas en que vivimos! Acaso no las haya pasado más graves, en lo moderno, otro pueblo alguno, fuera de Rusia. En las demás naciones el Estado no estaba aún en manos de traidores; en España, si. Los actuales fiduciarios del Frente Popular, obedientes a un plan trazado fuera, descarnan de modo sistemático cuanto en la vida española pudiera ofrecer resistencia a la invasión de los bárbaros. Lo sabéis vosotros, soldados españoles del Ejército, de la Madrid, de la Aviación, de la Guardia Civil, de los Cuerpos de Seguridad y Asalto, despojados de los mandos que ejercíais por sospecha de que no ibais a prestaros a la última traición. Lo sabemos nosotros, encarcelados a millares sin proceso y vejados en nuestras casas por el abuso de un poder policiaco que hurgó en nuestros papeles, inquietó nuestros hogares, desorganizó nuestra existencia de ciudadanos libres y clausuró los centros abiertos con arreglo a las leyes, según proclama la sentencia de un Tribunal, que ha tachado la indigna censura gubernativa. No se nos persigue por incidentes más o menos duros de la diaria lucha en que todos vivimos; se nos persigue —como a vosotros— porque se sabe que estamos dispuestos a cerrar el paso a la horda roja destinada a destruir a España. Mientras los semi-señoritos viciosos de las milicias socialistas remedan desfiles marciales con sus camisas rojas, nuestras camisas azules, bordadas con las flechas y el yugo de los grandes días, son secuestradas por los esbirros de Casares y sus pondos. Se nos persigue porque somos —como vosotros— los 507

aguafiestas del regocijo con que, por orden de Moscú, se pretende disgregar a España en repúblicas soviéticas independientes. Pero esta misma suerte que nos une en la adversidad, tiene que unirnos en la gran empresa. Sin vuestra fuerza —soldados— nos será titánicamente difícil triunfar en la lucha. Con vuestra fuerza claudicante, es seguro que triunfe el enemigo. Medid vuestra terrible responsabilidad. El que España siga siendo, depende de vosotros. Ved si esto no os obliga a pasar sobre los jefes vendidos o cobardes, a sobreponeros a vacilaciones y peligros. El enemigo, cauto, especula con vuestra indecisión. Cada día gana unos cuantos pasos. Cuidad de que al llegar el momento inaplazable no estéis va paralizados por la insidiosa red que alrededor se os teje. Sacudid desde ahora mismo sus ligaduras. Formad desde ahora mismo una unión firmísima, sin esperar a que entren en ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin respuesta el toque de guerra que se avecina. “Cuando hereden vuestros hijos los uniformes que ostentasteis, heredarán con ellos: O la vergüenza de decir: «Cuando nuestro padre vestía este uniforme dejó de existir lo que fue España», o el orgullo de recordar: «España no se nos hundió porque mi padre y sus hermanos de armas la salvaron en el momento decisivo». Si así lo hacéis, como dice la fórmula antigua del juramento, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande ¡ARRIBA ESPAÑA!” Por estas fechas se hallaban constituidas, más o menos clandestinamente, dos agrupaciones militares. Una era la U. M. E. (Unión Militar Española), creada con el propósito de restablecer “el orden y la autoridad” en España. La otra era la U. M. R. (Unión Militar Republicana), también denominada U. M. R. A. (Unión Militar Republicana Antifascista), cuya finalidad se ¡desprende de su propia denominación. “Además —cuenta Gil Robles— casi todos los militares jóvenes se inscribían en la Falange”. En las elecciones generales del 16 de febrero, la coalición de centroderecha —C. E. D. A., monárquicos y radicales— había obtenido un triunfo rotundo en Cuenca, alcanzando, con más de diez mil votos de diferencia, los cuatro puestos de la mayoría y los dos de las minorías. No obstante, al constituirse el Parlamento, se anuló arbitrariamente la elección, arrebatando las seis actas al conglomerado derechista. El dictamen de la Comisión propuso la invalidez de la elección “por no haber 508

llegado ninguno de los candidatos al cuarenta por ciento establecido por la ley”. Es decir, anuló la elección y convocó otra distinta, no una segunda vuelta. Para esta nueva elección la candidatura de derechas quedó integrada por José Antonio Primo de Rivera, Goicoechea, Gonsálvez y Casanova. Pero desde el primer momento el Gobierno, interesado en que n° triunfe el jefe de la Falange, empezó por dificultar su proclamación como candidato. Con esta oposición ya contaba José Antonio, quien el mismo día de la proclamación de candidatos, dijo a un amigo: “Estoy completamente seguro de que Casares no ha dejado pasar mi nombre. Ya cuento de antemano que esta prisión será la última mía”. Y más adelante manifestaba proféticamente: “En el espejo de la noche he visto mi vida. En sueños he visto que me fusilaban, y he sabido morir con dignidad. Es cuestión de unos segundos y merece la pena...” El día 3 de mayo se celebran las nuevas elecciones en Cuenca, que no son otra cosa que un ignominioso atraco perpetrado con todas las agravantes. Grupos de pistoleros marxistas y partidas de la porra apalean y encarcelan la víspera de la votación a los electores de derechas. Hay colegios electorales en los que no se adjudicó ni un solo sufragio a las derechas. Las actas que son adversas al Frente Popular son robadas por los propios delegados gubernativos. Desde Madrid se desplazan elementos destacados de las milicias socialistas. Vicente Reguengo, en su libro Guerra sin frentes, nos relata algo de lo sucedido: “Casares Quiroga afirmó tener que ganar las elecciones por la razón o por la fuerza y exigía una fuerza que garantizase su victoria. Prieto ofreció las Milicias del Partido para este fin... “Se acordó iríamos cien a la provincia de Cuenca, y de ellos, veinte llevaríamos un mandamiento de delegados gubernativos... Visitamos al gobernador y éste nos dijo: «Creo, como el señor Casares, que hay que ganar, y en sus manos está ello...» “En nuestro programa entraba lo que suponíamos que tenía que suceder, y era que la recogida de armas siempre origina alguna protesta, momento ansiado por nosotros para ordenar la detención gubernativa de setenta y dos horas, tiempo suficiente para que pasase el día de las elecciones y no pudiesen votar... Hubo pueblo del que salimos con el coche abarrotado de armas y el calabozo atestado de detenidos, pues en muchos pasaron de veinte y en otros como en Legamiel encerramos el 80 por 100 de las derechas... 509

“... Empezamos la recogida de actas, y en los primeros pueblos todavía estaba la elección en pleno desarrollo. A nuestra llegada se suspendía un momento la elección, y, en reunión con el Alcalde y la mesa electoral, les obligábamos, por buenas o por malas, a que firmasen las actas en blanco, que inmediatamente recogíamos y nos marchábamos con ellas, para no perder tiempo, mientras que continuaban ellos la elección, cuyo resultado no nos interesaba en absoluto... “Así recorrimos varios pueblos, en donde existía la pequeña animación producida por las izquierdas (las derechas estaban atemorizadas); pero al llegar a Legamiel nos recibieron con un escopetazo que dio en pleno coche, resultando herido el chófer y otro de los camaradas; Gilarranz se puso a disparar como un loco, mientras que los demás dejábamos el coche para ver si encontrábamos algo; pero el pueblo estaba muerto y no sabíamos qué pensar de ello. Nos encaminamos al Ayuntamiento, y el alguacil nos informó que los de derechas tenían atemorizadas a las izquierdas, y que si no habían asaltado el calabozo se debía a la resistencia que opuso la Guardia Civil; pero en cambio habían roto las urnas y amenazado a la Mesa, por lo cual ésta ni tan siquiera se había constituido. A mi requerimiento se constituyó la Mesa, y entonces les obligué a firmar las actas en blanco; pero con el fin de que a nuestra partida pudiesen estar tranquilos, llamé telefónicamente a Tarancón y dispuse se trasladasen a este pueblo los de Asalto, y de esta forma procedimos a la detención de más derechistas, llegando a un total del 90 por 100. “Por este procedimiento, seguido en todos los pueblos del distrito, obtuvimos una aplastante victoria. “El alcalde de Tarancón me dijo: «Qué cosa más rara; es la primera vez que en ese pueblo ganan las izquierdas...» “La única acta, a más de la antes ya reseñada, que no pude llevarme en blanco fue la de Tarancón; pero también aquí habíamos triunfado las izquierdas por el número de detenciones realizadas previamente y el temor de los derechistas, que en gran número se abstuvieron de votar... “En el momento de la partida, el gobernador nos felicitó en nombre del ministro y en el suyo propio, y con vivas a la República y con mueras a Acción Popular y a la Falange, emprendimos el viaje entre verdaderas risas, a causa de las protestas que suponíamos había de 510

ocasionar nuestra actuación en el Parlamento y en la Prensa; si bien hemos de hacer constar que el relato dado en el Congreso por el señor Goicoechea no fue más que un pálido reflejo de lo que fueron las elecciones democráticas de Cuenca.” Al efectuarse el escrutinio oficial, y como ya estaba previsto, obtienen los puestos de mayoría los cuatro diputados frentepopulistas. Quedan dos puestos para adjudicar, por minoría, a las derechas. José Antonio ocupa en la votación de éstas el primer lugar, mas la Comisión de actas propone para diputados a los señores Gonsálvez y Casanova, que le siguen en votación. El diputado derechista señor Giménez Fernández defiende el acta de José Antonio y manifiesta que las elecciones de Cuenca se han desarrollado “en un ambiente de coacción preparado por bandas de escopeteros, de pistoleros y de garroteros que se dedicaron a tender emboscadas. Los delegados gubernativos se entregaron al robo de actas. El Gobernador ordenó que no se computaran en los escrutinios los votos que obtuviera el señor Primo de Rivera. En muchos pueblos, el día de la elección fueron detenidos todos los hombres significados de derechas. En otros pueblos, el número de votos que se atribuyeron a los candidatos de izquierdas es superior al de electores”. “Por este procedimiento —afirma el conde de Vallellano, testigo presencial de la elección— se le han quitado a Primo de Rivera más de 20.000 votos”. Y el señor Serrano Súñer, en un minucioso estudio aritmético del expediente electoral, demuestra que. aun anuladas aquellas secciones donde el número de votos es mayor que el de electores, hay una diferencia en favor «el señor Primo de Rivera de 389 sufragios sobre la cifra obtenida por el señor Casanova, diputado de la C. E. D. a., que aparece triunfante por las minorías. “El resultado auténtico —concluye el señor Serrano Súñer— es este que he dicho: ¿No queréis aceptarlo? Pues bien, es que no tenéis inquietud de justicia ni os importa la verdad; habréis hecho una denegación de derecho y quien examine después con frialdad y detenimiento el expediente, podrá siempre decir que las Cortes de 1936 en este caso cometieron una iniquidad, un acto de fuerza”. Todas estas razones y aun otras que alegó el señor Valiente, las rechazó el diputado socialista Rufilanchas con parrafadas mitinescas que encabritaron a la mayoría. Y en sucesivas votaciones fueron rechazados los votos particulares de los señores Giménez Fernández, Serrano Súñer y Valiente. 511

En virtud del dictamen de la Comisión son elegidos diputados por las minorías los señores Gonsálvez y Casanova, a pesar de que en el expediente electoral aparece José Antonio con 47.283 votos y el señor Casanova con 46.894. La repugnante farsa democrática no impresionó lo más mínimo a José Antonio. Sabía lo que le quedaba por pasar y aguardaba tranquilamente su calvario. Desde la cárcel Modelo escribió una carta al señor Giménez Fernández, en la que, al agradecerle “la defensa elocuente, briosa... e inútil” que ha hecho de su acta, le dice: “Una vez más el régimen parlamentario, en el que usted cree y yo no, ha consumado un atropello. ¿Lo ve usted? El parlamentarismo es la tiranía de la mitad más uno, sin norma superior que se acate, ni cabeza individual visible que responda”. Poco después escribe José Antonio un artículo, publicado el 23 de mayo en Aquí estamos, de Palma de Mallorca, y que, titulado “El enemigo vencido en las ideas.—Prieto se acerca a la Falange”, dice así: “He aquí lo que son las cosas. Primero nos derrotaron en las elecciones. Soy, acaso, el candidato más profusamente derrotado ave conoce España. Y mis compañeros de candidatura, igual. Hablo de las elecciones de febrero, porque en estas de ahora, de Cuenca, no he sido derrotado, sino triunfante. Para quitarme el puesto han tenido que robar medio centenar de actas, pistola en mano, facinerosos llevados ad hoc de Vallecas y Cuatro Caminos. Las autoridades conquenses no han encubierto con perifollos su menosprecio de la ley. En un pueblo donde mi candidatura triunfaba, ordenó el gobernador que, por buenas componendas, se diera la mitad del censo a cada lista. En el acta, que firmaron, ingenuos, hasta los interventores del Frente Popular, constan declarados los términos del compromiso y hasta la paternidad gubernativa de su inspiración. “Lo de Cuenca no ha sido una derrota electoral, sino otra cosa, tan burda, tan descarada, que más vale tomarlo a risa. Hablaba de las elecciones de febrero, en las que Falange Española, desligada de todo pacto, presentó sus candidaturas propias y fue derrotada clamorosamente. Después vino el Gobierno del señor Azaña. Todos oímos por radio unas palabras tranquilizadoras y hasta prometedoras. Pero, ¡sí, si! A los ocho o diez días empezaron los encarcelamientos en masa, las multas, los registros domiciliarios. Dicen que hasta se nos ha declarado fuera de la ley —digo «dicen» porque nadie ha visto decreto ni sentencia en que tal cosa se pronunciara; por el contrario, el 512

Tribunal de Urgencia de Madrid, en fallo que hidalgamente ha tachado la censura, ratificó hace días nuestra licitud. Por si estamos o no estamos prohibidos, cada gobernador, cada alcalde, cada comisario de Policía, puede proporcionarse el contento de cobrar en mortificación nuestra todos sus rencores atrasados. Un día es una multa a una muchacha por llevar una blusa azul; otro día, un golpe de cárcel a quien saludó con el brazo en alto (¿se sabe cuántos grados puede medir lícitamente el ángulo del brazo con el tronco en nuestros deliciosos tiempos?); otro día, el ruin soplo de un diputado viajero determina la detención de un falangista que iba en tren por asuntos particulares. “Quien sabe el servicio sanitario que estamos prestando a nuestra costa con deparar a tanto funcionario resentido algún desahogo para su bilis. Quién sabe cuántos fracasos sociales o intelectuales, cuántos dramas de la intimidad fisiológica de estas pobres gentes están hallando alivio en el desagüe de nuestra persecución. Aquí hay un tema que no es para mí, sino para los que se consagran a la Patología. “Primero, derrotados; luego, perseguidos; al fin, según dicen, disueltos. No somos nadie ni importamos nada. Quien lo dude puede leerlo en Política, órgano del mal humor gubernamental, que se permite a diario fulminar amenazas y sentenciar desapariciones con la insolvencia de quien no ha de encontrar leyes que constriñan, ni siquiera contradictores que le puedan responder. Hemos desaparecido. ¿Conformes? Y ahora es cuando llega el momento de decir: He aquí lo que son las cosas. Desde que se afirma que hemos dejado de existir, no hay un solo aspecto de la vida española que no este teñido con nuestra presencia. No hablo ya del fascismo o del antifascismo. Hablo, específicamente, del ideario y del vocabulario de la Falange. Bastaría desplegar ante la memoria aquellas palabras que se usaban en los lemas políticos hasta hace tres años: «derechas», «izquierdas», «gente de orden», «democracia», «reformas sociales». ¿Quién se atreverá a negar su marchitez? Hasta movimientos que cumplieron en su hora una misión considerable, ¿osarían desplegar sin retoque su viejo enunciado enumeratorio: «religión», «patria», «familia», «orden», «propiedad»? Evidentemente, cada uno de esos lemas sigue rotulando valores humanos fundamentales; pero ya no pueden lanzarse así. La letra seguiría llena de interés, pero la música ha envejecido desoladoramente. La lucha política ha adquirido otro tono y otra profundidad. Al fin, los que no estaban en las líneas marxistas se han dado cuenta de que hay que encararse con el marxismo, cavando hasta las 513

raíces que él explora. Simplemente: que es antídoto inútil contra el marxismo el que no parte de esta consideración: el mundo —y España forma parte del mundo, aunque otra cosa crea el señor Galarza—. asiste a los minutos culminantes del final de una edad. Acaso de la edad liberalcapitalista; acaso de otra más espaciosa de la que el capitalismo liberal fue la última etapa. Nos hallamos en la inminencia de una «invasión de los bárbaros»; de una catástrofe histórica de las que suelen operar como colofón de cada era. Nunca ha sido menos lícita que ahora la frivolidad. Pocas veces como ahora ha recobrado la existencia su calidad religiosa y militante. Las brechas de nuestros días se resisten a cicatrizar en falso. Hay que pedir socorro a las últimas reservas vitales; a las que, en las horas ascendentes, lograron edificar las naciones. De ahí la palabra de nuestros días «lo nacional», lo nacional dicho como propaganda de una misión, de una tarea, no como vago presupuesto de las tareas de todos los partidos. Ahora muchos tremolan el gallardete de lo nacional. Pero en política activa, con este sentido preciso, poético y combatiente, los primeros que proferimos la palabra «nacional» fuimos los hombres de Falange Española. “Y con ella, toda una dialéctica, toda una poética, todo un rigor formal hecho, más que nada, de renuncias. Al principio éramos pocos y nuestra voz débil. En ningún caso hemos contado con grandes órganos de publicidad. Celebramos actos, pero casi siempre les puso sordina una Prensa hostil en parte y en parte recelosa. Sin embargo, por las misteriosas vías por donde lo religioso se propaga, nuestras consignas, nuestra tesis, ss iban contagiando y difundiendo. En este momento no hay un solo político español que no haya adoptado, más o menos declaradamente, puntos y perfiles de nuestro vocabulario. “El último neófito ha sido de marca mayor: don Indalecio Prieto. El 1 de mayo se fue a Cuenca y pronunció un discurso. ¿Estaría, quizá, más presente la Falange en el ánimo del señor Prieto por hablar en acto donde se preparaba el gatuperio electoral de que he sido víctima? Tal vez pasara esto; lo cierto es que el discurso del tribuno socialista se pudo pronunciar, casi desde la cruz a la fecha, en un mitin de Falange Española. Algunos párrafos, párrafos enteros, me han oreado el espíritu como encuentros felices con viejos amigos que uno había dejado de ver. Tengo en mi celda la colección del semanario Arriba, donde está impreso el texto literal de los discursos pronunciados en actos de la Falange. Es un deleite comprobar cómo frases casi textuales nuestras, y sobre todo, pensamientos característicos, han sido 514

transplantados al discurso del orador de Cuenca, así como cuando exclama, refiriéndose a Extremadura: Dije en aquella tierra, de donde salieron en gran número los hombres, que, en una de las más bellas aventuras históricas, cruzaron el Océano... que nosotros los españoles... teníamos que poner el ímpetu desbordante del genio español al servicio... de una conquista a realizar. ¿Cuál? Conquistar a España, conquistarnos a nosotros mismos. O cuando se rinde ante lo espiritual: El hombre ha venido a la vida no como una bestia. Se nos dice desde distintos puntos de vista religiosos, pero todos con razón, que el hombre es superior al animal. O cuando señala, casi exactamente con palabras dichas en un gran mitin de la Falange, una de las lacras del sistema capitalista: Ese hombre... por razón del actual régimen capitalista, es tratado con menos consideración que una bestia, porque el patrono, cuando se le muere la cabeza del ganado, siente el tirón en su bolsillo al sacar las monedas con que ha de reemplazarla en la feria; pero cuando se muere un jornalero no siente tirones en su corazón ni en el bolsillo, porque... La ovación no le dejó seguir; acaso el párrafo iba a acabar con las mismas palabras del gemelo párrafo nuestro. O cuando apostrofa: ¿En qué moral puede caber el fenómeno monstruoso de que sobre trigo, se pudra, y millones de españoles «de esta Patria nuestra» apenas lo coman por carecer de medios para adquirirlo? O cuando increpa: Cuando un país está sin hacer, cuando puede construirse todo, una incapacidad terrible en los gobernantes y —oídlo bien, que no vengo a adular a nadie— en los gobernados, que estemos sufriendo... la crisis enorme de trabajo que actualmente pesa, con pe agobiador, sobre los hombros de nuestra pobre España. O cuando proclama: A medida que la vida pasa por mí... me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos... Así os habla quien se siente cada vez más español, y unido por vínculos que no se romperán más que por la muerte, «si es verdad que la muerte los rompe», a sus hermanos de España, quiere verlos libres y dignos. “¿Qué lenguaje es éste? ¿Qué tiene esto que ver con el marxismo, con el materialismo histórico, con Amsterdam ni con Moscú? Esto es preconizar, exactamente, la revolución nacional. La de Falange. Y hasta con la cruda descalificación de la España caduca que la Falange fulminó muchas veces. Yo lo dije en el cine Madrid, el 19 de mayo de 1935: «El patriotismo nuestro también ha llegado por el camino de la crítica. A nosotros no nos emociona nada esa patriotería zarzuelera 515

que se regodea con las mediocridades, con las mezquindades presentes de España y con las interpretaciones gruesas de su pasado. Nosotros amamos a España porque no nos gusta. Los que aman a su Patria porque les gusta la aman con voluntad de contacto, la aman física, sensualmente. Nosotros la amamos con voluntad de perfección. No a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora, sino a la eterna, inconmovible metafísica de España». Prieto ha dicho: Nadie reniega de España ni tiene por qué renegar de ella. No; lo que hacemos cuando construimos estas agrupaciones políticas es renegar de una España como la simbolizada en Paredes... No somos, pues, la antipatria; somos la Patria, con devoción enorme por las esencias de la Patria misma. “La Falange no existe. La Falange, no tiene la menor importancia. Eso dicen. Pero ya nuestras palabras están en el aire y en la tierra. Y nosotros, en el patio de la cárcel, sonreímos bajo el sol. Bajo este sol de primavera, en que tantos brotes apuntan.” La gestación de la candidatura para la presidencia de la República cuaja, por fin, en un completo acuerdo de los partidos que integran el Frente Popular. Queda Manuel Azaña como único candidato. La elección de Presidente se celebra el día 10 de mayo. Preside la Asamblea Jiménez de Asúa, que abre el acto con palabras formularias. La Asamblea está compuesta de 911 electores, de los que votan 847. Azaña obtiene 754 sufragios. Los restantes son votos en blanco, y algunos contienen los nombres de Lerroux, Largo Caballero, González Peña y Primo de Rivera. Queda, pues, proclamado Azaña Jefe del Estado entre aplausos y vivas a la República, conjugados con otros más pujantes a Rusia y a la dictadura del proletariado. Los marxistas, enardecidos, puestos en pie, entonan La Internacional, y como un eco, en otros rincones resuenan Els Segadors y el Guernikako Arbola; de este modo los separatistas catalanes y vascos se incorporan al clamor tumultuoso que brota de la Asamblea. El periódico La Vanguardia, de Barcelona, glosa el significado de la elección presidencial con estas palabras: “Los republicanos han tenido que gastar la única figura de gobernante que hasta ahora ha aparecido en su campo. A todo el mundo le ha parecido mal que el señor Azaña abandone la arena política para encerrarse en la dorada prisión de la más alta magistratura republicana, y, sin embargo, no ha habido más remedio que 516

aceptar lo que nadie quería. ¿Por qué? Digámoslo claramente: porque la República española sigue siendo una República sin republicanos”. Pocos días antes de la elección de Presidente, el diario cedista Ya trató de organizar un plebiscito privado en una encuesta titulada “¿ A quién elegiría usted Presidente de la República?” Como es natural, por tratarse de un órgano de la C. E. D. A. se esperaba una abrumadora mayoría de electores para su jefe, el señor Gil Robles. Pero al hacer el escrutinio, la sorpresa fue enorme. El resultado, cuya publicación fue prohibida por la censura pero trascendió a todos los lugares, situaba en primer lugar a José Antonio Primo de Rivera, con cerca de diez mil votos más que el segundo, que fue don José Calvo Sotelo. El señor Gil Robles obtuvo el tercer puesto. Acabada la elección presidencial, el Gobierno dimite. Azaña, el día 11, hace la promesa ante las Cortes en un acto que oficialmente se ha revestido de pompa y solemnidad, pero al que la presencia de compromisarios hirsutos, desparramados por las tribunas, da carácter de convención. No faltan tampoco los gritos y los signos simbólicos y el “U. H. P.” y los puños en alto que rubrican la promesa. Este mismo día empieza a tramitarse la crisis. Ante el nuevo Presidente de la República desfilan todos los que influyen y dirigen los partidos del Frente Popular. Después de este desfile Azaña encarga la formación del Gobierno a Indalecio Prieto con arreglo al plan concertado de antemano, pero, en previsión de cualquier coartada, la fracción que acaudilla Largo Caballero hace pública una nota excusando la participación de los socialistas en un Gobierno, y Prieto, desautorizado, tiene que declinar el encargo “por no ahondar las diferencias en el partido”. Rehúsa también el señor Martínez Barrio, y al fin el encargo de formar nuevo Gobierno va a Casares Quiroga, el cual en la madrugada del día 13 queda constituido, reservándose él, junto a la Presidencia, la cartera de Guerra. En tanto, la euforia del Frente Popular se refleja en la ejecución de crímenes, desmanes y atentados, en una proporción francamente aterradora. Los primeros días de mayo pueden ofrecer a la inquietud nacional, que está ya a punto de caer en colapso, el siguiente resumen: Día 1: En Madrid, en una colisión entre falangistas y comunistas acaecida en Titúlela, se producen 14 heridos. En Ronda (Málaga) se declara la huelga general. En Albalat de la Ribera (Valencia) hubo una 517

colisión entre bandos de distinta ideología, con siete heridos graves. En Igualada (Barcelona) comienza una huelga del ramo textil. En Málaga se declaran en huelga las tripulaciones de los barcos mercantes. En Tarrasa (Barcelona) es herido gravemente a tiros un joven de dieciocho años. En Valencia se declaran en huelga las tripulaciones de varios barcos. En Moneva (Zaragoza), al acabar la reunión de la Junta del Censo, fue muerto el juez de tres balazos. En Bóveda del Toro (Zamora) choque entre falangistas y marxistas, resultando herido el falangista Antonio Bernardo y varios socialistas; los extremistas agredieron luego a la Guardia Civil, siendo heridos el sargento y un cabo; la Guardia Civil, al repeler la agresión, ocasiona tres heridos graves. En El Ferrol asaltan el convento de la Enseñanza, en el que izan la bandera comunista. En Cuenca asaltan el centro de Acción Popular y queman sus muebles en la calle. En Alicante incendian varios altares de la parroquia de San Miguel de Salinas; queman la casa de un derechista en Rojales; destruyen una cruz en Busot, e incendian el chalet del diputado cedista, señor Escolano, en Montesinos. En Estepona (Málaga) las turbas destrozan las imágenes de dos iglesias. En Sevilla es asesinado un carpintero antimarxista; un grupo quiso asaltar la iglesia de San Juan de Dios. En Gandía (Valencia) un grupo quemó los muebles de la Derecha Regional y no permitió que los bomberos actuaran; la fuerza pública fue recibida a pedradas y tuvo que repeler la agresión. En Grao de Gandía fue asaltada la iglesia. En Cullera (Valencia) un grupo asaltó la parroquia, sacó a la calle las imágenes y las quemó. En Catarroja (Valencia) es incendiada la iglesia. Día 2: En Logroño unos grupos de derechas e izquierdas tuvieron un encuentro. En San Asensio (Logroño) se declara la huelga general. En Zaragoza se produce un encuentro entre estudiantes del S. E. ü. y de la F. U. E„ con varios heridos; es izada la bandera de Falange en la Universidad. En Marchena (Sevilla) fue asaltada la iglesia y establecen en ella un Centro obrero. En otros pueblos sevillanos se registran hechos análogos. En Brenes (Sevilla), en una colisión éntrelos marxistas y la Guardia Civil, hubo dos paisanas heridos. En Betanzos (La Coruña) dos sacerdotes que iban en un entierro fueron insultados y estuvieron a punto de ser linchados por las turbas. En Negreira (La Coruña) se produce una refriega entre bandos de distinta ideología, con algunos heridos. En Barcelona estalla una bomba en una fábrica de la calle de Juan Serra. En Iñas (La Coruña) fue incendiada la iglesia parroquial. En Labastida (Alava) es herido a tiros el concejal tradicionalista don Alejandro Amurrio. En Oviedo, entre un guardia que intentaba cachear a un individuo y éste se 518

han cruzado, en el mercado de ganado de Laviana, cerca de 40 disparos. En Badajoz, elementos socialistas agredieron a varias familias que venían de Los Santos de Maimona, hiriendo a varios, entre ellos señoras; un guardia municipal disparó contra un patrono, sin herirle; el patrono fue encarcelado. En Monterrubio de la Serena (Badajoz) fue herido el hermano del párroco. En Alomartes (Granada) hubo un muerto y un herido grave al repeler una agresión los guardias que trataban de impedir el asalto a un iglesia. En Valladolid los falangistas hacen estallar siete bombas en centros marxistas y domicilios de dirigentes rojos. En Oñate (Guipúzcoa) fue herido un individuo frente al Círculo tradicionalista. En Corera (Logroño) se pretendió incendiar el Centro de derechas, siendo puestos en fuga los incendiarios. En Nájera (Logroño), mientras se quemaba una colección de fuegos artificiales, fue tiroteado el convento de Santa María. En Torredonjimeno (Jaén) es herido a navajazos el ex concejal cedista don Francisco Ureña. En Tabeiros (Pontevedra) hubo un herido en un reyerta política. En Ronda (Málaga) los marxistas pretendieron desarmar a la Guardia Civil; ésta se defiende y dejó muertos a dos y heridos a seis. En La Felguera (Oviedo) son heridos de gravedad dos jóvenes que no pertenecían a ningún partido político. En Calzada de Calatrava (Ciudad Real) es atacado por los marxistas el falangista Rafael León; éste se defiende a tiros; los guardias municipales, que apoyan a los marxistas, le hieren gravemente de un tiro en el vientre, y al caer es rematado por todos a pedradas y garrotazos. En Sevilla varios grupos pretenden impedir la circulación de tranvías. En Carrión de los Condes (Palencia) es asesinado el falangista José Fierro. Día 4: En Puertollano (Ciudad Real) fue volada con dinamita una cruz de hierro. En Ejea de los Caballeros (Zaragoza) hubo una colisión entre elementos de distinta ideología, resultando heridos tres derechistas: son detenidas muchas personas de derechas. En Sádaba (Zaragoza) hubo otra colisión, con dos heridos. En halaga se declara la huelga general. En Totana (Murcia) colocan una bomba en el Ayuntamiento. En Sevilla fue saqueada la iglesia de Castor; se asalta la casa del párroco en Alga y se le obliga a salir del pueblo; en San Jerónimo, los comunistas, después de destrozar las imágenes de la parroquia, establecieron allí un centro; en la calle de San Luis fue tiroteado y herido de gravedad un falangista, resultando herido un transeúnte que recibió un balazo. En Valtuille de Abajo (León) es incendiada la iglesia. En Zamora se registran colisiones entre grupos de ideología opuesta en Piedrahita de Castro, Ben-a vence y Olmo de la Guareña, con muchos heridos. En Carrión de los Condes 519

(Palencia) los falangistas asaltan las casas de los dirigentes marxistas y la Casa del Pueblo; de esta última sacaron las insignias y banderas que fueron quemadas en plena calle. En Calatayud (Zaragoza) se produce una colisión entre falangistas y marxistas, con 12 heridos; se intentó quemar la farmacia donde fueron curados unos falangistas; se declaró la huelga general. En Noya (La Coruña), en el curso de una manifestación, fueron apedreadas varias casas y saqueado el local de la Juventud Católica. En Sevilla se producen varios atracos. En las islas del Guadalquivir es asaltada una iglesia que iba a ser inaugurada. En Orense es atracado y asesinado el vecino de Bola, Manuel Mesa. En Madrid, la iglesia parroquial de Cuatro Caminos, el Instituto Salesiano, la capilla del colegio del Ave María, las escuelas del Pilar, en la misma barriada, han ardido total o parcialmente; en el barrio de la Almenara también ardió la iglesia; hubo tiroteos en la glorieta de la Iglesia; se registraron también conatos de incendios en la iglesia de la calle de Raimundo Lulio, en la de San Sebastián, ¡en el convento de Comendadores y en el de los padres franciscanos de la calle del Cisne; en el Puente de Vallecas un muchacho fue apaleado por las turbas; en Carabanchel fue herido de un balazo un Guardia Civil Día 5: En Santander es asesinado el obrero falangista José Olavarrieta Ortega; horas después, en acción de castigo, los falangistas atacan a un grupo de marxistas y hieren a dos de éstos. En Villamiel (Caceres) y Giümar (Tenerife) colisiones, con varios heridos. En Castrejón (Valladolid) agresión a la Guara Civil. En Barruelo (Palencia) es asesinado un derechista. En Cevico de la Torre (Palencia) otro derechista es rematado a navajazos por grupos de mujeres. Día 6: En Zafra (Badajoz) son expulsados los religiosos de sus conventos, apaleados y detenidos. En Cuenca, invasión de fincas. En Guadasuar (Valencia) unos vigilantes municipales matan al maestro católico. Día 7: En Madrid es asesinado el capitán de ingenieros Carlos Faraudo, instructor de las milicias socialistas. En Rodilana (Valladolid), grupos marxistas procedentes de otros lugares tratan de apoderarse del pueblo e incendiar la iglesia con gasolina. En Santander se declara la huelga genera] extendiéndose a Torrelavega, Reinosa, Astillero, Santoña y Cabezón de la Sal. Atracos en Sevilla. En Valladolid estalla un petardo en la calle de Vega, en casa de unos marxistas. Día 8: Incendios de iglesias en Zurita, Barrio Salcedo, Campizano, Langre (Santander) y otros lugares. 520

Día 9: En Almendralejo (Badajoz), desalojan varios conventos. En Ciempozuelos incendian la iglesia. En Ceuti (Murcia) el presidente de la Casa del Pueblo hiere a un derechista. En Freila (Granada) un grupo, acompañado de guardias municipales armados hiere a un derechista. En Guillena (Sevilla), asalto a una iglesia. En Valladolid estallan cinco petardos en otras tantas casas de destacados elementos rojos. Día 10: En Nalda (Logroño) incendian la iglesia. En Puzol (Valencia) es asesinado un patrono. En Alfambra (Teruel) y Arenas de San Pedro y Los Vascos (Avila) son heridos varios derechistas. En Quero (Toledo) agresión a la Guardia Civil. En Caravaca (Murcia) grupos de mujeres atacan al capellán de una ermita cuando iba a decir misa y luego destrozan las imágenes. Día 11: Crímenes políticos en Pujol (Valencia), Santander y Villasuso de Cieza (Santander). Día 13: En Carcagente (Valencia) y Carlés intentaron incendiar las iglesias; en el primer punto profanan tumbas religiosas. En Oza (La Coruña), agresión al párroco y en Horno asaltan la casa rectoral. En Alcira y otros pueblos de Valencia, queman las iglesias. En fuente Piedra (Málaga) asalto a la iglesia y quema de imágenes. En Albelda (Logroño) incendian la iglesia. En Los Pedroches (Córdoba) asesinan a un joven que trata de impedir el incendio de una ermita. A partir de este momento, con Casares Quiroga de jefe de Gobierno, es imposible seguir dando en estas páginas, ni aun en estilo telegráfico, estas relaciones, pues ocuparían demasiado espacio. El número de hechos a registrar es tan elevado, abarca tantos pueblos y provincias, que ante su registro viene a sentirse la sensación física de la vorágine más delirante y febril. Todo lo que se haga ya a partir de este momento en el plano político no podrá consistir en otra cosa que en retrasar la hora fatal, inevitable, de la catástrofe. Las Cortes reanudan sus servicios el día 19, en que Casares Quiroga pronuncia la declaración ministerial. Su contenido es una virulenta proclama de guerra hecha desde el Poder. Define el Frente Popular como la conjunción de las masas, de proletarios y de pequeños burgueses, “puestos en pie” para defender el régimen. La exposición del programa del Gobierno adquiere la forma de implacable amenaza. Es un curso de terror, que la mayoría parlamentaria aplaude frenética con aullidos de jauría que ventea la pieza. “La República 521

—dice Casares— se hará temer... A nosotros no nos asusta ninguna audacia... Se ha acabado el tener contemplaciones... Aplastaremos al enemigo e iremos a buscarlo... Cabalgaremos y al galope para pasar por encima... Cuando se trata del fascismo yo no he de quedar al margen de esa lucha y os digo que, contra el fascismo, el Gobierno es un beligerante más”. El señor Gil Robles pecha con la penosa comisión de exponer la opinión de su minoría. Refiriéndose al orden social pide al Gobierno medidas para atajar la revolución. “Esta —dice— se está anunciando del modo más descarado todos los días en el mitin, en la conferencia, en la actuación subversiva, a ciencia y paciencia del Gobierno, que, representando intereses en cierto modo conservadores, está reducido al triste papel, respecto de los grupos marxistas, de ser hoy si servidor, mañana su comparsa y, en definitiva, su vi tima”. Calvo Sotelo recoge en su discurso, para proyectarlas en la Cámara, las luces de relámpago que van alumbrando con resplandor lívido la marcha vesánica del Frente Popular sobre el desgraciado país. “Señor Casares Quiroga —dice: Su Señoría creo que ha formulado en la tarde de hoy un concepto que jamás se había expresado desde el banco azul. Su Señoría ha dicho que frente al fascismo el Gobierno es beligerante. Yo me he aterrado un poco al oír la frialdad con que lo decía y el calor con que los señores diputados que acompañan al señor Presidente del Consejo acogían la afirmación de que el Gobierno se siente beligerante frente a un grupo de ciudadanos españoles. El Gobierno nunca puede ser beligerante, señor Casares Quiroga; el Gobierno debe aplicar la ley inexorablemente, y a todos. Pero el Gobierno no puede convertirse en un enemigo de hombres, cualquiera que sea la situación en que éstos se coloquen, porque para castigar la delincuencia, para eso existen las leyes y un Poder judicial, que es el encargado de aplicarlas y de sancionar a los que las infringen”. Más adelante, dice Calvo Sotelo en su discurso: “Una gran parte de España, unos cuantos millones de españoles viven sojuzgados por unos déspotas rurales, monterillas de aldea, que cachean, registran, multan...; individuos que realizan toda clase de funciones gubernativas, judiciales y extra judiciales, con total desprecio de la ley, desacatando a veces las órdenes de la autoridad superior; pisoteando los Códigos vigentes y no reconociendo otro fuero que el del Frente Popular...”

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Después de los discursos, se vota la confianza al Gobierno con 217 votos a favor y 61 en contra, siendo estos últimos los de los monárquicos y la C. E. D. A. La cualidad de beligerante, tan insolentemente proclamada por Casares Quiroga, ha de dar sus frutos, y como primera consecuencia de esta declaración de guerra, se recrudece la persecución contra la Falange. La Policía practica un nuevo registro en el domicilio de José Antonio y encuentra —a la manera marxista, es decir, sacándoselas de los bolsillos— dos pistolas. Esta simulación da origen a un nuevo proceso por tenencia ilícita de armas. El día 28 se celebra la vista de la causa. La prueba, como es natural, acusatoria, dados los elementos que han ordenado y preparado el registro. El Fiscal solicita la pena de un año, un mes y 21 días de prisión menor. El acusado, que se defiende a sí mismo, afirma que posee licencia de uso de armas, por lo que, de ser suyas las pistolas, hubiesen tenido las guías precisas. Refuta que las armas fuesen suyas y que se le pudiera acusar de tenencia ilícita cuando llevaba cerca de tres meses preso y su domicilio era registrado casi a diario. A pesar de ser patente la inocencia del acusado, el Tribunal, vencido por las amenazas, se vio obligado a condenarle. Al oír la sentencia, José Antonio grita un “ ¡Arriba España! “, que es coreado por el público en un impulso de adhesión viril. Luego, poseído por la indignación, apostrofa a los jueces: —¡Granujas!... ¡Sois unos cobardes! ¡Canallas! Parte del público le secunda. Los policías y la Guardia Civil intentan, en vano, imponer orden. Los campanillazos del presidente eran impotentes para calmar el tumulto. La sala es una algarabía de voces, protestas, brazos airados y estrépito. José Antonio se yergue. Su rostro está congestionado y sus ojos despiden relámpagos de cólera. Con un gesto de dignidad se rasga la toga, mientras escupe su desprecio a los que considera indignos magistrados: —¡Farsantes..., prevaricadores..., cobardes! —grita—. No sois dignos de la toga que lleváis... Los increpados, confusos y llenos de temor ante la actitud airada del acusado, acaban por esconderse tras las faldas aterciopeladas de la mesa. 523

—¡Idos a hacer...! —acaba por decir aquél, como agotando su desprecio. Se despeja, al fin, la Sala y sale también José Antonio, el cual se niega a firmar el acta que ha sido leída sin estar él ni el público presentes, por lo que adolece de un defecto formal. Esta negativa le vale la inesperada injuria del oficial habilitado Felipe Reyes de la Cruz, que dice: —Tan chulo como su padre. El oficial es zarandeado por los puños férreos del injuriado, como rama sacudida por el vendaval. De un último envite, el curial rueda por el suelo, y José Antonio, sin prestar más atención al lance, se vuelve de espaldas al caído con un gesto desdeñoso. Reyes de la Cruz se incorpora, grita humillado y dolido y desde lejos le arroja un tintero. La frente de José Antonio se mancha de tinta y enrojece de sangre. Cometida la fechoría, el agresor se da a la fuga. Este hecho, difundido rápidamente por un Madrid de Iglesias quemadas y pánico cerval, volvió a elevar la tensión falangista de la calle, en la que ya sólo se oía hablar de la Falange. José Antonio fue condenado, por este supuesto delito de tenencia ilícita de armas, a cinco meses de arresto. Pero ya antes había sido condenado a dos meses y un día por el delito de desacato a la autoridad. Como el hecho que lo produjo fue muy comentado por toda España, vamos a relatarlo, según la versión de Felipe Ximénez de Sandoval. “El 14 de marzo es detenido José Antonio e ingresado en los sótanos de la Dirección General de Seguridad “por quebrantamiento de la clausura gubernativa del local de Nicasio Gallego”, donde la policía pretende que se han roto los sellos de la autoridad... “Con frenesí sádico, el Director General de Seguridad, Alonso Mallol, interroga a José Antonio. Y con su 1 viril lenguaje, éste le replica. Después de tres interrogatorios, con resultado negativo, ante escribas mal afeitados y guardias pretorianos cejijuntos, un cuarto que agota la paciencia de José Antonio. “—Aunque lo niegue —grita Alonso Mallol—, usted tiene que saber quién ha roto los sellos del Centro de Falange. Y si no nos lo dice por las buenas, nos lo dirá por las malas. “—Si —dice José Antonio—. Lo sé y se lo voy a decir. Pero necesito más gente como testigos de mi declaración. 524

“Alonso Mallol se regocija. José Antonio, vencido por el miedo a la amenaza “va a cantar”. Se acusará a si mismo o acusará a uno de los suyos, y en la declaración que haga, el Frente Popular encontrará la base legal para el artilugio leguyesco que sueña montar para anular a la Falange Española, El jefe de ella es tan tonto, que se va a dejar caer en la trampa, y hasta pide testigos en abundancia para su declaración sensacional. ¡Qué vengan, hombre! ¡No faltaba más! “Los timbres chirrían por todos los pasillos y recovecos del antro de la Seguridad Nacional. De las covachuelas llegan esbirros, polizontes, guardias y camaradas mecanógrafas. —”El señor Primo de Rivera —dice enfático Mallol a sus subordinados— quiere hacer una declaración importante y desea el mayor número posible de testigos. Todos ustedes van a serlo. “Con ojos de asombro, los burócratas miran y admiran el Héroe. Los topos y el águila. Buen título de fábula, en la que tienen —como en todas las fábulas— papel el raposo, esta vez Alonso Mallol, y la víbora, Casares Quiroga. “—¿No es así, señor Primo de Rivera? “—Así es —replica el Jefe impasible—. Repítame la pregunta, si tiene la bondad. “Con la solemnidad del que cree va a escribir una página de Historia, Alonso Mallol carraspea, adopta una postura de circunstancias y repite campanudo: “—Señor Primo de Rivera: ¿Quién ha quebrantado los sellos que la autoridad de la República ordenó poner en el Centro clausurado de la llamada Falange Española? “Se hace una pausa. José Antonio encuentra la modulación más infantil e ingenua para su voz y responde: “—Los sellos que la llamada autoridad de la República ordenó poner en el Centro de la Falange Española de las J. O. N. S., arbitrariamente clausurado, los quebrantó el señor Director General de Seguridad de la República con sus cuernos. “Se mete las manos en los bolsillos, y desde el olimpo azul de su mirada serena contempla el efecto de su frase. “Hay covachuelista que no puede contener la carcajada. Hay dactilógrafa marxista que piensa en el desmayo ante la posibilidad de que Mallol mate allí mismo a José Antonio. Hay guardia de Asalto que empuña 525

su matraca esperando la orden de lanzarse a golpearle. Mallol se ha puesto lívido y no sabe qué hacer. La afrenta, sin embargo, resbala como aceite por su cara de piedra, y en lugar de la respuesta contundente que hubiese dado un hombre cabal, encuentra la fórmula sin nervios, masónica, institucionalista, frentepopulista. “—Señores: son ustedes testigos de que el señor Primo de Rivera ha desacatado a la autoridad y ha menospreciado a la República. Pueden retirarse. Y ustedes, conduzcan al detenido al calabozo. “Así terminó aquella escena de esperpento, merecedora de la pluma de Valle Inclán. José Antonio, risueño y desahogado, vuelve con júbilo a la mazmorra llena de canciones, y el Director General de Seguridad toma su coche y, escoltado de motoristas, va a contar lo ocurrido a Casares y a Azaña.” Cuando se celebró el proceso por injurias a*Mallol, circuló por Madrid y luego por toda España el rumor de que la defensa que había hecho José Antonio de sí mismo había sido de lo más divertida y pintoresca. “A los dos o tres días de la vista —sigue Ximénez de Sandoval— cuando ya circulaba por Madrid el detalle del informe genial del Jefe, estuve en la cárcel y le pregunté la veracidad del rumor de los corrillos y tertulias. “—Es cierto —contestó José Antonio— y te hubieras divertido oyendo mi informe. Yo, por lo menos, jamás he pasado un rato mejor en estrados. Todos los que me oían estaban muertos de risa, y los magistrados —a pesar de que, según costumbre, sólo oían a medias— a duras penas podían contenerla. Continuamente el Presidente daba campanillazos. Figúrate que empecé por negar la acusación que se me hacía de haber dicho que Mallol rompió los sellos con los cuernos, afirmando haber hablado sólo de “aditamentos óseos”. En seguida sostuve que eso, entre personas cultas, no puede ser una injuria. Lo argumenté y probé con citas históricas y mitológicas. Hablé de los judíos, que juraban por los cuernos de Jehová, suponiendo esos aditamentos al Dios de las alturas. Me referí al buey Apis, uno de los dioses mayores de los egipcios; al toro alado de los asirlos y a los de Guisando, de origen celta; aludí a Júpiter adoptando la figura táurica para su coqueteo con Europa, y cité varios ejemplos más de religiones en que son dioses lares y tutelares machos cabríos de más o menos pares de cuernos. En este sentido elogioso, ditirámbico, había yo aludido al Director de Seguridad. Claro —añadí— que hay otra acepción 526

vulgar de los cuernos, que es suponer los poseen aquellos maridos infelices a quienes la esposa les sale casquivana. Pero la cosa dicha así, es francamente incorrecta, y yo, aun cuando tengo otros defectos, carezco del de la incorrección. Además, de haber pronunciado con intención ofensiva la palabra cuernos, hubiese ofendido a una dama, la señora de Alonso Mallol, a quien no tengo el gusto de conocer y supongo dignísima, honradísima e incapaz de faltar al respeto debido al lecho conyugal, aun cuando haya por ahí quien le atribuya este defecto. Acabé solicitando mi absolución, que, naturalmente, no me han concedido, condenándome a unos meses de cárcel.” Esta vez José Antonio no se enfadó al conocer la sentencia condenatoria, porque reconocía que era justa. Pero su rasgo de humor, comentadísimo, fue como una brisa fresca penetrando en aquel Madrid angustiado y lleno de terror y de zozobra. La persecución que tanto las milicias marxistas como el beligerante Gobierno habían desatado contra la Falange, era cada vez más feroz y acérrima. Pero también era mayor el ambiente que tenia en la calle esta organización política, que sumaba de día en día un gran número de adeptos, pese a tener que funcionar en la clandestinidad. Se organiza el socorro a los perseguidos y encarcelados, en cuya labor llegan al heroísmo las afiliadas a la Sección Femenina, bajo la dirección de Pilar Primo de Rivera. Y aparece y circula de mano en mano, con el temor del que lleva una máquina infernal, el periódico No importa, que lleva este subtítulo: “Boletín de los días de persecución.” José Antonio, desde la cárcel, dispuso que se publicara este Boletín y encargó para esta misión a Mariano García, quien logró que se editara, a deshora y por obreros falangistas, precisamente en la misma imprenta donde el Cuerpo de Policía confeccionaba una revista profesional. El reparto de No importa estaba perfectamente organizado. Algunas afiliadas a la Sección Femenina lo llevaban de un lado a otro de Madrid en cochecitos de niño. A provincias se remitía por correo al enlace secreto que cada Jefe provincial había designado, cuyo nombre y dirección únicamente conocían él y Mariano García. Pero al tercer ejemplar se descubrió la imprenta, porque toda la Policía de España, acuciada por el Gobierno, se puso en movimiento, y porque se cometió el error de enviar con los paquetes del tercer número ejemplares de un folleto de divulgación doctrinal que llevaba pie de imprenta, precisamente la del establecimiento editor del boletín. 527

En el seno del partido socialista, la rivalidad entre las dos fracciones en que se hallaba dividido, era cada vez más acusada. Los adictos a Largo Caballero, que han visto cómo Prieto se ha alzado con el órgano del partido en la Prensa y cuenta por incondicionales a casi todos los miembros de la Comisión Ejecutiva del Comité Nacional, incluso a González Peña, contrarrestan esta situación privilegiada con la influencia que ellos ejercen en las Juventudes marxistas, ya unificadas, las cuales se someten gozosas a los Jefes designados por Moscú, y de modo especial a Largo Caballero, porque acentúa la nota explosiva y revolucionaria y preconiza el arrollamiento de todos los obstáculos legales para ir a la implantación de la dictadura del proletariado. Las polémicas entre Claridad, el órgano de Largo Caballero, y El Socialista son diarias. Eli 24 de mayo, Indalecio Prieto, ante un público que cuenta como suyo, el de Bilbao, reconviene a los epilépticos que quieren a todo trance la revolución social a sangre y fuego, con estas palabras: “La revolución está hecha; no hay más que administrarla. No se la administra con manifestaciones delirantes y con estruendos de gritos, algazaras y cortejos espectaculares que, si no pretenden esconder desfallecimientos de octubre, son afanes alocados que conducen a la ruina.” Pero el mismo día Largo Caballero pronunció en Cádiz un discurso de completo sometimiento a Moscú, propugnando la alianza y unificación de las clases trabajadoras para obedecer todas juntas las consignas de la Internacional. “Con esa alianza, bien organizada —dice— y con una disciplina férrea que los enemigos no puedan romper, el triunfo del proletariado será seguro. Implantaremos la dictadura del proletariado... la opresión contra las clases burguesas y capitalistas... los problemas planteados no se pueden resolver en un régimen republicano burgués. No hay más solución que el régimen socialista...” Días después acuden a Ecija, junto a Prieto, Belarmino Tomás, González Peña y Negrín para dar un mitin en la Plaza de Toros. Apenas pronuncia las primeras palabras Belarmino Tomás es increpado tan violentamente, que decide renunciar a su discurso, salvándose del compromiso con el anuncio de que “el camarada González Peña va a hablar en nombre de Asturias”. González Peña era la baza mayor que se jugaba en aquel empeño. Se suponía que su prestigio de hombre feroz aplacaría a los irascibles. Es inútil. El griterío se hace ensordecedor; el cabecilla, con los ojos echando lumbre, levanta sus puños con ánimo de descargarlos... 528

Suenan unos disparos. Convertida la Plaza de Toros en colmena revuelta y advertidos los oradores de la intención de los reunidos de saciar en ellos su furia, optan por la escapada. Prieto y Negrín salen envueltos por los guardias de Asalto y seguidos por una multitud que los acosa insultante, lanzando sobre ellos una lluvia de piedras y botellas. A duras penas pueden ganar el automóvil entre las descargas de los guardias que ahuyentan a los agresores. Prieto resulta alcanzado y herido en la frente por un caso de botella y el coche con la carrocería casi deshecha y acribillada por los impactos. No lo pasa mejor Negrín, que, apaleado y molido, salva trabajosamente la vida. La resonancia que adquiere este mitin frustrado regodea a los que Prieto llama “energúmenos”, a quienes sitúa “en las juventudes socialistas, cuyo uniforme vestían, y que cometían los atropellos al grito de ¡Viva Claridad! “. Por donde quiera que oteen los ojos en estos panoramas que ofrece mayo, no se hallarán más que tintes sombríos y cerrazones de tempestad. “El ambiente —diría después Gil Robles— era de absoluta dejación de poderes: los gobernadores no obedecían al ministro de la Gobernación, los alcaldes actuaban al margen de los gobernadores, los dirigentes del Frente Popular no hacían caso de los alcaldes y la masa rebasaba en todo momento a los dirigentes...” Y el exministro republicano Salazar Alonso escribió por entonces: “No se respeta ni la ley, ni la propiedad, ni la vida; se hace desprecio del sexo y de la edad, se encarcela a las gentes o se las obliga al destierro, se ocupan fincas, se imponen multas cuantiosas... Se ha superado en barbarie a Rusia. Provincias enteras parecen sometidas a un ejército de ocupación...” Y así, bajo el signo de la más completa y criminal inconsciencia, España marcha hacia el abismo.

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España hacia el abismo

El desastre hacia el que caminaba España se veía *- J incrementado por la pérdida de su unidad. “La disgregación en lo patriótico” —como la denominó Calvo Sotelo— culmina en el proyecto del Estatuto vasco que empieza a discutirse, más ambicioso y radical que el catalán. El Estatuto de Galicia también se está preparando y a punto de salir. Levante sigue el mismo camino. En Sevilla se han celebrado asambleas ruidosas para forjar el de Andalucía. España se desmembra y todo induce a pensar que en un momento se fraccionará en reinos de taifas. Es la familia que se deshace por la quiebra del patrimonio común, y cada cual arrebata y se lleva lo que puede. León y Castilla, que hasta ahora han sido espectadores, acaban alistándose para el reparto. Piden también su Estatuto. A este propósito, Acción Popular convoca a una reunión de diputados castellano-leoneses del partido y se acepta en principio la idea, según la nota oficiosa, “de afirmar la personalidad regional de León y Castilla”. Quieren un Estatuto parecido, en el orden económico, a Vasconia, y en el traspaso de servicios semejante al de Cataluña. “Nada de privilegios, sino igualdad ante los derechos políticos y en la tributación general. Se Podrá organizar una mancomunidad de todas las provincias castellano-leonesas, sin desaparecer ninguna, las que deberán formar el Consejo de Castilla. Así, unidos todos, podrán constituir un núcleo en las Cortes, tan importante en número, que los Gobiernos no podrán prescindir de él”. Ante la sola sospecha de que Castilla, la forjadora de la unidad patria, se sumara también a la tarea desmembradora, según proyectaba Acción Popular, la voz rotunda de Onésimo Redondo se hizo oír a través de una hoja clandestina escrita en la cárcel y que, bajo el título de “Ante un nuevo engaño cedista”, decía lo siguiente: “Los hombres que han precipitado en el caos al país con sus dos años de política necia y campanuda, acaban de discurrir el truco de recambio para otros dos años de embobamiento popular. 530

“Antes hablaban de unidad española, de Estado fuerte, religión, patria, orden, etc. “Perdido por culpa de ellos cuanto predicaban, vuelven la cara a un tema que ni sienten ni entienden: el Estatuto castellano-leonés. “Si no hubiera dado el buen Gil Robles pruebas suficientes de su atolondrado desparpajo, bastaría este entusiasmo súbito por la autonomía de Castilla y León para juzgarle como un desventurado embaucador de públicos sencillos. “Quienes durante cinco años hemos profetizado con acierto la segura derrota del «cedismo», desde las cárceles donde nos tiene presos la fe en España, lanzamos un temprano alerta al pueblo castellano contra ese nuevo género de demagogia puesto en circulación por el equivocado fundador de J. A. P. “¡Castellanos, oíd! El Estatuto catalán, y el pretendido por los vascos, hoy, como en 1932, son nn atraco contra la integridad nacional. Mantenemos por entero la protesta de la España que en 1933 dio contra el Estatuto un triunfo político resonante a los mismos que hoy, después de malgastarle, vienen a requerir nuevos aplausos con palabras distintas. “La listeza de los fracasados discurre ahora que el mejor remedio contra el Estatuto catalán es que todas las regiones pidan el suyo. ¡Magno error que no dudamos ganará pronto la inteligencia de los viejos prudentes!... “Contra esos males se lucha como se comenzó en 1932. Con la reiteración popular de la fe eterna en la unidad española y con el juramento nacional de morir por sostenerla. “Entregarse a la tarea aldeana y caciquil de confeccionar Estatutos es, por una parte, contraproducente como lucha contra el separatismo. Pero es además, y aquí radica lo más grave, dar prueba por vez primera en la Historia de que Castilla y León pierden la fe en la recuperación heroica de la grandeza española; es abrir las capitulaciones sobre una rendición más o menos disimulada de la actitud, hasta ahora indomable, del santo orgullo castellano y leonés. “De nada sirve que la baratería retórica de esas criaturas encargadas de predicar por las alturas de los castillos, quiera hacer compatible el espíritu de Isabel la Católica con este signo de retroceso, En Cataluña, en las Vascongadas y en el extranjero, reirán de buena 531

gana ante la nueva pirueta de la táctica. El espíritu de Maciá ha encarnado en Gil Robles: ¿quién lo creyera en el día ya lejano del mitin de Palencia? “Los que sufrimos orgullosos y tiesos por España, renovamos el grito antiguo de Valladolid: ¡Abajo el Estatuto! ¡ARRIBA ESPAÑA!” Aquellos contra quienes el Frente Popular viene cebándose con más saña son la Falange y el Ejército, pues por intuición sabe que son sus más peligrosos enemigos. Los periódicos rojos vienen constantemente creando un clima antimilitarista, y fruto de esa labor corruptora son los sucesos que vienen ocurriendo en diversas ciudades de España. Simplemente a título de muestra y por no hacer excesivamente largo este relato, «aremos cuenta de unos incidentes ocurridos en Alcalá «e Henares a mediados de mayo. En Alcalá de Henares el odio contra los militares que viene fomentando la Prensa roja, se exterioriza en insultos y agresiones cada vez que un oficial vestido de uniforme transita por las calles de la población. Por haber hecho ademán de responder con su pistola a los injuriadores, el capitán de Caballería, señor García Veas, es sometido a proceso y declarado, al fin, disponible. Otro día, el capitán Pineda increpa a un mozallón que se distingue en sus denuestos al Ejército mientras se celebra un desfile. El capitán, al llegar al cuartel, es arrestado y pocos días después declarado en situación de disponible. De esta manera viven los oficiales y Jefes de la guarnición de Alcalá de Henares. Pero aún irán las cosas a mayores. El día 15 de mayo, a ruego de varias mujeres, interviene un oficial en favor de dos niños asilados, que son maltratados por varios bigardos; mas éstos dicen que los vapuleados son fascistas, lo que equivale a situarlos fuera del derecho de gentes, y ya no sólo son apaleados los niños, sino también el oficial que salió en su defensa y que tiene que evadirse de una muchedumbre encolerizada que se ha formado, con rapidez increíble, a los gritos de “¡mueran los oficiales fascistas!”. Sin remitir esta repentina calentura de la plebe, acierta, o mejor dicho, tiene la desgracia de pasar por allí en bicicleta el capitán del Regimiento de Calatrava señor Rubio, y contra él se lanzan los exasperados, ávidos de una presa en la que desfogar su ira. Sorprendido el capitán i por aquella ofensiva tan inesperada, que no es sólo de insultos y de piedras, sino también de tiros, logra refugiarse en su casa, donde es sitiado por las turbas, que se disponían a asaltarla pidiendo su cabeza. El capitán pide auxilio al cuartel, de donde le dicen 532

por todo aliento que el gobernador militar de la plaza, general Alcázar, ha pedido guardias de Asalto a Madrid. La noche llega en auxilio del sitiado. En el momento en que los forajidos rocían la puerta de la casa con gasolina y la prenden fuego, él con su mujer y tres hijos pequeños, sale por una puerta que da a la carretera y logra alejarse de Alcalá, en una marcha que es un calvario, con dirección a Madrid. Todavía no han terminado los sucesos de este día: a la llegada de los oficiales que viajan en el coche público que procede de Madrid, las turba, que los esperan se lanzan contra ellos y los oficiales han de abrirse camino pistola en mano. Enterado de lo ocurrido, el general Alcázar ordena a sus oficiales que no salgan a la calle, esto es, que prácticamente se constituyan arrestados. La Casa del Pueblo, en asamblea celebrada, solicita el traslado de los Regimientos y su deseo es atendido en el acto. En el espacio de cuarenta y ocho horas saldrá el Regimiento de Villarrobledo a Palencia y el de Calatrava a Salamanca, y como jefes y oficiales reclaman un plazo mayor, pues es imposible en tan poco tiempo apercibirse para el traslado, se estima por el general Alcázar que la petición tiene carácter subversivo y arresta a todos los jefes y oficiales. A investigar lo que ocurre llega el jefe de la División, general Peña, el cual dispone la inmediata salida de las fuerzas y previamente ordena la detención de los coroneles Gete y Moreno y la de otros jefes y oficiales, que poco después y con escolta de guardias de Asalto, son conducidos en coches celulares a prisiones militares de Guadalajara. El general Urbano, designado juez, incoa juicio sumarísimo contra el coronel Gete y otros jefes, acusados del delito de insubordinación, por levantamiento de arrestos y desobediencias a las órdenes superiores. El Consejo de Guerra se celebra el día 24. El fiscal solicita la pena de muerte para el coronel Gete y otras menos severas, pero todas graves, para los demás acusados. La sentencia, sin embargo, condena al coronel Gete y otros jefes a doce años de prisión. Sucesos similares ocurren en Oviedo con los guardias de Asalto, a los que los revolucionarios llaman “los asesinos de octubre”, y son separados del Cuerpo un capitán y cuatro tenientes, siendo varios trasladados a otras guarniciones. Avispero de huelgas es el mes de mayo. Se producen continuamente como burbujas de una ebullición social que no deja de ser avivada con fuego constante. 533

“¡No es posible seguir así!” —gritan ya las minorías de Izquierda Republicana y de Unión Republicana reunidas y alarmadas. El desorden y la anarquía cunden por doquier. Cerca de Yeste (Albacete) un grupo de unos 3.000 marxistas atacan a la Guardia Civil con el propósito de liberar a unos detenidos y se producen 19 muertos y 38 heridos. En Andalucía, continúa la invasión de fincas, y los asaltantes son capitaneados por las autoridades locales. En Madrid disparan contra el falangista José Luis de Arrese y le atraviesan una hombrera. En Puebla de Fadrique (Toledo), la Guardia Civil rechaza un intento de asalto a su cuartel, en el que muere un guardia y otros dos quedan heridos. En Aspariegos (Zamora), choque entre marxistas y falangistas, con bajas por ambas partes. En Miranda de Ebro (Burgos) es asaltado el local de Acción Popular e incendiado el mobiliario y la iglesia de San Nicolás. En Olmedo (Valladolid) refriega entre falangistas y marxistas, resultando dos socialistas muertos. En Pontevedra es asesinado el falangista Secundino Esperón. En Ventosa (Cuenca), dos muertos y varios heridos en una colisión. En Zamora disparan un tiro por la espalda al falangista Francisco Gutiérrez Rivera, matándole. En Bigastro (Alicante), los falangistas asaltan al Ayuntamiento marxista. En Yecla (Murcia), el Ayuntamiento se incauta de la Basílica de la Purísima, única iglesia intacta, para dedicarla a mercado. En Alaejos (Valladolid) choque entre falangistas y comunistas. En Madrid un grupo de comunistas hiere gravemente a los falangistas José Cruz y Pascual López, que muere al día siguiente. En Madrid un grupo de falangistas irrumpe en una taberna de la calle de Cartagena, donde se reunía el grupo comunista que atentó contra López y Cruz, y le causan varias bajas. En Escucha (Teruel), los obreros juzgan a un propietario de minas ante un Tribunal por ellos constituido. En Peñafiel (Valladolid), respondiendo a una provocación, un falangista mata a un comunista. En Albelda (Logroño) queman una iglesia. En Castilleja de la Cuesta (Sevilla) un grupo de marxistas asesina al falangista Manuel Rodríguez Montero por negarse a saludar con el puño en alto. En Los Pedroches (Córdoba) asesinan a un joven que quiere impedir el incendio de una ermita. En Rioseco (Valladolid) un falangista hiere al Jefe de la guardia roja. En Torreen (Logroño), una iglesia y una ermita son incendiadas. En Isla Cristina (Huelva) un derechista es muerto por el cabo de la guardia municipal. En Badajoz son agredidos dos religiosos. En Bolaños de Campo (Valladolid) se produce una refriega, resultando heridos dos socialistas y dos falangistas; fueron detenidos nueve falangistas. En Pontevedra asesinan a un derechista. En Valladolid declaran la huelga del hambre los 534

numerosos presos falangistas. En Louro, Cambre y Ribera (Pontevedra) asaltan las casas rectorales... Estallan bombas, se multiplican los atentados, se riñe, se mata, se desvalija en las carreteras, se atraca en las ciudades... Las milicias socialistas hacen su aparición por todas partes como la nueva fuerza del desorden público, a la que se ha encomendado garantizar el atropello. Las cárceles rebosan de detenidos. Pertenecen a la Falange y a los distintos partidos derechistas, ya que a todos se comprende bajo la denominación de fascistas, manera ya corriente para justificar cualquier atropello. Detenciones arbitrarias por denuncias de vengativos, por confidencias de soplones, porque el perseguido llevaba una insignia, porque levantó el brazo, porque pertenece a Falange, porque dijo ser tradicionalista... Se pretende de este modo aplacar y satisfacer la insolencia despótica de las turbas. Don Miguel de Unamuno cuenta en el diario Ahora del 8 de junio, el siguiente episodio: “Hace pocos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso en una Sala de Audiencia, cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos, hasta niños, a los que se les hacía esgrimir el puño, y de tíorras desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas, y una con un cartel que decía: “ ¡Viva el amor libre! “, y un saco. Que no era, ¡claro!, del que se libertó al amor. Y toda esta grotesca mascarada, veto a la decencia pública, protegida por la autoridad; la fuerza pública ordenada a no intervenir sino después de... agresión consumada. Método de orillar conflictos que no tiene desperdicio. “Toda esta selvática representación revolucionaria está acabando de podrir, hasta derretirlos o pulverizarlos, a los famosos burgos podridos... y la famosa revolución está arrojando a las ciudades la podredumbre que no cabe en los burgos y que se maja con la podredumbre urbana, sobre todo con la arrabalera... Estamos hasta la coronilla de ensayos de revolución...” Y Clara Campoamor, diputado que fue en las Cortes Constituyentes y adversaria de los partidos de derechas, manifestó: “Madrid vivió desde mitad de mayo hasta el principio de la guerra civil en una situación caótica: los obreros tomaban sus comidas en los hoteles, restaurantes y cafés, negándose a pagar la cuenta y amenazando a los patronos de estos establecimientos cuando manifestaban el propósito de reclamar la ayuda de la policía. Las mujeres del populacho hacían sus compras en los 535

almacenes de alimentación sin pagar sus adquisiciones, por la buena razón de que estaban acompañadas de “un chulo” que llevaba un elocuente revólver. Además, incluso en pleno día, en los barrios alejados y hasta en el centro de la ciudad se saqueaban los pequeños comercios, se llevaban los géneros amenazando pistola en mano a los comerciantes que protestaban.” El día 5 de junio transcurrió para los falangistas que se hallaban presos en la cárcel de Madrid como una Jornada más, con sus tristezas y sus esperanzas: largas horas de reclusión, el paseo por el patio, las conversaciones inflamadas de proyectos e ilusiones, la hora amable y confortadora de las visitas... Pero al llegarla noche, el director llama a José Antonio a su despacho para comunicarle que debe hacer los preparativos contenientes, pues por orden superior va a ser trasladado de cárcel. Cuando José Antonio regresa a su celda rompe a gritar en la galería: —¡Me sacan de aquí para asesinarme! Los camaradas le oían acongojados y enardecidos José Antonio hace constar su protesta y negativa a obedecer la orden. El depende de la Audiencia Provincia de Madrid y su traslado es antirreglamentario. “T más presos le secundan e inician una protesta violentísima. Llega el director gritando para imponer silencio y José Antonio le increpa llamándole caimán. Un grupo de guardias, pistola en mano, se arrojan sobre José Antonio y a viva fuerza lo esposan, porque temen los efectos de su indignación. —No me voy más que con la Guardia Civil, atado y esposado. A mi no me aplican la ley de fugas. Y si no es así, no salgo —clamaba José Antonio. Llegaron más guardianes, y por la fuerza consiguieron dominar el tumulto, encerrando a cada uno en su celda, separándolos de su Jefe. A las once de la noche, ya pasado el toque de silencio, volvieron a buscarle. José Antonio, acompañado de su hermano Miguel, salió entre oficiales y guardias sin poder recoger sus libros y papeles, con un simple hatillo como equipaje. Al salir, por las galerías de la cárcel sonaban graves y solemnes, como un presagio, las estrofas del Cara al Sol: 536

Formaré junto a mis compañeros que hacen guardia sobre los luceros... En la calle, grupos de falangistas, que habían sido avisados por Manuel Sarrión, pasante de José Antonio, comenzaron a estacionarse cerca de la puerta de la cárcel Modelo, dispuestos a todo. Era una noche primaveral, fresca y despejada. Los muchachos querían atacar a la guardia y se parapetaron detrás de los árboles en plan de combate. José Antonio, que no debía ignorar el propósito, sacó la cabeza por la ventanilla del coche y gritó: — ¡Firmes! ¡Todos quietos! El coche arrancó rápidamente. Se oyó un ¡Arriba España!, que fue contestado por unas voces que vibraron en la sombra y que el rugir de los motores apagó en seguida. Así hizo José Antonio su última salida de Madrid. Un hecho similar ocurría pocos días después en Valladolid. El 25 de junio Onésimo Redondo, Luis González Vicén, Anselmo de la Iglesia y dieciséis falangistas más fueron trasladados a la cárcel de Avila. A las cuatro de la madrugada el oficial del servicio recorrió las celdas con una lista llamando a los que tenían que salir; Onésimo se negó rotundamente a abandonar la celda; por fin un cabo de Asalto lo persuadió; salieron todos juntos cantando los himnos Cara al Sol y Amanece para mí y dando vivas y gritos de “¡Arriba España!’’ El traslado se realizó en una camioneta de Guardias de Asalto. A éstos se les comunicó que no había interés en que los presos llegaran a Avila, pero los de Asalto, todos ellos simpatizantes de Falange, se pusieron al lado de los presos, realizando un viaje en el que el buen humor y el elevado espíritu patriótico fueron comunes a guardianes y prisioneros. Llegaron, pues, sin novedad a Avila, ante la sorpresa del director de aquella cárcel, al que nada se había avisado de la llegada de aquel contingente de presos. El 29 de junio fue también trasladado desde la cárcel de San Sebastián, donde había sido detenido cuando cumplía un importante servicio, a la de Valladolid, José Antonio Girón. Pero este trasiego de presos, así como las numerosas detenciones que a diario se realizaban de falangistas, no hacían mella en el elevado espíritu de aquellos que habían jurado su total entrega al servicio de España.

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En este año de 1936, los altos dirigentes del deporte mundial habían designado a la Alemania nazi como escenario de la Olimpiada. Pues bien, con el auxilio decidido de Rusia se preparaba en Barcelona una Olimpiada roja en. réplica a la de Berlín. España tiene el triste privilegio de ser elegida para que aquí se represente la parodia, a la que son llamados los deportistas del mundo tatuados con la hoz y el martillo. Una comisión de diputados comunistas solicita del Jefe del Gobierno una subvención de 500.000 ptas. para los gastos que origine la demostración deportiva, y otros diputados franceses, del Frente Popular, reclaman de su Gobierno medio millón de francos para idéntico fin Se trata con esta Olimpiada roja, según rezan los programas anunciadores, “de hacer converger en Cataluña los anhelos de superación y de civilización de todos los pueblos libres del mundo”, y se convoca con particular interés a los atletas de las diversas nacionalidades españolas. El deseo de las derechas de denunciar desde el Parlamento la abominable y espantosa situación de España tiene realización el día 16 de junio. Encabezada por el señor Gil Robles, se presenta este día en la Mesa una proposición que dice: “Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversiones en que vive España”. La defiende el jefe de la C. E. D. A., quien dice: “Al cabo de cuatro meses que tenéis en vuestras manos resortes excepcionales ¿habéis actuado con equidad y habéis obtenido la eficacia? Que lo digan los centenares, los miles de encarcelamientos de amigos nuestros, las deportaciones, no hechas por el Gobierno muchas veces, sino por autoridades subalternas rebeladas contra la autoridad del Gobierno de la República, las multas injustas impuestas a diario en esas ciudades y en esos pueblos, los atropellos continuos a todo lo que somos y significamos. En vuestras manos, el estado de excepción ha sido una arbitrariedad continua, un medio de opresión; muchas veces, simplemente, un instrumento de venganza.” En demostración de cómo se ejerce el Poder “con arbitrariedad e ineficacia”, el señor Gil Robles lee unos datos estadísticos “incompletos, porque es imposible recoger la información de todos los brotes anárquicos que abundan hasta en los últimos rincones del territorio nacional”. “Desde el día 16 de febrero hasta el 15 de junio último —dice—, un resumen numérico arroja los siguientes datos: Iglesias totalmente destruidas. 106: asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos e 538

intentos de asalto, 251; muertos, 269; heridos de diferente gravedad, 1.287; agresiones personales, 215: atracos consumados, 138: tentativas de atraco, 23; centros políticos y particulares destrozados, 69; ídem asaltados, 312; huelgas generales, 113 huelgas parciales, 228; periódicos totalmente destruidos, 10; asaltos a periódicos y destrozos, 33; bombas y petardos que estallan, 146; recogidos sin estallar, 78... “Un día, señor Presidente del Consejo de ministros..., o todos los días, son los asaltos, las detenciones de los coches y automóviles que circulan por las carreteras para exigirles el pago de una contribución para el Socorro Rojo Internacional, sin que haya autoridad que evite ese ejemplo bochornoso que no se da en ninguna nación del mundo. Otras veces, señor Presidente del Consejo de ministros, el desorden y la anarquía se traducen en vergüenza para nosotros como españoles Ahí está la circular dictada por el Automóvil Club de Inglaterra, diciendo que “no se garantiza a ningún coche que entre en el territorio español...” Después de enumerar una multitud de crímenes y desmanes con detalles verdaderamente espeluznantes, el señor Gil Robles concluye: “Desengañaos: un país puede vivir en Monarquía o en República, en sistema parlamentario o en sistema presidencialista, en sovietismo o en fascismo, como únicamente no puede vivir es en anarquía, y España hoy, por desgracia, vive en la anarquía...” A continuación, y tras un quejumbroso discurso del diputado socialista De Francisco, para quien la culpa de todo lo que ocurre corresponde a las derechas, se levanta a hablar Calvo Sotelo: “España —dice— vive sobrecogida, en esa atmósfera letal, en las angustias de la incertidumbre, en manos de unos ministros esclavos de su propia culpa...” Hace después un análisis certero de la situación anárquica que reina en toda la Nación, para continuar: “Y el más lamentable de los choques se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. “Cuando se habla por ahí del peligro de militares montarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me 539

negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que existía actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera seria un loco, lo digo con toda sinceridad, aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía, si ésta se produjera.” —No haga su señoría invitaciones —le interrumpe en este punto el presidente de la Cámara— Fuera de aquí pueden ser mal traducidas. Las últimas frases del señor Calvo Sotelo produjeron en la Cámara una gran impresión. El discurso del orador se ve, a partir de este momento, atravesado de insultos y amenazas y de un griterío incesante. Recuerda el orador lo ocurrido en Oviedo con los guardias de Asalto; el traslado de la Academia de Infantería de Toledo al Campamento, por imposición de la Casa del Pueblo, a consecuencia de un incidente entre un cadete y unos vendedores de periódicos; el traslado de la guarnición de Alcalá de Henares, por imposición de la Casa del Pueblo, y otros sucesos significativos. “¿Es lícito —pregunta— insultar a la Guardia Civil (y aquí tengo un artículo de Euzkadi Rojo en que dice que la Guardia Civil asesina a las masas y es homicida) y, sin embargo, no consentir la censura que se divulguen episodios como el ocurrido en Palenciana, pueblo de la provincia de Córdoba, donde un guardia civil, separado de la pareja que acompañaba, es encerrado en la Casa del Pueblo y decapitado con una navaja cabritera? “Señor Presidente, con lo que llevo dicho creo que queda explicado el alcance de los propósitos manifestados en la nota del penúltimo Consejo de Ministros. ¿Contrición? ¿Atrición? Para que el Consejo de Ministros elabore esos propósitos de mantenimiento del orden han sido precisos doscientos cincuenta o trescientos cadáveres, mil o dos mil heridos y centenares de huelgas. Por todas partes desorden, pillaje, saqueos t destrucción. Pues bien; a mi me toca decir que España no os cree. Esos propósitos podrán ser sinceros, pero os falta fuerza moral para convertirlos en hechos...” Al llegar aquí Calvo Sotelo, la Cámara se revuelve como fustigada por un trallazo. 540

—¡Nos está provocando! —gritan. Calvo Sotelo sonríe amargamente y se dirige entonces a Casares Quiroga: —Yo digo, señor Presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a su señoría por la carga que el azar ha echado sobre sus espaldas... Súbitamente se agita Casares Quiroga, como tocado por una brasa: —¡Todo menos que su señoría me compadezca! —replica colérico. Calvo Sotelo le mira displicente y exclama: —Estilo de improperio característico del antiguo señorito de La Coruña. —Nunca fui señorito —contesta Casares Quiroga. La mayoría, irritada, increpa a Calvo Sotelo, alza los puños, le escupe insultos. El presidente de la Cámara le invita a dar una explicación a sus palabras, que no pueden ser toleradas. “Señor presidente del Consejo de Ministros —dice Calvo Sotelo—, cuando yo comenté, con honrada sinceridad, que me producía una evidente pesadumbre comprender la carga que pesa sobre sus hombros, su señoría me contestó en términos que parlamentariamente yo no he de rechazar, claro está, pero que eran francamente despectivos, diciendo que la compasión mía la rechazaba de modo airado, y entonces yo quise decir al señor Casares Quiroga, al cual, sin haberle tratado, he conocido de lejos en la capital de La Coruña, como un... — ya no encuentro palabra que no moleste a su señoría, pero conste que no quiero emplear ninguna con mala intención— sportman, como un hombre de burguesa posición, un hombre de plácido vivir, pero acostumbrado, sin embargo, que es lo que yo quería decir, al estilo de improperio, porque su señoría siendo hombre representativo de la burguesía coruñesa, sin embargo era líder de los obreros sindicalistas, de los más avanzados, y con frecuencia les dirigía soflamas revolucionarias; quise decir, repito, que no me extrañaba que, en el estilo de improperio de su señoría tuviera para mí palabras tan despectivas.” Y concluye diciendo: “El señor Largo Caballero ha dicho en Oviedo que ellos van a la revolución social y que la política del Frente Popular sólo es admisible en cuanto sirva a la revolución de octubre. Si es cierto, sobran notas, discursos, planes y propósitos: en España no puede haber más que una cosa: Anarquía.” 541

Casares Quiroga se levanta. En su cabeza pequeña de tortuga, sus ojos tienen el brillo letal de la cobra. Quiere vengarse, porque todavía le escuece la quemadura. Difiere por el momento la respuesta al señor Gil Robles, porque, como ministro de la Guerra, siente prisa por refutar las afirmaciones del señor Calvo Sotelo, “quien, con toda intención que no voy a analizar, ha venido a poner cruelmente sus dedos en llagas que, como español, debiera cuidar mucho en no tocar”. Y con voz pausada añade: “Yo no quiero incidir en la falta que cometía su señoría, pero sí me es lícito decir que, después de lo que ha dicho su señoría hoy ante el Parlamento, de cualquier cosa que pudiera ocurrir haré responsable ante el país a su señoría. “Lo que se quiere procurar —recalca— es que se provoque un espíritu subversivo. Gravísimo, señor Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir, su señoría sería responsable con toda responsabilidad.” La mayoría se solidariza con la amenaza con una ovación cerrada. Las miradas de todos van instintivamente hacia el reo. Calvo Sotelo está tranquilo. Pero acaba de escuchar su sentencia de muerte. Esta sesión del día 16 de junio, memorable entre las memorables del Parlamento, que quedará para siempre engarzada en los anales parlamentarios con crespones de duelo, se cierra con unas palabras que en el capítulo de rectificaciones pronunció Calvo Sotelo, y que van a ser su epitafio, que él mismo dicta, para coronar una vida joven y fecunda. Responde a Casares Quiroga: “El discurso de su señoría de hoy es la máxima imprudencia que en mucho tiempo haya podido pronunciarse desde el banco azul. Yo he aludido al problema militar, al desorden militar, en cumplimiento de un deber; de un deber político y de un deber temperamental. Yo no me presto a faramallas, no me sumo a convencionalismos. En estos instantes, en España se desata una furia antimilitarista, que tiene sus arranques y orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la eficiencia del Ejército español... Nada de adulación al Ejército; la defensa del Ejército ante la embestida que se le hace y se le dirige en nombre de una civilización contraria a la nuestra y de otro Ejército, el rojo, es en mí obligada. De eso hablaba el señor Largo Caballero en el mitin de Oviedo, y por las calles de Oviedo, a las veinticuatro o a las 542

cuarenta y ocho horas de la circular de su señoría, que prohíbe ciertos desfiles y ciertas manifestaciones, han paseado tranquilamente, uniformados y militarizados, cinco, seis, ocho o diez mil jóvenes milicianos rojos, que al pasar ante los cuarteles no hacían el saludo fascista, que a su señoría le parece tan vitando, pero sí hacían el saludo comunista, con el puño en alto, y gritaban: ¡Viva el Ejército rojo!” Dicho esto, el señor Calvo Sotelo se yergue para pronunciar sus últimas y lapidarias palabras: “Yo tengo, señor Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido su señoría en sujeto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé que hechos. Bien, señor Casares Quiroga. Le repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: “Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis”. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. Las palabras solemnes y altivas de Calvo Sotelo indican que éste, con genial intuición, ha medido toda la gravedad de la amenaza, que equivale a una sentencia inapelable. Las discrepancias existentes en el seno del partido socialista cada vez son más hondas. Largo Caballero siente prisa por acelerar la bolchevización del partido desviándose cada vez más del conglomerado del Frente Popular. “El actual régimen —dice en su discurso del Cinema Europa— no puede subsistir sin el apoyo de los socialistas y, en cambio, la dictadura del proletariado es viable sin el concurso de los republicanos. ¿Por qué, entonces, ha de malgastar el marxismo, en una colaboración, las energías que necesitará cuando le toque actuar en su día?” Y pocas fechas después, expone la necesidad de organizar un ejército rojo para emprender la próxima lucha que se avecina. 543

‘‘Un ejército —dice— con tres finalidades concretas, que serán: sostener la guerra civil que desencadenará la instauración de la dictadura del proletariado; realizar la unificación de éste por el exterminio de los núcleos obreros que se nieguen a aceptarla, y defender de fronteras afuera, si hace falta, nuestros principios, no por patriotería, como la clase burguesa. Porque no hay que olvidar que el acto de fuerza por el cual se puede conquistar el Poder es el procedimiento, el paso indispensable para hacer la revolución social.” Indalecio Prieto y en general los elementos moderados del Frente Popular esperan un restablecimiento rápido de la disciplina del partido socialista. Pero lo cierto es que dicho restablecimiento no se produce. Prieto ha logrado el aplazamiento del Congreso socialista para evitar que la ejecutiva del partido cayera en manos de Largo Caballero. También hace Prieto un trabajo de captación entre’ diputados y personajes del partido: a últimos de junio, las fuerzas del grupo parlamentario parecen equilibrarse entre las dos tendencias. Esta labor había de ser forzosamente lenta. La realidad marcha a más velocidad que la obra proselitista de Prieto, ya que el oleaje retumbante de sucesos trágicos y desmanes continúa siendo el pan de cada día. Veamos un resumen de lo ocurrido en la segunda mitad de junio: En Málaga, con motivo de la gestión antisindicalista del concejal comunista Andrés Rodríguez González, pistoleros de la C. N. T. le asesinan cuando salía de su casa. Por la noche, los pistoleros socialistas y comunistas vengan el crimen matando en su propio domicilio al presidente del Sindicato de Metalurgia, Miguel Ortiz Acevedo, que se paseaba en una habitación con una hijita en brazos. En la mañana siguiente es muerto a tiros a la puerta de la Casa del Pueblo el presidente de la Diputación y jefe socialista, Antonio Román Reina, y es tiroteado, sin consecuencias, otro dirigente comunista. Durante varios días las calles de Málaga son campo de una lucha despiadada, en que comunistas y sindicalistas se cazan mutuamente. Son continuos los tiroteos y los asaltos, y la vida de la ciudad queda paralizada. De Madrid llegan fuerzas de Asalto con carros blindados, que restablecen el orden. En Vigo es asesinado un derechista. En Valladolid los falangistas hacen estallar un petardo en el interior de la Casa del Pueblo, produciendo gran alarma; tiroteo en la calle de Muro. En Madrid, se repitió el atentado contra el falangista José Luis de Arrese y los obreros que trabajaban bajo su dirección, haciendo los marxistas estallar bombas que causaron bajas. 544

En Fuentepiedra (Málaga) es herido gravísimamente el jefe de la Guardia municipal. En Gumiel de Izán (Burgos) se libra una batalla campal, de la que resultan dos muertos. En Teis (Vigo), un ex cabo de municipales es muerto a tiros. Estallan tres bombas en Santoña (Santander). En Suances (Santander) es asesinado José Cuevas, de Acción Popular. En Olmedo (Valladolid) hay una colisión con la Guardia Civil, resultando cuatro paisanos muertos. En San Fernando (Cádiz), en varias colisiones, resultan muchos heridos. En Badajoz, tiroteos con los guardias de Asalto. Incendios en los campos de Sevilla. Estallan tres bombas en Barcelona. En Madrid, asaltos de tiendas. En Santander son asesinados los falangistas José Luís Obregón y Luis Cabañas. En Valladolid los falangistas cuelgan un cartel de propaganda en los cables del tranvía de la avenida de la República; se producen choques con elementos marxistas; un grupo de socialistas hiere gravemente a cuchilladas a Julio Guerra, estudiante afiliado al S. E. U., cuando, al anochecer, regresaba a su casa; en acción de castigo, los falangistas asaltan una taberna en la calle de Zapico, donde se reunían los marxistas: un muerto y cinco heridos; en otra taberna de la plaza de San Juan, los falangistas ametrallan a un grupo de destacados socialistas, causándoles varias bajas; como consecuencia, los marxistas declaran una huelga general violentísima, matando a un pacífico ciudadano e hiriendo a varios. Tiroteos en Albacete, con un muerto. En Valladolid, nuevas colisiones, con varios heridos. Estallan varias bombas en Madrid, Barcelona y Sama de Langreo (Oviedo). Es asesinado el director de la Prisión Provincial de Sevilla, etc. El diario New York Times, a finales de Junio, dice que en España reina la anarquía; que los socialistas son revolucionarios fanáticos, y afirma que sólo en cuarenta y ocho horas han sido quemadas en España treinta y seis iglesias. Termina así: “No hay en España ni seguridad ni tranquilidad. Ni en las ciudades ni en las carreteras’’. Y el diario republicano de Madrid El Sol decía, en su número del 7 de junio, que no podía tolerarse que “en los caminos se establezca un derecho de peaje y que sean saqueados los viajeros, extranjeros o nacionales, exigiéndoles una exacción ilegal bajo la amenaza del cañón de las pistolas”. “Esta situación no puede continuar así sin dar un estallido formidable”, comenta Gil Robles. “Ni dentro ni fuera del Parlamento hay solución”, declara Calvo Sotelo. 545

Hasta el mismo Marcelino Domingo escribe en El Liberal, sobre el ambiente de pánico, estas palabras: “Las gentes escapan de los pueblos; el dinero huye de las actividades y se repliega en las cuentas corrientes o salta las fronteras; los jornales faltan y se extiende el paro; los negocios se paralizan; los espíritus, temerosos, amedrentados, en zozobra angustiosa, acaban por implorar, vista como vista, llámese como se llame, un Poder que, aunque les niegue todos los derechos, les devuelva la paz...” Cosas muy fuertes tienen que ocurrir para que haga esa apelación a la dictadura y a la paz quien un día descubrió que los desórdenes no eran sino un síntoma “de crecimiento espiritual, salud y garantía de la República”. La situación caótica en que se encuentra envuelta España se hace cada día más insostenible. José Antonio, desde la celda de la cárcel, piensa en la posibilidad de que un movimiento de rebeldía triunfante pueda ser aprovechado por los políticos fracasados, cuya actuación anterior ha dado origen a la lamentable situación presente. Para tratar de evitarlo, se dirige a los Jefes territoriales y provinciales de la Falange dándoles instrucciones en una circular a la que pertenecen los párrafos siguientes; “Ha llegado a conocimiento del jefe nacional la pluralidad de maquinaciones en favor de más o menos confusos movimientos subversivos que están desarrollándose en diversas provincias de España. “La mayor parte de los jefes de nuestras organizaciones, como era de esperar, han puesto en conocimiento del mando cuantas proposiciones se les han hecho, y se han limitado a cumplir en la actuación política las instrucciones del propio mando. Pero algunos, llevados de un exceso de celo o de una peligrosa ingenuidad, se han precipitado a dibujar planos de actuación local y a comprometer la participación de los camaradas en determinados planes políticos. “Las más de las veces, tal actitud de los camaradas de provincias se ha basado en la fe que les merecía la condición militar de quienes les invitaban a la conspiración. Esto exige poner las cosas un poco en claro. “El respeto y el fervor de la Falange hacia el Ejército están proclamados con tal reiteración que no necesitan ahora de ponderaciones. Desde los 27 puntos doctrinales se ha dicho cómo es aspiración nuestra que, a imagen del Ejército, informe un sentido militar de la vida toda la existencia española. Por otra parte, en 546

ocasiones memorables y recientes, el Ejército ha visto compartidos sus peligros por camaradas nuestros. “Pero la admiración y estimación profunda por el Ejército como órgano esencial de la Patria, no implica la conformidad con cada uno de los pensamientos, palabras y proyectos que cada militar o grupo de militares pueda profesar, preferir o acariciar. Especialmente en política, la Falange —que detesta la adulación porque la considera como el último menosprecio para el adulado— no se considera menos preparada que el promedio de los militares. La formación política de los militares suele estar llena de la más noble ingenuidad. El apartamiento que el Ejército se ha impuesto a si mismo de la política ha llegado a colocar a los militares, generalmente, en un estado de indefensión dialéctica contra los charlatanes y los trepadores de los partidos. Es corriente que un político mediocre gane gran predicamento entre militares sin más que manejar, impúdicamente, algunos de los conceptos de más hondo arraigo en el alma militar. “De aquí que los proyectos políticos de los militares (salvo, naturalmente, los que se elaboran por una minoría muy preparada que en el Ejército existe), no suelen estar adornados por el acierto. Esos proyectos arrancan casi siempre de un error inicial: el de creer que los males de España responden a simples desarreglos de orden interior y desembocan en la entrega del Poder a los antes aludidos charlatanes, faltos de toda conciencia histórica, de toda auténtica formación y de todo brío para la irrupción de la Patria en las grandes rutas de su destino. “La participación de la Falange en uno de esos proyectos prematuros y candorosos constituiría una gravísima responsabilidad y arrastraría su total desaparición, aun en el caso de triunfo. Por este motivo: porque casi todos los que cuentan con la Falange para tal género de empresas la consideran, no como un cuerpo total de doctrina ni como una fuerza en camino para asumir por entero la dirección del Estado, sino como un elemento auxiliar de choque, como una especie de fuerza de asalto, de milicia juvenil, destinada el día de mañana a desfilar ante los fantasmones encaramados en el Poder. “Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se le proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacional-sindicalista, al alborear de la inmensa tarea de 547

reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora (de la que España ha conocido tan largas muestras), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules...” En las derechas españolas se advierten los síntomas de fatiga que preceden al abandono, y acaso a la rendición de la fortaleza que defienden. ¿Qué queda por hacer? La calle está en poder de las hordas, que, respaldadas por la fuerza pública, no toleran que se les te este dominio. Quienes lo intentan pagan su osadía con sangre o con encierro de cárcel. Millares y millares de jóvenes animosos sufren prisión. Pero no son bastantes los detenidos, a juzgar por la insistencia con que diariamente los periódicos rojos de todos los pelajes exigen el encarcelamiento de los fascistas, considerando como tales a cuantos no figuran en el Frente Popular. ¡Fascista! nombre que horroriza al marxismo, y con el que justifican sus crímenes los sicarios. ¡Fascista! Tara, baldón, estigma e ignominia para el español de julio de 1936. Palabra que crispa y enardece al hampa que bravea en la vía pública de España, y que la escupe como el supremo insulto. La lucha contra la Falange Española, tradicionalistas y demás organizaciones enemigas del comunismo, adquiere caracteres de guerra a muerte. El diario comunista Mundo Obrero se distingue en las excitaciones, para que el Gobierno sea implacable en la persecución. Casares Quiroga hace lo que puede y lo que no puede por raer el fascismo. Las detenciones son numerosas. Es rara la noche que, sólo en Madrid, no son apresadas de 150 a 200 personas, acusadas de manejos contra el régimen. Y en provincias, son encarcelados en proporción. Paralelamente con la policía actúan los pistoleros. En Villanueva de San Juan (Sevilla) es asesinado Juan Martínez Pichardo, afiliado a F. E. En Miguelturra (Ciudad Real) es asaltado el casino y matan de un tiro al hijo del conserje, el falangista Claudio Fernández. En Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), al ir a detener los guardias municipales al Jefe local de Falange, se entabla un tiroteo, del que resultan heridos éste y un hermano, y muerto su padre. El día 3 de julio, en Madrid, son muertos a tiros, cuando se hallaban en la terraza de un bar de la calle de Torrijos, los estudiantes falangistas Miguel Arriola y Jacobo Galán, y heridas cinco personas que en la misma terraza se encontraban. Los criminales huyeron en el coche del que habían descendido para perpetrar el atentado. 548

No todas las salvajadas marxistas quedan sin respuesta, y ésta de la calle de Torrijos la tuvo y violenta en la noche siguiente. Un grupo de socialistas que salieron de una reunión en la Casa del Pueblo, al pasar por la calle Gravina son tiroteados por tres falangistas dos socialistas resultaron muertos y siete heridos. Esta réplica encoleriza al Director General de Seguridad, Alonso Mallol, quien, iracundo y fuera de si, ordenó a sus polizontes que “no dejaran vivo a un solo fascista”. En la noche del 5 al 6, ingresan en los calabozos de la Dirección, llenos hasta reventar las costuras, doscientos detenidos. Pero los asesinos marxistas ya no se conforman con matar, sino que ahora a las ejecuciones precede el tormento. El rapto y martirio de un joven, hijo del empresario del Circo Price, acontecido en Madrid, es relatado el día 8 en el Congreso por el conde de Gamazo, que da lectura a la siguiente carta del padre de la víctima: “Yo tenía un hijo, un hijo ejemplar, estudioso, formal, obediente y cristiano, temeroso de Dios y obediente, hasta la exageración, de sus padres. El martes pasado, después de asistir a una sesión de cine, se separó, a las nueve y cuarto de la noche, en la glorieta de Bilbao, de un amigo, con la idea, después de cenar, de asistir aquí, en el Circo, al catch. Desde la glorieta de Bilbao a Luchana, 29, donde vivía, desapareció. Figúrese los días de angustia que hemos pasado sin tener el más leve rastro de él, a pesar de que yo, por mis relaciones cordiales con la Dirección General de Seguridad, he puesto medía Policía en movimiento. Esta mañana me ha comunicado la Policía que en el término de Pozuelo había aparecido el cadáver de mi pobre hijo. Allá nos hemos ido su madre y yo, y ¡qué cuadro! ¡Horrendo, señor conde! Criminal y feroz. Han tenido a mi pobrecito hijo cinco días secuestrado, atado a una silla fuertemente, y después, seguramente por tener la Policía ya cerca, para mejor desembarazarse del cuerpo del delito, en un automóvil lo han llevado a la carretera de Pozuelo, lo han tirado al suelo desde el interior del coche y lo han asesinado vilmente. Mi hijo se llamaba José María Sánchez Gallego, de dieciocho años de edad, si estar afiliado a ningún partido, aunque no quiero ocultarle que sus amigos —todos— eran de derecha y algunos afiliados a Falange. No deseo de usted sino que en las Cortes exponga este nuevo caso, para ver si entre todos consiguen librar de esta lacra social a nuestra amada España.” 549

Poco antes, en la noche del 5, fue encontrado en la carretera de Carabanchel el cadáver del teniente de complemento y entusiasta falangista don Justo Serna Enamorado. Presentaba señales de setenta y tres heridas de arma blanca, y en las muñecas grandes equimosis, que revelaban había sido fuertemente atado. Pero todos estos crímenes no arredraban a los falangistas. En la noche del 10 de julio, seis jóvenes audaces invaden en un golpe arriesgado el estudio de Unión Radio de Valencia, y los radioescuchas oyen estupefactos esta declaración: “¡Aquí Unión Radio de Valencia! En estos momentos, Falange Española ocupa militarmente el estudio de Unión Radio. ¡Arriba el corazón! Dentro de unos días saldrá a la calle la revolución nacionalsindicalista. Aprovechamos este servicio para saludar a todos los españoles y particularmente a todos nuestros camaradas”. No es para descrita la sorpresa que tal declaración produce. ¿Pero hay todavía quienes en pleno terror se atrevan a tales desafíos? Cuando minutos después llegan al edificio de la emisora dos camiones de guardias de Asalto, los intrépidos han desaparecido. Al convencerse de que la cosa no ha pasado de un golpe de mano, los marxistas se lanzan a la calle a imponer ejemplar venganza y empiezan por asaltar el Centro de la Derecha Regional, al que, una vez saqueado, prenden fuego, y montan retenes para impedir que los bomberos actúen. Incendian después el Centro Patronal, otro Círculo de Derecha Regional en la calle de Angel Guimerá y tres casas de la barriada de Arrancapinos; invaden y razzían La Voz Valenciana y el café Vodka y otras casas de personajes de derechas, hasta que la aparición de unas fuerzas de Caballería pone en fuga a los irascibles. La sorpresa de la “radio” valenciana previene a los marxistas y les hace pensar que no están en la cárcel ni suprimidos, como ellos quieren, todos los fascistas, por lo cual arrecian en epígrafes tremebundos desde los periódicos, para que el Gobierno acabe de una vez con todos los enemigos del Frente Popular por el procedimiento que sea. El ¡viva la guillotina! que lanza La Pasionaria en la sesión de Cortes del día 10, tiene el valor de un recuerdo de lo que puede ser el instrumento adecuado para realizar la venganza comunista. También este instrumento de muerte se menciona en el Congreso provincial del partido comunista de Madrid, celebrado en la segunda quincena de junio. Durante sus sesiones se vierten palabras arrebatadas de posesos, excitaciones de toda clase de infamias. “Bien cerca de nuestros 550

Pirineos, en la Francia de 1789 —dice el diputado Jesús Hernández— los trabajadores franceses cargaban carretas de nobles para llevarlos a la guillotina. Hay que deplorar que la República española no haya cargado todavía ninguna carreta de nobles para...” Al llegar aquí, la ovación ahoga el final del párrafo. Margarita Nelken arenga a las milicias marxistas concentradas con todo el aparato bélico en Toledo. Llevan al frente banderas desplegadas, bandas de música, cornetas y tambores, y maniobran militarmente en la plaza de toros. “Tenéis que desprenderos en las próximas luchas —les recomienda la furia— de la clemencia y de la piedad”. González Peña, por su parte, alecciona a las Juventudes Unificadas extremeñas concentradas en Badajoz: “Es urgente prepararse y estar armados, pues el día en que se haya de actuar pudiera estar próximo”. Prepararse, estar prontos y dispuestos a la movilización es la consigna que corre y se repite en estos últimos días de junio. “Ya está acordado —dice Joaquín Arrarás en su libro Franco— que el día 1.º de agosto, el “Día Rojo”, se celebrará una movilización general de las fuerzas revolucionarias hasta en la última aldea de España, y que este ensayo será el definitivo. “Ya se conoce también el plan, muy bien hilado en oficinas soviéticas, para el asesinato de los jefes y oficiales del Ejército, que desaparecerán, llegado el momento, en una matanza fulminante, para la que se ha hecho una puntual distribución de verdugos”. Indalecio Prieto deja entrever su preocupación ante lo que se prepara, en un artículo que publica en El Liberal, de Bilbao, en el que dice: “Que el porvenir nos depare de nuevo la expatriación o el presidio, nos estará bien merecido. Por insensatos”. El domingo 12 de julio, a las ocho cincuenta y cinco de la noche, cuando el teniente de Asalto José Castillo cruzaba de una acera a otra de la calle de Augusto Figueroa para entrar en la de Fuencarral, surgieron de improviso tras él cuatro o cinco individuos, uno de los cuales gritaba: “¡Ese es! ¡Ese!”. Sonaron varios disparos. El teniente Castillo dio un traspiés como si tropezase y cayó a tierra de bruces, derribando con su empuje a un transeúnte. El herido fue metido rápidamente en un automóvil. Cuando llegó al Equipo Quirúrgico ya estaba muerto. 551

El teniente Castillo era uno de los más exaltados oficiales revolucionarios del cuartel de Pontejos. El día del entierro del alférez de la Guardia Civil, señor Reyes, disparó a quemarropa sobre el joven tradicionalista Llaguno, dejándole gravemente herido, y excitó a sus guardias para que hicieran fuego sobre los patriotas. Desde entonces, temía ser víctima de un acto de represalia. Su cadáver fue trasladado inmediatamente a la Dirección General de Seguridad. La capilla ardiente era un tumulto de voces airadas. De los Sindicatos socialistas, de los Radios comunistas, de los barrios obreros habían acudido muchos militantes marxistas. Alzaban los puños y lanzaban espantosos juramentos de venganza. —¡Camarada Castillo, mártir del comunismo, el partido te vengará! Al cuartel de Pontejos. el de la Compañía “revolucionaria” a que estaba adscrito el asesinado, acudían también dirigentes socialistas y comunistas. Todos opinaban que había que tomar represalias inmediatas. El teniente Barbeta arengaba a los guardias: —Muchachos, esos canallas acaban de matarnos al teniente Castillo... No tenemos nada de hombres ni vergüenza si no nos “cargamos” a cuatrocientos “señoritos”. Esta noche, a las doce, hay que estar preparados para armar “la gorda”. ¡Viva la República! “¡Cargarse cuatrocientos señoritos!” “¡Armar la gorda!” “¡Acabar con esa gentuza!” ¡Bah! Propósitos de locos, de gente impulsiva, sin reflexión; desfogues instantáneos de la pasión que, en definitiva, quedan en nada. Pero en ese momento llegan al cuartelillo el teniente Moreno y el capitán Condés, que vienen de su diario conciliábulo en el Ministerio de la Gobernación. Se acaban las discusiones, las arengas, los proyectos insensatos. ¿Para qué cuatrocientos señoritos? Con dos o tres bien escogidos hay bastante. Moreno y Condés traen ya preparado un plan. Lo exponen a los demás compañeros, contestan a las objeciones, tranquilizan a los asustados, aseguran la impunidad. —Esto es mucho más sencillo y menos peligroso que luchar en la calle— les dicen. Al fin, parece haberse llegado a la conformidad general. El teniente Lupión sale al pasillo y habla detenidamente con un cabo de su Compañía. Termina ordenando: —Y a las doce aquí. 552

La promesa de una expedición punitiva excitaba a los guardias tanto como a sus jefes. Al fin iban a poder hacer lo que les pedía el cuerpo, algo ilegal y bárbaro, como cuando la revolución de 1934, porque, en efecto, muchos de ellos habían recibido del Frente Popular el puesto de agentes de la autoridad precisamente por su actuación revolucionaria en el octubre rojo. —¡A ver, cabo, esos hombres! —dijo el teniente Lupión cuando dieron las dos de la madrugada—. Que se suban a la camioneta. A la puerta está la marcada con el número 17. —¿Cómo vas a mandarla si vas de paisano? —pregunta Lupión a Condés. —No olvides que soy capitán de la Guardia Civil. —A tus órdenes—, y agregó en voz alta: El capitán Condés es quien manda esta camioneta. A sus órdenes estáis. Junto al chófer se sienta el capitán Condés y un guardia que pertenece a la escolta de la Nelken. Después suben Robles, Herencia y otros “activistas”, tres guardias de uniforme y los demás de paisano. Como en lugar preferente va el pistolero marxista Victoriano Cuenca. Tras la camioneta parten dos coches ligeros con algunos paisanos y guardias. En esos momentos se está celebrando en la embajada del Brasil una brillante fiesta en honor del Presidente de la República española. El buffet es magnífico y no se escatima el champán francés. Las conversaciones son muy animadas. ¿Quién va a oír desde allí, entre los sones de la orquesta, el sordo rumor de una camioneta que avanza en la noche con los faros apagados por la calle de Velázquez, inexorable como la fatalidad?... Nadie lo oye, pero alguien lo sabe: ese alguien es Casares Quiroga, que acude repetidas veces al teléfono y que hace misteriosas desapariciones de la fiesta... Otra escena significativa se desarrollaba, a las tres y media de la madrugada, en la capilla ardiente del teniente Castillo. Al lamentarse alguien de este atentado ante el director general de Seguridad, señor Alonso Mallol, éste miró al reloj y comentó: —Para cadáver, el que debo tener yo a estas horas. Un horrendo crimen de Estado estaba en marcha.

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El 18 de Julio

Calvo Sotelo dormía cuando sonó con insistencia el timbre de la puerta. Despierta de pronto copado en un cerco de precauciones calculadas. El capitán Condés había apostado en torno a la casa a los guardias que llevaban pistolas ametralladoras, había tomado “militarmente” las bocacalles, había situado guardias y frentepopulistas en los sitios estratégicos, y después de ordenar a la pareja de guardias que paseaban por la acera y al sereno la apertura del portal, había puesto también centinelas en los demás pisos. La doncella abrió. Condés, Cuenca y Del Rey, con varios guardias armados, irrumpieron en la casa. —¿El señor Calvo Sotelo? —El señor está durmiendo. —Pues despiértele usted. Somos guardias que venimos a hacer un registro de parte de la Dirección General de Seguridad. Pocos momentos después aparece Calvo Sotelo entre las cortinas del vestíbulo. Viste pijama, sobre el cual se ha puesto un batín negro. —¿Qué desean ustedes? —Hacer un registro por orden de la Dirección General de Seguridad. —¿Un registro a estas horas? ¡Qué cosa más rara. En fin, permítanme que prevenga a mi mujer para que no se alarme. Penetró en el comedor, y asomándose al balcón preguntó a los guardias de Seguridad que montaban la vigilancia en su casa: —¿Son de verdad guardias de Asalto estos señores que han subido? —Si señor. Puede recibirlos sin temor, pues ya hemos comprobado su personalidad —le respondieron. Al volver al vestíbulo se hallaba invadido éste por un tropel de guardias y paisanos, a quienes les dijo: —Pueden registrar cuanto gusten. Pongo a su disposición todas las llaves de la casa. 554

El registro comenzó, superficial, rápido, como si sólo tuviera por objeto cerciorarse de las personas que había en la casa: la mujer, los cuatro hijos, la institutriz, dos muchachas de servicio y un chico que hacía de recadero. —Ahora —agrega Condés terminada la disculpa del registro—, siento decirle que tiene que acompañarnos a la Dirección General de Seguridad. —Eso ya no. Ningún ciudadano puede ser detenido sin orden de la autoridad competente; pero yo, además, como diputado, gozo de la inmunidad parlamentaria, y para detenerme es necesario que un juez pida el oportuno suplicatorio a las Cortes y que éstas lo concedan. —Sin embargo, nosotros tenemos esa orden y hemos de cumplirla. Probablemente es cuestión de unos minutos, los necesarios para tomarle declaración. Volvió Calvo Sotelo a acudir a razones, a preguntar por la orden. —Es verbal y en la Dirección le darán a usted todo género de explicaciones... Ahora, que la orden la cumpliremos: por las buenas o por las malas. —Pues entonces, la cosa es muy sencilla. Voy a preguntar por teléfono a la Dirección de Seguridad. —Se lo prohíbo a usted. —¿No me permiten que hable por teléfono? Esto es un secuestro y una monstruosidad sin precedente... Y como hiciera ademán de dirigirse hacia el teléfono que había sobre una mesita próxima a la de despacho, se adelantó Cuenca y, con un fuerte tirón, rompió el hilo. —Ya ve usted que no lo permitimos. La esposa, angustiada y sollozante, se abraza al esposo, pero una voz pretende apartarla: —Señora, retírese; las mujeres sobran en estos casos. —Exijo, pido —insiste Calvo Sotelo— que me dejen en casa hasta que amanezca. —Tenemos orden terminante de llevarle inmediatamente a la Dirección General de Seguridad. —Pero —exclama Calvo Sotelo enérgico, a punto de desbordarse en cólera—, ¿puedo saber quiénes son ustedes? 555

Entonces Condés le enseñó su carnet en regla, un carnet de capitán de la Guardia Civil. — ¡Ah! —exclamó Calvo Sotelo—. Esto es otra cosa. ¡A un oficial de la Guardia Civil me entrego y me confío! Esperen ustedes que me vista. La mujer, llorosa y atribulada, insta al marido a no moverse de casa: —No te vayas, Pepe, no te vayas—. Ella se guiaba por el sutil instinto femenino, estremecido por presentimientos oscuros. Pasaron un instante los dos al cuarto de baño para peinarse él. —Estate tranquila —repetía—. No llores. Esta es una monstruosidad que tendrá sus consecuencias. Ya verás la que voy a armar... —No te vayas, Pepe, no te vayas —insistía la esposa. —Pero, ¿qué quieres que haga? —Chilla, grita, pide auxilio. —Sería inútil. La casa está llena de guardias... Cálmate, y no llores, porque a lo mejor se ríen de ti y entonces sí que no respondo de lo que hago. Cuando de nuevo salieron al vestíbulo, la señora repetía entre sollozos su consejo: —¡No te vayas! ¡Pepe, no te vayas! —Le doy mi palabra de caballero —intervino Condés— de que dentro de cinco minutos estará delante del Director General de Seguridad. Calvo Sotelo se despidió de sus hijos rápidamente: un leve beso, casi un hálito solamente para no despertarlos; después la mujer se le abraza largamente, estrechamente, para separarse al fin con dolor lancinante. —¿Cuándo sabré de ti? —Te llamaré en seguida desde la Dirección General de Seguridad... si es que no me llevan a darme cuatro tiros. El presentimiento había encontrado un resquicio. Condés y los guardias se sintieron incómodos y volvieron la cara y cambiaron de postura. Entretanto, las patrullas situadas por Condés en la calle detenían los automóviles, identificaban a los viajeros, obligaban a los peatones a seguir otro camino. 556

En la acera estaban los porteros despiertos por los ruidos insólitos en la escalera, los criados y algunos curiosos. —Si tardo mucho es que ya no vuelvo —les dice Calvo Sotelo al poner los pies en el estribo de la camioneta. Pero entonces se da cuenta de que Condés parece remiso en subir y anda remoloneando por la acera. —Supongo que usted vendrá conmigo, o de lo contrario me tienen que matar aquí, porque yo no me muevo. —¿Es que no le merecen confianza los de Asalto? Suba usted, yo voy delante. Calvo Sotelo quedó instalado en el tercer departamento con la vista en el sentido de la dirección, entre dos guardias. En el último banco, varios “activistas”, como se denominaban los pistoleros de las milicias socialistas. La camioneta llevaba en un costado esta inscripción: “Dirección General de Seguridad. Compañías de Asalto”, y un número: el 17. Arrancó a toda velocidad, rumbo a la calle de Alcalá, pero a poco torció por la de Lista para ir en dirección contraria. A los pocos minutos de marcha, Cuenca se incorporó pistola en mano. Sin embargo, algo debió percibir Calvo Sotelo, puesto que se volvió a mirar; pero sus ojos sólo encontraron rostros impasibles que miraban hacia adelante, las frentes obstinadas, las mandíbulas tensas. Cuenca volvió a sentarse; después miró a los guardias como preguntándoles: ¿Disparo? El más cercano respondió con un gesto afirmativo. Y Cuenca, sentado a la espalda de Calvo Sotelo, frío e insensible, buscó el blanco, la nuca, encañonó la cabeza de izquierda a derecha y de abajo arriba y disparó dos veces. El coche cruzaba la calle de Ayala. Las detonaciones sonaron lacias y débiles, llevadas por el ruido del motor como los papeles de la calle por el viento del coche. El cuerpo de Calvo Sotelo, herido en la misma médula, había dado un tremendo brinco vertical; luego cayó pesadamente, la cabeza sobre el guardia sentado a la derecha; por fin se deslizó al suelo. Los guardias, sin mirar, empujaron el cuerpo para que quedara debajo de los asientos. El guardia de la derecha se miró la guerrera, estaba manchada de sangre. —¡Al cementerio del Este! —ordenó Condés al conductor. Al llegar al cementerio, Condés y Del Rey se apean los primeros. Según lo convenido, en el cementerio estarían esperando unos sepultureros 557

para llevar el cuerpo a la fosa común; el Gobierno podría hablar de secuestro, de desaparición, y tras largas e infructuosas diligencias, archivar los folios del sumario en medio del olvido o de la atención cansada de las gentes. Grandes planeadores eran Moreno y Condés, pero aun en los planes más audaces falla siempre algún detalle, que es como el punto por donde se va toda la media. Los sepultureros complicados no están en su puesto; ha habido un retraso en la cronometría del crimen y han sido relevados. Pero Condés tiene el ingenio pronto. —Traemos el cadáver de un sereno encontrado en la vía pública. ¡A ver, bajad eso! —Bueno. ¿Y la hoja de filiación? —preguntó un sepulturero. —Por la mañana la traeremos. Era uso corriente, sobre todo por aquellos días, en que más de un cadáver había sido llevado al depósito de aquella forma anormal. El regreso a Pontejos se hizo en silencio. Al llegar al cuartel, Condés y Cuenca abandonan el coche y suben a las oficinas. Moreno y Burillo les abrazan y felicitan. No son necesarias más explicaciones, porque todos están enterados de todo. El crimen oficial había resultado redondo. En la casa de Calvo Sotelo se esperaba inútilmente el aviso que él había prometido desde la Dirección General de Seguridad en cuanto llegase. ¡Qué horas interminables de angustiada ansiedad! Innumerables amigos de Calvo Sotelo, movilizados desde primera hora, iban febriles, de un lado a otro, en busca de su jefe político. Unos a la cárcel, por ver si allí se encontraba detenido, otros a los puestos de guardias de Asalto, quien hacia las afueras de Madrid, sin rumbo fijo, con el secreto presentimiento de encontrar el cadáver querido abandonado en una cuneta. Pero no; el cadáver estaba allí, en el depósito, como una acusación viva, inevitable. No había medio de escamotearlo. El capellán del cementerio, al enterarse de la desaparición de Calvo Sotelo, recordó los rasgos de un muerto que había visto en el depósito y confirmaba sus sospechas. Poco después es completamente identificado. No había duda. El cadáver que está en el depósito es el de Calvo Sotelo, asesinado por fuerzas a las órdenes del Gobierno. El Frente Popular había coronado su política. No podía tener ésta otro final: un crimen deliberado, planeado y ejecutado por el propio Estado. 558

Fueron detenidos los sepultureros, el conductor de la camioneta, algunos guardias de Asalto, pero no aquellos que el portero, las sirvientes, la institutriz, hubieran podido identificar. Fue preso el teniente Barbeta, pero no el capitán Condés ni el teniente Moreno, a quienes se vio en la propia Dirección General de Seguridad que se paseaban impertérritos, fumando cigarrillos, como dos funcionarios en momento de ocio... (Pocos días después, ya no habrá necesidad de disimulo hipócrita; el crimen se convertirá en acto heroico: Condés y Moreno serán designados como héroes y calificados de salvadores de la República. Y todos los que han intervenido directamente, galardonados con títulos militares, si son civiles, o con ascensos, sí son militares. Por cierto que en uno de los primeros combates librados en Somosierra, Condés cayó mortalmente herido, muriendo también en ese mismo combate el pistolero Cuenca, autor material del asesinato.) Durante todo el día 13, una procesión ininterrumpida de gentes desfila por la casa de Calvo Sotelo. Cuando la aglomeración es mayor, acuden fuerzas de Asalto estacionadas en las inmediaciones y la disuelven. Otro tanto ocurre en el cementerio, donde un piquete de la Guardia Civil cumple la consigna de prohibir la entrada al depósito, donde yace el cuerpo inerte del estadista. Madrid vive consternado, sumido en una ola de terror que lo anega. Es una sensación de angustia que pesa sobre la ciudad como una losa de plomo. Van y vienen raudos los coches de policía, que practican detenciones sin cuento. Las milicias socialistas y comunistas prestan vigilancia en las calles, y con especial cuidado en las proximidades de los cuarteles y ministerios. En el de la Guerra, algunas patrullas de milicianos comparten con los soldados los servicios de guardia. Noche de pavor esta del 13 de julio, solemne, dolorosa, que empieza a vivir Madrid. Muchas personas de derechas que se consideraban señaladas con el signo de la exterminación, andan alocadas en busca de cobijo donde ocultarse. Los que pueden preparan de prisa sus equipajes y huyen de la capital empujados por el terror. ¿Qué va a pasar?, se preguntan, invadidos de mortal desaliento, convencidos de que la fuerza del marxismo es tan aplastante que no habrá medios ni posibilidades de contrarrestarla. El día 14 amanece ardiente, pero sin que su claridad desvanezca el aire fúnebre que parece envuelve a Madrid. Por la tarde, afluyen sin cesar al cementerio grupos de admiradores y de adictos, de amigos y com559

pañeros, que quieren asistir al entierro. Son muchos también los jóvenes falangistas y tradicionalistas los que acuden, deseosos de sumarse a esta manifestación de duelo. El entierro será a las cinco, y se han comunicado unos a otros la hora, porque el Gobierno ha prohibido que se haga pública. Son, sin embargo, varios, muchos miles los que por medios particulares se han enterado y acuden desafiando los rigores del día asfixiante y las medidas restrictivas de la autoridad. Por todos los alrededores hay un alarde extraordinario de fuerzas. Se vigilan cuidadosamente los movimientos de esta multitud dolorida, todavía no repuesta de su estupor. A las cinco en punto se pone en marcha la comitiva. Cae un sol implacable sobre el coto pardo y llano del cementerio. La concurrencia describe un pequeño círculo para llegar hasta el camino. Va el cortejo en un silencio impresionante. Ni un gesto ni un grito ni un murmullo de conversación. El silencio es también ceremonia en esta hora histórica. Y con este mutismo que se hace angustioso, porque está preñado de fuerza, el féretro pasa por entre una doble fila de muchachos disciplinados que saludan brazo en alto. Calvo Sotelo recibe sepultura. Al depositar el cadáver en el panteón se reza el responso final, que es una ardiente despedida. Y cuando el ataúd ha sido sepultado, cuando han cesado ya los golpetazos de las paletadas que cierran el recinto donde yace Calvo Sotelo, sin que el menor ruido altere este silencio febril y dramático, don Antonio Goicoechea, en lo alto de un montículo, se yergue y dice con acento vibrante: “No te ofrecemos que rogaremos a Dios por ti; te pedimos que ruegues tú por nosotros. Ante esa bandera colocada como una reliquia sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos solemne juramento de consagrar nuestra vida a esta triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte, salvar a España, que todo es uno y lo mismo, porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España Un grito unánime —los brazos extendidos— contesta a esta breve oración. Terminado el sepelio, la multitud retorna a la capital. Hay que dispersarla y evitar que en su dolor exhale ni un gemido de protesta, y para ello, desde algunos coches en los que van guardias de Asalto, disparan pistolas ametralladoras sobre los concurrentes. En la calle de Alcalá caen un muerto y varios heridos. 560

El Gobierno permanece mudo. Ninguno de los ministros ha despegado los labios al entrar o salir del Consejo celebrado en la tarde del día 14. En una nota oficiosa pretende confundir los dos asesinatos, el del teniente Castillo y el del señor Calvo Sotelo, con la intención de justificar el segundo con el primero. Era lo previsto. “Casares Quiroga —dice Comín Colomer en su libro Atentados Políticos— descansaba para sus misiones “específicas” en el capitán Condés —amigo íntimo de Margarita Nelken por aquel entonces— y los tenientes Moreno y Castillo. Se había decretado el asesinato de Calvo Sotelo, y en semejantes individuos se confiaba para realizarlo con el apoyo del grupo preparado al efecto. El elegido para la empresa fue Castillo, que pocos días después hizo constar a sus compinches que no estaba dispuesto al crimen. Condés y Moreno le tacharon de cobarde y traidor y Castillo les dijo que le tenían incondicionalmente para cualquier cosa, como demostración de lo contrario, menos a lo de Calvo Sotelo. “Con negativa y todo, Castillo se convirtió en instrumento, porque con su asesinato, las “milicias” social-comunistas a las que servía de instructor tuvieron el punto de efervescencia que se precisaba en toda la maniobra preparatoria. Bajo las órdenes de Moreno y Condés, unos guardias vestidos de paisano dispararon contra Castillo, y fueron seguidamente a refugiarse a la Casa del Pueblo. Inmediatamente se propaló desde los mismos centros oficiales que el teniente comunista había sucumbido a las pistolas del fascismo español. La cosa era suficiente para que el clima revolucionario alcanzara las calorías apetecidas. Determinadas investigaciones, particularmente realizadas, aclararon suficientemente estos hechos.” Propósito del Gobierno desde el primer momento, ha sido escamotear el asesinato de Calvo Sotelo a la fiscalización parlamentaria. Como las minorías de la oposición no se mostraban dispuestas a aplazar el debate sobre el crimen, según deseaba el Presidente de la Cámara, éste, en complicidad con los ministros, que temían enfrentarse con los acusadores, propone la suspensión de sesiones por ocho días, a lo que accedió el Gobierno por medio del correspondiente decreto. Pero, como vencía el plazo del estado de alarma y deseaba el Gobierno prorrogarlo, se convocó a tal fin a la Diputación Permanente de las Cortes, para las diez de la mañana del día 15. Rodean al Congreso fuertes contingentes de fuerzas de Asalto y Seguridad, que más que para 561

protegerlo parecen concentradas para sitiarlo y reducirlo. Van llegando sucesivamente los representantes de las minorías que tienen puesto en esta Diputación, pero no asisten ni el señor Lucia, que ha delegado en Gil Robles, ni Largo Caballero, que ha hecho lo propio en otro compañero de la minoría. La ausencia más significativa es la de Casares Quiroga. A las once empieza la sesión, presidida por Martínez Barrio. El conde de Vallellano da lectura a una nota en la que manifiesta el propósito de retirarse de las Cortes los tradicionalistas y monárquicos, y que termina diciendo: “No queremos engañar al país y a la opinión internacional, aceptando un papel en la farsa de fingir la existencia de un estado civilizado normal, cuando en realidad desde el 16 de febrero vivimos en plena anarquía, bajo el imperio de una monstruosa subversión de todos los valores morales, que ha conseguido poner la autoridad y la justicia al servicio de la violencia y el crimen. “No por eso desertamos de nuestro puesto en la lucha empeñada ni arriamos la bandera de nuestros ideales. Quien quiera salvar a España y su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrará los primeros en el camino del deber y del sacrificio.” Se retira de la sesión el conde de Vallellano y poco después se levanta a hablar el señor Gil Robles. Se produce un movimiento nervioso de sensación y curiosidad. “Es la quinta vez —dice— que el Gobierno viene a solicitar de organismos parlamentarios la prórroga del estado de alarma, y no deja de ser extraño que, presentada la comunicación el día 14 a las Cortes, se hayan suspendido ese día las sesiones, hurtando al Parlamento la discusión de los motivos, sin otro propósito que sustraer a la publicidad los graves sucesos que están acaeciendo. “Si no tiene eficacia suficiente para garantizar los derechos de los ciudadanos y el normal funcionamiento de los órganos del Gobierno, el estado de alarma, resorte normal y legítimo de todos los Gobiernos, se convierte en una facultad abusiva... “Pero, ¿es que ha cumplido alguna de las finalidades el estado de alarma en manos del Gobierno? ¿Ha servido para contener la ola de anarquía que está arruinando moral y materialmente a España? Mirad lo que pasa por campos y ciudades. Acordaos de la estadística a que di lectura en la pasada sesión de las Cortes... Al cabo de hallarse cuatro 562

meses en vigor el estado de alarma, con toda clase de resortes el Gobierno en su mano para imponer la autoridad, ¿cuál ha sido la eficacia del estado de alarma?... Ni el derecho a la vida, ni la libertad de trabajo, ni la inviolabilidad del domicilio han tenido la menor garantía con esta ley excepcional en manos del Gobierno, que, por el contrario, se ha convertido en elemento de persecución contra todos aquellos que no tienen las mismas ideas políticas que los elementos componentes del Frente Popular... “A nosotros diariamente llegan voces que nos dicen: «Os están expulsando de la legalidad; están haciendo un baldón de los principios democráticos; están riéndose de las máximas liberales consignadas en la Constitución. Ni en el Parlamento ni en la legalidad tenéis ya nada que hacer». Y este clamor que nos viene de campos y ciudades indica que está creciendo y desarrollándose eso que en términos genéricos habéis dado en denominar fascismo, pero que no es más que ansia, muchas veces nobilísima, de libertarse de un yugo y de una opresión que, en nombre del Frente Popular, el Gobierno y los grupos que le apoyan están imponiendo a sectores extensísimos de la opinión nacional... Cuando habléis de fascismo no olvidéis, señores del Gobierno y de la mayoría, que en las elecciones del 16 de febrero los fascistas apenas tuvieron unos cuantos miles de votos en España, y si hoy se hicieran unas elecciones de verdad, la mayoría sería totalmente arrolladora, porque incluso está prendiendo en sectores obreristas... “Cuando la vida de los ciudadanos está a merced del primer pistolero; cuando el Gobierno es incapaz de poner fin a este estado de cosas, no pretendáis que las gentes crean ni en la legalidad ni en la democracia... “Por ser Calvo Sotelo un hombre consecuente con sus ideas, valiente en la exposición de las mismas, que no ha claudicado en ningún momento y que ha mantenido siempre alta y enhiesta la bandera de su ideal, ha muerto de la manera más criminal y odiosa... “En el orden de la responsabilidad moral, a la máxima categoría de las personas le atribuyo yo la máxima responsabilidad, y, por consiguiente, la máxima responsabilidad en el orden moral tiene que caer sobre el señor Presidente del Consejo de ministros. El señor Presidente del Consejo de ministros dijo un día que frente a las tendencias que podía encamar el señor Calvo Sotelo u otras personas de significación ideológica parecida, el Gobierno era un beligerante. 563

¡El Gobierno un beligerante contra unos ciudadanos! ¡El Gobierno nunca puede ser un beligerante! El Gobierno tiene que ser un instrumento equitativo de justicia, aplicada por igual a todos... “Pero aun hay más: a virtud de unas palabras pronunciadas por el señor Calvo Sotelo en un debate de orden público, haciendo referencia a acontecimientos que precisamente los grupos que apoyan al Gobierno airean estos días, pronunció el señor Presidente del Consejo de ministros unas frases provocadoras, que implicaban el hacer efectiva en el señor Calvo Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que pudieran sobrevenir, lo cual equivale a señalar, a anunciar una responsabilidad a priori, sin discernir si se ha incurrido o no en ella. «¿Ocurre esto, va a ocurrir este acontecimiento? Pues Su Señoría es el responsable». “Periódicos inspirados por elementos del Gobierno han venido estos días diciendo que se iba a producir este acontecimiento; que era inminente en la noche pasada, en la que viene; que el observatorio está vigilante; que va a surgir en seguida lo que se teme. Ya se está dibujando la responsabilidad. Y esa noche cae muerto el señor Calvo Sotelo. “¿Creéis que esto no representa una responsabilidad? ¡Ah! Pero hay otra, todavía mayor, si cabe. El señor Calvo Sotelo no ha sido asesinado por unos ciudadanos cualesquiera: el señor Calvo Sotelo ha sido asesinado por agentes de la autoridad... Tened la seguridad de que la sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros y sobre la mayoría y no os la quitaréis nunca... “Quizá muy pocas palabras más hayamos de pronunciar en el Parlamento —continúa el señor Gil Robles—. Todos los días, por parte de los grupos de la mayoría, por parte de los periódicos inspirados por vosotros, hay la excitación, la amenaza, la conminación a que hay que aplastar al adversario, a que hay que realizar con él una política de exterminio. A diario la estáis practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones, multas, violencias... Este periodo vuestro será el periodo máximo de vergüenza de un régimen, de un sistema y de una nación... El Parlamento está ya a cien leguas de la opinión nacional; hay un abismo entre la farsa que representa el Parlamento v la honda y gravísima tragedia nacional. “Nosotros no estamos dispuestos a que continúe esa farsa. Vosotros podéis continuar; sé que vais a hacer una política de 564

persecución, de exterminio y de violencia de todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente; cuanto mayor sea la violencia mayor será la reacción; por cada uno de los muertos surgirá otro combatiente. Tened la seguridad —esto ha sido la ley constante de todas las colectividades humanas— de que vosotros, que estáis fraguando la violencia, seréis las primeras victimas de ella. Muy vulgar, por muy conocida, pero no menos exacta, es la frase de que las revoluciones son como Saturno que devoran a sus propios hijos. ¡Ya llegará un día en que la misma violencia que habéis desatado se volverá contra vosotros! Dentro de poco seréis en España el Gobierno del Frente Popular del hambre y de la miseria, como ahora lo sois de la vergüenza, del fango y de la sangre. Nada más.” Terminada la sesión, el señor Gil Robles marcha a Biarritz (Francia), donde ya estaba su familia. El nublado está encima. Pero entre aquella marea de rumores, cábalas, despropósitos, amenazas, promesas, augurios y dislates, sobrenada, con una persistencia que intriga a todos, la noticia inconcreta, velada, que corre con sigilo de confidencia, de que en Marruecos van a suceder grandes cosas. ¿Qué ocurre en Marruecos? Casares Quiroga había ordenado al Alto Comisario accidental la suspensión de las maniobras de primavera. Después da orden de que se celebren. Le comunican que sería un disparate teniendo en cuenta el raquitismo de las unidades provocado por los permisos de verano, la enfermería que produce el calor y la dispersión de material. El Ministro, de momento, asiente. Pero después se decide y ordena que se efectúen, “incluso de cualquier modo”, las maniobras, “al objeto de que la oficialidad salga de los cuartos de bandera y cambiando de aire se preocupe de mejores cosas que de política”. Quien manda, manda... Finalmente, el calendario y escenario de las maniobras se ultiman en un dos por tres. Lugar: el Llano Amarillo; fechas, del 5 al 12 de Julio. Nunca se vio tropa más enamorada de su oficio que esta tropa española de las guarniciones marroquíes. Todos a una, ardorosamente, hacen de las deficiencias espoliques y consiguen en el breve plazo de seis días organizar la complicada maquinaria de un Ejército que se pone en marcha. Pocos días después, seis Banderas de la Legión, diez tabores de Regulares, seis de la Mehala, siete batallones de Infantería, diez 565

escuadrones de Caballería, seis baterías... casi 20.000 hombres y unas 5.000 cabezas de ganado descansan en el Llano Amarillo las fatigas de una sofocante jornada. El día siguiente, 12 de julio, se había de cerrar el ciclo de maniobras con una gran parada. Aquella noche, en la tienda del jefe de la 2.’ Legión, teniente coronel Yagüe, se estaba celebrando una importante entrevista. Al final se oyó decir a éste: —Todo queda pendiente de que Franco designe fecha para su viaje de Canarias a Marruecos. Y ahora, señores, que Dios nos ayude. Pronto los clarines llaman a desfile. Y el desfile pasa... El Tercio... Brioso, matemático, irresistible: un vendaval de acero humano. Los Regulares... la Mehala.. Un suave temblor de chirimías; lentos, seguros, indiferentes como la eternidad misma. Pasodoble —garbo y ritmo—; la clásica Infantería española está aquí: gente morena, gente nerviosa; menuda de talla, grande de alientos... Pasa la caballería... La artillería... Las armas tienen su embriaguez y este desfile de combate sobre una tierra incendiada de sol y de azul ha puesto calentura en los hombres. Las bocas dicen lo que el corazón calla, los vítores roncos descubren lo que el pensamiento oculta. A la hora del banquete de gala, que se celebra al aire libre en interminable fila de mesas, muchos de los comensales aturden a los otros con un grito extraño. —¿Qué dicen? —inquiere el Alto Comisario. Ahora se oye claro del todo: — ¡C. A. F. E.! (Camaradas, Arriba Falange Española). En otros sectores del comedor replican voces ensordecedoras: —¡Siempre! El conjunto de mesas lo presiden, con el Alto Comisario, los generales Gómez Morato y Romerales y los agregados militares extranjeros. —¡Café! —gritan incansablemente en las mesas de oficiales del Tercio. —¿Pero por qué esos locos piden ya el café, si aún estamos en los entremeses? —pregunta ingenuamente el Alto Comisario. 566

—No se preocupe S. E. Son tonterías de la juventud... y un poco de vino —responden oficiosos. A los postres, cuando parece insinuarse en la presidencia el hormigueo anunciador de los discursos, de pronto, espontáneamente, sin conjuros de nadie, toda la oficialidad, puesta en pie, entona las estrofas viriles del Himno de la Academia de Infantería: Ardor guerrero vibra en nuestras voces y de amor patrio henchido el corazón, entonemos el himno sacrosanto del deber, de la patria y del honor. ¡Honor! De los que amor y vida te consagran escucha, España, la canción guerrera, canción que brota de almas que son tuyas de labios que han besado tu bandera; de pechos que esperaban anhelantes besar la cruz aquella que forma con la enseña de la Patria el arma con que habrán de defenderla. Nuestro anhelo es tu grandeza que seas noble y fuerte. Nuestro anhelo es tu grandeza que seas noble y fuerte. por verte temida y honrada contentos tus hijos irán a la muerte. por verte temida y honrada contentos tus hijos irán a la muerte. Si al caer en lucha fiera ven flotar victoriosa la bandera ante esa visión postrera orgullosos morirán. Y la Patria al que su vida le entregó, en la frente dolorida le devuelve agradecida 567

el beso que recibió. El esplendor y gloria de otros días tu celestial figura ha de envolver pues aún te queda la fiel Infantería que por saber morir sabrá vencer. Y volarán tus hijos ansiosos al combate tu nombre invocarán. Y la sangre enemiga en sus espadas y la española sangre derramada tu gloria y tus hazañas cantarán. Y estos que en la Academia toledana sienten que se apodera de sus pechos con la épica nobleza castellana el ansia altiva de los grandes hechos te prometen ser fieles a tu historia y dignos de tu honor y de tu gloria. España marcha, vertiginosamente, hacía el abismo. El sistema político liberal parlamentario que en ella viene ensayándose desde hace decenios —con monarquía y con república—, dejando sueltos a los “demonios familiares” de la disgregación, la ha conducido a la situación de angustia, de terror y de odio en que ahora se encuentra. Han sido muchos los años de injusticia, de “irritantes diferencias”, de insolidaridad egoísta, de hambre y de desamparo. Han sido muchos los años de pugna entre “los que dicen servir a la patria —que tampoco la sirven —pero traicionando a la justicia, y los que dicen servir a la justicia -que tampoco la sirven— pero traicionando a la patria”. Y esa continua lucha entre el egoísmo cerril de la derecha y la barbarie desatada de la izquierda, ha venido abriendo un foso de incomprensión y de odio entre los españoles. Esas son las dos Españas a que tan amargamente se refería el poeta; Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios: una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Una serie de fracasos políticos había colocado a España en la trágica situación en que se encontraba. El fracaso de la Monarquía liberal nos trajo 568

la República liberal. El fracaso del gobierno izquierdista de Azaña y los socialistas, nos trajo el triunfo centro-derechista de Lerroux y Gil Robles. El fracaso del gobierno centro-derechista de Lerroux y Gil Robles, nos trajo el Frente Popular. Y, ahora, el fracaso del Frente Popular como régimen civilizado, nos habría de traer algo más dramático; la guerra civil. Porque ahora, en Julio de 1936, la guerra civil española es inevitable. El periódico izquierdista Heraldo de Madrid decía el día 13, el mismo día en que asesinaron a Calvo Sotelo: “Estamos en guerra. Y en la guerra como en la guerra”. Y Prieto anunciaba en El Liberal: “Será una batalla a muerte, porque cada partido sabe que el adversario, si triunfa, no cejará y no concederá perdón”. El partido comunista tiene ya preparado su alzamiento para fecha próxima. Y la anarquía desatada por el Frente Popular se hace, a cada momento, más insostenible. No es posible continuar con estos días de sangre y de oprobio, de ruinas y de escombros, de luto y de lágrimas. No es posible seguir tolerando el despotismo rojo, que se extiende por todas partes entre explosiones y llamaradas. Por eso es inevitable que llegue el terrible día, el día en que el espíritu español se revuelva en un arranque de esa desesperación que España reserva para sus horas decisivas. La lucha que va a emprender España —Ejército y pueblo unidas— será una lucha legítima. “El régimen tiránico —dice Santo Tomás— no es régimen Justo, y, por tanto, la eliminación de tal régimen no tiene carácter de sedición, antes al contrario, el verdadero sedicioso es el tirano.” Y Suárez, nuestro gran Doctor eximio, hablando aún del Poder legitimo en su origen, pero tiránico en su ejercicio, afirma: “Toda la nación podría alzarse en armas contra tal tirano, sin ser propiamente sediciosa.” España sufre una tiranía. España sufre —como dijera José Antonio— una “invasión de los bárbaros”. Y las fuerzas militares no contaminadas, unidas a la mejor juventud de la Patria —camisas azules, boinas rojas— se disponen a realizar la gran tarea de rechazarlos. Ya lo saben que va a suceder así el Gobierno y las milicias rojas; por eso aquél y éstas auscultan con sus teléfonos y atalayan con mil vigías todos los ámbitos de la Península, convencidos de que sobrevendrá la explosión, a la manera que salta el rayo. ¿Dónde? ¿Cuándo? En esta indecisión, que es inquietud, desasosiego, neurosis y desesperación, vive el Gobierno, reunido en sucesivos Consejos, la jornada inacabable del 16, y la mañana eterna, el mediodía sin fin, y las primeras y memorables horas de la tarde del 17... Los observatorios repiten 569

monótonos sus partes y acusan aquí y allá síntomas de perturbación... Entrevistas, viajes, señas sospechosas... ¡Ya! El rayo ha saltado. En Marruecos. A las cinco de la tarde del día 17. Y al día siguiente —18 de julio de 1936— daba comienzo en España la tempestad que habría de azotarla durante tres años. Pero después de la tormenta vino el amanecer. Terminaba la España de ayer: la de los liberales y conservadores, la de las izquierdas y derechas, la del marxismo, la masonería y el separatismo, la del Frente Popular, la de la persecución, la del odio, la del crimen, la del incendio y el saqueo, la del fango, la de la sangre, la de las lágrimas... Comenzaba la España de hoy. La de Franco.

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Epílogo

En nuestra profunda sinceridad radica para nosotros la garantía mejor de este Movimiento que hemos iniciado. Pero hay aún otra garantía que os ofrecemos sin vacilaciones a vosotros, y es la de que nuestra propia vida jugará en todo momento la carta de nuestra victoria, que es y ha de ser, infaliblemente, la victoria misma de España y de todos los españoles.” Estas palabras, pronunciadas por Ramiro Ledesma el 4 de marzo de 1934 en Valladolid, en el primer acto político celebrado por Falange Española de las J. O. N. S., no fueron un mero latiguillo mitinesco, simple retórica, sino el augurio trágico del trágico destino de los cuatro fundadores de aquel Movimiento, de los cuatro oradores de aquel mitin. De cuatro hombres jóvenes que pusieron en juego su vida —y la perdieron — por “la victoria de España y de todos los españoles”: Onésimo Redondo, Julio Ruiz de Alda, Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. Onésimo Redondo 19 de julio de 1936. Onésimo Redondo, junto a un nutrido grupo de falangistas vallisoletanos, acaba de ser libertado de la cárcel de Avila, donde se encontraba detenido. Aquella misma tarde se traslada a Valladolid, a la ciudad de sus luchas, de sus profecías, de sus sacrificios. Y allí, de acuerdo con los mandos militares, se pone a trabajar febrilmente en la organización de sus centurias azules. Habla que poner en orden aquella riada de jóvenes labriegos, que se descolgaban de todos los pueblos de la provincia para unirse a los falangistas —obreros y estudiantes— que en la capital castellana, junto al Ejército, acababan de correr la pólvora para evitar que cayera en manos de las milicias marxistas, numerosas y bien armadas. Por la noche, Onésimo Redondo se traslada a los estudios de Radio Valladolid, dispuesto a lanzar a los vientos una arenga con que levantar el ánimo de los ciudadanos, un tanto sobrecogidos por las noticias que el 571

Gobierno divulgaba, desde las emisoras madrileñas, anunciando el aplastamiento de la sublevación. Y a través de la radio Onésimo Redondo pronunció, entre otras, las siguientes palabras: “Los que me oís tenéis el ánimo suspenso ante el desarrollo del magnífico drama que hoy vive España. Digo el ánimo suspenso, no porque el resultado de la lucha sea dudoso, sino por la inquietud que quiere sembrar la radio de Madrid, a las órdenes todavía de lo que fue Gobierno. Fácil es percatarse del valor de los infundios de aquella emisora con considerar que es una radio al servicio del marxismo. Y la profesión más constante del marxismo es la mentira. “El resultado de la lucha no puede ser incierto. Es el Ejército el que la conduce y contra el Ejército nadie puede. Locura y necedad es pensar otra cosa. “Y al lado del Ejército —¡anotadlo todos, anótenlo sobre todo los que alimentan la esperanza de resurgir!— está Falange Española de las J. O. N. S. Estas camisas azules que se han ofrecido a millares, albergan pechos que ya no se retirarán sino con el triunfo o la muerte. Estamos entregados totalmente a la guerra y ya no habrá paz mientras el triunfo no sea completo. “Para nosotros todo reparo y todo freno está deshechado. Ya no hay parientes. Ya no hay hijos, ni esposa, ni padres. Sólo está la Patria... “La Falange, curtida al aire de todas las pruebas, espectadora inmóvil de tantos desengaños, se halla presente para que la victoria sea duradera. Para conseguir la estabilidad absoluta del Estado nuevo. “Para ello lleva impregnada su doctrina y relleno su programa de la preocupación más profunda y extensa: la de redimir al proletariado... “Pero redimirlo es atraerlo al ser íntimo de la Patria, del que se halla ausente... “Devolvamos a los obreros este patrimonio espiritual que perdieron, conquistando para ellos ante todo la satisfacción y la seguridad del vivir diario: el pan.

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“Volverán a ser españoles y producirán con ello la unidad cierta de la Patria y la estabilidad del Estado, cuando tengan la alegría y la paz de un vivir digno, de una existencia familiar segura... “Serán traidores a la Patria, miembros indignos del Estado, los capitalistas, los ricos, que asistidos hoy de una euforia fácil, que levantando acaso el brazo como si saludasen el advenimiento de la nueva era social, se ocupen como hasta aquí, con incorregible egoísmo, de su solo interés, sin volver la cabeza a los lados ni atrás para contemplar la estela de hambre, de escasez y de dolor que les sigue y los cerca... “El pan para todos y la justicia para todos es nuestro lema y será pronto nuestra obra. “España, una. España, grande. España, libre. ¡Arriba España/” Aquella noche salieron por orden de Onésimo tres centurias para Benavente, a contener a los mineros de Asturias que intentaban caer sobre Castilla. Otros grupos falangistas se dirigieron a varios pueblos de la provincia a sofocar la resistencia que en algunos de ellos habían organizado los rojos. Y el día 21 marchan hacia Madrid el Ejército y la Falange, con fuerzas más entusiastas que numerosas, para escribir con su sangre la heroica epopeya del Alto del León. “Empiezan a subir a las divisorias de toda Castilla —ha dicho Girón— las juventudes unidas, labriegos, burgueses, nobles y pastores, juntos en un solo haz de Ilusiones infinitas que habían de estallar, como estrellas errantes, sobre la noche de España para alumbrar heroísmos increíbles, de una belleza que jamás será bastante descrita. Aún hoy, al cabo de los años, endurecidos en toda clase de peleas, se nos anuda la garganta al recordar cómo morían en los puertos de las cordilleras que preservaban a Castilla de la infamia, aquellos niños, que aún no tenían el perfil de hombres completo, pero que tenían un corazón de gigantes y que entregaban su alma virgen a la Patria, en una inmolación que jamás habrá poeta capaz de cantar.” Onésimo Redondo, que ya había estado el día antes en el frente, marcha de nuevo hacia el Alto del León el día 24 de julio, el que había de ser el último día de su vida, de una vida que apenas tenía 31 años de existencia. “Al llegar al pueblo de Labajos, perteneciente a la provincia de Segovia, en el límite con la de Avila —’Cuenta Fernández Cuevas—, un 573

camión lleno de milicianos se interpone al paso del coche de Onésimo Redondo. Todos los ocupantes del camión llevan pañuelo rojinegro al cuello, y también en el baquet del coche resaltan un banderín de los mismos colores. Onésimo y sus compañeros de viaje sufren una confusión y creen que se trata de falangistas, principalmente por ver un teniente del Ejército junto a ellos. No se podría concebir que por allí hubiese ningún destacamento adversario, puesto que Serrador dominaba todo el Guadarrama y demás posiciones hacia Valladolid. “Delante del camión, dos milicianos, fusil en mano, ordenaron la parada para identificar a los viajeros. Las prisas con que viajaban no les dio tiempo a recapacitar que el rojinegro que lucían en el pañuelo y en el banderín era de forma diagonal, como lo usaba la F. A. I., y no como es el de la Falange. “El hermano de Onésimo Redondo fue el primero en echar pie a tierra y, dirigiéndose a los dos centinelas dijo: “—Camaradas. ¡Arriba España! Con nosotros viene el jefe de la Falange de Valladolid. Llevamos mucha prisa para llegar a la sierra. “En ese espacio de segundos la veintena de milicianos han saltado del camión, y el teniente, pistola en mano les dice: “—¡Fuego con ellos! ¡Son fascistas! “Y, antes de que el conductor del coche de Onésimo lograra poner el automóvil en marcha, una descarga cayó sobre ellos. Una de las balas hirió a enésimo en una rodilla, en el momento en que salía del vehículo para poner pie en el estribo. El jefe falangista cayó a tierra herido a la vez que otra nueva descarga segaba la vida en flor de esta gran figura castellana.” Años después la figura de Onésimo Redondo habría de ser retratada por José Antonio Girón con estas maravillosas pinceladas: “El estaba hecho de la madera de los jueces, de los letrados, de los Caudillos de Castilla, de sus capitanes, de sus Condes y de sus justicias. Parecía hecho de encina y de roca y de tierra; y aún su aliento sopla en nuestras almas como un tibio viento que hincha las velas del espíritu y nos obliga a navegar irrevocablemente en una dirección. En él se conjuntaban todas las voces de la madre Castilla, las voces antiguas que subían de los sepulcros y las voces nuevas que venían de las entrañas de la tierra y hasta las de las generaciones que todavía no han sido engendradas, como si Dios soplara sobre su mente y le dotara con los carismas del profeta. Murió como los Césares, a traición, cuando le estallaba el generoso corazón de 574

esperanzas para su Patria y cuando le zumbaban sobre su amplia frente constelaciones de pensamientos nobles, de magistrales pensamientos. Murió como un escuadrista, murió como un hidalgo que gana un Condado, en cualquier siglo de aquellos en que valía la pena de ser Conde de Castilla, como él ha llegado a serlo: regando los surcos ásperos y nobles con la propia sangre, por un ideal.” Julio Ruiz de Alda Desde antes de iniciarse el Alzamiento, Ruiz d? Alda se encontraba preso, junto a otros muchos falangistas y personas de derechas, en la Cárcel Modelo de Madrid. “El día 23 de agosto —cuenta Thomas en su libro La guerre d’Espagne— se declaró un incendio en la cárcel. ¿Tuvo por causa la rebelión llevada a cabo por los tres mil presos políticos armados con sus colchones a los que habían prendido fuego? ¿O bien fue obra de criminales de derecho común, estimulados por milicianos de la C. N. T. que acababan de registrar la prisión? El origen exacto de este incendio probablemente nunca será descubierto. Pero es cierto que la noticia del motín se extendió por la ciudad al mismo tiempo que la de la matanza de Badajoz empezaba a circular, a pesar de la censura. Una masa, con milicianos de permiso a su frente, se concentró y pidió invadir la prisión para matar en ella a los detenidos. Algunos políticos socialistas llegaron para predicar la moderación; pero los milicianos se negaron a escucharles. Cuarenta detenidos fueron muertos y arrojados al patio, y sus cadáveres paseados por la prisión para horrorizar a los supervivientes. “Después de haber amenazado con matarlos a todos en masa, los milicianos escogieron cierto número de prisioneros entre los más destacados, y en la mañana siguiente dieron muerte a otros treinta. Entre ellos se encontraban Melquíades Alvarez y Martínez de Velasco, dos políticos de derecha bien conocidos; Fernando Primo de Rivera, hermano de José Antonio, y Ruiz de Alda, su amigo más íntimo; el doctor Albiñana, jefe del Partido Nacionalista, y el general Villegas, que había estado al frente de la rebelión en el Cuartel de la Montaña.” Y Aguirre Prado, en su libro Ruiz de Alda, hace el siguiente relato: “Desde las primeras horas de la mañana (del 22 de agosto) la horda comenzó su merodeo por los alrededores de la prisión. El director, temiendo un ataque a los presos políticos, comunicó con el Ministerio de la Gobernación y solicitó que fuera reforzada la guardia de la prisión. Le 575

respondieron la lenidad e inhibición características... Entonces dimitió su cargo. “Ya estaban los rojos en completa libertad de acción. Sádicamente fueron desarrollando su plan. Un incendio provocado por ellos fue atribuido a los “fascistas”. Penetraron las milicias en la cárcel, libertaron a los presos comunes, entre los que figuraban descuentes de nota, y comenzó el acoso. Los presos políticos fueron encerrados en los patios y sobre ellos disparó desde las tapias y con ametralladoras desde las terrazas vecinas. “A los presos políticos de mayor notoriedad y a los militares que sabían más prestigiosos los encerraron en una única estancia. Constantemente eran vejados por la milicianada. Al anochecido entraron unos cuantos milicianos y uno de ellos leyó una lista de dieciocho detenidos, lista encabezada con el nombre de Julio Ruiz de Alda, a los que ordenaron fueran saliendo de la estancia. Ante el trágico mandato, Julio mantuvo su característica e inalterable serenidad. Fumando un pitillo salió entre los milicianos. Pasaron como unos veinte minutos. Una descarga procedente de los sótanos indicaba que las armas asesinas habían actuado una vez más al amparo de la impunidad.” Y así, serenamente, valerosamente, murió frente a las balas enemigas uno de los héroes del vuelo del Plus Ultra, uno de los más destacados fundadores de Falange Española. Ramiro Ledesma Ramos Al iniciarse el Alzamiento del 18 de julio, en una de las redadas que organizaron en Madrid las milicias marxistas, fue detenido el fundador de las J. O. N. S., Ramiro Ledesma Ramos. Junto a él otras numerosas personas y, entre ellas, el sacerdote P. Manuel Villares. Por él conocemos los últimos momentos de la vida de Ramiro Ledesma, que el P. Villares ha relatado así. “El último capítulo de la vida de Ramiro Ledesma está todavía inédito. Se conoce su vida como luchador político, pero se desconocen casi completamente las circunstancias de su muerte y los últimos meses de su existencia. Yo he sido testigo presencial de este período porque coincidí con él en la cárcel y le traté con mucha intimidad. ‘Nos trasladaron a la cárcel de Ventas. Allí fuimos destinados, de momento, al departamento de lavaderos, porque estaba ya toda abarrotada. Constituíamos una masa heterogénea de presos políticos, golfillos, gentes 576

indeterminadas, predominando un grupo de estudiantes salesianos de la casa de formación Mohernando. Entre otros, recuerdo que estaba también allí Agustín Figueroa, hijo del conde de Romanones. “Todos los días por la noche rezábamos el rosario, y después se cantaba el Cara al Sol. “Un día le pregunté a Ramiro: “—Tú, ¿por qué no rezas también el rosario? ‘—Cuando yo era chico, lo rezábamos en mi pueblo solamente los domingos, y no creo que haya obligación de rezarlo, y menos todos los días —me contestó. “Esto me dio ya pie para derivar la conversación hacia temas religiosos. El no sabía que yo era sacerdote. Vestía de paisano y tenía la documentación de alumno de la Facultad de Filosofía y Letras, cuyos estudios me hallaba cursando en Madrid. ‘Hay un Ramiro intelectual y descreído que es necesario poner en claro. Aunque él afirmase en un libro polémico que La conquista del Estado lo era todo menos clerical, sin embargo nunca le oí en la cárcel ninguna frase o afirmación anticlerical o antirreligiosa; él, que era un espíritu sarcástico, incisivo, reticente y acerado para combatir a los demás... “Nuestras conversaciones sobre temas religiosos se hacían cada vez más frecuentes. Parecía como si presintiera su muerte, y quería llegar a ella con el problema de la fe resuelto... “Mostrábase él reacio a aceptar la fe si no era por un acto de evidencia, y aquella frialdad intelectual con que abordaba los problemas le hacía desdeñar la vía del sentimiento. “Pero Dios toca siempre en el corazón. Un día, después de larga conversación, me dijo que necesitaba una tregua para pensarlo. Aquella noche la gracia surtió sus efectos. Al día siguiente, cuando nos reunimos en el patio, me dijo: “—No sigas. Creo ya, con la fe ingenua con que creía cuando era un monaguillo de mi pueblo. “Entonces le aconsejé que si era así, su primer acto debía ser ponerse a bien con Dios. No quería yo que confesara conmigo para dejarle más libertad en momento tan trascendental y le mandé a don José Ignació Marín, sacerdote joven, que solía confesar en un rincón del patio, paseando con los penitentes. 577

“Así lo hizo, y después noté en él una gran tranquilidad y una seguridad y alegría desconocidas. Le había desaparecido la preocupación religiosa que tanto le aterraba... “A la noche se presentó en la cárcel un Comité que comenzó a hacer interrogatorios por las celdas. Aquella noche salieron unos veinticinco presos... “No sé si venían directamente por él o al descubrir su verdadera personalidad se lo llevaron. “Mi celda estaba encima del salón de actos donde se reunían los presos que sacaban para cargarlos en los camiones. A altas horas de la noche, no puedo precisar la hora, se sintió un tiro abajo, en el salón de actos, que por la acción de la onda explosiva hizo vibrar todo el suelo de la celda. Yo no sabía lo que había pasado ni si lo habían sacado, porque vivía en una galería diferente a la de él. A la mañana siguiente un oficial de prisiones nos relató lo ocurrido. Al querer meter a Ramiro en el camión, éste se abalanzó a un miliciano, intentando cogerle el fusil y diciendo: “—A mí me mataréis donde yo quiera y no donde vosotros queráis. “Entonces otro miliciano le disparó un tiro a bocajarro y quedó muerto en el acto. “Así murió Ramiro Ledesma Ramos. Abrazado a la espada como un Nibelungo, como un héroe. Pero también con espíritu cristiano, abrazado a la cruz y confortado y sostenido por la fe de Cristo.” En la fecha simbólica y germinal del 29 de octubre José Antonio Primo de Rivera Noviembre de 1936. El Ejército del Sur avanza in contenible. Acaba de liberar a los heroicos defensores del Alcázar de Toledo y se presenta a las puertas de Madrid. La caída de la capital de España en manos de los nacionales parece inminente. Las nerviosas consignas de las autoridades republicanas machaquean angustiadas e insistentes: “¡No pasarán!” “¡No pasarán!” “¡Fortificar, fortificar!” Y los picos de miles de zapadores, unos voluntarios y otros forzosos, cavan afanosamente trincheras y fortines en la Ciudad Universitaria, en la Casa de Campo, en el Parque del Oeste, en el barrio de Usera... Mas cuando ya parecía todo perdido para los defensores de Madrid, un rayo de esperanza les ilumina. Comienzan a oírse por las calles de la 578

capital, fangosas y heladas de un otoño frío, las pisadas recias y acompasadas de cientos, de miles de hombres en formación militar, con atuendos extraños, con caras extrañas y hablando extraños idiomas. Son los componentes de las Brigadas internacionales, que de toda Europa —y aun de América del Norte— acuden a defender la capital de la España roja. La capital de los retratos de Marx, Lenin y Stalin en la Puerta de Alcalá. Las Brigadas internacionales luchan fuerte frente a las no muy numerosas fuerzas nacionales, cuyo ataque queda frenado. Madrid, por el momento, se ha salvado. Es entonces —se ha dicho— cuando el judío Rosemberg, embajador de los Soviets, cree llegado el momento de dar la trágica y criminal consigna: “Hay que matar ya a Primo de Rivera.” Obedientes a la orden de quien verdaderamente mandaba en la España roja —el embajador soviético— se monta rápidamente el tinglado en Alicante. Los procesados son José Antonio, su hermano Miguel y la esposa de éste Margarita Larios. El procedimiento “legal” ideado es mixto. Tribunal Popular con Jurado. Código: el de Justicia militar. El sumario tenía treinta y ocho folios. El juicio oral se señaló para el día 16 por la mañana. José Antonio se encargó de la defensa de sus hermanos y de la suya propia. La lectura de los folios —cuenta Ximénez de Sandoval— oscureció un momento su frente. La situación era gravísima y tendría que hacer un milagro para salvar a dos de sus clientes: Margot y Miguel. Para salvar al tercero, a José Antonio Primo de Rivera, tendría que ser Dios quien hiciera el milagro. Pero la difícil situación no le arredra. Al contrario, sirve de acicate a su pasión por la justicia. Hará todo lo posible y lo imposible para salvar la vida de sus tres defendidos. La noche del 15 al 16 duerme confiado, después de haber meditado escrupulosamente el guión de su informe. Por la mañana, con las leyes penales al brazo, marcha a los pintorescos y trágicos estrados de la Revolución. Así, con la cabeza erguida —sigue relatando Ximénez de Sandoval— penetra en el Salón de Actos de la Cárcel provincial, donde se va a decidir su suerte. El local está abarrotado de una masa sudorosa... Cuando entran los procesados, el murmullo denso de las pasiones en ebullición, cede un momento para hacerse más impetuoso. Entre la sorda marea se oyen frases insultantes. Entra, orondo y aparatoso, el Tribunal Popular. Empieza el juicio. José Antonio, completamente dueño de sus nervios, pasea tranquilo la vista por la estancia, oyendo como el que oye llover las boberías de los testigos. Todas las pupilas están fijas en él y él resiste los cientos de miradas. El 579

“pueblo” le mira con odio y él le devuelve el amor y compasión de su mirada. Sabe que, en el fondo, el pueblo no es malo. Es cruel como un niño. Pero su crueldad es inocente porque es ignorante. El pueblo le odia porque tiene hambre y le han dicho que es el fascismo quien goza con que esté hambriento; tiene sed de justicia y le han dicho que son los señoritos falangistas quienes sostienen secas las fuentes de esa justicia... Le han mentido tanto, le han hecho imaginar de tal forma a la “barbarie falangista”, que no puede creer que aquel hombre de rostro juvenil y bondadoso sea el monstruo aborrecido. Por eso, los cientos de miradas pintan el estupor y la desconfianza. Las mujeres ponen admiración a la prestancia varonil del acusado... El diálogo mudo de las miradas, ¡cuántos recelos y suspicacias no habrá borrado! Ni ellos ni él son tan malos como se dice: son carne mortal, sentidos, afectos, pasiones, raza... ¡Ah, a solas, pecho a pecho, qué bien se hubieran entendido! Pero siempre entre los hombres que se quieren entender hay montañas artificiales de prejuicios... Años después habría de decir, desde el exilio, el exministro socialista Indalecio Prieto: “Data de muchísimo tiempo la afirmación filosófica de que en todas las ideas hay algo de verdad. Me viene esto a la memoria a cuenta de los documentos que José Antonio dejó en la cárcel de Alicante. Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir coincidencias, que quizá fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla...” 17 de noviembre. Este es el día definitivo en el proceso contra José Antonio. La acusación la lee el Fiscal monorritmicamente y en voz baja, como ahogado por su conciencia. Pide penas gravísimas. La palabra “muerte”, dirigida a José Antonio, no inmuta a éste. No pierde el color, ni la vaga sonrisa, ni la luz de la mirada. Los espectadores, escalofriados, se asombran de que sólo él no se escalofríe. Cuando por la tarde terminó su acusación el Fiscal, habló José Antonio. “Jamás lo había visto tan sereno y dueño de si” —dijo después su hermano Miguel—. Habló de la Falange con palabras cálidas que trocaron en curiosidad atenta la hostilidad con que, al principio, le escuchaban. Aquellas gentes a quienes se había investido de autoridad para que legalizaran el asesinato de un fascista, de un retrógrado, de un enemigo del pueblo, escuchaban las palabras más humanas y la doctrina más justa... 580

¡Ah, si no hubieran recibido la consigna de matar, fuera como fuera, a José Antonio! Es cierto. Las palabras de José Antonio produjeron una tremenda impresión en el auditorio, impresión que el propio José Antonio recoge en su dramático testamento. Prueba también de ello es el respeto —y hasta la emoción— con que al día siguiente dio cuenta a sus lectores de la condena de José Antonio el periódico El Día, de Alicante. Hay que situarse en noviembre de 1936, en medio de una cruenta guerra civil, con todas las pasiones, odios y furias desatadas; hay que tener presente que El Día era un periódico de la “zona roja” y que de quien hablaba era del jefe máximo del odiado “fascismo” para comprender el tremendo impacto que habían producido la actitud y las palabras de José Antonio. El citado periódico dio cuenta del proceso en la siguiente forma: Unas horas históricas ¡JOSE ANTONIO, CONDENADO A MUERTE!! “Ajeno al hervidero de tanta gente heterogénea amontonada en la sala, José Antonio Primo de Rivera lee, durante un paréntesis de descanso del Tribunal, la copia de las conclusiones definitivas del Fiscal. No parpadea. Lee como si se tratara en aquellos pliegos de una cosa banal que no le afectara. Ni el más ligero rictus; ni una mueca, ni el menor gesto alteran su rostro sereno. Lee, con avidez, con atención concentrada, sin que el zumbido incesante del local le distraiga un instante. “Aquellos papeles no son más que la solicitud terrible del Fiscal, de un castigo severísimo para el que los lee. Para él y su hermanos, sentados más allá, con las manos cogidas, bisbiseando un tierno diálogo inacabable que fisgan los guardias que los cercan. “Luego, apenas reanudada la sesión, es ya el Fiscal quien lee aquellos pliegos monorritmicamente, sin altibajos ni matices. “Primo de Rivera oye la cantinela como quien oye llover; no parece que aquello, todo aquello tan espeluznante, rece con él. Mientras lee el Fiscal, él lee, escribe, ordena papeles, todo sin la menor afectación, sin nerviosismo. “Margarita Larios está pendiente de la lectura y de los ojos de su esposo Miguel, que atiende, perplejo, a la lectura, que debe parecerle eterna. 581

“Lee, lee el Fiscal, ante la emoción del público y la atención del Jurado. “José Antonio sólo levanta la cabeza de su papeles cuando, retirada la acusación contra los oficiales de Prisiones, los ve partir libremente entre el clamor aprobatorio del público. “Pero sólo dura un leve momento. Esa actitud con la que no expresa sorpresa, sino, quizá vaga esperanza. “Inmediatamente comienza a leer, reposada, tranquilamente, sus propias conclusiones definitivas, que el público escucha con intensa emoción. “Informa el Fiscal. Es el suyo un informe difícil. Acumula cargos y más cargos, deduciéndolos de las pruebas aportadas. “Margot se lleva su breve pañolito a los ojos, que se llenan de lágrimas. “Miguel escucha, pero no mira al Fiscal; sus ojos están pendientes del rostro de su hermano, en el que escruta ávidamente un gesto alentador o un rasgo de derrumbamiento. Pero José Antonio sigue siendo una esfinge que sólo se anima cuando le toca el turno de hablar en su defensa y en la de los otros dos procesados. “Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de oratoria forense, que el público escucha con recogimiento, atención y evidentes muestras de interés. “Los periodistas se acercaron al defensor de sí mismo y de sus hermanos. Eran periodistas de izquierda y dialogaron brevemente del curso de los debates y de la política. “—Ya habrán visto —dijo— que no nos separan abismos ideológicos. Si los hombres nos conociéramos y nos habláramos, esos abismos que creen ver, apreciaríamos que no son más que pequeños valles. “Luego ha venido la tortura para todos —público y procesados— de la deliberación del Jurado, que ha durado horas y horas de incertidumbre. “Al fin, la sentencia. “Una sentencia ecléctica, en la que el Jurado ha clasificado la responsabilidad según la jerarquía de los procesados. 582

“Y aquí quebró la serenidad de José Antonio Primo de Rivera ante la vista de su hermano Miguel y de su cuñada. “Sus nervios se rompieron. “La escena surgida la supondrá el que leyere. “Su emoción y su patetismo alcanzaron a todos.” Después de los informes, el Jurado se había retirado a deliberar. Era un jurado compuesto de destacados enemigos políticos del acusado: socialistas, comunistas, anarquistas... Un jurado, en fin, del Frente Popular. Por otro lado, la sentencia estaba ya decidida de antemano. ¿A qué tanta deliberación? ¿Cómo es posible que su indecisión durara “horas y horas”? Quizá, en las conciencias de los miembros del Jurado sonaran las palabras de Pilatos: “Me habéis traído a este hombre como soliviantador del pueblo, y habiéndole yo interrogado ante vosotros, no he hallado en él ninguna de las culpas que le imputáis. No ha hecho, pues, nada que merezca la muerte.” Pero al final debieron sonar con más fuerza las palabras del Caifás soviético: “¡Que muera!” Durante ese espacio de “horas y horas” en que delibera el Jurado, José Antonio charla sobre el proceso con cuantos están próximos a él, y como se comentara —cuenta Margot Larios— la demora del fallo, José Antonio se volvió a uno de los guardias de Asalto que le rodeaban y le preguntó: —Vamos a ver. Si usted fuese del Jurado, ¿qué fallaría? El guardia, sin vacilar, lleno de convicción y con los ojos húmedos, le respondió: —Votar la absolución, sin duda alguna, y seguirle a donde fuese. Y es que su doctrina generosa de justicia y hermandad, su valor sereno, su arrogancia juvenil exenta de fanfarronería, hablan cautivado a todos. “Era de la casta de los mosqueteros de Dumas”, diría de él Mr. Bowers, embajador norteamericano en España. Al día siguiente, en Alicante, quisieron salir algunas manifestaciones callejeras a pedir el indulto. José Antonio, después de sentenciado, es separado de su hermano Miguel y conducido a la celda número 1: la de los condenados a muerte. Al Director de la cárcel le pidió dulcemente el favor de mandar lavar la sangre de las losas del patio donde se le fusile, para que su hermano 583

Miguel, cuando pasee por él, no tenga el remordimiento de pisar sobre ella... También pidió —y obtuvo— un confesor. Fue un anciano sacerdote, mosén Planelles —que también se encontraba preso y que fue fusilado pocos días después— el que confesó a José Antonio. Cuando después de hacerlo mosén Planelles regresó a su celda, dijo a su compañeros: “Hoy he confesado a un hombre que va a morir por todos.” Y en aquella celda número 1, de muros grises, camastro pobrísimo y alta ventana ennegrecida, sobre una mesa de pino y sentado en una vulgar banqueta de taberna, se puso a escribir José Antonio —a solas, terriblemente a solas con su conciencia, con el alma desnuda y limpia, con la sinceridad del que sabe que pronto tendrá que rendir cuentas al Altísimo— su maravilloso testamento: Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a este trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no me aplique la medida de mis merecimientos sino la de su infinita misericordia. Me acomete el escrúpulo de si será vanidad y exceso de apego a las cosas de la tierra el querer dejar en esta coyuntura cuentas sobre algunos de mis actos; pero como, por otra parte, he arrastrado la fe de muchos camaradas míos en medida muy superior a mi propio valer (demasiado bien conocido de mí, hasta el punto de dictarme esta frase con la más sencilla y contrita sinceridad), y como incluso he movido a innumerables de ellos a arrostrar riesgos y responsabilidades enormes, me parecería desconsiderada ingratitud alejarme de todos sin ningún género de explicación. No es menester que repita ahora lo que tantas veces he dicho y escrito acerca de lo que los fundadores de Falange Española intentábamos que fuese. Me asombra que aún, después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persista en juzgamos sin haber empezado ni por asomo a entendemos, y hasta sin haber procurado y aceptado la más mínima información. Si la Falange se consólida en cosa duradera, espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos. 584

Ayer, por última vez, expliqué ante el Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé y aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: “¡Si hubiéramos sabido que era esto, no estaríamos aquí!” Y ciertamente no hubiéramos estado allí: ni yo ante un Tribunal Popular, ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto, y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos. A esto atendí y no a granjearme con gallardías de oropel la póstuma reputación de héroe. No me hice “responsable de todo” ni me ajusté a ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mi, aparte de no ser primer actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía en mi defensa, y si, en cambio, cooperaba ala de mis hermanos Margot y Miguel, procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas. Pero como el deber de defensa me aconsejó no sólo ciertos silencios, sino ciertas acusaciones fundadas en sospechas de habérseme aislado adrede en medio de una región que a tal fin se mantuvo sumisa, declaro que esta sospecha no está, ni mucho menos, comprobada por mí, y que si pudo sinceramente alimentarla en mi espíritu la avidez de explicaciones exasperada por la soledad, ahora, ante la muerte, no puede ni debe ser mantenida. “Otro extremo me queda por rectificar: El aislamiento absoluto de toda comunicación en que vivo desde poco después de iniciarse los sucesos, sólo fue roto por un periodista norteamericano que, con permiso de las autoridades de aquí, me pidió unas declaraciones a primeros de octubre. Hasta que hace cinco o seis días conocí el sumario instruido contra mí no he tenido noticia de las declaraciones que se me achacaban, porque ni los periódicos que las trajeron ni ningún otro me eran asequibles. Al leerlas ahora declaro que entre los 585

distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange él cooperar en el movimiento insurreccional con «mercenarios traídos de fuera». Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en Africa heroicos servicios. No puedo desde aquí lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrina de siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que el de la gran España que sueña la Falange. Ojalá fuese la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia. Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida pública. En cuanto a mi próxima muerte la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico. Y a continuación las cláusulas en las que nombra herederos a sus hermanos. En la madrugada del viernes, 20 de noviembre —cuenta Ximénez de Sandoval—, Miguel da vueltas en el camastro. No ha podido dormir. Se levanta. Fuma. Se vuelve a tender. Llora. Se retuerce las manos. Quisiera gritar. Reza. ¡Es imposible, es imposible!... ¡El hermano ejemplar, el camarada, el amigo, el confidente, el padrino de boda, el maestro, el Jefe, el honor de la familia, la gloria de España va a morir! Y la fuerza de sus músculos jóvenes y el valor de su corazón arrogante no pueden hacer nada más que esperar desesperadamente que se consume la tragedia. ¡Oh, fuerza de los héroes míticos para tronchar rejas y hendir puertas! ¡Oh, espada de fuego de los semidioses con que degollar dragones carceleros! ¡Oh, frágil nada —voz, aliento, gesto— con que hacia Jesucristo los milagros!... 586

Tic-tac del reloj de pulsera. Suspiros de la noche. Pasos lejanos de centinelas. Miguel no puede dormir ni estar despierto... Una hora, otra, otra. Por el ventanillo, la noche empieza a aclarar su tinta espesa. Pronto amanecerá... Unos pasos. Unas voces. Unos golpes. —¡Baja, si quieres despedirte de tu hermano! ¡No hay remedio!... Entre milicianos, desciende Miguel, quien — según manifestó más tarde— al llegar a la celda de su hermano vio que éste aún dormía en su Jergón de paja sobre el suelo, despertándole el ruido de los pasos y la luz que encendieron. —¿Ya es la hora? —preguntó José Antonio. Miguel se abraza a él con gran emoción. José Antonio, para no dejarse ganar por ella, reprocha suavemente a Miguel: —Miguel: ayúdame a morir con dignidad. Aún hablan un rato, hasta que uno de los milicianos dice imperativamente a Miguel: —¡Vamos! Un abrazo. ¡El último de José Antonio para el hermano, para el camarada! Y las últimas palabras: —¡No te apures, Miguel! ¡No te apures! —José Antonio, ruega por nosotros... —le dice místicamente Miguel, viendo su rostro iluminado ya de Gloria. Y sale rápido, metido el dolor dentro del alma para no traicionar con una debilidad la dignidad suprema del Jefe de la Falange, conservada a fuerza de temple y fe. “Fui llevado a mi celda —cuenta Miguel—. Desde la escalera oí la voz de mi hermano, a quien sacaban de la suya para llevarlo al patio de la prisión... Con mi hermano se condujo al patio, para fusilarlos, también a otros cuatro camaradas: dos requetés y dos falangistas... “Apuntaron los fusileros y se confundieron los ecos de los disparos y la voz recia del Jefe de la Falange que lanzaba su último ¡Arriba...! No habían transcurrido cinco minutos desde que yo dejé a mi hermano, y apenas acababa de trasponer la puerta de mi celda, escuché la descarga que cortaba su vida.” Y allí, en su celda, hincando con rabia los dientes en el pañuelo, Miguel derramaba las lágrimas más amargas de su vida. 587

Y en toda España, el cielo llovía mansamente sobre los campos desnudos del invierno aterrado por la guerra civil, que ignoraban la desgracia. El relato que antecede sobre los últimos momentos de la vida de José Antonio, extraído de la Biografía apasionada que sobre él escribió su camarada y amigo Felipe Ximénez de Sandoval, vamos a completarlo con lo escrito por uno de sus más acérrimos adversarios políticos: Julián Zugazagoitia, miembro antiguo y sobresaliente del Partido Socialista Obrero, director del diario El Socialista y ministro de la Gobernación, en la “zona roja”, con el Gobierno de Negrín. Relato escrito en 1940, reciente el final de la guerra y, por tanto, cuando las heridas estaban aún sin restañar. Decía Zugazagoitia —con una noble objetividad que le honra—, entre otras cosas, lo siguiente: “Primo de Rivera se batió por su vida con denuedo juvenil. Puso en su palabra de abogado la emoción del político. En Alicante habían pasado de los furiosos arrebatos colectivos en que se pedía la inmediata ejecución del caudillo falangista, a la convicción de que en tanto viviera, la ciudad no sería bombardeada... Pero, además, por una de esas reacciones tan fáciles en la sensibilidad del pueblo español, el odio se había trocado en simpatía. Simpatía por el hombre que, sin vacilación ni debilidad, se encaraba con un destino acedo. Su conducta en la prisión era liberal, cariñosa. En las horas de encierro tejía sueños de paz; esbozaba un gobierno de concordia nacional y redactaba el esquema de su política. “El había ido a injertar su doctrina, confusa, en las universidades y en las tierras agrícolas de la vieja Castilla. Su seminario estaba constituido por discípulos de aulas y laboratorios, y por jóvenes de la gleba... “La vista del proceso, varias veces diferido, le coloca ante una realidad adversa. No se inmuta. Su palabra tiene una fuerza inusitada. La del hombre que está solo. Intuye cuál será la pena a que le condenen sus jueces y, sin embargo, se esfuerza por convencerles de que no deben ser injustos ni para con él ni para con sus hermanos. Increpa ásperamente a una persona que, en su concepto, ha enturbiado la claridad del proceso. El interesado escucha la admonición sobrecogido. El relámpago de iracundia pasa y queda, en la carne del increpado, un desasosiego que será permanente. Explicación de una doctrina y ratificación de una fe. El resto es conocido. Se dicta la sentencia de muerte. No hay conmutación de pena. 588

Primo de Rivera se encierra a escribir su testamento. Se despide de sus hermanos. “José Antonio no puede evitar que su emoción se le resuelva en lágrimas al notar la congoja de sus hermanos. Cuando se repone, él es quien consuela. Pide que le consientan morir con la entereza que le cumple, atendido su magisterio moral sobre tantos compañeros que han muerto y están muriendo en el combate Cuando le llega su hora, su templanza es perfecta Conversa con los hombres del piquete que ha recibido el encargo de ejecutar la sentencia. “—¿Verdad que vosotros no queréis que yo muera? ¿Quién ha podido deciros que yo soy vuestro adversario? Quien os lo haya dicho no tiene razón para afirmarlo. Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que no pueden congraciarse con la patria porque carecen de pan y de justicia. Cuando se va a morir no se miente y yo os digo, antes de que me rompáis el pecho con las balas de vuestros fusiles, que no he sido nunca vuestro enemigo. ¿Por qué vais a querer que yo muera? “Los milicianos le escuchaban en silencio. Las palabras del reo se les meten dentro y se miran unos a otros, tratando de resolver una incertidumbre. ¿Se habrían equivocado los jueces? Y si se han equivocado, ¿pueden ellos reparar el error negándose a cumplir lo que les está ordenado? El silencio persiste. Primo de Rivera, con la acuidad de la muerte, lee en la conciencia de los milicianos e insiste, calentando sus palabras, en una acción catequista que es toda su esperanza de seguir viviendo. ¿Quién sabe, piensa, cómo lo ha dispuesto el Señor? Ya su vida está contada por minutos, pero con un solo segundo es suficiente para salvarla. ¿Cuántas resoluciones, humanas o crueles, caben en tan pequeña medida de tiempo? En principio fue el verbo... Busca en las palabras entrañables aquella que pueda ir derecha, certera, como una saeta, al corazón de sus verdugos, atribulados por la idea de poner remate a una existencia que, ahora que se han puesto en contacto con ella, la encuentran noble y digna. Parece como si la esperanza se robusteciese. El reo cree en ella. Se la imagina más sólida de lo que en verdad es. Pregunta: “—¿Verdad que vosotros no queréis que yo muera? “Es lo definitivo. Trata de romper el mutismo de los milicianos. Quiere saber a qué atenerse, porque el tiempo se agota. El plazo de minutos que tiene su vida se está terminando. ¿Qué dicen? ¿Qué contestan? En el silencio de todos parece oírse el trabajo de cada con589

ciencia. ¿Con qué medir esa partícula angustiosa de tiempo? Es el que va de una pregunta a una respuesta, en la que se ha intercalado una breve pausa. Uno de los milicianos responde: “—¡Déjanos en paz! Necesitamos cumplir lo que nos está ordenado. No sabemos si eres bueno o eres malo. Só1o sabemos que tenemos que obedecer. “Todo está dicho. El reo no tiene que esperar. La ley de obediencia se ha interpuesto entre el verbo del reo y el corazón de los verdugos. Uno y otros tienen que llegar hasta el fin. No son enemigos. Son personajes de un drama inmenso, protagonistas que lo sufren. Si la ley de obediencia no se impusiera, se reconciliarían fácilmente; pero se frustraría la tragedia. Una tragedia en la que cada criatura hace lo que le está mandado con las maneras más pulidas que puede... Primo de Rivera asume su papel de víctima y antes de que la justicia se haga, uno de los milicianos le pide la gabardina. “—A ti no te sirve para nada y a mí me puede ser útil. “El reo se despoja de su prenda y se la ofrece al miliciano. “—Tuya es. “La sentencia se cumple. No debe quedar duda de que se ha cumplido. Para facilitar la identificación del cuerpo de Primo de Rivera se dispone que sea enterrado con el rostro a tierra. Es el último detalle torpe de una conducta equivocada...” Conducta equivocada y trágicamente irreparable, de la que también se hace eco un destacado miembro de la F. A. I., el teórico anarcosindicalista Diego Abad de Santillán, quien en su libro Por qué perdimos la guerra, dice: “Hemos pensado y seguimos pensando que fue un error el fusilamiento de Primo de Rivera. Españoles de esa talla, patriotas como él, no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican España y sostienen lo español, aun desde campos opuestos.” Pero el infausto y tremendo error se había consumado. Se había cumplido la orden del embajador Rosemberg, de aquel esbirro de Stalin a quien España y lo español importaban bien poco. La guerra continuaba con rabiosa furia en todos los frentes. La España nacional ignoraba la muerte de José Antonio, a pesar de que pasaban meses y meses desde su fusilamiento. “Cuando vuelva José 590

Antonio...” fue una frase corriente entre los falangistas en 1937 y 1938, que le denominaban con el esperanzador calificativo de “el Ausente”. Pero llegó un triste día —otro triste 20 de noviembre de 1938— en que la voz de Franco, quebrada por una intensa emoción, llenó de amargura el corazón de los españoles cuando, a través de la radio de Burgos, pronunció este patético mensaje: “Españoles: “Murió José Antonio, dicen los pregones. “¡Vive José Antonio!, afirma la Falange. “¿Qué es la muerte, y qué es la vida? “Vida es la inmortalidad, la semilla que no se pierde, que un día tras otro se renueva con nuevo vigor y lozanía... “Esta es la vida, hoy, de José Antonio. “No murió, el día que él plomo enemigo segó, en el patio de una cárcel, su juventud prometedora. “Se desplomó la materia, pero vivió su espíritu; marchó su doctrina con su inspirada canción de boca en boca, y en las campos y en las ciudades, en los frentes como en la retaguardia, en los rincones de las celdas de las cárceles sombrías como en los tenebrosos calabozos de las checas rojas, suena como un susurro la canción de la Falange. “Se hace popular el himno de la Camisa Azul recién bordada, y es familiar la guardia perenne de los Caídos sobre los luceros, y el yugo y las flechas, ennoblecidas por la sangre derramada, se convierten en emblema de los nuevos cruzados. “Es el rito de los conjurados de ayer, el lema de la nueva España. Resuena como impulso guerrero o como afirmación de fe, rememora en la paz de los claustros la catolicidad de las viejas cruzadas, invade los talleres con sanas alegrías, recorre las ciudades y se alberga en los campos, salva los montes y discurre en los valles, cruza fronteras y atraviesa mares. “El ¡Arriba España! alcanza los honores de la universalidad. Esta es la nueva vida del mártir... fruto de aquella otra, ejemplar y modelo constante para nuestras juventudes.

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“Educado en la severa disciplina de un hogar castrense, templó su carácter en el culto a la Patria, alcanzando la serenidad y fortaleza del soldado. “Su fuerte inteligencia y su sólida cultura dieron a su inspiración dimensión insospechada. “Su fe religiosa y su hondo espíritu cristiano le abrieron los secretos de nuestra Historia, descubriéndole su verdadera magnitud. “Soldado y poeta, sintió los nobles afanes de nuestra juventud, las santas inquietudes por la grandeza patria. Esa bendita impaciencia española de los siglos dorados, de los que José Antonio es el espejo. “Por ello vive entre nosotros y nuestra juventud le reconoce como símbolo de sus inquietudes y precursor de nuestro Movimiento. “Mas, si la dimensión grandiosa de su pensamiento de unidad y universalidad se perdiese en el egoísmo aldeano y limitado de grupo o de partido; si el espíritu monástico y castrense que siempre predicó se cambiase en torpes egoísmos o concupiscencias ambiciosas; si la idea del servicio se trocase por la de ventaja; si la de disciplina y jerarquía se bastardease con reservas o con deslealtades, si a su estilo de lenguaje claro, justo y clásico sucediese al pedante gárrulo tan opuesto a aquel... entonces habría muerto José Antonio y con él enterraríamos el sano espíritu de nuestro Movimiento. “Al rendir, hoy, homenaje en este aniversario a nuestro Caído, lo rendimos en él a todos los héroes y los mártires de nuestra causa, de los que José Antonio quiso ser su Adelantado. “¡Dichosos los que, muriendo como él, viven para la Patria! “Con su sangre gloriosa se han escrito los destinos de la nueva España, que nada ni nadie logrará torcer. “Así lo quieren los que por España mueren y así lo sintió el mártir que hay honramos. “JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA ¡PRESENTE! “¡ARRIBA ESPAÑA!” Lo que parecía imposible, había sucedido. José Antonio había muerto. ¡Oh, triste tañido de campanas que en todas las iglesias de España doblaban a funeral por su alma! ¡ Oh, emoción única de aquella ermita del frente de Madrid, llena de falangistas labriegos y de soldados menudos, ateridos bajo la helada llovizna del día gris, con el acre olor de sus 592

capotones y sus botazas empapadas mezclado con el de la cera y el incienso; la voz de Franco tronchada de dolor en los altavoces; y el dolor inmenso de todas las esperanzas desgarradas en el pecho! ¡Oh, trágica desesperación de algunos falangistas que se hicieron matar al conocerse en las trincheras el fusilamiento de José Antonio! ¡Oh, lancinante aflicción de aquellos otros sentados junto a la hoguera en cualquier chabola de cualquier frente, llorando de pena y de rabia, mientras alguien lanzaba al aire esta jota navarra, que más que una canción era un desgarrado lamento; Echale amargura al vino y tristeza a la guitarra. Compañeros, nos mataron al mejor hombre de España. Y José Antonio dejó de ser el añorado Ausente para estar siempre ¡Presente! en el corazón de todos los falangistas. Y en el respetuoso recuerdo —cualquiera que sea su ideología— de todos los españoles bien nacidos. 1 de abril de 1939. Por la emisora de Burgos se transmite el cotidiano parte de guerra del Cuartel General del Generalísimo. Pero esta vez es un parte trascendental, decisivo. Suena el clarín. Y a través de la voz temblorosa de emoción y gozo del locutor, todos los españoles pudieron oír lo siguiente: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado” La guerra había terminado. Y España comenzaba a caminar “al paso alegre de la paz”. De una paz conducida por Franco, prometedora y fecunda. De una paz para todos, que nos trajera la unidad y la concordia definitiva entre los españoles. De una paz que viniera a cumplir el último deseo de un hombre injustamente condenado a muerte. De un hombre que “murió por todos”. De un joven español —ejemplo perenne para la juventud de ayer, de hoy, de mañana, y de siempre— que pocas horas antes de morir fusilado, escribió amorosamente, generosamente: OJALÁ FUERA LA MÍA LA ÚLTIMA SANGRE ESPAÑOLA QUE SE VERTIERA EN DISCORDIAS CIVILES. OJALÁ ENCONTRARA YA EN PAZ EL 593

PUEBLO ESPAÑOL, TAN RICO EN BUENAS CALIDADES ENTRAÑABLES, LA PATRIA, EL PAN Y LA JUSTICIA.

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