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March 1, 2017 | Author: Juan Perez | Category: N/A
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K k n n k t i i J . (ìI '.r g e n e s p ro fe s o r de Psicologia Social en cl Swarthm ore d oliere, en las in m ediacion es de Filadelfia. Ks tam bién autor, entre otras obras, de Construir Iii realidad, Realidades y relaciones y L a terapia como construcción social

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(con S h eila M cN am ee), igualm ente publicadas por Paidós.

Kn esta obra, el autor explora los profundos cam bios acaecidos en los últimos tiem pos con respecto al individuo com o tal, asi com o las im plicaciones que de ello se lian derivado para la vida intelectual y cultural. I .as tecnologías de la com unicación en un proceso de avance perm anente en nuestros días n os obligan actualm ente a relacionarnos con un núm ero m ucho mayor de in­ d ivid u os y de in stitu ciones que en cualquier época pasada, y a través de una m ultiplicidad de formas q ue nos exige crearnos una con cepción diferente de nosotros m ism os. Kn este sen tid o, nuestra saturación social ha llegado a ser tan intensa que hem os acabado asum iendo las personalidades y valores de aquellos con quienes nos com u nicam os, con el con sigu ien te deterioro de nuestro sentido de la verdad objetiva. Partiendo de una investigación m uy am plia, que abarca d esd e la antropología hasta el psicoanálisis, la novelística o el cine, l 'l yo saturado sondea los peli­ gros y perspectivas que se le presentan a un m un do en el que el individuo nunca es lo que parece y la verdad radica, en cada instante, en la postura circunstan­ cial del observador y en las relaciones entabladas en ese m om ento.

K enneth jf. & s C Er 2 o

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Gergen El yo saturado Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo

«Un trabajo original, inteligente, profundo y altam ente estim ulante, que además acaba con todos los clich és referentes a la condición posmoderna.» Publishcrs W etltly

Paidós Surcos

SURCOS T ítu lo s publicados: 1. 2. 3. 4. 5.

6. 7. 8. 9. ic . 11. 12. 13 . 14. 15 . 1 6. 17 . 18. 19. 20. 2 1. 22.

S. P. H un tin gto n , El choque de civilizaciones K . A rm stro n g, Historia de Jerusalén M . H a rd t-A . N c g ri, Imperio G . R y le , El concepto de lo mental W. Reich , E l análisis del carácter A . C o m te-Sp o n ville, Diccionario filosófico H . Shanks (comp.)> Los manuscritos del Mar Muerto K . R . P o pp cr, El mito del marco común T . E agleton , Ideología G . D eleu ze, Lógica del sentido T . T o d o ro v , Crítica de la crítica H . G ard ner, Arte, mente y cerebro H . G . H em pel, La explicación científica J. L e G o lf, Pensar la historia H . A ren d , La condición humana H . G ard n er, Inteligencias múltiples G . M in o is, Historia de los infiernos

J. K\ausner, Jesús de Nazaret K. J. G ergcn , El yo saturado K . R . P o pp cr, La sociedad abierta y sus enemigos C h . T a y lo r, Fuentes del yo E . N a g c l, La estructura de la ciencia

K enneth J. Gergen

El yo saturado Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo

PAIDÓS Barcelona Buenos Aires México

Título original: The Seiturated Self. Dilemmas of Idenlity in Contemporary Life Traducción de Leandro W olfson Cubierta de M ario Eskenazi

/" edición en la colección Surcos, 2006

© 1991 by Basic B ooks, una división de H arper C ollins Publishers Inc. © de la traducción, Leandro W olfson © 2006 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona

Im preso en España - Printed in Spain

SU M A RIO

Prefacio................................................................................................. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

11

El asedio del y o .............................................................................. 19 De la visión romántica a la visión m odernista del yo . . . . 41 La saturación social y la colonización del y o .......................... 79 La verdad atraviesa d ificu ltad es....................................................123 El surgim iento de la cultura p o sm o d ern a................................... 161 Del yo a la relación p ersonal................................................ 197 U n «collage» de la vida posm oderna .......................................237 Renovación del yo y au ten ticid ad ................................................ 273 Recapitulación y relativ id ad ..........................................................309

N o ta s ....................................................................................................... 353 A utorizaciones....................................................................................... 387 índice analítico y de n o m b res............................................................389

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D e d i c o e s ta o b r a a Monc Albareda • Barcelona Judy y I.arry Anastasi • Swarthmore Patti y David Auerbach • Swarthmore Ellen Barry y Mike Florio • San Francisco Uschi y Peter Becker • Kirchheim-Bolanden Fatima Cavalcantc y Annibal Amorim • Río de Janeiro Peter Burch * París Pru Churchill y Larry Plummer • Rose Valley Lynne y Merrcll Clark • Scarsdale John Clement • Wallingford Deborah Curtiss • Filadeliia Gregory Fullerton * Bloomington Harry Galifianakis • Wilkesboro Michacl Gcbhart • Chester Stephanie Goddard • Atlanta Donna y Don Gorton • Yardley Jane y Alan Grove • Minneapolis Justine Gudenas • Filadelfia Barbara v Gus Kellogg • Wilton Marie Colette Kerstens van Spaendonck ♦ Poppel Sally y Steve 1-isle • Minneapolis Erika y Joe Littera • Santa Bárbara Hilde y Hans Luijten • Alphen Brigitte, Ulrikc y Gunter Mayer • Pforzheim Renate y David Mitchell • Sydney Nancy Nichols • Seattle Margit Oswald • Viena Bernie Reilly • Wallingford Jan y John R.eker • Winter Park Zachary Sacks • Los Ángeles M ary y Arthur Schneider » Paris Nadine Serváis • Toulon Franca y Carlo Severati • Roma Margret Skitarclic • Ardmore Sally y Norman Smith • Swarthmore Julia Welbon • Wallingford

Y a otros que me hicieron señas desde más allá de la torre.

P R E FA C IO

Cada vez que me form ulan la pregunta, me tengo que detener a reflexionar. La pregunta es simple, y me la hacen mis vecinos, mis parientes y amigos, mis hijos y hasta algunos forasteros de paso p o r la ciudad: «¿En qué está usted (o en qué estás tú) trabajando en este momento?». Esperan, y con razón, que mi respuesta sea igualmente sencilla y clara. Sin embargo, invariablemente vacilo: ¿cómo podría extraer de mi jerga académica profesional alguna expresión llamati­ va, alguna idea que remueva las profundidades? ¿C óm o introducir en una conversación casual esos largos párrafos argumentativos que son los que inyectan adrenalina a una idea? ¿Y de qué manera podría transm itir mi entusiasmo a los m undos dispares del abogado, el pe­ luquero del barrio, el médico cirujano, el delegado de ventas, el in­ geniero, el artista, el fanático del rock? Com encé a escribir este libro con la intención de tender un puen­ te entre estos múltiples ámbitos. Tenía la esperanza de poder ofrecer un panoram a de los debates académicos actuales a quienes están fue­ ra de la torre. H ay buenos m otivos para hacerlo: el m undo acadé­ mico se encuentra hoy en un estado de enorm e efervescencia, cuyos alcances son impredecibles. Se han puesto en tela de juicio práctica­ mente todos los supuestos que guiaron el raciocinio y la investiga­ ción a lo largo del últim o siglo. M uchos lectores ajenos a la com uni­ dad académica conocen las disputas sobre los cánones de la literatura occidental en que esa com unidad está hoy sumida, y el uso crecien­ te de térm inos com o deconstrucción, poste stmctnralismo y posmo­ dernidad. Pero éstos no son sino débiles indicadores de la revisión radical a que han sido sometidas nuestras antiguas tradiciones sobre la verdad y el conocimiento. A medida que caen en el descrédito los supuestos acerca del saber objetivo, tiende a modificarse toda la es­ tructura de la educación, la ciencia y el «origen del conocimiento» en general. Estas cuestiones son demasiado interesantes, y m uy atracti­ 11

vas, com o para quedar circunscritas a los m uros de las universidades y del m undo académico. H ay un aspecto de esta efervescencia que me interesa especial­ mente. D urante muchos años, uno de mis intereses fundamentales fue el concepto de «yo» [self], nuestra manera de com prender quié­ nes somos y para qué estamos en el mundo. Los supuestos acerca del yo parecen fundamentales para toda empresa que nos propongam os llevar a cabo. Entendem os que, en nuestra condición de seres hum a­ nos normales, poseemos la facultad de razonar y tenemos em ocio­ nes, intenciones, conciencia moral; estos conceptos desempeñan un papel decisivo en nuestra manera de relacionarnos con los demás. ¿Q ué sentido tendría el m atrim onio si no nos sintiéramos capaces de experimentar am or p o r otro ser hum ano? r:Míj;^í

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economía.. ¡y i s s o haciénm

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m ilitares. U n o de los criterios posibles nos llevaría a votar al candi­ dato A p o rq u e parece inteligente, pero de acuerdo con o tro criterio sus ideas resultan dem asiado com plicadas, difíciles de instrum entar y alejadas de la realidad, El candidato B tiene una personalidad agra­ dable, que le perm itirá sin duda o b ten er el apoyo p o p u lar para sus propuestas, pero en o tro sentido su afabilidad sugiere que es incapaz de m antener una postu ra firm e. Y así sucesivamente. D e manera que el aum ento de los criterios de racionalidad no im­ plica de suyo form arse u n juicio claro y unívoco sobre los candidatos. Más bien lo que sucede es que el grado de com plejidad aum enta a tal punto que resulta imposible asum ir una posición coherente desde el punto de vista racional. En la práctica, al aum entar la colonización del yo, la elección en favor de un candidato se aproxim a a la arbitrariedad: da lo mismo tirar una m oneda a cara o cruz que em peñarse diligente­ mente en llegar a la solución buscada. N os acercamos así a una situa­ ción que priva de sentido a la idea misma de «elección racional». Vemos, pues, que a lo largo del siglo xx se ha p ro d u cid o un cam ­ bio abismal en el carácter de la vida social. A través de u n conjunto 120

de nuevas tecnologías, el m u n d o de las relaciones se ha ido satu ran ­ do más y más. Participam os con creciente intensidad en una avalan­ cha de relaciones cuyas transfiguraciones presentan una constante variedad. Y esta m ultiplicidad de relaciones trae consigo una tran s­ form ación en la capacidad social del individuo tan to para saber acer­ ca de com o para saber cómo. El sentido relativam ente coherente y unitario que tenía del yo la cultura tradicional cede paso a m últiples posibilidades antagónicas. Surge así un estado m ultifrénico en el que cada cual nada en las corrientes siem pre cam biantes, concatenadas y disputables del ser. El individuo arrastra el peso de un fardo cada vez más pesado de im perativos, dudas sobre sí m ism o e irracionalidades. R etrocede la posibilidad de un rom anticism o apasionado o de un m odernism o vigoroso y unívoco, y queda abierto el cam ino para el ser posm oderno.

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C apítulo 4

LA V ERD A D ATRAVIESA D IFIC U L T A D E S

Ardemos en deseos de encontrar terreno sóli­ do y un fundamento último seguro sobre el cual levantar una torre que llegue hasta el infinito, pero nuestros cimientos se resquebrajan y l a tierra se hunde en los abismos. B la ise P a s c a l,

L os dos infinitos

E n la pequeña com unidad universitaria de Sw arthm ore la vida seguía su curso norm al, agradable c im perturbable, hasta que hace unos años sucedió algo sorprendente. El origen fue simple: se invitó a dar una conferencia a dos estudiosos de la com prensión del len­ guaje. Se trataba de un sociólogo alem án y de u n experto francés en análisis literario. El tem a n o parecía m uy explosivo que digam os, ni siquiera se h izo m ucha publicidad sobre las conferencias, y dado que los dos conferenciantes eran extranjeros hasta podrían haberse abri­ gado dudas de que atrajeran una cantidad suficiente de público. Pero a m edida que se aproxim aba la fecha, la noticia de la charla em pe­ zó a difundirse, cada vez eran m ayores las consultas telefónicas y p o s­ tales de estudiantes y profesores y se levantaron excitados debates en centenares de kilóm etros a la redonda y en todos los cam pos: la filo ­ sofía, la psicología, la sociología, la antropología, los estudios lite­ rarios, la religión y las com unicaciones, en tre otros. Finalm ente la conferencia debió organizarse en el m ayor auditorio de los alrede­ dores, y cuando llegó la fecha ni siquiera ese lugar dio abasto al gen­ tío que se reunió allí — sentado, de pie o en cuclillas donde perm itie­ ra el espacio. ¿P o r qué m otivo un debate académico de esa guisa tenía que ar­ mar tanto escándalo? I-a razó n principal es la crisis que se está p r o ­ duciendo en la concepción com ún de la com prensión hum ana. A n ­ taño, el problem a de cóm o se com prenden las personas entre sí y cóm o com prenden el m u n d o que las rodea parecía relativam ente sencillo. El lenguaje expresa ideas y sentim ientos, se afirm aba; co m ­ p render el lenguaje es com prender la m ente del que lo em plea, y el 123

lenguaje de un individuo es capaz de transm itir u n a verdad objetiva. N o obstante, a raíz de las diversas revulsiones que sufrió la vida in ­ telectual, h o y se hace difícil su sten tar tales prem isas. N o resulta cla­ ro cóm o conocen las personas la m ente de los dem ás, y cóm o p u e­ den describir objetivam ente el m u n d o fuera de ellas. T o d o cuanto parecía nítido hace unas décadas hoy se ve turbio... Tal vez aquellos profesores extranjeros tuvieran ideas no m uy bien com prendidas a este lado del A tlántico. E n el presente capítulo me pro p o n g o explorar esta crisis inci­ piente del m u n d o académico. Son los debates más im portantes que hayan tenido lugar en la vida intelectual del pasado siglo. La m ay o ­ ría de las concepciones que apuntalaban los objetivos tradicionales de la investigación y la enseñanza han sufrido u n eclipse. Para algu­ nos, la defunción de los presupuestos tradicionales es u n suceso casi catastrófico: apartarse de los antiguos idearios de verdad y conoci­ m iento es instar al caos, p rim ero en el m undo universitario y des­ pués en la sociedad en general. O tro s, p o r el co n trario , perciben sig­ nos estim ulantes de que la historia se encuentra en u n p u nto de viraje y se está forjan d o una excitante nueva era. Si me detengo en estos procesos es porque la crisis académica al­ rededor de las adhesiones al saber objetivo incluye profundas im pli­ caciones en las concepciones del yo. La m ayoría nos adscribim os a la visión rom ántica, según la cual las personas están dotadas de p ro ­ fundas pasiones, convicciones m orales e inspiración creadora. Para el m odernista, la racionalidad guía casi todas las acciones humanas. En gran medida, estos conceptos extraen su confiabilidad del supuesto de que son objetivam ente verdaderos (o de que puede dem ostrarse que lo son, en principio), pero com o aduje en el p rim er capítulo, hay grandes m otivos para dudar en el caso de la personalidad hum ana. La actual crisis académica lleva la argum entación hasta sus últim as consecuencias. A quí no nos enfrentam os a ciertas dudas sobre la pretendida autenticidad del carácter hum ano, sino al abandono del concepto de verdad objetiva. El argum ento no alude a la endeblez de nuestras descripciones del yo, sino que nos dice que la tentativa de al­ canzar una com prensión precisa está en quiebra. Y si toda elucidación objetiva de la personalidad hum ana sobrepasa nuestras posibilida­ des, W ■*'-"V ‘ V ¡V1.' •'• 1’ '

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C apítulo 8

R E N O V A C IÓ N D E L Y O Y A U T E N T IC ID A D

«Sé franco contigo mismo»:"' ¡qué p ro m iso ­ rias resuenan esas palabras en nuestros oídos! L io n k i. T r il l in g ,

Sincerity and Authenticity Im ágenes que se reiteran: • Los m iem bros de una familia inclinan reverentem ente la cabe­ za cuando rezan antes de la cena. • U nidos en un estrecho y apasionado abrazo, dos novios se ju ­ ran am or eterno. • U na estudiante abandona la universidad para dirim ir cuál es su ser auténtico y qué quiere de su vida. • U n alto ejecutivo medita con cuidado sobre el futuro de la com ­ pañía y anuncia las decisiones que ha tom ado a sus subordinados in ­ m ediatos. • U nos hom bres de ciencia desentrañan nuevos secretos de la codificación genética. • El presidente de la república eleva el p resupuesto nacional, se­ gún él «ajustado a la realidad económ ica». Estas escenas no son raras en la vida contem poránea. Si bien p ro ­ ceden de perspectivas rom ánticas y m odernistas, estas creencias en la divinidad, en un am or profundo, en un yo esencial, en las adopcio­ nes de decisiones racionales, en una verdad objetiva y en el realismo ante las situaciones de la vida cuenta con fuerte arraigo en la cultura occidental. H ay, además, signos significativos de una adhesión ren o ­ vada a esas creencias, signos de que la gente se preocupa cada vez más p o r su bienestar espiritual, sus valores m orales y su capacidad em ocional, y anhela enco n trar fundam entos sólidos y objetivos para centrarse y conferir una dirección a su vida futura. Percibim os la rá­ pida difusión de este anhelo en las críticas que se form ulan co n tra la educación superior, en las nuevas m anifestaciones religiosas, en los 27 3

m ovim ientos para la preservación de los bienes culturales o en de­ fensa de las m inorías oprim idas o m enesterosas, en los program as de rem odelación urbana y com unal, en los cursos y sem inarios de fin de semana p ara el enriquecim iento y el desarrollo personal, en la vigorosa búsqueda de las raíces históricas de la identidad étnica o en los m ovim ientos en pro de los derechos hum anos universales.1 ¿Acaso estas actividades no fijan límites sustanciales a las p ro ­ puestas que hem os hecho en capítulos previos? ¿Será preciso p reo ­ cuparse por lo que provoca la m ultifrenia, o p o r la supresión de los com prom isos afectivos, de los valores intrínsecos, de la verdad, de la m oral personal, de la em oción, de la autobiografía? ¿H ab rá sufrido tantos em bates, realm ente, el yo, que sus fronteras se diluyan y la ca­ tegoría misma corra el peligro de quedar sumergida en el socitisl ¿Será m enester buscar confortam iento reem plazando el individualism o p o r m odos de vida en las relaciones, o en una participación más to ­ lerante en los juegos de la vida? P o d ría decirse que ia evidencia de es­ tos cam bios es em brionaria: la vida sigue su curso com o de costum ­ bre. A ún en la m edida en que hay un desplazam iento con ru m b o al posm odernism o, detectam os tam bién una conciencia de la crisis in ­ m inente y un esfuerzo concertado de restauración cultural. P or cierto que abrigar esas dudas sobre mi tesis no es ilógico. Se­ gún puntualizaba en el prefacio, no estoy tratando de docum entar cuál es la norm a vigente en la sociedad, sino que confío más bien en discernir un cam bio incipiente en las perspectivas y en las pautas de vida conexas. M i argum entación se basa sobre to d o en la parte más afectada de la población, que con frecuencia son los sectores u rb a­ nos de alta m ovilidad, los profesionales en buena situación econó­ mica y con aspiraciones para el futuro. Sin em bargo, com o intenté dem ostrar, hay buenos m otivos para creer que lo que Ies acontece a estos grupos puede tom arse com o veleta indicadora de los vientos futuros en la vida cultural en general. P o r el m om ento, m ucho sigue igual que siem pre, hay num erosas subculturas que aún no han sido afectadas. N o obstante, a largo p lazo las tecnologías que dan origen a la saturación social serán ineludibles, y cuando éstas se expandan y perfeccionen, poco a poco irán desapareciendo silenciosam ente las mentalidades tradicionales y sus pautas de vida correspondientes. El p ro p ó sito prim ordial de este capítulo es exam inar qué p o sib i­ lidades tiene el atrincheram iento cultural. Si uno, al explorar el h o ri­ zonte, siente co rrer el viento frío de una pérdida inm inente, si ansia 274

el reto rn o a lo auténtico y a lo consistente, ¿qué puede hacer? Sin duda, las num erosas tentativas de renovación del yo sugieren que se puede hacer algo: las personas son capaces de crear entre ellas fu er­ tes lazos de solidaridad con im portantes repercusiones. Dos ejem ­ plos recientes son los clam ores en favor de la integridad nacional en­ tre los pueblos del Este europeo y la búsqueda de autonom ía de ciertos grupos étnicos en la U n ió n Soviética. ¿Es posible que m ovi­ m ientos com o éstos, más vastos y arrolladores, perm itan a la cultura occidental atrincherarse contra la invasión de las costum bres y m en­ talidades posm odernas? E n mi opinión, pese a su gran atractivo, hay pocas razones para pensar que esta acción defensiva pueda ten er éxito. Los recursos in ­ dispensables no parecen estar a la vista. El p orqué será lo que nos ocupe en las páginas que siguen. A la lu z de estas consideraciones, en el capítulo final podrem os evaluar las consecuencias.

R e s is t e n c ia al a t r in c h e r a m ie n t o

M erced al auge de las nuevas tecnologías de la com unicación, d i­ ferentes voces se van inco rp o ran d o a la nuestra, aunque los rem a­ nentes de las antiguas tradiciones siguen siendo robustos. ¿Q ué p u e ­ de im pedir la proliferación de la conciencia posm oderna? ¿Q u é puede evitar que los m iem bros de tina fam ilia com iencen a sospechar que sus rezos son un «m ero ritual», que los am antes se pregunten si sus encendidas palabras de devoción no serán algo rebuscadas, que los estudiantes universitarios, en lugar de «buscarse a sí mismos», prefieran incorporarse a alguna «red», que los ejecutivos se cuestio­ nen la racionalidad de ciertas decisiones personales, que los científi­ cos dud en del concepto m ism o de «verdad objetiva» y los políticos adm itan que el calificativo de «realista» no es sino u n artilugio re tó ­ rico? C uesta im aginar que las tecnologías que dieron origen a la si­ tuación posm oderna hayan de desm antelarse, y aun parece lejano el m om ento en que alcancen su máximo apogeo en lo tocante a su d i­ fusión o su eficacia. Si ha de producirse un atrincheram iento cu ltu ­ ral, los recursos que lleven a él habrá que buscarlos en el p ro p io m undo de la tecnología. La alternativa crucial es inherente al ám bito hum ano, o sea, tiene que ver con la capacidad de los seres hum anos para organizarse en to rn o de finalidades significativas. D ebem os te­ 275

ner en cuenta, en particular, la posibilidad de que surjan hom bres fuertes, los recursos internos de los individuos y la unificación de las com unidades contra la incipiente disolución del y o y de las formas culturales conexas.2 C om o verem os, las mismas tecnologías que dieron nacim iento al pluralism o de la época posm oderna socavan la posibilidad de que es­ tos recursos consoliden nuevas m odalidades culturales de com pren­ sión y de acción.

La nostalgia por los líderes Su enorm e p o d er [el de R onald Reagan y M argaret T hatcher] radica en su im posibilidad de censurar cualquier elem ento ridículo, fatuo o fan­ tasioso de las charadas perm anentem ente cam ­ biantes que inventan para ellos las m áquinas de forjar imágenes públicas. Ellos no hacen o tra cosa que leer el guión que les fue preparado, sea cual fuere. P h il ip N o r m a n ,

Faking the Present

C reo que son «figuras del espectáculo» más que cualquier o tra cosa, pero m iro sus program as de todos m odos. E spectador anónim o de los program as de televisión de los evangelistas

M uchos siguen depositando su esperanza en la aparición de tin hom bre fuerte, de un individuo talentoso capaz de fijarnos altas m e­ tas a los dem ás, u n curso de acción claro, de entusiasm arnos para que concertem os nuestros esfuerzos en p o s de algo coherente y creemos así form as dignas y consistentes de vida cultural. Pero en estas ú lti­ mas décadas, ¿podem os prever la aparición de dirigentes inspirados? La política norteam ericana de los últim os decenios ha sido un cons­ tante juego de esperas: «¿H abrá algún dem ócrata (o republicano) que, surgido del pueblo, alcance la estatura de un líder?». A hora bien: esta espera, ¿no equivale — lo expresarem os en térm inos de Beckett— a «esperar a G odot» ? 276

A fin de responder a esta pregunta, conviene advertir prim ero que la confianza en los «hom bres fuertes» se rem onta al p erío d o r o ­ m ántico. Según hem os visto, en la conciencia rom ántica ocupaban un lugar central los conceptos de genio, carácter profundo, inspira­ ción e intuición. Estas virtudes sólo aparecían en unos pocos dotados, en quienes p o r ende podía confiarse com o auténticos líderes. Es este legado el que nos lleva a esperar la llegada de líderes valerosos (aunque apenas recordem os qué significa el térm ino «valeroso»). Para el rom ántico, el carism a es una realidad. Este trasfondo es el que vuelve vulnerable la cultura a los gurúes y m aestros zen, los evangelistas y los m édium s capaces de alcanzar planos espirituales rem otos, y el que prom ueve la fe en que quizás — sólo quizás— el próxim o dirigente nos saque de este cenagoso p an tan o .3 Sin em bargo, al esfum arse el ro m an ticis­ m o, tales sentim ientos no pasan de ser una pura nostalgia. Pero no es sólo el escepticismo m odernista ante conceptos com o los de genio, inspiración, moral e intuición profunda el que genera el descrédito en las calificaciones de los aspirantes al liderazgo: la propia capa de la conciencia m odernista pone coto a los que desean elevarse p o r encima del nivel medio. E n la perspectiva m odernista, las carac­ terísticas del interior oculto son sustituidas p o r las virtudes de la ra­ cionalidad y la objetividad. Así pues, aunque podem os seguir siendo vulnerables a todo lo que se dice sobre la inspiración, el destino o el glorioso pasado, habitualm ente este lenguaje queda circunscrito a co n ­ textos marginales (ceremonias rituales, colectas de beneficencia, servi­ cios religiosos dominicales), ajenos al m ercado, a los organismos ofi­ ciales y a otros lugares donde se tom an las «decisiones im portantes». A llí donde «realmente» hay algo en juego, preferim os la racio n a­ lidad desapasionada, la objetividad y la productividad. T o d a refe­ rencia a los «valores», los «derechos», la «justicia», etcétera (im bui­ da com o está de una gran fuerza retórica para el rom ántico), resulta sospechosa, ya que in tro d u ce las pasiones y p o r ende subvierte la ra­ cionalidad del que debe decidir. El lenguaje m odernista es incapaz de «rem over las pasiones». E n la práctica, la im agen m odernista de los individuos que ocupan altas posiciones es la de un buen gerente de fábrica, para quien confiar en el idiom a rom ántico sería perd er la credibilidad de su rol. A esta mezcla hay que agregar la p eren to ria imagen del que fue, tal vez, el líder más p o d ero so del siglo xx: A d o lf H itler. M aestro de 277

la retórica rom ántica, los discursos de H itler rebosaban de pasión y estaban salpicados de térm inos y expresiones («espíritu», «destino», «pureza») bien alejados de lo m eram ente m aterial.4 Sus apariciones públicas se desplazaban con una parafernalia evocadora de las cere­ m onias religiosas y principescas del pasado. Pero el énfasis en el p o ­ der militar, la productividad económ ica y la expansión geográfica apelaba al incipiente m odernism o de la época. El estado hitleriano era el mecanism o más poderoso, eficiente y eficaz que había conoci­ do nunca el m undo. Sin em bargo, las consecuencias fueron tan desastrosas que hoy la im agen de un H itler ensom brecería el cam ino de cualquiera que as­ pirase a convertirse en un gigante entre los hom bres. T odas las fo r­ mas de gran ascendiente sobre los dem ás generan u n a cierta incom o­ didad. En el fondo, no confiam os en esos m ism os individuos cuya im agen más satisface nuestra nostálgica esperanza de que aparezca un hom bre fuerte. Y ahora las mismas tecnologías que inauguran el período posm o­ derno ponen en m archa procesos que aseguran que el h o m b re fuer­ te jamás sea encarnado. Por cierto que la televisión, la radio y la prensa perm iten que los aspirantes obtengan un n ú m ero so rp ren ­ dente de partidarios en períodos relativam ente breves, pero para convertirse en u n dirigente digno de confianza u n o debe conferir realism o a su identidad, debe parecer un ser auténtico cuya máscara sea equivalente a su personalidad efectiva y posea intrínsecam ente las cualidades fundam entales propias de una posición superior. A hora bien: justam ente las tecnologías de la saturación social co n tri­ buyen a im pedir el logro de la autenticidad. C onsiderem os ante to d o el problem a de la inautenticidad por perfeccionam iento, o sea, la desaparición del h o m b re «real» m erced al perfeccionam iento de la máscara. A raíz de la gran com petencia que existe para o b te n er la atención de los m edios, es esencial que el aspirante a líder haga u n uso m áxim o del tiem po o espacio disponi­ ble. C om o consecuencia, su «forma natural» de relacionarse con los demás será reem plazada, en el caso típico, p o r «técnicas para una co­ m unicación eficaz». T endrá que erradicar de su lenguaje to d o dia­ lecto localista, superar sus errores gramaticales, elim inar sus gestos o adem anes raros o inusuales, evitar to d o tema controvertible, vestir­ se de m odo aceptable para todos y com unicarse con la m ayor efica­ cia y de la m anera más sucinta posible. Esto puede exigirle seguir 278

lecciones de oratoria, co n tratar personas que le escriban sus d iscu r­ sos, asesores especializados en lenguaje corporal, m aquillaje y vesti­ m enta, form ar com ités que proyecten sus políticas y otros que con­ trolen los resultados del im pacto en los m edios de com unicación y le aconsejen al respecto. E ntonces, cuando los m edios de com unica­ ción se to rn an esenciales para el liderazgo, las m anifestaciones n atu ­ rales de la com unicación hum ana se convierten en actuaciones artifi­ ciales. Al tener lugar esta transform ación, el aspirante pierde credibili­ dad. T anto la tradición rom ántica com o la m odernista nos habían inculcado un concepto de la com unicación auténtica, la creencia de que las palabras de un ser hum ano debían ser la expresión externa de su yo nuclear. Q ueríam os tom ar contacto co n la persona que está detrás de la máscara, con sus auténticos sentim ientos, p ro p ó sito s y convicciones. Pero a m edida que los hábitos naturales de expresión son sustituidos por exigencias de una actuación eficaz, lo norm al es que suprim a cualquier rasgo de presencia sincera — las vacilaciones en busca de la palabra correcta, los coloquialism os, los exabruptos em ocionales, la m anera llana de hablar— . La form a de vestirse de la «gente real» es reem plazada p o r el «atuendo apropiado» y los signos de la edad del individuo se corrigen con el maquillaje. Y, lo más im ­ portante, las ideas que debían surgir «de adentro» parecen ser ahora el p ro d u cto de un com ité o de un redactor a sueldo. N o es el propio individuo el que habla, sino el grupo, que delibera un tan to ap arta­ do. Lo que antes se presentaba com o un «auténtico liderazgo» hoy se asemeja a un espectáculo de m arionetas o, para decirlo con los tér­ m inos más acerbos de C h risto p h er Lasch, «la degeneración de la p o ­ lítica en espectáculo (...) ha transform ado la elaboración de las p o lí­ ticas públicas en publicidad, ha degradado el discurso político y ha convertido las elecciones en una com petencia deportiva». Los m edios de com unicación social plantean además un segundo desafío al sentido de autenticidad del individuo, sugieren la inautenticidad por hum anización. A m edida que aum enta el interés del p ú ­ blico p o r u n candidato, su vida personal significa una fuente de fas­ cinación, en parte p o rq u e aún persisten las creencias rom ánticas en el superhom bre y en parte p o rq u e los públicos m odernistas confían en que esa inform ación les enseñe tam bién a ellos el éxito. P articu ­ larm ente im portantes son los esfuerzos que realizan los m edios para «dar a conocer al candidato», pues en ellos gravitan las pautas co­ 27 9

municativas de aquél, quien típicam ente adopta dos posturas. Su presentación positiva está destinada a glorificarlo y autentificarlo com o verdadero líder (a tal fin se apela a sus hazañas d u ran te la gue­ rra, sus triunfos electorales, su experiencia previa, sus hechos heroi­ cos, su sacrificio y todas las victorias del pasado). Pero se suprim e cualquier inform ación que pueda sugerir una debilidad de carácter o algún hábito poco recom endable. Según hem os visto, es norm al que e l candidato adopte esta postura (a m enudo p o r om isión), ya que se elim inan cuidadosam ente todos los signos de u n «estilo de vida in u ­ sual». La actuación pública no es personal.

«Repitam os la tom a una vez más... y recuerde: usted se atraganta en el párrafo tres y se seca las. lágrimas en el párrafo cinco, no al revés.» D ibujo de D . R e illy ; C o p yrigh t 1988, The New Yorker Magazine, Inc.

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La conversión de personas en espectáculos am enaza el concepto mism o de un yo auténtico o sustancial. Si to d o lo que era sustancial en la época rom ántica o en la m odernista se vuelve una m oda, dejan de resultar fidedignas las personas sustanciales. Si mi «opinión p er­ sonal» es som etida a una capa de lustre para consum o público, deja de ser personal, y si to d o queda bajo el im perio del estilo de m oda, nada queda que pueda llam arse «personal»: la categoría m ism a p ier­ de significado. D urante la cam paña presidencial de G eorge B ush, la revista N ew sw eek inform ó que «aunque se p ropone el m ism o fin político de conseguir que el presidente caiga bien, la m aquinaria que maneja los m edios de com unicación social en favor de Bush p ro y ec­ ta una imagen m enos m anipulativa, m enos cínica y, en definitiva, más honesta que el arte escénico de Reagan».5 A hora bien: si la m a­ nipulación, el escepticism o y la h o n estid ad so n construcciones de los m edios de com unicación social, ¿de qué m odo puede saberse cóm o es, «verdaderam ente», un candidato? Si no som os capaces de trascender las apariencias, la propia idea de lo «verdadero» se to rn a superflua. El crítico literario Frederic Jam eson sospecha que es esto, precisam ente, lo que va a pasar en el arte: «Los viejos m odelos (Pi­ casso, P roust, T. S. Eliot) ya no funcionan (o hasta son perjudicia­ les), p o rq u e nadie tiene y a esa clase de singular m undo privado y de estilo para expresarse»/’ D esde el p u nto de vista p o sm oderno, la vi­ sión de un m undo privado y singular nunca «ha funcionado», en el sentido de sum inistrar un retrato legítim o de la persona; más bien, se considera que todas las pretensiones sobre el tipo de virtudes indis­ pensables para ser un dirigente son, en gran medida, ejercicios re tó ­ ricos. Al m ism o tiem po que las actuaciones de los líderes los vuelven artificiales, los m edios de com unicación social se elevan a una posi­ ción significativa. Para decir algo que tenga «interés periodístico», deben conseguir inform ación que este fuera del control del candida­ to — inform ación negativa u oculta que le restaure cierta h u m an i­ dad— . Pero es precisam ente esta clase de inform ación la que le resta autenticidad a la pretensión del candidato a ejercer un «verdadero li­ derazgo». N o hay, al fin y al cabo, nada más interesante desde el p u n to de vista periodístico que una inform ación que contradiga la im agen pública del aspirante o dem uestre que el «héroe» es «igual que nosotros»... o peor. Joyce C arol O ates ha acuñado el térm ino «patografía» para caracterizar la tendencia a centrarse en los fallos, 281

las equivocaciones y los defectos de los que están en el foco de las miradas públicas. Las tecnologías responsables de la saturación so ­ cial perm iten que los medios de com unicación social conduzcan con eficacia y de form a expeditiva a los que están expuestos a ellos. Es posible encontrar rápidam ente datos sobre casi to d o s los aspectos de la vida del sujeto, desde el nacim iento hasta la fecha: sus amigos, am antes, enem igos, m aestros, vecinos, secretarias...; lo más com ún es que ninguno de ellos sea inalcanzable a través de una llamada te ­ lefónica. Gracias a los registros com putarizados de su rendim iento escolar, sus saldos bancarios, sus declaraciones im positivas, las m ul­ tas que debió pagar p o r transgresiones a las norm as de circulación, las acusaciones criminales a que se vio som etido y hasta el tipo de películas de vídeo que alquilaba con m ayor frecuencia, se puede so­ cavar su imagen más rápidam ente aún. Fotografías, cartas, publica­ ciones, cintas grabadas, imágenes registradas en vídeo, añaden «sus­ tancia fáctica» a los hechos. La posibilidad de una caída m eteórica se vuelve una am enaza perm anente; de ahí que desaparecieran de la vis­ ta en rápida espiral descendente en Estados U nidos (al m enos d u ­ rante un tiem po) individuos com o R ichard N ixon, G ary H art, M ichael Deaver, Jim y T om m y Bakker, Bess M yerson, Jim W right, Pete Rose, A ndreas P apandreou, B en Johnson, Sosuke U n o y L eo­ na H elm sley.7 H agam os u n experim ento con la imaginación: ¿sería diferente o no el m undo actual si C harles de G aulle se hubiera enfrentado con u n público que no creía una palabra de lo que decía, que suponía que sus opiniones eran controladas p o r un c o p ik é d e asesores, su vesti­ m enta seleccionada p o r un especialista de la'Vnoda y su manera de hablar p o r un experto en oratoria, que sabía que sus calificaciones universitarias en las materias económ icas habían sido insuficientes, que desdeñaba al hom bre com ún, que hacía un consum o desm edido de alcohol, que había incurrido en prácticas sexuales poco corrientes con prostitutas? Si hoy surgiera un D e Gaulle, tendría que habérse­ las con consideraciones com o éstas.

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El regreso a los recursos interiores Pasaron los tiem pos del sentim iento legalista de la culpa y de los ideales tram peados, en que ajustábam os nuestras vestiduras eticas para corres­ p o n d er a cada ocasión. J o s e p h F i . k t c h e r , Situation Ethics

Si es im probable que nuevos líderes galvanicen la resistencia co n ­ tra la disolución de las tradiciones, nos queda u n segundo recurso: nosotros mismos, cargados del sentido tradicional de los valores y las creencias y nuestra capacidad innata para el razonam iento sólido. Percibim os la pérdida de las tradiciones que hem os valorado, y esta m ism a conciencia puede servir com o im pulso de la restauración cul­ tural: debem os volver a las fuentes — se dice— , y éstas se encuentran en nuestro propio carácter. Ingresam os al presente cargando sobre los hom bros un pesado fardo histórico que inclina nuestra postura. C ada lector de esta obra lleva consigo un cúm ulo de preferencias, in ­ tereses y valores que co nform an el m odo de com prenderla y acep­ tarla. Es difícil calibrar cuán poderosas pu ed en ser estas resistencias personales frente a las enorm es alteraciones producidas en el carác­ ter tecnológico. C laro está que n o hablam os de resistencia absoluta; la cuestión no reside en saber si los recursos personales pueden sus­ tentar pcrm anenteríitjnteias tradiciones, sino durante cuánto tiem po más, y en qué circunstancias. A esta altura, se hace evidente la fu er­ za de la saturación social. A m edida que se perfeccionan las co rres­ pondientes tecnologías, quedam os expuestos a una m ultiplicidad de voces, y al enterarnos de que las generaciones jóvenes rep u d ian al­ gún valor que profesam os en lo más hondo, considerándolo «con­ servador y anticuado», o que en nuestro p ro p io país se nos dice que esos valores dem uestran una «inclinación clasista», o que a los ex­ tranjeros los vituperan p o r su «provincianism o», la certidum bre de nuestra adhesión a esos valores se vuelve sospechosa — y entonces la búsqueda de un fundam ento últim o nos deja a la postre con la dis­ culpa: «Simplemente lo requetevaloro... p o rq u e lo valoro»— . Si hablam os de am or pero sabem os que po d ría tratarse m eram ente de energía sexual, de dependencia, de una m aniobra estratégica o de una frase hecha, es difícil recu rrir al «amor» com o p atrón de las deci­ 283

siones que debam os to m ar en la vida. Y si lo que a nuestros ojos es a todas luces u n «acto criminal» resulta ser para los especialistas «una m anifestación de im pulsos inconscientes», o «una reacción justifica­ d a frente a la opresión económ ica», o «una conducta aceptada habi­ tualm ente d en tro de esa com unidad», se vuelve difícil confiar en ab­ soluto en lo que nos digan nuestros sentidos. ¿ Q ué queda de nuestra capacidad de raciocinio, de nuestro poder de sopesar las pruebas existentes, las perspectivas antagónicas, las probabilidades, para determ inar con fundam entos lógicos cuál es el curso de acción más prudente? ¿N o nos perm ite la razó n adherirnos a las tradiciones valoradas y conducirnos según el p ro ced er más fa­ vorable en el futuro? N uevam ente, enfrentam os aq u í las influencias perentorias de la saturación social. Se aventura un p ro n ó stico eco­ nóm ico para el país, y el analista de los m ercados p ro n u n cia u n ve­ redicto razonable a favor de la venta; p ero el secretario de prensa del gobierno dem uestra convincentem ente que ese m ism o pronóstico es u n a buena señal de que habrá inflación y aum ento de las tasas de in ­ terés, y u n econom ista universitario, con igual persuasión, argum en­ ta que las fluctuaciones que sobrevendrán son variancias aleatorias. La razón «en general» sólo conduce al caos; únicam ente puede o b te ­ nerse claridad razonan d o con una cierta perspectiva; pero... ¿la pers­ pectiva de quién? P o r cierto que hay varias, cada u n a con su propia argum entación persuasiva. U no se encuentra ante u n a retrogradación infinita de razones, y cada una busca su p ro p ia fundam entación. E n los capítulos previos hem os intentado m ostrar de qué m anera ese pluralism o socava el concepto de verdad, cre'a u n a conciencia de construcción del ser pro p io y consigue que se abriguen dudas sobre cualquier tipo de «esencia» o de recurso interior. ¿Puede defenderse contra tales influencias la tradición de O ccidente? ¿E n qué recursos internos se apoyarán los m odernistas y rom ánticos para no encallar en la incertidum bre — incluida la d u d a incipiente sobre el propio concepto de «recurso interior»— ? La principal dificultad para m on­ tar u na contraofensiva es que tan to la tradición rom ántica com o la m odernista son incapaces de sustentar una defensa, sobre todo p o r­ que libran entre sí una lucha que las deja a ambas retóricam ente im ­ potentes. El rom anticism o hon ró y dio vigor al lenguaje del «deber». Del in terior oculto em anaban valores, sentim ientos m orales y adhesio­ 284

nes a ciertos ideales. E ran «inalienables» p o rq u e eran parte de la na­ turaleza hum ana, y el velo que separaba la naturaleza hum ana de la divinidad era tenue. E ran tan evidentes que en sus Principia Ethica G. E. M oore pudo declarar, en 1903, que «el bien» era un elem ento esencial de la constitución hum ana, directam ente accesible a la in tu i­ ción. Los valores m orales no eran hipótesis inefables, sino realidades palpables. N o obstante, a m edida que el m odernism o fue cobrando p rim a­ cía, se extirpó el lenguaje del «deber». El m odernista se fundaba en la razó n y la observación; los valores y sentim ientos m orales care­ cían de justificación racional alguna, eran em ociones relativistas y «poco razonables». L a creencia en la razó n y la observación confería h o n o r y credibilidad al lenguaje, no del «debe ser», sino del «es»; to d o lo relativo al «deber» carecía de respuesta, y p o r ende no in te­ resaba, La observación brindaría a los sentidos el conocim iento de cuál es la cuestión, y a p artir de allí los principios del razonam iento lógico conducirían a conclusiones, y aun a predicciones, claras e ine­ luctables. Si la form ación geológica de un terren o se vincula a la fre­ cuencia de los terrem otos en la zona, y este saber nos perm ite p re­ decir catástrofes futuras, ¿qué im porta creer que «no deberíam os» sufrir terrem otos? Para el m odernista, las palabras que no aluden a elem entos observables del m undo real son entorpecedoras. Si se da rienda suelta a los sentim ientos o a los valores, obstaculizarán el p ro ­ ceso de la razón y de la observación.8 Las em ociones liberadas son enemigas de la supervivencia de la especie. El rom anticism o y el m o ­ dernism o quedan así enfrentados, de m odo tal que cualquier im p u l­ so de adherirse a uno de ellos debe com batir las dudas generadas p o r el otro. Es posible ver en la agitación social de los años sesenta y setenta un renacim iento del rom anticism o. Al salir a la palestra problem as com o los derechos civiles, la energía atóm ica, la guerra de V ietnam , el fem inism o, los derechos de los hom osexuales y la libertad de los pueblos oprim idos, se desveló la vacuidad m oral del m odernism o. i Las ciencias podían co n stru ir bom bas cada vez más potentes, pero nada decían sobre si debían ser lanzadas o no, y sobre quiénes. Los gobiernos podían hacer progresos espectaculares en m ateria de p ro ­ cesam iento de la inform ación, pero esa m ism a destreza que perfec­ cionaba la técnica era inaplicable a las cuestiones vinculadas con la opresión o el control. La agudeza científica de una nación podía ca285

tapultarla al poder, pero parecía irrelevante en tem as relacionados con la dom inación y la subyugación de otros pueblos. P o r ninguna vía el lenguaje de lo que «es» sentaba las bases de lo que «debía ser». Pero cuando em pezó a dism inuir el fragor del activism o rom án­ tico, tuvo que plantearse la cuestión fatal: si so n im prescindibles

^ YA S E LO QUE ME QUIERE DECIR. MI HIJA NO SA BE 61 CA SA RSE O VIVIR SOLA, 0 IRSE A VIVIR CON ALGUIEN, O DEJAR DE FUMAR, SALVO MARIHUANA, 0 DEJAR DE BEBER DEFINITIVA­ MENTE, O TENER UN HUO. O ADOPTARLO, O SIMPLEMENTE OLVIDARSE DEL SEXO Y TOMAR M ÁS SEDANTES, O... ^

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los valores m orales, ¿cóm o se escogerán, cóm o se sabrá cuál es el «bien»? Los rom ánticos del siglo xix n o necesitaban form ularse esta pregunta: en general, las respuestas les parecían claras. N o obstante, cuando a u no le ha picado alguna vez el táb an o del m odernism o, no puede evitar rascarse. Las decisiones en m ateria de valores debían al­ canzarse sobre la base de la razón, pero hete aquí que invocar a la ra­ zón para la búsqueda de valores es entrar, otra vez, en el laberinto del m odernism o: el discurso de lo que «es». Y com o la lógica en sí es m oralm ente aséptica, no hay a la vista ninguna solución viable al d i­ lema del «debe ser». E n lo tocante a los recursos interiores del in d i­ viduo, pues, la batalla entre rom anticism o y m odernism o lleva a u n callejón sin salida: el prim ero pro p o rcio n a valores no fu n d am en ta­ dos; el segundo, una lógica sin rum bo. Justam ente este dilem a es el que m uestra tan eficaz la crítica de A lian B loom en su The Closing o f tbe A m erican M in d , libro que al­ canzó gran difusión, aunque descubra ineficaz y frustrante su res­ puesta.9 P o r un lado, B loom hace suyos con elocuencia los recelos m odernistas sobre la rebelión rom ántica de los años sesenta y seten­ ta. C ensura a los agitadores estudiantiles (negros, izquierdistas, fe­ m inistas) p o r sus efectos nocivos sobre la educación superior n o r­ team ericana. C ondena el igualitarism o desenfrenado que arrasó la cultura estudiantil, al negar la posibilidad de que algunas posturas sean «verdaderas» y racionalm ente «superiores» a otras. D esdeña la indignación m oral de estos m ovim ientos, p o rq u e «la indignación puede ser una noble pasión, necesaria para librar guerras y para ende­ rezar entuertos — afirm a— , pero de todas las experiencias del alma, es la más ajena a la razón». ¿C óm o puede entonces defenderse la ra­ zón, cóm o devolverle el lugar que le corresponde en los estrados? A quí B loom vacila, porque a su juicio cuando en los recintos universita­ rios se da vía libre a la razón, se p roduce un desvarío desesperado. Así, deplora la form a en que los estudiosos cuestionaron los dere­ chos establecidos en la D eclaración de Independencia de Estados U nidos, la superioridad de los principios norteam ericanos, el sexism o que im pregna las «grandes obras» de la tradición occidental y las escrituras bíblicas. Para Bloom , estas argum entaciones son d ep lo ra­ bles. U n o se pregunta, em pero: ¿por qué im pugna el ejercicio de la facultad del razonam iento? Y la respuesta se halla en la adhesión de B loom a ciertos valores, o sea, los m ism os recursos que en su tesis inicial le parecen tan debilitadores. D e hecho, las lam entaciones de 287

B loom están inspiradas en el lenguaje rom ántico del «deber ser»: los derechos naturales del hom bre, las prem isas m orales de la Biblia, las verdades profundas del alma. Sin em bargo, Bloom opina que es p re ­ cisam ente el lenguaje rom ántico de los valores el que está m inando las posibilidades de la educación superior. R azón y valor logran anularse m utuam ente, y una vez anulados no pueden resistir el fuer­ te em bate del pluralism o posm oderno.

La

c im e n t a c ió n

de

la

c o m u n id a d

En esta sociedad, muy rara vez y con dificul­ tad puede el individuo comprender que él y sus actividades están interrelacionados, de un modo que tiene un sentido moral, con las de otros nor­ teamericanos diferentes. R

obert

B e i . i .a

h

,

Habits o f ¿be Heart

N o todos los m odernistas quisieron dejar de lado las preocupa­ ciones morales. Tal vez inspirados p o r el renacim iento rom ántico de los años sesenta, algunos sectores académicos procuraron edificar nue­ vos cim ientos m orales, pero no sobre la «em otividad» del siglo ante­ rior, sino sobre firm es argum entos lógicos. Intelcctualm ente in tere­ santes, estos em peños no suscitaron, em pero, am plio consenso. En su célebre volum en, Tras la v irtu d , A lasdair M acln ty re form ula un fuerte alegato en contra de toda tentativa de fundar postulados m o ­ rales sobre bases racionales.!C H aciéndose eco, virtualm ente, de la tem ática pluralista del posm odernism o, M acln ty re señala allí que «gran parte de los debates m orales contem poráneos tienen un carác­ ter interm inable c insoluble, (quej deriva de la variedad de concep­ tos heterogéneos c inconm ensurables de los que están plagadas las prem isas fundam entales en que se basan los protagonistas de dichos debates». La solución que ofrece M aclntyre para el problem a del «deber ser» es el retorn o a las com unidades tradicionales, donde los juicios sobre el bien y el mal surgen orgánicam ente de las relaciones de interdependencia. El com prom iso m oral, pro p o n e M aclntyre, se inserta en «una tradición viviente (...), una argum entación que se ex­ tiende a lo largo de la historia y está incluida d entro de lo social (...), de la que la vida del individuo form a parte». 288

Siguiendo a M acln ty re, si cada vez es m enos factible recurrir a hom bres fuertes o a los recursos interiores para sustentar las tra d i­ ciones valoradas, ¿no hay m otivos suficientes com o para depositar la fe en las com unidades? Las com unidades so n más fundam entales que una fuerte conducción pública o que los recursos internos p ri­ vados; más aún, sin com unidad no habría ni liderazgos ni recursos individuales. Sin la com plicidad voluntaria de las com unidades, los dirigentes n o podrían conducir, y los valores internos del individuo se sostienen firmes sobre to d o porque la com unidad los apoya. E n ­ tonces, ¿no p o d ría ser que una com unidad de los que piensan en fo r­ m a sem ejante desarrollara una resistencia vigorosa contra los relati­ vism os de la vida posm oderna? ¿Y no hay acaso buenas pruebas de resistencia popular en los diversos m ovim ientos m orales y de revitalixación conservadora q u e aparecieron? ¿En la M ayoría M oral, el C lu b de A labanzas al Señor, los p artid ario s de Le Pen en F rancia, el auge del P artido R epublicano en Alem ania, los m ovim ientos «pro vida»? ¿N o establecen estos grupos lazos sólidos al servicio de los valores y creencias tradicionales? N uevam ente, la cuestión no reside en que com unidades form adas p o r individuos que se apoyen unos a otros puedan sustentar una tra ­ dición determ inada. P o r cierto que la perm anencia de la m ayoría de los valores y las pautas sociales depende en grado significativo del con­ senso com unitario. La pequeña com unidad cara a cara, donde la co­ herencia y la integridad personales son el pan cotidiano, galvaniza a sus m iem bros en contra de influencias corrosivas extrañas. Sin em ­ bargo, volvemos a com probar aquí que, pese a la existencia de num e­ rosos reductos de resistencia efectiva, el avance tecnológico no favo­ rece la perm anencia de com unidades sólidas del tipo tradicional. E n su obra N ation o f Strangers, Vanee Packard describe en qué m edida las tecnologías del transporte m oderno co ntribuyen a una alta tasa de movilidad social — al m ovim iento perm anente de las familias, que se trasladan de un am biente o lugar de trabajo a ot r o— Un vecino me decía hace poco: «Antes de llegar a la adolescencia ya había vivido en diez casas distintas y había asistido a seis escuelas diferentes». En térm inos más generales, la tecnología de la saturación social p ro p e n d e a la disolución de las com unidades hom ogéneas, cara a cara, y a la creación de una «perversidad polim orfa» en la estructura social. T an to en su carácter com o en sus posibilidades, la com unidad es transform ada radicalm ente. C onsiderem os tres form as distintas 289

p ero superpuestas de com unidades en vías de aparición, cada una de las cuales reduce la capacidad de la persona para sustentar una cier­ ta concepción de la realidad y los patro n es de conducta individual acordes.12 Q uizá la form a de deterioro más corriente sea la que puede ca­ racterizarse com o com unidad heterogénea, en la cual la hom ogenei­ dad de las pautas de vida cede paso a una m ultiplicidad de m odali­ dades excluyentes. Las com unidades heterogéneas no son en m odo alguno u n elem ento nuevo del paisaje m oderno: surgen allí donde un grupo de personas migra de un lado a o tro del país p ero su creci­ m iento se ve acelerado p o r todas las form as de saturación social, y si antes eran relativam ente poco frecuentes, ahora en cam bio tienden a pasar inadvertidas a raíz de su m ism a prevalencia. H ogares enteros pueden trasladarse de uno a o tro p u n to de un continente en breve plazo; los sistemas de com unicación perm iten a las grandes com pa­ ñías dispersarse p o r los cinco continentes; la misma am plitud y dis­ persión de las relaciones sociales hace que las personas busquen em ­ pleo en num erosas localidades; las posibilidades que se le ofrecen a la identidad precaria disponen al individuo para una m ultiplicidad de opciones en m ateria profesional. Al facilitarse la m ovilidad, las com unidades están en m ovim iento continuo: las estadísticas indican que el período de residencia p rom edio es, en la gran m ayoría de las urbes, inferior a cuatro años.13 C o m o sostienen Bennis y Slater, «no puede haber nada más revolucionario que una carretera».14 La región central del estado de F lo rid a brinda u n ejem plo ilus­ trativo de esta nueva ola de com unidades heterogéneas. H ace m edio siglo esta zona era relativam ente hom ogénea, y privaban en ella los valores y pautas sociales tradicionales. La instalación de la base de C ab o Cañaveral trajo consigo nuevos elem entos (funcionarios p ú ­ blicos, científicos, personal m ilitar), al p ar que m uchas em presas, de­ seosas de reducir sus costes, encontraban allí el clima favorable a sus negocios. La casa editorial H a rc o u rt Brace Jovanovich, p o r ejemplo, im p o rtó toda una nueva cultura de ejecutivos adinerados. P o r otra parte, a m edida que la población anciana del país aum entaba p ro ­ porcionalm ente, el clima cálido de esa zona sureña de Estados U n i­ d o s iba resultando atractivo para establecer centros geriátricos, con lo cual se añadió otra capa cultural. Al construirse lugares de diver­ sión com o D isney W orld arribó un ejército de jóvenes empleados cultos, y hay que tener en cuenta los m illones de turistas anuales que 2 90

hoy despliegan una presencia perm anente en el territo rio central del estado. La relativa hom ogeneidad del pasado dejó su sitio a una m élange de m odalidades de vida dispares y a m enudo co n tradictorias.15 E n esta y otras com unidades heterogéneas, cada grupo vive en m edio de su propia realidad, com partiendo m otivaciones, argum en291

taciones, valores y costum bres; p e ro a fin de conservar diferenciada su propia tradición, deben andar con cuidado p o r las calles, saber entremezclarse con las instituciones y los establecimientos recreativos de la com unidad heterogénea que los rodea. Es preciso desalentar las am istades con m iem bros de otros grupos, crear escuelas y sitios de esparcim iento propios, fundar p artid o s políticos diferenciados. Si bien hay una p ro p o rció n im portante de la población que pretende vivir detrás de estas paredes invisibles, tales divisiones son ineficien­ tes y poco perm anentes. C u an d o la v o z de «el otro» se entrom ete continuam ente en la radio, en la televisión, los periódicos y revistas, en las novelas y películas, y en los receptores telefónicos; cuando hay escuelas e iglesias nacionales que se em peñan en integrar esas fuerzas dispares; y cuando la tecnología congrega a gran cantidad de entusiastas en los conciertos de rock, los acontecim ientos d ep o rti­ vos, los m ítines políticos, etcétera, los enclaves corren peligro. P or doquier las representaciones «del otro» nos acom pañan procurando volverse inteligibles; y al in co rp o rar esa inteligibilidad a la nuestra, nos vemos arrastrados a reflexionar sobre la validez y la presu n ta su­ p erioridad de nuestra m odalidad de vida. A m edida que las concep­ ciones, valores y estilos de vida extraños se nos van haciendo fam i­ liares, gradualm ente nos parecen extraños nuestros com prom isos tradicionales. La segunda variedad de d eterio ro com unitario se p ro d u ce en la comunidad, fa n ta sm a , donde se m antienen todos los atavíos externos de la interdependencia cara a cara pero los cuerpos participantes no existen. H ay centros com erciales, iglesias, lugares de reu n ió n com u­ nitarios y un cuartel de bom beros, pero las casas y apartam entos perm anecen casi siem pre vacíos. T am poco estas com unidades fan­ tasm a son nuevas del todo: al perfeccionarse las tecnologías ferro ­ viarias y viales, el traslado diario regular de la vivienda suburbana a las oficinas céntricas se convierte en u n a m odalidad de vida, apar­ tan d o a gran parte de la población m asculina, sobre to d o , de la rela­ ción cotidiana de las com unidades cara a cara. A sim ism o, el tran s­ p o rte rápido y barato am plía las o p o rtunidades de la p o b lación para acudir, los fines de semana o en vacaciones, a balnearios y otros lu ­ gares de esparcim iento. D esde M aine hasta las Baham as, desde el n o rte de M innesota hasta el sur de C alifornia, el paisaje ha cam bia­ d o en form a im presionante a fin de dar cabida a la gran cantidad de personas que buscan u n sitio donde pasar las vacaciones o u n retiro 292

donde recom poner su vida fracturada. Los habitantes perm anentes de las villas costeras de España, los pueblos edificados sobre las co­ linas de Francia o las aldeas m ontañesas suizas son superados en n ú ­ m ero, con creces, p o r los dueños de viviendas que suelen p erm ane­ cer vacías. E n los últim os años, este proceso de «fantasm ización» de la vida com unitaria se ha m ultiplicado. En particular, el abaratam iento de los vuelos aéreos, los contactos telefónicos a larga distancia y las co­ m unicaciones p o r vía electrónica han perm itido trabajar lejos del hogar, a veces en puntos geográficos situados en lugares distantes entre sí, o bien proceder al traslado continuo. P o r ejemplo, K aren y K arl, una joven pareja de L uxem burgo, viven juntos los fines de se­ mana, pero los días laborables K aren es asesora de una em presa de viajes que recibe instrucciones de la oficina central, en L ondres, y Karl viaja a diversas zonas de Escandinavia para una com pañía de F rancfort. A dem ás, K aren vuela periódicam ente a Estados U nidos para colaborar con la filial que tiene allí la em presa inglesa, y el ge­ rente de esa filial com unica sus directrices desde la popa de su pes­ quera, en la que persigue tiburones p o r el Pacífico. T o d o el m undo está en algún o tro lugar. Finalm ente, el deterio ro de la com unidad tradicional es acelerado p o r el surgim iento de la com unidad simbólica. Las com unidades sim bólicas están ligadas prim ordialm ente p o r la capacidad de in ter­ cam bio sim bólico (de palabras, imágenes, inform ación)'que poseen sus m iem bros, principalm ente p o r m edios electrónicos.16 La p ro x i­ m idad física o cercanía geográfica desaparecen com o criterio de co­ m unidad. C uan d o la com pañía de la persona que nos ama la extrae­ m os de im pulsos telefónicos, o la fascinación arranca del com pañero o com pañera que aparece en la pantalla del ordenador, u obtenem os el éxtasis al precio de u n pasaje de avión, y cuando sólo con apretar el b o tó n de control rem oto del televisor aseguram os el entreteni­ m iento perm anente, ¿quién va a asum ir la tediosa responsabilidad del vecino de la casa de al lado? El caso más dram ático es el de esa gente que cree pertenecer a una gran com unidad de ideas semejantes y que se am an los unos a los otros..., pero casi n o se conoce. Los «hinchas» deportivos so n un ejem plo entre m uchos otros. Se cuenta que la m ay o r m anifestación pública de la historia de Fíolanda (que eclipsó incluso a la que tu v o lugar al final de la Segunda G uerra M undial) se produjo cuando el equipo nacional de fútbol volvió al 293

pais después de ganar la C o p a del M undo. Y además funcionan las iglesias electrónicas, las com unidades religiosas que actúan funda­ m entalm ente a través de los m edios (televisión, radio y teléfono). Se ha calculado que program as com o el del C lub de A labanzas al Señor, la «H o ra de R ezos», o la «H ora de los Viejos Tiem pos Evangélicos» tienen entre diez y veinte m illones de oyentes fieles. La R ed de R a­ diodifusión C ristiana (que auspicia el popular «C lub de los 700») brinda toda una serie de entretenim ientos cristianos, ofrece consejos psicológicos p o r vía telefónica y está respaldada p o r colectas y en­ víos de correspondencia inform atizados a dom icilio.17 Sin em bargo, salvo las contadas ocasiones en que los m iem bros de la red concu­ rren a un retiro espiritual — televisado, tam bién— , virtualm ente no hay entre ellos ninguna relación cara a cara. Puede afirm arse que las tecnologías de la saturación social efec­ túan un aporte concreto a la clase de interdependencia social que lla­ m am os «com unidad». Perm iten que se generen nuevas com unidades donde sea posible establecer nexos a través de los m edios de co m u ­ nicación: los cam ioneros que escuchan las emisoras de la C olum bia Broadcasting, los hom bres de negocios que se com unican p o r correo electrónico, los aficionados a la com putación con sus m ódem s d o ­ mésticos conectados a los ordenadores personales, etcétera. Las nue­ vas posibilidades de interdependencia son un significativo pro d u cto colateral del m u n d o socialm ente satu rad o .18 Pero al m ism o tiem po, co n cada nueva o p o rtu n id ad de nexo sim bólico pierde coherencia e im portancia, en la vida de los participantes, la com unidad tradicio­ nal cara a cara. L os participantes ya no pertenecen sólo a la com uni­ dad local: sus lealtades, recursos y esperanzas se p ro p ag an p o r el éter; su sentido de «pertenencia» ya n o enraíza sólo, ni siquiera fu n ­ dam entalm ente, en el suelo del terru ñ o . U n am igo m e describía así la historia de su com unidad, en un su b u rb io de clase m edia en M inne­ apolis: «En los años treinta estábam os m uy cerca de nuestros veci­ nos. Todas las casas de la m anzana tenían un porche delantero y en las noches de verano la gente se sentaba allí y se interpelaba de una casa a otra o se visitaba. N o salíamos m uy a m enudo; la gasolina del coche era cara, y tam poco había m uchos sitios adonde ir. C u an d o la radio se hizo popular, dejamos de pasar tanto tiem po en el porche. M i familia solía quedarse dentro para oír la radio. D espués vino la televisión y las cosas em peoraron más todavía; ya ni siquiera veía­ mos a nuestros vecinos, y era rarísim o que pasáram os alguna velada 294

juntos: lo que se veía d en tro de casa era m ucho más interesante. C on el tiem po los autom óviles se volvieron más económ icos y u n o podía llegar hasta el valle de W isconsin para pasar el fin de semana. H ace poco volví al vecindario; casi to d a es gente nueva. Y p o r lo que me cuentan, no saben ni cóm o se llam an los vecinos». E n definitiva, ¿qué puede decirse en favor de la com unidad tra d i­ cional com o m edio para consolidar la resistencia contra la invasión posm oderna? Ya hem os visto que estas com unidades son cada vez m enos idóneas para cu m p lir esa función. R eq u erirían a tal fin la hom ogeneidad de creencias y el refuerzo reiterado de los encuentros personales que la tecnología avanzada actual está socavando. Más aún: el bienestar económ ico de m uchas com unidades tradicionales no sólo depende de dichas tecnologías sino de que éstas sean más efi­ caces y proliferen. C u an d o los obrero s de la Boeing o la Rolls R oyce co n stru y en u n avión m ás veloz, cuando los especialistas de la F o rd o la M ercedes p ro d u cen un autom óvil más durable, o cuando los habitantes de Silicon V alley inventan u n nuevo program a genial de com putación, están co n trib u y en d o a la tecnología de la satu ra­ ción social y apresurando la quiebra de los pocos aspectos que aún quedan en pie de la com unidad tradicional.

La s in c e r id a d a m edias K

il r o y

:

¿C rees que soy sincero en lo que

digo?

E

s m e r a l d a

: C re o que tú l o crees... durante

un rato. K i l r o y : Todo p a s a e n u n r a t o . U n r a t o es la s u s ta n c ia d e q u e e s t á n h e c h o s los sue ños... T

ennessee

W

il l ia m s ,

Camino Real

H em os visto que las tecnologías de la saturación social debilitan la capacidad de los líderes, de la propia personalidad o de las co m u ­ nidades para conservar o rejuvenecer la tradición cultural. Pero hay algo m ás que decir, de perfiles más sutiles, p e ro im p o rtan te para todo encuentro social en el que se pretenda un com prom iso m utuo — ya sea entre los m iem bros de una familia, o entre amigos, o entre el gobierno y el pueblo— . Lo que nos p reocupa es la sinceridad: 2 95

to d o in ten to de atrinch eram ien to cultural debe estar im buido de sinceridad para tener éxito. U n o debe sentir que sus com prom isos son sinceros, pues de lo contrario no habría m ayores m otivos para sustentarlos. P o r lo m ism o, si los dem ás procuran apuntalar nuestras m enguantes creencias, les exigirem os que lo hagan con sinceridad; si sim plem ente «se ocupan de nosotros» p o r razones personales, nos sentirem os m uy poco obligados. C onservar las tradiciones frente a las influencias corrosivas requiere, pues, que percibam os la sinceri­ dad propia y la de todos aquellos que nos apoyan o conducen en este em peño, pero hay sutiles fuerzas en juego que am inoran el senti­ m iento generalizado de sinceridad y la confianza pública en el p ro ­ pósito. El papel central de la sinceridad en la vida social puede rem on­ tarse, en sus orígenes más próxim os, a las prem isas m odernistas so­ bre el yo. A m edida que la sede de la acción hum ana se trasladó del in terio r oculto de la época rom ántica al plano consciente de la razón y la observación, era posible suponer que una persona pudiera ser conocida — por sí m ism a o p o r los dem ás— . Según los m odernistas, lo más auténticam ente significativo de u n individuo — la esencia de su yo— se m anifestaba con una m irada, que reflejaba el m u n d o y d i­ rigía la acción. La intim idad se lograba no tan to m erced a u n sondeo de las almas com o a través de u n intercam bio de ideas, creencias, as­ piraciones, etcétera. El conocim iento de uno m ism o no exigía un viaje to rtu o so al te rrito rio interior exótico; sim plem ente suponía ver con claridad los p ropio s valores, criterios e intenciones. Si para F reud, com o rom ántico, el conocim iento de sí mism o era un arduo desafío, sólo posible con la ayuda de u n avezado intérprete de lo in ­ consciente, para su discípula m odernista K aren H o rn ey las personas p o d ía n em prender perfectam ente su autoanálisis. El m odernista su p onía que la sinceridad era fácil de lograr y fundam ental para las relaciones hum anas. «Decir lo que se piensa», «expresar lo que se tie­ ne dentro», «decir las cosas com o son», no planteaba ningún p ro b le­ m a especial ni requería sondear capas interiores. U no podía, y debía, ser franco y honesto. Si no revelaba su «yo auténtico», p o d ía ser ta­ chado de falta de sinceridad: de im postura, simulación, falso alarde, hipocresía, disim ulo, afectación, teatralidad, etcétera. «Ser sincero», entonces, equivalía a definir la realidad interior. Pero com o elem ento decisivo de la vida social, bien puede ser que la sinceridad esté llegando a su fin. En parte su defunción ya fue p re­ 296

parada p o r el contexto m odernista en que floreció. Si bien el m o d er­ nism o adjudicó gran valor a la sinceridad, profesaba ideas que resu l­ taban contraproducentes p ara lograrla. En el periodo m odernista, la imagen prevaleciente del ser hum ano era la de una m áquina (véase el capítulo 2); y si som os esencialm ente similares a las m áquinas, hay una fuerte tendencia a p reg u n tar p o r la fu n ció n de cada uno de n u es­ tros actos: ¿cóm o operan?, ¿son eficientes?, ¿qué es lo que se consi­ gue? P or obra del influjo m odernista, estos interrogantes han lle­ gado a desem peñar un papel decisivo en la sociedad. Los análisis de costes y beneficios no se lim itan al m undo de los negocios o del g o ­ bierno; de acuerdo con la prudencia m odernista, es sensato ab o rd ar en estos térm inos to d o n u estro proceder. «¿Q ué obtendré de esta relación personal?», «¿En qué me beneficiará este libro?», « ¿C uánto va a costarm e este favor?», son las preguntas que debe form ularse cualquier m odernista sensato.19 Pero toda vez que nos preguntam os p o r las perdidas y ganancias de nuestros actos y p o r su valor funcio­ nal, corre un riesgo la sinceridad.20 La acción hum ana, vista antaño com o u na expresión inm ediata y espontánea del ser, se transform a en una acción instrum ental: no en la legítim a expresión de un ser propio sui generis, sino en un m edio para alcanzar o tro fin. Los adul­ tos que asisten al funeral de algún amigo o pariente suelen percatarse del problem a: se infiltran las consideraciones relativas a la herencia, desbaratando toda aflicción sincera. A nálogam ente, al preguntarse p o r las pérdidas y ganancias personales derivadas de la participación religiosa, política o ética, se redefinen tales com prom isos. C u an d o uno reflexiona sobre la funcionalidad de su conducta («¿Q ué es lo que obtengo de esto?»), sus acciones ya no son definidas com o ex­ presiones sinceras de su yo: la propia p reg u n ta las reconceptualiza com o m edios para o tro fin. Si mis m anifestaciones de preocupación p o r el m edio am biente no nacen de ninguna otra cosa ajena a ellas, experim entaré que son sinceras; pero si creo que son el m edio de que me valgo para obtener apoyo en favor de un m ovim iento político, queda m inada su sinceridad: lo que «verdaderam ente» estoy hacien­ do en ese caso es tratar de conseguir apoyo político. C om o el m o ­ dernism o nos plantea problem as de instrum entalidad, despoja a nuestros actos de su validez nom inal. Bajo las influencias posm odernas esta erosión de la sinceridad ha llegado a su grado extrem o. U no llega a d u d ar de la prem isa m o d er­ nista de u na fuente racional de la acción situada en el cerebro, origen 297

de nuestras palabras y recuerdos, de nuestras decisiones éticas y nues­ tro s engaños, y, para los fines presentes, la que reflexiona sobre sus estados mentales e inform a al respecto. El posm odernism o ha en­ vuelto en un m anto de sospecha conceptos com o el de «expresión auténtica» del yo. Si u n o está co lo n izad o p o r m ú ltip les voces de la cultura y de la historia, ninguna de sus expresiones se alza com o la verdadera. Y para el po sm oderno, las palabras no «reflejan» ni «re­ tratan» los estados de la mente: n o son espejos ni cuadros sino parte integral de los intercam bios en curso, que construyen al individuo com o tal o cual d en tro de una p auta de relación perm anente. A l­ guien podrá declarar: «Soy sincero», pero esa expresión no es el re­ flejo de su estado aním ico sino el de su estado de relación. A estas alturas deseo destacar las diversas m aneras en que la sin­ ceridad es socavada com o realidad viva: todas ellas p o r efecto de las tecnologías de la saturación, principales responsables de la revulsión posm oderna, generadoras de pautas de conexión que restringen en grado significativo, o aniquilan, el sentido de la sinceridad. A unque la tecnología prom ueve el desarrollo de m ovim ientos sociales, es a la vez contraria a su supervivencia. C o m o verem os, d en tro de las filas de esos m ovim ientos los em peños concertados p o r lograr un atrin­ cheram iento m oral o político pueden acortar la vida de la sinceridad, sem brando paradójicam ente las semillas de su p ro p ia destrucción.

F r a c c io n a m ie n t o y c o m pen sa c ió n

U n o abre una pequeña hendidura en el círcu­ lo, lo abre del to d o , deja entrar a alguien, invita a alguien, o de lo contrario sale u n o m ism o, se echa a andar. (...) U n o se echa a andar, aventura una improvisación. Pero improvisar es sum arse al M un­ do, fusionarse con éste. G

i l i .e s

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u a t t a r i,

Mil mesetas Según hem os visto, las tecnologías de la saturación social co n tri­ b u yen a una escisión m ultifrénica del individuo en miles de relacio­ nes fragm entarias. Los intentos de p ro ced er con eficacia en ese m u n ­ do com plejo inoculan en el m odernista una incóm oda sensación de 298

m anipulación. Tal vez uno rechace esta situación y desee «sim plifi­ car», «volver a las fuentes» o centrarse en lo «verdaderam ente signi­ ficativo». Tal vez anhele encontrar m odalidades de com prom iso sin­ cero, finalidades y pautas que expresen con profundidad su yo. Pero cuando el proceso de saturación ya está en m archa, esas modalidades no se ven alentadas. El m ism o proceso que genera el anhelo im pide su cum plim iento. ¿C óm o puede uno d eterm inar si es sincero en alguno de sus afa­ nes? N o le basta con «m irar hacia dentro» para saberlo: ¿qué es lo que m iraría?, ¿qué aspecto adoptará su sinceridad?, ¿cóm o puede es­ tar seguro de que la m ente no le está jugando alguna triquiñuela? Es más probable que evalúe su proceder de este m odo: «Si dedico ta n ­ tas horas a esta causa, es p o rq u e creo en ella con sinceridad», o bien: «N o m e dejaría envolver en tantas dificultades si no fuese sincero».21 N o obstante, a m edida que el m undo social se satura más y más, cada form a d e relación dem anda su propia expresión de adhesión. Cada evaluación de la propia sinceridad se efectúa contra el telón de fo n ­ do de m últiples alternativas que rivalizan entre sí. Y cada alternativa que exige atención despoja de su significación aparente a alguna otra afición focalizada. C ada com paración de esta índole le inform a al su­ jeto acerca de los límites de la sinceridad de sus com prom isos. C onsiderem os el caso de una abogada de W ilton, estado de C o n ­ necticut, que desea fervientem ente participar en una m archa que se convoca en la ciudad de W ashington en favor del derecho de la m u­ jer al aborto; piensa que su adhesión al acto es sincera, y su partici­ pación, consecuente. Puede p o sp o n er los casos que debe atender ese día, pero su hijo tiene que jugar, en una localidad cercana, un p arti­ do de fútbol decisivo para él; además llam ó su herm ana desde M in­ neapolis para decirle que esa semana pasaría p o r N ueva Y ork y que si se acercaba hasta allí p o d rían verse. La noche anterior u n agrada­ ble colega que había venido a verla a su despacho desde G ran B reta­ ña le pidió, inesperadam ente, que salieran ju n to s esa misma noche, la de la m anifestación. Y además su padre está enferm o, hace poco que se ha m udado cerca de su casa y la necesita; una amiga íntim a está p a ­ sando una crisis de depresión p o r culpa del divorcio y necesita su ayuda. T o d o esto requiere de nuestra abogada un com prom iso em o­ cional significativo, y al resolver que no irá a la marcha, la im p o rtan ­ cia de la causa dism inuye y se cuestiona cuál será su devoción p o r el asunto. 299

El problem a se intensifica en los casos en que u n o form a parte de un grupo de personas com prom etidas con una causa, y se relaciona con ellas directam ente. Su propia sinceridad es objeto entonces de la evaluación ajena: «¿Será de las nuestras, o una sim uladora?». Si las inclinaciones de una son m últiples, siem pre correrá el riesgo de que la «descubran» y la tilden de «liberal burguesa», «aficionada», «cris­ tiana de misa del dom ingo», «esnob». Se verá obligada p o r estas sos­ pechas a guardar secretos y a realizar acciones com pensatorias, en­ cubriendo otras inclinaciones y p o n ien d o de relieve su com prom iso con la causa. M e acuerdo de una profesora auxiliar que se em peñaba en dem ostrar que era una intelectual seria en un departam ento u n i­ versitario d«s filosofía con m ayoría de hom bres; el problem a es que le apasionaba ir a bailar p o r la noche m úsica m oderna. Tem ía que si sus colegas se enteraban de su pasatiem po favorito, se desacreditaría sin d u d a su fervor p o r el reino de las ideas. A sí pues, a altas horas de la noche, cuando ya to d o s sus colegas estaban durm iendo o m etidos en sus libros, ella se escapaba a algún club n o ctu rn o de la ciudad y bai­ laba hasta la m adrugada. Este caso ilustra m uchos o tro s en los que se debe dem ostrar la adhesión a ciertos valores trascendentales. U na p ersona com prom etida con una causa no baila música m oderna, y a lo m ejor no le gusta vestir a la m oda, o tener aventuras sexuales, o irse a navegar con su velero, o asistir a espectáculos ligeros, o ir a ju ­ gar a la ruleta en u n casino, o leer novelones rom ánticos baratos. D esplegar las diversas inclinaciones es tornarse sospechoso a ojos de los camaradas..., y a los de uno m ism o. Esta generalizada am enaza a la sinceridad nos obliga a intensifi­ car n u estro grado de com prom iso. U n o tiene que com pensar sus in­ clinaciones dem ostrando que tienen p o co valor, o, p o r el contrario, que el centro de su vida lo ocupa la causa trascendente. Las «tarjetas de N avidad» brindan u n ejem plo ilustrativo. E n ese m om ento del año los amigos íntim os se m erecen una com unicación personal que les haga saber que ocupan u n lugar especial, p o r enci­ m a del resto. Y com o uno tiene tantos amigos «íntim os», decide ad­ q u irir una tarjeta im presa para enviarla pródigam ente. A h o ra bien: el m ism o hecho de su producción masiva destruye su valor com o sím bolo de am istad sincera. En térm inos más generales, el enorm e desarrollo que ha tenid o la industria de las tarjetas de felicitación obedece a esta búsqueda de sinceridad. La m ultiplicación de relacio­ nes a raíz de la saturación social dem anda algún medio de p ro d u c­ 300

ción masiva para declarar la adhesión o lealtad personal, p ero la p r o ­ pia despersonalización de dichas tarjetas m ina el intento de expresar con ellas que el otro, sinceram ente, signifique m ucho para u n o . El que las adquiere procurará entonces com pensar este fallo con una tarjeta distinta de las com unes, o una tarjeta con un mensaje más personalizado. Se abre así el m ercado de las tarjetas «especiales»: de tirada lim itada, o de m ayor tam año, o con diseños más elegantes o atractivos..., y a m ayor precio. Pero tam bién estas tarjetas de élite se hacen com unes, y entonces aparecen nuevos m ercados: tarjetas con obras de arte originales, pintadas a m ano, etcétera. (En una parada reciente en u n negocio especializado vi un m uñeco de cartón, de u n m etro veinte de alto, capaz de sentarse a la m esa de quien lo ad o p ta­ ra com o regalo de cum pleaños.) N o obstante, a m edida que la búsqueda'de sinceridad trepa en espiral, pierde vitalidad. T ratar de de­ m ostrar el am or contra la duda ajena ya no es un acto de am or: es actividad probatoria. Al p ro cu rar desvanecer las dudas, queda o scu­ recida la sinceridad de la adhesión o del com prom iso originario.

D e la pasión a lo s h e c h o s

H e m uerto tan a m enudo, he hecho tan to el am or, que ya he p erd id o el contacto con lo que es real. D e la serigrafía de Alex Smith titulada The T w entieth C en tu ry

El m ovim iento p o r los derechos civiles, los estudiantes p o r una sociedad dem ocrática, los yippies, los W eatherm en, los Panteras N e ­ gras, el asbram de Puna, los C ruzados de C risto, la orientación del sem inario E rhard, la m editación trascendental..., todos estos m ovi­ m ientos han llenado las páginas de la historia cultural de los últim os treinta años. Todos despertaron un enorm e entusiasm o entre sus se­ guidores, pero no quedan más que recuerdos. ¿Por qué se disipa el interés?, ¿por qué se disuelven m ovim ientos com o éstos? P o r supuesto, en cada caso hay una historia particular, una h isto ­ ria de querellas internas, de manejos financieros, de fallos en la d i­ rección, de com petencia, etcétera; pero hay asim ism o una constante en todos estos casos, y o tro s similares, de m ovim ientos que se des­ 301

vanecen: la presencia de las tecnologías de la saturación social, en es­ pecial de la televisión y la radio, pero tam bién de los m edios de tran sporte que perm iten acudir al centro mismo de la escena a los conversos potenciales, los espectadores en masa, y los m ism os ora­ dores. Estas tecnologías brindan u n enorm e p o d er retórico a tales m ovim ientos y pueden increm entar varias veces la cantidad de sim ­ patizantes. (Los m ovim ientos terroristas dependen tam bién de la cob ertura que les dediquen los m edios de com unicación. Las atroci­ dades aisladas n o tienen prácticam ente ninguna consecuencia po líti­ ca; lo que influye en la gente y en los gobiernos son las noticias que se divulgan sobre ellas.) N o obstante, ese mismo p oder que los m e­ dios otorgan a estos m ovim ientos sirve a la vez para m inar el senti­ do de sinceridad de sus participantes. Para todos los que participan en un m ovim iento de estas caracte­ rísticas, el público — sobre to d o si el destino del m ovim iento depen­ de de la reacción del público— transform a el p ro p ó sito y la defini­ ción de la acción. Si uno siente que su p ro ced er es el resultado de una creencia o ideal al que se adhiere apasionadam ente o que ocupa el centro de su pensam iento, actúa con sinceridad. Siente que esa creen­ cia se pone de m anifiesto en su acción, de manera inm ediata: la ac­ ción es una expresión transparente de su yo. Pero al incorporarse un público (que a veces abarca millones de personas) salen a relucir m ul­ titu d de factores nuevos. U no tiende a preguntarse: «¿C óm o se reci­ birán nuestras acciones?, ¿serán persuasivas?, ¿perm itirán entablar un vínculo con los dem ás?, ¿entenderá la gente lo que querem os?». Y estas preocupaciones de carácter general se encarnarán a la postre en otras preguntas referidas a técnicas concretas: «¿C on qué palabras expondrem os nuestra situación? ¿Q uién de nosotros será nuestro m e­ jo r portavoz, el más convincente? ¿Pondrem os música de fondo? ¿Avisarem os a la prensa? ¿A um entará o dism inuirá el apoyo de la gente si se producen choques policiales?». La consideración de estas cuestiones da lugar a la gestación de u n a política racional, que luego se p o n e en práctica. P ero a esas alturas la acción originaria ya se ha transform ado: ya n o es un reflejo transparente de una creencia o ideal. A hora es u na actuación pública calculada hasta en los m enores detalles (expresión facial, p o stu ra corporal), un in ten to de parecer sincero, más que un acto sincero. O dicho en térm inos de nuestro análisis precedente, es u n m edio para alcanzar u n fin y n o un fin en sí m ism o. A uno le queda sólo la esperanza de que, en el sustrato de 302

tales acciones, prevalezca la creencia que las fundam entaba. P ero es­ tos rem anentes pueden desaparecer p o r entero si las actuaciones perm iten obtener din ero o poder. Esta pérdida de autenticidad causada p o r la form ación de u n p ú ­ blico no se limita al ám bito de los m ovim ientos sociales. Los medios de com unicación social deben generar novedades para sobrevivir. Sin lo novedoso, lo extraño o lo desconocido, el público se reduciría sustancialm ente. P o r lo tanto, es enorm e la presión ejercida sobre los m edios para exponer lo oculto, lo llam ativo o lo poco divulgado. M uy a m enudo, esto ha significado entrar a saco en los reductos subculturales que ofrecieran alguna variante. P asaron a ser objeto de interés para los m edios de com unicación la vida entre los cajwns,* en los barrios negros de las grandes ciuda­ des, entre los norteam ericanos de origen chino, entre los residentes del condado de M arin, las costum bres de los taxistas, etcétera — que operaban com o telón de fon d o de otros dram as, o com o tem as en sí m ism os— . C uando las personas descritas en los m edios contem plan estas representaciones de sí mism as, su p ro ced er sufre u n cam bio su­ til. L o que antes se hacía de form a espontánea ahora se vuelve un asun­ to de preocupación consciente. «¿Q ué les parezco a los otros? — se pregunta el sujeto— ¿Q u é es­ tarán pensando en este m om ento de mí? El estereotipo que se han forjado de mí, ¿se verá fortalecido o debilitado?» Estos in terro g an ­ tes se incorporan a la vida cotidiana, y lo que era «sim plem ente yo» pasa a ser propiedad de los dramas culturales creados p o r los m e­ dios; u n o se convierte en acto r a pesar de sí m ism o, y poco a poco la cultura llega a ser una copia falsificada de sí misma. E sta apropiación de las subculturas es más grave aún en los casos en que el contacto con los medios de com unicación social puede b rin d ar beneficios económ icos, ya que en tal caso casi siem pre viene detrás el turism o, y si no existe un despliegue perm anente de la dife­ rencia, el turista quedará insatisfecho y no gastará su dinero. E n una época, las tocas de las m ujeres de la isla holandesa de M arken, las fal­ das escocesas en E dim burgo, las barbas y los som breros negros de los hom bres entre los habitantes rurales de origen holandés del esta­ do de Pensilvania en Estados U nidos, pasaban inadvertidos, pues form aban parte del m edio cotidiano; h o y son esenciales para el bienes­ ta r económ ico de las respectivas com unidades. Ya n o puede consi­ derárselos señas auténticas del ser in terio r de cada individuo: han 303

pasado a ser parte de su «vestuario» d en tro de la escenografía del dram a histórico lugareño, y sin ese vestuario no se daría lugar al tea­ tro . La explosión del turism o a escala m undial ha hccho que tenga lugar en nuestros días una erosión análoga de la sinceridad en sitios a los que antes era ajena la curiosidad de los occidentales. A l pagar para satisfacer la curiosidad, lo convencional se transform a en artifi­ cial. U n a vez, de visita en el norte de Tailandia, pedí un guía para re­ co rrer una aldea que no figuraba en los circuitos turísticos habituales. La vestim enta que se utilizaba allí era m uy interesante, y me pareció que la excursión había valido la pena, pero cuando los nativos expu­ sieron sus trajes típicos ante mis ojos p ara la venta, m i interés ro ­ m ántico se vino a pique. Esas ropas habían dejado de ser p erten en ­ cias de la población autóctona, y no eran la expresión espontánea de su yo, sino de su sagacidad comercial.

M ov im ien to s y m etáforas

A un para un británico al que no le guste salir de casa, es posible reunir al instante las piezas del sueño norteam ericano: béisbol p o r televisión, pa­ quetes de latas de cerveza, palom itas de m aíz y helados «de 57 sabores». A parentem ente n i n g ú n británico se siente ridículo o un fantoche con una camisa que proclam e su afición a la U niversidad de H arvard o de Yale, o su sim patía p o r los D elfi­ nes de Miami. P h i l i p N o r m a n , Faking tbe Present

C ada uno de n osotro s es una m etáfora para los individuos con los que entablam os contacto. Ellos nos sum inistran im ágenes de lo que im plica ser una persona auténtica, y al in co rp orar sus m odalida­ des de ser (sus am aneram ientos, su estilo), nos convertim os en sus sucedáneos, en m etáforas de su realidad. Vivimos largo tiem po có ­ m odam ente instalados en estas m etáforas, hasta que se vuelven lite­ rales: asum en la apariencia de algo sólido, parecen sinceros reflejos de la verdad que trascienden. Lo literal es sim plem ente una m etáfo­ ra que se ha vuelto satisfactoria. Según esto, podem os trazar útiles contrastes entre las tentativas de acción com prom etida en la co m u ­ 304

nidad tradicional cara a cara y las características de los am plios m o ­ vim ientos actuales. E n el contexto tradicional, la transición de lo m etafórico a lo lite­ ral se cum plía con más soltura. C on una variedad lim itada de otros seres de quienes tornarlas, y un conjunto lim itado de oportunidades de acción, un o podía determ inar rápidam ente las m etáforas del y o y usarlas con confianza. Y era más sencillo coincidir con una variedad limitada de otros seres que trataban perm anentem ente nuestra presen­ tación com o literal. El sentido de la sinceridad se lograba fácilm ente. O b ten er la «salvación» en la iglesia baptista local era virtualm ente un acto natural; las reiteraciones de familiares, amigos y vecinos nos preparaban con m ucha antelación. El «am or a C risto» era una d i­ m ensión literal del ser. E n cam bio, la saturación social siem bra de obstáculos el cam ino hacia nu estro yo literal. A h o ra contam os con u n cúm ulo de im áge­ nes en las que basarnos, a m enudo efímeras, y nuestras opciones de acción son enorm es. T am bién se ha vuelto más com plejo el público que asiste a las m anifestaciones: lo que en un contexto puede resu l­ tar natural, tal vez parezca superficial en o tro. Las m etáforas propias evolucionan alrededor, alzan el vuelo, aletean y revolotean, y en to r­ pecen n u estro avance hacia lo literal. E n la actualidad las tecnologías nos saturan de imágenes del com prom iso, desde Soweto hasta la plaza de Tiananm en, de D elhi a Praga. C ontem plam os autom óviles volca­ dos p o r los m anifestantes en Caracas, ro stro s em bozados en Japón, huelguistas de ham bre en Irlanda, etcétera. Los «com prom etidos» form an un rem olino de imágenes en un vasto dram a social. Su carác­ ter scm ificticio se revela cuando nos las m uestran los inform ativos de televisión después de los dram as de las horas de m ayor audiencia y antes de las com edias frívolas nocturnas.22 E n la sociedad saturada, la actividad com prom etida no nace espontáneam ente del suelo de las trilladas tradiciones locales, sino de la hiperrealidad acum ulada p o r los m edios de com unicación social. Las m anifestaciones callejeras que tienen lugar en distintos lugares del m undo term inan asem eján­ dose entre sí. Los blancos de clase media alta entonan espirituales ne­ gros com o canciones de protesta; en la plaza de Tiananm en, los estu­ diantes chinos usaban cintas en la frente similares a las de los hippies y enarbolaban una figura sem ejante a la E statua de la Libertad; los m oscovitas protestaban co n tra la K GB sujetando grandes velas y no se los diferenciaría de los m iem bros del grupo «Recupera la N o ­ 305

che»* de las ciudades estadounidenses. Al adquirir estos atavíos fo r­ males, las acciones de cada u n o pierden su espontaneidad y sinceri­ dad: se convierten en una m etáfora de los miles de contactos que ha entablado previam ente, una continuación del gran juego glorioso, y se parecen más a representaciones de un com prom iso que al com ­ prom iso en sí. Los efectos de los m edios sobre la sinceridad percibida no acaban aquí. A l divulgar ante públicos más am plios estas imágenes del com ­ prom iso, term inan operando com o iconos de los que se derivan otras m etáforas, y com o son utilizadas en variados y m últiples contextos, se altera y destruye su significación. El p u ñ o en alto fue al principio un sím bolo del p o d e r negro, pero años después, tras sufrir muchas adaptaciones, Boris Becker lo em pleó com o señal de su predom inio en las canchas de tenis de W im bledon. Los b luejeans, o tro ra señales de una protesta antim aterialista, se han transform ado p o co a poco en artículos bien diseñados y tan costosos que sólo un «materialista» puede lucirlos. Las prendas de cuero negro con tachones metálicos, antes sím bolo de la repulsa de lo sp u n k s frente a la cultura burguesa, son rem odeladas y adoptadas p o r los burgueses com o artículos de m oda. A sí pues, los sím bolos del atrincheram iento y la renovación operan com o textos sin autor, que pu ed en ser in terpretados y reinterpretados a lo largo del tiem po y en diversas culturas. Y esa d ifu­ sión desarticula, al m ism o tiem po, las causas originarias. A nálogam ente, la sinceridad es expurgada de las m odalidades co­ rrientes e inform ales de expresión cultural. Los medios exponen a la sociedad a una serie masiva de representaciones del yo. N uestras m aneras de relacionarnos con am igos y familiares, de vivir los ro ­ m ances o las peleas, son docum entadas, examinadas, reflejadas en las canciones, satirizadas. Vemos cóm o se aprietan los labios en los m o ­ m entos de cólera, se llevan los dedos a la mejilla cuando se reflexio­ na. Al quedar cada vez más expuestas a la cultura, estas im ágenes p a ­ san a ser patrones expresivos, una sutil coronación de la «Reina de los M odales» en el m undo de las relaciones inform ales. P o r ellas la cu ltura aprende, igualm ente, qué aspecto cobra la tristeza: su d u ra­ ción, sus m odalidades expresivas, su intensidad apropiada en las d i­ versas ocasiones. Si u n o no cum ple con estos patrones que to d o el m u n d o reconoce, n o po d rá convencerse, ni convencer a los demás, de que está «realm ente triste». Pero al aproxim arnos a las rep resen ­ taciones del ser, éste se nos escapa. El sentido m etafórico im pregna 306

nuestros actos y perdem os la capacidad de distinguir entre au ten ti­ cidad y artificio. ¿Será el beso de un am igo en la mejilla una señal «auténtica» de am istad, o u n m ero saludo acostum brado? El estalli­ do colérico de un padre, ¿será un «verdadero» estallido o sim ple­ m ente u n ritual com ún en los varones? El quejido de éxtasis que lan­ za una am ante, ¿será una expresión «real» de su estado interno, o una historia cinem atográfica que cobra vida? C u an d o se torna cada vez más difícil diferenciar entre sinceridad y sim ulación, la diferen­ cia m ism a deja de ser viable. U m b erto Eco lo resum ió así: «La acti­ tud posm oderna es la de u n h o m b re que ama a una m ujer m uy culta y sabe que no puede decirle “T e quiero con lo cu ra”, p o rq u e sabe que ella sabe (y sabe que él lo sabe) que esta frase ya fue escrita p o r Barbara C artland».23 Vemos, pues, que parecen estar perdiendo vitalidad unos recu r­ sos im portantes para la sustentación y renovación de antiguas trad i­ ciones culturales. El liderazgo es un concepto derivado de una cosm ovisión rom ántica, que las sucesivas revulsiones m odernista y posm oderna han debilitado. Además, las tecnologías de la saturación social hacen que los candidatos al liderazgo pierd an autenticidad. Ya no es posible confiar en los conocidos recursos internos verdaderos del individuo, pues la razón y la sensibilidad m oral se ven socavadas p o r la lucha continua entre los discursos rom ántico y m odernista. T am poco es posible depender de la solidaridad com unitaria, p o r la rápida erosión que está experim entando la com unidad estable cara a cara en la cual podía basarse la renovación. En su lugar, las tecn o lo ­ gías de la saturación social están posibilitando la aparición de frági­ les com unidades sim bólicas, unidas prim ordialm ente p o r im pulsos electrónicos. P or últim o, tam bién está desapareciendo el concepto m ism o de sinceridad, decisivo para cualquier intento de restauración cultural. El fraccionam iento de las relaciones pone en tela de juicio la sinceridad de cualquier com prom iso. Las tecnologías actuales transform an las acciones sinceras en actuaciones calculadas. Y satu­ rados com o estamos de las imágenes del com prom iso, las tentativas de renovación se vuelven metafóricas. Llegam os a un p u n to en el cual es preciso desplegar las posibilidades positivas del p o sm o d er­ nismo.

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C apítulo 9

R E C A P IT U L A C IÓ N Y R E LA TIV ID A D

Nos alejamos del romanticismo y del moder­ nismo, no en calma y después de larga reflexión, sino asediados y desesperados. R

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comunicación personal ¿Q ué conclusiones podem os extraer sobre esta nueva situación en que nos encontram os? ¿C óm o evaluarem os las pérdidas y ga­ nancias que hem os ob ten id o en nuestra vida cultural? A lo largo de este volum en fui insinuando cuál es m i p ro p io juicio sobre la rev u l­ sión p osm oderna. H e señalado las diversas m aneras en que nuestras tradiciones de com prensión y de acción se fu ero n desluciendo, pero al m ism o tiem po he sido in d u lg en te en m is reflexiones so b re las influencias posm odernas, así com o reticente en mis críticas. ¿P o d e­ m os ah o ra ir algo más allá de esa am bivalencia y establecer una p o s­ tu ra valorativa> aclarar cuestiones significativas? Interesa p a rtic u ­ larm ente saber cóm o será el fu tu ro bajo el posm odernism o. Si las tradiciones rom ántica y m o d ern ista se diluyen, ¿podem os p resen tar argum entos en defensa de su reem plazo p o r el posm odernism o? ¿Se enriquecerán en algún sentido el yo y las relaciones, en vez de em ­ pobrecerse? ¿Favorece el giro p o sm o d ern o alguna linca de acción positiva?

In f o r m e sobre d a ñ o s y per ju ic io s, cien años después

V ernos tal com o nos ven los o tro s puede abrirnos los ojos. Ver que los dem ás poseen una naturaleza sem ejante a la nuestra es lo m enos que aconseja la decencia. P ero es m ucho más difícil [vernos] entre los dem ás, com o un ejem plo de las 309

form as que ha adoptado en este lugar la vida hu­ mana, un caso entre otros casos, u n m undo entre o tro s m undos. C l i f f o r d G e k r t z .,

Local Knowledge

A l com enzar este libro hice dos afirm aciones tajantes: prim ero, que para conferirnos u n sentido a nosotros m ism os y a los demás, dependem os en gran m edida del lenguaje psicológico, y segundo, que este lenguaje se inco rp o ra a nuestras estructuras de relación. En efecto, hablam os a m enudo de nuestros pensam ientos e intenciones, sentim ientos y esperanzas, sueños y tem ores, deseos, creencias y va­ lores, y sin estos térm inos no podríam os avanzar m ucho en nuestra vida privada o institucional. U n am orío no sería tal si careciéram os del lenguaje para designar nuestras emociones; una causa crim inal difícilm ente proseguiría sin u n discurso sobre las intenciones de los involucrados, y si despojá­ ram os a num erosas instituciones religiosas del concepto de alma, se desm oronarían. Propuse, luego, que el discurso occidental para com ­ prendernos a no so tro s y a los dem ás está sufriendo una gran tran s­ form ación, y que a m edida que se altera este lenguaje tam bién o cu ­ rre lo mismo con las pautas tradicionales de la vida cultural. La preocupación prim ordial se asociaba al vocabulario ro m án ti­ co sobre la persona, en gran m edida heredado de las artes y las letras del siglo xix, así com o de sus tradiciones culturales. En la época r o ­ m ántica los ingredientes más significativos del individuo eran situa­ dos en el interior oculto de su ser. Eso perm itía hablar, p o r ejemplo, de pasión, de am or eterno, de la co m unión de las almas, de la inspi­ ración profunda, de la pena abrum adora, de la voluntad, la creativi­ dad y el auténtico genio. D ichos térm in o s alentaban adem ás una va­ riedad de pautas sociales significativas, incluidas las relaciones de com prom iso afectivo, la consagración de la vida a ú n a causa, la adju­ dicación de un valor o m érito p ropio a cada cual, la confianza en la in tuición m oral o el liderazgo. A unque siguen estando presentes en nuestra vida, las form as rom ánticas de hablar y de actuar se han vis­ to hondam ente socavadas en el siglo xx. N o sólo van cayendo en desuso los conceptos rom ánticos sobre la persona (que a m enudo se reservan para rituales o ceremonias), sino que en m uchos círculos se los ve con escepticism o u hostilidad. 310

La defunción del rom anticism o puede atribuirse en buena m edi­ da al surgim iento de la cosm ovisión m odernista, que trajo consigo un reto rn o al vocabulario de la Ilustración, do nd e la razó n y la o b ­ servación dom inaban com o protagonistas soberanas en la psique hum ana. A través de ellas, creían los m odernistas, los seres hum anos p odrían descubrir las esencias fundam entales del universo, incluidas las correspondientes al funcionam iento del hom bre. M ientras des­ puntaba la m etáfora de la m áquina y las ciencias sociales desarrolla­ ban y robustecían la perspectiva m odernista, se aseguraba que el in ­ dividuo, en pleno funcionam iento, era reconocible (a través de la observación), previsible y capaz de ser in stru id o p o r la cultura. U n a vez que hubiera adquirido conocim ientos, valores y una p ersonali­ dad — se afirm aba— , era ya u n ser autosuficiente, capaz de dirigir sus acciones de un m odo au tónom o. A m uchos estas concepciones les parecían enorm em ente optim istas. El conocim iento genuino de uno y de los demás estaba al alcance de la mano; era posible to m ar decisiones sensatas sobre el p rom isorio fu tu ro ; si se socializaba a las personas com o correspondía, se convertirían en seres dignos de con­ fianza, honestos y sinceros; y con una planificación juiciosa la socie­ dad se desem barazaría de sus problem as. Poco faltaba para que en la sociedad n o hubiera ya más crím enes ni guerras, enferm edad m ental ni drogadicción, pro stitu ció n ni suicidio. D en tro del marco m odernista se fue to rn an d o cada vez más sos­ pechoso el interior oculto. P ostular una realidad más allá de la razó n y la observación no sólo parecía injustificado sino im productivo, más o m enos com o presu m ir que el diablo intervenía en los asuntos hum anos. Esos supuestos volvían al individuo incognoscible, y ade­ más, presum ir que la gente era m ovida p o r grandes pasiones, p o r com prom isos afectivos q u e iban más allá del m om ento y de las cir­ cunstancias del presente, era encerrarla en u n m olde antidarw iniano. Si tal era — se razonaba— la índole de las personas, la especie no so­ breviviría. Procesos com o la intención, la inspiración, la creatividad, se volvieron asimismo sospechosos a raíz de que apartaban al indivi­ duo de la posibilidad de com prenderlo científicam ente. Si las p erso ­ nas están form adas de m ateria, y toda m ateria está sujeta a leyes cau­ sales que la ciencia puede descubrir, concederles el p o d er de aislarse de las fuerzas causales en v irtu d de sus actos creadores, de su inspi­ ración o de sus intenciones, era negar la eficacia de la ciencia. Para el m odernista, tales conceptas son tan irreales com o los poderes mágicos. 311

La saturación social provocada p o r las tecnologías del siglo xx, y la inm ersión concom itante en m últiples perspectivas, p ro d u jo una nueva conciencia: la posm oderna. E n su posición retrospectiva, es escéptica. D u d a de la capacidad del lenguaje para representarnos o para inform arnos de «cuál es la cuestión»: si el lenguaje está d om i­ nado p o r intereses ideológicos, si su uso está regido p o r convencio­ nes sociales y su contenido p o r el estilo literario en boga, no puede reflejar la realidad. Y si no es portavoz de la verdad, se vuelve vano el concepto de una descripción objetiva. N o hay en tal caso m otivo objetivo alguno para sostener que u n a persona tenga pasiones, in ­ tencionalidad, razón, rasgos de personalidad o cualquiera de los otros elem entos propuestos p o r las cosm ovisiones rom ántica o m odernis­ ta. T odos estos conceptos están ligados a circunstancias sociales e históricas, son el p ro d u cto de fuerzas ideológicas y políticas, de co­ m unidades que se atrincheran y de las m odas estéticas o literarias. La difusión de esta conciencia posm oderna acarreó la supresión de la razón, la autoridad y el com prom iso de u n individuo, su definición com o persona, la confianza que en él podía depositarse, su sentido de la autenticidad, su sinceridad, su confianza en los líderes, la p ro ­ fundidad de sus sentim ientos y la fe en el progreso. En su lugar se nos presenta una pizarra en blanco d o n d e los sujetos pueden inscri­ b ir su identidad, borrarla y volver a escribirla, en la m edida en que se lo perm ita o los inste a ello una red incoherente de relaciones p erso ­ nales en perm anente expansión y cam bio. Veamos si nos es posible encaram arnos a u n observatorio más alto y am pliar nuestra panorám ica. Situados p o r encim a de estas tres perspectivas que hem os m encionado y de las pautas de acción que p ropugnan, podem os hacer dos observaciones im portantes. P rim e­ ro: notam os que en este conflicto trilateral de discursos, cada uno de ellos tiene aspectos que nos atraen y o tro s que nos disgustan. El dis­ curso rom ántico es incitante por su insinuación de los m isterios p ro ­ fu n dos que encierra la persona: el am or, el com prom iso afectivo, la inspiración, etcétera. El discurso m odernista engendra u n p ro m iso ­ rio sentido de seguridad y optim ism o, con su acento en lo que la persona tiene de racional, cognoscible y susceptible de perfecciona­ m iento. Y la nueva perspectiva p osm oderna abre el cam ino a un jue­ go fascinante de posibilidades y a la quintaesencia de la relación hum ana. Pero aunque cada uno de estos lenguajes define to d a una serie de virtudes, cada u n o descubre tam bién m uchos fallos en los 312

otros dos. Para el rom ántico, la racionalidad que tanto alaba el m o ­ dernista es superficial y engañosa: es ciega a las honduras de la p si­ que hum ana y priva a la vida de significado, y a las personas, de su valor intrínseco; en cuanto al posm odernism o, para el rom ántico es casi equivalente a un nihilism o: en él se p ierd en de vista todas la ca­ racterísticas inherentes al hom bre ju n to con su m érito m oral o su com prom iso personal, y no queda nada en lo que creer. A náloga­ m ente, el m odernista abom ina del sentim entalism o del rom ántico, de su aversión hipócrita a la eficiencia práctica y su reem plazo de la tom a de decisiones realista p o r una m oral fatua y pom posa, a la vez que denuncia las am enazas del posm odernism o contra la verdad y la objetividad; según él, renunciar a estas virtudes es volver al m edievalismo, dejar la cultura en m anos del despotism o de la retórica, ne­ garse a ver el sentido optim ista del progreso y reducir la vida a un conjunto de juegos de salón. Finalm ente, com o hem os visto a lo lar­ go de to d o este libro, el posm odernism o cuestiona la validez d e los proyectos rom ántico o m odernista descubriendo sus consecuencias opresivas y sus callejones sin salida. C ada u n o de estos discursos, pues, es a la vez prom isorio y problem ático. O tro p u n to im portante, además de la incom patibilidad esencial de estas perspectivas, es apreciar que la evaluación de cualquiera de ellas sólo puede hacerse situándose en alguna perspectiva. Inclinarse p o r una de ellas basándose en que es «objetivam ente verdadera» su­ pone poseer una perspectiva en la cual lo «objetivam ente verdadero» constituye un criterio claro de evaluación. Si en m i opinión es enga­ ñoso hablar de «verdad objetiva», n o p odré condenar a una teoría ba­ sándom e en que es «objetivam ente falsa». Si accedo a estos discursos com o cristiano devoto, tal vez los evalúe según el papel que asignan a la salvación personal. Si en el m undo tal cual lo veo no existen almas, la salvación no desem peñará papel alguno en mi evaluación. Así, para los rom ánticos, los m odernistas viven una vida vacía y amoral; pero esto sólo es válido cuando se acepta la realidad del interior oculto de la persona; y si no existe, com o piensa el m odernista, las críticas ro ­ mánticas pierden su vigencia y parecen pu ra cháchara idealista. D e m odo similar, al adherirse a la razón y la observación, el m odernista vituperará al posm oderno p o r su flagrante relativism o. D e gran p ar­ te de lo dicho en los capítulos previos de esta obra se desprende el es­ cepticism o posm oderno; ni el rom ántico ni el m odernista tienen las herram ientas conceptuales suficientes para cuestionarse. 313

Resulta claro que nadie puede efectuar una evaluación «pura» o «trascendente» de la situación en que se encuentra la hum anidad. O sea, no podem os salim os de cierta perspectiva para preguntarnos qué se «gana» y qué se «pierde» con cada uno de nuestros vocabula­ rios de com prensión. P o r ejemplo, no podem os p reguntarnos si la pérdida del rom anticism o es buena o mala si carecemos de una pers­ pectiva que considere razonables y valiosos a ciertos criterios. En caso de opinar desde dentro del rom anticism o, nos parecerá horrenda la pérdida de la «inspiración», de la «pasión» y de la «creatividad», p ero si opinam os desde fuera, ¡enhorabuena si podem os desem bara­ zarnos de todo ese folclore! A sí tam bién, la desaparición de las con­ cepciones m odernistas sobre la p erso n a n o será ni lam entable ni loa­ ble salvo desde alguna perspectiva en particular. Si estam os sum idos en el m odernism o, nos desesperará la pérdida de k objetividad, la sin­ ceridad y la autonom ía; si lo hem os abandonado, darem os la bienve­ nida a la sustitución de to d o ese vocabulario. ¿C óm o proceder en la recapitulación de este últim o capítulo? M i postulado es que vivir en cualquier cultura significa asim ilar sus perspectivas y sus evaluaciones im plícitas. La m ayoría de nosotros som os herederos de form as rom ánticas de hablar y de actuar, y a la vez hem os sido instruidos en los principios y las prácticas del m o ­ dernism o. P o r o tra parte, mi propia inm ersión en la cultura ha hecho que tales perspectivas orientaran la elección de mis palabras de m odo que favoreciera al rom anticism o y, quizás en m enor grado, al m o ­ dernism o. H e considerado una «pérdida» la desaparición gradual de estas m odalidades culturales (la p ro p ia palabra «pérdida» alude a su m érito). A nálogam ente, casi siem pre he visto con m irada tu rb ia al posm odernism o: su m ultifrenia, su irracionalidad y su posible su ­ perficialidad (tam bién la elección de estos térm inos revela mis raíces culturales). E n las próxim as páginas intentaré, entonces, salirm e del terreno conocido del rom anticism o y del m odernism o y en trar en el ám bito p o sm oderno cürí'una actitud positiva. Si le dam os al discurso p o s­ m oderno una posibilidad de expandirse y de hacer uso de los recu r­ sos disponibles en la lengua, ¿habrá algún resultado positivo para la sociedad, en la práctica y en sus posibilidades? Si m om entáneam en­ te nos apartam os de nuestras perspectivas tradicionales e intentam os introducirnos en las aguas de la opción posm oderna, ¿habrá m otivos para la esperanza? P o r lo m enos, los hay para hacer el intento; ya 314

q u e si m i an á lisis p re c e d e n te es c o r re c to y las te c n o lo g ía s d e la s a tu ­ ra c ió n so c ia l n o s llev an in e lu c ta b le m e n te a u n a co n c ie n c ia p o s m o d e rn a , p u e d e s e r s e n s a to s o n d e a r sus p o s ib ilid a d e s fa v o ra b le s. Y c o m o p r o c u r a r é d e m o s tra r , s o n b ie n c u a n tio s a s.

C o m o advertencia, debe tenerse presente que estas argum enta­ ciones no son la consecuencia lógica del contexto p o sm oderno. El posm odernism o ha sido considerado con frecuencia un colapso m o ­ ral (tal fue la argum entación m odernista) p o rq u e no incorpora n in ­ gún valor o principio fundam ental. Más concretam ente, no ofrece ningún argum ento contra el nazism o o cualquier o tro tipo de tiranía cultural. Es cierto que la revulsión posm oderna no favorece necesaria­ m ente determ inados valores, pero esto no significa que con ella acabe el debate ético y m oral.1 A dem ás, hay ciertas preferencias (m orales, políticas y sociales) afines a los desarrollos posm odernos, aunque no sean indispensables para éstos. E n la versión positiva que ab o rd are­ m os ahora, darem os expresión a tales preferencias. C abe encontrar en la visión posm od ern a'u n a m anera de actuar que encierre grandes posibilidades para el género hum ano... siem pre y cuando uno esté abierto a esta visión. Es cierto que no se hallarán aquí fundam entaciones axiológicas ni program as progresistas, p ero existen posibili­ dades que, dentro de cierta perspectiva, pueden enriquecer y susten­ tar la vida hum ana. Lo que prom ete el posm odernism o se ve m ejor si se lo contrasta con los problem a propios de la cosm ovisión m odernista, cuyas p re ­ misas de racionalidad, objetividad y esencialism o han sido im pugna­ das en los capítulos anteriores (especialm ente en el capítulo 4 y en el 5). Pero aun sin una fundam entación que la sostenga, la perspectiva m odernista sigue prevaleciendo en la cultura occidental. Será útil, entonces, que enfoquem os los tres aspectos del m odernism o: el p ro ­ greso, el individualism o y las creencias firm es, aspectos que nos re­ velarán to d o lo que de positivo hay en el posm odernism o.

P r o g r e s o , pregreso y plu ra lism o

P ero una torm enta sopla desde el Paraíso. (...) La to rm en ta [nos] im pulsa irresistiblem ente hacia el futuro, al que [la historia] da la espalda, en tan­ to la pila de desechos que tenem os delante sigue 315

am ontonándose hasta el cielo. La to rm en ta es lo que llamamos progreso. W alter Benjam ín,

Illuminations

La creencia en el progreso hum ano ha sido desde hace m ucho un rasgo de la tradición de O ccidente. H a sido relacionada a m enudo con las doctrinas religiosas de la época, desde los días de H o m ero — cuando se decía que todas las personas eran com o los dioses— hasta el cristianism o p o sterio r — cuando se estim ulaba a la gente a alcanzar la perfección viviendo según los m andam ientos de D ios— . El auge del m odernism o en el siglo xx ha hecho retro ced er a la espi­ ritualidad. D ado que las dim ensiones espirituales de la actividad hum ana no parecen accesibles a la observación, suele confinárselas al ám bito de la m itología. Sin em bargo, el m odernism o retuvo com o pieza clave un concepto de progreso reform ulado. Precisam ente gran parte de su encanto deriva de su prom esa de p rogreso, de su creencia en que, con u n a aplicación apropiada de la razó n y de la observación, es posible llegar a conocer cada vez m ejor la esencia del m undo natu ral, y con tal increm ento en su saber la sociedad puede avanzar sostenidam ente hacia un estado utópico. Las ciencias brindan un m odelo de razó n y de observación que o p e­ ra con máxima eficacia. Las tecnologías florecientes de la época (en los cam pos de la m edicina, las aplicaciones de la energía, el tra n sp o r­ te, las com unicaciones, etcétera) ofrecen pruebas tangibles de la ca­ pacidad de progreso que brinda la ciencia. A sí pues, pensar y actuar científicam ente — ya sea en el m undo de los negocios, en el de la p o ­ lítica y la acción de gobierno, o en la vida dom éstica— es im pulsar a la sociedad hacia adelante... y hacia arriba. ¿Q ué hace la perspectiva posm oderna con esta prom esa de p ro ­ greso? A nte todo, debem os rem over la pretendida base del ídolo: el con­ cepto de progreso n o se deriva de la observación. Es u n a argum enta­ ción que organiza nuestra m anera de com prender lo que observa­ m os, u n artificio retórico que exige especificar las metas, los sucesos que llevan a ellas, y una secuencia tem poral lineal (véase el capítulo 7). El argum ento del progreso no es universal, ni ha convocado una aprobación unívoca den tro de la trad ició n de O ccidente.2 Es un m ito entre m uchos, y el pro p io encanto que nos produce puede obrar com o una suerte de ceguera cultural. Tenem os que preguntarnos, 316

con el posm oderno: ¿que o tro s argum entos o posibles enunciados quedan, p o r su causa, fuera de nuestra perspectiva, y qué pueden de­ cirnos sobre las posibilidades que nos ofrece la vida? N o podem os dejar de considerar cuáles son las voces que se alzan en defensa del progreso y quiénes son los beneficiarios (y los perdedores) con la aceptación de estos p u n to s de vista. Bajo esta luz, perm itam os que se expresen otras voces, no sólo para descubrir los posibles defectos de n u estro rom ance actual con el progreso, sino además para sum inistrar una fun d am en tad ón a otros procederes optativos. De entrada, uno puede alzar su voz de protesta aun dentro del p ro ­ pio m arco m odernista. Sin renunciar a la idea de que podam os obser­ var y calibrar nuestro progreso hacia objetivos com partidos y acepta­ bles para todos, tal vez com probem os que la defensa del progreso no sólo es deficiente, sino trágica en sus corolarios. H ay buenos m otivos para creer que todo lo que se ha considerado progreso dentro de la concepción m odernista está haciendo retroceder a la cultura. Veamos ante todo qué ceguera sistem ática necesitam os para dis­ tinguir com o «mejora» o «signo de progreso» u n desenlace cual­ quiera. A fin de conferir validez a tales distintivos, debem os olvi­ darnos de to d o lo que es ajeno a dichos desenlaces. P or ejem plo, podrem os decir que la m ejoría de las calificaciones de Juan, o el au­ m ento de sueldo de M aría, o la capacidad m ilitar del país para su d e­ fensa son signos de progreso; pero para ello debem os dar preem i­ nencia a ciertas dim ensiones específicas (las calificaciones escolares, el nivel de ingresos, el arsenal de guerra). Si querem os considerar com o progreso estos sucesos, no podrem os fijarnos en el retroceso de la popularidad de Juan (y la actitud de sus com pañeros de clase) sim ultáneo con sus últim as calificaciones, ni en las consecuencias del aum ento de sueldo de M aría en la relación con sus hijos o con sus com pañeros de trabajo, ni en la repercusión negativa de los gastos de defensa en los presupuestos nacionales de prevención de la enferm e­ dad o de asistencia social. Las deficiencias o m enoscabos sufridos en estos ám bitos paralelos cuestionan la validez del presunto progreso. P or ejem plo, el orgullo que siente Juan p o r sus buenas calificaciones se viene abajo cuando notam os que está apático, desganado y triste. Veamos esto con m ayor detalle. E n varios casos bien conocidos, las perdidas concom itantes so ­ brepasan con creces los beneficios obtenidos en el ám bito de p ro ­ 31 7

greso que se decidió privilegiar. E n 1939, cuando se descubrió el D D T (su descubridor fue galardonado con el Prem io N obel), se dijo que era un gigantesco paso adelante en favor de la productividad agrícola y la erradicación de la malaria. P or lo tanto, en dos dom i­ nios im portantes de la vida hum ana había habido un progreso. Sin em bargo, hacia 1930 ya se sabía que el D D T era tóxico para m uchos animales y que estaba exterm inando a ciertas especies insectívoras; tam bién las aves de rapiña y las que se alim entan de peces estaban am enazadas. P or o tro lado, el em pleo del D D T increm entó la canti­ dad de alim entos disponibles, lo cual hizo que la población hum ana creciera hasta cifras inigualadas y en potencia catastróficas. El libro de R achel C arson, Silent Spring, hizo reparar a la opinión pública en estos y otros efectos colaterales del progreso, y en 1970 se estable­ cieron controles m uy estrictos para el uso del D D T .3 Sin em bargo, com o ha puesto de relieve el hallazgo reciente de cantidades signifi­ cativas de D D T en los pingüinos de la A ntártida, los efectos de la sustancia siguen repercutiendo en el am biente. Éste no es sino uno de los m uchos ejemplos que p o d rían selec­ cionarse, pero hay m otivos para suponer que cualquier caso que se analice con cuidado revelará una acum ulación sem ejante de repercu­ siones negativas. Si todavía se habla de «auténtico progreso» es p o r­ que no se han em prendido las investigaciones indispensables para d em o strar que no existe. ¿En qué se funda esto? C ontem plem os la posibilidad de que para cada suceso al que llamam os un «progreso» existan m últiples repercusiones o efectos colaterales desconectados de la dim ensión que concentra nuestro interés. N o hay ningún «avan­ ce» que se produzca en u n vacío social o ecológico. P o r otra parte, cada u n o de estos efectos forzosam ente trasto rn a el statu quo en ta­ les dom inios secundarios; y com o la situación vigente en la mayoría de ellos es, en ciertos aspectos, «satisfactoria», «pasable» o sim ple­ m ente «la acostum brada», lo típico es que tales efectos colaterales se experim enten com o desfavorables, m olestos o perturbadores. Lo m ás frecuente es que el progreso en u n ám bito haga retroceder a la cu ltura en otros m uchos ám bitos anejos. Y el problem a no ha hecho sino enunciarse. Si una cultura quiere p rogresar, cada desequilibrio im previsto le exigirá m edidas correc­ tivas. Será preciso com pensar en todos los cam pos los efectos de la reacción. Y las com pensaciones p o n en en m archa una ola adicional de repercusiones desequilibrantes en otros dom inios, lo cual vuelve 318

a exigir u na com pensación, que crea nuevos efectos colaterales. E s­ tas olas desquiciadoras se am plían y se aceleran. D icho más sum aria­ m ente, cada acción em prendida en nom bre del progreso puede p o ­ ner en m archa un proceso de pregresión, es decir, una regresión progresiva o acelerada. Para evaluar las posibilidades de una pregresión, examinemos el caso de un simple fertilizante. Es frecuente tratar de m ejorar la p ro ­ ducción agraria mediante el em pleo de fertilizantes — un m edio poco novedoso, pero m ensurablem ente eficaz, de lograr un progreso en la p roducción de alimentos de u n país— . P ero aq u í em pieza el proceso pregresivo. El aum ento de las cosechas implica, al m enos durante u n tiem po, que un am plio espectro de la población del país perciba m a­ yores ingresos. H ab rá m ucha gente en condiciones de com prarse autom óviles mejores y más grandes. Surge un problem a: el ab arro ta­ m iento de las autopistas. Se lo resuelve co nstruyendo nuevas y más grandes autopistas, con lo cual desaparece la naturaleza y es reem pla­ zada p o r el horm igón arm ado («tom a el Paraíso y construye un apar­ camiento»). E sto reduce la cantidad de tierra cultivable y la cantidad de oxígeno producido p o r fotosíntesis: más problem as que resolver. Al mism o tiem po, el aum ento del parque au to m o to r contam ina el aire, deteriora la calidad de vida, reduce los valores de las propiedades y destruye los bosques (com o ocurrió en la Selva N egra alemana). Estos nuevos problem as pueden solucionarse parcialm ente con m e­ didas oficiales destinadas a controlar en m ayor grado la em isión de gases. Pero esto, a su vez, increm enta la dem anda de fuel oil, co n la subsiguiente merm a en el balance de pagos del país. El aum ento en los ingresos desencadena una m ayor dem anda de alim entos de calidad, entre ellos la carne, problem a que se resuelve prim ando la cría de ganado vacuno y porcino. P ero los p ro d u cto s de desecho del ganado van p en etran d o hasta las napas de agua su b te­ rráneas, que se contam inan (un «nuevo problem a» que hoy enfren­ tan tan to los alemanes com o los holandeses). AI mism o tiem po, las nuevas fuentes de riqueza hacen que la gente tenga más hijos y viva más tiem po. Esto origina hacinam iento en las grandes ciudades (p ro ­ blem a que se soluciona m ediante el co n tro l de la natalidad) al par que presagia dificultades en el financiam iento de la seguridad social en el futuro. Y habría que m encionar tam bién los efectos de los fer­ tilizantes en el aum ento de la cantidad de algas en lagos y canales (re­ cordem os la catástrofe de Venecia).4 319

H A C IN A M IE N TO A U M E N T O D E LA T A SA D E N A T A L ID A D . D É F IC IT DF. S E G U R ID A D S O C IA L

A U T O P IS T A S C O N G E S T IO N A D A S AUM ENTO DE

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LAS V EN TA S D E

B O SQ U E S D E S A P A R E C ID O S

A U T O M Ó V IL E S

PA R A H A C E R C A R R E T E R A S

AUM ENTO

C O N T A M IN A C IÓ N

D E LA

OS w ■M Q O -J j O aa£ <

‘ P R O D U C C IÓ N C O N T A M IN A C IÓ N

DE A L IM E N T O S IN C R E M E N T O DEL G A N A D O

y

D EL A G U A SUBTERRANEA

AUM ENTO DEL C O N SU M O DE CARNE

A U M E N T O D E L N IV F .I. D E C O L E S T E R O t, M O R T A N D A D D E PECES

A LG A S E N E L

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A C UA P O T A B L E

P É R D ID A D E L U G A R E S D E E S P A R C IM IE N T O

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P R O G R E S IÓ N

P R E G R E S 1ÓN

Los teóricos del caos hablan h o y del «efecto m ariposa» para hacer referencia a la enorm es repercusiones generadas p o r una p er­ turbación m inúscula en u n sector de un sistem a tan vasto. D icen que el m ovim iento de una m ariposa en H o n g K ong, a través de toda una serie de efectos concatenados, puede desatar u n to rn ad o en Texas. Lo m ism o ocurre con la pregresión. C o n sum a frecuencia, el «pro­ greso» es una tentativa de superar las repercusiones desfavorables de iniciativas progresistas de o tro tiem po. Es posible que la pregresión sea la regla, más que la excepción. A dvertim os que las argum entaciones en defensa del progreso re­ sultan insustanciales aun dentro del p ro p io marco m odernista. Al desplazarnos hacia la perspectiva posm oderna, resaltan nuevas insu­ ficiencias. D esde esta perspectiva, llamar «progreso» a u n a serie de 320

sucesos es adoptar una pose «lingüística» sin o tro fundam ento que el asentim iento que otros prestan al sistema de significados en vigencia en ese m om ento. La m ism a serie de sucesos podría ser construida con igual facilidad de m uchos otros m odos, y estas construcciones alternativas, que tal vez representen a subculturas m arginadas com o consecuencia de la «voz del progreso», pueden conducir a evalua­ ciones sustancialm cnte distintas de los acontecim ientos. U n ejem plo: a partir de sus investigaciones sobre la cultura de la clase media, Barbara E hrenrcich llega a la conclusión de que el leit­ m otiv de la vida de la clase m edia es un incipiente tem or al fracaso, a «perder fuerza, capacidad de lucha, disciplina (...) y en todos los ca­ sos (...) el tem or a la caída».3 Ehrenreich ha evidenciado una aguda sensibilidad a los tem as que transcurren en la vida de la clase media, pero su análisis infravalora el grado de generalidad con que las cues­ tiones vinculadas a las pérdidas y ganancias, al éxito y al fracaso, al ascender o al descender, im pregnan la cidtura occidental. La misma búsqueda de progreso co n trib u y e a ese tem or al fracaso generaliza­ do. C om o hem os visto, el argum ento del p rogreso se funda en esta­ blecer algún tip o de «bien»: u n valor o un objetivo, lo cual sienta las bases para una jerarquía social en la que cada individuo es clasifica­ do según su proxim idad al objetivo. Estas com paraciones no sólo se establecen en el plano individual (¿m ejoran m is ingresos, mi fo rm a­ ción, mi estado físico, mi capacidad atlética?) sino tam bién en el pla­ no com unitario (¿los índices que m iden la calidad de vida de nuestra com unidad son superiores a los de otras?, ¿es m en o r nuestra tasa de delitos?, ¿tenem os más equipos cam peones?) y en el plano nacional (¿qué lugar ocupa nuestro país en lo referente al PBI, a la cantidad de armas atóm icas, al estado de salud de la población, a la capacidad de sus m atem áticos ?). A hora bien: con sum a frecuencia, los que auspician un juego son los que están en mejores condiciones para proclam arse cam peones. Así, los ricos prefieren el sistem a de com petencia económ ica, las fa­ milias cultas abogan por p rim ar la educación, las naciones más desa­ rrolladas favorecen la carrera arm am entista. Y com o no hay lugar más que para u n solo triunfador, la m ayoría de los que dan p o r sen ­ tado el juego en el que participan se incorporan a un sistem a en el que están destinados a perder. C onsidérese el gran núm ero de p e r­ sonas cuya vida se ve abrum ada diariam ente p o r el tem or al fracaso, y la frustración que les im p o n e su lento progreso. El progreso p ro321

m etido los im pulsa a u n a lucha perenne hacia una cim a que no llega­ rán a coronar, generándoles a la p o stre la sensación de fracaso, de ha­ ber sido incapaces de lograr «lo que podría haber sido». Para m uchos otros, que perciben la futilidad de una partida en la' que los naipes están barajados en contra de antem ano, es preferible entregarse al alcohol, las drogas, las noches en los bancos de las pla­ zas o el delito (otro juego, pero en el que tienen m ayores pro b ab ili­ dades de éxito). N o obstante, estas elucidaciones sólo nos m uestran u n a cara de la caracterización m odernista del progreso. H ay otras: el progreso puede ser visto com o una variante de religión laica, com o u n a adic­ ción social o una racionalización de la explotación del h o m b re p o r el hom bre. Y a su vez, cada una de estas caracterizaciones ap o rta di­ versos corolarios en m ateria de política social y de pautas de vida in­ dividuales. Esto no quiere decir que el posm odernism o sea contrario a to d o em peño de «progresar» o de «mejorar» el y o o las relaciones, pero sí que la táctica posm oderna de deconstrucción y reconstruc­ ción perm ite a la cultura em anciparse de los efectos cegadores y tan problem áticos del irreductible argum ento m odernista del progreso. El clam or, virtualm ente incuestionado, en favor del «progreso» que­ da reducido a una exhortación retórica, con lo que se ab ren espacios para alternativas inteligibles. Las acciones justificadas en n om bre de la excelencia, el perfeccionam iento, la superación, el avance, etcéte­ ra, no nos deben excitar ni infundirnos u n respeto reverente, ya que no es más que el lenguaje preferido p o r una com unidad en parti­ cular, entre otras m uchas. U na reacción más propicia ante tales ex­ hortaciones nos haría reflexionar sobre el siguiente interrogante: ¿existen otras m aneras de considerar la propuesta? ¿Q uién gana y quién pierde con este m odo particular de definir los objetivos? P or ej envplo: • La participación de los niños en el deporte, la danza, el patina­ je, la interpretación de obras musicales, el dibujo, la escritura, ¿debe canalizarse hacia com petencias form ales en las que prevalecen las je­ rarquías de «lo bueno»? ¿Es conveniente alentar a un adolescente con dotes atléticas a que se entrene para ganar una m edalla de oro en los juegos O lím picos? ¿Q ué consecuencias progresivas tienen tales com peticiones para la afirm ación personal, la vida fam iliar y las am istades con los vecinos del barrio? 322

• El concienzudo intelectual, ¿debe p ro cu rar a to d a costa escri­ bir o tro libro? La tecnología inform ática perm ite h o y com pletar un m anuscrito en la mitad del tiem po requerido hace diez años, quizás en la centésim a parte del que se requería hace u n siglo. Si en 1970 lo habitual era que un investigador diese a luz en p ro m ed io tres libros a lo largo de su vida, h o y puede alum brar seis. ¿N ecesita el m u n d o el doble de obras escritas p o r científicos o eruditos en general? ¿N e' cesita reducir el doble de árboles a formas inertes que se am o n to n a­ rán en rim eros ignorados, cuyo único contacto con seres hum anos será el plum ero que se les pase de vez en cuando? • ¿Es conveniente oto rg ar perm isos para la construcción de nue­ vas viviendas o barrios urbanos? C o n la estabilización actual de los índices de población en O ccidente, ¿por qué tendría que afanarse la gente en tener otras casas nuevas y m ejores? ¿N o estará acaso im ­ pulsada p o r la m etáfora medieval según la cual «cada uno es rey en su p ro p io castillo»? ¿Es ideal em ular a L eona H elm sley con su pala­ cio valorado en once m illones de dólares? ¿Q uiénes y qué cosas son postergados o arrinconados en el afán de tener una piscina de m ár­ mol o candelabros de oro? ¿N o m ejoraría la especie hum ana en ge­ neral si trocase la m etáfora del castillo p o r la del nido? • ¿Es obligatorio que el nivel de ingresos de un individuo au­ m ente constantem ente a lo largo de su vida? Sin duda, las cifras del «coste de la vida» pueden increm entarse año tras año, pero sólo constituyen una am enaza para la propia seguridad si uno presum e que m antendrá las mismas necesidades a lo largo del tiem po. Si dis­ pone del m obiliario, no necesitará volver a invertir en ello. Si ha pa­ gado el prim er plazo de su vivienda, continuará pagando lo mism o en los veinte años siguientes. Y p o r otra parte, ¿es lineal la relación entre el nivel de ingresos y la calidad de vida, de m odo que los que tienen los ingresos más altos sean ios que viven una vida más plena? E n 1989, se calculaba que M ichael M ilken ganaba un m illón de d ó ­ lares po.r hora durante las 24 horas del día; ¿era su sueño más tran ­ quilo, o su desayuno más n u tritiv o que el de un cam pesino? La pirá­ m ide de los ingresos no tiene cúspide; ¿por qué su p o n er entonces que vale la pena ascenderla? • ¿D ebe Estados U n id o s proseguir con su «carrera espacial» para colocar un ser hum ano en M arte? ¿Existe realm ente esta «ca­ rrera»? ¿Q uiénes com piten más, y en pos de qué trofeo? ¿C on cu án ­ to uranio se está m inando la Luna? ¿N o será la «exploración» del es­ 323

pació un m edio para la «explotación» del espacio, para o b ten er ar­ mas m ortíferas, bajo o tro nom bre? Éstas son sólo algunas de las preguntas irreverentes que es im pe­ rativo hacerse. Al convertirse las culturas en jerarquías en las que el significado de la vida pasó a ser andar a la arrebatiña para lograr el prim er puesto, el planeta se está convirtiendo en u n páram o. A nadie le sorprende enterarse h o y de que se están agotando las reservas pe­ trolíferas; de que los lagos y los ríos están contam inados o se están secando; de que la capa de ozono es cada vez más tenue; de que de­ saparecen los bosques; el agua subterránea se ha vuelto insalubre; el aire irrespirable; el nivel de ruido intolerable; de que ya no se puede nadar en las playas; de que se extinguen m uchas especies animales; etc., etc. ¡N os apiadam os de los pueblos prim itivos que tenían ape­ nas unas pocas preocupaciones! En aras del progreso, nosotros, los m odernos, hem os p o d id o producirlas p o r centenares. ¿N o sería más acorde a nuestro m u n d o dedicarse m enos al progreso y más al car­ naval ? A m én de la nueva actitud que propugna, el p osm odernism o tie­ ne consecuencias en lo que se refiere a la adopción de decisiones prácticas. P or lo general la defensa del progreso se hace d en tro de u n ám bito social relativam ente circunscrito, com puesto p o r individuos a quienes esta defensa les parece perfectam ente lógica. El progreso en cuanto a la acum ulación de armas, p o r ejemplo, es un concepto central para los funcionarios del Pentágono, y con el co rrer del tiem ­ p o se va granjeando sim patía d en tro de otros sectores del gobierno. El progreso en m edicina interesa fundam entalm ente a la profesión médica, y sólo en m enor medida a un nú m ero lim itado de otros cam ­ pos. A sí tam bién, el progreso en la pro p ia carrera profesional puede plantearse principalm ente d en tro del p ro p io m edio ocupacional. P ero si cada u no de estos im pulsos a progresar genera una serie de repercusiones regresivas en to d o u n espectro de cam pos am plios y dispares, y si cada definición del pro g reso se ve contrarrestada por opciones significativas en cada u n o de ellos, entonces cualquier d e­ cisión adoptada en un pequeño círculo puede tener resultados desas­ trosos. D icho a la inversa: cuanto más am plia sea la cantidad de pers­ pectivas que se tom en en cuenta para to d a propuesta de progreso, analizando sus repercusiones, más acorde puede ser el resultado para la sociedad y el m edio am biente en general. El posm odernism o nos 324

invita a increm entar n otoriam ente el núm ero de bandos cuya voz se haga o ír al tom ar decisiones para el m ejoram iento. ¿C óm o verán otras naciones el «progreso armamentista» de Estados U nidos? ¿C ó ­ mo lo calificarán los diferentes grupos religiosos? ¿Y las com unida­ des en las que se acum ularán las armas que se construyan? ¿C óm o afectarán los avances en m edicina los costes hospitalarios, el creci­ m iento de la población, el sistema de asistencia o seguridad social? ¿Q ué efectos puede tener el progreso en la carrera profesional sobre los hijos, los amigos, la calidad de vida en la com unidad a la que u n o pertenece? P o r cierto que al expandir la cantidad de perspectivas el asunto se torna más com plejo, p ero si no abordam os esta com pleji­ dad, la pretensión de progreso n o es más que una charada. La mism a tecnología q u e nos ha sensibilizado a la pluralidad de las perspectivas puede facilitar este coloquio am plificado. El enorm e aum ento en las com unicaciones nos ha dado los medios para to m ar nuestras decisiones en form a m ucho más am plia y com pleta que en el pasado. A fin de generar un pluralism o eficaz, tenem os que: 1) abrir nuestros procesos decisorios a u n pú b lico m ucho más vasto; 2) increm entar en form a sustancial la cantidad de individuos capaces de traducir las propuestas de un grupo a los m arcos de referencia de otros (por ejemplo, ¿cóm o afectan los «avances de la medicina» a la población negra, a los que se atienden en aseguradoras privadas, a las personas de edad avanzada, etcétera?), y 3) establecer canales de re ­ alim entación. C onsiderem os el caso del sistem a de gobierno representativo de Estados U nidos. U na vez elegido para ocupar un escaño en el C o n ­ greso, el representante desaparece virtualm ente del horizo n te del lu ­ gar donde fue elegido. Es escasa la inform ación disponible sobre la m ayoría de las cuestiones que se debaten, y rara vez se conoce con claridad la posición de dicho representante al respecto. C uando se publica inform ación sobre algún problem a del lugar, su definición está a cargo del p ropio representante o de la prensa. El aporte del público suele limitarse a algunas cartas o telegram as, o al v o to que se em itirá unos años después. Y este sistem a de representación sigue operando de acuerdo con la concepción m odernista de la verdad única y m ediante un sistema de com unicaciones p ro p io del siglo xix. T enem os que encontrar el m odo de sum inistrar al público inform a­ ción perm anente, dar cabida a las distintas interpretaciones sobre una cuestión y facilitar la reacción rápida de la población. T o d o s es­ 325

tos fines pueden lograrse, p o r ejem plo, con la instalación de canales U H F * de televisión y con unos ochocientos núm eros telefónicos o aparatos de televisión interactivos. Poseem os, en efecto, los medios p ara que nuestro sistem a representativo sea sincronizado, al fin, con los ideales propios de una dem ocracia en la que se p ropicien las de­ cisiones pluralistas.6

D e l in d iv id u a l is m o a las r e l a c io n e s

Si podemos incluirlo todo, de manera coheren­ te y armónica, en una totalidad global indivisa, ininterrumpida c ilimitada, entonces (...) fluirá ar­ moniosamente la acción en el interior de la tota­ lidad. Wholeness and tbe Implícate Order

D avid B o h m ,

U n o reflexiona: «¿C óm o voy a vivir?», y al responderse tiene en cuenta «el deseo de un trabajo que lo gratifique», «la necesidad de relaciones afectuosas», «la posibilidad de ofrecer a los hijos un fu tu ­ ro optim ista» o «el im perativo de la seguridad económ ica». Si se d e­ tiene a considerar cóm o va a pasar el día o la noche, vuelve a sopesar sus deseos, necesidades, confianzas y tem ores. Todas estas reflexio­ nes son corrientes. V eam os ahora algunas otras posibilidades. A m e­ nudo nos preguntam os, p o r ejemplo: «¿C óm o va a vivir mi fam i­ lia?», «¿C óm o estarem os h o y mi esposa y yo?» o «¿Q ué pasará este mes en el vecindario?». N o s parece «natural» tom ar en considera­ ción nuestros deseos, necesidades, im perativos y tem ores persona­ les, y encam inar nuestra vida en consecuencia. D ejar de lado el yo para centrarse en unidades más amplias del ser nos p ertu rb a y con­ funde. Creem os que las relaciones van y vienen y lo único que p er­ manece incólum e hasta la m uerte es nuestro yo. Éste es el centro en to rn o del cual gira la sociedad; las relaciones son p ro d u cto s secun­ darios artificiales, derivados de la interacción entre los individuos. N o obstante, lo que nos parece tan natural y evidente en la vida cotidiana es peculiar de O ccidente e históricam ente perecedero. Para m uchos orientales, to d o lo vinculado con la persona parece insigni­ ficante en com paración con las preocupaciones familiares; en los paí­ 326

ses del sudeste asiático, el destino de la com unidad tiene más im p o r­ tancia que la trayectoria del individuo. Y aun d en tro de la cultura occidental, sólo con el Ilum inism o el m érito y las capacidades in ­ dividuales alcanzaron hegem onía p o r encim a de las unidades, más holísticas, del clan y de la com unidad. H oy, el concepto de la psique individual com o m anantial del que surge la acción hum ana está p re ­ sente en casi todos los aspectos de la vida cultural. El sistema eco n ó ­ mico se basa en el concepto de que el que tom a las decisiones es el in ­ dividuo; es éste el que puede elegir lo que hab rá de com prar y vender (incluida su m ano de obra), y se sostiene que si estos derechos son ejercidos com o corresponde, el resultado será la prosperidad gene­ ral. A nálogam ente, el sistem a dem ocrático de gobierno descansa en el concepto del votante individual: si cada u n o ejerce su raciocinio y sus juicios de valor adecuadam ente, el resultado será el bien com ún. T anto el sistem a judicial com o los códigos inform ales de la m oral es­ tán sim ilarm ente centrados en el sujeto, cuyas intenciones privadas pueden ser honorables o ruines, y que debe asum ir la responsabili­ dad de sus actos. Tam bién la m ayoría de las jerarquías en la educa­ ción, el gobierno, el m undo em presarial, el del deporte, etcétera, se fundan en la prem isa de las habilidades o logros individuales. T anto la concepción rom ántica com o la m odernista de la p erso ­ na co n trib u y ero n en gran m edida a forjar la perspectiva individua­ lista y sus instituciones conexas. Para el rom ántico, relaciones com o las m atrim oniales y las de am istad eran p o r cierto significativas, y hasta sagradas, pero su significación dependía de lo que las ligaba al interior oculto. U na relación que uniera las almas era profunda; si estaba ausente esa com unión, era m eram ente profana. Del m ism o m odo, el m odernism o reafirm ó la im portancia de la razón y la o b ­ servación individuales para el proceder hum ano; el sujeto no debía atender a las autoridades o grupos sino a la evidencia de su razó n y de sus sentidos. Para el m odernista el ser hum ano ideal era alguien que confiaba en sí m ism o, im pulsado p o r sus propias m otivaciones y dirigido desde su propio ser. A unque térm inos com o «derechos individuales», «dem ocracia», «integridad moral», «autonom ía» y «m éritos personales» tienen enorm e p o d er retórico, su p ro p io atractivo constituye una barrera frente el exam en crítico. Sin em bargo, en los últim os años un cre­ ciente núm ero de estudiosos se ha dedicado a inq u irir los problem as que plantea el individualism o. 327

¿C uál es la o tra cara de esta tradición? ¿Existen alternativas via­ bles? E n su obra, m uy debatida, The C ulture o f Narcissism, C hristop h er Lasch argum enta que la tendencia individualista pro p u g n a una búsqueda de gratificación donde aparece el «yo prim ero» y que trivializa las relaciones em ocionales, la intim idad sexual, las investiga­ ciones académicas y la vida política, ya que cada una de estas esferas se convierte en u n cam po para «salirse con la suya». En H a b its o f the H eart, el sociólogo de Berkeley R o b ert Bellah concluye ju n to a sus colaboradores que la ideología individualista interfiere en el desa­ rrollo de un com prom iso en cada plano de participación en la socie­ dad, desde el m atrim onio y la vida com unitaria hasta la política na­ cional.** C uando el sujeto racionaliza sus actos en función de sus perdidas y ganancias, desaparece la visión de un bien público gene­ ral. Los autores aducen que estas concepciones están ausentes, a to ­ das luces, en la cultura, y que la gente sólo m antiene relaciones en tanto justifiquen sus p ro p io s intereses. R ichard Sennett, en E l decli­ v e del hom bre público, com para la índole de la vida pública en otros siglos, menos individualistas, con.la actual,9 y com prueba que nuestra preocupación por el yo, y el concom itante tem o r a la sinceridad y a la revelación personal, m ilitan contra una vida pública en la cual la gen­ te se entrem ezcla librem ente en las calles, los parques o las asambleas, y puede hablar aprem iada p o r las cuestiones cívicas sin em barazo y con un sentido del bien com ún. Según él, la vida pública ha cedido lugar a estilos de vida privatizados, claustrofóbicos y defensivos. O tro s se han referido a la p ropensión al aislamiento, la soledad y la anom ia que genera el individualism o, su estím ulo de form as de ex­ plotación económ ica, su exaltación de una visión com petitiva y no cooperativa de las relaciones internacionales, y su caída en el despil­ farro inexorable de los recursos naturales en aras de la rivalidad y la autogratificación. A m edida que va ganando terreno el individualis­ m o, la vida social se em pieza a asemejar a la situación descrita p o r H obbes: una lucha de todos contra todos. T odas estas críticas han desatado grandes debates en los últim os años. El pensam iento posm oderno añade nuevas dim ensiones a estas polém icas, al cuestionar los propios fundam entos ontológicos del individualism o. Según vimos, en el posm odernism o los procesos de la razón, la intención y la decisión m oral individuales, entre otros (centrales en la ideología individualista), pierden su carácter de rea328

La obra neorrealista ele Sidney Goodman Figuras en un paisaje añade la di­ mensión visual a la creciente insatisfacción con las formas de vida indivi­ dualistas. lidades. Se desdibujan los límites del individuo com o unidad, y pasa a ser el resultado de una construcción social. Pero a pesar de haber deconstruido la realidad del actor individual, seguim os hablando de la razón, la em oción, la m em oria, etcétera, y lo hacemos, segura­ mente, p o r algún o tro m otivo que para dar expresión a im pulsos in­ ternos. D esde W ittgcnstein hasta los teóricos contem poráneos de la literatura, los estudiosos han establecido que el lenguaje de la vida m ental cobra significado o significación a p artir de su uso social. El significado de un «buen razonam iento», de las «malas intenciones» o de una «m em oria precisa» está determ inado según se em pleen ta ­ les expresiones en las relaciones que entablam os. Esta últim a conclusión tiene consecuencias nada desdeñables, pues, com o he sugerido en el capítulo 6, sustituyen al individuo p o r la relación en el centro de la acción hum ana. Los individuos p o r sí mism os no pueden «significar» nada: sus actos carecen de sentido hasta que se coordinan con los de otros. Si extiendo la m ano y s o n ­ río, este gesto rayará en el absurdo hasta que sea contestado con re­ ciprocidad. Mis palabras no constituyen una «com unicación» hasta qxie otros las consideren inteligibles. Y com o describió sagazm ente Jerzy K osinski en Being There, incluso el lenguaje de un idiota p u e ­

de tener notables consecuencias si o tro s lo consideran en los mismos térm inos. Al am pliar las argum entaciones posm odernas, vem os la posibilidad de reem plazar la cosm ovisión individualista (en la cual las m entes individuales son decisivas para el funcionam iento hum a­ no) p o r una realidad relacional. Cabe sustituir la máxima cartesiana Cogito, ergo sum [Pienso, luego existo], p o r C om m unicam us, ergo sum [N os com unicam os, luego existo], ya que sin actos de com uni­ cación coordinados no hay ningún «yo» que pueda expresarse.10 P or consiguiente, la revulsión p osm oderna n o sólo descalifica al yo individual sino que m arca el cam ino hacia un nuevo vocabulario del ser. El terreno del debate cam bia notoriam ente; ya no necesita­ m os preocuparnos p o r la tiranía de la «grupalidad», com o la llam a­ ba D avid Riesm an, en la que las necesidades y deseos privados deben transigir ante las exigencias grupales.1' Si los individuos son, p o r de­ finición, elem entos de relaciones, no pueden ni perm anecer aparte del m undo social ni estar som etidos a sus tiras y aflojas, del mismo m odo que los m ovim ientos de una ola no pueden separarse del m ar ni estar determ inados p o r éste. La am enaza del grupo opresivo deja de ser u n enfrentam iento entre «yo y el grupo» para convertirse en el conflicto entre una form a de relación y otra. A nálogam ente, a m edida que la realidad se transform a en relación m utua, se alteran el m atrim onio y otras variedades de com prom iso. Si la intim idad com prom etida resulta ardua, la alternativa no es «liberar­ se» del peso de las responsabilidades. N o se escoge entre la relación y la autonom ía individual, sino entre varias formas de interdependencia: entre el vínculo cara a cara y la com unidad simbólica, o entre la cohe­ rencia a lo largo del tiem po y la inserción multifrénica. N o es menes­ ter apenarse, empero, p o r los que viven solos, ya que desde este p u n ­ to de vista nunca estam os solos, aunque perm anezcam os aislados o sin la presencia física de nuestros semejantes. E n la m edida en que nues­ tros actos son inteligibles, lo son dentro de un sistema de significado; y el significado, com o vimos, no es el pro d u cto de las mentes indivi­ duales sino de las relaciones. A ctuar ante testigos no vuelve más so­ ciales a las acciones en cuestión. Vivir solo no es más que una entre va­ rias form as de relación, que conlleva ventajas y desventajas según la perspectiva de cada cual y las pautas de sus intercam bios en curso. De m anera similar, no nace ni m uere un individuo aislado: nace dentro de una relación, y a la vez que es definido p o r ella, la define. C uando uno m uere, lo que perece es una pauta de relaciones. 330

Estas ideas no han sido desarrolladas en form a regular y acabada; pues rara vez se desplegó el discurso de la relación. N os espera un cú ­ mulo de posibilidades, pero no podem os abocarnos a los nuevos v o ­ cabularios del ser, com o no podem os hablar una lengua extranjera que jamás hayam os escuchado. Los nuevos vocabularios y las pautas co ­ nexas de acción deben surgir inevitablemente de lo que existe, cobrar fuerza e inteligibilidad a partir de las pautas de interdependencia en que ya están entrelazados. En el capítulo 6 examinábamos diversos conceptos individuales de la m ente que hoy son redefinidos en forma relacional. La autobiografía, la em oción, la decisión moral, fueron «sa­ cadas de la cabeza» y puestas en el socius: reconstruidas com o logros de las relaciones más que de individuos aislados. Se conservan, pues, los térm inos tradicionales, pero se modifican sus implicaciones (para el lenguaje y para la acción). O tras reconstrucciones semejantes se nos proponen h oy en u n am plio abanico de cam pos. ¿De qué m anera es posible reconceptualizar com o formas de relación las costum bres e instituciones que tradicionalm ente se expresaban en form a individual, y cuáles son las alternativas resultantes para la acción? Analicemos dos casos: el del m ercado de valores y el del sistema judicial. El m ercado de valores, corazón mismo del proceso capitalista, fue entendido siem pre en térm inos individualistas. El com portam iento del m ercado es reductible a los procesos decisorios racionales de cada participante. Cada sujeto opera en m odo de m axim izar sus ganancias y m inim izar sus pérdidas, y la suma total de las transacciones reali­ zadas constituye el resultado en el m ercado. P ero si esta «tom a de d e­ cisiones racional» no es, según se aventuró en los capítulos precedentes, un proceso que tenga lugar den tro de la m ente individual, podem os concebir al m ercado de valores com o una pauta de relaciones interdependíentes. En este contexto, el mercado resulta asaz curioso, pues en la sociedad global el dinero obedece a una realidad fija: es tan ine­ quívoco el acuerdo en cuanto a que un dólar es un dólar, un marco es un m arco, etcétera, que a todos los fines prácticos la realidad co ­ m ún es objetiva. Sin em bargo, el m ercado de valores es una esfera crí­ tica en la que la realidad com ún queda en suspenso, abierta de hecho a una renegociación perm anente. El valor de un título accionario puede redefinirse hacia el alza o hacia la baja. N o hay reglas intrínse­ cas que gobiernen qué form a de inteligibilidad habrá de intervenir en esa realidad negociada; n o hay principios racionales que restrinjan el significado que puede darse a los hechos culturales. 331

U n a vez reconcebido el m ercado de valores com o esfera relacional, podem os enfrentar un problem a crítico d entro del sistema. A m edida que los agentes de bolsa y sus colegas com parten especula­ ciones, dudas y esperanzas acerca de las prom esas presidenciales, los efectos de la fusión de em presas, las am enazas de guerra, el sentir p o ­ pular, etcétera, el m ercado queda sujeto a fluctuaciones radicales asistemáticas. Sus alzas y bajas dependerán de la mezcla aleatoria de conjeturas e interpretaciones de los partícipes, para las cuales casi no hay límites. E n tal sentido, el bienestar económ ico de un país (y del m u ndo entero) se construye a p artir de una serie de significados frá­ giles y efímeros. U n día cualquiera, u n tem or súbito in tro d u cid o en el m ercado japonés, unas opiniones perturbadoras de la C asa Blanca o u n a alteración en las políticas petroleras de los países árabes p u e­ den provocar una brutal recesión en la econom ía norteam ericana. Para evitar estos vaivenes incontrolables, p ara aislar a la econom ía frente a una posible catástrofe, la realidad local del m ercado de va­ lores tiene que abrirse a otras voces. Eslabones de com unicación y procesos de realim entación pueden b rin d ar un aporte de inform a­ ción continua de gobierno, de las grandes em presas, de los teóricos de la econom ía y de los especialistas en o tro s cam pos (política, so­ ciología, psicología). Los efectos de la realidad del m ercado son d e­ m asiado im portantes com o para q uedar librados a las negociaciones inform ales, impulsivas y frenéticas de un pequeño grupo de p erso ­ nas tan preocupadas p o r el tema. Este análisis relacional puede hacerse extensivo a la in stitu ció n de la justicia. El posm odernism o pone bajo la lente de aum ento el co n ­ cepto de «decisión voluntaria». A l d eterio rar la justificación de esta creencia, pierde sustento la consecuencia de elección individual «equivocada». Es cierto que los individuos pueden transgredir las le­ yes, pero desde la perspectiva p o sm o d ern a esos actos n o les deben ser im putados sólo a ellos sino a toda la serie de relaciones de las que form an parte — las com plicidades corrientes de la vida cotidiana— , de las cuales el delito es u n a m anifestación. (Véase nuestro análisis de la m entira en el capítulo 6.) Este pun to de vista ha com enzado a influir en la práctica ju ríd i­ ca contem poránea. P o r ejemplo, en un b arrio de Filadelfia una m u ­ jer, vestida con un uniform e m ilitar de faena, entró en una galería co­ m ercial y com enzó a disparar contra los clientes, m atando e hiriendo a varios de ellos antes de ser capturada. D esde el p u n to de vista indi­ 332

vidualista, ella era la única responsable de aquel acto; no obstante, recurriendo a consideraciones relaciónales los abogados am pliaron la red de responsables, entablando juicio contra los funcionarios de las instituciones de salud m ental de la zona, que conocían su p ertu rb a­ ción; contra el departam ento local de policía, advertido tam bién del peligro que podía plantear esta mujer; contra los dueños de la gale­ ría, p o r no haber tom ado medidas adecuadas de seguridad; contra el em pleado del negocio que le vendió el arma, etcétera. Esta clase de justicia encuentra apoyo en la actitud relacional, y sería útil hacerla extensiva a toda la ju risprudencia.12 A l tornarse discutible el concepto tradicional de «decisiones inm o­ rales» la cuestión no radica en hallar más culpables sino en reducir la m iopía según la cual «cada sujeto debe cuidarse a sí mismo», y ampliar nuestra sensibilidad a la red de relaciones a la que pertenecemos. C om o escribe la teóloga Catherine Keller, «sólo u n yo forjado a imagen y se­ mejanza de u n rigor interno que se supone, erróneam ente, equivalente a integridad, puede separarse de la m atriz entera de la vida».13

E l d isc u r s o t o t a l iz a d o r fr en te al ju e g o libre d e l ser

La realidad fue en un época un método primi­ tivo de control de las muchedumbres que se esca­ pó de las manos. A mi juicio, es el absurdo vestido con un traje pulcro de hombre de negocios. (...) Puedo aceptarla en pequeñas dosis, pero como estilo de vida lo encuentro demasiado limitado. Jan e W ag n e r, The Searcb for Signs o f Intelligent Life in tbe Universe Exam inem os el objeto que tenemos entre m anos. Es, exactamente, un libro. P o r lo tanto, su finalidad fundam ental consiste en su lectura. A hora bien: ¿no podría definírselo de algún o tro m odo? T am ­ bién se lo podría usar para alim entar una fogata, o com o pisapapeles, o encajarlo en una p u erta para que el v ien to n o la cierre de golpe, o transform arlo en maza y em prenderla con la mesa para llam ar la atención de alguien, o usarlo com o arma (tirándolo a la otra p u n ta de la habitación), o com o papel higiénico de m ala calidad (¡por favor, no se haga eso con este libro!). Indaguem os u n poco más. ¿N o p o ­ 333

dría ser este libro, en algún sentido, u n cocodrilo (que intentara de­ vorar nuestra mente), o un seductor (que desee interesar al lector para que lo conserve en su poder), o u n río (de palabras que fluyen), o un grito de guerra (convocando a la batalla contra la antigua retó ­ rica)? Si perm anecem os d en tro de la tradición m odernista, al «enun­ ciarlo tal cual es», se suprim en todas las dem ás alternativas, y con ellas las acciones a que pudieran dar lugar otras alternativas. Si es real­ m ente un libro, se pueden hacer con él m uy pocas cosas, adem ás de leerlo; amplíese el vocabulario, y las capacidades del libro se m ulti­ plicarán. Llévese el vocabulario al reino de la m etáfora, y com enza­ rá a disiparse la envoltura de las limitaciones. ¿Q ué otra cosa, fuera de la convención social, favorece su existencia com o libro? Lo mism o ocurre con las concepciones de la persona. Si nuestro vocabulario para la com prensión de nosotros m ism os y de los demás se restringe, lo m ism o ocurre con la gama de acciones discerniblcs. C onsiderem os las visiones rom ántica y m odernista de la persona. Se parecen a sistemas cerrados, conjuntos de proposiciones dotadas de co h erencia in tern a pero que rechazan cualquier o tra explicación de la realidad. D efinen a la persona a su m anera, pero no reconocen otras posibilidades. H asta cierto p u n to son totalizadoras: com pletas en sí mism as, se apartan de to d a crítica al yo. Y com o adm iten sólo un vocabulario especial para la com prensión del yo, establecen límites im portantes a la acción hum ana. P o r ejem­ plo, el rom ántico devoto quizás eluda las opciones «netamente racio­ nales» porque no le «parecen adecuadas», no responden a su intuición o a su espíritu. Las pérdidas personales pueden aherrojarlo en p ro ­ longados y penosos períodos de pesar, rem ordim iento o ideas suici­ das. N o aprecia la belleza del plan racional, la simple pero funcional línea arquitectónica, el im pacto causado p o r un cuadro pintado con un solo matiz o la sensualidad p u ra de los sonidos musicales. T am po­ co dedicará tiem po y energía a sus hijos confiando en resultados p o ­ sitivos, ni participará en una com unidad de hom bres de ciencia con el gratificante sentim iento de que el futuro es controlable. El rom ántico verá con antipatía a los que se aforran a un em pleo p o r m otivos de se­ guridad, o a los que se afanan p o r acum ular riquezas, o a los que se visten acorde con la ocasión para aprovecharla, o a los que aconsejan y consienten, o a los que usan a sus amistades com o «conexiones». A su vez, el m odernista está encerrado en un m undo conceptual que ofrece pocas oportunidades de dejarse arrastrar p o r una marea 334

de bienaventuranza m aravillosa («inm adura, irrazonable... y peli­ grosa»). Ve con malos ojos las experiencias espiritualistas, el m isti­ cism o o el sentim iento de estar ligado en indisoluble unidad a la na­ turaleza. E n la búsqueda m odernista la acción intrépida, el desafío a la norm a, la francachela dionisíaca resultan subversivos. E n el enfo­ que m odernista de la vida se echa en falta cualquier sentido de leal­ tad o com prom iso pro fu n d o s, ya sea con las personas o hacia ciertos ideales. El m odernista evitará to d o contacto estrecho con la devoción religiosa, con los excéntricos y con los enferm os m entales, que p are­ cen m ovidos p o r fuerzas ajenas a la razón. Prestará especial atención a los jóvenes y a los que «están en vías de form ación», y desdeñará a los ancianos y a los enferm izos, pues no cum plen ninguna función útil. Según sostiene Paul Ricoeur, cada form a de universalización «consti­ tu y e una suerte de sutil destrucción, no sólo de las culturas tradicio­ nales (...) sino tam bién del núcleo creativo de las grandes culturas (...), el núcleo sobre cuya base interpretam os la vida (...), el núcleo ético y mítico de la hum anidad».14 En The Battle fo r H u m a n N atttre, B arry Schw artz describe de qué m anera las concepciones m odernistas de las ciencias sociales es­ tán anulando el lenguaje tradicional de la m oral.15 P or ejem plo, la teoría económ ica m odernista se basa en gran m edida en una visión del hom bre racional que se afana p o r m axim izar sus ganancias y m i­ nim izar sus pérdidas. A nálogam ente, la teoría conductista en psico­ logía sostiene que las personas obran guiadas prim ordialm ente p o r el deseo de obtener recom pensas y evitar castigos, y la biología evo­ lutiva pro p o n e que los seres hum anos pro ced en en m odo de conser­ var y reproducir sus pro p io s genes, asegurando la supervivencia de la generación siguiente. Según Schw artz, estas influyentes teorías operan en form a arm oniosa, y cada una expone u n perfil del «hom ­ bre natural» entendido com o un ser básicam ente codicioso y cen tra­ do en sí m ism o. C uan d o estos discernim ientos se vuelven la verdad aceptada en una sociedad, justifican determ inadas m odalidades de vida. Los individuos aprenden que toda acción centrada en u n o m is­ m o es «natural», que el proceder altruista co ntraría a la naturaleza. Sim ultáneam ente cae en desuso el lenguaje de la m oral, que es en buena m edida rom ántico. Si las personas son naturalm ente egoístas, hay pocos m otivos para sostener que no debieran serlo: sería com o afirm ar que es inm oral que la gente respire. Q uizás el m odernista busque los m edios técnicos de frenar la codicia natural (refuerzo del 335

co ntrol y la vigilancia, protección policial), pero recurrir a u n len­ guaje del bien m oral, a u n discurso sobre lo que es justo y noble en las acciones hum anas, es una perdida de tiem po equivalente a discu­ tir la naturaleza del ciclo. En manos del discurso m odernista, las es­ peculaciones morales quedan reducidas cada vez más a la m arginalidad de la vida.16 La revulsión posm oderna es bien instructiva en este sentido. D esde la perspectiva posm oderna, tan to la realidad rom ántica com o la m odernista son relativizadas. Se torna extraña toda suposición de que la gente posea (o no) u n a m ente inconsciente, u n alma, un m éri­ to intrínseco, una racionalidad inherente, sinceridad, rasgos de p e r­ sonalidad, etcétera. D espués de todo, son m aneras de hablar; no re­ flejan la índole real de la persona. En contraste con la escasa gama de opciones y los límites opresivos de los sistem as de com prensión to ­ talizadores, el posm odernism o abre las puertas a la expresión plena de todos los discursos, y a su juego libre. El teórico ruso de la litera­ tu ra M ijail Bajtin acuñó el térm ino heteroglosia para referirse a la ín ­ dole com pleja del lenguaje en una cultu ra.17 El lenguaje vigente en cualquier cultura incluye restos y mezclas de los lenguajes de varias subculturas y épocas históricas. E n tal sentido, el posm odernism o insta a una «heteroglosia» del ser, a un vivir a p artir de la m ultiplici­ dad de voces en la esfera entera de las posibilidades hum anas. Para el posm oderno, los vocabularios de la personalidad no son espejos de la verdad sino medios de relacionarse. H ay pocos m o ti­ vos para suprim ir una voz cualquiera. M ás bien, con cada nuevo vo­ cabulario o form a de expresión, uno se apropia del m undo de un m odo diferente, percibiendo en cada u n o aspectos de la existencia acaso ocultos o ausentes en los otros, abriendo capacidades de rela­ ción que no deberían ser entorpecidas. En consecuencia, ni la tradición rom ántica ni la m odernista tie­ nen p o r qué perderse. N o es forzoso abandonar atributos m odernis­ tas de la persona com o la racionalidad, la sinceridad y el ánim o de perfección, ni tam poco deben ser condenadas a u ltranza las form as m odernistas de relación — la dedicación a los hijos, la creación de je­ rarquías, la labor científica, la preocupación p o r el fu tu ro — . Sin considerar a tales conceptos y acciones com o verdaderos, definitivos y superiores, podem os considerarlos com o posibilidades. B asándo­ nos en lo dicho en el capítulo 7, son juegos serios, form as vitales de la cultura que poseen coherencia interna y validez local. D e la m is­ 336

ma manera, la perspectiva posm oderna prom ueve la resurrección del rom anticism o. A nadie debe m olestarle hablar de su alma, de su p a ­ sión o de su com unión con la naturaleza. Más aún, se nos insta a revigorizar el lenguaje de la m oral, no porque los principios morales ofrezcan soluciones a los problem as de la vida sino p o rq u e el d is­ curso m oral está inserto en determ inadas pautas culturales y c o n tri­ buye a sostenerlas.18 A través del posm odernism o, entonces, se revitaliza tanto al rom anticism o com o al m odernism o, aunque no en form a excluyente: am bos ocupan su lugar com o m ovim ientos signi­ ficativos y sustanciales d en tro del conjunto de juegos serios que ha desarrollado y elaborado la cultura a lo largo de los siglos. Es evidente que el proceso de enriquecim iento del discurso sobre el yo apenas com ienza con los m otivos rom ánticos y m odernos. D esde la perspectiva posm oderna, se nos invita a indagar tam bién en el pasado rem oto. ¿C óm o p o d rían increm entarse nuestras capacida­ des de relación explorando los m isterios que encierra el culto a M i­ tra, reavivando el im pulso dionisíaco, recuperando los m odales c o r­ tesanos o dom inando las prácticas ascéticas? T odas estas pautas culturales (lenguajes y form as de relación) han caído en desuso, pero, al igual que las estatuas griegas o los cuadros del Renacim iento, aun pueden activar nuestras potencialidades. V eam os, p o r ejem plo, el concepto de sofrosyne, central para los griegos de la época hom érica pero ahora prácticam ente desaparecido.19 Podríam os apropiarnos nuevam ente de él, refiriéndolo a una virtud particular: la fusión ar­ m oniosa de una pasión intensa con u n control o dom inio perfecto de sí m ism o. Los griegos representaban la sofrosyne con la im agen del co n d u cto r de un carro que lo m anejara diestram ente controlando sus briosos corceles. ¿N o po d ríam o s in co rp o rar esta imagen a las ac­ tividades de nuestro tiem po, reem plazando p o r otros los objetivos de triunfo en la form ación atlética, o de lucro en la vida de un ejecu­ tivo?20 P o r otra parte, se nos insta a expandirnos e incorporar posibilida­ des inherentes a otras formas culturales, recogiendo discernim ientos de los asiáticos, los polinesios, los árabes, los indios y los africanos, e integrándolos a los nuestros. Considérese, p o r ejemplo, el concepto de am ae, que ocupa un lugar destacado en las relaciones personales en Japón, y para el cual no existe en nuestro idiom a una traducción precisa. Es afín a nuestro concepto de «dependencia», pero tam bién implica que la persona dependiente de otra es capaz de halagarla y de 337

jugar con ella, de buscar sus favores con dulce y am able inocencia. El am ae puede caracterizar la relación entre padres e hijos, y también entre adultos.21 El desarrollo y la expansión creativa de este discurso (y de sus pautas de acción) aportarían una inestim able opción a O c­ cidente frente a la insistencia en la autonom ía y el control personal. E n u na época en que los males de la «codependencia» están en la mira de los profesionales de la salud mental, se reclama un espacio lingüís­ tico que abrace otras form as de concebir el vínculo hum ano. E sta ap ertu ra a la m ultiplicidad tiene m ucho en com ún con el concepto de estilo de vida proteico, acuñado p o r R obert Jay L ifton.2"’ Este auto r sostiene que en los estilos contem poráneos de vida se re­ fleja cada vez más la imagen de P roteo, el dios del m ar en la m itolo­ gía griega, capaz de convertirse de jabalí en dragón, de fuego en agua. El estilo proteico se caracteriza p o r u n co n tin u o flujo del ser a lo largo del tiem po sin una coherencia evidente. El ser proteico «m antiene en su m ente (y lo hace con frecuencia y de m uy diversas

Los artistas británicos Gilbert y George consideran que su obra es el resulta­ do no de una sola mente creadora, sino de la relación entre varias. En el con­ texto posmoderno han hallado el medio de revitalizar un lenguaje espiritual. 338

m aneras) imágenes contradictorias que parecen dirigirse sim u ltá­ neam ente en direcciones opuestas». Típica de este estilo es la experi­ m entación con el ser, el riesgo y el absurdo. Igualm ente se hace sensible David M illcr a esta tendencia inci­ piente en su descripción del nuevo politeísm o.2’’ Esta pauta deriva de «3a experiencia radical de aspectos m utuam ente excluyentes del yo, pero todos igualm ente reales. La identidad personal n o parece estar fija. (...) La persona se vivencia com o si estuviera com puesta p o r m últiples seres, cada uno con (...) vida propia, yendo y viniendo sin atender la voluntad central de u n y o único».24 Y «lo que es más c u ­ rioso, esta experiencia no se percibe com o patológica».23 M iller en ­ tiende que esta tendencia es m uy liberadora. En esta sensibilidad a m últiples form as de espiritualidad, vislum bra la posibilidad de que la persona «recorra en form a significativa un universo pluralista». E n cam bio, em peñarse en alcanzar verdades únicas, razones s u ­ periores, m orales fundacionales o m odos norm ales de co m p o rta­ m iento dentro de una cultura es reducir las opciones de relación, dentro y fuera de ella. A sí com o los térm inos topspin y slice am plían el vocabulario del jugad o r novel de tenis, tam bién al abrirse la cu ltu ­ ra a la influencia de otros discernim ientos, aum enta su capacidad para seguir adelante con sus juegos. P or ejem plo, si consideram os a la ira un im puso biológico desencadenado p o r frustraciones y en gran m edida ajeno al co n tro l consciente, entenderem os que los esta­ llidos de hostilidad son norm ales, y que pegar a la esposa o m a ltra­ tar a un hijo son productos desafortunados de la naturaleza hum ana, pero si reconceptualizam os la ira com o una form a de actuación cul­ tural — sostenida p o r m odelos culturales c inserta en las pautas de relación— , se podrá experim entar con nuevas actitudes, tratam ien ­ tos y procedim ientos legales. Para las personas de m entalidad práctica, esta expansión tiene enorm es consecuencias. C ada form a cultural (cada lenguaje de co m ­ prensión) ofrece sólo una gama limitada de soluciones ante los p r o ­ blemas que enfrenta una cultura. Soltar ios lazos de todo lo «dado» (ya sea en el gobierno, en el m undo em presarial, en la educación, e t­ cétera) es abrir el cam ino a nuevas soluciones. Tom em os eí caso de la educación, Los m étodos educativos tradicionales se centraron en el desarrollo de las m entes individuales. B asándose en premisas m o ­ dernistas, los maestros y profesores asum en el rol de autoridades en u n tem a determ inado, y su tarea sería colm ar la m ente del alum no 339

con el conocim iento de su especialidad. El p o sm oderno, p o r el con­ trario, considera los tem as académicos com o discursos peculiares de ciertas com unidades (los biólogos, los econom istas, etcétera) dedica­ das a otras tantas actividades. Los p ro p io s alum nos son expertos en el discurso de su subcultura particular — esos lenguajes los ayudan a conservar su estilo de vida y a adaptarse al m u n d o a m edida que lo construyen— . De este m odo, la educación no debe consistir en el re­ em plazo de u n conocim iento «insuficiente» p o r o tro conocim iento «superior», sino en. u n diálogo en el cual todas las subculturas se be­ neficien con los discursos de sus vecinos. Los m aestros invitarán a dialogar a los alum nos en calidad de partícipes y no de instrum entos, de interlocutores y colaboradores y no de pizarras en blanco que de­ ben ser cubiertas. Lo ideal sería que el discurso circunscrito de «las disciplinas» se tornase tam bién vulnerable y quedase abierto a la ex­ tensión, la elaboración y el enriquecim iento con ayuda de cualquie­ ra de los lenguajes im bricados. C ada vez son más frecuentes los experim entos con tal m étodo de educación interactiva; los escritos posm odernos brindan a esta alter­ nativa una actitud de apoyo.26 T am bién en el m u n d o de los negocios las im plicaciones son notorias. La organización m odernista fue establecida siguiendo los principios (la «teoría de la empresa») que debían ponerse en práctica bajo la dirección de los gerentes de la em presa. N o obstante, desde el p u n to de vista posm oderno, los directores han p erd id o credibilidad com o personas dotadas de u n «saber superior» y los principios rec­ tores han pro b ad o su incapacidad. Se ha puesto en tela de juicio la posibilidad de que u n solo individuo o un. grupo reducido determ i­ ne las acciones de todos, ya que esta pequeña m inoría alcanza a ver el m undo de m odo circunscrito y su aprecio de las mil form as de re­ lación entre sus colegas sólo puede ser insuficiente. El p o sm o d ern is­ mo reem plaza, pues, el énfasis en el líder racional su p erio r p o r la puesta en com ún de las subculturas que integran una organización, que debe quedar abierta a las realidades com partidas fuera de sus fronteras para incorporar nuevos dialectos de acción y para volverse más inteligible e integrada a la cultura global.27 C om o m uchas orga­ nizaciones están descubriendo, es útil soltar las amarras de las subunidades que las com ponen (sectores de investigación, departam entos de com ercialización, capacitación del personal, etcétera) y alentar a estos grupos a sum inistrar sus servicios a otras firmas. Al trabajar de 34 0

una m anera sem iautónom a, las unidades asum en funciones en m ú l­ tiples organizaciones. D esem peñan un papel com ún en una variedad de m edios diferentes: el de ser «especialistas flexibles» cuyo acervo de «conocim ientos específicos», en perm anente expansión, los to rn a más eficaces. Exam inem os, p o r últim o, las im plicaciones terapéuticas del p o s ­ m odernism o. Las prácticas terapéuticas tradicionales, regidas p o r el rom anticism o y el m odernism o, situaban al terapeuta en el papel del experto que evalúa el estado de la m ente del individuo, discrim ina sus represiones, conflictos, falsas ideas o aberraciones cognitivas, y corrige tales fallos a través de la terapia. C o n el posm odernism o, no sólo corre peligro la pericia del terapeuta para tratar la enferm edad m ental, sino que pierde credibilidad la p ro p ia realidad de un «pa­ ciente» cuya m ente debería ser «conocida y m odificada». El indivi­ duo es considerado, más bien, com o participante en m últiples rela­ ciones, y su «problem a» sólo es un problem a a raíz de la form a en que es construido en algunas de ellas. El desafío para el terapeuta es facilitar la reinterpretación del sistem a de significados en el cual se sitúa esc «problem a». D ebe entablar un diálogo activo con los que sustentan la definición del problem a, no en calidad de clarividente, sino com o copartícipe en la construcción de nuevas realidades.28 El acento puede recaer en los nuevos argum entos y metáforas para la com prensión de la propia vida y para m ejorar la capacidad de in te r­ p retar los significados. C om ienzan a advertirse en la cultura las ventajas que conlleva abrir las puertas a las m últiples realidades. Al diluirse las exigencias m odernistas de búsqueda de verdades singulares de sociedades orga­ nizadas com o m áquinas y de solo argum ento del progreso, crece la apreciación de las culturas locales, las verdades anóm alas y las tra d i­ ciones exóticas. E n las palabras de L yotard, se nos invita a «m irar m aravillados la diversidad posible» de las pautas hum anas.29 En la arquitectura, esta conciencia se p o n e de m anifiesto en la orientación hacia el regionalismo, o sea, la aplicación de las tradiciones locales en m ateria de diseño arquitectónico (por oposición al «estilo in tern a­ cional» que favorece el m odernism o). E n las artes dramáticas, apare­ ce la tendencia al tribalismo, la creciente valoración de las tradicio­ nes étnicas y raciales, capaces de satisfacer tantas posibilidades de expresión estética o teatral.32 En la esfera política el m ovim iento se em prende hacia el localism o: las pequeñas poblaciones y ciudades 341

se ciesligan de su dependencia del Estado o de la nación, al establecer (a través de la tecnología) lazos con quienes com parten más directa­ m ente sus intereses.31 P o r cierto que estas celebraciones de la varia­ ción no son gratuitas: las mismas tecnologías que socavan los sueños de la «gran verdad única» ponen estas voces en contacto, dando así ocasión al conflicto.

C o n f l i c t o -y c o n v e r g e n c i a

Había acumulado en mi interior una lista de más de doscientas cosas que tenía que contarle a mi madre para que supiera toda la verdad sobre mí y para librarme del dolor que sentía en la garganta. (...) Estaban, por ejemplo, mis peleas en la escuela china. Y las monjas que nos paraban en el parque (...) para decirnos que si no nos bautizaban iríamos a un infierno parecido a uno de los nueve infiernos taoístas, para siempre. (...) Y las chicas mexicanas y filipinas de la escuela que iban a «confesarse», y la envidia que me daban sus vestidos blancos y la oportunidad que tenían todos los sábados de con­ tar hasta los pensamientos pecaminosos. Si tan sólo pudiera yo darle a conocer a mi madre la lista, ella —y el mundo entero— se convertirían en algo más semejante a mí, y nunca volvería a estar sola. M axine H o n g K in g st o n ,

The Woman Warrior Los discursos totalizadores tienen un fallo definitivo: son siste­ mas que truncan, oprim en y elim inan las form as alternativas de vida social, y sientan las bases para el cisma. E star persuadido de la «ver­ dad» de un discurso es considerar necia o fatua cualquier o tra o p ­ ción: difam ar o silenciar lo externo. Se form an así bandos en pugna q u e hablan sólo consigo m isinos y buscan la manera de aniquilar la credibilidad y la influencia (y la vida, tam bién) de los otro s, sintién­ dose al hacerlo justos y virtuosos. Así, al cobrar preem inencia el m odernism o, la religión fue des­ plazada de los planes de estudio p o r la ciencia, la elocuencia p o r la eficiencia, el rezo escolar p o r el asesoram iento psicopedagógico, la 342

lealtad a la organización p o r el análisis de sistemas, y el psicoanálisis p o r la terapia cognitiva. C u an d o tienen lugar estas transiciones, las subculturas se com ponen de los «necios y bellacos» — los que, des­ de diferentes perspectivas, «no saben de qué hablan», «se engañan» o dicen cosas «absurdas» o «inm orales»— . A l m ism o tiem po, las contraculturas oprim idas se em peñan (heroicam ente, según ellas) en lograr que la sociedad vuelva al cam ino correcto. C uando una cu ltu ­ ra está convencida de la verdad o la rectitud de una cierta cosm ovisión, sólo le quedan dos opciones: el co n tro l totalitario de los que se le oponen o su aniquilación. H o y el totalitarismo ha dejado de ser una opción viable, pues, tal com o dicen los m odernistas, la democracia ha triunfado: en las princi­ pales naciones del m undo no quedan rivales a la vista. Y pueden estar en lo cierto, en tanto el térm ino «democracia» se refiera a un pluralis­ mo de expresiones. Pero no p o r ello se llega a la conclusión de que la democracia (como quiera que se la defina) haya dem ostrado ser supe­ rior a cualquier otra form a de organizaciónsocial, Parece más apropia­ do atribuir el presente pluralism o expresivo a la explosión de las tec­ nologías de la saturación social en nuestro siglo, que al infiltrarse en las costum bres cotidianas han vuelto relativamente incontrolables las pau­ tas del intercam bio de inform ación. Los ciudadanos expuestos a un conjunto de perspectivas en perm anente expansión pueden unirse, de la noche a la mañana, para form ar com unidades simbólicas con otros individuos de todo el globo (véanse los capítulos 7 y 8). Los regímenes totalitarios no pueden operar fácilmente porque no tienen m odo de im pedir esos procesos. N o pudieron hacerlo en la U nión Soviética ni en C hina y será cada vez más difícil para cualquier régimen futuro. En la cultura occidental sostenem os una situación preñada de conflictos. C ada subcultura, sim bólicam ente relacionada con las de­ más, se cree con derechos legítim os a im poner su racionalidad, sus valores y sus pautas de acción. ¿C óm o resolver el caos resultante? Éste es el punto en que el posm odernism o resulta más vulnerable a las críticas. Para el po sm o d ern o no hay ninguna realidad trascen­ dente, o racionalidad, o sistema de valores que perm ita salvar las d i­ ferencias. O , para decirlo en los térm inos de M acIntyre, «no hay form a de participar en la form ulación, elaboración, justificación ra­ cional y crítica de las dem ás descripciones de racionalidad práctica y de justicia, si no es den tro de una tradición particular».32 Para los ro ­ m ánticos y los m odernistas, esta conclusión constituye poco m enos 343

que un m onstruoso relativism o. Los prim eros denuncian el relati­ vism o m oral del posm odernism o; para ellos, renunciar a los princi­ pios morales, y p o r ende retirarse del proceso decisorio, significa la inm oralidad-m ism a. Para los m odernistas, los com prom isos morales sólo son m eros im pulsos irracionales del corazón; censuran el relati­ vism o ontològico de los posm odernos o su incapacidad para discer­ n ir la cuestión entre las elucidaciones antagónicas. El posm odernis­ m o no da crédito a la posibilidad de pro n u n ciar u n fallo con el consejo de la virtud o la razón, y según tem en los m odernistas, eso hará que la sociedad revierta hacia un proceso en que «el poder de­ cide quién está en lo cierto». Estas críticas son correctas en cuanto atribuyen al posm odernism o cierto grado de relativism o m oral y ontològico. Las argum enta­ ciones posm odernas p o n en en tela de juicio la posibilidad de que existan respuestas «trascendentalm ente» correctas o equivocadas, ba­ sadas en parám etros ora m orales, ora racionales. Pero lo que los crí­ ticos no advierten es que los principales cismas entre las culturas o los surgidos en su seno no derivan del relativism o, sino de las p ro ­ pias form as de totalización que esos m ism os críticos alientan. La de­ fensa de un pun to de vista «éticamente» o «racionalm ente» superior será lo que prepare el cam ino al descrédito, el rechazo y la co n fro n ­ tación, que generan las guerras civiles. Las soluciones «basadas en principios establecidos» favorecerán, inevitablem ente, a uno u o tro bando; la pretensión de una clarividencia fundada en la m oral o la ra ­ zón no hace sino teñir de mistificación a esas soluciones. Los princi­ pios p o r los que abogan los rom ánticos y los m odernistas, en lugar de resolver los conflictos, fertilizan el terreno absolutista del cual han brotado. C on el florecim iento del posm odernism o, el propio concepto de los «conflictos fundam entales» entre el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo racional y lo irracional, se diluye en la oscu­ ridad. Ya ha dejado de tener sentido silenciar, encarcelar o m atar a quienes apoyan discursos políticos, religiosos, económ icos o éticos diferentes (y sus prácticas concom itantes). E sto equivaldría a que los am antes de W agner quem asen las obras de V erdi, los fanáticos del béisbol pusieran bom bas en los estadios de fútbol o los aficionados a la com ida china enviasen com andos para libertar a los com ensales de los restaurantes especializados en com ida francesa. ¿ H ay algún m otivo para prever que surjan esa tolerancia y esa in ­ tegración de perspectivas? Es en este p u n to donde las tecnologías de 34 4

la saturación social y la concom itante alteración que han p ro d u cid o en la definición del yo perm iten abrigar el m ayor optim ism o. Pues en la m edida en que aum enta su eficacia, som os cada vez más co lo n i­ zados p o r las identidades ajenas y debem os adm itir cada vez más nuestro alto grado de inserción relacional. C u an d o esto sucede, dis­ m inuye la separación entre uno m ism o y los dem ás, y la lucha p ier­ de sentido. Q u izá sea la internacionalización de las em presas lo que más haya contribuido a despertar la conciencia de la relacionalidad. D es­ de la década de 1960, el auge de las em presas transnacionales ha sido poco m enos que fenom enal. E n prom edio, cada em presa m u ltin a­ cional ha abierto filiales en siete países nuevos cada diez años; m u ­ chas de estas com pañías están alcanzado un p u n to límite en el plano internacional.33 En 1989 las empresas norteam ericanas increm entaron sus inver­ siones sólo en E uro p a occidental en 19.000 m illones de dólares, en com paración con los 3.000 m illones del año 1988.34 T oda tran sn a­ cional con casa m atriz en un país determ inado depende hoy del p ro ­ ceder de sus partícipes (tanto m iem bros del personal com o clientes) que se distribuyen en todo el m undo. Más del 60 % de los beneficios de em presas com o Exxon, IBM, K odak y C oca-C ola, entre m uchas otras, provienen del sector «externo».35 C om o m uchas em presas transnacionales eclipsan, p o r su tam año, el p ro d u cto interno b ruto de num erosos países, sus inversiones in ­ fluyen en las políticas de los gobiernos. A m edida que las em presas transnacionales avanzan en el sentido de una m ayor in terdependen­ cia, dichas políticas deben volverse p o r fuerza más sensibles a la in ­ terconexión colectiva de los destinos individuales.36 Para m uchos hom bres de negocios, el im pulso de ciertas naciones hacia su so b e­ ranía interfiere en las transacciones económ icas entre distintas cu ltu ­ ras y debe ser desaprobado. D en tro de esta atm ósfera, los países e u ­ ropeos están renunciando en gran parte a su autonom ía a fin de crear la C om unidad E uropea. A l am pliarse la conciencia de la in terd ep en ­ dencia, dism inuye la diferencia entre uno y los demás, entre lo mío y lo tuyo. La ru ptura del sentido de posición entre u n o y los demás se ve fa­ cilitada asimismo p o r las complicadas estructuras financieras y de in­ versión de las empresas transnacionales. C ada vez se vuelve más difí­ cil saber dónde está el origen de una com pañía, en qué país, en qué 345

localidad; a quién o a qué «pertenece», con qué pueblo debe identifi­ cársela. P o r ejemplo, para los norteam ericanos la British Petroleum C om pany es esencialm ente inglesa, pese a su carácter m ultinacional. P ero com o anunció uno de sus altos cargos, R obert H o rto n , «el 55 % del activo está en Estados U nidos».37 A nálogam ente, la C olum bia Pietures y la CBS R ecords, dos empresas de las que se supone que son la quintaesencia de lo norteam ericano, pertenecen a Sony. La em presa alemana Berstelsmann A. G. es dueña de R C A R ecords y de la edito­ rial D oubleday; la libanesa E dm ond Safra, del M anhattan Savings Bank; la inglesa G rand M etropolitan Ltd., de Pillsbury y de B urger King. El panoram a se hace más controvertido si tom am os en cuenta las inversiones m últiples, cada vez mayores; por ejemplo, las cadenas de negocios People y R oy Rogers, que se supone «tradicionalmente» norteam ericanas, son subsidiarias de la firm a «canadiense» Imasco L td., pero esta últim a es considerada subsidiaria de la inglesa B.A.T., que ha invertido grandes sumas en C anadá.38 E n consonancia con la enorm e expansión de los negocios, asisti­ m os al intercam bio entre culturas. En últim o término, lo que se mueve alrededor del globo no son sim plem ente «productos económ icos» sino culturales. E n los autom óviles, la indum entaria y los alim entos im portados, en los ordenadores, en los p roductos farm acéuticos y los artículos para la diversión o el entretenim iento, vienen in c o rp o ­ rados los valores, preferencias, deseos de una cultura, y cuando estas m ercancías se introducen en las pautas culturales com ienza a des­ com ponerse la coherencia de las tradiciones. A m edida que los occi­ dentales incorporan a su estilo de vida la m editación zen, el aikido, los T oyota, el sushi y las películas de Kurosawa, y a medida que los ja­ poneses consum en ham burguesas, escuchan los discos de Springsteen, adquieren telas de Picasso o buscan espectáculos en Tim es Square, cada cultura asimila fragm entos de la identidad de la otra. L o que an­ tes nos era ajeno lo vam os haciendo propio. Las empresas transnacionales han surgido prim ordialm ente com o respuesta a los incentivos económ icos, pero es conveniente prestar atención a u n segundo m ovim iento, m enos visible tal vez, pero fo r­ talecido p o r la clase de ideales que desencadenan nuestras fantasías. En el plano popular, las tecnologías de la saturación social han p ro ­ m ovido el desarrollo de unas 20.000 organizaciones transnacionales, la m ayoría de ellas posteriores a 1950, cuyo objetivo es el cam bio so­ cial. El P royecto H am b re, la O rganización M undial de la Salud, los 346

M édicos Internacionales para la Prevención de la G uerra N uclear, la Preservación de la N aturaleza, G reenpeace y la Fundación In te r­ nacional para la Supervivencia y D esarrollo de la H u m anidad son casos ilustrativos del tipo de organizaciones para el cam bio social m undial que han visto la luz. Es significativo que todas ellas rebasen las fronteras nacionales, sean entidades que existen fuera de los lím i­ tes de los estados, y abarquen pueblos que p o d rían ser indiferentes o antagónicos entre sí. H ay indicios de que estas organizaciones son eficaces. P o r ejemplo, la O rganización M undial de la Salud declaró en 1980 que la viruela había sido erradicada del planeta. Fue el p ri­ m er problem a m undial resuelto en la historia hum ana p o r obra de la acción organizada en el plano internacional. A m edida que la tecn o ­ logía se vuelve más eficiente, se m aterializan las posibilidades de estas organizaciones. A estas alturas tal vez podam os apreciar m ejor el hincapié posrnoderno en la reflexión sobre el ser propio, la ironía y el juego (com o analizábam os en los capítulos 5 y 7). Al percatarnos de que nuestros dichos carecen de fundam entos en nuestra pasión o en nuestra ra ­ zón, y al revelársenos que nuestros com prom isos afectivos son p o s­ turas, no podem os eludir un sentim iento de pro fu n d a hum ildad.40 N o tenem os m otivos para defender nuestras ideas, razones y pasio­ nes p o r encim a de las de los dem ás, ya que esc m ism o em peño da tes­ tim onio de que su base es hueca; y nos vem os instados a desactivar el explosivo hegem ónico, a rem over los detonadores de la «significa­ ción últim a» y del «bien suprem o». U n com entarista, p o r lo m enos, M ark T aylor, estima que en la decontrucción posm oderna del yo yacen las posibilidades para una nueva teología (que él denom inó «a/teología»), en la cual el «libre juego del carnaval y la com edia aba­ te cualquier intento de trascendencia represiva».41 El deam bular interm inable p o r el desconcertante laberinto de los significados, la quiebra de las oposiciones y la im posibilidad de esta­ blecer el bien y lo real, engendran, según T aylor (quien cita en este sentido a A ltizer), un estado de gracia perpleja, «una suerte de am or a todo el m undo y otra m anera de describir el am or en una época y en un m undo en que D ios ha m uerto».42 Sería equivocado, em pero, trazar un cuadro to u t en rose de la re ­ solución posm oderna de los conflictos. La plena integración de las identidades e intereses en grupos culturales diversos dista de ser algo patente, y las tecnologías disponibles pueden activar m ovim ien­ 347

tos sociales en cualquier m om ento.43 E nfrentam os conflictos letales entre los grupos que están «en pro de la vida» y los que están «en pro del aborto»; ente los irlandeses católicos y los protestantes; en­ tre los israelíes y los palestinos; entre los castellanos y los separatis­ tas vascos; entre los sudafricanos que abogan p o r la suprem acía blan­ ca y los nacionalistas negros. Además, com o los sistemas de creencias y de acción interfieren los unos en los o tro s y am enazan con la des­ trucción recíproca, siem pre habrá contradicciones angustiantes. Los neonazis, los traficantes de drogas, el K u K lux K lan y la mafia re­ presentan formas de vida coherentes, inteligibles y hasta m orales para los com ponentes de esos grupos, p ero al plantear am enazas m ortíferas a sus vecinos, constituyen sin d u d a problem as significa­ tivos. N o veo que haya una solución simple para tales conflictos, algu­ nos de los cuales están tan insertos d en tro de las tradiciones cu ltu ra­ les que quizá sean necesarios siglos de luchas para que se mitiguen. N o obstante, la perspectiva posm oderna p ro p o n e algunas alternati­ vas para aliviar o m enguar la intensidad de los antagonism os.44 E ntre ellas, tres m erecen un com entario aparte. La prim era es que el foco principal se desplaza de los principios a los participantes. E n la cultura occidental es tradicional que, frente a u n conflicto, se reaccione estableciendo un sistem a abstracto de ju s­ tificaciones, reglas, principios o leyes capaces de ponernos a salvo de nuestras diferencias. E n la época medieval la gente buscaba solucio­ nes en las escrituras bíblicas; los rom ánticos las buscaban en los principios morales, los m odernistas confiaban en la sólida razón. D es­ de la perspectiva posm oderna, cualquier solución fundada en p rin ci­ pios es fútil y engañosa. N in g u n a es imparcial; todas p ostulan una determ inada cosm ovisión y favorecen las posiciones de sus defenso­ res (de tal m odo que la solución de un problem a «por vía de la lógi­ ca» ofende a quienes consideran que deben prevalecer las verdades del corazón y viceversa). Y ningún sistem a lingüístico perm ite ex­ traer conclusiones aplicables a realidades concretas: nada en el co n ­ cepto de «justicia» nos dice en qué casos debe aplicárselo, y la p osi­ bilidad de que una norm a o criterio se aplique en una determ inada situación depende del proceso de negociación que tenga lugar; ade­ más, cualquier abstracción (m andam iento m oral o principio racio­ nal) puede aplicarse en cualquier parte si los que intervienen están dotados de capacidad negociadora. 348

E n vez de p erm itir que nos solacem os engañosam ente en los principios trascendentales, el p o sm odernism o nos enfrenta con la inm ediatez de la interdependencia. N o s vem os desalentados a b u s­ car refugio en sistem as de lenguaje que situam os fuera o p o r encim a de n o so tro s (com o D ios o la C o n stitu ció n nacional), para que nos guíen en m om entos de crisis. N o s debatim os solos en nuestra lucha. Ai recu rrir a sistem as abstractos de justicia, a leyes y códigos m o ra­ les, lo que conseguim os fundam entalm ente es ennoblecer nuestra p ro p ia posición, fortalecer n u estro sentido de la virtud... y denigrar a nuestros contrincantes. El posm odernism o nos insta a ab an d o n ar ese proceder en favor de u n intercam bio directo con el o tro . ¿D en ­ tro de qué cosm ovisión resulta inteligible y ju sta la acción ajena? ¿Q ué posición ocupa cada u n o de n o so tro s en esa cosm ovisión? ¿C óm o perciben los otros n u estra posición y qué lugar ocupan ellos? E n vez de desterrar las voces de los traficantes de drogas, los m iem bros de la mafia y del K u Klux K lan del fo ro público, im p o r­ ta am pliar las posibilidades de diálogo. Para la m ayoría de la socie­ dad, esos sujetos son «otros», ajenos y despreciables, y a la inversa, para la m ayoría de los com ponentes de tales grupos, es la sociedad la que se merece igual distintivo. C on la enorm e expansión de las tecnologías se ofrecen los m edios de superar las barreras para la co ­ nexión hum ana. En segundo lugar, tenem os que reconocer que aquellos a quienes llamamos enem igos sólo lo son en v irtud de nuestra perspectiva: si no hubiese sistemas de creencias, no habría antagonistas. N o so tro s m ism os cream os las condiciones para el antagonism o. En vez de ello, deben alentarse las form as dialogales que liberen los significan­ tes, rom pan las estructuras actuales del lenguaje y perm itan la coe­ xistencia de discursos dispares. Al desdibujarse los límites entre los géneros, podem os ver que es el p ro p io lenguaje el que genera antíte­ sis y que los significantes de un sistem a de creencias extraen su sig­ nificado de los del otro. T am bién necesitam os condiciones capaces de proporcionarnos nuevas m etáforas para rem odelar ía co m pren­ sión de determ inadas posturas o reducir las diferencias entre los contrincantes. Se precisan nuevas argum entaciones históricas que aproxim en las causas o dem uestren las sim ilitudes entre los diversos legados. C abe esperar que, al mezclarse los significantes y diluirse los límites entre los discernim ientos, retrocedan los antagonism os en el discurso y la acción. Los grupos «pro vida» y los grupos «pro 349

aborto», verbigracia, rara v e z perciben la «realidad, vivida» de sus ri­ vales. La definición de «ser hum ano» puede ser construida en to rn o de otras m etáforas posibles, aparte de las que separan a esos grupos, que p o r o tro lado com parten una historia com ún de valores, cuya m ism a com unalidad es base de su antagonism o. R ecurriendo m enos a las leyes y derechos abstractos y más al diálogo abierto, sincero y creativo vinculado a la vida cotidiana de la gente, hay esperanzas de que sus respectivos discernim ientos se injerten u n o en el o tro y sean asim ilados.45 P o r últim o, la resolución de los conflictos actuales debe ir más allá del diálogo. W ittgenstein señaló en u n a o p o rtu n id ad que si bien un realista com prom etido y un idealista entusiasta pueden discrepar en lo filosófico sobre la naturaleza de la realidad, llegado el m om en­ to de criar a sus hijos se referirán al m undo en térm inos más o m e­ nos semejantes. «D espués de todo, am bos enseñarán a sus hijos la p alabra “silla”, ya que, desde luego, am bos querrán enseñarles a hacer determ inadas cosas, com o p o r ejem plo ir a buscar una silla». Y luego se preguntaba W ittgenstein: «¿Cuál sería la diferencia entre los hijos educados p o r el realista y los educados p o r el idealista? ¿Acaso esa diferencia n o se reduciría a sus respectivas consignas?»/6 E sto tiene im portantes corolarios para la reducción de los conflictos. A nte todo, m uchos de éstos son, precisam ente, una cuestión de «con­ signas» o de «lemas». Las diferencias en m ateria de creencia religio­ sa o política, p o r ejemplo, pueden gravitar poco en las m odalidades más generales de vida; son en esencia form as discursivas, y es gratui­ to librar batallas en favor de una y contra la otra. O tra vez resulta o p o rtu n a aquí la advertencia posm oderna contra la objetivación del discurso. En segundo lugar, y más im portante para nuestros p ro p ó ­ sitos actuales, es que en estas circunstancias nos enfrentam os con los límites del intercam bio lingüístico, ya que en m uchos casos puede haber conflictos significativos en el m odo de v id a —pautas educati­ vas, de aseo, de intim idad, de actividad económ ica— , y aunque p u ­ dieran encontrarse los m edios de conciliar las realidades dispares, d i­ chos conflictos persistirían. La atención debe desplazarse, pues, de la negociación lingüística de la realidad a la coordinación de las acciones en la vida diaria. D e ­ jando de lado los sistemas de creencias, ¿pueden las personas hallar el m edio de integrar estilos de vida discrepantes? H ay ejemplos p ro ­ m isorios: los atletas y los m úsicos, provenientes de una enorm e va­ 350

riedad de sectores, pueden form ar equipos de atletism o y conjuntos orquestales eficaces, respectivam ente; ejecutivos de em presa y h o m ­ bres de ciencia con antecedentes culturales antagónicos trabajan ju n ­ tos y saben cóm o establecer em presas m ultinacionales o proyectos de investigación cooperativos. Se precisan iniciativas similares a és­ tas para sortear con éxito los abism os que separan los distintos esti­ los de vida. La postura posm oderna insta a adoptar estas opciones, aunque en sí .mismo el pensam iento p o sm oderno no o p te p o r abolir el con­ flicto. C uando los conflictos son inaguantables, el posm odernism o abre el cam ino a form as de fusión, pero desde su perspectiva algún grado de conflicto social es a la vez inevitable y conveniente. Es ine­ vitable p orque hablar den tro de un discurso es siem pre adoptar una posición m oral o política frente a los demás. «T odo discurso, al p ro ­ ceder guiado p o r unas prem isas, excluye necesariam ente otras. Pero sobre todo, nuestros discursos excluyen aquellos otros que podrían desquiciar las jerarquías establecidas o cuestionar la hegem onía de poder», dice D avid T racy.47 P or lo tanto, habrá siem pre una tensión entre los que están in ­ m ersos en u n discurso y los m arginados p o r él, y si se pretende evi­ ta r los cismas profundos destructivos, hay m otivos para liberar los significantes, a fin de generar realidades opuestas entre sí y quebrar la lógica interna de los discursos dom inantes.48 H e aquí un buen pu nto final para este libro. El texto habla ahora de form as florecientes de rclacionalidad, de la conciencia de in terd e­ pendencia m undial, de una relación orgánica entre los seres hum anos y el planeta, y del am inoram iento de los conflictos letales; to d o esto implica que hay esperanzas. ¿N o será que nos estam os entregando una vez más a los sueños rom ánticos de la buena sociedad, que v o l­ vemos a invocar el poderoso argum ento m odernista del progreso? ¿N o estarem os, en definitiva, cediendo a los placeres tradicionales del texto? Se requiere una reconsideración reflexiva. ¿Seremos capaces de fusionar estos discursos, tan ricam ente perfeccionados, en nuevas formas de juego serio que nos lleven, más allá del texto, hacia la vida? ¿Y sabrem os hacerlo sin p erder de vista el contexto ni la contingen­ cia, sin constreñir el lenguaje y sin form ular soluciones definitivas? Pasemos pues, más allá de las palabras, a la acción.

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39. Para un examen ulterior de este m ovim iento véase el núm ero espe­ cial de H u m a n Relations (otoño de 1990) editado p o r D avid A. C ooperrider y W illiam A. Pasm ore. 40. R ichard H . B row n, Society as Text, Chicago, U niversity of C hica­ go Press, 1987. 41. T aylor, Erring, ob. cit., pág. 168. 42. Thom as J. J. Altizer, «Eternal R ecurrence and the K ingdom of G od», en D . B. Allison, com p., The N e w N ietzsche, C am bridge, Mass., The MTT Press, 1985, pág. 245. 43. Para u n resum en de la crítica al hincapié posm oderno en el pluralis­ m o véase Steven C o n n o r, Postmodernist C ulture, O xford, Blackwell, 1989. 44. Para un análisis de la política m undial com o confrontación de siste­ mas de significados, véase M ichael J. Shapiro, «Textualizing G lobal P oli­ tics», en Jam es D erian y M ichael J. Shapiro, com ps., International/Intertextu a l Relations, Lexington, Mass., Lexington, 1989. 45. C om o aduce M ichael Schräge en su recién aparecido volum en, Sha­ red Minds: The N e w Technologies o f Collaboration (N ueva York, R andom H ouse, 1990), las tecnologías de saturación social ofrecen posibilidades casi ilim itadas para la colaboración y negociación a escala m undial. 46. Ludw ig W ittgenstein, Philosophical Investigations, N ueva Y ork, M acm illan, 1963, pág. 64E. 47. Tracy, Plurality a n d A m b ig u ity, ob. cit. 48. Se hallará un análisis de la necesidad de trastrocar el orden in stitu ­ cional en Samuel W eber, Institution and Interpretation, M inneapolis, U n i­ versity of M innesota Press, 1987, y en M ichael De C erteau, Heterologies, M inneapolis, U niversity of M innesota Press, 1986. Véase tam bién K enneth J. G ergen, «Tow ard G enerative T heory», Journal o f Personality and Social Psychology, vol. 36, 1978, págs. 1.344-1.360.

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A U T O R IZ A C IO N E S

A gradecem os a las personas y entidades que nos auto rizaro n a rep ro d u cir sus obras; a Lee Bell, p o r el dibujo de pág. 191; a G u n ter K ram m er, T om Sherm an, Josef A stor, Alan W eintraub, Law rence S. W illiam s y Steven G oldblatt, p o r sus fotografías, y a Reginc W alter, p o r el cuadro de la pág. 222. El material de U nited States, de Laurie A nderson, se reproduce con autorización de H arp er C ollins P ubli­ shers Inc. Las figuras de Advances in Experim ental Social Psychology, vol. 21, con autorización de A cadem ic Press. La figura de Patterns o f D iscovery, de N o rb e rt H anson, con autorización de C am bridge U niversity Press. El dibujo de G lenn Baxter de The Im pending G le­ a m , con autorización de Jo n ath an Cape, Ltd. El dibujo de M ichael Leunig, de The Penguin Leunig, con autorización de Penguin B ooks A ustralia, Ltd. El dibujo de la pág. 120, co p y rig h t © 1987 p o r M ark Alan Stam aty, se reproduce con autorización. El dibujo de la pág. 286, copyright © 1990 p o r N ew Y ork Tim es C om pany, sc re p ro d u ­ ce con autorización. La ilustración de la p o rtad a de la revista Play­ boy, copyright © 1988 Playboy, se rep ro d u ce con autorización. The Razorback B unch, de R obert R auschenberg, se reproduce con au to ­ rización de U niversal Lim ited A rt Editions. El Philadelphia M u ­ seum of A rt autorizó la repro d u cció n de las siguientes obras: Figu­ ras en un paisaje, adquirida p o r interm edio del A dele H aas T u rn er y Beatrice Pastorius T u rn er Fund; fotografía de G ilbert y G eorge, d o ­ nada p o r el señor y la señora D avid N . Pincus; W ilhelm A m berg, Contemplación, de la colección Wilstach; Theo van Doesburg, Compo­ sición, de la colección A. E, G allatin, y la fotografía de C in d y Sher­ m an, adquirida p o r interm edio del Alice N ew to n O sb o rn Fund. La fotografía «b» de C in d y Sherm an se reproduce con autorización del W hitney M useum of A m erican A rt. F ernand Leger, Tres m ujeres, con autorización del M useum of M odern A rt. D uane H anson, Guar­ dian de m useo, con autorización de A C A Galleries, N ueva York. ys 7

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Í N D I C E A N A L Í T IC O Y D E N O M B R E S

Aborígenes norteamericanos, 130 A borto, 34, 201-202, 256, 289, 348 — y moral, 233-234 Actividad bancaria, 93, 322 Adicción, 36, 243, 249, 322 — al trabajo, 36 Adler, Alfred, 68 Adolescencia, 252-255, 322-323 A dorno, Thcodore, 75 Agnew, Spiro, 255 Agresión, 71, 232 Aislamiento, 328, 330-331 Alcoholismo, 249, 322 Alemania, 75, 84 Alimentación, trastornos de la, 35-36, 249 Alma, 23-24, 48, 238, 244-296, 310 — experimentos de McDougall so­ bre el, 65 — inm ortalidad del, 46, 50 — verdades del, 287-288 — y amor, 44-52 — y Dios, 38-50 — y metáfora de la máquina, 64-65 — y moral, 50 — y romanticismo, 26, 43-50, 65-66 Altruismo, 71, 232 Alien, W oody, 193-194 A llport, G ordon W., 73 Am ae, concepto de, 337-338 Amberg, Wilhclm, 51 Amistad(es), 25, 96-97, 114-115 — auténticas, 242

— como «conexiones», 334 — concepción romántica de la, 42-46, 52,327 — definición, 240-241 — entre los niños, 322-323 — y el énfasis en la individualidad, 28 — y la personalidad «pastiche», 211 — y las relaciones fraccionarias, 250251 — y los medios de comunicación so­ cial, 306-307 — y progreso profesional, 325 — y sinceridad, 298-299, 300-301, 307 Amor, 23-24, 28, 30, 112-115, 229230,273. — bases biológicas del, según Schachter, 229-230 — como criterio de las decisiones vi­ tales, 283-284 — peligroso, 44 — prueba del, 301 — valor del, 116 — y conciencia posmoderna, 175 — y construcción del yo, 205-206 — y el yo relacional, 219-220 — y lenguaje, 310, 312-313 — y maternidad, 33-34 — y modernismo, 242-244 — y relación con el amigo-amante, 101-103 — y romanticismo, 44-47, 52, 101, 242-244

389

— véanse también Cortejo; Emoción; Romance Análisis de costes y beneficios, 297 Anastasi, William, 163-164 Anderson, Laurie, 242 Androginia, 203, 204 Angustia, 31, 35, 48 Anorcxia, 35 Antártida, 318 Antheil, George, 64 Antropología, 83, 123, 126, 143, 163 — sus pruebas contrarias a la consi­ deración de las emociones como esencias naturales, 30-31,229-230 — y culturado Bali, 28-30 Aparentar (bluffing), 254-255 Aries, Philippe, 33 Arquitectura, 39, 53 — y modernismo, 57, 59, 64-65, 166 — y posm odernism o, 163-167, 170, 186,195, 263, 341 Arte — definición del, 163-164, 170 — y posmodernismo, 161, 163, 185186, 195, 263 — véanse también formas artísticas es­ pecíficas Artes plásticas, 39, 185 — historia de las, 178-179 — p o p ,263 — y modernismo, 53, 57, 61-62, 6364, 65, 185 — y romanticismo, 48-49 — y teoría freudiana, 50-52 — véanse también artistas específi­ cos Asch, Solonion, 74-75 Asia, 326-327,337 Asiático-norteamericanos, 130,141 Asociación Psicológica Norteam eri­ cana, 130 Atlas, Charles, 200 Átom o, 59, 162 390

Atrincheramiento, 275-276, 276-295, 298 Austin, J. L., 148 Autenticidad, 73, 101, 161-162, 242, 250, 259, 278-282 — perdida de la, y escepticismo, 259260 — y creación de un público, 302-303 — y metáfora, 304-305 Autobiografía, 167-168, 236,331,367368 n. 9 — e historia personal, 225-226,229 Automóvil, 82, 83, 84, 319, 320 Autonomía, 207, 218, 314, 317 — al servicio del yo, 267-268 — y moral, 233-234 Autopistas, 82, 319, 320 Autor, 184 — noción de, 154 — y deconstrucción, 159 Autoridad, 75, 369-370 n. 26 — desgaste de la, 39, 176-181, 189, 191, 195-196 — y estructuras de poder, 141-142 Autoritarismo, 35, 75 Aventura, 113, 117 Averill, James, 230 Ayckborn, Alan, 192 Azorrad, Jacob, Back, K urtW ., 67, 198 Bacon, Francis, 55, 200 Badintcr, Elisabeth, 33-34 Bailey, Benjamín, 45 Bajtin, Mijail, 336 Bali, cultura de, 28-30 Balwin, Bruce, 113 Banca, véase Actividad bancaria Barnes, William, 46 Barthes, Roland, 154, 192 Bases de datos, 92, 93 Bateson, M ary C., 237 Batman (película), 90

Battle fo r H um an Nature, The (Sch­ wartz), 335 Baudelaire, Charles Pierre, 44, 50-52 Baudrillard, Jean, 99, 174-175 Bauhaus, escuela, 57, 59, 65, 357 n. 32 Becker, Boris, 85, 231, 306 Beckett, Samuel, 276, 358-359 n. 46 Bell, Clive, 59 Bellah, Robert, 288, 328 Benjamin, Walter, 315-316 Bennett, William J., 180 Bennis, W arren G., 251,290 Benny, Jack, 66 Berg, J. H . Van den, 33 Berger, Brigitte, 112 Berger, Peter L., 112,171 Berman, Marshall, 58 Bertolucci, Bernardo, 245-246 Beuys, Joseph, 165 Biblia, 33, 73, 152, 287-288 Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, 92 Billig, Michael, 111-112 Biología, 132, 135-136, 139, 141, 335 — su concepción de la conducta hu­ mana, 141 — y diferencias sexuales, 203,204 — y emociones, 229-230 Blake, William, 46-47 Blanchard, Doc, 66 Bloom, Allan, 128,287-288 Bohm, David, 23, 326 Bolsa, véase M ercado de valores Boorstin, Daniel, 172 Boswell, James, 32 Botta, Mario, 166 Bourdillon, Francis W., 43 Brando, Marlon, 245-246 British Petroleum (BP), 346 Brooks, Cleanth, 57 Budismo, 88-89 Buena presentación, véase Aparentar

Bulimia, 35, 36 Bush, George, 281 Cabo Cañaveral, 290 Cage, John, 60-61, 168 Canadá, 84 Cáncer, 172, 267 Cannibal in Manhattan, A (Janowitz), 167 Capitalismo, 57 Carisma, 277 «Carrera espacial», 323-324 Carnaval, 258-266, 324, 347 Carrera profesional, 32,253-256, 325 Carse, James, 271 Carson, Rachel, 318 CBS Records, 346 Celebridades, 88-89, 110,199-200 Celos, 192 Cézanne, Paul, 61-62 Chicago, Judy, 186 China, 81,256, 305, 342, 343, 344 Chung, Connie, 110 Churchill, W inston, 66 Ciencia(s), 39, 59, 72, 126-127, 132, 161 — cosmovisión de la, 66 — e Iluminismo, 54 — naturales, 55, 139-140 — y arquitectura, 64-65 — y desafío a la autoridad, 177-178 — y examen crítico de los pares, 177178 — y modernismo, 59, 69, 183-184, 311 — y patriarcado, 142 — véanse también Biología; Física Cierre de plantas fabriles, 41-42 Cinematografía, véase Películas cine­ matográficas Cintas de vídeo, 86-91, 250 Ciudad del mañana, La (Le C orbu­ sier), 57-58

391

Clark, Joe, 176 Cleese, John, 193 Cleptomanía, 35 Closing o f the American Mind, The (Bloom), 128,287-288 Cocina, 170 Codificación doble, 166 Cognición, 341 Cólera, véase Ira Columbia Pictures, 346 Comedia, 263-265, 305, 347 Compensación, 298-301 Comportamiento de los organismos, F.l (Skinner), 67 Com prom iso afectivo, 40, 52, 241242 — crisis del, 242-245,249-250 — sinceridad del, 302, 207 — y modernismo, 207-208 — y romanticismo, 312-313 CompuServe, 93 Comtc, Auguste, 55 Com unidad — cara a cara, 95-99, 100-101, 289290, 293-294, 304-305, 306-307, 330,380 n. 12 — cimentación de la, 288-295 — evaluación de la calidad de vida, 321-322 — fantasma, 292-293, — heterogénea, 290-292 — simbólica, 293-295, 330 — y celebridades, 87 Com unism o, 57, 305 Concierto Live A id [Ayuda Viva] (1986), 256-257 Conducción, véase Liderazgo Conducta intencional en los animales y en los hombres, I.a (Tolman), 67 Conductismo, 67-68, 71-73, 335-336 Confianza, 25, 73, 75, 270, 312 Conflicto, 342-351 Conocimiento, 138-150

— consciente, 45 — «problemas del», 148-150 — revolución en cuanto a la concep­ ción del, 133-135 — «seguro», 28 — y demagogia, 140-145 — y el yo auténtico, 65-66 — y liget., 31 — y modernismo, 129-132 — véanse también Objetividad; R a­ zón; Verdad Construcción de nuevas viviendas, 323 Contemplación (Amberg), 51 Contest o f I.adies (Sansom), 209-210 Contra el método (Feycrabcnd), 135 Copérnico, Nicolás, 135 Correo electrónico, 85, 92-94, 8 Cortejo, 98-99 — véanse también Amor; Romance Corte Suprema de Estados Unidos, 151, 153, 256 — y desafío a la autoridad, 177-178 Cosmos, teoría del, 135 Creacionismo, 141 Creatividad, 26, 47, 159, 310 — tests de personalidad para el desa­ rrollo de la, 76 — y modernismo, 311 — y romanticismo, 314 Crianza, 41 -42, 70-73, 244-245 — y diferencias sexuales, 204 — y moral, 126-127 — y motivación de rendimiento, 7576 — y televisión, 99-100 Crimen, véase Delito Crisis de madurez, 35 Cristianismo, 44, 111, 305, 316 Criterios sobre el yo, 116, 207-209,

392

210-211

Cronkite, Walter, 89 Crosby, Bing, 66 Cubismo, 62

Culpa, sentimientos de, 117-188, 211, 212, 333 Cultura burguesa, 118-119, 306, Cultura de clase media, 321, 374 n. 17 Cunningham, Mcrce, 60 Currículo, 224, 255 C urry, Tim, 200 Dallas (programa de televisión), 188, 252, 371 n. 42 Dante Alighicri, 48, 179 Danza, 57, 59-60, 64 Darwirt, Charles, 55, 57, 141 Davis, N atalie Zemon, 167 D D T, 318 Dean, John, 255 Deaver, Michacl, 255,282 Declaración de Independencia norte­ americana, 287 Declive del hombre público, El (Sennett), 328 Deconstrucción, 155-160, 163, 174, 177-178,268 — total, inconveniencia de la, 269270 Delcuze, Gilíes, 298 Delito, 311, 321,322, 332-333 Democracia, 25, 143 — definición, 25, 43-44 — y el concepto del votante indivi­ dual, — y la capacidad de la razón y la ob­ servación, 43, 57 — y modernismo, 77-78 — y otras formas de organización so­ cial, 156-157, 343-344 Deporte, 91, 203, 270, 279, 293-295, 322-323 — e individualismo, 327 Depresión psicológica, 35, 36, 70-71,

Derecho, véase Ley Derechos, 27, 274, 277, 327, 350 — véase también Ley Derrida, Jacques, 156, 157 Derechos civiles, 285, 301 Desarrollo del niño, 107-108, 126127, 130,203,233 Descartes, Rene, 43,145-146, 223, 330 Deseo(s), 52, 114, 142, 250,263 — interpretación del, 152-153 Desventuras del joven Wertber, Las (Goethe), 46 Dcwcy, John, 66 Diarios íntimos, 45-48 Dickens, Charles, 27 Diferencias sexuales, 202-204, 236, 246,373 n. 3 — y moral, 233-234 Dillinger, John, 66 Dios, 44, 45, 46, 154, 316, 347, 349 — y el al ma, 50 Dirección Federal de Aviación de Es­ tados Unidos, 86 Disney W orld, 21 Doesburg, Theo van, 61 Dollard, John, 70, 228 Dow Jones, 93 Drama, 210-211, 226, 246, 303, 305 — y protesta política, 256-257 — del sujeto, 220 Drogas, 249, 253, 267, 311, 322 Dubuffet, Jean, 62

140 — y b en ev o len cia , 231

— y los tests de personalidad, 76 393

Eco, Um berto, 307 Ecología, 186, 318-320, 324, 369-370 n. 26 F. d elm an, M urray, 173 -174 Educación, 25, 59, 117, 176 — conflictos vinculados a la, 350 — críticas a la, y renovación del yo, 273-274 — e historia personal, 224-226 — opiniones de Bloom sobre la, 287

— opiniones de Montaigne sobre la, 33 — y concepción funcional de la ca­ rrera profesional, 253-254 — y desafío a la autoridad, 177-178 — y familia, 321-322 — y la capacidad de la razón, y la ob­ servación, 43 — y la religión, 342-343 — y las estructuras de poder, 140-141 — y posmodernismo, 339-34C — véase también Maestros Ehrenreich, Barbara, 321 Einstein, Albert, 66 El año pasado en Marienbad (pelícu­ la), 184 Eldridge, Richard, 356 n. 22 Eliot, T. S., 119, 151, 179 Ello, el, 7C Emerson, Ralph W aldo, 179 Empirismo, 55, 57, 135, 138 Empresas, 297, 327 — expansión mundial de las, 85, 332 — e individualismo, 328 — y correo electrónico, y relaciones entre los empicados, 101 — y el yo relacional, 221 — y patriarcado, 142 Emoción, 27, 140, 159, 274,285, 331 — auténtica y saturación social, 208 — base genética de la, 33-34 — caracterización de la, 230-231 — e interioridad profunda, 42, 46-47 — experiencia de la, en diferentes culturas, 30-31, 229-230 — opiniones de Lutz sobre la, 28,230 — poder de la, 33-34 — y actuación cultural, 230-231 — y esencia de la mente, 153-154 — y metáfora de la máquina, 68 — y relacionalidad, 223-224, 228231, 236 — y romanticismo, 43-44, 48-49, 228 — y tecnología, 103-105 394

Energía atómica, 285 Enfermedad, 113, 172, 175 Equipos de impresión, 92, 94 Erikson, Erik H., 69, 189-190 Eros, 232 Ersatz , véanse Movimiento social vi­ cario; Ser vicario Escepticismo, 112, 259 Esencia(s), 27-28, 59-63, 65, 68, 159 — dudas sobre las, 284-285 — en el lenguaje, 156-160 — la democracia como una de las, 156-157 — natu rales, las emociones como, 229230 — y el arte m oderno, 163-166 — y el modernismo, 59-63,206-207 — y el posmodernismo, 185, 194195, 206,212,236 — y la distinción entre el sujeto y el objeto, 148-150, 155-157 — y la psicología, 68-69, 162 — y los tests de personalidad, 76-77 Espectros, véase Fantasmas Espejos, 150-151 Espiritualidad, 47, 50, 130-132, 163, 168 — múltiples formas de, 339 — y renovación del yo, 273-275 — véase también Religión Espontaneidad, 117, 306 Este europeo, naciones del, 275 Estereotipos, 180, 303-304 Estilo de moda, 213-215, 217, 236 Estilo de vida proteico, 338-339 Estrés, véase Tensión Estructuras de poder, 350-351 — distribución de las, y pretensiones de verdad, 139-140 — y diferencias sexuales, 204 — y educación, 140-141 — y presidencia, 220 Estudios culturales, 129

Estudios literarios, 123, 145, 358-359 n. 46 — «crítica del canon» en los, 128 — y deconstrucción, 155-160, 163 — y modernismo, 57, 155-156 — véanse también autores específi­ cos; Lenguaje Ética, 55, 144 — véase también Moral Etiopía, 257 Etnicidad, 246, 252, 275, 341 Etnocentrismo, 75 Etnom etodología, 137-138 Eurípides, 27 Evidencia, véase Pruebas Fago, concepto de, 230 Falsedad, véase Simulación Fama, véase Celebridades Familia, 26, 28, 34, 40, 70, 73, 369-370 n. 26 — e historias personales, 230-231 — intereses de la, por oposición a los del yo, 326-327 — terapia de la, 180-181 — y construcción de la personalidad, 247-248 — y educación, 321-322 — y la relación por microondas, 102-103 — y los medios de comunicación so­ cial, 307 — y moral, 232 — y patriarcado, 142 — y relacionalidad, 233-234 — y relaciones fraccionarias, 248-249 — y romanticismo, 52 — y tecnología de los medios de transporte, 289 — véanse también Crianza; N iñez Fantasía, 100, 104-105, 106 — y carrera profesional, 253-254 — y celebridades, 200-201 Fantasmas, 110-111, 116, 239

Farrow, Mia, 193-194 Fascinación, 298-301 Fascismo, 57 Faulkncr, William, 67 Fcininger, Lyonel, 64 Feminidad, 202-204 — y moda, 213-215 — y moral, 234-236 Feminismo, 142, 152-153, 234, 255, 267-268 — opiniones de Bloom sobre el, 287288 — y diferencias sexuales, 203-204 — y la desaparición del modernismo, 285-287 Feria Mundial de 1939, 58 Ferrocarril, 81, 84, 96 Fertilizantes, 319-320 Feyerabcnd, Paul, 135, 181, 183-184 Ficción, 167-168, 170, 195 Fidelidad, véase Lealtad Fiesta (Hcming'way), 62-63 Figuras religiosas, 88-89, 108 Filipinas, 31 Fish, Stanley, 152 Física, 55, 59, 130, 133, 155, 162 Fitzgcrald, F. Scott, 207 Fletcher, joseph, 283 Fobias, 71 Fonógrafo, 94 Forma en arquitectura, 166-167 Forma narrativa, 158-159,224-226 — y posmodernismo, 186-188 — y psiquiatría, 227-228 Fotografía, 83, 94, 186, 201 Foucault, Michel, 140, 154 Francia, 33, 34, 81 Fraser, David, 182 Freud, Sigmund, 50-52, 70-71, 356 n. 25, 358-359 n. 46 — racionalidad en, 68 — represión en, 68, 70-71 Friedrich, Caspar David, 49

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From m , Erich, 70-71 Frustration and Aggression (Dollard), 228 Fumar, hábito de, 118 Fundación Ford, 129 Futuro, 38, 58, 75, 273 — aceleración del, 98-99 — percepción del, e historia, 158-159 — sentido del, en la literatura, 184 — y modernismo, 311 — y posmodernismo, 309-351 — véase también Tiempo Gadamer, H ans-Gcorg, 152-153,270, 365-366 n. 25 Gablick, Suzi, 185 Galileo, 135-136 Gandhi, Mahatma, 66 Garfinkei, Harold, 137-138 Gata sobre el tejado de zinc caliente, La (Williams), 67 Gates, H enry Louis, 180 Gaulle, Charles de, 66, 282 Gaylin, Willart, 228 Geertz, Clifford, 28-30, 163, 309-310 Gènero, 166, 204, 221-223, 273 Genética, 33 Genio, 47-48,52, 70,177,178-179, 311 Gerentes, 101 Gergen, Mary, 110 Gilligan, Caro!, 233-234 Glass, Philip, 168 Gobierno, 55, 285, 327 — funcionarios del, 172-174 — y modernismo, 57-58 — y patriarcado, 142 — y satélites, 93-94 — véase también Política Goethe, Johann Wolfgang von, 46,48 Goffman, Erving, 209-210, 255 Goodman, Sidney, 329 Graham, M artha, 60 Gran Bretaña, 34, 83, 84, 346 396

Gran Depresión, 83 Graves, Robert, 53 Greenberg, Clement, 62 Griegos, 337 Grooms, Red, 263 Grupos, 74, 325 Grupos minoritarios, 129-130,140-141 — véase también Negros Guerin, Maurice de, 50 Guerras, 56-57, 332 Guattari, Félix, 298 Habermas, Jürgen, 161, 177 Habits o f the H eart (Bellah), 288, 328 H anson, Duane, 263, 264 H anson, N orbert, 136 H arcourt Brace Jovanovich, 290 H awksworth, Mary, 139-140 Hebdige, Dick, 190 Hechos, 172, 173, 174 — y ficción, 170, 195 — estudio de los, 133-138, 139-140 Heimel, Cynthia, 89 Heisenberg, Werner, 133-134 Hemingway, Ernest, 62-63 Herencia, 70,203 Hesse, Herman, 128 Heteroglosia, 336 Heterosexualidad, 202,203 H ill Street Blues [Canción triste de Hill Street] (programa de televi­ sión), 188 Hinckley, John, 89 Hispanoamericanos, 130,141 Historia, 31-32, 33, 35, 124, 205 — escritos, 158-159, 167, 174-175 — estudio de la, 126 — «monumental», opinión de N ietzche sobre la, 47 — personal, y relacionalidad, 223,224231 — y arquitectura, 166 — y restauración cultural, 283

H itler, Adolf, 67, 277-278 Hobbes, Thomas, 43 Hochschild, Arlie, 208 Holocausto, 174-175, 267 Hollis, M artin, 118 Homosexualidad, 71, 202, 203, 205206,256, 285 Hope, Bob, 66 H orm onas, 142-143 H orney, Karen, 68, 70-71, 296 H udson, Rock, 202 Hull, Clark, 67 Humanización, 282 Hum e, David, 43,189 Hum phrey, Doris, 60 Ideología, 39, 54-55, 141-142, 143 — e historia del arte, 178-179 — individualista, 328 — y escritura, 180 — y lenguaje, 312 — y tendenciosidad, 162-163 Ifaluk, los, 230 Igualdad, 157 Ilongot, los, 31 Iluminismo, véase Ilustración Ilustración, 4 3 ,49,146, 311, 357 n. 30, 365 n. 15,382 n. 2 — e individualismo, 326-327 — retorno a la, 53-56 Image: A Guide to Pseudo-Events in America, The (Boorstin), 172 Imaginación, 46-47, 127 Inconsciente, 52, 232, 284 Independent, The, 21 India, 76, 83 Individualidad, 29, 30, 70-78, 111 — construcción de la, 70-73 — perspectiva histórica sobre la, 3134, 143-144 — y el hábito de fumar, 118 — y la mente singular, 153-154 — y modernismo, 311

— y realidades relaciónales, 326-333 — véase también Yo Individuo — acción calculada del, 302-304 — cuerpo e, 142-143,198-204 — y diferencias sexuales, 202-204 — y emociones, 228-231 — y manipulación estratégica, 210 — y técnicas comunicativas, 279 Industria editorial, 83-84, 92 Inglaterra, véase Gran Bretaña Ingresos personales, nivel de, 317 Inspiración, 27, 43, 52, 70, 77, 124, 177, 310, 312,314 — e interioridad profunda, 48 — y liderazgo, 277 — y modernismo, 311 Integridad, 327, 333 Intenciones, 137, 151, 152, 153, 160, 175, 184, 195-196, 327, 328-329 — y modernismo, 311 — y moralidad, 232-233 Intensidad, 97, 103-105, 119 Intimidad, 40, 89, 98, 296 — comprometida, y libertad, 330 — conflictos vinculados a la, 350 — crisis en la, 242-245, 250 — sexual, 250, 328 — y «conocimiento auténtico», 147 Intim ate Strangers (Schickel), 89 Inventario de Preferencias de la Per­ sonalidad de Edwards (IPPE), 76 Inventario Multifásico de la Persona­ lidad de Minnesota, 76 Ira, 217,229 — como forma de actuación cultural, 339 — opinión de Schachter sobre las ba­ ses biológicas de la, 229 — y el concepto de liget, 31 Irán, 94 Ironía, 158, 190-196 Italia, 81

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Jackson, Michael, 200 Jameson, Frcdcric, 281 Janowitz, Tama, 167 Japón, 81, 108, 109, 119 Jencks, Charles, 186 Jesús, 88-89, 110, 169 Johnson, Philip, 166 Joyce, Ed, 173 Joyce, James, 184, 358-359 n. 46 Júbilo, 45, 48 Jucgo(s), 274, 313, 322, 339 — dc roles, 210-211, 369 n. 24 — fin ito s, 271

— «libre» del ser, 333-342 — «serios», 40, 266-271,336-337 justicia, 117, 332-333 Kandinsky, Wassily, 62, 64 Kaplan, E. Ann, 189 Kauffman, Linda, 202 Keats, John, 45, 47 Keller, Catherine, 333 Kellner, Hansfried, 112 Kelly, George, 69, 359-360 n. 51, 360 n. 52 Kennedy, Edward, 255 Kennedy, John F., 255 Kessler, Suzanne, 203 Kling, Vincent, 60 Kingston, Maxine Hong, 342 Klee, Paul, 62 Klinger, Eric, 110 Kohlberg, Lawrence, 233 Kohut, Heinz, 69 Kosinski, Jcrzy, 329-330 Kuhn, Thomas, 134 Kundera, Milan, 161, 185, 188, 381 382 n. 1 Laing, R. D., 133 Lasch, Christopher, 328 Latour, Bruno, 138-139, 183 Laval, Pierre, 67

Lawson, Hilary, 190 Le Corbusier, 57-58, 65, 167 Lealtad, 210, 335 Learned Helplessness (Scligman), 71 Léger, Fernand, 64 Lenclos, N inon de, 44 Lendl, Ivan, 231 Lenguaje, 33, 36, 128, 139, 173-174, 182-183, 349 — dc la arquitectura, 164, 166 — de la construcción del yo, 209 — dc la moral, 335-336 — e ideología, 312 — juegos de, 149, 154 — límites del, 24, 192 — pérdida de la verdad en el, 258-259 — público y estados interiores, 154 — y comprensión, 123-124 — y deconstrucción, 155-160 — y expansión del discurso posm o­ derno, 312-313, 349 — y heteroglosia, 336 — y la liberación de los significantes, 167-168, 349-350 — y racionalidad, 218-219, 223-236, 313 Lenguas extranjeras, 33 Lennon, John, 89 Lethaby, W. R., 57 Letterman, David, 89, 193 Ley, 140, 151, 178, 332, 348 — estudios legales, 161, 178 — procedimientos legales, 24-25 Libertad, 113-114, 153, 157,285,328 Libretos, 188 Lichtenstein, Roy, 263 Liderazgo, 76, 276-282, 310 — nostalgia por el, 220 — y el yo relacional, 220 — y los que saben más, 340-341 — y romanticismo, 310 Liderazgo político, 94, 255, 276-282, 307

— véanse también Política, Presiden­ cia Lifton, Robert Jay, 309,338 IJget, concepto de, 31 Lightfoot, Sara L., 107 Localismo, 341-342 Locke, John, 33,43 Lógica, 42, 55, 262 Logocentrismo, 156 London Times, 173 Lorenz, Konrad, 228 Lóuis, Joe, 66 Luckmann, Thomas, 171 Luhmann, Niklas, 103 Lutz, Catherine, 28, 230 Lyons, John, 32, 354 n. 11 Lyotard, Jean-Frangois, 132,260-261, 341-342 M a’ari, Sami, 217 M acIntyre, Alasdair, 232, 28-289, 343 Maestros, 25, 253 — véase también Educación M ahorna, 88-89 Malevich, Kazimir, 64 M altrato de niños, 339 Man, Paul de, 58, 224 Manet, Edouard, 61-62 Manipulación estratégica, 40, 206207,210-211,219-220 Máquina, metáfora de la, 38, 55, 6365, 68-69,71, 73,170-171, 198, 311 — y carrera profesional, 254 — y emoción, 68 — y familia, 247-250 — y falta de sinceridad, 297 March, J. G., 72 Marinetti, Filippo, 64 M arkus, Hazel, 111 Martin, Emily, 142-143 Marxismo, 153, 354 n. 11 Máscaras de la persona, 218-219, 279 Masculinidad, 31,202-204,216-217,236

Masón, Bobbie Ann, 240 Matemática, 55 Maternidad, 33-34, 42 — véase también Crianza Matrimonio, 25, 26, 77, 102 — concertado, 119 — por «amor verdadero», 101, 119 — y amistad, comparación entre, 241242 — y compromiso afectivo, 242-243 — y hostilidad, 339 — y «proximidad geográfica», 245 — y romanticismo, 52, 327 — y ser precario, 254 — y teléfono, 100 — y tests de personalidad, 77 — véanse también Amor; Cortejo; Intimidad; Romance Mauss, Marcel, 197 McClelland, David, 75-76 McDougall, Duncan, 65 McFarlane, Richard, 255 McGinniss, Joe, 212 McGuire, William, 75 McKenna, W endy, 203 Medios de comunicación social, 8990,161, 168, 170-171, 193 — y movimientos sociales, 256-257 — y política, 174-175, 212, 220, 278279 — y sinceridad, 302-304 — véanse también Celebridades; N o ­ ticias trasmitidas por los medios de comunicación; Películas cine­ matográficas; Radio; Televisión Melville, Hermán, 179 Memoria, 71, 149, 329 — comunal, 227-228 — e historia personal, 227-228 — y saturación social, 114-115 Mente, 130-131, 148-154, 155-160 Menstruación, 142-143 Mentir, 234-235

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Mercado de valores, 331 -332 M etafísica, 29, 55, 130-132

Metáfora, 143, 150, 158, 172,304-307 México, 93-94 Meyrowitz, Joshua, 100 Microchips, 92 Milkcn, Michael, 323 M ilton, John, 179 Mili, James, 55 Miller, David, 339 Miller, Iicn ry , 67 Miller, J. Hilíis, 155 Miller, Neal E., 70 Minorías, véase G rupos minoritarios M isterio, véase Novela policíaca Mitología, 316 Mitos panglosianos, 56-57 Moda, 213-217,374 n. 17,374-375 n. 18 M odernidad, idea de la, 58 Modernismo, 26-27, 38-40, 41-78, 238,309,311,327 — desaparición del, 205-207,265,311 — surgimiento del, 53-78 — y amor, 242-244 — y arquitectura, 57, 59, 64-65, 166 — y autoridad, 177-179, 180-181 — y carrera profesional, 253-256 — y coherencia del yo, 241 — y comunicación auténtica, 279 — y discurso totalizador, 333-342 — y educación, 179-180 — y el individuo, 70-78, 170-171 — y el retorno del Iluminismo, 53-56 — y el yo como esencia, 59-65, 205207 ' — y el yo auténtico y accesible, 66-69 — y elecciones presidenciales, 212 — y genio, 47-48 — y hum or cinematográfico, 263 — y la colonización del yo, 106-107, 120-121, 125-128 — y la estructura del conocimiento, 130-132, 133-136, 159-160 40 0

— y liderazgo político, 277-278, 310311 — y manipulación estratégica, 209211 — y moral, 232, 285-289, 310-311, 335-336 — y multiplicación de perspectivas antagónicas, 39, 129-132 — y posmodernismo, 74, 77,161-162 — )' progreso, 40, 56-58, 134, 250, 312, 315-326 — y recursos interiores, 283-288 — y sinceridad, 295-298 — y tradiciones discursivas, 259-260 Monarquía, 146, 156 Mondrian, Piet, 62 M onet, Claudc, 61-62 Money, John, 203 Montaigne, Michel, 33, 34 M onty Pytbon’s Flying Circes (pro­ grama de televisión), 161, 193, 265 Moonlighting [Luz de luna] (progra­ ma de televisión), 193 M oore, G. E., 285 Moral, 26, 28, 33, 42, 74, 77, 274 — e individualismo, 144-145, 327 — lenguaje de la, 335 — y agitación social, 257 — y comedia, 263-265 — y crianza, 126-127,233-234 — y delito, 126-127 — y modernismo, 232,285 -289, 310311,335-336 — y pasión, conflicto entre, 46 — y posmodernismo, 315, 344 — y relacionalidad, 223-224, 232236,332, 335-336 — y romanticismo, 46, 50, 50-52, 7071, Í01, 124, 177, 286-287, 310, 313-314, 348 — véase también Ética Morris, William, 65 Moses, Robert, 58

Motivación, 71, 73, 151-152 — de rendimiento, 75-76 M ovimiento social precario, 256-257 Movimientos sociales, 256-257, 289, 298, 301-303 M uchedumbre solitaria, La (Ricsman), 73-74 Muerte, 65, 109, 326 — de niños, 34 — in te n c io n a l, 137-138

— tristeza por la, 220 — véase también Pesar Muerte de un viajante, La (Miller), 67 Mujer — cuerpo de la, 142-143 — estudios para la, 123, 129 — experiencia de la, y el arte, 179-180 Multifrcnia, 38, 112-121, 182, 208, 274, 314 — y autonomía, 218 — y autonomía individual y relacional, 314 — y el yo relacional, 219-220 — y personalidad «pastiche», 211 Multinacionales, empresas, 85, 93 Múltiple, codificación, véase Codifi­ cación doble Muller, Rene J., 211 M unch, Edvard, 49 Música, 39, 47,49, 94, 95 — neiv age, 161, 169-170 — popular, 168-169 — y modernismo, 57, 60-61, 64 — y personalidad «pastiche», 217 — y posmodernismo, 195 Mussolini, Benito, 66

— humana, 23, 42, 43-44, 50, 65, 6769, 285 y am or materno, 33-34 Nazismo, 74-75, 168, 256, 315 Negros, 130, 141, 176, 267, 303, 306, 348 Neisser, Ulrich, 68 Neoclasicismo, 48 Neurosis, 52, 70-71, 126, 232 N ew York Times, The, 85-86, 117, 128, 173 N ew ton, Isaac, 43 Nietzsche, Friedrich, 47, 53, 145 Nihilismo, 112 Niñez, véanse Crianza; Desarrollo del N iño; Maltrato de niños Nixon, Richard, 255, 282 No Sense o f Place (M eyrowitz), 100 Normalidad, 213 Normalización, 103-104 N orm an, Philip, 276, 304 Noticias transmitidas por los medios de comunicación social, 93, 95, 173-174 — y pos modernismo, 161, 193, 194 — véanse también Medios de comu­ nicación social; publicaciones es­ pecíficas Novela policíaca, 67 Noviazgo, véase Cortejo Nueva Crítica, 57 N urius, Paula, 111

Nacionalidad, 205, 246 Nacionalismo, 348 Narraciones, véase Relatos Nation o f Strangers (Packard), 289 Naturaleza, 44, 46-47 401

Oates, Joyce Carol, 281-282 Objetividad, 53-54, 195, 198 — en los círculos universitarios, 123125 — y emoción, 228 — y modernismo, 39, 63-64, 65-66 — y subjetividad, 14 5 -1 6 0 — véanse también Conocimiento; Ra­ zón; V erdad Objeto(s), 59, 99

— de la verdad, 59 — el yo como, 213 — y mente, deconstrucción de, 148154 — y objetivación, 191-192 Observación, 43-44, 54, 55, 270, 317 — de los hechos, 133-135 — límites de la, y Ja noción rom ánti­ ca del yo, 66-67 — y logocentrismo, 156 — y modernismo, 57, 63, 133-135, 285 Olímpicos, Juegos, 203, 322 O n Aggression (Lorenz), 228 O ’Neill, Eugene, 67 Opresión, 285, 330 Ordenadores, 20, 68, 91-92, 93, 94, 95 — composición de música mediante, 60-61 — personales, 262 Organización Mundial de la Salud, 346, 347 Organizaciones transnacionales, 346347 Origen de las especies, E l (Darwin), 55 Oso, El (Faulkner), 67 Packard, Vanee, 289 Paradigmas, 134-136 Paranoia, 35 Parques públicos, 58, 256 Pasado, 14, 113-114, 116 — e historia escrita, 152, 157-158 — perseverancia del, 97-98 — sentido del, en la literatura, 184 — véanse también Historia; Tiempo Pascal, Blaise, 123 Pasión, 26, 70, 1114, 124,270 — e interioridad profunda, 42, 44, 4546, 47, 50-52 — y liget, 31 — y matrimonio, 243 402

— y romanticismo, 42, 45-46, 52, 70, 124, 238,277,314 — véase también Emoción Passcll, Peter, 125 Patriarcado, 142 Pearce, W. Barnett, 95-96 Películas cinematográficas, 39, 83, 88, 95 — críticas de, 93 — reflexividad en las, 193-194 — sobre la construcción de las noti­ cias, 173 — y conciencia posmoderna, 173, 175 — y el yo rclacional, 221-223 — y modernismo, 263-265 — y relaciones con los medios de co­ municación social, 86-91 — véanse también Celebridades; pe­ lículas específicas People (revista), 252 Percepción sensorial, 49 Perec, George, 167-168 Perfeccionamiento, 278-279 Periodismo, véase Noticias transmiti­ das por los medios de comunica­ ción social Personalidad, 120, 124 — adictiva, 36 — coherencia de la, 241 — desarrollo de la, 69, 71-72 — «pastiche», 207, 211-217,238 — rasgos de, 76-77, 144 — tests de, 75-76 — véase también Y o Pcrspectivismo, 195, 365 n. 15 Pesar, 45-46, 48, 218, 220, 230, 297, 310 Philadelphia Daily News, 86-87 Picasso, Pablo, 64, 281, 346 Platón, 33, 179,261 Playboy (revista), 199 Plaza de Tiananmen, 256, 305 Pluralismo, 40, 288, 315-333, 365 n. 15

— de las definiciones, y diferencias sexuales, 373 n. 3 — «efectivo», 325-326 — y democracia, 343 Poder, véase Estructuras de poder Poe, Edgar Alian, 50-52 Política, 21, 25, 39, 58, 141, 147, 195 — e ideología individualista, 327-328 — y conciencia posmoderna, 172175, 186, 195-196 — y construcción de la realidad, 172 — y grupos sociales, 171 — y localismo, 343-344 — y medios de comunicación social, 172-174, 212,220,278-282 — y sinceridad, 297-298 — y vínculos comunicativos, 325-326 — véam e también Liderazgo políti­ co; Protesta política Política exterior, 93 Pollock, Jackson, 62 P ony Express, 91 Positivismo, 55, 63-64 Posmodernismo, 27, 38-40 — discurso del, y lenguaje, 312-313, 349 — la vida en el, 237-271 — surgimiento del, 78, 161-196 — y amor, 175 — y arquitectura, 163-167, 170, 186, 195,263, 341 — y arte, 161, 163, 185-186, 195,263 — y colonización del yo, 80, 106107, 121 — y educación, 339-340 — y el futuro, 309-351 — y el yo como relación, 197-236, 238-239 — y esencias, 185, 194-195,206,212, 236 — y formas narrativas, 186-188 — y moral, 315, 344 — y música, 195

— y noticias transmitidas por los me­ dios de comunicación social, 161, 193, 194

— y películas cinematográficas, 173175

— — — — — —

y política, 1 7 2 -1 7 5 , 186, 1 95-196 y racionalidad, 18 1 -19 0 y recursos interiores, 2 8 3 -2 8 4 y televisión, 173, 1 8 8 -1 8 9 , 193 y toma de decisiones, 3 2 6 -3 2 7 y validez de las realidades rom án­ tica y moderna, 43 — véase lambién Pluralismo Postergación, proceso de, 188 Prerrafaelistas, 49 Pregresión, 3 1 5 -3 2 6 Premio N obel, 72, 318 Presidencia, 2 1 2 , 2 2 0 , 332 — y nostalgia del liderazgo, 2 7 8 , 2 8 2 Prime Times and Bad Times (Joyce), 173

Princc, Bart, 164 Principia Etbica (M oore), 285 Principios de la conducta, Los (1 lull), 67 Producción en masa, 5 3 , 83 Profesión médica, 54, 141, 171, 2 0 3 , 2 5 3 , 324

— véase también Psiquiatría Progreso, 4 0 , 5 6 -5 8 , 129, 134, 2 5 0 , 3 1 2 ,3 1 5 -3 2 6

Pronom bres, 159 Propaganda, 75, 79, 173 Protesta política, 2 5 6 Proust, Marcel, 2 8 1 , 3 5 8 -3 5 9 n. 46 Pruebas, 7 6 -7 7 , 1 3 2 ,1 3 4 Psicología, 35 -3 6 , 5 5 -5 6 , 123, 126 — ambientalista, 71-73 — científica, 6 5 -6 6 — confianza depositada en la, 310 — del yo, 6 8 -6 9 — especialidades dentro de la, 130 — opinión de Sampson sobre la, 144145

403

— — — — — — — —

teoría conductista, 335 y crianza, 244-245 y deterioro de la autoridad, 180-181 y esencias, 68-69,162 y la imagen de la máquina, 68 y limitaciones disciplinarias, 162 y personalidad «pastiche», 212-213 y teoría de la conducta moral, 233235 — y yo auténtico, 67-68 — véase también Psicoterapia Psicopatología, 35-36 Psicoterapia, 69 — posibilidad de ser ayudado por la, 141,342-343 — y el yo relacional, 221 — y tests de personalidad, 75-76 — véase también Psicología Psiquiatría, 177, 180-181 — c historia personal, 227-228 — y problemas del conocimiento, 147 Publicidad, 194 Puritanismo, 44 i Quién engañó a Roger Rabbit? (pelí­ cula), 200 Rabia, véase Ira Racionalidad, 218, 273 — receso de la, 118-121 — y fundamentos del conocimiento, 123 — y moral, 233-234 — y posm odernism o, 181-190 — y significado atribuido a los he­ chos sociales, 331-333 — y toma de decisiones, 136-138,140141,277 — véase también Razón Radio, 83, 84, 94 — y movimientos sociales, 93-94 — y multiplicación del yo, 87 — y satélites artificiales, 93-94

Ransom, John C ., 5 7 Rauschenberg, Robert, 186 Raza, 2 0 4 , 341 Razón, 2 5 ,2 7 , 3 3 , 140, 3 1 6 , 3 2 7 — capacidad de, y niñez, 33 — desdén creciente p or la, 3 9 -4 0 — distorsionada, según Freud, 52 — e interioridad profunda, 4 2 ,4 4 ,1 7 7 — el ser hum ano como «agente» de la, 4 2 ,6 6 ,1 5 9 - 1 6 0 , 1 9 7 -1 9 8 ,2 7 0 — retrogradación infinita de la, 2 8 4 — y emoción, 2 2 8 -2 2 9 — y esencia de la mente, 2 7 , 159 — y modernismo, 2 6 , 5 6 -5 7 , 6 3 , 6 5 -

— —

66, 70, 1 2 3 -1 2 4 , 1 4 3 -1 4 4 , 1 6 1 -1 6 2 , 1 8 3 -1 8 4 , 185, 2 7 7 , 2 8 5 , 3 1 1 , 313, 3 1 6 , 327 y moral, 5 0 ,2 8 5 y m ú sica, 4 9 -5 0 y naturaleza, 25 y romanticismo, 4 3 -5 0 , 5 3 -5 4 , 334

— — — y valoración de las tradiciones, 2 7 9 -2 8 0

— y yo auténtico, 6 7 -6 9 — véase también Racionalidad Reagan, Ronald, 89, 180 Realidad, 2 6 0 — construcción social de la, 3 9 , 1 7 1 176

— quiebra de la, y «televisión musical», 18 8 -1 8 9

— y mito, 4 9 Realidades espectrales, 1 1 0 -1 11 Realismo, 112 Realpolitik, 53 Recapitulación, 3 0 9 -3 5 1 Red de Radiodifusión Cristiana, 294 Reflexividad, 1 9 0 -1 9 6 , 2 7 0 , 372 n. 4 7 Regionalismo, 341 Regocijo, véase Júbilo Regresión progresiva, 3 1 9 -3 2 4 Regreso de Martin Guerre, El (pelícu­ la), 167

404

Reíd, Thomas, 189 Relaciones personales, véanse Amis­ tad; Amor; Cortejo; Familia; Inti­ midad; Matrimonio; Romance Relación de microondas, 102-103 Relatos, 88, 158, 168-169, 185 Religión, 25-26,32,123,204,310,316, 322, 325 — y educación, 342-343 — e individualidad, 32 — y patriarcado, 140-142 — y romanticismo, 50, 228 — véanse también Biblia; Budismo; Cristianismo; Espiritualidad; Fi­ guras religiosas Renoir, Pierre Auguste, 61-62 Represión, 35, 70 Respiración, 60 Retóricos, estudios, 158 Revolución, 158 Ricoeur, Paul, 335 Riesman, David, 73-74, 212-213 Riley, Terry, 168 Robbe-Grilíet, Alain, 184-185 Rocking A round the Clock (Kaplan), 189 Rogers, Cari, 69-71 Rogers, Will, 66 Rohe, Mies van der, 59 Romance — y comunidades heterogéneas, 290292 — y construcción, del yo, 205-206 — y medios de comunicación social, 306-307 — y ser precario, 251-252 — véanse también Amor; Cortejo Romanticismo, 26-27, 38, 41-78, 161, 170,218,238,310-315,348 — desaparición del, 53, 206,241,267, 279, 311 — tradiciones discursivas derivadas del, 259-260 — y agitación social, 285-287, 288

— — — —

y y y y

amor, 44-47, 52, 101, 242-244 autoridad, 176-181 carrera profesional, 253 colonización del yo, 106-107,

120-121

— — — —

y comunicación autentica, 279 y discurso totalizador, 333-344 y educación, 179 y moral, 46, 50, 50-52, 70-71, 101, 124,177,286-287,310, 313-314, 348 — y presencia de lo oculto, 48-49 — y realidad de la interioridad ocul­ ta, 42,43-52, 65-66, 177, 238, 284285,296,312, 313-314 — y recursos interiores, 283-288 Rorty, Richard, 150, 266, 381-382 n. 1 Rosa púrpura, de El Cairo, La (pelícu­ la), 193-194 Rosaldo, Michelle, 31 Roosevelt, Franklin, 66 Rosenblatt, Paul, 111 Rousseau, Jean-Jacques, 179 Rubens, Peter Paul, 186 Rusia, véase U nión Soviética Ruskin, John, 65 Russell, Bcrtrand, 55 Ryder, Robert, 176 Saber «acerca de» y saber «cómo», 107-109, 121 Sabiduría, 142, 177-178, 180 Sadomasoquismo, 35 Salant, Walter, 173 Salud mental, 35-36 — véanse también Psicología; Psi­ quiatría San Agustín, 179 Sansom, William, 209-210 Sampson, Edward, 144-145 Satélites artificiales, 93-94 Sátira, 265 Schachter, Stanley, 229-230 Schaeffer, Rcbecca, 89

405

Schickel, Friedrich, 89 Schlcmmer, Oskar, 64 Schiller, H erbert I., 80 Schneider, Maria, 245-246 Schónberg, A rnold, 57 Schopenhauer, A rthur, 50 Schwartz, Barry, 335-336 Schwcitzcr, Albert, 66 Segunda Guerra M undial, 293 Seligman, Martin, 70-71 Selling o f the President, The (M cGinniss), 212 Sennett, Richard, 328 Ser precario, 251-258 Servicio Postal de Estados Unidos, 81-82, 91, 361 n. 3 Servicios de información en pantalla, 91-92 Seurat, Georges, 62 Sexismo, 233-234, 265, 287 Sexualidad, 52, 203,243, 285, 328 — y adicción, 36 — y relaciones fraccionarias, 250-251 Shadowfax, 169-170 Shakespeare, William, 27, 92, 151, 152,179 Sherman, Cindy, 214 Sherman, Tom, 131 Shelley, Percy Bysshe, 44,50 Shotter, John, 218 Sí-mismo, psicología del, 69 Sida, 172, 256 Signac, Paul, 62 Significado, 149, 150, 151-153, 154, 157, 160, 174, 184, 219 — e individualismo, 330 — en el lenguaje y relacionalidad, 231 — y gracia perpleja, 347 Significantes, 326-327, 349 Simmel, Georg, 41 Simbolismo, 49 Simon, H erbert, 72 Simulación, 306-307

Sinceridad, 273-307, 328 — a medias, 295-307 — y modernismo, 311 — y romanticismo, 314 Sistema judicial, 153, 178, 327, 332333 — véase también Justicia Skinner, B. F., 67 Slater, Philip, 251, 290 Sloterdijk, Peter, 258 Smith, Alex, 301 Snyder, Mark, 212-213 Socialización, 104,232,311 «Sofrosyne», concepto de, 337 Sontag, Susan, 172 Spence, Donald, 227-228 Spinoza, Baruch, 43 Stockhausen, Karlheinz, 60-61 Stoppard, Tom, 192 Stravinsky, Igor, 57 Subculturas, 321, 336, 340, 343 Suecia, 81 Sueños, 52 Suicidio, 46, 48, 137-138 — mal du siécle (mal del siglo), 48 Suleiman, Susan, 150-151 Sullivan, H arry S., 68 Sullivan, Louis, 59 Subjetividad, 127, 146, 150, 153-154 Superioridad, 36, 260-261 Superficialidad, 211-217 Superstición, 54 Tailandia, 304 Tarjetas de Navidad, 300-301 Tavris, Carol, 205 T aylor, Frederick, 72 Taylor, Mark, 347 Teatro, 192 Tecnología, 38-40, 58, 80-95, 107, 127-129, 237-242 — de alto nivel, 80-81, 85-95 — de bajo nivel, 80-81, 81-84

— — — —

inevitabilidad de 3a, 274, 284 y aborto, 201 y liderazgo político, 278 y movimientos sociales, 256-257, 301-302 — y multifrenia, 112-113 — y nivel emocional de las relacio­ nes, 101-105 — y progreso, 317-318 — y relaciones fraccionarias, 245-247 — y sometimiento de las formas de vida, 97-101 — véanse también formas de tecno­ logía específicas «Tckónimo», 29 Teléfono, 21, 22, 82-83 — d ig ita l, 94

— y relaciones personales, 94-95 — y satélites artificiales, 93-94 — y servicios de vidcoconferencias, 93 Telégrafo, 91 Televisión, 39, 83, 85-91, 94, 97 — colapso de la, 188 — musical (MTV), 161,188-189 — romance en la, 251 — «sacudidas sucesivas» de los cana­ les de, 239 — uso de los canales U H F , 325-326 — y comunidades, 293-294 — y el yo relacional, 220-223 — y familia, 97 — y guiones lineales, 188 — y movimientos sociales, 302-303 — y multidramas, 188 — y posmodernismo, 173, 186-188, 193 — y reflexividad sobre el yo, 190-191 — y satélites artificiales, 93-94 Tensión, 35, 76, 98 Teología, 55, 154 Teoría de la evolución, 141, 335 Teoría de la inoculación, 75

Teoría de la organización, véase Em ­ presas Terrorism o, 256, 302 Test de Aptitudes Escolares (SAT), 76 Test de Inteligencia de Stanford-Binet, 76 Test de Intereses Vocacionales, 76 Tests, 76-77 Textualidad, 157 Thurow , Lester, 91 Tiempo, 19, 112, 225 — sentido del, en la literatura, 184-185 — y distancia, relación entre, 95 — véanse también Futuro; Fíistoria; Pasado Tolman, Edward, 67 Tolomeo, 135 Tom a de decisiones, 55, 143, 313 — poder de la, 138 — voluntaria, 332 — y mercado de valores, 331 — y moral, 234, 327-328 — y posmodernism o, 326-327 — y racionalidad, 136-138, 140-141, 277 Totalitarismo, 156, 157, 343 Tracy, David, 351 Transexualismo, 203, 250 Transporte aéreo, 85-86, 92 Tribalismo, 341 Trilling, Lionel, 273 Turismo, 21,172, 303-304 Turner, J. M. W., 49 Tylcr, Stephen, 261-263, 267-268 Übermenschy 47 Ulises (Joyce), 184 U nión Soviética, 83, 203, 217, 275, 305, 343 — ferrocarriles en la, 81 — industria editorial en la, 83 — y sistemas telefónicos, 95 U.S. N cvjs and World Report, 91

407

USA Today, 21, 181 Utopía, 54, 316 Valery, Paul, 63 Valor(es), 38, 42, 74,113-115, 127, 129, 277, 285-289 — e individualismo, 143-144 — moral, 52 — obras escritas com o expresión del, 179-180 — sentido tradicional del, 282-283,289 — y grupos sociales, 171-172 — y posmodernismo, 315 — y pretcnsión de verdad, 190-191 — y romanticismo, 284-288, 310 — y tendenciosidad, 162 Velázquez, Diego, 186 Venturi, Robert, 166-167 Verdad, 27, 28, 34-35, 47, 63-64, 6667, 73, 259-261,312,313, 325 — corno construcción momentánea, 38-39 — concepción m odernista de la, 326327 — creencia en la, como pilar de la cultura occidental, 274 — crisis sobre la, en los medios uni­ versitarios, 123-160 — o b jeto d e la, 59

— pretensiones a la, y comunidades, 190-191 — y búsqueda de la esencia, 59 — y construcción social de la reali­ dad, 171-176 — y discursos totalizadores, 343 — y el alma, 287 — y ficción, 167-168 — y las ironías de la reflexión sobre el yo, 124, 193-194 — y mentira, 234-235 — y metáfora, 306-307 — y multiplicidad de voces, 38-39,166167,313-314 408

— y objetividad, 123-124, 161-162 — y pluralismo, 284 — y positivismo, 63-64 — y psiquiatría, 227-228 — y racionalidad, 334-335, 339 — y razón, 43 — y relatos policíacos, 67 — véase también Yo autentico Verdi, Giuseppe, 49, 344 Viaje de un largo día hacia la noche (O ’Neill), 67 Vídeos, 83, 88, 91 Viejo y el ma.r, El (Hemingway), 67 Vietnam, guerra de, 285 Vigilancia informal, 103-1C4 Viruela, 347 Vivienda propia, 41-42 Voltaire, 43 Wagner, Jane, 333 Wagner, Richard, 49-50, 60, 344 Walter, Régine, 222 W arhol, Andy, 166 Watkins, Mary, 106,110 W atson, J. B., 71-72 Wavne, John, 202 Wells, H . G., 56 Wells, Patricia, 170 White, Hayden, 158,224-225 Whitman, Walt, 109 Wigley, Mark, 166 Wilson, Robert, 168 Williams, Tennessee, 67 Willis, Bruce, 193 Wright, Frank Lloyd, 166-167 Wright, Sara, 111 Wright, Steven, 181-182 Wittgenstein, Ludwig, 24, 149, 329, 350 Woolgar, Stephen, 138-139 W ordsworth, William, 44, 356 n. 22 W urman, Richard S., 116

Yo auténtico, 66-69, 123-124, 132, 205-206,210-211 — desaparición del, y relaciones frac­ cionarias, 246 — c intimidad comprometida, 244245 — y comunicación auténtica, 279-281 — y sinceridad, 295-301 — véase también Verdad Yo, el, 23-26, 28-31, 34-37, 214 — colonización de, 79-121, 125-128, 244,251 — como manipulador estratégico, 40, 206-207,210-211,219-220 — como proceso, 216 — construcción de, 205-223,269-270, 283-284 — criterios sobre, 116-117, 208-209, 210-211

— investiduras del, 113 — reconstrucción de, como relación, 197-198, 205-236 — relaciona!, 198, 218-223, 238-242, 326-333 — «sustituciones» de, 198-201 — y el límite entre la sustancia y el estilo de moda, 217

— y personalidad «pastiche», 207,211217, 238 — y relaciones fraccionarias, 245-251, 299-300, 307 — y sentido de continuidad, 159,189190 — véanse también Individualidad; Per­ sonalidad Yo, el, y el otro, 69, 241, 345, 349 — y crisis de la intimidad com pro­ metida, 243-245, 250 — y los fragmentos de los otros, 239240 Yo, interior del — y modernismo, 312-313 — y razón, 42-44, 177 — y romanticismo, 42, 43-52, 65-66, 177,238,284-285,296,312,313-314 — y surgimiento del yo relacional, 218223 Zapp, Morris, 153 Zcn, budismo, 247, 277, 346 — véase también Budismo Zerner, Henri, 179 Zuboff, Shoshana, 101 Zurcher, Louis, 213

409

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