15.- Kershaw Ian - La Dictadura Nazi

May 7, 2017 | Author: Videoteca_UAMI | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download 15.- Kershaw Ian - La Dictadura Nazi...

Description

Historia y

cultura Dirigida por: Luis Alberto Romero

LA DICTADURA NAZI Problemas y perspectivas de interpretación

por

Ian Kershaw

m _______

índice

Siglo veintiuno editores Argentina s. a.

TUCUMÁN 1621 7° N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.

Prefacio a la cuarta edición

940.53 Kershaw, Ian CDD La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación. - Io ed. - Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004. 440 p.; 21x14 cm. - (Historia y cultura ; 9) Traducción de: Julio Sierra

9

Abreviaturas

13

1. Los historiadores y el problema de explicar el nazismo

15

2. La esencia del nazismo: ¿una forma de fascismo,

ISBN 987-1105-78-9

un tipo de totalitarismo o un fenómeno único?

1. Nazismo-Historia I. Título

3. Política y economía en el estado nazi The Nazi Dictatorship - Fourth edition was originally published in English

73

4. Hitler: ¿"amo del Tercer Reich" o "dictador débil"?

101

5. Hitler y el Holocausto

131

in 2000 by Edward Arnold Publishers Limited (first edition, 1985) "

Portada: Peter Tjebbes

6. Política exterior nazi: ¿"un programa" o "una expansión

© 2004, Ian Kershaw © 2004, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

sin sentido" de Hitler?

ISBN 987-1105-78-9 Impreso en Artes Gráficas Delsur Alte. Solier 2450, Avellaneda, en el mes de agosto de 2004 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina - Made in Argentina

7. El Tercer Reich: ¿"reacción social" o "revolución social"?

217

8. ¿"Resistencia sin el pueblo"?

245

9. "Normalidad" y genocidio: el problema de la "historización"

287

10. Cambios de perspectivas: tendencias historiográficas en el período posterior a la unificación Notas

349

Lecturas recomendadas

427

Prefacio a la cuarta edición

Siempre imagino que los historiadores escriben libros sobre complejos asuntos, en primer lugar, para resolver problemas para sí mismos; es una suerte que los demás se interesen en sus meditaciones. Ciertamente, ha sido una fuente de persistente placer para mí que este libro haya demostrado ser útil para aquellos que buscan una guía en las miríadas de intentos por parte de los estudiosos, a lo largo de más de medio siglo, de abordar algunos de los más difíciles —e importantes— temas de comprensión histórica. Cuando comencé a trabajar sobre la era nazi a fines de los años setenta, de inmediato me interesé en estos temas y tuve acceso a las amargas disputas, sobre todo entre los historiadores de Alemania occidental, en una conferencia internacional a la que asistí en 1979. Mi experiencia en esa conferencia me proporcionó el estímulo para escribir este libro (que fue redactado en su forma original a principios de los años ochenta). El nudo central del libro, tal como sigue siéndolo ahora, es, en este sentido, una piéce d'occasion: una evaluación del punto alcanzado por la investigación histórica acerca del Tercer Reich en aquel momento. Algunos de los debates que analicé ya no resultan tan decisivos como parecían entonces: las investigaciones continúan, las condiciones externas cambian, aparecen nuevos problemas y los viejos pierden su intensidad. Todo esto es normal en los estudios históricos. Menos normal es la velocidad del cambio y decididamente anormal es el modo como los escritos sobre temas históricos han sido acompañados y afectados por la conciencia pública acerca del legado del pasado. La historiografía sobre el Tercer Reich ha seguido reflejando las dimensiones morales y políticas de ese trabajo (así como las divisiones teóricas acerca del método y del enfoque), que señalé en el primer capítulo. La "Hisíorikerstreit" (disputa de historiadores) de los años ochenta y el "debate Goldhagen" de la década siguien-

1 0

IAN KERSHAW

te son tal vez las más espectaculares ilustraciones de esto. Pero más allá de las controversias públicas, la investigación misma ha seguido avanzando como el torrente de un río desbordado más que como los suaves remolinos de una lenta corriente de agua. Es difícil, incluso para los especialistas, mantenerse al día con todo lo que está ocurriendo. Pero, tal vez, por lo menos el intento justifica una nueva edición de este libro. He tratado de actualizar el texto donde ha sido necesario, y he ajustado las notas y la guía de lecturas recomendadas. De todos los temas de los que me he ocupado, ninguno ha sido objeto de tan intensas investigaciones —ni ha producido tan rápidamente cambiantes interpretaciones— como el capítulo sobre "Hitler y el Holocausto". Ya había vuelto a escribir partes de él para la tercera edición y he considerado ahora necesario, a la luz de importantes publicaciones recientes, reescribir diversas secciones para esta edición. El capítulo final estaba compuesto, para la edición anterior, por varias secciones especulativas acerca de cómo la historiografía podría cambiar después de la unificación. Cuando volví a mirar ese capítulo, recordé las razones por las que me va mejor ateniéndome a la historia que especulando acerca de tendencias futuras. Esta parte del libro también tuvo, necesariamente, que ser reescrita en gran parte para poder incluir el "fenómeno Goldhagen" y también para volver a considerar las cambiantes tendencias en las investigaciones acerca del Tercer Reich a medida que, con el paso de las generaciones, Hider y su régimen pasan a la historia (dejando la conciencia histórica de una generación que, afortunadamente, nunca experimentó el nazismo, aparentemente tan lastimada como las anteriores por su legado moral). Debo agradecer profundamente, ahora como antes, a amigos y colegas en varios países, pero sobre todo en Alemania y en Gran Bretaña. Los trabajos de todos ellos sobre un régimen que de manera tan fundamental y tan negativa marcó el siglo que se acerca a su fin constituyeron un gran estímulo para mí. Seleccionar alguno de ellos resulta, tal vez, odioso, pero me gustaría, de todos modos, agradecer particularmente a Hans Mommsen por las ilimitadas discusiones, consejos y aliento (aun cuando no estuvimos de acuerdo) a lo largo de muchos años. También le estoy especial-

PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN

1 1

mente agradecido a la Alexander von Humboldt-Stiftung por su infatigable apoyo. Por último, me alegra tener la oportunidad de expresar mi agradecimiento, como editor a la vez que como amigo, a Christopher Wheeler por su continuado interés en este libro. Ni su aliento ni su poder de persuasión han disminuido con el paso del tiempo. IAN KERSHAW

Sheffield/Manchester, septiembre de 1999

Abreviaturas

AfS AHR APZ

Archiv für Sozialgeschichte American Historical Review Aus Politik und Zeitgeschichte (Beilage zur Wochenzeitung 'das Parlament') BAK Bundesarchiv, Koblenz CEH Central European History EcHR Economic History Review GG Geschichte und Gesellschaft GWU Geschichte in Wissenschafi and Unterricht HWJ History Workshop Journal HZ Historische Zeitschrift IMT International Military Tribunal (Trial of the Major War Crimináis [Nuremberg, 1949], 42 vols.) JCH Journal of Contemporary History JMH Journal of Modern History MGM Militargeschichtliche Mitteilungen NPL Neue Politische Literatur PVS Politische Vierteljahresschrift VfZ Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte

1. Los historiadores y el problema

de explicar el nazismo

Más de medio siglo después de la destrucción del Tercer Reich, los principales historiadores están lejos de ponerse de acuerdo sobre algunos de los problemas más fundamentales de la interpretación y explicación del nazismo. Por supuesto, se han hecho grandes progresos a partir de los textos sobre temas históricos de la era de la inmediata posguerra, cuando los historiadores trataban de escribir "la historia contemporánea" aun antes de que el polvo hubiera comenzado a asentarse sobre las ruinas de la Europa de Hitler, en un clima definido por las horribles revelaciones de los juicios de Nuremberg y el desenmascaramiento total de la bestialidad del régimen. En semejante clima, no debe sorprender que las recriminaciones del bando aliado y la tendencia a la disculpa del lado alemán fueran los aspectos principales en los escritos acerca del pasado inmediato. Una perspectiva más extensa en el tiempo y una vasta producción de eruditas investigaciones de alto nivel realizadas por una nueva generación de historiadores —especialmente desde los años sesenta en adelante, después de la apertura de los registros alemanes incautados, que para ese momento ya habían regresado a Alemania— introdujeron importantes avances en el conocimiento de muchos aspectos esenciales del gobierno nazi. Pero en cuanto las detalladas y eruditas monografías son colocadas en el contexto de las amplísimas cuestiones interpretativas acerca del nazismo, los límites del consenso se alcanzan con rapidez. Una síntesis de interpretaciones polarizadas, con frecuencia defendidas y justificadas, no aparece en el horizonte. El debate continúa firme, llevado adelante con gran vigor y también, frecuentemente, con un rencor que va más allá de los límites de la controversia histórica convencional. Esto fue muy vividamente ilustrado con la explosión de sentimientos que acompañó a la "Historikerstreit" (o "disputa de historiadores"), una importante con-

16

IAN KERSHAW

troversia pública acerca del lugar que ocupa el Tercer Reich en la historia alemana, que involucró a los principales historiadores germanos y que se encendió en 1986. Por supuesto, el debate y la controversia constituyen la esencia misma de los estudios históricos; son el prerrequisito para el progreso en la investigación histórica. Sin embargo, el nazismo plantea interrogantes de interpretación histórica que, o bien tienen un sabor particular, o bien destacan de una manera muy marcada temas más amplios de la explicación histórica. Las características particulares de los desacuerdos fundamentales entre los historiadores acerca de la interpretación del nazismo se encuadran, en mi opinión, dentro de la inevitable fusión de tres dimensiones: una dimensión histórico-filosófica, una dimensión político-ideológica y una dimensión moral. Estas tres dimensiones son inseparables tanto del tema propio del historiador como de lo que el historiador o la historiadora entienden es su papel y su tarea en la actualidad, al estudiar el nazismo y escribir sobre él. Estas características especiales, como yo podría además argumentar, están condicionadas por un elemento central en la conciencia política de ambos estados alemanes de la posguerra, que a la vez es un reflejo de él: dominar el pasado nazi, Vergangenheitsbewáltigung, habérselas con la historia reciente de Alemania y aprender de ella. Los abordajes radicalmente diferentes del pasado nazi en la Alemania oriental y la Alemania occidental confieren, sin duda, un tono especial a los escritos sobre temas históricos acerca del nazismo, en la medida en que los dos estados alemanes con filosofías políticas totalmente contrastantes se enfrentaban uno al otro. Pero dado que el problema de enfrentar el pasado ha sido abordado de una manera menos lineal en la República Federal de lo que fue en la República Democrática Alemana, las controversias acerca de cómo interpretar el nazismo han sido sobre todo controversias germano-occidentales. Esto, por supuesto, no significa de ninguna manera subestimar la importante, y con frecuencia innovadora, contribución hecha a la historia alemana por historiadores no alemanes. No pocas veces, en realidad, esa misma distancia (con la correspondiente perspectiva diferente) de los historiadores extranjeros respecto tanto del peso de "dominar el pasado" como de

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

17

las corrientes intelectuales de la sociedad de Alemania occidental ha sido la que ha proporcionado el trampolín para nuevos impulsos y nuevos métodos. La importante marca dejada por la erudición internacional se verá con toda claridad en los próximos capítulos. De todas maneras, es un punto de vista básico de este libro que los contornos de los debates han sido por lo general establecidos por historiadores alemanes, en especial los de la República Federal, y han sido moldeados en gran medida por la visión que los historiadores alemanes occidentales han tenido de su propia tarea al ayudar a dar forma a la "conciencia política" y con ello, a superar el pasado. Se ha dicho de la República Federal que, mucho más que Israel o Vietnam del Sur, es un "estado nacido de la historia contemporánea, un producto de la catástrofe para superar la catástrofe". 1 En esta sociedad, los historiadores del pasado reciente claramente juegan un papel político mucho más desembozado que, por ejemplo, en Gran Bretaña. No es ir demasiado lejos decir que con la intermediación de sus interpretaciones del pasado reciente los historiadores son vistos y se ven a sí mismos, de alguna manera, como los guardianes o críticos del presente. La inseparabilidad de la investigación histórica acerca del nazismo respecto de la "educación política" contribuye en parte al sentimiento latente de algunos historiadores en el sentido de que, sobre todo en lo que se refiere a la comprensión profunda de la esencia del sistema nazi, la claridad es un deber. Este sentimiento fue expresado por el entonces canciller de la República Federal, Helmut Schmidt, cuando se dirigió a la Conferencia Anual de Historiadores Alemanes en 1978 y se quejó de que un exceso de teoría había producido para muchos alemanes actuales una imagen del nazismo a la que todavía le faltaba "un claro contorno".2 El mismo argumento marcó el tono —una mezcla de enojo y tristeza— de algunos historiadores, cuya interpretación dominó los años cincuenta y sesenta, al reaccionar a un desafío "revisionista" para establecer una ortodoxia que llega a someter a un cuestionamiento radical "descubrimientos eruditos que han sido considerados ciertos y hasta indiscutibles".3 La conexión entre la cambiante perspectiva de la investigación histórica y la formación de la conciencia política del momen-

9

IAN KERSHAW

to es reconocida como algo obvio, tanto por los "tradicionalistas" como por los "revisionistas".4 Como la "HistorikerstreiF lo demostró claramente, las interpretaciones contradictorias del nazismo son parte de una permanente reconsideración de la identidad política y del futuro político de Alemania. Los historiadores contemporáneos y su trabajo son propiedad pública. Esto da forma al marco de referencia e influye en la naturaleza de las controversias sobre asuntos históricos que vamos a evaluar. La literatura sobre el nazismo es tan vasta que incluso los expertos tienen dificultades para abordarla. Y resulta claro que los estudiantes que se especializan en historia alemana contemporánea con frecuencia no pueden asimilar la compleja historiografía del nazismo, ni seguir las controversias sobre interpretaciones desarrolladas en su mayor parte en las páginas de las publicaciones o monografías eruditas alemanas. Mi libro fue escrito con esto en mente. No ofrece una descripción del desarrollo de la historiografía, ni una historia de la historia del nazismo, por decirlo de algún modo.5 Se trata, más bien, de un intento de analizar la naturaleza de numerosos problemas centrales de interpretación, relacionados específicamente con el período mismo de la dictadura, con los que se enfrentan los historiadores actuales de la Alemania nazi.6 La estructura del libro está en gran medida prefigurada por los temas interrelacionados y entrelazados que dan consistencia a la base de las controversias. El siguiente capítulo trata de analizar las muy diversas y firmemente opuestas interpretaciones de la naturaleza del nazismo: si puede ser satisfactoriamente considerado una forma de fascismo o un estilo de totalitarismo, o como un producto único de la historia reciente de Alemania, un fenómeno político "único en su especie". Directamente relacionada con el debate sobre fascismo está la acalorada controversia sobre nazismo y capitalismo, en particular acerca del papel de la industria alemana, que constituye el tema del capítulo siguiente. Un tema clave que surgió fue el de cómo interpretar la posición, el papel y el significado de Hitler mismo en el sistema nazi de gobierno, un complejo problema explorado más adelante en tres capítulos separados sobre la estructura de poder del Tercer Reich y la preparación de la política exterior y de la política antisemita. El foco de aten-

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

19

ción fue luego trasladado desde el gobierno del Tercer Reich a la sociedad bajo el gobierno nazi, tratando de examinar hasta dónde el nazismo alteró, y hasta revolucionó, a la sociedad alemana, y de evaluar el complejo tema de la resistencia alemana a Hitler. A esto le sigue un análisis del importante debate que se desarrolló acerca de la "historicización" del Tercer Reich, o sea, si a la era nazi se la puede tratar en todo sentido como cualquier otro período del pasado, es decir, como "historia". Finalmente, trato de considerar algunas de las maneras en que las tendencias historiográficas han cambiado (y siguen cambiando) desde la unificación de Alemania. Dentro de cada capítulo, pretendo sintetizar adecuadamente las interpretaciones divergentes y el estado actual de la investigación, para luego ofrecer una evaluación. No he considerado que sea tarea mía tratar de colocarme como espectador y adoptar una posición neutral al pasar revista a las controversias, lo cual, de todas maneras, sería imposible. Espero presentar las opiniones que sintetizo lo más adecuadamente posible, pero también voy a ser partícipe del debate, no "arbitro", por lo que daré mi posición en cada caso. Los distintos enfoques respecto de la historia del Tercer Reich que se encuentran en este libro comparten un mismo objetivo: ofrecer una adecuada explicación del nazismo. Explicar el pasado es la tarea de los historiadores, pero la intimidante naturaleza y la complejidad de esa tarea en el caso del nazismo se harán obvias en las páginas que siguen. En efecto, se podría decir que una adecuada explicación del nazismo es una imposibilidad intelectual. El nazismo constituye un fenómeno que apenas si parece posible que sea sometido a un análisis racional. Con un líder que hablaba en tono apocalíptico de poder mundial o destrucción y con un régimen basado en una ideología de odio racial totalmente repulsiva, uno de los países más avanzados cultural y económicamente de Europa se preparó para la guerra y dio lugar a una conflagración mundial que mató alrededor de 50 millones de personas y perpetró atrocidades —cuya culminación fue el asesinato masivo y mecanizado de millones de judíos—, de una naturaleza y en una escala que desafía a la imaginación. Frente a Auschwitz, la capacidad de explicación del historiador resulta insignificante. ¿Cómo es posi-

10

IAN KERSHAW

ble escribir adecuada y "objetivamente" acerca de un sistema de gobierno que generó un horror de semejante monumentalidad? ¿De qué manera debe realizar su trabajo el historiador? Difícilmente podría limitarse, en términos neorrankeanos, a recoger de las fuentes el relato de "cómo fueron realmente las cosas". Además, ¿puede acaso el historiador "comprender" (en la tradición historicista) un régimen tan criminal y a su tan inhumano líder? ¿O es su tarea desnudar la maldad del nazismo para dar testimonio en el presente y una advertencia para el futuro? Si es así, ¿de qué manera podría hacerlo? ¿Acaso el historiador puede, o debe, esforzarse por lograr "distanciarse" de su tema, distancia considerada habitualmente la esencia misma de la "objetividad" en los escritos sobre temas históricos? El solo hecho de plantear estas preguntas sugiere algunas de las razones por las que ninguna explicación del nazismo puede ser del todo intelectualmente satisfactoria. Sin embargo, en última instancia, el mérito de cualquier enfoque interpretativo debe reposar en la medida en que podría ser visto como una contribución a una interpretación del nazismo potencialmente mejorada. El objetivo de este libro habrá sido alcanzado si su evaluación de las diferentes interpretaciones de la dictadura nazi sugiere cuál de esos enfoques tiene un mejor potencial en relación con los demás (o dicho de otra manera: es menos inadecuado que los demás), para brindar una explicación del proceso de radicalización dinámica en el Tercer Reich que condujo a la guerra y al genocidio en una escala incomparable. Antes de considerar las dimensiones histórico-filosóficas, político-ideológicas y morales que subyacen a las controversias que examinaremos, es necesario abordar un último asunto preliminar. Se trata de un asunto bastante obvio, pero de todas maneras vale la pena repetirlo: las insuficiencias de las fuentes materiales. A pesar de la vastedad de los restos de archivo que han sobrevivido, la documentación es fragmentaria en extremo y muchos de los serios problemas de interpretación en parte están relacionados con las fundamentales deficiencias en la naturaleza de las fuentes. Buena parte de la documentación clave fue, por supuesto, deliberadamente destruida por los nazis al aproximarse el final de la guerra, o se perdió en los bombardeos aéreos. Pero el problema se extiende

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

21

más allá de la mera pérdida física del material archivado. Llega hasta los enormes vacíos en las fuentes documentales con respecto a los puntos más críticos y sensibles, que son, ellos mismos, un producto inevitable del modo en que el sistema de gobierno nazi funcionaba. En ninguna parte esos vacíos son más evidentes o más frustrantes que en lo que tiene que ver con Hitler mismo y con su papel en el gobierno del Tercer Reich. Así pues, la creciente desintegración de cualquier maquinaria de gobierno formal centralizado en el Tercer Reich, junto con el estilo de gobierno extraordinariamente no burocrático de Hider —en el que las decisiones rara vez eran registradas—, han dejado un enorme vacío en la documentación de la esfera central de toma de decisiones. Los inmensos remanentes burocráticos del Tercer Reich se detienen, por lo tanto, antes de llegar a Hitler. Es difícil saber qué material del gobierno llegaba alguna vez a Hitler; más difícil aún resulta saber si lo leía o no y cuál era su reacción. Como dictador de Alemania, Hitler es para el historiador en gran medida inalcanzable, refugiado en el silencio de las fuentes. Por esta misma razón, los conflictos fundamentales de interpretación acerca del lugar de Hitler en el sistema de gobierno nazi no pueden ser evitados ni definitivamente resueltos sobre la base de la documentación disponible. Las falencias de las fuentes constituyen una parte relativamente menor del problema de interpretar el nazismo. Un papel más significativo en la formación del carácter de las controversias acerca de la dictadura nazi ha sido desempeñado por las concepciones y los métodos de análisis histórico, con frecuencia contradictorios, de los historiadores al aplicarlos al estudio del nazismo.

La dimensión histórico-filosófica Dos puntos se pueden señalar desde el comienzo. El primero es que las diferencias de enfoque y método históricos, así como de filosofía de la historia, no son de ninguna manera exclusivas del estudio del nazismo, aunque los problemas involucrados en la interpretación del nazismo hacen que estos temas de filosofía de la

11

IAN KERSHAW

historia se destaquen de una manera particularmente intensa. El segundo punto es que la profundidad y el rigor del debate sobre método histórico provienen de la tradición específicamente alemana de escritos sobre temas históricos y el desafío a esa tradición, aplicada al terreno del Tercer Reich. Si bien los historiadores no alemanes con frecuencia han realizado importantes contribuciones, el debate sobre método histórico es en gran medida y de manera característica un asunto alemán occidental. En lo que sigue, por lo tanto, es necesario que centremos nuestra atención en el curso y la naturaleza de la historiografía alemana, y en las radicalmente opuestas opiniones acerca de la forma y el objetivo de los escritos sobre temas históricos propuestas por los principales historiadores de Alemania occidental. Los contornos de la historiografía alemana de la posguerra han sido delineados por una cantidad de factores específicos que distinguen a Alemania de los desarrollos historiográficos de otros países. Detrás de todo ese proceso, se halla la necesidad de llegar a una aceptación del pasado nazi. Esto ha sido fundamental en la conformación de la relación particularmente estrecha en los estudios históricos alemanes de posguerra entre los problemas de interpretar el curso y carácter de la historia alemana reciente y las cuestiones de mayor alcance referidas al método histórico y a la filosofía de la historia. En general, el desarrollo posterior a la guerra de los estudios históricos en Alemania occidental —la República Democrática Alemana debe ser excluida de esta categorización— puede ser dividido en cuatro fases: un período de continuado y parcialmente reacondicionado historicismo, que duró hasta principios de los años sesenta; una fase de transición de esa transformación, que se extendió hasta mediados de los setenta; una fase que continuó hasta fines de los años ochenta, a pesar de algunos rígidos desafíos y ciertas tendencias regresivas, en la que nuevas formas de "historia social" con bases estructurales alineadas con las ciencias sociales y estrechamente interrelacionadas con desarrollos paralelos en estudios internacionales se puede decir que ya están establecidas; y una fase, cuyo desenlace no está todavía del todo a la vista, que comenzó con los importantes cambios de 1989-1990.7

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

23

La tradición historicista ejerció un dominio sobre la filosofía de la historia y las investigaciones históricas en Alemania después de la época de Ranke incomparablemente mayor que el de cualquier filosofía de la historia en cualquier otro país.8 Esta tradición historicista se apoyaba en un concepto idealista —en el sentido filosófico— de la historia como desarrollo cultural, formado por las "ideas" de los hombres tal como se manifiestan a través de sus acciones, a partir de las cuales sus intenciones, motivos y "autorreflexión" pueden ser deducidos. Los escritos sobre temas históricos se concentraban en la tarea de tratar de explicar las acciones por la "comprensión" intuitiva de las intenciones detrás de ellas. En la práctica, esto condujo a que se pusiera un fuerte acento en la singularidad de los hechos y los personajes históricos, en la abrumadora importancia de la voluntad y la intención en el proceso histórico y en el poder del estado como un fin en sí mismo (y, en consecuencia, la elevación del estado nacional prusiano-germánico). Para un profesional de la historia que se había concentrado fuertemente en la naturaleza y el papel del estado como un factor "positivo" en la historia, fue sumamente chocante, después de 1945, tener que enfrentarse "no sólo con la ruptura del estado... sino también con la ruptura de un estado agobiado por crímenes del estado de una magnitud inconcebible".9 Sin embargo, el colapso del Tercer Reich no produjo cambios fundamentales en la tradición y el predominio historicista en los escritos sobre temas históricos. Como en 1918 y en 1933, la continuidad fue el sello distintivo esencial. Los dos más importantes historiadores de la Alemania de posguerra, Friedrich Meinecke y Gerhard Ritter, fueron criados y escribieron en la tradición historicista, y sus ideas estaban profundamente insertadas en la tradición idealista alemana de pensamiento histórico y político. Ninguno de los dos fue nazi. En realidad, ambos tuvieron sus roces con los nazis. Meinecke fue desplazado de su cargo como editor del Historische Zeitschrift en 1935, y Ritter, como asociado de Cari Goerdeler, fue puesto en prisión en 1944 después del atentado contra la vida de Hitler. El influyente libro de Meinecke, Die deutsche Katastrophe, que apareció en 1946, y Europa und die deutscheFrage, el libro de Ritter que tenia un tono de disculpa más intenso, publicado en 1948, constituían

25 24

IAN KERSHAW

en su esencia intentos por justificar el idealismo alemán y la tradición política nacional. Según esa visión, el nazismo había surgido de una suerte de excrecencia parasitaria subalterna, que se podía rastrear hasta las negativas fuerzas salidas a la luz por primera vez en la Revolución francesa, y que habían coexistido junto al desarrollo del estado alemán, en general saludable y positivo. Si bien existieron señales amenazadoras a fines del siglo XIX, fue sobre todo una desastrosa serie de acontecimientos desatados por la primera guerra mundial la que provocó en toda Europa, y no sólo en Alemania, la caída de los valores morales y religiosos, el predominio del materialismo, el aumento de la barbarie y la corrupción de la política como maquiavelismo y demagogia. El nazismo fue, por lo tanto, según esa interpretación, el terrible resultado de tendencias europeas, no específicamente alemanas, y constituyó una decisiva ruptura con el "saludable" pasado alemán más que un producto de él. Meinecke hablaba de "la historia de la degeneración de la humanidad alemana".10 A Ritter le resultaba "casi insoportable" pensar que "la voluntad de un solo loco" había llevado a Alemania a la segunda guerra mundial.11 El nazismo fue, por lo tanto, más o menos un accidente en un desarrollo que por otra parte era loable. Y el desastre que sobrevino en Alemania podía, en gran parte, ser atribuido a Hitler, el "demonio". (Estos intentos defensivos de interpretar al nazismo como parte de una enfermedad europea eran, por supuesto, la respuesta directa a la cruda interpretación propuesta por los autores anglonorteamericanos después de la guerra; ellos consideraban que el nazismo sólo podía ser visto como la culminación de siglos de subdesarrollo cultural y político de Alemania, que podía rastrearse hasta Lutero y más allá todavía.12) El comienzo de una rápida declinación de la influencia del historicismo y una transformación en el pensamiento acerca de la historia surgieron a partir de la "controversia Fischer", de principios de la década de 1960. Sin dejar de usar métodos totalmente tradicionales de investigación, Fritz Fischer, en su Griffnach der Weltmacht, publicado en 1961, puso al descubierto los objetivos agresivos y de guerra expansionista de las élites alemanas en la primera guerra mundial, y con ellos derribó el argumento de que un

desarrollo básicamente saludable hasta un cierto momento "se había descarrilado" después de la guerra. Y si bien no era su intención, Fischer también abrió nuevas áreas de preocupación para la investigación histórica, especialmente con respecto al papel de las élites "tradicionales" y las continuidades en las estructuras sociales, y también la política tanto interior como exterior, que relacionaba la era imperial con la era nazi. El escándalo que provocó el trabajo de Fischer reflejaba claramente la amplitud del impacto cultural en el grupo dominante en los estudios históricos.13 El proceso de transformación desatado en parte por la "controversia Fischer" fue continuado, en gran medida, por el debilitamiento de la vieja rigidez, gracias a la expansión del sistema universitario; por los desafíos a la profesión de los historiadores, provocados por los avances producidos en las ciencias sociales; y por los cambios en el clima político e intelectual que acompañó el final de un largo período de gobierno conservador y el "movimiento estudiantil" de finales de los años sesenta.14 Despojados de su aislamiento historicista y en un contexto donde las estrechas relaciones culturales con otros países europeos y con los Estados Unidos eran activa e intensamente promovidas, los estudios históricos alemanes salieron al mundo exterior. Los conceptos estructurales de la historia, derivados en particular de la escuela francesa de los Ármales, y la influencia de las ciencias políticas y sociales norteamericanas comenzaron a transforman los enfoques históricos en Alemania occidental. Enfoques nuevos y más teóricos en los estudios históricos, fuertemente inclinados hacia los desarrollos del otro lado del Atlántico en las ciencias políticas y sociales, lucharon por establecerse por primera vez en las universidades alemanas. El enfoque de la "nueva historia social" o "ciencia histórico-social", promoviendo una disciplina integradora basada en la teoría para construir un análisis estructural de la "historia de la sociedad", cambió radicalmente el acento de los estudios históricos tradicionales en Alemania. Este enfoque afirmaba que el concepto de "política" necesitaba ser subordinado al concepto de "sociedad", de modo que la "historia política", si bien importante en sí misma, por sí sola no podía proveer una clave para la comprensión histórica y necesitaba echar

26

IAN KERSHAW

raíces en un contexto más amplio (y teórico).15La creación de dos nuevas revistas —el Geschichte und Gesellschafl, en 1975, y Geschichtsdidaktik, en 1976—, donde se materializó la metodología y la publicación de los descubrimientos de las investigaciones de estos nuevos enfoques, se podría decir que refleja el hecho de que la "historia como ciencia social", innovadora a mediados de los años sesenta, se convirtió en un hecho establecido e institucionalizado una década más tarde. Este progreso, por supuesto, fue cuestionado. El guante arrojado por los representantes del enfoque de la "nueva historia social" fue recogido por los principales historiadores, quienes, aunque ya divorciados del historicismo clásico, seguían aferrándose a los métodos históricos y ámbitos de interés convencionales. Los debates acerca del método histórico entre los dos bandos —aparentemente irreconciliables— en ocasiones eran feroces. Y éstos tienen una influencia directa en las controversias acerca del nazismo. El principal protagonista del enfoque "historia de la sociedad", Hans-Ulrich Wehler, en general no era considerado un especialista en nazismo, aunque sus estudios sobre la Alemania imperial estaban expresamente emparentados con la cuestión de la continuidad de las estructuras de la sociedad alemana entre 1870 y 1945.16 Entre los principales atacantes de la "nueva historia social" y defensores de los méritos de la historia política convencional —con un fuerte acento en la historia de la diplomacia y las relaciones exteriores, la importancia del individuo y su voluntad e intención, en contraposición a determinantes estructurales, y el valor del método histórico tradicional de investigación empírica— fueron los difuntos Andreas Hillgruber y Klaus Hildebrand, ambos famosos expertos en la política exterior de la Alemania nazi.17 En un artículo clave de 1973, Hillgruber desarrolló un argumento a favor del regreso a un acento central sobre la moderna historia política.18 Allí atacaba fieramente "las exageradas afirmaciones de moda de la 'historia social'", donde los modelos han reemplazado a las pruebas concretas. Los enfoques de la nueva historia social no eran, en su opinión, adecuados para arrojar luz sobre el sistema internacional y los todavía cruciales determinantes del "equilibrio de poderes" en asuntos internacionales. Recha-

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

13

zaba la excesiva simplicidad de las teorías de "imperialismo" o "fascismo", y terminaba con una andanada contra la idea de que no existe nada semejante a "la erudición libre de valores". De este modo, reafirmaba su opinión de que el trabajo del estudioso debe seguir siendo independiente de su compromiso político. La línea de ataque de Hildebrand era similar, aunque éste usaba un tono todavía más directo.19 Atacaba la aplicación de la teoría, ya que la acción política debe buscarse en las fuentes y en la crítica de las fuentes, en la evaluación de la situación particular, de las aspiraciones individuales, en las decisiones, en los acontecimientos accidentales y sorpresivos. Negaba que las relaciones internacionales pudieran ser consideradas un derivado de los desarrollos sociales, y argumentaba que, comparados con los conceptos de "hegemonía" y de "equilibrio de poderes", los de la "nueva historia social" eran de limitado valor. El único procedimiento legítimo para el historiador era trabajar desde lo particular a lo general, y no al revés. Para él, la aplicación de la teoría era metodológicamente dudosa, potencialmente excluyente de muchas facetas de la realidad. Concluía reafirmando la opinión de que el pasado es autónomo y no está allí para dar información o instruir al presente. La réplica de Wehler sostenía que el enfoque de Hillgruber también necesitaba sustento teórico y conceptual, y que su confianza en los objetivos de los grupos conductores, ideas políticas e intenciones conducía inexorablemente hacia una historia política de las ideas que no abría nuevos horizontes. Wehler destacaba las limitaciones de concentrarse en las fuentes de archivos solamente para el análisis de la toma de decisiones en política exterior.20 Su respuesta a Hildebrand fue expresada de manera más aguda. Lo acusó de exageración teórica, ataques sin sentido, y aparentemente, por lo menos en un lugar, hasta de incluir citas distorsionadas deliberadamente.21 Veía su insistencia en operar desde lo particular hasta lo general como algo insuficiente, incluso para la investigación sobre el nazismo de Hildebrand mismo. En una andanada posterior, atacó el enfoque de la historia del nazismo como aparece en el trabajo de Hildebrand diciendo que se trataba de un "historicismo confuso y deformado".22 Éste, a su vez, aseguraba que los comentarios de Wehler demostraban precisa-

14

IAN KERSHAW

mente cómo la relación de la sociedad y Hitler, de estructura y personalidad en el Tercer Reich, "pueden ser distorsionadas y descriptas de manera simplista gracias a los prejuicios y la falta de conocimiento". Sostenía, además, que el artículo de Wehler estaba fuera de los límites de los estudios serios, que acumulaba afirmaciones de opinión política e insulto personal y que carecía de valor en el contexto de una discusión académica seria.23 Estos intercambios intransigentes sobre los enfoques teóricos y las cuestiones metodológicas tienen una relación directa con la naturaleza de algunas controversias interpretativas clave acerca del nazismo. Indican las dificultades teóricas para reconciliar un enfoque "estructural" para la historia del nazismo con uno de tipo personalista, un problema clave para la interpretación del papel y el lugar de Hitler en el sistema nazi de gobierno. En segundo lugar, señalan algunas de las dificultades de la relación del historiador con las fuentes. Es decir, cómo deben ser entendidas y leídas. En tercer lugar, plantean la compleja cuestión de la posición política del historiador, de qué manera se relaciona con las circunstancias políticas en las que él o ella vive y trabaja, y la relación entre las posiciones teórico-metodológicas y político-ideológicas. Acerca del primer punto, el enfoque teórico, conceptual de Wehler impulsó una preferencia metodológica instintiva y brindó apoyo al trabajo de los historiadores del nazismo llamados "revisionistas", como Hans Mommsen, el difunto Martin Broszat, y Wolfgang Schieder, quienes, trabajando por lo general sin la aplicación consciente de un gran aparato teórico, enfocaron complejos problemas como la interrelación de la política interior y la exterior en el estado nazi, la estructura de la maquinaria del estado y los procesos de toma de decisiones, y, no menos importante, el lugar y la función de Hitler en el sistema nazi, en lo que podría ser ampliamente descrito como un modo "estructural-funcionalista". De manera correspondiente, las limitaciones son fuertemente destacadas por explicaciones que se apoyan principalmente en las intenciones conscientes de Hitler y su papel individual en la formación de la política nazi.24 Con respecto al segundo punto, la disputa acerca del método histórico ha resaltado el problema de cómo el historiador cons-

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

29

truye una explicación de las fuentes. Más allá de las deficiencias en las fuentes materiales sobre el nazismo que señalábamos anteriormente, las fuentes, muchas veces, (como señalaba el difunto Tim Masón en expresa referencia a las intenciones y los objetivos de Hitler) pueden "ser leídas de muchas maneras diversas, según los diferentes tipos de otros conocimientos históricos que son traídos a colación en estos textos", y no deberían ser leídas únicamente en lo que parece ser el literal modo del "sentido común". 25 De ahí que algunas de las controversias (particularmente aquellas en torno de Hitler) se plantean entre historiadores que usan precisamente las mismas fuentes documentales, pero que parten de diferentes premisas y concepciones —no sólo acerca de lo que fue el Tercer Reich, sino también acerca de qué es eso de escribir historia—, y las leen de una manera radicalmente diferente. El tercer punto, la influencia de consideraciones políticoideológicas sobre la historiografía del nazismo, es un tema independiente e importante, al que ahora paso a dedicarme.

La dimensión político-ideológica Dos áreas separadas, aunque relacionadas, necesitan ser consideradas: primero, los modos en que la división de Alemania moldeó las premisas político-ideológicas para interpretar el nazismo a ambos lados del Muro; y segundo, los modos en que estas diferencias han dado forma a los cambiantes patrones de lo escrito sobre el nazismo dentro de la República Federal misma.26 En la República Democrática Alemana, fundada sobre principios marxistas-leninistas, el antifascismo fue, desde el comienzo, una piedra angular indispensable de la ideología y legitimidad del estado. Por lo tanto, el trabajo histórico sobre "Hitler-fascismo" ha tenido siempre una relevancia política directa. Y dado que el fascismo fue considerado un producto intrínseco del capitalismo, y e l vecino estado de Alemania occidental se fundaba en los principios capitalistas de los aliados occidentales, la investigación histórica sobre el fascismo tuvo la tarea no meramente de educar a los ciudadanos alemanes orientales acerca de los horrores y males del

15

IAN KERSHAW

pasado, sino también, y con mayor razón, acerca de los peligros y males presentes y futuros, del potencial fascismo, considerado parte constitutiva del imperialismo capitalista, especialmente en la República Federal. La comprensión del nazismo en la República Democrática Alemana se apoyaba en la larga tradición de la Internacional Comunista de luchar con el problema del fascismo en los años veinte y treinta, que culminó en la famosa formulación de Georgi Dimitroff, definitivamente establecida en el Séptimo Congreso del Comintern en 1935, con respecto a que el fascismo era "la dictadura abierta y terrorista del más reaccionario, más chauvinista y más imperialista de los elementos del capital financiero".27 El "pasado no dominado" del estado alemán occidental —junto con la supervivencia de personas con un pasado más que dudoso durante el Tercer Reich, bastante renuente, en lugares prominentes de la economía y de la vida política— simplemente destacaban para los estudiosos alemanes orientales la relevancia presente y el sentido político de sus estudios históricos. La introducción a una colección de ensayos que sintetiza los resultados de la investigación histórica en la República Democrática Alemana sobre el nazismo, declara categóricamente: "El objetivo y la preocupación del libro se verán satisfechos si, como un primer paso en el camino hacia una amplia investigación sobre los problemas políticos del fascismo, históricos y actuales, se logra proveer material erudito para la lucha actual contra el fascismo y el imperialismo".28 Y uno de los colaboradores del volumen destacaba aún más: el intento de los capitalistas de apuntalar su poder con nuevos métodos —los del fascismo— es una verdad que "ha sido tomada con pasión por los historiadores marxistas, quienes, con su investigación de la historia del fascismo, quieren hacer una contribución para combatir las fuerzas reaccionarias que siempre están reapareciendo con nuevos disfraces, y quienes, sobre la base de su experiencia histórica, actúan desde el punto de vista de que la lucha antifascista sólo puede ser llevada a la victoria con la total eliminación del poder y la superación del capital monopólico".29 Uno de los más importantes historiadores de la República Democrática Alemana precisamente resumía este punto: "Para nosotros, la inves-

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

31

tigación sobre el fascismo significa participar en la actual lucha de clases".30 El marco de referencia ideológico dentro del cual la investigación histórica operaba en Alemania occidental era menos abiertamente declarado, pero era obvio de todas maneras. 31 El principal objetivo en la formulación de la Constitución Alemana Occidental (la "Ley Básica") era eliminar la posibilidad de la creación de un sistema "totalitario", no sólo como el que existió en el Tercer Reich, sino como el que ha seguido existiendo en la Unión Soviética y en la Zona Soviética de Alemania. La constitución era intencionalmente tanto antifascista como anticomunista. Como ha sido señalado, "la teoría del totalitarismo que compara y hasta llega a igualar fascismo y comunismo puede, por lo tanto, ser considerada la idea dominante detrás de la ley constitucional básica e incluso, hasta un cierto punto, la ideología oficial de la República Federal".32 La premisa "totalitaria" estaba implícita y era ampliamente aceptada en Alemania occidental, aun entre los socialdemócratas, antes de que los escritos eruditos de los emigrantes alemanes en los Estados Unidos, especialmente los de Hannah Arendt y Cari Friedrich, establecieran que el totalitarismo constituía el concepto central para interpretar al nazismo. 33 El enfoque a partir del concepto de "totalitarismo" dominó la investigación sobre "historia contemporánea" en la República Federal en los años cincuenta y principios de los sesenta. Los influyentes trabajos de Karl Dietrich Bracher sobre el final de la República de Weimar y sobre la "toma del poder" por parte del nazismo son los más notables ejemplos.34 La importante revista de "historia contemporánea", la Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte, que apareció por primera vez en 1953, también consideró que era su misión no sólo estudiar el nazismo, sino emprender investigaciones sobre los movimientos totalitarios en general, incluido, por supuesto, el comunismo.35 El desafío a la predominante teoría del totalitarismo y al renacimiento de las teorías fascistas en Alemania occidental en los años sesenta se llevó a cabo en dos planos: el de la erudición académica Y el de la polémica ideológico-política. Pero, como siempre, había u na conexión intrínseca entre los dos niveles, que nunca podrían

32

IAN KERSHAW

ser separados completamente. Al abordar el primer desafío importante con respecto a los valores dominantes del estado conservador manejado por los demócratas cristianos a mediados de los años sesenta y la creciente crisis dentro de las universidades alemanas que se desató en 1968, la discusión académica sobre el fascismo y la rehabilitación intelectual de las teorías fascistas de los años entre las dos guerras mundiales rápidamente se convirtió en una "esloganización" por parte de segmentos de la izquierda, mientras que la impresionada y excesiva reacción de la derecha liberal y conservadora le aseguró un lugar al debate sobre fascismo o totalitarismo como parte del diálogo y el conflicto político. Nos ocuparemos de esas teorías y sus críticas en el capítulo siguiente. Acá, el asunto es ilustrar las claras connotaciones políticas que lleva consigo la controversia académica. Además, no sólo las repercusiones del año de disturbios de 1968, sino también la mucho más abierta politización de los claustros universitarios en Alemania occidental ayudaron a delinear los perfiles del debate. Y mientras en los años sesenta y principios de los setenta la expansión de las universidades en general promovió una sensación de desafío a la ortodoxia y a las posiciones dominantes, las restricciones en el crecimiento de la educación superior y la Berufsverbot contribuyeron a un cambio de clima.36 El predominio —apoyado por abundantes y sumamente influyentes publicaciones— del establishment conservador y liberal en la profesión de los historiadores fue reafirmado en no menor medida. El tono del conflicto está bien representado en los comentarios de dos de los principales historiadores "liberal-conservadores" del nazismo, Karl Dietrich Bracher y Andreas Hillgruber. En un breve y muy leído libro de texto sobre la historia alemana de posguerra, publicado a mediados de los años setenta, 37 Andreas Hillgruber habló de la crítica radical en las universidades, que se hacía cada vez más dependiente de las "fuerzas del marxismo-leninismo doctrinario", orientadas hacia el modelo de la República Democrática Alemana, y de una búsqueda en la "Nueva Izquierda" de ideología y adoctrinamiento (la cual, al rotularla "necesidad de teoría", implícitamente era asociada al costado "progresista" de los debates teórico-metodológicos dentro de

16

las disciplinas históricas). Consideraba que la hipótesis de la "primacía de la política interior", que Wehler y otros habían derivado del trabajo de Eckhart Kehr y desplegado principalmente como un aparato heurístico, proporcionaba una "aparente legitimación intelectual" de la supuesta convicción de la "Nueva Izquierda" con respecto a que el cambio social radical e incluso la revolución eran la única preocupación del presente. El más notable de todos los historiadores germano-occidentales especializados en el Tercer Reich, Karl Dietrich Bracher, también dejó muy en claro sus opiniones acerca de la cambiante naturaleza de los escritos sobre "historia contemporánea". 38 Escribió que la vivaz discusión de los años sesenta había sido estimulada, pero también ensombrecida y a veces distorsionada, por la politización y los trastornos institucionales en las universidades y la educación superior alemanas. Las tendencias de la investigación hacia los enfoques interdisciplinarios y comparativos también habían hecho su contribución, especialmente la ampliación del método histórico y el requerimiento de una base de ciencias sociales para los estudios de la historia. Un "renacimiento marxista" de la "Nueva Izquierda" había aumentado la complejidad y la confusión de conceptos, especialmente en las "vehementemente manifestadas afirmaciones de una teoría" y en el "ataque radical a los patrones anteriores de interpretación que habían surgido esencialmente del esfuerzo de comprender el pasado después de las catástrofes de 1933 y 1945". A medida que los enfoques moldeados por la experiencia del Tercer Reich se desvanecían, fueron siendo reemplazados por enfoques e ideas crítico-sociales que ponían a las anteriores interpretaciones bajo fuego cruzado, frecuentemente lanzado por "rústicas armas". Los logros de la investigación anterior fueron ignorados o distorsionados, y se recurrió a la agitación política en la que "la lucha ideológica fue realizada por detrás y en nombre del saber". Bajo la exigencia de teoría y revisión, los cánones previos de los estudiosos fueron también distorsionados. El ataque a los valores liberal-democráticos había sido articulado en los amargos embates contra la idea de totalitarismo y en la ilimitada expansión de la teoría general del fascismo, que rápidamente había degenerado desde los nuevos enfoques intelectuales

17

IAN KERSHAW

(como los de Ernst Nolte) hasta formulaciones marxistas-comunistas de agitación que rejuvenecían las de las décadas de 1920 y de 1930, y atacaban el concepto occidental de democracia como "burgués tardío" y "capitalista tardío", y el estado parlamentario liberal-democrático de Alemania occidental como simplemente "restaurador". Las explicaciones ideológicas monocausales habían reemplazado a la anterior apertura de la ciencia política e histórica. También los escritores no marxistas, por el ímpetu de los métodos socioeconómicos y la "sociologización de la historia contemporánea", habían contribuido a un cambio de lenguaje y de estilo de interpretación. En general, el acceso a nuevas fuentes y la intensificación de la investigación empírica habían ampliado la base para el trabajo sólido, especializado. Pero esto generaba una relación difícil con la "tendencia, a través de la teorización y la alienación ideologizante desde la historia de las personas y los hechos, a mostrar y poner en efecto como tema dominante y conductor la crítica contemporánea del capitalismo y la democracia". Las controversias que vamos a explorar surgieron en este clima, recubiertas de consideraciones políticas e ideológicas. En un estado que no ha tenido una importante escuela historiográfica marxista, la mayoría de los debates que vamos a considerar son controversias entre historiadores de diferentes tipos de tendencia liberal-democrática. La politización del debate es acá más latente que patente. En la medida en que llega a salir a la luz, lo hace oscuramente reflejado en disputas filosóficas acerca de la relevancia de los valores sociales y políticos del momento, respecto de los escritos de los historiadores, y de si éstos deberían ser proscriptos en beneficio de una historia "libre de valores" y "objetiva".39 Existe un acuerdo general acerca de la tarea del historiador de "educar" en cuanto a los valores de razón, libertad y "emancipación", pero semejante compromiso difuso con la virtud y no con el pecado naturalmente deja espacio para una multitud de a menudo apenas semiocultas posiciones ideológicas. Además, como lo demuestran los comentarios anteriores, tampoco impide la aparición de menosprecios y calumnias como acompañamiento de la controversia erudita. Una manifestación de esto fue la afirmación de que, en su intento de "revisión" de las aceptadas interpretaciones del na-

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

35

zismo, los historiadores estaban "trivializando" la naturaleza maligna del régimen nazi. Esto indica de manera impresionante la importancia, también, de la dimensión moral, inevitable al escribir sobre el nazismo.

La dimensión moral El contenido moral de los escritos sobre el nazismo de principios de la posguerra era explícito. Los historiadores de las potencias victoriosas estaban demasiado ansiosos por encontrar en el nazismo la confirmación de todas las peores características de los alemanes a través de los siglos, y del evidente apoyo masivo a Hitler en los años treinta deducían una "enfermedad" peculiarmente alemana y una fácil igualación de los alemanes y los nazis. Ya hemos señalado el tono moral de la defensa contra estas torpes acusaciones en los trabajos de Meinecke y Ritter, que reflejaban el natural carácter de disculpa de los escritos alemanes sobre temas históricos en la era de posguerra. La insistencia en "la otra Alemania" y el complot de resistencia de 1944 —como, por ejemplo, en la biografía de Goerdeler escrita por Gerhard Ritter— una vez más indica la preponderancia de la dimensión moral en los escritos sobre el Tercer Reich a principios de la posguerra.40 Aunque los estudiosos más recientes se han apartado totalmente de la indignación y el resentimiento, de la condena y la disculpa que caracterizaron la era de posguerra, un fuerte elemento permanece como una presencia latente. Todos los intelectuales serios (los alemanes sobre todo) demuestran, incluso por el lenguaje que usan —por ejemplo, en el frecuente uso de términos como "criminalidad" y "barbarie" en relación con el régimen nazi—, su desprecio moral por el nazismo. Esto señala un punto que numerosos comentaristas han advertido como una dificultad en la interpretación del nazismo. Mientras que los historiadores tradicionalmente tratan de evitar todo juicio moral (con diversos grados de éxito) en el intento de alcanzar una "comprensión" (Verstehen) favorable de su tema de estudio, esto resulta claramente imposible en el caso del nazismo y de Hider. Wolfgang Sauer plan-

36

IAN KERSHAW

tea el dilema de la siguiente manera: "Con el nazismo, el historiador se enfrenta a un fenómeno que no le deja otro camino que el rechazo, sea cual fuere su posición individual. Literalmente, no hay ninguna voz importante que esté en desacuerdo en este asunto. [...] ¿Pero este rechazo fundamental no implica una falta fundamental de comprensión? Ysi no comprendemos, ¿cómo podemos escribir historia? El término 'comprender' tiene, ciertamente, un significado ambivalente; podemos rechazar y seguir 'comprendiendo'. Sin embargo, nuestras capacidades intelectuales y psicológicas alcanzan, en el caso del nazismo, una frontera no imaginada por Wilhelm Dilthey. Podemos elaborar teorías explicativas, pero, si nos enfrentamos directamente con los hechos, todas las explicaciones parecen débiles".41 Puede ser que el problema resulte, en la práctica, menos serio de lo que Sauer imaginaba. Después de todo, los historiadores de muchos otros regímenes políticos y sus líderes con frecuencia tienen muy pocas oportunidades de dar muestras de su "comprensión favorable" hacia el objeto de sus estudios. Aun así, el problema no podía ser más claramente puesto de relieve que en el caso de la Alemania de Hitler, aunque la universal condena moral del nazismo hace que resulte mucho más sorprendente que la cuestión de su implícita trivialización moral en los escritos sobre temas históricos sea siquiera planteada. Karl Dietrich Bracher parece haber comenzado y sus comentarios muestran que la afirmación no está desconectada de las cuestiones de método histórico y de las resonancias político-ideológicas que ya hemos analizado. Bracher afirma que los enfoques marxistas y de la "Nueva Izquierda" —pero también los de algunos bien establecidos "burgueses" liberales (o, como los llama él, "relativistas")— equivalían a una enorme subestimación de la realidad del nazismo. Por consiguiente, "la dimensión ideológica y totalitaria del nacionalsocialismo se reduce a tal extremo que la barbarie de 19331945 desaparece como fenómeno moral". El resultado es que "puede muy bien parecer que una nueva ola de trivialización y hasta de disculpas estaba comenzando".42 En un tono similar, Klaus Hildebrand criticaba a aquellos que "inmovilizados en lo teórico, se preocupan vanamente por las explicaciones funcionales de la

37

fuerza autónoma en la historia, y el resultado es, con frecuencia, que contribuyen a su trivialización".43 El rechazo más directo a tales afirmaciones fue expresado por Tim Masón, dentro del contexto de los debates sobre el nazismo: "El debate ha alcanzado tal pico de intensidad que algunos historiadores ahora se acusan entre sí de 'trivializar' al nacionalsocialismo en sus trabajos, de proporcionar, implícitamente, sin pensarlo, una disculpa para el régimen nazi. Ésta es tal vez la más seria acusación que se puede hacer contra los historiadores serios de este tema", planteando "preguntas fundamentales acerca de la responsabilidad moral y política del historiador".44 Las interpretaciones que han dado lugar a estas acusaciones de trivialización nos ocuparán más adelante en el libro. Basta ahora con señalar que la acusación ha sido hecha para ilustrar las inevitables resonancias morales de cualquier discusión acerca del nazismo, en particular entre los historiadores alemanes. En realidad, aunque Bracher tenía algún fundamento para su acusación en el caso de las más banales producciones de la "Nueva Izquierda" que no veían diferencias esenciales entre el fascismo y otras formas de "dominación burguesa", me parece que era, y es, una acusación totalmente innecesaria e injustificada cuando se la extiende a los historiadores serios del nazismo. Sin embargo, la acusación de "trivialización" no plantea precisamente la cuestión de un propósito moral al escribir sobre el nazismo. ¿Es el objetivo aprender acerca de la maldad del nazismo "comprendiéndolo"? ¿Es cuestión de condenar un fenómeno único de maldad que por el hecho de ser único jamás puede repetirse y ya desapareció para siempre? ¿Es el objetivo extraer lecciones de este horror del pasado acerca de la fragilidad de la democracia moderna y la necesidad de mantener una constante guardia contra la amenaza a las democracias liberales tanto de la derecha como de la izquierda? ¿El propósito es acaso proveer estrategias para el reconocimiento y la prevención de un resurgimiento del fascismo? ¿Es realizar al mismo tiempo un acto de recuerdo y de advertencia a través del odio y la furia? Esta última parecía ser la posición de la difunta Lucy Dawidowicz en un libro que sólo se ocupa de la moralidad de los escritos de los historiadores sobre el

19

Holocausto.45 Ella hablaba allí del nazismo como "la esencia del mal, el demonio liberado en la sociedad, Caín en una encarnación corporativa". Sostenía ella que "nada salvo la más lúcida conciencia del horror de lo que ocurrió puede ayudar a evitarlo en el futuro". Y citaba complacida las palabras de Karl Jaspers: "Lo que ha ocurrido es una advertencia. Olvidarlo es una culpa. Debe ser recordado continuamente. Fue posible que esto ocurriera, y sigue siendo posible que vuelva a ocurrir en cualquier momento. Sólo conociéndolo es posible evitarlo".46 Al mismo tiempo, el disgusto de ella por los métodos de los historiadores marxistas y estructuralistas (que fueron otra vez acusados de abdicar de su responsabilidad profesional) y su predilección por la historia personalizada —pues la "atribución de responsabilidad humana por los hechos históricos que ocurren... a los instigadores y agitadores que hacen que las cosas ocurran"47— plantea una vez más, de manera sorprendente, el problema de cómo el método histórico que ella favorecía puede producir los efectos que ella deseaba. Volvemos otra vez a la interrelación entre el método del historiador, la naturaleza moral de su obligación profesional, y el marco de referencia político ideológico en el que esa obligación es llevada a cabo.

2. La esencia del nazismo: ¿una forma de fascismo, un tipo de totalitarismo o un fenómeno único?

Desde 1920, se han producido debates acerca de la naturaleza y el carácter del fenómeno nazi: cómo debería ser ubicado en el contexto de los sorprendentemente nuevos movimientos políticos que, desde la revolución bolchevique de 1917 hasta cinco años después de la "Marcha sobre Roma" de Mussolini, estuvieron modificando el perfil de Europa. Mientras los teóricos del Comintern en los años veinte ya rotulaban al nazismo como una forma de fascismo engendrada por el capitalismo en crisis, los escritores burgueses sólo un poco más adelante comenzaron a asociar derecha e izquierda como los combinados enemigos totalitarios de la democracia. Los debates fueron, por supuesto, considerablemente ampliados durante los años del gobierno nazi: por una parte, con la finalización de la definición del fascismo dada por la Comintern en 1935 y con los análisis del fascismo por parte de los teóricos de izquierda exiliados en Occidente, y, por otra parte, con una creciente predisposición en las democracias occidentales y en los Estados Unidos a considerar al nazismo y al comunismo soviético las dos caras de una misma moneda totalitaria, una visión aparentemente confirmada por el Pacto de No Agresión Nazi-Soviético de 1939. Si bien esta línea de pensamiento naturalmente se desdibujó a partir de 1941, resurgió con más fuerza todavía al comienzo de la guerra fría, a fines de los años cuarenta. Durante la era de la guerra fría, las interpretaciones izquierdistas del nazismo como una forma de fascismo perdieron su influencia, mientras que las teorías basadas en el concepto de totalitarismo disfrutaron de sus buenos momentos hasta que fueron cada vez más atacadas —desplomándose bajo el peso de la acumulación de detalladas investigaciones— sólo a finales de los años sesenta, un período de creciente distensión, de mayor introspección y crítica tanto a la sociedad como a los gobiernos occidentales, y después, de

40

LAN KERSHAW

desórdenes en las universidades y nuevas corrientes intelectuales. El renacimiento del interés por el fascismo como un problema general se vio reflejado en una exuberante producción de estudios no sólo desde la izquierda, sino también desde los escritores liberales. Esto puso a los teóricos del "totalitarismo" a la defensiva, aunque se produjo una cierta retirada en los años setenta cuando la debilidad del enfoque comparativo del fascismo se volvió cada vez más obvia. El debate acerca del fascismo y del totalitarismo se mantuvo con vida también por su relación con una tercera corriente de interpretación que demostró ser sumamente influyente: la que dice que el nazismo puede sólo ser explicado como producto de las peculiaridades del desarrollo prusianogermánico a lo largo de, más o menos, el siglo anterior. Pero esa interpretación era presentada de dos maneras totalmente diferentes y opuestas. Los historiadores sociales, al concentrarse en las causas del nazismo, destacaban un camino específico de modernización en Alemania, donde, mucho más que en las sociedades occidentales, las tradiciones autoritarias y feudales preindustriales, precapitalistas y preburguesas sobrevivían en una sociedad en la que nunca hubo una verdadera burguesía y coexistían en una relación de tensión con una economía capitalista moderna y dinámica. Esto se mantuvo hasta que finalmente explotó en una violenta protesta cuando esa economía se derrumbó en una crisis. Fue menos la na. turaleza del capitalismo alemán que el vigor de las fuerzas premodernas en la sociedad alemana lo que determinó el camino a la victoria del nazismo en 1933. Aunque destacaban las peculiaridades del desarrollo alemán, los exponentes de esta interpretación señalaban los obvios paralelos en otras sociedades —por ejemplo, en Italia— y consideraban el nazismo, con todas sus características singulares, una forma de fascismo en lo que hace a sus orígenes socioeconómicos y a su formación. No veían, al mismo tiempo, ninguna incompatibilidad necesaria con los elementos de la teoría del totalitarismo en cuanto a ciertos componentes de gobierno. 1 El hecho de destacar una "revolución burguesa fallida" y el predominio de estructuras preindustriales y neofeudales al explicar un "camino especial" alemán de desarrollo estaba, sin embar-

LA ESENCIA DEL NAZISMO

41

go, sujeto a un ataque frontal.2 La posición alternativa ponía de relieve, en contraste, el carácter burgués de la sociedad y la política alemanas de fines del siglo xix y —de manera implícita, más que explícita— la necesidad de explicar al nazismo no por las "peculiaridades alemanas", sino por los desequilibrios particulares de la forma de capitalismo y del estado capitalista que existían en Alemania. Se podría pensar que esta línea de argumentación —sean cuales fueren sus méritos— sólo lo llevaría de vuelta a una serie de preguntas sobre las "peculiaridades" ligeramente diferente para poder dar respuesta al obvio problema acerca de por qué sólo Alemania, entre todas las economías capitalistas industriales sumamente avanzadas (Italia, aunque había hecho grandes progresos de industrialización antes de la guerra, no podía ser puesta a la par de las principales economías industriales), produjo una dictadura "fascista" totalmente desarrollada. El acalorado —aunque un tanto artificial— debate sobre el "camino especial" del desarrollo alemán se preocupaba más por la interpretación del período imperial que por el Tercer Reich. A pesar de sus obvias connotaciones para la comprensión de los orígenes del nazismo, no es necesario que nos ocupemos más de este asunto en este lugar, en particular porque los historiadores de ambos bandos del debate aceptan completamente que, con todas sus características particulares, el nazismo entra en una categoría más amplia que la de los movimientos políticos que llamamos "fascistas". Las "peculiaridades" alemanas a las que se refiere esta controversia son las que colocan a Alemania aparte de las democracias parlamentarias occidentales, no aparte de Italia o de otras formas de fascismo. Una manera diferente y más exclusiva de destacar la singularidad del nazismo como producto de la historia prusiano-alemana reciente ha sido un importante foco de la interpretación de algunos de los más importantes historiadores políticos alemanes occidentales en sus análisis del carácter y la naturaleza del gobierno nazi. De acuerdo con esta interpretación, el nazismo fue sui generis: un fenómeno del todo único que surgió del legado peculiar del estado autoritario prusianoalemán y del desarrollo ideológico alemán, pero que debe su singularidad sobre todo a una persona, Hitler, un factor de arrolladura importancia en la historia del na-

42

IAN KERSHAW

zismo y uno que es imposible ignorar, subestimar o sustituir. Tan singular fue la contribución ideológica y política de Hitler a la formación y dirección del movimiento nazi y luego del estado nazi, que cualquier intento de rotular el nacionalsocialismo como "fascismo" —y de esa manera compararlo con otros movimientos "similares"— carece de sentido e implica, además, la "trivialización" de Hider y del nazismo. Más bien, está tan inrrincadamente entretejido el nacionalsocialismo con el ascenso, la caída, los objetivos políticos y la destructiva ideología de esa personalidad única, que es lícito hablar del nazismo como "hiderismo". Aunque excluyen con vehemencia toda posibilidad de considerar al "hitlerismo" como un tipo de fascismo, los exponentes de esta interpretación de todas maneras agregaron un importante elemento de comparación al argumentar que la forma y naturaleza del gobierno nazi hacía esencial considerar el nazismo una clase de totalitarismo, junto con el comunismo soviético (en particular el estalinismo) .3 En este capítulo, primero resumiré brevemente las etapas del desarrollo y las principales variantes de interpretación dentro de los enfoques del tipo "totalitarismo" y del tipo "fascismo". Existe ya una amplia literatura que examina y describe estos enfoques en detalle, de modo que brindaré un resumen tan breve como sea posible sólo como orientación. En segundo lugar, trataré de evaluar los puntos fuertes y las debilidades de las ideas en su aplicación al nazismo. Finalmente, a la luz de la discusión del nazismo y del fascismo, volveré a considerar el argumento de la singularidad del nazismo en el contexto de la "peculiaridad" del desarrollo alemán.

Totalitarismo Es equivocado considerar el concepto de totalitarismo simplemente como un producto de la guerra fría, aunque ése fue, en efecto, el período de su mayor florecimiento. Su uso es en realidad tan viejo como el de fascismo, que se remonta a los años veinte. Y aunque entra un poco más tarde en la escena de los teoremas fascistas, el enfoque de totalitarismo fue pronto ampliamente acep-

LA ESENCIA DEL NAZISMO

43

tado como una teoría "establecida" y también del "establishment", antes de ser sometida a un dañino desafío en los años sesenta. Me ocuparé, por lo tanto, primero del totalitarismo. El término fue acuñado en Italia el 23 de mayo de 1923 y fue usado al principio como un término antifascista de insulto. Para dar vueltas las cosas y volverlas contra sus oponentes, Mussolini se apoderó del término en junio de 1925, hablando de la "fiera voluntad totalitaria" de su movimiento. A partir de ese momento fue usado como una autodescripción positiva por Mussolini y otros fascistas italianos, y luego, más adelante, por los legalistas alemanes y por los nazis. Gentile, el principal ideólogo del fascismo italiano, también empleó el término en numerosas ocasiones, aunque en un sentido más estatista: implicaba un estado que todo lo abarca y que habría de superar la división estado-sociedad de las débiles democracias pluralistas. Las dos ideas, la del estatismo y la implicación mussoliniana de la dinámica voluntad revolucionaria del movimiento, coexistieron una al lado de la otra. En alemán, el uso fue un tanto diferente, pero relacionado y con el mismo doble significado. Ernstjünger fue uno de los muchos escritores que ya habían acuñado la expresión "guerra total" y "movilización total" en los años veinte, términos con implicaciones dinámicas y revolucionarias. Para esa misma época Cari Schmitt, el más importante teórico de la ley de Alemania, estaba desarrollando la idea de política del poder basado en la relación amigo-enemigo, en la que incluyó, como la antítesis histórica de la pluralización liberal del estado, el "estado total de la identidad del estado y la sociedad". Ambas formas, por lo tanto, "la activista" y la "estatista", existían antes de que los nazis llegaran al poder y fueron incorporadas al vocabulario nazi (aunque la palabra "totalitario" fue, en realidad, muy poco usada por los líderes nazis) .4 La primera vez que se usó la palabra "totalitarismo" para equiparar a los estados fascistas y comunistas parece haber sido en Inglaterra, en 1929, aunque algunos años antes Nitti, el ex primer ministro de Italia, estaba entre los que hacían comparaciones estructurales entre el fascismo italiano y el bolchevismo. En los años treinta y cuarenta, la idea fue también aplicada por analistas del fascismo decididamente izquierdistas, como Borkenau,

44

IANKERSHAW

Lówenthal, Hilferding y Franz Neumann, quienes la utilizaban como una herramienta para caracterizar lo que ellos consideraban lo nuevo y específico sólo del fascismo (o nazismo), sin el elemento comparativo extendido al comunismo soviético. Franz Neumann, por ejemplo, elaboró su aplicación del término en su magistral Behemoth sobre la manera de referirse a sí mismo del fascismo contemporáneo y la idea del colapso en el caos del "estado total" de Schmitt, bajo el empuje "totalitario" del movimiento nazi.5 Al mismo tiempo, el uso dominante del adjetivo "totalitario" para relacionar al fascismo y al nazismo con el comunismo estaba ya ganando terreno en los países anglosajones en los años treinta, impulsado por los escritos de los alemanes exiliados, el terror estalinista y el Pacto Nazi-Soviético. Se estaba allanando el terreno para el surgimiento del modelo completamente desarrollado de totalitarismo de principios de la era de posguerra, popularizado de diferentes maneras, sobre todo por Hannah Arendt y Cari Friedrich. El libro de Hannah Arendt, Origins ofTotalitarianism, es una apasionada y conmovedora denuncia de la inhumanidad y el terror, despersonalizados y racionalizados como la ejecución de leyes objetivas de la historia. Su acento en las características internas del nazismo, radicales, dinámicas y destructoras de estructuras, ha sido ampliamente confirmado por investigaciones posteriores. Sin embargo, el libro es menos satisfactorio acerca del estalinismo que sobre la Alemania nazi. Además, no ofrece una teoría clara o una idea satisfactoria del concepto de sistemas totalitarios. Y su argumento básico para explicar el crecimiento del totalitarismo —el reemplazo de clases por masas y el surgimiento de una "sociedad de masas"— es claramente deficiente.6 Las publicaciones de Cari Friedrich, escritas desde el punto de vista de la teoría constitucional, fueron todavía más influyentes que las de Hannah Arendt. Todos los siguientes escritores que se ocuparon del totalitarismo tuvieron que referirse al trabajo de Friedrich, y especialmente a su famoso "síndrome de los seis puntos", que destacaba lo que él consideraba eran las características centrales de los sistemas totalitarios (una ideología oficial, un solo partido de masas, control policial terrorista, control monopóli-

LA ESENCIA DEL NAZISMO

45

co de los medios de comunicación, monopolio de las armas y control centralizado de la economía). La principal debilidad del modelo de Friedrich ha sido señalada con frecuencia. Se trata sobre todo de un modelo estático, que casi no deja espacio para el cambio y el desarrollo en la dinámica interna de un sistema, y reposa sobre la exagerada suposición de la naturaleza esencialmente monolítica de los "regímenes totalitarios". Su modelo, por lo tanto, terminó siendo rechazado aun por aquellos estudiosos que todavía operan con el enfoque del totalitarismo.7 Después de la estabilización de la URSS en la era postestalinista, los teóricos del totalitarismo tendieron a concentrar la atención mucho más en los regímenes vigentes del bloque oriental que en el desaparecido régimen nazi. Más aún, se dividieron entre aquellos que ampliaron la idea del totalitarismo para incluir toda manifestación de gobierno comunista y aquellos que lo limitaron principalmente al estalinismo. En ambos casos, sin embargo, la comparación con los sistemas fascistas quedó, por lo menos implícitamente, preservada.8 Mientras tanto, la idea de totalitarismo había sido adoptada en los años cincuenta como el elemento fundamental de las principales interpretaciones eruditas del nazismo, como en los clásicos y pioneros trabajos de Karl Dietrich Bracher. Bracher, dentista político él mismo, ha señalado la cautela que se necesita al ! desarrollar una teoría general del totalitarismo por medio de categorías constitucionales o sociológicas que se apoyen en investigaciones históricas empíricas demasiado débiles. Esa investigación era vital, en su opinión, para revelar las muchas y variadas formas de gobierno totalitario, pero confirmarían la similitud esencial en las técnicas de gobierno de los sistemas bolchevique/comunistas y nazi/fascistas. Bracher no quería atarse a las características estáticas, constitutivas e insuficientemente diferenciadas del modelo de Friedrich, que poca justicia le haría a la "dinámica revolucionaria", considerada por él el "principio central" que distinguiría al totalitarismo de otras formas de gobierno autoritario. El carácter decisivo del totalitarismo residía, según él, en ¿Ti total reclamo de poder, el principio de liderazgo, la ideología exclusiva y la ficción de la identidad de gobernantes y gobernados^

46

IAN KERSHAW

Representa la distinción básica entre una comprensión "abierta" y otra "cerrada" de la política.9 El valor fundamental de la idea de totalitarismo radica, por lo tanto, en su capacidad de reconocer la distinción primaria entre democracia y dictadura. Aunque Bracher ve eso —como toda teoría política y social que va más allá de la simple descripción, las teorías sobre el totalitarismo tienen sus debilidades—, él asegura que en ese momento y antes, incluso después de Hitler y de Stalin, existe el "fenómeno de reclamos totalitarios para gobernar y la tendencia a la tentación... totalitaria" (la cual, en este contexto, él asocia con la Nueva Izquierda entre los intelectuales alemanes y también con el crecimiento del terrorismo de izquierda y de derecha en la República Federal en los años setenta).10 En su opinión, la pregunta básica acerca del carácter totalitario de los sistemas políticos no puede evitarse tanto en interés de la claridad y objetividad erudita, como por las consecuencias políticas y humanas de esas dictaduras, así como por las tendencias hacia el totalitarismo en la sociedad actual. Aunque otros importantes estudiosos han aplicado y continuado aplicando la idea de totalitarismo para caracterizar lo que ellos ven como la esencia del sistema nazi, basta con resumir acá el uso que de esa idea hace Bracher. Él no sólo estuvo en el pináculo de los estudios sobre el nazismo desde los años cincuenta has• ta los setenta, sino que también apoyó la idea de totalitarismo dentro del marco de referencia de la comprensión de los diferentes modelos de dominación política y fue él, más que ningún otro historiador, quien más contribuyó a la preservación e incluso a la reactivación de la idea de totalitarismo en su aplicación al nazismo. Sin embargo, deben de quedar dudas acerca del empleo que hace Bracher de la separación poco diferenciada entre una comprensión "abierta" y otra "cerrada" de la política como principio ordenador clave para definir el totalitarismo; dudas también deben de existir acerca de su falta de una clara distinción entre totalitarismo como tendencia y como sistema de gobierno, y, finalmente, acerca del discutible valor de la idea de "dinámica revolucionaria" cuando se la aplica a las diversas sociedades que Bracher consideraba "totalitarias" y, lo que es fundamental, acerca de la atribución

LA ESENCIA DEL NAZISMO

47

de características comunes relativamente superficiales a regímenes que revelan muchas diferencias significativas de organización y objetivos. Podemos ahora realizar un breve resumen de interpretaciones contrapuestas que ubican al nazismo dentro de la familia de fascismos europeos del período de entreguerras y que rechazan, al mismo tiempo, la comparación con el comunismo soviético propia del enfoque centrado en los totalitarismos.

Fascismo La nueva oleada de interés por el fascismo como fenómeno experimentado en la mayoría de los países de la Europa de entreguerras fue disparada, en gran medida, en los años sesenta, por la aparición del muy influyente libro de Ernst Nolte, DerFaschismus in seiner Epoche, en 1963.11 En cinco años se realizaron varias conferencias internacionales de primer nivel, se imprimieron varias antologías con estudios acerca de la naturaleza y manifestación de los movimientos fascistas en toda Europa y se acumuló una considerable literatura erudita.12 El interés académico en el fascismo comparativo se mezcló —para luego terminar, en parte, dominado por él— con el interés político en la izquierda a fines de los años sesenta, durante el período del desafío a los valores de la sociedad liberal-burguesa contemporánea por parte de la "Nueva Izquierda". Las condiciones políticas de esa década estimularon y condujeron, pues, un resurgimiento de las teorías marxistas sobre el fascismo, derivadas de los trabajos de los analistas marxistas contemporáneos del fenómeno fascista, junto con la proliferación de interpretaciones no marxistas del tema.13 En el caso de las interpretaciones tanto marxistas como no marxistas, se puede decir en general que, como ocurre con el totalitarismo, la mayoría de las líneas de debate se extienden al pasado prácticamente tanto como el fenómeno mismo del fascismo.

48

IAN KERSHAW

Teorías marxistas El primer intento serio de explicar el fascismo en términos teóricos fue emprendido por el Comintern en los años veinte. La interpretación del Comintern, inicialmente del fascismo italiano, estaba basada en la idea de una estrecha relación instrumental entre capitalismo y fascismo. Derivada de la teoría leninista del imperialismo, la teoría sostenía que la caída inevitable del capitalismo que se avecinaba daba lugar a una creciente necesidad, por parte de los grupos más reaccionarios y poderosos dentro del ya altamente concentrado capital financiero, de asegurar sus objetivos imperialistas manipulando el movimiento de masas, capaz de destruir a la revolucionaria clase trabajadora y, por lo tanto, de salvaguardar en el corto plazo los intereses y las ganancias capitalistas que se lograrían por medio de la guerra y la expansión. Así pues, el fascismo era la forma necesaria y el estadio final del gobierno burgués capitalista. Según esta interpretación, por lo tanto, la política era una función directa de la economía y estaba totalmente subordinada a ella; los movimientos de masas fascistas eran el producto de la manipulación capitalista; el gobierno fascista cumplía la función de aumentar las ganancias; los líderes fascistas eran, por ello, los "agentes" de la clase gobernante capitalista. La pregunta clave que debía hacerse era: ¿en beneficio de quién trabajaba el sistema? Y la respuesta no dejaba lugar a dudas en cuanto al eslabón intrínseco que unía a los lacayos fascistas con los gobernantes capitalistas. Si bien un breve resumen no les hace justicia a los debates dentro del Comintern y a las variadas glosas e interpretaciones que eran propuestas (la más inteligente y sutil fue la de Clara Zetkin), se puede decir que la opinión que se acaba de presentar fue en esencia la predominante y la que se resumió en la decimatercera reunión plenaria del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en diciembre de 1933, y en su forma definitiva en la definición de Dimitroff de 1935, mencionada en el capítulo 1. Siguió siendo la base de los trabajos soviéticos y alemanes del Este sobre el nazismo hasta las recientes transformaciones en Europa oriental.14 El predominio contemporáneo del pensamiento "ortodoxo" de la Comintern significaba que las interpretaciones marxistas "no

49

LA ESENCIA DEL NAZISMO

conformistas" no siempre recibían en su momento la atención que merecían. Las interpretaciones sutiles, por ejemplo, del "renegado" del KPD,* August Thalheimer, separado del Partido Comunista en 1928, y el teórico austríaco Otto Bauer recién recibieron el debido reconocimiento durante el renacimiento de los estudios sobre el fascismo en los años sesenta y setenta, aunque su influencia sobre las recientes interpretaciones marxistas del fascismo ha sido por lo general mayor que la formulación de la Comintern. Tanto Thalheimer, en una serie de ensayos publicada en 1930, pero que fue recién totalmente reconocida a fines de los años sesenta, como Bauer, en un ensayo publicado en 1924 y elaborado en un capítulo de un libro de 1936, ambos parten, para su interpretación del fascismo, de trabajos de Marx sobre el bonapartismo, en particular El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, escrito inmediatamente después del coup d'état del 2 de diciembre de 1851. Aunque ninguno equiparaba el bonapartismo con el fascismo (el cual, en el momento de sus publicaciones originales, seguía existiendo principalmente en su manifestación italiana), ambos veían en la interpretación de Marx del coup d'état francés un indicador significativo para la comprensión de la mecánica de la relación del fascismo con la clase dominante capitalista. El trabajo de Marx se había apoyado en su afirmación de que la neutralización mutua de las clases sociales en lucha por el poder en Francia había permitido a Luis Bonaparte, apoyado por el lumpen-proletariado y la masa de los apolíticos pequeños propietarios campesinos, constituir la autoridad ejecutiva del estado en un poder relativamente independiente. La aplicación del análisis de Marx al fascismo les permitió a Thalheimer y Bauer distinguir entre el dominio social y el dominio político ejercido por la clase dominante capitalista. Esto les permite destacar la importancia autónoma del apoyo de la masa al fascismo; ver al fascismo sólo como uno de los muchos modos posibles de la crisis del capitalismo y de ninguna manera como el equivalente del estadio final de éste en su ruta hacia el socialismo y, finalmente, darle importancia a la relativa * Kommunistische Alemán. [T]

Partei

Deutschlands

(KPD):

Partido

Comunista

50

IAN KERSHAW

autonomía del ejecutivo fascista una vez en el poder. En cada caso, esta interpretación llevó a sus autores a un directo conflicto con la¡ línea "ortodoxa" leninista (aunque en sus últimos escritos de 1938 Bauer abandonó un poco la idea del bonapartismo para colocarse mucho más cerca de los análisis leninistas del imperialismo). El punto crucial fue la relación dialéctica entre el dominio económico de los "grandes burgueses" y la supremacía política de la "casta gobernante" fascista, apoyada financieramente por los capitalistas, pero no creada por ellos. Aunque pequeño burgués en su composición, el partido fascista en el poder estaba, sin embargo, destinado a convertirse en el instrumento de la clase económicamente dominante, especialmente sus elementos más belicistas. Pero las contradicciones internas del sistema, que darían como resultado los choques de intereses entre la casta fascista y la clase dominante capitalista, sólo podían ser resueltas por medio de la guerra. 15 Mientras la teoría del Comintern continuó, hasta los acontecimientos de 1989, vigente en la República Democrática Alemana como la clave para comprender el fascismo, variantes del enfoque bonapartista (como el que también puede verse en los perceptivos escritos de Trotsky sobre el fascismo 16) han ejercido una gran influencia sobre los escritos teóricos de los marxistas occidentales desde los años sesenta. Sin embargo, hay que agregar que los trabajos sobre el fascismo realizados por la izquierda fueron afectados de manera significativa por una tercera corriente importante de interpretación marxista del fascismo, derivada del trabajo de Gramsci (en particular su idea de "hegemonía burguesa") y articulada por Nicos Poulantzas, cuya interpretación consideraremos más detalladamente en el capítulo 3.17 El enfoque neogramsciano coloca un acento mayor que otras interpretaciones marxistas en las condiciones de crisis políticas que surgen cuando el estado ya no puede organizar la unidad política de la clase dominante y ha perdido legitimidad popular, y que hace atractivo al fascismo como una solución radical populista al problema de restaurar la "hegemonía" de la clase dominante. Las interpretaciones marxistas del fascismo, brevemente resumidas acá, serán tratadas en el próximo capítulo cuando nos ocupemos de la relación de la política con la economía en el sistema de gobierno nazi.

LA ESENCIA DEL NAZISMO

51

Interpretaciones no marxistas Mientras que la mayor parte de las interpretaciones marxistas recientes del fascismo, como ya lo he indicado, han adoptado teorías vigentes en los años veinte y treinta, o se han apoyado en ellas, las tempranas interpretaciones "burguesas" o no marxistas —muy pocas, si es que alguna lo logra, llegan a constituir una teoría del fascismo— han sido, por lo general, consideradas seriamente deficientes por los estudiosos posteriores. La visión de "crisis moral" de la sociedad europea, por ejemplo, sostenida por Croce, Meinecke, Ritter y más adelante por Golo Mann, sólo ha producido un impacto muy indirecto en las posteriores interpretaciones no marxistas del fascismo. El intento de Wilhelm Reich de combinar marxismo y freudismo para interpretar al fascismo como una consecuencia de la represión sexual, y el enfoque de la psicología colectiva de Erich Fromm, que argumenta a favor de un "escape de la libertad" para refugiarse en la sumisión, tampoco han proporcionado demasiado ímpetu metodológico para el análisis actual del fascismo. Sólo el enfoque de Talcott Parson —basado en el concepto de "anomia" en las modernas estructuras sociales y la coexistencia cargada de conflictos de los sistemas de valores tradicionales, arcaicos y los procesos sociales modernos— se puede decir que ha "dejado una impresión indeleble" sobre los análisis no marxistas posteriores del fascismo ligados a las teorías de la modernización.18 Los estudiosos no marxistas de fascismo comparado, desde su renacimiento en los años sesenta, derivaron su impulso principalmente de tres direcciones diferentes: el enfoque de la historia "fenomenológica" de las ideas que emanan del trabajo de Ernst Nolte; numerosos y variados enfoques estilo "estructural-modernización"; y las interpretaciones "sociológicas" de la composición social y de la base de clase de los movimientos y los votantes fascistas. El "método fenomenológico", así denominado por Nolte mismo, implica, en la práctica, no mucho más que tomar seriamente la descripción que de sí mismo hace un fenómeno, en este caso, los escritos de los líderes fascistas. Críticos irónicos han sugerido que resulta "ser esencialmente el conocido método de Dilthey, el

52

IAN KERSHAW

de la empatia", o "un poco más que historicismo vestido de fiesta".19 Nolte apenas si les presta un poco de atención seria a las bases sociales del fascismo, ya que encuentra que las explicaciones socioeconómicas del fascismo son inadecuadas. Más bien, su análisis del desarrollo de las ideas fascistas lo lleva a lo que él llama, de manera un tanto grandiosa, una concepción "metapolítica" del fascismo como una fuerza genérica y autónoma. En una conclusión más bien mística y mistificadora, ve al fascismo como "resistencia práctica y violenta a la trascendencia". Por "trascendencia" entiende un doble proceso de la búsqueda de la emancipación y el progreso por parte de la humanidad (que él denomina "trascendencia práctica"), y de la búsqueda de salvación más allá de este mundo por parte del hombre, "saliendo el espíritu más allá de lo que existe y de lo que puede existir hacia un todo absoluto"; es decir, creer en Dios y la vida después de la muerte (que él llama "trascendencia teórica"). El fascismo es, en esencia, por lo tanto, antimodernista; pero cuando se concentra en la noción de "violenta resistencia a la trascendencia", Nolte separa el fascismo de la mera "reacción" y lo ve como un movimiento europeo a la vez antirracional y antimoderno, el cual, al rechazar primero y principalmente su imagen especular —es decir, el comunismo— también amenazaba la existencia de la sociedad burguesa. Finalmente, cuando pone el acento en "el fascismo y su época" (el título original en alemán de su obra principal), lo que Nolte está diciendo es que el fascismo estaba ligado a su tiempo, que "no sería posible que la 'misma' configuración sociológica en un período diferente y en otras condiciones del mundo produjera un fenómeno históricamente relevante que pudiera ser considerado fascismo, por lo menos no... en la forma del fascismo nacional europeo".20 El libro de Nolte fue importante y, como lo he mencionado antes, estimuló el interés en el problema del fascismo genérico más que ningún otro trabajo individual en los años sesenta. Pero no logró demasiados seguidores, ya sea metodológicamente, ya sea por sus conclusiones. Otros escritores sobre fascismo comparado, también trabajando a partir de la propia imagen que el fascismo tenía de sí, han argumentado que el fascismo era revolucionario, por lo

LA ESENCIA DEL NAZISMO

53

que su atención no se dirigía al pasado, que "se parece mucho al jacobinismo de nuestro tiempo".21 En segundo lugar, la omisión de un detallado análisis de la naturaleza y la dinámica de los fundamentos socioeconómicos de los movimientos fascistas es una significativa limitación del trabajo de Nolte. Finalmente, desde una perspectiva diferente se ha cuestionado si Nolte ha hecho más que describir manifestaciones similares de un tipo de sistema político que él llama "fascismo", pero que mostraba fundamentales y diferentes grados de intensidad en toda Europa; en otras palabras, perdió de vista que las diferencias superan las similitudes, lo que cuestionaría la propia existencia del fenómeno mismo.22 El segundo grupo importante de enfoques no marxistas (estos enfoques incluyen numerosos y variados matices, además de poner el acento en diferentes puntos) está ligado a las teorías de la modernización, en las que el fascismo es visto como uno de los muchos senderos diferentes en la ruta hacia la sociedad moderna. En una variante del enfoque de la modernización, que Klaus Hildebrand apodó "teoría estructural-funcional", el fascismo es considerado "una forma especial de gobierno en sociedades que se encuentran en una fase crítica del proceso de transformación social hacia una sociedad industrial y, al mismo tiempo, objetivamente o a los ojos de los estratos gobernantes, se ve amenazada por un levantamiento comunista".23 En esta visión, el fascismo obtiene su ímpetu principal de la resistencia de las "élites residuales a las tendencias igualitarias de la sociedad industrial". Otros enfoques ven al fascismo como una forma experimental de dictadura (Gregor), como primariamente un fenómeno que se halla en las sociedades agrarias en una fase particular de su transición hacia la modernización (Organski), o como un producto de la ruta hacia el modernismo en una sociedad agraria que sólo ha tenido que enfrentarse con "la revolución desde arriba", lo cual dio como resultado la intranquilidad revolucionaria —con fuerzas modernizadoras temporarias— de una clase totalmente reaccionaria (el campesinado) condenada a la extinción (Barrington Moore).24 El problema principal del enfoque "estructural-funcionalista" parece estar en su exagerado énfasis en la resistencia de las élites gobernantes para cambiar a expensas del peso relacionado con el

54

IAN KERSHAW

dinamismo autónomo de los mismos movimientos fascistas de masa. Unido a esto, está la dificultad de establecer qué estados afectados por el fascismo estaban precisamente en este proceso de transición hacia una sociedad industrial pluralista. En el mejor de los casos, esto parece aplicarse a Italia y a Alemania, aunque el grado de la transición era tan diferente en ambos países que quedan muchas dudas acerca del valor del "modelo".25 La principal dificultad con esas teorías de la modernización —que colocan al fascismo sobre todo en un contexto agrario— es que no son fáciles de aplicar al caso alemán, donde el nazismo se desarrolló en una sociedad altamente industrializada. Resulta significativo que Organski —uno de los más notables exponentes de este enfoque— deje a Alemania fuera de su modelo, mientras que el estimulante y amplio análisis de Barrington Moore sobre los diferentes patrones de desarrollo modernizante arraigado en la variada naturaleza de la base de poder de la élites terratenientes exagera el acento puesto en la importancia de las tradiciones feudales para explicar el éxito del fascismo. De este modo, desestima de manera significativa la relación con la dinámica de una sociedad plenamente capitalista y burguesa. Estos enfoques basados en la modernización y concentrados específicamente en Alemania (por ejemplo, los trabajos de Dahrendorf y Schoenbaum26) no se ocupan de una teoría del fascismo, sino más bien del impacto de la modernización (si bien en gran medida no intencionada) del nazismo mismo. Estas interpretaciones serán evaluadas en el capítulo 7. Un tercer enfoque no marxista muy influyente acerca del fas\ cismo fue la interpretación "sociológica" del fascismo de Seymour i Lipset, que lo ve como un radicalismo de la clase media baja, "un extremismo de centro", como él mismo lo apodó. 27 De acuerdo ' con esta visión, el fascismo surgió cuando el creciente malestar económico y la sensación de amenaza tanto por parte del gran capital como por parte de los obreros organizados obligó a los niveles de clase media, que anteriormente habían apoyado partidos liberales de centro, a volverse hacia la extrema derecha. Este tipo de interpretación, en los últimos años, ha sido puesta bajo fuego desde distintas direcciones. Primero, se ha demostrado que el voto de la clase media baja en Alemania antes del ascenso del nazis-

LA ESENCIA DEL NAZISMO

27

__ y ei argumento de Lipset se apoyaba fuertemente en el caso alemán— iba a partidos que en ningún sentido podían ser considerados "liberales" o moderados partidos centristas, sino que eran claramente derechistas (autoritarios, nacionalistas y, con frecuencia, racistas) en su composición. Un voto para un partido fascista era, en realidad, el final de un largo proceso de un gradual deslizamiento hacia la derecha en el patrón de votaciones.28 En segundo lugar, el partido Nazi recibió su principal apoyo de votos en las ciudades más grandes —como ha sido recientemente demostrado—. Eran los distritos de gente rica que representaban la ya establecida alta burguesía y no los precariamente ubicados / o declinantes grupos sociales de clase media baja de la teoría de Lipset. Asimismo, en el otro extremo de la escala social, los nazis obtuvieron un mayor nivel de apoyo de la clase trabajadora (si bien no capturaron a los trabajadores "organizados") de lo que se había previsto.29 Finalmente, se ha objetado que la concentración en la conducta política de la clase media baja ignora completamente tanto el papel de las élites en llevar al fascismo al poder como la obvia subordinación de los intereses de la clase media baja a los del gran capitalismo durante la fase del régimen fascista.30 No ha sido mi intención tratar de realizar una crítica minuciosa de las diferentes interpretaciones del fascismo, sino más bien ilustrar el hecho de que, a pesar de los considerables avances en el desarrollo de complejas tipologías de los movimientos fascistas, no hay en perspectiva ninguna teoría del fascismo que pueda obtener la aprobación universal. Ninguna teoría marxista individual puede esperar la aceptación general, ni siquiera entre los estudiosos marxistas, y algunas de las debilidades y críticas de las interpretaciones "burguesas" ya han sido señaladas. Finalmente, como se mencionó antes, algunos importantes estudiosos —ya sea que se inclinen por algún enfoque centrado en la idea de "totalitarismo" ° no— cuestionan toda la base de los estudios comparativos del fascismo, con el argumento de que las profundas diferencias entre los movimientos "fascistas" hacen que cualquier idea genérica del fascismo sea totalmente carente de sentido.

56

LAN KERSHAVV

Después de esta breve descripción de los estadios de desarrollo de las ideas de totalitarismo y fascismo, podemos ahora considerar de manera crítica si alguno de estos tipos de modelo cubre satisfactoriamente el fenómeno del nazismo.

Reflexiones generales sobre las ideas de "totalitarismo" y "fascismo" Ni "totalitarismo" ni "fascismo" son conceptos "puros" para los estudiosos. Ambos términos, desde que comenzaron a usarse, tienen una doble función: como instrumento ideológico de categorización política negativa, a menudo funcionan en el habla común como algo más que una palabra de mera amenaza; y como instrumento heurístico que los estudiosos han usado en un intento por ordenar y clasificar los sistemas políticos. Es imposible en la práctica tratarlos como herramientas analíticas "neutrales" usa* das por los estudiosos, separados de toda connotación política. El debate erudito acerca del uso de los términos ilustra sobre todo cuan cerrada es la trama de la historia, la política y el lenguaje. 31 Esto también se refleja en la falta de acuerdo acerca de definiciones precisas, así como acerca del uso de los términos. Además, con frecuencia el lazo entre concepto e historia es menos que claro. Si por "teoría" se entiende un sistema de afirmaciones interrelacionadas derivadas unas de otras y apoyadas unas en otras, con poder explicatorio general, y si por "concepto" se entiende un atajo lingüístico abstracto, sin sostén independiente y sin explicación sistemática alguna, entonces podría argumentarse que, en el caso del totalitarismo, Friedrich produjo una definición conceptual, pero que no provee una genuina teoría del totalitarismo. En el caso del fascismo, la mayoría de los enfoques no marxistas, como ya se ha mencionado, son esencialmente descriptivos y se apoyan en premisas teóricas no definidas con claridad, mientras que los enfoques marxistas derivan de posiciones teóricas, pero la teoría aplicada no siempre está basada en claras definiciones conceptuales y a veces éstas hasta resultan estar muy cerca de las tautologías.32

LA ESENCIA DEL NAZISMO

28

Si bien tanto el enfoque basado en la idea de "fascismo" como el basado en la idea de "totalitarismo" buscan proveer tipologías de sistemas políticos, éstos son de un tipo totalmente diferente Las "teorías" del fascismo ponen el acento en los movimientos fascistas; en las condiciones de crecimiento, los objetivos y la función de estos movimientos como algo diferente de otras formas de organización política. (Aunque esto también puede decirse de la teoría de la Comintern y su posterior aplicación, aquí se ha puesto mucho más el acento generalmente en la naturaleza de la dictadura fascista más que en la fase de "movimiento".) Los modelos de totalitarismo, por otra parte, por definición se muestran prácticamente y en gran medida desinteresados respecto de la fase anterior al acceso al poder, salvo en la medida en que traiciona las ambiciones "totalitarias". El foco se pone más bien en los sistemas y las técnicas de gobierno. Por lo tanto, muchas de las preguntas de vital importancia para el analista de los movimientos fascistas —las que se refieren, por ejemplo, a las "causas" socioeconómicas del fascismo, a la composición social de los partidos fascistas y a las relaciones de los movimientos fascistas con la "clase dominante" existente— carecen de interés para los teóricos del totalitarismo. Por otro lado, preocupaciones significativas del enfoque basado en la idea de totalitarismo, tales como la existencia de un único partido monopólico, legitimación plebiscitaria del gobierno o el predominio de una ideología oficial, son usualmente consideradas secundarias por los analistas del fascismo, quienes destacan más bien las más importantes diferencias en objetivos, base social y estructuras ' económicas de los regímenes fascistas y comunistas. Tanto "fascismo" como "totalitarismo" son conceptos que se extienden más allá de sistemas individuales de gobierno hasta "tipos genéricos". En este sentido, ambos requieren un riguroso método comparativo. Sin embargo, en la práctica, los análisis comparativos completos con frecuencia han escaseado, en particular dentro del modelo del totalitarismo, y ambos enfoques tradicionalmente se han apoyado demasiado en el caso de la Alemania na21 • En los último años, se han realizado valiosas investigaciones comparativas sistemáticas sobre la estructura de los movimientos fascistas,34 pero todavía queda mucho trabajo por hacer acerca del

58

IAN KERSHAW

carácter de las instituciones fascistas en el poder. Desde la perspectiva del totalitarismo, la investigación acerca del gobierno y id sociedad estalinistas no ha llegado ni remotamente al nivel de pe-, netración del alcanzado respecto del régimen nazi, y las comparaciones con frecuencia son muy superficiales.35 A pesar del hecho de que ambos conceptos son políticamente irreconciliables —quienes sostienen el concepto de un fascismo general fundamentan su posición en la consideración de que las dictaduras de derecha son fundamentalmente diferentes de las dictaduras de izquierda, mientras que quienes impulsan el enfoque basado en la idea de totalitarismo comienzan con la premisa de que las dictaduras fascistas y comunistas son básicamente similares— prominentes estudiosos alemanes han señalado que ambas ideas son indispensables al analizar las estructuras políticas modernas y han argumentado que es posible aplicar ambos enfoques de diferentes maneras al examinar el nazismo.36 Esto parece conllevar ladificultad de aplicar conceptos comparativos a un único fenómeno, mientras que se deja sin resolver el problema de si el concepto comparativo mismo es válido. De todas maneras, el hecho de que cada concepto innegablemente contenga resonancias políticas en sí mismo, no los descalifica por carecer de valor en los estudios o de validez intelectual. Por lo tanto, queda intacta la necesidad de probar el valor explicatorio de cada uno de esos términos como vehículos para evaluar el carácter esencial del nazismo.

¿Nazismo como totalitarismo? Los críticos del concepto de totalitarismo se ubican en dos principales categorías: (a) aquellos que rechazan categóricamente cualquier despliegue de un concepto o teoría del totalitarismo; y (b) aquellos que están dispuestos a concederle alguna validez teórica, pero que consideran que su despliegue práctico es una herramienta de análisis de limitado potencial. Los argumentos a favor de la segunda posición son, en mi opinión, más convincentes.

LA ESENCIA DEL NAZISMO

29

(a) El rechazo categórico del totalitarismo como un concepto sin valor alguno es usualmente sustentado de la siguiente manera:37 (i) El totalitarismo no es más que una ideología de la guerra fría, diseñada y desplegada por los estados capitalistas occidentales en los años cuarenta y cincuenta como un instrumento anticomunista de integración política y ha continuado usándose de esa manera hasta la actualidad. Aparte del hecho de que, como ya hemos visto, el concepto y su aplicación existían mucho antes de la guerra fría, el indudable y usualmente tosco uso político que se le dio en la guerra fría, en sí mismo no le quita al concepto de totalitarismo su valor potencial como una herramienta analítica de los estudiosos, del mismo modo que el uso igualmente tosco de explotación política del término "fascismo" tampoco les quita a las teorías del fascismo validez alguna. (ii) El concepto de totalitarismo trata la forma —el aspecto exterior de los sistemas de gobierno— como contenido, como su esencia. Como resultado, ignora del todo los diferentes objetivos e intenciones del nazismo y el bolchevismo, objetivos que fueron totalmente inhumanos y negativos en el caso del primero y en última instancia humanos y positivos en el caso del segundo. La objeción no es del todo convincente. Como lo ha señalado Adam,38 el argumento se basa en una deducción a partir del futuro (que no es ni verificable ni falsificable) hacia el presente, un procedimiento que en estricta lógica no es permisible. Hay también la presunción de que forma y contenido pueden estar disociados entre sí, de tal manera que un comentario sobre la forma nada dice acerca del contenido, un punto rechazado hasta por la dialéctica materialista. Además, el acento sobre la humanidad en última instancia del bolchevismo contrastada con la inhumanidad del nazismo, pone en comparación una

60

LAN KERSHAW

supuesta intención idealista de un sistema con la realidad conocida del otro, y evade la cuestión de las posibles similitudes concretas en las técnicas de dominación entre los regímenes estalinista y hitlerista. El punto puramente funcional de que el terror comunista era "positivo" porque estaba "dirigido hacia un completo y radical cambio en la sociedad", mientras que "el terror fascista (es decir, nazi) alcanzó su punto más alto con la destrucción de los judíos" y "no hizo intento alguno de alterar la conducta humana o de construir una sociedad genuinamente nueva" 39 es, además de una afirmación discutible en su última parte, un cínico juicio de valor acerca de los horrores del terror estalinista. (b) Quienes no rechazan de plano el modelo del concepto de totalitarismo, pero ven su aplicación como algo muy limitado, hacen cuatro críticas sustanciales: (i) El concepto de totalitarismo, sea como fuere que se defina, puede sólo de manera insatisfactoria comprender las peculiaridades de los sistemas que trata de clasificar. Broszat señalaba, por ejemplo, en los comentarios introductorios a su magistral análisis del "estado de Hitler", la dificultad de ubicar la amorfa falta de estructura del sistema nazi en cualquier tipología del gobierno.40 El concepto de totalitarismo , puede, de hecho, sólo hablar de una manera general y limitada acerca de las similitudes de los sistemas, los cuales al ser examinados más de cerca están estructurados de maneras tan diferentes, que las comparaciones por fuerza deben ser sumamente superficiales. Hans Mommsen ha indicado, por ejemplo, lo diferentes que eran el uno del otro en estructura y en función, el partido Nazi y el partido Comunista Soviético, y lo poco que se dice al referirse tanto a la Alemania nazi como a la Rusia soviética (aun limitando el tratamiento al período estalinista) como "estados de partido único".41 Igualmente significativas fueron las importan-

LA ESENCIA DEL NAZISMO

61

tes diferencias en el carácter esencial del liderazgo en los dos estados, de modo que los papeles de Hider y de Stalin sólo con dificultad pueden ser tipificados como los de "dictador totalitario". Ylos contrastes fundamentales en el control de las economías nazi y soviética constituyen un ejemplo todavía más sorprendente de generalizaciones sumamente engañosas que emanan del enfoque basado en el concepto de totalitarismo, en esta instancia, acerca de las economías "totalitarias" centralizadas. (ii) El concepto de totalitarismo no puede incluir adecuadamente el cambio dentro del sistema comunista. La extensión del concepto a la URSS postestalinista y a otros estados del bloque oriental es forzado para ver la esencia del totalitarismo como algo que no es específico de las características del estalinismo, usualmente considerado como comparable con el nazismo (por ejemplo, terror, culto del líder, etcétera). Aun reteniendo el implícito (ya que no explícito) lazo con el nazismo y otras "dictaduras de derecha", tales intentos con frecuencia rápidamente caen en un absurdo puro y simple. (iii) La desventaja decisiva del totalitarismo como concepto es que no dice nada acerca de las condiciones socioeconómicas, funciones y objetivos políticos de un sistema, y se contenta sólo con poner el acento en las técnicas y las formas externas de gobierno (exclusividad de ideología, tendencia a la movilización multitudinaria, etcétera) .42 Dado que una de las más obvias y sorprendentes diferencias entre los sistemas nazi y soviético se halla en la esfera socioeconómica, se ha señalado que "el valor de un análisis que ignora las relaciones de producción y la estructura social resultante de los dos sistemas es estrictamente limitado".43 (iv) La legitimidad del concepto de totalitarismo se apoya en el sostenimiento de los valores de las "democracias liberales" occidentales y la distinción entre gobierno

62

LAN KERSHAVj

"abierto" y "cerrado", entre poder "compartido" 1 "unificado". Sin embargo, existe dentro del concepto de totalitarismo una ambivalencia entre la descripción de sistemas de gobierno históricamente reales (nazismo, "estalinismo") y su ampliación para cubrir una "tendencia" que se extiende a tantas dictaduras modernas e incluso a secciones de la sociedad dentro de las democracias occidentales, que ese concepto pierde mucho de su valor analítico.44 Estas críticas son realizadas, en general, por aquellos que da todas maneras no están dispuestos a descartar del todo el concepj to de totalitarismo. Ellos afirman —y yo podría aceptar sus argu-j mentos— que es en sí mismo un ejercicio legítimo, sean cuales fuel ren las diferencias esenciales existentes en estructuras ideológicas! y socioeconómicas, el hecho de comparar las formas y técnicas del gobierno en la Alemania bajo Hitler y en la Unión Soviética bajo] Stalin. Puede justificadamente verse en ambos sistemas una nueva escala y un nuevo concepto del desarrollo de la fuerza en los siste-j mas gubernamentales tanto en una pretendida totalidad de con] trol y manipulación, como en los métodos (basados en modernas! tecnologías) de movilización de la dinámica plebiscitaria de la pol blación detrás de sus gobernantes. También puede observarse una radical intolerancia hacia cualquier foco de lealtades alternativas] coexistentes o hacia cualquier forma de "espacio para vivir" instij tucional, salvo que sea bajo las condiciones impuestas por el régi men y que, por lo tanto, corresponda a la intentada politización dé todas las facetas de la experiencia social. El espectro de disenso quel llega hasta la "resistencia" en la Alemania nazi (y pari passu, aun] que hasta ahora poco analizada, en la Rusia de Stalin) puede dd hecho sólo ser comprendido a la luz de la relación con las exigen* cias de un régimen que hizo un "reclamo total" sobre la conducta y las manifestaciones externas de conformidad. De este modo, creJ conductas no conformistas y opositoras que incluso en otros sistel mas autoritarios no habrían sido politizadas, convirtiéndolas pon ello en disenso político.43 Si los ecos redundantes de las teorías dd "sociedad de masa atomizada" pueden ser ignorados, entonces!

-J

LA ESENCIA DEL NAZISMO

31

uede efectivamente ser en el nivel social más que en el institucional que resulte heurísticamente útil para un análisis comparativo de patrones de conducta —de aclamación o de oposición— en sociedades y sistemas políticos estructurados de otra manera, si bien no el completo y políticamente cargado concepto de totalitarismo, entonces la más modesta idea de "reclamo total" de un régimen a sus súbditos.46 Incluso el planteo de un "reclamo total" extremo podría, entonces, ser visto como sintomático de la "crisis de administración" de regímenes en períodos transitorios e inestables más que como características permanentes de gobierno. Más allá de esto, me parece que las descripciones del nazismo como un "sistema totalitario" deben ser evitadas, no sólo debido al ineludible color político ligado al rótulo de "totalitarismo", sino también a los pesados problemas conceptuales que el término conlleva y que ya han sido resumidos más arriba. Queda una última posibilidad, la de desplegar el concepto en un sentido no comparativo, restringiendo su uso a los sistemas nazifascistas solamente y volviendo al uso anterior de Franz Neumann y otros, para distinguir fases del desarrollo en el impacto de la dinámica de un movimiento de masa con reclamos "totales" sobre las estructuras legislativa y ejecutiva del estado. El análisis de Broszat del estado nazi, por ejemplo, usa el adjetivo "totalitario" separado de cualquier comparación con la URSS, para distinguir la fase más radicalizada del gobierno nazi después de 1937-38, separada de la anterior fase meramente "autoritaria".47 Más allá de la cuestión de colocar rótulos distintivos a los períodos del Tercer Reich antes y después de 1937-38, y de liberar el concepto de "totalitarismo" de sus habituales connotaciones comparativas respecto de la URSS, se podría dudar seriamente si, al ocuparse sólo del estado nazi, el adjetivo 'totalitario" es de verdad necesario sencillamente como un sinónimo de dinamismo de radicalización progresiva. Otros, sl guiendo la misma línea de interpretación, encuentran que el término es del todo redundante.48 Una vez dicho todo esto, el valor del concepto de totalitarismo parece extremadamente limitado, y las desventajas de su uso su peran en gran medida sus posibles desventajas al intentar caracterizar la naturaleza esencial del régimen nazi.49

64

IAN KERSHA'

¿Nazismo como fascismo o un fenómeno único? Quienes se oponen al uso de un concepto genérico de fascismo presentan dos principales y serias objeciones a la catalogación del nazismo como fascismo: la primera —una objeción que yo er cuentro justificada— dice que el concepto es con frecuencia ampliado, de manera inflacionaria, para cubrir una enorme variedad de movimientos y regímenes de características y significación totalmente diferentes; la segunda, en mi opinión menos persuasiva, dice que ese concepto no tiene la capacidad de incluir de manera satisfactoria las singulares características del nazismo, y que las diferencias entre el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán superan significativamente cualesquiera similitudes superficiales que puedan parecer tener. (a) La primera crítica proviene en particular, aunque no únicamente, de las interpretaciones marxistas del fascismo La relación intrínseca entre fascismo y capitalismo en 1¡ versión marxista-leninista de la teoría del fascismo, por ejemplo, extiende la idea de "dictadura fascista" para cubrir numerosos tipos de regímenes represivos, y no traza una distinción fundamental entre dictaduras militares) dictaduras de partidos de masa en lo que a la esencia del gobierno se refiere. Dado que, según esta opinión, la ba se de masa de un partido fascista es un producto manipulado por la clase capitalista gobernante sin ninguna fuer za autónoma, la importancia del movimiento de masa (que la mayoría de los analistas no marxistas considera rían una importante diferencia entre los regímenes auto ritarios militares y los regímenes fascistas) disminuye. D< ahí que los estudiosos de la RDA clasificaran a tan diferen tes regímenes como los que existían en Polonia, Bulgaris y Hungría en el período entreguerras, en Portugal baje Salazar y Caetano, y en España bajo Franco, en Grecia ba jo los coroneles, en la Argentina bajo los generales, er Chile bajo Pinochet, y otras dictaduras sudamericanas, co mo "fascistas", a la par del "fascismo de Hitler".50 Lo deci

LA ESENCIA DEL NAZISMO

32

sivo para los historiadores de la RDA no era la forma exterior de la dictadura, sino su esencia como el arma de los elementos más agresivos del capital financiero. De todas maneras, los estudios de la RDA sí llegaron a distinguir con mucha claridad entre dos tipos básicos de dictadura fascista: la forma normal —usualmente una dictadura militar— en países con economías capitalistas relativamente no avanzadas; y la forma excepcional—fascismo de partido masivo—, de la cual sólo los dos ejemplos de Italia y Alemania hasta ahora han sido experimentados, ambos surgidos en medio de condiciones sumamente inusuales dentro del marco de una crisis nacional completa.51 La consideración de la relación entre capitalismo y nazismo, sobre la que esta teoría se apoya, tendrá que esperar hasta el capítulo siguiente. Basta decir aquí que, por poco convincentes que sean los principios subyacentes, las interpretaciones alemanas orientales salían mejor paradas al ser comparadas con los escritos de una parte de la "Nueva Izquierda" en la República Federal, en la que el concepto de fascismo fue extendido hasta abarcar cualquier forma de gobierno "represivo" que sirviera para sostener el predominio de los grupos de poder, con lo cual se podía rotular los sistemas capitalistas occidentales —y la República Federal en particular— como "fascistas" o, por lo menos, como "fascistoides" o "protofascistas".52 En los casos en que el concepto de fascismo es inútilmente extendido de manera nebulosa, parece del todo correcto hablar de una trivialización del horror del nazismo, (b) La segunda crítica, relacionada con la anterior, afirma que ninguna teoría o concepto de fascismo genérico puede de manera alguna hacer justicia a las peculiaridades y características únicas del nazismo. Si bien movimientos que se llamaban a sí mismos "fascistas" o "nacionalsocialistas" existían en la mayoría de los países europeos fuera de la Unión Soviética en el período de entreguerras, es ampliamente aceptado que dictaduras fascistas plenas y autosuficientes que derivaran sus ímpetus de los partidos

66

LAN KERSHAW

de masas sólo se consolidaron en el poder en Italia y Alemania (dejando de lado los gobiernos títeres o traidores de los años de guerra). Una comparación del fascismo en todas sus etapas puede, por lo tanto, hacerse solamente con respecto a los sistemas de esos dos países.53 Sin embargo, a los ojos de algunas importantes autoridades, las diferencias entre ambos regímenes eran tan profundas que el término "fascismo" debería ser reservado para el sistema italiano bajo Mussolini, mientras que el nazismo debería ser llamado "nacionalsocialismo" y considerado un fenómeno único (aunque resulta bastante interesante notar que, en cuanto a técnicas de gobierno, cae dentro de la categoría de "sistemas totalitarios"). Dado que, según esta opinión, el concepto genérico de fascismo ni siquiera se aplica a las dos principales especies dentro del género, lo mejor es descartarlo del todo. Las diferencias centrales destacadas en este argumento se concentran en la naturaleza dinámica de la ideología de la raza del nazismo, que no tiene un paralelo exacto en el fascismo italiano; en la discrepancia entre la elevación nazi del Volk sobre el estado, en contraste con el estatismo fascista italiano; en los objetivos y la ideología antimodernos y arcaicos del nazismo, comparados con las tendencias modernizadoras del fascismo italiano; en la totalidad de la conquista nazi de estado y sociedad, frente a la mucho más limitada penetración en el orden establecido de los fascistas italianos; y, no menos importante, en el contraste entre una política imperialista relativamente "tradicional" por parte de Italia y una diferente tendencia cualitativa hacia el predominio racial, eventualmente sobre todo el mundo, por parte del régimen nazi. Y dado que esta última y muy crucial distinción es, según estas interpretaciones, atribuible a Hitler mismo, se afirma que "el caso: de Hitler" fue único, y no puede ser sometido a las generalizaciones del fascismo comparativo, ni siquiera para una comparación limitada a Italia y Alemania.54

ESENCIA DEL NAZISMO

67

Estas críticas no pueden ser miradas con ligereza. Es más, el examen de los dos puntos centrales —la relación entre capitalismo y nazismo, y el papel personal de Hitler en el sistema nazi— constituye el tema específico de capítulos posteriores. Aquí sólo hay espacio para un cierto número de observaciones generales acerca de las críticas del enfoque del fascismo genérico, relacionado con la posibilidad alternativa de destacar la singularidad del nazismo. Unas cuantas de las supuestas diferencias principales entre el nazismo y el fascismo italiano están abiertas al debate. Esto se aplicaría, por ejemplo, al acento puesto en la tendencia del nazismo de mirar hacia el pasado, a diferencia de las presiones "modernizadoras" del fascismo en Italia. Las investigaciones han puesto esa distinción cada vez más en tela de juicio, como se indica en el ca» pítulo 7.55 Independientemente de estos matices, la singularidad de las características específicas del nazismo no impediría por sí misma la ubicación del nazismo en un género de sistemas políticos más amplio. Podría muy bien afirmarse que nazismo y fascismo italiano fueron especies diferentes dentro del mismo género, sin ninguna suposición implícita de que las dos especies deberían ser casi idénticas. Ernst Nolte ha afirmado que las diferencias podrían fácilmente ser reconciliadas empleando un término como "fascismo radical" para el nazismo.56 Winkler ha indicado que para él nazismo era "también, pero no solamente 'fascismo alemán'", 57 mientras que Juan Linz lo consideraba una "rama diferente injertada en el árbol fascista".58 Jürgen Kocka, en un sutil ensayo sobre las causas del nazismo, tampoco ve incompatibilidad alguna entre las características únicas del nacionalsocialismo en Alemania y su atribución a una más amplia clase de fascismo genérico, indispensable para poner al fenómeno nazi en una perspectiva más amplia que la puramente nacional, y para comprender los contextos sociales y políticos en los que tal movimiento podía surgir y tomar el po-, der.59 Estos enfoques destacan adecuadamente las similitudes significativas entre el nazismo y los numerosos movimientos (sobre todo el italiano) que se llamaron a sí mismos fascistas. Estas similitudes incluían: nacionalismo chauvinista extremo, con pronunciadas tendencias imperialistas y expansionistas; una tendencia an-

68

IAN KERSHAW

tisocialista y antimarxista dirigida a la destrucción de las organizaciones de la clase obrera y su filosofía política de corte marxista; la base en un partido de masa proveniente de todos los sectores de la sociedad, aunque con un pronunciado apoyo en la clase media y también atractivo para los campesinos y los sectores de la población desarraigados o sumamente inestables; fijación en un líder carismático, legitimado plebiscitariamente; intolerancia extrema de todo grupo opositor o presuntamente opositor, expresada por medio de terror cruel, violencia abierta, e implacable represión; glorificación del militarismo y la guerra, reforzada por la reacción a la ampliamente abarcadora crisis sociopolítica en Europa, producida por la primera guerra mundial; dependencia de la "alianza" con las élites existentes —industrial, agraria, militar y burocrática— para su avance político; y por lo menos una función inicial —a pesar de una retórica populista y revolucionaria, contraria al establishment— en la estabilización o restauración del orden social y de las estructuras capitalistas.60 El establecimiento de características genéricas fundamentales que enlazan el nazismo con movimientos en otras partes de Europa permite una mayor consideración, sobre una base comparativa, de las razones por las cuales esos movimientos pudieron convertirse en un peligro político real y obtener el poder en Italia y Alemania, mientras que en otros países europeos fueron sobre todo un desagradable elemento irritante, pero sólo de manera transitoria. Entre otras cosas, indudablemente se debería poner el acento en las características más salientes, aunque con diferente grado de intensidad, tanto en Italia como en Alemania antes de la primera guerra mundial y masivamente acentuadas a través de las traumáticas consecuencias de la guerra misma. Comunes a ambos países fueron las características imperialistas y expansionistas, muy marcadas entre las élites gobernantes y alentadas por el difundido chauvinismo extremo en las clases burguesas de esos nuevos estados, que se veían a sí mismos como "naciones carecientes"; la] coexistencia y el conflicto de corrientes sumamente modernas de desarrollo y poderosos remanentes arcaicos de estructuras sociales y sistemas de valores en sociedades que simultáneamente estaban sufriendo el proceso de integración nacional, de transición a ]

LA ESENCIA DEL NAZISMO

69

un estado burgués constitucional y de rápida industrialización;61 y por último, pero no por eso menos importante, los sistemas políticos con profundas fracturas, cuyas astilladas estructuras parlamentarias reflejaban hondas desuniones políticas y sociales, lo que alimentaba el sentimiento de que un liderazgo fuerte pero "populista" era necesario para imponer la unidad "desde arriba", para aplastar en primera instancia a quienes se alzaban en el camino de la unidad, sobre todo la "izquierda marxista". La diferente escala de las esferas de conflicto social y político en Italia y Alemania ayuda a explicar el diferente nivel de radicalización en esos países ante el asedio de diferentes, aunque relacionadas, crisis totales del sistema político. En Italia, esta crisis fue directamente desatada por la guerra, mientras que en Alemania sobrevino después de un largo período de inestabilidad política, durante la crisis económica mundial. Dentro de esta perspectiva —más que en otra divorciada de ella que subraya el carácter único del fenómeno nazi— que las peculiaridades de la variante radical alemana del fascismo pueden ser sacadas a la luz por el análisis de las características específicas de la cultura política alemana y su relación con las estructuras socioeconómicas. Por lo tanto, no tiene que haber contradicción alguna entre la aceptación del nazismo como (la más extrema manifestación del) fascismo y el reconocimiento de sus propias características únicas dentro de esta categoría, que sólo puede ser adecuadamente comprendida dentro del marco del desarrollo nacional alemán. Un argumento como éste, sin embargo, no satisfaría a Bracher, Hildebrand, Hillgruber y otros, quienes responderían que el nazismo fue, no sólo en su forma, sino en su esencia, un fenómeno únicamente alemán, y que esta esencia o singularidad estaría ubicada en la persona e ideología de Adolf Hitler. Esta personalización de la esencia del nazismo está, efectivamente, en el centro del debate sobre el lugar histórico y la caracterización del nazismo. Las principales diferencias no están en la explicación de los orígenes del nazismo y de las circunstancias de su ascenso al poder. Bracher ha tendido a destacar las características específicas del desarrollo ideológico germanoaustríaco para poner

IAN KERSHAW

35

todo el peso en la dimensión racial vólkisch* de la ideología nazi. Hillgruber y Hildebrand han señalado la particular constelación de políticas de poder alemanas y las abrumadoras continuidades entre 1871 y 1933 (sólo para ser rotas luego), intrínsecas del estado prusiano-alemán.62 Éstas son corrientes importantes de una completa explicación del nazismo y, a pesar de las diferencias de enfoque, son generalmente compatibles con esos trabajos —por ejemplo, Wehler, Kocka, Puhle y Winkler63— que más bien se concentraron en las estructuras socioeconómicas específicas de Alemania como el punto focal de sus explicaciones. Sin embargo, este último grupo no vacila en considerar el nazismo, aun con todas sus singularidades, una forma de fascismo, mientras que el primer grupo niega esta categorización e insiste en que fue sui generis. El punto de inflexión es, claramente, "el caso de Hitler": el nazismo puede diferenciarse del fascismo de Italia y otras partes porque en su esencia era "hitlerismo". Según este último enfoque, lo decisivo no son las causas del surgimiento del nazismo, sino el carácter de la dictadura misma. Y aquí, la diferencia entre el fascismo italiano y el nazismo, cuyo gobierno se apoyaba en la aplicación de las ideas y las políticas de un dictador monócrata, Hitler, era fundamental.64 Este "Hidercentrismo" es en sí mismo una comprensible reacción exagerada ante algunas rústicas interpretaciones izquierdistas que subestimaban por completo la figura de Hitler. De todas maneras, por irremplazable que Hitler indudablemente haya sido en el movimiento nazi, la ecuación nazismo = hitlerismo restringe innecesariamente la visión y distorsiona el foco al explicar los orígenes del nazismo; desvía más que orienta hacia la consideración de las manifestaciones políticas en otros países europeos que compartían (y siguen compartiendo en la actualidad) importantes afinidades y características comunes con el nazismo; y finalmente —como espero demostrar en capítulos posteriores—, provee en sí misma una explicación bastante poco satisfactoria de la radicalización dinámica de la política dentro del Tercer Reich mismo. * Vólkisch: referido al pueblo alemán. [X]

LA ESENCIA DEL NAZISMO

71

Esta evaluación de los conceptos de totalitarismo y fascismo en relación con la supuesta singularidad del nazismo como fenómeno ha sugerido las siguientes conclusiones: (1) El concepto de fascismo es más satisfactorio y aplicable que el de totalitarismo para explicar el carácter del nazismo, las circunstancias de su crecimiento, la naturaleza de su gobierno y su lugar en un contexto europeo en el período de entreguerras. Las similitudes con otros tipos de fascismo son profundas, no periféricas. Las características del nazismo colocan al fenómeno claramente dentro del amplio contexto europeo de movimientos radicales antisocialistas, nacional-integracionistas, que también rechazaban las formas aunque no la sustancia económica de la sociedad burguesa, derivadas. Estos movimientos derivaron de la era de abierto conflicto imperialista y emergieron de manera notable durante los desórdenes que siguieron a la primera guerra mundial. (2) Éste no es incompatible con la retención del concepto de totalitarismo, aunque este últímo concepto es mucho menos utilizable y su valor está estrictamente limitado. El nazismo, sin duda, tenía un aspecto "total" (o "totalitario") que tuvo consecuencias tanto para su mecánica de gobierno como para la conducta —tanto la aprobatoria como la de oposición— de sus súbditos. Las consecuencias para la mecánica de gobierno se vieron reflejadas especialmente en las nuevas formas de movilización plebiscitaria de masas por medio de nuevas tecnologías de gobierno, combinadas con una exclusiva ideología dinámica y exigencias mono polísticas a la sociedad. Sobre la base de estas características, es legítimo comparar las formas de gobierno en Alemania bajo Hitler y la Unión Soviética bajo Stalin, aun cuando, por las razones aducidas anteriormente, esta comparación esté condenada desde el inicio a ser superficial e insatisfactoria. Además, si se va a usar de alguna manera el término "totalitarismo", según nuestro análisis, debería estar restringido a fases transitorias de extrema inesta-

72

IAN KERSHAW

bilidad reflejadas en la sensación paranoica de inseguridad de los regímenes, más que ser considerado una característica permanente de la estructura de gobierno. Desde una perspectiva más amplia, todo el período del Tercer Reich y la totalidad del gobierno de Stalin pueden ser considerados dentro de esa categorización. Esto sería una razón adicional a las mencionadas antes para excluir la aplicación del concepto de totalitarismo comparativo al sistema comunista posterior a Stalin, lo cual rápidamente se acerca a la futilidad, si no francamente al absurdo.65 (3) Las características peculiares que distinguen el nazismo! de otras importantes manifestaciones de fascismo sólo se- j rán completamente entendidas dentro de las estructuras y condiciones de los desarrollos socioeconómicos e ideológico-políticos alemanes en la era de la burguesía indus-; trial. La persona, ideología y función de Hitler tienen que ser ubicadas en esas estructuras y relacionadas con ellas. Sin duda, Hitler desempeñó personalmente un papel vital tanto en el ascenso del nazismo como en el carácter del gobierno nazi. Pero el significado de su papel puede sólo ser evaluado relacionando su aporte a las condiciones que lo produjeron y le dieron forma, y que no podía él mismo de manera autónoma controlar, ni siquiera en su momento de máximo poder. El nazismo fue, en muchos sentidos, efectivamente un fenómeno único.66 Pero su singularidad no puede —salvo en un sentido superficial— ser solamente atribuida a la singularidad de su líder.

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF