COREA LEWKOWICZ Se acabó la infancia.pdf

April 9, 2017 | Author: Silvana Rita Jordán | Category: N/A
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CRISTINA COREA IGNACIO LEWKOWICZ ¿SE ACABÓ LA INFANCIA? ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN DE LA NIÑEZ

PRESENTACION En este texto se desarrolla la idea de que la situación histórica determina la concepción y el modo en que se es infanteadolescente. En la época que nos ha tocado transitar, tal modo está muy ligado a la aparición de los medios masivos de comunicación como lugar privilegiado de exposición del sujeto; a su vez, desde allí se dictan los modelos de cómo ser para ser aceptado. La producción de modelos en los medios persigue el incremento de la práctica social privilegiada en estos tiempos: el consumo. En este ensayo se enfrenta el análisis de las evidencias. Por un lado, las noticias en los medios, que reflejan temas tales como el aumento de las estadísticas sobre maltrato infantil, la venta de niños, la irrupción de una niñez asesina o suicida. Por otro, la figura del niño como consumidor que, a causa del marketing, borra las diferencias tradicionalmente establecidas por las edades: niñez, adolescencia, juventud, vejez. Por ello se parte de una pregunta: ¿Se acabó la infancia? La atracción que ejerce la propuesta de los medios masivos es de tal magnitud que borra la posibilidad de construir un pensamiento alternativo al que ellos proponen. Sus códigos nos presentan la "realidad” tal como es concebida desde ellos. Aun en las oportunidades en las que en las programaciones participan personas que sostienen pensamientos independientes, pareciera que de todos modos terminarán envueltos en los objetivos del mercado mediático. He aquí la importancia de contar con un texto que nos permita conocer algo, acerca del armado de esas imágenes que nos atrapan, ofreciendo un modelo de infancia que subvierte la natural asimetría niño-adulto. Esto, en tanto que parecieran promover dos actitudes: el niño como consumidor que posiciona al adulto en situación de comprador o vendedor que satisface su voracidad. O bien el niño excluido, que genera impotencia y frustración al mostrar el fracaso de las generaciones que lo preceden en su función de proteger la niñez. El ensayo se inscribe en una nueva masa crítica de conocimiento sobré la infancia, en un nuevo paradigma al que están adhiriendo y en el que están produciendo avances los más

importantes científicos sociales. En este contexto es fundamental el desarrollo logrado por Ignacio Lecowitz al aportar, como historiador, la perspectiva original, en su análisis de la constitución de la subjetividad. Y Cristina Corea, partiendo de la semiología, instituye la tesis principal de este libro con la osadía de formular una hipótesis tal como el final de la infancia, hipótesis que sostiene con una rigurosa fundamentación. En esta obra encontramos un imprescindible marco de comprensión a aquellos que, como profesionales o simplemente como “adultos responsables", intentan hacerse cargo de la crianza de niños y adolescentes. Matilde Luna Buenos Aires, agosto de 1999

ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN DE LA NIÑEZ Cristina Corea Un niño suscita hoy sensaciones extrañas. Sentimos con más frecuencia la incomodidad de quien está descolocado o excedido por una situación, que la tranquilidad del que sabe a ciencia cierta cómo ubicarse en ella. La curiosidad infantil, ese sentimiento tan propio del niño con el que finalmente los adultos logramos familiarizarnos, hoy parece haberse desplazado: somos los adultos quienes observamos, perplejos, el devenir de una infancia que resulta cada vez más difícil continuar suponiendo como tal. Este libro parte de una corroboración histórica: el agotamiento de la potencia instituyente de las instituciones que forjaron la infancia moderna. Ante esa constatación, se propone reflexionar alrededor de la hipótesis de que, debido a las mutaciones socioculturales, la producción institucional de la infancia en los términos tradicionales es hoy prácticamente imposible. Si orientamos la mirada hacia nuestro entorno cultural, lo dicho puede cobrar alguna evidencia. Por un lado, lo que se escucha en los medios: crecimiento de las estadísticas sobre maltrato infantil; aumento alarmante de la venta de niños. Estos casos ponen en cuestión la noción tradicional de la fragilidad de la infancia; los postulados de protección y cuidado de la niñez empiezan a girar en el vacío. En el campo de la delincuencia irrumpe una novedad: la niñez asesina y el suicidio infantil. Tal irrupción, tan difícilmente asimilable, cuestiona la institución moderna de la infancia inocente, porque hace vacilar uno de los supuestos del discurso jurídico, el de la inimputabilidad del niño. Por otra parte, el consumo generalizado produce un tipo de subjetividad que hace difícil el establecimiento de la diferencia simbólica entre adultos y niños. La infancia concebida como etapa de latencia forjó la imagen del niño como hombre o mujer del mañana. Pero, como consumidor, el niño es sujeto en actualidad; no en función de un futuro. La lógica de segmentación del marketing instaura unas diferencias que barren las que se hubieran establecido con la concepción de las edades de la vida en etapas sucesivas. En esa serie se habían inscripto la infancia y sus edades sucesivas: la adolescencia, la juventud, la adultez, la vejez. Ahora las diferencias se marcan según otro principio: consumidores o excluidos del sistema de consumo, según la lógica de las diferencias que impone el mercado. La relación con el receptor que propone el discurso de los

medios masivos es otra de las condiciones de la caída de la infancia: el acceso indiferenciado a la información y al consumo mediático distingue cada vez menos las clases de edad. Asimismo, la velocidad de la información y el tipo de identidades propuestas por la imagen impiden el arraigo de diferencias fuertes. Aquellas diferencias, basadas en el principio de separación, como las etapas de la vida, la espera o el progreso, que son características de la identidad de los niños modernos, se disuelven con el avance de las identidades móviles del mercado, impuestas por el dispositivo de la moda. El opuesto de la figura del niño como consumidor es el niño de la calle, figura que también tiende a abolir la imagen moderna de la infancia. Si el niño trabaja para un adulto, esta situación borra la diferencia simbólica entre ambos; una diferencia que precisamente la institución moderna del trabajo, al excluir de su campo a la infancia, contribuía a instaurar. Pero también, con ello, queda abolida la idea de fragilidad de la infancia: si en el universo de los excluidos del consumo los niños están en mejores condiciones que los adultos para "generar recursos”, entonces se revela que la idea de fragilidad del niño, que operaba como una razón moderna de exclusión de la infancia del mundo del trabajo, es una producción histórica ya extenuada. La niñez es un invento moderno: es el resultado histórico de un conjunto de prácticas promovidas desde el Estado burgués que, a su vez, lo sustentaron. Las prácticas de conservación de los hijos, el higienismo, la filantropía y el control de la población dieron lugar a la familia burguesa, espacio privilegiado, durante la modernidad, de contención de niños. La escuela y el juzgado de menores también se ocuparon de los vástagos: la primera, educando la conciencia del hombre futuro; el segundo, promoviendo la figura del padre en el lugar de la ley, como sostén simbólico de la familia. Ninguna de estas operaciones prácticas se llevó a cabo sin compulsión sobre los individuos; todas ellas terminarían finalmente por consolidar los lugares diferenciados que niños y adultos ocuparían como hijos y padres en la institución familiar naciente. De modo que no hay infancia si no es por la intervención práctica de un numeroso conjunto de instituciones modernas de resguardo, tutela y asistencia de la niñez. En consecuencia, cuando esas instituciones tambalean, la producción de la infancia se ve amenazada. Obviamente, cuando hablamos de la infancia hablamos de un conjunto de significaciones que las prácticas estatales burguesas instituyeron sobre el cuerpo del niño, producido como dócil, durante

casi tres siglos. Tales prácticas produjeron unas significaciones con las que la modernidad trató, educó, y produjo niños: la idea de inocencia; la idea de docilidad, la idea de latencia o espera. Las prácticas pedagógicas de mediados del siglo XIX hasta mediados del XX exhiben con claridad cómo funcionan esos predicados. El manual escolar, que fue género central en la educación infantil hasta aproximadamente los años cincuenta, trata al niño como "el hombre del porvenir". De este predicado se infiere que en la institución escolar el niño no existe como sujeto en el presente sino como promesa en el futuro. Tendrá que pasar por una serie de etapas de formación hasta hacerse hombre. Como se lo supone dócil, la escuela es una institución eficaz. En ella se cumple la misión social de educar al futuro ciudadano; la escuela es el ámbito en que la niñez espera el futuro. Todas esas prácticas y sus representaciones correspondientes garantizaron la creación de un lugar simbólico particular para la infancia, que en la sociedad medieval, por ejemplo, no existía: la separación simbólica del mundo adulto y del mundo infantil es típicamente moderna. En ese sentido, la escuela es una de las instituciones claves de separación de adultos y niños. La producción simbólica e imaginaria de la modernidad sobre la infancia dio lugar a prácticas y discursos específicos: la pediatría, la psicopedagogía, la psicología infantil; la literatura infantil, etc. Estos discursos producen sus objetos de saber, sus dominios de conocimiento; en fin: sus sujetos, el niño y los padres de ese niño recién instituido, como resultado de la intervención institucional. Así, a través de la modernidad, el niño es una figura clave del recorrido de la Sociedad hacia el Progreso. Sospechamos que nuestra época asiste a una variación práctica del estatuto de la niñez. Como cualquier institución social, la infancia también puede alterarse, e incluso desaparecer. La variación práctica que percibimos está asociada a las alteraciones que, a su vez, sufrieron las dos instituciones burguesas que fueron las piezas claves de la modernidad: la escuela y la familia. Pero también dicha variación hunde sus raíces en las mutaciones prácticas que produjo en la cultura el vertiginoso desarrollo del consumo y la tecnología. Este libro se propone recorrer las variaciones históricas que presenta en la actualidad la infancia, asociadas a la alteración de la escuela y la familia modernas, en el dominio de la cultura instituido hoy por el discurso de los medios masivos. Indicaremos brevemente cómo se organizan los seis capítulos que integran la primera parte. El primer capítulo expone cómo surge la hipótesis

que guió nuestro trabajo sobre la infancia. El segundo expone la estrategia crítica en que se mueve el Ensayo para analizar el discurso massmediático. En el capítulo tercero se analizan los procedimientos enunciativos del discurso massmediático, puesto que es allí donde la hipótesis conjetura el agotamiento de la infancia. Los capítulos cuarto, quinto y sexto presentan el recorrido de la hipótesis sobre distintos géneros de los medios masivos. Las herramientas, el procedimiento y el espíritu de esos análisis son de neto corte semiológico. Esos análisis querían producir la consistencia de la hipótesis inicial para llegar a la tesis central del agotamiento de la infancia moderna. Los géneros del discurso massmediático en los que se vio trabajar la hipótesis fueron: el periodismo, la publicidad y la serie televisiva Los Simpson. Allí se intenta ver de qué modo las figuras del niño que construyen esos géneros —el sujeto de derechos, el consumidor y el receptor infantil de las series— destituyen prácticamente la figura del niño moderno. En la segunda parte se presenta una serie de observaciones que surgen de la lectura del Ensayo sobre la destitución de la niñez. Esas observaciones glosan el margen del texto: señalan puntos de vacilación, radicalizan puntos de intervención, aclaran estrategias implícitas, exploran las consecuencias de la hipótesis; en síntesis, intentan continuar el movimiento suscitado por la lectura del Ensayo.

C A P Í T U L O I Nacimiento de una hipótesis Este trabajo se inspira en un episodio cruel: el famoso caso de los niños asesinos de Liverpool. Sucedió el 12 de febrero de 1993. Los tres protagonistas eran ingleses y '‘menores”: los asesinos, diez años cada uno; la víctima aún no había cumplido los tres. Se recordará que el homicidio fue precedido por el secuestro de la víctima en un shopping, y que fue registrado por el circuito interno de televisión. La crueldad de los hechos nos llegó a través de imágenes; su sentido, a través de opiniones. No estábamos ante los hechos; éramos espectadores mediáticos, consumidores del caso de los niños asesinos y de la serie de casos semejantes que sobrevendría después en los medios. El caso era inquietante. Algo pasaba. Pero no en el plano de los hechos, sino en el plano del discurso que nos hacía llegar esos cruentos hechos. Lo notable era el mecanismo con que esto llegaba a nosotros; o la posición en que quedábamos ante tamaños hechos. Pero esa convicción vino bastante después. Al comienzo no era tan sencillo discernir si nuestro interés eran los hechos o el discurso que en esta ocasión los trataba. Si era lo primero, nada podíamos hacer: estábamos en Buenos Aires, mirando la tele, leyendo los policiales de los diarios. Pero sí podíamos avanzar si decidíamos lo segundo. Si admitiéramos de modo radical la existencia del discurso massmediático; si admitíamos que lo que nos atrapaba, finalmente, eran los medios. Tuvimos que decidir, entonces, que nuestra hipótesis no era una hipótesis sobre los hechos sino sobre el modo en que se construyó el sentido del caso en el funcionamiento de los medios. Nuestro problema no era del orden de los hechos sino del orden del discurso. La cuestión era complicada, puesto que el discurso no era una dimensión por fuera de los hechos, sino que tenía su propia dimensión práctica que había que analizar. Esa dimensión práctica era un conjunto de operaciones enunciativas que era necesario describir, analizar e interpretar semióticamente. Nuestro interés se desplazó paulatinamente del caso de los niños asesinos hacia el discurso que lo había producido como tal. El análisis del discurso massmediático nos depararía una sorpresa: el problema no residía en el modo en que el discurso trataba el caso de la infancia asesina, sino que el funcionamiento de los medios en este caso era un síntoma de otra cosa. Los medios masivos eran el discurso en que hacía síntoma un

problema de envergadura histórica: algo en la infancia había cambiado. Tanto, que quizás había dejado de existir. ¿Estaríamos llamando infancia a otra cosa, cuya naturaleza ignorábamos? Lo que a duras penas se seguía enunciando como infancia, ¿constituía el encubrimiento sintomático de una alteración histórica? Las preguntas adquirieron forma de hipótesis; la intuición buscó, un método de análisis pertinente y, transcurrido cierto tiempo, la investigación produjo su tesis. El recorrido se puede leer en las páginas que siguen.

LA INFANCIA ASESINA COMO CASO MEDIÁTICO El caso de los niños asesinos de Liverpool despierta, cuanto menos, estupor. Hay algo de siniestro en el caso. Porque, si lo siniestro es la irrupción de un vacío en la calma cotidiana, el asesinato infantil, tanto por la calidad de la víctima como por la de sus victimarios, nos pone ante un vacío: el sentido común sobre la infancia no puede, de ningún modo, recubrir un hecho de tal naturaleza. Si la infancia es —o debería ser, según nuestros hábitos culturales— la imagen misma de la inocencia, no hay nada más siniestro que lo angélico de la infancia mutando hacia lo diabólico. Ya que, si hay un lugar donde resulta inesperada la emergencia de una estrategia asesina, es en el reino dorado de la infancia inocente. El asesinato perpetrado por Jon Venables y Robert Thompson inicia una serie bien conocida: la serie mediática de los casos de niños asesinos, cuyo último término, al momento de escribir este libro, lo constituye la "masacre de Arkansas". La serie, tratada bajo el título periodístico de “violencia infantil" integra, a su vez —según los procedimientos sintácticos del discurso mediático—, una serie mayor: la de la violencia social. La puesta en serie mediática organiza la ley de la repetición idéntica de sus términos: los casos, con el intento de encontrar una explicación de los hechos. La explicación es simple: la repetición de casos corrobora la existencia de la ley, que enuncia: ‘crece el índice de violencia infantil’. La repetición no es sólo el principio que organiza la lógica de la serie, sino también un criterio de explicación causal: "En general, los chicos que actúan así han padecido algún tipo de maltrato en sus casas, no sólo físico, también emocional. Con la violencia, repiten lo que recibieron: tratan a los demás con el mismo desprecio que a ellos los trataron"

("Los chicos repiten lo que reciben", Página/12, 26/03/98). La estrategia massmediática tiene dos dimensiones: la del hacer y la de una teoría sobre ese hacer. Produce el caso y su serie, y al mismo tiempo proporciona una clave de lectura de eso que hace; una teoría sobre la violencia que dice: hay violencia por repetición. Pero el principio de repetición que explica la violencia está producido por el propio discurso: la puesta en serie del caso. La operación enunciativa de puesta en serie produce una teoría que explica los fenómenos según el principio de la repetición serial. El mismo principio de la repetición idéntica prefigura un futuro: aumento de la violencia infantil. Dada la serie, nada más sencillo que incluir en ella un nuevo término: seguramente, algo tendrá el “nuevo caso” de común con el que le precede. Aparentemente, los casos que integran la serie la componen porque tienen un rasgo en común: la misma causa. Sin embargo, si nos ponemos atentos a esta operación mediática tan peculiar, lo que vemos es que, en rigor, cada caso es la causa del caso siguiente: es la causa de la inclusión de un nuevo término en la serie, que da lugar al “otro caso". Pero el nuevo caso, a su vez, es causa del anterior, por cuanto lo legitima a su vez como su antecesor al incluirse en la serie. Miguel Calvano sostiene que entre el episodio de Liverpool y el de Arkansas hay una diferencia notable. Lo sorprendente en el primer caso era que se presentaba como un hecho inexplicable para sus actores: siempre que fueron interrogados por los motivos del crimen, los chicos contestaban que ignoraban por qué lo habían hecho. A los niños les resultaba imposible asignarle al acto un sentido en relación con el propio deseo. El episodio de Arkansas, por el contrario, es un crimen con móviles bien precisos: los niños fantasearon el crimen, lo anunciaron por medio de amenazas, lo tramaron y lo consumaron. Es decir, desde la posición subjetiva asumida frente al crimen, sus actores se comportan como adultos, verdaderos sujetos imputables de delito. Sin embargo, en nuestra línea, todavía es necesario advertir que la inaudibilidad de las amenazas criminales de estos chicos por parte de los adultos revela que aún está vigente la suposición adulta de la inocencia infantil. Revela, en consecuencia, que tal supuesto continúa funcionando como modalidad de percepción de los niños, capaz de constituir en la situación un obstáculo que impide actuar. En ese sentido, la masacre de Arkansas viene a aclarar nuestra tesis del fin de la infancia: no porque la demuestre, sino porque manifiesta de manera sintomática el desacople entre el acto infantil (¿o de

hombres pequeños?) y los sentidos disponibles en esa situación para registrarlo. La imposición mediática de la serie construida a la que pertenece el caso impide pensar lo real de la transformación que está en juego. Por consiguiente, la operación de puesta en serie del discurso mediático no explica nada, más bien se autoexplica: en la operatoria sintáctica, lo que tenemos, sencillamente, es que un caso es la causa de otro. Y, así, la serie puede sucederse sin fin. Por este camino, sólo encontraremos respuestas numéricas al problema, pues cada caso confirma la ley: crecen los índices; crecen los casos; crecen las estadísticas... No cabe duda: vivimos en un mundo cada vez más violento. Es necesario construir otro punto de vista para leer el problema, si queremos abandonar el terreno de la repetición idéntica de la serie, el paraíso tranquilizador de las confirmaciones mediáticas. El cambio de perspectiva, entonces, tiene que ser radical. El caso de la infancia asesina no será un índice más de la violencia infantil, que a su vez es un índice de la violencia social, sino un síntoma del discurso de los medios. Pero resulta entonces que, si la repetición es sintomática y no la confirmación de algo que ya se sabe, debe interpretarse. La repetición es índice ya no de una repetición ni de un aumento: es el síntoma de una mutación más drástica. La repetición de casos, entonces, es síntoma en el discurso mediático de una variación histórica, la mutación práctica de lo que estaba en posición de real para las instituciones de la infancia: el cachorro humano. Si lo que denominamos institución infancia es el producto de las operaciones prácticas de unos discursos sobre la familia y sus niños, si esas operaciones discursivas le dieron a su vez consistencia imaginaria a la infancia en el universo burgués, lo que se nos presenta hoy como sintomático es el desacople entre esos discursos y su real, porque ese real ha mutado históricamente. El horror ante la infancia violenta se produce sobre la base de una representación agotada en sus efectos prácticos: la niñez concebida como edad de inocencia, fragilidad y docilidad. El caso de la infancia asesina viene a postular en los hechos, y de un modo sintomático, que la niñez ha perdido definitivamente su inocencia en el discurso mediático. El supuesto moral de la inocencia infantil, que sostiene el principio jurídico de inimputabilidad del menor, queda prácticamente cuestionado. Seguramente esto no sucede sólo con el discurso jurídico: es razonable conjeturar que cualquier universo de discurso que suponga las significaciones tradicionales de la infancia se verá

perturbado. Sobre esa hipótesis discurrirán las páginas que siguen. En efecto, el desacople discursivo interpretado en el funcionamiento de los medios es el síntoma del agotamiento de las instituciones que forjaron la infancia: la escuela pública, la familia burguesa, el juzgado de menores, las instituciones de asistencia a la familia. En el universo burgués, la infancia es el objeto de discurso producido como efecto de la intervención práctica de las instituciones de asistencia a la familia. Decir que esas instituciones están agotadas significa reconocer que en sus prácticas tales instituciones ya no producen la consistencia de su objeto: la infancia. Es ya indicativo que el acceso a la realidad de la infancia actual no esté dado por los discursos de forja y saber sobre la infancia moderna sino por un discurso modernamente menor que pasa al lugar contemporáneo de metadiscurso. Las denominaciones con que habitualmente nombramos a los miembros de la clase "infancia” (niño, alumno, perverso polimorfo, infans, párvulo) designan en realidad distintos aspectos del tipo subjetivo moderno que las prácticas discursivas instituyeron al intervenir sobre su real, el “cachorro humano”. Lo que se detecta como síntoma en los discursos que instituyeron la infancia, y que en el tratamiento de los medios aparece tematizado como criminalidad infantil, chicos de la calle, precocidad de los niños, violencia escolar, abuso sexual de menores, es el fracaso de su estrategia de intervención sobre un real: los cachorros actuales no se dejan tomar dócilmente por las prácticas y los saberes tradicionales del universo infantil. No porque desobedezcan a las instituciones; la sublevación es más radical: desobedecen a la operación de institución misma. Aclaramos brevemente la hipótesis. Los casos mediáticos de violencia infantil no son índice de violencia social sino síntoma de agotamiento de la infancia instituida. Ni la hipótesis de la repetición de modelos familiares como causa del maltrato infantil, ni la famosa reducción al motivo de la crisis económica explica el agotamiento de la infancia, que se debe a mutaciones mucho más sustanciales en su naturaleza. La infancia instituida por las instituciones modernas transformaba al cachorro humano en un objeto frágil e inocente, dócil y postergado a un futuro. Esas significaciones se han agotado. La razón se encuentra en la impotencia actual de los discursos y las prácticas que habían instituido aquella infancia tradicional. En estas condiciones, el cachorro que efectivamente hoy existe está en posición de real rebelde para aquellas prácticas y discursos: carece de significación instituida.

Las postulaciones anteriores nos conducen a las siguientes preguntas; ¿cuáles son las condiciones actuales de las instituciones tradicionales de la infancia?; ¿cómo es su funcionamiento actual?; ¿qué tipo de relación establecen con otras instituciones, especialmente los medios masivos? La mirada recae inevitablemente sobre la escuela y la familia, las instituciones que tradicionalmente fueron responsables de la contención y de la formación de niños, a los que efectivamente producía como alumnos o hijos. En lo que concierne a la familia, nunca estuvo sola. Siempre la encontramos asistida, auxiliada, protegida, educada, normalizada, moralizada. Entre la familia y el Estado burgués, se teje toda una red de prácticas de asistencia y protección. O vigilancia, si se prefiere. Pero esa infancia hoy ya no existe. Nuestro propósito es indagar las prácticas actuales que la dispersan: las prácticas que operan sobre el cachorro y lo vuelven real para el universo de discurso moderno. Para situar conceptualmente el estatuto actual de la infancia, es necesario retomar la relación entre la infancia y el delito que establece el discurso mediático, ya mencionada al comienzo de este capítulo. El tema del delito infantil llega al consumidor de medios masivos. La frecuencia con que el tema es tratado le indica, en la misma clave que le brinda el discurso mediático: que la crisis de la infancia es uno de los efectos nefastos de la actual política económica; que es un índice más del crecimiento de la violencia social que caracteriza a las grandes urbes posmodernas; que estamos ante la crisis de los valores o de los modelos, etc. La tematización mediática va en aumento, al ritmo también creciente de la estadística de los casos. ¿Cuál es la modalidad específica de ese tratamiento? Simple identidad entre la causa y el efecto: la violencia infantil es una expresión más de la violencia social general. “La violencia engendra violencia"; la causa y el efecto son idénticos; la figura de la serie de casos corrobora una y otra vez la identidad. El recorrido lineal que propone el tratamiento mediático nos conduce a los lugares comunes del discurso, a la simple corroboración de lo que ya se sabe. ¿Cómo abandonar este camino? La estrategia consiste en considerar el delito infantil no ya como simple expresión de una causa idéntica aunque mayor sino como síntoma del universo del discurso mediático. A diferencia de la operación identitaria de la serie, la lectura

del síntoma no es una operación deductiva, sino que señala un desacople material entre las prácticas sociales representadas en el discurso mediático y la misma operatoria de representación de ese discurso. En consecuencia, la lectura del síntoma es capaz de interrumpir la cadena deductiva del signo que impone, la serie mediática, siempre y cuando tal síntoma dé lugar a una interpretación. El síntoma es heterogéneo respecto de la causa que supuestamente lo provoca. Entonces, para esta lectura sintomática, el delito infantil sólo es la causa eficiente de la producción discursiva de los medios. Sólo en determinadas circunstancias esa causa puede producir unos efectos tales como la proliferación mediática de los casos de asesinato infantil. Puede parecer abusivo pero, una vez que se acepta que los medios son un discurso, sus sujetos, siempre en posición de consumidores de información, sólo tienen una percepción mediática de la realidad, que es entonces sí efecto de discurso. Los casos de delincuencia infantil, por lo tanto, son casos mediáticos, y no de otra naturaleza. Esto no significa que no existe relación entre la realidad y los medios; la posición discursiva de ninguna manera repudia la realidad. Lo que pasa es que hay que establecer cómo es la relación del discurso con los hechos que significa. Lo veremos en el capítulo 3. La producción discursiva de los medios en torno a la infancia asesina es efecto de ella, pero a su vez es síntoma de las condiciones en que se produce ese tipo particular de violencia infantil. Ese conjunto de condiciones no es ni más ni menos que el momento de agotamiento de la niñez. El tratamiento discursivo que proponen los medios de la crisis de la infancia reprime la percepción, del agotamiento de las instituciones que la forjaron. Se cumple una vez más una ley del funcionamiento discursivo: la repetición de enunciados reprime la legibilidad de sus condiciones históricas de enunciación.

CAPÍTULO

2

El discurso massmediático y su crítica Un discurso confirma su hegemonía cuando produce el efecto de todo (o de uno) en los habitantes de una situación, s lo que sucede con el discurso de los medios: ‘Lo que no está en la tele no existe', si no estás en la imagen, no existís. El principio de realidad social es la actualidad mediática, estos supuestos están instalados con la fuerza de los hechos. Como está instalada la práctica de ver la tele. En los medios, todo es representable. La realidad social actual es inconcebible —en el sentido más literal del término— sin los medios. Hay un procedimiento que es característico de los discursos hegemónicos: la delimitación de su propio interior y exterior. Desde luego, tal operación no puede hacerse sino desde el mismo interior; caso contrario, la distinción procede de afuera; es decir, de otro discurso. Esta aclaración es válida para situar la posición del analista del discurso. Es válida asimismo para ubicar la posición de la crítica. Puesto que, si el propósito es intervenir sobre un discurso con funcionamiento hegemónico, no es desde afuera desde donde vamos a enunciar la crítica: como se ha visto, la posición en exterioridad sólo es posible situados en otro discurso que haga visible el exterior del anterior. El problema es que en ese caso ya no habría interpretación de síntomas sino descripción u observación desde otro horizonte de saber, ajeno al del discurso en que se interviene. Estrictamente, no habría intervención. Y, en nuestra línea, sólo la intervención en las fallas del discurso tiene efectos críticos. Esta peculiaridad en la concepción del funcionamiento del discurso tiene una consecuencia decisiva sobre la crítica; puesto que la crítica, en esa línea, ya no puede ejercerse de modo sistemático, bajo la forma de una totalidad aplicada sobre otra, bajo la forma de una teoría crítica aplicada al discurso que se critica. Así entendida, la crítica no puede zafar ella misma de la indeseable operación de totalización o cierre. Desde luego, si la crítica queda tomada en el procedimiento de totalización, no puede ser activa.

Pero que la crítica no pueda ya ejercerse bajo la forma moderna de la teoría o del saber sistemático no significa que debamos renunciar a ella. La renuncia a la tarea crítica puede responder no sólo a un sentimiento de impotencia; también la confianza ciega en el poder democratizador de los medios es una forma de renuncia a la crítica. En cualquiera de los dos casos, se sigue preso de la lógica del todo: afuera de los medios (denuncia); adentro de los medios (integración). En cualquiera de los casos, hemos sido tomados por la lógica del discurso. Volvamos ahora sobre la infancia, para ver cómo es su tratamiento mediático. En principio, los medios presentan el problema de la infancia con una fórmula de carácter general: "crisis de las instituciones”. El discurso asevera: “Vivimos la época de los cambios. Cambia la familia, cambia el rol de la mujer, cambian las relaciones de pareja. Es natural entonces que la infancia cambie; ello no es más que una consecuencia de aquellos cambios más generales." Así es como proliferan investigaciones especiales, comentarios, encuestas y notas de opinión, para abordar la crisis general a la que asisten las instituciones modernas: la familia, la pareja, la escuela. Se produce y circula entonces una especie de máxima ideológica, que denominaremos ideologema mediático: de la premisa general del cambio, se infiere la crisis de la infancia como un caso particular. Dicho ideologema reposa sobre un tópico: la idea del cambio, del cambio permanente, tal como se presenta en la visión posmoderna del mundo. Esta concepción del cambio permanente encuentra su existencia paradigmática en la moda, retórica del consumo. El imperativo de cambiar, de ser otro, racionaliza la lógica infinita de sustituciones propia de la relación con los objetos prescripta por el consumo. La infancia cambia porque la familia cambia, porque todo cambia, porque todo está en el cambio, según el paradigma de las diferencias débiles prescriptas por la moda. Otra fórmula retórica que vehiculiza con frecuencia los problemas de la infancia es la denuncia, uno de los géneros que ha exasperado el periodismo de nuestra época; procedimiento privilegiado de legitimación de la existencia de los medios. Curiosamente, la etimología de denuncia significa, lisa y llanamente, traer una noticia: de, desde, y nuntius, mensajero, noticia; algo que procede de un mensajero. Tomada en su etimología, la palabra parece exhibir la capacidad de funcionamiento metadiscursivo que posee el discurso massmediático, ya que allí la enunciación enuncia que enuncia.

Como enunciado meramente autorreferencial, la denuncia — aunque sea central para la existencia mediática— carece notablemente de efectos prácticos en la cultura. Por el contrario, parece más bien que los anula; tal como otra denuncia neutraliza los efectos de la anterior. Dicho en otros términos: el efecto inmediato de una denuncia es otra denuncia. Con sus rasgos ya estabilizados por el particular estilo de Página/12, este género mediático —dispositivo dominante en nuestros días— toma a su cargo la denuncia reiterada de la fuga del Estado de sus funciones de asistencia social: salud, seguridad, educación. La denuncia mediática es un término constitutivo de la actual naturaleza discursiva del estado. Se diría que funciona como la vacuna —figura retórica del mito burgués, según la observación de Roland Barthes—: “Se inmuniza lo imaginario colectivo mediante una pequeña inoculación de la enfermedad reconocida; así se la defiende de una subversión generalizada." Sin embargo, hay que darle un ajuste a la fórmula barthesiana. Las aguas del estructuralismo, del marxismo y de la crítica han corrido demasiado como para que aquella suspicaz intervención de Barthes, crítica y eficaz en los años cincuenta, siga produciendo efectos. En términos actuales, la vacuna del imaginario colectivo no impide una subversión generalizada, sino la irrupción del vacío en el discurso: lo importante hoy es que los medios no callen. Esa presencia permanente del discurso, que revela como un imposible de nuestro cotidiano actual la experiencia de apagar la tele, apagar la radio o ignorar los diarios, se ve favorecida —o al menos se explica en parte— por una peculiaridad semiótica del discurso mediático: la ausencia de clausura. En las condiciones actuales, el silencio —el vacío— es una experiencia horrorosa. Se entiende entonces que la tarea básica de los dispositivos sea impedir que se interrumpa la producción de sentido. La denuncia es así garantía de que los medios no callen. Lo decisivo es impedir el vacío. Vamos ahora a situar la intervención de Roland Barthes en el campo de la crítica cultural, porque ayudará a situar también la nuestra. Barthes ha sido uno de los críticos más sutiles de la semiología. Su primera edición de Mitologías data de 1957 y reúne una serie de escritos críticos sobre la cultura de masas. Con ese libro Barthes inaugura el proyecto intelectual de constituir la semiología como ciencia crítica. Entusiasmado por la vía estructuralista de axiomatización de la lengua que había abierto Saussure, Barthes confía en que la semiología habrá de

constituirse en la ciencia crítica por excelencia. En cuanto se admite una íntima relación entre la estructura social del lenguaje y la ideología, la semiología se perfila como el instrumento ideal para desmontar la estructura ideológica de las representaciones sociales dominantes. El análisis semiológico habría de permitir entonces "abandonar la crítica piadosa y dar cuenta en detalle de la mistificación que transforma la cultura pequeño burguesa en naturaleza universal". Sin embargo, en una especie de balance que introduce la reedición de Mitologías de 1970, Barthes admite que “ya no podría escribirlas". Y es que las circunstancias políticas y teóricas de entonces lo llevan a advertir —de un modo más intuitivo que teórico — que el estatuto de la crítica había cambiado. Avanzada la década del setenta, Barthes está convencido de la inviabilidad de una "teoría" crítica: la semiología corría el riesgo, como cualquier saber sistemático, de funcionar ella misma como discurso ideológico. Hacía ya unos años que Barthes se había refugiado en la crítica literaria. La teoría de la textualidad que elabora en esos años se le presenta como única vía de acceso a la singularidad del sentido: como única alternativa al estructuralismo de la crítica. Al abandonar el proyecto "científico" de la crítica semiológica, Barthes señala el problema: pero éste queda aún sin resolver, atrapado en un brete que el estructuralismo marxista de la época no lograba atravesar: el pasaje de lo social a lo singular. Esa suerte de antinomia se le planteaba a Barthes como un enfrentamiento irreductible entre dos discursos: el de la crítica ideológica, inevitablemente reproductivista y fatalmente determinista, por cuanto sólo era capaz de denunciar el compromiso de todo lenguaje con el poder, y la interpretación textual, ejercida como una apuesta a la singularidad de la lectura. En la búsqueda del texto singular se jugó el intento de interrumpir el circuito de la reproducción ideológica del sentido. Al correr el riesgo de cualquier apuesta, la crítica estructural se transformó ella misma en un dispositivo de reproducción cuando la desmitificación, su operación de lectura privilegiada, se volvió hegemónica. Dicha operación es sencilla: develar la verdad de la dominación ideológica (significado) que se oculta en el juego patente de los significantes. Es fácil entonces advertir en el actual discurso progresista —uno de cuyos portavoces legitimados es Página/12— un fenómeno de reinscripción ideológica de lo que fuera en aquellos años una operación crítica.

ESTATUTO DEL DISCURSO MEDIÁTICO Este trabajo entra en relación con un objeto teórico denominado discurso massmediático (DMM); tal objeto difiere sustancialmente de la noción de mensaje con que las teorías de la comunicación tratan la circulación masiva de la información. Para la noción de DMM, la idea de distintos mensajes que se producen y circulan a través de diferentes medios masivos es improcedente. Tal noción, que es el supuesto más corriente del sentido común sobre los medios masivos, carece hoy de capacidad explicativa del fenómeno mediático. Justamente es en torno al concepto diferencia en la producción de sentido en donde se abre un abismo entre la teoría del discurso y la teoría de la comunicación. La diferencia del soporte no basta para instituir una diferencia en la enunciación. Otro tanto sucede con distinciones del tipo: periodismo serio, sensacionalista; periodismo deportivo, político o de información. Hoy puede decirse que la denominación “periodismo" designa las diferencias débiles del discurso mediático, aquellas que conciernen al orden de los enunciados. Sin embargo, el lector encontrará, en la descripción de los textos analizados, denominaciones como "periodismo gráfico” o "periodismo audiovisual", que suponen esa distinción. Decidimos mantenerla porque es un criterio corriente de reconocimiento de los enunciados mediáticos. Pero, en rigor, en tiempos de hegemonía mediática el periodismo queda abolido. Las diferencias en las que se apoya la práctica periodística actual no son diferencias enunciativas, sino meramente retóricas o estilísticas. No hace mucho, precisamente en un reportaje, un periodista joven y algo transgresor decía que hoy por hoy no había una televisión seria y una televisión de entretenimiento. Preguntarse por la jerarquía de los programas era inútil: según él, toda la televisión es un gran entretenimiento. La idea de que la televisión elimina las diferencias entre los géneros televisivos es bien congruente con la noción discursiva de los medios. Lo que hace que en la tele todo parezca lo mismo es el carácter de la enunciación mediática. De allí que apenas se advierta el pasaje de una publicidad a un programa producido por Adrián Suar. De allí resulta que Grondona se haya convertido en un “espectáculo para pensar". Lo de pensar es un complemento. Lo decisivo es que es un espectáculo, como toda la tele. Si una práctica puede abolir diferencias, es porque se ha constituido en un dispositivo de enunciación que absorbe y

produce sus propias diferencias, es decir: produce sus enunciados bajo sus propias condiciones, Veamos algo más del funcionamiento hegemónico de la enunciación mediática. Una de las características actuales de la reproducción masiva de enunciados es su régimen de totalización: se puede (y hay que) decirlo todo; se puede (y hay que) opinar de todo; se puede (y hay que) mostrarlo todo; se puede (y hay que) verlo todo. La enunciación se vuelve homogénea por esta cualidad de reproducción infinita de enunciados, que funciona sobre la captura de la recepción en el imperativo social: hay que. Esto es: resulta sumamente difícil —si no imposible— constituirse como sujeto social sin ser partícipe (es decir, parte) de la actualidad mediática. Por consiguiente, la interrupción de ese régimen de dominancia no puede ser nunca un enunciado más de la serie capaz de decir/opinar/mostrar todo. La interrupción del régimen de esos enunciados se juega en la intervención sobre los dispositivos de enunciación del discurso. Ese tipo de intervención requiere que se localicen las operaciones del discurso. Ahora bien: esas operaciones no deberían describirse de modo general, sino que dependen de la situación de discurso que se analiza. Por eso es indispensable que se localice el síntoma que da lugar a la situación discursiva sobre la que se interviene. En el capítulo primero delimitamos en los medios el síntoma que permite pensar hoy la problemática de la infancia; en lo sucesivo vamos a precisar las operaciones discursivas que bordean dicho síntoma. Respecto de las unidades de análisis, problema central del método estructural, sino ya el único. El agotamiento de la crítica estructural ha dejado su propia enseñanza: ningún principio estructural es sustancialmente crítico. Una lectura activa no tiene más remedio que producir las unidades pertinentes para el análisis del objeto sobre el que interviene. La consistencia de las herramientas del análisis se irá produciendo en el transcurso de la intervención. En nuestro trabajo tales herramientas se forjaron con el auxilio técnico de la lingüística y la semiología. EL CASO DE LA INFANCIA. FATALIDAD DE LA PRIMERA LECTURA: ENCUENTRO CON LAS REGULARIDADES DEL DISCURSO MEDIÁTICO Estamos ante un conjunto de materiales que proceden de los

medios. El tema que los aglutina es la crisis actual de la infancia. Es el momento de la primera lectura. Esa primera lectura no pudo sustraerse a la presión de la sistematicidad: las regularidades del discurso mediático se impusieron; el análisis no podía localizar ninguna singularidad. ¿A qué respondía esta persistencia de la regularidad discursiva? ¿Se trataba de una presión del método de lectura o de una presión de la naturaleza hegemónica del objeto de análisis? Una primera corroboración se nos imponía, eso era cierto: las singularidades no se buscan, se encuentran. No se buscan porque la búsqueda requiere un saber anticipado sobre el término que se busca; tal anticipación anula de hecho el carácter singular del término por venir. Pero tampoco se encuentran sin más. Al parecer, las singularidades se encuentran sólo si se producen forzando el análisis del corpus. De modo que aquella primera lectura era necesaria. Ya que produjo una especie de trabajo “negativo" sobre el corpus y así pudo liberarse de algunas intuiciones que presentan una diversidad que es sólo aparente, puesto que reviste lo que no es más que la continuidad del discurso. Sabíamos que sólo la detección de los síntomas discursivos permitiría localizar alguna singularidad del problema actual de la infancia. Pero era imprescindible detectar antes las operaciones que regularizan el funcionamiento del discurso mediático, para poder precisar a posteriori las figuras de los desacoples discursivos que, según nuestra hipótesis, revelan el agotamiento de la infancia. En consecuencia, si bien es cierto que el análisis, de las regularidades discursivas es un paso necesario, no es suficiente. Puesto que los síntomas no se deducen, simplemente, de las regularidades. El primer abordaje del material mediático nos condujo a establecer dos líneas de tratamiento del problema de la infancia. Recuerdo que el material recolectado toma el lapso que va desde el 26/11/1993 hasta el 11/09/1995. Esas dos líneas permiten incluir, en función del tipo de tratamiento del problema de la infancia, enunciados periodísticos que poseen rasgos genéricos más o menos estables:

1) Infancia A: suplementos especiales, educación, información general.

2) Infancia B: policiales. Si nos atenemos a esta división, podemos advertir que actualmente, en el DMM, se unifican dos líneas ya tradicionales de

gestión de infancia y la familia: una cuantitativa y otra cualitativa. De este modo lo registra Donzelot en su análisis historiográfico de las prácticas familiaristas. Se recordará que su análisis registra la existencia de dos infancias: una infancia peligrosa, la de los sectores populares; una infancia en peligro, la de los sectores burgueses. Las prácticas de control y asistencia se ejercen sobre la primera, gobernadas por la noción de prevención; la educación y la protección están destinadas a intervenir sobre la segunda. Según anota Donzelot, la asistencia institucional a la familia y a la infancia ejercida con criterio cualitativo determinó la educación de los sectores medios de la población entre los siglos XVIII y XIX. Por su parte, la gestión sobre las clases inferiores se llevó a cabo sobre criterios cuantitativos: estadísticas, estudio de casos, etc. Estas dos líneas encuentran hoy su tratamiento diferenciado en las secciones de los diarios. La perspectiva cuantitativa lee los episodios que involucran a la infancia según la clave de la casuística. A partir de los índices estadísticos se construyen clases: delincuencia infantil, maltrato infantil, abuso de menores, etc. Así se logra una clasificación de los sucesos de la infancia, que funcionan como casos de aquellas clases: un caso más de delincuencia infantil, un caso más de abuso de menores, un caso más de infancia asesina, etc. Hay un supuesto que organiza la lectura mediática de la infancia de los sectores populares: la existencia de un tipo de familia y de infancia desprotegida y abandonada por el Estado, lo que constituye una peligrosidad latente. De aquí se deriva la visión de las "dos infancias": una en peligro (hay que prevenir); una peligrosa (hay que controlar, vigilar, asistir). Pobreza y perversión configuran una especie de circuito de fatalidades. La prevención, que es el objetivo estatal sobre los sectores medios, se produce mediáticamente por la vía del comentario a través de los consejos, los análisis sociológicos, los informes e investigaciones especiales; es decir, a través de géneros que se caracterizan por su expansión argumentativa. El control y la vigilancia, por su parte, se manifiestan por la vía del relato: un caso —un relato de vida, un testimonio— confirma la regla que organiza la serie; la confirmación de la regla es una operación de control del discurso. El tratamiento de las cifras es un rasgo que las dos líneas de tratamiento aludidas comparten, aunque con estrategias distintas. En la línea de la prevención, las cifras constituyen la tópica del cambio sobre la que reposa la argumentación de la crisis. En la línea del control, las cifras confirman estadísticamente la regla:

otro caso de delincuencia infantil; otro caso de abuso de un menor, etc. La regla —es decir, la tesis— puede reconstruirse según el siguiente encadenamiento entimemático: 1. La pobreza y la falta de educación son la causa de la infancia delincuente o delincuenciable.

2. El plan de ajuste conduce a situaciones de carencia y pobreza extrema. 3. La delincuencia infantil está causada por la política actual del Estado. Es notable cómo en el DMM reaparecen las dos líneas históricas de gestión estatal del modelo burgués de la “familia feliz". El DMM tiene una función actual de “divulgación" de las significaciones modernas de la infancia. Sin embargo, cabe una aclaración: si la circulación mediática de esos predicados se da en circunstancias en que el arraigo práctico de los mismos es inexistente, estamos ante unas significaciones cuyo estatuto sería el de unas representaciones sin presentación. Estamos, nuestra hipótesis, ante representaciones con carácter de excrecencias. Este tránsito discursivo de representaciones vigentes hacia representaciones agotadas ilustra otro tránsito, ya mencionado en este trabajo, pero al que es necesario volver: el pasaje del Estado de bienestar al Estado técnico- administrativo. La naturaleza mediática del lazo social actual está indisolublemente tejida con ese proceso. Esa concepción actual del lazo social da lugar a una de las tesis que funciona como axioma de este trabajo: los medios son el Estado; es decir, el conjunto que produce la consistencia y el orden de las representaciones sociales actuales. En efecto, la consistencia de las significaciones sociales se produce gracias al funcionamiento discursivo de los medios, ya que las operaciones de consistencia son producciones de la enunciación mediática. Durante la vigencia del Estado benefactor, las políticas se organizan como demandas al Estado. Éste asigna funciones y lugares a las instituciones que lo componen en una lógica del todopartes. Pero, con la retirada del Estado, se vuelve insustancial la suposición de que éste debe hacerse cargo de las funciones benefactoras; aun cuando siga siendo un actor de peso en las situaciones reales, ha caído la organización material que sostuvo la lógica del todo-partes, constitutiva del mundo integralmente calculable. Sin embargo, las representaciones sociales del lazo siguen funcionando según esa lógica del todo partes, aun cuando no estén sostenidas sobre el aparato del Estado benefactor. ¿Cuál es el

dispositivo que garantiza hoy materialmente esa lógica? Los medios masivos. Estas son las condiciones que hacen enunciable la tesis que sostiene que los medios son el Estado. La fuga hacia la denuncia como forma actual privilegiada de la política (mediática) es una de las salidas espontáneas de la situación anteriormente descripta: espontánea acá significa irreflexiva, o inactiva, ya que sigue funcionando sobre el supuesto anterior, ya agotado, de que el Estado debe seguir cumpliendo las funciones benefactoras de las que ha claudicado de hecho y, en gran medida, de derecho. Esta posición, ejercida fundamentalmente desde la enunciación mediática, adquiere un funcionamiento circular que vuelve inerte la enunciación. La demanda al Estado no logra instituir al Otro en la demanda. La interpelación es ineficaz, no importa por culpa de cuál de los términos involucrados en ella. La insistencia transforma la demanda en denuncia. Finalmente, el circuito se cierra porque la denuncia hace legítima la enunciación. Se produjo esa doble operación discursiva que caracterizamos como representación sin presentación alguna: la demanda transformada en denuncia pierde su naturaleza de demanda. A su vez, la supuesta funcionalidad de la demanda legitima la denuncia. Pero, como es evidente, la funcionalidad es sólo supuesta, ya que, si así no fuera, si efectivamente poseyera alguna eficacia, no mudaría tan rápidamente a la forma denuncia. Es esa operación de autolegitimación discursiva la que sitúa a los medios en la posición de Estado. Si volvemos al sistema propuesto, es posible observar en la zona A el predominio de géneros como, el comentario, los consejos, la nota de opinión sobre la crisis de los modelos o de los valores sociales y las investigaciones especiales —de corte sociológico—, siempre en clave de "cambios culturales”. La pretensión, se ve claramente, es explicar a los sectores más instruidos las causas del fenómeno. El objetivo continúa siendo educar. La zona B expone los casos que configuran la serie de la infancia, anómala. La delincuencia está representada en el DMM como una zona marginal. La zona de la marginalidad constituye el borde exterior de la infancia. Pero tal exterior también le pertenece al universo: el centro pleno tanto como sus márgenes funcionan solidariamente en la construcción del universo de la niñez. Examinaremos con qué procedimientos el discurso traza el límite interior/exterior que determina lo que es central y lo que es

marginal a la infancia. En primer lugar, miremos las cifras. Se vio que, en relaión con lo marginal, las variables funcionan como mecanismos de control discursivo: control de causas, control de efectos, control de casos. El caso, estadísticamente, confirma la regla al funcionar como un saber que anticipa el reconocimiento del episodio como "otro caso más”. La infancia marginal queda delimitada como una zona acotada, lo que impide su infiltración en la zona A. Para evitar estas filtraciones, existe otro procedimiento discursivo. Además de las cifras estadísticas, tenemos el funcionamiento del relato. Resulta notable que la sección Policiales sea hoy casi la única sección del diario que utiliza de manera más o menos pura las formas narrativas. La lingüística estructural distingue dos procedimientos enunciativos opuestos: historia y discurso (relato y comentario), según el uso que se haga de los tiempos, la deixis y algunas funciones sintácticas específicas. Uno de los efectos de esa distinción es una enunciación “objetiva" para el relato y una “subjetiva" para el comentario. Por supuesto, ese carácter de objetividad no está —como se desprendería directamente de la postulación de Benveniste— esencialmente en el procedimiento lingüístico, sino en el uso cultural del lenguaje —es decir, discursivo — que convencionaliza ese uso para producir ese sentido: la distinción entre objetividad y subjetividad. Si ligamos aquella distinción de la lingüística de la enunciación con la transformación del estatuto del saber narrativo en la posmodernidad, encontraremos algunas claves de lectura de los géneros massmediáticos actuales. En un libro que es ya popular, Jean Franfoise Lyotard señala que el relato es la forma de legitimación del saber tradicional. Las historias populares cuentan los éxitos o fracasos que coronan las tentativas del héroe, forma idealizada o metafórica del pueblo. Tales relatos otorgan legitimidad a las instituciones sociales; representan modelos de integración. Asimismo, la noción moderna de progreso está indisolublemente ligada al estatuto del relato, pues representa un tipo de movimiento social que se explica en la suposición de que el saber se acumula. “En la sociedad y la cultura contemporáneas, sociedad postindustrial, cultura posmoderna, la legitimación del saber se plantea en otros términos." Interrumpimos aquí la observación de Lyotard. Puesto que la cuestión que parece radical —y que plantea nuestra distancia con su posición— es justamente dilucidar cuáles son esos otros términos, qué valor tienen, cuál es

su estatuto y su productividad. Resulta obvio que uno de los dispositivos más potentes de legitimación del saber en la actualidad es el discurso de los medios masivos. Pero la cuestión es dilucidar qué tipo de saber es el mediático, qué efecto produce en la subjetividad actual. Sin lugar a dudas, uno de los rasgos característicos de la cultura mediática posmoderna es la explosión del comentario con una vía privilegiada de circulación, que es la entrevista. La forma relato se extingue; habitamos el universo del comentario o, más precisamente, el reino de la opinión. No obstante, la crónica persiste aún en las secciones policiales de algunos diarios. Probablemente, con el afán de establecer una distancia entre el mundo del delito y del crimen y el nuestro, el de la opinión y el comentario. El de los que transgreden la ley y el de los que opinamos sobre ellos, o sobre ello. La tradicional distinción de los tiempos verbales en comentativos y narrativos, sostiene que los primeros imponen una escucha atenta mientras los segundos, una escucha más distendida. Lo que el relato cuenta ya pasó, queda en otro lugar, en un mundo clausurado o acotado tanto espacial como temporalmente. Ésta parece ser la condición que nos pone a resguardo de sus efectos. Quizá la persistencia del relato vinculado a las prácticas criminales o delictivas responda a esa función de distanciamiento, localización y cierre. Nuestros análisis del DMM registran el siguiente procedimiento discursivo: cuando un episodio policial entra en relación sintomática con el DMM —lo cual depende tanto de su naturaleza como de las condiciones prácticas en que tal episodio se manifiesta— transgrede, a lo largo de lo que dura su tratamiento mediático, las convenciones del género. Resultó paradigmático en ese sentido el caso Santos. Cuando esto ocurre, se produce una migración del ‘‘caso" —la crónica— desde la sección Policiales a la sección de Interés general, para adquirir definitivamente los rasgos actuales del comentario, en sus distintas variantes genéricas. Este proceso se advierte con claridad si se lee la secuencia periodística del caso Santos o del caso Daniela. El procedimiento en el caso Santos fue muy claro: pasó de ser un caso policial a ser un tema de debate mediático. En su momento, vimos esta alteración del género como síntoma del "desorden simbólico" que produjo en el orden social la naturaleza—social, ideológica- del delincuente. En relación con el caso Daniela, probablemente no se lo recuerde, pero su primera

aparición en la prensa fue en el rubro Policiales: la noticia, que la policía no había acudido a formalizar la restitución de la niña que había sido ordenada por el juez. Lo peculiar de la noticia ya se insinuaba en la retórica del género: un híbrido entre el relato, el comentario y la entrevista, ilustrado con una foto de Gabriela Oswald que de ninguna manera reproducía las connotaciones criminalísticas que el código mediático de lo policial otorga a la víctima. Los rasgos de la forma discursiva del comentario, según la codificación de la lingüística de la enunciación, son los siguientes: perspectiva temporal organizada en relación con el presente; referencia deíctica espacio-temporal en relación con ese presente; presencia de subjetivemas o segmentos comentativos. A esta lista de categorías de la lingüística, hay que agregar otros procedimientos discursivos propios de la forma posmoderna del comentario, ya que la sistematización estructural opone demasiado taxativamente el mundo del relato al mundo del comentario. Probablemente el universo discursivo que fuera la materia de tal codificación presentara esa dicotomía en sus comienzos, o resultó ser así a fuerza de su interpretación estructural. No importa. Hoy ese universo discursivo ha cambiado. Lo que llamamos aquí comentario es, en realidad; según una definición más pragmática, el universo de la opinión. El relato —o los segmentos narrativos— aparece bajo la forma de historias de vida o testimonios y funciona argumentativamente como ilustraciones, ejemplos o modelos de la opinión. El narrar dio paso al opinar en el tránsito de la cultura de la letra a la cultura de la imagen. Cuando existe, el relato aparece con una retórica de alta expresividad, subordinado al comentario: el relato se desvanece en la opinión. En el reino de la opinión proliferan encuestas, testimonios, historias de vida, manuales de autoayuda. Éstas serían algo así como las versiones massmediáticas actuales del discurso científico, histórico, médico, etc. Estos discursos, que en la modernidad delineaban zonas o campos discursivos diferenciados, encuentran su doble en el discurso mediático, representados como diferentes enunciados de una enunciación única. Así se constituye la subjetividad ideológica posmoderna; y éstas son las figuras del yo contemporáneo: el conductor, el periodista, el modelo, el encuestado, el opinador, el que va a dar testimonio, el que integra paneles televisivos, etcétera. De manera que el alma posmoderna puede concebirse como

efecto de la intervención del discurso massmediático sobre el cuerpo de los individuos mediante un dispositivo privilegiado: la entrevista, que es una de las prácticas preferidas del discurso. A través de esa práctica el discurso massmediático cumple una función ontológica: hace ingresar a los individuos en la realidad pública como imagen. Pero también gracias a la entrevista este discurso se nos vuelve socialmente inteligible: produce los efectos de cohesión y coherencia característicos de la serie discursiva massmediática. En resumen, el pasaje del relato a la opinión que se acaba de describir constituye el correlato mediático actual de la crisis posmoderna del saber narrativo.

CAPÍTULO 3 LAS OPERACIONES DEL DISCURSO MEDIÁTICO P RESENCIA sintomática de la infancia EN EL DISCURSO MEDIÁTICO Como el acto de interpretar un síntoma produce un síntoma, nada más fácil que imaginarse que estaba, ya allí esperando ser visto por un agudo observador de las cosas... Ya preferimos imaginar que el acto de decidir un síntoma distribuye momentos. Su paradoja temporal radica en que el síntoma es producido actualmente como preexistente. Como los recuerdos, su producción actual es retroactiva. Oxímoron, Oxímoron también leyó "La historia desquiciada", 1995 Lo que semantiza el discurso massmediático en la nominalización "crisis de la infancia" es un desacople entre lo que los niños efectivamente son y lo que se supone que deberían ser como miembros de la clase infancia. Tal desacople será tratado como un síntoma del discurso, Quizá convenga recordar que discurso, en este trabajo, designa el conjunto de prácticas comunicativas, comerciales y técnicas que funcionan como condiciones de producción de los medios masivos. Tales prácticas instituyen unas condiciones de recepción específicas del discurso. Para entrar en ese universo de discurso, los sujetos están obligados a realizar una serie de operaciones. Esas operaciones producen un tipo de subjetividad específica: la del espectador o consumidor. Es decir que, en perspectiva discursiva, televisión, revistas, diarios y radio constituyen una red, por cuanto imponen las mismas operaciones de recepción a los destinatarios. Todas aquellas diferencias entre los medios masivos que legítimamente podría postular un enfoque comunicativo (por sus soportes, por sus líneas ideológicas, por sus propuestas estéticas) al enfoque discursivo no le conciernen, por estar atento a las condiciones prácticas de enunciación que producen la subjetividad.

Nuestra tesis sostiene que las prácticas dominantes actuales, el consumo y la comunicación, no detentan la diferencia moderna entre mundo infantil y mundo adulto que instituyó simbólicamente la niñez. En relación con estas prácticas, hay dos figuras que detentan la subjetividad actual del niño: la del consumidor y la del sujeto de derechos, que en el universo mediático aparece bajo la figura del sujeto de opinión. En torno a los protagonistas de la infancia moderna, entonces, el discurso mediático opera las siguientes mutaciones: produce la figura del padre-consumidor y la del hijo consumidor, equivalentes entre sí y distintas a su vez a las figuras del ciudadano padre y a la del futuro ciudadano hijo. Esto es; la diferencia moderna entre el padre y el hijo, producida por el discurso cívico, queda abolida en el discurso mediático bajo una figura equivalente para ambos: la del consumidor. Sea como consumidores, sea como sujetos de derechos — derechos que, como veremos, se ejercen y se defienden por vía mediática—, lo cierto es que los niños no se inscriben, desde estas figuras, en el universo de las diferencias instituidas por las prácticas modernas ya examinadas. Es decir: los niños actuales no terminan de confirmar el estatuto imaginario de la infancia; están más acá o más allá de la figura moderna del niño. Es ese desacople, producido en el interior del discurso mediático, el que vamos a analizar a través de las operaciones del discurso mediático: sus procedimientos y su retórica (figuras y tópicas). Por su parte, el análisis retórico de las significaciones de la infancia en el DMM tiene como objetivo localizar los síntomas discursivos del agotamiento de la infancia como institución. Una institución agotada prácticamente es una institución que no produce su realidad, su objeto, en este caso, la infancia. Ese fracaso en la estrategia de captura de un real produce desacoples o síntomas discursivos que vamos a analizar en este apartado con un criterio semiótico. Los procedimientos, figuras y tópicas que aquí analizamos confirman la tesis del agotamiento discursivo de la infancia. Sin embargo, una observación. Aunque estas operaciones se presenten de manera descriptiva, esto no indica su pre-existencia respecto del síntoma que permite su interpretación. Para ser exactos, la descripción retórica de las operaciones del DMM vale para sostener la consistencia de esta lectura sintomática: la que interpreta en esta situación discursiva singular la disolución de la infancia. Ningún reconocimiento o valoración exclusivamente

teórica de las categorías de las que nos servimos podría hacer suponer su pre-existencia o su validez por fuera del problema que investigamos. El criterio de validez de las categorías es interno al problema, no externo. Ahora bien. Tal como lo señala el epígrafe de este capítulo, como el síntoma sólo existe en virtud de una interpretación que lo nombra, su legibilidad se produce sólo a posteriori. Mejor dicho, el síntoma vive de una temporalidad particular, casi paradójica: instaura la temporalidad que permite leer a posteriori como a priori lo que él instituye. Si en una coyuntura histórico-social unas instituciones no tocan la realidad, sus representaciones no son activas, sino puramente excrecentes: éste es el estatuto actual de los discursos que tradicionalmente le dieron consistencia a la niñez. Los niños actuales son desclasados respecto de la infancia. Nuestra tesis liga el agotamiento de la infancia a la pérdida de eficacia de sus instituciones de asistencia. Su improductividad actual responde a factores internos y externos. Por un lado, a su propio proceso de agotamiento; por otro, al cambio de las condiciones prácticas en que históricamente se inscribieron aquellas instituciones. Sin embargo, esta situación histórica se da en una coyuntura particular que vale la pena considerar: nos referimos a la relación de las instituciones de asistencia a la infancia y la familia con los medios masivos. Desde el punto de vista de la interpelación, se registra un funcionamiento específico: el DMM interviene allí donde la interpelación de las instituciones de la infancia fracasa. Es en ese sentido en el que sostenemos que la intervención del DMM es sintomática respecto del agotamiento de la infancia. Ahora bien; cabe preguntarse por la naturaleza de esa intervención. La intervención de los medios, ¿cumple una función restauradora de los lazos disueltos entre la familia y sus instituciones de asistencia o, por el contrario, es la causa de su disolución? La respuesta no está exclusivamente en uno sólo de los términos de la pregunta, puesto que la intervención de los medios se presenta a sí misma como restauradora, pero en los hechos resulta disolvente de aquello que intenta reparar. Disuelve las figuras instituidas por los lazos familiares al imponer de hecho otras figuras, necesarias para su funcionamiento. La enunciación mediática no es congruente con la enunciación de los discursos que instituyeron la familia. El enunciado mediático es restaurador de la familia, pero la enunciación la disuelve de hecho. Si seguimos la lógica de lectura del síntoma, hay que aceptar

que en la interpretación se lee como causa lo que sólo después de la interpretación del síntoma queda instaurado. Todo parece indicar que el DMM interviene porque la interpelación de las instituciones de asistencia a la familia fracasa. Pero hay que señalar que sin la interpretación del síntoma esa causa permanecería invisible. Esto significa que, desde el punto de vista de los efectos, el actual funcionamiento mediático en relación con la familia estaría causado por el agotamiento de las instituciones. Lo analizaremos al hablar de la variación de la transferencia. Pero lo cierto es que, sin la modalidad actual de intervención del DMM en el vínculo formado entre las instituciones de asistencia a la familia, ese agotamiento sería ilegible.22 P RIMER

PROCEDIMIENTO :

LA POSTULACIÓN

DEL RECEPTOR

Hay que señalar una variación histórica de la subjetividad actual. Ya que uno de los tipos subjetivos actualmente instituidos está producido justamente por la eficacia de la interpelación mediática. Uno de nuestros axiomas de partida es que el discurso mediático tiene un funcionamiento hegemónico. Su interpelación es tan fuerte que es capaz de imponer un conjunto de operaciones de desciframiento que luego van a ser reproducidas como modelos de recepción de otros discursos; es decir, se impone la recepción mediática en situaciones discursivas no mediáticas: la pedagógica, la familiar, la científica, etc. Es esa inadecuación entre el orden de discurso y el modelo de recepción lo que confirmaría la hegemonía del DMM como modelo de imposición de operaciones de disciframiento de los enunciados. El conjunto de esas operaciones de lectura son en sí mismas el receptor. Quienes habitamos un discurso estamos compulsivamente obligados a reproducir esas operaciones sintácticas, semánticas y pragmáticas que constitu yen una gramática. Los aspectos sobresalientes de esa gramática son: ausencia de clausura o cierre de los enunciados; yuxtaposición de los enunciados sin jerarquía; privilegio de la sucesión por sobre otras operaciones lógicas en la construcción de la secuencia; predominio de la tematización (o nivel semántico) por sobre la dimensión sintáctica del discurso; predominio del funcionamiento práctico del lenguaje.

Se podría denominar al conjunto de estas operaciones, lisa y llanamente, zapping. Uno estaría tentado de inculpar al zapping, que es la dimensión más evidentemente pragmática del discurso, como causa de la homogeneidad mediática: en nada difiere la publicidad del programa deportivo; en nada, el informativo del talk show o de los bloopers. La angurria del consumo publicitario, la carrera por el rating parecen buenos motivos para querer producir lo mismo. Sin embargo, la respuesta inversa es también verosímil: ¿no es acaso la loca carrera del zapping un producto de la ausencia de algún nudo en el discurso capaz de detener la ansiedad del receptor? El conjunto de las operaciones descriptas anteriormente produce un efecto retórico en el enunciado, que es la

homogeneidad. Basta una vuelta completa por los sesenta y cinco canales de cable para que ese rasgo se nos haga patente: no encontramos nada en la tele. Pero seguimos viendo tele. El circuito se reinicia sin que hayamos tenido conciencia de que había terminado. La presión compulsiva del control remoto no se detiene y entramos así en el magma homogéneo del discurso. Beavis & Butthead van a ver tele porque se aburren; pero están todo el tiempo viendo la tele; lo que aburre parece que es la tele. Sin

embar go, nada parece indicarles (ni indicarnos) que es el discurso lo que los produce como sus términos abúlicos. El discurso homogéneo produce un tipo de receptor aburrido: el consumidor. Ese sujeto está insatisfecho porque no encuentra rugosidad alguna en qué detenerse; el discurso no le propone ninguna operación de interpretación que lo implique subjetivamente. Pero, claro, está lo

suficientemente

insatisfecho

como

para

seguir

buscando

indefinidamente ese enunciado mediático distinto, diferente, capaz de entretenerlo y regalarle un minuto de felicidad. Ésa es la subjetividad producida por las operaciones del discurso mediático, ése es el receptor-consumidor actual de los medios masivos. S EGUNDO

PROCEDIM IENTO

EL TRAZ ADO

DEL EXTERIOR

Como se dijo, una de las operaciones de fuerza del DMM es el trazado de su propio exterior. En rigor, un discurso no tiene exterior; pues para dar cuenta del exterior de un discurso es necesario pararse en otro lado —otro discurso— para señalarlo. Y así ilimitadamente. El trazado interior/exterior es una operación interna que permanece invisible a los habitantes del discurso. Permanece invisible en tanto operación, pero sus efectos ilusorios se tornan bien visibles precisamente por la invisibilidad de la operación. De cualquier manera, lo propio del funcionamiento hegemónico de un discurso es que crea la ilusión de que hay un exterior. En el funcionamiento mediático actual la distinción entre el afuera y el adentro sé encarna en una lucha conocida: el enfrentamiento entre prensa escrita y prensa audiovisual; la oposición entre discurso e imagen. La jerarquía del escrito frente a la chabacanería de la tele. Pero lo que cuenta desde el punto de vista de las operaciones es que las valoraciones suponen relaciones de exterioridad (e independencia) entre los medios y al suponerlas, de hecho, las producen: la radio es exterior a la tele; el diario es exterior a la radio, etc. Para nuestra perspectiva esta diferencia es irrelevante, todos los medios constituyen un discurso, puesto que lo que hay en juego es una enunciación: cualquiera de los soportes impone el mismo repertorio de operaciones de desciframiento; cualquiera de los soportes instituye la misma subjetividad receptora. Prensa y televisión son términos complementarios (y por lo tanto idénticos). Ya no hay periodistas, sino agentes u operadores del discurso mediático; ya no hay periodismos sino discursos. El ejemplo es el tipo de escucha que imponen los medios: una recepción saturada por su naturaleza perceptiva y desconectada de la conciencia, muy próxima al fenómeno de la hipnosis. Quiero contar algo que escuché hoy pero no recuerdo bien dónde lo escuché... pudo haber sido en cualquier canal, incluso en la radio; pero ¿y si se tratara de una noticia del diario leída en la radio en algún programa de la mañana? En ese caso, ¿qué radio? Es más probable que recuerde quién lo dijo: fue Guinzburg; pero Guinzburg está en la tele: ¿fue en el canal de aire o en el de cable?

TERCER PROCEDIMIENTO: TEMATIZACION EN SERIE DE LOS ENUNCIADOS La unidad material del enunciado, mediático es el tema. Los receptores la reconocemos inmediatamente en el uso discursivo: temas de talk show; temas de opinión; temas de actualidad; temas de investigación; temas prohibidos, etc. El tema es también la operación con que el discurso distribuye discontinuidades en el horizonte homogéneo y continuo de la serie. Dicha unidad organiza la sintaxis textual otorgando cohesión al discurso: la actualidad diaria es presentada y segmentada en temas; el criterio de validación discursiva es el de "temas de interés"; un día mediático relevante se mide porque “hay muchos temas para tratar"; el principio de discontinuidad/continuidad sobre el que se monta la serie es el pasaje de un tema a otro. Un rasgo particular de la serie mediática, como dispositivo esencial de enunciación, es que en ella la cohesión se produce como efecto de la coherencia discursiva. Dicho en otros términos, las relaciones sintácticas desaparecen, hegemonizadas por el principio semántico: el criterio temático. Esto da lugar a un discurso sin clausura, desprovisto de relaciones lógicas, y con efectos altamente homogeneizantes. La consistencia de la serie temática se organiza sobre un supuesto temporal que es la actualidad. La serie no tiene ni comienzo ni fin: el discurso ya estaba; la agenda de temas ya estaba; el receptor ya estaba; de este tema ya se sabía. No hay comienzo del discurso; no hay introducción de temas ni declaración de su pertinencia; no hay llamado a este espectador. El receptor de medios es un sujeto supuesto como pura actualidad, como pura instantaneidad o puro presente. Su temporalidad es coextensiva de la ausencia de clausura del discurso. La noción de actualidad disuelve la noción histórica del tiempo, su sentido narrativo, El receptor de medios "siempre está en tema". Un indicio de este funcionamiento discursivo está dado por la ausencia de signos deícticos.29 Los informativos televisivos, por ejemplo, presentan las noticias con estructuras nominales,

desprovistas de signos que operen el anclaje del enunciado en una situación: caso Cattáneo; docentes; crisis policial, etc. El principio temático, entonces, es "el orden del discurso" mediático. El tema supone unidad, interés, información y actualidad. Ésos son los rasgos característicos del enunciado mediático. CUARTO PROCEDIMIENTO: LA CITA Con el procedimiento característico de la mesa redonda, hablan en una nota sobre la crisis de la familia portavoces legitimados: el clérigo, el médico, la psicoanalista: consultados a título de especialistas. La cita, procedimiento que refiere en la enunciación mediática las opiniones de los entrevistados, produce un efecto fácilmente esperable: la unidad de sentido. El procedimiento de cita es el recurso mediante el cual se reúnen los distintos puntos de vista para lograr el consenso. La operación es doble: instituye lo distinto y lo común, a un mismo tiempo. Las opiniones son las partes necesarias del todo consensuado. Aunque procedan de distintas áreas, los especialistas van a coincidir en algún lugar común del discurso: hay que volver al sentido común, a la confianza en la intuición; el diálogo familiar es necesario; no hay convivencia posible si no se respetan los derechos del otro. Tales son los lugares comunes hacia los que retorna una y otra vez el discurso. Los detentan todas las notas periodísticas que abordan la “crisis de la infancia". Claro, si estos enunciados no estuvieran sometidos al régimen de la repetición, no serían lugares comunes. La nota de Clarín concluye así: “En un mundo que oscila entre la violencia, el consumismo y los para familiares, es probable que las respuestas anden escondidas en el sentido común bien entendido, en un amor no impostado y en un corazón abierto. Nadie tiene por qué resignarse a que éste sea el fin de la historia."

Vale la pena detenerse en este fragmento. La estructura de la nota alterna enunciados referidos (de los entrevistados) con los enunciados del medio para hacer confluir finalmente las voces en un lugar común. El DMM tiene esta capacidad —que algunos consideran un privilegio— de construir consenso. Pero hay que entender que tales virtudes comunicativas son efecto de las operaciones de enunciación que estamos analizando. ¿Qué ha pasado que la psicoanalista y el clérigo están de acuerdo? ¿Es que acaso piensan lo mismo? Porque una cosa es clara, y es que, aunque como discursos la religión y el psicoanálisis poseen diferencias irreductibles, cuando se transforman en enunciados de otro discurso, ambos pueden resultar perfectamente compatibles. Eso, siempre y cuando ese discurso disponga de un dispositivo de enunciación capaz de operar la coordinación de los enunciados. En el caso del DMM, la operación discursiva que operó ese curioso vínculo entre religión y psicoanálisis es la cita; y la subjetividad que funciona como enunciados es el sujeto de opinión. Según esa operación enunciativa de la opinión, el discurso mediático otorga el mismo valor a todos los enunciados: son opiniones distintas sobre el mismo tema pero para la lógica del discurso todos poseen el mismo valor. Son uno y son lo mismo: están producidos por la misma enunciación (la opinión) y hablan de lo mismo (el tema). El clérigo y el analista se han transformado en representaciones mediáticas. Se podría objetar que esta sensación de identidad de posiciones entre el religioso y el psicoanalista se debe a que las palabras referidas fueron sacadas de contexto. Sucede que, en rigor, no hay otro contexto que el que se construye en la situación en que se recibe un discurso. El contexto de un enunciado es siempre el contexto de recepción. De todos modos, si se supone que el contexto verdadero de un enunciado es otro, no el mediático, lo que hay que admitir es que en la situación mediática el enunciado referido adquiere sentido gracias al dispositivo de la cita. Y es que el sentido no está en otra parte —ése es el sentido de otra situación— sino en esta en que efectivamente se lee, mira o

escucha, y que se construye desde la enunciación mediática. De lo contrario, estaríamos suponiendo situaciones de sentido verdadero y situaciones de sentido falso, o en las cuales el sentido está manipulado. Esta segunda concepción, la manipulatoria, es bastante frecuente cuando se analizan los medios masivos. Sin embargo, desde el punto de vista de los efectos, la noción de manipulación, que supone un sentido verdadero pervertido por mala fe, no cuenta. La ideología del individuo —uno de los correlatos más fuertes de la ideología de la conciencia sostenida por el imaginario de la comunicación— se refuerza con el dispositivo mediático; de ahí que individuos que representan posiciones en apariencia distintas puedan confluir en el acuerdo. Dado este funcionamiento, un enunciado opinativo no puede tener nunca eficacia crítica, puesto que el discurso lo absorbe como un término más: admite su diferencia sólo como un paso previo a su integración en la identidad del consenso. En el orden del discurso mediático, la crítica no podría jugarse temáticamente en el enunciado —la tematización, se recuerda, es otra de las operaciones del DMM—, sino en las operaciones de enunciación.

L A RETÓRICA DEL DISCURSO FIGURAS SINTOMÁTICAS

M EDIÁTICOS

La lectura de un problema en clave de síntoma requiere establecer en qué figuras del discurso se manifiesta. Tales figuras, si es que remiten a un síntoma, presentan una inconsistencia del discurso que se manifiesta cómo desacople entre el enunciado y la enunciación. Dijimos que la retórica del discurso es la dimensión en que se juegan los efectos de sentido producidos por las relaciones entre los signos. Del mismo modo, las relaciones entre el enunciado y la enunciación pueden dar lugar a un efecto retórico, a una producción de sentido cuyas figuras discursivas se pueden analizar e interpretar. Es necesario tener en cuenta que la retórica que estamos analizando no concierne al discurso mediático en general,

sino sólo a los puntos de emergencia de un síntoma.: el agotamiento de la infancia. Las figuras retóricas que describimos son el horizonte de discurso en que se presenta el síntoma; técnicamente, son una estrategia para localizar un síntoma detectado en el discurso mediático. Por eso su valor es inherente sólo a esta estrategia de lectura del discurso mediático, la que involucra la problemática de la mutación actual de la infancia. Vamos a ver entonces tres figuras retóricas del discurso mediático: la paradoja del enunciado; la paradoja entre el enunciado y la enunciación; y la tópica de la inmovilidad. La primera figura, la paradoja del enunciado, indicaría sintomáticamente el agotamiento de la infancia. Dicha figura se produce en el discurso de los padres que hablan de sus hijos ante los medios; es decir, cuando su discurso es tomado por la enunciación mediática bajo la forma del testimonio o las declaraciones en las entrevistas. La segunda figura señala un desacople entre el enunciado mediático y su enunciación. Se la verá funcionar en dos casos: la imagen mediática de los niños y la interpelación de los medios a la familia. A ese tipo particular de interpelación mediática la hemos denominado función pedagógica del discurso. En ambos casos, el desacople entre enunciado y enunciación remite a una variación de las condiciones de enunciación del discurso: el enunciado mediático refiere que hay una infancia que representar, que hay una familia que educar; pero las prácticas mediáticas disuelven de hecho la infancia a través de la representación actual de los niños; disuelve de hecho la familia a través de una interpelación a sus miembros según una clave, que no los representa como términos del parentesco de la familia burguesa. Finalmente, un enunciado temático que aparece en forma reiterada como supuesto de los argumentos mediáticos sobre la crisis de la infancia: la tópica del cambio. Tal enunciado también presenta un carácter paradójico: el enunciado explica la crisis según la idea de cambio generalizado, pero la idea del cambio generalizado remite a una situación de enunciación que no cambia puesto que, si todo cambia, nada cambia. Cuando hay una

novedad real, es preciso nominarla, volverla consistente. Y nada más inconsistente para nombrar algo que aplastarlo en la idea general del acto. En una situación en que todo cambia, es imposible discernir qué cambia, pues ¿desde qué contexto se podría leer la novedad? Luego la idea generalizada del cambio permanente, tan característica de la ética posmoderna, refiere una enunciación que es exactamente su contrario: la inmovilidad. LA PARADOJA DEL ENUNCIADO COMO FIGURA DEL AGOTAMIENTO DE LA INFANCIA Para algunas lógicas, la paradoja es una figura de los sistemas que manifiesta el carácter finito o limitado de un conjunto, evidencia que en las operaciones cotidianas no se manifiesta. Así, la paradoja es una figura capaz de exhibir el borde de un universo. Vamos a retener dos propiedades de la paradoja, con el objeto de situarla como una operación discursiva: su capacidad de exhibir los bordes y el hecho de que su manifestación no consiste en un fenómeno cotidiano; en términos lógicos, las paradojas manifiestan autorreferencia. Tomemos un ejemplo de la visión mediática de la infancia: los testimonios de padres brindados a la revista Página/30 (N.° 45, abril de 1994). Se dice allí que: Los niños actuales son muy precoces; que son verdaderos monstruitos (la metáfora sugiere que son más despiertos de lo que se supone para su edad); se trata de una infancia superestimulada (I). Más adelante, en la misma revista, se lee: “El producto seriado [dibujos animados] corrobora una y otra vez las previsiones del que mira [el niño]; lo contenta, no lo estimula ni le moviliza el pensamiento." El testimonio de una madre preocupada sostiene que a los niños actuales todo les viene resuelto, “hasta el ta-te-ti”, haciendo alusión al videogame (2).

Prestemos nuestra atención a los supuestos: a los niños hay que estimularles el pensamiento; los niños deben pensar; la televisión debería estimular a los niños. El enunciado (1) supone que en relación con las prácticas actuales los niños tienen más destreza; que los de antes, obviamente. El enunciado (2) supone que los niños son en realidad más tontos; si todo les viene hecho, no hacen nada, son pasivos; esto es lo opuesto de avivarse. Una posibilidad es señalar una contradicción entre ambos testimonios. Sin embargo, resulta mucho más productivo postular la existencia de una paradoja. Para ello es necesario reconstruir la situación de enunciación en que ambos enunciados pueden coexistid sin que su incongruencia lógica resulte escandalosa. Consideremos entonces que entre ambos enunciados no hay contradicción, puesto que el discurso no la advierte como tal, sino que, por el contrario, la sostiene en sus enunciados. La paradoja se produce cuando la interpretación construye la situación de enunciación en que tal contradicción en el enunciado resulta ser un síntoma de algo. Esa situación es la desaparición de la infancia: si los chicos son más vivos en las cosas de grandes y más tontos en las cosas de chicos, es porque en realidad ya no hay cosas de chicos. Lo que detectan los padres es que los chicos están muy estimulados para opinar y bastante tontos para jugar. Pero de nuevo: la práctica de la opinión disuelve la diferencia entre adultos y niños. Para opinar, todos tenemos derecho, aun los niños, que quedan así de igual rango que sus padres. Además, el juego es el ámbito privilegiado en que se despliega la curiosidad infantil. Pero la curiosidad infantil no está desligada de la índole de su relación con el mundo adulto: más precisamente, es un efecto de la prohibición que el adulto ejerce sobre el niño. Es esa prohibición, ejercida con la legitimidad que el orden burgués otorga a la figura del padre, la que genera la curiosidad de los niños. La curiosidad infantil es sobre las cosas de los grandes. El psicoanálisis querrá ver en ello una pregunta sobre la sexualidad. Pero volvamos al artículo de Página/12 que estamos analizando. El enunciado marcado con (2) vuelve realmente paradójica la aserción de (1). Tal

aserción sintetiza uno de los lugares comunes de lectura del fenómeno actual de los niños: las computadoras no estimulan el pensamiento de unos niños superestimulados, que vienen cada vez más despiertos. Lo que vuelve paradójico el comentario de los padres es que el universo infantil actual es evaluado simultáneamente desde dos posiciones que no resultan del todo congruentes la posición moderna y la posmoderna. En la primera se juega la representación de la infancia en la segunda, la presentación, de hecho, de los niños actuales. La primera valora desde los ideales de la infancia instituidos; la segunda, desde la experiencia actual de los niños con el consumo de tecnología. En esas dos evaluaciones se oponen, según el ideal moderno, la cultura de la letra con la cultura audiovisual; los libros, con la tele. La oposición quiere preservar el lugar imaginario de la letra como reducto de una cierta racionalidad. La letra .es correlato imaginario del pensamiento, de la conciencia, de la razón. El acceso a la letra es la luz en las tinieblas de la ignorancia, según el lema escolar. Y la educación de la infancia moderna se ejerció sobre ese ideal. Ése es el ideal que funciona como supuesto de las afirmaciones aparentemente contradictorias de los padres. A favor o en contra de la tele, a favor o en contra de la tecnología, el supuesto parece ser el mismo: el ideal moderno de que la razón debe ser estimulada. Así la educación infantil es una garantía de la racionalidad adulta futura. Veamos cómo se construye el lugar de enunciación de esa paradoja. Para que (1) y (2) se aserten a la vez, es necesario construir un lugar exterior a la imagen: la letra. Del lado de la imagen están la tele, los videogames del lado de la letra, los libros, los diarios, las revistas, incluso la radio. Tal como la representa el DMM, la causa visible de la transformación de la infancia es la cultura de la imagen. Sin embargo, esa transformación no se percibe como una variación histórica, sino que presenta dos componentes ideológicos: la idea de pérdida y la idea de esencia. Esta infancia es una degradación de la infancia moderna. Resulta inadmisible pensar su desaparición; la idea de la degradación de una esencia parece mucho más tolerable.

L A PARADOJA COM O ENUNCIACIÓN

DES ACOPLE

ENTRE EL ENUNCIADO Y LA

PRIMERA PARADOJA: EL DESACOPLE ENTRE LA IMAGEN Y EL CONCEPTO DE LA IMAGEN. "Y lo único que se sabe de lo activo es que en algún punto se agota. Lo único que se sabe de las ficciones verdaderas es que alguna vez se llamarán falsas de toda falsedad —sin saber cómo ni cuándo" (Ignacio Lewkowicz). En este apartado vamos a considerar de qué manera la imagen mediática de los niños indica la ausencia o el agotamiento de la infancia. A primera vista puede resultar extraña, la afirmación de que una presencia indique una ausencia; o de que el modo actual de la representación de los niños en la imagen indique la desaparición de las significaciones de la niñez. En rigor, la paradoja no invalida sino que justifica nuestra tesis, dado que, como se dijo, es ésa precisamente la figura que indica el agotamiento de un universo discursivo. Como punto de partida, hay que insistir en la distinción entre niños e infancia. La infancia, concebida como institución imaginaria, constituye una de las ficciones modernas que, mientras fue activa, dio consistencia al lazo social moderno. Ahora, si la infancia nos revela hoy su carácter de ficción, esto estaría indicando un proceso de desinvestidura práctica de su carácter imaginario. La segunda aclaración tiene que ver con el estatuto de la publicidad en el discurso mediático. Este trabajo considera la publicidad como un género del discurso mediático; sus rasgos distintos se juegan sólo en el nivel del enunciado. Con la publicidad sucede algo parecido a lo que señalamos con respecto al periodismo: como los periodistas, los publicitarios son agentes del discurso mediático; la publicidad es una forma específica que adquieren ciertos enunciados de la enunciación mediática. Así, la enunciación mediática tiene tipos de enunciados con rasgos específicos, que llamaremos géneros: tal es lo que sucede con la publicidad y el periodismo.

Vayamos a la infancia en el discurso massmediático. ¿Cuál es la imagen de los niños que ilustran las notas sobre la infancia que circulan en los medios masivos? En primer lugar, lo que llama poderosamente la atención son los procedimientos de estetización, de fotogenia y de pose de la imagen. Es conocida la propuesta de Barthes de leer, la retórica de los signos como su dimensión ideológica. De ahí que resulte clave establecer qué géneros estabilizan —o codificar los significados de connotación de las imágenes. En el análisis de los tres procedimientos mencionados, resulta inequívoco que el género que rige las "connotaciones suficientemente estables" de la imagen mediática es el publicitario. Esto hablaría de una hegemonía de la imagen publicitaria en la representación de los niños. Ahora, la imagen publicitaria postula el tipo subjetivo del modelo publicitario (si nos atenemos a las connotaciones de la pose) o el tipo subjetivo del consumidor (si nos atenemos a las connotaciones con que se interpela a los destinatarios del mensaje). Nos encontramos entonces con que el concepto práctico de niño instituido por las significaciones de la infancia estalla cuando su real niño es atravesado por las subjetividades chicos-modelos, chicos-consumidores. Supongamos una situación normal (1) de la infancia bajo el esquema complementario: INFANCIA (1) NIÑOS donde todos los términos niño que se presentan son representados en el conjunto de significaciones imaginarias: inocencia; ductilidad; objeto de protección; inmadurez; irresponsabilidad, etcétera, características de la infancia. La imagen publicitaria viene a producir un desplazamiento de la relación complementaria (1): infancia/niños. El desplazamiento metonímico que produce la insistencia creciente de la imagen publicitaria produce un desajuste de la relación entre presentación y representación: los enunciados icónicos de la representación,

niños consumidores, niños modelos, niños actores, niños periodistas, no arraigan en ningún término “niño” de la presentación. Se produce entonces una relación (2) de exceso entre la representación (modelo, consumidor) y el término presentado. ¿Cuál es el real de esas nuevas significaciones imaginarias? Si el real moderno niño es hoy una construcción posible, es porque el agotamiento de la infancia ha revelado su carácter de ficción. Asimismo, el exceso producido por representación de la imagen publicitaria viene a indicar una ausencia: la falta de una imagen pertinente del real actual niño. El exceso indica también el desacople entre los términos iniciales de la relación de apoyo esquematizada en la situación (I): En el esquema que sigue trazamos el recorrido del argumento: Infancia (imaginario) (1) » Enunciado »»»»» Niños (Real) » Enunciación » Imagen »»»»»

» concepto práctico instituido (2)……….. » exceso práctico sobre el concepto » niño consumidor o niño modelo: ¿niño aún “infante"?

Donde: “niño": nombre de un real imposible de nombrar por fuera de las significaciones imaginarias instituidas (¿cachorro humano?; ¿mamífero?); _______relación de apoyo; ni determinación ni expresión; »» desplazamiento metonímico; ni determinación ni implicación; síntoma: exceso de la imagen sobre el concepto práctico instituido;

(1) situación histórica de vigencia de la infancia (institución); (2) situación de agotamiento de la infancia (destitución); .............: desajuste de la correlación.

Hemos llamado excrecencias a las representaciones sin presentación en un universo de discurso: es el caso del funcionamiento actual de la imagen publicitaria. Ese carácter que atribuimos a la imagen publicitaria en relación con la representación de la infancia debe considerarse sintomáticamente. En la representación publicitaria actual del niño, el real de la infancia no está presentado. Ahora bien. Esta aseveración sólo puede aceptarse si se interpreta el avance metonímico de la imagen publicitaria en la estrategia de representación actual del niño como síntoma de una variación histórica: el desplazamiento de un real que había sido exhaustivamente cubierto por las .significaciones de la infancia moderna. Cuando se nos revela el carácter histórico de un Real —como producción de síntoma, ya que nunca hemos de vérnosla con lo Real en persona— eso indica que asistimos al horizonte histórico de su destitución imaginaria. Es evidente que, en el conjunto de significaciones atribuibles al niño modelo o al niño consumidor, los predicados tradicionales de la infancia están ausentes. La persistencia del hábito podría hacernos suponer que este análisis de la imagen es sólo válido para la niñez acomodada. “El consumo no es cosa de la infancia pobre —se dirá—, la figura del niño consumidor no puede haber desalojado a la del niño pobre", que seguiría, en todo caso, representando fielmente a la infancia. Pero las cosas no son así en el universo mediático. O sólo son así cuando se persiste en la distinción tradicional entre contenidos y formas. El programa de Unicef sobre los derechos de los niños que mencionamos tiene como tema privilegiado la infancia en la pobreza. La estrategia del programa es la denuncia de la falta de reconocimiento de los derechos de los niños, a la sazón, las víctimas. La retórica visual del programa para tratar a los pobres no difiere en nada de la retórica de las clases pudientes; infancia victimizada e infancia consumidora comparten la misma imagen. Lo cual nos revela que la imagen mediática no refleja una realidad exterior, testimoniable, sino que la produce. La imagen es un procedimiento del discurso, no un espejo de la realidad.

En definitiva, entonces, el avance de la imagen publicitaria en la representación de la niñez señala sintomáticamente un vacío y un exceso: el ausentamiento del Real de las instituciones modernas de la infancia, por un lado; la presunción de que ese Real está en otra parte, indiscernible para una mirada organizada todavía sobre los parámetros que instituyeron las instituciones modernas. SEGUNDA PARADOJA: EL DESACOPLE ENTRE INTERPELACIÓN MEDIÁTICA A LA FAMILIA Y TRANSFERENCIA DE LA FAMILIA

LA LA

Nuestra cultura mediática posee un dispositivo de enunciación privilegiado: la mesa redonda. Vivimos la era de la mesa redonda. Estamos tan familiarizados con ella, que su funcionamiento como dispositivo suele permanecemos oculto. Enunciativamente, la mesa redonda es un poderoso filtro del discurso mediático: transforma cualquier heterogeneidad de las voces en enunciados. , La figura de la mesa redonda es una estructura recurrente en las notas o en los programas que abordan la crisis de la infancia, los cambios en los niños, los cambios en la familia. En ella se reúnen los portavoces de los viejos discursos que instituyeron la infancia a través de la educación de la familia: hablan el médico, la psicoterapeuta, el pedagogo, el sacerdote, la madre, o el padre, con menos frecuencia. La función pedagógica de las instituciones sobre la familia es una pieza clave de la configuración de la infancia moderna. El éxito que ha adquirido un género mediático relativamente novedoso en nuestras costas, el talk show, así como la proliferación de programas y canales destinados a la mujer actual, hacen pensar que hoy la función educativa de la familia, sin los medios, es inviable. Es más: uno estaría seguro de que la pedagogía de asistencia a la familia es altamente eficaz gracias a la colaboración de los medios. ¿No es acaso el lugar común de la

ideología iluminista de la tele la suposición de que su verdadera misión, la que la salva y eleva, es la de educar a las masas? Estamos ante una disyuntiva: considerar la transparencia de los medios o considerarlos como un dispositivo de enunciación. Del camino que se elija resultarán dos concepciones radicalmente diferentes de la problemática de la infancia: una sociológica y otra histórica. La concepción sociológica explica el fenómeno tratándolo como variaciones estadísticas de una esencia que permanece, inmutable; la segunda postula el agotamiento de una institución. Desde luego, estamos obligados a optar: sólo la idea de que los medios constituyen un dispositivo de enunciación es compatible con la tesis del agotamiento de la infancia. Se verá esto en las líneas que siguen. Desde la perspectiva discursiva, los personajes convocados para opinar sobre la infancia son estrictamente eso: portavoces del discurso mediático. En clave enunciativa, ellos no cuentan como personas, ni como individuos, ni como divulgadores de un saber legitimado en algún campo de la ciencia. Sus opiniones, tal como se vio, son enunciados del dispositivo mediático; han perdido su estatuto de voz al ingresar al dispositivo. La mesa redonda es la condición de enunciación de los enunciados de la opinión; pero es justamente la que los produce como tales. Esas voces pierden su estatuto singular o cualquier independencia subjetiva en cuanto ingresan al DMM. En ese pasaje son constituidos como enunciados referidos por otra enunciación, que “presta" su fuerza, hace hablar y se fuga (aparentemente). ¿Qué ha pasado? Ya no es el médico ni la asistente social quienes ingresan al hogar familiar sino los medios. Son los medios la institución que interpela hoy realmente a la familia, y no sus instituciones tradicionales de asistencia. Pero también hay que advertir otro desplazamiento: el cambio de la naturaleza de la interpelación misma. Ya que la interpelación mediática no está dirigida a los sujetos como miembros de una familia sino a otro tipo de subjetividad. Basta con observar los programas televisivos que alientan la participación de la gente, como los talk shows, los programas de concursos, los mismos

programas de opinión y sus respectivas prácticas: testimonios de vida, paneles, televoto, etc. Los sujetos interpelados por el discurso son producidos en esas mismas prácticas en las que resultan interpelados. No son convocados a título de Con lo cual, estrictamente, dejan de ser voces. Una voz es una singularidad enunciativa. Cuando un enunciado está referido por otro discurso, desaparece su enunciación: es decir, se transforma en enunciado de otra enunciación, la del discurso citante. miembros de una familia, sino como portadores de una novedosa identidad social producida precisamente a partir de la identificación con un rasgo que el medio propone e impone: mujeres golpeadas, alcohólicos, recuperados, adictos, travestís, los que conquistaron la gran ciudad, etc.. Se ve entonces de qué modo la consideración de los medios como dispositivo nos conduce a la tesis del agotamiento de la infancia. Si las figuras tradicionales de gestión de la infancia, como el médico, el pedagogo, el padre, la madre, el niño, en el discurso mediático cuentan como imagen y no como personas, estamos, en primer lugar, ante una variación sustancial de la institución que interpela a la familia. Por otro lado, la subjetividad que resulta de la interpelación ya no es una subjetividad instituida por las prácticas familiares, sino mediáticas: ni padres, ni madres, ni niños, sino sujetos de opinión, consumidores, televotantes, concursantes, etc. Que se continúen denominando con los apelativos familiares poco importa; lo que cuenta es la producción práctica de los tipos subjetivos. En resumen, si cambia la institución interpelante y cambia la subjetividad interpelada, estamos en otra coyuntura histórica, precisamente aquella en que la infancia, prácticamente, no se produce. Un indicador fuerte de la eficacia de la interpelación mediática a los individuos es la proliferación de un nuevo género de programas: e l t a l k show. En esos espacios se producen los rasgos de las patologías del sufrimiento contemporáneo: la identificación de los sujetos, con el rasgo prueba la eficacia de la interpelación. La eficacia se corrobora sencillamente con la asistencia de la gente a

la tele a título del rasgo que funda la interpelación: abandonados por los padres, violados, sin techo, etc. El dispositivo, con ligeras variantes, consta de un grupo de especialistas con opinión autorizada y un panel de individuos que van a dar testimonio personal o a interrogar y opinar sobre aquel testimonio. El testimonio hace más verosímil la opinión y, a su vez, la opinión legitima el testimonio como tal. Integra también el dispositivo una línea telefónica de acceso al programa: la participación puede ser por medio del testimonio o por medio de la opinión. Es bien elocuente la ya vieja consigna con que se informaba al público el teléfono del programa La mañana, conducido por Mauro Víale (ATC): para denunciar, quejarse, opinar, o pedir ayuda especializada. En esas prácticas se produce la subjetividad instituida por el DMM. Así, un ejército de fóbicos, adictos, anoréxicas, sidótieos y maltratados, reconocidos por el discurso mediático, parecen haber encontrado el sentido de la vida en el acceso a la escena mediática. El caso paradigmático es el del recuperado. No hay recuperación sin testimonio, y no hay testimonio legítimo si no se enuncia ante un auditorio. ¿Y qué auditorio más legítimo que el que proveen los medios? Así, el recuperado va a dar testimonio de su saga y de su pasado turbio a los medios; allí puede consagrar su arrepentimiento y se amplía el círculo de su identidad: ahora tiene entidad como "ex"; ahora tiene entidad en el universo de la imagen. Se podría suponer que los portavoces del DMM —en la lengua periodística: "especialistas consultados sobre un tema"—, son en realidad verdaderos representantes de un saber sobre los niños y la familia que llegan a través de los medios. Nuestra tesis no podría jamás sostenerse sobre un supuesto de tal naturaleza. El supuesto, con todo, es de los más comunes: se lo ve en acción cada vez que alguien emite algún argumento de opinión sobre la tele. Nuestra tesis reposa en la noción de que los medios son un discurso, o bien un conjunto de operaciones de enunciación, tal como se vienen describiendo.

En el marco de los cambios mediáticos descriptos, se podría también suponer que la tradicional función pedagógica de las instituciones de asistencia familiar, tales como el higienismo, la puericultura, el discurso psi o la Iglesia, hoy se cumple de modo eficaz a través de los medios. Así pensado el asunto, estaríamos ante un simple reemplazo de funciones. Creemos que la cuestión es mucho más radical. Creemos que la función pedagógica de los medios en nuestros días se da en otras condiciones y con efectos bien distintos en la subjetividad de los que produjeron las instituciones que educaron a la familia burguesa. En el desplazamiento mencionado hay que ver la fuerza de la enunciación mediática asociada a los cambios en la subjetividad ya descriptos. Estos cambios, por otra parte, están indicando la desaparición práctica de la familia nuclear burguesa y, en consecuencia, de la infancia. Hay que tener en cuenta, en ese sentido, que la actual interpelación mediática no se dirige a los individuos como términos del parentesco de la familia burguesa sino como portadores de los rasgos de la subjetividad descripta como subjetividad mediática. Hay otra identidad de chicos por fuera de los lugares tradicionales: otra forma de interpelación, representación, reconocimiento. La familia no es, como en otros tiempos, la célula básica de la sociedad. Por otro lado, también hay que tener en cuenta que la relación pedagógica se instala si existe un dispositivo al cual se le transfiere el saber supuesto que está en juego en la relación pedagógica. Las instituciones de asistencia familiar pudieron cumplir su misión pedagógica porque fueron capaces de producir una interpelación eficaz, a la que la familia respondía con obediencia en virtud de la reacción de transferencia instalada. La familia supone un saber a sus instituciones de tutela y éstas responden devolviéndole un saber que se vehiculizó en una gran variedad de instituciones: la escuela, los sindicatos, los clubes, las asociaciones de fomento, etc. En ese tráfico de saber y obediencia, tanto la familia como sus instituciones educativas se volvieron consistentes. La familia se reproduce, educada, gracias a que pudo suponer la existencia de un saber en sus instituciones guardianas; éstas se reproducen a su

vez legitimadas en su misión de preservar y educar a la infancia y a la familia. Pero hoy ese circuito transferencial está agotado. La indicación sintomática de esa situación es la intervención del discurso mediático en el vínculo: familia «» instituciones de asistencia. El enunciado mediático de ayuda a la familia encubre una variación en la enunciación. Y es que la transferencia de saber se desplazó de hecho hacia el dispositivo mediático. De modo tal que se presenta escindida: por un lado, de la familia hacia sus instituciones de asistencia y hacia los medios; por otro, de las instituciones de asistencia hacia los medios y hacia la familia. Veamos un ejemplo:

CÓMO PONERLES LÍMITES

“Con frecuencia los padres no saben cómo manejar las desobediencias de sus hijos y tienen problemas a la hora de imponer su autoridad. La culpa, al no querer pecar de autoritarios, la poca tolerancia a las pataletas y el miedo a ser injustos los lleva a contradecirse. [...] Para evitar los tira y afloja y conseguir que los chicos hagan caso, los especialistas sugieren: Recuperar la confianza en las propias intuiciones y el sentido común. Los padres tienen que confiar en su sexto sentido. Pueden crear nuevas soluciones a los problemas que se les presentan" (fragm. de la nota "Quién entiende a los chicos", revista Clarín, 27/08/94). Este fragmento encierra algunas paradojas. En primer lugar, se pretende enseñara usar algo que por propia definición no puede serlo, pues su pedagogía le hace perder su naturaleza. Si el sentido común es materia pedagógica, deja de ser común. Las propias intuiciones dejan de ser propias cuando caen en un lugar común. Pero además —y aquí el enunciado hace otro bucle— lo

que se quiere restituir hoy por medio de la enseñanza se perdió por efecto de una enseñanza: la de las sucesivas intervenciones de las instituciones de asistencia familiar sobre la familia. El sentido común —que se propone como valor por recuperar— fue desalojado por el sentido enseñado; y hoy es necesario reparar los efectos de esa enseñanza. A juzgar por los ideales enunciados —ser justos, no ser autoritarios, ser comprensivos, idear soluciones creativas—, el modelo educativo aludido por el texto es la pedagogía para padres de los sesenta y setenta. Para recuperar el sentido común perdido, para' reparar los efectos de la educación de las instituciones para padres, interviene el discurso mediático con una función restauradora. Se aconseja una vuelta al sentido común; se autoriza a desautorizar la autoridad pedagógica (los padres pueden idear soluciones por sí mismos). Nuevo bucle: una paradoja entre el enunciado y la enunciación: el enunciado que aconseja desaconsejar es en sí mismo un consejo. El enunciado que autoriza a desautorizar es autorizante. Entonces, el problema clave de la infancia actual, la cuestión de los límites, nos pone en el límite. ¿Límite de qué? De las instituciones de la infancia. Enseñar a desaprender lo que se enseñó. Pero sin la intervención mediática esta curiosa enseñanza basada en paradojas no es posible. Es la mediática la que construye hoy el vínculo paradójico entre la familia y las supuestas instituciones de asistencia familiar. Porque, si ya no hay nada que decir a la familia, parece que sí hay algo que decir a los medios, aunque se suponga que lo que se dice tiene como destinataria a la familia. Este funcionamiento discursivo nos muestra una relación de transferencia compleja: Familia » DMM Instituciones de asistencia a la familia » DMM

El carácter hegemónico de la transferencia de sentido social al DMM permite que se restablezca —por así decir— el vínculo entre la familia y sus instituciones de asistencia. Pero este funcionamiento restaurador del DMM encubre el agotamiento de la tradicional relación de transferencia: familia » instituciones de asistencia. La enunciación hegemónica del DMM, al intervenir sobre este vínculo, impide ver el agotamiento de esa transferencia; impide ver, por lo tanto, la disolución de la infancia. Vamos a explicarlo. Psicoanalíticamente, la culminación de la relación de transferencia implica el fin del análisis. Llevado a nuestro campo, el agotamiento de la relación de transferencia familia » instituciones de asistencia bien puede indicar el fin de la educación de la familia. El agotamiento de la transferencia familia «» instituciones de asistencia desencadena la secuencia siguiente: fin de las prácticas de educación de la familia; fin de la familia; fin de la infancia.

"En su esencia misma, lo cultural está solamente tejido con número. Un ‘hecho cultural’ es un hecho numérico. Recíprocamente, lo que hace número es asignable culturalmente; lo que no hace número tampoco hace nombre" (Baoliou, Alain, Le nombre et le nombres, París, De Seuil, 1990). Discursivamente, la tópica es el lugar de recurrencia de los argumentos. En su dimensión ideológica, la tópica es el supuesto de las máximas que predican algo sobre algo o alguien. Dijimos que el sintagma mediático crisis de la infancia es una versión particular de la crisis general constatada por ese discurso. A su vez, la crisis está vinculada con los cambios sociales tal como aparecen en la construcción de la realidad mediática. Ahora bien, ¿cuál es el criterio de detección de los cambios que permiten insistir en la crisis? “En los últimos años, (la niñez, la escuela, la familia] han variado [conductas, rendimientos, etc.] según los siguientes porcentajes...” Esta cláusula introduce la mayoría de los enunciados que integran el corpus sobre la infancia que consultamos. Constituye un criterio de lectura de los cambios sociales; un modo, también, de vivir con la crisis. Pero veamos un poco más. En rigor, lo que esta cláusula nos dice es que lo que cambió es una variable. El cambio es una cuestión de números. Otra característica de esa cláusula es que funciona siempre asociada a enunciados de pérdida o fracaso. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, dice Borges; con lo cual la idea de una época dorada es en sí misma una falacia. No obstante, la relación estrecha que existe entre la infancia y el recuerdo desde el mundo adulto hace que sea la infancia uno de los tópicos más frecuentes de pérdida. Lo que resulta significativo como operación de enunciación es que, cuando la tópica del cambio se asocia a predicados de pérdida o fracaso, el sujeto del cambio es presentado como víctima de ellos. La victimización de los sujetos de la crisis constituye una de las operaciones claves del DMM. Ante la crisis, somos todos impotentes:

"El matrimonio es un vínculo mesaos firme. En los últimos años, en la Capital Federal y algunas zonas urbanas', por cada tres casamientos se concreta un divorcio. La proporción es similar a la europea y la tendencia puede ir tras de los EE. UU., donde tres de cada cinco se separan, Crecen los hogares unipersonales, la forma más científica que se conoce para hablar de soledad. Son casi 1.200.000 personas en todo el país. Se calcula que el 30 % de los matrimonios fracasara. Pero reinciden: el 30 % de los casamientos actuales son en segundas nupcias. Hay cada vez más parejas que conviven sin casarse. (No hay datos específicos... Lo que sí se sabe es que los nacimientos extramatrimoniales crecieron casi un 30% en los últimos años)" {Clarín, segunda sección, "¿A dónde va la familia?", Buenos Aires, 27/03/1994). “La generación del 80 tiene que enfrentar unos niveles de violencia en las calles, de desempleo de los adultos, crisis económica que afecta a los hogares, como no le ha tocado enfrentar a otras" (Clarín, segunda sección, "La gene; ración del 80", Buenos Aires, 4/12/1994). “Padres, educadores y expertos coinciden en que los tiempos de la infancia ‘se acortan’. Y que se ingresa —con el ritmo estresado de los adultos— a un mundo de incertidumbres, temores y valores cambiados. Los chicos de su edad parecen como enanos. Por ahí es miedo a que pierdan cierta ingenuidad... Tienen menos destrezas manuales, antes se entretenían recortando, pintando, amasando, jugando al almacén. Ahora hasta el ta-te-ti viene hecho..., [Testimonios]” (Página/30, “Adiós a la infancia", Año 4, N.° 45, Buenos Aires, abril de 1994). Según la ideología posmoderna del número, la idea mediática del cambio se construye con referencia a variables numéricas. Lo que está en juego en este imperio del número es una determinada

ideología de la realidad. Nuestro pragmatismo actual arraiga en esa suerte de omnipotencia técnica capaz de medirlo todo. El argumento numérico, en un mundo economicista, es conclusivo. De modo que, aunque parezca paradójico, sobre la idea del cambio —tópica privilegiada de la posmodernidad— se asienta una visión inamovible de la realidad que ha sucedido al tiempo de las utopías. La constatación de la crisis es el ejercicio predilecto de los espíritus incrédulos, de madurez desilusionada en estos tiempos de extremo realismo. Se entiende ahora lo que se presentaba como una contradicción aparente en los artículos que integraban el corpus: la coexistencia del ideologema los tiempos cambiaron con su aparente contradictorio siempre fue así. Tales son las fórmulas ideológicas con que representa la crisis actual el DMM: “Hoy, como siempre, las preocupaciones de los chicos incluyen interrogantes, dudas y desafíos” (“Quién entiende a los chicos", revista Clarín, 27/08/94). "... La familia sigue siendo entrañable, pero ya es otra. Para comprender este cambio, esta investigación" (“¿A dónde va la familia?", supl. Clarín, 2 7/03/94). “Las pautas de educación no son tan rígidas como lo eran hace dos décadas, cuando no había dudas respecto a lo que estaba mal o bien, y el mundo infantil estaba claramente diferenciado del mundo adulto" (ibídem). “La infancia casi no existe, apuntan los psicólogos" (ibídem).

ÚLTIMA OPERACIÓN: LA SUTURA, FUNCIÓN RESTAURADORA DEL DMM

Estamos ahora en condiciones de entender en qué consiste el funcionamiento ideológico de los medios cuando son concebidos como discurso. El DMM tiene un funcionamiento paradójico: exhibe con recurrencia el sintagma crisis de la infancia, señala un problema, pero oculta la naturaleza del problema. Ese problema, interpretado discursivamente, tiene estatuto histórico: nombra el agotamiento de una institución moderna. Ese problema, sanamente ocultado por el enunciado mediático sobre la infancia, tiene función restauradora en la crisis. Ahora bien. La restauración es imposible: en cuanto se produce, se la formula a otro discurso que el que la había instaurado; lo restaurado ya es otro. Motivo por el cual la restauración no restaura sino que instaura otra cosa, negándola: un síntoma. Como es propio del síntoma, las operaciones de la enunciación mediática impiden ver; pero dan a ver algo a la vez, a condición de que se lo interprete. El conjunto de las operaciones que se analizaron en este apartado pretende construir el dispositivo que requiere la consistencia de esa interpretación.

CAPÍTULO 4 Estatuto actual de la infancia LAS INSTITUCIONES DE LA INFANCIA COMO DISPOSITIVO ESTATAL Históricamente, la infancia puede considerarse como Bel conjunto consistente de las intervenciones institucionales sobre los niños y la familia. Estas intervenciones, como se vio a propósito de la descripción de los géneros periodísticos, trazan a su vez la distinción interior/exterior del universo de la infancia. En efecto, imaginariamente, el borde exterior de la infancia se constituye como la figura negativa de una supuesta normalidad. Se tendrá entonces una infancia a-normal, irregular o in-adaptada, como los predicados en negativo de la niñez, su reverso específico, y a su vez el negativo necesario para producir la consistencia de los predicados "positivos" de la infancia. La institución se organiza entonces según dos términos complementarios: una infancia protegida, que se sujeta a la norma y a las reglas, y una infancia vigilada, que se presenta como peligrosa. Y aquí hay un doble juego. Por un lado, las instituciones trazan esas diferencias de modo práctico; pero, a su vez, la existencia de esos límites es indispensable para legitimar la intervención práctica sobre la niñez: educar, controlar, asistir, prevenir, tutelar.,. ¿En nombre de qué ideales se interviene prácticamente sobre el cuerpo y el alma de los niños? Por otra parte, el vínculo infancias-familia, vínculo sin el cual ninguna de los dos instituciones adquiere consistencia, se sostuvo históricamente durante la modernidad a través de las prácticas filantrópicas, familiaristas, médicas, escolares, psi, jurídicas, ejercidas bajo el amparo del aparato estatal. En nuestros días, ese vínculo histórico, entre instituciones de la infancia y aparato estatal asiste a su disolución práctica. Esto es así, debido a la transformación del Estado- nación en Estado técnico-administrativo, ya descripta en el apartado anterior, que deja en el aire a las instituciones de asistencia. Tales

instituciones, que tradicionalmente funcionaron como un dispositivo más de la lógica estatal, se vuelven prácticamente ineficaces cuando el Estado abandona sus funciones políticas para desplazarse hacia el mercado con el objeto de cumplir funciones gerenciales; pierden la justificación política y el amparo institucional que el Estado les otorgó tradicionalmente. Esta situación de estar en el-aire, sin arraigo práctico, es percibida por las instituciones de asistencia a la niñez, pero más bien de un modo sintomático. Hay un movimiento que convoca a pensar nuevas políticas de y para ¡a niñez. Hay mesas, congresos, encuentros, jornadas, eventos, etc. Mas, cuando se recorren los trabajos publicados, lo frecuente es que el pensamiento de las nuevas políticas no vaya más allá de la concepción estatal de la política. Sin duda, el destino de la niñez depende del destino de sus instituciones, pero la pregunta es: ¿el destino de sus instituciones está fatalmente determinado por su origen estatal? Si es así, la única salida del problema es una posición política que, lejos de resultar novedosa, se manifiesta restauradora: continúa reclamando a! Estado que ejerza las funciones de las que parece haber claudicado definitivamente. En consecuencia, según nuestra línea de lectura del problema de la infancia, son dos los obstáculos más delicados con los que se enfrentan hoy sus instituciones. El primero tiene que ver con las condiciones de su emergencia histórica, y es que el haberse encontrado en sus orígenes cobijadas por el Estado les impide pensar un funcionamiento político por fuera del dispositivo estatal. Esto es lo que da lugar a las posiciones políticas restauradoras; es decir, al reclamo de la restitución de los lazos estatales que durante siglos sostuvieron de modo eficaz la alianza de la infancia con la escuela, la familia y demás instituciones. El segundo obstáculo tiene que ver con la dificultad para percibir su propia naturaleza instituyente. Hay un principio estructural que impide que la institución acepte la variación histórica de su objeto: históricamente, la institución causa la infancia, la inventa, pero después se ve a sí misma como protectora o guardiana de ese objeto que considera preexistente; no pueden verse a sí mismas como máquinas

productoras de infancia' sino sólo como agentes de asistencia, protección, prevención y ayuda. Si las- instituciones no se perciben en una posición activa produciendo infancia, entonces sí quedan relegadas a ser meramente agentes estatales de resguardo y asistencia. Esta perspectiva, tal como se vislumbra, las condena hoy a la misma agonía histórica en que se encuentra el Estado de bienestar; y las coloca políticamente en posición de víctimas de las políticas estatales. Alguna vez existimos gracias al Estado; si ahora agonizamos, es por culpa del Estado. A partir de la localización de estos dos- obstáculos; se pueden esquematizar en un cuadro de tres posiciones las actitudes actuales que asumen hoy las instituciones de la infancia frente a su crisis. Denominaremos a estas tres posiciones: renegación, asimilación y producción. Veamos la estrategia de cada una de ellas. La noción de estrategia, en este esquema, alude al modo en que la institución percibe el problema, al tipo de solución que elabora para solucionarlo, y a la índole de la relación entre el problema y su solución. Con el objeto de formalizar la situación, nos serviremos de las nociones de enunciado y enunciación: el problema queda situado como término del enunciado, y la solución, en la medida en que se trata de un conjunto de decisiones prácticas, en la enunciación. El enunciado del problema es entonces la infancia está en

crisis, y la enunciación, el conjunto de intervenciones prácticas sobre el problema:

1. Renegación. La posición renegadora se caracteriza por no admitir la existencia del problema. El enunciado la infancia está

en crisis no posee realidad alguna para esta posición. Por lo tanto, no le cabe la posibilidad de pensar algún procedimiento de intervención-. El resultado de esta posición es políticamente nulo.

2. Asimilación. Esta posición reconoce el problema planteado en el enunciado; pero lo desconoce en la enunciación. Esto significa que, si bien se admite la realidad del problema, los procedimientos destinados a intervenir sobre él son ineficaces. Hay

una toma de conciencia pero no hay hallazgo de un procedimiento eficaz de intervención. Esta posición es capaz de reciclar cualquier pensamiento nuevo —filosófico, político, teórico— pero con los procedimientos ya ensayados. Esta posición subjetiva carece de consecuencias prácticas renovadoras. Se declamará que vivimos "tiempos de cambio"; se advertirá sobre la necesidad de "abrirse a lo nuevo", pero siempre montados en un procedimiento inerte: restituir la vieja alianza entre el Estado y las instituciones de asistencia, Surgen entonces la denuncia, la demanda de intervención al Estado y la creencia en que se hace algo reclamando la restitución del viejo dispositivo.

3. Producción. Ésta es la posición activa. Admite el enunciado problemático como novedad y es capaz de instrumentar procedimientos nuevos para tomar el real cuyo estatuto histórico ha cambiado.

LA

PUBLICIDAD ,

¿ CAUS A

DE NIÑOS ?

La transformación estatal que se ha señalado tiene su correlato en la transformación de la subjetividad y esto tiene, a su vez, incidencia en la problemática de ¡a infancia. En consonancia con la variación del Estado moderno, varia su soporte subjetivo, la figura del ciudadano, disuelta en la nueva subjetividad del consumidor, producida pollas prácticas del consumo. Esto, a su vez, trae una consecuencia que nos interesa: la caída de las significaciones instituidas de la infancia, disueltas en la figura del niño como consumidor. Esa transformación se hace visible cuando se analiza el funcionamiento del consumo a través de la publicidad. Semióticamente, la publicidad orientada a la figura del niñoconsumidor se distingue del resto de los mensajes publicitarios, según dos rasgos:

- el destinatario del aviso, - el tipo de soporte.

La publicidad de productos de consumo infantil puede tener como destinatario a los padres (adultos) o directamente a los niños. Una tendencia creciente en el rubro de los productos infantiles es el privilegio del destinatario niño sobre el destinatario adulto. Cuando el soporte es televisivo, la tendencia es todavía mayor. Pero, si la publicidad le habla al niño, ese aspecto enunciativo es de importancia decisiva; ya que, si el niño está postulado alocutariamente como consumidor, esa interpelación produce efectos culturales que interesan a nuestra hipótesis de la variación de la infancia. Desde luego, los efectos de esa interpelación tienen incidencia tanto en los adultos como en los niños. Pero ¿es el niño el sujeto interpelado por la publicidad? Y, si no, ¿cómo decirlo? ¿consumidorito? Un ejemplo: la publicidad del flan Sancorito de Sancor. El eslogan publicitario exhorta a la niña: “¡Encapricháte! Flan Sancorito o nada." La imagen presenta una niña enojada (acodada, el mentón entre las manos y la mirada hacia abajo). Al niño: “¡imponéte! Flan Sancorito o nada." La imagen muestra al varón con un ojo en compota. La edad de los niños no supera los seis años. Si se lee el mensaje en el interior del lenguaje publicitario, el nivel persuasivo sostiene: sé canchero; demostré tu personalidad; demostrá tu gusto; no dejes que la que elija sea tu mamá. Lo primero que se advierte es que la exhortación publicitaria sobre la conducta del niño hace caer uno de los modelos pedagógicos de la infancia: el del niño obediente. La obediencia, en el imaginario moderno de la infancia, remite a los predicados de niño frágil y dócil. Precisamente, la noción de docilidad sostiene el modelo educativo de la disciplina:, porque es dócil, el niño es educable, manejable, maleable. También queda claro que, como consumidor, el niño puede —y debe— disputar un lugar de igual a igual con los padres: al menos, ése es el ideal que persigue la publicidad, el de un niño que no deja que resuelvan las cosas por él. En el universo de gustos del consumo, los gustos de los niños

cuentan tanto como los de los adultos. “Cuentan tanto como" aquí significa que no instituyen diferencias, o bien que las diferencias instituidas —discernibles como variables de la segmentación del mercado de consumidores— no requieren ni producen la separación del mundo adulto y del mundo infantil. Sobre todo, nada de diferencia de saber sobre el niño. En el universo del marketing, existe la creencia —o quizás la percepción— de que en relación con el consumo el niño se sale siempre con la suya. Según esa creencia, cuando un niño se encapricha con un producto no para hasta que logra obtenerlo. Esa característica de la conducta infantil, asociada a la supuesta infidelidad del niño a las marcas, harían de él el consumidor ideal. Lo cual es así porque el niño se encuentra despojado o desprovisto de dos límites que funcionan como frenos imaginarios del consumo, al menos en el universo adulto: el poder adquisitivo y la fidelidad a las marcas. Digo límites ‘imaginarios' porque, se sabe, el consumo no es un tipo de relación con los objetos propiamente sino con los signos. En ese sentido, lo que los publicitarios o marketineros llaman "relación de fidelidad con las marcas” es en rigor un movimiento en la subjetividad consumidora que sortea un objeto para encaminarse a otro... Se trata de una elección en el interior del universo de consumo y no, en rigor, de la inscripción de un límite capaz de interrumpir la relación de consumo. Otro aspecto interesante de la figura del niño como consumidor se deja ver en una variación de la estrategia comunicativa de la publicidad para niños. En el tránsito de los ochenta a los noventa, se pasa de una publicidad representativa a una publicidad marketinera. Veamos en qué sentido. La publicidad de juguetes de los ochenta, por ejemplo, muestra al niño en situación de juego con el producto. Se reproduce el ritual del juego; el juguete se inscribe en una situación lúdica y se representa en ella la imagen del niño. Hay una apelación a las sensaciones del juego producidas en la relación con el juguete. En la publicidad de los noventa, en cambio, el producto se ha auto- nomizado: aparece despojado

del niño y de la situación de juego; el objeto se mueve sólo, o como efecto de la imagen; no lo mueve el niño... Cuando algún elemento del discurso puede permanecer implícito sin alterar la coherencia del mensaje, es porque ese signo ha alcanzado un grado de convencionalización muy fuerte. La competencia semiótica de la recepción puede reponer sin dificultad el elemento ausente. Llevado este fenómeno al terreno del consumo, la hipótesis es elocuente: el niño, elemento ahora ausente del enunciado publicitario, ha devenido consumidor. Eso significa que como destinatario maneja a la perfección los códigos publicitarios; ninguna función pedagógica de la publicidad es necesaria; ni siquiera argumento de venta. Por su parte, en los noventa, la publicidad denominada marketinera sólo busca vender; su estrategia, consiste simplemente en exhibir el producto sin apelar, podríamos decir, a ningún imaginario. Lo que se produce con este pasaje de la publicidad representativa a la publicidad marketinera es una integración de los objetos propios del niño —los juguetes— al universo general del consumo. Los juguetes —si es que funcionan como metonimia de la infancia— son un objeto de consumo más desde el punto de vista de sus significaciones. Esta maduración de la semiótica publicitaria indica la consagración definitiva del niño como consumidor. En este pasaje desaparecen las significaciones de la infancia instituidas en contraposición con el mundo del adulto y se invisten otras: las significaciones del consumo, comunes tanto a los adultos como a los niños. No se trata de un juguete, metonimia del universo infantil, sino de un objeto de consumo, un producto del mercado. El paraíso de la infancia cae subsumido en el paraíso del consumo. P ADRES

E HIJOS EN EL P AR AÍS O DEL CONSUM O

La consagrada serie de Los Simpson muestra de modo elocuente la transformación de la relación tradicional entre padre e hijo como efecto de las prácticas del consumo. En primer lugar, el sitio tradicional del padre aparece prácticamente cuestionado como el lugar tradicional de saber y poder asignado por la modernidad. Lo común es que Homero aparezca asistido discursivamente por Marge, su esposa, que funciona como una especie de intérprete, encargada de construirle una representación del mundo que le resulte medianamente inteligible; con los recursos mentales de los que dispone Romero, se entiende. A su vez, Homero resulta con frecuencia burlado por Bart, su hijo. Con Bart lo une una relación cuyo rasgo más saliente es la rivalidad; compiten por obtener premios que son, en apariencia, objetos infantiles pero que, bien mirados, son los objetos clásicos de consumo: gaseosas, comida chatarra, horas TV, etc. Los objetos que causan la disputa entre Bart y Homero no son ni juguetes; tampoco son atributos de! padre, prohibidos ahora y prometidos al hijo en un futuro cuya llegada el pequeño espera ansioso para poseerlos. Éstos son, lisa y llanamente, objetos de consumo, no vedados a nadie sino a! alcance de todos, sometidos por igual al bombardeo de estímulos que promueve su feliz derroche. Ese universo de significaciones del objeto destituye la distinción, moderna mundo adulto/mundo niño que generaba a su vez objetos distintos para niños y adultos. En ese universo no existen cosas de grandes (y, por ende, tampoco cosas de chicos). Un indicio de la transformación que esa rivalidad por consumir más produce en la relación entre padre e hijo es el hecho de que Bart llame comúnmente a su padre por el nombre. Resulta todavía más significativo si se tiene en cuenta la extracción sociocultural de los Simpson: No obstante, subsiste una oscilación en el uso familiar de los apelativos: Bart llama papá a su padre siempre que le va a manifestar su cariño; Bart llama papá a Homero cuando le dice: "Te quiero, papá." El juguete, siempre y cuando se abstenga de entrar en la carrera del consumo infantil, es un objeto capaz de Investirse, mediante el juego del niño, de un sentido que lo distingue y a la vez lo asemeja idealmente a los objetos de papá: el

teléfono, el camión, los cosméticos son como los de mamá y papá pero no son tos de mamá y papá. Eso, siempre y cuando haya un tiempo de juego y una práctica lúdica que permita tal investidura. Desde luego, el tiempo voraz del consuma impide la investidura significante de los juguetes, que pierden tal carácter para ser, producidos por otras significaciones, objetos de consumo. Por supuesto, si el teléfono es celular, si es el de papá y mamá, tampoco va a investirse como juguete, puesto que lo propio del juguete es que es un objeto capaz de soportar la diferencia. Esa ambigüedad en el trato ostentada en la variación del apelativo estaría indicando una variación práctica en la índole de los lazos familiares. En la serie el vínculo paterno se manifiesta de modo explícito en el plano del afecto, y. no donde se ponen en juego relaciones de saber o de poder, que son los campos en que Bart y Homero se miden de igual a igual. La escena inicial de la serie también ilustra una variación de la familia. Todos los miembros de la familia corren a mirar la tele; luego, los vemos apretujados en un sofá desvencijado por el abuso del uso: en Los Simpson, toda la familia mira la tele en las mismas condiciones. Queda claro que la responsabilidad histórica de separar el mundo de los adultos del de los niños —que recayó históricamente en las instituciones educativas y asistencia- les— funcionó como garantía simbólica de la infancia. Es más: fue esa separación la que, como vimos, la creó. Pero lo propio de la situación que estamos analizando es que esa separación, ese límite fundante, asiste a una especie de borramiento que se presenta de manera sintomática en el discurso mediático. La institución se agota porque las prácticas posmodernas no instituyen las distinciones históricas que gestaron la infancia. Las prácticas del mercado tocan al niño como consumidor. Como tal, el niño no se sostiene sobre las significaciones que históricamente lo distinguieron de la edad adulta: inocencia, carencia de saber, carencia de responsabilidad, fragilidad. Pero

desde el punto de vista del consumo el niño es una variable de la segmentación del mercado, la edad. El consumo no instituye prácticamente la división entre adultos y niños porque no las necesita. Instituye otras, pero esas otras no producen infancia. En esa línea se inscribe el acceso de los niños a los medios: como actores, como opinadores, como modelos, incluso como productores, en los niños no se registra un patrón de comportamientos que se distinga simbólicamente de las prácticas mediáticas adultas. De este modo se produce un desacople entre las diferencias imaginarias instituidas históricamente —y que pueden estar representadas en el discurso mediático— y la indiferencia real con que los niños —y los adultos responden, en el universo de las prácticas mediáticas y del consumo, a esas significaciones históricas.

El discurso PSI colabora en la destitución DE LA INFANCIA Recordamos nuestra hipótesis: las instituciones, modernas no producen a los niños actuales como infancia. Esto lo vimos a propósito de las prácticas de consumo y de las prácticas mediáticas. Veremos ahora otro de los aspectos de la "incausalidad" actual de la infancia: se trata de la serie de efectos prácticos que las distintas variantes de los discursos psi produjeron en la doxa, como efecto de la divulgación del psicoanálisis a partir de la década del cincuenta. Aquí es necesaria una aclaración. Tanto para la perspectiva historiadora como para la perspectiva semiológica, el sentido social es el conjunto de efectos prácticos producido por la circulación de los discursos en la cultura. En nuestra perspectiva no cuenta lo que los discursos esencialmente

son, en su pureza epistemológica, o lo que ellos mismos dicen que son. Lo que cuenta para nosotros son sus efectos prácticos. Tales efectos, en la medida en que son marcas significantes, requieren una interpretación.

Por otra parte, los efectos de un discurso puesto a rodar en la cultura son múltiples; sólo pueden ser tomados desde un sesgo particular para un punto singular en una investigación. De lo contrario, estaríamos suponiendo la unidad de efectos, lo cual significa la negación misma de! efecto; estaríamos ante una determinación. En consecuencia, vamos a considerar, en algunas intervenciones, unos efectos que están en correlación con nuestra tesis; vamos a considerar el efecto de la intervención psi que afecta, según nuestra interpretación, a la infancia. Vamos a tomar en cuenta tres momentos del discurso psi cuyos efectos están en correlación con la tesis del agotamiento actual de la infancia: la Escuela para Padres de los años cincuenta, la teoría psicoanalítica infantil de los años sesenta, la recepción pedagógica de las teorías de Piaget y su circulación institucional a partir de los setenta. Más que precisar históricamente esos momentos, queremos hacer un registro del modo en que los efectos de esas intervenciones del discurso psi colaboran en la destitución de la infancia. Hay dos efectos fuertes de estas intervenciones sobre la infancia. Por un lado, colaboran en la producción del agotamiento de la niñez: acentúan el desgaste de la capacidad institucional de causar o producir la infancia. Por otra lado, colaboran en el proceso de variación de la transferencia de saber y poder de la familia. La transferencia dé saber que la familia depositaba en las instituciones guardianas hoy se reorienta a los medios.

1. El primer momento es el de la Escuela para Padres. Se trata de la experiencia de divulgación del psicoanálisis iniciada en los medios masivos por Eva Giberti, en Buenos Aires, en 1956. Tal experiencia se encuadra dentro de lo que esta investigación considera función institucional de asistencia y educación de la familia. La educación de la familia dio consistencia a la infancia mientras los dispositivos institucionales estuvieron activos. Nuestra hipótesis es que la situación actual asiste al agotamiento de la capacidad engendradora de infancia de aquellos dispositivos. Con lo cual la divulgación mediática del

psicoanálisis ha perdido su eficacia pedagógica para transformarse en un tema de opinión; según se vio, un enunciado más de la enunciación mediática, sin autonomía específica. Esta situación es con comitante y colabora con la reorientación de la transferen cia de saber que presta hoy la familia a los medios. En tiempos de gloria de la Escuela para Padres, los medios eran un medio del discurso psicológico; la transferencia de saber de la familia se orientaba al psicólogo; la familia se educaba y se producía infancia. En tiempos actuales, los medios son un discurso; la transferencia de saber de la familia se orienta a Moria, María Laura o Luisa Delfino, que son las interpoladoras actuales del psicólogo mediático; la familia no se educa, opina en los medios o da testimonio de sus desgracias: padres, madres e hijos se han metamorfoseado en golpeadores, maltratadas y adictos. La capacidad pedagógica de la Escuela parece haberse agotado. Pero la institución no lee en estos términos su propio recorrido. Ello se debe, por un lado, a razones estructurales: así como el paciente de un analista no puede, sin el dispositivo analítico del cual el analista es un térmi no, interpretar su propio síntoma; así también, si las ins tituciones de la infancia asisten a su agotamiento de mo do sintomático, no podrán interpretar su síntoma despro vistas del dispositivo pertinente. Ese dispositivo, si se quiere, habrá que inventarlo. Pero hay además otro orden de razones que impiden la producción de tal dispositivo: se trata de las claves y los recursos de lectura y de análisis de la situación que la propia institución posee. Y allí las instituciones de la infancia, como todas las instituciones modernas, se encuentran en una situación dilemática: no pueden hacer el balance de su propio recorrido con las herramientas que ellas mismas forjaron durante el trabajo realizado en ese recorrido. Puesto que, si hay agotamiento, ese herramental también está agotado. Es lo que sucede con

el dispositivo pedagógico y el dispositivo de la comunicación armados con el aparato teórico y práctico de las disciplinas que fueron críticas entre los cincuenta y los setenta, y que fueron los operadores claves de la labor educativa de la Escuela sobre la familia. La experiencia, según se dice en la nota mencionada, “construyó un movimiento social alrededor de la Escuela, entre 1956 y 1970". Este impacto social amerita un elogio y un balance. Del primero se han ocupado otros lo sufi ciente. Queremos decir algo de la estrategia utilizada en el balance. En el balance se leen algunos efectos de la expe riencia de la Escuela en relación con el individuo psicoló gico, y en clave comunicativo-pedagógica. Esto significa que se tienen en cuenta las intenciones de los profesiona les que llevaron a cabo la experiencia, por un lado, y la in fluencia del mensaje masivo medida en términos de recorario, se entiende, como una posición enunciativa y no como figura profesional. La distinción entre posición (sujeto de enunciación) y persona es clave en el análisis del discurso. La posición enunciativa de un texto es responsable de lo que el texto hace legi ble o invisible; lo que produce como obstáculo o presenta como novedad. nocimiento del receptor, por el otro. Es decir, más que los efectos de la experiencia, se analiza el alcance de los objetivos propuestos: la correlación entre las intenciones y los logros indicaría la consumación del proyecto, El método de evaluación es pedagógico del lado del emisor: “Lo que me propuse (mis intenciones) antes de saber cómo era el campo en que habría de moverme, lo hice." Del lado de los receptores, el balance utiliza el criterio masivo de la comunicación: qué opinan los receptores del mensaje; cómo evalúan ellos la experiencia. Si las declaraciones se toman literalmente, como es .el caso de este artículo, estamos ante las representaciones que los destinatarios del proyecto tienen del proyecto. Eso es opinar. De nuevo: el único modo de salir del campo de la opinión es montar un dispositivo de lectura de esas impresiones; eso sería leer su enunciación. Pero no es el caso de

los datos que maneja el balance, puesto que está tomado en la estrategia de la comunicación. De modo que lo que cuenta para la posición adoptada en la realización del balance es la consumación de las intenciones de los protagonistas del proyecto; y el grado de saber consciente sobre la temática psi adquirido: por los receptores, verificable en términos de opinión o información. Nuestra lectura difiere de la que propone el artículo que mencionamos, precisamente en el criterio de captura y análisis de los efectos de la experiencia. Ya que, en términos discursivos, los efectos deben leerse, precisamente, en exceso respecto de las intenciones de los protagonistas (no son anticipables) tanto como respecto del reconocimiento consciente de los receptores de los mensajes (no son opinables). Nuestra posición también dista de la concepción dé la divulgación como técnica que supone el artículo mencionado. Dicha concepción es solidaria con la idea comunicativa del fenómeno pedagógico. Pero la perspectiva de la comunicación no parece productiva para el estudio de la subjetividad que a la semiología o al psicoanálisis le interesan. Es más: la noción comunicativa del sujeto entra en franca contradicción con la idea de una subjetividad producida por los discursos, porque considera como efectos de la comunicación sólo aquellas representaciones conscientes que los individuos se formulan de las situaciones. Para terminar, la actitud del balance frente a la crisis se encuadra dentro de la posición que denominamos de asimilación, al comienzo de este capítulo: reconoce el problema en el enunciado, puede renovarse acumulando nuevas teorías; pero tal transformación no opera más allá del enunciado: los dispositivos que forjaron el proyecto permanecen idénticos e inmóviles. Y la tesis del agotamiento habla justamente de eso: del desgaste de los dispositivos de enunciación que forjaron las instituciones de la infancia.

2. El segundo momento corresponde al auge de la clínica del psicoanálisis de niños emparentada con las teorías de Françoise

Dolto y Maud Mannoni; más precisamente, nos referimos a sus textos de la década del ochenta: La causa de los niños y La educación imposible, respectivamente. En ellos se enlaza la teoría lacaniana con la corriente ideológica antiinstitucionalista —en su versión anti- manicomial y anti-pedagógica—, y con el discurso utópico de los sesenta y setenta. Recordemos que ambas psicoanalistas hicieron sus primeras armas en la Escuela Francesa para Padres de la década del cincuenta. El texto de Dolto, atravesado por el dispositivo utópico de la política, se propone como un manifiesto por una sociedad al servicio de los niños. Esa utopía se vislumbra como la alternativa revolucionaria ante los fracasos colectivos del cambio social acaecidos hacia fines de los setenta. A lo largo del texto, reaparece la tópica de la liberación atravesada por 1 OÍS ideales de verdad, igualdad y respeto, El texto se pronuncia contra la pediatría, contra el cientificismo, contra cierta pedagogía. La propuesta es poner el psicoanálisis a favor de la causa de los niños. Esta tarea ha de hacerse por dos caminos: el de la pedagogía y el de la comunicación. Tales son los vehículos privilegiados que concibe el proyecto de Dolto para su teoría del deseo de los niños. Dolto confía en la buena pedagogía como una práctica capaz de transformar el espacio social de modo tal que resulte activamente habitable por los niños. Sin embargo, persiste una paradoja. Pues, como se dijo, en el enunciado la ciencia pedagógica recibe severas críticas por sus concepciones y sus procedimientos represivos; pero en la enunciación textual el supuesto pedagógico continúa vigente en cuanto se continúa pensando el cambio político en términos de educación de la conciencia. Se cuestionan los modelos pedagógicos, pero de ninguna manera el dispositivo pedagógico mismo. Así resulta que el propio enunciador textual se instala en la posición del pedagogo, para dirigirse a los padres —el universo de los adultos ubicados en el lugar del educando— para advertir, aconsejar, regañar, enseñar... Los actos de habla característicos del funcionamiento pedagógico del discurso ubican al pedagogo en la posición del que sabe y al receptor/lector en la posición del que aprende y se transforma iluminado por el saber del texto.

La causa de ¡os niños es así, en su representación explícita, un conjunto de prácticas y discursos que se manifiestan a favor del respeto entre semejantes, del amor familiar, de la igualdad entre los hombres, del ideal de justicia social.

3. El tercer momento corresponde a la adopción pedagógica "critica” de la epistemología de Jean Piaget. Tal recepción, que liga la utopía de la revolución pedagógica, la idea de un sujeto activo del aprendizaje, y la idea iluminista de la educación como motor del cambio social, dio lugar a la psicopedagogía de los sesenta y setenta. La adopción de las teorías del desarrollo de la inteligencia de jean Piaget en la institución pedagógica producen una situación de borde. La teoría de Piaget viene a ser una especie de explicación epistemológica del contexto “crítico" que la adopta: la revolución pedagógica pretende una explicación científica. La psicología de la inteligencia le otorga tal estatuto a la pedagogía. Prácticas pedagógicas más ideales revolucionarios con fundamento científico en la psicología. La emancipación y la autonomía del individuo se lograrían estimulando el desarrollo de la inteligencia, en un aparato escolar gestado sobre la ideología de la disciplina. Emancipación individual y disciplinamiento, dos términos en apariencia antagónicos, podrán coexistir prácticamente durante largo tiempo, dinamizando la vida de la institución pedagógica. Hasta que la misma dinámica productiva la agotó. ¿De qué modo estas tres intervenciones prácticas del discurso psi en la cultura incidieron en el agotamiento de la infancia? En primer lugar, la práctica de divulgación del psicoanálisis, montada en el dispositivo comunicativo y pedagógico, inicia —o es concomitante con— un proceso que va a consumarse en la cultura posmoderna, que es la transferencia social de saber hacia los medios masivos. Como se dijo, para analizar el proceso de divulgación que se inicia en la década del cincuenta, hay que tener en cuenta que los medios no son un soporte inerte, una simple mediación por la que circulan unos contenidos progresistas o críticos. Los medios son un dispositivo institucional potentísimo que logró capturar la

transferencia social que anteriormente producían otras instituciones, como la escuela. Entonces, la educación actual de la familia a través de los medios no es simplemente la misma práctica tradicional con un cambio de envase; no indica información democratizada para más, sino que es un fenómeno esencialmente distinto del funcionamiento moderno de educación de la familia. En segundo lugar, los discursos antiinstitucionalistas y utópicos en el interior del psicoanálisis. Su función en el agotamiento de la infancia tiene que ver con su funcionamiento critico en la cultura burguesa. Dichas intervenciones revelan el carácter histórico e ideológico de la familia burguesa, del aparato escolar, de la concepción disciplinaria de la educación. El efecto de disolución de la infancia es obvio, ya que el cuestionamiento de las instituciones que la producen cuestionan la propia naturaleza de la niñez. La intervención de un dispositivo crítico, si es eficaz, termina por liquidar el objeto criticado. Si la infancia es una producción moderna, lo es en tanto producto de las instituciones burguesas. Por lo tanto, la liquidación crítica de las instituciones que le dieron vida acarrea también como consecuencia su desaparición. Las prácticas de recepción mediática difieren de las prácticas de recepción escolares. Las operaciones subjetivas necesarias para el acto de recepción difieren. La subjetividad en un caso y otro no es compartida. En tercer lugar, la intervención de las teorías de Piaget en el campo de la psicopedagogía. Habíamos hablado de un punto de máxima tensión entre el aparato escolar mocierno, organizado sobre una ideología disciplinaria, y la concepción de la educación que se fundamentaban en las teorías del desarrollo de la inteligencia infantil. El desarrollo de este proceso posee características semejantes a las que señalamos para los dispositivos críticos. Y es que el efecto de Piaget en la ideología pedagógica tiene un poderoso efecto cuestionador. Pero ese efecto cuestionador es tan fuerte, que termina criticando de hecho la propia existencia del aparato escolar. Termina cuestionando radicalmente su sentido y su eficacia en la formación de la infancia. La pregunta, de nuevo, retorna: ¿es

posible concebir una infancia por fuera de la institución escolar? Quizá sea posible soñarla. Pero desde el punto de vista de las prácticas, que es nuestro principio de análisis, no es posible producirla. Sin núcleo familiar burgués y sin aparato escolar, la producción de la infancia es prácticamente imposible. Desde luego, eso es así si se acepta que la existencia de una institución no depende de la mera existencia de individuos, ni de edificios, ni de reglamentos, ni de funcionarios. Depende de su capacidad de producción de realidad.

CAPÍTULO 5 EL NIÑO COMO SUJETO DE DERECHOS En el capítulo anterior vimos que la figura del niño co mo consumidor produce la destitución práctica de la infancia. Existe otra figura actual del niño que produce las mismas consecuencias: la figura del niño como sujeto de derechos. En este capítulo vamos a analizar cómo la emergencia de esa tópica en configuraciones .discursivas precisas acarrea como efecto la desaparición de la infancia. La existencia de la palabra “infancia” en el vocabulario de nuestra época no da cuenta por sí sola de la vigencia de la institución. El lenguaje es, en cierto modo, idealista; las palabras subsisten aunque su referente material —práctico— haya cambiado. Investigar la hipótesis de un agotamiento es entonces entrar en relación con un tipo de representaciones sin sustento práctico: una suerte de excrecencias discursivas. Tal es el estatuto actual de la infancia si las prácticas en que arraigó históricamente efectivamente cambiaron.

SITUACIÓN La desaparición de la infancia índica un cambio en la concepción moderna de las etapas de la vida y ese cambio, a su vez, estaría indicando una variación práctica del concepto de hombre instituido socialmente.

EL IDEA MEDIÁTICO DE JUVENTUD HACE CAER A LA INFANCIA Una de las consecuencias de la crisis de los grandes relatos que sostuvieron el imaginario moderno es la caída del paradigma

del progreso. Sólo si existe la historia, se puede hablar de progreso: la condición para concebirla como realización progresiva de la humanidad es que pueda ser vista como proceso unitario. Entonces puede verse como proceso concomitante con la caída del paradigma del progreso el cambio de la concepción de la vida en etapas ascendentes hacia un ideal. La infancia tiene sentido cuando la vida del hombre es un devenir reglado hacía etapas más complejas: adolescencia, juventud, madurez, vejez. Pero cuando la juventud se presenta como único ideal el sentido de las etapas de la vida desaparece. “La cultura juvenil tiende a ser universal y, de hecho, atraviesa las barreras entre clases y naciones", dice Beatriz Sarlo. Lo que no distingue el análisis de Sarlo es que una cosa es la juventud como sujeto de las prácticas políticas modernas —la juventud como protagonista de su tiempo— y otra muy distinta el funcionamiento de la juventud como ideal en la cultura posmoderna de la imagen. Si el ideal juvenil tiende a globalizarse, desaparece en su especificidad como edad vital; ya no se deja pensar en correlación con otras etapas de la vida. “Hoy los jóvenes son, antes que protagonistas, temas de conversación y observación" {Mario Wainfeld, “Chicos de posguerra", Página/12, 19/03/95). Ser joven es el ideal dominante de una cultura globalizada; ser joven es uno de los significantes privilegiados del éxito. No se puede estar en la cultura de la imagen si no se tiene imagen joven. Hay que permanecer joven para ser parte; estar joven es otro sinónimo actual del reciclaje —no sólo del cuerpo sino también de las ideas—; el ideal de la eterna juventud se presenta como una negación práctica del trabajo temporal sobre los cuerpos —sobre los que se puede intervenir técnicamente—; como una negación práctica también del sentido de la experiencia: la actualidad es el criterio de validez dominante. El ideal de juventud que circula en los significantes del consumo señala la desaparición de las etapas vitales y con ella señala también la desaparición de la infancia. Hay que permanecer siempre joven; joven se es, no se llega a ser joven ni se puede dejar de serlo.

DEL CIUDADANO AL SUJETO DE LA IMAGEN Se dijo que la variación práctica del concepto de hombre estaría indicando una variación en la índole del soporte subjetivo que instituye prácticamente el Estado: el pasaje de la subjetividad-ciudadano a la subjetividad-consumidor, asociada al pasaje del Estado de bienestar al Estado técnicoadministrativo. La historiografía ha registrado —al menos bajo la pluma de Ariés— que la familia nace como dispositivo privilegiado de recepción, educación y contención de la infancia. Cuando las prácticas sociales dominantes exigieron la vida en interioridad, el espacio familiar se tornó la sede privilegiada de la vida cotidiana. Surge entonces la vida familiar como práctica casi exclusiva de la vida privada. De manera que no hay infancia hasta que no se constituye la vida familiar en interioridad. El acontecimiento infancia se sitúa bajo esas condiciones con la consolidación de la familia nuclear burguesa en el tránsito del siglo XVI al XVIII. La familia resulta, asimismo, uno de los pilares sobre los que se asienta la distinción jurídica entre sociedad política y sociedad civil —“público" y “privado"— instituida con la emergencia del Estado burgués. Es necesario admitir que ésta es una distinción ideológica trazada por el funcionamiento jurídico burgués; sólo así podrá entenderse el carácter histórico de la mutación que estamos analizando. Porque lo que nuestra época registra es justamente una variación —¿o agotamiento?— de la distinción entre lo público y lo privado; el funcionamiento de la cultura de la imagen puede prescindir ya de esa dicotomía porque se ha instaurando otra: la distinción entre el mundo de la imagen y el mundo por fuera de la imagen, famosos e ignotos. La política mediática no se explica entonces como “transformación de lo público" ni como "expansión de lo privado sobre lo público", explicación que, como se ve, mantiene intacta la distinción ideológica burguesa, sino por un cambio de la naturaleza misma de lo estatal.

La subjetividad dominante descansa entonces en la dicotomía: sujetos con imagen/sujetos privados de ella. Los primeros están asociados al éxito y a la trascendencia social; los segundos son los excluidos, o ignorados. De manera que la aparición de los sujetos de la imagen puede darse tanto en el ámbito de lo que tradicionalmente se llamó lo privado como lo público; poco importa. Los espacios tradicionales de la intimidad son hoy meras imágenes que predican los rasgos de estos individuos, nuevos arquetipos subjetivos. Pero la desaparición de la antigua delimitación público/ privado obviamente impacta a la familia y en consecuencia a la propia infancia. Ya no tenemos a la familia nuclear burguesa; tampoco, la intimidad del hogar como espacio privilegiado de retención de los niños. En este desplazamiento, cabe preguntarse si la familia sigue siendo capaz de cumplir su función de contención de niños; función en la que fue asistida por sus instituciones de tutela. Nuestro análisis sostiene que el funcionamiento familiar actual —aun cuando se encuentre asistido por otras instituciones— ya no produce infantes. Un indicio sintomático de esta improductividad se pone de manifiesto en el funcionamiento asistencial de los medios masivos. Ese nuevo asistencialismo, como se vio en el capítulo anterior, no interpela a los individuos como miembros de familia. Por otro lado, si el principio de exclusión sobre el que se monta la existencia social es la distinción entre presencia de imagen y ausencia de imagen, se entiende que sean los medios los que produzcan los dispositivos más eficaces de contención. Y es de esperar también que lo que se produzca en estas operaciones sean subjetividades distintas de las que se instituyeron con las prácticas burguesas. Si cambian los dispositivos de producción discursiva,, es previsible que los objetos y los sujetos de discurso también cambien.

LA NIÑEZ EN SUS TÓPICAS

La aparición de la tópica del niño como sujeto de derechos debe analizarse en relación con la caída del ideal de hombre futuro que en su versión, escolar circuló bajo el ideologema “los niños son los hombres del mañana”. La vigencia de este ideologema, con ligeras variantes, recorre el lapso que va desde la fundación del Estado nación hasta el agotamiento del Estado de bienestar. De manera que

hay que establecer una correlación entre la sustitución de la tópica niño = hombre futuro/niño = sujeto de derechos, y la sustitución Estado nación/Estado técnico-administrativo. Esta aparición/desaparición discursiva produce un síntoma: el agotamiento de la infancia. El cambio discursivo que analizamos presenta además otras vinculaciones significativas. Por un lado, se asocia a la desaparición práctica de las edades de la vida. Al caer el paradigma moderno del progreso, cae con él la concepción genética de las edades, para la cual la infancia constituye la etapa de espera de la adultez. Concebir de este modo a la infancia es suponer la existencia de una edad en la que se es y una en la que no se es. En la adultez se es hombre, se es responsable, se es ciudadano, es decir, sujeto de derecho en términos jurídicos. Durante la infancia, no se es. Pero si el niño es concebido como sujeto de derechos la idea de latencia propia de la etapa infantil cae; el niño y es, y la infancia se disuelve como edad de la espera. Recuerdo que una de las significaciones claves que le otorgó la modernidad a la infancia fue precisamente la de ser un impasse hacia la edad adulta —hacia la mayoría de edad—; dicho impasse, por otra parte, es el que autoriza y explica la intervención institucional sobre el niño de la escuela, de la familia, o del juzgado de menores. Pero no hay tutela posible sobre un sujeto que ya es en acto y no pura potencia futura. Por otro lado, como ya se dijo, el cambio discursivo que apuntamos debe ponerse en correlación con el cambio de ideales. La juventud hoy no es más una etapa de la vida, del hombre. En el imperativo social de ser joven, la edad del

individuo como signo de su rango civil no cuenta. Mejor dicho, no cuenta del mismo modo que en la modernidad. Recordemos, a título ilustrativo, los distintos rituales de 1a adquisición, de la mayoría de edad: los pantalones largos, la cesión de las llaves, el ingreso del novio a la casa, etc. Por consiguiente, al desarticular el paradigma de las etapas vitales, el mito actual de la eterna juventud disuelve el sentido moderno de la infancia. CAÍDA Y RECUPERACIÓN MEDIÁTICA DEL IDEAL DEL HOMBRE FUTURO

“Encuesta: características del buen ciudadano”

1.

Ser buena persona 27 %

2.

Obedecer la ley 20 %

3.

Estar informado 18 %

4.

Honrar al país 17 %

5.

Participar en la comunidad 10 %

6.

Trabajar mucho 6 %

7.

No contesta 2 %" (Página/12, 19/03/95).

El fragmento citado es la grilla de una encuesta nacional realizada en colegios secundarios. Sus resultados fueron publicados unos días después en Página/12. La enumeración que antecede nos pone, aparentemente, ante una sintética clasificación de los predicados del buen ciudadano. Tradicionalmente, el ciudadano es la figura que representa el ideal del hombre futuro; la educación escolar de la infancia se justificó y orientó según ese ideal. Pero, si se analiza la encuesta, se ve que lo que parece está en

juego es una noción del buen ciudadano bien distinta de la noción moderna. En primer lugar, porque ya no está asociado a la idea de hombre futuro. Y sin ideal de hombre futuro desaparece la infancia; es decir, los niños concebidos por la educación escolar como hombres del mañana. Pero hay un rasgo muy curioso en ese artículo. Como en la famosa enciclopedia china de Borges, uno de los elementos de esta serie desbarata su homogeneidad, al poner en evidencia su inconsistencia discursiva: se trata del punto 7. La cláusula "no contesta" no constituye un predicado del buen ciudadano, sino del sujeto de la opinión. La enunciación irrumpe en el enunciado: no se trata de un predicado, sino de una figura de la operatoria misma de la encuesta. Curioso desplazamiento: no es el discurso pedagógico el que habla, sino el mediático. Más adelante veremos la disolución de la figura moderna de la infancia ligada a este deslizamiento. De modo que podemos concluir que el ideal del buen ciudadano ya no se construye desde las prácticas escolares sino desde las prácticas comunicativas. El actual “buen ciudadano" no es el hombre del mañana; el futuro no lo constituye como significación decisiva. Este Ideal del buen ciudadano no orienta la práctica de formación de niños sino otra, que de tan cotidiana se nos vuelve invisible: la opinión. DEL MANUAL ESCOLAR AL FASCÍCULO POR ENTREGAS DEL DIARIO

La consistencia imaginaria de la infancia se instituye en correlación con el ideal de hombre futuro instituido socialmente. En el ámbito escolar, ese ideal circula en el ideologema “los niños son los hombres del mañana"; y tiene en el manual escolar uno de sus

vehículos privilegiados. En tiempos de la fundación del Estado, nación, el Manual de la Historia de Chile (1.a ed. 1845, Universidad de. Chile), escrito por Vicente Fidel López, conmina a los niños a someterse a la educación escolar para ser: ...“ombres de bien i de luces" ..."ciudadanos dignos de una República civilizada” y también para: ..."colmar de onor a vuestras familias y a vuestro país". La escena enunciativa se monta aquí ubicando al niño como interlocutor del pedagogo, según lo indica el uso deíctico del vosotros. El uso de las modalidades refuerza siempre la asimetría de la relación pedagógica: el maestro conduce las operaciones perceptivas y cognitivas que debe hacer el alumno. Si así queda modalizada la esfera del “saber”, otro tanto sucede en la esfera del "deber ser”, que es la que nos interesa. El pedagogo es también quien conduce a los niños hacia el modelo de hombre futuro socialmente instituido (nótese la evaluación social de los subjetivemas "bien”, "luces”, "onor"). El pedagogo es, sabe, el niño aún no es, no sabe.

Con ligeras variantes, el ideologema persiste a lo largo del siglo:

“Conviene, pues, que los niños, hombres del porvenir, eduquen su espíritu en la grandiosa idea de la solidaridad americana. Nunca es temprano para inculcar en las inteligencias estos fecundos principios" (Convenio de Historia de América, Serie elemental de instrucción primaria, Buenos Aires, Cabaut y

Cía. Editores, 1931). "... [este manual] apunta a los intereses del niño, suscitando su participación activa [...] Estamos convencidos de la importante función que cabe al conocimiento de nuestro pasado en la formación de la conciencia nacional, con la implícita conservación de nuestras tradiciones democráticas y republicanas" (Nuevo Manual Estrada, 5.°, 1965).

Hay que notar que el género excluye al niño de la escena enunciativa: así lo revela el uso del nosotros exclusivo. Marcado por la tercera persona, el niño no integra el espacio interlocutivo del nosotros que se adueña de la tradición. El enunciador postula un alocutario que es un adulto, maestro o padre. La escena reproduce una situación en la que los adultos hablan de y sobre el niño. El niño no tiene voz. Del niño se habla o al niño se le habla, tal como sucede en el manual de Vicente F. López. Si el discurso instaura al niño como interlocutor del pedagogo, la asimetría queda marcada, en principio, en la ausencia de la voz del niño. Y también, desde luego, en los rasgos que caracterizan la enunciación pedagógica: el niño es el destinatario de todas las operaciones marcadas por el discurso: mirar, repetir, contestar, pensar... ser. Si para el discurso el niño no sabe, no es, debe ser, queda entonces claramente ubicado en el lugar de un futuro hombre. Los predicados de la educación escolar arraigan en supuestos de fragilidad o docilidad, correlatos del no ser: el niño es susceptible de instrucción (por lo tanto, dócil); su inteligencia debe enriquecerse (es pobre, es carente); su mente debe ser robustecida (es frágil); hay que estimularlo a pensar (no piensa por sí sólo; aún no sabe pensar); hay que evitar que aprenda mecánicamente para que no se olvide mañana lo que aprende hoy (de donde de nuevo el pensamiento aparece como una actividad que. lo prepara para el futuro, no para hoy).

La educación se presenta entonces como el reaseguro de la formación moral y patriótica de la infancia, del futuro ciudadano, hombre, del mañana. Educar para el mañana es educar para el progreso. En nuestros días existe otro género —bien distinto del manual escolar— que se encarga de la circulación de los valores que hay que inculcar en la escuela. Se trata de los fascículos por entrega de Página/12. Nos referimos a la serie Entender y participar, que se publicó con el eslogan: "Para chicos que quieren saber de qué se trata." Son sus títulos más significativos:

¿Qué es esto de la democracia? (N.° 1). Para aprender a votar (N.° 4). Para qué sirven las leyes (N.° 9). Los derechos de todos (N.° 16). Los derechos de los chicos (N.° 18). El derecho a aprender (N.° 17). Los derechos de las mujeres (N.° 19).

Enunciativamente, estos cuadernillos nos ubican en una situación bien distinta de la anterior. En principio, la situación no está configurada por el discurso escolar, sino por el mediático. El manual escolar da paso al fascículo por entregas del diario. Ahora es el discurso mediático el que toma a su cargo la tarea de difusión de los valores educativos: cada cuadernito se acompaña de una "Guía para docentes", publicada en el cuerpo de! diario con sugerencias pedagógicas para el tratamiento escolar de los temas. No parece de importancia menor que el lanzamiento de esta colección se publicitara un domingo (19/03/95), junto con la

publicación de los resultados de una encuesta nacional realizada en colegios secundarios. Tales resultados arrojarían datos alarmantes sobre el estado de la conciencia cívica de los más jóvenes. Una serie de testimonios sobre la crisis de la escuela, la crisis de la infancia, y una nota de la directora de la encuesta —a la sazón directora también del programa de la Nueva Reforma Educativa "El diario en la escuela"— nos alertan sobre la importancia de inculcar los nuevos valores cívicos —de alcance mundial— a los niños. Hay que notar que las condiciones de producción y circulación discursiva propias de estas entregas construyen a su receptor (el niño) como consumidor. En el diario existen secciones y suplementos para toda la familia; la lógica del mercado no distingue edades y, si lo hace, es como una variable del consumo. La lógica editorial de los suplementos es la de un servicio periodístico a gusto del consumidor. Estamos lejos de la significación imaginaria de la edad como etapa de la vida. La práctica del consumo no requiere la separación —indispensable en la constitución de la infancia— entre el mundo adulto y el mundo infantil. En ese sentido, las prácticas que producen al niño como consumidor serían un síntoma de la desaparición de la infancia; no, desde luego, de los niños. Estamos ante un desacople discursivo: las diferencias imaginarias supuestas por el discurso —representación moderna de las significaciones de la infancia— son inadecuadas a la indiferencia supuesta por las prácticas del mercado. Esto es como decir que los niños actuales son prácticamente inadaptados a la infancia: la institución no recubre su real. Lo mismo que anotamos para el niño-consumidor vale para el niño-sujeto de opinión, en caso de poder diferenciar claramente ambas prácticas. El dispositivo encuesta o entrevista que produce el sujeto de la opinión también disuelve en sus efectos la distinción mundo adulto/mundo infantil. Lo que tienen en común el sujeto del consumo y el de la opinión es que ambos son efecto de la misma operación del principio cuantitativo de

tabulación de resultados provisto por la mercadotecnia. En lo que hace a la infancia, ese dispositivo la disuelve prácticamente: la edad del encuestado, por ejemplo, es un índice de la tabulación de los datos. La edad considerada como variable no puede funcionar como una diferencia capaz de instituir significaciones imaginarias ni diferencias simbólicas, tal como sería el caso de la infancia concebida como una etapa de la vida. Otro aspecto significativo es que, en relación con las prácticas de consumo y opinión, el niño es. Vimos que, en relación con la práctica cívica, el niño aún no es: por eso la escuela es formadora del niño. Esta diferencia entre el niño como, actualidad, como ser, y el niño como espera, como noser, marca otra vez el agotamiento sintomático de la infancia. Probablemente en la coexistencia de prácticas diferentes —la escolar, el consumo, la- opinión— resida la serie de interferencias discursivas responsable de los trastornos prácticos que estamos habituados a escuchar como queja.

EL NIÑO COMO SUJETO DE DERECHOS “Antes y después" se titula un apartado de la nota sobre la democracia en la escuela, publicada en ocasión del lanzamiento de la colección de fascículos para chicos que estamos analizando. Allí se lee:

“Antes y durante el proceso, los padres se aliaban con el maestro, con la autoridad; ahora se transformaron, en una especie de delegados de sus hijos”, dice Peyrelongue, consciente de que los chicos ya no soportan que les griten y defienden sus derechos.

El discurso mediático hace hablar en este fragmento a Pascual Peyrelongue, maestro desde hace veinticinco años y desde el '92 director de la escuela 16 de La Paternal. Veamos un poco. En principio, la interpretación alocutaria que hace el medio del entrevistado supone la existencia de la tópica niño = sujeto de derechos. Lo interesante es ver qué consecuencias trae este nuevo estatuto del niño a la relación padres-hijos. Algo cambió, dice el informante, “los padres se transformaron". Se produjo un desplazamiento: los padres dejaron de representar la ley ante sus hijos para pasar a defenderlos de la amenaza de la ley. La vieja alianza de los padres con la autoridad escolar era un signo no sólo para los hijos sino para la propia institución; habla de un estatuto imaginario de la familia y de la escuela, en el que ambas instituciones representan la autoridad y la ley para la infancia. La transformación del rol de los padres indica sintomáticamente el agotamiento de la infancia y, en consecuencia, hablaría también de un cambio de estatuto del niño y de los padres. Es obvio que la desaparición de la infancia altera —la hace otra, en el sentido más literal del término— a la familia. Conviene recordar que son las prácticas vinculadas a la familia nuclear burguesa las que instituyen históricamente la infancia moderna. Pero hoy ya no se trata de tutelar a la infancia sino de velar por que sus derechos se respeten. La dimensión argumentativa del desplazamiento puede leerse así: el entimema “la infancia deber ser protegida" (porque es frágil, porque aún no es, etc.) es reemplazado por “los derechos del niño deben ser protegidos" (el niño es sujeto de derechos). Veamos los títulos de los fascículos: “Entender y participar. Para chicos que quieren saber de qué se trata.” La presentación propone —con un procedimiento común en Página/12— un intertexto con aquel enunciado tantas veces repetido por la historia escolar, “el pueblo quiere saber de qué se trata", que instala a los niños en el lugar del pueblo. Se produce un desplazamiento interesante: los niños son el pueblo. Insistimos: ya son; no necesitan someterse a la práctica educativa para ser en el futuro. Los niños de hoy, como sujetos de derechos, son también sujetos de la información: quieren saber de qué se trata. Nuevamente, el derecho a estar informado es un derecho que se ejerce hoy: nos encontramos ante una práctica cuya

temporalidad desliga a la infancia de la espera. No hay que esperar para estar informado —el sentido actual de "querer saber"—; mientras que para ejercer aquellos derechos políticos —otro sentido de "querer saber”— había que someterse a la temporalidad de las prácticas que preparaban en la niñez para ello. El querer saber actual de los niños tiene un fin: opinar, participar ahora. Si se lee el sentido en situación, hay que distinguir el sentido histórico del enunciado “querer saber” de su sentido actual, ligado a la demanda de información. En su acepción histórica, el enunciado tiene una connotación política: el pueblo ejerciendo su soberanía al exigir a sus representantes la claridad de sus actos. Se produjo un corrimiento del sentido cívico-político hacia el sentido mediático: del derecho a la representación política al derecho a la información; de la política de representación a la representación mediática. Esto estaría indicando un cambio en la naturaleza del Estado. La función de representación de los ciudadanos que le cupo tradicionalmente al Estado hoy la ejercen los medios, con lo cual los representados ya no son ciudadanos. Los medios son el Estado, toda vez que organizan la lógica de representación de lo social. Vamos ahora al interior del primer fascículo: "En una democracia no hay nadie que quede afuera. Todos podemos participar. Y, cuando llega el momento de elegir, todos elegimos, porque en una democracia todos somos iguales" ("¿Qué es esto de la democracia?", N.° 1). Vimos que el manual habla del niño con otros, siempre adultos, o le habla al niño. Tal es el dispositivo enunciativo cuando la tópica del discurso pedagógico es “formar a los hombres del mañana". En cambio, cuando el niño es sujeto de derechos, habla. Aparece entonces el nosotros inclusivo, propio de la identificación generalizada propuesta por el discurso democrático. Como se dijo, la presencia de esta nueva tópica en el discurso mediático —y previsiblemente en el escolar— es •síntoma de algo que cae: la tópica de los niños como hombres del mañana. Esta variación discursiva indica la variación práctica de las instituciones modernas: el Estado, la escuela, la familia. Indica también otra

institución práctica de la temporalidad de la experiencia. Si el sentido social de una idea es el conjunto de prácticas en que se inscribe, está claro que hoy el significante "democracia" nombra por lo menos dos prácticas distintas. Que ambas se nombren con el mismo significante no dejará de tener consecuencias. Uno de los sentidos nombra la democracia política en el sentido moderno. El otro sentido nombrado es la democracia de mercado; la idea actual de los derechos de los consumidores, cercana al derecho de opinión y de información. De esto se desprenderá una doxología de los derechos. Según ella, la información sería la garantía —imaginaria, por supuesto— de tales derechos. En ese supuesto se instaura la demanda permanente a los medios para exigir el respeto de los derechos. Y es éste el circuito que opera la vinculación discursiva entre consumo, información y opinión.

EL CASO DANIELA: DEL SUJETO DE DERECHOS AL SUJETO DE OPINIÓN

Un ejemplo paradigmático de este funcionamiento que describimos se observa en el tratamiento mediático del Caso Daniela. La madre de Daniela, Gabriela Oswald, recurre a los medios para reparar la presunta violación de los derechos humanos de la que había sido víctima. Aquí hay algo notable, porque quien “viola” los derechos humanos es precisamente el procedimiento jurídico. Se produce una tensión entre el discurso mediático y el discurso jurídico: el advenimiento de Gabriela a los medios desata el concierto de opinadores televisivos que polemizan sobre la naturaleza de la ley. En la esfera de la opinión, lo jurídico es un punto de vista, nunca un procedimiento. Pero sucede que, si la ley es opinable, no se acata. La ley es el principio formal del acuerdo, su condición fundamental. Por lo

tanto, no se puede “estar de acuerdo" con la ley. La ley no es a gusto del consumidor, clave de lectura que parece regir el sentido mediático de la ley. No puede haber consenso sobre el sentido de la ley porque ésta es necesaria precisamente cuando fracasa el acuerdo. Gabriela Oswald exaspera con su escalada mediática esta lectura del derecho en clave de opinión-comunicación. Se diría, en términos discursivos, que la tensión entre So jurídico y lo mediático pone de manifiesto el problema de las relaciones de fuerza entre discursos: quién inviste de sentido —con sus prácticas— al significante "derecho". O más estrictamente: lo que se disputa es el sentido mismo de la justicia. Hay que tener en cuenta que la ecuación derecho = justicia se instituye históricamente durante la modernidad. Pareciera que lo que está en juego es qué práctica le da sentido a la justicia: ¿lo justo es la resolución jurídica del caso según un procedimiento pautado o lo que yo opino que me corresponde en la escena mediática? Por otro lado, no hay que olvidar que si hay un derecho que parece alcanzarnos hoy a todos es el derecho de ir a los medios a defender nuestros derechos; recordar, en ese sentido el dispositivo de "participación” del programa de ¡VI. Viale: con ligeras variantes, se lo reconocerá en todos los programas televisivos. La tensión entre lo jurídico y lo mediático resulta bien clara en un artículo de Mariano Grondona publicado en Clarín el 24/06/95:

“.... Nuestros jueces siguen operando según los expedientes de un derecho escrito sin entrar en contacto visual y oral con el drama humano que se les presenta” (“El derecho natural no se puede negar"). ¿Cómo no ver en esta apelación a “ingresar al contacto visual y oral con el drama" una estrategia de imposición de sentido mediático a! derecho? Recordemos que quien habla es periodista y abogado. En ese sentido, la figura de Grondona resulta

paradigmática en esta pulseada discursiva.

CIUDADANOS Y CONSUMIDORES

La idea moderna de democracia como si-tema político tiene un fundamento que es el ciudadano como sujeto de la conciencia. La práctica propia del ciudadano es el acto consciente —y libre— de elegir a sus representantes; acto de libertad que sólo puede ser ejercido plenamente por quien ya es sujeto de derechos. Si los niños son los hombres del mañana, hoy no son sujetos de derechos. En esa perspectiva, la educación escolar adquiere sentido como protección del niño y como inversión hacia e! futuro. Se protege al débil, al que aún no es, para garantizar que adquiera la madurez mora! y cívica que lo ha de convertir en un buen ciudadano. Significaciones como la fragilidad y la debilidad de la infancia adquieren su sentido histórico ligadas a las prácticas de protección y formación de los niños ejercidas desde la institución escolar en función de la política de representación de! Estado. Estas prácticas instauran la temporalidad de la sucesión orientada hacia el futuro. El “no ser" y la "postergación" de la infancia se valúan retrospectivamente desde el mañana, momento supuesto de la plenitud de la vida. La significación práctica actual de democracia, que para simplificar llamaremos posmoderna, tiene como fundamento otra subjetividad: el consumidor. Las prácticas propias de este nuevo individuo son el consumo y la opinión. Se dijo que la figura del consumidor no distingue entre la subjetividad de adultos y niños. A lo sumo segmenta sus gustos. Prácticas como el consumo y la opinión no son para mañana; son prácticas actuales. Los niños son ya —tanto como los adultos— consumidores y opinadores. De modo que estas prácticas características del fundamento posmoderno de la subjetividad

instauran una temporalidad del instante. La temporalidad de 3o actual valúa positivamente significaciones como el placer, ; lo efímero, la búsqueda de "uno mismo"; la ausencia de obligación… Se protege al que es menos, al que aún no es; pero el que ya es tiene derechos. Por consiguiente, hoy no se protege a los niños sino los derechos de los niños. Este sutil –en aparienciadesplazamiento indica nada menos que la caída de la infancia. CONCLUSIONES Los desplazamientos y sustituciones discursivos analizados en este trabajo constituyen, tal como se postuló, el síntoma de la desaparición de la infancia. Vinculada con la caída práctica del ideal del hombre del futuro, tal desaparición es concomitante con el cambio radical de las políticas estatales de representación subsumidas en las prácticas de consumo. Cabe, por supuesto, preferir el reaseguro que otorga el reino de lo mismo. La idea del derecho siempre existió –puede decirse-, sólo que ahora, con la hegemonía de los medios democráticos, se hace extensiva a los niños. El psicoanálisis llama “neurosis actuales” a esas figuras recicladas en la práctica social, a la mirada que siempre ve lo mismo pero con envase nuevo. El enunciado –no poco frecuenteque dice “las cosas siempre fueron así” decreta –aunque suponga que su certeza le venga de afuera- “aquí las cosas son así”. Su repetición, además, congela el tiempo: ni convoca como reapropiación al pasado ni apoya al futuro como proyecto.

CAPÍTULO 6 LOS SIMPSON O LA CAÍDA DEL RECEPTOR INFANTIL

El interés de Los Simpsons, desde la perspectiva seis miológica, reside en su carácter de borde respecto de los géneros de consumo infantil: postula un receptor ubicuo, que se desmarca claramente del destinatario infantil tradicional de los dibujos animados. El signo más obvio de este desplazamiento es el horario nocturno de transmisión de la serie: hay que recordar que en la televisión abierta el hábito de la banda horaria para el público infantil no excede las 19 horas. Aun cuando LS se televisen formalmente dentro del horario de protección al menor, está claro que aparecen en un horario en que también pueden ser vistos con comodidad por los adultos. Pero conviene ir más allá de los aspectos pragmáticos, dado que es en los aspectos susceptibles de análisis se- miológico donde podremos ceñir los procedimientos discursivos que postulan ese receptor, que caracterizamos como ubicuo: es decir, las competencias de lectura que requiere la serie imponen un canon de lectura que excede con creces los hábitos de lectura infantil impuestos por la circulación tradicional de los dibujitos animados. En este capítulo vamos a analizar los procedimientos discursivos de ese canon de lectura como una operación más de la disolución de la representación moderna de la infancia; esta vez, lo que cae del universo moderno de la niñez es la figura infantil construida como destinatario tradicional de dibujos animados (cf. Cartoon Network e, incluso, el más actual Big Channel). Nuestra hipótesis sostiene que LS apela a competencias de

lectura novedosas para el género; y, por lo tanto, las impone a sus receptores. Eso se pone en juego en el uso de recursos tales como la intertextualjdad, la polifonía narrativa, las adjetivaciones propias del lenguaje cinematográfico y el trabajo del género al borde de las tópicas más comunes de los lenguajes masivos: tales son las operaciones discursivas que postulan un destinatario no infantil, en el sentido moderno del término. Se trata de dibujos, pero de dibujos que no son del todo para niños; ni, al menos por convención, tampoco del todo para adultos. Por consiguiente, estamos ante una operación bastante clara de borradura de la distinción tradicional entre mundo infantil y mundo adulto impuesta históricamente por los productos de la moderna cultura de masas. Philippe Aries ha señalado que la condición histórica que dio lugar a la institución de la infancia fue el ejercicio de una serie de prácticas (estatales, jurídicas, higienistas, filantrópicas, pedagógicas) que instituyeron en su operatoria la separación simbólica entre adultos y niños. Lo que hay que tener en cuenta es que LS no sólo apela a competencias de lectura novedosas —respecto de la codificación canónica de los programas infantiles—, sino que también entrena a los infantiles sujetos en esos saberes. El género no sólo actualiza lo que los niños poseen sino que instituye a sus pequeños receptores —en el caso de que se trate de niños— como lectores idóneos. De más está decir que esto no sólo pasa con los niños. En rigor, si todo texto postula un lector, lo notable de esta serie es que su lector no es el lector previsible por las convenciones del género: ni infantil, ni adulto. Llamémoslo, por ahora, lector ubicuo. Veamos entonces los procedimientos discursivos que le dan cuerpo a ese raro lector. Veamos si se sostiene la hipótesis de disolución de la infancia. En primer lugar, la intertextualidad. Como se sabe, la operación

básica de la intertextualidad es la puesta en diálogo de —por lo menos—dos textos. Esto da lugar a una serie de procedimientos que van desde el simple plagio a la parodia, momento de inversión, maduración y convencionalización de un estilo o de un género. El intertexto paródico no es una simple referencia, sino que constituye intrínsecamente —según una operación de inversión— el texto en cuestión. Pero, por eso mismo, la alusión del texto citado es sólo legible para un lector competente, capaz de leer en la cita la transmutación del otro texto. ¿Cuál es la naturaleza del intertexto de LS? Hay dos fuentes importantes y de distinto prestigio cultural: el cine y la literatura. Cine barato y cine de alto vuelo; literatura popular y clásicos literarios. Ambos registros aparecen maravillosamente traspapelados en la serie. Recordemos solamente el motivo popular de la noche de brujas, presentado en intertexto "cinematográfico" con el cuervo de Poe; el pacto fáustico mediante el que Bart vende su almita a Milhaus; la persecución de Homero a Bart en idéntico travelling al de Educando a Arizona. Se suele decir que uno de los placeres de la lectura es el provocado por la legibilidad del intertexto. Esta operación de lectura construye por lo menos dos tipos de lectores: el que lee las pistas del texto y el que no; la intertextualidad convoca así a una implicación subjetiva con el texto. En relación con los aspectos narrativos, menciono dos: el carácter no lineal de la narración y la proliferación de las rupturas temporales, asociada al primero. El procedimiento narrativo básico de LS es el de una historia contada en (por lo menos) paralelo con otra. Mucho se podrá decir de la ausencia de linealidad de la historia; para no abundar en la saturación de sentido, dejo las asociaciones pertinentes en manos del lector. Señalo un aspecto quizás banal, y es que ese mecanismo narrativo da paso a una complejidad textual ausente en los relatos infantiles clásicos y que, por supuesto, demanda mayor esfuerzo interpretativo que el relato lineal. La misma observación vale para considerar las rupturas temporales: anticipaciones y retrospecciones producidas magistralmente por medio del artificio del flash back y el flash

forward cinematográficos. De nuevo la intertextualidad, pero esta vez con los recursos semióticos del lenguaje del cine, de nuevo la apelación a competencias más complejas para el público infantil. Partimos ahora de la noción de polifonía. Nombramos así las relaciones entre distintas voces –caso de haberlas- en un texto. La relación entre las voces (los discursos) plantea en LS la problemática del estatuto del saber, de la verdad y de la autoridad, enunciada siempre en tono humorístico. La historieta hace hablar a una multiplicidad de discursos por boca de sus personajes: la ética protestante, el consumo, el feminismo, la autoayuda, el discurso del capitalista, etc., son los más frecuentes. Cada situación dramática hace hablar a las distintas instituciones: Springfield reúne en una especie de caleidoscopio a todas las instituciones posmodernas; todas están presentes, y lo curioso es que en un concierto de matices. Un procedimiento básico del modo en que operan las voces es la refutación narrativa del enunciado de los personajes: un primer plano presenta al dueño del supermercado (un inmigrante indú) que se alegra porque Marge, que le robó una botella de whisky, va presa: “Ahora vamos a estar más seguros”, sentencia. Inmediatamente, un plano más general muestra un remolque enorme que se lleva el negocio del supermercado completo: la enunciación refuta el enunciado. Lo interesante es que desde la trama narrativa se produce el cuestionamiento de la sanción institucional: la precaria tranquilidad del indú se ve burlada por el relato. La operación adquiere el estatuto de crítica práctica de los enunciados. El porte del camión, remolcador carga aún más las tintas sobre la burla. Este verdadero procedimiento de refutación es una operación decisiva en la modalidad de presentación de las voces; los

procedimientos narrativos (la voz y la mirada que narran la historia): son los encargados de ubicar, valorar y "enjuiciar" las otras voces. Hay realmente un juego de polifonía porque el relato organiza relaciones y posiciones entre las distintas voces. Y, como es la enunciación narrativa la que compone, no hay cierre ideológico del sentido; es decir, ningún discurso posee a priori el saber sobre la situación. Es la diferencia entre la enunciación que compone voces y la enunciación que compone personajes. Es por este lado por donde hay que ver también la obstinada negativa del relato a que los personajes se constituyan en héroes: su subjetividad resulta del encuentro con los otros, no tienen un papel fijo. Ahora, en la medida en que no hay héroes, todos los personajes están expuestos a la imbecilidad; aunque tienen también la posibilidad de la lucidez. Precisamente, porque la lucidez es una especie de efecto situacional de un discurso: Lisa puede contener a Bart y maltratarlo; Homero puede desafiar a su hijo pero también defenderlo y protegerlo, etc. La inteligencia es un efecto de enunciación, del modo en que el relato hace intervenir las voces, y en esas operaciones el uso de los recursos cinematográficos es decisivo. La crítica a las instituciones (y a lo instituido) es eminentemente práctica; va por la vía del absurdo, de la burla, de la inversión del estereotipo de los géneros. La crítica es la burla de los enunciados con las operaciones de la enunciación. Esta resistencia a constituir a los personajes en héroes pone otra vez de manifiesto la distancia de LS con las convenciones de los géneros infantiles tradicionales. Para terminar, lo que dijimos acerca de la tópica del "final feliz" vale como ilustración del modo en que la serie trabaja los estereotipos de los géneros masivos: inversión, trabajo en el borde, desmentida del enunciado por la enunciación y mutación del héroe en una voz son los procedimientos claves de la retórica de Los Simpsons. Con ellos se produce un nuevo lector que, como figura ubicua del texto, disuelve el clásico receptor infantil de los dibujos animados modernos.

GLOSAS MARGINALES AL ENSAYO SOBRE LA DESTITUCIÓN DE LA NIÑEZ

Ignacio Lewkowicz

1.

Un individuo tiene un libro en sus manos. Se dispone a

leerlo. ¿Es ya un lector? No nos apresuremos a suponerlo. Es un buen inicio, admitamos, pero admitamos también que sólo se trata de un inicio. El hecho de tener un libro entre sus manos no basta para hacer de su propietario un lector. A la vez, el hecho de que una cosa con letras esté ante unos ojos no basta para hacer de la cosa un libro. ¿Qué es lo que hace falta? Es preciso que el movimiento del texto produzca su lector. Es preciso que el lector constituya al libro.

2.

Se ha leído un libro. El lector, si se ha producido, no espera

unas observaciones que proporcionen los términos que, faltantes en la investigación, le daban secretamente consistencia: una garantía epistemológica, un relato cronológico, un contexto teórico, un aparato crítico erudito discretamente eludido en la presentación de la investigación. El lector, si se ha producido, no espera los elementos que faciliten un juicio epistemológico sobre la investigación, en términos de verdadero/falso, irreprochable/reprochable. El lector ha leído una intervención; ha sido interpelado o solicitado por dicha intervención: quiere continuar, obtener consecuencias, herramientas, esquemas, ilustraciones, objeciones productivas; quiere proponer ideas, tesis, rectificaciones estratégicas.

3.

La serie de observaciones que sigue intenta mantener esa

relación activa de fidelidad con las tesis presentadas en el Ensayo sobre la destitución de la niñez.

4.

La anotación de un texto puede tener varios modelos. Las notas que siguen bien pueden considerarse como otras tantas ventanas de hipertexto en conexión con el texto principal. Si el soporte no fuera nuestro venerable libro sino informático, constituirían otras tantas ventanas que, en el texto de la pantalla inicial, se podrían abrir sobre las palabras subrayadas. En la forma

que aquí se presenta, podrán leerse como anexos, como notas a pie de página en tanto excesivas o tal vez como ventanas. Esto, si se pretende ingresar en el estatuto contemporáneo del texto. Si se quisiera regresar a otra situación, bien podrían considerarse cómo marginalia, o quizá como anotaciones que pasan a formar parte del texto.

5.

Habrá además otros modelos históricos de relación entre un texto y otro que encuentra en el primero sus inferencias. Pero en este caso lo decisivo es comprender el tipo de conexión que se establece entre ambos. O al menos desechar la tentación espontánea de establecer entre ambos una relación jerárquica. Según la supuesta jerarquía espontánea, el segundo, por referirse al primero, transcurre en un nivel superior, en un nivel lógico meta. Los privilegios epistemológicos envían el primero a la posición de objeto; el segundo (meta) a posición de "conocimiento del objeto". El segundo, entonces, detenta la verdad del primero, según la concepción contemplativa de la actividad teórica.

6.

Pero, como el Ensayo constituye una intervención en un campo discursivo, el segundo texto se conecta con el primero en una relación, en principio, de solidaridad estratégica. Como el campo de intervención no es homogéneo y tampoco lo es la intervención misma, el contacto efectivo que establece suscita diversos efectos prácticos de sentido. La solidaridad estratégica aquí consiste sólo en intervenir anticipadamente sobre algunos de los efectos que pueden haberse suscitado en la lectura del Ensayo.

7.

Si hay algo de cierto en las consecuencias que la transformación en los soportes informáticos supone sobre las prácticas de lectura, una de las ventajas del hipertexto por sobre el texto-libro es que no prescribe un recorrido fijo sino que queda armado por la voluntad activa de la lectura. Los autores de los fragmentos proponen un horizonte de posibilidades. Pero la efectividad de la lectura depende de las operaciones del lector. Si la unidad material del libro supone una unidad de sentido —o una pelea contra la unidad de sentido—, la virtualidad hipertextual

aspira a una actividad de lectura que esté guiada no sólo por vocación turística. Estas observaciones constituyen, en esa línea, puntos de deriva posibles para la estrategia de intervención del Ensayo.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE EL GÉNERO INTERVENCIÓN 1. El estatuto actual de las ciencias sociales es más que problemático. No sólo parece vacilar la aspiración científica que caracterizó sus comienzos sino también la relación práctica que las diversas disciplinas habían establecido con las situaciones sociales en las que se habían constituido. Ni ciencias, ni sociales, las ciencias sociales corren el riesgo bastante serio de transformarse en disciplinas estrictamente universitarias. En tal caso, sólo serían disciplinas cuyo arco de azote es el propio dispositivo universitario: un círculo cerrado cuya actividad fundamental es la reproducción —en lo posible, ampliada— de su propio trazado. 2. Los Estados nacionales habían establecido unas condiciones tales para la actividad estatal y política que la producción teórica en términos de conocimiento parecía la única capaz de transformar las situaciones según parámetros racionales. El conocimiento de las situaciones proveía la inteligencia capaz de establecer los diagnósticos y los cursos de acción pertinentes sobre las realidades sociales. La realidad efectiva de esos Estados nacionales se ha desfondado y con ella se ha desvanecido la serie de condiciones que disponían al conocimiento de las ciencias sociales como una herramienta posible. El conocimiento sobre las situaciones contaba con canales capaces de hacerlo operar en las situaciones. O al menos eso se creía; y, al creerse, operaba. Sin ese andamiaje, las ciencias sociales constituyen el camino más

corto entre la beca y la denuncia. 3. Pero el zócalo habitual se ha desvanecido y las disciplinas de hecho cambian. Lo busquen o no, la efectividad de la transformación del mundo práctico que las constituye las transforma en otra cosa; —incluso si perseveran en sus hábitos fuera de las circunstancias que los determinaron. Sin transformación deliberada, las disciplinas sociales ingresan de hecho en la lógica de la oposición entre el dogma y la moda. Pero se abre otra posibilidad. No hay transformación de las situaciones sin transformación de fas estrategias, las herramientas y los agentes de la transformación. No es posible transformar sin transformarse. Si las disciplinas sociales perseveran en la antigua voluntad de inscribirse críticamente en las situaciones sociales qué las constituyen, sólo pueden trabajar si se transforman. Pero, a la vez, sólo pueden transformarse en conexión con la situación en la que intervienen. En conexión de trabajo con el síntoma de una situación, los discursos de intervención encuentran también sus propios obstáculos y con ellos la posibilidad de su transformación. 4. Así, la implicación de las disciplinas sociales en diversas situaciones no es un acto voluntario de solidaridad bondadosa con aquellos que la necesitan. Responde, por el contrario, a una necesidad interna para pensar la situación que las constituye. Un agente de estos discursos no se implica en otra situación para comprenderla, entrar en sintonía o colaborar con eso: no se trata de una empatía emocional metodológicamente requerida. El agente dé intervención permanece, a pesar de las evidencias en contra, implicado en la situación de partida, que es la de su discurso disciplinario. 5. Los problemas que imperceptiblemente lo aquejan en la situación de la que procede se manifiestan también en la que intervienen. ¿Por qué iría el agente de una disciplina a intervenir en la situación

que interviene? Las dos posibilidades espontáneas (mercenario o santo) no ofrecen más que falsas rutas; morales o inmorales. El tipo va porque está implicado ¿Por qué está implicado y va? Está implicado porque está tomado por un problema en su situación de partida. En esa situación de partida el problema que lo captura no es resoluble, ni siquiera formulable. Concurre donde concurre porque se siente convocado. ¿Cómo es que se siente convocado? Intuye, de algún modo secreto a priori que en la situación que convoca su intervención se juega algo de su problema, pero en una configuración en la cual ese problema puede especificarse, formularse, plantearse, y en el mejor de los casos, resolverse. Por eso esa situación en la que opera no es meramente exterior a la de partida. Está en el punto de intrincación interior/exterior: el vacío propio de una configuración discursiva. La situación sobre la que interviene es un subconjunto de su conjunto "actualidad". Las situaciones analizadas, subconjunto de la situación desde la cual aparentemente se analiza a la otra, son sitios de pensamiento para problemas específicos informulables en la presentación espontánea de la situación de partida. Hay dos subconjuntos de la situación de partida o actualidad. Las lógicas de uno y otro son heterogéneas. Por eso es posible ver en la lógica de uno (campo de intervención) lo que era imperceptible en la lógica del de partida. Así, el campo de intervención tiene una diferencia y una homogeneidad con el dominio de partida. La diferencia es neta: en una situación (subconjunto) es visible algo invisible en la otra. La homogeneidad es precisamente ésa: lo invisible en una se genera en otra (mediante la intervención misma) como visible, pero el problema existente en una y otra, visible o invisible, es el mismo. Compartir el problema no es una actitud voluntaria sino un hecho estructural. Esa conexión problemática hace que las disciplinas sociales puedan operar como disciplinas de pensamiento sobre la propia situación actual. 6. El Ensayo trabaja en torno de una mutación severa. Los Estados

nacionales han devenido Estados técnico-administrativos. La arquitectura práctica del universo de discurso nacional se ha deshecho. Algunas de sus instituciones están sometidas al proceso práctico de destitución: se ha desmoronado el zócalo que las volvía posibles. Ese zócalo tiene la misma naturaleza que el zócalo sobre el que se han constituido los discursos de las ciencias sociales. LA mutación, pensable en el campo de la destitución de la niñez, vuelve también pensable el proceso de destitución de las disciplinas de conocimiento de los sistemas sociales. Por implicación, la destitución de la niñez proporciona imágenes, esquemas, herramientas y problemas sobre la destitución de las ciencias sociales. La transformación del niño moderno, producto y soporte subjetivo de la institución infancia, genera pistas para comprender la transformación de científicos en universitarios; y también por la destitución de la figura del intelectual en nombre del posgraduado. UNA OBSERVACIÓN SOBRE LA ESTRATEGIA GENERAL Y LA DINÁMICA DE LA INTERPRETACIÓN

1.

El Ensayo es una intervención específica en torno de los síntomas actuales de la institución infancia; pero a la vez constituye una situación específica de trabajo para una estrategia general. Esta estrategia general surge de la conexión inmanente entre una serie de problemas prácticos que se presentan en las instituciones de tratamiento de la infancia y unos esquemas que intentan pensar ese tipo de dificultades prácticas como efecto de diversos desacoples discursivos. Estos desacoples sé producen en las distintas situaciones sociales cuando se altera el sustrato discursivo supuesto (o impensado) por la operatoria de un discurso, un dispositivo o una institución. La situación ha sido alterada en su naturaleza por la mutación imperceptible de alguna de sus condiciones discursivas mudas. Distintas configuraciones

sintomáticas vienen a indicar que entonces allí está trabajando un problema. Pero la dificultad específica consiste en que el problema no puede ser formulado por el conjunto de esquemas, ideas, referencias y metáforas propias del discurso que está padeciendo los efectos secretos de dicha alteración.

2.

Esta serie de fenómenos habla de una historización específica de los dispositivos que manifiestan los obstáculos y entorpecimientos. El discurso se historiza cuando toma cuenta de las transformaciones que han ocurrido en el sustrato discursivo; pero con ello no basta. Pues es preciso también que elabore toda una serie de transformaciones en su propia operatoria. Pero esta serie de transformaciones no se reduce al simple agregado de un término. La organización se había montado en base a unas condiciones imperceptibles que sólo se han manifestado en el acto de ausentarse. Las nuevas condiciones en el sustrato rebelde revelan implacablemente puntos ciegos de la organización hasta entonces eficaz. Pero, si esos términos que ahora se presentan como obstáculo real habían estado radicalmente excluidos del horizonte en que se ha constituido el discurso hoy problemático, su presentación actual exige alteraciones cualitativas. El discurso para el que han emergido como punto real se encuentra con su imposible situacional específico. No se trata sólo de un nuevo término antes inexistente; se trata, más profundamente, de la presentación de un imposible. Los axiomas que hasta aquí habían impulsado el proceso se convierten en obstáculos para el proceso mismo. Una alteración en el campo de los axiomas no puede considerarse como un agregado de un término faltante sino como alteración. El discurso se altera, deviene otro que sí. Aquí tiene sentido hablar de historización. El pensamiento de las mutación .de las condiciones ha revelado un imposible finalmente posibilitado; ha decidido la existencia de un término antes imposible; el universo de discurso se ha alterado en su estructura. La intervención sobre el zócalo discursivo alterado tiene efectos de historización.

3.

El nuevo término y sus consecuencias para la situación

específica .en que un discurso se encuentra ante sus impasses, naturalmente, no se deducen de la percepción de las mutaciones del zócalo. Corresponde a la institución o

el

discurso

en

cuestión nominar el término emergente, así como obtener las consecuencias fieles de esa nominación. En la situación específica sobre la que trabaja el ensayo, los agentes de las instituciones y discursos que trabajan en torno de la Infancia —y que encuentran dificultades para proseguir con el conjunto de hábitos y referencias establecidos— han de hallar las consecuencias,, que acarrea ¡a destitución de la niñez.

4.

Según la relación de implicación que ha sido tratada en otra observación, la mutación del sustrato discursivo acarrea consecuencias sobre las disciplinas sociales que lo analizan. Algunos fragmentos del Ensayo y algunas de estas Observaciones pueden ser considerados como la obtención de algunas consecuencias para las disciplinas convocadas en el análisis. La mutación de las realidades discursivas involucra también la mutación de los instrumentos de pensamiento implicados en el proceso. No hay cambio de las realidades sin cambio en la realidad de los esquemas de pensamiento que forman parte de esa realidad. Las herramientas puestas en juego para el Ensayo han sido elaboradas para la intervención misma: no estaban preconstituidas en una consistencia teórica aparte, dispuesta para ser aplicada. Si las herramientas han ido forjándose en el transcurso de la intervención (y ésa es la médula de la intervención para los discursos convocados), se comprende que haya inestabilidades teóricas, vacilaciones terminológicas, homonimias abruptas y sinonimias visibles (por ejemplo, en torno de los términos niñez, infancia, cachorro; o en torno de los. términos síntoma, real, interpretación; o de los términos institución, discurso, práctica). Pero esta comprensión no es un acto piadoso que permite algo indebido por las circunstancias atenuantes. El pará-

metro de validez no es la consistencia teórica del sistema sino la eficacia situacional de pensamiento.

5.

La intervención se diferencia del sistema en su tratamiento del resto. La intervención es una operación con resto. La presencia del resto —resultante de la intervención— es el indicador de que lo que ha acontecido fue efectivamente una intervención y no una reproducción o revelación de lo real en sí. Ese resto —o exceso— producido por la intervención es a su vez terreno de intervención. En una interpretación sobre un síntoma el que habla está tomado por eso de lo que habla. Oscila entre la posición de síntoma y de analista. La autocrítica es así la detección de los puntos en que, en la interpretación del síntoma, interviene el síntoma como supuestamente intérprete. La interpretación así también es interpretable. Como el intérprete está también tocado por el síntoma que interpreta, necesita de una nueva intervención que deslinde lo sintomático de la primera interpretación. Así aparece un aspecto decisivo de la intervención: el carácter activo del que escucha, o del que lee. Una intervención postula activamente al otro, en la medida en que lo necesita estructuralmente para escindir lo interpretativo de lo sintomático de la propia intervención. Ahora bien, eso ocurre sólo si el que escucha ha sido tocado por la intervención.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE LAS CIENCIAS SOCIALES Y LAS MODAS TEÓRICAS 1. En las actuales condiciones de trabajo, las ciencias sociales sufren un proceso de desorientación generalizada. La desorientación no atañe sólo a los agentes de las disciplinas sino también a las teorías mismas. Sin puntos problemáticos

de intervención, sin dispositivos efectivos de conexión con las situaciones de las que se tratan, la indiferencia ataca a las doctrinas que circulan en los medios académicos. 2. La lógica de selección de las teorías parece una vorágine sin ley, autónoma en sus movimientos sorpresivos. La vorágine, la hiperproducción teórica, pasa según el impulso de la moda para anular su efecto. Dicen que este es el vacío propio de los noventa: todo irrumpe para transformarse en nada. Del movimiento de irrupción y retirada parece que nada queda: una nostalgia más, una esperanza más, una decepción más. Pero estas esperanzas, decepciones y nostalgias ya no tienen la sorpresa de una apuesta sino la certeza de una fatalidad. 3. La lógica de la moda es implacable: renovación sistemática del material distintivo. Sin implicación práctica ni subjetiva, las teorías funcionan como emblema de grupo. Una nueva moda no viene a inaugurar una experiencia: viene a sustituir a las modas anteriores. La lógica no es la lógica de la serie, la sucesión, la interacción, el proceso, la historia o como prefiera llamar a esa imbricación temporal: es la lógica de las sustituciones sin resto. Las teorías no marcan ni son marcadas por el campo. 4. Las teorías funcionan como emblemas de grupos para diferenciar los grupos en ocasiones particulares, que pueden durar horriblemente. Cuando los grupos de intelectuales –el término es abusivo precisamente para esas circunstancias- no pueden diferenciarse por sus prácticas, sus implicaciones, sus apuestas, sus producciones, se diferencian por sus emblemas. "Estamos bajo esta otra bandera: evidentemente nosotros no somos ellos", pero sólo ‘evidentemente’.

5.

Donde no hay diferencias reales de implicación práctica y subjetiva, sólo hay diferencias imaginarias. Sin implicación práctica de una teoría, sólo hay el juego .especulativo., que compara consistencias, sin punto ¿real de anclaje para

discriminar. Se trata sólo de ver cuál teoría opina más lejos. De lo real, sólo se escucha la risa.

6.

Las diversas teorías sociales aspiran a dar cuenta de diversos aspectos de lo social. Pero también aspiran a dar cuenta de sí mismas. Ahora bien, si dar cuenta significa posibilidad de modificación de la posición subjetiva, para cada teoría tiene que advenir un real, un campo de intervención, un punto de implicación, un afuera interior en que se ponga a prueba o, mejor, se produzca su capacidad de operación. Si no hay otro de la teoría, todo es parte de la teoría: no salimos de su galería interna… Y en esas condiciones, en términos prácticos, cualquier teoría se convierte en doctrina; y las distintas doctrinas valen lo mismo. Se abre entonces uta tedioso debate sobre las formas de legitimación interna de estas doctrinas.

7.

En nombre de una supuesta modernidad construida ad hoc, se convoca al rigor epistemológico para que no todo valga lo mismo. En nombre de una posmodernidad simétrica, se rechaza por dogmática la doctrina epistemológica para adoptar la doctrina estetizante del gusto. Pero tampoco puede evitarse que las diferentes técnicas de legitimación (para que no todo valga: lo mismo) valgan, a su turno, lo mismo. Pues los mismos criterios puestos para legitimar las teorías aparecen a la hora de legitimar las técnicas de legitimación. Sólo el apunto de implicación es el que por sí propio selecciona los términos pertinentes.

8.

Sin algún exterior, sin algún punto de alteridad que funcione como causa, no hay punto respecto de! cual valuar la capacidad de las doctrinas, Lo único que ordena y jerarquiza las teorías y sus conceptos es su función de herramienta, de operador clínico, de transformador del mundo, en un campo práctico de implicación. La epistemología dura —que consiste en confundir rigor con rigidez— y la epistemología blanda—que simétricamente retoriza las preferencias del gusto—ordenan imaginariamente los méritos. 9. Las orientaciones posibles en este campo han quedado

establecidas hace tiempo: “Los filósofos han interpretado el mundo, de distintas maneras; pero de lo que se traía es de transformarlo." Entiéndase bien. Se llama filosófico al discurso que consiste en interpretar el mundo de diversas maneras: este mundo, aquel mundo, este fragmento, aquella parte, esa región. Pues se trata de transformar cualquier mundo dado, sus supuestos fragmentos o regiones. O, en otros términos, de transformar las situaciones. Las disciplinas sociales se orientan hacia la consistencia filosófica (dura o light) o se orientan hacia la transformación práctica. En el primer camino, transcurren imaginariamente en otro “nivel” —el nivel del conocimiento— que el de las situaciones. Discurren sobre las situaciones. En el segundo, operan en el mismo terreno sobre el que supuestamente discurren. La relación no es de aplicación' sirio de implicación. UNA OBSERVACIÓN SOBRE LA DESTITUCIÓN METADISCURSIVA DE LA INFANCIA 1. La lectura del Ensayo puede suscitar una pregunta insidiosa. ¿La destitución mediática de la niñez es una representación mediática de una realidad independiente de la representación o se trata de una subjetividad instituida? La respuesta del Ensayo es firme y problemática. Por un lado, el DMM representa; por otro presenta, o instituye; o destituye. El problema se vincula con el carácter discursivo de la representación mediática. 2. Partimos del hecho de que el DMM es un discurso. Se trata del discurso que en la situación en la que interviene el Ensayo se eleva al rango de metadiscurso. Como cualquier discurso, el massmediático pone en circulación unos enunciados a partir de unas prácticas de enunciación. Como cualquier discurso, la visibilidad del enunciado puesto a circular torna invisibles las prácticas de enunciación. Como las prácticas de enunciación no se reducen a las de emisión sino que están en conexión interna con las de recepción, lo que se

calla en el discurso massmediático son las prácticas de emisión y recepción. 3. Las prácticas de emisión que definen la posición de metadiscurso —aparte de los procedimientos específicos del DMM— son claras: prácticas de representación de otras prácticas. Las prácticas representadas son otras por el hecho de ser representadas, la enunciación propia queda abolida por integración en los procedimientos enunciativos propios de las estrategias de representación. El enunciado se traslada. Su sentido es sustancialmente otro porque el sentido es la enunciación, y esta enunciación es otra, porque es la propia del metadiscurso.

4. La invisibilidad de los procedimientos determina la invisibilidad de los efectos de esos procedimientos. Esta invisibilidad transcurre tanto en la emisión como en la recepción. Las prácticas de recepción son imperceptibles ante la evidencia del enunciado recibido. Pero la acogida de ese enunciado sólo puede darse si el receptor realiza determinadas operaciones inducidas por el discurso que lo dispone como receptor y del que forma parte. Y, si definimos como subjetividad propia de un discurso a la serie de operaciones requeridas para habitarlo, entonces la subjetividad producida por la pertenencia al universo hegemonizado por el DMM permanece secreta y eficaz. 5. El discurso se funda en la escisión entre los enunciados perceptibles y las prácticas de enunciación silenciadas tras la voz del enunciado. En términos situacionales y subjetivos., el sentido de esos enunciados es precisamente la fuerza silenciosa que, reprimida, los sostiene. Lo que mediante el discurso se dice encubre lo que el discurso hace. La eficacia del hacer se acalla en el ruido monótono del decir. El DMM, en lo que dice, calla lo que hace. No es mala fe: es puro efecto de estructura.

6.

El DMM, en el plano de los enunciados, representa una niñez exterior e independiente de él. Ya se vio en el Ensayo que la delimitación de un exterior es una operación propia del discurso hegemónico que encubre su hegemonía postulando esos puntos supuestamente independientes. Esa niñez que representa el DMM

puede ser tanto la modernamente instituida como la contemporáneamente destituida. Pero lo cierto es que también, en el plano de la enunciación, el DMM es una secreta práctica de institución de niñez contemporánea; y destitución correlativa de la niñez que los saberes modernos se han acostumbrado a confundir con la infancia a secas. 7. La existencia masiva de los agentes del DMM induce ya la sospecha de que el universo práctico en que se ha constituido la niñez de la era de la burguesía se ha alterado sustancialmente. Las horas consagradas a la lectura, escucha, visión y comentario del DMM habla de una mutación del zócalo práctico de aquella niñez tradicional. El hecho fuerte no es tanto qué se escucha, lee o mira, sino que se escuche, lea o mire en las condiciones prácticas del DMM. 9. El DMM puede tranquilamente imaginar que representa; puede, con la misma tranquilidad, ignorar que instituye. La infancia actual es una entidad mediática; 1o cual no significa que sea meramente representada, sino que también es instituida por las prácticas massmediáticas.

10.

Puede que se convoque a los saberes constituidos en el zócalo nacional; puede que se convoque a las opiniones constituidas en la percepción de los fenómenos contemporáneos. Esos saberes y opiniones serán representaciones propias del DMM. La figura del panelista difiere por el mensaje; pero el “medio" obliga a unos y otros a opinar. El medio obliga al receptor a opinar sobre las opiniones. La subjetividad cuyo criterio de verdad es la opinión se genera mediante estas prácticas y no mediante la propaganda ideológica acerca ele las virtudes de la opinión. Esa infancia endiablada con opiniones de adultos es efecto también de estas prácticas; esa infancia que no juega —en la medida en que no juega— es también tributaria de estas prácticas; esa infancia que tan poco difiere en sus prácticas hogareñas de las de los adultos es efecto de la subjetividad mediáticamente instituida como uniforme;

vale decir, admitiendo una casi infinita variedad de opiniones.

11.

Los saberes acerca de la infancia, instituidos por los discursos característicos de la era de la pedagogía moderna —con su correlato psicoanalítico de divulgación—, parecen ser la ideología dominante en el mundo de los enunciados mediáticos. Esos saberes, constituidos en otro terreno, han perdido el zócalo presentativo que los autorizaba como eficaces. La representación sin presentación es una condición sumamente eficaz para transitar fluidamente en el espacio de la opinión. El campo de enunciados del DMM transita entre los antiguos saberes y las nuevas imágenes de la infancia.

12.

El DMM parece emprender con renovada potencia la tarea pedagógica de divulgación de los saberes modernos. Parece estar al servicio de aquella infancia y sus especialistas. Pero ese decir es necesario para que su hacer quede encubierto incluso para los propios agentes. Con sólo representar al saber moderno, transforma ese. saber en mera representación; pero lo Ignoran unos y otros'(imaginariamente: conductores y panelistas). El DMM, a través de sus agentes propios o de los tornados de otros discursos en él representados, dice cosas acerca de los niños; pero al decirlas los hace sujetitos de opinión, consumo, imagen. Discurriendo así acerca del padre y el hijo, instaura de hecho la figura del consumidor padre y el consumidor hijo, cuyas diferencias generacionales ya no respetan el abismo de la institución moderna. Las relaciones no giran en torno del saber y la ley sino en torno de la información y el poder. Se trata, por ejemplo, del poder de decisión de las compras, mediante la posesión contemporánea de la información precisa por los niños, en lugar del impreciso saber genérico de los padres. En términos del discurso moderno sobre la defensa de los niños, esto puede llamarse mediáticamente "democratización de las relaciones familiares", pero el suelo práctico es realmente otro. Esta operatoria mediante la cual se convoca a los antiguos saberes para que realicen su apelación

ritual al retorno de un pasado supuestamente normal es la característica de los discursos restauradores. El retorno es una operación acaso posible en el espacio, pero imposible en el devenir. La ficción del retorno encubre la destitución de las condiciones que hacían posible eso a donde se pretende retornar. 13. El Ensayo toma síntomas de destitución de distinta raigambre. Hay prácticas que se presentan sin estar representadas (por ejemplo, la operatoria enunciativa del discurso massmediático, pero no es la única); hay representaciones que han perdido su umbral práctico de referencia. Las primeras constituyen singularidades efectivas; las segundas, excrecencias meramente enunciadas. Como síntomas son distintos; pero conducen al mismo punto: el agotamiento de ¡as prácticas de institución de la niñez moderna; la emergencia secreta de prácticas de destitución de aquella niñez y que inducen algunos rasgos subjetivos alterados. Pero de la destitución no se deduce la novedad: no estamos ante una sustitución de un término agotado por otro ya consolidado.

TRES OBSERVACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE INFANCIA PRIMER OBSERVACIÓN: terminología (cría, niño, infancia, etc.) En el transcurso del Ensayo y las presentes observaciones, es claramente señalable una inestabilidad terminológica en torno del término infancia. A veces el término designa una institución, específica, característica de la familia- nuclear burguesa, en el seno de los Estados nacionales, destinada a la producción genérica de ciudadanos. Pero otras veces parece designar una entidad real, no instituida socialmente, que transcurre permanente por debajo de las diversas instituciones sociales que se montan sobre ella. Así se puede llamar niños tanto a los modernos pequeños habitantes de la escuela y la familia como a los diversos pequeños biológicamente atestiguables en sociedades muy diversas y distantes. Así, también, se puede llamar niños a los actuales sujetos producidos en la destitución de la infancia moderna; correlativamente, puede también llamarse infancia —como sustantivo que espera un adjetivo— al conjunto de individuos que no han traspasado cierto umbral biológico en las distintas situaciones histórico-sociales; también puede llamarse infancia al modo en que las diversas sociedades instituyen esos años entre el nacimiento y la transposición del umbral que las sociedades consideran pertinente para ser aceptado entre quienes reúnen los requisitos del concepto práctico de humanidad propio de la situación en cuestión. No se intenta en esta observación establecer una nomenclatura prolija que defina las ambigüedades sino comprender un tanto más profundamente la naturaleza de esas ambigüedades (que no son del Ensayo sino de la realidad en la que interviene). 1. El problema consiste en la serie de dificultades para nombrar la diferencia entre el soporte biológico y la institución social que apoya sobre él. No es posible nombrar bajo rótulos diferenciados por la naturaleza misma de la institución. Si la institución cubre efectivamente el estrato real sobre el que apoya, entonces no son entidades diferenciadas; si no cubre, como parece ser el caso en la situación en que interviene el Ensayo, el estrato biológico que le subyace, entonces ese estrato queda sin nombre



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para ser designado adecuadamente. Los nombres serán forzados, sólo para indicar una diferencia que la institución hace imperceptible. La destitución lo hace perceptible. Pero esa percepción es engañosa: no presenta el desfasaje como estructural sino sólo como "desviación" respecto de la naturaleza de las cosas. Por otra parte, si la institución no cubre ese sustrato, no es por su incapacidad sobre ese estrato sustancial específico sino porque otras prácticas están moldeando ese estrato de modo tal que sus efectos impiden la captura integral por parte de la institución tradicional.

2.

El desfasaje, entonces, no se da entre el estrato natural sobre el que apoya la institución y la. institución- que apoya sobre él. El desfasaje constatable tiene dos procedencias diferentes y conjugadas. Por, un lado, como se verá en la observación acerca de los mecanismos de institución y destitución de subjetividad, cualquier tipo prácticamente instituido sobre carne y psiquis humana produce Un plus irreductible a la institución misma. Se trata del desfasaje entre la institución y. sus efectos pero no del desfasaje supuesto entre una representación sociocultural de la infancia y la realidad biológica que la subtiende. Por otro, el desfasaje se produce cuando sobre la misma carne humana indeterminada comienzan a operar prácticas distintas que la moldean generando efectos irreductibles a la significación establecida. Lo real de la infancia no es la resistencia de una base biológica que no se deja domeñar por las significaciones sino que resulta de un desacople en el plano sociocultural mismo. Si llamamos materia prima para la infancia al cachorro humano, tendremos que llamar real de la infancia al exceso práctico socialmente producido respecto de la institución dada. En nuestro caso, si las prácticas modernas instituyen infancia sobre la cría, las prácticas contemporáneas no sabemos qué instituyen, pero sí sabemos que destituyen las condiciones necesarias para dicha infancia: están en posición de real para la infancia moderna pero



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aún no han instituido su realidad específica. Podría convenir en llamarse materia prima de la infancia a 1a realidad -biológica indeterminada como humana-, realidad de la infancia a la institución eficaz que determina a su materia prima, y real de la infancia a las prácticas que intervienen sobre la materia prima —o sobre el exceso producido por la realidad de la infancia— destituyendo las condiciones de posibilidad de la institución pero sin instituir una subjetividad substitutiva.

3.

De esta complejidad efectiva deriva el fenómeno de incómoda homonímia en torno del término infancia. Pero no es todo. Pues por otra parte es preciso considerar que la relación entre las significaciones prácticas instituidas sobre el- estrato biológico y la carne sobre la que inciden es una relación de determinación. Ese sustrato no es una serie de determinaciones sobre las que se articulan representaciones que más o menos se le adecúan; en una serie cíe condiciones con severas indeterminaciones que se determinan por la vía práctica en la institución específica que una. sociedad específica hace de eso. Motivo por el cual la subjetividad instituida no establece una idea sobre la cosa sino 1a naturaleza misma de la cosa.

4.

Cuando en el Ensayo se habla del cachorro humano, quizá el término sea un tanto abusivo. Pero no por el lado de cachorro sino por el lado de humano. La especie no es humana sino sapiens. El cachorro no tiene en potencia la humanidad, que le es instituida según las prácticas establecidas como pertinentes para el concepto de humanidad instituido en la situación de referencia. Juan Vasen designa como cría a ese recién nacido sin estatuto humano. Esa cría no constituye lo real de la institución social de la infancia por dos motivos. Por un lado, porque respecto de las diversas instituciones no estará en posición de real indoblegable sino de materia prima maleable. Segundo, porque no es siempre infancia lo que se instituye prácticamente para determinarlas. Pero, entonces, ¿cómo llamar a esas diversas instituciones sociales que



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determinan lo que fue la cría en losprimeros años? El nombre no puede ser genérico sino específico. Y el nombre específico es el que cada sociedad instituye. Las tentaciones son frecuentes: parvulus, paidos, etc., parecen traducirse sin mayores dificultades, pero con eso se pierde lo esencial. Lo que tienen de traducible oscurece lo que tienen de intraducible.

Y lo que tienen de traducible son sólo los débiles parámetros exteriores de localización que muy poco dicen sobre la naturaleza de !a subjetividad instituida. Se puede considerar como corte pertinente en común —eso que proporciona la materia traducible de los términos— la edad. Pero cualquier corte por edades en el continuum biológico de los años va a remitir a un corte simbólico establecido como natural (de la naturaleza restringida de ese discurso en particular) en condiciones muy locales. Distintas sociedades establecen cortes simbólicos como edades de la vida en números de años muy disímiles. Y, por otra parte, el indicador de los años como, parámetro reduce los primeros años a un soporte material vacío sin cualidad que le proporcione una naturaleza. Eso en común, que determinaría el umbral de esencia traducible, es nada, es una pura red de condiciones indeterminadas. La subjetividad infantil es la serie de operaciones físicas y mentales que la cría es conducida a realizar mediante prácticas de crianza para habitar los dispositivos sociales destinados a producirla, custodiarla y promoverla al estatuto siguiente establecido por la sociedad en cuestión. SEGUNDA OBSERVACIÓN: LA INSTITUCIÓN DIFERENCIAL DE LAS CRÍAS

1.

Es conocida la lección de Legendre. 79 La experiencia humana no es una rama de la zoología de los primates superiores; la experiencia humana es irreductible a su infraestructura biológica. De allí que no baste, para que haya sociedades y humanidad, con producir carne humana: es preciso instituirla como tal. Pero instituirla como humana dista de ser una trivialidad clasificatoria; no alcanza con poner un cartelito indicativo de la pertenencia humana. Pues, si las monocotiledóneas pueden tranquilamente ser



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monocotiledóneas en la olímpica ignorancia de Linneo, nada de eso ocurre con la carne humana si se aspira a que sea humana. Para producirla como humana es preciso enorme esfuerzo, mediante el cual las sociedades arrancan a las crías humanas ríe su animalidad imposible.

2.

La adopción, así, es un fenómeno absolutamente general, coextensivo con las sociedades humanas. La sociedad entera trabaja para adoptar en los cuadros, de su humanidad instituida a ese nuevo eslabón de la cadena. Adoptarlo equivale a disponerlo como hijo, que en sí guarda al futuro ciudadano, súbdito, soldado,, o cordero.

3.

Las diversas sociedades establecen distintos procedimientos de humanización, procedimientos que inscriben al individuo dentro de los cuadros sociales que serán, para él y los suyos, sus soportes principales: La institución de humanidad se produce mediante la inscripción de la carne humana en un cuadro genealógico. Esa genealogía instituye los tres principios básicos mediante los cuales la palabra humanizado. La genealogía proporciona un principio de identidad (a partir del cual soy el que soy), un principio de diferenciación subjetiva (mediante el cual no me confundo con los otros ni confundo a los otros conmigo), un principio de causalidad (mediante el cual soy el que soy y no me confundo con otros porque fui engendrado por tales padres). No es preciso esforzarse demasiado para ver aquí la matriz de los principios lógicos de identidad, no contradicción y razón suficiente.

4.

La cría humana no es de por sí niño; tal vez ni siquiera es hijo. Es cría. De cría a hijo y de hijo a niño el pasaje fue efectivo porque así lo han instituido prácticamente las prácticas modernas burguesas. Para que haya niños y no meramente hijos o crías, fue preciso que se hayan dado una serie de condiciones. Pero estas condiciones se pueden reducir a una: separación y distinción de un espacio para los niños. Ese espacio está destinado a constituir la separación de dos mundos, a elaborar la separación y a preparar el



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tránsito de un espacio a otro. Por eso el operador clave de ese espacio es el juego. Pero el espacio del juego como tal sólo está formalmente instituido en el mundo burgués de las familias y la escolaridad. La delimitación de una percepción separada para el niño (por ejemplo, el estudio de las proporciones de Durero), de una ropa diferenciada que los simbolice como tales niños que juegan (ropa juguetona y ropa de jugar), de unas prácticas específicas (habitaciones, juguetes', cena y sueño, juegos y escolarización) hace que el niño sea efectivamente niño. Por fuera de la institución moderna, el concepto de niño resulta una traducción engañosa que se desentiende de lo esencial.

5.

Pues todas las delimitaciones modernas no constituyen el reconocimiento de la verdadera naturaleza del niño, velada del paleolítico inferior al Renacimiento, sino la institución específica de la infancia por la distribución de unas series de prácticas consustanciales con un período del régimen burgués de producción, con la organización en Estados nacionales, etc. Pero esa configuración laboral —que separaba el mundo de! trabajo del mundo del niño— e institucional se está hoy deshaciendo. Los soportes institucionales que hacían al niño (es decir, un humanito que juega) se van ausentando de la escena. La serie de prácticas que ahora despliegan los niños no coincide con lo que la institución moderna de la infancia nos había acostumbrado a percibir y esperar. ¿Esta mutación acarrea una destitución del espacio del juego, de la niñez, etc.?

6.

Prudentemente el Ensayo está lejos de profetizar: parece disponerse a observar cuáles son las mutaciones específicas producidas por los cambios de organización social en la subjetividad de las crías. Lo cierto es que Ignoramos radicalmente cuáles son las modalidades de infancia compatibles con el Estado técnico-administrativo, con la privatización general de las vidas o con el teleconsumidor como tipo subjetivo que sustituye al ciudadano. El tipo de infancia no es deductible: hay que esperarlo en las escenas en que realmente se manifiesta. Ya llamarlo infancia



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es una especie de anacronismo inevitable.

TERCERA OBSERVACIÓN: DIFICULTADES CONTEMPORÁNEAS DE INSTITUCIÓN

1.

En términos generales, el modo de instituir las crías depende del tipo subjetivo adulto del que se supone que constituye su destino. Si los Estados nacionales requieren del tipo del ciudadano, y si el ciudadano se define por su modo específico de relación con la ley, el Estado nacional establece el dispositivo familiar escolar de tal modo que los niños se organicen en torno de los principios legales. Desde el punto de vista de la subjetividad estatal requerida, la complejidad de la vida psíquica moderna aparentemente originada en las organizaciones familiares es sólo una delegación estatal tutelada para que las familias generen individuos capaces de vivir en un estado de igualdad ante la ley.

2.

Estas modalidades de institución de la infancia —la humanidad temprana, para decir algo que vacíe de contenido un poco más el nombre— que preparan para una vida adulta cuya subjetividad opera como meta, caracterizan las sociedades que tienen un modo particular de relación con la temporalidad. Si la infancia es preparatoria y si la sociedad sabe cómo preparar a esos niños, entonces esa sociedad funciona en base a una temporalidad programable. No hay preparación sin certezas —reales o imaginarias— sobre el devenir ulterior. Se prepara a una cría para un mundo que la espera con unas realidades fijas o con unos patrones de cambio predictibles (por ejemplo, bajo el paradigma del progreso). La temporalidad homogénea —fija o progresiva— socialmente instituida fija los carriles por los. cuales la crianza forjará las pautas subjetivas necesarias.

3.

Pero ¿qué sucede si la temporalidad socialmente instituida no pertenece al campo de la homogeneidad? ¿Qué sucede si,



179



como en nuestras formas sociales y doctrinas contemporáneas, el devenir ha devenido aleatorio? El tiempo caótico, determinado por la multiplicación de las velocidades de conexión y por la multiplicación de los centros de decisión autónoma o en red, afirma —quizá por vez primera, pero eso no significa nada— la positividad de unas realidades cuya característica asumida es la impredictibilidad. Las situaciones se nos presentan como autónomas y no como parte integrante de un conjunto abarcador llamado "la época”. La serie de situaciones parece carecer de un ordenador secuencial que torne previsible el término siguiente.

4.

Hasta aquí —y el Ensayo sigue funcionando en ese es-

quema—, era posible pensar en términos de subjetividad de época. En la medida en que el tiempo socialmente instituido proveía una serie razonable de pasos o secuencias —tanto para las vidas individuales como para los procesos colectivos—, el conjunto de las situaciones

estaba

—imaginaria,

vale

decir,

eficazmente—

integrado en una totalidad de época. Los rasgos subjetivos adquiridos en una -etapa de la vida e>"\n pertinentes para la siguiente porque lo mismo se desplegaba bajo la forma del progreso. El término siguiente estaba instituido como el despliegue de lo que el anterior contenía en potencia. Pero nuestro devenir contemporáneo postula que los ámbitos de restricción del azar se han limitado severamente, que el futuro es una incógnita. Consecuentemente, la preparación característica de la humanidad temprana presenta un signo de interrogación y uno de perplejidad.

5.

La multiplicidad dislocada de situaciones sustituye a la

serie armónica de la época. La. subjetividad pertinènte para habitar una situación no proporciona recursos para la siguiente pues se ignora explícitamente cuál es la siguiente. La subjetividad no es de época sino de situación. Lo cual da lugar a dos posibilidades. O bien, en la medida en que nada se sabe según la temporalidad caótica instituida, para nada se



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prepara a las crías —y la crianza consiste en esos pactos de amistad y felicidad mutua en la instantaneidad de las satisfacciones—, o bien se asume como un dato positivo que la temporalidad previsible ha sido archivada. En tal caso, no es que nada se sepa del futuro, sino que se sabe que diferirá del presente, que el tiempo que han de vivir las crías actuales en un futuro es un tiempo de sorpresa, imprevisible. Pero entonces podrán ser preparadas porque se sabe lo esencial. Si

bien

quizá

todos

los

demás

núcleos

subjetivos

permanezcan indeterminados y abiertos (la relación con la ley y los poderes, los criterios y procedimientos de producción de verdad, los modos de determinación y asunción de la responsabilidad), la relación con la temporalidad instituida podrá ser determinada. Habitar la sorpresa y la imprevisión requiere también de una preparación. ¿Qué discursos, qué prácticas, qué dispositivos estarán a cargo de la tarea?



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TRES OBSERVACIONES ACERCA DE LA CRÍTICA PRIMERA OBSERVACIÓN: LAS ESTRATEGIAS DE LA CRÍTICA

1.

La crítica tiene su historia. También forman parte de esa historia las diversas definiciones que pueda adoptar el término "crítica"; e inclusive esa historia también se nutre de las impugnaciones críticas que ha sufrido el término. Aquí se llama critica a un campo difuso de fenómenos acaso heterogéneos pero que tienen una característica común: están animados explícita o secretamente por la tesis según la cual el pensamiento altera la configuración de las situaciones, y la convicción concomitante de que es ése el sentido y el destino del pensamiento.

2.

La crítica tiene su historia, pero esa historia no es sólo una historia epistemológica de modelos o paradigmas puestos en juego en la tarea crítica. El devenir de las formas de la crítica depende fundamentalmente de la eficacia que, en su cometido, van hallando las distintas tácticas utilizadas. No importa aquí el hecho —sin embargo, decisivo— de que las teorías críticas puedan ser ciegas al motivo de su eficacia tanto corno al de su caída- en esterilidad. Lo decisivo es que las condiciones que traman la historicidad de la crítica suelen permanecer ocultas en la visibilidad extrema de la vigencia o la impugnación epistemológica de modelos o paradigmas. Más claro: si una teoría crítica cae en esterilidad, probablemente no sea porque su modelo o paradigma haya sido impugnado por alguna epistemología. Se trata, simplemente, de que esa teoría no ha encontrado el modo de producir sus efectos anhelados en el campo elegido. Pero la idea idealista de la crítica seguramente atribuirá el impasse productivo a alguna falsación en el modelo. Quizá se trate precisamente de lo contrario: la sucesión de modelos epistemológicos de la crítica seguramente se deba a



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impasses prácticos que, no asumidos en interioridad por la rectificación epistemológica, gobiernan secretamente a distancia los requerimientos para la nueva estrategia que se quiera activa.

3.

Así, la historia más visible de la crítica se lee en el cambio de modelos críticos. Por eso presento, en principio, un ejercicio un tanto formal para caracterizar una serie de modelos críticos. Luego, el movimiento se va a complejizar. Este ejercicio formal puede dar alguna luz para describir los distintos modos de proceder en la crítica. Pero la descripción deja en suspenso la explicación (siempre sucede cuando se enumeran descripciones narrativamente conectadas). La explicación se sitúa en otro terreno, frecuentemente invisible en el movimiento que la crítica encara para atravesarlo. La explicación de los cambios de paradigma —y de su vigencia— depende de las condiciones efectivas de la capacidad de intervención que tienen las estrategias críticas. Una estrategia no se abandona por epistemológicamente superada; se supera epistemológicamente por estar prácticamente agotada.

4. En el primer paso formal, puede ser útil un uso un tanto escolar de un núcleo del pensamiento lacaniano. Las exégesis varían, pero las letras RSI para Real, Simbólico, Imaginario constituyen una marca inconfundible de tres registros heterogéneos. Esas tres modalidades podrán caracterizar tres estrategias críticas diferentes. Una estrategia crítica que toma su paradigma de I, una que lo toma de S, otra que lo toma de R. Sabemos —aunque no sepamos otra cosa— que R, S son dimensiones de un nudo borromeo: cada anillo es a su vez R, S e I. Esta distinción en rigor es puramente de énfasis; no son entidades, estratos o niveles. En las tres estrategias hay S, hay R, hay i. Una predomina.

5.

La crítica consiste en remitir lo que en un plano que aparece como totalidad evidente a otro plano que muestra que las cosas eran de otro modo. Desde Platón, la estrategia de la crítica es la remisión de la doxa a la episteme. La doxa es saber de lo que



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aparece. En cambio, el valor de la episteme varía radicalmente de estrategia en estrategia, según si la R, la So la I tienen valor hegemónico.

6.

Una primera estrategia que consiste en la remisión del ¿saber de lo que aparece a un saber de lo que no aparece pero es más esencial. La primera estrategia crítica remite del imaginario aparente a una parte de la realidad más real que la que se presenta, con mayor intensidad ontológica. La apariencia es casi no ser, la realidad esencial es la plenitud a el ser. Esa realidad esencial está en sí determinada, especificada por sus propiedades, maligna o torpemente encubierta por las falsas propiedades de la apariencia. Podemos llamarla crítica sustancialista o positivista: es la remisión —en el interior de lo real— de un estrato superficial a un estrato más profundo. Es un positivismo de dos plantas cuya operación es esa remisión de una parte degradada- a una más esencial, pero sigue siendo una operación en el interior mismo de lo real poblado de entidades por sí determinadas. La operación básica de esta crítica sustancialista está guiada por la metáfora del fundamento, la metáfora de la profundidad, de todo lo que es de difícil acceso. Se trata del primer umbral de la crítica, que opone a una consistencia falsa una realidad verdadera, visible para quien pueda y sepa verla. Este primer umbral es el que predomina prácticamente —sin dominar en la ya reflexión sobre sí— en la espontaneidad crítica que impugna una realidad por meramente falaz.

7.

La segunda estrategia nace con el nombre de crítica.

También es una remisión de lo que aparece a otra instancia. Pero en este caso la remisión de la doxa a la episteme es la remisión de lo que aparece, lo imaginario, a un orden simbólico que lo posibilita. Es la remisión de lo posibilitado a su condición de posibilidad. Ésa es la crítica que abrumadoramente desarrolló el estructuralismo. Nunca la estructura es la causa de lo que se presenta como determinado pero constituye la red de condiciones determinadas cuya operatoria permite la presentación de lo estructurado.



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8.

Ahora bien, estas dos primeras, la crítica estructura- lista y la sustancialista, arraigan las dos en una ontología identitaria y pueden funcionar como teoría crítica en la medida en que distinguen siempre dos niveles: el primero, el que aparece y el segundo, el que aparece para un ojo más claro. Las dos pueden tener estatuto de teoría porque el ojo que ve más claro puede ver ese segundo nivel escondido en la medida en que el segundo nivel está tan estructurado como el primero. Es decir que la distinción entre dos niveles termina sancionando la distinción entre teoría y práctica. Cuando se sanciona la distinción entre teoría y práctica, es que hay posibilidad de conocer teóricamente el nivel más esencial.

9.

La tercera estrategia —si la primera era la remisión imaginaria del presentado a un esencial escamoteado, pero también presentado; si la segunda era la remisión del presentado a las operaciones simbólicas que lo posibilitan— consiste en la remisión del I a lo .real de las fuerzas que lo producen. Ya no es de las operaciones cuya combinatoria produce ese imaginario, sino a los poderes que se determinan produciendo realidad. Aquí la remisión real es de la consistencia imaginaria a una inconsistencia de base que se determina en los efectos de superficie. Se trata de una operación indeterminada de remisión de una determinación presentada a la indeterminación que la ha producido. El estatuto de la crítica aquí no puede ser de teoría crítica sino de intervención crítica. Porque sólo la intervención funciona en el mismo plano práctico de inmanencia. Se concibe que las fuerzas o los poderes sólo se determinan en su ejercicio. Aquí, la crítica no remite a una entidad o una estructura de condiciones: no hay una episteme determinada tras la doxa. La remisión consiste en el acto de intervención y no en una episteme obtenida.

10.

Cuando la crítica toca el punto en el que se convierte en intervención, queda disuelto el límite entre práctica y teoría que en la. versión tradicional corresponden al par doxa/episteme. Estalla



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entonces el problema de la relación entre las prácticas y loé enunciados críticos. La teoría, ojo que ve una segunda escena, se desarticula cuando no hay segunda escena y tiene que irrumpir en la primera para hacerla seguir otro curso que no estaba prefijado en libretas terrestres ni celestes.

11.

Queda una última cuestión ligada a las operaciones de remisión. La primera, la remisión imaginaria del i al ¡, se da según el principio integral de causa. El principio integral de causa aquí es el principio según el cual un fenómeno es causado si concurren las causas material, formal y eficiente. En esa línea las causas final, formal y material aseguran la continuidad de lo que ya era, en la medida en que funcionan prácticamente como un principio de razón, un principio de razón que establece una proporción entre las dos realidades. Siempre hay un principio de semejanza. La causa eficiente actúa, pero vigilada muy de cerca por las otras tres; está en posición de agente, y tiene que ver con la operación más elemental que es la actualización de lo. que está en potencia, la realización de lo que ya .estaba.

12.

En la segunda crítica, la operación ya no es la búsqueda de la causa sino las condiciones. Lo que interesa es la relación y no la proporción entre lo posibilitante y lo posibilitado. Lo posibilitante es siempre un cubo algebraico de las condiciones: se pueden poner doce, dos o cien, da lo mismo. Pues se trata siempre de un álgebra forma que se presenta como una combinatoria rica. La categoría clave ahí es la de condición de posibilidad. Pero esa condición está aún muy tomada por su semejanza con lo posibilitado: lo efectivamente dado no es más que la actualización de uno de los posibles contenidos a priori en las condiciones.

13.

En la tercera crítica, la remisión es siempre la saga de la causa eficiente; el hacer de la causa eficiente es precisamente azar en el sentido más fuerte, en la medida en que no funciona regulado ni por un sistema a priori de condiciones de posibilidad ni por un sistema a priori de razones que predeterminan el efecto.



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15. Éste era el esquema del que partió la investigación en la que se basa el Ensayo. La tercera estrategia se proponía como capaz de atravesar las dificultades que habían llevado a los impasses de las primeras dos. Pero quedaba mucho aún por recorrer para alcanzar unas formulaciones críticas capaces de determinar activamente las exigencias formales de la tercera estrategia de remisión.

16.

El derrumbe del mundo que había producido la infancia era también el derrumbe del mundo que había posibilitado la emergencia y la eficacia de las dos primeras modalidades epistemológicas de la crítica. El universo discursivo que el Ensayo llama Estado nación era el que aseguraba la distinción entre teoría y práctica así como la eficacia práctica de las teorías críticas. Su desvanecimiento tenía que ofrecer una serie de obstáculos inanticipables en el momento de emprender la intervención crítica. 17. Porque, en este caso, ¿qué eran las fuerzas y los poderes? ¿Cuál era la eficacia de estas categorías para pensar las instituciones, sus condiciones, sus prácticas, sus discursos? ¿Qué eficacia iban a tener los recursos de las diversas disciplinas para esta remisión? ¿Cómo se iban a articular estos recursos con los conceptos de síntoma, institución y destitución? ¿Cuáles eran los requisitos ontoló gicos pertinentes para comprender y operar en este régimen? ¿Y cuáles eran las consecuencias sobre la propia imagen de la crítica que derivaban del hecho de haberla emprendido? ¿Cuáles eran los conceptos de sujeto y de subjetividad compatibles con esta comprensión y práctica de la tarea crítica? ¿Qué imagen del pensamiento era pertinente para la imagen actual del pensamiento crítico?

18. Son problemas que han ido determinándose con el correr de la empresa crítica del Ensayo. Algunas de esas determinaciones son explicitables en estas observaciones. Otras, aún no, y cuentan como tarea activa del lector. SEGUNDA OBSERVACIÓN: MATERIALISMO E IDEALISMO EN LAS ESTRATEGIAS CRÍTICAS ACTUALES



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1.

La tercera estrategia de remisión crítica tiende a tornarse hoy hegemónica; si no en el terreno de la crítica efectiva, al menos en el plano del desideratum. Vivimos en un mundo muy contemporáneo: nadie quiere aparecer explícitamente en posiciones que supuestamente han quedado atrás —así funcionan los imperativos de la moda universitaria. La remisión crítica actual abunda en declaraciones en torno de las indeterminaciones, de la vacancia del sentido, de la posibilidad de interpretación ilimitadamente abierta. Pero puede tratarse de una treta más del idealismo. En este contexto, idealismo es el nombré de las estrategias que afirman el carácter ideal de las ideas, la escisión entre teoría y práctica, el juego de la interpretación independiente de las operaciones prácticas de intervención. Se ha dicho ya mucho en torno del hombre vacío posmodernidad. Podemos agregar una nueva determinación. Podemos llamar ideología posmoderna a la orientación actual que sostiene la estrategia de remisión de lo que se presenta a. unas fuerzas siempre y cuando la remisión sea una operación teórica; correlativamente, podemos llamar pensamiento contemporáneo a la estrategia de remisión que prácticamente opera en el mismo plano de las fuerzas que han constituido el campo y el síntoma sobre el que interviene la intervención. Será preciso entenderse sobre el carácter materialista —sobre el carácter contemporáneamente materialista— de la estrategia crítica del pensamiento contemporáneo.

2. El materialismo difiere del realismo: para el realista las situaciones son datos de la realidad; para el materialista, son productos. El sentido de producto es el modo de producción de esas situaciones. El modo de producción de las situaciones es la determinación discursiva del combate entre fuerzas. La crítica es la remisión a las causas inmanentes; es decir, al proceso de determinación de las fuerzas. 3. Si las prácticas de enunciación remiten a la inmanencia



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práctica de la situación, el enunciado desarraigado remite a los poderes de la trascendencia. Si la enunciación refiere a la productividad de la inmanencia y si la interpretación se orienta a la enunciación, entonces se invierte el camino tradicional de la interpretación: no apunta hacia trascendencias que están más allá del enunciado sino a prácticas de enunciación que están más acá del enunciado.

4.

Será preciso comprender que el supuesto giro lingüístico de la filosofía es una entidad académica sin mayor eficacia en distintos campos de pensamiento inmanente. Será preciso comprender que los juegos de lenguaje no son más que el doble oficial, atenuado y compatibilizado con la máquina universitaria editorial, de la crítica inmanente de las prácticas de enunciación. Lo cierto es que estamos ante otro movimiento, que podría llamarse —esta vez paródicamente— el giro ontológico del pensamiento. Pero entenderse al respecto no es sencillo. Porque ¿cuáles son las condiciones en las cuales emerge este aparente retorno de la ontología? La estrategia estructuralista había sentenciado el fin de la ontología por metafísica; vale decir, el peor nombre del idealismo. Correlativamente, había establecido el primado filosófico de la epistemología. ¿Por qué retorna? Retorna en fidelidad con la filiación crítica del pensamiento. Si la estrategia estructuralista ha dejado de producir efectos críticos, entonces es porque las condiciones efectivas del proceso crítico impiden seguir pensando activamente bajo el mismo régimen. La ontología surge como requerimiento del pensamiento crítico. Era precisa una noción de ser capaz de aceptar la productividad inmanente de las prácticas, del pensamiento. Era preciso que el pensamiento organizara un cuadro en el cual el pensamiento fuera capaz de producir efectos reales, es decir, en el seno del ser. Era preciso que el pensamiento produjera una realidad del ser capaz de admitir la realidad del ser por el pensamiento. Era preciso que el pensamiento crítico dispusiera de unos conceptos del ser capaces de admitir el devenir



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no reglado de las situaciones en las que intervenía. La emergencia de la ontología en el seno del pensamiento crítico habla de los impasses de una estrategia agotada y de una inversión materialista del materialismo. El pensamiento, en adelante, no opera desde fuera —bajo el esquema del conocimiento moderno, opera en la inmanencia. 6. Así, las estructuras teóricas pierden primacía frente a las estrategias críticas. La epistemología la pierde frente a la ontología. La consistencia trascendente pierde primacía frente a la productividad inmanente. La posmoderna es crítica teórica de consistencia: sólo, señala los puntos de inconsistencia para proponer una consistencia más plena. La crítica posmoderna señala las inconsistencias para insistir en el carácter ficcional de las construcciones. Como unas ficciones son tan ficciones como otras, entonces es posible. La crítica ontológica no señala sino que interviene, agrega, produce. No es teórica ni práctica. 7. El sentido en una situación normal es el sentido práctico en la inmanencia: lo que se produce como sentido bajo la hegemonía de la práctica dominante. En una intervención, el sentido no procede de la potencia de la práctica dominante sino de una interpretación. Pero este sentido no está determinado por el sujeto del conocimiento sino desde la inmanencia de la práctica que interpreta. Como esta práctica que interpreta se inscribe forzadamente en la situación, la interpretación es, por eso mismo, intervención.

8. La actividad teórica tiene que asumir su materialidad. Se trata de estrategias en un campo de fuerzas (esta teoría es también una estrategia). Los términos sobre los que ha insistido el Ensayo entonces son: situación, campo de intervención, dispositivo de intervención.

9. Esta estrategia materialista del pensamiento contemporáneo difiere entonces esencialmente del idealismo posmoderno. Sólo pueden coincidir entre sí cosas tan diversas para un tercero.



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Ese tercero suele ser la herencia dogmática deshecha del materialismo moderno, bajo las especies de la crítica sustancialista o estructuralista. Ese materialismo moderno cree combatir el materialismo de las fuerzas refutando a su opuesto estratégico que es el idealismo posmoderno de los enunciados. Puede valer todo lo mismo si se trata de enunciados, pero jamás si se trata de fuerzas. El pensamiento contemporáneo es materialista en su concepción: pero también lo es en su estrategia. Las fuerzas —nombre actual de la materia— o las prácticas —nombre para las fuerzas en el campo de lo histórico-social— están presentes en ambas dimensiones del discurso crítico. La crítica materialista es doble: desarticula por remisión a unas fuerzas interviniendo como fuerza crítica en el campo de las fuerzas criticadas.

10. La confusión más severa —desde la mirada de! materialismo moderno, característica de las dos primeras estrategias de la crítica— se genera en torno de la palabra discurso. Pues el mismo término puede remitir a la estrategia posmoderna del giro lingüístico o a la estrategia contemporánea del giro ontológico. Desde el punto de vista del materialismo moderno, discurso sólo puede ser interpretado como lo otro de lo real, como palabra que tiene una relación conflictiva con los referentes reales. Discurso, en su comprensión, no puede más que remitir a los detestados juegos de lenguaje, al reino independiente del enunciado: idealismo tradicional. Pero el discurso es una categoría que no pertenece al campo posmoderno sino al del pensamiento contemporáneo. Pues el discurso se define como escisión entre los enunciados y las prácticas de enunciación. El sentido de los enunciados es la red de prácticas enunciativas en que se enuncian. Las prácticas de enunciación se determinan en el enunciado que las expresa y reprime. El campo del discurso, lejos de ser el campo abstracto del lenguaje, es el campo de inmanencia real de las prácticas que componen las situaciones sociales. Así, el pensamiento crítico tendrá que ser pensado en el terreno discursivo. Ya no se trata de



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la idea teórica que busca un medio para materializarse. El pensamiento crítico tendrá que hallar el modo de ser efectivamente a la vez su propio procedimiento crítico. La tarea dista de estar consumada.

TERCERA OBSERVACIÓN: PROCEDIMIENTO CRÍTICO

PENSAMIENTO

CRÍTICO

1.

El pensamiento se tiene que definir como crítico. Sobre todo si pensamiento se refiere a la acción y el efecto de pensar, y no a la colección de los enunciados ya pensados. Porque si se define, como acción —acción a la vez especificada por sus efectos— es preciso postular que el pensamiento es la actividad generadora de enunciados que para la situación en que se formulan tienen valor de novedad. Para que tengan ese valor de novedad, los enunciados no tienen que probar que nunca antes habían existido (ésa es la idea más nula de novedad); más bien tienen, que atravesar un obstáculo específico de la situación. Pero si efectivamente atraviesan ese obstáculo, si despejan un camino antes indiscernible, entonces esos enunciados tienen un efecto específico: el trastorno de los parámetros que estructuraban la situación antes de que el pensamiento viniera a constituirse como disolvente. Dicho así, pensamiento crítico puede ser una redundancia.

2. El pensamiento crítico (si obviamos la redundancia implicada en el nombre) se caracteriza por su modo de producción de verdad. Se lo puede oponer con algunas ventajas al pensamiento sistemático cuyo paradigma es la teoría. La producción de verdad para un pensamiento sistemático se liga siempre con la coherencia interna, la deductibilidad metódica de los enunciados verdaderos a partir de otros cuya verdad ya está



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Y

atestiguada, por la adecuación respecto de un campo de fenómenos que define como la realidad (o su realidad). El pensamiento crítico produce un tipo de verdades definidas no por su procedencia sino por sus efectos: efectos de trastorno de las coherencias dadas, de rectificación, de torsión sobre los enunciados dados hasta entonces como válidos y estructurantes. Si los enunciados se sostenían en las prácticas de enunciación y si el discurso que constituían determinaba la subjetividad del habitante de la situación, el pensamiento crítico forzosamente tiene que alterar en algo el campo de la subjetividad constituida en la situación en la que interviene.

3.

Pero el pensamiento crítico tiene que hallar los modos pertinentes para que sus enunciados precisamente produzcan sus efectos. Si no lo hace (si no los busca o no los encuentra, da más o menos lo mismo), el pensamiento crítico revela otro sentido posible de su nombre: pensamiento crítico = pensamiento en estado crítico. Esta acepción del término describe más o menos bien el funcionamiento ya establecido actualmente del pensamiento crítico heredado: en ausencia de los procedimientos que lo volvían eficaz, repite sus mañas como signos de distinción, sin que la verdad que pretendidamente portan sus enunciados tenga más efecto que la identificación imaginaria de su enunciador (soy crítico, somos contestatarios, no nos rendimos, bla, bla; yo soy muy crítico, ergo lo que tengo en la cabeza es pensamiento crítico).

4. Habitamos una situación en la que se agota una modalidad de ejercicio del pensamiento crítico. Esto no es poco, sobre todo si consideramos que es el procedimiento efectivo el que califica como crítico al pensamiento que se ejerce a su través. Que se habite el agotamiento de una modalidad de ejercicio equivale a postular que se habita el agotamiento del pensamiento crítico mismo. Porque hasta ahora quedaba establecido que no hay pensamiento crítico sin procedimiento crítico. Pero es preciso dejar de suponerlo para postular el del procedimiento como campo de pensamiento



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efectivo: el procedimiento tiene que ser pensado a su vez con tanto rigor y audacia como las ideas puras, que sin ideas prácticas son puras ideas.

5. La distinción puede resultar un tanto forzada, pero es necesario por ahora mantener el forzamiento de esa distancia. Porque, si no hay pensamiento crítico sin procedimiento crítico, podría uno imaginarse que, si hay una serie de ideas que se presentan como críticas de la consistencia de una situación, entonces —aunque sea de un modo secreto— hay un procedimiento que permite generarlas. Pero sería un derroche de confianza irresponsable: las ideas supuestamente críticas no aseguran la existencia del procedimiento que les sea consustancial. Cuando los procedimientos están establecidos y son eficaces, es posible desentenderse de ellas para discutir a propósito de los contenidos que es preciso poner a circular por esas vías. Pero en nuestras condiciones más bien estamos en el problema inverso. Sabemos mucho, pero poco es lo que sabemos hacer de activo en las situaciones sociales.

6. De ahí se deriva una tarea. El pensamiento crítico se vuelve crítico de los puntos en que su propia consistencia tambalea. La auto-crítica, en sentido estricto, exige que no se pronuncie ningún arrepentimiento: más bien exige que, de la misma manera que se atacan los puntos sintomáticos de una situación, se ataquen los puntos ciegos de la situación actual del pensamiento crítico. La ceguera actual del pensamiento crítico es la inercia de sus procedimientos: es estratégicamente fiel a su propia modalidad que el pensamiento crítico sitúe como blanco de intervención esa ceguera propia que lo anula en un anacronismo estéril.

7. La modalidad de ejercicio agotada es tributaria de una serie de supuestos básicos en la configuración moderna del pensamiento político. Como la categoría moderno puede significar cualquier cosa y su contraria (vale decir, no es una categoría sino una coartada),



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es preciso definir un uso local. Llamo moderna a la disposición del pensamiento político característica de los Estados nacionales. Esta disposición está estructurada por una serie de principios: el sujeto que se instituye como campo de la política es el sujeto de la conciencia; la pauta de funcionamiento básica de la conciencia política es la representación; el sitio de esa representación de las conciencias es el Estado,

8.

Esta disposición del pensamiento generó una modalidad absolutamente crítica, en la medida en que era coherente con sus principios y eficaz en su estrategia: la publicación de libros baratos. Los libros hablaban a las conciencias de una verdad que estaba encubierta o tergiversada en el estado actual de cosas. Esa verdad, una vez revelada a las conciencias, las comprometía en procesos de transformación de los estados actuales de cosas en estados ideales, mejorados o progresivos; todo en una línea respecto de un ideal. La conciencia siente un particular apego por la verdad y la transparencia argumental. Si la verdad está diáfanamente expresada y coherentemente articulada, de por sí hará su labor. Lo sorprendente no es que hoy ya no trabaje de ese modo la verdad concebida como descripción o comprensión positiva de la realidad ya dada, que haya perdido los poderes que le atribuía el dispositivo moderno. Lo sorprendente es que haya sido eficaz en las circunstancias en que operaba como tal. El pensamiento crítico hoy, lejos de añorar ese modelo como lejano paraíso perdido, tiene la tarea de comprender cómo era posible que eso funcionara si hoy la conciencia no tiene esos poderes y los libros no constituyen un procedimiento garantido sino más bien otras cosas menos nobles (ediciones, currículum, consumo, erudición de catálogo). Si conciencia y representación son el fundamento y la pauta de funcionamiento de la política, el libro (o su versión periodística) son la forma adecuada de ejercicio del pensamiento crítico. Esos supuestos determinan ese procedimiento. Que quede



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claro: el compromiso con la disposición moderna de los Estados no radica en la forma material del libro sino en la convicción de que el centro de las estrategias-de intervención es el esclarecimiento de las conciencias. La toma de conciencia era la clave de la operación moderna. Dicho esto, es preciso también ver hasta qué punto y bajo qué modalidades la formalibro es consustancial con la estrategia crítica agotada. Quizá, el sitio para la discusión no sea este libro. Quizá sí, pero no por libro sino por este. 9. Retomo. Esos supuestos que hacían del libro el arma' de la crítica se han deshecho prácticamente. Y, si un término ha cesado de prestar servicios en el campo crítico, poco cuesta imaginar que ha pasado a prestarlos en el de la ideología, que se nutre de los desechos reciclados del pensamiento crítico. Las vías de este agotamiento son múltiples. Pero creo que se reducen a dos esenciales: por un lado, las críticas teóricas mismas que transformaron a la conciencia, la representación y el Estado en nociones imaginarias sin capacidad activa; por otro, el desfondamiento irremediable de las condiciones materiales que hacían posible el dispositivo (los Estados nacionales, las clases de esos Estados, los partidos de esas clases). Si cunde en quejoso la "globalización", es porque el excrítico añora el Estado bajo el cual su crítica de ese Estado era eficaz; si cunde la "cultura de la imagen", es porque añora la época en que la persuasión de las conciencias transformaba el mundo.

10. Todo esto estuvo en la base de los Estados modernos. Estos Estados son los que resultan de la Revolución Francesa. El principio luminoso de la soberanía popular fue el enunciado del estallido y la irrupción. El principio más opaco de que la soberanía emana- del pueblo tomó su • relevo a la hora de la retirada de esas irrupciones y de la consistencia resultante del lazo social. Punto clave: el lazo nacional



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representativo está causado no por la irrupción de las masas sino por su ausentamiento. La representación es la forma por la cual se instaura la conciencia como fundamento del lazo. Si el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, entonces la conciencia es eso que sirve para que el pueblo no delibere ni gobierne sino para que se haga bien representar. La consigna de educar al soberano es el universal de la política moderna. El libro es su instrumento. Estos Estados han desaparecido: la soberanía mercantil efectiva no coincide con las fronteras estatales. Toda la máquina gira en vacío.

11. Pero esta noticia, que ha llegado a los oídos de los intelectuales que habían sido críticos libros mediante, no ha hecho aún toda su labor más adentro de esos oídos. El orificio de salida de los PC es la PC que sigue generando libros, ahora con un ritmo frenético. Si nunca ha habido tanta libertad de prensa, es porque nada de eso genera algún efecto de dislocamiento del lazo social actual. Si nunca ha sido tan sencillo editar libros, es porque nunca ha sí- do más difícil que cumplan alguna tarea crítica. (No hace falta imaginar el destino descartable de este papel: alcanza con suponerlo.) 12. La actualidad del pensamiento crítico se muestra en una modificación enorme de los enunciados. El pensamiento crítico ha modificado sustancialmente sus enunciados, sus ideas, sus conceptos; ha conservado intactos sus procedimientos. 13. Una discusión actual parece negar lo dicho, pero es puro artificio. Se discute si es mejor el libro o la televisión para hacer circular ideas que hagan impacto en la sociedad. Beatriz Sarlo quiere creer (los esfuerzos se le ven) que, si el profesional de las ciencias sociales (herencia burocrática del intelectual agotado) abandona la biblioteca y se mediatiza, se pone a tono con las exigencias de la época. Es posible que se ponga a tono con las exigencias ideológicas de la-época, pero no con la actualidad del



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pensamiento crítico. Tampoco resiste quien se apega a los libros por el mero hecho de no ir a la TV. La discusión es hueca porque sólo trata del soporte y nada acerca del procedimiento. Pues las cosas en el pensamiento crítico son más graves de lo que aparentan. Ningún aggiornamento del soporte puede más que mejorar la divulgación. Pero la influencia sobre las conciencias ya no constituye tarea crítica alguna.

14. Las condiciones trasmutadas que exigen otras vías de procedimiento para el pensamiento crítico no se refieren al soporte material requerido para insistir en el mismo procedimiento: divulgación de verdades para que las conciencias se hagan representar de modo más adecuado. Los procedimientos pertinentes dependen de unas condiciones en las que la conciencia, la representación y el Estado no son los resortes clave. El pensamiento en el lugar que antes ocupaba la conciencia, el síntoma en el de la representación y las situaciones en el del Estado son sólo tres sustituciones necesarias que sólo indican la vía por la que es preciso iniciar el recorrido en busca de los procedimientos activos. Por esa vía intentó transitar el Ensayo. El pensamiento ha cambiado de estatuto. Si se trata —como estaba dicho al comienzo— de la acción y el efecto de pensar de modo que se trastoquen los parámetros que organizan la situación, entonces el pensamiento no podrá ser ya concebido como el efecto de una cosa que piensa. Y esa cosa que piensa era la conciencia. Los pensamientos, en sentido moderno, se presentaban como predicados o adjetivos de una sustancia. Esa sustancia, la conciencia, era el terreno en disputa entre el pensamiento hegemónico y el pensamiento crítico. Se trataba de influir sobre. las conciencias para que esas causas de pensamiento alumbraran corno frutos sus consecuencias necesarias. Por eso la lucha ideológica estaba en primer plano: las conciencias se disputaban como terreno táctico porque de ellas todo brotaba. Conquistar las conciencias era el punto de partida de una progresiva conquista ele la representación



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de las conciencias y el Estado. El enunciado portador de verdad era la expresión de una conciencia esclarecida.

15. Nada de eso parece tener ya valor. Si el pensamiento se determina como acto productor de novedad, como efecto y sostén de un procedimiento encargado de engendrar las verdades, así como de hacerlas producir sus efectos, entonces no es el fruto de una conciencia dotada de una ideología, sino que es más bien la interrupción de la hegemonía de la conciencia, El pensamiento crítico es una producción situacional que excede las capacidades asimilatorias de la conciencia en la que aparentemente brota. Por eso, el terreno de disputa no es la posesión de las conciencias. El campo de intervención es el punto de inconsistencia de las situaciones, el punto en que fracasan los cúmulos de saber anticipados por las conciencias. El pensamiento no es la expresión de los intereses de algunos elementos ya dispuestos en la situación, sino que es la irrupción de unos términos excluidos de la situación. El pensamiento no expresa una determinación previa, sino que determina un punto de indeterminación actual, descubierta como obstáculo por el acto de pensamiento y a la vez atravesada por los enunciados que resultan de la operación del acto de pensamiento. El pensamiento sólo es pensamiento del síntoma de una situación.

16. El pensamiento, si no es un predicado de una sustancia, es una entidad volátil, que se disipa en su efecto y que no es acumulable como tal pensamiento. Más bien habrá que concebir la conciencia como el depositado inerte ideológico de los enunciados que en su momento fueron pensamientos. La conciencia no es la causa del pensamiento sino un subproducto inerte de ese acto. Es el terreno de las representaciones, el sitio en que permanece como estado lo que ha ocurrido para desvanecerse.

17. Desaparece también como campo de interés para el procedimiento crítico el Estado como núcleo del poder de transformación. Las diversas situaciones no se componen en un



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todo orgánico coronado por su estado. Las situaciones no son partes sino precisamente situaciones. El carácter situacional de las realidades sociales (imposibles de unificar sin recurrir a un metadiscurso imaginariamente integrador) determina que cada una de las situaciones es un campo específico de intervención para el procedimiento crítico requerido por su síntoma.

18.

Aquí se detiene la deducción posible, porque aún no han

aparecido tos procedimientos específicos requeridos para que sean posibles tanto la captura por el pensamiento del síntoma de una situación como la intervención eficaz de ese pensamiento en la producción de los efectos críticos de la verdad. La clave radica entonces en la reflexión sobre los mecanismos y procedimientos de producción de pensamiento en el síntoma de las situaciones de las que se trate. La consigna se reduce a: desalojar los mecanismos de saber mediante máquinas de pensar. ¿Cuáles son esas máquinas?

TRES

OBSERVACIONES

SOBRE

EL

CONCEPTO

DE

SUBJETIVIDAD

PRIMERA OBSERVACIÓN: LA HISTORIA SUBJETIVIDAD Y SUS HERRAMIENTAS

DE

LA

El Ensayo investiga los mecanismos y las condiciones de destitución de la subjetividad infantil tradicional. El Ensayo trabaja sobre una concepción de la subjetividad que requiere algunas aclaraciones. Las aclaraciones, naturalmente, tendrán sus debilidades, en la medida en que esta concepción de la subjetividad está instaurando sus primeros mojones. Las aclaraciones podrán señalar el espíritu general, los obstáculos específicos, alguna concepción agotada en diálogo con la cual se



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va constituyendo esta línea de trabajo. Pero —a esta altura es redundante— no mostrarán una teoría constituida sino una serie de herramientas que se han ido fabricando según circunstancias diversas. Estas herramientas, modificadas por el uso, trabajan el campo de la historia de la subjetividad. 1. HISTORIA DE LA SUBJETIVIDAD

a.

Se comprenderá mejor en qué consiste la historia de ¡a subjetividad si se la compara con el dominio del que emerge y del que se distingue. Su antecedente más claramente discernible es la historia de las mentalidades. Durante mucho tiempo, el paradigma de la historia de las ideas había impulsado la investigación histórica. Hacia fines de los años veinte, un conjunto de historiadores nucleados en torno de la revista Annales percibió que el conjunto de las ideas explícitamente expuestas no era el todo de las ideas de una sociedad: el movimiento de la sociedad en cuestión estaba determinado por otro tipo de fuerzas que no eran las ideas sistemáticas. En las situaciones histórico-sociales trabaja un conjunto de ideas inorgánicas de enorme fuerza que se comparten con una convicción tenaz que no procede de una argumentación sino de la acción espontánea, tradicional e implícita. Las mentalidades fueron, entonces, el conjunto de los contenidos mentales no siempre conscientes, siempre inorgánicos, que determinan las conductas de los hombres más allá de los controles conscientes de las ideas sistemáticas.

b. Pero la historia de las mentalidades tropieza con un límite: supone que las variaciones de la experiencia humana son insustanciales. Para esta corriente, esas variaciones son otras- tantas presentaciones particulares de la misma estructura de base-y lo que varía de situación en situación son los contenidos específicos en que se realiza (o colorea) la misma



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estructura universal de lo que es un ser humano. La historia de las mentalidades no puede pensar la intraducibilidad de las experiencias (alteridad) porque, las supone ocurrencias comunes de la misma estructura de base, (inalterable de por sí). La historia de las mentalidades no puede pensar las mutaciones decisivas de esa estructura subjetiva de base porque la supone sustrato de una historia que no produce su propio sustrato.

c. La historia de las subjetividades parte de postular la historicidad situacional de la naturaleza humana. Por un lado, afirma que la naturaleza humana no es una forma constante de contenidos variables; por otro, que la variación sustancial de la forma misma tiene carácter situacional y no epocal. No supone una historicidad al modo del historicismo, en la que una sustancia despliega en el tiempo el grueso de sus características. Por el contrario, para la historicidad situacional, cada situación engendra su humanidad específica. La historia de las subjetividades depende de una ontología situacional y no de una epistemología temporal.

d. La historia de las subjetividades postula una categoría decisiva: el concepto práctico de hombre. Partamos de un ejemplo. El esclavo antiguo, ¿es o no es hombre? Para el amo romano, es un mero instrumento, un instrumento que habla, un muerto en vida, cuya vida podría haber cesado en el momento de la derrota bélica en que fue capturado, y puede cesar en cualquier momento, porque pertenece al amo (vencedor o derivado del vencedor). No es hombre. El historiador de las mentalidades supondrá que es hombre porque pertenece a la especie sapiens (abusivamente llamada humana). Pero las prácticas de producción de la subjetividad esclava han dado lugar a otra cosa que los hombres, distinta de la que los hombres esperamos encontrar para hablar de semejantes. El esclavo antiguo no pertenece a la humanidad instituida como tal.

e.

El concepto práctico de hombre determina una humanidad



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específica (como cualquier humanidad) por la vía práctica, y no tanto por la vía de las representaciones. Una humanidad específica a su vez determina, por un lado, cuáles de los cuerpos homo sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente establecida: por otro, cuál es la propiedad constitutiva de lo humano para las circunstancias en que se establece dicha humanidad. f. Se comprende mejor en qué consiste la historia de la subjetividad si se percibe el modo en que trabaja. Se comprende a su vez algo del modo de trabajo si se exhiben las herramientasnociones de base.

2. SUBJETIVIDAD SOCIALMENTE INSTITUÍDA

a.

La naturaleza humana no está determinada de por sí: lo que hace ser hombres a los hombres no es un dato dictado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres no disponen de una naturaleza extrasituacional, sino que lo que los hombres son es el producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven. Esa naturaleza humana situacional, resultante de las condiciones sociales, es intraducible de una situación a otra.

b. Esta subjetividad no es el contenido variable de una estructura "humana" invariante, sino que interviene en la constitución' de la estructura misma. Esta subjetividad resulta de marcas prácticas sobre la indeterminación de base de la cría sapiens. Esa indeterminación del recién nacido recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas marcas —de diverso tipo según las diversas organizaciones sociales— producen una limitación de la actividad indeterminada de base que estructura el punto caótico de partida. Estas marcas socialmente instauradas mediante prácticas hieren a la cría, que recibe una serie de compensaciones a cambio de la totalidad ilimitada e informe que "era” hasta entonces. Los enunciados de los discursos que con su capacidad de donación de



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sentido compensan esas heridas constituyen la estructura básica de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de los discursos instauran las marcas estructurantes; los enunciados de los discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La marca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad queda determinada por esas marcas y ese sentido. Sin embargo, la subjetividad instituida jamás es exhaustiva. La instauración misma produce un envés de sombra.

3.

ENVÉS O REVERSO DE SOMBRA

a. El hombre situacionalmente instituido no se agota en la figura visible delineada por las prácticas y discursos que lo han estructurado. Si la producción de subjetividad resulta de la instauración de unas marcas efectivas sobre una carne y una actividad psíquica, lo cierto es que estas marcas, logrando por un lado su resultado, por otro producen un campo de efectos secundarios, ineliminables, e invisibles para los recursos conceptuales y perceptivos de la situación en que se instituye la subjetividad de marras. No hay marca que al marcar efectivamente una superficie en actividad no produzca además un exceso, o un plus, o un resto. Ese exceso es efecto de la operatoria que instituye los soportes subjetivos pertinentes para las situaciones efectivas. Es el efecto (singularizante) de la subjetividad instituida (serial). Es un efecto excedentario de lo instituido que no resulta asimilable al campo de lo instituido. Ese exceso ineliminable es lo que aquí llamamos revés de sombra.

b. Su importancia radica en que permite desligarse de dos tentaciones gemelas. La primera tentación sostiene que el envés de sombra universal es el que ha pesquisado el psicoanálisis. Sea cual fuere la institución práctica de hombre de la que se trate, en la sombra, y como efecto imperceptible a priori de esa institución,



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permanecerá agazapada la constelación edípica con todas sus configuraciones posibles, sus acechanzas y sus certezas. La segunda señala lo contrario. Como las categorías de lo inconsciente reprimido resultan de la institución burguesa del sujeto de la conciencia, bastará con que los hombres no sean producidos por el Estado nacional y la familia nuclear burguesa para que, si desaparece el inconsciente que resulta de esta operación, desaparezca también cualquier zona de exceso respecto de la subjetividad socialmente instituida.

c. Pero la experiencia conjeturalmente extendida del psicoanálisis nos permite postular el siguiente cuadró formal.

-

La institución práctica de la humanidad varía de situación en situación. El tipo de subjetividad instituida que resulta varía con las prácticas de producción.

- Como efecto de la institución visible, se produce un revés de sombra invisible. Este revés depende del tipo de prácticas de producción de subjetividad. Si varía la subjetividad instituida, varía el envés de sombra.

- La variación del envés de sombra no se deduce de (pero se produce como efecto incalculable de la operación de) la institución de la subjetividad oficial.

d. La postulación del envés de sombra es un requisito necesario en la historia de la subjetividad para dar cuenta de un efecto decisivo: las mutaciones tanto del lazo social como de la subjetividad instituida. Caso contrario, sería necesaria una instancia autónoma, exterior, independiente, capaz de engendrar las mutaciones. Pero, si hay una instancia exterior capaz de cambiar por sí misma las realidades, entonces estamos de nuevo en la doctrina del fundamento inmutable que todo lo transforma. La ventaja de la postulación del exceso es que no requiere de otra sustancia más que las prácticas de producción de subjetividad para engendrar lo otro de la subjetividad instituidas capaz de alterarla. A



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partir de ese envés de la subjetividad instituida, se constituye el sujeto (o efecto-sujeto) capaz de alterar la subjetividad instituida y el lazo social. 4. SOPORTE SUBJETIVO DEL LAZO SOCIAL

a. El Ensayo insiste en la correlación entre la infancia instituida y la figura del ciudadano. El individuo capaz de sostener y sostenerse en la igualdad ante la ley es absolutamente necesario para la lógica de los Estados nacionales. Ahora bien, una nación no es un reino; un imperio no es una colonia, una comunidad no es un Estado. Diversos tipos de agrupamiento dan lugar a diversos modos de enlazarniento entre los términos que los componen. No hay nación si no se compone de ciudadanos; no hay reino si no se compone de súbditos; no hay mercado —en el sentido actual más radicalizado del término— si no se compone de consumidores. La institución del lazo social es a la vez la institución específica de la subjetividad del tipo de individuo que debe componerlo. h. El Estado Instituye los términos a los que representa. Los representa una vez instituidos: se distancia de su producto y lo representa a distancia. En una situación cualquiera tenemos por un lado los individuos y por otro la instancia de representación. Pero estas situaciones son estructuralmente ciegas al hecho originario de que es la instancia de representación la que a su vez ha instituido la materia prima por representar.

c. Una alteración del lazo social (el pasaje del Estado nacional al Estado técnico-administrativo) determina a su vez una alteración del soporte subjetivo de tal lazo (de ciudadano a consumidor, para seguir con el ejemplo-decisivo).

d. Se suele llamar soporte subjetivo del lazo social a la figura individual específica, que está en la base de la operatoria del Estado. Si aquí es lícita la metáfora de los elementos y las relaciones, habrá que llamar lazo social a las relaciones que se



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establecen entre los elementos; habrá que llamar correlativamente soporte subjetivo del lazo a los elementos constitutivos de la relación. Y la metáfora vale sólo si se le adosa una condición. De ninguna manera se podrá admitir que los elementos preexistan a la relación, o que la relación preexista a los elementos. La institución de una subjetividad específica y de un lazo específico es consustancial. No hay instauración de un tipo de lazo social que no sea a la vez la instauración de un soporte subjetivo pertinente; no hay institución de una subjetividad específica que no sea a la vez una efectuación de los requerimientos de un tipo específico de lazo social.

SEGUNDA OBSERVACIÓN: BIOLOGISMO Y CULTURALISMO EN LAS TEORÍAS DE LA SUBJETIVIDAD

1.

El campo de las teorías de la subjetividad está tensado entre, las posiciones biologistas y culturalistas: la naturaleza humana está biológicamente determinada; la naturaleza humana está culturalmente determinada. Ahora bien, ambos enfoques resultan de una misma problemática que los estructura y dispone como partes simétricas de lo mismo: la problemática de la determinidad. Determinada por la cultura o la naturaleza, la persona humana está determinada. El pensamiento historiador se organiza en discusión (o, mejor, en diferencia) respecto de la problemática de la determinidad.

2. La problemática de la determinidad se caracteriza por un principio: nada ocurre que no sea actualización de determinaciones previas. Lo que ocurre es manifestación, realización o actualización. Ahora bien, morfológicamente, "determinación" es acción y efecto de determinar. En la problemática de la determinidad, si cualquier ente se caracteriza por estar determinado de antemano, jamás acontece la



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determinación en sentido fuerte, vale decir, la acción de determinar. En la problemática de la determinidad no sólo todo está determinado: más aún, ya estaba determinado. 3. Tanto la perspectiva biologista como la culturalista tienden a transcurrir bajo la hegemonía discreta de la determinidad. Las determinaciones biológicas no son actuales sino meras actualizaciones de lo que ya era en la especie misma a la que pertenece un individuo de la especie sapiens. Las determinaciones culturales no son actuales sino meras actualizaciones de lo que ya era en potencia en el universo cultural específico en el que se constituye como humano un ser biológicamente sapiens y culturalmente humano. 4. La historia de la subjetividad, cuando logra afirmarse en su autonomía, no podrá negar el peso inevitable de la biología y la cultura en la constitución de la subjetividad específica de un individuo de la especie en una situación sociocultural. Pero negar el peso de algo y negar su carácter determinante distan de constituir sinónimos. La perspectiva historiadora tiene que asumir las instancias biológica y cultural como condicionantes de la subjetividad. La condición condiciona; la determinación determina. La condición constituye un elemento que inevitablemente ha de ser tenido en cuenta; la determinación es un elemento que establece inevitablemente el modo en que ha de ser tenido en cuenta. Una condición puede ser excedida, apropiada y significada por otra más fuerte. Una determinación traza los límites de su ser, su significación y su eficacia. ¿Es posible sustraerse al juego de la determinidad con sólo sustituir “determinación” por "condicionamiento"? ¿Resultaría algo más que una transacción promedial entre ambas determinaciones ahora ablandadas como condiciones? ¿Y qué se ganaría si fuera eso posible? El discurso histórico dista aún de haber conquistado un seguro territorio desde el cual dar respuesta afirmativa y satisfactoria a estos interrogantes.



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5. Convengamos en llamar—quizá abusivamente— biologismo a las tendencias de pensamiento sobre la naturaleza humana que de algún modo postulan invariantes fundantes que subyacen a cualquier experiencia humana. El abuso puede aparecer en la medida en que hay una serie de elementos que distintas teorías adoptan como invariantes de la cultura que son culturales y no biológicos. Pero aquí el abuso es meramente aparente. Pues cualquier instancia que sea invariante y estructurante a la vez de los hombres pasa a tener el mismo papel —cualquiera sea su procedencia material o simbólica— que la biología: un pilar fundamental de la naturaleza humana.

6. Como se puede intuir, hay un cierto biologismo latente en la tendencia propia del relativismo cultural. El algo de fondo al que tienen que representar las representaciones o significar las significaciones permanece en exterioridad respecto de las representaciones o las significaciones. Las prácticas y los discursos sociales nada pueden hacer con la existencia efectiva de estos términos; sólo pueden rodearlos de diversas significaciones sin tocarlos en su realidad íntima. Si esto es así, el relativismo cultural, al hacer énfasis en las representaciones, deja por fuera del campo de las determinaciones culturales (de la capacidad de la cultura para determinar entidades de distinto tipo), a las realidades biológicas desdeñadas. Pero aquí el desdén es el índice local de una impotencia. Pues en esta línea las significaciones atribuidas desdeñan lo que no pueden llegar a alterar. So pena de idealismo, los intentos de asimilar significación y determinación topan con el límite real de una materia dócil a la significación pero determinada ya de por sí.

7. Simétricamente, las posiciones biologistas requieren un tipo particular de actividad cultural. Las invariantes determinadas de por sí se escapan irremediablemente a la conciencia y la eficacia de los actores individuales y sociales que las portan. Pero son entidades de tal peso que, si bien, son desconocidas en su cabal



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realidad, son reconocidas en su eficacia. Una entidad que produce implacablemente efectos, pero implacablemente también se resiste a ser descubierta por la conciencia, tiene que suscitar una actividad cultural específica: significar, racionalizar, desconocer con significaciones la eficacia, reconocida de lo que precisamente las excede. El biologismo de fondo exige un culturalismo naturalizado de superficie; el relativismo cultural supone una biología neutral en la base. La solidaridad entre opuestos va despuntando.

8.

Un índice de diferencia entre historia de las mentalidades y de las subjetividades es el concepto —explícito o implícito— de cuerpo con el que operan. Para la primera, el cuerpo es una entidad ya dada en torno de la cual las diversas sociedades organizan el sistema de las representaciones y las conductas. Para la segunda, ese cuerpo no es un dato natural. Pues de lo que se trata en el campo de la subjetividad no es del cuerpo anatómico sino del cuerpo erógeno y significativo. En perspectiva biologista, el cuerpo erógeno y significativo es reducido a sustancia determinada ya de por sí, tan compacta en su ser que resulta indiferente a las distintas significaciones sociales que se les pueda atribuir. En perspectiva culturalista, el cuerpo es una sustancia dócil, que se pliega sin resistencia a las distintas determinaciones socioculturales que se posan sobre ella. En ambos casos, una de las dos condicionantes queda neutralizada en su capacidad de producir efectos de profundidad sobre la instauración de la subjetividad: la instancia privilegiada es en sí determinante; la otra hace cortejo inerte.

9. En la perspectiva de la historia de la subjetividad, tanto la dimensión biológica como la cultura intervienen activamente en la estructuración de un cuerpo significativo sin determinarlo exhaustivamente ni una, ni otra, ni entre ambas: son otras tantas condicionantes en la determinación de la- subjetividad. El cuerpo de la cría sapiens es alumbrado en estado biológicamente



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inconcluso. Esta incompletud de base exige esfuerzos de determinación y significación que, por el carácter incompleto de eso que viene a determinar, no pueden ser redundantes sino instituyentes. El acto de determinación marca y significa. Se teje con la materia inconclusa a la que viene a determinar. Esa trama, ese tejido, esa textura genera también su envés. Cañamazo biológico, textura cultural, envés singular son términos domésticos que ilustran bien la posición aquí adoptada.

10.

El tipo de prácticas que determinan la carne sapiens varía severamente de sociedad en sociedad. Los cuidados no son administrados por los mismos agentes; las representaciones socialmente instituidas con las que esos agentes concurren a sus tareas varían notablemente de sociedad en sociedad; el tipo mismo de cuidados (en la higiene, en la alimentación, en el sueño, en los bautismos, en el contacto diario, etc.) es muy distinto según las doctrinas establecidas en cada situación sociocultural. Así, esos cuidados proporcionados por esos agentes dotados de esas significaciones no representan sino que instituyen el cuerpo.

11. Las prácticas socialmente instituidas se disponen a determinar la subjetividad; las significaciones socialmente ofrecidas se disponen a cubrir de sentido esa subjetividad resultante. Los agentes de determinación socialmente asignados se disponen a transcribir las marcas que los han constituido como seres sexuados sobre la nueva generación, en pos de una reproducción idéntica. Sin embargo, nada de esto sucede con el rigor esperado. Algo se escapa irremediablemente. La transcripción es imposible; los agentes de reproducción sólo podrán inscribir marcas socialmente equivalentes pero no marcas singularmente idénticas. El biologista se apresura a instaurar sus supuestos: lo real del cuerpo dado es irreductible a las significaciones.

12.

Aquí es necesaria una precisión. Pues ese plus es un

exceso producido por la operación de inscripción y no un resto que queda por fuera del alcance de la sociedad. La diferencia, que



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puede parecer de puras palabras, tiene su sentido estratégico. Pues, si lo que permanece en el envés de sombra, por fuera de la conciencia y del control social de tas significaciones, es un resto que queda por fuera de la operación, estaremos cediendo ante la tentación biologista. Hay algo ineludible en la especie que se resiste a ser capturado por la cultura. Por debajo de la cultura está siempre la sustancia independiente de lo sexual indómito. Si se trata de un exceso, no se tratará de una sustancia que atormenta por debajo de la personalidad oficial, sino que será una actividad alojada y producida en el envés de las marcas que determinan esa personalidad oficial.

13. La diferencia no es trivial. En el primer caso, tenemos una sustancia escondida; en el segundo, una actividad producida. En el primer caso, lo irreductible a la institución social es siempre lo mismo: B no alcanza a cubrir a A. En el segundo, lo irreductible a la institución social es efecto de la institución social misma y por eso varía con la serie de prácticas que instituyen la subjetividad oficial: Bí se escapa a la hegemonía de B, que la ha producido. Si bien siempre hay un plus, cualquiera sea la institución social de la subjetividad, ese plus no es siempre el mismo, sino que varía de situación en situación según sea efecto excedentario de tales o cuales prácticas y discursos sociales. En el primer caso, basta con conocer una experiencia histórica de lo reprimido A para conocer ese A que subyace irreductible a las instituciones de B, C, D, etc. En el segundo, no basta con conocer B’ para tener con ello acceso a cualquier tipo de exceso. Pues B’ es el envés específico de sombra de B, C’ será el de C. Pero ninguna regla de traducción nos permitirá calcular a priori el efecto N’ de N. En el caso de un resto, estamos ante un déficit cultural frente a las potencias de la naturaleza; en el segundo, ante una producción social excedentaria respecto de la sociedad misma que la ha suscitado.



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TERCERA OBSERVACIÓN: ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD SUBJETIVA

1. Queda por plantear cómo es posible que ingresen estas determinaciones como marcas o inscripciones en el aparato psíquico. Si no ingresan como marcas o inscripciones, entonces son ideología, cambio de ropaje de una estructura sin historia, etc.

2. Las marcas exteriores intervienen sobre una actividad previa. Esa actividad previa es heterogénea respecto de. las marcas. Esta actividad es necesaria para que la inscripción de las marcas exteriores no sea lisa y llana transcripción mecánica: si fuera transcripción, o bien no producirían como efectos unas representaciones inconscientes, o bien —si las dejaran— serían calculables y homogéneas. Una marca inaugura un lugar, pero también instaura un sobrante, un plus, un resto que es la materia de lo inconsciente. La marca viene suministrada desde la sociedad, pero los efectos inconscientes son subjetivos. De ahí que las marcas si bien se inscriben en un aparato, también son leídas, es decir, significadas desde el mismo aparato en que se han inscripto. En esa "deformación" radica la posibilidad subjetiva (individual o colectiva, tanto da) de alteración de los órdenes sociales que a su turno habían instaurado las marcas originarias. Punto decisivo: la lógica social determina las marcas pero no puede detentar el sentido subjetivo de esas marcas. El plus que las -lee es inevitable efecto de la inscripción sobre un actividad previa. A su vez, ese plus es inevitablemente subjetivo y activo.

3. La actividad previa a la marcación sociocultural es prepsíquica: actividad cerebral, nerviosa, etc., en definitiva, actividad

biológica pero actividad al fin. Esa actividad no es propia de un sistema ya consumado sino de unas condiciones que no se han determinado como sistema. Lo biológico deviene psíquico cuando se inscribe una marca cultural que lo organiza y determina. Pero, para que esto suceda, “antes” tiene que haber sido posible. Y es posible porque esa actividad biológica tiene un déficit biológico en la capacidad de decodificación. Cualquier organismo vivo decodifica sin dificultades lo necesario (los alimentos, los abrigos, los peligros); lo que no entra en esas categorizaciones ni siquiera existe: no perturba ni exige una respuesta. Pero el carácter inconcluso del sapiens a la hora de nacer determina que una serie de “inputs" biológicamente necesarios no entren en la capacidad de decodificación, biológica del entorno. Donde falla la decodificación, comienza la representación.

4. Para esa vida, es precisa una serie de insumos; pero el aparato de decodificación no reconoce inmediatamente ni el requerimiento ni la condición de satisfacción. El insumo será reconocido de modo mediato, pero esto determina un cambio de cualidad. El reconocimiento inmediato de la decodificación se refiere al universo de las señales; pero el reconocimiento mediado es ya otra cosa, en la que intervienen la representación y el sentido. Por esta vía —necesidad de totalización, carencia de decodificación—, ingresan las nuevas marcas. Las marcas nuevas entran en la inconsistencia de las ya dadas. Estas inconsistencias se localizan en el entorno de los puntos de decodificación: algo se reconoce, pero en el reconocimiento hay un ruido que interfiere el reconocimiento; la actividad de lectura tras el ruido es ya psíquica.

5. Esta apertura a estímulos para los que biológicamente no se está preparado tiene que darse en un ambiente de ternura. Las instituciones de crianza tienen que dosificar la serie de estos estímulos que suscitan la actividad de representación de modo que se vayan dando paulatinamente sin colapsar el sistema; a la vez,

tienen que suministrar un sentido para esos estímulos. La palabra tiene que ir al lugar del estímulo físico; acompañarlo o sustituirlo. Así se implanta "lo simbólico". La palabra como estímulo físico es el puente a la actividad representacional simbólica.

6. Se puede esquematizar este desarrollo como sucesiva suplementación de unas inconsistencias por otras tantas estructuras con puntos suturados de inconsistencia. En primer lugar, la indeterminación biológica, condición absoluta de posibilidad de ingreso en un mundo simbólico. Pero la posibilidad es sólo la posibilidad. La indeterminación biológica tiene que recurrir —si lo encuentra en tiempo y forma— a las palabras y el sentido que el entorno social puede proporcionar. Se suplementa mediante prácticas y enunciados una organización biológica carente de sus terminaciones con una estructura que a su vez está fallada. Tres fallas entonces: a. la biológica, b. la simbólica, c. la heterogeneidad entre ambas estructuras; lo que venía a colmar una laguna es de otra naturaleza, instaura un desfasaje radical. A la vez, se instaura una inconsistencia entrega inconsistencia de partida y la organización que venía en su auxilio.

7. El sapiens nace incompleto y con un impulso biológico al completamiento biológicamente imposible. La incompletud biológica es real; el anhelo de totalización marca el pulso del imaginario. El "completamiento" es simbólico, y ya sabemos de qué tipo de completamiento se trata: falla y suplementación. UNA

OBSERVACIÓN

SOBRE

LA

DEFINICIÓN

DE

SUBJETIVIDAD

1. En una observación previa (acerca de las herramientas de la crítica) vimos que había tres estrategias del pensamiento crítico, que correspondían tanto a diversas modalidades en el pensamiento filosófico del ser y sus apariencias como a distintas modalidades

políticas de desarticulación de un orden.

2. La primera, de matriz sustancialista, remite a las imágenes más clásicas: esencia y apariencia; falsedad que cubre la verdad: estrategia de impugnación de la falsa conciencia por la verdadera, que es la conciencia de la esencia. La segunda, mucho más sutil, corresponde a las estrategias estructurales del pensamiento estructural: lo que aparece no se remite a una esencia encubierta sino a unas condiciones que lo posibilitan y. se esconden en eso mismo que han posibilitado. La crítica no es la remisión de la apariencia a la esencia sino de lo efectivo a las condiciones de posibilidad. La tercera se distancia ya de-los hábitos de la lógica ontología heredada. No se trata de una entidad definida que se actualiza o encubre o determina en lo que se presenta. Es una indeterminación que se determina en él modo de presentación. No se trata de descubrir una entidad determinada sino de observar el proceso indeterminado del que resultan las determinaciones que las cosas son. La crítica es —en principio— la remisión de lo que se presenta al juego abierto de fuerzas del que resulta eso que se presenta.

3.

Dentro de las estrategias contemporáneas de crítica ya distinguimos entre dos sentidos distintos de la palabra "remisión". Pues la remisión bien puede ser el mero enunciado verbal de las fuerzas que han intervenido en la producción del efecto y han quedado encubiertas retroactivamente por el efecto. Pero también puede ser la estrategia de intervención material y efectiva (una fuerza entre las fuerzas) sobre el efecto constituido. Pero para eso es preciso establecer en qué consiste el efecto constituido por las fuerzas que han intervenido en la producción. Porque uno de los núcleos que trabajamos aquí es que la noción de efecto en las condiciones de la complejidad, de la multiplicidad inconsistente, de la indeterminación de base o del plano, de inmanencia, es siempre doble. En cada efecto que se produce, se produce también —como un efecto de la producción de! efecto pertinente— un efecto impertinente, un

plus o un exceso. Intervenir sobre el efecto constituido es situar la intervención en el punto de desacople que conecta los efectos de una misma instauración: la no relación que vincula a ciegas los efectos pertinentes con su plus impertinente. La -intervención sobre los efectos trabaja en la destitución de los efectos pertinentes (alias: resultados, o productos) a partir de la donación de consistencia heterogénea para los efectos impertinentes que acechan a la sombra de los primeros. 4. Ahora bien, las distintas estrategias críticas proporcionan diversas nociones de subjetividad. En la primera línea, el sujeto es una sustancia escondida tras la personalidad oficial que la desnaturaliza. La falsa entidad tiene que dar su sitio a 1 la verdadera. El sujeto no es más que esa sustancia llamada conciencia. La esencia de esa sustancia son sus contenidos. La adecuación de los contenidos de la conciencia respecto de lo que es su objeto hará que la conciencia sea verdadera. La inadecuación la hará falsa. El viaje teórico de esta estrategia es corto: termina con Marx, con Saussure, con Freud. Después el sujeto será una estructura, uno de cuyos términos será eso que se presenta como evidencia unificada ante la mirada espontánea: la personalidad de un individuo. La personalidad será tan falsa como la falsa conciencia, pero menos destructible: implacablemente la estructura produce sus efectos imaginarios de unificación de esa división que es constitutiva ele la estructura.

5. En la tercera línea, el sujeto no es una sustancia ni una estructura. Lo que se llama la subjetividad y lo que se llama el efecto de sujeto (o efecto sujeto) no son más que operaciones. No se trata de capacidades ni de lugares sino de operacion.es. Ahora bien, estas operaciones no son propias del cerebro sapiens. En el hard no está contenido el soft. La programación es una práctica de la que resultan las operaciones que hacen ser la subjetividad de la que se trate. Las prácticas que producen subjetividad son las prácticas que instauran unas operaciones en la carne humana. Las prácticas productoras de subjetividad, si se estandarizan, dan lugar a lo que llamamos dispositivos de producción de subjetividad. Las operaciones que instaura un dispositivo no son las que él mismo hace. Son las que obliga a hacer a un individuo para permanecer, para pertenecer, para ser un habitante de ese dispositivo. La pura existencia del dispositivo exige una serie de operaciones subjetivas para habitarlo. No las induce, no las propagandiza, no las modeliza: con estar le basta para que uno se obligue a hacer algo para que su presencia allí tenga algún sentido. Naturalmente, la primera operación será una suposición de sentido para tolerar la permanencia bajo el rigor materia! de las prácticas que dispone el dispositivo. Esa suposición produce una segunda operación que es la transferencia ele sentido hacia algún agente del dispositivo. La tercera será la conjetura (elaborada por el sujeto en cuestión, pero atribuida al dispositivo o sus agentes primordiales) sobre el sentido supuesto y transferido. Hasta allí es conocida la cosa. A partir de entonces, depende de cada dispositivo: las acciones de cuerpo y de pensamiento tallarán la subjetividad; el dispositivo estará así marcando los lugares por los cuales el individuo habrá de orientarse (hasta transformarse —en algunos casos— en un agente "libre", establecido sin coerción explícita).

6.

Martin Buber decía que el mundo crea en nosotros el

lugar en que recibirlo. Un poco transmutada —y con los encantos perdidos— esa tesis es la que guía a ésta: el dispositivo forja en nosotros las operaciones para habitarlo. Así las cosas, la subjetividad instituida es propia no de una época sino de una situación. Esa subjetividad es la serie de operaciones obligadas por el dispositivo específico de la situación específica. La subjetividad es una serie de operaciones; el hará ha sido suplementado por el soft los programas exigidos para habitar un dispositivo corren sin problemas. 7. Ahora bien, si ésta es la subjetividad instituida, ¿cuál será el sujeto capaz de realizar la crítica? Nuevamente, el sujeto no será sustancia ni estructura sino operación. El sujeto es también operación, pero una operación de otro tipo. Es una operación crítica sobre la subjetividad instituida. No hay sujeto si no hay un plus producido por la instauración de una subjetividad. Ese sujeto será una operación sobre la serie de operaciones instituidas: trabaja en otro nivel lógico. Pero ese otro nivel sólo es posible por la instauración del primero y su plus. La operación crítica que llamamos sujeto es una operación sobre la subjetividad instituida desde el plus que ha producido como efecto impertinente. Apropiación, subjetivación, crítica son otros tantos nombres de la operación que es sujeto para la serie de operaciones que son la subjetividad instituida.

8. Consecuencia: la relación entre la subjetividad y el discurso social no se piensa ya en términos de modelos e identificaciones sino en términos de dispositivos y operaciones.

UNA OBSERVACIÓN SOBRE PÚBLICO Y LO PRIVADO 1.

EL

ESTATUTO

DE

LO

La frontera entre lo público y lo privado es naturalmente histórica, es decir: insustancial. Y esto en por lo menos dos

sentidos, a) Es histórica porque no existe instituida como tal en todas las situaciones sociales. Los editores de la Historia de la vida privada tuvieron que hacer contorsiones para sostener el ambicioso proyecto mercantil en los trayectos medievales sin ofender irrevocablemente el nombre de los profesores convocados, b) Es histórica también en el sentido de que la frontera, cuando existe en las situaciones, no corta siempre del mismo modo. c) Agreguemos un tercero. Se podrá imaginar que esta distinción, cuando no calca las distinciones socialmente establecidas, funciona como categoría analítica. En tal caso, las dimensiones públicas y privadas, postuladas no como existentes sino como principios de consistencia analítica, habrán de ser elaboradas conceptualmente. En tal caso, poco tendrá que hacerse cargo de las significaciones instituidas como propias de “lo público y lo privado”. 2. Como se sabe —se sabe a partir de Althusser, pero semejante origen no es digno de las estrategias periodísticouniversitarias que viven de la denuncia y la queja y la reproducción de estos espacios—, la distinción entre lo público y lo privado no se traza desde un tercer elemento sino desde el Estado. El distingo entonces es una operación histórica. El Estado absolutista distingue entre dos esferas. En una se autoriza a intervenir directamente; es su campo eminente de trabajo. En la otra, trazada por sí misma, sólo se autoriza a operar indirectamente, por medio de las instituciones estatales instituidas como privadas. Los AIE (Aparatos ideológicos del Estado) recorren indistintamente las dos instancias: la instancia en que el Estado se muestra como tal y la instancia en que el Estado prefiere ordenar como si no interviniera en ella. 3. Como se trata de distinciones propias de los regímenes burgueses, el criterio de propiedad se presenta como decisivo en la discriminación oficial de los campos. Con toda evidencia, una

vez que se ha establecido la evidencia mayor de que la propiedad determina la naturaleza social de las cosas, la instancia de lo publicó se compone de los elementos que son de propiedad pública. El Estado demora menos que un instante en establecer la sinonimia entre público y estatal. El Estado es depositario de lo no privado, depositario de lo público; el Estado es lo público. 4. El Estado moderno interviene en un mundo regulado por leyes, las leyes del Estado Público y privado son dos ámbitos de intervención estatal delimitados por su instrumento legal. En el ámbito público se autoriza a intervenir legalmente mediante la fuerza política. En el privado, se prohíbe intervenir directamente: interviene indirectamente mediante sus aparatos tutelados de delegación.

5.

La instauración de la frontera público-privado establece una subjetividad específica. Produce una delimitación clara entre dos ámbitos de acciones: público = visible, privado = cerrado a las miradas del conjunto. Correlativamente, establece una interioridad de lo que está cerrado para las miradas y una exterioridad de lo que está abierto a las miradas. Finalmente, la vida psíquica, que es lo más vedado a las miradas, que es lo más constitutivo de los hombres, se va volviendo más y más íntimo. Resultado de esto, la interioridad psíquica es eso sobre lo que el Estado no puede intervenir. Consecuencia teórica: la división público-privado establece las coordenadas para una vida psíquica percibida como interioridad. (Y que no halla su verdad en la exterioridad de las acciones sino en el secreto de los pensamientos.)

6. Nuestra situación actual no asiste al desplazamiento de las fronteras de lo público y lo privado sino a su eliminación. Ya es una distinción que no distingue nada. El Estado no interviene sobre las vidas personales mediante el aparataje legal, sino que interviene directamente mediante las tendencias y operaciones del mercado. Si el Estado no opera mediante la legalidad, la distinción públicoprivado ya no es estructurante de su intervención sobre la

población. El mercado indiscrimina ambos ámbitos. Por eso mismo, en ausencia de la práctica determinante de la delimitación, constituyen de hecho un solo ámbito.

7. Para la débil conciencia tardoburguesa, las evidencias burguesas

parecen

críticos

operadores

conceptuales.

El

insoportable tema de lo público y lo privado. Como todo tema, es campo de opinión: el desvanecimiento de lo público, el avance de lo privado son denunciados periódica y periodísticamente con gesto pensativo. El desvanecimiento de lo público se manifiesta en el deterioro material de los espacios materiales de propiedad estatal. Ei avance de lo privado, en el avance de las rejas. No es una cuestión menor, pero la herramienta ideológica investida como crítica resulta impotente: genera consenso sin producir otro efecto que el del lazo lacrimal.

8. Sin esa operación estatal, la población no está tratada mediante prácticas que legalmente delimiten un ámbito público y un ámbito privado. A todos los rincones llega la mano visible del mercado. Para ese agente, los individuos sobre los que interviene carecen de interioridad. Y carecen de ella no porque el mercado la borre sino porque no la instituye. Esa interioridad inexistente no está ausente: meramente no está. No es ya una institución estatal. Puede ya no ser una marca constituyente de la subjetividad.

9. Para la experiencia ciudadana, la exterioridad era un defecto imperdonable de banalidad superficial. Para la experiencia consumidora, la exterioridad es precisamente el reino de la imagen. La imagen podía representar al ciudadano, pues el ciudadano tiene una interioridad que se expresa hacia el exterior como imagen. En cambio, la imagen actual presenta al consumidor. Esa exterioridad es lo que es. No significa que sea menos: significa que su ser está en otro lado. Está en la superficie misma; pero hay que saber mirar en el envés y no en la desaparecida profundidad.

EPÍLOGO Terminé las correcciones de este libro dos semanas antes del nacimiento de mi hijo L. Había estado tra~ bajando con textos que tenían ya cinco años, con lo cual su corrección se tornaba a veces tan engorrosa que más de una vez hubiese deseado escribirlos de nuevo. Obviamente, esa tarea era para mí materialmente imposible y, por otro lado, la experiencia de trabajo con estos textos me hacía confiar en su productividad: no podía deshacerme de ellos sin más. Puse entonces punto final al trabajo impulsada por una necesidad vital y un compromiso contraído; preferí privilegiar las razones estratégicas por sobre supuestas obligaciones epistemológicas. La inminencia del nacimiento parecía además un buen motivo para concluir una investigación cuyo interés había girado justamente en torno a los niños y a la familia, para elucidar las condiciones actuales del,ejercicio de la maternidad y .dé la paternidad. Pero, contrariamente a lo esperado, el nacimiento de mi hijo, lejos de contribuir a la culminación del trabajo, iba a continuarlo todavía más; puesto que las circunstancias en que se produjo —circunstancias que comparten la gran mayoría de los nacimientos actuales— nos revelaron casi con crudeza el.estatuto actúa! de la infancia. La tesis seguía vigente; o, como dijo algún escritor, la realidad se empeñaba en demostrarla. Yo oscilaba entre la sorpresa y la satisfacción porque la corroboración de mi hipótesis no dejaba de asómbrame y, por supuesto, eso me producía alegría. La primera sorpresa fue en el curso de preparación para el parto. Allí un episodio menor, por lo habitual y lo frecuente, me llamó la atención. La primera de Jas charlas se inició con una promoción de productos para bebés de Johnson y Johnson. Lo de siempre: llenar un cupón con datos personales —así se llaman los datos obtenidos por

estas estrategias de marketing— contra entrega de un estuche con muestras de los productos. Sólo que en esta ocasión algo me impresionó. El cupón pedía el nombre del bebé (aún no nato); y fue ése el primer registro del nombre de L. en la cultura. Antes que como ciudadano, L. había sido registrado como consumidor: el mercado se le había anticipado al Estado. Después, bastante después, vendría !a ceremonia del Registro Civil. Bien mirada, era bastante más complicada que la de la promoción. El segundo hecho sorpresivo sobrevino al dejar el sanatorio donde me había internado. Poco antes de partir, como es de rigor, hubo que gestionar el alta, que era un trámite mediado por la obra social de mi gremio. En esa ocasión nos entregaron un paquete lleno de "regalos” para el bebé y la mamá: promociones de productos, desde muestras de pañales hasta jabón para lavar ropa fina —que siempre usé ignorando que era un producto especial para mantas— e infinidad de catálogos y cartillas que anunciaban actividades, servicios y venta de todo lo que el bebé y su madre necesitan: gimnasia, grupos de reflexión, natación, estimulación, recreación, etc. Nuevamente, nuestro niño, antes que existir como afiliado o como miembro de la obra social gracias a cuyas prestaciones había nacido, existía como consumidor. Dejamos el sanatorio sin enterarnos de ninguna de las obligaciones civiles que habíamos contraído como padres del niño. Ni siquiera sabíamos a ciencia cierta si las tentamos, ni ante quién. Sólo un sello, medio perdido y poco legible al dorso del certificado de nacimiento, rezaba: "Hasta cuarenta y cinco días en..." y una dirección del Registro Nacional de las Personas. Aparentemente, el sello hablaba por sí solo, puesto que nadie nos dijo que debíamos inscribir al recién nacido. Tampoco qué podía pasar si no cumplíamos a tiempo con ello. Las únicas instrucciones claras para los cuidados del niño y las tareas de los padres provenían de los

*

catálogos de productos: ése era el estatuto actual de la escuela para padres. Finalmente, poco antes de que se venciera el plazo establecido, fuimos al Registro Civil. Otra sorpresa vendría a sumarse a las anteriores: L. no había nacido en el país de sus padres, sino en otro; antes que ciudadano de la Nación Argentina, él era —y es— habitante del Mercosur. Lo cual no es ni bueno ni malo para él, sino una condición del mundo que le tocaría habitar. Pero de nuevo el mercado ganaba la mano. La posesión de ese documento de identidad venía a coronar la cadena de hechos que la habían prefigurado. La sorpresa fue el anticipo de una revelación; el encanto de lo que parecía una intuición se desvanecía ante una real confirmación. L. era ante todo habitante del Mercosur, y su identidad civil estaba ahora marcada por ese rasgo'que no era sólo de hecho; también lo era de derecho. Tampoco aquí nadie habló de nuestras obligaciones jurídicas como padres del niño que había nacido. Sóío que ahora la ausencia de esa voz resultaba menos incomprensible.

Alto Valle del Río Negro, febrero de 1999

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